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SÍNTESIS TEOLÓGICA

CURSO: 5º
TEMA 17: La Asunción de María

TEMA 17: LA ASUNCIÓN DE MARÍA

SUMARIO

I. INTRODUCCIÓN

II. FUNDAMENTO BÍBLICO

1. La Virgen María en la historia de la salvación

2. Argumentos de la Escritura en la bula

3. La Maternidad de María

4. La virginidad de María

III. CONTENIDO DE LA DEFINICIÓN

1. Concepto de la palabra dogma

2. Significado teológico del dogma

3. La definición del dogma de la Asunción de María

4. Reflexión sistemática

IV. RELACIÓN CON CIERTAS TEORÍAS ESCATOLÓGICAS

CONTEMPORÁNEAS

1. Planteamiento del problema

2. Intento de solución

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TEMA 17: La Asunción de María

I. INTRODUCCIÓN
Muy pronto en la Iglesia surgió la necesidad de reflexionar sobre el destino final de
María; descubrir en qué acabó toda su historia y cómo cumplió Dios en ella sus promesas. Y
al mismo tiempo se percibía la necesidad de explicar qué tipo de presencia mantenía ella en
la comunidad de fe, qué función le cabía ahora, cuando ya estaba totalmente sumida en el
misterio del Dios de la resurrección.
Las afirmaciones del magisterio de la Iglesia, en un ejercicio solemne a propósito de la
Virgen María, deben ser siempre situadas en el misterio de Cristo y en el plan de salvación
de Dios ordenado a la edificación y redención de los hombres. Por ello nunca pueden ser
conocidos como simples o puros privilegios individuales de María al margen de Cristo, a
cuyo servicio vivió; o al margen de la Iglesia, que ella inicia como madre de Cristo y
“proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo
y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica,
instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad
filial1”.
En María hay algo radicalmente peculiar e incomparable, en la medida en que su
predestinación a ser Madre del Verbo Encarnado y Redentor, con una maternidad que era a
la vez asociación a su hacer redentivo durante su vida histórica y durante la duración de la
comunidad humana, significaba su cualificación proporcional a tal misión. Dios no piensa a
los hombres uniformemente sino con una diferencia, que viene exigida por la distinta misión
que al servicio de todos cada uno cumple. El misterio de Dios a María es de la Encarnación
del Verbo, que preparado en el Antiguo Testamento, se realiza en el seno María,
manifestándose a lo largo de toda la vida histórica de Jesús y se continúa por el Espíritu en
la Iglesia2.
Ninguno de estos dos dogmas está explícitamente contenido en la Sagrada Escritura, de
forma que puede ser deducido con evidencia por un razonamiento verbal. Hay que acudir a
lo que son principios fundamentales de la autocomprensión católica para poder llegar a ellos:
a) Sentido de la Escritura, leída en el Espíritu Santo y en la Iglesia; b) Acción del
Espíritu Santo en la comunidad de Jesús, llevándola a la verdad en el tiempo; c) Sentido
de la fe que va haciendo descubrir el contenido de la realidad creída al confesarla,
predicarla, amarla y querer vivir conforme a ella; (el conocimiento por información
exterior tiene su complemento en el conocimiento subsiguiente al amor, a la afección
personal, a la vida orientada en una dirección, es decir en el conocimiento por
connaturalidad); d) Valor de la Tradición como suma de la experiencia de fe y palabra
apostólica; e) Autoridad de los sucesores de los apóstoles que tienen el carisma cierto de
la verdad; f) Ayuda clarificadora de los teólogos; g) Integración en la propia realización
y experiencia espiritual de los santos.

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II. FUNDAMENTO BÍBLICO


1. La Virgen María en la historia de la salvación
Aunque la figura histórica de María aparece en el Nuevo Testamento, hay tres textos
fundamentales del Antiguo Testamento en los que aparece profetizada: Gn 3,15; Is 7, 14;
Mi 5,2-3. En el primero se dice: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el
suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón”. Se trata de una enemistad y
oposición profunda, y la mujer no puede ser Eva, ya que ésta fue seducida por el pecado, sino
otra posterior, en la que se ha dado plena enemistad con el demonio debido a su plena
santidad.
En Is 7,14, en medio de especiales dificultades se dice: “El Señor mismo les dará un
signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de
Emanuel”. La iniciativa parte de Dios, pero se habla de una mujer que da a luz un hijo, que
será Emmanuel, término que sólo puede aplicarse al Mesías. El signo será una mujer joven y
virgen da a luz al Mesías: así lo entendió el Nuevo Testamento y la tradición patrística. Mi
5,2-3 “el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz”, simplemente hace una
referencia al texto anterior.
En los textos evangélicos, el primer es Mt 1,18-25; en él se afirma claramente la
maternidad virginal de María o, dicho de otro modo, la concepción virginal de Cristo: “Este
fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando
todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo (…) José, hijo de
David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús,
porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”. Dos hechos afirman claramente: que
Jesús es concebido virginalmente, es decir que María es madre-virginal y que Jesús tiene
características propias de Dios: sólo Dios puede salvar a su Pueblo de los pecados. Se cumple
así lo que Isaías profetizó, el mismo evangelista así nos lo hace ver citando expresamente la
profecía del Emmanuel.
En Lc 1,26-38 aparece fundamentalmente la colaboración de María con el plan de
salvación. Otro aspecto importante es que la iniciativa en la maternidad virginal de María es
de Dios: el ángel viene al encuentro de María y entra en su casa. Dios es el que se hace
presente en medio de los hombres y entra en su casa, indicando que la salvación ofrecida por
Dios y la vocación de María a ser la Madre del Redentor son dones gratuitos del Señor.
También hay que destacar el apelativo con el que el ángel se dirige a María y que indica una
de sus cualidades más importantes: “llena de gracia”. Como está en perfecto indica que la
gracia le fue concebida antes del anuncio. Este verbo solo aparece en Ef 1,3-6 con el valor
causativo y encuadrado en un contexto salvador. No podemos pasar por alto por estas
características son divinas del hijo de María: “será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin (…) El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”.
Si a esto le añadimos el saludo de Isabel “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor

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venga a visitarme?”. No hay duda que el Hijo de María es Dios: sólo Dios es el Señor y el
Hijo de Dios sólo puede ser Dios. A esto añadimos el propósito de María de permanecer
virgen: “no tengo relaciones con ningún hombre”. Es cierto que este propósito de virginidad
ha sido negado por algunos usando principalmente estos dos argumentos: a) que es
incomprensible en el ámbito judío de la época. A lo que respondemos que hoy en día se ha
encontrado casos de virginidad voluntaria. Juan Bautista, los esenios, el mismo Jesucristo,
y b) que no se compagina con el hecho de estar desposada con José. A esto hay que
responder que un matrimonio con el mutuo acuerdo de no consumarlo ofrecía la situación
jurídica externa que permitía vivir el propósito de virginidad; si no se interpreta así, no
tendría sentido la pregunta de María, pues al estar desposada podía muy bien tener un hijo de
su marido.
Finalmente, nos fijamos en la respuesta final de maría: “Hágase en mi según tu palabra”.
La “esclava del Señor” se puede entender en la línea del “Siervo de Yahveh” del profeta
Isaías que está llamado a ejercer una misión salvadora única en favor del pueblo de Dios (lo
que se cumple en Cristo). Siguiendo esta interpretación, María sería instrumento elegido por
Dios para la salvación, porque cooperará con Dios en la realización de su gesta salvadora.
“Hágase en mi según tu palabra”: La palabra en mí significa la aceptación personal de María
a la vocación a la que había sido llamada, a la que responde con un deseo pronto y alegre.
Posteriormente en la visita a Isabel y en el magníficat se advierte la conciencia de María
de las grandes obras que ha realizado Dios en ella.
En los escritos de San Juan, aparece la perspectiva de María en relación con los
discípulos. Las bodas de Caná3, que son el signo-modelo para el resto de los milagros de
Jesús, nos presentan a María con los discípulos. En este milagro Jesús da a entender que se
está produciendo el paso de la Antigua a la Nueva Alianza (agua de las purificaciones de los
judíos convertida en vino mesiánico) y en ese contexto María desempeña el papel del Israel
fiel, que quiere seguir lo que Dios ordene: “Haced lo que él os diga”. El pasaje de la Virgen
al pie de la cruz4, pone de relieve la doble misión de María, que debe considerar al discípulo
como su hijo, y la del discípulo, que debe considerarla como madre y recibirla entre sus
bienes más preciados. En ese texto, en el que se describe el nacimiento de la nueva humanidad
al pie de la cruz, es decir, el nacimiento de la Iglesia, la Virgen María tiene un puesto esencial.
El pasaje de Ap 12 nos muestra a la mujer, que representa el Israel fiel, la Iglesia, y se
puede aplicar también a María, cuyo parto doloroso no ha sido el nacimiento del Mesías, sino
el alumbramiento de su descendencia al pie de la cruz, en dicho pasaje aparece de nuevo la
figura de la serpiente opuesta a la mujer y su descendencia.
Además del relato lucano de la anunciación, Gn 3,5 el protoevangelio, se ha considerado
como una verdad escriturística que anuncia la Inmaculada Concepción de María. No obstante,
en el texto latino tiene una traducción que no se corresponde con el texto hebreo en Gn, pues
la acción de pisar la cabeza de la serpiente se refiere a su descendencia -Jesucristo- y no a

3
Jn 2,1-12
4
Jn 19,25-27
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María. En todo caso, la imagen de la Inmaculada aplastando a la serpiente se da por virtud


divina y no por la propia.
El Evangelio de San Juan también asoma en su prólogo el origen divino de Jesús y la no
participación carnal en su nacimiento. “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba
con Dios, y la Palabra era Dios”. (Jn 1,1) y más adelante dice: la cual no nació de sangre, ni
de deseo de hombre, sino que nació de Dios. El evangelista, y la tradición sucesiva de la
Iglesia, apunta al misterio de la virginidad de María, allí no hubo deseo de carne ni de hombre,
sino que el Verbo se hace hombre por la acción directa de Dios, sin intervención humana. “Y
la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”. (Jn 1,14).
El signo de la virgen que da a luz sin intervención de varón supera infinitamente los
milagros de quedar embarazadas las mujeres estériles. De Sara sale el pueblo de Israel, el
pueblo de la fe del Antiguo Testamento; de María sale el Mesías, el Verbo de Dios encarnado,
cabeza del nuevo pueblo de Dios la Iglesia.

2. Argumentos de la Escritura en la bula


Entre los años 1921 al 1940 llegaron a la Sede Romana peticiones de más de mil obispos
residenciales, sin contar las de numerosas congregaciones religiosas, congresos marianos,
innumerables fieles de todo el mundo. Antes del 1944 el 73% de las sedes episcopales
residenciales habían pedido la definición dogmática de la Asunción.
A favor y en contra: antes de la definición. Pero nos interesa conocer las razones con las
cuales fundamentaban dicha definición. Algunos creían que el dogma estaba explícitamente
revelado en la Sagrada Escritura. Otros apelaban a una tradición oral, no escrita, procedente
de los apóstoles. La mayoría, en cambio, se fundaban en la fe unánime de la Iglesia. El hecho
eclesial era más que suficiente -según ellos- para una definición dogmática. No había
unanimidad en explicar el porqué del dogma de la Asunción. Unos lo pensaban como
consecuencia del dogma de la maternidad divina, otros de la virginidad de María, otros de su
Inmaculada Concepción, otros de su función soteriológica.
Hubo teólogos católicos que se opusieron a la definición del dogma por no encontrar
motivaciones bíblicas, históricas, ni teológicas para ello. Estas y otras críticas hicieron ver
que el dogma de la Asunción no podía ser fundado:
a) por el argumento de la tumba vacía, dado que podía haber sido vaciada por otros
motivos, ni tampoco por la falta de reliquias de la Virgen;
b) por la celebración de la fiesta de la Asunción; habría que preguntarse antes si fue
legítimo comenzar a celebrar esta fiesta;
c) Tampoco vale el argumento de una tradición oral, no evangélica, porque ésta se verifica
sólo en los evangelios apócrifos, además tardíos;
d) La prueba escriturística que se aducía no parecía seria (Sal 44; 131,8; Cant 8,5);
e) Ni siquiera la referencia al «sensus fidelium» les parecía suficiente, porque hacían falta
otras comprobaciones.

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Los únicos motivos que parecían aducibles eran los argumentos de conveniencia y la
reflexión realizada a partir de la «analogía de la fe» y la evolución de los dogmas. La
argumentación más sólida era aquella que partía de una contemplación global del misterio de
María dentro del Misterio de Cristo.

3. La Maternidad de María
En el Nuevo Testamento, la maternidad de María se manifiesta explícitamente, siendo el
texto más antiguo en Gálatas donde Pablo menciona que Jesús fue nacido de mujer; Marcos
dice que Jesús fue engendrado de mujer y era hijo de Dios; en Lucas se narra el texto de la
generación de Jesús. Además, los apóstoles llaman a Jesús Señor en un sentido trascendente.
San Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito etc., ya dan fe de la maternidad de Jesús, aunque
Orígenes introduce en el lenguaje la expresión theotokos, que luego encontraremos en otros
muchos autores patrísticos como San Ambrosio, San Jerónimo, etc.
Según la fe de la Iglesia, María, Nueva Eva, asociada íntimamente al Redentor, es
asumida en cuerpo y alma a la gloria. La fe, es fundamentalmente respuesta y adhesión
confiada de nosotros hacia Dios; aceptando primero nuestra adhesión a él y luego
comprendiendo los contenidos. La Virgen María, es por tanto la realización más perfecta de
la fe. También en la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini Verbum n.º 17, el
Papa Benedicto XVI presenta a María como modelo de fe. Existe por tanto un vínculo entre
María de Nazaret y la escucha de la Palabra.

4. La virginidad de María
La virginidad de María tiene sentido en cuanto a su vocación maternal y su gracia
maternal la prepara para ser Madre de Dios, preparándola para su maternidad mística antes
que biológica. María, es la madre de Jesús no quedando más amor en ella para otros hijos
carnales. A partir de esta única maternidad, María se convierte en madre universal de todos
los hombres. La maternidad virginal de María, hace que ella sea toda de Dios y también toda
nuestra. Por tanto, María está inhabitada de forma especial por el Espíritu Santo, lo cual le
hace llevar a su plenitud la vocación.
Citas del Antiguo Testamento usadas en la declaración sin carácter de argumento.
El Papa Pío XII, reduce a tres citas del Antiguo Testamento:
Sal 132,8 “Levántate, Señor; ven a tu mansión, tú y el arca de tu alianza”,
Sal 45, 10: “Hijas de reyes le salen al encuentro, a tu derecha está la reina, adornada con
joyas y con oro de Ofir”,
Cant 3,6: “¿Quién es ésta que sube del desierto, como columna de humo, con perfume
de mirra e incienso, y toda clase de aromas preciosos?”
La mayoría de los comentaristas sólo tocan de paso estos textos del Antiguo Testamento
para decir que no son verdaderas pruebas, sino que los Santos Padres y Doctores los aplicaron
a la Asunción en sentido acomodaticio. Sí nos acercamos a comentarlos uno por uno,
podemos afirmar:
La semejanza que media entre la Virgen Asunta y el Arca de la Alianza es manifiesta. El
Arca, construida con madera incorruptible; María preservada de la corrupción del sepulcro.
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El Arca colocada solemnemente en el templo del Señor; María Asunta gloriosamente a la


Jerusalén celestial.
Tampoco hace falta esforzarse mucho para pensar en la Asunción de la Virgen cuando
vemos a la esposa del Cantar que sube del desierto, como columna de humo, como humo de
mirra e incienso y de todos los perfumes exquisitos.
De manera semejante podemos dar brillante colorido a la entrada de la Reina en su
Palacio celeste, aplicando a María la descripción que el salmista nos hace de la hija del Rey,
vestida de oro y colores diversos; detrás de ella, las vírgenes sus amigas; acompañadas de
música y júbilo, entran en el real palacio.
Unión de María con su Hijo Divino. Hasta ahora, se ha citado la Bula una serie de
pasajes utilizados por los teólogos y oradores sagrados para embellecer sus escritos y
sermones sobre la Asunción. Ahora lanza el Papa una rotunda afirmación: "todos estos
argumentos y consideraciones de los Santos Padres y teólogos tienen su último apoyo en la
Sagrada Escritura". Hasta aquí han hablado los teólogos y doctores. Ahora es el Papa mismo
quien manifiesta su pensamiento y divide el argumento en dos partes; la primera se basa en
la unión íntima de María con Jesús, en la segunda estudia a la luz de San Pablo el llamado
Protoevangelio (Gén 3.15).
Unión íntima de María con Jesús: El argumento se reduce a lo siguiente: la Sagrada
Escritura, los evangelios especialmente, nos muestran a María en unión íntima con Jesús. En
la encarnación, en el nacimiento, en la vida de Jesús en Nazaret, en su muerte en cruz, María
siempre está a su lado. Parece imposible que, después de esta vida terrena se haya separado
la Madre, aunque sólo sea en cuanto al cuerpo, de su Divino Hijo. Jesucristo pudo honrarla
preservándola de la corrupción del sepulcro; convenía que lo hiciera; quiso hacerlo; luego
hemos de creer que lo hizo.
Protoevangelio (Gén 3, 15): "Debe, sobre todo, recordarse que, ya desde el siglo II, la
Virgen María es presentada por los Santos Padres como la nueva Eva, aunque sujeta y
estrechísimamente unida al nuevo Adán, en aquella lucha contra el enemigo infernal; lucha
que, como de antemano se significa en el Protoevangelio, había de terminar en la más
absoluta victoria sobre la muerte y el pecado, que van siempre asociados entre sí en los
escritos del Apóstol de las Gentes".
La victoria es doble: del pecado y de la muerte. Si María está estrechamente unida a Jesús
en la lucha, debe estarlo también en la victoria. El triunfo de María sobre el pecado fue
completo con su Concepción Inmaculada, la victoria sobre la muerte exige la glorificación
del cuerpo, pues la corrupción del sepulcro es incompatible con la victoria plena sobre la
muerte. No bastaba, pues, la resurrección al fin de los tiempos. Era necesaria la glorificación
anticipada, la Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

III. CONTENIDO DE LA DEFINICIÓN


1. Concepto de la palabra dogma
La palabra griega dogma, desde antes de Cristo y hasta el siglo IV significaba ley, decreto,
prescripción, tanto en lo autores profanos y filosóficos como también en la versión de los
LXX Antiguo Testamento, en los escritores del Nuevo Testamento y en la primitiva literatura
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griega. Al llegar el siglo IV algunos autores como San Cirilo de Jerusalén y San Gregorio de
Nicea dan el nombre de dogma solamente para las verdades reveladas. En el siglo V este
sentido específico fue adoptado por casi todos los autores cristianos y es el que ha tenido
desde entonces y tiene ahora. Así incorporado a la literatura cristiana tanto en latín como en
las lenguas vernáculas, dogma es una verdad revelada por Dios y enseñada por el
Magisterio infalible de la Iglesia.
El dogma es una verdad que pertenece a la revelación cristiana, que ha de encontrarse por
consiguiente en la Sagrada Tradición o en la Sagrada Escritura, las que tomadas en conjunto
constituyen el depositum fidei -depósito de la fe- que contiene todas las verdades
comprendidas en la revelación cristiana. En la Virgen María, encontramos cuatro dogmas:
Madre de Dios. El dogma de la Maternidad Divina, se refiere a que la Virgen María es
Verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Éfeso (431). El
Concilio de Éfeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432). El dogma de la
Perpetua Virginidad. El Concilio de Constantinopla II (553) le otorgó a María el título
de “Virgen Perpetua”. Se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente
después del parto. El dogma de la Inmaculada Concepción, establece que María fue
concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el
8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus. Cuatro años después, la Virgen se
apareció a una niña de Lourdes (Francia) declarándole que ella era la Inmaculada
Concepción. El último dogma decretado como tal por la Iglesia fue el de la Asunción de
María. El dogma de la Asunción, promulgado por el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de
1950.

2. Significado teológico del dogma


María goza de la plenitud de la vida y de la libertad; ella puede actuar de muchas maneras
e interactuar con los seres humanos. Ella sigue realizando su labor en la historia de la
salvación de diversas maneras, sobre todo intercediendo por nosotros, orando, animándonos
al camino de la fe y protegiéndonos en el camino.
El cuerpo de María no sufrió la corrupción porque fue llevado al cielo y ella resucitó para
la vida eterna en cuerpo y alma. La discusión de si ella murió o no, o simplemente se durmió,
en realidad no es muy importante; lo que la Iglesia considera más plausible es que ella murió
y luego sin pasar mucho tiempo, resucitó en el reino de Dios. En la declaración de la bula
dogmática, Munificentissimus Deus, se evita definir esta cuestión, afirmando solamente la
asunción como tal.
La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma, guarda relación con su condición
especial de maternidad y de concepción inmaculada, lo cual ciertamente no la hace solidaria
en la culpa, sino solidaria para la salvación. En el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, María
está con la cabeza colaborando en la salvación universal y es la anticipación de aquello que
nosotros como cristianos estamos llamados a ser.

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3. La definición del dogma de la Asunción de María


El día 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó la definición de la Asunción
de María, en la Constitución Apostólica “MUNIFICENTISSIMUS DEUS”, en estos
términos: “Después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e
invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su
particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos
y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre,
y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos
ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial. Por eso, si alguno, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o voluntariamente
poner en duda lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe
divina y católica”.
El dogma define la Asunción de la Virgen María como divinamente revelada. Afirma
exclusivamente el hecho de la Asunción, sin indicar como concluyó María y su vida terrena.
En la fórmula dogmática no se encuentra el término “privilegio”, aunque se habla de “insigne
privilegio” un poco antes de la estricta formulación dogmática.
El Concilio Vaticano II recoge y expone la fe de la Iglesia universal con estas hermosas
palabras: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original,
terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y
fue ensalzada por el Señor como Reina Universal con el fin de que se asemejara de forma
más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte5”.
“La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original 6 ,
terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial7 y
fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma
más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte8”.

4. Reflexión sistemática
La comprensión del sentido de este dogma nos remite de nuevo a lo que María es en el
plan divino de salvación y a la relación que la une con Cristo. Para el Nuevo Testamento,
María es la Madre de Jesús no solo en un sentido biológico sino en un sentido personal;
Ella le ofrece a Jesús no solo la carne para su conformación somática, sino que toda su
libertad se asocia y se une a lo que Jesús es y a su misión salvadora.
En este orden la asunción de María tiene tres puntos de comprensión:
a) Por referencia a Cristo y su resurrección como causa de la resurrección universal.
La victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte, la carne y el mundo como realidades que

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6
Pío IX, bula Ineffabilis Deus, 8 dic. 1854: Acta Pii IX, 1, I, p. 616: Dz., 1641 (2803).
7
Pío XII, const. apost. Munificentissimus Deus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950); Dz. 2333 (3903).
8
Pío XII, enc. Ad caeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954) 633-636; Dz., 3913ss.
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ciegan al hombre y le cierran el paso a la salvación 9 es participada por aquella que más
estrechamente unida le ha estado y que ha compartido más cercanamente en vida su suerte.
La definitiva victoria que sobre la muerte tiene lugar cuando el cuerpo y alma en unidad
definitivamente reconciliada participan de Dios: “Cuando este cuerpo mortal se revista de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte fue absorbida en
la victoria” (1Cor 15,54). La preservación incólume de la corrupción, que es el destino de la
corporeidad en que nuestra existencia personal se expresa, fue su especial privilegio.
b) Por referencia a la Iglesia cuyo destino prefigura y anticipa. No se trata por tanto
en la asunción de una apoteosis o divinización física de María; ni menos de una segregación
respecto de lo que es el destino del resto de la humanidad. Es la anticipación de lo que es el
destino final de todos; la prenda de lo que a todos nos está prometido: La repercusión en una
persona exclusivamente humana de lo que es la redención de nuestros cuerpos, su definitiva
y plena personalización por nuestra condición espiritual hasta el punto de hacerlos medios de
comunicación absolutamente trasparentes entre nosotros y entre nosotros y Dios.
c) Por referencia a la peculiar estructura espiritual-corporal del hombre. La
salvación ha tenido lugar en la carne y en el cuerpo; y ha sellado el valor definitivo de esta
carne y de este cuerpo ante Dios. “Salus quoniam caro” había sido la afirmación permanente
de San Irineo y de Tertuliano contra todos los docetismos y gnosticismos. La realidad
somática tiene origen, beneplácito y destinación divinos.
La asunción tiene por ello una triple significación: cristológica (dice en concreto lo que
para los demás y de manera ejemplar para su Madre significó la victoria de Cristo sobre los
poderes del mal y de la muerte); eclesiológica (notifica cual es el destino de todos los que en
la Iglesia son de Cristo y como Cristo); antropológica-escatológica: nos ayuda a comprender
cuál es la significación definitiva de nuestra composición como seres en el tiempo,
determinados por la corporeidad que se degrada, trasmuta y cambia; a la vez que
determinados por un principio que se afirma en la corporeidad, que en ella se abre al mundo
y a través del mundo a Dios, pero que no se agota en ella.
María por consiguiente puede ser llamada con razón el icono escatológico de la Iglesia.
Pero su misión no es sólo la de ser contemplada por los miembros del cuerpo de Cristo y por
el resto de la humanidad, también tras su glorificación, María comparte la misión de Cristo:
mientras la creación gima bajo el maligno y los poderes del mal no hayan sido del todo
sometidos: María está asociada a la intercesión de Cristo. De Cristo dice Pablo a la carta a
los Hebreos: “Es perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre
vive para interceder por ellos” (7,25). “Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a
Jesucristo, justo. Él es la propiciación (intercesión) por nuestros pecados. Y no sólo por los
nuestros sino por todo el mundo10”.
A esto aluden, tanto el texto de la definición pontificia 11 al afirmar que brillará a la
derecha de su Hijo, el Rey inmortal de los siglos compartiendo su realeza, como el texto de

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Rom 5-6; 1Cor 15, 21-26
10
1Jn 2, 1-2
11
DS 3902
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Lumen Gentium nº 59: “Finalmente la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda


mancha original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se
asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de los Señores (Ap 19,16), y vencedor del
pecado y de la muerte”.
Por este motivo la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual sin embargo ha de entenderse de tal manera que
no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo único mediador12.
La Asunción de María ha de entenderse como una participación singular de la
resurrección de Cristo. María ha sido la mujer fuerte que ha vivido no desde sus propias
posibilidades, sino desde las posibilidades de Dios. María asunta significa Virgen-Madre de
Dios, para siempre. Amada por el Padre, abarcada por el Espíritu y asociada radicalmente a
la misión del Verbo encarnado, toda ella es depositaria de una plenitud integral que
transforma su corporeidad. El amor con que Dios ama a María es incondicional y por tanto,
ilimitado. Este amor; que és gracia, exige un horizonte igualmente incondicionado, es decir
postula una promesa de perennidad.
El cuerpo ha realizado en María asunta su plena significatividad escatológica: es un
cuerpo llamado a resucitar y a participar de la bienaventuranza divina. En ella, realizada
anticipadamente y venciendo las ataduras de la muerte, el hombre descubre la plenitud
humana como comunión plena con Dios.
El hombre está llamado a caminar hacia Dios Padre y a participar de su misma vida en su
totalidad unificada. Por esto. María asunta proclama la grandeza del cuerpo aceptando y
realizando. de manera plena el proyecto de Dios sobre ella. María remite al principio y al fin,
contesta las preguntas transcendentales del hombre y le revela la verdad última de su ser. El
hombre en María sabe quién es y hacia dónde camina.
Se ha cumplido ya en María lo que ha de cumplirse en todos nosotros. La fe cristiana
profesa una antropología unitaria que afirma la corporeidad como un elemento constitutivo
del ser-hombre. Si el hombre tiene un mañana más allá de la muerte, esa vida no puede quedar
reducida a su subjetividad espiritual, sino que ha de abarcar al espíritu encarnado que es el
hombre. El cuerpo no está destinado a un fin total y, así como María ha entrado corporalmente
en la gloria, así también todos los redimidos participarán corporalmente de la
bienaventuranza eterna cuando Cristo transforme nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso como
el suyo con el poder que tiene para someter a sí todas las cosas (Flp 3,21).
Por esta razón. María asunta es icono escatológico de la Iglesia que peregrina en la
historia. Así lo indica el Vaticano II cuando afirma: “La Madre de Jesús, de igual modo que,
glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá
de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante
pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del
Señor”.

12
LG 62
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ALUMNO: João Filipe
SÍNTESIS TEOLÓGICA
CURSO: 5º
TEMA 17: La Asunción de María

IV. RELACIÓN CON CIERTAS TEORÍAS ESCATOLÓGICAS


CONTEMPORÁNEAS
1. Planteamiento del problema
La definición dogmática plantea algunas preguntas a la escatología. La misma
terminología expresada “cuerpo y alma” provoca confusión. También la afirmación
“cumplido el curso de su vida terrena” ha generado diversas opiniones entre los autores.
El principal problema es la argumentación que muchos han defendido, según la cual al
negar el estado intermedio para María se afirmaría para los creyentes. Así comprendido,
parece que debemos entender el dogma contra la tesis de la “resurrección en la muerte”13.
En relación con la resurrección predicada para todos, hablamos de una resurrección
escatológica en la parusía; hablamos de la muerte y la resurrección como dos acontecimientos
distintos: histórico el primero y escatológico el otro. Son distintos, sí, pero ¿distantes? La
idea de la resurrección exige la pervivencia de “algo” tras la muerte. Podemos llamarle
“alma”, pero desterrando todo dualismo; la resurrección implica la unión de ese elemento
con el propio cuerpo.
Centrándonos ahora en la resurrección de María, afirmamos: El dogma de la Asunción
no es sólo una canonización de María. No es la finalidad del dogma, porque en la Iglesia ya
había canonizado antes a muchos otros santos. Esa supuesta canonización se habría llevado
a cabo dentro de mucha polémica. No es, pues, una simple canonización. Si lo comparamos
con otros dogmas y queremos seguir hablando de privilegio mariano, tenemos que entender
este privilegio de manera distinta. El dogma de la Asunción no es exclusivo para María sino
como realización anticipada de lo que se dará en todos los mortales. Puede ser, por eso,
modelo o tipo de lo que será la Iglesia celeste.

2. Intento de solución
Los términos “cuerpo y alma”, y la alusión a la in-corrupción de su cuerpo parece
consagrar una escatología de doble fase para el resto de los mortales no privilegiados. En
todo caso, tenemos en la Sagrada Escritura algunos datos opuestos al privilegio mariano. Es
cierto que el NT (también el AT) nos habla de algunos otros que pasaron en cuerpo y alma a
la visión beatífica14. No es posible afirmar la Asunción de María frente a los otros santos.
Decir que se nos anticipa no significa que haya sido la primera o la única.
Es más importante destacar el papel de María en su condición glorificada. Ella es figura
y tipo de la Iglesia peregrina, que encuentra en ella referencia y consuelo. En ella se han
cumplido las promesas de Dios. Ella representa a la comunidad de los santos, que ya han

13
“Resurrección en la muerte” es la propuesta de solución al estado intermedio que platean el primer
Greshake, Löhfink, Libanio – Bingemer.... Postula la eliminación del estado intermedio, alcanzando cada
individuo en la muerte el estado definitivo de la resurrección. No existe un término para la historia. Las
objeciones fundamentales cuestionan: ¿cómo hablar de una consumación total y definitiva, mientras la
historia está en marcha? ¿Dónde queda la dialéctica del “ya, pero todavía no”? Parece transformada en un
“ya, cada vez más”. El dato “último día” no es, en esta propuesta, vinculante para la fe, en contra de lo que
toda escatología católica ha de afirmar.
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Ap 6,9-11
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ALUMNO: João Filipe
SÍNTESIS TEOLÓGICA
CURSO: 5º
TEMA 17: La Asunción de María

llegado a la meta. Es figura y tipo de la Iglesia consumada; en ella se cumple lo que todos los
miembros de la Iglesia peregrina esperamos.
Para terminar el tema, podemos decir que las verdades marianas adquiridas ya claramente
por la Iglesia y decretadas en forma de dogmas son una especie de plataforma segura desde
donde podemos seguir investigando y profundizando. El Magisterio siempre tendrá la última
palabra, y es a los teólogos de seguir su labor de búsqueda, y al pueblo de Dios en general de
seguir su oración y su búsqueda de inteligencia espiritual, para transmitir el sensus fidei (el
sentido de la fe) y seguir sosteniendo las definiciones de la Iglesia a lo largo del tiempo.
Las verdades marianas, como lo hemos dicho al comienzo, han estado en el credo de la
Iglesia desde el principio, desde la misma Biblia, para comprender y aclarar mejor las
verdades de Cristo y de la Iglesia. En este sentido María presta un servicio a los cristianos
para que comprendan mejor su realidad de fe, su realidad teológica, y para que puedan
vivir mejor esa fe dentro de la Iglesia.
A partir de las afirmaciones dogmáticas de María, que comenzaron relacionadas a Cristo
directamente (Maternidad Divina, María Virgen) siguieron con aparentes privilegios de
María sola, pero en realidad es relacionada a Cristo y ahora más a la Iglesia, la Inmaculada y
la Asunción tienen que ver con el origen de la Iglesia y su escatología final.
La realeza de María fue decretada por el Papa Pío XII en la carta encíclica Ad caeli
Reginam, el 11 de octubre de 1954. No es una declaración dogmática como tal, pero implica
la autoridad del Papa y la fe de toda la Iglesia. En esta encíclica utiliza el argumento además
de la asociación de María al sufrimiento y a la obra redentora de Cristo “según una cierta
analogía, la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por
haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán”15.
Hemos visto que el desarrollo mariológico tiene su primer lugar en el culto, en la
celebración de los misterios cristianos y también en la piedad popular. Sólo después viene la
reflexión teológica.
El origen de los dogmas marianos no está en leyendas apócrifas o relatos populares. Son
elementos que sirven para despertar un nuevo interés. Lo que sí existía era una necesidad de
entrar en contacto vital, sacramental, simbólico, con la Theotókos, con la Madre de Dios.
Hablar de la santidad de María era algo común en toda la Iglesia. Sin embargo, hay una
doble comprensión de este misterio. En Oriente se da por supuesto el primado absoluto de la
gracia en la vida de María. En Occidente se afirma que María nunca cometió un pecado
personal; pero resultó muy difícil comprender que no estuviera sometida al pecado original.
La razón era cristológica: defender a Jesucristo como redentor universal, también de María.
La profundización en la redención y mediación de Jesucristo hizo descubrir nuevos
horizontes para la mariología.
El dogma de la Asunción estaba estrechamente vinculado al dogma de la Inmaculada.
Ambos formaban parte de un mismo esquema y perspectiva. Se trata en realidad de un solo
dogma con dos rostros o perspectivas: la protología y la utopía, el origen y el fin.

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Ad caeli Reginam, 15
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ALUMNO: João Filipe

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