Para valorar la respuesta de Davies conviene tener presente su trayectoria intelectual. En 1983 publicó un libro tituladoDios y la nueva física, donde sostenía que la ciencia proporciona en la actualidad un camino más seguro que las religiones tradicionales para llegar a Dios. Claro está que el «dios» al que llegaba poco tenía en común con el Dios personal creador del cristianismo; se trataba más bien de una idea que presentaba coincidencias con el panteísmo.Davies aludía al panteísmo como si fuera una idea generalizada entre los científicos; sería «la creencia vaga de muchos científicos de que Dios es la naturaleza o Dios es el universo». Y sugería que, si el universo fuese el resultado de unas leyes necesarias, podríamos prescindir de la idea de un Dios creador, pero no de la idea de «una mente universal que exista como parte de ese único universo físico: un Dios natural, en oposición al sobrenatural». En aquel libro, Davies se mostraba dispuesto a responder, ciencia en mano, a los grandes interrogantes de la existencia humana. Algo parece haber cambiado en los diez años que han transcurrido desde entonces. Ahora, aunque Daviesafirma que no pertenece a ninguna religión institucional y que nunca ha tenido una experiencia mística, también afirma que la ciencia no puede responder a los interrogantes últimos; añade que ese tipo de respuestas sólo pueden provenir de experiencias místicas que trascienden el ámbito de la especulación científica, y defiende la existencia de algún plan superior capaz de explicar la vida humana. Todo esto quizá pueda parecer trivial, sobre todo a un creyente, pero no lo es cuando se presenta como el resultado de un extenso análisis llevado a cabo por una persona que, como Davies, no encuentra fácil afirmar la existencia de un Dios personal creador. Una cosa es afirmar en general que ciencia y religión constituyen dos ámbitos diferentes, sea cual sea la posición que se adopte ante la religión, y otra cosa muy diferente es encontrar un científico que intenta llevar la ciencia hasta sus límites, analizando en concreto las variadísimas respuestas que se proponen en la actualidad acerca de las cuestiones últimas, y tomando parte en un verdadero combate intelectual en el que se discuten detalladamente los argumentos en favor y en contra de las distintas soluciones. Al igual que en otros libros anteriores, los razonamientos de Davies pueden llevar al psiquiatra a quien no posea una estructura mental sólida, ya que se extienden a las interpretaciones más insólitas. Se trata de reflexiones en voz alta en las que Davies manifiesta sus perplejidades, que no son pocas ni pequeñas. Su interés radica precisamente en que muestran que un científico como Davies, nada comprometido con posiciones religiosas convencionales y dispuesto a admitir la parte de verdad que se encuentra en cualquier propuesta por extraña que parezca, afirma ahora con pleno convencimiento que no resulta viable atribuir la existencia humana al simple juego accidental de fuerzas naturales. La racionalidad del mundo Todavía se encuentra difundido el cliché según el cual la ciencia elimina todo misterio en la vida humana, proporcionando respuestas que harían inútil cualquier pregunta que se sitúe más allá de los confines científicos. La realidad es otra. En efecto, el progreso científico abre panoramas cada vez más asombrosos, comenzando por la existencia misma de la ciencia. Davies escribe: «El éxito del método científico para desvelar los secretos de la naturaleza es tan deslumbrante que puede impedirnos ver el milagro científico mayor de todos: que la ciencia funciona». Es cierto. El progreso de la ciencia supone que la naturaleza posee una racionalidad inscrita en sus estructuras y procesos, y que somos capaces de conocerla, aunque sea de modo limitado. Y esto no es nada trivial, sobre todo si tenemos en cuenta que la organización del mundo en el que vivimos es enormemente sofisticada y singular. Los avances de la ciencia proporcionan una imagen del mundo que resulta casi fantástica, si no fuera real. Según la antigua imagen mecanicista, que todavía sigue gozando de cierta popularidad, la materia se compondría de partículas cuya única propiedad sería el desplazamiento y el choque. La ciencia actual, por el contrario, descubre un mundo microfísico en el cual las partículas se agrupan espontáneamente formando pautas organizadas que hacen posible, a su vez, la formación de otras pautas de mayor complejidad, hasta llegar al alto nivel de organización propia de los vivientes. En 1989, Davies escribió: «Es uno de los milagros universales de la naturaleza que enormes reuniones de partículas, que sólo están sometidas a las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin embargo son capaces de organizarse a sí mismas en pautas de actividad cooperativa». Efectivamente, es tan asombroso que resulta lógico preguntarse si, en realidad, ese comportamiento responde solamente a fuerzas ciegas. Esta es la pregunta que una vez y otra aparece a lo largo de los análisis de Davies. En efecto, la asombrosa racionalidad de la naturaleza exige una explicación nada trivial, sobre todo si se tiene en cuenta nuestra capacidad de conocerla, o sea, la existencia de mentes auto-conscientes como las nuestras que son capaces de plantear, con éxito rotundo, un diálogo con la naturaleza que conduce a conocimientos cada vez más profundos y coherentes. Afirmar que todo ello es un puro hecho accidental, fruto de simples casualidades y de leyes ciegas, no resulta nada satisfactorio. La explicación del orden Quienes reducen nuestra comprensión de la realidad a las explicaciones que proporcionan las ciencias, se ven obligados a explicar cómo surge la prodigiosa organización de la naturaleza, de acuerdo con las leyes científicas, a partir de estados más primitivos. En definitiva, deben explicar el todo mediante la suma de las partes. Sin duda, pueden encontrarse muchas explicaciones de ese tipo, sobre todo si las partes no son elementos meramente pasivos. Cuando se combinan, en las condiciones adecuadas, átomos de hidrógeno y oxígeno, lo que resulta no es una simple yuxtaposición de átomos: los átomos interactúan y producen un compuesto que posee propiedades verdadaeramente nuevas o emergentes. Si tenemos en cuenta que, en contra de lo que afirmaba el mecanicismo, no existen elementos puramente pasivos, parecería posible explicar la organización de la naturaleza mediante sucesivas combinaciones, en niveles de creciente complejidad, de componentes y procesos. De hecho, esta idea se encuentra ampliamente difundida en la actualidad: la naturaleza sería el simple resultado de combinaciones que producirían resultados de todo tipo, entre los cuales sólo sobrevivirían aquéllos que fuesen capaces de adaptarse funcionalmente a las circunstancias. Se trata del esquema básico propuesto por Darwin para explicar la evolución biológica, que sería capaz de explicar asimismo la evolución cósmica y, en general, todos los procesos naturales. ¿Qué lugar queda aquí para ulteriores preguntas de tipo metafísico? Davies afirma repetidamente que, al menos, existe un tipo de preguntas que no encuentran respuesta adecuada en ese esquema. Se trata de las preguntas acerca de las leyes que se encuentran en la base de todos esos procesos y los hacen posibles. ¿Por qué existen precisamente esas leyes y no otras? De hecho, hoy día sabemos que nuestra existencia es posible porque las leyes y las magnitudes básicas de la física poseen unos valores extremadamente ajustados. Podría replicarse que, al fin y al cabo, esa situación no tiene nada de particular porque, en otro caso, nosotros no existiríamos; dicho de otro modo, resulta lógico que las leyes básicas sean tales que permitan nuestra existencia, puesto que, en otro caso, no estaríamos aquí. Sin embargo, esta respuesta no convence a Davies, y es lógico que así sea, porque no proporciona ninguna explicación: simplemente acepta el mero hecho de nuestra existencia y de las condiciones que la hacen posible. Las ciencias explican, en cierta medida, como surge el orden de la naturaleza a partir de ciertas condiciones antecedentes. Pero siempre encontramos, en último término, situaciones iniciales y leyes básicas que exigen una explicación, a menos que estemos dispuestos a afirmar un proceso infinito que no explica nada. Además, lo que debemos explicar no es sin más un cierto orden, sino un grado verdaderamente fabuloso de organización en diferentes niveles que se entrecruzan y se complementan.