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DIPLOMADO PLAN DE FORMACIÓN DE LAICOS

DIMENSIÓN
SALESIANA
UN HUÉRFANO DEL CÓLERA

Encuentro de Don Bosco con


Pedro Enria
Turín, 1854: es el año del ferrocarril. Se inaugura la línea Turín -
Génova y se trazan los empalmes de la futura capital piamontesa
con Cuneo, Vercelli, Ivrea, Pinerolo y Saluzzo. Turín crece también
en número de habitantes. El aflujo de muchos lombardos,
napolitanos, toscanos y genoveses hace aumentar numéricamente
la población a más de ciento treinta mil personas. La ciudad se
hace más moderna y viva. Se habla cada vez más el italiano y cada
día menos el dialecto.
La epidemia de cólera
Pero no hay sólo aumento; llega también el revés de la moneda: la gente,
que busca trabajo, se ve obligada a dejar el campo para irse a la ciudad,
donde falta la vivienda, y la miseria se extiende por los bajos salarios.
Precisamente en el verano de 1854 estalla una epidemia de cólera. Al
final de julio se dan los primeros casos en Turín. Vómitos, diarreas,
deshidratación, sed intensa, fuertes calambres musculares: son los
trastornos de las personas infectadas. Y se salva sólo el 50 por ciento de
los contagiados. Turín lo sufre especialmente en la zona del Borgo Dora,
la más sucia y contaminada, que linda con el barrio de Valdocco.
Quinientos muertos en un solo mes.
Al oeste de Valdocco se montan dos «hospitales». Pero son pocos los
valientes que se ofrecen para atender a los enfermos. El calor es tórrido;
el cansancio, mucho; el olor, nauseabundo; y los riesgos, continuos.
Al lado de algunos sacerdotes que se disponen a cuidar de los enfermos
está también Don Bosco. Pide a sus jóvenes que le ayuden. «Catorce
acudieron enseguida […] y pocos días después otros 30 siguieron su
ejemplo» (Memorias Biográficas [MBe] 5,74).
Pasados algunos meses, en otoño, el cólera termina su cosecha de vidas
humanas. Se contarán 320.000 en Italia y
1.248 en Turín.
Acabada la tragedia de la epidemia, la ciudad vive una nueva realidad
dolorosa: los huérfanos. Movido por la fe, por la compasión y el amor a los
jóvenes, Don Bosco se hace cargo de 20 de ellos y los lleva a su Oratorio.
«¿Quieres venir conmigo?»
«Conocí a Don Bosco en septiembre de 1854 en el convento de los dominicos,
donde se reunía a los niños que habían quedado huérfanos por el cólera que
asolaba la ciudad — escribe Pedro Enria—. Un día fue Don Bosco a visitarnos
(éramos un centenar) acompañado por el director del orfanato. Yo no lo había visto
nunca; tenía un aire sonriente y lleno de bondad que se hacía amar de hablar.
Sonrió a todos, y después fue preguntando nombre y apellido, si sabían el
Catecismo y si habían hecho la primera Comunión y si se habían confesado. Pasó
por fin junto a mí y sentí que el corazón me latía con fuerza, no por temor, sino por
el afecto que sentí hacia él […] Me preguntó el nombre y el apellido […] y después
me dijo:
- ¿Quieres venir conmigo? Seremos siempre buenos amigos hasta
que podemos ir al Paraíso. ¿Estás contento? Y yo respondí: ¡Oh Sí
Señor!

- ¿Y este que está contigo es tu hermano?


-Sí, señor -respondí.
-Bueno, también vendrá él.»

Algo especial debía de tener Don Bosco si aquel muchachito de nombre


Pedro Enria sostiene que «… se hacía querer aun antes de hablar». Algo
especial en su mirada, en su sonrisa, en los ojos, en su modo de actuar. Y
además «… el aire sonriente y lleno de bondad», aquella serenidad en
su actitud, sostenida por la fe y la paz interior, por la certeza de que el
Señor estaba con él, transmitía a los muchachos mucha seguridad. El
interés de Don Bosco lo tiene por cada uno de aquellos huérfanos. A cada
uno le pregunta su nombre y apellido. Es un afecto personalizado, no
genérico. Y va enseguida al grano: de cada muchacho se informa sobre
el estado de su salud espiritual. Si va a la catequesis, a la Comunión, al
sacramento de la Reconciliación. Y después, la invitación: «¿Quieres venir
conmigo?». Don Bosco no promete dinero, éxito o notoriedad. Asegura su
amistad y la salvación del alma.
Sentirse amados
«Pocos días después de aquel encuentro, nos llevaron a los dos al
Oratorio —sigue el relato de Pedro Enria—. Yo tenía 13 años y mi
hermano 11. Mi madre había muerto de cólera y mi padre estaba muy
grave con la misma enfermedad. En aquella ocasión Don Bosco recibió
en el Oratorio a unos cincuenta pobres huérfanos. Desde aquel momento
yo ya me quedé en el Oratorio de Don Bosco, donde él y su madre me
acogieron con amor.»
En los testimonios de los muchachos de Don Bosco se lee con frecuencia
la palabra «amor», referida al modo con que aquel sacerdote les acogía,
dialogaba con ellos y se interesaba por su crecimiento físico y espiritual.
Pero su amor es exigente. «Al entrar en el Oratorio fuimos bien acogidos
por Don Bosco y su amorosa madre. Don Bosco me dijo: “Acuérdate
Enria, de que siempre seremos amigos, pero para serlo hace falta que
seas siempre bueno y virtuoso” […]. Don Bosco era para todos, un
verdadero padre. Junto a él éramos felices […]. A veces, hablando
confidencialmente, nos contaba sueños que tenía de noche.»
Desde que entran, Don Bosco acoge a los muchachos de modo que se
sienten hijos de aquel único padre, es decir, se sienten «amados». A ellos
se confía, como hace un padre con sus hijos.
Y como un verdadero padre, no ahorra entrega: «Don Bosco trabajaba
para nosotros —sigue recordando Enria—. Por la mañana era siempre el
primero en estar en la iglesia. En 1854 el invierno fue rigidísimo. La iglesia
estaba tan fría que, a veces, mientras decía Misa […] tenía las manos tan
heladas que no podía sostener con ellas el cáliz. Y, sin embargo, Don
Bosco nunca se quejó, estaba siempre alegre y contento, pensaba más
en nosotros que en sí mismo; cuántas fatigas debía soportar por nosotros
y cuántas humillaciones porque la mayor parte de las veces cuando
tocaba la campanilla de las casas de los ricos para pedir una ayuda
para sus jóvenes, le despedían con palabras humillantes e injuriosas […].
Don Bosco siguió aceptando más jóvenes en el Oratorio. Recuerdo que
su madre a veces le gritaba: “Tú acoges a demasiados jóvenes. ¿Dónde
los pones a dormir si no hay sitio? No tenemos camas para que duerman,
están sin mantas. ¿Y cómo les damos de comer si no tenemos nada?”. Mi
hermano y yo dormimos en el suelo sobre unas cuantas hojas de esas y
una sola manta para los dos y nada más. Y, sin embargo, estábamos
contentos como si durmiésemos en el más blando de los lechos».
Sentirse queridos ayuda a superar cualquier dificultad.
31 de enero de 1888: Don Bosco muere al amanecer. Junto a su lecho hay
un salesiano de 47 años, Pedro Enria.
Reflexión - El cariño
«Desde aquel momento yo ya me quedé en el Oratorio de Don Bosco,
donde él y su madre me acogieron con amor.» En todo el relato del
encuentro entre Pedro Enria y Don Bosco aparece, en las palabras de sus
protagonistas y en su comportamiento, una actitud de afecto. En el
método educativo ideado y puesto en práctica por Don Bosco, el cariño
a los muchachos y a los jóvenes es amor mostrado, afecto manifestado
con hechos, claramente perceptible. El cariño es un abanico de
capacidades, relaciones, actitudes y comportamientos entre personas;
amabilidad hecha de gestos, miradas, signos, sonrisas, palabras, ayudas,
sentimientos y disponibilidad que crean entre el educador y el
muchacho simpatía, afecto y comprensión, y que demuestran interés
por la vida del otro. El educador, con las palabras y, sobre todo, con los
hechos, debe tratar de hacer entender al muchacho que las atenciones
hacia él se orientan sólo en su ventaja espiritual y material.
El amor es fundamental en la relación educativa que Don Bosco quiso
crear con los muchachos. Pero no basta. Los muchachos no deben sólo
ser amados, sino que deben entender, percibir, darse cuenta de que lo
son. Y esta evidencia aporta un beneficio a los jóvenes sobre todo si se
sienten amados en las cosas que les interesan, en sus inclinaciones, en lo
que les entusiasma.
Al sentirse amados, los jóvenes se interesan y se muestran disponibles
para compartir y vivir lo que el educador les propone (estudios, disciplina,
deberes, vida moral, etc.)
Escrutinio personal
Cómo EDUCADOR salesiano reflexiono:
¿Cuáles epidemias enfrentan nuestros jóvenes hoy día? ¿Qué
consecuencias de esas epidemias podemos enumerar? ¿Cómo
reaccionamos ente esas epidemias? ¿Cuál es nuestro papel como
educadores salesianos ante la realidad que golpea a nuestra sociedad
hoy?
¿Cuál fue mi primer encuentro con Don Bosco? ¿Quién me presentó a
Don Bosco y su carisma? ¿Cómo me invitó a “ir con él”? ¿Por qué me
he quedado con Don Bosco?
¿Cómo expreso el afecto a los niños/jóvenes de mi grupo? A mi
criterio… ¿Qué imagen o impresión tienen los miembros de mi grupo
sobre mí? ¿Cuál es la cualidad o característica de Don Bosco que
transmito con mayor frecuencia a los jóvenes/niños con los que
comparto?

Bibliografía
Boletín Salesiano Centroamérica (2013) Mamá Margarita: modelo de educadora salesiana,
202, (10) https://issuu.com/mpdg/docs/bs202_press

Peraza Fernando (1999) Seis escritos de Don Bosco sobre el Sistema Preventivo. Centro
Regional de Formación Permanente. Quito, Ecuador

Ruso Claudio (2007) Don Bosco encuentra a los jóvenes. Editorial CCSS. Madrid
España.

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