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VIII- Vocación y formación sacerdotal

Presentación
La vocación o llamado es un don que se recibe tal como es. El llamado
sacerdotal es elección para seguir a Cristo Buen Pastor y para prolongar su
acción pastoral (cf. cap. II, 1). Jesús «llamó a los que quiso» (Mc 3,13)
para comunicarles su misma misión (Jn 20,18).
La persona humana se siente realizada sólo cuando es fiel a su propia
vocación. Cada cristiano y cada ser humano, es elegido en Cristo desde la
eternidad (cf. Ef 1,14). La identidad de una vocación se expresa en la
convicción y en el gozo de ser llamado. La fecundidad de una vida depende de
la fidelidad generosa a la vocación. La llamada de Cristo hace también
posible una respuesta pronta y fiel. La vocación sacerdotal sigue estas
mismas líneas maestras de la vocación cristiana.
La iniciativa de la vocación sacerdotal la tiene el Señor (Jn 15,16; Mc
3,13). Cristo sigue llamando, ahora por medio de la Iglesia y comunicando
luces, mociones y carismas que deberán discernirse en la comunidad eclesial
y garantizarse por los sucesores de los Apóstoles. La iniciativa de la
vocación hace también posible la colaboración de la familia, de la comunidad
eclesial y especialmente del mismo llamado.
La gracia de la vocación reclama una respuesta libre y generosa. El
momento inicial se distingue por la gratitud y por la humanidad, manifestada
en la necesidad de una formación adecuada. De esta actitud de autenticidad
ante el don de Dios, nace un sentido de comunión eclesial, expresado en la
necesidad de ser formado en la comunidad y de vivir a su servicio.
La fidelidad generosa a la vocación sacerdotal sólo es posible a partir
de la puesta en práctica de unos medios de espiritualidad cristiana y
sacerdotal (PO 18), entre los que sobresalen los mismos ministerios vividos
y ejercidos en el Espíritu de Cristo (PO 13; OT 4; PDV 24-26) 1.
1 En el capítulo III (n. 1) hemos estudiado la vocación en su
fundamentación bíblica. En el presente capítulo (VIII) se afronta el tema
como fruto de toda la reflexión a través de los capítulos anteriores,
comenzando por una reflexión de base bíblica (n. 1). Después de haber
expuesto toda la temática de la espiritualidad sacerdotal, nos preguntamos
sobre la naturaleza, señales, formación y perseverancia en la vocación
sacerdotal.
1- Cristo sigue llamando
El Señor continúa llamando a participar en su ser, en su misión y en su
vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La vocación sigue siendo un don
suyo (Mc 3,13) y una iniciativa suya: «yo os he elegido» (Jn 15,16; cf. Jn
6,56). Es un don que hay que pedir (Mt 9,38) y que llega por medio de luces
y mociones de la gracia, preparadas por una acción familiar y educativa, y
garantizadas finalmente por la llamada de la Iglesia el día de la ordenación
sacerdotal.
La realidad sacerdotal de Jesús se prolonga en toda su Iglesia (cf.
cap. II, n. 3). Cada cristiano participa, a su modo, del ser y de la misión
profética, sacerdotal y real de Cristo. Es el sacerdocio común de los fieles
(cf. cap. II, n. 4). Todos los bautizados son llamados a vivir esta realidad
sacerdotal, pero cada uno según su propia vocación. La vocación laical tiene
como objetivo transformar las realidades temporales desde dentro con el
espíritu evangélico (LG 31); la vocación de vida consagrada por la profesión
o práctica permanente de los consejos evangélicos es un signo fuerte y
radical de las exigencias del bautismo y del sermón de la montaña (cf. LG
42-44). La vocación sacerdotal ministerial es para transformarse en signo
personal peculiar de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, y para obrar en
persona o en nombre suyo (PO 2,6) 2.
2 En el capítulo II, n. 4 hemos resumido las diversas vocaciones,
laical, vida consagrada, sacerdocio ministerial, en relación al sacerdocio
común de los fieles. Ver bibliografía de las notas 12 y 13 de este capítulo.
La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y definitiva
cuando se recibe el sacramento del Orden (cf. cap. III, n. 2). Por la
ordenación sacerdotal se participa de modo especial en la consagración y
misión de Cristo. Los ordenados quedan sellados con un carácter particular»
que es unción y gracia permanente del Espíritu Santo (PO 2; 2 Tm 1,6):
consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo», para
entregarse totalmente al servicio de los hombres (PO 12). Así se configuran
con Cristo Sacerdote (PO 2).
La llamada de la Iglesia, durante el período de formación y, de modo
especial, en el momento de la ordenación por medio del obispo, es un factor
constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.
La vocación sacerdotal enraíza en el bautismo y, por ser vocación
cristiana, es una llamada a ser responsablemente Iglesia misterio, comunión
y misión:
Dios llama a todos los hombres y a cada hombre a la fe y por la fe, a
ingresar en el Pueblo de Dios mediante el bautismo. Esta llamada por el
bautismo, la confirmación y la eucaristía, a que seamos Pueblo suyo, es
llamada a la comunión y participación en la misión y vida de la Iglesia y,
por lo tanto, en la evangelización del mundo (Puebla 852).
La vocación sacerdotal es como la de los Apóstoles. El apóstol como
Pablo, ya no se pertenece, sino que se entrega al seguimiento y a la misión
(Rm 1,1-7; Ga 1,15; Ef 3,3-9). Es un servicio a todo el Pueblo de Dios, para
que todas las demás vocaciones se realicen en armonía de Iglesia «comunión».
No debe olvidarse que en toda vocación cristiana, y de modo especial en
la vocación sacerdotal, Cristo llama a vivir la fe como encuentro con él, a
seguir el camino de la santidad según el modelo de las bienaventuranzas y
del mandato del amor, y a participar en la misión que él mismo ha confiado a
la Iglesia.
En la vocación sacerdotal hay una colaboración humana al don de Dios
por parte de:
- la familia: oración, testimonio, educación, ambiente cristiano.
- la comunidad eclesial: oración, campo de apostolado, ayudas
espirituales y materiales, testimonio,
- la misma persona llamada: fidelidad, generosidad.
Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y
misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la humanidad entera,
la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:
- ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor,
- prolongarle en la acción evangelizadora,
- servir a la Iglesia particular y universal,
- formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un sucesor de
los Apóstoles.
Cristo llama a la vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de
experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:
- encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn
1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39),
- seguimiento de Cristo para compartir la vida con él (Mt 4,19ss;
19,27),
- desprendimiento para ser signo de cómo ama él (Mc 10,21),
- pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Lc 10,1; Jn 17,21-
23),
- actitud de servicio a la comunidad eclesial (Mc 10,44-45; Jn 13,14-
15).
De la oración eclesial y del testimonio gozoso de fidelidad generosa a
la vocación sacerdotal, como «máximo testimonio del amor» (PO 11), dependerá
la abundancia del don de las vocaciones. Los nuevos candidatos al sacerdocio
necesitan ver sacerdotes que vivan el gozo pascual (PO 11) de seguir a
Cristo para compartir su misma misión evangelizadora.
El don de las vocaciones sacerdotales existe; pero hay que colaborar
para recibirlo, descubrirlo y ponerlo en práctica.
El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad
cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente
cristiana... Demuestren todos los sacerdotes el celo apostólico sobre todo
en el fomento de las vocaciones y, con el ejemplo de su propia vida humilde
y laboriosa, llevada con alegría y el de una caridad sacerdotal mutua y una
unión fraterna en el trabajo, atraigan el ánimo de los adolescentes al
sacerdocio (OT 2) 3.
3 Las encíclicas sacerdotales dan siempre algunas indicaciones sobre la
vocación. La carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (4 noviembre
1963) es prácticamente el único documento monográfico sobre este tema. Es un
resumen teológico sobre la vocación, analizando su naturaleza, intención,
cualidades y formación adecuada. Ver las encíclicas y documentos
sacerdotales desde San Pío X a Juan Pablo II, en: El sacerdocio hoy,
documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983. Ver especialmente
el cap. IV de PDV. «Y lo llevó a Jesús (JN 1,42)... Este es el núcleo de
toda la pastoral vocacional de la Iglesia, con la que cuida el nacimiento y
crecimiento de las vocaciones» (PDV 38).
2- Señales de vocación sacerdotal
Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de modo objetivo-
externo en la vida ordinaria:
Esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que
llegue de forma extraordinaria a los oídos del futuro presbítero. Más bien
ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a
conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los
presbíteros han de considerar con atención (PO 11).
No es sólo el candidato que debe discernir, sino también con el consejo
y parecer de personas prudentes, y especialmente de la misma Iglesia por
medio de los formadores misionados para este objetivo (OT 2). En el fondo es
el mismo caso del discernimiento de los carismas del Espíritu Santo (cf.
cap. III, n. 4). El discernimiento debe concretarse principalmente en
analizar:
- la recta intención o motivaciones,
- la libertad de decisión,
- la idoneidad o cualidades 4.
4 «Esta activa colaboración de todo el Pueblo de Dios en el fomento de
las vocaciones responde a la acción de la divina Providencia, que da las
cualidades necesarias y ayuda con su gracia a los hombres elegidos por Dios
para participar en el sacerdocio jerárquico de Cristo y, al mismo tiempo,
encomienda a los legítimos ministros de la Iglesia el que, una vez
comprobada la idoneidad, llamen a los candidatos que pidan tan alto
ministerio con intención recta y plena libertad, y, una vez bien conocidos,
los consangren con el sello del Espíritu Santo, para el Culto de Dios y
servicio de la Iglesia» (OT 2; cf. 6). Ver documentos del magisterio citados
en nota anterior. La recta intención aparece en las motivaciones por las que
uno se siente llamado al sacerdocio. Las expresiones de los candidatos y
también de los escritores sobre estos temas son muy variadas y pueden dar la
sensación de ser genéricas: salvar almas, servir a la Iglesia, compartir la
vida con Cristo, consagrarse a los planes salvíficos de Dios sobre los
hombres, etc. En realidad, con estas expresiones, se quiere expresar una
intuición sencilla y menos conceptual, que nosotros hemos ido desarrollando
temáticamente con conceptos teológicos en los diversos capítulos de este
tratado. Pero lo que importa es que el candidato no se mueva por
motivaciones extrañas al evangelio y que esté en sintonía con la llamada que
Jesús dirigió a los doce Apóstoles.
No es fácil discernir las motivaciones profundas por las que una
persona elige un camino o se siente capaz de responder a una llamada. En la
vocación sacerdotal, la recta intención irá apareciendo mejor durante un
lapso prudente de tiempo, a modo de disponibilidad misionera, desinterés en
cuanto a cargos lucrativos o ventajas temporales, orientación de la vida
hacia la persona y los intereses de Cristo, etc. Para este discernimiento
será una gran ayuda la formación inicial que ofrezca al posible llamado unos
elementos de juicio y de valoración.
La libertad de decisión es una señal imprescindible para conocer si
existe la vocación. Cuando se trata de libertad interna, es una cuestión
relacionada con las motivaciones e incluso con el equilibrio y madurez
psicológica. Pero a veces las personas se mueven condicionadas por presiones
externas: ambientales, familiares, dependencia excesiva de un grupo, etc.
Hay quienes tienen una voluntad crónicamente indecisa; si estos candidatos
hicieran depender su decisión de la voluntad de otras personas, sería señal
de falta de libertad. Otros individuos tienen la tendencia a seguir
ciegamente una decisión que han tomado sin discernimiento; tampoco habría
señal de libertad o, al menos, de vocación.
No hay que confundir la libertad de decisión con la madurez psicológica
perfecta que nadie posee. Se requiere una madurez psicológica relativa para
que haya una decisión libre. Cuando una persona ha tomado una decisión con
serenidad, después de una consideración prudente y con el asesoramiento de
los educadores y formadores, significa que tiene una madurez suficiente.
Esta decisión se ha tomado con suficiente libertad para despejar cualquier
duda que pueda surgir posteriormente. Lo mismo cabe decir de unos votos y de
la celebración del matrimonio. Esta decisión prudente no necesita revisarse
como quien duda de su libertad, pues en este caso se caería en un complejo
interminable de veleidades; pero la decisión debe renovarse y afianzarse
continuamente profundizando en las motivaciones.
La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cualidades que
corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio. Estas
cualidades son intelectuales (capacidad necesaria y relativa), culturales
(formación suficiente), humanas (salud física y psíquica), morales (virtudes
humanas, cristianas y sacerdotales) 5.
5 En los capítulos anteriores hemos estudiado las virtudes humanas,
cristianas y sacerdotales. Ver especialmente el capítulo V, donde las
virtudes del sacerdote se analizan a partir de la caridad pastoral.
Hay que distinguir y tener en cuenta los diversos momentos o etapas de
una vocación: momento de despertar vocacional, momento de formación inicial
en el Seminario o casa de formación, tiempo de órdenes, etc. La idoneidad
corre a la par con estos momentos y no se puede exigir desde el principio la
idoneidad requerida para el momento de ordenarse.
Respecto a las virtudes sacerdotales (enraizadas en las virtudes
humanas y cristianas), hay que analizar también si la disponibilidad tiene
el matiz de vida religiosa o secular (diocesana). En toda vocación
sacerdotal, hay que ver si el posible vocacionado se orienta hacia la
oración de amistad, con Cristo y de mediación (intercesión), el sentido y
amor de Iglesia, el seguimiento radical (evangélico) del Buen Pastor
(pobreza, obediencia, castidad), espíritu comunitario, disponibilidad
misionera, espíritu de sacrificio relacionado con la eucaristía y con la
caridad pastoral, capacidad de meditar la palabra para poderla predicar,
espíritu de servicio, etc.
Respecto a la vocación religiosa o de instituciones de vida consagrada,
hay que discernir si el candidato se orienta además hacia la profesión (no
sólo la práctica) de los consejos evangélicos y hacia una vida común e
institucional originada en el carisma de un fundador.
Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio diocesano
(secular), hay que discernir, además de lo que hemos indicado para todo
sacerdote, si las cualidades se orientan hacia:
- la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de
conjunto,
- la vida comunitaria en el Presbiterio,
- el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particular,
- la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiritualidad)
respecto al carisma episcopal.
Todas las cualidades sacerdotales giran en torno a una actitud
profundamente relacionada con Cristo, a partir de un encuentro periódico con
él y en vistas a participar de su misma misión evangelizadora. El despertar
de una vocación sacerdotal ya ofrece unos gérmenes vocacionales con
posibilidades de desarrollo posterior (cf. OT 3).
3- Formación sacerdotal inicial
La vocación sacerdotal necesita una formación adecuada desde sus
comienzos. El don de Dios de la vocación debe pedirse y cultivarse. Dios da
las vocaciones suficientes para cada época y para cada comunidad, pero da
también los medios para prepararlas, recibirlas, cultivarlas y
perfeccionarlas. Cuando falta la pastoral vocacional, no surgen, ni
perseveran las vocaciones de seguimiento evangélico.
La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principalmente dos
etapas: una preliminar en la misma comunidad eclesial, y otra ya en el
Seminario o casa de formación.
La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres deben
tener cuidado de la vocación sagrada (LG 11). Pero «el deber de fomentar las
vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana» (OT 2). En la formación
vocacional colaboran con la familia toda la comunidad y especialmente los
educadores y los sacerdotes. «A los sacerdotes, como educadores en la fe,
atañe, procurar, por sí mismo o por otros, que cada uno de los fieles sea
llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación de conformidad
con el evangelio» (PO 6).
El cultivo de las vocaciones necesita, pues, la cooperación armónica de
toda la comunidad, por medio de la oración, el sacrificio, la predicación y
la catequesis, los movimientos apostólicos, los medios de comunicación
social y los centros educativos. En estos centros se podrán encontrar
también recursos prácticos de psicología para conocer y orientar las
posibilidades de vocación.
La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto,
especialmente en relación a la pastoral juvenil, familiar y educativa.
Son lugares privilegiados de la pastoral vocacional la Iglesia
particular, la parroquia, las comunidades de base, la familia, los
movimientos apostólicos, los grupos y movimientos de juventud, los centros
educacionales, la catequesis y las obras de vocaciones (Puebla 867).
Hay que armonizar y coordinar los esfuerzos. La obra para el fomento de
las vocaciones ocupa un lugar especial en esta coordinación para favorecer
la pastoral de conjunto (cf. can. 233 y OT 2).
Los medios de una pastoral vocacional bien organizada quedan
potenciados cuando se encauzan hacia centros vocacionales: casas de
espiritualidad, grupos bíblicos de discernimiento y de oración, encuentros
juveniles, centros de consulta y de coordinación, jornadas vocacionales
diocesanas e interdiocesanas, etc. Todos estos centros y posibilidades son
una preparación para ingresar en el Seminario Menor y Mayor, o en las casas
de vida religiosa 6.
6 Ver OT 3-7; PDV 60-64; Puebla 869-880; Medellín XIII, 4-6. Hay que
prestar suma atención a la preparación de formadores para estos centros vo
cacionales, según los diversos niveles de actuación: espiritual, pastoral,
intelectual, disciplinar... La ciencia y la experiencia se habrán de
combinar con las cualidades personales de testimonio sacerdotal y de ciencia
pedagógica (OT 5). (Congregación para la Educación Católica), Directivas
sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, Lib. Edit. Vat.
1993 (4 noviembre 1993); (Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica), Directivas sobre la formación
en los Institutos Religiosos, Lib. Edit. Vat. 1990.
Ya en el Seminario, los candidatos deben recibir una formación integral
de verdaderos pastores de almas (OT 4). Se trata de una preparación para
prolongar la palabra, la acción salvífica y la acción pastoral de Cristo.
Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la palabra:
para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la
predicación y expresarla con la palabra y la conducta; deben prepararse para
el ministerio del culto y de la santificación: a fin de que, orando y
celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación
por medio del sacrificio eucarístico y lo sacramentos; deben prepararse para
el ministerio del Pastor: para que sepan representar delante de los hombres
a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su Vida para
redención del mundo (Mt 10,45; cf. Jn 13,12-17), y hechos servidores de
todos, ganar a muchos (cf. 1 Co 9,19) (OT 4).
El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abarca, pues,
todos los aspectos de la vida del Seminario:
- Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación
de la palabra y de la eucaristía, celebraciones litúrgicas, práctica de
virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.
- Humano, disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de
familia, «mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de
amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión
fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el
servicio de la Iglesia» (can. 245, par. 2).
- Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del
misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las nuevas
situaciones de la sociedad.
- Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de
formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de
organización y caridad (cfr. PVD 43-59; Dir 75-78).
El Seminario es, pues, el centro privilegiado, como «corazón de la
diócesis» (OT 5), para cultivar las vocaciones desde sus primeros gérmenes
(OT 3). El proceso formativo deberá tener en cuenta las señales de vocación
(recta intención, voluntad libre, idoneidad o cualidades), para ir madurando
la personalidad humana, cristiana y sacerdotal (ver el n. 2). El Seminario
debe y puede ofrecer, con la colaboración de todos, especialmente de
formadores y candidatos, un ambiente de oración, reflexión, fraternidad y
compromiso personal y comunitario.
La vida espiritual del Seminario es ya, el germen, la que corresponde a
quien prolongará un día la palabra, el sacrificio y el pastoreo de Cristo
(cap. IV y V). Esta vida debe tener una base doctrinal y pastoral, por medio
de un trato familiar con Dios, expresado en consorcio íntimo de amistad con
Cristo. Es una vida alimentada por la meditación de la palabra y por la
eucaristía, centrada en el misterio pascual de Cristo, sin olvidar la
relación filial con María Madre de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (OT 8).
La formación para la vida espiritual, precisamente por ser
eminentemente pastoral, se concreta en el sentido y amor de Iglesia, como
sacerdotes ministros que son servidores de Cristo prolongado en ella (cf.
cap. VI). «En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el
Espíritu Santo» (San Agustín, citado en OT 9). Las virtudes del Buen Pastor,
obediencia, pobreza y castidad enraízan en una fuerte vida espiritual que
debe ser también de madurez humana y cristiana (OT 10; cf. cap. V). Hay que
presentar la vocación con todo su realismo: elección, exigencias,
dificultades, posibilidades.
No será posible la formación espiritual, intelectual y pastoral, sin un
ambiente disciplinado de convivencia y de familia, de trabajo en equipo, que
favorezca la madurez humana de las personas, en vistas a crear criterios,
escala de valores, convicciones y decisiones libres.
Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la
piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de
tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del
sacerdote (OT 11).
De este ambiente nacerán las virtudes humano-cristianas necesarias para
la vida sacerdotal;
Habitúense los alumnos a dominar bien el propio carácter; sepan
apreciar todas aquellas virtudes que gozan de mayor estima entre los hombres
y avalan al ministro de Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupación
constante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la buena
educación y la moderación en el hablar, unida a la caridad (OT 11).
La formación intelectual debe girar en torno al misterio de Cristo,
centro de la creación y de la historia (cf. Jn 1,3ss; Ef 1,10; Col 1,16-17).
Todos los temas de estudio deben concurrir armoniosamente a abrir cada vez
más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a
toda la historia de la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y
actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal (OT 14).
Especialmente las disciplinas teológicas se deben convertir «en
alimento de su propia vida espiritual» (OT 16), para «una genuina formación
interior» (OT 17), invitando a la meditación de la palabra, a la celebración
litúrgica y al anuncio del evangelio. El candidato al sacerdocio se
ambienta, de este modo, en una historia de salvación que él deberá anunciar,
celebrar, comunicar, vivir y continuar. El objetivo de los estudios
eclesiásticos es el siguiente: «que los alumnos... se sientan ayudados a
fundamentar y a empapar toda su vida personal en la fe y consolidar su
decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de
espíritu» (OT 14).
La formación pastoral enraíza en todos los demás aspectos formativos,
espiritual, disciplinar e intelectual y, al mismo tiempo, los enriquece con
una perspectiva apostólica. Por esto, «la preocupación pastoral debe
informar por entero la formación de verdaderos pastores de almas» (OT 4).
Esta formación abarca diversos aspectos: el estudio y la contemplación de la
palabra, la celebración litúrgica y la vida de fraternidad, cierta
experiencia de actividad directa. Esta última se realizará según las
diversas etapas y niveles de formación, de forma metódica y bajo la guía de
personas entendidas en cuestiones pastorales (OT 21). Hay que prepararse
para los diversos campos apostólicos. El Concilio señala los siguientes (OT
19-21):
- predicación y catequesis,
- culto litúrgico y sacramentos,
- obras de caridad,
- aprender la dirección espiritual también orientada a personas
llamadas a la perfección evangélica,
- diálogo con los hombres y con la sociedad actual,
- uso de los medios pedagógicos, psicológicos, sociológicos y de
comunicación social,
- actuación en los movimientos apostólicos,
- acción misionera local y universal.
Se necesita una actitud espiritual equilibrada y coherente para
armonizar las líneas pastorales de inmanencia (inserción) y de
trascendencia, especialmente cuando se trata de la dimensión sociopolítica
de la formación: conocimiento y vivencia de la doctrina social de la
Iglesia, imitación de las actitudes de Cristo pobre, solidaridad a la luz de
la palabra de Dios y de la eucaristía, dimensión carismática, institucional
y escatológica del Reino de Dios, capacidad contemplativa que se hace
donación, sentido de Iglesia, comunión, etc. (ver cap. IV, n. 6) 7.
7 A. M. JAVIERRE, La formación para la vida y el ministerio pastoral en
América Latina, «Medellín» 10 (1984) 49-470. Ver también: La dimensión
sociopolítica de la formación sacerdotal, «Boletín CELAM» n. 224 (en., feb.
1989); J. ESQUERDA BIFET, Líneas fundamentales de la formación espiritual de
los futuros sacerdotes, «Seminarium» (1977) 1035-1055; Idem, La formación
para el ministerio: El Seminario, en: La formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales, Pamplona, Univ. de Navarra, 1990, 357-382; M.
MACIEL, La formación integral del sacerdote, Madrid, BAC, 1990.
Esta formación integral necesita una continuación por medio de la
formación permanente (cf. n. 4). De este modo, la fidelidad a la vocación
irá madurando hasta una perseverancia gozosa y generosa. La decisión de
seguir la voz de Dios se convertirá en donación de caridad pastoral y,
consiguientemente, en el gozo de seguir a Cristo Buen Pastor, del todo y
para siempre.
La propia dirección espiritual durante este período formativo inicial
es imprescindible (ver el n. 5). No se trata solamente de consulta moral de
parte de quien todavía no está formado en las exigencias cristianas, sino
principalmente de la consulta periódica y programada sobre la propia
vocación sacerdotal: discernimiento, fidelidad, generosidad. Por parte del
dirigido se necesita apertura para exponer su propia realidad, y docilidad
para seguir las indicaciones del director. Pero si la dirección espiritual
debe ser también un medio para la vida sacerdotal posterior, conviene captar
el meollo de la misma: se trata de una orientación o guía para todo el
camino de perfección y contemplación cristiana sacerdotal. Si faltara el
deseo de perfección, la dirección espiritual propiamente dicha quedaría
enflaquecida durante el período seminarístico y desaparecería después de la
ordenación sacerdotal 8.
8 Sobre la dirección espiritual en el Seminario: OT 3, 8, 19; can. 239
y 246; PDV 40, 50, 81; Dir 39, 54, 85, 92; R. ALDABALDE, A. MORTA, La
dirección espiritual en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; B.
GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual, Madrid, Soc. Ed. Atenas, 1985; L.
M. MENDIZÁBAL, Dirección espiritual, teoría y práctica, Madrid, BAC, 1982;
M. RUIZ JURADO, El discernimiento espiritual. Teología. Historia. Práctica,
Madrid, BAC, 1994.
Los medios para esta formación inicial corresponden a los diversos
aspectos que hemos indicado. Los medios concretos de vida espiritual son
semejantes a los de la vida sacerdotal (cf. n. 5), pero se aplica en el
Seminario de modo pedagógico gradual, para ir formando personas responsables
que sepan apreciar y poner en práctica estos mismos medios por propia
convicción e iniciativa 9.
9 Los medios de espiritualidad durante la formación en el Seminario (OT
8-12; PDV 45-50, can. 245-256) son parecidos a los señalados para los
sacerdotes (PO 18; can. 276, 1186). Ver; Puebla 693-694.
La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desarrollo
armónico y progresivo de criterios, escala de valores y actitudes, de suerte
que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de pensar, sentir y
amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor 10.
10 Ver algunas publicaciones citadas en la orientación bibliográfica
del final del capítulo. Colección de documentos: La formación sacerdotal,
Bogotá, DEVYM, OSLAM, 1982. Il Sacerdocio ministeriale nel Magisterio
Ecclesiale, Documenti (1908-1993), Lib. Edit. Vaticana 1993; La formación
sacerdotal: Enchiridium, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y
Universidades, 1999. En esa colección pueden encontrarse los siguientes
documentos: Decreto conciliar sobre la formación sacerdotal; Normas básicas
de la formación sacerdotal; La enseñanza de la filosofía en los Seminarios;
Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal; La enseñanza del
derecho canónico para los aspirantes al sacerdocio; La formación teológica
de los futuros sacerdotes; Instrucción sobre la formación litúrgica en los
Seminarios, Constitución Apostólica «Sapientia cristiana»; Carta circular
sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los
Seminarios; algunos textos del documento de Puebla. Las «Normas básicas»
(Ratio fundamentalis) han sido retocadas ligeramente en 1985 para adaptarse
a los cánones del nuevo Código.
4- Formación sacerdotal permanente
La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos
períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. De hecho, de un
modo o de otro, ha existido siempre: retiros, ejercicios espirituales,
conferencias, casos de moral, especialización, concursos, etc. Pero su
necesidad y su actualización se ha dejado sentir más en momentos de cambio
cultural, sociológico e histórico. También se la ha llamado pastoral
sacerdotal, aunque ésta abarca también otros campos de la ayuda al
sacerdote.
La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de
ser original en el dinamismo del sacramento del Orden... Es expresión y
exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio
ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Pero es también
un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el
sacerdote... La formación permanente es necesaria para que el sacerdote
pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios. Alma y forma
de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral (PDV 70).
El Concilio Vaticano II indicó la necesidad de esta formación
permanente, señalando unas directrices generales:
La formación sacerdotal, sobre todo en las condiciones de la sociedad
moderna, debe proseguir y completarse aún después de terminados los estudios
en el Seminario. Por ello, a las Conferencias episcopales tocará servirse en
cada nación de los medios más adecuados, tales como los Institutos de
Pastoral que cooperan con parroquias oportunamente elegidas, asambleas
organizadas con fechas fijas y ejercicios aprobados que introduzcan al clero
joven, bajo el aspecto espiritual, intelectual y pastoral, en la vida y
actividad apostólica y le capacite para renovarlas y fomentarlas cada día
más (OT 22) 11.
11 Sobre la formación permanente: PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; can
244, 248, 252, 279; PDV 70-81; Dir 69-97. Carta circular de la Congregación
del Clero sobre la formación permanente de los sacerdotes (4 noviembre
1969);Puebla 719-720. Ver orientación bibliográfica del final del capítulo.
En los lugares en que se han ofrecido al sacerdote medios adecuados de
formación permanente, se ha sentido potenciado y capacitado para responder a
los cambios actuales sin perder su identidad, especialmente cuando esta
formación se ha impartido también como pastoral sacerdotal, es decir, con
asistencia y ayuda en todos los campos de su vida y de su ministerio 12.
12 En América Latina se dispone de abundante documentación sobre la
formación sacerdotal permanente, que citamos en la orientación bibliográfica
del final del capítulo. Ver también OSLAM, Actas del Congreso de Quito,
Medellín 10 (1984) (sep. dic.).
Hay que abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación
permanente, según las indicaciones conciliares y posconciliares:
- Espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia, personal, grupos de
vida espiritual,
- pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones
pastorales,
- cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés
para el ministerio,
- económico: asistencia material, previsión social,
- personal: atención a las personas (relaciones personales), descanso,
celebraciones, dificultades, etc. 13.
13 Además de la bibliografía citada al final del capítulo, ver AA. VV.,
Numéro spécial sur la formation permanente du prêtre, «Bulletin de Saint
Sulpice» 7 (1981); J. GARCIA VELASCO, La dimensión personal y espiritual en
la formación permanente, «Sal Terrae» 69 (1981) 769-779; G. GARRONE, La
formazione permanente del sacerdote, Torino, LDC, 1978; A. JIMÉNEZ CADENA,
Formación permanente de los presbíteros, dimensión humana y comunitaria,
«Medellín» 10 (1984) 508-514. La Exhortación Apostólica sobre los laicos
Christifidelis Laici, dedica a este tema los números 57-65, señalando los
diversos aspectos de la formación para que sea realmente integral y
armónica.
La responsabilidad primera y más importante respecto a la formación
permanente recae en el mismo sacerdote, también en cuanto que debe colaborar
a la formación de los demás hermanos (cf. cap. VII). El obispo, para cumplir
con su deber pastoral de asistencia a sus sacerdotes (cf. CD 15-16; PO 7),
se valdría de los organismos oficiales de la diócesis, Consejo Presbiteral,
arciprestazgos o decanatos, etc., y de los servicios de la Conferencia
Episcopal, departamento o secretariado del clero.
La vida comunitaria o de equipo, según las diversas posibilidades, que
hemos indicado en el capítulo VII, n. 2 y 4, será un medio privilegiado para
colaborar en todo lo que se organice y para hacerlo efectivo compartiéndolo
con los demás.
Uno de los momentos en los que más se necesita la formación permanente
es durante los primeros años de sacerdocio. Los convictorios e Institutos de
pastoral sacerdotal prestan una gran ayuda para que el sacerdote pueda
renovar la ciencia teológica y los métodos de pastoral, así como fortalecer
su vida espiritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las experiencias
apostólicas (PO 19).
Será poco eficaz la formación permanente si no va acompañada de una
verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en espíritu
de familia no propiamente de empresa, dentro del Presbiterio. Las ideas y
métodos que puedan ofrecérsele recobran toda su fuerza cuando se llega a la
persona y en su misma circunstancia. Esto reclama relaciones personales de
confianza, de aliento, de convivencia e incluso de compartir la vida con su
propio obispo y con los demás hermanos del Presbiterio (cf. cap. VII, n. 2 y
4). Un medio muy oportuno es el de dedicar algún sacerdote, relativamente
liberado, para poder atender a los hermanos.
Si fallara la formación espiritual permanente, los otros aspectos
quedarían muy debilitados. De ahí la necesidad de privilegiar la
organización de retiros periódicos, Ejercicios espirituales, cursos de
espiritualidad, jornadas dedicadas a santos sacerdotes (Cura de Ars, Juan de
Avila...), celebraciones (Bodas de plata y oro), etc. 14.
14 Aspectos prácticos sobre cómo realizar retiros, ejercicios
espirituales, dirección espiritual y revisión de vida, en: J. ESQUERDA,
Caminos de renovación, Barcelona, Balmes, 1983 (Segunda parte: Momentos
fuertes de reconciliación, conversión, renovación).
Uno de los campos más olvidados de la formación permanente es
precisamente el estudio de la teología espiritual. El sacerdote debe conocer
teológicamente y vivencialmente todo el proceso de la vida espiritual, como
parte integrante de su ministerio. Efectivamente, el sacerdote debe guiar
por el camino de perfección a los fieles que sientan esta llamada, incluso
hacia la contemplación y los consejos evangélicos (PO 5, 6, 9; OT 19).
El sacerdote necesita tener una formación adecuada para ejercer la
dirección espiritual de los demás 15.
15 Sobre la dirección espiritual, ver nota 8 de este capítulo. Manuales
de Teología Espiritual, en el capítulo I, nota 19.
Hemos visto anteriormente las virtudes del sacerdote enraizadas en la
caridad pastoral (cf. cap. V), así como la necesidad de una oración
contemplativa (cf. cap. IV, n. 5). El sacerdote necesita una formación
profunda para vivir el seguimiento evangélico en forma de vida apostólica en
el Presbiterio (cf. cap. VII). Muchas veces se ha reducido la formación
espiritual del sacerdote a niveles ordinarios de poca exigencia. La
espiritualidad específica del sacerdote diocesano (cf. cap. VII, n. 3) no
puede reducirse a reivindicaciones y polémicas. Tampoco puede ceñirse a un
equilibrio entre vida interior y acción ministerial. Su espiritualidad
específica es la que corresponde a los doce Apóstoles (vida apostólica),
vivida con el propio obispo, con los demás sacerdotes del Presbiterio y al
servicio incondicional de la comunidad eclesial. Es, pues, espiritualidad de
seguimiento evangélico y fraterno para la misión. La formación permanente
del sacerdote debe, pues, privilegiar este campo de la perfección
sacerdotal, para poder renovar el Presbiterio y potenciar toda la acción
evangelizadora 16.
16 Hemos señalado modos concretos de llevar a efecto la espiritualidad
sacerdotal por medio de la fraternidad en el Presbiterio, en el cap. VII,
n.4.
5- Medios comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal
No puede darse un proceso serio de la vida espiritual sin poner los
medios concretos adecuados. La espiritualidad del sacerdote está en relación
con sus ministerios: «Conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo
sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).
Esta actitud personal del sacerdote, que el Concilio Vaticano II califica de
«unidad de vida» (PO 14), o de unión con los sentimientos de Cristo,
necesita unos medios que el mismo Concilio concreta para la vida espiritual
y que están relacionados con la acción apostólica (PO 18).
No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en
contraposición a la acción ministerial. Esta dicotomía podría crear
malentendidos y angustias que resultarían en detrimento tanto de la vida
interior como del apostolado. Los mismos ministerios son ya medios
privilegiados de santificación, a condición de que se ejerzan en el Espíritu
de Cristo (PO 13).
Podríamos, pues, distinguir entre medios comunes de santificación para
todo cristiano y medios peculiares de santificación para el sacerdote. Como
todo fiel, el sacerdote necesita poner en práctica los medios comunes de
santificación. Al mismo tiempo, estos medios ayudan a vivir los ministerios
sacerdotales en el Espíritu de Cristo:
Para fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la
vida, aparte el ejercicio consciente de su ministerio, gozan los presbíteros
de medios comunes y particulares, nuevos y antiguos, que el Espíritu Santo
no deja nunca de suscitar en el Pueblo de Dios, y la Iglesia recomienda, y
hasta manda también algunas veces para la santificación de sus miembros (PO
18) 17.
17 En los textos conciliares (PO 18; OT 22) y en el nuevo Código (can.
246, 276) se señalan algunos medios que parecen comunes a todo cristiano,
aunque con especial referencia a quien debe ejercer los ministerios
sacerdotales. La terminología sobre los medios comunes y medios particulares
no resulta muy clara en los documentos. Ver: L. CASTAN, Recursos para
fomentar la vida espiritual del presbiterio, en Los presbíteros a los diez
años de Presbyterorum Ordinis, Burgos, 1975 (Teología del Sacerdocio, 7),
463-495.
El Concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de
santificación que son comunes de toda vocación cristiana:
- lección divina, oración mental, meditación de la palabra,
- celebración eucarística, espíritu de sacrificio,
- cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial de la
santísima Eucaristía,
- frecuente celebración del sacramento de la reconciliación,
- examen diario de conciencia,
- retiro y Ejercicios espirituales,
- dirección espiritual,
- devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.
Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el
sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios. Así,
por ejemplo, la meditación de la palabra. En efecto, cuando el Concilio
habla de la predicación, invita a prepararla con la oración y la
contemplación (LG 41; PO 6,13); cuando habla de oración sacerdotal, la
relación también con el ministerio del oficio divino o liturgia de las horas
(PO 5,18; SC 84ss).
Toda la vida sacerdotal, gracias a los medios de santificación y
especialmente gracias a la acción ministerial, se convierte en un camino
continuo de santificación:
Mientras oran y ofrecen el sacrificio, como es su deber, por los
propios fieles y por todo el Pueblo de Dios, sean conscientes de lo que
hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los
peligros y contratiempos, no sólo les sean un obstáculo, antes bien
ascienden por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su
acción en la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia
de Dios (LG 41).
El hecho de ejercer los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos
(o de dirección y servicio), se convierte en una invitación a que el mismo
sacerdote viva lo que hace, meditando la palabra, uniéndose a Cristo
Redentor, identificándose con Cristo servidor. Los medios arriba indicados
son una gran ayuda para ejercer los ministerios en la línea de la caridad
pastoral.
Entre todos los medios comunes y particulares de santificación destaca
el de la oración como actitud de amistad y de relación personal con Cristo.
Todos los actos ministeriales son prolongación de la persona y del actuar de
Cristo. La actitud relacional es ejercida de modo especial en la meditación
de la palabra y en el trato amistoso con Cristo presente en la eucaristía.
De ahí derivará una actitud habitual de relación con el Señor mientras se le
anuncia, se le hace presente y se le comunica a los demás. La cuestión del
tiempo es siempre relativa a la escala de valores o prioridades que uno
tenga previamente en su corazón (cf. cap. IV, n. 5).
Los maestros espirituales han subrayado la importancia de la dirección
espiritual, en cuanto que se busca el consejo de un hermano (experimentado o
docto) que ayude a discernir y a ser fiel en todo el camino de santidad. El
sacerdocio, y el futuro sacerdote no queda exento de esta necesidad, que se
podría llamar de cuerpo místico, en cuanto que todos tenemos necesidad del
consejo, del ejemplo y de la oración de los hermanos. Al hablar de la
formación inicial en el Seminario (n. 3) y de la formación permanente (n. 4)
hemos resumido el tema. La revisión de vida en grupo puede ser una ayuda
espiritual fuerte, pero no puede suplir en todo a la dirección espiritual
propiamente dicha (cf. cap. VII, n. 2 y 4).
Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se
ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros para
intercambio de experiencias y ayuda mutua: retiros, oración compartida,
consejo espiritual, etc. Es necesario
hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la
formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta
sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades
precisas (PDV 79).
Al mismo tiempo, estos medios deben favorecer la comunión con el propio
obispo y con los hermanos sacerdotes y diáconos, como camino para construir
la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 18). Un Presbiterio unido,
que ofrezca infraestructuras de espiritualidad, cultura y apostolado, es el
mejor ambiente y estímulo para valorar y poner en práctica los medios de
santificación 18.
18 Los documentos eclesiales señalan unas notas de garantía para las
asociaciones sacerdotales: aprobación por parte de la autoridad competente,
santificación en el ejercicio del ministerio, cierta organización y plan de
vida, servicio abierto a todos los presbíteros (PO 8; can. 278; PDV 31,81;
Dir 29,88). Ver capítulo VII, n. 4 (y nota 14). La Congregación para el
Clero publicó una declaración (Quidam Episcopi, 8 marzo, 1982) sobre
asociaciones que pueden son contraproducentes para todo sacerdote. Todo
proyecto de vida, personal o comunitario, necesita tener un ideario, unos
objetivos y unos medios concretos (también, eventualmente, señalando unas
etapas). Actualmente muchos sacerdotes recién ordenados se preguntan sobre
qué asociación o grupo les puede ayudar más. Se nota una actitud indecisa,
bastante generalizada. Lo más importante es que cada uno tenga su proyecto
personal (trazado en Ejercicios, con el consejo o dirección espiritual,
etc.) y que busque luego el lugar más adecuado para cumplirlo: decanato,
grupo de amigos (revisión de vida), consejo espiritual, asociación, etc. Sin
este compromiso personal (que debe abarcar el seguimiento evangélico del
Buen Pastor, la vida comunitaria y la disponibilidad apostólica), se navega
siempre en medio de indecisiones, criticando a las asociaciones o culpando
de pasivismo al mismo Presbiterio.

6- Elaborar un proyecto de vida personal y comunitario en el


Presbiterio (PDV 79)
Si se admite que la «fraternidad sacerdotal y la pertenencia al
Presbiterio son elementos característicos del sacerdote» (Dir 25), la
consecuencia lógica debe ser la siguiente: «El Presbiterio es el lugar
privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios
específicos de santificación y de evangelización» (Dir 27). Para conseguir
este objetivo es necesario trazar un «proyecto de vida» personal y
comunitario, con líneas y «programas de formación permanente, capaces de
sostener de una manera real y eficaz el ministerio y vida espiritual de los
sacerdotes (PDV 3).
Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del
presbiterio... Esta responsabilidad lleva al obispo, en comunión con el
Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de
estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una
propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene
modalidades precisas (PDV 79).
Este proyecto de vida (personal y comunitario) podría seguir estas o
parecidas indicaciones:
- Ideario de vida sacerdotal: ser (consagración), obrar (misión),
vivencia o estilo de vida según la «vida apostólica».
- Objetivos: según las cuatro áreas o niveles: humana (PDV 72, 43-44;
Dir 75), espiritual (PDV 72, 45-50; Dir 76), intelectual (PDV 72, 51-56; Dir
77), pastoral (PDV 72, 57-59; Dir 78).
- Medios y programación posible (cfr. PO 18-21; PDV cap. V y VI; Dir
39, 45-54, 68, 76, 81-86; CIC can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550).
Guía Pastoral
Reflexión bíblica
- Vocación, don y declaración de amor: Mc 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef
1,4).
- Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.
- La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc
10,38-39.
- La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Mc 10,21.
- La vocación para la misión: Mc 3,14; Jn 20,21.
- Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad eclesial: Lc
10,1; Jn 17,21-23; Mc 10,44-45; Jn 13,14-15.
Estudio personal y revisión de vida en grupo
- Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, libertad,
idoneidad (PO 11; OT 2,6; PDV 34-37).
- Colaboradores en el fomento y formación: familia, comunidad eclesial,
educadores, el mismo llamado (OT 2; PDV 38-41).
- Medios concretos de espiritualidad: armonía con los ministerios (OT
19-21; can. 245-256; PO 18; PDV 72; can. 276, 1186; Puebla 693-694).
- Seminario, tarea de todos (OT 3-7; PDV 65-69; Puebla 869-880).
- Línea pastoral del Seminario (OT 4,19; PDV 57-59); Puebla 969ss;
Medellín XIII, 4-6.
- Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16;
SC 18; PDV 70-82; Dir 69-97; can. 244, 248, 252, 279: Puebla 719-720).
- Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales,
experiencias, dificultades y posibilidades (can. 246; 276; Dir 85).
- Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual
(PDV 40,50,81; Dir 39,54,85,92; can. 239, 246).
Orientación Bibliográfica
Ver más bibliografía en las notas de este capítulo y en capítulos
anteriores: vocación laical y religiosa (notas 12 y 13 del capítulo II);
documentos del Magisterio (notas 4 y 10 de este capítulo VIII); dirección
espiritual (notas 8 y 15 de este mismo capítulo); formación permanente
(notas 11, 12, 13).
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