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Autor: Osvaldo Moreno Pérez (1959)

Ilustración: Jimmy Scott

EL HOMBRE sin corbata se llamaba Bruno; estaba sentado también junto a los
otros, leyendo la página de avisos económicos de un periódico.
Era una sala de espera inmensa, capaz de amparar a una cincuentena de cesantes.
Algunos estaban sentados -entre ellos Bruno-, pero la mayoría prefería pasearse entre
cigarro y cigarro. Cuando se abría la única puerta que comunicaba a la central de la
agencia, todos se volvían con una esperanza.
-Usted -dijo la secretaria señalando a Bruno, luego de leer su nombre en alta voz-
haga el favor de pasar.
Lo llevaron ante un escritorio de medio barniz desde el cual le miró fijamente un
señor calvo, de lentes.
-Sus datos personales, por favor…
Luego de hacerle numerosas preguntas, le entregaron una tarjeta en la que se leía:
“Galgos y Galgos, fabricantes”. Con una dirección a continuación.

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Era una fábrica inmensa. Desde la calle se escuchaba el ruido de sus máquinas en
movimiento. Bruno se dirigió a la oficina del gerente.
-Vengo de la agencia -dijo.
Lo observaron de pies a cabeza, de costado y de lado; luego le alcanzaron algunos
papeles.
-Sírvase llenarlos.
Bruno dudó un momento; luego, se sentó ante un pequeño escritorio. Los papeles
temblaban en sus manos…
-Esta es la Sección Técnica -le dijeron luego mostrando una serie de hombres que se
movían entre poleas y rodillos siguiendo casi un mismo compás con el ruido de las
maquinarias.
-Acá, la Sección Recepción.
Corrían varios hombres recibiendo pequeños cubos, que les llegaban sobre una
ancha polea, para colocarlos -luego de echarles algo en su interior- sobre otra que les
transportaba hasta la sección siguiente.
-Sección envase -le indicó su acompañante, enseñando con la mano a un grupo de
mujeres y hombres que, sobre los cubos, pegaban algunas elegantes etiquetas de colores.
-Trabajo en serie -concluyó Bruno.
-Bien. Ya conoce usted la parte central de nuestra fábrica. Faltan algunas secciones
de menor importancia que conocerá a medida que transcurra el tiempo, pues ahora apremia.
Usted se preguntará qué trabajo específico va a corresponderle desarrollar, ¿verdad…?
-Evidente…
-Pues bien, se lo daremos a conocer en cuanto pase usted por nuestro Departamento
de Adaptación.

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Le llevó hasta una oficina en cuya puerta se leía el título correspondiente.


-Le dejo a usted en manos del señor Peñaloza, Ingeniero en Adaptación; hasta
pronto.
Bruno se quedó frente a un hombre de gruesos lentes que le tendió una maciza
mano. La estrechó con una tímida sonrisa.
-Haga usted el favor de tomar asiento -le rogó el señor Peñaloza. -Le agradeceré,
luego, se sirva esta píldora; elemental para iniciar el proceso.
Bruno estaba un tanto perplejo, un tanto tímido. Se tragó la gragea y no supo más de
él por largo rato.
Cuando despertó, se encontraba tendido a lo largo de una camilla; a su lado, el señor
Peñaloza y el gerente, le sonreían.
-Muy bien. Ha pasado usted maravillosamente la prueba. Tiene muchas condiciones
-le dijo el señor gerente.
-¿Me pueden decir qué ha ocurrido…?
-Oh, no se preocupe. Es sencillísimo; hemos extraído simplemente algunos
sentimientos que, de tenerlos, seguramente estorbarían en su labor.
-Pero, no entiendo… ¿qué es eso de “sentimiento”…?
Bruno se había incorporado. El gerente, con una sonrisa benévola en los labios, le
palmoteó en los hombros.
-Vaya, hombre… los sentimientos con que todo subordinado cuenta y que aquí
sobran.
Bruno se rascó la cabeza; en realidad no tuvo deseos de proseguir haciendo
preguntas, sentía que estaba de más hacerlas aun cuando no comprendía nada.
-Muy bien, señor, espero servirles en algo…
-Ya lo creo. Venga usted con nosotros. El señor Peñaloza le enseñará sus funciones.

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Así, Bruno ingresó a la firma “Galgos y Galgos, fabricantes”. Allí se producía de


todo; desde útiles caseros hasta maquinarias para industrias. Al nuevo empleado le
correspondió controlar la producción de algunos operarios. No bien se hizo cargo de su
puesto, para lo cual hubo de entrenarse algún tiempo, cuando se presentó a su oficina el
obrero Machuca.
-Estoy actuando mal, don Bruno, es mi deber decírselo a usted. Hoy día le coloqué
un tornillo menos a este aparato. ¿Quiere llevarme usted ante el señor Peñaloza?
Bruno se sorprendió. Se levantó de su sillón mirando al obrero y, sin decir palabra,
le acompañó hasta el Departamento de Adaptación.
-¡Perfecto! -le dijo el señor Peñaloza. -¡Esto es perfecto…! Quiere decir que el
sistema que empleamos marcha a la perfección.
-¿Podría explicarme qué pasa aquí?
-Pero hombre. Le repito que el sistema…
-Sí, ya me habló de él; es perfecto. Pero ¿por qué razón este hombre viene a usted?
-Pues, porque el sistema es tan perfecto, que le ha hecho reconocer un error.
-¿Y qué puede pasar si no lo reconoce?
-En ese caso, el sistema no es …

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Bruno se volvió, un tanto molesto y se dirigió a grandes zancadas a la oficina del
gerente.
-¿Puede decirme, señor, qué labor específica realiza el Departamento de
Adaptación?
-Vaya, Bruno, me extraña esa pregunta.
-Es que hay muchas cosas que no entiendo, en esta fábrica.
-No se preocupe; ya las entenderá.
-Pero, contésteme ahora, ¿qué hace el Departamento de Adaptación o, mejor dicho,
el señor Peñaloza…?
-Como su nombre lo dice, adapta al personal a sus funciones.
Bruno se encontraba encerrado en un círculo vicioso. Nada había quedado claro y,
aunque no comprendía en absoluto, decidió no hacer más preguntas pues sentía que estaba
mejor así. Volvió a su oficina y, por mucho tiempo, dejó de pensar en ello.
Varios obreros aún le rogaron ser llevados ante el señor Peñaloza, antes de que el
propio Bruno decidiera hacer otro tanto.
Fue una mañana, a eso de las diez. Había despachado algunos documentos cuando
se percató de su error. Corrió a la oficina del gerente.
-Con su permiso, señor -saludó, agitado- ¿recibió usted esos documentos que le
despaché hace poco…?
-Aquí están, Bruno. ¿Algún problema?
Dudó un momento. Se trataba de modificar una pequeña cantidad de útiles usados
por el personal a su cargo; no era tan importante, pero algo le cosquillaba muy adentro del
pecho; algo le cosquilleaba muy adentro del pecho; algo que le obligaba a decirlo.
-Efectivamente tengo un problema señor y quisiera que me llevara ante el señor
Peñaloza…
Las palabras brotaron sin que siquiera las hubiese imaginado. Le pareció que ya no
era él quien hablaba; se sintió, sin embargo, mucho más tranquilo.

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El Ingeniero en Adaptación le ofreció una sonrisa franca y abierta.


-¿Ve usted como el sistema es perfecto…? Ahora me hará el favor de sentarse aquí
y contestar algunas preguntas. Sólo así será posible ubicar el defecto.
Bruno se acomodó en una silla.
-Vamos a ver. Esto pasó en la mañana, ¿verdad…?
-En efecto.
-¿A eso de las diez…?
-Aproximadamente.
-¿En qué pensaba usted, Bruno…?
-Bueno… no sé, tal vez en los tornillos que olvidó el obrero Machuca…
-Pero tiene que haber algo más… ¿Es usted casado?
-Sí.
-¿Con hijos…?
-Sí, cuatro.
-Vamos bien. Dígame ahora… ¿tiene muchos gastos?
-Sí. Comida, vestuario, cuadernos para los chicos (usted sabe qué valen), aparte de
la lavandera, empleada, luz, agua, parafina, etc.
-¡Aha!... Eso es corriente. ¿Algún gasto extra…?
-Bueno… Cine, una que otra vez.
-¿Le agrada el cine?
-Algo. Habitualmente voy a pedido de mi esposa.
-¿A ella le gusta…?
-Sí, bastante.
-Quiere decir que invierte usted más de algunos pesos en ello, ¿verdad…?
-Tiene usted razón. Recién anoche le recordaba esto a ella.
-Ah!... ¿Tuvo algún problema?
-Esos problemas caseros, ¿sabe?, siempre quieren que uno cuente con el dinero
suficiente para darse esos gustos.
-¡Ja!... Cómo si no lo supiera. He pasado por eso y vaya si me han dado que hacer.
-¿Usted también…? Me alegro mucho. ¿No ha sentido deseos, a veces, de mandarse
a mudar?
-Por supuesto,¿y usted…?
-Ya lo creo. Anoche lo deseé; viera cómo se enojó ella…
-Qué divertido es usted, Bruno; no es razón para crearse problemas.
-Yo no me los creo; suceden así, de pronto.
-¿Y no trata de darles alguna solución?
-¿Cuál, por ejemplo…?
-La que todos empleamos; el Sistema.
Bruno se quedó sorprendido. El Sistema; otra vez “eso”.
Era el resultado de su conversación; de todas las conversaciones que había sostenido
con el señor Peñaloza. Siempre se llegaba a aquello. ¿Qué era, en definitiva, el Sistema…?
-¿Qué es…? ¡Dígame de una vez…! ¿Qué es ese maldito Sistema?
-Calma, Bruno… comprendo su intranquilidad por conocerlo; después de todo es lo
que solucionará sus problemas. Ya verá usted…
-Por favor, señor Peñaloza. Vamos al grano. Necesito saber lo que es. ¿Me lo dirá
usted…?
-No solo eso, sino que también se lo daré a conocer de inmediato. Sírvase esta
píldora.
Bruno la tragó y, ávidamente, bebió el agua del vaso que le alcanzó el Ingeniero de
Adaptación.
Se durmió de inmediato.

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El señor Peñaloza, se encontraba de pie en un rincón de la oficina. Frente a él,


Bruno -sentado sobre la camilla- fumaba con tranquilidad y, de vez en cuando, sonreía al
señor gerente que, a su lado, jugueteaba con los lentes.
-Es extraordinario; lo confieso. No creí que sería tan simple. Basta con una pequeña
operación y… ¡zas!... el problema desaparece de inmediato.
-Muchos han dudado de su efectividad, como usted Bruno, pero cuando le han
conocido, se han transformado en admiradores del sistema…
-Ya lo creo.
El gerente se acercó a la puerta; Bruno le siguió.
-Vuelvo a la oficina, señor Peñaloza. Le agradezco todo lo que hizo; ya no me
preocuparé más del asunto “gastos”.
-Debe agradecerle al Sistema.
-En realidad. Como usted decía, es perfecto.
Cuando se alejaron, el señor Peñaloza -Ingeniero de Adaptación- se dirigió al
canasto situado al lado de la camilla y sacó de allí los sentimientos que, gracias al Sistema,
había extraído de Bruno.
Los colocó en una carpeta y ubicó ésta en un archivo especial.

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