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ESCUELA DE LIDERAZGO
DYNAMIS
ESCUELA DE LIDERAZGO
DYNAMIS
CONTENIDOS:
1. María profetizada en el Antiguo Testamento
2. María en el Kerigma primitivo
3. María en el Evangelio de Mateo
4. María en los Escritos Lucanos
5. María en los Escritos Joánicos
6. Las 7 palabras de María
7. Los 7 títulos mariológicos
8. María y el Espíritu Santo
9. Encarnar la Palabra como María
10. María Nuestra Madre
11. La intercesión de María
12. Conclusiones
BIBLIOGRAFÍA:
Vaticano II. Lumen Gentium cap. VIII
Pablo VI. Marialis Cultus. Ed. Paulinas, 1974. Bogotá
Forero, J. María en la Biblia y en la Teología. CCCMD: Bogotá
Carrillo, S. María en el Nuevo Testamento. CCCMD: Bogotá
Nicolás, M.J. Theotocos. El Misterio de María. Ed. Herder. Barcelona 1967.
Betancourt, D. Me llamarán Bienaventurada. CCCMD. Bogotá. 1998
Realizado por Emperatriz Tapia y Manuel Tenjo para la Escuela de Liderazgo Dynamis y para la Escuela
de Formación Carismática de la RCC-Perú.
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ESCUELA DE LIDERAZGO
DYNAMIS
Para lograrlo necesitamos que se busquen las fuentes doctrinales del Concilio Vaticano II
y las interpretaciones que han realizado distintos autores en la Iglesia Católica
Realizado por Emperatriz Tapia y Manuel Tenjo para la Escuela de Liderazgo Dynamis y para la Escuela
de Formación Carismática de la RCC-Perú.
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El Concilio Vaticano II Afirma que “María es la virgen que concebirá y dará a luz un
Hijo que se llamará Emmanuel “. (LG 55), Mt 1 22-23. Para ello se basa en el
principio exegético previamente formulado: tal como estos textos se leen en la
Iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación posterior y plena.
1.5. Conclusión
2. 2. María en Gálatas 4, 4 ss
No se cita explícitamente a María, pero se hace una referencia a ella de gran contenido
teológico.
El Contexto:
En los capítulos 3 y 4 de Gálatas, Pablo fundamenta su tesis de la justificación por la fe y
no por la ley.
La Ley tuvo vigencia hasta el advenimiento de Cristo, a partir de El sólo rige la fe (Ga 3,
23- 29).
Para explicar su argumento Pablo acude a una institución de la época: el derecho a
heredar que solo podía hacerse efectivo a la mayoría de edad (Ga 4, 1- 4). Con la
Encarnación del Verbo ha llegado para el hombre la mayoría de edad de su filiación divina
(Ga 4, 3 ss).
Marcos también es anterior al año 70 y nos ofrece las primeras experiencias de reflexión
en torno a María.
Podemos leer y analizar con cierta calma a Mc 3, 20 – 22. 31 – 35 (Paralelos Mt 12, 46–
50 y Lc 8, 19–21, Mc 3, 31–35). María en Marcos 6, 1 – 6 (Paralelos Mt 13, 53 – 58; Jn 6,
42) Paralelo Mc 6, 3; Mt 13, 55, Lc 4, 22; Jn 6, 42.
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Conclusión
Los textos más antiguos referentes a María nos hablan de su “maternidad” (Ga 4, 45; Mc
6, 3), por lo cual el Verbo adquirió una naturaleza humana verdadera y de su “fe activa”,
por lo que María adquirió una comunión con Jesús superior a la de su misma maternidad
biológica (Mc 3, 31–35 familia escatológica).
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Los primeros dos capítulos de Mateo son conocidos como el Evangelio de la Infancia.
El Evangelio de Mateo tiene destinatarios judíos y por tanto utiliza muchas categorías que
sus destinatarios comprenden con toda familiaridad.
Entendemos por qué José, el varón y el jefe de familia, es quien recibe el anuncio del
ángel, a través de sueños, que eran una forma propia del Antiguo Testamento para
ofrecer una misión (cf. Gn 28,10.17; 31,10-13; 37,5-11; 44,1-36), y actúa el proyecto de
Dios como hombre justo (Mt 1,19).
Mt 1-2 tiene una introducción, cinco escenas cortas intercaladas por sueños, con textos
bíblicos de cumplimiento, porque con Jesús se cumple la Escritura.
Otro pasaje interesante es Mt 13,53-58, que también tiene su paralelo en Mc 6,1-6, con
detalles especiales que tienen su resonancia.
María está íntimamente unida a Jesús, desde antes del nacimiento, y una vez nacido al
mundo, está pegada a Él en los momentos fundamentales de su vida y de su ministerio,
pero también de la vida del pueblo nuevo que surge con Jesús. María aparece, aun sin
palabras, como testigo de la gracia abundante de Dios para con su pueblo, pero también
como Madre que cuida y acompaña al Hijo de sus entrañas.
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María es la mujer victoriosa que asegura a su pueblo la victoria definitiva sobre el mal y
anticipa la efusión del Espíritu Santo acompañada de alegría.
Isabel llena de Espíritu Santo pronuncia la primera bienaventuranza del N.T. (Lc 1, 42).
Jesús era un admirador de la fe de su madre (Lc 11, 28)
La fe de María
+ El fundamento de la fe de María (Lc 1, 35. 37)
La confianza sin límites en el poder y en la fidelidad de Dios que se traduce en
disponibilidad y en fidelidad a su vocación divina (Lc 1, 38); (Hch 11, 8).
+ El contenido de la fe de María
A este respecto los teólogos se colocan en tres posiciones:
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1. La maximalista: María poseyó desde el primer momento de la Concepción
de Jesús un conocimiento perfecto de la divinidad de su Hijo.
2. La minimalista: María no supo nada de su maternidad divina hasta
después de la Resurrección de Jesús.
3. La intermedia: María conoció en la Anunciación, de una manera confusa,
su maternidad divina, conocimiento que se fue afianzando a lo largo de toda su vida (Lc 1,
26 – 38).
4.5. Conclusión
+ La expresión “ no tienen vino” (Jn 2, 3b). Algunos comentaristas piensan que María pide
ayuda material para los esposos.
Otros pensamos que María tiene conciencia de que Jesús posee el poder de hacer
milagros y le suplica una intervención de ese poder, para prevenir el bochorno de los
esposos.
La palabra “mujer” (Jn 2, 49a) inusual entre los judíos para dirigirse a su madre (sino con
el término “INMAH” que en arameo significa “madre” o “madre mía”.).
- Creemos que esta palabra, que aparece en el relato de la Cruz (Jn 19, 26), se utiliza
con la intención de establecer una relación entre las dos escenas y sitúa a Jesús en un
plan que no es el puramente familiar;
- Una segunda interpretación sitúa a la palabra “mujer” en el lenguaje coloquial en
referencia a la mera condición femenina de María.
- Una tercera interpretación la entiende en el sentido “esposa” con un valor simbólico:
María es la comunidad-esposa de la alianza antigua que se ha mantenido fiel a Dios.
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+ La expresión: “que a mi y a ti” (Jn 2, 4 a)
- Algunos han visto en estas palabras la manifestación de la oposición entre Jesús y
María interpretación no compatible con el contexto (Mc 3, 29ss. 31 – 35);
- Pensemos que con ellas invita a María a comprender su papel en la vida pública
(Jesús inauguró su ministerio público en las Bodas de Caná).
+ Otros temas del Capítulo: María, Signo, Fe (Jn 1, 14; 2, 11; 11, 4.40; 12, 23 – 28; 13, 31
ss; 17,1).
+ Significado Cristológico
Caná marca en su contexto, el momento de la automanifestación de Jesús. La narración
es claramente Cristológica. En su primera semana de apostolado, orientada toda ella a
desvelar la personalidad mesiánico – divina de Cristo (Jn 1, 19 ss: primer testimonio del
Bautista; 29: segundo testimonio; 35: tercer testimonio y vocación de los primeros
discípulos: 43: vocación de Felipe y Natanael: 2,1: al tercer día, es decir, al sexto día, las
bodas de Caná). A la manifestación de la gloria responde la fe de los discípulos (2,11).
En la sección del Evangelio que trata del cambio de la Economía Antigua a la Nueva (Cap
2 – 4), el agua (4, 7- 15), símbolo de la Ley, se cambia por el vino, símbolo de la Nueva
Alianza (4, 21).
En el banquete de las bodas, símbolo de los tiempos nuevos (Mt 22, 1 ss: Lc 14, 16 – 24),
Cristo es el esposo del banquete de bodas escatológico.
+ Significado Mariológico
María es destacada fuertemente desde el primer momento (Jn 2, 1).
Según la “Lumen Gentium” María esta “reveladoramente” presente en el plano simbólico,
Cana da origen a la Iglesia, en cuyo nacimiento María interviene eficazmente, ejerciendo
su maternidad espiritual en la caridad y en la fe (LG 58).
Desde la cruz (Jn 19, 25 – 27) Jesús revelará al mundo la maternidad de María que ya se
manifiesta en las bodas de Caná (Jn 2, 1 – 11).
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Entre los Santos Padres es presente el uso del texto para probar la virginidad de María
(Jn 19, 26–27). La interpretación que ve en este hecho, un mero acto de piedad filial no
agota el sentido de la narración obviando la significación que Juan concede en su
Evangelio al discípulo amado (Jn 20,8; 21, 7. 24).
+ Evocación Veterotestamentaria
La mayoría de los intérpretes admite que el uso de la palabra “mujer” establece entre
Caná y el cuarto episodio de la crucifixión la figura literaria de la “inclusión”. En Caná,
María enciende con su fe, la fe de los discípulos provocando el milagro: al pie de la cruz
toma bajo su custodia a la comunidad creyente, representada en el discípulo amado.
Tiene las mismas características que la Sión ideal anunciada por los profetas (Is 26, 17:
66, 7).
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La referencia a la Iglesia aparece no menos clara que a la Sión ideal de los profetas y es
ampliamente aceptada por los exegetas de todos los tiempos.
La sección 12, 1 a 14, 20 esta conceptuada como el núcleo central del Apocalipsis. En
ella se describen los esfuerzos titánicos del mal por deshacer al Mesías y a su pueblo.
Pero los cristianos han de confiar, porque Cristo ha conseguido la victoria y sigue
protegiendo a los suyos.
Interpretación Mariológica
5.5. Conclusión
La mujer parturienta vestida de sol es, ante todo, un arquetipo de la Iglesia; de la Iglesia
histórica contemporánea del autor del Apocalipsis, acosada por poderes impíos, y de la
Iglesia eterna, perenne, indestructible que ha de sobrevivir a todos los ataques de sus
enemigos, sin dejar de cumplir su misión histórica de madre de Cristo místico por el
testimonio apostólico. Pero este
símbolo se ha hecho concreto en la
figura de María, ejemplar del cristiano
fiel, madre física de Jesús, participe de
los sufrimientos redentores de Cristo
en la cruz, testigo de su entronización
a la derecha de Dios y más tarde
también del sufrimiento del resto de
sus hijos.
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INTRODUCCIÓN:
Escuchamos hablar mucho sobre nuestra Madre María, también escuchamos que
ella ha hablado en Fátima, en Lourdes y en otros tantos lugares en el mundo, y eso
está muy bien.
Ahora la vamos a escuchar a ella misma. María nos hablará desde la Sagrada
Escritura.
Tomaremos las pocas palabras que los autores de los evangelios han consignado
donde se revela la gran y maravillosa experiencia de María nuestra Madre. Aunque
sean pocas son de una gran riqueza.
Lc 1,34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
Es la pregunta de la curiosidad inocente pero no ingenua.
Es la consagración de la virginidad para vivir la apertura a Dios.
Lc 1, 38: Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
El esclavo no tiene derecho ni a reclamar sus derechos. Todo para el amo.
Disponibilidad a la Palabra de Dios. Encarnación de la Palabra de Dios
Lc 1, 46- 55: Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios
mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor
maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en
generación a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó
de bienes y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como había anunciado a
nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»
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Los v.v. 46-50: son la alabanza que brota del corazón humilde al ver lo que hace en
ella.
Los v.v. 51-53: contempla las maravillosas obras de Dios a favor de los
marginados.
Los v.v. 54-55: son la confianza ante la fidelidad divina en la historia del pueblo.
María es la mujer del pueblo que ora desde el pueblo.
Lc 2,48: Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos
has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»
No comprende la misión de Jesús y se sorprende ante sus acciones.
Búsqueda de Jesús en forma afanosa y venciendo obstáculos.
Encontrarse con Jesús y quedarse con Él.
Jn 2,3: Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús
su madre: «No tienen vino.»
María ve la necesidad del nuevo matrimonio: carecen del vino del amor.
María acude a quien puede ayudar a la familia naciente: su hijo Jesús.
María plantea en problema y deja en libertad a Jesús para que Él haga lo mejor.
CONCLUSIONES:
María está centrada en Jesús y todo lo dirige a su
hijo. Es un cristocentrismo.
María invita a centrarse en Jesús el Salvador.
Obedecer a María es mirar para donde ella mira:
la mirada centrada en su hijo.
María nos lleva a Jesús para que establezcamos
una relación con Él
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INTRODUCCIÓN:
Son muchos los títulos como se conoce a María, aquí vamos a mirar solamente
siete de ellos, señalando especialmente los evangelistas Lucas y Juan.
Los títulos giran en torno a la misión, a las virtudes y a la relación de María con
Dios.
Lc 1,28Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 30El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios…»
El ángel Gabriel le dice a María varias frases sorprendentes: "llena de gracia, el
Señor está contigo" "has hallado gracia delante de Dios". En griego se dice
kejaritomene, para señalar que se encuentra "recontrarrepleta de Dios".
María es la saturada de Dios, porque Él está con ella y la inunda con su presencia.
Dios mira con agrado a María y la llena de su poder. La llena del Espíritu Santo.
Todas las decisiones y las obras de María son dirigidas por la voluntad de Dios.
Lc 1,39En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a
una ciudad de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Y sucedió que, en
cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó
llena de Espíritu Santo.
María es la primera evangelizadora porque es la primera portadora de la Buena
Noticia de Dios que está en la historia de los hombres.
María es portadora del Evangelio sentido pleno por tres motivos:
+ Escucha y comparte el mensaje con su pariente Isabel y su familia.
+ En su ser lleva a Jesús. Jesús se forma en su corazón y en sus entrañas.
+ Abre espacios para que su pariente tenga un encuentro personal con el Espíritu
Santo.
El anuncio del evangelio desde la mañana de la nueva creación sigue resonando.
Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella
que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen,
precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de
los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es
necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia
cooperan para regenerar a los hombres. (L.G. 65)
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Lc 1,35El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
María es el "centro de la Trinidad" porque: "es la hija predilecta del Padre, la madre
del Hijo de Dios y la esposa del Espíritu Santo" se dice desde la antigüedad.
María fue "fecundada por el Espíritu" sin participación de ningún hombre.
Lo engendrado en el amor santo del Espíritu y en la pureza virginal de una mujer
es santo y por eso es llamado Hijo de Dios.
El obrar de María lleva el sello indeleble de su esposo el Espíritu Santo.
María nos puede ayudar a conocer al Espíritu y saber cómo dejarnos guiar por Él,
pues ella sabe cómo tratar y cómo dejarse tratar por el Espíritu Santo.
Pedir al Espíritu que encarne en nosotros a Jesucristo, que Jesús se forme en
nuestro corazón para transparentarlo en todo lo que hacemos y transfigurarnos en
Él.
En Lc 1,39-40 vemos el encuentro de dos mujeres: la vieja Isabel que en sus entrañas
lleva al último profeta del Antiguo Testamento y la joven María que en sus entrañas lleva
al profeta definitivo del Nuevo Testamento.
Lc 1,38Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» El
esclavo no tiene derecho ni a reclamar sus derechos.
Jn 19, 26Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su
madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y
desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
CONCLUSIONES:
Los títulos mariológicos vistos nos señalan virtudes de María que deben ser
asumidos por todos los cristianos.
Los cristianos debemos ser humildes, obedientes al Padre, disponibles, fieles al
plan que Dios tiene con nosotros, perseverantes en la acción evangelizadora como
María nuestra Madre.
María encarna la Palabra de Dios para darla a la humanidad.
Dejarse saturar por el Espíritu Santo para la vida cristiana, las virtudes de María y
la misión evangelizadora llegue a feliz término.
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INTRODUCCIÓN:
Contemplar la vida y el ministerio de María nuestra Madre, nos conduce a observar
la acción del Espíritu Santo en ella, la manera como el Espíritu de amor la
fortalece, la acompaña y la lleva de vida fecunda.
Veremos particularmente en el Evangelio de Lucas la relación entre el Espíritu
Santo y nuestra Madre.
CONCLUSIONES
Nuestra Madre María tuvo una fuerte experiencia del Espíritu Santo.
Desde la encarnación hasta Pentecostés, María aparece como la llena del Espíritu
y la testigo de su acción.
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Las acciones del Espíritu (o intervenciones de Dios en la historia de María y del
pueblo) son meditadas por María.
Por tal motivo, María es reconocida como la Esposa del Espíritu Santo.
INTRODUCCIÓN
Vamos a mirar Lc 1,38-56 para mirar las características de las personas que
encarnan la Palabra de Dios como lo hace nuestra Madre María.
María disponible a la Palabra de Dios (como lo dice Lc 1,38) emprende un camino
que nos enseña varios elementos de disponibilidad y compromiso con Dios y con
los hermanos.
Lc 1,39 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a
una ciudad de Judá;
Una vez que María encarna la Palabra en su corazón y en sus entrañas, sale a
servir a su pariente Isabel que se encuentra en cinta desde hace seis meses.
Lc 1,40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Y sucedió que, en cuanto oyó
Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de
Espíritu Santo;
El saludo de María (Shalom) a su prima Isabel hace que quede llena del Espíritu
Santo.
Lc 1,42 y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu seno; 43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? 44 Porque, apenas
llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. 45 ¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
María no rechaza las bendiciones y los elogios de su prima Isabel. Sabe recibir con
humildad para tomar conciencia de las bendiciones divinas.
Lc 1,56 María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
María se queda con Isabel hasta el final, hasta que termina el servicio. María no
abandona el servicio a su prima aunque se hubieran podido presentar dificultades.
CONCLUSIONES
Una vez que se encarna la Palabra (a Jesucristo) se desencadenan
comportamientos que se vuelven testimonio de la vida en Cristo.
María encarna la Palabra en el corazón y en su ser. El cristiano debe encarnar a
Jesucristo en su vida y actuar en consecuencia.
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INTRODUCCIÓN:
En la comunidad – familia que Jesús quiere nos ha donado a su madre María para
que nos ayude a caminar constantemente en la relación de intimidad con Él y para
que la acojamos como Madre nuestra.
“Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió
en su casa”. (Jn 19,27)
El discípulo amado que ha sido fiel a su Maestro, no se queda solo: queda bajo la
protección de María, es acompañado por ella y la recibe como Madre. El discípulo
debe recibir a María como Madre personal, cercana, y con misiones
encomendadas por Jesucristo para nuestro beneficio.
La herencia que nos dejó Jesucristo en la cruz es a María, que debe ser recibida
como nuestra Madre y acompañante en la vida.
Recibir a María como Madre es el mandato que Jesucristo deja al discípulo amado.
CONCLUSIONES
María es nuestra Madre que nos acompaña a vivir en
intimidad con Jesucristo, nos muestra el rostro
femenino de Dios y nos cuida como a su propio hijo.
María es don – herencia y es parte de la fidelidad a
Jesucristo.
Nos enseña a mirar constantemente a su corazón,
porque allí habita Jesucristo.
De tal manera que María “ruega por nosotros tus hijos,
ahora y en la hora de nuestra pascua”.
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INTRODUCCIÓN:
En el Nuevo Testamento encontramos que el único mediador entre Dios Padre y la
humanidad, al mismo a tiempo que entre la humanidad redimida y Dios Padre es
Jesucristo. En los siguientes textos bíblicos encontramos con claridad y detalles el
fundamento de la afirmación anterior (cf. 1 Tim 2,5; Fil 2,5-7).
Sin embargo, podemos interceder al estar unidos a Jesucristo. María está unida a
Jesús y por eso puede interceder con Él.
Nuestra Madre se dirige a los servidores humildes, que son capaces de ver el agua
convertida en vino, una hermosa invitación: "hagan todo lo que Él les diga". Veamos
algunas implicaciones:
Coloque su vida (hambre y sed) en Jesús: coloquen sus necesidades y proyectos en las
manos de Jesucristo.
María señala que el camino es Jesús. No existe ningún otro camino a la solución de
nuestras necesidades.
Nuestra Madre pide la obediencia a su Hijo para que hagamos su voluntad
CONCLUSIONES
María es el ejemplo de obediencia y disponibilidad a Dios.
Se deja sorprender por Dios ante sus peticiones.
Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol "Porque uno es Dios y uno el
Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí
mismo como precio de rescate por todos" (1 Tim., 2,5-6). Pero la misión maternal de
María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única
mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico
28
de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley,
sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo,
se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su
virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
(L.G. 60)
12. CONCLUSIONES
El repaso que hemos hecho a los fundamentos bíblicos de la Mariología nos permiten
ahora sacar algunas conclusiones generales:
PRIMERO. A primera vista puede aparecer más bien escaso el material que nos ofrece la
Biblia sobre María. Sin embargo, después de un detenido examen de los textos,
comprobamos que es suficientemente rico y variado. No era fácil suponer, antes de
comprobarlo, que la Sagrada Escritura pudiera ofrecernos tantos y variados rasgos de la
semblanza espiritual de María.
SEGUNDO. El N.T. adquiere una comprensión de María a la luz del Antiguo. Y esto no es
de extrañar puesto que los autores del N.T. son judíos y expresan su fe con el recurso a
los materiales que les suministra su formación cultural veterotestamentaria. Así María es
vista como la encarnación del nuevo pueblo mesiánico (Hija de Sión), como el nuevo
templo (Arca de la Alianza), como la nueva representación de los pobres-piadosos de
Israel, etc.
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada
contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los
Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida
de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres
de los Apóstoles (Hch 1,13), afirma: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un
mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus
hermanos» (Hch 1,14).
En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio
nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y
complementario con respecto al ministerial o jerárquico.
1
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 8-IX-95]
Tomado de http://www.franciscanos.org/jpabloII/jpiimediadora.html
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4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf.
Hch 1,14), evoca el papel que desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del
Espíritu Santo (cf. Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña
ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.
La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo
singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de
Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa
separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no
le impide participar en el sacrificio del Calvario.
Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia.
Después de la ascensión, y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente
personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María se encontraba en el cenáculo
«con los hermanos de Jesús» (Hch 1,14), es decir, con sus parientes, como ha
interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del
hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la
familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios -había dicho Jesús-, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).
En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María «la madre de Jesús»
(Hch 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo
permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y
es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a
Cristo Señor.
El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la
Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las
maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.
Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción
favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo
espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.
Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la
comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia
los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su
futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la
comunión constante con Dios.
Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración
y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable
para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el
Señor su comienzo y su motivación profunda.
2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien raro, pero recientemente se ha
hecho más común en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del
pueblo cristiano. Los fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Madre de
Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subrayar su relación personal con
cada uno de sus hijos.
Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al misterio de la Iglesia y a las
relaciones de María con ella, se ha comenzado a invocar más frecuentemente a la Virgen
como «Madre de la Iglesia».
La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, en el magisterio del Papa León
XIII, donde se afirma que María ha sido «con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta
Leonis XIII, 15, 302). Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en las
enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.
5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profunda convicción de los fieles
cristianos, que ven en María no sólo a la madre de la persona de Cristo, sino también de
los fieles. Aquella que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y de la
gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con todo derecho es proclamada
Madre de la Iglesia.
El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio
Vaticano II proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es
decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles
como de los pastores». Lo hizo él mismo en el discurso de
clausura de la tercera sesión conciliar (21 de noviembre de
1964), pidiendo, además, que, «de ahora en adelante, la
Virgen sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano
con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 37).
De este modo, mi venerado predecesor enunciaba
explícitamente la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de
la Lumen gentium, deseando que el título de María, Madre de
la Iglesia, adquiriese un puesto cada vez más importante en
la liturgia y en la piedad del pueblo cristiano.
33
La intercesión celestial de la Madre de la divina gracia
Catequesis de Juan Pablo II (24-IX-97)3
2. El Concilio pone de relieve también que la cooperación de María estuvo animada por
las virtudes evangélicas de la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo
el influjo del Espíritu Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperación le
deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada a Cristo en la obra de la
redención, que incluye la regeneración espiritual de la humanidad, se convierte en madre
de los hombres renacidos a vida nueva.
Al afirmar que María es «nuestra madre en el orden de la gracia» (ib.), el Concilio pone de
relieve que su maternidad espiritual no se limita solamente a los discípulos, como si se
tuviese que interpretar en sentido restringido la frase pronunciada por Jesús en el
Calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Efectivamente, con estas palabras el
Crucificado, estableciendo una relación de intimidad entre María y el discípulo predilecto,
figura tipológica de alcance universal, trataba de ofrecer a su madre como madre a todos
los hombres.
Por otra parte, la eficacia universal del sacrificio redentor y la cooperación consciente de
María en el ofrecimiento sacrificial de Cristo, no tolera una limitación de su amor materno.
Esta misión materna universal de María se ejerce en el contexto de su singular relación
con la Iglesia. Con su solicitud hacia todo cristiano, más aún, hacia toda criatura humana,
ella guía la fe de la Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palabra de
Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y su comunión fraterna, y
alentando su dinamismo apostólico.
3. María, durante su vida terrena, manifestó su maternidad espiritual hacia la Iglesia por
un tiempo muy breve. Sin embargo, esta función suya asumió todo su valor después de la
Asunción, y está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mundo. El Concilio
afirma expresamente: «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la
gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin
vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos»
(Lumen gentium, 62).
Ella, tras entrar en el reino eterno del Padre, estando más cerca de su divino Hijo y, por
tanto, de todos nosotros, puede ejercer en el Espíritu de manera más eficaz la función de
intercesión materna que le ha confiado la divina Providencia.
3
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 26-IX-97]
Tomado de http://www.franciscanos.org/jpabloII/jpiimediadora.html
34
4. El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en comunión con él, que puede
«salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para
interceder en su favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor ha querido unir
la intercesión maternal de la Virgen. Es una función que ella ejerce en beneficio de
quienes están en peligro y tienen necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la
salvación eterna: «Con su amor de madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía
peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la
santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora» (Lumen gentium,62).
Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayudan a comprender mejor la
naturaleza de la intervención de la Madre del Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno
de los fieles.
484 La anunciación a María inaugura "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), es decir, el
cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel
en quien habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta
divina a su "¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio mediante
el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu
Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina,
él que es "el Señor que da la vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en
una humanidad tomada de la suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María,
es "Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia
humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores,
a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo
manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).
487 Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo,
pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
La predestinación de María
488 "Dios envió a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" quiso la libre
cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la
Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una
virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada
a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la
muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida.
489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión
de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia,
recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno y la de ser la
Madre de todos los vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de
su edad avanzada. Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por
impotente y débil para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel,
Débora, Rut, Judit y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los humildes y
los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen.
Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación".
36
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de
una misión tan importante" El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda
como "llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe
al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia
de Dios.
491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia"
por Dios había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la
Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: ... la bienaventurada
Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer
instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano.
492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida
desde el primer instante de su concepción", le viene toda entera de Cristo: ella es
"redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo". El Padre la ha
"bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3)
más que a ninguna otra persona creada. El la ha "elegido en él, antes de la creación del
mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4).
493 Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa"
("Panaghia"), la celebran "como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por
el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura". Por la gracia de Dios, María ha
permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
La virginidad de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue
concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo,
afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque
semine ex Spiritu Sancto", esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los
Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el
que ha venido en una humanidad como la nuestra: Así, san Ignacio de Antioquía
(comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es
verdaderamente de la raza de David según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y el
poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen... Fue verdaderamente clavado por
nosotros en su carne bajo Poncio Pilato... padeció verdaderamente, como también
resucitó verdaderamente".
497 Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que
sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: "Lo concebido en ella viene del
Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La
Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He
aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo".
498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de san Marcos y de las cartas del
Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear
si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones
históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha
encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y
paganos; no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas
de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese
"nexo que reúne entre sí los misterios", dentro del conjunto de los Misterios de Cristo,
desde su Encarnación hasta su Pascua. San Ignacio de Antioquía da ya testimonio de
este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como
la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios".
24. Pero el mismo Concilio Vaticano II exhorta a promover, junto al culto litúrgico, otras
formas de piedad, sobre todo las recomendadas por el Magisterio 4. Sin embargo, como es
bien sabido, la veneración de los fieles hacia la Madre de Dios ha tomado formas diversas
según las circunstancias de lugar y tiempo, la distinta sensibilidad de los pueblos y su
diferente tradición cultural. Así resulta que las formas en
que se manifiesta dicha piedad, sujetas al desgaste del
tiempo, parecen necesitar una renovación que permita
sustituir en ellas los elementos caducos, dar valor a los
perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales
adquiridos por la reflexión teológica y propuestos por el
magisterio eclesiástico. Esto muestra la necesidad de que
las Conferencias Episcopales, las Iglesias locales, las
familias religiosas y las comunidades de fieles favorezcan
una genuina actividad creadora y, al mismo tiempo,
procedan a una diligente revisión de los ejercicios de
piedad a la Virgen; revisión que queríamos fuese
respetuosa para con la sana tradición y estuviera abierta a
recoger las legítimas aspiraciones de los hombres de
nuestro tiempo. Por tanto nos parece oportuno, venerables
hermanos, indicaros algunos principios que sirvan de base
al trabajo en este campo.
SECCIÓN PRIMERA:
NOTA TRINITARIA, CRISTOLÓGICA Y ECLESIAL EN EL CULTO DE LA VIRGEN
25. Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María
expresen claramente la nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En
efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o,
como se dice en la Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu. En esta perspectiva se
extiende legítimamente, aunque de modo esencialmente diverso, en primer lugar y de
modo singular a la Madre del Señor y después a los Santos, en quienes, la Iglesia
proclama el Misterio Pascual, porque ellos han sufrido con Cristo y con El han sido
4
Const. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia. Lumen gentium, n. 67; AAS 57 (1965), p. 65-66.
42
glorificados5. En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas
a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con
dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro. Ciertamente, la genuina
piedad cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el vínculo indisoluble y la
esencial referencia de la Virgen al Salvador Divino6. Sin embargo, nos parece
particularmente conforme con las tendencias espirituales de nuestra época, dominada y
absorbida por la «cuestión de Cristo»7, que en las expresiones de culto a la Virgen se
ponga en particular relieve el aspecto cristológico y se haga de manera que éstas reflejen
el plan de Dios, el cual preestableció «con un único y mismo decreto el origen de María y
la encarnación de la divina Sabiduría»8. Esto contribuirá indudablemente a hacer más
sólida la piedad hacia la Madre de Jesús y a que esa misma piedad sea un instrumento
eficaz para llegar al «pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta alcanzar la medida de la
plenitud de Cristo» (Ef 4,13); por otra parte, contribuirá a incrementar el culto debido a
Cristo mismo porque, según el perenne sentir de la Iglesia, confirmado de manera
autorizada en nuestros días9, «se atribuye al Señor, lo que se ofrece como servicio a la
Esclava; de este modo redunda en favor del Hijo lo que es debido a la Madre; y así recae
igualmente sobre el Rey el honor rendido como humilde tributo a la Reina»10.
26. A esta alusión sobre la orientación cristológica del culto a la Virgen, nos parece útil
añadir una llamada a la oportunidad de que se dé adecuado relieve a uno de los
contenidos esenciales de la fe: la Persona y la obra del Espíritu Santo. La reflexión
teológica y la Liturgia han subrayado, en efecto, cómo la
intervención santificadora del Espíritu en la Virgen de Nazaret
ha sido un momento culminante de su acción en la historia de
la salvación. Así, por ejemplo, algunos Santos Padres y
Escritores eclesiásticos atribuyeron a la acción del Espíritu la
santidad original de María, «como plasmada y convertida en
nueva criatura» por El11; reflexionando sobre los textos
evangélicos -«el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35) y «María... se
halló en cinta por obra del Espíritu Santo; (...) es obra del
Espíritu Santo lo que en Ella se ha engendrado» (Mt 1,18.20)-,
descubrieron en la intervención del Espíritu Santo una acción
que consagró e hizo fecunda la virginidad de María12 y la
transformó en Aula del Rey13, Templo o Tabernáculo del
5
Cf. Conc. Vat. II, Const. sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 104; AAS 56 (1964), pp.
125-126
6
Cf. Conc. Vat. II, Const.dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 66; AAS 57 (1965), p. 65.
7
Cf. Paulus VI, Alocución pronunciada el día 24 de Abril de 1970 en el Santuario de «Nostra Signora di
Bonaria» en Cagliari; ASS 62 (1970), p. 300.
8
Pius IX, Carta Apostólica, Ineffabilis Deus: Pii IX Pontificis Maximi Acta, I, 1, Romae 1854, p. 599; cf.
también V. Sardi, La Solenne definizione del dogma dell Immacolato concepimento di Maria Santissima, Atti
e documenti..., Roma 1904-1905, vol. II, p. 302.
9
Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 66; AAS 57 (1965), p. 65.
10
S. Hildelfonsus, De virginitate perpetua sanctae Mariae Cap. XII; PL 96, 108.
11
Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 56; AAS 57 (1965), p. 60 y los autores
citados en la correspondiente nota 176.
12
S. Ambrosius, De Spiritu Sancto II, 37-38; CSEL 79, pp. 100-101; Cassianus, De Incarnatione Domini II,
Cap. II; CSEL 17, pp. 247-249; S. Beda, Homilia I, 3; CCL 122, p. 18 y p. 20.
13
Cf. S. Ambrosius, De institutione virginis, Cap. XII, 79; PL 16 (ed. 1880), 339; Epistula 30, 3 et Epistula 42,
7; ibid., 1107 et 1175; Expositio evangelii secundum Lucam X, 132: S. Ch. 52, p. 200; S. Proclus
43
Señor14, Arca de la Alianza o de la Santificación 15; títulos todos ellos ricos de resonancias
bíblicas; profundizando más en el misterio de la Encarnación, vieron en la misteriosa
relación Espíritu-María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: «la
Virgen núbil se desposa con el Espíritu16, y la llamaron sagrario del Espíritu Santo 17,
expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen convertida en mansión estable del
Espíritu de Dios; adentrándose en la doctrina sobre el Paráclito, vieron que de Él brotó,
como de un manantial, la plenitud de la gracia (cf. Lc 1,28) y la abundancia de dones que
la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu la fe, la esperanza y la caridad que
animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo su adhesión a la voluntad de
Dios, el vigor que la sostuvo durante su «compasión» a los pies de la cruz 18; señalaron en
el canto profético de María (Lc 1, 46-55) un particular influjo de aquel Espíritu que había
hablado por boca de los profetas19; finalmente, considerando la presencia de la Madre de
Jesús en el cenáculo, donde el Espíritu descendió sobre la naciente Iglesia (cf. Act 1,12-
14; 2,1-4), enriquecieron con nuevos datos el antiguo tema María-Iglesia20; y, sobre todo,
recurrieron a la intercesión de la Virgen para obtener del Espíritu la capacidad de
engendrar a Cristo en su propia alma, como atestigua S. Ildefonso en una oración,
sorprendente por su doctrina y por su vigor suplicante: «Te pido, te pido, oh Virgen Santa,
obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús.
Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne a concebido al mismo
Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor
y lo contemplas como Hijo»21.
Constantinopolitanus, Oratio I,1 et Oratio V,3: PG 65, 681,et 720; S. Basilius Celeucensis, Oratio XXXIX, 3;
PG 85, 433; S. Andreas Cretensis Oratio IV, PG 97, 868; S. Germanus Constantinopolitanus, Oratio III, 15;
PC 98, 305.
14
Cf. S. Hieronymus, Adversus Iovinianun I, 33; PL 23, 267; S. Ambrosius, Epistula 63, 33; PL 16 (ed.
1880), 1249; De institutione virginis, cap. XVII, 195; ibid., 346; De Spiritu Sancto III, 79-80; CSEL 79, pp.
182-183; Sedulius, Hymnus «A solis ortus cardini», vv. 13-14; CSEL 10, p. 164; Hymnus Acathistos, str. 23;
ed. I. B. Pietra, Analecta Sacra, I, p. 261; S. Proclus Constantinopolitanus, Oratio I, 3; PG 65, 684; Oratio II,
6; ibid., 700; S. Basilius Seleucencis, Oratio IV; PG 97, 868; S. Ioannes Damascenus, Oratio VI, 10; PG 96,
677.
15
Cf. Severus Antiochenus, Homilia 57; PO 8, pp. 357-358; Hesychius Hierosolymitanus, Homilia de sancta
Maria Deipara; PG 93, 1464; Chrysippus Hierosolymitanus, Oratio in sanctam Mariam Deiparam, 2; PO 19,
p.338; S. Andreas Cretensis, Oratio V; PG 97, 896; S. Ioannes Damascenus, Oratio VI, 6; PG 96, 672.
16
Liber Apotheosis, vv. 571-572; CCL 126, p.97.
17
Cf. S. Isidorus, De ortu et obitu Patrum, cap. LXVII, 111; PL 83, 184; S. Hildefonsus, De virginitate
perpetua sanctae Mariae, cap. X; PL 96, 95; S. Bernardus, In Assumptione B. Virginis Mariae, Sermo IV, 4;
PL 183, 428; In Nativitate B. Virginis Mariae; ibid., 442; S. Petrus Damianus, Carmina sacra et preces II,
Oratio ad Deum Filium; PL 145, 921; Antiphona «Beata Dei Genitrix Maria»; Corpus antiphonialium Officii,
ed. R. J. Hesbert, Roma 1970, vol. IV, n. 6314, p.80.
18
Cf. Paulus Diaconus Homilia I, In Assumptione B. Mariae Virginis; PL 95, 1567; De Assumptione sanctae
Mariae Virginis Paschasio Radberto trib., nn. 31, 42, 57, 83; ed. A. Ripberger, in «Spicilegium Friburgense»,
n. 9, 1962, 72, 76, 84, 96-97; Eadmerus Cantauriensis De excellentia Virginis Mariae, cap. IV-V; PL 159,
562-567; S. Bernardus, In laudibus Virginis Matris, Homilia IV, 3; Sancti Bernardi Opera, ed. J. Leclereq-H.
Rochais, IV, Romanae 1966, pp. 49-50.
19
Cf. Origenes, In Lucam Homilia VII, 3; PG 13, 1817; S. Ch. 87, p. 156; S. Cyrillus Alexandrinus,
Comentarius in Aggaeum prophetam, cap. XIX; PG 71, 1060; S. Ambrosius, De fide IV, 9, 113-114; CSEL
78, pp. 197-198; Expositio Evangelii secundum Lucam II, 23-27-28; CSEL 32, IV, pp. 53-54 et 55-56;
Severianus Gabalensis, In mundi creationem oratio VI, 10; PG 56, 497-498; Antipater Bostrensis, Homilia in
Sanctissimae Deiparae Annunciationem, 16; PG 85, 1785.
20
Cf. Eadmerus Cantuariensis, De excellentia Virginis Mariae, cap. VII; PL 159, 571; S. Amedeus
Lausannensis, De Maria Virgine Matre, Homilia VII; PL 188, 1337; S. Ch. 72, p. 184.
21
De virginitate perpetua sanctae Mariae, cap. XII; PL 96, 106.
44
27. Se afirma con frecuencia que muchos textos de la piedad moderna no reflejan
suficientemente toda la doctrina acerca del Espíritu Santo. Son los estudios quienes
tienen que verificar esta afirmación y medir su alcance; a Nos corresponde exhortar a
todos, en especial a los pastores y a los teólogos, a profundizar en la reflexión sobre la
acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación y lograr que los textos de la piedad
cristiana pongan debidamente en claro su acción vivificadora; de tal reflexión aparecerá,
en particular, la misteriosa relación existente entre el Espíritu de Dios y la Virgen de
Nazaret, así como su acción sobre la Iglesia; de este modo, el contenido de la fe más
profundamente medido dará lugar a una piedad más intensamente vivida.
28. Es necesario además que los ejercicios de piedad, mediante los cuales los fieles
expresan su veneración a la Madre del Señor, pongan más claramente de manifiesto el
puesto que ella ocupa en la Iglesia: «el más alto y más próximo a nosotros después de
Cristo»22; un puesto que en los edificios de culto del Rito bizantino tienen su expresión
plástica en la misma disposición de las partes arquitectónicas y de los elementos
iconográficos -en la puerta central de la iconostasis está figurada la Anunciación de María
en el ábside de la representación de la «Theotocos» gloriosa- con el fin de que aparezca
manifiesto cómo a partir del «fiat» de la humilde Esclava del Señor, la humanidad
comienza su retorno a Dios y cómo en la gloria de la «Toda Hermosa» descubre la meta
de su camino. El simbolismo mediante el cual el edificio de la Iglesia expresa el puesto de
María en el misterio de la Iglesia contiene una indicación fecunda y constituye un auspicio
para que en todas partes las distintas formas de venerar a la bienaventurada Virgen María
se abran a perspectivas eclesiales.
En efecto, el recurso a los conceptos fundamentales expuestos por el Concilio Vaticano II
sobre la naturaleza de la Iglesia, Familia de Dios, Pueblo de Dios, Reino de Dios, Cuerpo
místico de Cristo23, permitirá a los fieles reconocer con mayor facilidad la misión de María
en el misterio de la Iglesia y el puesto eminente que ocupa en la Comunión de los Santos;
sentir más intensamente los lazos fraternos que unen a todos los fieles porque son hijos
de la Virgen, «a cuya generación y educación ella colabora con
materno amor»24, e hijos también del la Iglesia, ya que
nacemos de su parto, nos alimentamos con leche suya y
somos vivificados por su Espíritu»25, y porque ambas
concurren a engendrar el Cuerpo místico de Cristo: «Una y
otra son Madre de Cristo; pero ninguna de ellas engendra todo
(el cuerpo) sin la otra»26; percibir finalmente de modo más
evidente que la acción de la Iglesia en el mundo es como una
prolongación de la solicitud de María: en efecto, el amor
operante de María la Virgen en casa de Isabel, en Caná, sobre
el Gólgota -momentos todos ellos salvíficos de gran alcance
eclesial- encuentra su continuidad en el ansia materna de la
Iglesia porque todos los hombres llegan a la verdad (cf. 1Tim
2,4), en su solicitud para con los humildes, los pobres, los
22
Conc. Vat. II, Const. Dogm. Sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 54; AAS 57 (1965), p. 59. Cf. Paulo VI,
Alocución a los Padres Conciliares, en la clausura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II,
4 diciembre 1963: AAS 56 (1964), p. 37.
23
Cf. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Sobre la Iglesia, Lumen gentium, nn. 6, 7-8, 9-17; AAS 57 (1965), pp. 8-9,
9-12, 12-21.
24
Ibid., n. 63; AAS 57 (1865), p. 64.
25
S. Cyprianus, De Catholicae Ecclesiae unitate, 5; CSEL 3, p. 214.
26
Isaac De Stella, Sermo LI. In Assumtione B. Mariae; PL 194, 1863.
45
débiles, en su empeño constante por la paz y la concordia social, en su prodigarse para
que todos los hombres participen de la salvación merecida para ellos por la muerte de
Cristo. De este modo el amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa; porque
la una no puede subsistir sin la otra, como observa de manera muy aguda San Cromasio
de Aquileya: «Se reunió la Iglesia en la parte alta (del cenáculo) con María, que era la
Madre de Jesús, y con los hermanos de Este. Por tanto no se puede hablar de Iglesia si
no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de Este» 27. En conclusión,
reiteramos la necesidad de que la veneración a la Virgen haga explícito su intrínseco
contenido eclesiológico: esto equivaldría a valerse de una fuerza capaz de renovar
saludablemente formas y textos.
SECCIÓN SEGUNDA
CUATRO ORIENTACIONES PARA EL CULTO A LA VIRGEN: BÍBLICA, LITÚRGICA,
ECUMÉNICA, ANTROPOLÓGICA.
29. A las anteriores indicaciones, que surgen de considerar las relaciones de la Virgen
María con Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y con la Iglesia, queremos añadir, siguiendo
la línea trazada por las enseñanzas conciliares28, algunas orientaciones -de carácter
bíblico, litúrgico, ecuménico, antropológico- a tener en cuenta a la hora de revisar o crear
ejercicios y prácticas de piedad, con el fin de hacer más vivo y más sentido el lazo que
nos une a la Madre de Cristo y Madre nuestro en la Comunión de los Santos.
30. La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy día como
un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los estudios bíblicos, la
creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la tradición y la
moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada vez
más de la Biblia como del libro fundamental de oración y a buscar en ella inspiración
genuina y modelos insuperables. El culto a la Santísima Virgen no puede quedar fuera de
esta dirección tomada por la piedad cristiana29; al contrario debe inspirarse
particularmente en ella para lograr nuevo vigor y ayuda segura. La Biblia, al proponer de
modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella
impregnada del misterio del Salvador, y contiene además, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis, referencias indudables a Aquella que fue Madre y Asociada del Salvador.
Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de textos y
símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más;
requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de
oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la
Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al
mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también iluminados por
la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría
encarnada.
31. Ya hemos hablado de la veneración que la Iglesia siente por la Madre de Dios en la
celebración de la sagrada Liturgia. Ahora, tratando de las demás formas de culto y de los
criterios en que se deben inspirar, no podemos menos de recordar la norma de la
27
Sermo XXX, 7; S. Ch. 164, p. 134
28
Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, nn. 66-69; AAS 57 (1965), pp. 65-67.
29
Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina Revelación, Dei Verbum, n. 25; AAS 58 (1966), pp. 829-
830.
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Constitución Sacrosanctum Concilium, la cual, al recomendar vivamente los piadosos
ejercicios del pueblo cristiano, añade: «…es necesario que tales ejercicios, teniendo en
cuenta los tiempos litúrgicos, se ordenen de manera que estén en armonía con la sagrada
Liturgia; se inspiren de algún modo en ella, y, dada su naturaleza superior, conduzcan a
ella al pueblo cristiano»30. Norma sabia, norma clara, cuya aplicación, sin embargo, no se
presenta fácil, sobre todo en el campo del culto a la Virgen, tan variado en sus
expresiones formales: requiere, efectivamente, por parte de los responsables de las
comunidades locales, esfuerzo, tacto pastoral, constancia; y por parte de los fieles,
prontitud en acoger orientaciones y propuestas que, emanando de la genuina naturaleza
del culto cristiano, comportan a veces el cambio de usos inveterados, en los que de algún
modo se había oscurecido aquella naturaleza.
A este respecto queremos aludir a dos actitudes que podrían hacer vana, en la práctica
pastoral, la norma del Concilio Vaticano II: en primer lugar, la actitud de algunos que
tienen cura de almas y que despreciando a priori los ejercicios piadosos, que en las
formas debidas son recomendados por el Magisterio, los abandonan y crean un vacío que
no prevén colmar; olvidan que el Concilio ha dicho que hay que armonizar los ejercicios
piadosos con la liturgia, no suprimirlos. En segundo lugar, la actitud de otros que, al
margen de un sano criterio litúrgico y pastoral, unen al mismo tiempo ejercicios piadosos y
actos litúrgicos en celebraciones híbridas. A veces ocurre que dentro de la misma
celebración del sacrifico Eucarístico se introducen elementos propios de novenas u otras
prácticas piadosas, con el peligro de que el Memorial del Señor no constituya el momento
culminante del encuentro de la comunidad cristiana, sino como una ocasión para
cualquier práctica devocional. A cuantos obran así quisiéramos recordar que la norma
conciliar prescribe armonizar los ejercicios piadoso con la Liturgia, no confundirlos con
ella. Una clara acción pastoral debe, por una parte, distinguir y subrayar la naturaleza
propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los ejercicios piadosos para adaptarlos a las
necesidades de cada comunidad eclesial y hacerlos auxiliares válidos de la Liturgia.
30
Cf. Conc. Vat. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 13; AAS 56 (1964), p.103.
31
Cf. Officium magni canonis paracletici, Magnum Orologion, Athenis 1963, p. 558; passim en los cánones y
en los troparios litúrgicos; cf. Sofonio Eustradiadou. Theotokarion, Chenneviéres sur Marne 1931, pp. 9-19.
47
En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para
los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la
unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios32. Más aún, porque es voluntad
de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter
singular33, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error a
los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica 34 y
se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.
Finalmente, siendo connatural al genuino culto a la Virgen el que «mientras es honrada la
Madre (…), el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado» 35, este culto se
convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica, en la cual
cuantos confiesan abiertamente que Él es Dios y Señor, Salvador y único Mediador (cf. 1
Tim 2, 5), están llamados a ser una sola cosa entre sí, con El y con el Padre en la unidad
del Espíritu Santo36.
32
Cf. Conc. Vat II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 69; AAS 57 (1965), pp. 66-67.
33
Cf. Ibid., n. 66; AAS 57 (1965), p. 65; Const. sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 103;
AAS 56 (1964), p. 125.
34
Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 67; AAS 57 (1965), pp. 65-66.
35
Ibid., n. 66; AAS 57 (1965), p. 65.
36
Cf. Pablo VI, Alocución a los Padres Conciliares en la Basílica Vaticana, el día 21 de noviembre de 1964;
ASS 56 (1964), p. 1017.
37
Conc. Concilio Vat. II, Decr. Sobre el Ecumenismo, Unitatis redintegratio, n. 20; AAS 57 (1965), p.105.
38
Carta Encíclica, Adiutricem populi; AAS 28 (1895-1896), p.135.
48
encuadrar la imagen de la Virgen, tal como es presentada por cierta literatura devocional,
en las condiciones de vida de la sociedad contemporánea y en particular de las
condiciones de la mujer, bien sea en el ambiente doméstico, donde las leyes y la
evolución de las costumbres tienden justamente a reconocerle la igualdad y la
corresponsabilidad con el hombre en la dirección de la vida familiar; bien sea en el campo
político, donde ella ha conquistado en muchos países un poder de intervención en la
sociedad igual al hombre; bien sea en el campo social, donde desarrolla su actividad en
los más distintos sectores operativos, dejando cada día más el estrecho ambiente del
hogar; lo mismo que en el campo cultural, donde se le ofrecen nuevas posibilidades de
investigación científica y de éxito intelectual.
Deriva de ahí para algunos una cierta falta de afecto hacia el culto a la Virgen y una cierta
dificultad en tomar a María como modelo, porque los horizontes de su vida -se dice-
resultan estrechos en comparación con las amplias zonas de actividad en que el hombre
contemporáneo está llamado a actuar. En este sentido, mientras exhortamos a los
teólogos, a los responsables de las comunidades cristianas y a los mismos fieles a
dedicar la debida atención a tales problemas, nos parece útil ofrecer Nos mismo una
contribución a su solución, haciendo algunas observaciones.
35. Ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de
los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente
socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en
sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad
de Dios (cf. Lc 1, 38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción
estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio: porque, es decir, fue la primera
y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente.
36. En segundo lugar quisiéramos notar que las dificultades a que hemos aludido están
en estrecha conexión con algunas connotaciones de la imagen popular y literaria de
María, no con su imagen evangélica ni con los datos doctrinales determinados en el lento
y serio trabajo de hacer explícita la palabra revelada; al contrario, se debe considerar
normal que las generaciones cristianas que se han ido sucediendo en marcos socio-
culturales diversos, al contemplar la figura y la misión de María -como Mujer nueva y
perfecta cristiana que resume en sí misma las situaciones más
características de la vida femenina porque es Virgen, Esposa,
Madre-, hayan considerado a la Madre de Jesús como «modelo
eximio» de la condición femenina y ejemplar «limpidísimo» de
vida evangélica, y hayan plasmado estos sentimientos según
las categorías y los modos expresivos propios de la época. La
Iglesia, cuando considera la larga historia de la piedad mariana,
se alegra comprobando la continuidad del hecho cultual, pero
no se vincula a los esquemas representativos de las varias
épocas culturales ni a las particulares concepciones
antropológicas subyacentes, y comprende como algunas
expresiones de culto, perfectamente válidas en sí mismas, son
menos aptas para los hombres pertenecientes a épocas y
civilizaciones distintas.
37. Deseamos en fin, subrayar que nuestra época, como las precedentes, está llamada a
verificar su propio conocimiento de la realidad con la palabra de Dios y, para limitarnos al
49
caso que nos ocupa, a confrontar sus concepciones antropológicas y los problemas que
derivan de ellas con la figura de la Virgen tal cual nos es presentada por el Evangelio. La
lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo
presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo
contemporáneo, llevará a descubrir como María puede ser tomada como espejo de las
esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. De este modo, por poner algún ejemplo, la
mujer contemporánea, deseosa de participar con poder de decisión en las elecciones de
la comunidad, contemplará con íntima alegría a María que, puesta a diálogo con Dios, da
su consentimiento activo y responsable39 no a la solución de un problema contingente
sino a la «obra de los siglos» como se ha llamado justamente a la Encarnación del
Verbo40; se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María, que en el
designio de Dios la disponía al misterio de la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a
algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente,
llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios; comprobará con gozosa
sorpresa que María de Nazaret, aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue
algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes
bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los
oprimidas y derriba sus tronos a los poderosos del mundo (cf. Lc 1, 51-53); reconocerá en
María, que «sobresale entre los humildes y los pobres del Señor 41, una mujer fuerte que
conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio (cf. Mt 2, 13-23): situaciones todas
estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu
evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad; y no se le presentará
María como una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como
mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cf. Jn 2, 1-
12) y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones
universales42. Son ejemplos. Sin embargo, aparece claro en ellos cómo la figura de la
Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les
ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal,
pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al
oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del
amor que edifica a Cristo en los corazones.
39. Finalmente, por si fuese necesario, quisiéramos recalcar que la finalidad última del
culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en
un vida absolutamente conforme a su voluntad. Los hijos de la Iglesia, en efecto, cuando
uniendo sus voces a la voz de la mujer anónima del Evangelio, glorifican a la Madre de
Jesús, exclamando, vueltos hacia El: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te
crearon» (Lc 11, 27), se verán inducidos a considerar la grave respuesta del divino
Maestro: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,
28). Esta misma respuesta, si es una viva alabanza para la Virgen, como interpretaron
algunos Santos Padres44 y como lo ha confirmado el Concilio Vaticano II45, suena también
para nosotros como una admonición a vivir según los mandamientos de Dios y es como
un eco de otras llamadas del divino Maestro: «No todo el que me dice: «Señor, Señor»,
entrará en el reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos» (Mt 7, 21) y «Vosotros sois amigos míos, si hacéis cuanto os mando» (Jn 15, 14).
44
Cf. Augustinus, In Iohannis Evangelium, Tractatus X, 3; CCL 56, pp.101-102; Epistula 243, Ad laetum, n.
9; CSEL 57, pp. 575-576; S. Beda, In Lucae Evangelium expositio, IV, XI, 28; CCL 120, p.237; Homilia I, 4:
CCL 122, pp. 26-27.
45
Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 58; AAS 57 (1965), p. 61.