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EL HOMBRE sin corbata se llamaba Bruno; estaba sentado también junto a los
otros, leyendo la página de avisos económicos de un periódico.
Era una sala de espera inmensa, capaz de amparar a una cincuentena de cesantes.
Algunos estaban sentados -entre ellos Bruno-, pero la mayoría prefería pasearse entre
cigarro y cigarro. Cuando se abría la única puerta que comunicaba a la central de la
agencia, todos se volvían con una esperanza.
-Usted -dijo la secretaria señalando a Bruno, luego de leer su nombre en alta voz-
haga el favor de pasar.
Lo llevaron ante un escritorio de medio barniz desde el cual le miró fijamente un
señor calvo, de lentes.
-Sus datos personales, por favor…
Luego de hacerle numerosas preguntas, le entregaron una tarjeta en la que se leía:
“Galgos y Galgos, fabricantes”. Con una dirección a continuación.
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Era una fábrica inmensa. Desde la calle se escuchaba el ruido de sus máquinas en
movimiento. Bruno se dirigió a la oficina del gerente.
-Vengo de la agencia -dijo.
Lo observaron de pies a cabeza, de costado y de lado; luego le alcanzaron algunos
papeles.
-Sírvase llenarlos.
Bruno dudó un momento; luego, se sentó ante un pequeño escritorio. Los papeles
temblaban en sus manos…
-Esta es la Sección Técnica -le dijeron luego mostrando una serie de hombres que se
movían entre poleas y rodillos siguiendo casi un mismo compás con el ruido de las
maquinarias.
-Acá, la Sección Recepción.
Corrían varios hombres recibiendo pequeños cubos, que les llegaban sobre una
ancha polea, para colocarlos -luego de echarles algo en su interior- sobre otra que les
transportaba hasta la sección siguiente.
-Sección envase -le indicó su acompañante, enseñando con la mano a un grupo de
mujeres y hombres que, sobre los cubos, pegaban algunas elegantes etiquetas de colores.
-Trabajo en serie -concluyó Bruno.
-Bien. Ya conoce usted la parte central de nuestra fábrica. Faltan algunas secciones
de menor importancia que conocerá a medida que transcurra el tiempo, pues ahora apremia.
Usted se preguntará qué trabajo específico va a corresponderle desarrollar, ¿verdad…?
-Evidente…
-Pues bien, se lo daremos a conocer en cuanto pase usted por nuestro Departamento
de Adaptación.
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Bruno se volvió, un tanto molesto y se dirigió a grandes zancadas a la oficina del
gerente.
-¿Puede decirme, señor, qué labor específica realiza el Departamento de
Adaptación?
-Vaya, Bruno, me extraña esa pregunta.
-Es que hay muchas cosas que no entiendo, en esta fábrica.
-No se preocupe; ya las entenderá.
-Pero, contésteme ahora, ¿qué hace el Departamento de Adaptación o, mejor dicho,
el señor Peñaloza…?
-Como su nombre lo dice, adapta al personal a sus funciones.
Bruno se encontraba encerrado en un círculo vicioso. Nada había quedado claro y,
aunque no comprendía en absoluto, decidió no hacer más preguntas pues sentía que estaba
mejor así. Volvió a su oficina y, por mucho tiempo, dejó de pensar en ello.
Varios obreros aún le rogaron ser llevados ante el señor Peñaloza, antes de que el
propio Bruno decidiera hacer otro tanto.
Fue una mañana, a eso de las diez. Había despachado algunos documentos cuando
se percató de su error. Corrió a la oficina del gerente.
-Con su permiso, señor -saludó, agitado- ¿recibió usted esos documentos que le
despaché hace poco…?
-Aquí están, Bruno. ¿Algún problema?
Dudó un momento. Se trataba de modificar una pequeña cantidad de útiles usados
por el personal a su cargo; no era tan importante, pero algo le cosquillaba muy adentro del
pecho; algo le cosquilleaba muy adentro del pecho; algo que le obligaba a decirlo.
-Efectivamente tengo un problema señor y quisiera que me llevara ante el señor
Peñaloza…
Las palabras brotaron sin que siquiera las hubiese imaginado. Le pareció que ya no
era él quien hablaba; se sintió, sin embargo, mucho más tranquilo.
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