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La clonación terapéutica y sus

implicaciones éticas
Gonzalo Herranz.
Departamento de Humanidades Biomédicas, Universidad de Navarra.
Intervención en Encuentros Interdisciplinares, IESE.
Madrid, 22 de febrero de 2001.

Después de lo dicho por el Dr. Montuenga, un asunto está claro: las células
madres obtenidas de los organismos adultos parecen tan prometedoras como las
que pudieran obtenerse de embriones y de embriones clonados. Y, además, están
libres de los graves problemas éticos en los que se incurre al producir embriones
clonados y al tener que destruirlos para cosechar de ellos células madre.

La refutación ética de la clonación terapéutica es sencilla.

Se basa en argumentos consecuencialistas-utilitaristas (es tecnológicamente más


complicada, económicamente más cara, e inferior en promesas a la alternativa de
células madre no embrionarias, y está destinada en exclusiva y sin remedio al
individuo que donó el núcleo), y

Se basa también en argumentos deontológicos (la clonación terapéutica es


rechazable por no respetar a seres humanos: exige crear con destreza y mucho
artificio embriones humanos destinados a ser sacrificados para beneficio de otros,
convirtiendo a unos seres humanos en medios que sirven a los fines de otros;
degrada la debilidad, abusando de ella; es posesiva, no respetuosa; rompe las
normas de la experimentación biomédica, pues no busca las alternativas más
respetuosas de la dignidad de los sujetos de investigación).
Se apoya, finalmente, en argumentos ontológicos. Un embrión clonado no se
transmuta en su esencia, no es una cosa u otra distinta, por el hecho de dirigirlo a
la reproducción o a la producción de células madre.

Por sentido común y por respeto a los embriones humanos, la clonación


terapéutica debería ser abandonada.

Dicho lo cual, cabe hacer dos cosas: Una es abrir inmediatamente un debate
sobre las afirmaciones precedentes. La otra es confesar que lo verdaderamente
importante está ya dicho y llenar el tiempo para justificar el viaje contando una
historia que me parece que puede interesar a personas que se dedican a los
negocios y a quienes les importa la ética de los negocios.

Es la historia del proceso legislativo en el Reino Unido que llevó a aprobar la


experimentación sobre embriones clónicos para la obtención de células madre: en
diciembre de 2000 en la Cámara de los Comunes; en enero de 2001 en la de los
Lores. Es una historia que los medios de comunicación no han contado a fondo y
que encierra algunas enseñanzas interesantes sobre el modo en que la ética es
sacrificada en aras de la eficacia.

Cuando nació Dolly, hace ahora 4 años, el Gobierno británico se sumó al coro de
voces que clamaban que nunca se aplicarían las técnicas de clonación a los seres
humanos. Un coro de una polifonía inaudita: el Papa y Clinton, la OMS y la
AMM, el Senado USA, el Parlamento Europeo y la Dieta de Japón, el Consejo de
Europa, el Comité nacional francés y la Academia Pontificia para la Vida. Todos.
Sorprendente que en nuestro tiempo de pluralismo ético se condenara algo de
modo tan universal y tan enérgico.

Aunque unos meses después, en junio de 1997, ya habían empezado a sonar


voces discordantes, el Ministro de Salud británico declaró: “la clonación
deliberada de seres humanos es éticamente inaceptable”.
Pero, curiosamente, tres años y medio más tarde, en agosto de 2000, el gobierno
británico tomó la iniciativa de enmendar la Ley de 1990 (la Human Fertility and
Embriology Act) para que se permitiera la clonación de embriones y la
experimentación sobre ellos en sus primeras fases de desarrollo. Pero
curiosamente no pidió al Parlamento, con palabras claras e inequívocas, que
permitiera la clonación humana con fines terapéuticos: instó al Parlamento a que
simplemente ampliara la lista de áreas en que se puede autorizar la
experimentación sobre embriones, añadiéndole a las cinco ya existentes dos
nuevas: “la investigación sobre embriones creados por transferencia nuclear para
aumentar nuestros conocimientos sobre las enfermedades humanas y el modo de
curarlas mediante tratamiento con células madre” y “la investigación para
desarrollar tratamientos para las enfermedades mitocondriales”.

Las dos cámaras, ya lo sabemos, aprobaron por notable mayoría las enmiendas
recomendadas por el Gobierno.

¿Qué pasó para que cambiara tan fuertemente la actitud del Gobierno británico?
Una cosa que no ignoraba es que se había detectado un rechazo, fuerte y notorio,
de la clonación entre la ciudadanía británica. El Wellcome Trust había hecho una
encuesta, muy original y bien diseñada, en 1998: Opiniones del público sobre
Clonación humana. Concluyó: “1. No hay virtualmente apoyo alguno en el Reino
Unido a la clonación humana reproductiva. 2. Mucha gente está también muy
preocupada por los usos terapéuticos de la clonación y no se fía de la capacidad
de los científicos para marcarse reglas. 3. A la gente le gustaría que los
científicos produjeran células muy útiles y órganos o tejidos para curar
enfermedades, pero se siente infeliz sobre el modo en que hay que usar los
embriones para ese fin”.

Estando la gente en contra, ¿por qué el Gobierno fue contra el parecer del
pueblo?
(Entre paréntesis: también la gente en Estados Unidos está contra todas las
formas de clonación, incluida la llamada terapéutica. Una encuesta de
Time/CNN, cuyos resultados fueron difundidos por Reuters el 12 de febrero de
2001, indica que el 72 por ciento de los encuestados “piensan que la clonación no
está justificada para producir órganos que salven la vida de otros”; el 80 por
ciento se oponían a la clonación con fines reproductivos. Muchos de los
interrogados citaron sus creencias religiosas como factor decisivo para su
oposición.)

Es una historia muy interesante y algo complicada.

Como siempre que hay un problema, el Gobierno encargó a un Comité que


preparara un documento para debate público. Creó para ello en 1998, el Grupo de
Trabajo sobre Clonación, un grupo de cuatro personas muy interesadas en
clonación y en sus posibles beneficios, que formaban parte de la HFEA y del
HGAC [Anne McLaren (Wellcome/CRC), George Poste (SK Beecham), el Rev.
Polkinghorne (de fama por su opinión sobre el uso de tejido fetal y miembro del
HGAC) y Christine Gosden (de la HFEA)]. A final de año, el Grupo había
producido el Informe “Clonación: problemas en reproducción, ciencia y
medicina”.

Su conclusión era de esperar dada la orientación ideológica y profesional de los


componentes del Grupo: recomendaba al Gobierno que se autorizara la
investigación sobre embriones para diseñar procedimientos para reconstituir
órganos y tejidos dañados y para tratar enfermedades mitocondriales.

Curiosamente, el documento encargado por el Gobierno con el propósito de


“estimular un debate social, amplio e informado”, no se presentó al público
general, sino que se hizo llegar sólo a organizaciones científicas, legales y
clínicas y a especialistas con intereses éticos.
El pueblo quedaba excluido: en el Grupo de Trabajo no había gente
representativa de las diferentes tradiciones éticas. El Informe quedó en manos de
expertos. El carácter elitista del grupo se mostraba en la recomendación que hacía
al gobierno: “Deseamos colaborar en la necesaria tarea de disipar la desconfianza
que pueda existir entre el público y participar en una tarea de educación que
ayude a superar miedos irracionales y para crear confianza en las aplicaciones de
la ciencia”.

Lo más curioso de este informe es que fue encargado al Grupo no por el Ministro
de Salud, sino por el de Comercio e Industria. Lo que significa que ya entonces
los intereses comerciales e industriales de la clonación prevalecían sobre las
consideraciones científicas, legales, clínicas o sociales. No se puede olvidar que
para entonces Geron Co. se había hecho con el control de la PPL y del Roslin
Institute de Edimburgo, el centro donde se había clonado Dolly.

Según se justificó más tarde, el documento permaneció discretamente dormido y


no se le dio la difusión para la que estaba previsto, porque en ese momento ardía
en el Reino Unido la crisis de los alimentos modificados genéticamente. En enero
de 1999, la desconfianza en la biotecnología se hizo muy fuerte. El horno no
estaba para bollos. Y era realista pensar que el rechazo de la soja modificada y de
la comercialización de alimentos transgénicos sin marcar pudiera extenderse a la
industria biotecnológica. Los industriales pidieron cautela al Gobierno y de la
clonación apenas se volvió a hablar hasta muy avanzado el año 99.

A la espera de que mejorara el clima, el Gobierno creó un nuevo comité,


presidido por el Dr. Liam Donaldson, Chief Medical Officer, el hombre que
había resuelto la crisis de los alimentos genéticamente modificados. De nuevo, el
Grupo era un grupo de expertos: estaba compuesto por 12 profesionales de la
medicina y la genética, un jurista y un profesor de ética médica.

Con el año 2000, vino el cambio de milenio y un tiempo de predicciones y


promesas, de embriaguez cientifista y de milenarismo optimista. Fue el tiempo de
hablar incansablemente de los descubrimientos sensacionales: de genoma y de
células madre y de la ola de salud y de curación que traerán consigo. La gente fue
trabajada para que creyeran a pie juntillas en que pronto, gracias al Proyecto
Genoma y a las células madre embrionarias, serían vencidos los azotes de la
sociedad avanzada, las terribles enfermedades degenerativas del sistema nervioso
(la enfermedad de Alzheimer, la de Parkinson, la esclerosis múltiple), el cáncer,
la apoplejía, la cirrosis, la diabetes.

Ese fue el tema predilecto del Informe Donaldson. Curiosamente el Informe fue
enviado al Departamento de Salud, que lo publicó bajo el título “Investigación
sobre células madre: progreso médico con responsabilidad”, Un informe del
Grupo de Expertos del CMO que examina las posibilidades del desarrollo de la
investigación sobre células madre y la transferencia nuclear para beneficio de la
salud humana.

Ya no se habla de clonación: solo del nuevo tecnicismo de transferencia nuclear.


La conclusión principal del Informe era muy precisa y finalizada en clave
utilitarista: las ventajas potenciales de la creación de embriones y su cultivo para
obtener células para usos clínicos superan con creces cualesquiera escrúpulos
morales o éticos que alguna gente pueda expresar.

El documento se hizo público en agosto de 2000 y con mucha gente de


vacaciones. Y, a pesar de ser un periodo poco propicio a la actividad política, el
Gobierno aceptó inmediatamente las recomendaciones y conclusiones del
Informe Donaldson y envió el 16 de agosto al Parlamento el borrador de la Ley
para que se discutiera lo antes posible. Dejaba bien claro que a los miembros del
Parlamento se les dejaba la más plena libertad de voto.

Todo fue muy deprisa y en un momento poco propicio para el debate a fondo.
Los miembros del Parlamento, aunque tenían libertad de voto, tuvieron poco
tiempo y pocas posibilidades para estudiar y contrastar el proyecto de ley.
En primer lugar, para ver si era necesaria. El Informe Donaldson decía
claramente que “Las investigaciones para crear embriones por transferencia
nuclear no están prohibidas por la ley de 1990. Lo único que se necesita para que
la clonación sea legal en el Reino Unido es que la HFEA conceda la autorización
a quien la solicite”. Y, curiosamente, la HFEA había dicho en 1998 que no tenía
inconveniente en conceder esa autorización. La nueva Ley no hacía falta. Y la
Ley de 1990 había declarado que era delito la clonación reproductiva. Pero la
clonación toda, la terapéutica era impopular: aprobarla con ese nombre hubiera
sido un desacierto político. Había que hacerlo políticamente correcto, cambiando
el nombre.

La encuesta de Wellcome había dicho que el lenguaje que se escoge cuando se


habla de investigación científica ejerce una gran influencia en el modo como la
gente responde a las preguntas. Así, por ejemplo, es mucho más apropiado hablar
de terapia génica que de ingeniería genética o de investigación genética. Terapia
génica suena más “amistosa”.

El primer documento del Gobierno hablaba de clonación (reproductiva y


terapéutica). Claramente la diferencia, lo dicen las palabras, no está en clonar,
sino en el destino que se da a los embriones clonados. Pero la acción de clonar es
la misma: unos usos de ella se declaran aborrecibles y otros benéficos: los
adjetivos están cargados de tonos éticos, porque ¿quién podrá oponerse a tratar
enfermedades terribles, a proporcionar beneficios? Pero de la Encuesta de
Wellcome se sacó una conclusión: mejor no hablar de clonación. Lo importante
es que los medios persuadan a la gente que obtener preciosas células madre bien
vale destruir unos acúmulos especiales de células que llamamos embriones. Y
que superar la posibilidad de rechazo de las células madre trasplantadas bien vale
utilizar la tecnología de transferencia nuclear. Todavía harán falta uno o dos
años, para que clonación terapéutica desaparezca de la circulación como un
arcaísmo innombrable. Porque, como dijo el Informe de 1998, el del Grupo de
Trabajo sobre Clonación, “Está claro que el término ‘clonación’ es palabra
estigmatizada para muchos por la asociación de ideas inevitable con lo que se
cuenta en ‘Un Mundo Feliz’”.
En este contexto, se ha evitado cada vez más, hablar de clonación. Los científicos
interesados en la objetividad hablan de transferencia nuclear somática. Los que se
interesan más por la eficiencia prefieren hablar de cultivos celulares dirigidos, de
cultivos de células especializadas. Es lo que había pasado con el término ya en
desuso de pre-embrión, o con complejo-celular no más grande que una cabeza de
alfiler. Y es lo que ha pasado con el aborto y la IVE, la microaspiración o la
regulación menstrual, o lo que está pasando con la eutanasia y muerte digna,
liberación compasiva, abandono benigno, terapia eutanásica, sobredosis prescrita
conforme a la ley, y otras. Es lo denunciado por Chesterton: al rico que roba se le
diagnostica compasivamente de cleptómano; al pobre basta con llamarle chucero.

Para terminar, ¿por qué tanta prisa? Muchos miembros del Parlamento se
quejaron de que no les dejaran tiempo, que no se creara un Comité parlamentario.
En los discursos de las dos Cámaras -demasiada información en Internet del
Hansard- hubo mucha retórica: no podemos prolongar ni un día más el
sufrimiento de miles de pacientes, el sufrimiento de quienes cuidan de los
enfermos. No podemos colaborar con los oscurantistas. etc.

Pero el debate británico tuvo un tono insistente: era necesaria la Ley para colocar
al Reino Unido a la cabeza de la tecnología de células madre. Estados Unidos se
nos está adelantando. Si el parlamento aprueba la Ley UK volverá a la cabeza de
la carrera. Lo estuvo con Wilmut y Dolly. La carrera no es sólo contra la
enfermedad: es contra los competidores. Las patentes aquí valdrán años de
abundancia. UK ha de ponerse al frente de la investigación de la medicina
regenerativa. “No estamos debatiendo si se puede o no aceptar la investigación
sobre células madre embrionarias. Nos guste o no, la investigación se está
haciendo ya en USA. La industria médica es internacional. La cuestión no es si
tanto si queremos o no luchar contra algunas enfermedades, sino si estamos
dispuestos a tomar las decisiones, a hacer los sacrificios éticos y morales que
fomenten esta investigación aquí. No tenemos que equilibrar los argumentos
éticos a favor de investigar con embriones frente a los riesgos morales de
explotar y destruir embriones. Hemos de decidir si explotar y destruir embriones
vale más o menos que nuestra industria biotecnológica se nos vaya de casa, vale
más o menos que la podamos retener con nosotros. Hemos de hacer algunas
cosas que no nos gustan mucho, pero no podemos dejarla escapar. La cuestión
definitiva es si deseamos o no aprobar ese tipo de investigación a fin de poder
competir sin desventaja en el campo de la biotecnología”.

La vista de los parlamentarios no se fijó, al final del debate, en los embriones


clónicos, ni siquiera en la ética de la transferencia nuclear. El debate respondió a
imperativos de competitividad industrial. Curiosamente la propuesta de Ley fue
confiada, otra y por segunda vez, al Ministerio de Comercio e Industria, no al de
Sanidad.

Todo esto plantea cuestiones muy hondas, que revelan lo perenne del mensaje
cristiano de cuáles son los límites del señorío del hombre sobre el mundo. Juan
Pablo II lo señaló en unas palabras memorables, pero que se recuerdan
demasiado poco, que está en Redemptor hominis, 16. “El sentido esencial del
dominio del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como tarea por el
mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el
primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la
materia.

Y, para terminar, quiero añadir que este asunto no concierne sólo a los británicos.
Se nos viene encima. Tengo noticias de que el nuevo Ministerio de Tecnología e
Investigación quiere asumir el liderazgo de Biotecnología y que quiere absorber
la CNRHA, decidir sobre lo que se hace con los embriones sobrantes. Y puestos
a competir, si cambiaremos la ley para clonar, o como dice el creador de la ley
para producir nucleóvulos, el neologismo Made in Spain para embrión clonado.

https://www.unav.edu/web/unidad-de-humanidades-y-etica-medica/material-de-bioetica/
conferencias-sobre-etica-medica-de-gonzalo-herranz/la-clonacion-terapeutica-y-sus-
implicaciones-eticas#gsc.tab=0

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