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Cristo, médico del alma y del cuerpo, instituyó los sacramentos de la Penitencia y de la
Unción de los enfermos, porque la vida nueva que nos fue dada por Él en los sacramentos
de la iniciación cristiana puede debilitarse y perderse para siempre a causa del pecado. Por
ello, Cristo ha querido que la Iglesia continuase su obra de curación y de salvación
mediante estos dos sacramentos (Compendio 295).
El Señor resucitado instituyó este sacramento cuando la tarde de Pascua se mostró a sus
Apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23).
(Compendio 298).
¿Qué es el pecado?
El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es
una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la
naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela
plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia. (Compendio 392).
La variedad de los pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las
virtudes o los mandamientos a los que se oponen. Pueden referirse directamente a Dios, al
prójimo o a nosotros mismos. Se los puede también distinguir en pecados de pensamiento,
palabra, obra y omisión (Compendio 393).
Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena
advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos
priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte
eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y
de la Penitencia o Reconciliación (Compendio 395).
El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la
materia es leve; o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o
perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita
la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma
en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de
purificación (Compendio 396).
El pecado prolifera en nosotros pues uno lleva a otro, y su repetición genera el vicio
(Compendio 397).
“Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a
ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una
piedra viva” (CEC 1487).
“El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por
el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el
arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de
realizar la reparación y las obras de penitencia” (CEC 1491).
Se deben confesar todos los pecados graves aún no confesados que se recuerdan después de
un diligente examen de conciencia. La confesión de los pecados graves es el único modo
ordinario de obtener el perdón (Compendio 304).
Todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus pecados graves al
menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión (Compendio
305).
¿Por qué también los pecados veniales pueden ser objeto de la confesión sacramental?
Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, todo
confesor está obligado, sin ninguna excepción y bajo penas muy severas, a mantener el
sigilo sacramental, esto es, el absoluto secreto sobre los pecados conocidos en confesión
(Compendio 309).
Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios y, por tanto, el
perdón de los pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia,
si se había perdido; la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales
y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la
serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu; el aumento de la fuerza espiritual para el
combate cristiano (Compendio 310).
¿Qué son las indulgencias?
Las indulgencias son la remisión ante Dios de la pena temporal merecida por los pecados
ya perdonados en cuanto a la culpa, que el fiel, cumpliendo determinadas condiciones,
obtiene para sí mismo o para los difuntos, mediante el ministerio de la Iglesia, la cual,
como dispensadora de la redención, distribuye el tesoro de los méritos de Cristo y de los
santos (Compendio 312).
Los vicios, como contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la
conciencia e inclinan al mal. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados
llamados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza (Compendio 398).
De estos siete vicios, la lujuria y gula se llaman carnales, y los demás espirituales. No
todos los pecados capitales son mortales, pues muchas veces no pasan de veniales; y así no
se llaman capitales por ser siempre grave pecado, sino porque, como queda dicho, son
cabeza, y raíz de otros muchos.
¿Qué es soberbia?
Este pecado fue el que arrojó del Cielo al Ángel, y desterró al primer hombre del Paraíso.
Es de su género pecado mortal, como si el hombre en materia grave resiste sujetarse a Dios,
o a sus mandatos, teniendo en menos el hacerlo; o se prefiere desordenadamente a otros.
¿Qué es avaricia?
¿Qué es lujuria?
¿Qué es envidia?
Como si uno se entristece del bien ajeno, en cuanto excede al propio bien, y lo disminuye
esto es, no en la realidad, sino en la falsa aprensión del envidioso.
¿Qué es gula?
Se opone a la virtud de la abstinencia. Puede por ella pecarse de las cinco maneras que
expresa el verso siguiente. Esto es: comiendo antes de tiempo, o cosas muy placenteras, o
más de lo conveniente, o con ansia y exceso, o finalmente con exquisita composición, o
extraordinario condimento.
¿Qué es ira?
¿Qué es pereza?
Es negarse a hacer cosas buenas o posponerlas sin motivo alguno. Regularmente no pasa de
pecado venial, aunque no deja de poner al hombre en un estado muy peligroso, por los
malos efectos que de ella se originan.
¿Qué es la virtud?
La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien: «El fin de una vida
virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa). Hay virtudes
humanas y virtudes teologales (Compendio 377).
Las principales virtudes humanas son las denominadas cardinales, que agrupan a todas las
demás y constituyen las bases de la vida virtuosa. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza
y la templanza (Compendio 379).
¿Qué es la prudencia?
¿Qué es la justicia?
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido.
La justicia para con Dios se llama «virtud de la religión» (Compendio 381).
¿Qué es la fortaleza?
¿Qué es la templanza?
Las virtudes teologales son las que tienen como origen, motivo y objeto inmediato a Dios
mismo. Infusas en el hombre con la gracia santificante, nos hacen capaces de vivir en
relación con la Santísima Trinidad, y fundamentan y animan la acción moral del cristiano,
vivificando las virtudes humanas. Son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu
Santo en las facultades del ser humano (Compendio 384).
¿Qué es la fe?
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, y
que la Iglesia nos propone creer, dado que Dios es la Verdad misma. Por la fe, el hombre se
abandona libremente a Dios; por ello, el que cree trata de conocer y hacer la voluntad de
Dios, ya que «la fe actúa por la caridad» (Ga 5, 6). (Compendio 386).
¿Qué es la esperanza?
La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna
como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de
la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrena
(Compendio 387).
¿Qué es la caridad?
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Jesús hace de ella el mandamiento
nuevo, la plenitud de la Ley. Ella es «el vínculo de la perfección» (Col 3, 14) y el
fundamento de las demás virtudes, a las que anima, inspira y ordena: sin ella «no soy nada»
y «nada me aprovecha» (1 Co 13, 2-3). (Compendio 388).
EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
La compasión de Jesús hacia los enfermos y las numerosas curaciones realizadas por él son
una clara señal de que con él había llegado el Reino de Dios y, por tanto, la victoria sobre el
pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al
sufrimiento, el cual, unido al de Cristo, puede convertirse en medio de purificación y
salvación, para nosotros y para los demás (Compendio 314).
La Iglesia, habiendo recibido del Señor el mandato de curar a los enfermos, se empeña en el
cuidado de los que sufren, acompañándolos con oraciones de intercesión. Tiene sobre todo
un sacramento específico para los enfermos, instituido por Cristo mismo y atestiguado por
Santiago: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que
oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor» (St 5, 14-15). (Compendio 315).
El sacramento de la Unción de los enfermos lo puede recibir cualquier fiel que comienza a
encontrarse en peligro de muerte por enfermedad o vejez. El mismo fiel lo puede recibir
también otras veces, si se produce un agravamiento de la enfermedad o bien si se presenta
otra enfermedad grave. La celebración de este sacramento debe ir precedida, si es posible,
de la confesión individual del enfermo (Compendio 316).
El sacramento de la Unción de los enfermos sólo puede ser administrado por los sacerdotes
(obispos o presbíteros). (Compendio 317).
El sacramento de la Unción confiere una gracia particular, que une más íntimamente al
enfermo a la Pasión de Cristo, por su bien y por el de toda la Iglesia, otorgándole fortaleza,
paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido confesarse.
Además, este sacramento concede a veces, si Dios lo quiere, la recuperación de la salud
física. En todo caso, esta Unción prepara al enfermo para pasar a la Casa del Padre
(Compendio 319).
¿Qué es el Viático?
El Viático es la Eucaristía recibida por quienes están por dejar esta vida terrena y se
preparan para el paso a la vida eterna. Recibida en el momento del tránsito de este mundo al
Padre, la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo muerto y resucitado, es semilla de
vida eterna y poder de resurrección (Compendio 320).