El socialismo y el Estado
El régimen transitorio
¿Es cierto, como lo afirman las autoridades oficiales, que el socialismo
ya se ha realizado en la URSS? Si la respuesta es negativa, ¿puede decirse
cuanto menos que los éxitos obtenidos garantizan la realización del socialis-
mo en las fronteras nacionales, independientemente del curso de los acon-
tecimientos en el resto del mundo? La apreciación crítica precedente de los
principales índices de la economía soviética debe darnos el punto de partida
para una respuesta correcta, pero vamos a requerir también ciertos puntos
de referencia teóricos preliminares.
El marxismo considera el desarrollo de la técnica como el resorte princi-
pal del progreso, y construye el programa comunista sobre la dinámica de las
fuerzas productivas. Suponiendo que una catástrofe cósmica destruyera en
un futuro más o menos próximo nuestro planeta, tendríamos, por supuesto,
que renunciar a la perspectiva del comunismo como a muchas otras cosas.
Fuera de este peligro todavía problemático, no tenemos la menor razón
científica para fijar de antemano cualquier límite a nuestras posibilidades
técnicas, industriales y culturales. El marxismo está colmado del optimismo
del progreso y esto basta, por cierto, para oponerlo irreductiblemente a la
religión.
La base material del comunismo deberá consistir en un desarrollo tan
alto del poder económico del hombre que el trabajo productivo, al dejar de
ser una carga, no necesite de ningún estímulo, y que el reparto de los bienes,
en constante abundancia, no exija –como no lo hace actualmente en una
familia acomodada o en una pensión “decente”– más control que el de la
educación, el hábito, la opinión pública. Hablando francamente, es necesaria
una gran dosis de estupidez para considerar como “utópica” una perspectiva
a fin de cuentas tan modesta.
El capitalismo prepara las condiciones y las fuerzas de la revolución social:
la técnica, la ciencia y el proletariado. Sin embargo, la sociedad comunista
no puede reemplazar inmediatamente a la burguesa; la herencia cultural y
material del pasado es demasiado insuficiente para ello. En sus comienzos,
el Estado obrero aún no puede permitir a cada uno “trabajar según su capa-
cidad”, o en otras palabras, todo lo que pueda y quiera; ni recompensar a
cada uno “según sus necesidades”, independientemente del trabajo realiza-
do. El interés del crecimiento de las fuerzas productivas obliga a recurrir a
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las normas habituales del pago de los salarios, es decir, al reparto de bienes
de acuerdo a la cantidad y la calidad del trabajo individual.
Marx llamaba a esta primera etapa de la nueva sociedad “la etapa infe-
rior del comunismo”, a diferencia de la etapa superior en la que desaparece,
al mismo tiempo que el último espectro de la necesidad, la desigualdad
material. En este sentido, el socialismo y el comunismo se contrastan
con frecuencia como las etapas más baja y más alta de la nueva sociedad.
“Naturalmente que aún no hemos llegado al comunismo completo, –dice la
actual doctrina soviética oficial–, pero ya hemos realizado el socialismo, es
decir, la etapa inferior del comunismo”. E invoca, en apoyo de esta tesis, la
supremacía de los trusts de Estado en la industria, de las granjas colectivas
en la agricultura, de las empresas estatizadas y cooperativas en el comer-
cio. A primera vista, la concordancia es completa con el esquema a priori
–y por tanto, hipotético– de Marx. Sin embargo, desde el punto de vista
del marxismo, el problema no se agota en la consideración de las formas de
propiedad, independientemente de la productividad del trabajo obtenida.
En todo caso, Marx entendía por “etapa inferior del comunismo” la de una
sociedad cuyo desarrollo económico fuera, desde un principio, superior a la
del capitalismo más avanzado. En teoría, esta manera de plantear el proble-
ma es irreprochable, pues el comunismo, considerado a escala mundial, cons-
tituye, aun en su etapa inicial, en su punto de partida, un nivel de desarrollo
mayor al de la sociedad burguesa. Marx esperaba, por otra parte, que los
franceses comenzaran la revolución socialista, que los alemanes la continua-
ran y que la terminaran los ingleses. En cuanto a los rusos, quedaban en
la lejana retaguardia. La realidad fue distinta. Tratar, por tanto, de aplicar
mecánicamente la concepción histórica universal de Marx al caso particular
de la URSS en la fase actual de su desarrollo, es caer inmediatamente en
contradicciones sin remedio.
Rusia no era el eslabón más fuerte, sino el más débil del capitalismo.
La URSS actual no sobrepasa el nivel de la economía mundial; no hace
más que tratar de alcanzar a los países capitalistas. Si la sociedad que debía
formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los
países más avanzados del capitalismo de su época, representaba para Marx
la “etapa inferior del comunismo”, esta definición no se aplica evidentemente
a la URSS, que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto
a técnica, cultura y a las buenas cosas de la vida, que los países capitalis-
tas. Sería más exacto, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas
sus contradicciones, no un régimen socialista, sino un régimen preparatorio o
de transición del capitalismo al socialismo.
Esta preocupación por una justa terminología no implica ninguna pedan-
tería. La fuerza y la estabilidad de los regímenes se miden, en último análisis,
por la productividad relativa del trabajo. Una economía socialista poseyendo
una técnica superior a la capitalista, tendría asegurado realmente un desarrollo
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Programa y realidad
Siguiendo a Marx y Engels, Lenin vio el primer rasgo distintivo de la
revolución proletaria en que al expropiar a los explotadores suprime la nece-
sidad de un aparato burocrático que domine a la sociedad y, sobre todo, de
la policía y del ejército permanente.
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18 Lenin, V.I., El Estado y la Revolución. La teoría marxista del Estado y las tareas del pro-
letariado en la revolución, Obras Selectas, op. cit, p. 140. Subrayado por L.T.
19 Ibídem.
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20 Karl Eugen Dühring (1833-1921): filósofo y economista alemán. Pensaba en re-
formar la sociedad sobre la base de una filosofía, una forma de positivismo materialista,
un intento de mediación y síntesis entre socialismo y liberalismo. La diferencia esencial
con el marxismo radica en la importancia que concede al individuo y en el rechazo a la
revolución. Entre 1877-78, Friedrich Engels escribe La subversión de la ciencia por el señor
Eugen Dühring, más conocido como Anti-Dühring, citado aquí por Trotsky.
21 Cotejada con la versión Frederick Engels, Anti-Dühring. Herr Eugen Dühring’s
Revolution in Science, Progress Publishers, 1947, disponible en www.marxists.org.
22 Marx, C y Engels, F. Crítica del Programa de Gotha, op. cit.
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el texto que acabamos de citar, que no fue para Marx más que una supo-
sición abstracta, un argumento por oposición, nos ofrece una clave teórica
única para abordar las dificultades absolutamente concretas y los males del
régimen soviético. Sobre el terreno histórico de la miseria, agravado por las
devastaciones de la guerra imperialista y de la guerra civil, “la lucha por la
existencia individual” lejos de desaparecer con el derrocamiento de la bur-
guesía, lejos de atenuarse en los años siguientes, revistió un encarnizamiento
sin precedentes: ¿tenemos que recordar que en dos ocasiones se produjeron
actos de canibalismo en ciertas regiones del país?
La distancia que separa a la Rusia zarista de Occidente solo se puede
apreciar verdaderamente ahora. En las condiciones más favorables, es decir,
en ausencia de convulsiones internas y de catástrofes exteriores, la URSS
necesitaría varios lustros para asimilar completamente el acervo económico
y educativo que ha sido, para los primogénitos del capitalismo, el fruto de
siglos. La aplicación de métodos socialistas para la solución de tareas presocia-
listas es la esencia misma del actual trabajo económico y cultural de la URSS.
Es cierto que la URSS sobrepasa, actualmente, por sus fuerzas producti-
vas, a los países más avanzados del tiempo de Marx. Sin embargo, en primer
lugar, en la competencia histórica de dos regímenes, no se trata tanto de
niveles absolutos como de niveles relativos: la economía soviética se opone
al capitalismo de Hitler, de Baldwin* y de Roosevelt*, no al de Bismarck,
Palmerston y Abraham Lincoln. En segundo lugar, la amplitud misma de
las necesidades del hombre se modifica radicalmente con el crecimiento
de la técnica mundial: los contemporáneos de Marx no conocían el automó-
vil, ni la radio, ni el cine, ni el avión. Una sociedad socialista sería inconcebi-
ble en nuestros tiempos sin el libre uso de todos esos bienes.
“La etapa inferior del comunismo”, para emplear el término de Marx,
comienza en el nivel más avanzado al que ha llegado el capitalismo, y el
verdadero programa del próximo plan quinquenal soviético consiste, sin
embargo, en “alcanzar a Europa y Estados Unidos”. Para la creación de
una red de carreteras y de autopistas en los espacios inconmensurables
de la URSS se requerirá mucho más tiempo y dinero que para importar de
Estados Unidos fábricas de automóviles listas o incluso para adquirir su téc-
nica. ¿Cuántos años se necesitarán para dar a todo ciudadano la posibilidad
de usar un automóvil en cualquier dirección que elija, sin dificultades para
obtener combustible? En la sociedad bárbara, el peatón y el caballero forma-
ban dos clases. El automóvil no diferencia menos a la sociedad que el caballo
de silla. Mientras que el modesto “Ford” continúe siendo el privilegio de una
minoría, todas las relaciones y todos los hábitos propios de la sociedad bur-
guesa siguen en pie. Con ellos subsiste el Estado, guardián de la desigualdad.
Partiendo únicamente de la teoría marxista de la dictadura del prole-
tariado, Lenin no tuvo éxito, como ya se dijo, ni en su obra capital sobre
el problema (El Estado y la Revolución), ni en el programa del Partido, en la
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26 Escrito antes de la detención de Karl Radek en agosto de 1936, acusado de una
conspiración terrorista contra los dirigentes soviéticos [Nota de Max Eastman].
27 Citado en Trotsky, “Los fundamentos del socialismo. Un tonto habla sobre un
tema serio” de mayo de 1932, publicado en Escritos de León Trotsky (1929-1940), op. cit.
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