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‘Bestiario’ de Julio Cortázar

Por María Ayelén Spinelli

En Bestiario (1951), el primer libro de cuentos de Julio Cortázar, las situaciones fantásticas
irrumpen por fuerzas anónimas, salvajismos sutiles y, sobre todo, por interrogantes que cuestionan
la realidad de los cuentos y que nos interpelan de forma inevitable.
Julio Cortázar nace en Bruselas, Bélgica, el 26 de agosto de 1914, según el autor el nacimiento ocurre
en ese lugar de una manera accidental: se produjo allí como podría haberse producido en otro sitio
dependiendo del trabajo que le otorgasen a su padre, quien realizaba actividades relacionadas con
la diplomacia. Sin embargo, a los cuatro años llega a Argentina y transcurre su infancia, adolescencia
y juventud en este país. Además, a pesar de marcharse en 1951 por diferencias ideológicas con el
gobierno de Juan Domingo Perón y radicarse en París por el resto de su vida, se proclama en varias
entrevistas como un escritor argentino no sólo porque eligió al español para desarrollar su literatura,
podría haber optado por el francés, sino también porque en la década de los sesenta fue parte
del Boom Latinoamericano, un fenómeno literario que despierta de forma masiva la lectura de
escritores de esa región en Europa y en todo el mundo. Esto genera una conciencia propia, una
identidad y un sentido de pertenencia sobre lo que significa ser latinoamericano, que desvía la
mirada hacia los países primermundistas para forjar un destino literario y social que nos represente;
este hecho estuvo vinculado con el peculiar momento socio-histórico que atravesaba la zona como,
por ejemplo, la presencia de gobiernos con rasgos socialistas, populares y, sobre todo, la victoria de
la Revolución Cubana.
No obstante, su doble pertenencia a mundos diferentes es un elemento imposible de eludir en su
narrativa: los personajes de Cortázar se sitúan acá y/o allá, Buenos Aires y/o Paris, añadiendo a
estas ciudades las percepciones particulares de cada uno de ellos; el expresionismo que habita en
estos lugares es una estética que a medida que avanza la maquinaria cortazariana se profundiza y
comienza a adquirir características muy puntuales. De esta manera, Buenos Aires es, en muchos
casos, sinónimo de tensión mientras que París, de liberación; este doble desplazamiento es
representado en varios textos, pero Rayuela (1963), por antonomasia, la enaltece. Además, la
ambigüedad del plano espacio-temporal es un rasgo preponderante en su obra, que surge de forma
(casi) imperceptible, sigilosa y natural.
Estas características, no escapan a Bestiario (1951), un título intenso para el primer gran libro de
cuentos del autor, que se centra de forma exclusiva en Buenos Aires, publicado antes de su partida
al extranjero y que presenta los primeros puntos nodales de su narrativa ya que, además, el escritor
considera que es el primer libro donde encontró las palabras adecuadas para expresarse; es decir,
su propio código o idioma.
Bienvenidos a un universo doble, alternado por pequeñas frases que revelan un orden imperante
que arrasa sin miedo sobre toda concepción de lo normal y, sobre todo, que nos arrasa a nosotros, a
los lectores, a una realidad inestable de la que ya no nos podremos ir sin desconfiar de que en lo
ordinario existe una sutil amenaza, siempre sutil.

Bestiario
El título nos instala de forma inevitable en el pensamiento sobre lo bestial; por un lado, podemos
quedarnos con la definición que aporta el diccionario o bien, extender su significado. Por ejemplo,
podría remitirnos a un conjunto de narraciones sobre distintas especies, fábulas o alternar su
significado a un folleto que se podría encontrar en un museo de ciencias, pero no. Aunque insistamos
en clasificarlo, fracasaríamos todas las veces. La primera premisa que hay que tener en cuenta para
adentrarse al mundo cortazariano es que no admite taxonomías, sino que las destruye y las
reinventa. En ese sentido, lo bestiario irrumpe no por su forma sino por su efecto; no vamos a
encontrar en este libro de cuentos monstruosidades físicas sino, en todo caso, psíquicas. De
cualquier forma, para ingresar al orden propuesto por Bestiario, homónimo del octavo cuento del
libro, la primera pregunta que deberíamos hacernos es ¿qué son las bestias?

Lo bestial como lo indecible


El primer cuento es Casa tomada y ha sido interpretado como una respuesta literaria de la ideología
antiperonista del autor, pero Cortázar explica que sólo fue una pesadilla, aunque tampoco niega la
interpretación política del cuento; en todo caso, la explica como un posible mecanismo inconsciente
de su propia neurosis. De cualquier forma, el hecho fantástico es invisible; en este caso hay una
fuerza desconocida que permite el avance de la historia: dos hermanos que se ven obligados a
abandonar su casa, son desalojados por algo del orden de lo indecible:
El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro
de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que
traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado
tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y
además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve
de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado
la parte del fondo.
La fuerza que expulsa a sus personajes nunca se revela y por supuesto, es la gran protagonista de la
historia. Además, el entorno social de Argentina posibilita el contexto de producción de la hipótesis
antiperonista debido a que era un momento de mucha revuelta política y social; el primer gobierno
de Perón se instalaba para darle a los cabecitas negras oportunidades que eran sólo de la aristocracia
y el choque cultural entre ambos estratos sociales produjo eclosiones. En ese contexto, muchos
jóvenes literatos lectores de la vanguardia europea ven un atraso social y cultural en el peronismo;
sus consignas y propagandas les resultaban demagógicas, abominables, ensordecedoras y deciden
marcharse: Cortázar fue uno de ellos. Tiempo después, comprenderá un poco mejor su historia y
hará una relectura sobre el peronismo, aunque no adhiera a su ideología.
También, el cuento propone una interpretación en relación al incesto, como si la culpa cobrase una
fuerza indomable y fuera lo que termina por expulsar a ese matrimonio de hermanos:
Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a
comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y
silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros
bisabuelos en nuestra casa.
Otro cuento del tomo que manifiesta lo bestial a través de un aspecto desconocido es Ómnibus que
narra la historia de dos jóvenes que suben al 168; luego de ser amedrentados por las miradas de los
otros pasajeros y/o por sus flores, y de que ellos bajen en el cementerio de Chacharita, quedan solos
bajo un orden perturbador del que se desconoce su procedencia:
El guarda no se había movido, ahora hablaba iracundo con el conductor. Vieron (sin querer reconocer que
estaban atentos a la escena) cómo el conductor abandonaba su asiento y venía por el pasillo hacia ellos,
con el guarda copiándole los pasos. Clara notó que los dos miraban al muchacho y que éste se ponía rígido,
como reuniendo fuerzas; le temblaron las piernas, el hombro que se apoyaba en el suyo. Entonces aulló
horriblemente una locomotora a toda carrera, un humo negro cubrió el sol. El fragor del rápido tapaba las
palabras que debía estar diciendo el conductor; a dos asientos del de ellos se detuvo, agachándose como
quien va a saltar. El guarda lo contuvo prendiéndole una mano en el hombro, le señaló imperioso las
barreras que ya se alzaban mientras el último vagón pasaba con un estrépito de hierros. El conductor
apretó los labios y se volvió corriendo a su puesto; con un salto de rabia el 168 encaró las vías, la pendiente
opuesta.
En este fragmento, como en otros a lo largo del cuento, predomina la animalización en el conductor
y en el ambiente; la situación es dominada por la presencia de algo monstruoso como se evidencia
con las frases «éste se ponía rígido», «como reuniendo fuerzas», «aulló horriblemente una
locomotora», «agachándose como quien va a saltar», «con un salto de rabia». En ese sentido, en Las
puertas del cielo aparece la mención de los monstruos como una metáfora asquerosamente
clasicista del abogado Marcelo, que al igual que en el cuento anterior permite comprender de forma
simbólica ese encuentro con el otro. En este caso, la sustitución se hace hacia los personajes que
pertenecían al mundo de la milonga, de lo bajo; eso que para Celina es su cielo y que de forma
imperceptible volverá a transitar, es descrito por el abogado de la siguiente forma:
Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den
tantos juntos. Asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros
de uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados
en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos
azules y rosa, las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles
de los que les queda el cansancio y el orgullo.
La actitud despectiva de Marcelo se rebela en Lejana, cuento en el que Alina Reyes quien de forma
inexplicable contacta primero mediante un sueño y después, a través de un puente, con su otro yo,
con su lejana haraposa y doliente con la que termina por fundirse. A veces, la solidaridad y a veces,
la curiosidad son los sentimientos que la acercan a su alteridad.
Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me pegan o la nieve
me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo
como un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es
imposible resistir y entonces tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad,
humedad entre esa nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los zapatos.

Lo bestial en lo humano
Si en los anteriores cuentos, lo bestial se mimetiza con lo anónimo de forma inevitable, tensa, salvaje
y expulsa a sus personajes de su casa, del ómnibus o los transforma, los reúne con su alteridad o los
coloca en donde siempre deberían haber estado; en estos otros cuatro, lo bestial adquiere
características más concretas. Así es como en Cefalea la presencia de unas criaturas fantásticas, las
mancuspias, altera el significado de todo el cuento sin saber bien si ellas y todo lo que acontece a su
alrededor pertenecen a la realidad percibida por el narrador-protagonista o bien, todo es una especie
de alucinación o enfermedad:
Cuando ya no se puede leer encendemos una vela junto al manual para terminar de enterarnos de
los síntomas, es mejor saber por si más tarde – Dolores lancinantes agudos en sien derecha, esta
terrible serpiente cuyo veneno actúa con espantosa intensidad (ya leímos eso, es difícil alumbrar
el manual con una vela), algo viviente camina en círculo dentro de la cabeza, también lo leímos y
es así, algo viviente camina en círculo. No estamos inquietos, peor es afuera, si hay afuera.
Por otro lado, en Carta a una señorita en París los conejitos salvajes del cuento invaden y destrozan
el minucioso orden del departamento de Andrée, que tanto asfixiaba al narrador-protagonista quien
se lo cuidaba mientras ella estaba en París:
Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden
minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y
ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios
ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar (…) Pero no le escribo por eso,
esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas,
y tal vez porque llueve (…) De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir
en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Además, en Circe, texto que remite inevitablemente a la hechicera griega, presenta a Delia Mañara,
una extraña joven que mantiene una particular relación entre los animales, los insectos, los licores,
los bombones y sus novios, dos de ellos ya fallecidos cuando inicia el relato:
Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a
nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron
demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé, la
incrédula desazón en el gesto de su padre.
En ese cuento, la presencia de lo siniestro es formidable ya que el ambiente cotidiano comienza a
alterase gradualmente a medida que se describe a Delia:
Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara.
Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once,
de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado
con arañas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas
venían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto
liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor.
Por otra parte, en Bestiario, la bestia no sólo es el tigre por el que los humanos deben habitar la casa
dependiendo del lugar en que éste se encuentre sino también, los humanos que posibilitan ello; ellos
actúan complaciendo al tigre, como si el hecho de vivir en medio de una tragedia latente, no los
afectara: toda la casa se organiza en torno a la bestia pero a su vez eso revela que lo bestial está en
las relaciones que mantienen, las alusiones al posible incesto entre Tía Rema y Nene, o la
dominación de él en toda casa y, por supuesto, la extraña decisión de enviar a la niña Isabel allí.
Todo ello, desvía lo salvaje del animal y lo coloca del lado de los humanos:
El Nene tenía entornada la puerta de su estudio y estaba paseándose en mangas de camisa, con el cuello
suelto. Le silbó al pasar. —Me voy a dormir, Nene. —Oíme: decile a Rema que me haga una limonada bien
fresca y me la traiga aquí. Después subís no más a tu cuarto. Claro que iba a subir a su cuarto, no veía por
qué tenía él que mandárselo. Volvió al comedor para decirle a Rema, vio que vacilaba. —No subás todavía.
Voy a hacer la limonada y se la llevás vos misma. —Él dijo que… —Por favor.
En conclusión, una de las virtudes del autor consiste en alterar el significado ordinario de las
palabras y conceptos, incluso alterar también lo que comprendemos como real e irreal generando
un verosímil narrativo de lo fantástico. En ese sentido, el autor consideraba que lo fantástico es un
sentimiento y una forma de ver y transitar la vida donde lo real y lo irreal no pertenecen a dos
mundos distintos, sino que conviven.
No obstante, la presencia constante de Buenos Aires invadiendo todos los cuentos con infinitas
referencias (calle Rodriguez Peña, calle Suipacha, el Odeón, Villa del Parque, Tinogasta y Zamudio,
Avenida San Martín y Nogoyá, la torre florentina de San Juan María Vianney, Chacarita, Retiro,
Canning y Santa Fe, la Facultad de Derecho, Leandro N. Alem, Plaza de Mayo, la torre de los
Ingleses, Puan, Almagro, Plaza Once, Palermo, Cangallo y Pueyrredón, Medrano y Rivadavia, el
Luna Park, el Abasto, Mar del Plata, Constitución, Banfield) sitúa a la narrativa en un contexto bien
específico; no es casual que esta ciudad sea propicia de lo bestiario: en un contexto político donde
las consignas peronistas estaban a la orden del día, quizá Bestiario sea el grito que intenta
desgarrarlo.
Es decir, por un lado, la fuerza bestiaria es un simbolismo político; por otro, un impulso anónimo; a
veces, corresponderá a conejos, arañas, mariposas, cucarachas, a un gato, a todo tipo de insectos, a
un tigre; e incluso cuando sea necesario se inventará un nombre, un animal: las mancuspias
de Cefalea. En cualquiera de los casos, el efecto es el mismo: la apertura de realidades nuevas (a
veces, insoportables), de pasadizos, de planos paralelos que alteran de forma sistemática lo
cotidiano. En definitiva, la gran bestia del cuento es la realidad misma sin el velo que nos permite
concebirla como normal.

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