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Fia está enfadada. Lo siento por la manera en la que sus dedos aprietan los
míos. En general ella no sujeta mi mano a menos que yo extienda la mía
primero; sabe que me molesta, que puedo orientarme bien. Además, estamos
sentadas. No sé qué es lo que la está perturbando.
El representante de la escuela continúa hablando con voz fluida. Suena culto e
inteligente. Suena como un futuro.
—Por supuesto, Annabelle tendrá una beca completa. La Fundación Keane
ofrece un excelente alojamiento para todas nuestras estudiantes en residencias
de primer nivel, tienen acceso a todo lo que puedan necesitar, y cada estudiante
recibe un asesoramiento personalizado en cuanto al programa de estudios para
asegurarle la mejor educación posible y la mejor orientación profesional.
Creemos que no existen las discapacidades, solo capacidades diferentes, y que
nuestras estudiantes poseen una fortaleza que la educación tradicional no
aborda.
La tía Ellen murmura con admiración y hojea los folletos, cuyas hojas suenan
gruesas y costosas. A decir verdad, es probable que ella esté tan aliviada como
yo de que estaré viviendo bajo otro techo. Heredar dos chicas tristes y raras de
su media hermana nunca estuvo en su plan de vida. Pero… no puedo
abandonar a Fia. ¿Cómo podría hacerlo?
No. Esta es una oportunidad demasiado buena para desperdiciar. Quizás la
vida de Fia sea más fácil si yo no estoy en ella. Si no tiene que preocuparse por
todas las cosas que yo no puedo ver… Y, mucho peor, las cosas que sí veo.
Quizás una vida sin mí sea exactamente lo que Fia necesita.
Y a mí me vendría bien un nuevo comienzo. No he tenido una visión en
meses. Tal vez se hayan terminado. Si me aparto de las personas que me
conocen, tal vez pueda terminar con las visiones.
Pero no sé si eso es lo que quiero. Porque sin las visiones, no veo nada en
absoluto. Todavía no he descifrado si las visiones hacen que la oscuridad sea
mejor o peor, pero eso no evita que las desee.
La primera, la peor, atraviesa mi mente. Ya han pasado dos años. Tenía doce,
estaba sentada en el sillón. Y luego, de alguna manera, me encontraba en un
coche, mis padres en los asientos delanteros, la radio sonaba bajo sobre un
fondo con demasiada estática… ¿Cómo es que yo estaba en el coche? ¿Qué
estaba sucediendo? ¿Cómo podía ver? Intenté abrir la boca, decirles a mis
padres que yo estaba allí, que podía ver, ¡que estaba viendo por primera vez en
ocho años! Pero no sucedió nada. Y luego sucedió todo, se oyó un horrible
estruendo de metal retorciéndose y rechinando, vidrios volando por todos
lados, el mundo entero inclinándose y girando y aplastando el coche.
Y a mis padres.
Cuando abrí los ojos, me encontraba de vuelta en la oscuridad, gritando. Mis
padres habían salido para tener una cita. Fia intentó tranquilizarme, descubrir
de qué estaba hablando. Asusté tanto a la niñera que ella llamó al teléfono de
mis padres para que volvieran de inmediato a mi casa. Nunca lo hicieron.
Y lo peor de todo, la parte que me más me atormenta, es preguntarme si
haber visto lo que vi causó el accidente.
Desde ese entonces ha sucedido algunas veces más, las visiones de pronto
inundan mi mundo de medianoche. Fragmentos rotos del futuro, del presente,
o quién sabe qué. No quiero saber. Mis ojos son inútiles.
—Annie —susurra Fia, y me sobresalta mientras nuestra tía habla con el
hombre... ¿John? ¿Daniel? Ya he olvidado su nombre. Ella habla tan bajo como
para que solo yo sea capaz de escucharla—. Hay algo que no está bien con esto.
Algo malo.
—¿De qué estás hablando?
—Él no es… No puedo explicarlo. No lo hagas. Esto está mal.
—¿Disculpen, chicas? ¿Tienen alguna pregunta? —Puedo escuchar su sonrisa.
Suena confiada. Me pregunto si es apuesto. Creo que lo es. Me pregunto si yo
soy bonita. Fia dice que lo soy, pero ella es la mejor mentirosa del mundo.
—De hecho, sí —responde Fia, y su voz suena como puñetazos—. Tengo
muchas preguntas. Tía Ellen, ¿puedes esperar afuera?
—No creo que eso sea necesario —dice ella, la voz con un dejo de
desaprobación. Le preocupa que Fia estropee esto para ella, que la escuela se
entere de que no soy solo ciega, sino que también estoy loca, y entonces me
rechacen.
—No, no hay problema —responde Daniel/John—. Estaré más que
complacido de responder las preguntas de Sofia en privado. ¿Por qué no se
reúne con mi asistente y comienzan a completar algunos de los formularios
preliminares? Esa es la única desventaja de todo esto… ¡demasiado papeleo! —
Ríe, y mi tía se retira de la oficina con lentitud y cierra la puerta con un clic
suave—. Muy bien. —Suena menos profesional y más divertido—. ¿Qué es lo
que quieres preguntar?
—Esto es pura mierda.
—¡Fia! —siseo.
—¿Por qué dirías eso? —pregunta.
—No lo sé. —Suena enfadada, frustrada consigo misma—. Si supiera el
porqué, se lo diría. Annie, por favor, escúchame. Esta es una mala idea. Me
siento enferma. Deberíamos irnos. Estaremos bien. La escuela puede traer más
textos en braille, y estamos bien, ¿verdad? ¿Juntas? Tenemos que permanecer
juntas. Por favor.
Abro la boca para responderle, porque ahora yo también me siento enferma,
solo que yo me siento así porque quiero asistir a esta escuela con más ansias de
las que alguna vez sentí. No hay nada para mí allí en el exterior. Seré siempre la
hermana ciega, la pobre huérfana ciega. En una escuela como esta, podría ser
Annie. Podría descubrir quién es Annie además de la ceguera. Pero no puedo
dejar atrás a Fia. Nunca.
Antes de que yo pueda decir algo, John/Daniel habla:
—¿Te sientes enferma con respecto a esto? ¿Puedes describir la sensación?
—No, no puedo describirla —suelta con brusquedad—. Lo único que sé es
que esta es una mala idea, que usted es un mentiroso y que yo debería
mantener a Annie muy, muy alejada de usted y de su estúpida escuela.
Se pone de pie, y escucho que la sonrisa vuelve a su voz.
—Tienes doce, ¿verdad? Sabes, Sofia, nos gustan las jóvenes que tienen un
espíritu independiente. Veo que podemos llegar a un acuerdo por las dos.
¿Cómo te sentirías si te unieras a tu hermana? Y debo decir que la Fundación
Keane tiene muchas conexiones con la comunidad médica; comenzaríamos a
investigar de inmediato para descubrir si existe alguna manera de revertir la
retinopatía de Annabelle, la enfermedad que ha causado su ceguera.
Aprieto la mano de Fia, mi corazón se detuvo. Una escuela. Una oportunidad
nueva. Y quizás, solo quizás, unos ojos nuevos que verían solo lo que se supone
que vean.
—Por favor, por favor, ay por favor, ven conmigo. Por favor, ven conmigo. Te
hizo sentir enferma porque estaríamos separadas, pero ¡ahora no lo estaremos!
Es perfecto.
—Aun así, se siente mal —susurra, pero yo no le suelto la mano. No lo haré.
Ya sé que ganaré esto, porque ella siempre me deja ganar, y asistiremos a esta
escuela juntas, y nuestras vidas en verdad darán comienzo.
LUNES POR LA MAÑANA
Miro a los tres hombres derribados en el suelo. Tenemos que irnos, ahora.
—Ven.
Camino hacia el otro extremo del callejón, pero Adam no me sigue.
—¿Qué acaba de suceder? —pregunta.
—Por favor —digo entre dientes—. Tenemos que salir de aquí. Uno de esos
tipos estaba llamando a alguien, y yo no puedo luchar con nadie más.
Adam todavía duda. Echa un vistazo a los hombres y luego a mí, una y otra
vez, como si estuviera intentando hacer encajar las piezas de un rompecabezas
complicado.
—Por favor —repito—. Te asesinarán. Ya me han disparado a mí. Por favor.
Y luego, con los ojos bien abiertos por la conmoción, corre para alcanzarme.
No camina a mi lado, sino que se mantiene a una corta distancia detrás de mí,
cauteloso. Ha decidido que yo soy su mejor opción. Espero que tenga razón.
—Tenemos que llamar a la policía.
—No, no podemos. Tienes que estar muerto, Adam.
—Yo… ¿qué?
—No sé qué asunto tenían esos tipos contigo. Pero la gente para la que yo
trabajo te quiere muerto. Y si no estás muerto, seguirán persiguiéndote, y
asesinarán a la única persona que amo en todo el mundo para castigarme por
no hacer lo que me ordenaron que hiciera. Así que, para todo el mundo, tú
estás muerto.
Vuelve a detenerse. Por favor, deja de detenerte, Adam, no tenemos tiempo
para esto.
—¿Así que en verdad me ibas a asesinar? —Está reaccionando con
tranquilidad, con demasiada calma, es probable que esté conmocionado. Me
mira con una clase rara de inteligencia analítica en el rostro. Yo todavía soy un
enigma para él. Un enigma violento.
Quiero sujetarme el brazo, sé que necesito detener el sangrado, pero dolerá
mucho más si lo toco.
—Sí. Bueno, no. Me enviaron aquí para asesinarte. Pero no lo hubiera hecho.
No podría haberlo hecho. Evidentemente. Lo cual explica por qué ambos nos
encontramos en este lío ahora. —Respiro hondo (duele, incluso respirar duele,
desearía desmayarme, pero no tengo tiempo para eso) y lo miro directo a los
ojos—. Trabajo para gente muy, muy mala. Y haré lo que sea necesario para
mantenerte a salvo de ellos. Necesito que me ayudes a mantenerte con vida, ¿sí?
Vuelve a echar un vistazo al callejón y veo en la postura de su cuerpo que
todavía se siente completamente indeciso. Luego endereza los hombros y se
mueve hacia mí, y sé que lo he convencido, por lo menos por ahora, y en el
ahora es cuando yo trabajo mejor.
—Está bien —asiente—. Pero tengo que hacerte algunas preguntas.
—Créeme, yo tengo más que tú. Necesitamos un coche.
—Tengo un coche…
—Estás muerto, ¿recuerdas? Eso significa que no tienes coche, no puedes
utilizar el cajero automático ni nada que pueda dejar una pista. —Mi cabeza da
vueltas. No puedo escuchar a mis instintos si mi cabeza no funciona con
claridad. Ya estoy tan asustada que ni siquiera sé cómo escucharme a mí misma
—. Esos hombres. Tienen un coche esperándolos. Podemos utilizarlo.
Hay tantos problemas. No habrá cuerpo porque Adam no está muerto. Pero
¡no! ¡Cole en el callejón! Una posibilidad nueva se está abriendo para salvarnos a
mí, a Annie y también a Adam. El norte fue en verdad la dirección correcta.
Quizás mis instintos no estén totalmente estropeados.
Sujeto mi teléfono con mi mano sana y me apoyo con pesadez contra la pared
del edificio que tenemos a nuestro lado.
—Alguien nos verá. —Adam echa un vistazo a su alrededor con nerviosismo
—. Estás sangrando. Mucho. —Observa mi brazo sin pestañear, como si
estuviera en trance. Luego sacude la cabeza, cierra los ojos y los vuelve a abrir.
Veo en su rostro que ha tomado una decisión, que ha decidido no entrar en
pánico. No es lo que la mayoría de las personas harían en este momento. Creo
que lo amo por eso—. Déjame ocuparme de tu brazo. —Se arrodilla y se quita
la mochila del hombro—. Tengo un kit aquí. —Tiene que parecer como algo
que yo haya hecho por mí misma.
Asiente y abre un kit de primeros auxilios (¿por qué tiene eso en su mochila?
Yo debería tener uno), sujeta unas tijeras y me corta la manga por encima de la
herida. No miro. Odio la sangre.
—Llamaré a alguien. Quédate en absoluto silencio. No debe escucharte. —
Presiono el uno en mi teléfono y suena dos veces antes de que James responda.
—Fia, bonita, ¿has terminado? ¿Necesitas que coordine tu vuelo de vuelta a
casa? —Su voz suena ligera y casual, pero oculta interrogantes. Está
preocupado por mí; para empezar, él no quería que yo hiciera este trabajo.
Quiero interpretar lo que piensa, pero no me lo puedo permitir.
—Emboscada —anuncio, y jadeo de dolor ante algo que hace Adam—. Me
dispararon.
—¿Dónde? ¿Es grave? —James intenta sonar profesional, pero escucho un
trasfondo de preocupación genuina. Quizás solo creo que lo hago. No lo sé.
—En el hombro. —Aprieto los dientes y luego maldigo en voz alta. Las manos
de Adam son firmes y seguras, y me pregunto cómo es que está tan tranquilo
por algo que hizo un arma cuando se mostró tan aterrorizado por el arma en sí
misma—. Viviré. Tres hombres, no sé a quién respondían. No eran nuestros.
—¡Por supuesto que no eran nuestros!
—Nunca se sabe. Los derribé a los tres, pero siguen vivos.
—¿Y el objetivo? —pregunta con mayor cautela. Sabe lo que esto me hará. Lo
sabe, pero aun así no pudo evitar que su padre me enviara para esta tarea.
El objetivo está colocándome con cautela cinta y gasa para evitar que sangre
demasiado. El objetivo tiene manos cuidadosas que ahora están manchadas de
sangre, aunque no de la misma forma en la que las mías siempre lo estarán. El
objetivo es una persona, y tiene ojos muy bonitos y ayuda a los cachorros y
confía en chicas cuando realmente, realmente no debería hacerlo. El objetivo
está respirando muy hondo y de forma regular a propósito. El objetivo está
murmurando algo para sí mismo, y yo quiero saber qué es. Quiero saber qué
está murmurando este chico, que debería estar muerto de miedo, para
mantenerse tranquilo mientras me venda el brazo.
—Muerto. El cuerpo se encuentra en el callejón con los tres hombres.
Supongo que harán una tarea de limpieza, ya que hay mucha sangre de ellos, y
no querrán que los identifiquen.
—¿Puedes volver?
—Me las arreglaré.
—¿Estás segura?
—Sí.
Casi corto la comunicación cuando él vuelve a hablar.
—¿Fia?
—¿Qué?
—Me alegra que estés bien. Siento mucho que haya sucedido esto.
Quiero creerle. En serio.
—Claro que sí. —Termino la llamada. Adam le da los últimos retoques a mi
vendaje y luego levanta la mirada hacia mi rostro—. Felicitaciones —digo, y
sonrío débilmente—. Estás oficialmente muerto.
Frunce el ceño, luego se desabotona su camisa negra y la coloca alrededor de
mis hombros para que cubra el vendaje. Ahora solo lleva puesta su delgada
camiseta blanca.
—¿Podemos hablar?
—Ni bien robemos su coche. —Me pongo de pie y me tambaleo un poco, lo
cual es humillante porque yo no tambaleo, luego camino con rapidez en la
dirección en la que Cole dijo que se encontraba el coche. Adam me sigue,
medio paso atrás. Hay uno encendido, un sedán negro, y alguien adentro. Nadie
más. Desearía que no me hubieran disparado, porque esto sería mucho más
fácil.
Debería actuar con sigilo o algo así, cualquier cosa, pero estoy demasiado
cansada. Camino de forma directa hacia el coche, extiendo la mano y abro la
puerta del conductor (debieron haberlo cerrado con llave, eso fue
increíblemente estúpido por parte de ellos), y me sorprendo al ver a una mujer
de unos veintipico detrás del volante. Tiene el pelo y los ojos color café, y un
rostro amable que está paralizado a causa de la conmoción.
—Tú —dice, como si me conociera.
Le respondo sujetando la pistola paralizante de mi bolso y utilizándola sobre
ella.
—Déjala afuera —ordeno. Adam no se mueve, así que lo vuelvo a decir—.
Déjala afuera.
Lo hace, la apoya con cuidado sobre la acera. No se encuentra inconsciente,
pero está hecha un ovillo de dolor, y casi siento lástima por ella.
—Debería conducir yo —propone Adam, y me mira el brazo.
—Tú no sabes a dónde ir.
—¿Y tú sí?
—No, pero mi instinto siempre será mejor que el tuyo. —Mi instinto siempre
es mejor que el de cualquiera.
Se mete adentro, y yo hago lo mismo. El asiento es de cuero y todavía se
siente cálido. Comienzo a avanzar, tranquila, conduciendo exactamente a la
máxima permitida mientras me dirijo hacia el este (ya no más norte para mí,
muchas gracias) y salgo de la ciudad. Tenemos suerte. Volé hasta aquí, pero
solo es un viaje de cinco horas de vuelta a Chicago.
Busco indicadores de OnStar, pero no veo ninguno. Y no siento que vayan a
rastrear el coche. Tampoco creo que llamen a la policía. Tengo un buen
presentimiento con respecto a este vehículo.
—Fia. —Su voz suena monótona, y le echo un vistazo y lo veo mirándome
con atención. Desearía que estuviéramos en una cafetería, comiendo, riendo y
alimentando a Chloe. Echo de menos a Chloe. Desearía que fuera mi mascota,
tener un padre alcohólico y ser la clase de chica con la que Adam saldría y de
quien se enamoraría. Desearía que mi brazo izquierdo no doliera tanto que me
hiciera querer morir, porque también significa que no puedo hacer tap tap tap
en mi pierna, y sin ese golpeteo no sé cómo detener los pensamientos y
sentimientos que me están invadiendo.
Demasiada sangre hoy.
—¿Qué es lo que haces? —pregunto, y echo un vistazo hacia la carretera—.
Eres solo un estudiante, ¿no es así? No puedo descifrar por qué te querrían
muerto. ¿Tus padres son gente importante?
Se recuesta contra el asiento y se restriega la frente.
—Mi padre es dentista y mi madre dirige una guardería. —Maldice en voz
baja—. Creerán que estoy muerto, ¿no es así?
—No puedes comunicarte con ellos.
—Eso los matará.
—Es probable que te consideren como desaparecido. Tendrán esperanzas. Y
no estás muerto en serio, lo cual es la mejor parte de su esperanza. Todo estará
bien. —Quiero extender la mano y sujetar la suya. Pero no puedo.
—¿Cómo defines bien exactamente?
Río; mi risa verdadera, o al menos la única risa verdadera que me queda. Es
corta y áspera y me raspa la garganta.
Él suspira.
—No soy estudiante. Soy médico.
—¿Cuántos años tienes? —No debería sentirme dolida por que me haya
mentido sobre su edad, pero lo estoy. Y también me molesta no haber sido
capaz de darme cuenta de que me estaba mintiendo. Eso es malo.
—Tengo diecinueve. —(¡Ja! Tenía razón. No es un mentiroso)—. Solo hice
todo más rápido. Me mudé aquí para terminar un proyecto de investigación
sobre la detección y diagnóstico de trastornos cerebrales a través de una
combinación de análisis químicos y mapeos por medio de resonancias
magnéticas.
Emito un sonido evasivo. No tengo ni idea de lo que significan esas cosas o
por qué hacen que él tenga que morir. Necesito concentrarme en conducir.
Casi pierdo el conocimiento en el acceso a la carretera.
Aparcamos y dejo que Adam conduzca. Encontraré un sitio para que se
esconda en Chicago. Tengo que volver a casa para que no sospechen que algo
anda mal. No sé cómo actuar a continuación, pero consiste en secuestrar a
Annie y luego escapar todos juntos. (Deja de pensar en ello. No pienses).
Considerando que ellos no sepan ya lo que estoy planeando. Podría estar
muerta tan pronto vuelva. Espero que Annie no lo vea, que no lo haya visto,
que no lo vaya a ver. No quiero que ella lo vea.
Pero si la asesinan primero, yo asesinaré a tantos de ellos como me sea
posible antes de caer.
—¿Quién eres? —pregunta Adam después de unos minutos de tranquilidad.
En general no me agrada viajar en el asiento del pasajero, pero hoy se siente
bien. Adam me dio algo que estaba en su kit de primeros auxilios y que ha
atenuado el dolor lo suficiente como para que lo pueda tolerar. Se siente bien
estar adormecida. Adormecida, adormecida, adormecida. En general siempre
estoy en estado de alerta. Estar alerta todo el tiempo es agotador. Quiero
tomarme el resto de las píldoras de su kit.
—Soy Fia. Ya te lo dije.
—Te vi allí en ese callejón. Estabas en un estado salvaje. Derribaste a tres
hombres, y eres una chica pequeña. Te ves tan agradable y tan bonita... —Se
sonroja, y yo sonrío, ay es tan adorable que deseo, deseo... no soy agradable—, y
no entiendo qué estabas… qué eres… nada de esto.
No entiende. No puede.
—Debo hacer lo que me ordenan hacer. No tengo opción. En cuanto a lo que
sucedió en el callejón, resulta que tengo muy buenos instintos. —Bostezo,
levanto las piernas y apoyo la cabeza contra el asiento. Estoy a salvo con Adam,
por ahora.
—Tres corpulentos hombres armados. Eso es más que tener buenos instintos.
—Ok —asiento y dejo caer los párpados porque se sienten pesados, pesados,
pesados—. Tengo instintos perfectos. Y mi hermana puede ver el futuro. Y la
secretaria de mi jefe puede leer la mente. Y mi excompañera de habitación
puede sentir las emociones de otras personas.
—Por favor, no me mientas. —Suena triste. Nunca querría hacerlo sentir
triste.
Me siento pesada y ligera al mismo tiempo, y solo quiero dormir. Dormiré.
—¿Quién dijo que estaba mintiendo? —murmuro antes de entregarme al
sueño.
Todo duele. No puedo hacer tap tap tap con los dedos porque algo sucedió con
mi brazo izquierdo y ahora no siento nada más que dolor, un dolor punzante y
avasallador. Entreabro los ojos y…
Ay no. Ay no, ay no. No lo hice. No asesiné a Adam. Está sentado junto a mí,
conduciendo (¿lo dejé conducir? ¿Por qué lo dejé conducir?) y muy vivo.
Annie, por favor, necesito que estés bien. Resolveré esto y salvaré a Annie, y
Adam también estará a salvo, porque ahora que recuerdo no lo asesiné, y
también recuerdo que me alegra no haberlo hecho. Fue la decisión correcta. No
sé cómo terminó siendo la decisión correcta, al igual que dirigirme hacia el
norte y que me dispararan lo fue, pero sé que es lo correcto.
Suelto una risita. No puedo evitarlo. Me duele mucho el brazo y me
dispararon y estoy viajando hacia James en un coche con el chico al que se
suponía debía asesinar pero no lo hice y mi mundo entero está en ruinas y
tendré que resolver todo con mucha rapidez o terminaremos todos muertos.
—Estás despierta —dice Adam, y me mira con sorpresa con sus suaves ojos
grises.
—Tienes unos ojos hermosos. Me alegra que no estés muerto.
—Eh, sí, a mí también.
—Me siento mareada.
Se mueve con incomodidad, los ojos posados en la carretera.
—Quizás te haya medicado un poco por demás. Solo un poco. Necesitaba
pensar.
Mmm. Me drogó. Eso es interesante. Sentí que estaba a salvo con él. Todavía
lo siento. Mis instintos están totalmente resquebrajados por haberlos utilizado
de manera incorrecta durante años. ¿Quizás esté intentando suicidarme? No
tengo la valentía suficiente para intentarlo de nuevo en la vida real, pero quizás
mi subconsciente sea más valiente de lo que yo soy y esté intentando terminar
conmigo.
¡Ay! Adam tiene pestañas largas. Brazos largos. Piernas largas. Dedos largos.
Todo en él es largo. Eden haría una broma sucia. Suelto una risita al
imaginármela.
Concéntrate, concéntrate, concéntrate.
—Me drogaste.
—Casi me detuve en tres hospitales diferentes. Estás sangrando a través del
vendaje.
Echo un vistazo hacia abajo a la manga negra de su camisa; está mojada.
—Estropeé tu camisa. Lo siento. —Suelto una risita otra vez. No había reído
de esa forma durante años. Quizás debería dejar que Adam me drogue más
seguido. Es agradable.
—Me compraré una nueva.
—¿Por qué no te detuviste? ¿O llamaste a la policía?
Se queda callado durante un tiempo, los nudillos firmes sobre el volante.
—Porque he estado intentando descifrarlo. Te creo, lo de la misión que te
asignaron; es probable que no lo hiciera si esos tipos no hubieran aparecido,
pero todo es demasiado raro como para ser falso. Además, yo, eh, revisé tu
bolso. Había otro cuchillo escondido en la entretela junto con algunos miles de
dólares. Cuatro carnés distintos. ¿Es esa una fotografía tuya y de Annie?
Suspiro.
—Sí.
—Ella es a la única a la que harán daño si estropeas las cosas.
—Ya las estropeé. Ella es la única a la que dañarán si no soluciono esto.
Espera, ¿cómo sabes su nombre?
—Hablaste. Quiero decir, cuando estabas adormecida. Te hice preguntas, y
las respondiste.
Le lanzo una mirada de sospecha.
—Deberías saber que miento todo el tiempo. —La mayoría de las personas
mienten con palabras; yo miento con todo el cuerpo. Miento con mis
pensamientos y emociones; miento con todo lo que me hace ser quien soy. Soy
la mentirosa más hábil de todo el mundo. Espero haber mentido en respuesta a
lo que me haya preguntado—. ¿Qué fue lo que dije?
—¿En realidad asesinaste a tres personas?
Tap tap tap, necesito hacer tap tap tap, necesito salir de este coche. No
puedo respirar.
—¿Por qué no te detuviste en un hospital?
—Sé por qué estoy involucrado en esto.
¿Por qué me está hablando todavía? Debería estar asustado, debería alejarse
de mí.
—¿Eh?
—Mi investigación. En lo que he estado trabajando. Te conté que se trata de
resonancias magnéticas y rastrear químicos en el cuerpo para investigar
trastornos cerebrales, ¿recuerdas? Lo que no te dije es que tiene un enfoque
muy específico. Estoy mapeando las funciones cerebrales de la gente que aduce
tener habilidades psíquicas. Comenzó como un enfoque inspirado por esta tía
loca de la rama familiar de mi madre, más para desacreditarla que otra cosa,
pero, bueno, descubrí patrones. Áreas específicas del cerebro que se
encuentran más activas que otras, determinados marcadores químicos
presentes. Solo en las mujeres. Así que tenía pensado expandir la investigación,
comenzar a recolectar información de grandes sectores de la población para ver
si podía encontrar los mismos patrones en mujeres que no aducen ser
psíquicas.
Cierro los ojos, apoyo la cabeza contra la ventanilla. Si ellos tuvieran esa
información, si pudieran tener acceso a los registros médicos y encontrar a las
mujeres sin depender de los escasos artículos periodísticos, rumores o las
visiones confusas de sus Videntes, podrían encontrarlas a todas. Nadie estaría a
salvo.
—No deberían querer asesinarte —susurro—. Eres su sueño hecho realidad.
—Y ahora sé que debo mantenerlo oculto sin importar lo que suceda, porque si
Keane lo supiera, si Keane lo atrapara…
—Me gustaría mucho echarle un vistazo a tu cerebro —comenta Adam.
Suelto un resoplido.
—Eso es lo más raro que me han dicho en toda mi vida.
—Quiero decir, por medio de una resonancia magnética. Me gustaría hacerte
algunas pruebas. A ti y a Annie, si puedo, si en verdad ella es psíquica como tú
dices que es. ¿Me recuerdas qué es lo que tú puedes hacer? No lo comprendí
por completo. —Se pasa una mano por el pelo, y veo por qué tiene esa
apariencia desaliñada—. Para ser sincero, no comprendo nada de esto. Yo
todavía lo estaba considerando como un conjunto específico de trastornos
cerebrales que podíamos ver en una resonancia. Pero si todo es verdad…
—Todo es cierto. Lo prometo. Y mi cerebro no tiene nada de especial. Si le
hicieras una resonancia, probablemente verías una masa negra turbulenta. —
Cierro los ojos e imagino mi cerebro. Sería oscuro por completo, negro y rojo
con motas brillantes a las que querrías aferrarte, pero lo único que hacen es
iluminar cosas que nunca quiero volver a ver. Una imagen de mi cerebro le
provocaría pesadillas.
—Pero dijiste que tenías instintos perfectos.
—No soy nadie. Soy un daño colateral que tiene mucho entrenamiento.
Chicago se cierne delante de nosotros, edificios antiguos, edificios nuevos,
coches, árboles y un lago, y estoy tan cansada y me duele tanto el brazo y tengo
que volver a casa y de alguna manera mantener mis pensamientos y emociones
ocultos.
No hay problema.
—Tan pronto como entremos en la ciudad, detente y sal del coche. Puedes
llevarte el efectivo que está en mi bolso. Déjame ver tu cartera y tu teléfono.
Los saca de su bolsillo y reviso el teléfono. No ha llamado ni enviado mensajes
a nadie. Buen chico. Abro la ventanilla y arrojo ambos tan lejos como puedo.
—¡Ey!
—Ey, nada. Te estoy manteniendo vivo, ¿recuerdas? Y si quieres permanecer
así, tendrás que hacer exactamente lo que te digo sin desviarte ni un poco.
Encuentra el hotel más barato que puedas. No quiero saber dónde o cuál eliges.
Crea una cuenta de e-mail, chloelacachorra@freemail.com, contraseña norte1,
y envíate un mail. Yo lo revisaré y arreglaremos un encuentro. No sé cuándo
responderé, pero lo haré. No puedo planificar las cosas con demasiada
anticipación o las Videntes que me están vigilando me descubrirán. Si no lo han
hecho ya.
—¿Haces esto con frecuencia? —pregunta, el ceño fruncido.
—Solo para ti. No lo estropees. No te olvides de que estás muerto. Estoy
arriesgando todo aquí. ¿Lo entiendes?
Se detiene; nos encontramos en un barrio de las afueras, los edificios de
ladrillo antiguo, los árboles aún sin brotes. Está ventoso. Y frío.
Gira por completo hacia mí y asiente. Su rostro se ve honesto e inocente, y sé
que no podría mentir incluso aunque lo intentara.
—Salvaste mi vida, Fia. O me la perdonaste. Da igual. No haré nada que
ponga la tuya en riesgo.
Esbozo una sonrisa tensa.
—Me alegra que te hayas detenido a acariciar a Chloe. —Luego salgo. El
viento me golpea y hace que el brazo me duela incluso más mientras rodeamos
el frente del coche. Me quito la camisa y se la entrego encogiéndome de
hombros a modo de disculpa. No puedo aparecer llevándola puesta. No me
miro el brazo (la sangre, odio la sangre, al menos esta vez es la mía).
—Entonces, ¿hablaremos pronto?
—Si no estoy muerta —respondo de forma animada, y luego, por puro
impulso, que es la manera en la que vivo mi vida, me pongo de puntillas y lo
beso en la mejilla. Se siente… bien. Muy bien. Desearía poder conservar esa
emoción, atesorarla en mi interior e intentar descifrar qué es lo que significa
para mí. Pero no es una emoción segura para llevar a casa.
Vuelvo al coche y conduzco al único lugar más peligroso en el mundo para mí
en este momento. Debería estar aterrada. Debería dar la vuelta y dirigirme a
cualquier otra parte. Debería hacerme un ovillo y echar a llorar. En cambio,
pienso en todo lo que me enfurece en el mundo entero (hay tanto, ay, tantas
cosas) y comienzo a cantar Justin Bieber con todas mis fuerzas.
Puedo hacer esto.
CUATRO AÑOS ATRÁS
—No es justo. —Me incorporo, los pies firmes sobre el suelo, los brazos
cruzados. La señorita Robertson no me asustará. No me importa cuán amplios
sean sus hombros, cuán firme sea su moño, cuántos estudiantes susurren que
ella sabe que estás haciendo trampa sin siquiera mirarte. Ella no me asusta (lo
hace, y lo odio).
—¿Qué no es justo? —Me mira con una delgada ceja enarcada.
—¿Por qué mi examen son puros ensayos? ¡Todos los demás tienen multiple
choice!
Sonríe; pero la sonrisa no se refleja en sus ojos. Es una sonrisa mentirosa. Ella
es una mentirosa. Todos aquí son mentirosos. Odio este lugar, lo odio, está
mal, cada día está mal y me siento enferma todo el tiempo. Odio las dos
postales que tía Ellen nos ha enviado en el transcurso de los tres meses que
llevamos aquí, diciendo que se encuentra en Egipto y que ¿no es genial que la
escuela organizará todos los días festivos y vacaciones de verano para nosotras?
Odio el bonito comedor y la comida sofisticada, odio la lavandería y sus
lavadoras giratorias, odio los salones de clases, los escasos estudiantes y la
demasiada atención.
A Annie le encanta todo. Tiene a una tutora particular. Han hablado con un
genetista acerca de sus ojos. Es feliz.
—Bueno, Sofia, una parte de nuestra misión en esta escuela es presentarles
desafíos a nuestras estudiantes. Y tú has demostrado que sobresales en los
multiple choice. Nunca fallas en ninguna pregunta. Nunca. O en cualquier
examen sobre cualquier tema.
—¿Me está acusando de hacer trampa? —No interrumpo el contacto visual.
No lo haré. Nunca he hecho trampa en toda mi vida.
—Por supuesto que no. Solo estoy diciendo que tienes una habilidad
asombrosa para responder preguntas de multiple choice. Si todo te resulta fácil,
¿cómo aprenderás?
Apenas evito poner los ojos en blanco. Annie no lo aprobaría. Me dice que
ponga los ojos en blanco tanto como pueda y me obliga a decirle cuándo dirijo
el gesto hacia ella. Pero Annie no comprende. Ella no está enferma todo el
tiempo, no tiene estos pensamientos revoloteando en la cabeza y volviéndola
loca. Ella no siente como si el suelo acabara de hundirse, como si no pudiera
tener el aire suficiente para respirar. Yo sí, desde que llegamos aquí. Estoy loca.
Pero no soy una tramposa.
—Muy bien. Da igual. —Vuelvo a mi asiento a las zancadas, mi estúpida falda
a cuadros se balancea de un lado al otro. La chica con la que comparto el
escritorio, Eden, frunce el ceño. Solo somos cinco en la clase de las de trece
años. No llego a conocerlas. No quiero hacerlo. Desearía compartir las clases
con Annie.
—Deja de estar tan enfadada todo el tiempo —susurra—. Me distrae.
—¿A ti qué te importa? —siseo—. ¡No estoy enfadada contigo!
—No, pero… no me gusta sentirme de esa forma. Solo tranquilízate.
Todas aquí están locas. Y yo soy la más loca de todas. Escaparé esta noche.
Estoy harta de cómo el personal me observa como si miraran el interior de mi
cabeza, y estoy harta de las clases raras que han «diseñado» específicamente
para mí y que me obligan a escoger acciones de la bolsa en lugar de aprender
matemáticas y a practicar defensa personal en lugar de gimnasia. Y estoy muy
harta de sentirme harta todo el tiempo.
Pero Annie es feliz. Adora a su mentora, Clarice, y la inmensa cantidad de
textos en braille y folletos de información del médico que yo tengo que leerle
en voz alta una y otra vez. Se ha hecho amiga de Eden y pasan el tiempo juntas
de forma constante; uno pensaría que ellas son las hermanas. Será más feliz
aquí sin que yo la esté desanimando todo el tiempo. Quizás Eden tenga razón,
quizás estoy tan enfadada que las otras personas en verdad pueden sentirlo.
Me iré. No tengo dinero. Da igual. Lo resolveré. El solo hecho de planear
escapar esta noche ya me hace sentir mejor, más ligera, no tan ansiosa en mi
propia cabeza. Hay una cámara, una alarma y un guardia de seguridad en la
entrada principal del enorme edificio de la escuela. Pero una ventana del
segundo piso tiene un balcón debajo. Una caída de tres metros. Puedo
sobrevivir a una caída de tres metros. Luego bajaré escalando el resto del
camino. El ladrillo es antiguo e irregular. Puedo hacerlo.
Sé que puedo.
Saldré de aquí esta noche, y nunca volveré. Caminaré hasta la casa de mi tía
de ser necesario. Viviré allí sola. Le enviaré a Annie postales estúpidas, y quizás
ellos curen sus ojos e incluso ella pueda leerlas por sí misma. No quiero estar
sin ella (esa idea hace que respirar se vuelva incluso más difícil), pero no puedo
permanecer aquí.
Levanto la mirada y veo que la señorita Robertson me sonríe, y esta vez su
sonrisa no es una mentira. Es un desafío. Como si supiera lo que estoy
planeando.
Pero no puede saberlo.
Lo sabe. Es una reacción física en mí, una sensación temblorosa y vacía en el
estómago, ese jalón en las entrañas. Sé que ella sabe. ¿Cómo lo sabe? Debo irme
ahora. AHORA. Me pongo de pie y hago que mi silla caiga con estrépito hacia
atrás contra el escritorio detrás de mí.
—No me siento bien —anuncio, y dejo mis cosas mientras corro hacia la
puerta. Por el corredor largo, puros mosaicos y madera oscura. Hacia el ala de
la residencia. Subo escaleras que huelen a lustre de muebles con aroma a limón.
Me dirijo de forma directa hacia la ventana, la que abrí la semana pasada para
calcular la distancia de la caída.
Está trabada.
Al demonio con esto, estoy jodida. Subo a toda velocidad otro tramo de
escaleras hacia los dormitorios de cálidas luces amarillas y mullidas alfombras
rojas. Me llevaré todo lo que me pertenece y atravesaré corriendo la puerta
principal. Saldré hacia la luz del sol y nunca volveré aquí, donde todo se siente
mal sin ningún motivo. Entro de golpe, y Annie se encuentra allí, en el sillón, y
está llorando.
—¿Qué ocurre? —pregunto, sin aliento—. ¿Qué sucedió?
Levanta la mirada, pero está sonriendo. ¿Por qué está llorando y sonriendo al
mismo tiempo?
—No soy la única —dice—. Fia, ¡no soy solo yo! Clarice también puede
hacerlo. Clarice ve las cosas antes de que sucedan. Y me ayudará a aprender a
hacerlo mejor, a controlarlo. Ay, sabía que esta escuela era la elección correcta.
—Se pone de pie y extiende los brazos para abrazarme, y yo me tambaleo hacia
adelante y dejo que me envuelva porque nunca la rechazo cuando me quiere
tener cerca—. Piénsalo, Fia. Si hubiera sabido cómo controlarlo antes, podría
haber visto a nuestros padres con más anticipación, podría haber comprendido
lo que estaba viendo, podría haber… —Yo sé lo que vio porque me lo ha
contado demasiadas veces, llorando en mitad de la noche.
Vio cómo sus vidas eran aplastadas en el choque. Todavía se culpa porque vio
el accidente y no hizo nada para cambiarlo. (Ella no lo cambió. Yo estoy aquí
porque… no, detente).
Quizás esta escuela sea lo mejor que le haya sucedido alguna vez; ahora ella
puede descifrar cómo lidiar con lo que ve. Pero ¿por qué me siento tan mal
cuando ella es tan feliz y se siente tan esperanzada? No. Mi trabajo es cuidar de
ella. Si quedarme aquí es lo que necesita, entonces lo haré.
Se me eriza la piel de la nuca y volteo para ver lo que los ojos de Annie no
pueden ver. La señorita Robertson está allí parada, completamente en silencio
en el umbral, observándome.
Han pasado dos semanas desde que trabaron la ventana. Instalaron rejas en
todas ellas, en todos los pisos. La administración alegó que se debía a un
intento de robo.
Todos los días Annie me cuenta lo que aprendió, me dice lo inteligente que es
Clarice y se sorprende ante la increíble coincidencia de haber conocido a la
única persona en el mundo que puede entenderla. No sonrío porque con Annie
no tengo que hacerlo, pero miento cuando estamos juntas.
Ahora estoy sentada en clase.
No estoy haciendo ninguno de mis deberes.
Estoy sentada perfectamente quieta y derecha, y no trabajo, y no respondo
preguntas, y ellos no me hacen nada. No hay detención. No hay amenazas.
Excepto en Defensa Personal, donde mi instructor me golpea y golpea hasta
que por fin lo bloqueo y devuelvo los golpes.
Estoy repleta de magullones debajo mi almidonada camisa blanca que huele a
lejía y que me hace echar de menos a mi madre con un dolor que no creía
poder volver a sentir.
No le cuento nada a Annie. No puedo contárselo. Annie es feliz, y yo tengo
que dejarla ser feliz. Es mi trabajo asegurarme de que lo sea.
Fulmino con la mirada a la señorita Robertson, que se encuentra al frente de
la clase detallando el próximo viaje de esquí; todavía la culpo por la ventana
trabada, aunque no tengo motivo para hacerlo.
Luego se me ocurre una idea. Quizás Clarice no sea una coincidencia. Hay
algo malo con esta escuela, sé que es así. Quiero saber por qué, porque si
conozco el motivo, entonces quizás no me sienta enferma todo el tiempo. Si
existe una razón que explique qué es lo malo de este sitio, entonces no estoy
loca por sentirme de esta forma. (No estoy loca, no lo estoy). Me recuesto en la
silla, miro directo a la frente de la señorita Robertson y pienso: tengo un
cuchillo en mi zapato. Tengo un cuchillo en mi zapato. Tengo un cuchillo en mi
zapato y lo sujetaré y acuchillaré a Eden. La acuchillaré hasta que grite. Tengo
un cuchillo en mi zapato. Acuchillaré a Eden. Ahora mismo.
La señorita Robertson se abalanza por el pasillo, me arranca de mi silla y me
arroja al suelo; me golpeo la cabeza. Me sujeta, no le resulta difícil, soy solo
codos y rodillas y tengo tan solo trece. Me quita uno de mis zapatos y después
el otro, respirando con dificultad. Mi rostro se encuentra aplastado contra el
mosaico. No puedo ver nada. No me puedo mover.
Mi profesora maldice.
—¿Qué… por qué…? ¡Eden! ¿Cómo se está sintiendo Sofia ahora mismo?
—¡No lo sé! ¿Cómo puedo yo…?
—¡Solo dime cómo se está sintiendo ahora!
—Ella estaba… estaba totalmente tranquila antes de que usted la sujetara. Y
ahora es como si, no lo sé, como si estuviera riendo por dentro, pero también
se encuentra en verdad asustada. —Eden también parece asustada al tener que
admitir que sabe eso.
La señorita Robertson se pone de pie, y yo ruedo para quedar de espaldas, las
lágrimas corren por mis mejillas a causa del dolor de cabeza, pero Eden tiene
razón, estoy riendo.
Río y río y río, y pienso en acuchillar a la señorita Robertson con el cuchillo
que no llevo en mi zapato. En incendiar toda esta sala con las cerillas que no
llevo en mi bolsillo. En colgarme en mi habitación con la cuerda que no tengo
en mi armario.
Hay algo malo con este lugar, pienso dirigiéndome a ella, y yo lo sé.
—Muy inteligente —dice la señorita Robertson con esa sonrisa mentirosa—.
Al parecer, estás lista para avanzar a la próxima fase.
LUNES POR LA TARDE
Sujeto la mano de Fia, y siento la arena debajo de los pies. Creí que hoy sería un
día mágico, pero cuando hago encajar lo que vi con lo que siento y escucho y
huelo, no dejo de ver la expresión del rostro de Fia en la visión.
Ella no estaba feliz.
Nada en ella se veía feliz. Recuerdo los rostros de mis padres. Recuerdo cómo
es la felicidad, por supuesto que lo hago. Las otras chicas gritan y ríen a nuestro
alrededor; escucho a algunas correr a través de las olas de la orilla, aunque está
muy frío para bañarse.
Pasamos la tarde en el acuario. Eden se daba cuenta de que yo estaba distraída
y no dejaba de nombrarme los peces más raros, pero yo no podía dejar de
pensar en lo que sucedía con Fia. Todavía no puedo hacerlo. Fia me aparta el
pelo que el viento me arroja sobre el rostro, y yo intento sonreírle.
—Es bonito, ¿verdad? —pregunto, ilusionada.
—Sí.
—¿Eden? —dice Clarice—. ¿Podrías sujetar la mano de Annabelle? Necesito
hablar con Sofia un minuto.
Me relajo un poco. Ayer hablé con Clarice y ella se mostró horrorizada. Dijo
que algunos de los entrenadores que contrataron eran nuevos y demasiado
entusiastas, y que lo que estaban haciendo con Fia era completamente
inapropiado. Aseguró que lo solucionaría de inmediato. Sonrío y suelto la mano
de mi hermana. Clarice le dirá que nunca tendrá que participar otra vez de esas
clases descabelladas.
Hay mucho ruido aquí, tantos sonidos diferentes que filtrar. El agua,
constante, por debajo y por encima de todo. Aves. No vi aves en mi visión,
tendré que prestar mayor atención la próxima vez. Tránsito. Aún debemos
estar cerca de una carretera. Conversaciones a mi alrededor. Puedo distinguir a
Clarice y a Fia.
—¿Por qué? —pregunta Fia.
—Queremos ver si puedes hacerlo. Considéralo un juego.
—Es estúpido. No lo haré.
—¿Quieres dejar las clases de la señorita Robertson?
Pausa.
—Sí.
—Entonces, demuéstrame que puedes hacer esto. Concéntrate. Sigue tu
instinto. Lo único que necesitas hacer es encontrar la manera de introducir esto
en el bolso de esa mujer sin que nadie a su alrededor lo note.
Pausa.
—¿Es eso todo?
—Así es.
—No se siente correcto.
—Entonces, haz que se sienta correcto. Puedes hacerlo. Sé que puedes.
—Muy bien. Da igual.
Luego la conversación termina y me siento confundida. Eso no era lo que
Clarice tenía que hablar con ella. Quizás la señorita Robertson sea quien esté a
cargo de las clases de Defensa Personal. Pero ¿qué fue eso de la mujer y el
bolso?
Suelto la mano de Eden, me siento donde estoy y hago correr la arena entre
los dedos, preguntándome si esta es la parte en la que Fia voltea hacia atrás con
esa mirada en el rostro.
—Iré al agua; ¿quieres venir? —pregunta Eden, pero yo sacudo la cabeza,
perdida en lo que vi. Apoya la mano sobre mi cabello—. Te preocupas
demasiado. Llámame si me necesitas.
Unos minutos más tarde alguien se deja caer en la arena junto a mí, y me doy
cuenta por el aroma y la sensación que emana de ella de que se trata de Fia.
—¿Qué quería Clarice?
—Nada. Solo un juego estúpido.
—Pero dejarás las clases, ¿verdad?
—Así es.
—Bien. —Sonrío y apoyo la cabeza en su hombro—. Me agrada cómo huele
todo aquí.
—Huele a podrido. Estás loca.
—Huele tal como parece. Y también sé cómo se ve. —Sonrío como la persona
loca que Fia dijo que yo era, y ella deja escapar una risita a pesar de que, por la
tensión de su hombro, siento que todavía no está feliz. Haré que lo esté. Puedo
arreglar las cosas. Puedo ser la hermana mayor—. ¡Ah! Dijeron que el médico
pronto tendrá los resultados de los exámenes, pero quieren algunas muestras
de tu ADN para comparar y…
Un estruendo más fuerte que un trueno rasga el aire, y un destello de calor
vuela como una ráfaga, arrastrando granos ásperos de arena. Fia nos arroja al
suelo y me cubre con su cuerpo, y todos están gritando, y yo no vi esto, qué
sucedió, ¿qué sucedió?
—¿Qué sucedió? —grito al oído de Fia. Pero luego ella se me quita de encima
y ahora desaparece en la oscuridad, gritando, gritando con tanta fuerza como
puede.
—¿QUÉ ME HICISTE HACER? ¿QUÉ ME HICISTE HACER? ¿QUÉ HICE?
Grita y grita hasta que algo cae al suelo con un golpe sordo cerca de mí y
luego ella se queda en silencio, pero todos los demás están gritando y esta no es
la playa que vi y me arrastro con desesperación por la arena, buscando, porque
no sé dónde se encuentra Fia.
¿Dónde está Fia?
LUNES POR LA NOCHE
—Píldoras, píldoras, por favor denme píldoras. —Hago una mueca ante mi
reflejo pálido. Me duele el brazo. Me duele la cabeza. No entiendo nada de lo
que ha sucedido hoy. Fue Annie quien puso la mira en Adam. Está ayudando a
Keane. ¿Por qué? Y gracias a las reglas de Keane, no puedo visitarla o siquiera
llamarla sin que me espíen. ¿Cómo pudo ella hacerme esto? ¿Hacernos esto?
Me utilizó.
Me duele el brazo.
Me duele la vida.
—Píldoras, píldoras, píldoras, quiero algunas píldoras —canturreo, y salgo
bailando del baño hacia la sala de estar. Es un apartamento hermoso, en
Lincoln Park, amoblado de manera impecable. James lo escogió cuando
volvimos de Europa y ellos decidieron que era peligroso para mí tener acceso
fácil a Annie. Demasiados pensamientos descarriados de irla a buscar y escapar.
Estúpidas Lectoras.
Así que ella permanece en la escuela y yo tengo una «libertad» que se parece
mucho a la prisión que es el piso de seguridad donde se encuentra Annie,
porque saben que yo nunca la abandonaré.
Siempre y cuando haga exactamente lo que me digan, seré perfectamente
libre.
—Píldoras, James, píldoras, píldoras… —Me detengo en seco, casi tropiezo, y
dejo que mi furia (siempre bullendo latente, la mantengo así solo para esto)
explote—. ¿Qué es lo que ellos están haciendo aquí?
La señorita Robertson y Eden están sentadas en mi sillón (mi sillón) y James
se encuentra junto a la ventana hablando por teléfono. Furia, furia, furia, Eden
ya se está retorciendo, parece como si fuera a descomponerse. Me vuelvo hacia
la señorita Robertson y hago una lista mental de cada palabra sucia, indecente y
obscena que alguna vez haya escuchado o leído. Comienzo a gritarlas en la
mente y dejo que reboten en mi cabeza, como una inmensa cámara de
resonancia repleta de sucias y amargas palabras, palabras, palabras.
Después, debido a que su boca seria se contrae en una sola línea firme,
aunque todavía no está enfadada por completo, sonrío, le enseño los dientes y
pienso en tres simples palabras: Andy, Ashley, Ally. Jadea con horror y salta del
sillón y se abalanza sobre mí, me toma ambos brazos (mi brazo, mi brazo,
dolor, dolor, dolor) y me golpea contra la pared.
—¿Cómo sabes sus nombres? ¿Cómo?
Andy, Ashley, Ally. Andy, Ashley, Ally. ANDY, ASHLEY, ALLY.
—¡DETENTE! —grita, y yo suspiro de alivio cuando James me la quita de
encima. Ay, mi brazo; unas motas bailan delante de mis ojos, pero vale la pena.
La señorita Robertson le está gritando a James y él está hablando, intentando
tranquilizarla. Me deslizo contra la pared hacia el suelo y río. Sabía que era una
buena idea tomar su teléfono cuando lo dejó sobre su escritorio el otro día. Ni
siquiera tuve que cantar canciones pop, y mis pensamientos están a salvo.
—Si no tiene nada que ocultar, entonces ¿por qué hace eso? ¡No sabes cómo
se siente tener que escuchar sus pensamientos! ¡Es un monstruo!
—Grrr —digo.
James la acompaña a la puerta.
—Creo que todos necesitamos un descanso. Doris, muchas gracias por tus
esfuerzos, y te prometo que tu familia se encuentra a salvo y que ella no sabe
dónde están, y aun si lo hiciera… —Me lanza una mirada severa con sus cálidos
y hermosos ojos color café—... nunca les haría daño. Solo está confundida y
sufriendo dolor. Se le pasará.
—Lo dudo. —Abre la puerta.
—Envíale mis saludos a los niños —grito mientras la puerta se cierra, y nunca
he visto ese tono de rojo en el rostro de alguien. Es muy agradable, en realidad,
y debería provocarlo con más frecuencia.
Eden se pone de pie. Ay, Eden, ¿por qué no te has retirado aún? Podrías irte,
ser libre… ¿por qué todavía estás trabajando con ellos? No tienen con qué
retenerte.
—Se está tranquilizando —dice—, pero le duele mucho el brazo y está muy
confundida y enfadada. Lo último es evidente. Pero no intentará suicidarse.
¿Puedo irme ahora? Me duele la cabeza.
James asiente, y yo veo cómo ella se inclina hacia él, la mano que de forma
casual apoya en su brazo antes de enderezarse y caminar lentamente hacia la
puerta. Es consciente de cómo se ven sus caderas en esos vaqueros, ella quiere
que él la desee. Me pregunto si él aún lo hace. Envío una gran explosión de
furia en su dirección como regalo de despedida. La odio.
—Fia —dice James, y enarca una ceja. Su pelo tiene un tono entre rubio y
café, dorado en realidad, iluminado desde atrás por los últimos rayos del sol
que se filtran a través de mi enorme ventana fija, y se ve reluciente y muy, muy
apuesto. Me alegra que la señorita Robertson se haya ido porque estoy
pensando cosas sobre James que no quiero que ella escuche. Pienso cómo
acariciaría el contorno amplio de sus hombros y brazos, pienso en cómo
camina. La curva de sus labios. Pienso en recorrerle el estómago con la mano.
Él sabe lo que hacen mis manos, él conoce todo sobre ellas. Aun así, me dejaría,
apuesto a que sí.
Me pregunto si Adam me dejaría tocarlo con mis manos horribles, si supiera,
si en verdad supiera. Le conté que asesiné a personas, pero no creo que
comprenda lo que eso significa. No puede hacerlo. Si pudiera, no sería Adam.
Tranquilo, sereno y dulce. Me pregunto dónde se encuentra y si está bien.
No pienses en ello. Los pensamientos no son seguros, nunca.
James me está mirando fijo. Sabe que es apuesto. Lo utiliza para su ventaja de
forma constante. ¿Está mal que me guste eso de él? Lo echo tanto de menos
tanto. Echo de menos cuán fácil me resultaba ser suya.
—James —respondo, imitando su tono, luego me pongo de pie y me tambaleo
hacia el sillón, donde me dejo caer. El doctor Grant me suturó con destreza,
luego James me trajo a casa y esta vez me dejó tomar algo. Nunca me dejan
tomar nada. (Estropeará mis habilidades, dicen. Tomarás demasiadas otra vez,
es lo que no dicen)—. Me gustaría tomar algunas píldoras más, por favor.
—No lo creo.
—¿Por qué no? Vamos. Me las gané. Además, me está por venir el período, y
sabes cómo me pongo durante los días previos. —Le dedico una amplia sonrisa,
pero no se muestra avergonzado en absoluto.
—Creo recordar que Clarice dijo que en esos días estás en tu mejor
momento… solo que no puedes enfocar tu intuición en lo que nosotros
deseamos que hagas, sino en lo que tú quieres hacer.
—Sí, bueno, yo creo recordar que Clarice está muerta.
—Fia —dice, y suena como un suspiro. Se sienta en el otro extremo del sillón
y coloca mis pies sobre su regazo. No debería dejar que me toque. En general,
no lo hago, porque es un mentiroso y se lo prometí a Annie, se lo prometí hace
mucho tiempo. Rompí esa promesa en Europa, quise romperla por completo,
pero aprendí mi lección.
Pero Annie
Annie.
Annie quería que asesinara a Adam.
Quería que cerrara esos ojos grises y enterrara esos dedos largos, suaves y
seguros. ¿Cómo pudo querer verlo muerto? ¿Quería que yo lo hiciera? ¿Cómo
pudo involucrarme en eso?
No la conozco para nada. Todos estos años, todas las cosas que he hecho,
todas las cosas en las que me convertí para hacerla feliz, para mantenerla a
salvo. No la conozco. Hago tap tap tap sobre mi pierna para lidiar con la
traición de Annie.
—Escucha —pide James, y me está masajeando los pies. Sus manos los
envuelven; él es alto, muy alto, y mucho más fuerte que yo. Creo que ahora
mismo podría vencerme en una pelea. O quizás no. Lleva lentes de contacto.
Esa podría ser mi ventaja.
Detiene los dedos en mi tobillo. No he dejado que me toque desde que hice
que me trajera de vuelta a Chicago. Creo que en realidad eso le está afectando.
Tal vez haya muchas otras cosas que podría utilizar en contra de James.
—¿Qué se supone que debo escuchar? —Giro y lo miro a través de mis
pestañas.
—Tienes que tranquilizarte. Deja de enemistarte con las demás. Eso hace que
mi trabajo sea mucho más difícil.
—Ay, pobrecito. ¿Tienes un trabajo difícil? No lo puedo imaginar.
Jala del dedo meñique de mi pie.
—Creo que tienes una imaginación muy buena. Se quejan con mi padre, y
luego mi padre sospecha que no estoy haciendo un buen trabajo dirigiendo las
cosas aquí. —Su voz se vuelve tensa. Problemas con papá. Desearía tener
problemas con mi padre. Aunque supongo que tengo problemas con su padre
—. Y si yo no estoy a cargo de ti, ya no podré ayudarte.
Me siento y quito los pies de su regazo. Lo miro directo a los ojos. No desvío
la mirada y no dejo que él lo haga.
—Me dispararon y asesiné a alguien. ¿Tienes alguna idea…? —Dejo que mi
voz se quiebre. No me resulta difícil—. ¿Tienes alguna idea de cómo se siente?
¿Qué es lo que eso me hace? ¿Cómo me estás ayudando?
—Quiero hacerlo. Estoy intentándolo. Pero mira, eso... —dice, y ahueca la
mano cálida sobre mi mejilla—. ¿Por qué no puedes dejar que ellos lo vean? Esa
es una reacción perfectamente aceptable. Esa es una reacción que ellos podrían
informar sin meternos en problemas. Esa es una reacción que hace que seas
una persona confiable para el sistema.
Le aparto la mano de un manotazo y me pongo de pie.
—Odiaría que te metas en problemas. —Apoyo las manos en las caderas—.
Quiero algo que me ayude a dormir.
Su teléfono suena y, cuando mira la pantalla, su rostro cambia, se vuelve más
duro y distante. Debe ser Querido Papi. Responde.
No, no, no. Esto podría llevar toda la noche. ¿Cómo podré dormir ahora?
Sujeto mi teléfono, llamo a Annie y vuelvo hacia el pasillo, lejos de James.
Annie responde. Necesito hablar con ella, necesito que me dé una explicación.
Pero no puede hacerlo ahora, no sin que yo revele que no asesiné a Adam.
Siempre nos están escuchando.
—¿Fia? ¿Cómo te sientes? ¿Te encuentras bien?
—Ay, ¡estoy muy bien! Mejor que nunca. Quería hablar contigo sobre algo
que dijiste más temprano.
Se escucha una larga pausa, y ella intenta tantear si puede hablar sin
delatarnos.
—¿Te refieres a mi visión?
—Sip. Tu visión.
Otro silencio prolongado.
—Creo que no deberías ir a bailar, eso es todo. Más adelante cobrará sentido,
lo prometo. Por favor, confía en mí. Cuando pueda explicártelo, todo tendrá
sentido.
Aprieto los dientes, y agrego el dolor de mi mandíbula al dolor de mi cabeza,
de mi brazo y de mi corazón.
—Claro que sí. Todo cobra sentido. Más tarde. Demasiado tarde, en realidad.
Sabes, no creo que comprendas lo que me estás pidiendo. ¿Tienes alguna idea
de lo que me estás pidiendo?
—Por favor, Fia. Por favor. Lo siento tanto. No quise que nada de esto
sucediera. No quería que te sucediera a ti. Hablaremos más tarde sobre ello. Lo
prometo.
—No. Está bien. Bien, bien, bien. Todos me utilizan, todos me dicen qué
hacer. Supongo que tú finalmente seguiste el ejemplo. —Recuerdo de lo que
supuestamente estamos hablando para quienquiera que esté escuchando—.
Pero lo divertido es que ni siquiera habría pensado en salir a bailar esta noche si
tú no lo hubieras mencionado. ¿Cuál es el término? ¿Profecía autocumplida?
—Eso no es divertido.
—Yo creo que es muy divertido. Hazme saber si debo matar a alguien más
mañana, ¿sí? ¡Adiós! —Termino la llamada, luego arrojo mi teléfono contra la
pared. Ella es… No puedo procesar esto. No puedo lidiar con esto. Si ella era la
que quería este asesinato, tendría que haber convencido a Keane de que Adam
tenía que morir. ¿Por qué? ¿Por qué lo haría? Aun si ella no fue quien me obligó
a ir, todavía es la razón por la que tuve que hacerlo.
Tiene que recordarlo. No puede haber olvidado cómo era todo antes de
Clarice. Cómo ha sido todo desde entonces. Pero no. Me utilizó, tal como
Keane, tal como todos los demás. Y yo estropeé todo, otra vez, como siempre, y
ahora ella está en peligro y no quería que yo no matara a Adam. ¿Cómo podría
estar decepcionada de mí por tomar la decisión correcta por primera vez en
años?
Annie. Annie. Annie. Anninfierno. Entro a las zancadas en mi habitación y
quito toda la ropa de mi armario, la arrojo detrás de mí hasta que encuentro el
perfecto vestido negro sin tirantes. Es probable que fuera más adecuado
llamarlo unos tirantes negros sin vestido. Río.
Desearía que Annie pudiera haber escuchado ese chiste.
Zapatos de tacón aguja color rojo. No sé por qué necesito los puntiagudos,
pero sé que es la elección correcta para esta noche. No puedo peinarme con
una sola mano; mi pelo cae en ondas por mi espada. Retuerzo un mechón y me
lo aparto del rostro. Me pongo maquillaje oscuro en los ojos para que cuadre
mejor con mi carné de Cameron Underhill. Cameron tiene veintidós.
Yo tengo veintidós esta noche.
Lo único que arruina mi apariencia es la venda que llevo en el brazo izquierdo
(al igual que mis otras cicatrices borrosas), pero no hay nada que pueda hacer al
respecto. Un disparo es un disparo. No tengo lugar para llevar un cuchillo en
este vestido. Me echo hacia atrás y pienso. No necesito uno esta noche.
Me escabullo por el pasillo hacia la habitación principal.
James se encuentra parado junto a la ventana, el sol ya puesto, y su rostro,
bonito, fuerte y típicamente estadounidense, parece fruncido y contraído.
—Tenemos que ser más cuidadosos. Esta clase de trabajo no es bueno para
ella. Pone en riesgo todo lo que he construido durante los últimos dos años.
¿Por qué no dejas que vuelva a las acciones de la bolsa, los negocios y el
espionaje? Es perfecta para eso. Esto… —Hace una pausa, solo durante un
segundo, pero sé que su padre verá la debilidad allí—... los asesinatos la
destruyen. No será útil durante meses en este estado mental.
Ah, útil. No seré útil. Que Dios no lo permita. Si tan solo supieran lo que su
mascota ha hecho. Una pausa, solo puedo adivinar lo que el mayor de los Keane
está diciendo. Nunca lo conocí. Ninguna de las chicas de la escuela lo ha hecho.
Tap tap tap. Tap tap tap. Necesito salir de aquí.
Sujeto mi bolso del recibidor junto a la puerta, me quito los zapatos y los
cuelgo de mi muñeca.
—Sí, señor. Lo comprendo. —El padre de James no puede ver cómo se le
tensa la mandíbula, cómo cada músculo de su cuerpo manifiesta su enfado y su
rebelión apenas controlada. Nunca me resulta más atractivo que cuando está
furioso. Pero aun así, James obedece lo que le ordenan. Buen chico, James. Aquí
tienes otro premio. Siéntate, James. Rueda. Hazte el muerto. Mata. ¡Ese es un
buen hijo!
—Saldré —anuncio, y él voltea de pronto justo a tiempo para verme enviarle
un beso antes de cerrar la puerta de un golpe, bajar las escaleras corriendo,
pasar junto al desconcertado portero y salir del edificio. No puedo escapar.
Pero puedo correr.
Y bailar.
DOS AÑOS Y MEDIO ATRÁS
¿Por qué odiar lo más violento que he hecho me hace querer ser violenta?
Me quitaron mi ordenador cuando se dieron cuenta de que estaba
investigando el tiempo de prisión que corresponde a diferentes delitos. Pero
tendrían que haberlo hecho. No tengo adonde ir. Annie está aquí.
Annie me dijo que saliera de su vida.
¿En serio creía que estaría a salvo aquí, en serio creía que estaría bien por su
cuenta?
No lo sé.
Mi armario está oscuro y cálido. Me gusta sentarme adentro. Algunas veces
duermo aquí. Dormir, dormir. Dormiré ahora.
—¿Fia?
Me sobresalto y me golpeo la cabeza contra la pared. Auch.
—¿Annie? —Abro la puerta del armario. Ella se encuentra parada en la mitad
de mi habitación. Tiene una mano extendida, la palma hacia arriba, como hace
siempre que entra en una habitación donde sabe que estoy yo. Está esperando
mi mano.
Oculto mis manos horribles detrás de la espalda.
Parece asustada. Nerviosa. Me incorporo y salgo del armario.
—¿Qué sucede? ¿Qué viste?
—Yo… no vi nada. Escuché. Fia, ¿qué te han estado haciendo? ¿Qué te han
hecho hacer? Cuéntame. Por favor, cuéntame. —Su voz se quiebra, y si ella
llora, yo también lo haré, y no, no me permitiré hacerlo.
—Cosas malas —susurro—. Nunca te lo contaré.
Extiende ambas manos, y yo me abalanzo y dejo que me envuelva en sus
brazos.
—Está bien. Está bien. No tienes que hacerlo. No importa. Nos iremos. Hoy.
—¿En serio? ¿Quieres irte? —Mi corazón se expande, estalla… esperanza, hay
esperanza, tengo esperanza por primera vez en años. ¡Nos iremos! Annie quiere
irse, así que no la estaría traicionando, no le estaría quitando la esperanza de
recuperar la vista.
—Empaca tus cosas —ordena—. Yo ya tengo todo listo. Quizás podamos
vender mi ordenador y mi equipamiento de braille por algunos miles de
dólares. Lo suficiente para volver a casa de la tía Ellen. Una vez que estemos allí,
decidiremos cómo contactarla. Le dejaré una nota a Eden para que sepa por
qué nos fuimos y nos pueda encontrar si ella también quiere marcharse.
El corazón me da un vuelco.
—¿Empacaste? ¿Cuándo decidiste que debíamos empacar?
—Anoche. He estado despierta toda la noche, revisando los horarios de trenes
y autobuses. ¿Tienes algo de efectivo? Hay una estación Greyhound. Queda
lejos, pero podemos llegar allí. Y sabes cómo vender mi ordenador, ¿verdad?
Suena tan esperanzada, tan decidida. Retrocedo y me dejo caer en mi cama
deshecha.
—No podemos. Ellos ya lo saben.
Annie frunce el ceño y sacude la cabeza.
—No, tenemos que irnos. Tenemos que sacarte de aquí.
—Debimos haber escapado anoche, en el instante en el que lo pensaste.
Ahora es demasiado tarde. Ya saben que lo haremos. Clarice nos estará
vigilando. Así que no podemos hacerlo.
—Pero…
—No. Hoy no.
Los hombros de Annie se desploman. Intenta caminar hacia mi cama, pero
tropieza con una pila de zapatos. No he estado manteniendo el suelo libre. Es
peligroso para ella. Fia mala, mala.
—Lo siento. Por aquí. —La sujeto de la mano y la conduzco a la cama. Se
sienta junto a mí, cada parte de su cuerpo floja.
—He estropeado todo. Lo siento tanto.
—Ey. —Coloco el brazo alrededor de sus hombros. Es mi trabajo cuidar de
ella. Y lo haré—. Todo está bien. Ahora que sé que no quieres estar aquí, puedo
arreglar esto. —Sonrío; ella no puede ver lo traviesa que es mi sonrisa—. Nos
sacaré de aquí. Tienes que estar lista en cualquier momento. No será fácil. No
creo que podamos volver a casa. —Tiene que entenderlo. Sé (puedo sentirlo)
que ellos nunca me dejarán ir. Tendremos que escondernos.
Para siempre.
Pero si nos escondemos juntas, entonces no es esconderse. Es escapar.
Asiente y se endereza.
—En cualquier momento. Estoy lista. Y, ¿Fia?
Intento no pensar en escapar. No estoy planeando nada. Estoy dejando que el
futuro sea un vacío total. Si no tengo planes, ellos no pueden verlos. Vivo en el
ahora y solo en el ahora.
—¿Qué?
—Sé que tenemos un futuro. Y lo que sea que hayas hecho, ¿de lo que te
sientas culpable? No lo eres. No es tu culpa. Lo sabes, ¿verdad? Eres una buena
persona.
Me arden los ojos y me duele la garganta y el corazón, y ella está equivocada
pero quiero que tenga razón. Lo quiero con todas mis fuerzas, tiene que
volverse una realidad. Cuando nos larguemos de aquí, dejaremos atrás todo
esto, y las cosas no se sentirán mal todo el tiempo, zumbando de forma
constante en mi mente, en mis manos y en mi estómago con la maldad de todo
eso. Me encontraré bien. Seré buena.
Mientras termino de escoger al azar acciones de la bolsa, Clarice me sonríe
como si supiera algo que yo no sé. Sé lo que ella cree que sabe que yo no sé. Sé
que nos vio escapar, que está esperando que suceda en cualquier momento.
Le devuelvo la sonrisa. Espero que esté encargándose personalmente de las
tareas de vigilancia extra o de cualquier otra medida de seguridad que ellos
hayan implementado.Porque es una pérdida de tiempo. Puedo ser paciente.
Ahora Annie está de mi lado. Puedo esperar y esperar y no planear nada. No
estoy planeando nada.
—Pareces estar alegre esta mañana —comenta, y bebe otro sorbo de su café.
—Si fueras una Lectora, sabrías que lo estoy porque puse algo en tu bebida.
Mira con horror su taza medio vacía antes de suavizar su expresión y volver a
sonreír.
—Me agrada tu sentido del humor.
—¿Ya terminamos? Porque no puedo dejar de lado mi siesta. —Me estiro en
la silla, coloco las piernas sobre su escritorio, mi falda sube por mis muslos,
pero no me importa, porque por fin vuelvo a tener el control.
—Sigues pensando en esa palabra —dice la señorita Robertson desde atrás, y
yo me paralizo. No escuché abrirse la puerta. Clarice no la debió haber cerrado
por completo—. Control. Es interesante que te obsesiones con ella.
—Tengo algunas otras palabras. —Grito púdrete en la cabeza, una y otra vez.
—Tenemos una tarea para ti —anuncia Clarice, pero estoy demasiado
ocupada gritando mis pensamientos para prestarle atención—. Hay una chica.
La necesitamos.
Comienzo por el principio, grito mentalmente cada obscenidad que se me
ocurre en orden alfabético. Luego comienzo a cantarlas al ritmo de «Rema,
rema tu bote».
—¿Me estás escuchando, Sofia?
Asiento.
—Esta chica que necesitamos, su familia ha rechazado nuestra generosa beca.
Así que nos hemos visto obligados a tomar medidas extremas para ayudarla. Tú
la secuestrarás.
Río e interrumpo de golpe el estribillo de mi canción.
—Lo haré, ¿verdad?
—Sí. Tenemos toda la información aquí. Fotografías, detalles importantes
sobre Sadie y su familia. Dejaré en tus manos cómo llevarlo a cabo, pero ten en
cuenta que será mucho más fácil para todos los involucrados si hubiera alguna
clase de accidente que haga que ella no tenga más familia a quien hacerle
preguntas o que cuide de ella.
Alguna clase de accidente.
Alguna clase de accidente.
Alguna clase de accidente.
Repito esa frase mentalmente como un CD rayado, la repito una y otra vez.
—En ese entonces no las conocíamos ni a ti ni a tu hermana —dice la señorita
Robertson detrás de mí—. En tu caso, fue el accidente de tus padres y después
la noticia sobre la chica ciega que lo vio venir lo que llamó nuestra atención.
Río. Es una risa estridente, rápida y rara.
—Bueno, entonces, está bien. Comenzaré un incendio causado por gas,
¿quizás? ¡Los haré volar a todos por el aire! Eso sería eficiente y muy bonito. Y
la chica —(¿Sadie?)—, ¡podemos asar malvaviscos antes de volver aquí y
presentarle su nuevo hogar!
—Sofia —dice Clarice, y su voz suena grave, con un tono de advertencia.
—Clarice —respondo, y mi voz no suena grave, con un tono de advertencia;
mi voz suena aguda a causa de la histeria vertiginosa, pero mis ojos son
cuchillos—. No lo haré.
—Esa no es una opción.
Me pongo de pie y pateo mi silla. Rebota por el suelo y se estrella contra la
pared. Ella salta, se pone de pie y retrocede. Me gusta que me tenga miedo.
—Ahora volveré a mi habitación. Seguiré jugando a tus estúpidos juegos de
acciones de la bolsa y continuaré con tus enfermizos desafíos físicos, porque no
tengo otro lugar adonde ir. Pero si piensas durante un instante que alguna vez
volveré a hacerle daño a alguien para ti, estás equivocada. No lo haré. Y no
puedes obligarme.
Volteo y paso junto a la señorita Robertson, pensando CONTROL en
dirección a ella de forma tan fuerte como puedo.
—Veremos —dice Clarice, y su voz suave viaja por el pasillo—. Recuerda. Es
tu elección la que hizo esto. Tú hiciste esto.
Está loca. Loca loca. Y no me importa. Camino a los saltitos por el amplio y
vacío pasillo, cantando a toda voz. Sé que todavía no soy libre, pero siento
como si lo fuera. Esa sensación, esa horrible, gigantesca e irritante sensación de
que algo va muy mal y que me ha perseguido desde que tenía doce
desaparecerá y seré capaz de respirar, de pensar, de utilizar para mí misma lo
que sea que ellos creen que poseo. Lo utilizaré para recorrer mi propio camino.
Nunca volveré a hacer esto para nadie, nunca jamás.
Pero el sentimiento de que algo anda mal se está volviendo cada vez más
fuerte. Siento como si me hubieran quitado el suelo de debajo de los pies. El
corazón me late sin control. No puedo respirar. Algo va mal.
¡Está mal mal mal MAL MAL MAL! Tengo que encontrar a Annie.
Subo las escaleras corriendo, atravieso el pasillo y abro la puerta de un
empujón. Se encuentra allí. Annie está allí, en su habitación, está bien, ¿qué es
lo que está mal?
Está sentada en su cama. Su rostro carece de expresión.
—¿Te encuentras bien? ¿Annie?
—Me vi a mí misma. —Al igual que su cara, su voz carece de expresión.
—Tú… ¿qué?
—Me vi a mí misma. En una visión. Al principio creí que eras tú, pero el pelo
era demasiado corto. —Levanta la mano y toca su cabello, que le llega hasta los
hombros—. Y los ojos eran diferentes. Pero se veía tan parecida a ti. Entonces
me di cuenta. Era yo. Por fin vi cómo soy.
Me siento, todavía mareada por el pánico.
—Te dije que eras bonita. —¿Qué es lo que anda mal? No hay nada malo aquí.
¿Por qué mi cuerpo no se tranquiliza?
Ella no reacciona.
—Yo estaba muerta.
No puedo respirar. No puedo respirar, no puedo respirar.
—¿Qué?
—Yo estaba muerta. Había un agujero en mi cabeza. Un perfecto agujero rojo.
Y mi pelo, que es más oscuro de lo que pensé, estaba todo aplastado con la
sangre del suelo. No había tanta sangre como uno creería. Yo estaba muerta.
Ellos me asesinaron. —Cierra los ojos—. Moriré.
—¿Cómo podría suceder eso? ¿Cómo podría…?
Dije que no.
Les dije que no.
Creí que tenía el control
Ellos siempre tienen el control.
—¿Qué más? ¿Alguna otra cosa? ¿Algún otro detalle? ¿Sabes cuándo
sucederá? ¿Dónde? ¡Cualquier cosa! —No reacciona, así que la sujeto por los
hombros y la sacudo—. DIME ALGO. DAME ALGO.
—¿Cómo podría decirte dónde sucede? Nunca he visto esa habitación antes.
Nunca he visto ninguna habitación antes. —Suelta una risita seca—. El único
otro detalle era Clarice. Estaba parada junto a mi cuerpo, hablando con alguien
por teléfono.
—¿Fue ella la que te disparó?
—No lo sé.
Mi corazón se acelera. Late sin control. No planees. No planees.
—Pero ¿ella estaba allí? ¿En la habitación?
—Sí.
Salgo corriendo. Bajo las escaleras. No pienso. No planeo. Solo corro. De
vuelta a la clase. Clarice aún se encuentra allí. Levanta la mirada hacia mí, una
sola ceja enarcada.
—¿Has cambiado de opinión, entonces?
Levanto la silla del suelo, que todavía está apoyada contra la pared hacia
donde yo la pateé. La levanto, giro, y la estrello contra la cabeza de Clarice.
Ni siquiera tiene tiempo de parecer sorprendida.
La estrello contra su cabeza otra vez y otra vez y otra vez.
Luego me detengo, dejo caer la silla y me desplomo en el suelo.
Los ojos sin vida de Clarice me miran desde su cabeza ensangrentada y
deshecha.
Si Clarice está muerta, no puede estar allí cuando a Annie le disparen. Eso
ahora no puede suceder.
Eso ahora no sucederá.
Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
LUNES POR LA NOCHE
—¿Dónde está ella? —Unas manos me sujetan, me levantan del sillón. Intento
apartarlas de un golpe. No sé qué está sucediendo, quién está aquí, dónde estoy
yo.
Dormida. En el sillón. Me quedé dormida esperando a que Fia me llamara
para que de alguna manera yo pudiera contarle sobre Adam.
—¿James?
—Fia desapareció. Tienes que encontrarla. Ahora.
Mi cabeza da vueltas e intenta salir del sueño a los trompicones. Me siento
lenta.
—La vi bailando. ¿La buscaste en las discotecas?
—Estaba bailando. Conmigo. Y luego nos atacaron en la calle y la metieron
en una furgoneta y escaparon.
—¿Estás ebrio? ¿Estaban los dos ebrios? —Lo empujo para apartarlo de mi
camino, me pongo de pie y tanteo hasta que encuentro su rostro. Lo golpeo—.
¿DEJASTE QUE SE EMBORRACHARA?
—¿Por qué no estás buscándola ahora mismo? ¡ENCUÉNTRALA!
—¡No funciona así! ¡Le dije que no saliera a bailar! Esto es tu culpa. Tú la
dejaste salir. Tú hiciste que se emborrachara. Si no hubiera estado bebiendo, de
ninguna manera habría dejado que se la llevaran. —Lo golpeo de nuevo—. Esto
es tu culpa.
Me sujeta la muñeca y me aprieta demasiado fuerte; me devolverá el golpe.
Después se desploma en el sillón.
—Por favor. —Su voz suena atormentada—. Lo es. Es mi culpa. Podría haber
escapado, pero volvió para protegerme. No debería haber regresado.
—Tienes razón. No debería haberlo hecho. No vales la pena.
No responde. Quiero golpearlo una vez más, quiero gritar. Perdió a Fia. La
perdió. Luego, finalmente, dice:
—¿Hay algo que sepas… algo que hayas visto? Tenemos que encontrarla.
La estaban vigilando mientras bailaba. Y… Adam. La visión con Adam.
Estaban preguntando por Fia. Esa es la conexión. Tiene que serlo. Pero no
puedo contarle a James que Adam está vivo sin decirle que Fia mintió cuando
dijo que lo había asesinado. Y si saben que Fia mintió y no hizo lo que ellos le
ordenaron…
La única imagen que tengo de mi propio rostro flota en mi memoria, fría y
terrible. Pero igual de terrible es saber lo que Fia hizo para evitar que eso
sucediera. No puedo permitir que ellos la obliguen a llegar a tales extremos una
vez más.
—¿Te importa mi hermana?
—Por supuesto que sí —suelta. Desearía poder ver su cara. Desearía poder
leer a las personas como lo hace Fia, saber cuándo están mintiendo. Ella dice
que James siempre está mintiendo. Pero a ella le gusta eso de él.
—¿La besaste? —pregunto con un susurro.
Una pausa.
—Sí.
—¿Recuerdas qué edad tiene? Es una niña, James. Una niña muy perturbada.
Su voz suena más densa. Quizás teñida con culpa. No lo sé. Nunca he podido
obtener otra cosa de su voz que no sea furia y un coqueteo fingido.
—Sí.
—¿Recuerdas cómo estaba ella cuando tú llegaste aquí por primera vez?
—¡Sí, sí, sí! ¿Puedes encontrarla o no?
—No asesinó a Adam Denting.
—Ella… ¿qué?
—No lo asesinó. Dijo que llegó al lugar y no pudo hacerlo. Por eso es que está
tan apagada, tan loca. No porque lo haya matado. Sino porque cree que me
asesinó a mí una vez más por no hacer lo que tu padre le ordenó.
Sobreviene una pausa prolongada.
—¿Por qué mi padre lo convirtió en un blanco? Quizás yo lo pueda arreglar.
—Le dije que Adam lo destruiría.
—Él lo… espera. Tú le dijiste eso a mi padre. ¿Era verdad?
—No.
Maldice, y yo me encojo y me cubro la cabeza cuando mi lámpara se estrella
contra la pared.
—¿Tú lo engañaste para que enviara a Fia a asesinar a un objetivo? ¿Qué
sucede contigo? ¿Sabes cuánto he trabajado para hacer que ella esté así de
estable, y aun así la enviaste a asesinar a alguien? ¿Por qué? ¿Qué podría
justificar arriesgar a tu hermana? Soy yo el que debería preguntarte a ti si ella te
importa.
—¡No creí que fueran a enviarla a ella! —grito—. ¿Por qué la enviarían a ella?
¿Por qué la arriesgarían así?
—¿Qué creías que sucedería cuando le contaste a mi padre que alguien lo
destruiría? Por supuesto que la arriesgaría. Eres increíble, Annie. Todos estos
años Fia creyó que era una asesina. Pero lo único que ha hecho ha sido luchar
para protegerte. Y aquí estás tú, ordenando asesinatos.
—No fue así —susurro—. Es algo más grande que nosotras. Es más grande
que nosotras. No lo estaba haciendo por mí. Y ni siquiera por Fia. Lo estaba
haciendo para que a otras miles de chicas no les sucediera lo mismo que a Fia.
—Tu hermana sacrificó todo por ti. Me alegra saber que te preocupas por
miles de extrañas en lugar de preocuparte por ella. Bien hecho.
Trago saliva con esfuerzo.
—Vi a Adam otra vez. No sé dónde se encontraba. Pero sé con quién estaba.
¿Acaso el nombre Lerner significa algo para ti?
Ríe. Una risa dura y grave que suena como la de Fia, y mi interior duele, se
viene abajo y se destroza. Tiene razón. Le he fallado de tantas maneras, tantas
que nunca podré redimirme.
Escucho cómo el sillón rechina cuando él se pone de pie.
—Bueno, eso sí que es genial. Lerner tiene a Fia. ¿Quieres contárselo tú a mi
padre o debería hacerlo yo?
—No le puedes contar sobre Adam. Me asesinará.
—En verdad no me importa lo que te suceda. Pero que tú mueras destruiría a
Fia, así que haré lo que pueda para cubrir el desastre que ocasionaste. Porque a
mí sí me importa tu hermana.
Dejo caer la cabeza y lloro. James se retira sin decir ni una palabra.
Veo a Fia esa noche. No sé si es un sueño o una visión, pero está sola, asustada
y está llorando.
Pero no siente temor por ella misma. Teme que algo me suceda a mí porque
dejó que la secuestraran.
—Vamos. ¿Por favor? Nadie describe tan bien las películas como tú. —Termino
de peinar el cabello de Fia, pero todavía está sentada sin entusiasmo al final de
la cama. El mes pasado me mudé a un alojamiento más grande, más como un
apartamento.
James me permitió sacarla del ala de seguridad y mudarla conmigo hace cinco
días. Ella todavía no lo ha visto. No le he contado que está a cargo de nosotras
ahora. Todavía no sé lo que eso significa, cómo eso cambia las cosas.
Pero gracias a él, ella se ha liberado de los sedantes. Solo le doy uno a la noche
para ayudarla a dormir. Sin embargo, casi no hay diferencia entre la Fia
extremadamente sedada y la Fia normal.
—Actúas como si nada hubiera cambiado —susurra.
—¿Por qué debería actuar como si algo hubiera cambiado?
—¡Sabes lo que hice!
Me encojo ante su voz, pero una parte de mí se alegra. Al menos conseguí
una reacción.
—No importa.
Ríe. Es una risa grave y vacía, y desearía que nunca más volviera a reír así.
—Tú no lo hiciste.
—Sigamos adelante. Olvídalo. A ti no te castigarán por ello. Todos lo
comprenden. Hablé con… hablé con el señor Keane.
—¿Con el señor Keane? —pregunta.
—Sí. Por teléfono, justo después de lo sucedido. Tenía tanto miedo de que
ellos te… de que ellos te alejaran. Le conté todo, sobre lo que tú viste, sobre por
qué tú… por qué sucedió. ¡No estaba enfadado! —De hecho, había reído, una
risa similar a un susurro silencioso. No pude quitármela de la cabeza. Fue la
única risa que alguna vez escuché que sonó peor que la risa de chica muerta de
Fia—. Así que sigamos adelante. Retomemos nuestro plan. El plan de no tener
un plan. ¿Recuerdas? —Le propino un empujoncito y sonrío con esperanza.
Necesita tener esperanza. Necesita tener algo.
Desde que se volvió evidente que yo sabía lo que esta escuela en realidad era y
que no estaba viendo otra cosa excepto los destellos ocasionales de Fia,
prácticamente me han ignorado. Puedo hacer lo que quiera en tanto
permanezca en algunas alas determinadas (y custodiadas) del edificio. Pero ya
no fingen que mi futuro les importa, ya no hay nuevas tecnologías, no más
visitas al médico. Incluso me pregunto si alguna vez hubo esperanza para mis
ojos. Es probable que haya sido otra mentira ideada para mantenerme
comprometida a mí y atrapada a Fia.
Tan solo otro futuro que perdí.
—No puedes verme las manos —susurra Fia. Se escucha un ruido, casi
inaudible. Un tap tap tap bajito, como si estuviera marcando un ritmo contra
su pierna.
Intento extender la mano para sujetar sus dedos, pero ella los retira con
brusquedad.
—No puedes verme las manos, y no viste su rostro. ¿Recuerdas esa noche que
peleamos? ¿Justo antes? Dijiste que estarías bien sin mí. ¿Hablabas en serio?
—Fia, querida, no hablemos de ello. Eso fue mucho tiempo atrás.
Suspira.
—Quiero dormir ahora.
La dejo sola. Lo solucionaré. Intento investigar sobre estrés postraumático
online, pero nada encaja. No sé cómo ayudarla. Nada de lo que estoy haciendo
está funcionando.
Y lo cierto es, nunca podré decírselo, pero ella no tenía que hacer lo que hizo.
El solo hecho de saber que me asesinarían si ella no hacía lo que ellos querían
que hiciera hubiera cambiado las cosas. Matar a Clarice no era la única opción.
Si ella me lo hubiera preguntado, si tan solo hubiera esperado y hablado sobre
ello, estoy segura de que le habría aconsejado no hacerlo.
Creo que lo sabe. Escogió la primera opción para evitar que esa visión se
volviera realidad. Pero no escogió la única opción. La otra opción hubiera sido
hacer lo que fuera que ellos querían que hiciera. Espero que haya sido peor que
lo que hizo. En verdad lo deseo. Porque la opción que escogió la está
destruyendo.
Esa noche, cuando me dirijo a darle su píldora para dormir, el frasco nuevo
está vacío.
—Por favor —digo—. Levántate del sillón. No hemos salido al exterior desde
que enfermaste. —Desde que te tragaste un frasco de píldoras para dormir.
Desde que intentaste abandonarme de la única manera en la que podías—.
Vamos a caminar por la escuela. —El edificio es un cuadrado que tiene un patio
abierto en medio. Nos dejan ir allí. Quizás si puedo hacer que vea la luz solar,
quizás si podemos sentirla y ella puede verla, quizás eso ayude.
—Eden puede acompañarte.
—No quiero ir con Eden.
Ni siquiera responde. Ya no sé qué hacer. Esto es peor que cuando estaba
sedada, peor que cualquier otra cosa, porque no hay nada contra lo cual luchar,
nada a lo que enfrentarse. Se ha perdido por completo en sí misma, y no sé
cómo hacer que vuelva.
Alguien llama a la puerta y yo respondo para que entre, deseando que sea
Eden y así poder tener un descanso de esta frustrante, adormecida y terrible
existencia. Pero el pum pum pum de pasos confiados y pesados y el aroma a
naranjas y aire nocturno aterciopelado invaden mi apartamento.
—¿James? —La voz de Fia suena incrédula.
—Al parecer, debes dirigirte hacia mí como el Apuesto Chico Ebrio. Pero
supongo que Annabelle no te contó que volví.
Por supuesto que no se lo conté. He escuchado a todas las chicas hablar de él.
Coquetea descaradamente con todas. Las Lectoras susurran que piensa
constantemente en sexo. Eden asegura que él apesta a lujuria. No quiero que
entre a mi apartamento. No lo quiero cerca de mi hermanita.
—Por desgracia —dice—, esta vez no encontré ninguna botella de whisky
para robar antes de visitarlas. ¿Puedo entrar igual?
Una exhalación. ¿Acaso eso fue una risa? ¿No la risa hueca de chica muerta?
—No importa —dice.
—Excelente. —Escucho que el cuero del sillón cruje. ¿Cuán cerca se sentó de
ella? ¿La está tocando? Quiero que se aleje de ella. Desearía haber estado
sentada en el sillón junto a ella para poder bloquearlo y protegerla de él.
—¿A qué debemos el honor? —pregunto.
—Estaba aburrido. Dirigir esta escuela es demasiado aburrido.
La voz de Fia suena más aguda de lo que ha sonado en semanas.
—¿Desde cuándo trabajas para tu padre?
—¿No te enteraste? Soy el dueño de esta escuela. Tengo veintiuno ahora, y he
recibido lo que mi madre consideró mi herencia. Hubiera preferido mi propia
isla, pero esto tiene sus beneficios. —Hace una pausa; nadie dice nada; y yo
nunca me sentí tan ciega como en este momento, intentando imaginar cómo la
está mirando a ella cuando dice «beneficios».
Finalmente, James vuelve a hablar.
—Ahora bien, Fia. Tengo que confesar algo. —Me pongo tensa, furiosa. No la
puede llamar así. No merece pronunciar su sobrenombre.
—¿Mmm?
—La primera noche, cuando nos conocimos, cuando te dije mi nombre,
¿recuerdas lo que dijiste?
No responde.
—Dijiste: «Debería romperte la cabeza ahora mismo». Me disculpo por
suponer que estabas mintiendo y coqueteando. Ahora veo que hablabas muy en
serio, y que debí haberte ofendido mucho.
Dejo caer la mandíbula del horror. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo bromear sobre
eso? ¿Después de lo que hizo ella?
—En este acto juro tomar en serio todas y cada una de tus amenazas de
muerte, a menos que, de hecho, estés intentando coquetear conmigo, en cuyo
caso por favor amenázame con romperme la cabeza mientras me guiñas un ojo,
de este modo.
Y luego…
Ella ríe. En verdad ríe, no como lo hizo antes de que viniéramos aquí, sino
como lo hacía antes de que las cosas se tornaran muy malas. Suena más fuerte y
se entrecorta por momentos, pero es una risa.
—Tengo que admitirlo, cuando escuché lo que sucedió, creí que mi padre
estaría más furioso, pero ¿sabes lo que me dijo? «Ella debió haberlo visto venir».
—¡Eso es terrible! —siseo.
Fia ríe incluso más fuerte.
—Alguien me enseñó a meterme en problemas en presencia de una Vidente.
—Y eres una estudiante estrella. Incluso superaste mi récord, del cual solía
estar bastante orgulloso. Si todavía estamos llevando el puntaje, esto te coloca
indiscutidamente en la cima y te invito este trago.
Sacudo la mano en el aire.
—Detente. —¿Trajo alcohol aquí? Esa broma sobre el whisky, ¿se está
burlando de mí porque no puedo ver que está sosteniendo una botella?—. No le
darás nada a ella.
—Relájate. Traje Coca-Cola helada. Ni siquiera para mezclarla con algo. Solo
para beberla pura.
—Hablando de esa noche —dice Fia, y su voz no parece proceder de
kilómetros a la distancia. Suena como si estuviera aquí, ahora, en esta
habitación—. Creo recordar que dijiste que te gustaría besarme pero que
necesitabas un par de tragos más antes de permitirte hacerlo. ¿Has tenido el
tiempo suficiente para beberlos?
James ríe; sus risas se complementan. Me hacen sentir pequeña y solitaria.
Celosa. Estoy celosa de James Keane. ¿Por qué él la hace reír como una persona
real? He estado cuidando de ella todo este tiempo y apenas he conseguido
mantenerla viva. ¡Él es uno de ellos!
—Creo —manifiesta— que, si cumpliera mi parte de esa promesa, Annie
tomaría tu lugar y me rompería la cabeza.
—Yo ya reclamé esa tarea. Ella nunca se atrevería. —Está bromeando con él.
Suena como la antigua Fia. Él irrumpe aquí, habla de romper cabezas y beber,
¿y la resucita? ¿Por qué resucitaría con él y no con su propia hermana?
—Excelente. Odiaría que alguien más tuviera ese honor. Ahora bien. Ya que
estás aquí, tengo una propuesta para hacerte.
—Soy muy joven para casarme. Además, Annie te detesta y todas las demás
estarían demasiado atemorizadas para ser mis damas de honor. Tengo una
reputación. —Susurra «reputación» de manera exagerada. ¿Cómo puede
coquetear con él sobre esto?
—Ah, ese sí es un problema. En ese caso, tengo una propuesta diferente. ¿Te
gustaría irte de vacaciones? Algo así como un viaje de estudios. Creo que has
estado encerrada en esta escuela demasiado tiempo. No es sano, sabes. Algunos
dirían que te volverá loca.
—¿Cuándo? —pregunta ella, y su voz suena sin aliento y esperanzada. Me
estoy ahogando. La estoy perdiendo, y no sé cómo o por qué.
—¿Qué tan rápido puedes empacar?
Fia se incorpora de un salto con un gritito y escucho que sale corriendo de la
habitación.
—Solo lo indispensable —grita James—. Podemos comprar cualquier cosa
que necesites.
—¿Qué estás haciendo? —siseo.
—Lo que tú no puedes hacer. —Escucho que se pone de pie. Se me acerca y
apoya una mano sobre mi hombro—. Haré que mejore.
Me libero de su mano y lanzo una mirada fulminante hacia su voz.
—¿Cómo? ¿Haciendo bromas enfermizas sobre cosas que nadie debería
recordar? ¿Y por qué quieres que «mejore»? ¿Para poder utilizarla de nuevo? Ya
has visto cuán bien resultó eso para la última persona que estuvo a cargo aquí.
—Ten cuidado, Annabelle. No puedes fingir que no te importa lo que hizo
Fia. O no tiene que importarte para nada o tiene que importarte. Ella sabe que
estás en un lugar intermedio, y su propia culpa ya es más de lo que puede
tolerar.
—¡No actúes como si la conocieras! ¡Es mi hermana!
—En caso de que no lo hayas notado, perdiste tu derecho sobre ella tan
pronto como aceptaste la generosidad de la Fundación Keane. Ella no te
pertenece. Luego de la llamada desesperada que le hiciste a mi padre, él decidió
asignarme un papel más importante en su trabajo. Ella es mi responsabilidad
ahora. No te preocupes. Asumo mis responsabilidades con mucha seriedad.
No puede ser mi culpa que él esté aquí. Eso no es lo que buscaba cuando
hablé con su horrible padre.
—No dejaré que la tengas.
—No tienes opción. —Suena casi apenado al decir eso. Es un mentiroso.
—Si la tocas, si tan solo la tocas... —Estoy temblando de furia—. No te
atrevas. No te atrevas a olvidar nunca lo joven que es o lo rota que se
encuentra.
Su voz ya no muestra pena.
—¿Cómo podría? Y cómo podría ella, teniendo una hermana tan amable que
le recuerda que está rota sin remedio.
—¡Estoy lista! —Fia suena animada. Escucho que algo cae al suelo con un
golpe sordo. Su bolso.
Giro de pronto.
—¡No vayas! ¡No puedes ir!
—¿Tú no vienes? —pregunta.
—Lo siento —dice James, y se aleja de mí. ¿La está tocando? ¿La está tocando?
—. Pero mi padre solo accedió a que te lleve si Annie permanece aquí y
continúa con sus estudios. Y tiene que estar aquí en caso de que descubran algo
nuevo para el tratamiento de su vista.
—Ah. —Hay una pausa, y luego su voz… Ah, su voz suena muerta de nuevo,
surge de algún lugar tan profundo en su interior y tan distante que apenas la
reconozco—. Entonces, supongo que me quedaré.
—No. —Me atraganto con la palabra, esbozo una sonrisa forzada y me alegro
de no poder ver cómo está ella; deseo que ella tampoco pueda verme. Se daría
cuenta que estoy mintiendo. Siempre sabe cuándo miento. Así que sabe que
estoy mintiendo cada vez que le aseguro que lo que ella hizo no importa, que
estaremos bien, que en algún momento saldremos de aquí. Por favor, Fia, cree
esta mentira—. Deberías ir. Te has ganado unas vacaciones. Solo tráeme un
regalo. Además, tengo a Eden.
—Me temo que no —me corrige James—. Ella viene con nosotros.
Sola. Me está robando a mi hermana y a mi única amiga. Estaré aquí
completamente sola. Me obligo a sonreír aún más.
—Bueno, entonces ambas me deben un regalo.
—¿Estás segura? —pregunta Fia.
No estoy segura. No confío en James. Creo que es incluso más peligroso que
su padre porque es inteligente, apuesto y divertido. Yo estoy intentando
revivirla con amor y esperanza, pero este sitio aniquila ambos. La voz de James
tiene esas capas extra, esa furia burbujeando bajo la superficie. Sé que Fia
conecta con eso. Sé que la atrae y la consuela de una forma en la que yo nunca
podré hacerlo. Si permito que salga por esa puerta con él, me preocupa nunca
recuperarla.
Pero James tenía razón. La perdí en el instante mismo en el que la traje aquí
conmigo. Y si él puede salvar algo de lo que ella solía ser, sin importar cuál sea
su plan, debo permitírselo. No desperdiciaré esta oportunidad. Averiguaré qué
está sucediendo aquí exactamente. Porque si comprendo el qué, puedo
comprender el por qué, y si comprendo ambos, descifraré la manera de
liberarnos y tener un futuro mejor.
—Diviértete. Te quiero. No olvides tus promesas. —Muevo la cabeza en
dirección a James—. Nada de besos. Nada de bebida. —Ella lo recordará—. Y
no hagas ningún plan sin mí.
Fia corre y me abraza; no me ha abrazado en mucho tiempo, y está demasiado
delgada, y más alta, y ya no reconozco su cuerpo; pero quizás, solo quizás, su
voz vuelva. Luego se ha ido y me encuentro sola.
MARTES POR LA MAÑANA
—¿Cómo puede alguien que pasa tanto tiempo aL sol tener la piel tan pálida?
Pongo los ojos en blanco en dirección a Eden.
—Se llama piel de porcelana. Y la pantalla solar es mi mejor amiga. —Me
encanta este suave asiento blanco. Me encanta este enorme barco tranquilo.
Me encanta el océano. Me encantan el viento, las olas y la espuma. No hay nada
aquí. Nada para hacer. Y debido a que no hay nada aquí y nada para hacer, y
solo tengo a James o a Eden, o a la pequeña tripulación deliberadamente
anónima con quienes hablar, no hay nada que me haga sentir mal o enferma.
O al menos solo un poco. Porque todavía está el tap tap tap. En realidad,
nunca desaparece. Y tampoco la sensación de que algo va mal, pero ahora es
solo un zumbido suave y puedo fingir que no está presente. Fingir es otra forma
de mentir, y soy muy buena en ambas.
—Chicas —dice James, saliendo del camarote principal a la cubierta, donde
Eden está escribiéndole una carta a Annie y yo no estoy haciendo nada, porque
nada, nada, nada es mi cosa favorita—. ¿Están listas para una aventura?
Me incorporo. Eden hace lo mismo y se mueve de forma casual en su traje de
baño, estira las piernas. Me pregunto qué siente por él. No me gusta. Me
pregunto si siente que a mí no me gusta. Decido no sentir nada, en cambio.
—¿Una aventura?
—Creo que ya hemos tenido suficiente mar abierto e islas diminutas. Es hora
de comenzar en serio la sección de estudios oficiales en el exterior. O, en
realidad, es hora de visitar las discotecas de Europa.
Enarco una ceja.
—¿Discotecas? ¿En serio? ¿Te parece que soy de las que bailan?
—Me parece que eres exactamente de las que bailan. Solo que todavía no lo
sabes.
Eden se incorpora de un salto y extiende los brazos por encima de la cabeza, y
el pequeño arete de su ombligo brilla al sol como una invitación.
—Me parece bien. Siempre y cuando esta aventura también incluya ir de
compras. —Sonríe con esperanza. James asiente, y ella gira hacia mí y hace un
bailecito exagerado de victoria.
Pongo los ojos en blanco y resoplo. Es graciosa y bonita. Me pregunto si
hubiéramos sido amigas en otro mundo.
—¿Lo ves? ¿Es tan difícil? —Eden sonríe de forma engreída y se dirige
adentro, y mi sonrisa accidental se convierte en un gesto de desagrado.
—¿Teníamos que traerla?
James se deja caer sobre el camastro junto a mí y coloca un brazo sobre su
rostro para protegerlo del sol.
—Sí.
—¿Por qué? Es fastidiosa.
—Porque sí —responde, y estira la mano para tomar la mía en donde mis
dedos tamborilean el tap tap tap sobre mi muslo—. Intentaste suicidarte,
¿recuerdas? Así que Eden tuvo que venir con nosotros para asegurarnos de que
no vuelvas a estar tan mal.
Comienzo a retirar la mano para cruzarme de brazos, pero él la mantiene en
la suya y hace un ademán exagerado de examinar mis uñas. Recorre con los
dedos el interior de mi muñeca y algo se enciende en mi interior y, ay, me
alegra tanto que Eden ya no esté aquí.
James es la única persona a la que le permito mirar o tocar mis manos. Sabe
todo lo que ellas hicieron. Y no le importa.
—Además, soy terrible en las charlas de chicas, y sin Annie creí que
necesitarías a alguien.
Esta vez, retiro la mano. Odio que haya mencionado a Annie. Porque lo que
sucede con Annie es que la echo de menos, en verdad lo hago, me preocupo
por ella, pero…
Tampoco lo hago.
Estar lejos de ella por primera vez en años es un alivio inmenso. Y sé que está
a salvo porque ellos la tienen y siempre que ellos la tengan, me tienen a mí, y
por alguna razón todavía me quieren. Así que Annie se encuentra a salvo. Y
está sola y encerrada en esa horrible prisión disfrazada de escuela, y yo soy una
persona horrible, horrible, por haberla dejado allí.
Pero no tengo que mirarla y saber lo que he hecho. No tengo que escuchar
cómo su voz se torna suave y amable y llega a lo más profundo de mi ser y me
recuerda, siempre me recuerda, todo lo que he perdido y tomado. Todo lo que
aún puedo perder.
Sé que Annie me ama de forma incondicional, que siempre me amará, y eso
es lo más difícil con lo que tengo que lidiar. No quiero ser amada.
—Por lo menos no trajiste a una Lectora. Las odio.
Ríe.
—Yo también. Sabes cómo engañar a las Lectoras, ¿verdad?
—Maldigo para mis adentros una y otra vez.
—Esa es una buena técnica, pero se acostumbran muy rápido. Si no puedes
enfocarte en fastidiarlas, entonces siempre ten una canción irritante sonando
en el fondo de tu cabeza. Y si necesitas hacerlas sentir tan incómodas que no
puedan seguir escuchando, piensa en sexo.
—¿Sexo?
—Sexo. —Es tan apuesto que quiero deslizarme hacia él y que me dé detalles.
Pero él es, y siempre ha sido y será, algo malo, y no puedo ignorar eso.
¿O sí?
—¿En verdad deberías estar aconsejándome sobre cómo evitar a la gente que
tu padre tiene espiándome?
Sonríe y es esa sonrisa intensa que creo que solo me dedica a mí.
—Eres mi estudiante estrella, ¿recuerdas? Solo porque tengas que hacer lo
que él quiere que hagas no significa que no puedas mantener en secreto algunas
partes de ti misma. Se trata de mantener un equilibrio, Fia. Equilibrio, paciencia
y tiempo.
—Tú nunca me pareciste alguien paciente.
Se recuesta, coloca los brazos detrás de la cabeza y cierra los ojos.
—Como ya te dije. Secretos.
James tenía razón. Me encanta bailar. Me encanta tanto que casi no deseo el
alcohol que circula a mi alrededor, las drogas que la gente está ingiriendo. Y
casi ni me pregunto cuán mejor se sentiría bailar si ingiriera algo. Cuando en
verdad estoy bailando, cuando estoy en el medio de una multitud en la
oscuridad acompañada de las luces vibrantes y el ritmo pulsante, puedo
perderme en mí misma de una manera de la que es fácil volver.
Me encanta.
Estamos en algún lugar de Alemania. No sé dónde; no me importa. Eden sale
casi todos los días y hace turismo. Yo duermo en la suite obscenamente costosa
de nuestro hotel y espero a que llegue la hora de salir a la discoteca. James
asiste a reuniones, se asegura de que yo me alimente bien y me incita a cumplir
con «tareas» ocasionales (aprender cómo operar casi cualquier plataforma
tecnológica, por ejemplo), y después salimos a bailar.
Le envío a Annie postales que Eden compra para mí, ya que no importa qué
imagen tengan, y finjo que soy yo la que recorre las montañas y visita los
castillos y plazas históricas. A Annie le gustará eso. Odio que alguien más tenga
que leérselas. Espero que no sea la señorita Robertson.
—¿No te prepararás? —pregunta Eden, y me mira de arriba abajo mientras se
aplica otra capa de brillo labial.
—Zapatos. Falda. Top. Estoy lista.
—Quiero decir, hagamos algo con tu pelo. Llévalo recogido. Hazte unos rizos.
Y podrías llevar más maquillaje. No estás vendiendo nada.
—¿Qué se supone que debo vender?
—Los chicos se vuelven locos por ti en estos lugares; puedo sentirlos para ti,
si quieres.
—¿Acaso te parezco particularmente lujuriosa? —Dejo mis emociones al
descubierto, las imagino derramándose sobre ella. Yo soy el océano en el que
vivimos durante dos meses. Estoy vacía. No soy nada.
—Detente. Eres tan perturbadora. —Sale a las zancadas de la habitación,
murmurando algo acerca de echar de menos a Annie, y yo sonrío.
Llamo a la puerta. Nadie responde. Por favor, por favor, espero que lo que vi
suceda hoy.
—¿Señorita Robertson? ¿Se encuentra aquí?
Me responde un ronquido suave. Sonrío y cierro la puerta detrás de mí.
—Doris, despierta.
No hay respuesta.
—¡Doris!
Su respiración cambia y escucho que su silla cruje; una botella o un vaso se
hace añicos contra el suelo.
—Ups —balbucea—. ¿Annabelle? ¿Errrres tú?
—Sí. Quería hablarle. Sobre Sofia.
—So-fiia. Me alegra que se haya ido. Odiaba sus pensamientos. Cosas malas.
Siempre cosas malas.
—¿Por qué la quiere Keane? ¿No debería haberse librado de ella después de
que mató a Clarice?
La señorita Robertson resopla con fuerza.
—Clarice recibió su merecido. Se lo dije, se lo dije, pero ella siempre tenía la
razón. Sería la primera Vidente que Keane designaría para ser su asistente
personal. Nadie sintió tristeza por su partida. Era brutal.
—¿Iba a asesinarme? —pregunto. Tengo el corazón en la garganta. Me lo he
estado preguntando durante mucho tiempo. ¿Era Clarice la que me asesinaría?
Si lo era, todo lo que Fia hizo fue matar a una asesina. Eso cambiaría todo.
—¿Quién sabe? No hubieras sido la primera. Ella también te odiaba a ti.
Frunzo el ceño, dolida. Siempre creí que le agradaba a Clarice. Fue amable
conmigo, me ayudó a descifrar mis visiones.
—Ah, ¿sí?
—Odiaba a todas las demás Videntes. Las satobaba… satobaba… saboteaba.
No quería que Keane dependiera de nadie más. Yo creo que todas ustedes son
inútiles. Todo siempre está cambiando, no pueden ver lo que se supone que
tienen que ver, bla, bla, bla. Ahora las Lectoras, eso es diferente. Eso sí es una
habilidad. Pero ¿acaso yo voy a cualquier parte además de esta escuela con
pensamientos flotando a mi alrededor, abalanzándose sobre mí, golpeteando en
mi cráneo? No. ¿Acaso me envían con un CEO o un senador? No. Tengo que
vivir con adolescentes que gimotean todo el día, todos los días. Si no tuviera
que enviar a mis tres hijos desagradecidos a la escuela, me iría de aquí en un
abrir y cerrar de ojos. Te lo digo, en un abrir y cerrar de ojos. Me iría. Me iría.
Su voz se desvanece y escucho un golpe sordo contra la madera. Su cabeza
contra el escritorio, creo. CEO y senadores. ¿Es allí adonde envían a las otras
chicas? ¿Trabajan para personas importantes y les roban los pensamientos?
—Pero ¿qué sucede con Sofia? ¿Por qué es tan especial?
—Nada. No puede tomar una decisión equivocada. Tiene instintos perfectos
o intuición o lo que sea. Acciones de la bolsa, luchas, descubrir a mentirosos,
engañar a las personas. También es casi invisible para las Videntes, porque
siempre está cambiando y cambiando. —Resopla y suelta una risa seca—. Es
una tontería. ¿Qué ventaja tienen los instintos perfectos en una chica loca?
—No está loca —siseo.
—Ella está… un momento, ¿qué estás haciendo tú aquí? No puedo escucharte
muy bien. Quizzzás bebí demasiado esta vez. —O quizzzás las píldoras que
introduje en tu botella ayer fueron una mala combinación.
—Vete a dormir, vieja loca. —Volteo y salgo de su oficina. Mientras recorro la
pared con la mano, me siento perturbada. ¿Y qué si Fia tiene instintos o
intuición perfecta? ¿Por qué eso la vuelve tan valiosa?
Aunque ahora que lo pienso, si tuvieras a alguien que puede tomar la decisión
correcta en cualquier situación, volcar todo a su favor (si cada corazonada que
tuviera, cada reacción que expresara fuera siempre exactamente correcta) las
posibilidades serían incluso mucho más atrayentes que las que una Lectora,
Sintiente o Vidente pudiera ofrecer.
Pero lo que la señorita Robertson había dicho todavía me perturbaba. Fia no
está loca, no lo está, pero la han llevado a un límite. ¿Qué le haría eso a sus
instintos, a lo que sea que ella tuviera en tanta sintonía con todo? ¿Cómo
retorcería eso su intuición?
Clarice, muerta en el suelo, una decisión repentina de parte de Fia.
¡Clarice! Clarice, la malvada Clarice, que me habría asesinado. Tengo que
contarle a Fia. Esto cambiará las cosas, sé que lo hará. Ella se sentirá mejor y no
estará consumida por la culpa. Corro por el pasillo, subo las escaleras, espero
con impaciencia a que el guardia que se encuentra afuera del ala de la
residencia me abra la puerta.
En mi habitación, recorro con los dedos la lista de números que tengo junto a
mi teléfono. James me entregó el suyo antes de que partieran. Intenté llamar
algunas veces, pero Fia no me habló, no realmente. Era demasiado deprimente
intentar mantener una conversación yo sola.
Marco, y suena y suena y me preocupa tanto que me responda el buzón de
voz que casi grito; luego, escucho la voz de James.
—Hola.
—¡James! ¡Necesito hablar con Fia!
—¿Annabelle? ¿Qué sucede?
—¡Nada! Necesito hablar con ella.
—¿Sobre qué?
Dejo escapar un suspiro de exasperación.
—Sobre Clarice. Ella tiene que saber lo que yo sé.
—¿Y qué es lo que tú sabes?
Estoy demasiado entusiasmada para mentir.
—¡Clarice era malvada! Nunca supimos si ella habría sido la que me
asesinaría, pero estoy bastante segura de que habría sido ella. Y además, hizo
muchas otras cosas. Incluso la señorita Robertson creía que ella era malvada, y
eso dice mucho. ¿Dónde se encuentra Fia?
Se escucha una pausa prolongada, y espero, ansiosa, contarle todo a Fia. Pero
James todavía sigue en la línea.
—¿Qué crees que cambiará en ella al saber esto?
—¡Todo! Fia no tiene que sentirse culpable, ¡no tiene que dejar que eso se la
coma viva!
—No creo que entiendas a tu hermana. Ella no asesinó a Clarice porque fuera
malvada. Asesinó a Clarice para protegerte. Clarice podría haber sido la Madre
Teresa y Fia hubiera hecho exactamente lo mismo.
—Pero… si ella supiera…
—No cambiaría nada. Fia tomó sus decisiones pensando completamente en
ti, y no importó quién estuviera recibiendo la sentencia de muerte. Ella te
escogió a ti, Annabelle. Por encima de Clarice. Por encima de cualquiera.
Incluso por encima de ella misma. Nada cambiará sus sentimientos sobre lo
que hizo, porque ella sabe que lo volvería a hacer. Es eso con lo que no puede
vivir.
Me dejo caer sobre el sillón.
—Pero debería saberlo. —Hace que las cosas sean mejor. Lo hace.
—Creo que tú eres la única que siente menos culpa por saber sobre Clarice.
No finjas que ayudará a Fia. Ahora bien, ella está durmiendo y odio despertarla.
¿Hay algún mensaje que quieres que le transmita?
—No —susurro, y corto la comunicación.
MARTES POR LA TARDE
Debería llevar puesta una camiseta negra hoy. Elijo una de la pequeña pila de
ropa que el grupo Lerner me entregó. Vaqueros. Calzado con el que pueda
moverme. Me tiemblan las manos y termino de anudar el calzado cuando se
escucha un golpe suave.
—Adelante —digo, porque de todas formas nunca he tenido habitaciones que
mantengan afuera a la gente.
Adam abre la puerta y me sonríe con timidez.
—Ey. ¿Cómo estás?
Me pongo de pie y estiro los brazos por encima de la cabeza, y siento un jalón
y una comezón en los puntos del brazo. Quiero deshacerme de ellos.
—Estaré bien.
—Me preguntaba si podría… bueno. —Levanta los brazos y pasa los dedos
largos entre su pelo—. Esto es más incómodo de lo que creí que sería. Pero me
preguntaba si podría hacerte una resonancia de tu cerebro y tomarte algunas
muestras de sangre.
No. No, no, no. Nunca dejes que hagan eso. Nunca dejes que encuentren a
alguien más como tú, nunca, nunca. Sonrío y sacudo la cabeza.
—Nunca dejo que un chico vea mi cerebro sino hasta la tercera cita.
Abre bien los ojos y luego ríe.
—Lo siento. Supongo que fui muy directo.
—Al menos me debes una cena y una película, primero.
Su sonrisa me atraviesa el cuerpo y me parte el corazón.
—Eso me gustaría.
Ay, cómo lo deseo. Desearía ser una chica que él pudiera llevar a cenar y a
mirar una película. Todavía podría serlo. Podría tener esa vida. Podría ganarme
la forma en la que me mira. Echo un vistazo al reloj. Es casi la hora. No puedo
pensar. Sujeto el pequeño teléfono prepago que le pedí a Sarah que comprara
para mí.
—¿Tienes un teléfono?
Asiente.
—¿Lo arrojarás por otra ventana?
—No arrojaré teléfonos por la ventana hoy. Quizás algo más. Necesito que
me hagas un favor. Necesito que llames a este teléfono a las 12:20. —Le digo el
número. Lo hará, por supuesto.
Guardo el teléfono en el bolsillo, junto al que robé, y luego me siento en el
borde de la cama y le doy una palmadita al espacio junto a mí. Se sienta.
Extiende los pies hasta el suelo.
—Adam, escúchame. Sé lo que significa trabajar para personas que creen que
saben más que uno. Prométeme que lo que sea que hagas aquí, serás cuidadoso.
Prométeme que siempre escucharás esa voz en lo más profundo de tu ser que
te dice si algo está bien o mal. Incluso si es tan solo una corazonada. Incluso si
es tan solo un atisbo de un atisbo de una sensación. Porque podrías salvar, o
destruir, muchas vidas. De todas formas, tendrás ayuda. Alguien que en
realidad sabe más que tú.
Sonríe y me mira con esperanza en sus ojos grises. Este chico está hecho de
esperanza. ¿Cómo se siente eso?
—Me alegra tanto que te quedes.
—Gracias por mirarme como… como si pudiera ser una persona entera. No
tienes ni idea de lo que significa para mí. —Me inclino para besarlo en la
mejilla, y me sorprende girando la cabeza y haciendo que nuestros labios se
encuentren, y es suave y dulce y real, real, real.
Podría tener besos como ese durante el resto de mi vida. Besos que no saben
quién soy yo. Besos que me hacen sentir más y menos de lo que soy. Pero mi
dedo hace tap tap tap sobre mi pierna y me recuerda que yo no soy quien
Adam cree que soy, y eso me hace querer llorar. No es que no merezca su beso.
Es que la persona que soy nunca puede en verdad compartir una vida, un alma,
con la persona que es él.
Se aparta, mira hacia abajo, a la cama con un batir semicircular de las
pestañas.
—Lo siento, sé que en realidad no nos conocemos, pero he querido hacer eso.
Suspiro y echo un vistazo al reloj; es hora.
—No lo sientas. Yo no lo hago. Gracias de nuevo. Y no olvides llamar.
Él se siente bien para esto. Todo estará bien. Me pongo de pie, salgo de la
habitación y troto por el pasillo. Vuelvo al vestíbulo. Tengo suerte, Sarah y Cole
y, ah, incluso mejor, Rubio claro (hoy no porta un arma) están allí. Rubio claro
me mira con un enfado apenas disimulado. Tiene puesta una rodillera.
Sarah sonríe.
—Allí estás. Justo estábamos hablando de ti.
—Claro que sí. —(Hay una banqueta junto a la ventana, que no tiene vidrio
laminado ni una red para evitar que se resquebraje).
—Me preguntaba si estarías dispuesta a darnos una mejor idea de lo que has
hecho en la escuela y de por qué estaban tan interesados en ti. ¿Tú dijiste que
eras las «manos»?
—Las manos, sí. También la pronosticadora de acciones de la bolsa, la
especialista del espionaje de corporaciones, la incitadora de peleas y una
aterradora residente psicópata.
Sarah adopta una expresión triste.
—Lamento mucho todo lo que has tenido que atravesar. ¿Te gustaría hablar
sobre ello?
Estiro ambos hombros, me sueno el cuello y los nudillos. Esto dolerá. No hay
nada que hacer para evitarlo.
—Nop, no quiero hablar sobre nada. Tú empleaste el tiempo pasado para
describir mi trabajo para Keane. Deberías utilizar el tiempo presente. Soy sus
manos.
—Pero… —Sarah se muestra confundida. Más evidencia de que no debería
estar haciendo esto. Debería parecer atemorizada.
Cole lo comprende. Se pone de pie con rapidez del sillón, se ubica entre Sarah
y yo. Rubio claro es más lento, pero él también se pone de pie y se acerca
renqueando. Sonrío y enseño las manos en alto.
—En verdad, lo siento. Pero tengo que hacer esto… —Inclino la cabeza y me
abalanzo contra Rubio claro, lo golpeo en la cintura, lo arrojo contra el suelo y
se oye un ufff fuerte.
Cole me levanta y me aparta con un golpe de Rubio claro. Ruedo; mi cara
golpea contra el suelo, fuerte. Se me formará un magullón. Bien. Me pongo de
pie y me sacudo para deshacerme del aturdimiento.
—No dejaré que destruyas esto —dice Cole. Ellos lo necesitan. Me alegra
tanto que se encuentre aquí.
—No diré ni una palabra sobre ustedes. —Lanzo un puñetazo hacia su
cabeza, y hago que mis movimientos sean evidentes y amplios. Se agacha
debajo de mi puño e impacta el propio en mi rostro, donde ya me golpeé contra
el suelo. Giro, golpeo la pared, la utilizo para sostenerme en pie.
Dolor, dolor, dolor.
—Lo siento mucho. —Miro a Sarah, quien está observando todo esto
horrorizada—. Y prometo no contarles nada. Pero debo irme.
Corro hacia la ventana, me alejo del alcance de Cole y luego arrojo la
banqueta por la ventana con un gran estrépito. Me inclino, puño por encima de
mi cabeza una vez más, pateo, Cole se desploma, veo un cuchillo en su
cinturón.
Lo golpeo en la nariz, es probable que esté rota, luego extiendo la mano y
hago deslizar el cuchillo de su funda.
—Sofia, por favor. —Sarah se pone de pie y me enseña las manos—. No tienes
que hacer esto.
—No. En verdad tengo que hacerlo.
—Entonces, sal por la puerta. Te lo permitiremos.
Río. Es tan dulce.
—Ah, lo sé. Solo necesito evidencia física para una buena historia de escape.
Me dejaron inconsciente, me mantuvieron cautiva en una celda y me escapé
luchando sin hablar con nadie. No tengo ni idea de quién me capturó. Buena
suerte. Cuida de Adam.
Salgo por la ventana y dejo que los bordes dentados de vidrio me rasguen los
brazos, me corten. Luego corro por la acera.
Hoy es el fin. Hoy dejaré de reaccionar. Durante todos estos años he estado
apagándome, dejando que mis caminos se eligieran a sí mismos. A partir de
hoy, actuaré. Elegiré.
Haré cosas en verdad terribles. Cosas inimaginables. Pero mi mente está
zumbando con las palabras bien, bien, bien. Río, guardo el cuchillo en mi
bolsillo y corro hacia el arco.
Estoy casi dormida cuando siento que los pies de mi cama se mueven.
—¿Fia?
Escucho su respiración; es rápida, entrecortada e interrumpida por sollozos.
—¿Por favor?
Suspiro, me muevo hacia la pared y levanto las mantas. Su pequeño cuerpo se
acurruca junto a mí.
—¡Ay! —siseo mientras me golpea el estómago con su rodilla.
—Lo siento.
—Sabes que no tienes permitido hacer esto.
—Por favor, no digas nada.
Sonrío. No lo haré. Porque se meterá en problemas, pero también porque, si
bien finjo que no es así, me encanta cuando Fia tiene pesadillas y viene a mi
habitación. Me hace sentir orgullosa que me elija a mí por encima de nuestros
padres.
—Muy bien —digo, dándole palmaditas en la cabeza y acariciándole el pelo
como lo hace mamá para hacerme sentir mejor.
—Desearía que la noche no fuera tan larga.
—¿Por qué?
—Me asusta. No puedo ver nada. ¿Y si hay algo oculto en la oscuridad en mi
dormitorio?
—Qué tonta. La oscuridad no es atemorizante. La oscuridad es segura.
—¿Por qué?
—Yo vivo en la oscuridad todo el tiempo. Pero cuando está oscuro en el
exterior todos tienen que vivir allí también. Y si no puedes ver a alguien, ellos
tampoco pueden verte a ti.
Solloza unas pocas veces más.
—Entonces ¿es como si yo estuviera oculta en la oscuridad?
—Sí. Tú eres el secreto cuando está oscuro. La oscuridad es segura.
—La oscuridad es segura —susurra, y se acurruca contra mí y apoya uno de
sus brazos huesudos sobre mi estómago—. Pero solo cuando tú también estás
aquí.
—A salvo juntas. —Sonrío y retiro su pelo de donde me causa comezón en la
nariz. Algunas veces yo soy la que cuida de Fia. Me hace sentir feliz—. Yo
cuidaré de ti —aseguro, pero ella ya está dormida. Respiro el aroma dulce de su
champú y yo también me duermo.
AGRADECIMIENTOS