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CRECIDAS E INUNDACIONES COMO RIESGO HIDROLÓGICO
UN PLANTEAMIENTO DIDÁCTICO
Recibido: 1997-10-02
Alfredo OLLERO OJEDA
Universidad del País Vasco,
Facultad de Filología y Geografía e Historia
Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología
c/Marqués de Urquijo, s/n,
01006 VITORIA-GASTEIZ
1. INTRODUCCIÓN
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Crecidas e inundaciones como riesgo hidrologico : un planteamiento didactico / Alfredo Ollero 11/1/22 16:49
El tema de las crecidas e inundaciones destaca por su notable interés y tradición en la ciencia
geográfica y, en consecuencia, por su importancia teórica y práctica en la formación de
geógrafos. Si los procesos naturales de crecida e inundación son por sí mismos de gran
interés científico, didáctico y aplicado, este interés se acrecienta considerablemente cuando lo
que estudiamos son las consecuencias en el territorio de dichos procesos. Son estas
consecuencias, las repercusiones en el medio natural y humano de un proceso hidrológico
extremo, las que convierten al proceso en riesgo y las que dan máximo sentido a un tema
fundamental de la investigación geográfica contemporánea y de otras ciencias aplicadas, un
tema complejo que trata de analizar y valorar la multiplicidad de interacciones de máxima
tensión que tienen lugar entre el hombre y la naturaleza cuando sobreviene un evento
hidrológico de baja frecuencia y caudal extremo.
De entre los riesgos naturales, crecidas e inundaciones son el más extendido mundialmente y
el más frecuentemente experimentado, así como el que mayores daños y pérdidas ocasiona
(quizás porque las pérdidas por sequías son mucho más difíciles de evaluar). Esta afirmación
es también aplicable a nuestro país, según estudios del ITGE y Protección Civil (OLCINA,
1994), aun cuando no podemos decir que estemos en zona de alto riesgo a nivel mundial. Por
otro lado, son fenómenos que tarde o temprano suceden en todas las cuencas, por lo que
podemos hablar de universalidad del riesgo, otro aspecto a tener muy en cuenta.
Estamos, por tanto, ante un tema geográfico por excelencia en la interfase hombre-
naturaleza, medio físico-medio cultural, un tema además de notable repercusión social. En su
planteamiento didáctico, el estudio de crecidas e inundaciones como riesgo natural requiere
su comprensión previa como proceso. Es preciso analizar desde dos perspectivas diferentes –
proceso natural, por un lado, y riesgo frente a los intereses humanos en el territorio, por otro–
un mismo evento ya de por sí complejo en el tiempo, en el espacio y en el paisaje. He aquí el
principal valor formativo de este tema.
El objetivo de este artículo es ante todo didáctico: aclarar conceptos sobre el tema de las
crecidas e inundaciones y alcanzar una clasificación de las causas y de las consecuencias de
estos procesos que facilite la labor docente y favorezca una mejor comprensión de los
mismos tanto a los geógrafos profesores como a los investigadores y profesionales.
2. SOBRE LA DEFINICIÓN DE CRECIDA Y LOS FACTORES DEL PROCESO
Los sistemas fluviales muestran por un lado un comportamiento hidrológico normal,
representado por el régimen estacional y por la irregularidad espacio-temporal, y por otro
casos extremos por su volumen, crecidas y estiajes, más o menos excepcionales por su
frecuencia. Para la ordenación del territorio, y en especial para la definición y prevención de
riesgos hidrológicos es fundamental conocer estos casos.
2.1. El concepto de crecida Una avenida o crecida de un río, también llamada popularmente
riada, es un proceso natural, sin periodicidad y de grandes consecuencias ambientales,
constituido por un incremento importante y repentino de caudal en un sistema fluvial. Lleva
consigo un ascenso del nivel de la corriente, que puede desbordar el cauce menor para ocupar
progresivamente el cauce mayor, hasta alcanzar un máximo o punta de caudal o caudal-punta
y descender a continuación (OLLERO, 1996). Son situaciones de estrés hídrico, sucesos
hidrogeomorfológicos bien muy concentrados localmente, bien generalizados a nivel de
cuenca, en los que el incremento de caudal supone un incremento de los flujos de energía
(inputs y outputs) a través del sistema, que necesita estos procesos extremos para su propio
equilibrio dinámico (GARZÓN, 1987). Esta sobreexcitación del comportamiento hidrológico
genera consecuencias ambientales muy diferentes a las de los procesos de escorrentía normal,
ya que se superan umbrales de resistencia en el sistema fluvial y se aceleran los procesos de
erosión, transporte y sedimentación en la evolución ambiental de la cuenca.
Cada crecida presenta una distinta progresión o evolución en el espacio y en el tiempo, un
distinto desarrollo desde su origen hasta el final de proceso, reflejados en su hidrograma. Dos
parámetros son fundamentales: la velocidad de la crecida y su duración en el tiempo.
Aunque cada sistema fluvial tiene un tipo de evolución que suele cumplir, el hidrograma de
una crecida suele presentar una curva de ascenso muy brusca, que refleja un rápido proceso
de concentración de caudal, y un descenso lento y paulatino de las aguas (proceso de
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laminación) tras la punta de crecida. Ahora bien, cada crecida evoluciona de un modo
distinto, sus cudales-punta y los desbordamientos varían en los distintos tramos del sistema
fluvial. Cada episodio necesita una explicación precisa, no se puede generalizar y por eso
tampoco es especialmente fiable modelizar.
Para definir un proceso hidrológico como crecida es imprescindible diferenciarlo respecto de
cualquier proceso de aguas altas ordinarias. Los hidrólogos no se han puesto de acuerdo al
respecto, y suelen establecer el umbral en una cifra teórica resultante de multiplicar por 3,
por 5, a veces por 10, el caudal medio anual. Para geógrafos como FRÉCAUT (1964) aguas
altas son elevaciones anuales y relativamente regulares, mientras las crecidas son por
definición excepcionales e irregulares, aunque precisamente suelen acontecer dentro del
período de aguas altas. GUILCHER (1965) advierte de la dificultad de establecer la
diferenciación, especialmente en sistemas fluviales de llanura alimentados por la fusión nival.
Desde nuestro punto de vista el umbral debe ser elegido en función de nuestro objetivo de
trabajo. Un umbral muy útil puede ser el de desbordamiento, entendido como el proceso en el
que las aguas sobrepasan la situación de bankfull o cauce menor lleno. Si nuestro objetivo
aplicado es la ordenación del territorio, el criterio fundamental para definir un episodio
hidrológico como crecida es el hecho de que puede provocar un desbordamiento. En este
sentido, hablaremos de crecida cuando haya riesgo de inundación en el lecho mayor, cuando
puedan producirse daños, y si no lo hay estaremos ante aguas altas ordinarias. Ahora bien,
fijar este umbral es sumamente complicado, teniendo en cuenta las diferentes morfologías de
los cauces y la existencia de obstáculos naturales o antrópicos asociados a los mismos. Por
otro lado, quizás sea más correcto hablar de umbral de peligro y no de riesgo, como veremos
más adelante.
2.2. Los factores de las crecidas fluviales Se trata de los mismos factores de la escorrentía
normal, actuando con otra intensidad. Podemos distinguir entre unos factores
desencadenantes de la avenida y unos factores de intensificación o atenuación de la misma.
Los factores desencadenantes son principalmente fenómenos hidrometeorológicos (OLCINA,
1994):
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Otras debacles que pueden generar crecidas son terremotos, erupciones volcánicas (Islandia,
Kamchatka, Andes) o movimientos de tierras a gran escala.
Los factores de intensificación o atenuación intervienen en la forma de evolución espacio-
temporal del evento de crecida, en las características de la propagación de las aguas valle
abajo (MATEU, 1988):
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(elevación progresiva del nivel de las aguas en valles y llanos de inundación de perfil
transversal cóncavo) y outflow (desparramamiento desde el río hacia las cotas más bajas del
área adyacente en valles de perfil transversal convexo).
•La elevación del nivel del mar en las costas, por situaciones de temporal,
huracanes, olas de tsunami, etc., produce lo que ALEXANDER (1993)
denomina inundaciones litorales. Estas elevaciones reducen la capacidad de
desagüe de los ríos en crecida, agravándose el proceso. LEDOUX (1995)
distingue en las costas francesas dos tipos de sobreelevaciones, una ligada a la
presión hidrostática y otra a la ola de temporal.
•Insuficiencia o imposibilidad de drenaje del agua precipitada en determinadas
superficies: terrenos impermeables, zonas urbanas, áreas endorreicas. El agua
permanece varios días hasta que se evapora o se infiltra.
•Elevación del nivel freático hasta producirse el encharcamiento superficial.
•Inundación lacustre como respuesta a una crecida del río que conecta con el
lago.
•Inundación en el área de confluencia de dos sistemas fluviales. Un río crecido
no puede recibir los caudales de sus afluentes y produce un cierre hidráulico, de
manera que su propia crecida penetra en aquéllos y provoca inundaciones al
remansar sus descargas. También pueden coincidir las crecidas de los dos
confluentes, produciendo efectos graves y complejos.
•Inundación en la desembocadura de un sistema fluvial en el mar, que
ALEXANDER (1993) denomina inundación estuarina. Se produce en
situaciones sinérgicas entre la crecida fluvial y la elevación del nivel del mar.
•Inundación por represamiento de una corriente fluvial a causa de un proceso de
vertiente o de una barrera de hielo. La ruptura de la presa provocará una crecida,
como ya hemos visto. En este caso la inundación antecede a la crecida.
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desastres naturales sino fenómenos naturales que responden a las pautas habituales del flujo
de los ríos. Los desastres son obra de los hombres en tanto que han buscado el riesgo
ocupando los llanos de inundación con edificios, campos o industrias, carreteras, puentes,
vías férreas, etc. por ignorancia o conveniencia económica.
5.2. Peligrosidad y vulnerabilidad en crecidas e inundaciones ¿Cómo se puede valorar el
riesgo? ¿Cuál es el grado de riesgo de una situación o fenómeno? El grado de riesgo
(PANIZZA, 1988) se obtiene del producto de la peligrosidad natural (condición, proceso o
suceso potencial que supone una amenaza para el hombre o su actividad) por la
vulnerabilidad territorial (características del grupo humano amenazado) es decir, la
probabilidad de ocurrencia de un peligro por el valor del daño que puede causar (ROWE,
1977).
Los principales elementos de peligrosidad de crecidas e inundaciones son definidos por
DUNNE y LEOPOLD (1978):
•El origen de la crecida (precipitación intensa, fusión nival, rotura de
represamiento...).
•El tipo de curso fluvial en que nos encontremos (gran río, curso de montaña,
rambla, curso de recorrido corto...) y el tramo del mismo (curso alto, medio o
bajo, tramo encajado o divagante...).
•El volumen de la crecida y especialmente la altura máxima que alcanza el agua.
•La velocidad de propagación, la rapidez de subida de las aguas, que condiciona
la posibilidad de alertar y evacuar a tiempo a la población.
•La duración de la inundación, muy importante de cara a los daños económicos
por paralización de actividades.
•La época del año en que se produzca el evento, lo cual puede ser relevante para
cosechas y determinadas actividades económicas.
•El área inundada o magnitud de la inundación.
A los elementos reseñados hemos de añadir (v. esquema 1) como parámetros fundamentales
de peligrosidad la frecuencia del proceso y la probabilidad de que se produzca en el futuro.
Pese a que son procesos sin periocidad, imprevisibles, es básico conocer de forma teórica
cada cuánto se pueden repetir y con qué características, para definir los riesgos y actuar en
consecuencia.
Lo expuesto supone una amenaza del medio físico sobre una sociedad, de ahí el término de
peligrosidad. Ahora bien, un riesgo natural, en tanto que problema de adaptación del hombre
a la peligrosidad natural, es variable y mutable en el tiempo y en el espacio, como lo son los
niveles de civilización de las distintas sociedades, y lo que para cada una de ellas puede
calificarse de riesgo (CALVO, 1984). Es el nivel cultural, de organización y técnológico de
los distintos grupos humanos, lamentablemente, el que califica las amenazas del medio físico,
el que marca la respuesta humana a su inestabilidad, de manera que los daños siempre son
mayores en el tercer mundo.
Es la vulnerabilidad territorial la que define fundamentalmente, en último término, el carácter
catastrófico de una crecida o inundación.
Los elementos vulnerables que contribuyen a incrementar el riesgo son (v.
esquema 1) los usos del suelo y del agua, las infraestructuras, los asentamientos humanos en
zonas inundables (casi un 10% de la superficie de los continentes lo es) y su densidad de
población, contando con el alto grado de antropización en las inmediaciones de los ríos por
obvias ventajas de accesibilidad, fertilidad, navegación, comunicaciones, etc. La población a
nivel mundial es cada vez más urbana, más concentrada y más dependiente de
infraestructuras sofisticadas y vulnerables. El proceso de concentración espacial de
poblaciones, actividades e inversiones ha sido máximo en las últimas décadas e incrementa el
riesgo. La crecida o la inundación son el peaje que se paga por ocupar los terrenos que ha
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creado el río.
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1954, del Mississippi en abril-mayo de 1827, con 212 víctimas, del Ohio en marzo de 1913
con 500 muertos, del Garona y sus afluentes en 1875 y en marzo de 1930, la del Arno en
Florencia en noviembre de 1966. La gran crecida del Mississippi en julio de 1993 es uno de
los desastres más costosos de la historia de América (PITLICK, 1997). Fue producida a raíz
de grandes precipitaciones en todo el Medio Oeste a lo largo del verano. Los usos humanos
también intervinieron en su incremento.
En la Península Ibérica esta tipología es característica del Guadalquivir y del Ebro, donde es
fundamental la coincidencia de afluentes. Duran varios días y se producen a raíz de fuertes
lluvias extendidas de tipo frontal. Las del Ebro no han causado víctimas desde 1930, siendo
la más importante la de diciembre de 1960. Las del Guadalquivir de diciembre de 1996
causaron 4 muertos y pérdidas por valor de 70.000 millones de pesetas en toda Andalucía
occidental.
El grado de riesgo en estas avenidas es alto por su elevada frecuencia y la enorme
vulnerabilidad de los llanos de inundación. No obstante al ser más previsibles los habitantes
se encuentran más habituados y preparados. Como son crecidas lentas, que se conocen con
varios días de antelación desde su formación en las cabeceras, hay tiempo para tomar
precauciones y desalojar a la población si es preciso. En las sociedades avanzadas estas
crecidas provocan muy pocas víctimas en la actualidad.
6.2. Crecidas e inundaciones por fusión de nieve y hielo Los procesos de fusión producen
crecidas de gran volumen y duración, lentas, muy previsibles, muchas veces evitadas por
pequeñas obras de infraestructura. El grado de riesgo es menor que en las crecidas de los
grandes sistemas fluviales, ya que la vulnerabilidad suele ser menor (la densidad de
población más baja) y la estacionalidad se cumple. Los mejores ejemplos de esta tipología se
registran en los ríos siberianos y canadienses, así como en el Rhin y el Danubio entre los ríos
alpinos. En la Península Ibérica los ejemplos son escasos, destacando algunas de las crecidas
de los afluentes pirenaicos del Ebro.
6.3. Crecidas e inundaciones en ríos de corto recorrido y ramblas Esta tipología es muy
frecuente en el planeta, pero los mejores ejemplos pueden encontrarse sin lugar a dudas en la
Península Ibérica (OLCINA, 1994), tanto en el ámbito mediterráneo como en el cantábrico.
Son crecidas rápidas e imprevisibles que afectan a sistemas fluviales de corto recorrido y
pendiente media o alta. Es fundamental para su génesis la proximidad a la costa de los
sistemas montañosos, desarrollándose procesos convectivos violentos que coinciden, además,
con situaciones de temporal en el mar, con lo que los problemas se acrecientan en las
desembocaduras.
GUILCHER (1965), DAVY (1975) o MATEU (1990) han propugnado el término de “crecida
mediterránea” como avenida desmesurada y repentina de los ríos tributarios de ese mar,
desencadenada a principios de otoño por precipitaciones de gran intensidad horaria. La
crecida avanza como una muralla de agua con muy abundante caudal sólido y una enorme
capacidad destructiva.
El grado de riesgo es máximo debido a la enorme vulnerabilidad: asentamientos urbanos e
industriales en los cauces, vías de comunicación que recorren ramblas, etc. OLCINA (1994)
define como principales sectores de riesgo la Ribera del Júcar, las cuencas medias y bajas del
Segura, otras ramblas menores en todo el territorio levantino, el Vallés (rieras Ripoll y Rubí),
Tarragona en la desembocadura del Francolí, Girona donde confluyen los ríos Ter, Güell,
Galligans y Oñar, así como la franja mediterránea de Andalucía: río Almanzora (Cuevas,
Zurgena), Almería (ramblas Andarax, Belén, Chanca, Caballar y Obispo), rambla de
Albuñol, Málaga (desembocadura de Guadalmedina y Guadalhorce), etc.
El 4 de noviembre de 1864 hubo una gran inundación del Júcar, con una punta estimada en
más de 12.000 m3/s (MATEU y CARMONA, 1991). En octubre de 1957 tuvo lugar la
catastrófica inundación de Valencia por la avenida del Turia (el caudal máximo el día 14
alcanzó los 3.700 m3/s) que llevó a la posterior desviación y encauzamiento del río.
En septiembre de 1962 en Catalunya un temporal de levante afectó a las comarcas del Vallés,
Baix Llobregat y Maresme. La situación de marejada elevó el nivel del mar en la costa que
impidió el normal desagüe de los ríos Llobregat, Besós, Ripoll y riera de Rubí, que se
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desbordaron por las tierras bajas, causando 973 muertos, la destrucción de 5.000 viviendas y
2.700 millones de pesetas en pérdidas.
Otro dramático episodio tuvo lugar en octubre de 1973 en el Sureste peninsular.
Los datos hablan de precipitaciones en un día de 600 mm en Zurgena y 598 mm en Albuñol.
Crecidas e inundaciones en todas las ramblas (la de Nogalte, afluente del Guadalentín, el día
19 registró más de 3.000 m3/s; en el río Almanzora 3.500 m3/s de caudal punta) causaron
300 muertos y daños materiales incalculables en las provincias de Granada, Almería y
Murcia (OLCINA, 1994).
El 20 de octubre de 1982 tuvo lugar la Pantanada del Júcar, importante crecida incrementada
por la rotura de la presa de Tous. La zona inundada alcanzó 290 km2 de superficie y hubo 30
víctimas mortales. La recién construida autopista A-7 y la vía férrera de Silla a Gandía
tuvieron un importante papel en la conducción y retención de las aguas. Los daños superaron
los 60.000 millones de pesetas sólo en la provincia de Valencia. Otro nuevo proceso de
grandes dimensiones tuvo lugar en noviembre de 1987 con enormes daños en todo Levante
que superaron en total los 150.000 millones de pesetas. Un nuevo temporal aconteció en
septiembre de 1989 con 11 muertos. Los episodios más recientes han sido los de noviembre
de 1994 en Catalunya (10 víctimas) y junio de 1995 en Córdoba y Granada (4 fallecidos).
En la vertiente cantábrica destaca el País Vasco, donde las redes fluviales están poco
jerarquizadas y los valles son pendientes, estrechos y muy densamente poblados. La
disponibilidad de tiempo para medidas de evacuación ante una catástrofe es muy pequeña.
Las zonas más vulnerables son la Ría de Bilbao, donde pueden agravarse los efectos con la
pleamar, Rentería en el Oiartzun, los barrios donostiarras de Loiola y Martutene en el
Urumea, Andoain y Lasarte en el Oria. En agosto de 1983, como resultado de un dramático
episodio de lluvias torrenciales de fuerte intensidad horaria junto con el temporal costero,
hubo 50 fallecidos y daños materiales de 153.504 millones de pesetas de los que más de tres
cuartas partes se perdieron en Bizkaia. Se estima que el Nerbioi rebasaba los 2.500 m3/s tras
recibir al Ibaizabal, aunque se rompió el aforo.
A esta tipología corresponde también la mayor parte de las crecidas de los ríos pirenaicos. El
proceso más significativo fue el de noviembre de 1982 en los sectores central y oriental de la
cordillera. Fuertes precipitaciones (650 mm en Góriz y otro gran núcleo al Oeste de la
cabecera del Ter) causaron la crecida de todos los ríos, la rotura de muchas infraestructuras y
30 víctimas mortales. El Segre en Lleida marcó 3.200 m3/s y el Ebro en Riba-roja 5.200
m3/s. Los daños económicos fueron evaluados en 50.000 millones de pesetas.
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Por último, ha habido importantes tragedias por roturas de presa, como la de South Fork
Reservoir (Pennsylvania) en mayo de 1889 con más de 2.100 muertos, la del embalse de
Dolgarrog al N de Gales en 1925, la del embalse Orba en Ortigleto (Apeninos) en agosto de
1935 con 100 muertos, la de Malpasset (1959) en Fréjus que provocó la muerte de 423
personas, o la de Tous o pantanada del Júcar en octubre de 1982. Son catástrofes que pueden
definirse como tecnológicas, o bien mixtas si una crecida contribuyó a la ruptura. El 10 de
octubre de 1993 en la Camarga una rotura de un dique del pequeño Ródano provocó la
inundación de 12.000 ha. a través de la brecha.
Hizo falta una semana para colmatarla (LEDOUX, 1995).
6.5. Inundaciones en zonas urbanas Las zonas urbanas presentan un comportamiento
hidrológico original, también durante los procesos de crecida e inundación. El grado de
inundabilidad de las ciudades está relacionado de modo inmediato con su emplazamiento
respecto a los cauces fluviales, la topografía y morfología de la superficie urbanizada, el
grado de impermeabilización del terreno y las características de las infraestructuras de
avenamiento –alcantarillado, colectores, canalización subterránea de cursos de agua, etc.–
(MATEU, 1990). Mientras los cascos viejos suelen estar a salvo de las crecidas, las
expansiones recientes, los acelerados crecimientos urbanos y turísticos ocupan los llanos
inundables por la facilidad de construcción y comunicación.
La peligrosidad puede ser incrementada por los riesgos inducidos. La vulnerabilidad es muy
alta, y se incrementa progresivamente, debido a la muy alta densidad de población y de
actividades económicas, así como a la relajación en la percepción del riesgo y al sentimiento
de falsa seguridad.
Puede hablarse de inundaciones urbanas endógenas o exógenas. Las primeras se producen
por la modificación del ciclo hidrológico a causa de la urbanización.
En cuanto se supera cierto umbral de precipitación en la ciudad aparece una escorrentía en
manto cuyos flujos se concentran hacia las bocas de alcantarillado (HOUGH, 1984). A
medida que se impermeabilizan mayores superficies por el crecimiento urbano también se
incrementan las puntas de crecida. Las exógenas se desencadenan aguas arriba y afectan al
sistema fluvial que atraviesa la ciudad. Las inundaciones urbanas más graves son aquéllas en
las que se combina la inundación derivada de una crecida fluvial (exógena) con un episodio
de intensa precipitación directa sobre la urbe (endógena).
Un ejemplo paradigmático de inundación urbana fue el de Nîmes el 3 de octubre de 1988
(DAVY, 1989). A raíz de una violenta y prolongada tormenta el agua se concentró en las 6
pequeñas ramblas que atraviesan subterráneas la ciudad. Los caudales que llevaba cada una
de ellas eran más de 5 veces superiores a la capacidad de los túneles. El caudal punta fue
evaluado en 2.000 m3/s. El alcantarillado quedó destruido y el agua y el barro cubrieron la
ciudad, cientos de vehículos puestos a flote y estrellados, amontonados, incluso camiones o
autobuses. La rotura brusca de la vía férrea provocó olas sucesivas. Se contabilizaron 9
muertos, 40.000 hogares sin electricidad, 65.000 líneas telefónicas inutilizables, 6.000 coches
perdidos o dañados y unas pérdidas totales de 4.000 millones de francos (LEDOUX, 1995).
Tras la catástrofe se construyeron embalses en cabecera y, ante la imposibilidad de recalibrar
los desagües de las ramblas, dos canales de evacuación rodeando la ciudad.
En la Península Ibérica las ciudades con mayor riesgo, y las que han asistido a inundaciones
recientes de consecuencias más graves son Valencia, Barcelona, Alicante, Málaga, Bilbao,
Donostia-San Sebastián o Murcia.
En Alicante se registraron 220 mm de precipitación en poco más de una hora en la
madrugada del 19 al 20 de octubre de 1982 (coincidiendo con la Pantanada del Júcar), con
inundación de numerosos sectores urbanos de la capital, especialmente en el barrio de San
Gabriel por desbordamiento del barranco de las Ovejas (GIL OLCINA et al., 1983).
La ciudad de Málaga quedó colapsada por las aguas desbordadas del Guadalhorce en
noviembre de 1989. A la gravedad del evento contribuyó la intensidad de la lluvia, la
deforestación de la cabecera, la falta de defensas y encauzamientos adecuados, la ocupación
humana de zonas inundables por instalaciones industriales y áreas residenciales (OLCINA,
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consecuencia hay que seguir investigando en esta línea de gestión de un riesgo sumamente
complejo. Es un buen campo de acción para que los geógrafos seamos útiles a la sociedad.
Hay que incrementar con urgencia la información a la población sobre estos temas,
especialmente en los ámbitos urbanos. Hay que establecer una cultura del riesgo, una
concienciación o sensibilización sobre los distintos elementos de peligrosidad y
vulnerabilidad. Esta vertiente de la educación ambiental puede ser perfectamente
desarrollada por geógrafos.
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