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Las clases se definen por el sitio que ocupan en la economía social y, sobre todo, con
relación a los medios de producción. En las naciones civilizadas, la ley fija las relaciones de
propiedad. La nacionalización del suelo, de los medios de producción, de los transportes y
de los cambios, así como el monopolio del comercio exterior, forman las bases de la
sociedad soviética. Para nosotros, esta adquisición de la revolución proletaria define a la
URSS como un Estado proletario.
Las tentativas de presentar a la burocracia soviética como una clase "capitalista de Estado",
no resiste crítica. La burocracia no tiene títulos ni acciones. Se recluta, se completa y se
renueva gracias a una jerarquía administrativa, sin tener derechos particulares en materia de
propiedad. El funcionario no puede transmitir a sus herederos su derecho de explotación del
Estado. Los privilegios de la burocracia son abusos. Oculta sus privilegios y finge no existir
como grupo social. Su apropiación de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho
de parasitismo social. Todo esto hace la situación de los dirigentes soviéticos altamente
contradictoria, equívoca e indigna, a pesar de la plenitud de poder y de la cortina de humo
de las adulaciones.
Para comprender mejor el carácter social de la URSS de hoy, formulemos dos hipótesis
para el futuro. Supongamos que la burocracia soviética es arrojada del poder por un partido
revolucionario que tenga todas las cualidades del viejo partido bolchevique; y que, además,
esté enriquecido con la experiencia mundial de los últimos tiempos. Este partido
comenzaría por restablecer la democracia en los sindicatos y en los soviets. Podría y
debería restablecer la libertad de los partidos soviéticos. Con las masas, a la cabeza de las
masas, procedería a una limpieza implacable de los servicios del Estado; aboliría los
grados, las condecoraciones, los privilegios, y restringiría la desigualdad en la retribución
del trabajo, en la medida que lo permitieran la economía y el Estado. Daría a la juventud la
posibilidad de pensar libremente, de aprender, de criticar, en una palabra, de formarse.
Introduciría profundas modificaciones en el reparto de la renta nacional, conforme a la
voluntad de las masas obreros y campesinas. No tendría que recurrir a medidas
revolucionarias en materia de propiedad. Continuaría y ahondaría la experiencia de la
economía planificada. Después de la revolución política, después de la caída de la
burocracia, el proletariado realizaría en la economía importantísimas reformas sin que
necesitara una nueva revolución social.
Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría
no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios
del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también
se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos
gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer
la propiedad privada de los medios de producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de
formar granjeros fuertes a partir de granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses
fuertes en cooperativas de producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas.
En la industria, la desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y
las de alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el
poder y las "corporaciones", es decir, los capitanes de la industria soviética, sus propietarios
potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la
burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se
vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una
verdadera revolución y no una simple reforma.
Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan
hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos
serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos.
Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos
que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. En nuestro
análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una formación social sin
precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que perseguimos no es dar
una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las fases del
fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las reaccionarias, revelar su
interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta
previsión un punto de apoyo para la acción.