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Evitar el lugar común

sobre Fuera de Lugar, de Martín Kohan


Vicente Alfonso

Ya no hay grandes maestros


porque nadie quiere ser aprendiz
José Emilio Pacheco

Para quienes observan desde afuera, la novela negra suele aparecer


como un género rígido, con reglas muy precisas e inmutables que se
heredan de una generación a otra. No es extraño escuchar recuentos de
investigadores que van desde el decimonónico Auguste Dupin a los
actualísimos Zurdo Mendieta y Pichón Garay, como si se tratara de
simples eslabones de una estirpe dedicada a preservar, a toda costa, las
tradiciones del oficio. Una revisión menos superficial, sin embargo,
permite ver que los mejores novelistas del género negro requieren
iguales dosis de obediencia y rebeldía: las novelas de Patricia Highsmith,
Dashiell Hammet y Chester Himes contienen tanta admiración como
escarnio hacia sus predecesores. Así, más que un entramado fino, liso,
parejo, la historia de la llamada literatura negra semeja, para utilizar un
ejemplo cotidiano, una guerra de cárteles.
En un primer nivel, Fuera de lugar, de Martín Kohan, es un
inteligente divertimento literario que incluye enigmas, cadáveres,
casinos, carreteras oscuras y por supuesto, abundantes criminales: desde
una banda de pornógrafos (sacerdote incluido) que lucra fotografiando
niños, hasta una intrincada red de contrabandistas que extiende sus
dominios del Río de La Plata hasta los callejones más oscuros de Europa
del Este. No pocos de los lectores de este libro llegarán a la última página
atraídos por los múltiples enigmas que el autor ha sembrado: ¿por qué
Alfredo decide suicidarse después de ganar una fortuna en el casino? ¿Se
enterará la esposa de Santiago Correa de las aberraciones que éste ha
cometido durante sus supuestos viajes de negocios? ¿Hablará Guido, ese
joven autista que sólo repite palabras aparentemente sin sentido?
¿Arrestarán los militares a Marcelo en su camino a la frontera?
Al escribir esta novela, no obstante, Kohan ha dispuesto los
ingredientes de modo que el relato, al mismo tiempo, es una reflexión en
torno al complejo arte de contar historias. ¿Funcionan las mismas
fórmulas que dieron resultado a nuestros antecesores o es necesario
buscar nuevas estrategias? ¿cuántas veces puede repetirse un elemento
novedoso antes de que se convierta en un lugar común? parece
preguntarnos Kohan desde el otro lado de las páginas. El autor deja
pistas y atisbos que inducen a reflexiones más profundas. Pongo dos
ejemplos: el primero ocurre cuando alude, directamente, a una de las
situaciones más recurrentes de la literatura policial: el llamado enigma
de cuarto cerrado. Llamamos así a la clase de misterios que inauguró
Edgar Allan Poe con uno de sus cuentos más célebres: "Los asesinatos de
la calle Morgue". En el relato, una mujer aparece estrangulada en una
habitación cuyas puertas están cerradas por dentro. La idea, que en su
momento fue revolucionaria para las letras, ha sido utilizada tantas
veces que ha terminado por ser un lugar común del que Kohan se mofa
en la página 125 de Fuera de lugar, cuando escribe: No existe el misterio
del cuarto cerrado desde adentro. No existió para los policías que,
pasada una media hora, llegaron al edificio. Un suicidio, ¿qué otra
cosa?
El segundo ejemplo aparece en la página 144, cuando nos
enteramos de un hecho atroz enunciado en una línea: Alfredo va al
casino, juega, gana, sale y a los pocos días se mata. La frase
corresponde, casi palabra por palabra, con aquella idea que Chéjov dejó
en sus cuadernos de notas, un argumento para una historia que jamás
llegó a desarrollar: Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un
millón, vuelve a casa, se suicida. El argumento, por cierto, sirve al gran
Ricardo Piglia como punto de arranque para desarrollar sus tesis sobre
el cuento. En esta alusión al relato pendiente de Chéjov retomado por
Piglia, Kohan parece declarar quiénes son sus maestros.
Finalmente, en un tercer nivel de lectura, podemos asumir la más
reciente novela de Kohan como un cuestionamiento contra las ideas
preconcebidas, una amplia reflexión sobre los dilemas éticos, legales y
morales de nuestra época. La gente, en situaciones extremas, se dispone
a hacer cosas extremas, enuncia el narrador en la página 59. Parece
advertirnos que estamos por ingresar en el cenagoso terreno de los
claroscuros morales, y que aquellos que esperen la sencillez del blanco y
negro harán mejor en ajustarse el cinturón de seguridad. ¿Cuáles son los
límites del delito? nos hace preguntarnos Kohan. ¿Y los del pecado? ¿Es
posible pecar sin delinquir y viceversa? ¿Se puede ser un delincuente
pasivo, del mismo modo, por ejemplo en que ahora se habla de
fumadores pasivos?
Es en este plano donde las exploraciones de Kohan hurgan más
profundo. Aquí me veo obligado a repetir conceptos en los que he
insistido en más de una ocasión, pues como otras grandes novelas,
Fuera de lugar nos recuerda que somos herederos de una tradición que
nos toca conocer para negar, y que disfrutamos los avances residuales
que, como benéficas migajas, se han desprendido de la lucha de otras
generaciones contra las preguntas que no podemos responder. No somos
mejores que el pasado, somos producto de él. Con soberbia vemos por
encima del hombro a las generaciones que vivieron sin internet, que
jamás abordaron un avión, que no conocieron el verso libre, que
escribían maniatados por la censura de la Iglesia o en su caso, de la
dictadura. Pero esa certeza de que vivimos en el límite del conocimiento
se desvanece cuando queremos ejercerla en el nivel individual. Nos
jactamos de la estación espacial pero tenemos dificultades para arreglar
el flotador del excusado.
Lo mismo ocurre en el terreno literario: ¿por qué escribimos?
¿Para qué sirve la literatura? Reconozcamos que nos frustra o nos aterra
descubrir que seguimos buscando las mismas respuestas que desvelaron
a nuestros antepasados, quizá porque intuimos que nuestra generación
tampoco alcanzará conclusiones definitivas: queremos asumirnos en
otra etapa, en otro escalón, y para eso lo más simple es negar que nos
interesan los conflictos no resueltos. Disfrazamos el miedo de apatía.
Trasladando esta postura a lo literario, José Emilio Pacheco dice que “ya
no hay grandes maestros porque nadie quiere ser aprendiz”. Es cierto:
ser aprendiz implica heredar, junto a las técnicas y los secretos del oficio,
las dudas de los maestros y el compromiso de hacer lo necesario para
resolverlas, así sea por medio de la sátira o la negación de las
convenciones, como lo hicieron en su momento Mark Twain, José
Revueltas, Pacheco mismo y como magistralmente lo hace Kohan en
esta novela.
Fuera de lugar, de Martín Kohan, nos recuerda que una de las
razones de ser de las ficciones literarias es dislocar nuestra visión del
mundo, es decir, permitirnos mitigar el encierro del yo para vivir vidas
distintas. Darnos la oportunidad para ver el mundo a través de otros
ojos. No es otro el propósito de la mejor literatura.i

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