Está en la página 1de 205

KIERSTEN WHITE

Traductora: María Celina Rojas

Argentina – Chile – Colombia – España


Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
White, Kiersten
Juegos mentales / Kiersten White; editado por Leonel Teti. 1a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Puck, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: María Celina Rojas.
ISBN 978-987-4132-31-4
1. Narrativa Juvenil Estadounidense. 2. Ciencia Ficción. 3. Novelas de Suspenso. I. Teti, Leonel, ed. II. Rojas, María Celina, trad. III. Título
CDD 813.9283

Título original: Mind Games


Editor original: Harper Teen
Traducción: María Celina Rojas
Adaptación para Latinoamérica: Leonel Teti con Erika Wrede
1.ª edición: Agosto 2019
Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, las organizaciones y los hechos que aquí se mencionan
son producto de la imaginación de la autora o bien se usan de forma ficticia.

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización


escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de
ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Copyright © 2013 by Kiersten Brazier


Publicado en virtud de un acuerdo con HarperCollins Children’s Books,
una división de HarperCollins Publishers
All Rights Reserved
© de la traducción 2019 by María Celina Rojas
© 2019 by Ediciones Urano, S.A.U.
Paracas 59, 1275 CABA
www.mundopuck.com
ISBN: 978-987-4132-31-4
Para Erin, Lindsey, Lauren y Matthew: hermanos, amigos,
compañeros de aventuras.
SIETE AÑOS ATRÁS

Mi vestido es negro y me causa comezón y lo odio. Quiero arrancármelo y


patear a tía Ellen por obligarme a llevarlo puesto. Y es corto, y mis piernas
enfundadas en mallas blancas sobresalen demasiado por debajo del dobladillo.
No he llevado puesto este vestido en dos años, no desde que tenía nueve, y en
ese entonces también lo odiaba.
El vestido de Annie es tan estúpido como el mío, pero al menos ella no puede
ver cuán tontas nos vemos. Yo sí. No quiero sentirme avergonzada hoy. El día
de hoy es para estar triste. Pero estoy triste y avergonzada y también incómoda.
Debería estar lloviendo. Se supone que llueva en los funerales. Quiero que
llueva, pero el sol es abrasador, me daña los ojos y todo se ve nítido y
resplandeciente, como si el mundo no supiera que la tierra se está tragando a
mis padres.
Mis padres. Mis padres. Mamá y papá.
Annie llora con suavidad junto a mí, la cabeza tan inclinada que casi
quedamos a la misma altura. Me alegra que no pueda ver nada de esto, que no
pueda ver los ataúdes, que no pueda ver los parches de césped falso alrededor
de ellos. Solo dejen la tierra. Están yendo a la tierra. Preferiría ver la tierra.
Extiendo la mano y sujeto la de Annie. La aprieto y aprieto porque ella ahora
es mi responsabilidad y la de nadie más. Cuidaré de ella, les prometo a mis
padres. Cuidaré de ella.
LUNES POR LA MAÑANA

En el instante en el que él se inclina para ayudar al cachorro spaniel de ojos


tristes, sé que no seré capaz de asesinarlo.
Esto, por supuesto, arruina mi día entero.
Tamborileo los dedos con nerviosismo (tap tap tap) contra mis vaqueros. Él
todavía está ayudando al cachorro, desenredando la correa sujeta a un árbol
afuera del bar. Y no solo lo está ayudando, le está hablando. No escucho las
palabras, pero al ver el rabo del cachorro me doy cuenta de que lo que sea que
esté diciendo, está empleando las palabras correctas, un consuelo dulce, alegre
y delicado mientras sus dedos largos desenmarañan, desatan y deshacen con
habilidad mi día entero, mi vida entera. Porque si él no muere hoy, Annie lo
hará, y esa es una muerte que no puedo cargar en mi consciencia.
¿Por qué tuvo que ayudar al cachorro? Si hubiera seguido de largo, como se
suponía que hiciera, yo podría haber cruzado la calle, podría haberlo seguido
hasta el callejón y terminado con su vida de forma tan anónima como me fuera
posible.
Ahora él es más que una fotografía y una ubicación. Es la salvación del
cachorro jadeante. Es un par de piernas que sobresalen como las de un
saltamontes mientras acaricia por última vez las orejas del spaniel. Es un par de
zapatos desgastados y vaqueros raídos por el uso y pelo oscuro accidentalmente
revuelto. Es un par de ojos entrecerrados porque olvidó las gafas de sol y una
mochila pesada que le hace perder el equilibrio. Es un par de orejas demasiado
grandes y una sonrisa demasiado grande y unos ojos demasiado grandes y
(demasiado grande, demasiado grande, demasiado grande) demasiado real para
que yo termine con él.
Permanezco en los recovecos ensombrecidos al otro lado de la calle. ¿Por qué
me enviaron a mí para esto? ¿Por qué no robar información de la cuenta
bancaria de un CEO o chantajear a un juez? Podría haber hecho eso. Hago esas
cosas. Todo el tiempo.
No había estropeado algo de esta forma en dos años. He hecho todo lo que
James me ha pedido, todo lo que Keane ha querido que haga. He mantenido a
Annie a salvo, y no me importa si la manera en la que vivimos no es forma de
vivir, por lo menos es estar vivas. James me permitió hacer sola este viaje, y sé
que es una prueba para ver si en verdad les pertenezco, si pueden confiar en
que mi necesidad de proteger a Annie me une a ellos para siempre, sin
importar los horrores que esté cometiendo. No puedo fallar.
Técnicamente no lo he hecho aún, todavía puedo hacer esto, todavía puedo
mantener a Annie sana y salva en su habitación, donde ella no ve nada excepto
visiones fragmentadas de vida. Quizás ella ya haya visto esto, quizás sepa que
todo terminó para nosotras en el instante en el que este chico ayudó a ese
cachorro y se transformó en una persona para mí.
Ese estúpido perro nos ha matado a todos.
Pero la decisión ya está tomada y debo cruzar la calle y terminar lo que he
empezado. Ahora. No puedo planearlo. Planear no es seguro… incita a que las
Videntes te espíen. Solo tengo que moverme.
Mis pies pisan el asfalto, me hacen cruzar la calle, y no sé qué hacer. Durante
mucho tiempo mi cerebro ha sido entrenado para ignorar la señal constante de
que estoy por causar el mal, para trabajar a pesar de saber que todo lo que estoy
haciendo siempre es malo. Ahora estoy pensando solo en mí, utilizando mis
instintos para mi beneficio propio.
Lo que, por alguna razón, significa que este chico ahora tiene que venir
conmigo a algún lugar que yo todavía desconozco, pero siento que ir hacia el
norte es la dirección correcta. Estoy a punto de convertirme en la feliz dueña
del cachorro de orejas suaves, el hacedor de mi destrucción.
—¡Encontraste a mi perrita! —Una voz que no es la mía, sino la que él
necesita escuchar, escapa de mi boca, y en el instante en el que sus ojos
encuentran los míos (grises, tiene ojos grises, yo hubiera cerrado sus ojos grises
para siempre), sé que me acompañará tan al norte como necesito ir, y después
de eso decidiré qué hacer.
Planear no es lo mío. El impulso sí lo es.
—¿Es tuya? —pregunta, y su voz es más grave de lo que imaginé, y tan amable
y cálida y desprovista de violencia como supe que sería. Me mira con
detenimiento, mis grandes ojos azules, mis labios de muñeca de porcelana, mi
largo pelo color café: soy la misma imagen de la inocencia adolescente.
Me inclino y atraigo al cachorro hacia mí. No tiene identificación en el collar,
tengo que ponerle un nombre.
—¡Sí! Gracias. Mi padre… —Dudo y echo un vistazo hacia el bar. Su mirada
sigue la mía y luego vuelve de pronto, y la empatía ilumina su rostro.
Los chicos son tan fáciles.
Me incorporo y mantengo la mirada en el perro como si no pudiera tolerar
mirar al chico a los ojos.
—Bueno, eh, se suponía que él volvería hace dos horas. Me preocupé. Chloe
necesita comer.
—Yo no la encontré —aclara, la voz suave y animada para intentar
compensar mi vergüenza—. Solo le desenredé la correa. Es una bonita
cachorra.
Mi señal para levantar la vista y recuperarme.
—Lo es, ¿verdad? Es mi mejor amiga en todo el mundo. Ay, Dios, eso me hace
sonar como una perdedora. —Suelto una risita tal como debería hacerlo. Él
sonríe. (Sus ojos grises me atormentarán para siempre con lo que podría haber
hecho, con lo que aún podría hacer, con lo que aún debería hacer. Ay, Annie,
¿tú ya has visto esto? ¿Sabías cuando me fui que yo haría que nos asesinen a
ambas?).
—No, en absoluto. Me encantan los perros. Yo tuve un pastor alemán de
niño; todavía lo echo de menos.
Envuelvo la correa alrededor de mi mano llevando su atención hacia allí.
Manos pequeñas, manos seguras, manos que él quizás querría sujetar una vez
que averiguara si soy o no demasiado joven para él. Me repugna mirar mis
manos.
—Hay una cafetería a unas pocas calles de aquí donde puedo comprar algo
para Chloe. ¿Quisieras…? Es decir, si no tienes nada para hacer, me encantaría
darte las gracias por ayudar a mi perrita, y si quieres venir conmigo, podría…
¿invitarte?
Sé que aceptará antes de que suelte su respuesta y yo sonría con un deleite
tímido. Quiere alejarse de mi vergüenza fingida, y quiere llegar a conocerme
mejor y descifrar si tengo la edad suficiente como para que él se interese en mí.
¿Qué pudo haber hecho este chico de brazos y piernas torpes y manos
nerviosas para aparecer en la lista negra de Keane? Tendré que averiguarlo.
Porque iré en contra de los deseos de Keane (ay no, ay no, nos asesinarán a
ambas) y necesito averiguar tanta información como pueda para intentar
arreglar esto. Cuando me encomiendan una tarea, nunca me dicen el porqué.
Solo el qué. Quieren que actúe con la menor cantidad de información posible.
Yo no soy como las otras chicas, las que eligen ayudarlos, las que desean dinero
y poder.
Ellos saben que no tengo opción, pero si la tuviera, estarían todos muertos.
—Es por aquí. —Camino hacia donde tenemos que ir. Se siente correcto, de
la misma manera en la que sientes que está por venir una caída en una
montaña rusa antes de que llegues arriba de todo. Estoy cayendo, pero estoy
cayendo exactamente como se supone que lo haga.
—Me llamo Adam, por cierto.
—Ah —digo, y suelto otra risita—. Sí. Yo soy Sofia. —Casi tropiezo. Le dije mi
nombre verdadero, mi nombre real. ¿Por qué lo solté de esa manera? Yo
siempre miento—. Pero mis amigos me llaman Fia. O, bueno, supongo que
Chloe lo hace, ya que, como te dije, ella es mi única amiga.
Vuelve a reír. Le gusto mucho, y quiere saber qué edad tengo, lo puedo ver en
cada gesto de su cuerpo.
—¿Vives por aquí? —pregunta.
—Solo estoy de visita. Una especie de viaje de estudios, supongo. —Veo que
sus cejas se elevan de forma involuntaria y, a pesar de que soy una chica muerta
en vida, sonrío, sonrío en serio. Él ahora está asustado, pero no por lo que
debería estarlo—. Tengo diecisiete.
Un suspiro de alivio.
—Ay, bien. No te ofendas, pero pareces más joven.
—Siempre me dicen que eso me gustará cuando sea mayor.
—A mí me decían lo mismo cuando era ese chico torpe y horrible que medía
un metro noventa a los trece años. —Sonríe ante el recuerdo, y yo me pregunto
cómo era él en ese entonces. Me pregunto cómo es él ahora—. Tengo
diecinueve, por cierto, en caso de que parezca mucho mayor o mucho menor
de lo que en realidad soy.
—No, pareces exactamente como lo que en verdad eres. —Este chico de
diecinueve no miente. Ni con su cuerpo, ni con su rostro, ni con su boca. Mi
dedo tamborilea el porqué, porqué, porqué de su muerte—. ¿Tú vives por aquí?
—Estoy estudiando, en realidad. En el hospital de la universidad.
—¿Serás médico? —Mi voz se tiñe con un dejo de asombro. Creo que es lo
adecuado para la imagen que él tiene de mí, pero mi mirada está recorriendo
las líneas de las aceras vacías que se extienden frente a nosotros. Aún no sé
hacia dónde nos dirigimos; dejo que Chloe trote hasta donde llega la correa.
Me pregunto si Keane tiene a una Vidente (además de Annie) que tenga el
talento suficiente para verme. Me pregunto cómo ocultaré esto de las Lectoras
y Sintientes. Me pregunto cuánto dolerá morir, y si me importará tanto
después de todo.
—Algo así. Me agrada más la investigación que sanar a la gente. ¿Cuándo te
graduarás?
Volteo sonriendo, lista para inventar algo, y entonces los veo.
Tres hombres. Vestimentas oscuras, chaquetas delgadas, nada destacable en
ninguno de ellos. No nos miran mientras se acercan desde la otra calle. Vienen
por él, por mí o por ambos.
Querida, querida intuición: ¿por qué me condujiste por este camino? Porque
ser emboscada por tres hombres no es mi idea de un buen plan. Al menos no
son mujeres; mis pensamientos y emociones aún están a salvo. Los hombres no
pueden entrar en mi cabeza.
—Vamos —digo, y jalo de la correa y me apresuro a caminar por la acera.
—¿Qué clase de viaje de estudios estás haciendo? ¿Estarás en la ciudad
durante un tiempo?
—No tengo ni idea. Mis planes cambiaron hace cinco minutos. —Echo un
vistazo por encima de mi hombro para observar a los hombres, tres (tap tap
tap… odio el número tres), hombros anchos, una pistola entre ellos de acuerdo
a cómo camina el hombre del medio (ese fue un error, todos ellos deberían
tener armas… supongo que ya lo averiguarán), igualan nuestro paso y se
acercan.
Quizás no recuerdo cómo se siente no estar actuando mal todo el tiempo.
Quizás sin ese débil y constante murmullo de dolor en la cabeza, esa punzada
en el estómago, esa sensación que tienes justo antes de que algo malo suceda y
que no puedes anticipar pero que sabes que sucederá de todas formas, esa
sensación que ha sido mi compañera constante durante estos últimos cinco
años… Quizás sin ella yo no soy nada. Quizás solo puedo tomar las decisiones
adecuadas cuando lo estoy haciendo bajo las órdenes de alguien más. Quizás
moriré incluso antes de lo que pensaba.
Me inclino y levanto a Chloe, y hundo el rostro en su pelaje sedoso. Ok.
Puedo morir hoy. Si muero, nunca sabrán que no hice lo que me ordenaron
hacer, y Annie estará a salvo. Keane no puede utilizarla para castigarme si estoy
muerta. Pero le ofreceré una salida a Adam, porque de otra manera todo esto
habría sido en vano.
—Aquí. —Giro en un callejón estrecho ubicado entre dos edificios altos de
ladrillos. Tiene salidas por ambos extremos, bien; no hay puertas escondidas,
no tan bien, pero servirá.
—¿Esto es un atajo? —pregunta, y echa un vistazo por encima de su hombro
para ver lo que yo no dejo de observar.
Apoyo a Chloe en el suelo y le desato la correa.
—Vete —digo. Me echa un vistazo con ojos tristes, y yo dejo escapar un
gruñido grave desde lo profundo de mi garganta—. ¡VETE! —Con el rabo entre
las patas, se escapa corriendo del callejón hacia un sitio seguro.
Al menos uno de nosotros lo conseguirá.
—¿Qué es lo que has… por qué dejaste ir a tu cachorra?
—No es mía. —Apoyo las manos en las caderas y levanto la mirada hacia el
rostro confundido de Adam—. Escucha con atención. Vine aquí hoy para
asesinarte.
Una sonrisa insegura le curva los labios mientras él traslada su peso de una
pierna a la otra, intentando pensar cómo decirme que mi broma no es graciosa.
—Eh, eso es…
—Si fuera a asesinarte, ya estarías muerto. No sé por qué se supone que debas
morir, espero que tú puedas contármelo, pero en este momento no tenemos
tiempo porque tres hombres están a punto de entrar en el callejón y, o quieren
matarte a ti, o a mí, o a ambos. Lo que apesta. Así que apártate mientras yo
intento ponernos a salvo.
Abre la boca para preguntarme de qué estoy hablando cuando los tres
hombres entran en el callejón, aminoran la marcha y se aproximan hacia
nosotros con miradas cautelosas y sonrisas tensas. Sus sonrisas mienten.
La mayoría de las sonrisas lo hacen.
—Allí los tienes —indico. Me ubico delante de Adam y de forma casual me
interpongo entre él y los tres hombres. El de cabello oscuro a la derecha
(movimientos controlados, demasiada masa muscular) será lento. El de cabello
rubio claro, que se encuentra en el medio y lleva el arma, intentará evitar una
lucha cuerpo a cuerpo porque depende psicológicamente de su arma. El de
barba incipiente, ubicado a la izquierda, se mueve de forma segura y fluida, y es
mi mayor problema.
Se detienen justo delante de mí, y yo todavía no he descifrado a quién de los
dos buscan.
—James no me dijo que tendría refuerzos —comento. Sus miradas viajan del
uno al otro, solo durante una fracción de segundo, pero es suficiente. No están
con Keane—. En verdad tiene que advertirme sobre estas cosas. Me habría
ahorrado el trabajo de fingir coquetear con este delgaducho. —Señalo con el
pulgar a Adam para evitar decir su nombre—. ¿Ustedes se encargan de él a
partir de ahora?
Rubio claro, que lleva el arma, sonríe, los dientes grandes, blancos y parejos.
—Sí, por supuesto. Nos llevaremos a Adam con nosotros. —Bingo. Saben
quién es.
—¿Qué? —suelta Adam, y su voz se quiebra cuando pronuncia la palabra,
como si se sintiera filosa en su garganta.
Keane no los envió, y yo no soy su objetivo, pero es probable que ahora sepan
que estoy con Keane. Bueno, gracias de nuevo, norte. En verdad debo estar rota
si dejarnos atrapados en un callejón con gente que quiere a Adam es lo mejor
que pude hacer.
—Pueden llevárselo. Ni bien me digan la contraseña.
—¿La contraseña? —responde Cabello oscuro y músculos muy gruesos, y yo
deseo que solo él estuviera aquí porque es lento.
Río.
—Estoy bromeando. Sigo insistiéndoles que nos asignen palabras clave,
¿saben? Mucho más genial. Ah, bueno.
Barba incipiente no sonríe. No ha dejado de observarme durante todo este
tiempo y, a pesar de que sé que están aquí por Adam (¿por qué, chico estúpido?
¿Qué es lo que sucede contigo?), sé que Barba incipiente ahora también me
quiere a mí con iguales ansias, aunque tan solo sea para descifrar el enigma que
represento, al igual que yo también estoy desesperada por descifrar a Adam.
Barba incipiente hace un gesto.
—Tenemos un coche para ti. Una calle atrás, en la esquina de la Cuarta, un
sedán negro.
—Genial. —Extiendo los brazos como si estuviera exhausta y lista para
dormir una siesta.
—¿Qué está sucediendo aquí? —pregunta Adam, su voz detrás de mí suena
tensa de los nervios. Todavía desea que esta sea una clase de broma—. No iré a
ningún lado con nadie.
—Encantada de conocerlos, amigos —saludo, y me paso el bolso por encima
de la cabeza. Se lo arrojo a Rubio claro, que tiene el arma, y luego me dejo caer
al suelo y sujeto el cuchillo de mi bota.
Cabello oscuro queda fuera de combate antes de darse cuenta de lo que está
sucediendo, cae al suelo gritando y sujeta su pierna derecha, ahora estropeada
para siempre. Fuera de juego. Rubio claro se desprende del bolso, lo deja caer y
busca su arma. Le propino una cuchillada en su antebrazo derecho (no
apuntará tan bien con su mano izquierda), pero ¿dónde está Barba incipiente?
No sé dónde se encuentra.
«¡Déjate caer al suelo, ahora!». Siento el susurro de la brisa de un puñetazo,
luego ruedo hasta quedar de espaldas, pateo con ambos pies y golpeo a Barba
incipiente bajo la mandíbula. Aturdido, pero no lo suficiente como para quedar
inconsciente; Rubio claro está maldiciendo, pero se encuentra a punto de
sujetar su pistola. Me incorporo de un salto, le pateo la mano (el arma está en el
suelo, no pierdas de vista el arma) y luego dejo caer una patada descendente
sobre la rodilla doblada de Rubio claro. Se quiebra en un ángulo imposible.
Ahora dos de ellos no pueden perseguirnos, solo queda uno.
Unos brazos me envuelven desde atrás, alrededor de la cintura, y me sujetan
los brazos, y mi cuchillo queda inutilizado (malo, malo, malo, no tengo el
tamaño suficiente para esto, sabía que Barba incipiente sería un problema).
¿Chocar mi cabeza hacia atrás contra la de él? No, él esperará eso. Me quedo
floja, me deslizo hacia abajo unos pocos centímetros y libero mi codo, no es
una gran ventaja, pero es algo. Le clavo el cuchillo en el muslo, pero (maldito
sea) él no me suelta, solo me sujeta con más fuerza, y pierdo el cuchillo.
Alguien grita (Adam, Adam todavía está aquí, me había olvidado de él), y giro
la cabeza para ver cómo sujeta el arma del suelo. Rubio claro estaba intentando
alcanzarla, pero ahora la tiene Adam, y yo no sé si esto es bueno o malo porque
su mano está temblando tanto que podría asesinar a cualquiera de nosotros, y
mentí, no quiero morir, en verdad no. No estoy lista para ello.
Rubio claro intenta incorporarse, sosteniéndose contra la pared, pero Adam
grita:
—¡Quédate abajo! ¡Y tú! —Nos apunta con el arma y está temblando; ay, por
favor, suaves ojos grises, no me dispares—. ¡Suéltala! ¡Ahora!
Barba incipiente retrocede un paso, pero no me deja ir, me está apretando
con tanta fuerza que no puedo respirar, veo unas motas bailar frente a mis ojos.
Por favor, no me dispares, Adam. Quiero llegar a conocerte, descubrir por qué
estás involucrado en este caos, hacerte salir de él. Quiero volver a ver a Annie.
James se molestará mucho si muero. Nunca podré bailar con él.
—Tranquilízate —ordena Barba incipiente—. Me llamo Cole. No estamos
aquí para herirte.
—¡Déjala ir!
—Adam, baja el arma. Ella es la única aquí que te hará daño.
—Entonces, ¿por qué la atacaron? —La voz de Adam es aguda, tensa a causa
del pánico. Mis costillas, ay mis costillas, duelen.
—No estás pensando con claridad —dice Barba incipiente, Cole—. Ella nos
atacó a nosotros. Entramos en este callejón para ayudarte y ella nos atacó.
—Pero ¡ustedes tenían un arma! —La mueve sin control.
—Y ella, un cuchillo. Es probable que tenga más armas en su bolso. Necesito
que me ayudes. Baja el arma con cuidado y después revisa en el bolsillo de mi
chaqueta. Hay una pistola paralizante allí. No es letal, y la utilizaré solo una vez
para asegurarme de que esta chica no pueda hacernos daño a ninguno de
nosotros, y luego hablaremos y nadie más saldrá herido. Tienes mi palabra.
Odio las pistolas paralizantes, las odio tanto. SUELTA MIS COSTILLAS. Me
impulso contra el suelo con los pies y estrello mi cabeza hacia arriba contra su
mentón porque él ya no está enfocado en mí. Afloja los brazos, y eso es todo lo
que yo necesito. Me echo hacia atrás y me retuerzo y soy libre, y mi mano se
desliza en su bolsillo mientras trastabillo para alejarme de él (ay mis costillas,
me duelen las costillas).
Pero Cole no me persigue; se abalanza sobre Adam y la pistola. Ahora Cole
tiene el arma. Me dejo caer al suelo mientras el disparo hace eco a través del
callejón y yo ruedo hacia él, la pistola paralizante que ahora apoyo sobre su
pierna emite un sonido tan intenso como la descarga, y luego él queda
derribado; no estará así durante mucho tiempo, así que me incorporo y
presiono la pistola paralizante contra su pecho, y él convulsiona y yo no me
detengo hasta que sus ojos quedan en blanco.
Adam (dónde está Adam) ¡el arma se disparó! ¿Dónde está Adam? Tiene que
estar bien. Echo un vistazo a mi alrededor y él está allí, apoyado contra la pared,
el rostro blanco del horror. Recorro su cuerpo con la mirada. No hay sangre, no
hay sangre por ningún lado, ay gracias al cielo que no le dispararon.
—Estás bien —digo, y mis hombros se relajan del alivio. No, todavía no es
alivio, giro y Rubio claro ha sujetado un teléfono, así que utilizo la pistola
paralizante también con él. Cae más rápido que Cole. Cabello oscuro se
encuentra pálido y ausente a causa de la conmoción, sostiene su pierna,
ignorante por completo de todo lo que lo rodea. Necesita un mejor
entrenamiento.
Levanto mi bolso del suelo y dejo caer la pistola paralizante dentro, y luego
volteo hacia Adam. Me está observando con una rara expresión. Bueno, ¿por
qué no lo haría? Le he enseñado lo que mis manos pueden hacer, y una
pequeña parte agotada de mí lamenta que él ya no deseará sostenerlas entre las
suyas. Siento como si hubiera perdido algo, pero eso es estúpido. Perdí todo
hace mucho tiempo.
—Creí que te había disparado —digo.
—Fia —responde, su voz ahogada. No me está mirando a los ojos, y en
cambio mira hacia abajo—. Te disparó a ti.
Yo también miro hacia abajo, y él está equivocado, no hay agujeros en mi
cuerpo, pero después miro a la izquierda y mi manga azul está empapada de
sangre oscura y luego llega el ardor (el horrible ardor lacerante) concentrado en
el lugar por donde la bala atravesó mi antebrazo, pero irradiando por todo mi
costado izquierdo.
Bueno, mierda.
LUNES POR LA MAÑANA

Eden apoya la mano sobre mi espalda para indicarmedónde se encuentra


mientras se mueve a mi alrededor en la cocina diminuta.
—Gracias por permitir que me quedara aquí anoche. El olor de la pintura ya
se habrá desvanecido un poco ahora. Hablando de eso, después deberíamos
encargarnos de tu habitación. Las paredes son de un tono que a mí me gusta
llamar «blanco absolutamente deprimente».
—Escoge algo lindo para mí.
—Por supuesto. Y, por cierto, ¿cuánto tiempo te quedarás allí parada oliendo
bolsitas de té?
—El tiempo que sea necesario.
—¡Ah! —Chasquea los dedos—. Tenemos que ir al Instituto de Arte. Fia se
encuentra fuera de la ciudad, ¿verdad? ¡Eso significa que podemos ir hoy!
Me obligo a sonreír. Preferiría saber dónde se encuentra Fia que tener la
libertad de salir con Eden. Pero si eso significa dejar este sitio…
—He estado estudiando el modernismo. Creo que tengo mucho para decir
sobre el tema.
—Solo desearía que pudieras ver los rostros de las personas cuando termines
tu discurso sobre la fuerza del enfado presente en las pinceladas y luego utilices
tu bastón para retirarte.
—Ah, pero si pudiera ver sus rostros, no sería divertido. ¿Te quedarás para el
té?
—No, tengo que ir a presenciar una entrevista para contratar un guardia de
seguridad nuevo. Su nombre es Liam. Eso suena sexy, ¿verdad?
—Tiene cuarenta, el rostro marcado de viruela y es rechoncho, y de
inmediato llenará el lugar con tanta lujuria que no serás capaz de respirar
durante todo el tiempo que permanezcas allí.
—Pesimista. Espera… ¿en verdad lo has visto? —Vacila, luego ve mi sonrisa y
me da un golpecito en el brazo—. Idiota. Volveré cuando haya terminado y te
contaré cuán terriblemente sexy era en realidad. Te quiero. Adiós. —La puerta
se cierra con suavidad detrás de ella.
Tarareo e intento a medias forzar una visión del hombre, solo en el caso
improbable de que funcione. Ahora que Eden se ha retirado no tengo que
preocuparme por ocultar mis emociones para que ella no sepa cuán asustada
me encuentro, pero preferiría pensar en otra cosa por completo.
Escucho la puerta y casi le pregunto a Eden si se ha olvidado algo, pero no.
No es ella.
—Hola, James —saludo, y retiro la tetera del hornillo cuando su chillido
agudo rasga el aire. No lo quiero aquí hoy. Todos los días de esta semana me he
despertado con dolor de cabeza causado por el estrés. Ahora mi dolor de
cabeza personal causado por estrés ha venido a visitarme.
—¿Cómo es que siempre sabes que soy yo? —Los resortes del sillón rechinan
cuando él se sienta, y desordenará mis cojines, como suele hacerlo. Siempre los
vuelve a acomodar de la manera incorrecta.
—Caminas como un elefante.
—No es verdad.
—Un elefante engreído. Y hueles a chico. Estás llenando toda mi habitación
con olor a chico, y también justo cuando estaba a punto de disfrutar mi té. —
Eso no es verdad. Huele a naranjas y medianoche. Podría ser un sabor de té.
Ríe, y al escuchar su risa comprendo por qué le va tan bien con el resto de las
mujeres de aquí. Yo soy la única que le es inmune; ser literalmente ciega a sus
encantos me resulta útil. Es probable que esa sea la razón por la que yo no le
agrado. Eso, y saber que yo soy más importante para Fia de lo que él alguna vez
lo será. Lo que hace que me odie y que la desee a ella aún más.
—¿Por qué estás aquí? —Levanto mi taza y la apoyo sobre la mesa, luego
sujeto una bolsita del frasco de té y la llevo a mi nariz. Mmmm, oolong, dulce y
verde, y con un toque de miel. Pero aún no elimina el aroma de James.
Permanecerá aquí todo el día y me provocará una contractura en los músculos
de la nuca. Eden me la quitará con un masaje, pero no tan bien como Fia solía
hacerlo. Le preguntaré a James si ella puede venir a verme cuando vuelva.
Y lo odiaré porque Fia solo puede venir si él lo autoriza.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta. Pongo los ojos en blanco. Practiqué durante
meses cuando éramos pequeñas, Fia entrenándome para que yo pudiera
hacerlo de la manera correcta. Ella era mi espejo en ese entonces. En fin, James
no está aquí para ayudarme. No le preguntaré otra vez por qué ha venido. Lo
ignoraré hasta que explote.
Me siento en la mesa con las manos rodeando la taza mientras el té reposa y
finjo con tranquilidad que no me importa que él esté aquí, que no estoy
aterrorizada de que se hayan dado cuenta de que le mentí a Keane.
—¿Tú lo sabías? —Su voz es áspera por la furia apenas disimulada.
El estómago me revolotea del miedo. Podría estar hablando de otra cosa.
—¿Saber qué? Te olvidas de que no soy una Lectora, James. Tus
pensamientos, por suerte, son un completo misterio para mí.
—¿Sabías que enviarían a Fia en pos de este objetivo?
Dejo escapar un suspiro y me recuesto con pesadez contra la silla. Ay, Fia, Fia,
¿qué han hecho contigo esta vez?
—Yo nunca sé nada —gruño—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No lo sé.
Yo veo. Y lo que veo de Fia nunca, nunca es preciso, porque ella siempre está
cambiando las cosas de forma constante para su propio beneficio y todo
cambia a su alrededor todo el tiempo.
—Así que no tenías idea de que la elegirían para este trabajo.
No saben que mentí. Lo que significa que estoy a salvo, pero Fia no lo está.
—¿Por qué la enviarían a ella? ¿Cuál puede ser el propósito? ¡Ya sabes lo frágil
que es!
Una de las sillas se estrella contra el suelo y yo me encojo. No lo escuché
ponerse de pie. Cuando quiere, se mueve en silencio, y eso me asusta.
—Tú eres la que dijo que había que eliminar a este chico Adam.
—¿Y ustedes enviaron a Fia? ¿Cómo pudieron hacer eso? ¡Nunca dije que Fia
tenía que hacerlo! Estoy atenta a las amenazas contra los intereses de tu padre,
tal como tú me lo ordenaste. Adam era una amenaza. Una amenaza enorme,
descomunal y apabullante. ¿No crees que eso amerita enviar a alguien más que
a una chica de diecisiete? ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudieron enviar a Fia?
Luego de lo que eso le hizo la última vez…
—Mi padre creyó que era la prueba perfecta para Fia en el mundo real. Tienes
que haberlo visto venir. ¿Puedes ver cómo estará cuando vuelva? ¿Tienes
alguna idea de si está en peligro o no?
Siento cómo se inclina hacia mí, demasiado cerca de mi burbuja. Él es calor,
energía y furia. Esto es lo que yo comprendo de él que las otras chicas no lo
hacen. Todo lo que subyace bajo la apariencia de James es furia. Fia dice que
puedes mentir con tus pensamientos y emociones, pero solo con los de la
superficie. Y yo nunca veo la superficie.
—Bueno, sé que ella no muere. —Entrecierro los ojos, y lo desafío a que me
contradiga. La muerte fue mi primera visión. Mi propia muerte fue la visión
que casi destruyó a Fia en el pasado. Es la razón por la que estamos aquí, la
razón por la que Fia es la marioneta de Keane. La razón por la que ella no está a
salvo.
Veré un mundo en el que ella esté a salvo, aunque sea lo último que haga.
—Debes contarme apenas veas algo de Fia. Si algo le sucediera…
Bebo un sorbo de mi té, rezo para que no pueda ver el temblor de mi mano y
enarco una ceja.
—Si algo le sucede, nunca tendré que volver a ver por ti porque no quedará
nada en el mundo que me importe.
—No eres la única que se preocupa por ella.
—¿Acaso tus mentiras en verdad funcionan con las Lectoras y las Sintientes?
Porque yo soy solo una humilde Vidente, y sé que tú ni siquiera te engañas a ti
mismo.
Su teléfono suena, y los pies de elefante vuelven y se dirigen con pasos
pesados hacia la puerta.
—Vete a la mierda, Annabelle.
—No, pero gracias por la invitación. —Esbozo una sonrisa lúgubre mientras
él cierra la puerta con un golpe detrás de sí. Y luego apoyo la cabeza sobre la
mesa junto a mi taza y lloro. ¿Por qué la enviaron a ella? ¿Qué hizo? ¿Cómo
puedo cuidar de ella en direcciones que no puedo ver?
CINCO AÑOS ATRÁS

Fia está enfadada. Lo siento por la manera en la que sus dedos aprietan los
míos. En general ella no sujeta mi mano a menos que yo extienda la mía
primero; sabe que me molesta, que puedo orientarme bien. Además, estamos
sentadas. No sé qué es lo que la está perturbando.
El representante de la escuela continúa hablando con voz fluida. Suena culto e
inteligente. Suena como un futuro.
—Por supuesto, Annabelle tendrá una beca completa. La Fundación Keane
ofrece un excelente alojamiento para todas nuestras estudiantes en residencias
de primer nivel, tienen acceso a todo lo que puedan necesitar, y cada estudiante
recibe un asesoramiento personalizado en cuanto al programa de estudios para
asegurarle la mejor educación posible y la mejor orientación profesional.
Creemos que no existen las discapacidades, solo capacidades diferentes, y que
nuestras estudiantes poseen una fortaleza que la educación tradicional no
aborda.
La tía Ellen murmura con admiración y hojea los folletos, cuyas hojas suenan
gruesas y costosas. A decir verdad, es probable que ella esté tan aliviada como
yo de que estaré viviendo bajo otro techo. Heredar dos chicas tristes y raras de
su media hermana nunca estuvo en su plan de vida. Pero… no puedo
abandonar a Fia. ¿Cómo podría hacerlo?
No. Esta es una oportunidad demasiado buena para desperdiciar. Quizás la
vida de Fia sea más fácil si yo no estoy en ella. Si no tiene que preocuparse por
todas las cosas que yo no puedo ver… Y, mucho peor, las cosas que sí veo.
Quizás una vida sin mí sea exactamente lo que Fia necesita.
Y a mí me vendría bien un nuevo comienzo. No he tenido una visión en
meses. Tal vez se hayan terminado. Si me aparto de las personas que me
conocen, tal vez pueda terminar con las visiones.
Pero no sé si eso es lo que quiero. Porque sin las visiones, no veo nada en
absoluto. Todavía no he descifrado si las visiones hacen que la oscuridad sea
mejor o peor, pero eso no evita que las desee.
La primera, la peor, atraviesa mi mente. Ya han pasado dos años. Tenía doce,
estaba sentada en el sillón. Y luego, de alguna manera, me encontraba en un
coche, mis padres en los asientos delanteros, la radio sonaba bajo sobre un
fondo con demasiada estática… ¿Cómo es que yo estaba en el coche? ¿Qué
estaba sucediendo? ¿Cómo podía ver? Intenté abrir la boca, decirles a mis
padres que yo estaba allí, que podía ver, ¡que estaba viendo por primera vez en
ocho años! Pero no sucedió nada. Y luego sucedió todo, se oyó un horrible
estruendo de metal retorciéndose y rechinando, vidrios volando por todos
lados, el mundo entero inclinándose y girando y aplastando el coche.
Y a mis padres.
Cuando abrí los ojos, me encontraba de vuelta en la oscuridad, gritando. Mis
padres habían salido para tener una cita. Fia intentó tranquilizarme, descubrir
de qué estaba hablando. Asusté tanto a la niñera que ella llamó al teléfono de
mis padres para que volvieran de inmediato a mi casa. Nunca lo hicieron.
Y lo peor de todo, la parte que me más me atormenta, es preguntarme si
haber visto lo que vi causó el accidente.
Desde ese entonces ha sucedido algunas veces más, las visiones de pronto
inundan mi mundo de medianoche. Fragmentos rotos del futuro, del presente,
o quién sabe qué. No quiero saber. Mis ojos son inútiles.
—Annie —susurra Fia, y me sobresalta mientras nuestra tía habla con el
hombre... ¿John? ¿Daniel? Ya he olvidado su nombre. Ella habla tan bajo como
para que solo yo sea capaz de escucharla—. Hay algo que no está bien con esto.
Algo malo.
—¿De qué estás hablando?
—Él no es… No puedo explicarlo. No lo hagas. Esto está mal.
—¿Disculpen, chicas? ¿Tienen alguna pregunta? —Puedo escuchar su sonrisa.
Suena confiada. Me pregunto si es apuesto. Creo que lo es. Me pregunto si yo
soy bonita. Fia dice que lo soy, pero ella es la mejor mentirosa del mundo.
—De hecho, sí —responde Fia, y su voz suena como puñetazos—. Tengo
muchas preguntas. Tía Ellen, ¿puedes esperar afuera?
—No creo que eso sea necesario —dice ella, la voz con un dejo de
desaprobación. Le preocupa que Fia estropee esto para ella, que la escuela se
entere de que no soy solo ciega, sino que también estoy loca, y entonces me
rechacen.
—No, no hay problema —responde Daniel/John—. Estaré más que
complacido de responder las preguntas de Sofia en privado. ¿Por qué no se
reúne con mi asistente y comienzan a completar algunos de los formularios
preliminares? Esa es la única desventaja de todo esto… ¡demasiado papeleo! —
Ríe, y mi tía se retira de la oficina con lentitud y cierra la puerta con un clic
suave—. Muy bien. —Suena menos profesional y más divertido—. ¿Qué es lo
que quieres preguntar?
—Esto es pura mierda.
—¡Fia! —siseo.
—¿Por qué dirías eso? —pregunta.
—No lo sé. —Suena enfadada, frustrada consigo misma—. Si supiera el
porqué, se lo diría. Annie, por favor, escúchame. Esta es una mala idea. Me
siento enferma. Deberíamos irnos. Estaremos bien. La escuela puede traer más
textos en braille, y estamos bien, ¿verdad? ¿Juntas? Tenemos que permanecer
juntas. Por favor.
Abro la boca para responderle, porque ahora yo también me siento enferma,
solo que yo me siento así porque quiero asistir a esta escuela con más ansias de
las que alguna vez sentí. No hay nada para mí allí en el exterior. Seré siempre la
hermana ciega, la pobre huérfana ciega. En una escuela como esta, podría ser
Annie. Podría descubrir quién es Annie además de la ceguera. Pero no puedo
dejar atrás a Fia. Nunca.
Antes de que yo pueda decir algo, John/Daniel habla:
—¿Te sientes enferma con respecto a esto? ¿Puedes describir la sensación?
—No, no puedo describirla —suelta con brusquedad—. Lo único que sé es
que esta es una mala idea, que usted es un mentiroso y que yo debería
mantener a Annie muy, muy alejada de usted y de su estúpida escuela.
Se pone de pie, y escucho que la sonrisa vuelve a su voz.
—Tienes doce, ¿verdad? Sabes, Sofia, nos gustan las jóvenes que tienen un
espíritu independiente. Veo que podemos llegar a un acuerdo por las dos.
¿Cómo te sentirías si te unieras a tu hermana? Y debo decir que la Fundación
Keane tiene muchas conexiones con la comunidad médica; comenzaríamos a
investigar de inmediato para descubrir si existe alguna manera de revertir la
retinopatía de Annabelle, la enfermedad que ha causado su ceguera.
Aprieto la mano de Fia, mi corazón se detuvo. Una escuela. Una oportunidad
nueva. Y quizás, solo quizás, unos ojos nuevos que verían solo lo que se supone
que vean.
—Por favor, por favor, ay por favor, ven conmigo. Por favor, ven conmigo. Te
hizo sentir enferma porque estaríamos separadas, pero ¡ahora no lo estaremos!
Es perfecto.
—Aun así, se siente mal —susurra, pero yo no le suelto la mano. No lo haré.
Ya sé que ganaré esto, porque ella siempre me deja ganar, y asistiremos a esta
escuela juntas, y nuestras vidas en verdad darán comienzo.
LUNES POR LA MAÑANA

Miro a los tres hombres derribados en el suelo. Tenemos que irnos, ahora.
—Ven.
Camino hacia el otro extremo del callejón, pero Adam no me sigue.
—¿Qué acaba de suceder? —pregunta.
—Por favor —digo entre dientes—. Tenemos que salir de aquí. Uno de esos
tipos estaba llamando a alguien, y yo no puedo luchar con nadie más.
Adam todavía duda. Echa un vistazo a los hombres y luego a mí, una y otra
vez, como si estuviera intentando hacer encajar las piezas de un rompecabezas
complicado.
—Por favor —repito—. Te asesinarán. Ya me han disparado a mí. Por favor.
Y luego, con los ojos bien abiertos por la conmoción, corre para alcanzarme.
No camina a mi lado, sino que se mantiene a una corta distancia detrás de mí,
cauteloso. Ha decidido que yo soy su mejor opción. Espero que tenga razón.
—Tenemos que llamar a la policía.
—No, no podemos. Tienes que estar muerto, Adam.
—Yo… ¿qué?
—No sé qué asunto tenían esos tipos contigo. Pero la gente para la que yo
trabajo te quiere muerto. Y si no estás muerto, seguirán persiguiéndote, y
asesinarán a la única persona que amo en todo el mundo para castigarme por
no hacer lo que me ordenaron que hiciera. Así que, para todo el mundo, tú
estás muerto.
Vuelve a detenerse. Por favor, deja de detenerte, Adam, no tenemos tiempo
para esto.
—¿Así que en verdad me ibas a asesinar? —Está reaccionando con
tranquilidad, con demasiada calma, es probable que esté conmocionado. Me
mira con una clase rara de inteligencia analítica en el rostro. Yo todavía soy un
enigma para él. Un enigma violento.
Quiero sujetarme el brazo, sé que necesito detener el sangrado, pero dolerá
mucho más si lo toco.
—Sí. Bueno, no. Me enviaron aquí para asesinarte. Pero no lo hubiera hecho.
No podría haberlo hecho. Evidentemente. Lo cual explica por qué ambos nos
encontramos en este lío ahora. —Respiro hondo (duele, incluso respirar duele,
desearía desmayarme, pero no tengo tiempo para eso) y lo miro directo a los
ojos—. Trabajo para gente muy, muy mala. Y haré lo que sea necesario para
mantenerte a salvo de ellos. Necesito que me ayudes a mantenerte con vida, ¿sí?
Vuelve a echar un vistazo al callejón y veo en la postura de su cuerpo que
todavía se siente completamente indeciso. Luego endereza los hombros y se
mueve hacia mí, y sé que lo he convencido, por lo menos por ahora, y en el
ahora es cuando yo trabajo mejor.
—Está bien —asiente—. Pero tengo que hacerte algunas preguntas.
—Créeme, yo tengo más que tú. Necesitamos un coche.
—Tengo un coche…
—Estás muerto, ¿recuerdas? Eso significa que no tienes coche, no puedes
utilizar el cajero automático ni nada que pueda dejar una pista. —Mi cabeza da
vueltas. No puedo escuchar a mis instintos si mi cabeza no funciona con
claridad. Ya estoy tan asustada que ni siquiera sé cómo escucharme a mí misma
—. Esos hombres. Tienen un coche esperándolos. Podemos utilizarlo.
Hay tantos problemas. No habrá cuerpo porque Adam no está muerto. Pero
¡no! ¡Cole en el callejón! Una posibilidad nueva se está abriendo para salvarnos a
mí, a Annie y también a Adam. El norte fue en verdad la dirección correcta.
Quizás mis instintos no estén totalmente estropeados.
Sujeto mi teléfono con mi mano sana y me apoyo con pesadez contra la pared
del edificio que tenemos a nuestro lado.
—Alguien nos verá. —Adam echa un vistazo a su alrededor con nerviosismo
—. Estás sangrando. Mucho. —Observa mi brazo sin pestañear, como si
estuviera en trance. Luego sacude la cabeza, cierra los ojos y los vuelve a abrir.
Veo en su rostro que ha tomado una decisión, que ha decidido no entrar en
pánico. No es lo que la mayoría de las personas harían en este momento. Creo
que lo amo por eso—. Déjame ocuparme de tu brazo. —Se arrodilla y se quita
la mochila del hombro—. Tengo un kit aquí. —Tiene que parecer como algo
que yo haya hecho por mí misma.
Asiente y abre un kit de primeros auxilios (¿por qué tiene eso en su mochila?
Yo debería tener uno), sujeta unas tijeras y me corta la manga por encima de la
herida. No miro. Odio la sangre.
—Llamaré a alguien. Quédate en absoluto silencio. No debe escucharte. —
Presiono el uno en mi teléfono y suena dos veces antes de que James responda.
—Fia, bonita, ¿has terminado? ¿Necesitas que coordine tu vuelo de vuelta a
casa? —Su voz suena ligera y casual, pero oculta interrogantes. Está
preocupado por mí; para empezar, él no quería que yo hiciera este trabajo.
Quiero interpretar lo que piensa, pero no me lo puedo permitir.
—Emboscada —anuncio, y jadeo de dolor ante algo que hace Adam—. Me
dispararon.
—¿Dónde? ¿Es grave? —James intenta sonar profesional, pero escucho un
trasfondo de preocupación genuina. Quizás solo creo que lo hago. No lo sé.
—En el hombro. —Aprieto los dientes y luego maldigo en voz alta. Las manos
de Adam son firmes y seguras, y me pregunto cómo es que está tan tranquilo
por algo que hizo un arma cuando se mostró tan aterrorizado por el arma en sí
misma—. Viviré. Tres hombres, no sé a quién respondían. No eran nuestros.
—¡Por supuesto que no eran nuestros!
—Nunca se sabe. Los derribé a los tres, pero siguen vivos.
—¿Y el objetivo? —pregunta con mayor cautela. Sabe lo que esto me hará. Lo
sabe, pero aun así no pudo evitar que su padre me enviara para esta tarea.
El objetivo está colocándome con cautela cinta y gasa para evitar que sangre
demasiado. El objetivo tiene manos cuidadosas que ahora están manchadas de
sangre, aunque no de la misma forma en la que las mías siempre lo estarán. El
objetivo es una persona, y tiene ojos muy bonitos y ayuda a los cachorros y
confía en chicas cuando realmente, realmente no debería hacerlo. El objetivo
está respirando muy hondo y de forma regular a propósito. El objetivo está
murmurando algo para sí mismo, y yo quiero saber qué es. Quiero saber qué
está murmurando este chico, que debería estar muerto de miedo, para
mantenerse tranquilo mientras me venda el brazo.
—Muerto. El cuerpo se encuentra en el callejón con los tres hombres.
Supongo que harán una tarea de limpieza, ya que hay mucha sangre de ellos, y
no querrán que los identifiquen.
—¿Puedes volver?
—Me las arreglaré.
—¿Estás segura?
—Sí.
Casi corto la comunicación cuando él vuelve a hablar.
—¿Fia?
—¿Qué?
—Me alegra que estés bien. Siento mucho que haya sucedido esto.
Quiero creerle. En serio.
—Claro que sí. —Termino la llamada. Adam le da los últimos retoques a mi
vendaje y luego levanta la mirada hacia mi rostro—. Felicitaciones —digo, y
sonrío débilmente—. Estás oficialmente muerto.
Frunce el ceño, luego se desabotona su camisa negra y la coloca alrededor de
mis hombros para que cubra el vendaje. Ahora solo lleva puesta su delgada
camiseta blanca.
—¿Podemos hablar?
—Ni bien robemos su coche. —Me pongo de pie y me tambaleo un poco, lo
cual es humillante porque yo no tambaleo, luego camino con rapidez en la
dirección en la que Cole dijo que se encontraba el coche. Adam me sigue,
medio paso atrás. Hay uno encendido, un sedán negro, y alguien adentro. Nadie
más. Desearía que no me hubieran disparado, porque esto sería mucho más
fácil.
Debería actuar con sigilo o algo así, cualquier cosa, pero estoy demasiado
cansada. Camino de forma directa hacia el coche, extiendo la mano y abro la
puerta del conductor (debieron haberlo cerrado con llave, eso fue
increíblemente estúpido por parte de ellos), y me sorprendo al ver a una mujer
de unos veintipico detrás del volante. Tiene el pelo y los ojos color café, y un
rostro amable que está paralizado a causa de la conmoción.
—Tú —dice, como si me conociera.
Le respondo sujetando la pistola paralizante de mi bolso y utilizándola sobre
ella.
—Déjala afuera —ordeno. Adam no se mueve, así que lo vuelvo a decir—.
Déjala afuera.
Lo hace, la apoya con cuidado sobre la acera. No se encuentra inconsciente,
pero está hecha un ovillo de dolor, y casi siento lástima por ella.
—Debería conducir yo —propone Adam, y me mira el brazo.
—Tú no sabes a dónde ir.
—¿Y tú sí?
—No, pero mi instinto siempre será mejor que el tuyo. —Mi instinto siempre
es mejor que el de cualquiera.
Se mete adentro, y yo hago lo mismo. El asiento es de cuero y todavía se
siente cálido. Comienzo a avanzar, tranquila, conduciendo exactamente a la
máxima permitida mientras me dirijo hacia el este (ya no más norte para mí,
muchas gracias) y salgo de la ciudad. Tenemos suerte. Volé hasta aquí, pero
solo es un viaje de cinco horas de vuelta a Chicago.
Busco indicadores de OnStar, pero no veo ninguno. Y no siento que vayan a
rastrear el coche. Tampoco creo que llamen a la policía. Tengo un buen
presentimiento con respecto a este vehículo.
—Fia. —Su voz suena monótona, y le echo un vistazo y lo veo mirándome
con atención. Desearía que estuviéramos en una cafetería, comiendo, riendo y
alimentando a Chloe. Echo de menos a Chloe. Desearía que fuera mi mascota,
tener un padre alcohólico y ser la clase de chica con la que Adam saldría y de
quien se enamoraría. Desearía que mi brazo izquierdo no doliera tanto que me
hiciera querer morir, porque también significa que no puedo hacer tap tap tap
en mi pierna, y sin ese golpeteo no sé cómo detener los pensamientos y
sentimientos que me están invadiendo.
Demasiada sangre hoy.
—¿Qué es lo que haces? —pregunto, y echo un vistazo hacia la carretera—.
Eres solo un estudiante, ¿no es así? No puedo descifrar por qué te querrían
muerto. ¿Tus padres son gente importante?
Se recuesta contra el asiento y se restriega la frente.
—Mi padre es dentista y mi madre dirige una guardería. —Maldice en voz
baja—. Creerán que estoy muerto, ¿no es así?
—No puedes comunicarte con ellos.
—Eso los matará.
—Es probable que te consideren como desaparecido. Tendrán esperanzas. Y
no estás muerto en serio, lo cual es la mejor parte de su esperanza. Todo estará
bien. —Quiero extender la mano y sujetar la suya. Pero no puedo.
—¿Cómo defines bien exactamente?
Río; mi risa verdadera, o al menos la única risa verdadera que me queda. Es
corta y áspera y me raspa la garganta.
Él suspira.
—No soy estudiante. Soy médico.
—¿Cuántos años tienes? —No debería sentirme dolida por que me haya
mentido sobre su edad, pero lo estoy. Y también me molesta no haber sido
capaz de darme cuenta de que me estaba mintiendo. Eso es malo.
—Tengo diecinueve. —(¡Ja! Tenía razón. No es un mentiroso)—. Solo hice
todo más rápido. Me mudé aquí para terminar un proyecto de investigación
sobre la detección y diagnóstico de trastornos cerebrales a través de una
combinación de análisis químicos y mapeos por medio de resonancias
magnéticas.
Emito un sonido evasivo. No tengo ni idea de lo que significan esas cosas o
por qué hacen que él tenga que morir. Necesito concentrarme en conducir.
Casi pierdo el conocimiento en el acceso a la carretera.
Aparcamos y dejo que Adam conduzca. Encontraré un sitio para que se
esconda en Chicago. Tengo que volver a casa para que no sospechen que algo
anda mal. No sé cómo actuar a continuación, pero consiste en secuestrar a
Annie y luego escapar todos juntos. (Deja de pensar en ello. No pienses).
Considerando que ellos no sepan ya lo que estoy planeando. Podría estar
muerta tan pronto vuelva. Espero que Annie no lo vea, que no lo haya visto,
que no lo vaya a ver. No quiero que ella lo vea.
Pero si la asesinan primero, yo asesinaré a tantos de ellos como me sea
posible antes de caer.
—¿Quién eres? —pregunta Adam después de unos minutos de tranquilidad.
En general no me agrada viajar en el asiento del pasajero, pero hoy se siente
bien. Adam me dio algo que estaba en su kit de primeros auxilios y que ha
atenuado el dolor lo suficiente como para que lo pueda tolerar. Se siente bien
estar adormecida. Adormecida, adormecida, adormecida. En general siempre
estoy en estado de alerta. Estar alerta todo el tiempo es agotador. Quiero
tomarme el resto de las píldoras de su kit.
—Soy Fia. Ya te lo dije.
—Te vi allí en ese callejón. Estabas en un estado salvaje. Derribaste a tres
hombres, y eres una chica pequeña. Te ves tan agradable y tan bonita... —Se
sonroja, y yo sonrío, ay es tan adorable que deseo, deseo... no soy agradable—, y
no entiendo qué estabas… qué eres… nada de esto.
No entiende. No puede.
—Debo hacer lo que me ordenan hacer. No tengo opción. En cuanto a lo que
sucedió en el callejón, resulta que tengo muy buenos instintos. —Bostezo,
levanto las piernas y apoyo la cabeza contra el asiento. Estoy a salvo con Adam,
por ahora.
—Tres corpulentos hombres armados. Eso es más que tener buenos instintos.
—Ok —asiento y dejo caer los párpados porque se sienten pesados, pesados,
pesados—. Tengo instintos perfectos. Y mi hermana puede ver el futuro. Y la
secretaria de mi jefe puede leer la mente. Y mi excompañera de habitación
puede sentir las emociones de otras personas.
—Por favor, no me mientas. —Suena triste. Nunca querría hacerlo sentir
triste.
Me siento pesada y ligera al mismo tiempo, y solo quiero dormir. Dormiré.
—¿Quién dijo que estaba mintiendo? —murmuro antes de entregarme al
sueño.

Todo duele. No puedo hacer tap tap tap con los dedos porque algo sucedió con
mi brazo izquierdo y ahora no siento nada más que dolor, un dolor punzante y
avasallador. Entreabro los ojos y…
Ay no. Ay no, ay no. No lo hice. No asesiné a Adam. Está sentado junto a mí,
conduciendo (¿lo dejé conducir? ¿Por qué lo dejé conducir?) y muy vivo.
Annie, por favor, necesito que estés bien. Resolveré esto y salvaré a Annie, y
Adam también estará a salvo, porque ahora que recuerdo no lo asesiné, y
también recuerdo que me alegra no haberlo hecho. Fue la decisión correcta. No
sé cómo terminó siendo la decisión correcta, al igual que dirigirme hacia el
norte y que me dispararan lo fue, pero sé que es lo correcto.
Suelto una risita. No puedo evitarlo. Me duele mucho el brazo y me
dispararon y estoy viajando hacia James en un coche con el chico al que se
suponía debía asesinar pero no lo hice y mi mundo entero está en ruinas y
tendré que resolver todo con mucha rapidez o terminaremos todos muertos.
—Estás despierta —dice Adam, y me mira con sorpresa con sus suaves ojos
grises.
—Tienes unos ojos hermosos. Me alegra que no estés muerto.
—Eh, sí, a mí también.
—Me siento mareada.
Se mueve con incomodidad, los ojos posados en la carretera.
—Quizás te haya medicado un poco por demás. Solo un poco. Necesitaba
pensar.
Mmm. Me drogó. Eso es interesante. Sentí que estaba a salvo con él. Todavía
lo siento. Mis instintos están totalmente resquebrajados por haberlos utilizado
de manera incorrecta durante años. ¿Quizás esté intentando suicidarme? No
tengo la valentía suficiente para intentarlo de nuevo en la vida real, pero quizás
mi subconsciente sea más valiente de lo que yo soy y esté intentando terminar
conmigo.
¡Ay! Adam tiene pestañas largas. Brazos largos. Piernas largas. Dedos largos.
Todo en él es largo. Eden haría una broma sucia. Suelto una risita al
imaginármela.
Concéntrate, concéntrate, concéntrate.
—Me drogaste.
—Casi me detuve en tres hospitales diferentes. Estás sangrando a través del
vendaje.
Echo un vistazo hacia abajo a la manga negra de su camisa; está mojada.
—Estropeé tu camisa. Lo siento. —Suelto una risita otra vez. No había reído
de esa forma durante años. Quizás debería dejar que Adam me drogue más
seguido. Es agradable.
—Me compraré una nueva.
—¿Por qué no te detuviste? ¿O llamaste a la policía?
Se queda callado durante un tiempo, los nudillos firmes sobre el volante.
—Porque he estado intentando descifrarlo. Te creo, lo de la misión que te
asignaron; es probable que no lo hiciera si esos tipos no hubieran aparecido,
pero todo es demasiado raro como para ser falso. Además, yo, eh, revisé tu
bolso. Había otro cuchillo escondido en la entretela junto con algunos miles de
dólares. Cuatro carnés distintos. ¿Es esa una fotografía tuya y de Annie?
Suspiro.
—Sí.
—Ella es a la única a la que harán daño si estropeas las cosas.
—Ya las estropeé. Ella es la única a la que dañarán si no soluciono esto.
Espera, ¿cómo sabes su nombre?
—Hablaste. Quiero decir, cuando estabas adormecida. Te hice preguntas, y
las respondiste.
Le lanzo una mirada de sospecha.
—Deberías saber que miento todo el tiempo. —La mayoría de las personas
mienten con palabras; yo miento con todo el cuerpo. Miento con mis
pensamientos y emociones; miento con todo lo que me hace ser quien soy. Soy
la mentirosa más hábil de todo el mundo. Espero haber mentido en respuesta a
lo que me haya preguntado—. ¿Qué fue lo que dije?
—¿En realidad asesinaste a tres personas?
Tap tap tap, necesito hacer tap tap tap, necesito salir de este coche. No
puedo respirar.
—¿Por qué no te detuviste en un hospital?
—Sé por qué estoy involucrado en esto.
¿Por qué me está hablando todavía? Debería estar asustado, debería alejarse
de mí.
—¿Eh?
—Mi investigación. En lo que he estado trabajando. Te conté que se trata de
resonancias magnéticas y rastrear químicos en el cuerpo para investigar
trastornos cerebrales, ¿recuerdas? Lo que no te dije es que tiene un enfoque
muy específico. Estoy mapeando las funciones cerebrales de la gente que aduce
tener habilidades psíquicas. Comenzó como un enfoque inspirado por esta tía
loca de la rama familiar de mi madre, más para desacreditarla que otra cosa,
pero, bueno, descubrí patrones. Áreas específicas del cerebro que se
encuentran más activas que otras, determinados marcadores químicos
presentes. Solo en las mujeres. Así que tenía pensado expandir la investigación,
comenzar a recolectar información de grandes sectores de la población para ver
si podía encontrar los mismos patrones en mujeres que no aducen ser
psíquicas.
Cierro los ojos, apoyo la cabeza contra la ventanilla. Si ellos tuvieran esa
información, si pudieran tener acceso a los registros médicos y encontrar a las
mujeres sin depender de los escasos artículos periodísticos, rumores o las
visiones confusas de sus Videntes, podrían encontrarlas a todas. Nadie estaría a
salvo.
—No deberían querer asesinarte —susurro—. Eres su sueño hecho realidad.
—Y ahora sé que debo mantenerlo oculto sin importar lo que suceda, porque si
Keane lo supiera, si Keane lo atrapara…
—Me gustaría mucho echarle un vistazo a tu cerebro —comenta Adam.
Suelto un resoplido.
—Eso es lo más raro que me han dicho en toda mi vida.
—Quiero decir, por medio de una resonancia magnética. Me gustaría hacerte
algunas pruebas. A ti y a Annie, si puedo, si en verdad ella es psíquica como tú
dices que es. ¿Me recuerdas qué es lo que tú puedes hacer? No lo comprendí
por completo. —Se pasa una mano por el pelo, y veo por qué tiene esa
apariencia desaliñada—. Para ser sincero, no comprendo nada de esto. Yo
todavía lo estaba considerando como un conjunto específico de trastornos
cerebrales que podíamos ver en una resonancia. Pero si todo es verdad…
—Todo es cierto. Lo prometo. Y mi cerebro no tiene nada de especial. Si le
hicieras una resonancia, probablemente verías una masa negra turbulenta. —
Cierro los ojos e imagino mi cerebro. Sería oscuro por completo, negro y rojo
con motas brillantes a las que querrías aferrarte, pero lo único que hacen es
iluminar cosas que nunca quiero volver a ver. Una imagen de mi cerebro le
provocaría pesadillas.
—Pero dijiste que tenías instintos perfectos.
—No soy nadie. Soy un daño colateral que tiene mucho entrenamiento.
Chicago se cierne delante de nosotros, edificios antiguos, edificios nuevos,
coches, árboles y un lago, y estoy tan cansada y me duele tanto el brazo y tengo
que volver a casa y de alguna manera mantener mis pensamientos y emociones
ocultos.
No hay problema.
—Tan pronto como entremos en la ciudad, detente y sal del coche. Puedes
llevarte el efectivo que está en mi bolso. Déjame ver tu cartera y tu teléfono.
Los saca de su bolsillo y reviso el teléfono. No ha llamado ni enviado mensajes
a nadie. Buen chico. Abro la ventanilla y arrojo ambos tan lejos como puedo.
—¡Ey!
—Ey, nada. Te estoy manteniendo vivo, ¿recuerdas? Y si quieres permanecer
así, tendrás que hacer exactamente lo que te digo sin desviarte ni un poco.
Encuentra el hotel más barato que puedas. No quiero saber dónde o cuál eliges.
Crea una cuenta de e-mail, chloelacachorra@freemail.com, contraseña norte1,
y envíate un mail. Yo lo revisaré y arreglaremos un encuentro. No sé cuándo
responderé, pero lo haré. No puedo planificar las cosas con demasiada
anticipación o las Videntes que me están vigilando me descubrirán. Si no lo han
hecho ya.
—¿Haces esto con frecuencia? —pregunta, el ceño fruncido.
—Solo para ti. No lo estropees. No te olvides de que estás muerto. Estoy
arriesgando todo aquí. ¿Lo entiendes?
Se detiene; nos encontramos en un barrio de las afueras, los edificios de
ladrillo antiguo, los árboles aún sin brotes. Está ventoso. Y frío.
Gira por completo hacia mí y asiente. Su rostro se ve honesto e inocente, y sé
que no podría mentir incluso aunque lo intentara.
—Salvaste mi vida, Fia. O me la perdonaste. Da igual. No haré nada que
ponga la tuya en riesgo.
Esbozo una sonrisa tensa.
—Me alegra que te hayas detenido a acariciar a Chloe. —Luego salgo. El
viento me golpea y hace que el brazo me duela incluso más mientras rodeamos
el frente del coche. Me quito la camisa y se la entrego encogiéndome de
hombros a modo de disculpa. No puedo aparecer llevándola puesta. No me
miro el brazo (la sangre, odio la sangre, al menos esta vez es la mía).
—Entonces, ¿hablaremos pronto?
—Si no estoy muerta —respondo de forma animada, y luego, por puro
impulso, que es la manera en la que vivo mi vida, me pongo de puntillas y lo
beso en la mejilla. Se siente… bien. Muy bien. Desearía poder conservar esa
emoción, atesorarla en mi interior e intentar descifrar qué es lo que significa
para mí. Pero no es una emoción segura para llevar a casa.
Vuelvo al coche y conduzco al único lugar más peligroso en el mundo para mí
en este momento. Debería estar aterrada. Debería dar la vuelta y dirigirme a
cualquier otra parte. Debería hacerme un ovillo y echar a llorar. En cambio,
pienso en todo lo que me enfurece en el mundo entero (hay tanto, ay, tantas
cosas) y comienzo a cantar Justin Bieber con todas mis fuerzas.
Puedo hacer esto.
CUATRO AÑOS ATRÁS

—No es justo. —Me incorporo, los pies firmes sobre el suelo, los brazos
cruzados. La señorita Robertson no me asustará. No me importa cuán amplios
sean sus hombros, cuán firme sea su moño, cuántos estudiantes susurren que
ella sabe que estás haciendo trampa sin siquiera mirarte. Ella no me asusta (lo
hace, y lo odio).
—¿Qué no es justo? —Me mira con una delgada ceja enarcada.
—¿Por qué mi examen son puros ensayos? ¡Todos los demás tienen multiple
choice!
Sonríe; pero la sonrisa no se refleja en sus ojos. Es una sonrisa mentirosa. Ella
es una mentirosa. Todos aquí son mentirosos. Odio este lugar, lo odio, está
mal, cada día está mal y me siento enferma todo el tiempo. Odio las dos
postales que tía Ellen nos ha enviado en el transcurso de los tres meses que
llevamos aquí, diciendo que se encuentra en Egipto y que ¿no es genial que la
escuela organizará todos los días festivos y vacaciones de verano para nosotras?
Odio el bonito comedor y la comida sofisticada, odio la lavandería y sus
lavadoras giratorias, odio los salones de clases, los escasos estudiantes y la
demasiada atención.
A Annie le encanta todo. Tiene a una tutora particular. Han hablado con un
genetista acerca de sus ojos. Es feliz.
—Bueno, Sofia, una parte de nuestra misión en esta escuela es presentarles
desafíos a nuestras estudiantes. Y tú has demostrado que sobresales en los
multiple choice. Nunca fallas en ninguna pregunta. Nunca. O en cualquier
examen sobre cualquier tema.
—¿Me está acusando de hacer trampa? —No interrumpo el contacto visual.
No lo haré. Nunca he hecho trampa en toda mi vida.
—Por supuesto que no. Solo estoy diciendo que tienes una habilidad
asombrosa para responder preguntas de multiple choice. Si todo te resulta fácil,
¿cómo aprenderás?
Apenas evito poner los ojos en blanco. Annie no lo aprobaría. Me dice que
ponga los ojos en blanco tanto como pueda y me obliga a decirle cuándo dirijo
el gesto hacia ella. Pero Annie no comprende. Ella no está enferma todo el
tiempo, no tiene estos pensamientos revoloteando en la cabeza y volviéndola
loca. Ella no siente como si el suelo acabara de hundirse, como si no pudiera
tener el aire suficiente para respirar. Yo sí, desde que llegamos aquí. Estoy loca.
Pero no soy una tramposa.
—Muy bien. Da igual. —Vuelvo a mi asiento a las zancadas, mi estúpida falda
a cuadros se balancea de un lado al otro. La chica con la que comparto el
escritorio, Eden, frunce el ceño. Solo somos cinco en la clase de las de trece
años. No llego a conocerlas. No quiero hacerlo. Desearía compartir las clases
con Annie.
—Deja de estar tan enfadada todo el tiempo —susurra—. Me distrae.
—¿A ti qué te importa? —siseo—. ¡No estoy enfadada contigo!
—No, pero… no me gusta sentirme de esa forma. Solo tranquilízate.
Todas aquí están locas. Y yo soy la más loca de todas. Escaparé esta noche.
Estoy harta de cómo el personal me observa como si miraran el interior de mi
cabeza, y estoy harta de las clases raras que han «diseñado» específicamente
para mí y que me obligan a escoger acciones de la bolsa en lugar de aprender
matemáticas y a practicar defensa personal en lugar de gimnasia. Y estoy muy
harta de sentirme harta todo el tiempo.
Pero Annie es feliz. Adora a su mentora, Clarice, y la inmensa cantidad de
textos en braille y folletos de información del médico que yo tengo que leerle
en voz alta una y otra vez. Se ha hecho amiga de Eden y pasan el tiempo juntas
de forma constante; uno pensaría que ellas son las hermanas. Será más feliz
aquí sin que yo la esté desanimando todo el tiempo. Quizás Eden tenga razón,
quizás estoy tan enfadada que las otras personas en verdad pueden sentirlo.
Me iré. No tengo dinero. Da igual. Lo resolveré. El solo hecho de planear
escapar esta noche ya me hace sentir mejor, más ligera, no tan ansiosa en mi
propia cabeza. Hay una cámara, una alarma y un guardia de seguridad en la
entrada principal del enorme edificio de la escuela. Pero una ventana del
segundo piso tiene un balcón debajo. Una caída de tres metros. Puedo
sobrevivir a una caída de tres metros. Luego bajaré escalando el resto del
camino. El ladrillo es antiguo e irregular. Puedo hacerlo.
Sé que puedo.
Saldré de aquí esta noche, y nunca volveré. Caminaré hasta la casa de mi tía
de ser necesario. Viviré allí sola. Le enviaré a Annie postales estúpidas, y quizás
ellos curen sus ojos e incluso ella pueda leerlas por sí misma. No quiero estar
sin ella (esa idea hace que respirar se vuelva incluso más difícil), pero no puedo
permanecer aquí.
Levanto la mirada y veo que la señorita Robertson me sonríe, y esta vez su
sonrisa no es una mentira. Es un desafío. Como si supiera lo que estoy
planeando.
Pero no puede saberlo.
Lo sabe. Es una reacción física en mí, una sensación temblorosa y vacía en el
estómago, ese jalón en las entrañas. Sé que ella sabe. ¿Cómo lo sabe? Debo irme
ahora. AHORA. Me pongo de pie y hago que mi silla caiga con estrépito hacia
atrás contra el escritorio detrás de mí.
—No me siento bien —anuncio, y dejo mis cosas mientras corro hacia la
puerta. Por el corredor largo, puros mosaicos y madera oscura. Hacia el ala de
la residencia. Subo escaleras que huelen a lustre de muebles con aroma a limón.
Me dirijo de forma directa hacia la ventana, la que abrí la semana pasada para
calcular la distancia de la caída.
Está trabada.
Al demonio con esto, estoy jodida. Subo a toda velocidad otro tramo de
escaleras hacia los dormitorios de cálidas luces amarillas y mullidas alfombras
rojas. Me llevaré todo lo que me pertenece y atravesaré corriendo la puerta
principal. Saldré hacia la luz del sol y nunca volveré aquí, donde todo se siente
mal sin ningún motivo. Entro de golpe, y Annie se encuentra allí, en el sillón, y
está llorando.
—¿Qué ocurre? —pregunto, sin aliento—. ¿Qué sucedió?
Levanta la mirada, pero está sonriendo. ¿Por qué está llorando y sonriendo al
mismo tiempo?
—No soy la única —dice—. Fia, ¡no soy solo yo! Clarice también puede
hacerlo. Clarice ve las cosas antes de que sucedan. Y me ayudará a aprender a
hacerlo mejor, a controlarlo. Ay, sabía que esta escuela era la elección correcta.
—Se pone de pie y extiende los brazos para abrazarme, y yo me tambaleo hacia
adelante y dejo que me envuelva porque nunca la rechazo cuando me quiere
tener cerca—. Piénsalo, Fia. Si hubiera sabido cómo controlarlo antes, podría
haber visto a nuestros padres con más anticipación, podría haber comprendido
lo que estaba viendo, podría haber… —Yo sé lo que vio porque me lo ha
contado demasiadas veces, llorando en mitad de la noche.
Vio cómo sus vidas eran aplastadas en el choque. Todavía se culpa porque vio
el accidente y no hizo nada para cambiarlo. (Ella no lo cambió. Yo estoy aquí
porque… no, detente).
Quizás esta escuela sea lo mejor que le haya sucedido alguna vez; ahora ella
puede descifrar cómo lidiar con lo que ve. Pero ¿por qué me siento tan mal
cuando ella es tan feliz y se siente tan esperanzada? No. Mi trabajo es cuidar de
ella. Si quedarme aquí es lo que necesita, entonces lo haré.
Se me eriza la piel de la nuca y volteo para ver lo que los ojos de Annie no
pueden ver. La señorita Robertson está allí parada, completamente en silencio
en el umbral, observándome.
Han pasado dos semanas desde que trabaron la ventana. Instalaron rejas en
todas ellas, en todos los pisos. La administración alegó que se debía a un
intento de robo.
Todos los días Annie me cuenta lo que aprendió, me dice lo inteligente que es
Clarice y se sorprende ante la increíble coincidencia de haber conocido a la
única persona en el mundo que puede entenderla. No sonrío porque con Annie
no tengo que hacerlo, pero miento cuando estamos juntas.
Ahora estoy sentada en clase.
No estoy haciendo ninguno de mis deberes.
Estoy sentada perfectamente quieta y derecha, y no trabajo, y no respondo
preguntas, y ellos no me hacen nada. No hay detención. No hay amenazas.
Excepto en Defensa Personal, donde mi instructor me golpea y golpea hasta
que por fin lo bloqueo y devuelvo los golpes.
Estoy repleta de magullones debajo mi almidonada camisa blanca que huele a
lejía y que me hace echar de menos a mi madre con un dolor que no creía
poder volver a sentir.
No le cuento nada a Annie. No puedo contárselo. Annie es feliz, y yo tengo
que dejarla ser feliz. Es mi trabajo asegurarme de que lo sea.
Fulmino con la mirada a la señorita Robertson, que se encuentra al frente de
la clase detallando el próximo viaje de esquí; todavía la culpo por la ventana
trabada, aunque no tengo motivo para hacerlo.
Luego se me ocurre una idea. Quizás Clarice no sea una coincidencia. Hay
algo malo con esta escuela, sé que es así. Quiero saber por qué, porque si
conozco el motivo, entonces quizás no me sienta enferma todo el tiempo. Si
existe una razón que explique qué es lo malo de este sitio, entonces no estoy
loca por sentirme de esta forma. (No estoy loca, no lo estoy). Me recuesto en la
silla, miro directo a la frente de la señorita Robertson y pienso: tengo un
cuchillo en mi zapato. Tengo un cuchillo en mi zapato. Tengo un cuchillo en mi
zapato y lo sujetaré y acuchillaré a Eden. La acuchillaré hasta que grite. Tengo
un cuchillo en mi zapato. Acuchillaré a Eden. Ahora mismo.
La señorita Robertson se abalanza por el pasillo, me arranca de mi silla y me
arroja al suelo; me golpeo la cabeza. Me sujeta, no le resulta difícil, soy solo
codos y rodillas y tengo tan solo trece. Me quita uno de mis zapatos y después
el otro, respirando con dificultad. Mi rostro se encuentra aplastado contra el
mosaico. No puedo ver nada. No me puedo mover.
Mi profesora maldice.
—¿Qué… por qué…? ¡Eden! ¿Cómo se está sintiendo Sofia ahora mismo?
—¡No lo sé! ¿Cómo puedo yo…?
—¡Solo dime cómo se está sintiendo ahora!
—Ella estaba… estaba totalmente tranquila antes de que usted la sujetara. Y
ahora es como si, no lo sé, como si estuviera riendo por dentro, pero también
se encuentra en verdad asustada. —Eden también parece asustada al tener que
admitir que sabe eso.
La señorita Robertson se pone de pie, y yo ruedo para quedar de espaldas, las
lágrimas corren por mis mejillas a causa del dolor de cabeza, pero Eden tiene
razón, estoy riendo.
Río y río y río, y pienso en acuchillar a la señorita Robertson con el cuchillo
que no llevo en mi zapato. En incendiar toda esta sala con las cerillas que no
llevo en mi bolsillo. En colgarme en mi habitación con la cuerda que no tengo
en mi armario.
Hay algo malo con este lugar, pienso dirigiéndome a ella, y yo lo sé.
—Muy inteligente —dice la señorita Robertson con esa sonrisa mentirosa—.
Al parecer, estás lista para avanzar a la próxima fase.
LUNES POR LA TARDE

Ya debería haber VUELTO. ¿Por qué no ha regresado? Necesito escucharla,


averiguar si se encuentra bien. Me mentirá, por supuesto, pero de todas formas
necesito escucharla.
Es mi culpa. Una vez más. O veo cosas y no puedo detenerlas o las causo
porque las veo de forma errónea. Yo seré la muerte de toda mi familia. Ya he
destruido a Fia al arrastrarla a esta escuela conmigo. No puedo matarla a ella
también.
Camino hacia la puerta y salgo al pasillo. Alguien se pone de pie de inmediato;
Darren, por los sonidos que hace. Tiene una forma particular de exhalar cada
vez que tiene que hacer algo.
—¿Puedo ayudarla, señorita Annabelle?
—¡Bueno, sí, Darren, sí puedes! Hay una ventana al final del pasillo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Puedes abrirla?
—¿Tiene mucho calor? Puedo hacer que regulen el aire acondicionado.
—Ay, no, lo de la ventana no es para mí. Es para ti. Para que puedas arrojarte
por ella.
Una pausa y luego:
—Tiene un gran sentido del humor, señorita Annabelle.
—Bueno, solo tengo cuatro sentidos, así que de alguna manera tengo que
compensar. Tienes la libertad de quedarte sentado en tu silla leyendo novelas
de romance. Iré a ver a Eden.
—Hágame saber si necesita algo.
—¿Para que puedas decepcionarme una vez más no escuchándome? Por
favor, Darren. —Continúo caminando por el pasillo, pasando la mano por los
suaves paneles de madera y contando las juntas. Salteo una puerta. Salteo otra.
Golpeo.
La puerta se abre y ella busca de inmediato mi mano.
—¿Qué ocurre? ¿Qué sucedió?
—Enviaron a Fia a una misión.
Eden maldice.
—¿Se encuentra bien?
—Necesito que la sientas cuando vuelva. A mí me mentirá.
Suspira, y su mano cambia de posición cuando se mueve para alejarse de mí.
—Lamento que haya tenido que hacer eso. En verdad. Está mal. Pero no
puedo tolerar estar junto a ella. No tienes idea de cómo se siente desde que
volvimos, quedar atrapada en todo ese enfado. Me provoca dolor de cabeza.
Toda mi boca sabe como si estuviera bebiendo ácido para baterías. Es veneno.
—Mi hermana no es veneno. —Retiro la mano con brusquedad.
Ella maldice de nuevo, la voz más suave.
—Lo siento. Es solo que… ya puedo decirte cómo se sentirá. Se sentirá
enfadada. Es lo único que ha sentido desde que dejamos Europa. Desearía
poder ayudarla, pero no puedo, y tú tampoco.
—¿Por qué sigues aquí? —Estoy tan furiosa que quiero sacudirla, y sé que ella
puede sentirlo—. ¿Por qué volviste? ¿Por qué no saliste al mundo para ser la
pequeña espía de Keane?
No tengo que ser una Sintiente para escuchar el dolor en la voz de Eden.
—No quería que estuvieras sola.
—¿Cómo puedes trabajar para ellos? —susurro—. A mí me mantienen aquí,
prisionera, para controlar a Fia.
—¿Alguna vez pensaste que quizás te mantengan aquí para protegerte de Fia?
—Eso es mentira.
—Tú no puedes sentirla como yo. Es peligrosa, Annie, y me aterra cada vez
que se encuentra a solas contigo. Es… —Escucho que respira hondo—. Buenas
noticias, está aquí. La puedo sentir desde el primer piso. Supongo que lo del
Instituto de Arte se cancela. Ven después de que ella se haya ido y nos haremos
la manicura, ¿sí? —Eden comienza a cerrar la puerta, pero duda—. Lo siento. —
Luego la termina de cerrar.
Giro expectante hacia el sector de elevadores del pasillo. Desearía poder ir
directamente abajo para encontrarme con ella, pero a diferencia de Eden, quien
puede ir y venir a su antojo, yo no tengo permitido salir del piso sin la tarjeta de
acceso de Darren.
Por mi propia seguridad. Claro que sí. Soy la prisionera más protegida del
mundo entero.
Me esfuerzo por escuchar el zumbido del elevador, el ding ahogado, el
desplazamiento de las puertas. El sonido de los pies de Fia dando pisotones por
el pasillo. Siempre camina haciendo ruido, solo para mí.
Pero en lugar de sonidos, me recibe un destello de luz y puedo ver (ay, la luz,
¡puedo ver!) y son puras luces y oscuridad, luces resplandecientes y vibraciones
y todo está oscuro y hay humo y ¿eso es fuego? ¡Debe ser un incendio! Hay
demasiada gente, todos morirán…
No, no es un incendio, los cuerpos están bailando, las vibraciones no son más
que el ritmo retumbante de una canción. Las luces cambian de color con tanta
rapidez que no puedo recordar sus nombres. Y Fia (ay, Fia, eres tan bella que
haces que me duela el corazón) se encuentra en el medio de todos, sacudiendo
el cuerpo, moviéndose y balanceándose y bailando al ritmo de la música de una
forma en la que nadie más puede hacerlo. Tiene los ojos cerrados y el brazo en
alto. Solo un brazo, está herida; ¿cómo la hirieron? ¿Sucederá esto pronto? Pero
se encuentra perdida en sí misma y sé que allí, en ese momento, se siente feliz.
No quiero hacer otra cosa que quedarme aquí y observar cómo baila mi
hermana.
Pero luego sé que no soy la única que la está observando. Alguien más
también lo está haciendo. Ese es el objetivo de esta visión, no ver a Fia feliz,
sino ver que alguien más la está vigilando. Intento girar para buscar entre la
multitud, pero no funciona de esa forma: estoy atrapada, atrapada viendo y solo
viendo, pero nunca viendo lo suficiente. Alguien la está vigilando. Fia sigue
bailando, ajena a todo.
Si tan solo pudiera descubrir quién la está observando, entonces…
—¡Annie! ¡Annabelle!
La voz de Fia me arranca de la luz y la oscuridad me envuelve una vez más,
permanente, claustrofóbica, luego de mi corta incursión en la visión.
—¿Qué es lo que viste? —La voz de James es cortante. Mierda. Debería haber
estado en mi habitación. De esa forma no se habría enterado de que vi algo. No
le cuento la mayor parte de las cosas que veo. Esa es la gloria de tener el poder
alojado en tu cabeza y solo en tu cabeza. No pueden acceder allí.
—A Fia. Bailando.
—¡Hurra! ¡Iré a bailar! —Siento cómo ella bailotea a mi alrededor en un
círculo, luego sus pasos vacilan y algo golpea la pared.
—Irás a la cama —suelta James.
—Ay, James —susurra Fia con dramatismo—. No delante de mi hermana.
Ella te odia.
—¿Te encuentras bien? —Extiendo la mano hacia ella, pero se aleja de mí
bailando y tarareando por lo bajo. Una odiosa canción pop. Doris debe estar
aquí… Me perdí de todo cuando estaba teniendo la visión.
—No estoy recibiendo nada de ella —comenta Doris—. Volveré a mi oficina.
—Se aleja caminando y murmurando algo sobre que ahora tendrá esa canción
grabada en su cabeza todo el día.
—¡Baby baby baby, señorita Robertson! ¡Ta taa! —Fia no me toma de la mano,
ya no lo hace, pero escucho cómo se dirige a las zancadas hacia mi habitación y
la sigo.
Sus pasos se detienen de golpe. Supongo que James la sujetó. Su voz suena
deliberadamente tranquila.
—Ok, Fia. La has visto. No sé por qué necesitabas hacerlo, pero ahora has
visto a Annabelle, así que ¿podemos llevarte con el doctor Grant?
—¿El doctor Grant? ¿Por qué necesita un doctor? —pregunto.
—Pero tengo que contarle a Annabelle todo acerca de mi gran aventura.
Annie… —Se acerca tanto a mi rostro que puedo sentir su aliento—. Me
DISPARARON. Fue increíble. ¿Cuántas chicas de diecisiete pueden decir lo
mismo?
—¿Alguien le disparó? —Volteo hacia la voz de James, horrorizada—.
¿Dejaste que le dispararan?
—Por favor, Fia —insiste James.
—Ay, muy bien. También asesiné a un pobre universitario inocente. A ti te
hubiera gustado, Annie. Era apuesto. Tenía piernas largas y brazos largos y ojos
grises. Luego estaba muerto. Pobre chico apuesto, está muerto.
Dejo escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Sentí que lo
había estado haciendo desde el momento en el que le mentí a Keane.
—Lo siento.
—¿Sientes que casi me asesinaran o que yo haya asesinado a alguien? Porque
yo no lamento nada de eso. No lo lamento, no lo lamento, no lo lamento para
nada. ¿Acaso los demás también sienten cómo gira el pasillo? ¿Soy solo yo? Está
bien, mancharé de sangre el sofá de Annie. No te preocupes, James, no lo puede
ver. Nunca lo sabrá.
Escucho cómo su hombro roza la pared mientras camina (avanza a los
tumbos) hacia mi habitación.
—¿Le diste algo? —pregunto. Supongo que no está desangrándose o James no
la hubiera dejado venir aquí bajo ningún aspecto. ¿Quizás él ya le dio algo para
el dolor? No sentí alcohol en su aliento. No ha estado tan mal en un largo
tiempo.
—No. —James tiene la audacia de sonar triste. No tiene derecho a estar triste
sobre lo que esto le está haciendo a mi hermana. Doy otro paso hacia mi
dormitorio, y él posa su mano sobre mi brazo. Me libero de ella de un empujón.
»Ella no tiene la autorización para estar aquí en este momento.
—James. Le dispararon. Asesinó a alguien. Creo que puedes permitirte hacer
una excepción.
Se queda callado, y yo contengo el aliento: por favor, por favor sé una
persona, solo por esta vez.
—Muy bien. Haré que Grant suba para que se ocupe de ella en tu dormitorio.
Pero luego deberá irse. —Lo odio. Odio que Fia solo pueda visitarme cuando
ellos lo autorizan, que nunca podamos salir juntas de este piso de la escuela.
Que Fia pueda vivir en otro sitio mientras a mí me mantienen encerrada.
—Eres un santo —suelto a regañadientes, y deseo poder ser para él el veneno
que Fia es para Eden.
—Para que sepas, lo siento mucho. Todo. Y prometo que no la dejaré sola
esta noche. Cuidaré de ella.
—Ella no te pertenece para que la cuides. —Camino hacia mi habitación sin
tocar la pared y cierro la puerta de un golpe—. ¿Fia? ¿Dónde estás?
Un sollozo ahogado se escucha desde el sillón. Me tropiezo con una de sus
puntas y maldigo. No he tropezado con mis muebles en años. Luego casi me
siento sobre sus piernas mientras intento sentarme junto a ella.
—Shh, todo estará bien.
—No estará bien. Annie, lo que hice… lo que hice… lo siento tanto. Lo
solucionaré, lo prometo.
Encuentro su pelo y lo acaricio; es suave, pero en los extremos se encuentra
rígido y cubierto de costras de algo. Sangre. Quiero vomitar. Mi hermanita está
sentada en mi sillón y tiene sangre en el cabello, y yo no sé si es la suya o la de
él.
—¿Has visto algo? —susurra—. ¿Nos matarán? ¿Estamos bien todavía?
—Estamos bien, estamos bien, lo prometo, estamos bien. —Desearía poder
ver su brazo, evaluar cuán grave es. Mirarla al rostro para ver cuánto dolor
siente. Quizás en realidad no lo deseo. Preferiría verla bailando.
Lo que me recuerda.
—No vayas a bailar.
Ríe.
—¿Por qué?
—Alguien te está observando.
Ríe una vez más. Su risa suena áspera y grave y no se parece en nada a la
manera en la que ella reía cuando éramos pequeñas.
—Cuando bailo todos me observan.
Suspiro, y apoyo la cabeza contra la de ella.
—Y no dejes que James se quede contigo esta noche.
—¿Has visto algo? ¿Pasará algo malo? —Suena aterrorizada.
—Soy tu hermana mayor. No es necesario que vea nada para saber que James
siempre esconde algo malo.
Fia resopla.
—No pensarías eso si pudieras verlo. —Luego su voz suena ahogada mientras
acomoda el cojín y me roza la cara con él. Grita contra él, luego solloza y lo
arroja al otro lado de la habitación con un golpe sordo—. Me duele mucho el
brazo —gime. Escucho cómo tamborilea el dedo contra el cojín del sillón, los
tres golpecitos, una pausa y luego otros tres para formar un bucle sin fin. Ay,
Fia.
—Lo sé. Pero está bien. Ya has terminado. No dejaré que te obliguen a hacer
eso nunca más.
—Annie —dice, y engancha su brazo detrás de mi cuello y me acerca la
cabeza a sus labios—. No lo hice.
—¿No hiciste qué?
—Lo solucionaré, lo prometo. Estarás orgullosa de mí, haré que lo estés, y te
sacaré de aquí. No lo hice. No pude. No maté a Adam.
Mi corazón se detiene, y la sujeto por los hombros. Lanza un grito de dolor.
—¿No lo hiciste?
—No, ¡no pude! Lo siento. Sé que lo estropeé. Pero pensé… esperaba que… tú
no hubieras querido que yo lo asesinara. Es agradable, Annie. Tomé la decisión
correcta. Me escuché a mí misma por primera vez en años. Estaba tan asustada
de volver y que tú estuvieras… que ellos se hubieran enterado y te hubieran
hecho daño. Pero no lo saben. Conseguí engañarlos. Y seguiré escuchándome a
mí misma. Puedo hacer esto. —Espera a que le responda, pero no lo hago, no
puedo. Su voz suena incluso más dolorida cuando vuelve a hablar—. Creí que
estarías orgullosa de que hubiera salvado a alguien a quien Keane quería
muerto.
Suelto a Fia y me hundo en el sillón. Alguien golpea la puerta con fuerza.
—No era Keane quien lo quería muerto —aclaro.
La manija de la puerta hace un clic; nuestra conversación ha terminado. Al
menos el doctor Grant es un hombre y por lo tanto nuestras mentes se
encuentran a salvo por ahora.
—Y entonces, ¿quién? —pregunta Fia, su voz débil. Siente tanto dolor que me
hiere escucharla, pero no puedo acercarme a ella, no puedo ayudarla—. ¿Quién
lo quería muerto?
Me pongo de pie y me alejo del sillón.
—Yo.
TRES AÑOS ATRÁS

—¡Vi el lago! No me lo puedo creer. ¿Siempre se ve así de increíble? ¡No puedo


esperar a ir!
—Pero en realidad no podrás verlo —dice Fia, y cierra de golpe una gaveta.
—No, pero ¡seré capaz de recordar haberlo visto en mi visión! Puedo
recuperarla y revivirla en la mente, y puedo comparar lo que recuerdo haber
visto con cómo huele, cómo se siente y cómo suena. —Arrojo un cojín y salto
sobre su cama. Siento como si pudiera volar. Siento como si estuviera volando.
Vi algo porque pensé en ello con mucho esfuerzo, y no fue horrible ni confuso.
Todavía no tengo demasiadas visiones, y en general no puedo descifrar lo que
significan, veo gente desconocida y lugares que no reconozco. Ninguna visión
es tan horrible como la de mis padres, pero tampoco particularmente
asombrosa.
Pero ¡esta! Vi una playa, una bonita extensión angosta de arena pálida a orillas
del lago, un lago tan inmenso —desvaneciéndose en el horizonte— que bien
podría haber sido el océano. Mis compañeras de clase, vi a algunas de ellas
también, pero a la única que reconocí fue a Eden gracias a su salvaje pelo rizado
con el que suelo juguetear cuando salimos juntas. ¡Y Clarice! Vi a Clarice; supe
que era ella porque escuché su voz y la reconocería en cualquier lugar. Tiene el
pelo largo y los ojos azules, del mismo color del cielo. Me había olvidado de
echar de menos el color azul. ¡Azul!
Me dejo caer de espaldas y con alegría recorro mi estómago con los dedos.
—No te conté la mejor parte.
—¿Eh? —Se cierra otra gaveta—. No encuentro mi sujetador —murmura.
—La mejor parte es que te vi a ti.
—¿Y? No soy algo tan increíble de contemplar.
—¡No seas estúpida! ¡Esta es la primera vez que te he visto desde que eras una
niñita! Tienes el pelo tan brillante, y tu rostro. Ay, Fia, eres bonita. Eres tan, tan
bonita. Supe quién eras en el instante mismo en que te vi. —Unas lágrimas se
deslizan desde el rabillo de mis ojos. Me encuentro en la cama de Fia, y huele a
ella, vainilla dulce, y ahora sé qué apariencia concuerda con ese aroma.
Ella estaba allí, en la playa, más allá del punto de perspectiva que la visión me
otorgaba, y echó un vistazo hacia atrás durante un instante antes de patear con
fuerza una pelota y luego perseguirla entre un grupo de adultos.
No parecía feliz. Me pregunto si siempre es así y yo no lo sé. O quizás no
recuerdo cómo se ve la felicidad. Pero incluso con el ceño fruncido y la boca
apretada, se veía muy bonita. Y cuando corrió, se convirtió en todas las
definiciones de grácil que yo alguna vez hubiera leído.
—Tú eres bonita —dice con un suspiro—. Y me alegra que hayas visto algo
feliz. En serio. Es alucinante. Espero que sigas viendo cosas felices. Hace que
todo valga la pena.
—Quizás la próxima vez que nos lleven de excursión a Broadway pueda ver el
espectáculo con antelación y estropearlo para ti.
Fia suelta una risa seca.
—Hazlo. Sea como sea, odio los musicales.
Nuestra puerta se abre de golpe.
—¿Dónde te encontrabas hoy durante la hora de clase, Fia? —pregunta Eden,
y luego ambas maldicen en voz alta, y siento cómo me quitan una manta de
debajo de mí.
—¡LLAMA A LA PUERTA PRIMERO! —grita Fia. Nunca la había escuchado
tan furiosa.
Hago un gesto desganado con la mano en el aire.
—¡Tranquilízate! Eden no tiene que llamar a la puerta. Ah, espera, ¿estás
desnuda? ¿Te vio desnuda? —suelto una risita, todavía mareada de la felicidad,
todavía viendo la playa. Sé cómo es Eden. Quiero volver a tocar su pelo; era tan
salvaje en mi visión. Ahora cuando venga a verme, no tendré que imaginar
cómo creo que es. ¡Lo sé!—. ¿Acaso Fia tiene pechos grandes? Ella no me lo
dice, y al parecer no es correcto tocarlos y corroborarlo por mí misma. —Nadie
ríe—. Ufff, era una broma.
—¿Qué te sucedió? —pregunta Eden. Suena atemorizada.
Fia se dirige a la puerta a las zancadas.
—Cállate. Sal de nuestro dormitorio.
—¿Qué sucede? —Me siento.
—Su cuerpo… —comienza Eden.
—DIJE QUE TE CALLES.
—No, cuéntame qué sucede. Eden, ¿qué es lo que no puedo ver? ¿Qué anda
mal?
—¡Está cubierta de magullones y cortes! Todo el estómago, y también los
brazos. ¿Qué le han estado…?
—¡Sal de mi habitación!
Eden chilla y escucho pasos tropezando entre sí, luego la puerta se cierra de
un golpe y la respiración de Fia se torna trabajosa.
—¿De qué estaba hablando?
—Nada. Eden es una idiota. La odio.
—¡Estaban hablando de algo! —Me pongo de pie y extiendo la mano hacia
Fia. Siempre se acerca cuando yo le extiendo la mano. Pero solo encuentro aire.
Se está manteniendo alejada de mí.
Nunca ha evitado mis manos antes.
—¿En serio estás cubierta de magullones y cortes? —Sale como un susurro.
Arrastro los pies hacia adelante y por fin conecto con ella. No se mueve. Hago a
un lado la manta y acerco la mano con suavidad hacia su estómago. Se siente
suave. Lo recorro con los dedos, y ella inhala de golpe, y allí, debajo de mis
dedos, sobre sus costillas, encuentro el borde áspero de un corte. Allí, más
arriba, otro. Atraigo su brazo hacia mí, ha estado llevando mangas largas todo
el tiempo, ¿por qué no lo había notado antes? Un corte extenso le recorre el
antebrazo y otro, el hombro.
—¿Cómo sucedió esto?
—Entrenando —responde, y su voz carece de vida.
—¿Qué clase de entrenamiento?
—Últimamente, peleas de cuchillos.
—¿Te están enseñando a pelear con cuchillos? ¡Creí que tomabas clases de
Gimnasia y Defensa Personal!
—Al parecer, aquí se las toman muy en serio.
Le aprieto el brazo, quizás esté dañándola, pero no la puedo soltar, no la
puedo soltar porque si lo hiciera no podría verla en absoluto. Suspira.
—Me están entrenando para pelear. Los cuchillos son algo nuevo. Antes de
eso, era solo cuerpo a cuerpo.
—¿Como karate? —Karate estaría bien. Los niños toman clases de karate todo
el tiempo. Pero no con cuchillos.
—Como lucha callejera. Tienen cuchillos reales. Yo tengo uno de plástico. No
puedo detenerme hasta que no haya propinado un golpe incapacitante. No
importa cuántas veces me corten.
—No.
—Está bien, Annie. Ya no me cortan demasiado. Estos cortes son viejos. Casi
todos ya han sanado. Y me estoy volviendo muy, muy buena. —Su voz suena
como los cuchillos que puedo ver deslizándose sobre su piel, rasgando su piel,
su piel bella y pálida, pálida como la arena de la playa donde la vi.
—¿Por qué no me lo has contado? —Me dejo caer hacia atrás, jalándola
conmigo, hasta que golpeo la cama con las piernas y me puedo acostar.
Recorro, recorro, recorro las cicatrices de sus brazos con los dedos.
—No es gran cosa.
—¡Es una gran cosa! Es algo enorme. ¡No puedo creer que te estén
permitiendo hacer esto! Le contaré a Clarice. Me quejaré. Es una locura. Tienen
que detenerse. ¿Acaso la señorita Robertson se encuentra detrás de esto? ¡Haré
que la despidan!
—Está bien —dice, y por el sonido de su voz me doy cuenta de que su rostro
está vuelto hacia la ventana—. Habla con Clarice. Estoy segura de que eso lo
arreglará.
—¿Les dijiste que no quieres hacerlo?
Mueve el brazo hacia arriba cuando se encoge de hombros.
—Sí. Dijeron que no era opcional. Que podría servirme algún día. Siempre
parlotean sobre cómo están adaptando nuestra educación a nuestras
necesidades. Quizás alguna vez yo necesite ser buena en una pelea de cuchillos.
—Nunca te involucrarás en una pelea de cuchillos —respondo. Me da vueltas
la cabeza. No sé qué está sucediendo o por qué ella me lo ocultó. Pero se lo
contaré a Clarice, y Clarice se asegurará de que quienquiera que sea el
responsable se encuentre en graves problemas.

Sujeto la mano de Fia, y siento la arena debajo de los pies. Creí que hoy sería un
día mágico, pero cuando hago encajar lo que vi con lo que siento y escucho y
huelo, no dejo de ver la expresión del rostro de Fia en la visión.
Ella no estaba feliz.
Nada en ella se veía feliz. Recuerdo los rostros de mis padres. Recuerdo cómo
es la felicidad, por supuesto que lo hago. Las otras chicas gritan y ríen a nuestro
alrededor; escucho a algunas correr a través de las olas de la orilla, aunque está
muy frío para bañarse.
Pasamos la tarde en el acuario. Eden se daba cuenta de que yo estaba distraída
y no dejaba de nombrarme los peces más raros, pero yo no podía dejar de
pensar en lo que sucedía con Fia. Todavía no puedo hacerlo. Fia me aparta el
pelo que el viento me arroja sobre el rostro, y yo intento sonreírle.
—Es bonito, ¿verdad? —pregunto, ilusionada.
—Sí.
—¿Eden? —dice Clarice—. ¿Podrías sujetar la mano de Annabelle? Necesito
hablar con Sofia un minuto.
Me relajo un poco. Ayer hablé con Clarice y ella se mostró horrorizada. Dijo
que algunos de los entrenadores que contrataron eran nuevos y demasiado
entusiastas, y que lo que estaban haciendo con Fia era completamente
inapropiado. Aseguró que lo solucionaría de inmediato. Sonrío y suelto la mano
de mi hermana. Clarice le dirá que nunca tendrá que participar otra vez de esas
clases descabelladas.
Hay mucho ruido aquí, tantos sonidos diferentes que filtrar. El agua,
constante, por debajo y por encima de todo. Aves. No vi aves en mi visión,
tendré que prestar mayor atención la próxima vez. Tránsito. Aún debemos
estar cerca de una carretera. Conversaciones a mi alrededor. Puedo distinguir a
Clarice y a Fia.
—¿Por qué? —pregunta Fia.
—Queremos ver si puedes hacerlo. Considéralo un juego.
—Es estúpido. No lo haré.
—¿Quieres dejar las clases de la señorita Robertson?
Pausa.
—Sí.
—Entonces, demuéstrame que puedes hacer esto. Concéntrate. Sigue tu
instinto. Lo único que necesitas hacer es encontrar la manera de introducir esto
en el bolso de esa mujer sin que nadie a su alrededor lo note.
Pausa.
—¿Es eso todo?
—Así es.
—No se siente correcto.
—Entonces, haz que se sienta correcto. Puedes hacerlo. Sé que puedes.
—Muy bien. Da igual.
Luego la conversación termina y me siento confundida. Eso no era lo que
Clarice tenía que hablar con ella. Quizás la señorita Robertson sea quien esté a
cargo de las clases de Defensa Personal. Pero ¿qué fue eso de la mujer y el
bolso?
Suelto la mano de Eden, me siento donde estoy y hago correr la arena entre
los dedos, preguntándome si esta es la parte en la que Fia voltea hacia atrás con
esa mirada en el rostro.
—Iré al agua; ¿quieres venir? —pregunta Eden, pero yo sacudo la cabeza,
perdida en lo que vi. Apoya la mano sobre mi cabello—. Te preocupas
demasiado. Llámame si me necesitas.
Unos minutos más tarde alguien se deja caer en la arena junto a mí, y me doy
cuenta por el aroma y la sensación que emana de ella de que se trata de Fia.
—¿Qué quería Clarice?
—Nada. Solo un juego estúpido.
—Pero dejarás las clases, ¿verdad?
—Así es.
—Bien. —Sonrío y apoyo la cabeza en su hombro—. Me agrada cómo huele
todo aquí.
—Huele a podrido. Estás loca.
—Huele tal como parece. Y también sé cómo se ve. —Sonrío como la persona
loca que Fia dijo que yo era, y ella deja escapar una risita a pesar de que, por la
tensión de su hombro, siento que todavía no está feliz. Haré que lo esté. Puedo
arreglar las cosas. Puedo ser la hermana mayor—. ¡Ah! Dijeron que el médico
pronto tendrá los resultados de los exámenes, pero quieren algunas muestras
de tu ADN para comparar y…
Un estruendo más fuerte que un trueno rasga el aire, y un destello de calor
vuela como una ráfaga, arrastrando granos ásperos de arena. Fia nos arroja al
suelo y me cubre con su cuerpo, y todos están gritando, y yo no vi esto, qué
sucedió, ¿qué sucedió?
—¿Qué sucedió? —grito al oído de Fia. Pero luego ella se me quita de encima
y ahora desaparece en la oscuridad, gritando, gritando con tanta fuerza como
puede.
—¿QUÉ ME HICISTE HACER? ¿QUÉ ME HICISTE HACER? ¿QUÉ HICE?
Grita y grita hasta que algo cae al suelo con un golpe sordo cerca de mí y
luego ella se queda en silencio, pero todos los demás están gritando y esta no es
la playa que vi y me arrastro con desesperación por la arena, buscando, porque
no sé dónde se encuentra Fia.
¿Dónde está Fia?
LUNES POR LA NOCHE

—Píldoras, píldoras, por favor denme píldoras. —Hago una mueca ante mi
reflejo pálido. Me duele el brazo. Me duele la cabeza. No entiendo nada de lo
que ha sucedido hoy. Fue Annie quien puso la mira en Adam. Está ayudando a
Keane. ¿Por qué? Y gracias a las reglas de Keane, no puedo visitarla o siquiera
llamarla sin que me espíen. ¿Cómo pudo ella hacerme esto? ¿Hacernos esto?
Me utilizó.
Me duele el brazo.
Me duele la vida.
—Píldoras, píldoras, píldoras, quiero algunas píldoras —canturreo, y salgo
bailando del baño hacia la sala de estar. Es un apartamento hermoso, en
Lincoln Park, amoblado de manera impecable. James lo escogió cuando
volvimos de Europa y ellos decidieron que era peligroso para mí tener acceso
fácil a Annie. Demasiados pensamientos descarriados de irla a buscar y escapar.
Estúpidas Lectoras.
Así que ella permanece en la escuela y yo tengo una «libertad» que se parece
mucho a la prisión que es el piso de seguridad donde se encuentra Annie,
porque saben que yo nunca la abandonaré.
Siempre y cuando haga exactamente lo que me digan, seré perfectamente
libre.
—Píldoras, James, píldoras, píldoras… —Me detengo en seco, casi tropiezo, y
dejo que mi furia (siempre bullendo latente, la mantengo así solo para esto)
explote—. ¿Qué es lo que ellos están haciendo aquí?
La señorita Robertson y Eden están sentadas en mi sillón (mi sillón) y James
se encuentra junto a la ventana hablando por teléfono. Furia, furia, furia, Eden
ya se está retorciendo, parece como si fuera a descomponerse. Me vuelvo hacia
la señorita Robertson y hago una lista mental de cada palabra sucia, indecente y
obscena que alguna vez haya escuchado o leído. Comienzo a gritarlas en la
mente y dejo que reboten en mi cabeza, como una inmensa cámara de
resonancia repleta de sucias y amargas palabras, palabras, palabras.
Después, debido a que su boca seria se contrae en una sola línea firme,
aunque todavía no está enfadada por completo, sonrío, le enseño los dientes y
pienso en tres simples palabras: Andy, Ashley, Ally. Jadea con horror y salta del
sillón y se abalanza sobre mí, me toma ambos brazos (mi brazo, mi brazo,
dolor, dolor, dolor) y me golpea contra la pared.
—¿Cómo sabes sus nombres? ¿Cómo?
Andy, Ashley, Ally. Andy, Ashley, Ally. ANDY, ASHLEY, ALLY.
—¡DETENTE! —grita, y yo suspiro de alivio cuando James me la quita de
encima. Ay, mi brazo; unas motas bailan delante de mis ojos, pero vale la pena.
La señorita Robertson le está gritando a James y él está hablando, intentando
tranquilizarla. Me deslizo contra la pared hacia el suelo y río. Sabía que era una
buena idea tomar su teléfono cuando lo dejó sobre su escritorio el otro día. Ni
siquiera tuve que cantar canciones pop, y mis pensamientos están a salvo.
—Si no tiene nada que ocultar, entonces ¿por qué hace eso? ¡No sabes cómo
se siente tener que escuchar sus pensamientos! ¡Es un monstruo!
—Grrr —digo.
James la acompaña a la puerta.
—Creo que todos necesitamos un descanso. Doris, muchas gracias por tus
esfuerzos, y te prometo que tu familia se encuentra a salvo y que ella no sabe
dónde están, y aun si lo hiciera… —Me lanza una mirada severa con sus cálidos
y hermosos ojos color café—... nunca les haría daño. Solo está confundida y
sufriendo dolor. Se le pasará.
—Lo dudo. —Abre la puerta.
—Envíale mis saludos a los niños —grito mientras la puerta se cierra, y nunca
he visto ese tono de rojo en el rostro de alguien. Es muy agradable, en realidad,
y debería provocarlo con más frecuencia.
Eden se pone de pie. Ay, Eden, ¿por qué no te has retirado aún? Podrías irte,
ser libre… ¿por qué todavía estás trabajando con ellos? No tienen con qué
retenerte.
—Se está tranquilizando —dice—, pero le duele mucho el brazo y está muy
confundida y enfadada. Lo último es evidente. Pero no intentará suicidarse.
¿Puedo irme ahora? Me duele la cabeza.
James asiente, y yo veo cómo ella se inclina hacia él, la mano que de forma
casual apoya en su brazo antes de enderezarse y caminar lentamente hacia la
puerta. Es consciente de cómo se ven sus caderas en esos vaqueros, ella quiere
que él la desee. Me pregunto si él aún lo hace. Envío una gran explosión de
furia en su dirección como regalo de despedida. La odio.
—Fia —dice James, y enarca una ceja. Su pelo tiene un tono entre rubio y
café, dorado en realidad, iluminado desde atrás por los últimos rayos del sol
que se filtran a través de mi enorme ventana fija, y se ve reluciente y muy, muy
apuesto. Me alegra que la señorita Robertson se haya ido porque estoy
pensando cosas sobre James que no quiero que ella escuche. Pienso cómo
acariciaría el contorno amplio de sus hombros y brazos, pienso en cómo
camina. La curva de sus labios. Pienso en recorrerle el estómago con la mano.
Él sabe lo que hacen mis manos, él conoce todo sobre ellas. Aun así, me dejaría,
apuesto a que sí.
Me pregunto si Adam me dejaría tocarlo con mis manos horribles, si supiera,
si en verdad supiera. Le conté que asesiné a personas, pero no creo que
comprenda lo que eso significa. No puede hacerlo. Si pudiera, no sería Adam.
Tranquilo, sereno y dulce. Me pregunto dónde se encuentra y si está bien.
No pienses en ello. Los pensamientos no son seguros, nunca.
James me está mirando fijo. Sabe que es apuesto. Lo utiliza para su ventaja de
forma constante. ¿Está mal que me guste eso de él? Lo echo tanto de menos
tanto. Echo de menos cuán fácil me resultaba ser suya.
—James —respondo, imitando su tono, luego me pongo de pie y me tambaleo
hacia el sillón, donde me dejo caer. El doctor Grant me suturó con destreza,
luego James me trajo a casa y esta vez me dejó tomar algo. Nunca me dejan
tomar nada. (Estropeará mis habilidades, dicen. Tomarás demasiadas otra vez,
es lo que no dicen)—. Me gustaría tomar algunas píldoras más, por favor.
—No lo creo.
—¿Por qué no? Vamos. Me las gané. Además, me está por venir el período, y
sabes cómo me pongo durante los días previos. —Le dedico una amplia sonrisa,
pero no se muestra avergonzado en absoluto.
—Creo recordar que Clarice dijo que en esos días estás en tu mejor
momento… solo que no puedes enfocar tu intuición en lo que nosotros
deseamos que hagas, sino en lo que tú quieres hacer.
—Sí, bueno, yo creo recordar que Clarice está muerta.
—Fia —dice, y suena como un suspiro. Se sienta en el otro extremo del sillón
y coloca mis pies sobre su regazo. No debería dejar que me toque. En general,
no lo hago, porque es un mentiroso y se lo prometí a Annie, se lo prometí hace
mucho tiempo. Rompí esa promesa en Europa, quise romperla por completo,
pero aprendí mi lección.
Pero Annie
Annie.
Annie quería que asesinara a Adam.
Quería que cerrara esos ojos grises y enterrara esos dedos largos, suaves y
seguros. ¿Cómo pudo querer verlo muerto? ¿Quería que yo lo hiciera? ¿Cómo
pudo involucrarme en eso?
No la conozco para nada. Todos estos años, todas las cosas que he hecho,
todas las cosas en las que me convertí para hacerla feliz, para mantenerla a
salvo. No la conozco. Hago tap tap tap sobre mi pierna para lidiar con la
traición de Annie.
—Escucha —pide James, y me está masajeando los pies. Sus manos los
envuelven; él es alto, muy alto, y mucho más fuerte que yo. Creo que ahora
mismo podría vencerme en una pelea. O quizás no. Lleva lentes de contacto.
Esa podría ser mi ventaja.
Detiene los dedos en mi tobillo. No he dejado que me toque desde que hice
que me trajera de vuelta a Chicago. Creo que en realidad eso le está afectando.
Tal vez haya muchas otras cosas que podría utilizar en contra de James.
—¿Qué se supone que debo escuchar? —Giro y lo miro a través de mis
pestañas.
—Tienes que tranquilizarte. Deja de enemistarte con las demás. Eso hace que
mi trabajo sea mucho más difícil.
—Ay, pobrecito. ¿Tienes un trabajo difícil? No lo puedo imaginar.
Jala del dedo meñique de mi pie.
—Creo que tienes una imaginación muy buena. Se quejan con mi padre, y
luego mi padre sospecha que no estoy haciendo un buen trabajo dirigiendo las
cosas aquí. —Su voz se vuelve tensa. Problemas con papá. Desearía tener
problemas con mi padre. Aunque supongo que tengo problemas con su padre
—. Y si yo no estoy a cargo de ti, ya no podré ayudarte.
Me siento y quito los pies de su regazo. Lo miro directo a los ojos. No desvío
la mirada y no dejo que él lo haga.
—Me dispararon y asesiné a alguien. ¿Tienes alguna idea…? —Dejo que mi
voz se quiebre. No me resulta difícil—. ¿Tienes alguna idea de cómo se siente?
¿Qué es lo que eso me hace? ¿Cómo me estás ayudando?
—Quiero hacerlo. Estoy intentándolo. Pero mira, eso... —dice, y ahueca la
mano cálida sobre mi mejilla—. ¿Por qué no puedes dejar que ellos lo vean? Esa
es una reacción perfectamente aceptable. Esa es una reacción que ellos podrían
informar sin meternos en problemas. Esa es una reacción que hace que seas
una persona confiable para el sistema.
Le aparto la mano de un manotazo y me pongo de pie.
—Odiaría que te metas en problemas. —Apoyo las manos en las caderas—.
Quiero algo que me ayude a dormir.
Su teléfono suena y, cuando mira la pantalla, su rostro cambia, se vuelve más
duro y distante. Debe ser Querido Papi. Responde.
No, no, no. Esto podría llevar toda la noche. ¿Cómo podré dormir ahora?
Sujeto mi teléfono, llamo a Annie y vuelvo hacia el pasillo, lejos de James.
Annie responde. Necesito hablar con ella, necesito que me dé una explicación.
Pero no puede hacerlo ahora, no sin que yo revele que no asesiné a Adam.
Siempre nos están escuchando.
—¿Fia? ¿Cómo te sientes? ¿Te encuentras bien?
—Ay, ¡estoy muy bien! Mejor que nunca. Quería hablar contigo sobre algo
que dijiste más temprano.
Se escucha una larga pausa, y ella intenta tantear si puede hablar sin
delatarnos.
—¿Te refieres a mi visión?
—Sip. Tu visión.
Otro silencio prolongado.
—Creo que no deberías ir a bailar, eso es todo. Más adelante cobrará sentido,
lo prometo. Por favor, confía en mí. Cuando pueda explicártelo, todo tendrá
sentido.
Aprieto los dientes, y agrego el dolor de mi mandíbula al dolor de mi cabeza,
de mi brazo y de mi corazón.
—Claro que sí. Todo cobra sentido. Más tarde. Demasiado tarde, en realidad.
Sabes, no creo que comprendas lo que me estás pidiendo. ¿Tienes alguna idea
de lo que me estás pidiendo?
—Por favor, Fia. Por favor. Lo siento tanto. No quise que nada de esto
sucediera. No quería que te sucediera a ti. Hablaremos más tarde sobre ello. Lo
prometo.
—No. Está bien. Bien, bien, bien. Todos me utilizan, todos me dicen qué
hacer. Supongo que tú finalmente seguiste el ejemplo. —Recuerdo de lo que
supuestamente estamos hablando para quienquiera que esté escuchando—.
Pero lo divertido es que ni siquiera habría pensado en salir a bailar esta noche si
tú no lo hubieras mencionado. ¿Cuál es el término? ¿Profecía autocumplida?
—Eso no es divertido.
—Yo creo que es muy divertido. Hazme saber si debo matar a alguien más
mañana, ¿sí? ¡Adiós! —Termino la llamada, luego arrojo mi teléfono contra la
pared. Ella es… No puedo procesar esto. No puedo lidiar con esto. Si ella era la
que quería este asesinato, tendría que haber convencido a Keane de que Adam
tenía que morir. ¿Por qué? ¿Por qué lo haría? Aun si ella no fue quien me obligó
a ir, todavía es la razón por la que tuve que hacerlo.
Tiene que recordarlo. No puede haber olvidado cómo era todo antes de
Clarice. Cómo ha sido todo desde entonces. Pero no. Me utilizó, tal como
Keane, tal como todos los demás. Y yo estropeé todo, otra vez, como siempre, y
ahora ella está en peligro y no quería que yo no matara a Adam. ¿Cómo podría
estar decepcionada de mí por tomar la decisión correcta por primera vez en
años?
Annie. Annie. Annie. Anninfierno. Entro a las zancadas en mi habitación y
quito toda la ropa de mi armario, la arrojo detrás de mí hasta que encuentro el
perfecto vestido negro sin tirantes. Es probable que fuera más adecuado
llamarlo unos tirantes negros sin vestido. Río.
Desearía que Annie pudiera haber escuchado ese chiste.
Zapatos de tacón aguja color rojo. No sé por qué necesito los puntiagudos,
pero sé que es la elección correcta para esta noche. No puedo peinarme con
una sola mano; mi pelo cae en ondas por mi espada. Retuerzo un mechón y me
lo aparto del rostro. Me pongo maquillaje oscuro en los ojos para que cuadre
mejor con mi carné de Cameron Underhill. Cameron tiene veintidós.
Yo tengo veintidós esta noche.
Lo único que arruina mi apariencia es la venda que llevo en el brazo izquierdo
(al igual que mis otras cicatrices borrosas), pero no hay nada que pueda hacer al
respecto. Un disparo es un disparo. No tengo lugar para llevar un cuchillo en
este vestido. Me echo hacia atrás y pienso. No necesito uno esta noche.
Me escabullo por el pasillo hacia la habitación principal.
James se encuentra parado junto a la ventana, el sol ya puesto, y su rostro,
bonito, fuerte y típicamente estadounidense, parece fruncido y contraído.
—Tenemos que ser más cuidadosos. Esta clase de trabajo no es bueno para
ella. Pone en riesgo todo lo que he construido durante los últimos dos años.
¿Por qué no dejas que vuelva a las acciones de la bolsa, los negocios y el
espionaje? Es perfecta para eso. Esto… —Hace una pausa, solo durante un
segundo, pero sé que su padre verá la debilidad allí—... los asesinatos la
destruyen. No será útil durante meses en este estado mental.
Ah, útil. No seré útil. Que Dios no lo permita. Si tan solo supieran lo que su
mascota ha hecho. Una pausa, solo puedo adivinar lo que el mayor de los Keane
está diciendo. Nunca lo conocí. Ninguna de las chicas de la escuela lo ha hecho.
Tap tap tap. Tap tap tap. Necesito salir de aquí.
Sujeto mi bolso del recibidor junto a la puerta, me quito los zapatos y los
cuelgo de mi muñeca.
—Sí, señor. Lo comprendo. —El padre de James no puede ver cómo se le
tensa la mandíbula, cómo cada músculo de su cuerpo manifiesta su enfado y su
rebelión apenas controlada. Nunca me resulta más atractivo que cuando está
furioso. Pero aun así, James obedece lo que le ordenan. Buen chico, James. Aquí
tienes otro premio. Siéntate, James. Rueda. Hazte el muerto. Mata. ¡Ese es un
buen hijo!
—Saldré —anuncio, y él voltea de pronto justo a tiempo para verme enviarle
un beso antes de cerrar la puerta de un golpe, bajar las escaleras corriendo,
pasar junto al desconcertado portero y salir del edificio. No puedo escapar.
Pero puedo correr.
Y bailar.
DOS AÑOS Y MEDIO ATRÁS

Annie quiere que me mude de VUELTA a su habitación.


No comprende. No puedo hacerlo. No puedo vivir con ella porque no puedo
contárselo, y si vivo con ella, lo sabrá, lo descubrirá. Está preocupada por mí.
No tiene idea.
Soy una asesina.
Ese día en la playa. Estoy atrapada en ese día en la playa. Sujeto el paquetito.
Cabe en la palma de mi mano. Me concentro en introducirlo en el bolso de la
mujer sin que nadie me vea. Es fácil. Sé exactamente qué hacer. Nadie ve nada
fuera de lo común cuando la adolescente desgarbada pasa persiguiendo su
pelota con una mirada resuelta.
Nadie la relaciona con la explosión que mata a dos personas tres minutos más
tarde.
Ella. Yo. Ella. Yo. Yo hice eso.
—Por favor, elige, Sofia. —Clarice está sentada delante de mí, tranquila y
plácida. Siempre se encuentra tranquila, a veces quiero arrancarle los ojos.
Sobre la mesa, entre nosotras, hay cinco cajas envueltas en papel madera. Cinco
cajas. Dos personas. Una explosión. Dos asesinas en esta habitación.
No puedo irme ahora, ni nunca. Me atraparían. Lo sabrían. Sabrían que fui
yo. No puedo contarle a nadie lo que esta escuela es en realidad porque
entonces tendría que contarles lo que hice.
—A quién le importa. Son todas cajas. ¿Por qué importa qué caja elija?
—Tenemos que probar los límites. ¿Puedes tomar las decisiones correctas por
instinto solo cuando comprendes lo que está sucediendo, o tu intuición te
ayuda a tomar las decisiones correctas aun cuando no tienes idea de qué es lo
que estás escogiendo?
—Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie alrededor, ¿acaso a alguien le
importa una mierda? —murmuro.
—Ahora, por favor.
La fulmino con la mirada. Ambas somos asesinas, Clarice y yo. Señalo la caja
del extremo izquierdo.
—Elegiría esa.
Sonríe.
—Muy bien.
—¿Qué contienen?
—No importa.
—Por supuesto que no. —Me recuesto en mi silla y miro el techo—.
¿Podemos terminar ahora?
—Es interesante —señala, y sujeta con cuidado las cajas y las apila en el
rincón del enorme sótano de paredes de hormigón sin ventanas. Annie nunca
ha estado aquí. Al igual que la mayoría de las chicas. De todas formas, solo
quedamos Eden y yo de mi clase original—. Me resulta muy difícil verte a ti.
Algunas personas son más fáciles que otras, por supuesto, pero tu habilidad
constante de reaccionar sin pensar hace que me resulte muy, muy difícil ver
algo de tu futuro.
Me pregunto si aún podría tener visiones si le arrancara los ojos. Annie la
adora. Annie cree que es lo mejor que alguna vez nos sucedió a ambas. Annie la
necesita. Le están haciendo pruebas y diagnósticos, y cada tres meses hay un
poco más de esperanza para su vista.
Sea como sea, no puedo irme porque soy una asesina y me enviarían a la
cárcel y no podría cuidar de Annie si estuviera allí.
—¿Sabías que no teníamos idea de que existías? —Camina hacia la puerta y
golpetea sobre ella tres veces. Mi dedo hace tap tap. Dos taps. Dos vidas—.
Solo estábamos interesados en Annie. Ella ha sido excepcional, pero tú fuiste el
gran descubrimiento. Al principio creímos que eras una Lectora, o quizás una
Sintiente, ya que supiste que esta escuela no era todo lo que aparentaba ser.
Pero has demostrado ser mucho más interesante que todo eso.
—Hurra por mí. —Podría sujetar la silla. Podría estrellarla contra su rostro.
Me pregunto si lo haré. ¿Ya lo habría visto ella si yo fuera a hacerlo? Supongo
que entonces no lo haré. O no lo puede ver. Estoy aburrida. Quiero irme a
dormir.
Dormir, dormir.
Tap tap. No sé cómo eran sus rostros. En realidad, nunca los vi. ¿Haber visto
sus caras habría hecho que mis pesadillas fueran mejores o peores? Conozco
sus nombres. Mucho, mucho más tarde, busqué la noticia online.
Asesiné a un senador. ¿Eso no es asesinato y traición? Tengo miedo. Tengo
miedo aquí dentro y tengo miedo allí afuera. Nunca podré irme.
La puerta se abre y entran tres hombres vestidos con pantalones deportivos
grises. Cada uno tiene un pequeño objeto negro en las manos, como si fuera un
teléfono cuadrado. No sé qué es, pero cada uno de mis sentidos está en alerta y
el corazón me late a toda velocidad y mi percepción se está afinando,
volviéndose más aguda. Esto es malo. Tengo que salir de esta habitación. Me
pongo de pie, coloco la mesa entre nosotros y sujeto la silla de Clarice. Es
pesada. Demasiado pesada para esto, desearía que fuera más liviana, pero
puedo herirle la pierna a alguien.
¿Por qué necesito herir la pierna de alguien?
—Sofia, estos caballeros te ayudarán con tu entrenamiento. Todos tienen
pistolas paralizantes. Tu misión es escapar de la habitación.
—¿Sin que me den una descarga? —La miro, atónita. No hemos hecho una de
estas sesiones en mucho tiempo. Creí que ya habían terminado.
—No. Tu misión es contraatacar y escapar de la habitación, aunque sufras
descargas. —Sonríe con satisfacción—. Considéralo un ejercicio para aprender
a mantener la concentración a pesar del dolor.
Debí haberle estrellado la silla en la cabeza para ver si ella podía mantener la
concentración.

No llores, no llores. Annie puede escucharme si lloro. No puede verme hecha


un ovillo en el sillón, cada parte de mi cuerpo gritando de dolor. No puede ver
que estoy mordiéndome la muñeca con tanta fuerza como puedo. Escapé de la
habitación. Ay, duele mucho.
—¿Qué cuentas de nuevo? —pregunta. Suena nerviosa. Debería estarlo. No
ha intentado tocarme hoy.
—Nada.
—No has estado por aquí.
—He estado ocupada. Deberes escolares.
—Ah. —Sobreviene una pausa prolongada y espero que haya dejado de
intentar hablarme—. Estoy mejorando. Eso es bueno, ¿verdad?
—¿Mejorando en qué?
—En ver cosas. Clarice creyó que debía enfocarme en ti, y eso ayuda. Un
poco. Pero últimamente no he estado viendo las cosas como sucederán
exactamente. He estado viendo… no lo sé. Fragmentos que parecen significar
algo más. Como si todavía estuvieran modificándose y no encajando. Se
siente… importante. No como lo que solía ver antes, algo que en verdad
sucedería como yo lo veía, y yo solo tenía que descifrar cómo interpretar las
imágenes. Estas visiones son más como rompecabezas. Muchas piezas
pequeñas. Como una de mis últimas visiones: había un tipo de cabello claro y
uno de cabello oscuro, y se encontraban enfrentados como si fueran dos lados
de un espejo. Y un destello de ti, otro de Clarice, el color rojo y una habitación
repleta de mesas y sillas, pero de aspecto realmente elegante, oficial… no lo sé.
Me da un poco de miedo, y aún no sé cómo interpretarla. Pero algunas son
buenas. Incluso comencé a soñarlas. Algunas veces son felices. —Se le dibuja
una especie de sonrisa soñadora en el rostro.
Me incorporo (duele, duele, el cuerpo me duele) y sujeto su mano. Se
sobresalta; no la he estado tocando en el último tiempo. Ya no me gustan mis
manos. Solía pensar que eran bonitas. Ahora se ven como si le pertenecieran al
cuerpo de alguien más. Alguien que asesina personas.
—Escúchame. No les cuentes. No les cuentes que estás viendo más. No le
cuentes a Clarice. Ni siquiera pienses en lo que estás viendo.
—¿Por qué? Fia, me estas asustando. ¿Por qué no me dices qué está
sucediendo?
—¡Prométeme que no les contarás!
—¡No lo haré! ¡Lo prometo! ¿Qué está sucediendo?
Dejo caer su mano.
—Nada. Y deja de intentar verme. No te gustará. —Salgo de su dormitorio.
Camino por el pasillo.
Bajo las escaleras.
No importa la dirección.
Afuera del vestíbulo de entrada casi me topo con un chico. Lleva puesto un
abrigo, es alto y debería estar en blanco y negro y sin camiseta en la pared de
una tienda de ropa; y sus cálidos ojos color café se encuentran totalmente
vidriosos. Quiero besarlo y al mismo tiempo mantenerme tan lejos de él como
sea posible. Se siente incorrecto, peligroso; mi corazón se acelera por él de la
misma manera en la que lo hizo por las pistolas paralizantes.
Todo aquí se siente mal todo el tiempo. Pero él se siente mal de una forma
emocionante.
—Ey —dice, sonriendo, y sus ojos me recorren de manera desvergonzada.
—Ey. —No hay chicos aquí. O por lo menos, no adolescentes. Solo hombres.
Armados. (Duele, duele, me duele el cuerpo).
—James. Keane. James Keane. —Extiende la mano para que se la estreche.
Mantengo apartadas mis manos de asesina.
—¿Keane como la Fundación Keane?
—¡Así es!
—Debería romperte la cabeza ahora mismo —declaro, pero estoy demasiado
cansada para hacerlo.
—¡Eres la tercera persona que me dice eso hoy! —Me guiña un ojo y después
me sujeta del brazo y lo enlaza con el suyo—. ¿Por qué no me guías en el gran
tour de la escuela secreta?
—¿Por qué no haces un tour caminando entre el tráfico en hora pico?
Ríe.
—Me agradas. ¿Cómo dijiste que era tu nombre?
—Sofia.
—Sofia. Soooofia. Sofia, he hecho algo muy malo.
No se siente bien acompañarlo mientras me conduce por el pasillo hacia los
salones vacíos de clase. Voy con él de todas maneras.
—Apuesto a que yo he hecho algo peor. —Mi dedo hace tap tap.
—Me encantaría escucharlo si lo has hecho. Pero yo primero. Yo he… —Mira
hacia ambos lados por el pasillo con una cautela exagerada, luego se acerca y
me susurra directo al oído (mal, mal, pero no evita que unos escalofríos me
recorran la espalda; es muy bonito, nunca he estado tan cerca de un chico tan
bonito)—... irrumpido en un internado para chicas adolescentes especiales.
Lo aparto de un empujón y lo fulmino con la mirada.
—¿Eso es todo? Es patético.
—¡No lo es! Es muy, muy malo. Verás, traje whisky conmigo. Whisky robado.
Bostezo, y me doy unos golpecitos en la boca con la mano.
—Se lo robé al decano de mi universidad.
Miro la hora en un reloj que no llevo puesto.
—Luego de que me expulsara.
Lo miro directo a los ojos.
—Yo entregué un paquete que contenía una bomba y que mató a dos
personas.
Su rostro se congela. No debería habérselo contado. No importa. Lo miro,
desafiante.
Su rostro congelado se derrite en una sonrisa.
—Bueno, mi querida, tú ganas. Creo que esto amerita un brindis. —Intenta
abrir la puerta más cercana, pero está trabada. Retrocede, levanta la pierna y la
patea hasta abrirla con un estrépito—. Eso dolerá en la mañana. Las damas
primero. —Extiende la mano hacia la habitación ahora abierta.
No le importa que yo haya asesinado a dos personas.
¿Qué es lo que sucede con él?
Entro. (En esta habitación he escogido qué arma estaba descargada entre diez
opciones. Y luego jalaron el gatillo contra mí. He escogido acciones de la bolsa
que se han disparado. He escogido qué lápiz debía hundir en el oído de la
señorita Robertson hasta que me echó a patadas por haberlo pensado).
James pasa junto a mí balanceándose y tambaleándose, y se sienta en el suelo
contra la pared, lejos de la puerta estropeada. Da unos golpecitos en el suelo
junto a él.
Me siento. Me entrega una botella que toma de su abrigo y sé (lo sé, lo sé) que
nunca debería probar el alcohol.
Bebo un sorbo.
Me atraganto y toso, y él ríe. Bebo otro y esta vez consigo tragarlo.
—Buena chica. Ahora, ¿quieres que te cuente un secreto?
—Sé demasiados secretos.
—Bueno, ninguno mío. Mi madre era psíquica. Una psíquica real, de las que
ve el futuro. —Hace una pausa—. ¿No estás impresionada?
—¿Debería estarlo?
—Probablemente, no. Hacía que fuera demasiado difícil meterme en
problemas. Siempre lo veía venir. ¿Quieres saber cuál es el truco para meterte
en problemas bajo la mirada atenta de una psíquica?
Pienso en las ventanas trabadas. Pienso en Clarice. Pienso en los dos, los dos,
los dos que ahora son cero. Tap tap.
—Sí.
—No lo planees. Ni siquiera pienses en ello. En el instante en el que tengas un
pálpito de lo que podrías hacer, hazlo. Nunca planees por adelantado. Siempre
actúa siguiendo nada más que tu instinto.
Sonrío, bebo otro trago largo antes de que él me quite la botella.
—Puedo hacer eso.
—Por mi madre —dice, y alza la botella—. Y por la tuya. —Me la devuelve.
—La mía está muerta.
—¡La mía también!
No parece triste. En general, las personas se sienten tristes por la muerte de
sus padres. Me agrada que no se sienta triste.
—Mis padres murieron en un accidente de tránsito. Mi hermana lo vio antes
de que sucediera. Aun así, sucedió.
—Mi madre se disparó en la cabeza. Ayer.
Lo observo sumida en el horror y la conmoción. Luego le entrego la botella y
digo:
—Bueno, mi querido, tú ganas. Esto amerita un brindis.
Ríe, y yo también lo hago, y me doy cuenta de que es la primera vez que he
reído en seis meses. Creo que estoy enamorada de él. Y sé que estoy enamorada
de esta bebida y de cómo me hace sentir ligera y mareada.
—Irrumpí aquí esta noche para descubrir la razón por la que mi madre se
voló los sesos. Me siento muy desilusionado de que solo sea un edificio. Pero
menos desilusionado por la compañía.
—Yo incendiaría esta escuela hasta los cimientos, si pudiera.
—Estarías dañando a las personas equivocadas. Es mi padre. Deberías
quemarlo a él. Lo odio.
—Por tu padre. —Bebo algunos tragos más.
—Por quemar a mi padre hasta las cenizas.

En la mañana, cuando nos encuentran inconscientes uno junto al otro sobre el


suelo, echan a James, pero no antes de que se despida de mí. Clarice no dice ni
una palabra sobre ello, pero Annie se encuentra furiosa cuando vuelvo a mi
habitación.
Me duele la cabeza, me duele. Sin embargo, recuerdo las risas. Y su rostro. Y
el hecho de que él sabe lo que yo hice y aun así se sentó junto a mí y rio y me
dijo que tengo los ojos más bonitos que él alguna vez haya visto, pero que soy
demasiado joven para que me bese hasta que no haya bebido por lo menos tres
tragos más.
No sé por qué Annie está hablando tan fuerte. ¿Por qué está hablando?
Quiero que deje de hablar.
—¡Escúchame, Fia! —Me toma por los hombros y me obliga a que la mire al
rostro, aun cuando ella no puede ver el mío. Le saco la lengua—. Nunca vuelvas
a beber.
—Pero fue divertido —protesto.
—¡Te podría haber sucedido cualquier cosa!
Mi cabeza está de acuerdo. Tiene razón, sé que la tiene.
—Está bien.
—Y mantente alejada de James.
—¿Por qué? ¿Por qué es importante eso? Ya no está aquí. Es probable que
nunca lo vuelva a ver. —Pero quiero hacerlo. Él se sentía incorrecto, pero no
me hacía sentir enferma, me hacía sentir mareada, esa sensación que tienes
cuando te encuentras en el borde de un sitio muy alto, donde te sientes
inmortal y frágil al mismo tiempo, y me gustó.
—Te prometí que no le contaría a Clarice sobre las cosas nuevas que estaba
viendo. Tú prométeme que te mantendrás alejada de James. No trae nada
bueno; es peligroso, Fia.
No tan peligroso como yo, Annie. Sea como sea, se lo prometo.
LUNES POR LA NOCHE

—Necesito hablar con el señor Keane. Ahora. —Golpeteo el pie con


impaciencia frente a Darren, el del pasillo, quien huele a mostaza. He intentado
volver a llamar a Fia, pero me comunico directamente con el buzón de voz. Ella
hará algo estúpido; sé que irá a bailar. Probablemente ahora mismo. No puede
estropear las cosas, no de nuevo. Estoy mejorando mucho. Sé que pronto veré
lo que necesitamos, algo que nos liberará. Algo que compensará todas las
maneras en las que he destruido a mi hermana.
Puedo sentirlo… Está cerca, el futuro en el que seremos libres. Ese futuro
secreto del que nunca le hablé a nadie, del que no conozco ningún detalle salvo
la manera en la que me siento en él. Tengo que volver a tener las cosas bajo
control para que podamos encontrar ese futuro.
Darren se mueve en su silla. Rechina.
—Llamaré a su secretaria y veré si puedo concertar una cita.
—Quizás quieras mencionar que he visto su muerte. Su muerte inminente.
Solo para que sepan a quién culpar cuando él no reciba la advertencia a tiempo.
He leído sobre cómo la sangre abandona los rostros de las personas cuando
están asustadas. Me gusta imaginar que eso es lo que le está sucediendo al
rostro de Darren en este momento. Escucho que algo cae al suelo con un ruido
sordo (algo pequeño, debe ser su teléfono, manos de manteca) antes de que él
le diga a alguien con un tartamudeo que yo necesito una cita con el señor
Keane de inmediato. No dice por qué. Es probable que no quiera que lo culpen
si algo sale terriblemente mal.
—Se encuentra en el edificio —anuncia Darren, el alivio evidente en su voz.
Nadie sabe dónde estará Keane en un momento determinado, y muy rara vez se
encuentra aquí. Esto es un golpe de suerte—. La acompañaré arriba ahora
mismo.
—Buen chico.
Intenta sujetarme del codo. Siempre intenta sujetarme del codo. Yo quiero
hundirlo en su rostro. En cambio, lo aparto y camino por mi cuenta por el
pasillo hacia el elevador. Como si no conociera los límites de mi prisión. Como
si no fuera consciente de cada metro cuadrado de espacio que me retiene aquí,
donde nadie puede alcanzarme y de donde nadie puede liberarme. Estas
paredes también retienen a Fia, a pesar de que ella no esté entre ellas.
Desearía que ella pudiera dejarme aquí. Pero sé que nunca lo hará.
El zumbido familiar del elevador y el ding alegre anuncian nuestra llegada al
piso más alto. Solo he estado aquí en una ocasión, la semana pasada. Huele a
limpio, perfectamente limpio, el aire purificado y lavado y secado de todo lo
que se encuentra debajo de él. El resto de la escuela y los dormitorios huelen a
mujeres. Este piso no tiene un solo aroma a perfume, a champú o loción floral.
Yo soy la única mujer aquí a quien Keane verá. Supongo que debería
encontrarme halagada, pero él sabe que soy la única que puede verlo sin verlo.
No deja que las Lectoras o Sintientes se encuentren a menos de dos pisos de él,
y nunca permite que ninguna de las psíquicas vea su cara, porque si no
conocemos su rostro, no lo podemos reconocer si lo vemos en una visión.
Un tanto paranoico, nuestro jefe misterioso. Probablemente sea la
consecuencia de haber encargado el asesinato de senadores de los Estados
Unidos. Fia todavía no sabe que me ha contado eso. Ay, Fia.
La buena noticia es que Darren no tiene la inteligencia suficiente para
descubrir que es imposible que yo haya visto a Keane en una visión y haya
comprendido lo que estaba viendo. Me alejo de las puertas del elevador. Luego
me quedo allí parada. Y espero. Es humillante. Intento pararme tan erguida
como me es posible, mantener el rostro perfectamente impávido y compuesto.
He estado viviendo en los pocos pisos de mi prisión durante tanto tiempo que
estar en cualquier otro lado sin Eden me aterroriza. Podría ser todo un espacio
abierto. Podría extenderse hasta el infinito sin paredes. Podría ser nada más que
un infinito espacio blanco.
No lo sé. Nunca puedo saberlo. Y no puedo hacer nada hasta que alguien me
lo autorice. Echo de menos cómo Fia solía sujetarme de la mano. Sentí como si
hubiera perdido un miembro cuando dejó de hacerlo.
—Por aquí, señorita Rosen.
Me sobresalto. Alguien está junto a mí. La alfombra aquí arriba es tan mullida
que ni siquiera lo escuché acercarse. Pero conozco su voz. Es… Daniel. John.
Daniel/John. El hombre que supo que Fia también pertenecía aquí. Sin él, solo
hubiera sido yo, solo hubiera sido yo, siempre.
—Daniel. ¿O John?
—Tienes una memoria excelente. —Me sujeta del codo con suavidad y me
conduce hacia mi izquierda. Cuento los pasos. Treinta y dos hasta que me
indica que camine delante de él y la alfombra cambia. Esta vez es una
habitación diferente.
Las puertas se cierran detrás de mí. No me acompañó a una silla. Desearía
asesinarlo.
Sé que Keane está en la habitación. Puedo sentirlo como la electricidad, pero
no dice nada. Así que camino hacia adelante, los hombros hacia atrás, una
mano levantada de forma casual delante de mí. ¿Y si no hay silla ni escritorio?
¿Y si camino hasta que me topo con Keane? La idea de tocarlo me hace querer
voltear y salir corriendo. Me detengo, y me quedo donde estoy.
—Buenas noches, Annabelle. —Su voz es grave, regular y desprovista de tono.
—Necesito saber quién le disparó a mi hermana. —Espero. No dice nada—.
No los vi. Es difícil ver a Sofia cuando está allí en el exterior y actúa siguiendo
sus instintos. Se mueve guiada por cosas que no tienen sentido, cosas que no
deberían afectar nada, así que nosotras… yo… no podemos verla. Solo consigo
ver pantallazos, e incluso no siempre terminan sucediendo. Así que necesito
saber quién más se encontraba presente en el lugar y si estaban allí por ella o
por Adam Denting. Si era por Adam Denting, entonces no tenemos más
problemas porque él está muerto. Pero si estaban allí por Sofia, eso significa
que ustedes no son los únicos que están utilizando psíquicas, lo que significa
que nuestros problemas son muy, muy grandes.
Deja escapar un suspiro prolongado. Es el primer sonido que ha hecho
además de su saludo. No se mueve. No se muestra inquieto. En mi cabeza, él no
es una persona. Es un robot, cromo y acero, sin sangre, sin corazón. No puedo
ni imaginar en la mente cuál sería la imagen que le corresponde a esa voz
carente de alma.
—Eres muy inteligente, Annabelle. ¿Sabías en qué estaba trabajando Adam
Denting?
No permito que ni un músculo de mi cara se mueva. Solo sabía a dónde
conduciría su trabajo.
—No tengo ni idea. No fue una visión de la vida real. Ya se lo conté, solo vi
cómo su nombre engullía el suyo, lo destruía.
—Ahora estás viendo en abstracto. Eso me resulta muy intrigante. Por
supuesto, nos mantendrás al tanto de cualquier otra visión abstracta que
tengas.
Odio haber tenido que admitir que puedo ver más que solo el futuro concreto
después de haberle prometido a Fia que nunca lo contaría. Pero lo que en
verdad vi fueron rostros y rostros y rostros de mujeres, mujeres que yo sabía
podían ver y sentir y leer, de pronto nítidos y luego desvaneciéndose en la
oscuridad y cuyas voces sonaban como la mía y susurraban el nombre de Adam
Denting una y otra vez… Entré en pánico. Tenía que ayudar a esas mujeres,
mantenerlas a salvo.
—Por supuesto —suelto con brusquedad—. Aunque me sería de ayuda saber
lo que la gente hace aquí en realidad. —Todavía no lo sé. Incluso después de
todos estos años, de todo lo que Fia ha hecho.
No tengo ni idea de cuál es el objetivo de todo esto.
Soy tan estúpida. Luego de la visión sobre Adam, exigí una reunión con
Keane y le conté lo primero que se me ocurrió para hacer que ordenara el
asesinato de inmediato. Ay, Fia, no quería que tú tuvieras que asesinar a nadie,
nunca. Nunca creí que te enviarían a ti, pero necesitaba que Adam Denting
estuviera muerto.
Todas lo necesitábamos.
Me pregunto cómo está sentado Keane. Qué apariencia tiene su silla. Cómo
mueve las manos. Al parecer, ya ha terminado conmigo.
—Estoy ocupándome del asunto. No es de tu incumbencia.
—Si mi hermana está involucrada, entonces sí lo es. Sabe que nadie puede
verla como yo. ¿En verdad se arriesgará a perderla?
No lo hará. Sé que no lo hará. Entre todas nosotras, él ha invertido la mayor
cantidad de tiempo en Fia. Con lo que ella hizo hace dos años, cualquiera de
nosotras hubiera terminado muerta. De inmediato. Sin preguntas. Fia consiguió
salvarse.
—El nombre que tenemos es Lerner. Todavía no sabemos si se trata de una
persona o de un grupo entero. No actúan en el mismo campo que nosotros; sin
embargo, se están acercando. Creemos que tenemos algunas pocas fotografías
de su gente, pero esas no te servirán de mucho, ¿no es así?
Me enfurezco. Creo que escucho el atisbo de una risa.
—Te aseguro que no tengo nada más que los mejores intereses de Fia en
consideración, al igual que con el resto de mis chicas. Y sabes que tu mejor
interés es mantener trabajando a tu hermana.
—Cómo olvidarlo. Estaré atenta a cualquier cosa que se relacione con Lerner.
—Envíale mis saludos a tu hermana.
Volteo y me retiro caminando, sabiendo exactamente cuántos pasos me
llevará alejarme de ese monstruo. Una vez más deseo ser Fia, quien podría
haberlo asesinado solo con la fuerza de sus manos.
Fia, quien está viniéndose abajo de forma imposible porque es capaz de hacer
eso.
De vuelta en mi propia mesa y con una taza de té entre las manos, por fin
puedo volver a respirar. Sé dónde me encuentro en el espacio. No es donde
quiero estar, pero al menos lo conozco.
Llevo la taza hacia mi rostro y parpadeo entre el vapor. Lerner. Apostaría
cualquier cosa a que estaban allí por Adam. Nadie podría rastrear los
movimientos de Fia con tanta destreza. Ni siquiera Clarice podría haberlo
hecho.
Es tan incorrecto que a veces la eche de menos. Sé que no está bien. No
puedo evitarlo.
Vuelvo a respirar, esta vez más hondo, y una luz estalla delante de mis ojos.
¡Puedo ver! La euforia familiar me invade como el vapor de mi té y se expande
en mis pulmones. Y luego comprendo lo que estoy viendo.
Un chico sentado en una mesa bajo una luz resplandeciente. Tiene los brazos
y piernas largas y los ojos amables de los que Fia me habló.
Solo puede ser Adam Denting. Ella tenía razón. Me gusta. Ordené que lo
asesinaran, pero me gusta. Me gustan su pelo revuelto y sus ojos amables.
Incluso me gustan sus orejas.
Parece inquieto, mira hacia arriba y hacia abajo y por encima del hombro.
Está asustado. Alguien le habla. Con nerviosismo, está respondiendo preguntas
sobre quién es y de qué se trata su investigación, preguntas sobre quién es Sofia
Rosen y sobre lo que le contó exactamente sobre ella misma.
Y una voz de mujer, proveniente de algún lugar que no llego a ver, le asegura
que se encuentra a salvo ahora que está con Lerner.
DOS AÑOS ATRÁS

Fia se encuentra en mi habitación. Me ha estado evitando durante mucho


tiempo, pero últimamente está aquí en todo momento. Me siento feliz.
Y triste. Porque es diferente. Está callada. Nunca ríe, desearía que pudiera reír
y que todo fuera fácil entre nosotras, que Eden todavía pudiera visitarnos
cuando Fia se encuentra aquí y las tres pudiéramos pasar el rato juntas.
Estoy utilizando la pantalla braille en mi ordenador nuevo. Durante un
tiempo me estuve valiendo de la tecnología de voz a texto, pero de esta forma
puedo leer todo en lugar de esperar a que el ordenador lo lea para mí. Esta es
una de las cosas que intenté que el sistema de escuelas públicas incorporara,
pero nunca tenían el presupuesto para ayudar a una estudiante ciega. Ahora lo
único que tengo que hacer es encontrar los productos y la tecnología que
quiero probar, comunicárselo a Clarice y en una semana llegan aquí.
Hago volar los dedos por páginas de Internet en busca de información para
mi proyecto de último año, una investigación de las adaptaciones del mito de
Cassandra de la antigua Grecia.
—Esta pantalla es genial, Fia.
—Mmmm.
—¿Estás haciendo deberes?
—Nop.
—¿Qué estás haciendo?
—Preguntándome si se puede juzgar como adulto a alguien de catorce años
que es cómplice de asesinato.
Detengo los dedos en la mitad de una palabra.
—¿Qué? ¿Por qué te preguntarías eso?
—Es solo algo en lo que pensar. Al parecer, en la mayoría de los delitos no se
lo juzgaría como adulto, pero para los casos de asesinato bajan bastante la edad
de imputabilidad.
Frunzo el ceño.
—¿Eso es para alguna clase? —De las chicas de su edad, solo queda Eden. En
general, las chicas dejan la escuela para formar parte de otros programas
dirigidos por la fundación o las echan porque el programa de estudios no está
funcionando para ellas. Me alivia mucho que nada de eso nos haya sucedido a
nosotras. La tía Ellen no nos ha escrito ni siquiera una sola vez en dos años. Me
preocupa que echen a Fia; literalmente no tengo ni idea de qué haríamos
entonces.
—Ah, nunca asisto a clases. ¿Por qué iría?
Dejo caer la pantalla de braille cuando volteo con rapidez para encararla.
—¿No estás asistiendo a clases?
—Las clases vienen a mí. Leo mucho. Duermo mucho. A nadie le importa.
—¡Eso es terrible! No puedo creerlo. ¿Qué clase de programa de estudios
tienen para ti? Entiendo que sean flexibles, pero esto es inaceptable. —Hago
una pausa, no quiero preguntar, pero tengo que hacerlo—. ¿Acaso ellos…?
¿Estás haciendo esas cosas raras de defensa personal otra vez?
—En general, entreno para correr y aumentar mi resistencia. Nunca se sabe
cuándo tendrás que correr cinco kilómetros.Además, nos estamos enfocando
en violaciones de propiedad.
—No es gracioso.
—En verdad no lo es, ¿no?
Me pongo de pie, camino hacia la cama y toco a Fia. Tiene la cabeza colgando
del borde, boca abajo. Tiene el pelo largo, más largo de lo que lo tenía cuando la
vi en la visión de la playa. Me pregunto de qué otra forma ha cambiado.
—No eres feliz, ¿verdad? —Había estado esperando que se adaptara, que las
cosas raras que estuvieran sucediendo con ella y la dinámica singular que
tuviera aquí cambiaran. Trago saliva con esfuerzo. Soy una persona terrible. Sé
que no es feliz. No ha sido feliz en meses. Años. Pero yo sigo esperando y
deseando. No porque creí que cambiaría. Sino porque yo necesitaba que ella
fuera feliz para que yo pudiera continuar siendo feliz aquí.
Fia no suena molesta cuando por fin habla. Suena distante.
—Ni siquiera recuerdo cómo se sentía la felicidad. Creo que probablemente
se sentía como aquella noche cuando me emborraché con James. Ligera y
mareada, todo dando vueltas y desenfocándose.
La jalo hacia arriba, la hago incorporar y la apoyo sobre mi regazo. Se enrosca
sobre mí como una niña, aunque ahora es tan alta como yo, tiene que serlo, su
cuerpo es todo brazos y piernas. Apoya la cabeza contra mi hombro, y siento
humedad donde se encuentran sus ojos.
—Ay, Fia, Fia. Lo siento tanto. Arreglaré esto. —¿Cómo permití que esto se
volviera tan malo? Está deprimida. Por supuesto. Tiene que haber algo que
puedan darle, alguna clase de antidepresivo que la haga sentir mejor hasta que
descubramos cómo hacerla feliz de nuevo—. Te cuidaré.
—No puedes —niega, y su voz suena vacía—. Es mi trabajo cuidarte a ti.
Me retrotraigo a cuando yo tenía siete y ella cinco. Nos encontrábamos en
nuestra segunda casa, la que no tenía escaleras. Yo estaba haciendo
rompecabezas en la sala de estar, sintiendo los contornos para unir las piezas.
Cuando terminaba, necesitaba que Fia viniera y me contara qué imágenes había
formado. Pero yo era mucho mejor que ella en armar rompecabezas; siempre
los terminaba primero.
Escuché la puerta de la cocina cerrarse de un golpe.
—¿En qué estabas pensando? —La voz de mi madre, aguda y dulce, sonó
estridente y presa del pánico—. Greg, llama al médico.
—Ella estará bien. —La voz de mi padre era cálida. Me hacía pensar en
mantas recién salidas de la secadora, pegajosas a causa de la estática, apoyadas
sobre nuestros hombros. No recordaba demasiado cómo eran ellos, solo ideas
vagas de pelo color café y piernas largas, muy largas.
—¡Podría haberse hecho un daño permanente! Fia, querida, ¡nunca mires
directo al sol! ¡Podrías quedar ciega!
La voz de Fia se escuchó entretejida con lágrimas.
—Es lo que quería.
—¿Querías quedar ciega?
—Para poder ser como Annie. Quiero ser como Annie. Tú
dijiste que le conseguirían un perro.
—Ay, querida. No conseguiremos el perro por un largo tiempo. Y no quieres
ser ciega. Si tú también lo fueras, ¿quién cuidaría de Annie? Es tu trabajo cuidar
de ella. Eres muy especial. En general, las hermanas mayores están a cargo de
las más pequeñas, pero en nuestra familia sucede lo opuesto. ¿Puedes hacer
eso? ¿Puedes cuidar de ella?
—¡Sí! Lo haré. —La vocecita de Fia sonó solemne con el peso de la
responsabilidad.
Levanté mi rompecabezas y lo arrojé, pieza por pieza, por la ventana abierta.
Yo siempre había creído que mi propósito era ayudar a Fia. Tranquilizarla
cuando se enfadara demasiado, consolarla cuando se pusiera muy triste, hacerla
callar cuando estuviera siendo molesta.
Luego de eso comenzó a sujetarme de la mano con mayor frecuencia. Se lo
permití. Pero ya no busqué formas de ayudarla. Al parecer, ella era la especial.
—Lo siento —susurro ahora, y recorro su pelo con los dedos—. He sido muy
egoísta. Sabes que no tienes que cuidar de mí, ¿verdad? No te tienes que
preocupar. No soy tu responsabilidad. Si quieres irte… —Trago saliva con
esfuerzo. No me quiero ir. Incluso he estado pensando en ir a la universidad
por aquí y preguntarle a Clarice si puedo quedarme como una clase de
consejera residente, aunque más de la mitad de las chicas con las que
empezamos ya no estén aquí. Tanto Eden como yo nos queremos quedar. Su
familia en serio es un desastre; ella también reside en la escuela todo el tiempo,
incluso durante las festividades. Iremos a la universidad juntas, en la ciudad.
Quizás me convierta en profesora aquí, luego de obtener el título. Ayudaría a
chicas como Eden y yo, las ayudaría a entenderse, a comprender que no están
locas.
Respiro hondo.
—Puedes hacerlo. Puedes irte, si eso es lo que quieres. Encontraremos a la tía
Ellen. No te sientas mal. No tienes que quedarte en esta escuela por mí. —
Extiendo la mano para sujetar la suya.
La retira como si la hubiera quemado, se sienta y se aparta de mí de un
empujón.
—No tengo que quedarme aquí, ¿eh? ¿No tengo que quedarme? ¡Solo estoy
aquí por ti! ¡Esto es tu culpa! ¡Todo esto!
Frunzo el ceño, dolida.
—¡Yo no te obligué a venir!
—¡Es tu culpa que yo sea todo lo que tienes! ¡Dejaste que nuestros padres
murieran! Tú viste lo que iba a suceder. Tú lo VISTE. ¡Y no hiciste nada para
evitarlo! ¡Para empezar, si no los hubieras dejado morir, no estaríamos aquí!
¡Todo estaría bien! ¡TODO ESTO ES TU CULPA!
Fia, quien dijo que nunca me culparía, que me lo prometió, me lo prometió,
me había estado culpando durante todo este tiempo.
—Sal de mi habitación —le ordeno.
—Oblígame.
—¡SAL DE MI HABITACIÓN! ¡SAL DE MI VIDA!
El golpe de la puerta fue mi única respuesta.

Esa noche, más tarde, no puedo dormir. Me siento demasiado culpable. No


debería haberle dicho esas cosas. Soy la hermana mayor. Y ella está herida, lo
ha estado durante mucho tiempo. Tengo que ayudarla. Tengo que ser la que
permanezca en calma, la que tenga el control, tomar esto por lo que es.
Necesita ayuda.
Camino lentamente por el pasillo. No sé si las luces aún están encendidas o
no, pero me sé de memoria el camino hacia la oficina de Clarice. Con
frecuencia, se queda hasta tarde trabajando; quizás todavía esté aquí. Se siente
bien estar haciendo algo.
Se escuchan unas voces desde su oficina. La puerta debe estar abierta. Me
acerco caminando y luego me detengo. Al menos sé que está despierta.
Esperaré en el pasillo hasta que haya terminado.
Estoy a punto de sentarme cuando escucho el nombre de Fia.
—Seguramente tiene que haber una mejor forma de controlarla. —La voz de
la señorita Robertson.
—Eden dice que está empeorando. La culpa se está desvaneciendo y se está
convirtiendo en enfado y en algo que Eden llama «un remolino caótico de
desesperanza vacía». Esa chica tiene que aprender un poco sobre las
definiciones precisas. —No sé a quién le pertenece esa voz; me suena
vagamente familiar, pero estoy segura de que nunca había tenido lecciones con
ella. Casi todas mis clases son con Clarice, solo nosotras dos.
—Es un caso inusual. —Clarice. Así que Clarice también sabe que Fia está
teniendo inconvenientes, y ya está trabajando con el resto de los profesores
para ayudarla. Sonrío—. Las otras chicas que valen la pena son muy fáciles.
Para el momento en el que atan cabos, están tan involucradas y disfrutan tanto
de las ventajas que no se dan cuenta de que están siendo controladas. Como
Eden. Los hogares deshechos son los mejores, ¿no es así? —Algunas risitas. No
me agrada cómo se siente esta conversación.
La voz de Clarice se encuentra cerca de la puerta. Me encojo contra la pared y
suplico que las luces del pasillo estén apagadas. No las escucho. No escucho el
zumbido. Pero en general no intento escuchar las luces. Quizás esté
equivocada. Quizás me pueden ver ahora mismo. Quizás estén paradas aquí,
riéndose en silencio de mí. La señorita Robertson necesita ver a las personas
para leerlas. ¿Puede verme? Retrocedo algunos pasos por el pasillo hacia las
escaleras.
—Pero es diferente con Sofia —dice Clarice—. Siempre lo ha sido. No
encontramos la manera de ganar su confianza y luego conducirla a hacer lo que
queríamos que hiciera. Supo desde el principio que no quería estar aquí o hacer
nuestra voluntad, así que ha sido una lucha constante.
La voz desconocida que habló sobre Eden:
—Sin embargo, la culpa está desapareciendo. Tendrán que encontrar un
método nuevo para evitar que escape.
Clarice, en un tono tan casual que me hiela la sangre:
—Ya sé exactamente cuándo lo intentará. Tendremos algo preparado para ese
entonces. Es la prioridad máxima de esta escuela; Keane está muy
comprometido con ella. Todas las pequeñas empáticas y Videntes son
reemplazables. Sofia es especial.
—Es un monstruo. —La señorita Robertson.
Clarice, risita.
—Pero es nuestro monstruo. —Crujidos. Gente levantándose de sillas. Tengo
que salir de aquí. No tenía que escuchar esto—. Y seguiremos haciendo lo que
sea necesario para que continúe siendo nuestra.
Giro y corro en silencio por el pasillo. Lo que sea necesario, lo que sea
necesario, lo que sea necesario. Rebota como un eco en mi cabeza. Seguirán
haciendo lo que sea necesario. ¿Qué otras cosas ya han estado haciendo? No
importa. Sacaré a mi hermana de aquí. No le seguiré fallando.
Mañana escaparemos.
LUNES POR LA NOCHE

Considero durante un instante detenerme en una biblioteca para ver si Adam


me envió un e-mail, pero no se siente correcto. Además, no quiero hacerlo. No
quiero pensar en Adam y en cómo me miró, cómo lo vi decidir confiar en mí.
No quiero pensar en cuán normal y segura me hizo sentir cuando estaba
conduciendo. No quiero pensar en cosas normales y seguras, cosas que no
puedo tener.
No quiero hacer nada esta noche, nada en absoluto que no sea girar y seguir
el ritmo y pulso de la música. No puedo hacer tap tap tap cuando estoy
bailando. Annie no puede traicionarme cuando estoy bailando. James no puede
utilizarme. No puedo escuchar mis propios pensamientos. No he salido a bailar
en cuatro meses, no desde que dejamos Grecia, y en verdad lo anhelo.
Corro algunas calles hacia el sur y luego viro hacia la ciudad. No estoy segura
de a dónde me estoy dirigiendo. Nunca planeo con anticipación. Aprendí la
lección hace mucho tiempo. Gracias, apuesto James.
Allí, delante de mí, hay una cola zigzagueante que rodea la acera. El
inconfundible zumbido potente del bajo que me atravesará. Perfecto. Levanto
la mirada y contengo una risa. El lugar se llama Visión.
Por supuesto que sí.
Es demasiado temprano para que haya una cola tan larga. Debe ser un DJ
famoso, o algo así. Me coloco los tacones y camino de forma directa hacia el
frente. Allí, la tercera persona. Un chico de pelo cuidadosamente esculpido,
brazos y pectorales incluso más esculpidos y una camisa escogida
especialmente para resaltarlos. Está aquí con dos amigos, sin chicas.
—Hola —saludo, y paso la mano por encima de la cuerda de terciopelo para
recorrer la curva de su hombro. Ay, mis manos, mis manos me hacen
estremecer, pero él no lo hace—. Odio las colas. —Le sonrío, y sé que soy
bonita y que la belleza es una herramienta. Me conseguirá lo que quiero, y lo
que quiero es el principio de esta cola.
—Hola. —Sus ojos viajan por el largo de mis piernas.
—Por suerte los encontré a ustedes aquí y no tengo que esperar en la cola,
¿no es así?
Sonríe. Tiene los dientes tan blancos que resplandecerían en la luz negra.
—Así es.
Me inclino por debajo de la cuerda y coloco su brazo alrededor de mi hombro
(no me toques el hombro, duele), y podría quebrarle el brazo, sé cómo
retorcerlo para que haga pop-pop-pop y se salga de lugar, pero parece bastante
agradable y eso interferiría con mi baile.
Este adorable chico incluso paga mi entrada. Lo cual es muy oportuno,
porque no me quedó efectivo luego de habérselo entregado todo a Adam, y no
quiero que una tarjeta delate mi ubicación. Entramos y no puedo escuchar su
voz, lo que también es muy oportuno. No debería tener una voz. Un cuerpo
está bien, tiene permitido tener un cuerpo. Necesito otros cuerpos entre los
cuales bailar para poder perderme.
Esta discoteca es como cualquier otra discoteca en el mundo. Hay una
cascada y un fogón y varios pisos, pero nada de eso importa en tanto haya una
pista de baile y música. Me abro paso a empujones hacia donde la música se
siente más intensa, más fuerte, donde puedes sentirla en los dientes, donde
sobrepasa el latido de tu corazón, donde toma el control de ti. No quiero
escuchar los latidos de mi propio corazón esta noche. Quiero que lata y
bombee fuera de mí.
Todo está saliéndose de control. Primero, Adam (me pregunto dónde se
encuentra… no, no lo hago, no pienso en Adam, no es seguro pensar en él).
Luego Annie. No puedo mantener unidos los hilos que debo seguir, no los
puedo jalar hacia lo que yo quiero que sean y no puedo discernir qué se supone
que deba hacer.
No tengo ni idea.
Solía ser muy buena en saber exactamente cómo hacer lo que era mejor para
Annie y para mí, pero ya no sé quién soy yo, y Annie, ¿por qué querría ella que
yo lo asesinara? Si no puedo saber quiénes somos nosotras, ¿cómo puedo saber
qué camino debemos recorrer?
Comienzo a moverme. A balancearme. A encontrar la música, a perderme en
mí misma.
—¿UN TRAGO?
Volteo, sorprendida de ver al chico que conocí en la cola todavía detrás de mí.
Dejó de existir tan pronto conseguí lo que quería.
—Yo no… —No bebo. Annie me hizo prometer que no lo haría, y no lo he
hecho, ni siquiera una gota, ni siquiera una gota desde aquella primera vez. Ni
siquiera durante el año en el que estuvimos separadas. Annie también prometió
cuidar de mí. Y luego me envió a asesinar a alguien.
—¡CLARO QUE SÍ! —grito. El chico sonríe y cree que eso me vuelve su presa,
y si yo fuera otra chica, debería-podría estar preocupada. Pero yo soy la
depredadora en cualquier situación. No estoy preocupada.
Cierro los ojos y me balanceo, dejo que la música borre todo lo demás, dejo
que me dé el adormecimiento que busco en todas partes, dejo que aleje con sus
golpeteos los pensamientos de mi cerebro. Mi único trabajo ahora mismo, lo
único que tengo que hacer, es moverme.
Así que me muevo.
Me muevo lento. Me muevo rápido. Me muevo más rápido. Siento una
quemazón en el hombro y no puedo levantar demasiado el brazo, pero no me
importa, no puede importarme. Soy ritmo, sonidos graves, percusión y
compases, y no me importa qué canción esté sonando, simplemente me muevo.
Algo me atraviesa, me despierta de golpe y me enfurezco. Giro y me
encuentro con el chico de la cola. Está gritando algo. No me interesa lo que
tenga para decir. Se acerca más y vuelve a gritar.
—TE VES LOCAMENTE SEXY.
Enarco una ceja.
—Una parte de esa descripción es correcta.
—¿QUÉ?
Está sosteniendo dos vasos. Sujeto uno. Por la manera en la que él mira el
mío, sé que ha introducido algo extra en él. Mucho mejor. Echo la cabeza hacia
atrás y levanto el vaso y…
—DETENTE. —Alguien me sujeta el brazo, y la bebida se derrama sobre mí.
Tiene un olor intenso y agrio y dulce, todo al mismo tiempo, y ahora queda
mucho menos para beber. Frunzo el ceño y veo a James.
—Le puso algo —grita James.
Pongo los ojos en blanco.
—Por supuesto que lo hizo. —Volteo para ver al chico, pero, ay, está en el
suelo, sujetando su nariz sangrante. Sacudo la cabeza, chasqueo la lengua y
miro a James—. ¡Esa no es forma de hacer amigos!
—Nos iremos.
Todavía me está sujetando del brazo, del sano, y me está jalando hacia la
puerta. Me libero de su mano y vuelvo hacia los cuerpos, volteo y con una
sonrisa le hago señas para que me acompañe. Sacude la cabeza.
Levanto los brazos en el aire (duele, pero no me importa), paso las manos
entre mi pelo y dejo que mis caderas sigan el ritmo. Miro a James a través de
mis pestañas. Nunca dejé que James bailara conmigo antes, ni siquiera una vez,
pero podría morir mañana y Annie me utilizó y nunca podré estar con un chico
como Adam, así que no me importa esta noche.
Se muerde el labio. Me sigue.
Coloca las manos en mis caderas, y yo mantengo los brazos en el aire, y allí
está el ritmo, el ritmo, el ritmo, y la música. Y luego está su cuerpo junto al mío,
y no es solo un cuerpo, es su cuerpo.
He deseado esto tantas veces. Demasiadas veces. Nunca me permito tenerlo.
Luego de una canción o tres o siete, James me atrae más hacia él.
—Deberíamos llevarte a casa.
—¡Deberías comprarme un trago!
—Se supone que no debes beber.
—¡Gracias, Annie! También se supone que no debo hacer esto. —Apoyo las
manos en su pecho (manos de las que él conoce todo, y no me aparta) y me
estiro un poco y le muerdo el lóbulo de la oreja.
—Fia —dice, y no sé si me está reprendiendo o gimiendo.
—Cómprame una bebida. —Lo muerdo más fuerte. Siento que esta noche
tengo el control. Siento que esta noche yo soy la que lo está utilizando a él. Me
siento bien. Mejor de lo habitual.
Apoya su rostro contra el mío (su mejilla tiene una barba incipiente que se
siente áspera, quiero recorrerla con la boca), luego se inclina y deja que sus
labios rocen mi cuello, lo recorran con suavidad.
Me sujeta de la mano y me aleja de la multitud hacia el bar. Está enfadado, no
sé si consigo mismo o conmigo, pero estoy obteniendo lo que quiero, así que
no importa.
—Sea como sea, estamos rompiendo todas las reglas.
—¡Ese es el espíritu!
—Annie me matará.
—No, solo hará que yo lo haga.
Me lanza una mirada de sospecha con los ojos entrecerrados, pero yo sonrío y
giro para alejarme y conseguir las bebidas más rápido.
—Solo un trago —dice.
Lo miro con mis ojos azules bien abiertos. Soy la imagen misma de la
inocencia.
—Por supuesto.
No puedo seguir bailando. Las luces están girando, el suelo está girando.
¿Cómo instalaron un suelo giratorio? Es alucinante. Todo el mundo gira, gira,
gira desde el balcón donde estamos sentados. Intento golpetear los dedos, pero
no encuentran mi pierna, y río. Incluso estoy libre de mis tap tap tap.
—¿Sabes por qué no quiero estar contigo? —Los ojos de James están tan
vidriosos como la primera vez que nos conocimos.
—¿Porque soy muy joven para ti? ¿Porque eres un monstruo malvado y
manipulador, y yo lo sé?
Sonríe, y su sonrisa tiene esa cualidad que reconozco, esa cualidad punzante
que me resulta familiar. Le habla a mi propia alma punzante.
—Que tú me conozcas hace que te desee más. Y no eres joven. No lo has sido
desde que tenías catorce.
Le devuelvo la sonrisa.
—Muy bien, entonces. ¿Porque soy psicótica y asesino personas?
—Nop. —Sacude la cabeza, todavía sonriendo—. Porque mi padre quiere que
estemos juntos.
—¿En serio?
—Sí. Lo sugirió cuando partimos en el yate. Quería que tú te enamoraras de
mí como otra forma de atarte a nosotros.
Río.
—¿No le preocupaba que te asesinara mientras dormías, o algo así?
—No creo que en verdad le importe.
—Ay, pobre James. —Me deslizo con rapidez por el terciopelo oscuro del
sillón, me deslizo hacia su regazo, envuelvo los brazos alrededor de su cuello—.
¿Por qué te importa que a él le importe? Tu padre es malvado. —¿Es por el
dinero? ¿Acaso no puede vivir sin esos fondos infinitos? ¿O en realidad cree en
esa sombría red de poder que su padre está tejiendo? Necesito saberlo. Me
permití ignorarlo durante mucho tiempo, pero el porqué me está matando. El
motivo por el cual James trabaja para su padre. El motivo por el cual yo siento
esto por él a pesar de que él es parte de aquello que me hizo esto a mí.
Me mira los labios y se acerca aún más. Ya no necesito saber el porqué. No
me importa. Volverá a importarme mañana, pero ¿ahora? Cierro los ojos,
espero, espero, espero sus labios sobre los míos.
En cambio, me da un beso ligero en la nariz, y luego ríe. Abro los ojos y lo
fulmino con la mirada.
—Mi padre es malvado. Pero soy un Keane. Es mi deber que me importe. Se
lo debo a mi madre.
—Así que, ¿por fin estás siguiendo los deseos de Querido Papi? ¿Me
seducirás, James Keane?
Me acerca más hacia él.
—Solo me he mantenido alejado de ti todo este tiempo porque él quería que
hiciera lo opuesto. No puedo dejarlo ganar, ¿verdad?
—No diré nada si tú tampoco lo haces.
—¿Y qué sucede con las Lectoras?
—Ah, ¿ellas? Cada vez que pueda pensaré: «¡Estoy acostándome con el hijo
del jefe!». Pero solo cuando me encuentre con las que están enamoradas de ti.
—Eres malvada. —Pero me mira como si no lo fuera.
Sé que está mal.
Él es un Keane.
No es su padre, pero lo será.
Es casi un mentiroso tan bueno como yo, y yo estoy demasiado ebria para
analizar lo que ha dicho.
Está mal, mal, mal.
Pero tiene las manos en mi cuello y pelo y me recorre la clavícula con los
dedos y sé que está mal, pero se siente bien, se siente como si estuviera cayendo
y sé que el impacto al final de todo probablemente me mate, pero ya no me
importa.
—He querido besarte desde aquella primera noche en la escuela. He querido
besarte cada día desde ese entonces. —Me acerca aún más. Nos estamos
tocando, tocando por todos lados y está mal, está mal, está mal pero está bien
ahora mismo y cierro los ojos y sus labios son incluso mejores para
adormecerme que la bebida o la música. Sus labios me encienden y adormecen
todo lo demás y me pierdo en ellos, y estoy tan feliz y aliviada de estar perdida
que podría llorar.

Salimos a los trompicones hacia la calle, abrazados, y estoy mareada y no puedo


caminar en línea recta, y no puedo sentir nada.
Ni el bien ni el mal y ni siquiera mis manos.
Es glorioso.
Río.
James apoya el rostro sobre mi cabeza y respira entre mi cabello.
—Eres increíble, ¿lo sabes? Creo que te amo.
Lo empujo contra la pared, sujeto su camisa con los puños y lo beso con
fuerza. Me alejo. Es tan mentiroso.
—Tú no me amas, idiota. Nadie lo hace. Nadie debería hacerlo.
—Eso no es verdad. Te amo. Solo intento no hacerlo con todas mis fuerzas.
Estropearía todo. Pero tú no haces que sea fácil, ¿sabes?
Río y camino unos pasos más adelante. A esta hora tan tarde/temprano no
hay nadie afuera excepto un coche en la esquina. Una furgoneta de reparto.
Con el motor encendido.
Hay algo mal, no debería estar aquí, sé que no debería. Nadie entregaría algo
ahora mismo en estas calles. Giro hacia James.
—Algo va mal. —Me lo dice mi estómago inundado de bebida.
—Nada está mal. —Extiende los brazos para acercarme hacia él, y yo salto
hacia adelante y coloco el pie detrás del suyo, lo hago tropezar mientras lo
empujo hacia abajo.
Alguien arroja un puñetazo hacia donde estaba su cabeza.
Levanto el pie, lanzo una patada hacia atrás con tanta fuerza como puedo con
mi tacón aguja (mis tacones aguja, necesitaba mis tacones aguja) y golpeo algo y
luego siento una humedad cuando atraviesa la piel y alguien grita, pero es un
sonido ahogado. Retiro el pie y el zapato queda atrás. Me quito el otro porque
ahora solo me retrasará.
¿Estoy gritando? Debería estar gritando. James está gritando, intentando
incorporarse. El hombre que quiso golpear la cabeza de James saca algo de su
chaqueta y lo apunta hacia James, y no puedo perderlo, no lo haré, no ahora
que he encontrado sus labios. Me arrojo hacia el hombre y lo envuelvo con mis
brazos y piernas. Pierde el equilibrio y trastabilla, y hundo los dientes en su
hombro con tanta fuerza como me es posible.
No debería haber bebido. Annie tenía razón. Esta no es una pelea que debería
perder.
Me arroja contra la pared de ladrillos y el aire abandona mis pulmones con
una ráfaga triste y ebria. Me desplomo y caigo al suelo con las piernas
flexionadas. Tengo que proteger a James. Tengo que alejarlos de James.
Corro (todavía puedo correr, sé cómo correr, puedo hacer esto) hacia el
extremo opuesto de la calle, lejos de la furgoneta. Echo un vistazo hacia atrás,
han dejado a James, él ahora se encuentra de pie y tambaleándose hacia
nosotros, pero ha bebido incluso más que yo, y ellos no están ebrios,
definitivamente no están ebrios.
Puedo escapar. Sé que puedo. Uno de ellos se ha detenido y gira para encarar
a James. ¿Tiene un arma? Podría tenerla. No lo sé, no puedo saberlo.
Si corro ahora, solo me seguirá uno de ellos y puedo derribarlo y escapar.
Volteo, evito al hombre que me está siguiendo y me abalanzo sobre las
rodillas del que está enfrentando a James. Cae; estoy enredada con él.
—¡CORRE! —le grito a James—. ¡Yo te seguiré!
Espera hasta que me incorporo y después corre y yo lo sigo.
Y alguien está detrás de mí, los brazos me rodean la cintura y me elevan del
suelo. Una mano me cubre la boca con una tela y me jala hacia atrás. Me
retuerzo y siento un olor punzante y dulzón y alguien más me sujeta las
piernas. No puedo recordar cómo patear, todo se está volviendo demasiado
oscuro. Una luz, una puerta que se cierra de un golpe. James, ¿dónde está
James? No puedo respirar no puedo mantener los ojos abiertos.
Lo último que veo es la mujer de ojos y pelo color café a quien le robé el
coche.
DOS AÑOS ATRÁS

¿Por qué odiar lo más violento que he hecho me hace querer ser violenta?
Me quitaron mi ordenador cuando se dieron cuenta de que estaba
investigando el tiempo de prisión que corresponde a diferentes delitos. Pero
tendrían que haberlo hecho. No tengo adonde ir. Annie está aquí.
Annie me dijo que saliera de su vida.
¿En serio creía que estaría a salvo aquí, en serio creía que estaría bien por su
cuenta?
No lo sé.
Mi armario está oscuro y cálido. Me gusta sentarme adentro. Algunas veces
duermo aquí. Dormir, dormir. Dormiré ahora.
—¿Fia?
Me sobresalto y me golpeo la cabeza contra la pared. Auch.
—¿Annie? —Abro la puerta del armario. Ella se encuentra parada en la mitad
de mi habitación. Tiene una mano extendida, la palma hacia arriba, como hace
siempre que entra en una habitación donde sabe que estoy yo. Está esperando
mi mano.
Oculto mis manos horribles detrás de la espalda.
Parece asustada. Nerviosa. Me incorporo y salgo del armario.
—¿Qué sucede? ¿Qué viste?
—Yo… no vi nada. Escuché. Fia, ¿qué te han estado haciendo? ¿Qué te han
hecho hacer? Cuéntame. Por favor, cuéntame. —Su voz se quiebra, y si ella
llora, yo también lo haré, y no, no me permitiré hacerlo.
—Cosas malas —susurro—. Nunca te lo contaré.
Extiende ambas manos, y yo me abalanzo y dejo que me envuelva en sus
brazos.
—Está bien. Está bien. No tienes que hacerlo. No importa. Nos iremos. Hoy.
—¿En serio? ¿Quieres irte? —Mi corazón se expande, estalla… esperanza, hay
esperanza, tengo esperanza por primera vez en años. ¡Nos iremos! Annie quiere
irse, así que no la estaría traicionando, no le estaría quitando la esperanza de
recuperar la vista.
—Empaca tus cosas —ordena—. Yo ya tengo todo listo. Quizás podamos
vender mi ordenador y mi equipamiento de braille por algunos miles de
dólares. Lo suficiente para volver a casa de la tía Ellen. Una vez que estemos allí,
decidiremos cómo contactarla. Le dejaré una nota a Eden para que sepa por
qué nos fuimos y nos pueda encontrar si ella también quiere marcharse.
El corazón me da un vuelco.
—¿Empacaste? ¿Cuándo decidiste que debíamos empacar?
—Anoche. He estado despierta toda la noche, revisando los horarios de trenes
y autobuses. ¿Tienes algo de efectivo? Hay una estación Greyhound. Queda
lejos, pero podemos llegar allí. Y sabes cómo vender mi ordenador, ¿verdad?
Suena tan esperanzada, tan decidida. Retrocedo y me dejo caer en mi cama
deshecha.
—No podemos. Ellos ya lo saben.
Annie frunce el ceño y sacude la cabeza.
—No, tenemos que irnos. Tenemos que sacarte de aquí.
—Debimos haber escapado anoche, en el instante en el que lo pensaste.
Ahora es demasiado tarde. Ya saben que lo haremos. Clarice nos estará
vigilando. Así que no podemos hacerlo.
—Pero…
—No. Hoy no.
Los hombros de Annie se desploman. Intenta caminar hacia mi cama, pero
tropieza con una pila de zapatos. No he estado manteniendo el suelo libre. Es
peligroso para ella. Fia mala, mala.
—Lo siento. Por aquí. —La sujeto de la mano y la conduzco a la cama. Se
sienta junto a mí, cada parte de su cuerpo floja.
—He estropeado todo. Lo siento tanto.
—Ey. —Coloco el brazo alrededor de sus hombros. Es mi trabajo cuidar de
ella. Y lo haré—. Todo está bien. Ahora que sé que no quieres estar aquí, puedo
arreglar esto. —Sonrío; ella no puede ver lo traviesa que es mi sonrisa—. Nos
sacaré de aquí. Tienes que estar lista en cualquier momento. No será fácil. No
creo que podamos volver a casa. —Tiene que entenderlo. Sé (puedo sentirlo)
que ellos nunca me dejarán ir. Tendremos que escondernos.
Para siempre.
Pero si nos escondemos juntas, entonces no es esconderse. Es escapar.
Asiente y se endereza.
—En cualquier momento. Estoy lista. Y, ¿Fia?
Intento no pensar en escapar. No estoy planeando nada. Estoy dejando que el
futuro sea un vacío total. Si no tengo planes, ellos no pueden verlos. Vivo en el
ahora y solo en el ahora.
—¿Qué?
—Sé que tenemos un futuro. Y lo que sea que hayas hecho, ¿de lo que te
sientas culpable? No lo eres. No es tu culpa. Lo sabes, ¿verdad? Eres una buena
persona.
Me arden los ojos y me duele la garganta y el corazón, y ella está equivocada
pero quiero que tenga razón. Lo quiero con todas mis fuerzas, tiene que
volverse una realidad. Cuando nos larguemos de aquí, dejaremos atrás todo
esto, y las cosas no se sentirán mal todo el tiempo, zumbando de forma
constante en mi mente, en mis manos y en mi estómago con la maldad de todo
eso. Me encontraré bien. Seré buena.
Mientras termino de escoger al azar acciones de la bolsa, Clarice me sonríe
como si supiera algo que yo no sé. Sé lo que ella cree que sabe que yo no sé. Sé
que nos vio escapar, que está esperando que suceda en cualquier momento.
Le devuelvo la sonrisa. Espero que esté encargándose personalmente de las
tareas de vigilancia extra o de cualquier otra medida de seguridad que ellos
hayan implementado.Porque es una pérdida de tiempo. Puedo ser paciente.
Ahora Annie está de mi lado. Puedo esperar y esperar y no planear nada. No
estoy planeando nada.
—Pareces estar alegre esta mañana —comenta, y bebe otro sorbo de su café.
—Si fueras una Lectora, sabrías que lo estoy porque puse algo en tu bebida.
Mira con horror su taza medio vacía antes de suavizar su expresión y volver a
sonreír.
—Me agrada tu sentido del humor.
—¿Ya terminamos? Porque no puedo dejar de lado mi siesta. —Me estiro en
la silla, coloco las piernas sobre su escritorio, mi falda sube por mis muslos,
pero no me importa, porque por fin vuelvo a tener el control.
—Sigues pensando en esa palabra —dice la señorita Robertson desde atrás, y
yo me paralizo. No escuché abrirse la puerta. Clarice no la debió haber cerrado
por completo—. Control. Es interesante que te obsesiones con ella.
—Tengo algunas otras palabras. —Grito púdrete en la cabeza, una y otra vez.
—Tenemos una tarea para ti —anuncia Clarice, pero estoy demasiado
ocupada gritando mis pensamientos para prestarle atención—. Hay una chica.
La necesitamos.
Comienzo por el principio, grito mentalmente cada obscenidad que se me
ocurre en orden alfabético. Luego comienzo a cantarlas al ritmo de «Rema,
rema tu bote».
—¿Me estás escuchando, Sofia?
Asiento.
—Esta chica que necesitamos, su familia ha rechazado nuestra generosa beca.
Así que nos hemos visto obligados a tomar medidas extremas para ayudarla. Tú
la secuestrarás.
Río e interrumpo de golpe el estribillo de mi canción.
—Lo haré, ¿verdad?
—Sí. Tenemos toda la información aquí. Fotografías, detalles importantes
sobre Sadie y su familia. Dejaré en tus manos cómo llevarlo a cabo, pero ten en
cuenta que será mucho más fácil para todos los involucrados si hubiera alguna
clase de accidente que haga que ella no tenga más familia a quien hacerle
preguntas o que cuide de ella.
Alguna clase de accidente.
Alguna clase de accidente.
Alguna clase de accidente.
Repito esa frase mentalmente como un CD rayado, la repito una y otra vez.
—En ese entonces no las conocíamos ni a ti ni a tu hermana —dice la señorita
Robertson detrás de mí—. En tu caso, fue el accidente de tus padres y después
la noticia sobre la chica ciega que lo vio venir lo que llamó nuestra atención.
Río. Es una risa estridente, rápida y rara.
—Bueno, entonces, está bien. Comenzaré un incendio causado por gas,
¿quizás? ¡Los haré volar a todos por el aire! Eso sería eficiente y muy bonito. Y
la chica —(¿Sadie?)—, ¡podemos asar malvaviscos antes de volver aquí y
presentarle su nuevo hogar!
—Sofia —dice Clarice, y su voz suena grave, con un tono de advertencia.
—Clarice —respondo, y mi voz no suena grave, con un tono de advertencia;
mi voz suena aguda a causa de la histeria vertiginosa, pero mis ojos son
cuchillos—. No lo haré.
—Esa no es una opción.
Me pongo de pie y pateo mi silla. Rebota por el suelo y se estrella contra la
pared. Ella salta, se pone de pie y retrocede. Me gusta que me tenga miedo.
—Ahora volveré a mi habitación. Seguiré jugando a tus estúpidos juegos de
acciones de la bolsa y continuaré con tus enfermizos desafíos físicos, porque no
tengo otro lugar adonde ir. Pero si piensas durante un instante que alguna vez
volveré a hacerle daño a alguien para ti, estás equivocada. No lo haré. Y no
puedes obligarme.
Volteo y paso junto a la señorita Robertson, pensando CONTROL en
dirección a ella de forma tan fuerte como puedo.
—Veremos —dice Clarice, y su voz suave viaja por el pasillo—. Recuerda. Es
tu elección la que hizo esto. Tú hiciste esto.
Está loca. Loca loca. Y no me importa. Camino a los saltitos por el amplio y
vacío pasillo, cantando a toda voz. Sé que todavía no soy libre, pero siento
como si lo fuera. Esa sensación, esa horrible, gigantesca e irritante sensación de
que algo va muy mal y que me ha perseguido desde que tenía doce
desaparecerá y seré capaz de respirar, de pensar, de utilizar para mí misma lo
que sea que ellos creen que poseo. Lo utilizaré para recorrer mi propio camino.
Nunca volveré a hacer esto para nadie, nunca jamás.
Pero el sentimiento de que algo anda mal se está volviendo cada vez más
fuerte. Siento como si me hubieran quitado el suelo de debajo de los pies. El
corazón me late sin control. No puedo respirar. Algo va mal.
¡Está mal mal mal MAL MAL MAL! Tengo que encontrar a Annie.
Subo las escaleras corriendo, atravieso el pasillo y abro la puerta de un
empujón. Se encuentra allí. Annie está allí, en su habitación, está bien, ¿qué es
lo que está mal?
Está sentada en su cama. Su rostro carece de expresión.
—¿Te encuentras bien? ¿Annie?
—Me vi a mí misma. —Al igual que su cara, su voz carece de expresión.
—Tú… ¿qué?
—Me vi a mí misma. En una visión. Al principio creí que eras tú, pero el pelo
era demasiado corto. —Levanta la mano y toca su cabello, que le llega hasta los
hombros—. Y los ojos eran diferentes. Pero se veía tan parecida a ti. Entonces
me di cuenta. Era yo. Por fin vi cómo soy.
Me siento, todavía mareada por el pánico.
—Te dije que eras bonita. —¿Qué es lo que anda mal? No hay nada malo aquí.
¿Por qué mi cuerpo no se tranquiliza?
Ella no reacciona.
—Yo estaba muerta.
No puedo respirar. No puedo respirar, no puedo respirar.
—¿Qué?
—Yo estaba muerta. Había un agujero en mi cabeza. Un perfecto agujero rojo.
Y mi pelo, que es más oscuro de lo que pensé, estaba todo aplastado con la
sangre del suelo. No había tanta sangre como uno creería. Yo estaba muerta.
Ellos me asesinaron. —Cierra los ojos—. Moriré.
—¿Cómo podría suceder eso? ¿Cómo podría…?
Dije que no.
Les dije que no.
Creí que tenía el control
Ellos siempre tienen el control.
—¿Qué más? ¿Alguna otra cosa? ¿Algún otro detalle? ¿Sabes cuándo
sucederá? ¿Dónde? ¡Cualquier cosa! —No reacciona, así que la sujeto por los
hombros y la sacudo—. DIME ALGO. DAME ALGO.
—¿Cómo podría decirte dónde sucede? Nunca he visto esa habitación antes.
Nunca he visto ninguna habitación antes. —Suelta una risita seca—. El único
otro detalle era Clarice. Estaba parada junto a mi cuerpo, hablando con alguien
por teléfono.
—¿Fue ella la que te disparó?
—No lo sé.
Mi corazón se acelera. Late sin control. No planees. No planees.
—Pero ¿ella estaba allí? ¿En la habitación?
—Sí.
Salgo corriendo. Bajo las escaleras. No pienso. No planeo. Solo corro. De
vuelta a la clase. Clarice aún se encuentra allí. Levanta la mirada hacia mí, una
sola ceja enarcada.
—¿Has cambiado de opinión, entonces?
Levanto la silla del suelo, que todavía está apoyada contra la pared hacia
donde yo la pateé. La levanto, giro, y la estrello contra la cabeza de Clarice.
Ni siquiera tiene tiempo de parecer sorprendida.
La estrello contra su cabeza otra vez y otra vez y otra vez.
Luego me detengo, dejo caer la silla y me desplomo en el suelo.
Los ojos sin vida de Clarice me miran desde su cabeza ensangrentada y
deshecha.
Si Clarice está muerta, no puede estar allí cuando a Annie le disparen. Eso
ahora no puede suceder.
Eso ahora no sucederá.
Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo. Annie está a salvo.
LUNES POR LA NOCHE

Sé que vigilan toda mi actividad en internet y que no puedo buscar nada


sobre Adam sin despertar sospechas. Desearía que Fia y yo hubiéramos podido
hablar. Me podría haber contado más acerca de él, quizás haberme contado por
qué estaba conectado con todas esas mujeres que no querían que las
encontraran. Ella dijo que él era agradable.
Que parecía agradable.
No puedo buscarlo. Pero busco a Lerner. Keane no se puede enfadar: es él
quien me dio el nombre. Busco:
Lerner + psíquicas.
Lerner + lectoras de mente.
Lerner + fenómeno psíquico.
Lerner + habilidades paranormales.
Lerner + cada palabra que se me ocurre que me pueda dar un indicio de
quiénes son y por qué están interesados en Adam. No sé si él está con ellos
ahora, pero lo estará. Y saben el nombre de mi hermana.
Leo y busco hasta que se me adormece el dedo. Nada. No hay nada. Fia sabría
qué hacer. Descubriría cómo conseguir la información que necesitara para
mantenerme a salvo. Yo, por otro lado, estoy sentada sola en mi habitación en
un edificio que no puedo abandonar haciendo búsquedas en Internet sobre
psíquicas.
Mis padres tenían razón. Fia es especial. Yo no puedo cuidar de nadie.

—¿Dónde está ella? —Unas manos me sujetan, me levantan del sillón. Intento
apartarlas de un golpe. No sé qué está sucediendo, quién está aquí, dónde estoy
yo.
Dormida. En el sillón. Me quedé dormida esperando a que Fia me llamara
para que de alguna manera yo pudiera contarle sobre Adam.
—¿James?
—Fia desapareció. Tienes que encontrarla. Ahora.
Mi cabeza da vueltas e intenta salir del sueño a los trompicones. Me siento
lenta.
—La vi bailando. ¿La buscaste en las discotecas?
—Estaba bailando. Conmigo. Y luego nos atacaron en la calle y la metieron
en una furgoneta y escaparon.
—¿Estás ebrio? ¿Estaban los dos ebrios? —Lo empujo para apartarlo de mi
camino, me pongo de pie y tanteo hasta que encuentro su rostro. Lo golpeo—.
¿DEJASTE QUE SE EMBORRACHARA?
—¿Por qué no estás buscándola ahora mismo? ¡ENCUÉNTRALA!
—¡No funciona así! ¡Le dije que no saliera a bailar! Esto es tu culpa. Tú la
dejaste salir. Tú hiciste que se emborrachara. Si no hubiera estado bebiendo, de
ninguna manera habría dejado que se la llevaran. —Lo golpeo de nuevo—. Esto
es tu culpa.
Me sujeta la muñeca y me aprieta demasiado fuerte; me devolverá el golpe.
Después se desploma en el sillón.
—Por favor. —Su voz suena atormentada—. Lo es. Es mi culpa. Podría haber
escapado, pero volvió para protegerme. No debería haber regresado.
—Tienes razón. No debería haberlo hecho. No vales la pena.
No responde. Quiero golpearlo una vez más, quiero gritar. Perdió a Fia. La
perdió. Luego, finalmente, dice:
—¿Hay algo que sepas… algo que hayas visto? Tenemos que encontrarla.
La estaban vigilando mientras bailaba. Y… Adam. La visión con Adam.
Estaban preguntando por Fia. Esa es la conexión. Tiene que serlo. Pero no
puedo contarle a James que Adam está vivo sin decirle que Fia mintió cuando
dijo que lo había asesinado. Y si saben que Fia mintió y no hizo lo que ellos le
ordenaron…
La única imagen que tengo de mi propio rostro flota en mi memoria, fría y
terrible. Pero igual de terrible es saber lo que Fia hizo para evitar que eso
sucediera. No puedo permitir que ellos la obliguen a llegar a tales extremos una
vez más.
—¿Te importa mi hermana?
—Por supuesto que sí —suelta. Desearía poder ver su cara. Desearía poder
leer a las personas como lo hace Fia, saber cuándo están mintiendo. Ella dice
que James siempre está mintiendo. Pero a ella le gusta eso de él.
—¿La besaste? —pregunto con un susurro.
Una pausa.
—Sí.
—¿Recuerdas qué edad tiene? Es una niña, James. Una niña muy perturbada.
Su voz suena más densa. Quizás teñida con culpa. No lo sé. Nunca he podido
obtener otra cosa de su voz que no sea furia y un coqueteo fingido.
—Sí.
—¿Recuerdas cómo estaba ella cuando tú llegaste aquí por primera vez?
—¡Sí, sí, sí! ¿Puedes encontrarla o no?
—No asesinó a Adam Denting.
—Ella… ¿qué?
—No lo asesinó. Dijo que llegó al lugar y no pudo hacerlo. Por eso es que está
tan apagada, tan loca. No porque lo haya matado. Sino porque cree que me
asesinó a mí una vez más por no hacer lo que tu padre le ordenó.
Sobreviene una pausa prolongada.
—¿Por qué mi padre lo convirtió en un blanco? Quizás yo lo pueda arreglar.
—Le dije que Adam lo destruiría.
—Él lo… espera. Tú le dijiste eso a mi padre. ¿Era verdad?
—No.
Maldice, y yo me encojo y me cubro la cabeza cuando mi lámpara se estrella
contra la pared.
—¿Tú lo engañaste para que enviara a Fia a asesinar a un objetivo? ¿Qué
sucede contigo? ¿Sabes cuánto he trabajado para hacer que ella esté así de
estable, y aun así la enviaste a asesinar a alguien? ¿Por qué? ¿Qué podría
justificar arriesgar a tu hermana? Soy yo el que debería preguntarte a ti si ella te
importa.
—¡No creí que fueran a enviarla a ella! —grito—. ¿Por qué la enviarían a ella?
¿Por qué la arriesgarían así?
—¿Qué creías que sucedería cuando le contaste a mi padre que alguien lo
destruiría? Por supuesto que la arriesgaría. Eres increíble, Annie. Todos estos
años Fia creyó que era una asesina. Pero lo único que ha hecho ha sido luchar
para protegerte. Y aquí estás tú, ordenando asesinatos.
—No fue así —susurro—. Es algo más grande que nosotras. Es más grande
que nosotras. No lo estaba haciendo por mí. Y ni siquiera por Fia. Lo estaba
haciendo para que a otras miles de chicas no les sucediera lo mismo que a Fia.
—Tu hermana sacrificó todo por ti. Me alegra saber que te preocupas por
miles de extrañas en lugar de preocuparte por ella. Bien hecho.
Trago saliva con esfuerzo.
—Vi a Adam otra vez. No sé dónde se encontraba. Pero sé con quién estaba.
¿Acaso el nombre Lerner significa algo para ti?
Ríe. Una risa dura y grave que suena como la de Fia, y mi interior duele, se
viene abajo y se destroza. Tiene razón. Le he fallado de tantas maneras, tantas
que nunca podré redimirme.
Escucho cómo el sillón rechina cuando él se pone de pie.
—Bueno, eso sí que es genial. Lerner tiene a Fia. ¿Quieres contárselo tú a mi
padre o debería hacerlo yo?
—No le puedes contar sobre Adam. Me asesinará.
—En verdad no me importa lo que te suceda. Pero que tú mueras destruiría a
Fia, así que haré lo que pueda para cubrir el desastre que ocasionaste. Porque a
mí sí me importa tu hermana.
Dejo caer la cabeza y lloro. James se retira sin decir ni una palabra.

Veo a Fia esa noche. No sé si es un sueño o una visión, pero está sola, asustada
y está llorando.
Pero no siente temor por ella misma. Teme que algo me suceda a mí porque
dejó que la secuestraran.

En la mañana, cuando me despierto de nuevo en el sillón, sé de inmediato que


no estoy sola. Huelo té, mi té favorito, y el tintineo de una cuchara revolviendo
una taza.
—Buenos días, Annabelle.
El señor Keane. Aquí, en mi habitación. Si yo fuera a morir, ¿lo habría visto?
No puedo morir. Tengo que salvar a Fia.
—James me puso al tanto del suceso desafortunado de tu hermana. Estoy
muy decepcionado.
—¿Sabe dónde se encuentra? ¿Puede encontrarla? —Me incorporo. Quiero
alisar mi pelo, cubrirme con la manta para que él no pueda ver mis brazos
desnudos, pero no lo hago.
—Tengo a todos trabajando en ello. Me sentiré muy molesto si perdemos a
Sofia. Y espero que te esfuerces por ver algo útil.
—Por supuesto.
—Muy bien. Porque sin Sofia, en verdad no hay aquí un lugar para ti.
No dice que, si no hay un lugar para mí aquí, no hay un lugar para mí en
ninguna parte. No es necesario. Trago saliva. Espero que él no lo vea.
Escucho que se pone de pie, y casi suspiro aliviada porque ahora sé dónde se
encuentra él en relación a mí, y eso significa que se está yendo.
—Hay otro asunto. El asunto de Adam Denting.
James, James, ¿cómo pudiste?
—¿Sí?
—He escuchado algunas cosas muy interesantes sobre él desde que lo
asesinaron. ¿Sabías que era neurólogo? Estudiaba anomalías cerebrales en
mujeres. Algo así como un prodigio. Muy interesante. Y he estado pensando en
lo que tú viste, su nombre devorando al mío. Siento curiosidad: ¿cómo puede
una chica que ha sido ciega desde los cuatro años comprender una visión que
gira en torno a las palabras?
Tartamudeo e intento aferrarme con desesperación a algo, a cualquier cosa
que explique esto. Fia sabría hacerlo. Mentiría. Ella daría vueltas, se escabulliría
y saldría airosa. Para empezar, nunca habría causado este desastre.
Estoy perdida.
Su voz se encuentra cerca ahora, demasiado cerca, y me hundo en el sillón,
deseando poder desaparecer en él.
—Si alguna vez intentas manipularme de nuevo, querida, te aseguro que tu
muerte no será tan agradable ni rápida como la última que viste, y yo me
encargaré personalmente de que así suceda.
No se escuchan pasos, él no tiene pasos, pero escucho la puerta abrirse con
un clic y un susurro.
—Si yo fuera tú, rogaría que Sofia vuelva pronto.
DIECIOCHO MESES ATRÁS

Me detengo a mitad de camino en dirección a la puerta de Fia, la bandeja


apoyada con cautela sobre mi cadera.
—Eres nuevo —comento. Huele a naranjas y… a algo más oscuro. Más
costoso. No a la loción barata y punzante de Stewart, el guardia de siempre.
Ríe; hay una casualidad en su risa que pone mis sentidos en alerta. Es
inquietante y un poquito sexy. Tengo dieciocho años. No sé nada sobre lo que
es sexy. O sobre los hombres. Desearía hacerlo. Me pregunto cómo sería tener
una vida en la que los chicos formen parte.
Este hombre, quienquiera que sea, sabe todo sobre lo que es sexy. Me doy
cuenta por su aroma y su risa.
—Soy nuevo. ¿Cómo supiste que me encontraba aquí?
—Stewart huele mucho peor. Y respira como un caballo.
Vuelve a reír.
—Tú debes ser Annabelle.
Sonrío, luego me reprendo a mí misma. ¿Qué estoy haciendo? Él es uno de
ellos. Y, lo que es incluso peor, es nuevo. Lo que significa que algo debe estar
cambiando. Lo cual es absolutamente aterrador.
—¿Por qué estás aquí?
—Necesitaban a un reemplazo para la gerente de proyectos anterior.
La gerente de proyectos anterior. Clarice, quien está muerta.
—Así que, ¿qué hiciste de malo para que te asignen aquí?
—Ah, ¿te refieres a qué hice bien? Porque estar aquí me parece algo bastante
bueno por ahora.
No sé si me estoy ruborizando; siento las mejillas calientes y de pronto tengo
la necesidad de guardar mi pelo detrás de la oreja o tocarme el cuello, pero
estoy sosteniendo la bandeja. La bandeja de Fia.
—Tengo que llevarle esto a Fia. Abre la puerta.
—Fia —dice a modo de prueba, y luego lo repite con suavidad para sí mismo
—. Sí, hablando de eso...
Siento cómo la bandeja apenas se balancea. Él la tocó.
—¿Qué acabas de hacer?
—Creo que ha llegado la hora de que dejemos de darle sedantes a tu hermana,
¿no crees?
—¿En serio? —Giro mi rostro hacia su voz, abrumada por la esperanza. La
han mantenido drogada desde… desde aquel día. Apenas es una persona. He
rogado y rogado, suplicado, luchado, exigido. ¿Cuál era el punto de mantenerla
aquí si la dejarían como un zombi para siempre?
—En serio.
Unas lágrimas se derraman por mi rostro, huellas cálidas. No sé qué hacer
conmigo misma. Me inclino y apoyo la bandeja en el suelo y luego, actuando
por puro impulso, arrojo los brazos alrededor de él. Es alto y firme, y de cerca
huele incluso mejor.
—Gracias.
—De nada, pero no lo estoy haciendo por ti.
—Gracias, gracias, gracias. —Lo suelto y retrocedo, de pronto avergonzada—.
Lo siento, ni siquiera sé tu nombre.
—James.
—¿El apuesto chico ebrio? —pregunto, horrorizada. Así es cómo Fia y yo nos
hemos estado refiriendo a él desde aquella noche. Y ahora él está a cargo de
nuestras vidas.
Desearía poder retirarle mi abrazo.

—Vamos. ¿Por favor? Nadie describe tan bien las películas como tú. —Termino
de peinar el cabello de Fia, pero todavía está sentada sin entusiasmo al final de
la cama. El mes pasado me mudé a un alojamiento más grande, más como un
apartamento.
James me permitió sacarla del ala de seguridad y mudarla conmigo hace cinco
días. Ella todavía no lo ha visto. No le he contado que está a cargo de nosotras
ahora. Todavía no sé lo que eso significa, cómo eso cambia las cosas.
Pero gracias a él, ella se ha liberado de los sedantes. Solo le doy uno a la noche
para ayudarla a dormir. Sin embargo, casi no hay diferencia entre la Fia
extremadamente sedada y la Fia normal.
—Actúas como si nada hubiera cambiado —susurra.
—¿Por qué debería actuar como si algo hubiera cambiado?
—¡Sabes lo que hice!
Me encojo ante su voz, pero una parte de mí se alegra. Al menos conseguí
una reacción.
—No importa.
Ríe. Es una risa grave y vacía, y desearía que nunca más volviera a reír así.
—Tú no lo hiciste.
—Sigamos adelante. Olvídalo. A ti no te castigarán por ello. Todos lo
comprenden. Hablé con… hablé con el señor Keane.
—¿Con el señor Keane? —pregunta.
—Sí. Por teléfono, justo después de lo sucedido. Tenía tanto miedo de que
ellos te… de que ellos te alejaran. Le conté todo, sobre lo que tú viste, sobre por
qué tú… por qué sucedió. ¡No estaba enfadado! —De hecho, había reído, una
risa similar a un susurro silencioso. No pude quitármela de la cabeza. Fue la
única risa que alguna vez escuché que sonó peor que la risa de chica muerta de
Fia—. Así que sigamos adelante. Retomemos nuestro plan. El plan de no tener
un plan. ¿Recuerdas? —Le propino un empujoncito y sonrío con esperanza.
Necesita tener esperanza. Necesita tener algo.
Desde que se volvió evidente que yo sabía lo que esta escuela en realidad era y
que no estaba viendo otra cosa excepto los destellos ocasionales de Fia,
prácticamente me han ignorado. Puedo hacer lo que quiera en tanto
permanezca en algunas alas determinadas (y custodiadas) del edificio. Pero ya
no fingen que mi futuro les importa, ya no hay nuevas tecnologías, no más
visitas al médico. Incluso me pregunto si alguna vez hubo esperanza para mis
ojos. Es probable que haya sido otra mentira ideada para mantenerme
comprometida a mí y atrapada a Fia.
Tan solo otro futuro que perdí.
—No puedes verme las manos —susurra Fia. Se escucha un ruido, casi
inaudible. Un tap tap tap bajito, como si estuviera marcando un ritmo contra
su pierna.
Intento extender la mano para sujetar sus dedos, pero ella los retira con
brusquedad.
—No puedes verme las manos, y no viste su rostro. ¿Recuerdas esa noche que
peleamos? ¿Justo antes? Dijiste que estarías bien sin mí. ¿Hablabas en serio?
—Fia, querida, no hablemos de ello. Eso fue mucho tiempo atrás.
Suspira.
—Quiero dormir ahora.
La dejo sola. Lo solucionaré. Intento investigar sobre estrés postraumático
online, pero nada encaja. No sé cómo ayudarla. Nada de lo que estoy haciendo
está funcionando.
Y lo cierto es, nunca podré decírselo, pero ella no tenía que hacer lo que hizo.
El solo hecho de saber que me asesinarían si ella no hacía lo que ellos querían
que hiciera hubiera cambiado las cosas. Matar a Clarice no era la única opción.
Si ella me lo hubiera preguntado, si tan solo hubiera esperado y hablado sobre
ello, estoy segura de que le habría aconsejado no hacerlo.
Creo que lo sabe. Escogió la primera opción para evitar que esa visión se
volviera realidad. Pero no escogió la única opción. La otra opción hubiera sido
hacer lo que fuera que ellos querían que hiciera. Espero que haya sido peor que
lo que hizo. En verdad lo deseo. Porque la opción que escogió la está
destruyendo.
Esa noche, cuando me dirijo a darle su píldora para dormir, el frasco nuevo
está vacío.

—Por favor —digo—. Levántate del sillón. No hemos salido al exterior desde
que enfermaste. —Desde que te tragaste un frasco de píldoras para dormir.
Desde que intentaste abandonarme de la única manera en la que podías—.
Vamos a caminar por la escuela. —El edificio es un cuadrado que tiene un patio
abierto en medio. Nos dejan ir allí. Quizás si puedo hacer que vea la luz solar,
quizás si podemos sentirla y ella puede verla, quizás eso ayude.
—Eden puede acompañarte.
—No quiero ir con Eden.
Ni siquiera responde. Ya no sé qué hacer. Esto es peor que cuando estaba
sedada, peor que cualquier otra cosa, porque no hay nada contra lo cual luchar,
nada a lo que enfrentarse. Se ha perdido por completo en sí misma, y no sé
cómo hacer que vuelva.
Alguien llama a la puerta y yo respondo para que entre, deseando que sea
Eden y así poder tener un descanso de esta frustrante, adormecida y terrible
existencia. Pero el pum pum pum de pasos confiados y pesados y el aroma a
naranjas y aire nocturno aterciopelado invaden mi apartamento.
—¿James? —La voz de Fia suena incrédula.
—Al parecer, debes dirigirte hacia mí como el Apuesto Chico Ebrio. Pero
supongo que Annabelle no te contó que volví.
Por supuesto que no se lo conté. He escuchado a todas las chicas hablar de él.
Coquetea descaradamente con todas. Las Lectoras susurran que piensa
constantemente en sexo. Eden asegura que él apesta a lujuria. No quiero que
entre a mi apartamento. No lo quiero cerca de mi hermanita.
—Por desgracia —dice—, esta vez no encontré ninguna botella de whisky
para robar antes de visitarlas. ¿Puedo entrar igual?
Una exhalación. ¿Acaso eso fue una risa? ¿No la risa hueca de chica muerta?
—No importa —dice.
—Excelente. —Escucho que el cuero del sillón cruje. ¿Cuán cerca se sentó de
ella? ¿La está tocando? Quiero que se aleje de ella. Desearía haber estado
sentada en el sillón junto a ella para poder bloquearlo y protegerla de él.
—¿A qué debemos el honor? —pregunto.
—Estaba aburrido. Dirigir esta escuela es demasiado aburrido.
La voz de Fia suena más aguda de lo que ha sonado en semanas.
—¿Desde cuándo trabajas para tu padre?
—¿No te enteraste? Soy el dueño de esta escuela. Tengo veintiuno ahora, y he
recibido lo que mi madre consideró mi herencia. Hubiera preferido mi propia
isla, pero esto tiene sus beneficios. —Hace una pausa; nadie dice nada; y yo
nunca me sentí tan ciega como en este momento, intentando imaginar cómo la
está mirando a ella cuando dice «beneficios».
Finalmente, James vuelve a hablar.
—Ahora bien, Fia. Tengo que confesar algo. —Me pongo tensa, furiosa. No la
puede llamar así. No merece pronunciar su sobrenombre.
—¿Mmm?
—La primera noche, cuando nos conocimos, cuando te dije mi nombre,
¿recuerdas lo que dijiste?
No responde.
—Dijiste: «Debería romperte la cabeza ahora mismo». Me disculpo por
suponer que estabas mintiendo y coqueteando. Ahora veo que hablabas muy en
serio, y que debí haberte ofendido mucho.
Dejo caer la mandíbula del horror. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo bromear sobre
eso? ¿Después de lo que hizo ella?
—En este acto juro tomar en serio todas y cada una de tus amenazas de
muerte, a menos que, de hecho, estés intentando coquetear conmigo, en cuyo
caso por favor amenázame con romperme la cabeza mientras me guiñas un ojo,
de este modo.
Y luego…
Ella ríe. En verdad ríe, no como lo hizo antes de que viniéramos aquí, sino
como lo hacía antes de que las cosas se tornaran muy malas. Suena más fuerte y
se entrecorta por momentos, pero es una risa.
—Tengo que admitirlo, cuando escuché lo que sucedió, creí que mi padre
estaría más furioso, pero ¿sabes lo que me dijo? «Ella debió haberlo visto venir».
—¡Eso es terrible! —siseo.
Fia ríe incluso más fuerte.
—Alguien me enseñó a meterme en problemas en presencia de una Vidente.
—Y eres una estudiante estrella. Incluso superaste mi récord, del cual solía
estar bastante orgulloso. Si todavía estamos llevando el puntaje, esto te coloca
indiscutidamente en la cima y te invito este trago.
Sacudo la mano en el aire.
—Detente. —¿Trajo alcohol aquí? Esa broma sobre el whisky, ¿se está
burlando de mí porque no puedo ver que está sosteniendo una botella?—. No le
darás nada a ella.
—Relájate. Traje Coca-Cola helada. Ni siquiera para mezclarla con algo. Solo
para beberla pura.
—Hablando de esa noche —dice Fia, y su voz no parece proceder de
kilómetros a la distancia. Suena como si estuviera aquí, ahora, en esta
habitación—. Creo recordar que dijiste que te gustaría besarme pero que
necesitabas un par de tragos más antes de permitirte hacerlo. ¿Has tenido el
tiempo suficiente para beberlos?
James ríe; sus risas se complementan. Me hacen sentir pequeña y solitaria.
Celosa. Estoy celosa de James Keane. ¿Por qué él la hace reír como una persona
real? He estado cuidando de ella todo este tiempo y apenas he conseguido
mantenerla viva. ¡Él es uno de ellos!
—Creo —manifiesta— que, si cumpliera mi parte de esa promesa, Annie
tomaría tu lugar y me rompería la cabeza.
—Yo ya reclamé esa tarea. Ella nunca se atrevería. —Está bromeando con él.
Suena como la antigua Fia. Él irrumpe aquí, habla de romper cabezas y beber,
¿y la resucita? ¿Por qué resucitaría con él y no con su propia hermana?
—Excelente. Odiaría que alguien más tuviera ese honor. Ahora bien. Ya que
estás aquí, tengo una propuesta para hacerte.
—Soy muy joven para casarme. Además, Annie te detesta y todas las demás
estarían demasiado atemorizadas para ser mis damas de honor. Tengo una
reputación. —Susurra «reputación» de manera exagerada. ¿Cómo puede
coquetear con él sobre esto?
—Ah, ese sí es un problema. En ese caso, tengo una propuesta diferente. ¿Te
gustaría irte de vacaciones? Algo así como un viaje de estudios. Creo que has
estado encerrada en esta escuela demasiado tiempo. No es sano, sabes. Algunos
dirían que te volverá loca.
—¿Cuándo? —pregunta ella, y su voz suena sin aliento y esperanzada. Me
estoy ahogando. La estoy perdiendo, y no sé cómo o por qué.
—¿Qué tan rápido puedes empacar?
Fia se incorpora de un salto con un gritito y escucho que sale corriendo de la
habitación.
—Solo lo indispensable —grita James—. Podemos comprar cualquier cosa
que necesites.
—¿Qué estás haciendo? —siseo.
—Lo que tú no puedes hacer. —Escucho que se pone de pie. Se me acerca y
apoya una mano sobre mi hombro—. Haré que mejore.
Me libero de su mano y lanzo una mirada fulminante hacia su voz.
—¿Cómo? ¿Haciendo bromas enfermizas sobre cosas que nadie debería
recordar? ¿Y por qué quieres que «mejore»? ¿Para poder utilizarla de nuevo? Ya
has visto cuán bien resultó eso para la última persona que estuvo a cargo aquí.
—Ten cuidado, Annabelle. No puedes fingir que no te importa lo que hizo
Fia. O no tiene que importarte para nada o tiene que importarte. Ella sabe que
estás en un lugar intermedio, y su propia culpa ya es más de lo que puede
tolerar.
—¡No actúes como si la conocieras! ¡Es mi hermana!
—En caso de que no lo hayas notado, perdiste tu derecho sobre ella tan
pronto como aceptaste la generosidad de la Fundación Keane. Ella no te
pertenece. Luego de la llamada desesperada que le hiciste a mi padre, él decidió
asignarme un papel más importante en su trabajo. Ella es mi responsabilidad
ahora. No te preocupes. Asumo mis responsabilidades con mucha seriedad.
No puede ser mi culpa que él esté aquí. Eso no es lo que buscaba cuando
hablé con su horrible padre.
—No dejaré que la tengas.
—No tienes opción. —Suena casi apenado al decir eso. Es un mentiroso.
—Si la tocas, si tan solo la tocas... —Estoy temblando de furia—. No te
atrevas. No te atrevas a olvidar nunca lo joven que es o lo rota que se
encuentra.
Su voz ya no muestra pena.
—¿Cómo podría? Y cómo podría ella, teniendo una hermana tan amable que
le recuerda que está rota sin remedio.
—¡Estoy lista! —Fia suena animada. Escucho que algo cae al suelo con un
golpe sordo. Su bolso.
Giro de pronto.
—¡No vayas! ¡No puedes ir!
—¿Tú no vienes? —pregunta.
—Lo siento —dice James, y se aleja de mí. ¿La está tocando? ¿La está tocando?
—. Pero mi padre solo accedió a que te lleve si Annie permanece aquí y
continúa con sus estudios. Y tiene que estar aquí en caso de que descubran algo
nuevo para el tratamiento de su vista.
—Ah. —Hay una pausa, y luego su voz… Ah, su voz suena muerta de nuevo,
surge de algún lugar tan profundo en su interior y tan distante que apenas la
reconozco—. Entonces, supongo que me quedaré.
—No. —Me atraganto con la palabra, esbozo una sonrisa forzada y me alegro
de no poder ver cómo está ella; deseo que ella tampoco pueda verme. Se daría
cuenta que estoy mintiendo. Siempre sabe cuándo miento. Así que sabe que
estoy mintiendo cada vez que le aseguro que lo que ella hizo no importa, que
estaremos bien, que en algún momento saldremos de aquí. Por favor, Fia, cree
esta mentira—. Deberías ir. Te has ganado unas vacaciones. Solo tráeme un
regalo. Además, tengo a Eden.
—Me temo que no —me corrige James—. Ella viene con nosotros.
Sola. Me está robando a mi hermana y a mi única amiga. Estaré aquí
completamente sola. Me obligo a sonreír aún más.
—Bueno, entonces ambas me deben un regalo.
—¿Estás segura? —pregunta Fia.
No estoy segura. No confío en James. Creo que es incluso más peligroso que
su padre porque es inteligente, apuesto y divertido. Yo estoy intentando
revivirla con amor y esperanza, pero este sitio aniquila ambos. La voz de James
tiene esas capas extra, esa furia burbujeando bajo la superficie. Sé que Fia
conecta con eso. Sé que la atrae y la consuela de una forma en la que yo nunca
podré hacerlo. Si permito que salga por esa puerta con él, me preocupa nunca
recuperarla.
Pero James tenía razón. La perdí en el instante mismo en el que la traje aquí
conmigo. Y si él puede salvar algo de lo que ella solía ser, sin importar cuál sea
su plan, debo permitírselo. No desperdiciaré esta oportunidad. Averiguaré qué
está sucediendo aquí exactamente. Porque si comprendo el qué, puedo
comprender el por qué, y si comprendo ambos, descifraré la manera de
liberarnos y tener un futuro mejor.
—Diviértete. Te quiero. No olvides tus promesas. —Muevo la cabeza en
dirección a James—. Nada de besos. Nada de bebida. —Ella lo recordará—. Y
no hagas ningún plan sin mí.
Fia corre y me abraza; no me ha abrazado en mucho tiempo, y está demasiado
delgada, y más alta, y ya no reconozco su cuerpo; pero quizás, solo quizás, su
voz vuelva. Luego se ha ido y me encuentro sola.
MARTES POR LA MAÑANA

James. (Mi cabeza, mi cabeza, me duele mucho).


James.
¿Dónde está James?
¿Dónde estoy?
Abro los párpados; están pegajosos y no quieren abrirse y duelen y la luz…
Punzadas de dolor. Me invaden las náuseas. No quiero sentirme así, no puedo
sentirme así, no recuerdo por qué me siento así. Si me siento de esta forma, no
puedo averiguar si algo anda mal.
James. Ay, no, James.
Me obligo a abrir los ojos. Estoy en una habitación. Sola. No hay ventanas (no
hay puntos de escape, no hay vidrios que utilizar como arma), no hay muebles
(quizás escucharon hablar de mi reputación con los muebles), solo paredes
blancas y lisas y una alfombra industrial áspera color gris oscuro. Y una puerta.
Me pongo de pie. Me da vueltas la cabeza y la habitación se inclina y gira a mi
alrededor, y Annie tenía razón, siempre la tiene, no debería haber ido a bailar,
no debería haberme emborrachado, no debería haber besado a James.
James dijo que me ama. Probablemente estaba mintiendo.
No me arrepiento de haber besado a James.
Si le han hecho daño, los mataré.
Los mataré, los mataré… un momento. Annie. Si yo no vuelvo, Annie no está
a salvo. ¿Y si James está conmigo? ¿Y si no puede avisarles que me secuestraron,
que no escapé? Ay, no, Annie. ¡Annie!
La puerta está trabada. Grito y estrello la mano contra la manija, y luego
golpeo la puerta con el hombro. Me tambaleo, la habitación todavía gira, pero
debo escapar. No puedo perder a Annie por haber querido bailar y besar a
James. ¿Cómo pude haber sido tan estúpida y egoísta? Todo estaba estropeado;
ya estábamos en problemas. No puedo creer que hice esto. Hice esto. De nuevo.
¿Cuántas veces Annie tendrá que ver su propia muerte por mi culpa?
Y Adam. Me lo imagino revisando su e-mail frenéticamente, sin recibir nunca
noticias mías. Se olvidará de mí. Volverá a su vida anterior, y ellos lo
encontrarán y lo asesinarán. Les he fallado a Annie y a Adam. Destruyo todo lo
que es bueno.
La puerta abre hacia adentro. No puedo derribarla. Si pateo la manija (no
llevo zapatos, me romperé algunos huesos del pie), tendrán que quitar la puerta
para entrar. Demasiada advertencia previa, y no podrán mantener la puerta
cerrada de nuevo.
Las bisagras. Me agacho y observo la que está cerca del suelo. Un simple
pasador de metal que atraviesa el centro. Lo jalo. Está pegado con pintura. Es
probable que pueda romper la capa de pintura con las uñas, pero me llevará un
rato. Desearía tener una herramienta. Algo. Cualquier cosa.
Llevo los dedos a mi cabello, al pequeño broche con el que anoche sujeté un
mechón de pelo para apartarlo de mi rostro. Sonrío. Sabía que era una buena
idea.
La bisagra superior será un problema; no tengo nada sobre lo cual pararme
para alcanzarla. Pero si consigo quitar la de abajo, tendré opciones.
Romper la manija, jalar de la puerta para inclinarla, ¿quizás hacer suficiente
espacio para salir arrastrándome? Me llevaría demasiado tiempo. Si me están
vigilando, lo sabrán antes de que termine.
¡Detente! Deja de planear. Solo sujeta el broche.
Me duelen los dedos y me retumba la cabeza, y Annie, ay, Annie, lo siento
tanto. ¿De cuántas formas puedo fallarte en una sola vida antes de que sea
demasiado tarde, antes de que no pueda enmendar mis errores? Me siento,
apoyo la cabeza contra la pared y me permito llorar. El peso de la vida de Annie
me empuja los hombros hacia abajo, me envuelve, se abre camino hasta mi
corazón y pulmones hasta que me sofoco.
Me enjugo las lágrimas debajo de los ojos, las paso por encima de ellos e
intento quitarme tanto maquillaje como puedo. Intento verme como una chica
de diecisiete que está asustada, sola e indefensa.
Solo una de esas opciones es mentira.
Quito el pasador justo cuando escucho el clic de la cerradura al otro lado de la
puerta y siento cómo se desliza el cerrojo de seguridad (cerrojo de seguridad,
me alegra no haber intentado patear la manija). ¿Correr o quedarme inmóvil?
¿Correr o quedarme inmóvil?
Escondo el pasador en mi puño, retrocedo y me arrastro hacia un rincón.
Ellos estarán en estado de alerta, serán muy cautelosos cuando abran la puerta.
Tendré otra oportunidad. Me hago un ovillo, llevo las piernas desnudas hacia el
pecho. Me alegra haber estado llorando, ayudará a la imagen que deseo que
vean.
Levanto la mirada con los ojos grandes e inocentes (no saben nada de mis
manos; mis ojos son los mejores mentirosos). La puerta se abre.
Es la mujer, la del pelo color café a quien le robé el coche. Y detrás de ella se
encuentra el hombre de la barba incipiente. Cole. Ya no puedo fingir
vulnerabilidad. Me pongo de pie y mantengo los puños apretados. Ambos
entran en la habitación; ninguno tiene armas. Eso fue inteligente de su parte.
Qué pena. Cole renquea ligeramente (me pregunto dónde quedó mi cuchillo;
me gustaba ese cuchillo).
—Hola, Sofia. —La mujer tiene una voz suave. Es amable y cautelosa, pero
todavía me está mirando de una forma extraña, no como debería. Debería estar
asustada o enfadada. Siente… ¿qué? ¿Asombro? ¿Compasión? Y también
reconocimiento.
—Tengo que ir al baño —suelto—. Bebí demasiado anoche. —Doy un paso
hacia adelante, y me tambaleo lo más que puedo.
—Quédate donde estás. —La voz de Cole no admite tonterías, y él… mmm.
No siento ninguna amenaza saliendo de su persona, no como antes. En este
momento no representa un peligro para mí. Interesante. De hecho, lo único
que me preocupa ahora es Annie.
—Está bien. —Me apoyo de nuevo contra la pared y los miro con los ojos
entrecerrados—. No tengo mucho tiempo. ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está
James?
—Dejamos a James en la calle. —Cole advierte el cambio en mi expresión y
agrega con rapidez—: Vivo.
Así que no estaban tras James. Sino de mí.
—Te encontramos gracias a James —comenta la mujer—. Lo conectamos con
la escuela y lo hemos estado siguiendo durante un tiempo. Así que cuando lo vi
en la discoteca y te reconocí, por fin tuvimos la oportunidad que
necesitábamos. —Hace una pausa y frunce el ceño—. Eres muy difícil de ver.
Bueno, eso es maravilloso. Ella es una Vidente. Debería haberlo sabido.
—Es un talento.
—¿Qué eres tú? Sabemos que estás en la escuela de Keane. Y que no quieres
estar allí. Sabemos sobre tu hermana…
—No saben nada sobre mi hermana —respondo con un gruñido.
Continúa, esta vez de manera más suave.
—Sabemos que se las llevaron a ambas hace cinco años. Pero en tu caso no
sabemos por qué. Te he visto. Algunas veces. Solo algunos destellos, lo
suficiente para saber que eres importante sin saber la razón. ¿Qué es lo que
haces?
—¿Te refieres a si soy una Vidente, una Lectora o una Sintiente? ¿Si soy los
ojos, los oídos o el alma de una operación? Diría que soy las manos.
Me abalanzo hacia adelante, sujeto a la mujer, la hago girar para interponerla
entre Cole y yo, y presiono el pasador de la bisagra contra su cuello. (No puedo
hacer tap tap tap con la mano, no quiero agregar otro tap, pero lo haré; si salva
a Annie, lo haré).
—No es afilado, pero puedo empujarlo hasta el fondo. Se desangrará hasta
morir.
—Está bien —dice ella. Suena asombrosamente tranquila. De hecho, casi me
agrada. Cole levanta las manos y retrocede un paso.
Nos conduzco hacia la puerta, manteniendo el cuerpo de ella entre Cole y yo,
siempre entre los dos.
—No quiero hacerte daño, pero mi hermana me necesita. Si no vuelvo allí, la
matarán. Así que nos iremos ahora.
—Estás a salvo aquí. —Es muy buena mentirosa. Ni siquiera se le acelera el
pulso. No está entrando en pánico. Me doy cuenta con un sobresalto de que no
está mintiendo, o al menos no cree estar haciéndolo—. Lo prometo. Y estoy
cuidando a Annie. Sabré si se encuentra en peligro. Nunca la arriesgaría.
—Ella no te pertenece para que la arriesgues. Ella es mi responsabilidad. —
Hago que crucemos la puerta, rápido, echo un vistazo a ambos lados del pasillo.
Está despejado. Vacío. Se escucha solo el zumbido monótono de las luces
fluorescentes. A la derecha, debería ir hacia la derecha—. ¿Dónde nos
encontramos? ¿Estamos todavía en Chicago?
—No, estamos en St. Louis.
Maldigo. Esto llevará más tiempo. Pero tan pronto como salga de aquí, puedo
llamar a James y contarle (él lo sabe, tiene que saber que yo no hice esto, que no
fue mi idea), y le enviaré un e-mail a Adam y volveré y Annie estará a salvo y no
tengo planes en absoluto hasta que algo haga que podamos escapar.
—Sofia —dice mientras caminamos, cuerpo a cuerpo, y giramos en una
esquina. Hay una puerta que tiene uno de esos pequeños letreros color café que
indican una escalera. Este lugar parece un viejo edificio de oficinas, pero no hay
nadie aquí—. Quiero ayudarte.
—En general, prefiero que mi ayuda no me ataque ni me deje inconsciente en
la parte trasera de una furgoneta.
Ríe. ¿Por qué está riendo? Está loca.
—Tendrás que perdonar nuestra cautela. Luego de nuestro último encuentro
contigo, creímos que sería mejor hablar en un ambiente controlado.
(Control, control, control. El control asesinó a Clarice).
(El control no asesinó a Clarice. Yo lo hice).
—¿Y cómo está funcionando eso para ti? —pregunto. Miro por encima de mi
hombro de nuevo, Cole no nos está siguiendo, eso es malo, sabría dónde se
encuentra si nos estuviera siguiendo. Luego, la puerta que conduce a las
escaleras se abre y me pego a la pared, presiono el pasador contra el cuello de
ella.
Y Adam (gran sonrisa, ojos grises, dedos suaves, el amable Adam, el Adam
que está a salvo y escondiéndose en Chicago) aparece en el pasillo.
Sonríe cuando me ve, su primera reacción es sonreír, ¿qué sucede con él?
Estoy tan conmocionada que dejo caer la mano. No quiero que él vea lo que yo
le hubiera hecho a esta mujer, no quiero que él vea mis manos más de lo que ya
lo ha hecho.
—¡Fia! —Recorre los pocos metros que nos separan con los brazos abiertos, y
yo me tenso (no quiero hacerle daño, nunca quise hacerle daño), y luego me
envuelve con sus brazos largos. Y mi cabeza no grita esto está mal, mal, mal.
Ay, Adam. ¿Cuándo dejarás de estropear todo? ¿Y por qué no dejo de
permitírtelo?
DIECISÉIS MESES ATRÁS

—¿Cómo puede alguien que pasa tanto tiempo aL sol tener la piel tan pálida?
Pongo los ojos en blanco en dirección a Eden.
—Se llama piel de porcelana. Y la pantalla solar es mi mejor amiga. —Me
encanta este suave asiento blanco. Me encanta este enorme barco tranquilo.
Me encanta el océano. Me encantan el viento, las olas y la espuma. No hay nada
aquí. Nada para hacer. Y debido a que no hay nada aquí y nada para hacer, y
solo tengo a James o a Eden, o a la pequeña tripulación deliberadamente
anónima con quienes hablar, no hay nada que me haga sentir mal o enferma.
O al menos solo un poco. Porque todavía está el tap tap tap. En realidad,
nunca desaparece. Y tampoco la sensación de que algo va mal, pero ahora es
solo un zumbido suave y puedo fingir que no está presente. Fingir es otra forma
de mentir, y soy muy buena en ambas.
—Chicas —dice James, saliendo del camarote principal a la cubierta, donde
Eden está escribiéndole una carta a Annie y yo no estoy haciendo nada, porque
nada, nada, nada es mi cosa favorita—. ¿Están listas para una aventura?
Me incorporo. Eden hace lo mismo y se mueve de forma casual en su traje de
baño, estira las piernas. Me pregunto qué siente por él. No me gusta. Me
pregunto si siente que a mí no me gusta. Decido no sentir nada, en cambio.
—¿Una aventura?
—Creo que ya hemos tenido suficiente mar abierto e islas diminutas. Es hora
de comenzar en serio la sección de estudios oficiales en el exterior. O, en
realidad, es hora de visitar las discotecas de Europa.
Enarco una ceja.
—¿Discotecas? ¿En serio? ¿Te parece que soy de las que bailan?
—Me parece que eres exactamente de las que bailan. Solo que todavía no lo
sabes.
Eden se incorpora de un salto y extiende los brazos por encima de la cabeza, y
el pequeño arete de su ombligo brilla al sol como una invitación.
—Me parece bien. Siempre y cuando esta aventura también incluya ir de
compras. —Sonríe con esperanza. James asiente, y ella gira hacia mí y hace un
bailecito exagerado de victoria.
Pongo los ojos en blanco y resoplo. Es graciosa y bonita. Me pregunto si
hubiéramos sido amigas en otro mundo.
—¿Lo ves? ¿Es tan difícil? —Eden sonríe de forma engreída y se dirige
adentro, y mi sonrisa accidental se convierte en un gesto de desagrado.
—¿Teníamos que traerla?
James se deja caer sobre el camastro junto a mí y coloca un brazo sobre su
rostro para protegerlo del sol.
—Sí.
—¿Por qué? Es fastidiosa.
—Porque sí —responde, y estira la mano para tomar la mía en donde mis
dedos tamborilean el tap tap tap sobre mi muslo—. Intentaste suicidarte,
¿recuerdas? Así que Eden tuvo que venir con nosotros para asegurarnos de que
no vuelvas a estar tan mal.
Comienzo a retirar la mano para cruzarme de brazos, pero él la mantiene en
la suya y hace un ademán exagerado de examinar mis uñas. Recorre con los
dedos el interior de mi muñeca y algo se enciende en mi interior y, ay, me
alegra tanto que Eden ya no esté aquí.
James es la única persona a la que le permito mirar o tocar mis manos. Sabe
todo lo que ellas hicieron. Y no le importa.
—Además, soy terrible en las charlas de chicas, y sin Annie creí que
necesitarías a alguien.
Esta vez, retiro la mano. Odio que haya mencionado a Annie. Porque lo que
sucede con Annie es que la echo de menos, en verdad lo hago, me preocupo
por ella, pero…
Tampoco lo hago.
Estar lejos de ella por primera vez en años es un alivio inmenso. Y sé que está
a salvo porque ellos la tienen y siempre que ellos la tengan, me tienen a mí, y
por alguna razón todavía me quieren. Así que Annie se encuentra a salvo. Y
está sola y encerrada en esa horrible prisión disfrazada de escuela, y yo soy una
persona horrible, horrible, por haberla dejado allí.
Pero no tengo que mirarla y saber lo que he hecho. No tengo que escuchar
cómo su voz se torna suave y amable y llega a lo más profundo de mi ser y me
recuerda, siempre me recuerda, todo lo que he perdido y tomado. Todo lo que
aún puedo perder.
Sé que Annie me ama de forma incondicional, que siempre me amará, y eso
es lo más difícil con lo que tengo que lidiar. No quiero ser amada.
—Por lo menos no trajiste a una Lectora. Las odio.
Ríe.
—Yo también. Sabes cómo engañar a las Lectoras, ¿verdad?
—Maldigo para mis adentros una y otra vez.
—Esa es una buena técnica, pero se acostumbran muy rápido. Si no puedes
enfocarte en fastidiarlas, entonces siempre ten una canción irritante sonando
en el fondo de tu cabeza. Y si necesitas hacerlas sentir tan incómodas que no
puedan seguir escuchando, piensa en sexo.
—¿Sexo?
—Sexo. —Es tan apuesto que quiero deslizarme hacia él y que me dé detalles.
Pero él es, y siempre ha sido y será, algo malo, y no puedo ignorar eso.
¿O sí?
—¿En verdad deberías estar aconsejándome sobre cómo evitar a la gente que
tu padre tiene espiándome?
Sonríe y es esa sonrisa intensa que creo que solo me dedica a mí.
—Eres mi estudiante estrella, ¿recuerdas? Solo porque tengas que hacer lo
que él quiere que hagas no significa que no puedas mantener en secreto algunas
partes de ti misma. Se trata de mantener un equilibrio, Fia. Equilibrio, paciencia
y tiempo.
—Tú nunca me pareciste alguien paciente.
Se recuesta, coloca los brazos detrás de la cabeza y cierra los ojos.
—Como ya te dije. Secretos.

James tenía razón. Me encanta bailar. Me encanta tanto que casi no deseo el
alcohol que circula a mi alrededor, las drogas que la gente está ingiriendo. Y
casi ni me pregunto cuán mejor se sentiría bailar si ingiriera algo. Cuando en
verdad estoy bailando, cuando estoy en el medio de una multitud en la
oscuridad acompañada de las luces vibrantes y el ritmo pulsante, puedo
perderme en mí misma de una manera de la que es fácil volver.
Me encanta.
Estamos en algún lugar de Alemania. No sé dónde; no me importa. Eden sale
casi todos los días y hace turismo. Yo duermo en la suite obscenamente costosa
de nuestro hotel y espero a que llegue la hora de salir a la discoteca. James
asiste a reuniones, se asegura de que yo me alimente bien y me incita a cumplir
con «tareas» ocasionales (aprender cómo operar casi cualquier plataforma
tecnológica, por ejemplo), y después salimos a bailar.
Le envío a Annie postales que Eden compra para mí, ya que no importa qué
imagen tengan, y finjo que soy yo la que recorre las montañas y visita los
castillos y plazas históricas. A Annie le gustará eso. Odio que alguien más tenga
que leérselas. Espero que no sea la señorita Robertson.
—¿No te prepararás? —pregunta Eden, y me mira de arriba abajo mientras se
aplica otra capa de brillo labial.
—Zapatos. Falda. Top. Estoy lista.
—Quiero decir, hagamos algo con tu pelo. Llévalo recogido. Hazte unos rizos.
Y podrías llevar más maquillaje. No estás vendiendo nada.
—¿Qué se supone que debo vender?
—Los chicos se vuelven locos por ti en estos lugares; puedo sentirlos para ti,
si quieres.
—¿Acaso te parezco particularmente lujuriosa? —Dejo mis emociones al
descubierto, las imagino derramándose sobre ella. Yo soy el océano en el que
vivimos durante dos meses. Estoy vacía. No soy nada.
—Detente. Eres tan perturbadora. —Sale a las zancadas de la habitación,
murmurando algo acerca de echar de menos a Annie, y yo sonrío.

Más tarde, me encuentro en la mitad de la pista, perdida, cuando alguien me


sujeta del brazo. Abro los ojos, y me sorprendo al ver a James sonriéndome.
Estoy conmocionada. Nunca antes había salido a bailar conmigo. Me acerco a
él, entusiasmada, pero él sacude la cabeza y me conduce hacia el bar.
—Tengo un juego para ti.
—¿Un juego? —No quiero jugar un juego. Quiero bailar. Quiero bailar con
James. Siempre está buscando pequeñas excusas para tocarme, una mano en la
parte baja de mi espalda, un pretexto tonto para sujetar mi mano con la suya y
mirarla, pero nunca ha hecho más que eso. Yo quiero más. No sé qué quiero de
él, exactamente, solo que siempre quiero más.
—¿Ves a ese tipo en el bar? —Señala a un hombre de torso amplio, de unos
veintitantos, que lleva ropa costosa diseñada para alardear cuán costosa es.
—Sí.
—Róbale el teléfono, trámelo y luego devuélveselo sin que se dé cuenta.
—Ese es el peor juego que alguna vez escuché.
—Quiero comprobar si puedes hacerlo. Necesito su teléfono cinco minutos.
Y después bailaré contigo. —Sonríe, esboza su mejor sonrisa, la más amplia y
manipuladora. No había utilizado esa sonrisa conmigo. Hasta ahora.
—¿Qué te hace creer que quiero que bailes conmigo? —Volteo enfadada,
enfadada, enfadada. Muy bien. ¿Quiere un teléfono? Le daré un teléfono.
Ignoro el zumbido de que esto está mal, me desconecto de él y me enfoco en la
tarea. El teléfono. Necesito ese teléfono.
Mis caderas cobran vida propia mientras me abro camino por la pista. Finjo
que estoy caminando en el barco (me encantaba el barco) y dejo que mis
recuerdos hagan oscilar la pista para mi cerebro libre de alcohol.
—¡Josef, estás aquí! —Río y lo abrazo desde atrás, dejo que mis brazos lo
recorran como lo haría una amiga ebria—. ¿Te has estado escondiendo de mí?
Voltea (ojos malvados, tiene ojos malvados, pero en este momento no dirige
la maldad hacia mí) y sonríe, divertido.
Doy un paso tambaleante hacia atrás y dejo que mi boca forme una O.
—No eres Josef. —Suelto una risita. Me rechina en los oídos; es un sonido
horrible.
—No. —Sonríe y yo me encojo de hombros.
—Qué lástima. Eres más apuesto que él. —Y luego balanceo las caderas
porque estoy ebria y creo que camino de manera sexy, y sé que, una vez que
James haya terminado, no me resultará difícil volver, ubicarme bien cerca del
chico que no es Josef y deslizarle de vuelta el teléfono que ahora tengo en la
mano.
No lo es. Todo termina en menos de siete minutos.
James me dedica una sonrisa exultante cuando vuelvo a él, muy orgulloso de
mis habilidades. Me doy cuenta con una sensación de desazón de que tendré
que ganarme el resto de este viaje, tal como Eden. Después de todo, no son
vacaciones, no se trata de hacerme sentir mejor, a James en verdad no le
importo. Solo más juegos, esta vez en el mundo real.
James extiende la mano. Su camisa negra está desabotonada en el cuello.
Incluso su cuello es atractivo, y quiero recorrerlo con los dedos hasta el hueco
de la clavícula.
—¿Lista para bailar?
—Como dije antes. ¿Qué te hace creer que quiero bailar contigo? —Volteo,
me abro paso a los empujones entre el mar de cuerpos e intento perderme.
Sola.
MARTES POR LA TARDE

Esta es la primera vez que he visitado el apartamento nuevo de Fia, el lugar


donde ha vivido desde que volvió a casa. Pero en realidad nunca regresó a mí.
Tal como supe que no lo haría cuando le permití irse con James.
Nunca me permiten visitarla aquí.
Fia tiene que venir hacia mí, y solo cuando ellos la autorizan. Mi hermana es
impredecible, y yo soy su póliza de seguro. No se arriesgarán a que me lleve con
ella y escapemos. Ni siquiera puedo dejar el edificio de la escuela cuando Fia
está en la ciudad; solo cuando la envían a otro sitio, para hacer quién sabe qué,
yo puedo salir con Eden. Y un acompañante, por supuesto.
No contaban con que fuera Fia la que desapareciera sola. Sé que está
asustada, pero me pregunto… Quizás esté mejor así.
Salgo del coche, Eden me espera para que yo apoye la mano en el hueco de su
codo.
—Estará bien —asegura Eden—. La encontrarás.
—Pronto —añade James, y suena más como una amenaza que como un
consuelo.
Lo odio.
Si yo fuera Fia, si fuera cualquier otra persona, me alejaría de él ahora,
correría hacia algún sitio nuevo, sería libre. Pero eso es una mentira. Porque
incluso si pudiera ver, no podría irme sin Fia. Y si escapara, lo haría sabiendo
que nunca estaría en verdad a salvo, que sin importar dónde me hallara, si aún
siguiera viva, Keane de alguna manera me encontraría. Mis pensamientos
nunca estarían a salvo. Ni siquiera mi futuro me sería propio.
Él hará lo que sea necesario para encontrar a Fia. Si yo la encuentro, será para
salvarla del cautiverio y entregarla de forma directa a otro. Quizás nunca
podamos escapar. Nuestros planes ilusorios de no planear nunca funcionarán.
Nunca tendremos una oportunidad. No existe un lugar en todo el mundo que
Keane no pueda alcanzar para recapturarnos.
El mundo se vuelve más tranquilo cuando atravesamos una puerta que nos
aísla en un clima de calidez controlada y nos aparta del ajetreo enloquecedor y
ventoso de la ciudad. Subimos las escaleras en silencio y James destraba una
puerta. Entro en un apartamento de suelo de madera. El aire huele y se siente
limpio. Sin vida. Pero hay una nota de perfume rancio proveniente de algún
lugar que no puedo ubicar. Fia nunca lo llevaría puesto.
—¿Cómo es? —pregunto. Quiero saber dónde ha estado viviendo Fia.
Desearía haber podido visitarla aquí. Haber vivido con ella—. ¿Cómo lo
decoró? —Detesto depender de alguien para que me cuente.
James responde.
—No lo hizo. Dijo que todo le daba igual.
—¿Dónde está su habitación? —Para ser honesta, no tengo ni idea de si esto
me ayudará a verla, pero necesitaba sentir que estaba haciendo algo más que
quedarme sentada, mortificada e intentando tener una visión. Estar rodeada de
ella aquí, donde estuvo la mayor parte del tiempo, quizás ayude. Algunas veces
puedo forzar las visiones, pero no es fácil y por lo general solo obtengo un
atisbo.
—Camina derecho. Atravesarás un pasillo pequeño. La puerta está abierta.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunta Eden, pero sacudo la cabeza. Me
alegra que James tampoco intente acompañarme. También desearía que no
estuviera aquí en absoluto. Odio que él conozca su apartamento, que conozca a
la Fia que vive aquí y yo no. Recorro la pared con la mano, cruzo el umbral
hacia su habitación.
Y esto se siente mejor, porque huele a Fia. Huele a especias, energía y vainilla.
Doy otro paso hacia adelante y trastabillo con un par de zapatos en la mitad de
la habitación.
Allí también está mi Fia.
Arrastro los pies con cuidado ahora, me abro paso entre la ropa que está en el
suelo hasta que me topo con la cama. Las mantas están arremolinadas en un
extremo; me subo a la cama y apoyo el rostro en la almohada. Fia, ¿dónde estás?
Echo de menos el golpeteo de tus dedos y tu risa alocada y todas las cosas de ti
que no conozco.
Siento mucho haber querido que fueras quien eras antes. Sé que ya no puedes
ser ella. Vuelve a mí y te ayudaré a descifrar quién ser ahora. Vuelve a mí y
dejaré de intentar arreglar todo y tan solo seré tu hermana. Hundo el rostro
aún más en la almohada y la presión contra mis ojos crea una sensación falsa de
luz.
No, no es falsa.
Estoy viendo. No me muevo, ni siquiera me atrevo a respirar. Fia. Quiero ver
a Fia. Enséñame a Fia.
Veo a un hombre que viste un traje; es mayor, el pelo entrecano. Se encuentra
detrás de un escritorio imponente, unas ventanas a sus espaldas. Afuera todo
está tan cubierto de nieve que la luz resulta enceguecedora. La habitación es
rara, las paredes son curvas, no hay esquinas. Es circular. Sobre el suelo, la
alfombra tiene el diseño de alguna clase de ave, y también hay banderas
desplegadas de manera prominente. Noto que la misma ave está tallada en el
escritorio y en una de las banderas.
El hombre se pone de pie y extiende la mano, sonriendo. Otro hombre, de
rostro insulso y ataviado con un traje igualmente soso, la estrecha.
—Gracias por venir con tan poco tiempo de antelación. —El primer hombre
se acerca a un par de sillones mullidos, evidentemente relajado.
El segundo hombre se sienta frente a él.
—Por supuesto, señor presidente. ¿Cómo se encuentra Lauren? Me encontré
con ella de camino aquí.
El presidente ríe.
—Una de nuestras mejores funcionarias. Gracias otra vez.
Quiero vomitar.
Porque reconozco la voz del segundo hombre. A pesar de su paranoia por no
ser visto, Keane no tuvo en cuenta mi memoria para las voces. Keane. Es el
señor Keane. En carne y hueso, no un monstruo detrás de su voz. Y es amigo
del presidente.
De pronto, la imagen cambia, gira. Me siento mareada por el movimiento, y si
no estuviera acostada, me habría caído. ¿Adam? Es él. Se encuentra en un
espacio abierto, caminando.
Fia está con él.
Adam dice algo. No puedo escucharlo porque hay demasiado viento, pero Fia
ríe. Ríe en serio. No es la risa que le dedica a James, ni esa risa de chica vacía. Es
una risa de verdad. Y Adam la mira de una forma que es tierna, esperanzada,
feliz e inocente. No puedo imaginar que alguien que conozca a mi hermana la
mire de esa manera.
Fia sonríe.
Compran perritos calientes de un puesto callejero, y caminan sin un
propósito (Fia siempre tiene un propósito) mientras Adam habla de manera tan
animada que escupe condimento por el aire y luego se sonroja y se disculpa. No
sé dónde se encuentran, no puedo descifrarlo. Hay un raro semicírculo
plateado que domina el cielo detrás de ellos, y los alrededores son verdes y
despejados.
Se sientan en una banca. De pronto, siento como si estuviera espiando algo
que no debería, como si estuviera invadiendo la privacidad de mi hermana.
Adam se acerca a ella, las rodillas le rebotan con una energía nerviosa. Ella lo
escucha con la cabeza inclinada, pero sus ojos echan un vistazo a la distancia. Él
mueve la mano lentamente y la apoya sobre la de ella.
Ella observa las manos de los dos como si no pudiera comprender lo que está
sucediendo. Yo espero que ella se aparte, que comience a golpetear los dedos
sobre su pierna de esa forma que no puede evitar. No lo hace. Y luego sonríe, y
su sonrisa me rompe el corazón porque puedo ver en ella que su corazón
también está roto, aunque quizás pueda sanar aquí.
Abro los ojos y me encuentro con mi propia oscuridad familiar.
—¿La has visto? —pregunta James.
—Sí —susurro.
—¿Dónde se encuentra?
Podría contárselo. Podría describirlo. El raro arco plateado era enorme.
Seguramente es bastante dio para conseguir ubicarlo. No sé cuándo estarán allí,
pero lo estarán, pronto. Fia estará allí, y podríamos traerla de vuelta.
Pero si no lo hacemos, creo que tal vez podría tener una oportunidad de ser
feliz.
Pero si no lo hacemos, Keane ha dejado muy en claro cuánto valor tiene mi
vida para él.
Me siento erguida. Por primera vez en mi vida, tengo la oportunidad de
proteger y cuidar a mi hermana. Ella entregó todo para hacer lo mismo por mí.
Yo también puedo hacerlo.
—Se encuentra en una celda en algún lugar. No tengo ni idea. Parecía algo
permanente.
—¿Doris?
Me paralizo, se me detiene el corazón. ¿Cómo no escuché entrar a la señorita
Robertson? El perfume. Ella ya estaba aquí. Estuvo aquí todo el tiempo. No
puede saberlo. No puede haber escuchado.
—Está mintiendo. Sabe dónde se encuentra Fia. Había algo sobre… ¿qué era?
Plateado, inmenso, en el cielo, pero también en el suelo…
No pensaré en ello. Una canción. Necesito una canción. Fia canta canciones.
No pensaré en ello; no puedo pensar en ello; no pensaré en ello.
—Un pilar —dice James—. Una estatua. Un rascacielos. Algo con forma de
dirigible.
No lo digas, pienso, no lo digas.
—Una escultura. Un avión. Un arco.
Mi mente se activa de pronto; no pienso en la palabra, pero es suficiente.
Doris suelta una risita burlona.
—Es eso. Ella no quería que dijeras esa palabra. Un inmenso arco plateado.
—St. Louis. Necesito diez hombres. Partiremos de inmediato.
—¿Quieres que llame a algunas Videntes?
—No viene al caso. Annabelle es la única que puede ver bien a Fia, y ya ha
hecho su trabajo. Gracias, Doris. Eso es todo.
—Iré a pedir la cena —comenta Eden con suavidad, y me aprieta el hombro
—. ¿Te gustaría comida Thai? Después nos haremos la manicura y mañana…
Su voz se quiebra un poco. Sé que detesta a Fia, pero siente lo que yo siento.
Lo sabe.
—Las cosas mejorarán. Te veo en casa.
Los escucho retirarse, atontada de la desesperación. Mis propios
pensamientos traidores han destruido a mi hermana.
—Simplemente deberías habérmelo contado —remarca James—. Haces que
todo sea muy difícil.
—Por favor, James, por favor. La vi. Y estaba feliz. O podría estarlo, al menos.
Estaba lejos, lejos de todo esto. Dijiste que ella te importaba. Deja que se quede
allí.
—¿Y qué sucede contigo? Sabes lo que significa que ella no vuelva.
—No importa. Ella merece una oportunidad. Por favor, no se la quites.
Sobreviene una pausa. Es prolongada, demasiado prolongada. Luego dice con
suavidad, pensativo:
—¿Cómo sabes que estaba feliz?
—Rio. En verdad lo hizo. Y dejó que él la sujetara de la mano.
—¿Él? —Su voz es dura. Me desplomo sobre la cama. Lo hice otra vez. Dije lo
incorrecto y desperdicié cualquier oportunidad que tenía—. ¿Estaba con un
chico? ¿Quién era él?
—Por favor. Déjala ir. Ambos podemos dejarla ir.
Suelta un gruñido.
—Ninguno de nosotros consigue escapar, Annie. Todos estamos demasiado
manchados de sangre para eso. —Y luego, cuando estoy encogiéndome de
temor ante sus próximas palabras, me sorprende con un tono triste—. Tú
dijiste que Adam Denting era algo más grande que tú y Fia. Lo que estoy
haciendo también lo es. Y no puedo dejarla ir.
Recuerdo lo que Fia me contó, sobre quién era el Keane real que estaba detrás
de la escuela.
—¿Qué diría tu madre?
—Ese es el punto. Nada. Porque ella consiguió salir y abandonó al resto de
nosotros aquí para lidiar con este caos. Ahora levántate. Te llevaré de regreso.
Nunca escaparé, y Fia siempre caerá por mi culpa.
SEIS MESES ATRÁS

Estoy intentando descubrir cómo ver.


Hasta ahora, la información que he obtenido siendo amable y escuchando lo
que no se supone que escuche es limitada. En su mayoría, son cosas que ya sé.
La escuela no es tanto una escuela como un campo de pruebas de talento
psíquico. Solo chicas. Creí que podrían tener un lugar equivalente para los
chicos, pero por alguna razón, los chicos no pueden hacer ninguna de estas
cosas.
Lo que significa que los pensamientos y sentimientos se encuentran a salvo en
presencia de los guardias de seguridad. Eso es algo.
A las chicas que no tienen el talento se las descarta de inmediato, y por esa
razón las clases se vuelven tan poco numerosas demasiado rápido. Aquellas que
poseen las habilidades suficientes se ven lenta pero inevitablemente atrapadas,
y aquellas en las que pueden confiar consiguen escalar y realizar quién sabe qué
tareas para Keane.
Nunca vuelven.
A aquellas de nosotras que estamos en un terreno inestable nos mantienen
aquí, en el inmenso edificio de la escuela, pero lejos de las nuevas estudiantes.
Encuentran lo necesario para amenazarnos, así que no tenemos otra opción
que trabajar para Keane. Las Lectoras y Sintientes son más comunes y, al
parecer, les va mejor. Él no confía en las Videntes. Ninguna ha tenido tanto
poder o rango como Clarice.
Nadie es como Fia, que no puede hacer lo que nosotras podemos, pero de
alguna manera es incluso más interesante para él que el resto de nosotras. Sé
que Fia es especial, pero todavía no comprendo por qué les importa tanto. Por
qué la obligaron a quedarse. Por qué no le hicieron nada después de que
asesinó a Clarice.
A todas las chicas las encuentran por medio de rumores o raros artículos
periodísticos, ocasionalmente mediante visiones, y luego las atraen de la misma
manera que lo hicieron conmigo: una beca, una escuela prestigiosa, una
educación especialmente diseñada para chicas con talentos especiales. De
manera gradual, las chicas caen en la cuenta, descubren que no están solas, que
están rodeadas por otras que tienen los mismos talentos (o maldiciones,
dependiendo del punto de vista), y reciben educación, ayuda y un hogar.
Es brillante, en realidad. La utilidad para el espionaje, tanto en los negocios
como en la política, es infinita. Casi todas las chicas comienzan aquí siendo
muy jóvenes y se las trata tan bien que, por supuesto, quieren el poder y el
dinero que les ofrecen.
Pero saber todo esto no es suficiente. No es suficiente para que yo pueda
mantener a Fia a salvo, para que yo pueda hacerla salir de aquí. Así que me
concentro en la única ventaja que tengo, que son las visiones.
Clarice no me enseñó mucho. Me enseñó a enfocarme, pero siempre me
obligaba a enfocarme en Fia. Ahora no necesito verla a ella, aunque lo desee
con muchas ansias. Aunque tan solo sea para ver si es feliz o no. Sus cartas me
hacen sentir incluso más distante. No tienen alma.
Ocasionalmente, he sido capaz de ver pequeños destellos, pantallazos de
cosas en las que he pensado con mucha intensidad, como las montañas donde
solíamos vivir, de las que no tengo recuerdos de antes de que perdiera la vista.
Tenían menos árboles de lo que imaginaba, y más rocas. Muy bonitas. Y luego
están las visiones más raras: una confusión de imágenes que no puedo descifrar
o de las que no puedo extraer algún sentido.
Así que ahora estoy ayunando y quedándome despierta tanto tiempo como
puedo. Quizás si empujo a mi cuerpo al límite, si lo exijo tanto como pueda, mi
cerebro tomará el control y seré capaz de ver más.
Funciona… en cierto punto. Tomo asiento, estoy tan cansada que no puedo
pensar con claridad y tan hambrienta que todo mi cuerpo está temblando. Y
luego veo cosas.
Fia, en un balcón, la mirada afligida mientras contempla una ciudad repleta
de edificios de piedra y calles serpenteantes. Parece saludable, quizás incluso
feliz. Por lo menos que se vea saludable es un avance. James se está ocupando
de ella como dijo que lo haría.
Y luego Fia está bailando en la oscuridad, y la visión entera está tan inundada
de ruido y movimiento que apenas puedo discernir qué está sucediendo, pero
por la manera en la que Fia se mueve sé que en ese momento ella es libre, y eso
hace que me duela el corazón.
Un chico, tan apuesto que me quita el aliento, de ojos cálidos y hombros
amplios, está sentado en un escritorio de madera lustrada y mira una fotografía
de una mujer mayor que tiene los mismos ojos. Todo su rostro es una máscara
de angustia, y me pregunto quién es él, quién es ella. No veo a chicos con
mucha frecuencia. Luego escucho que una voz (¡la de Fia!) llama: «James,
¿haremos esto o no? Cuanto antes robemos esa mierda que quieres, antes
podré ir a bailar».
James.
De inmediato, su rostro vuelve a adoptar una sonrisa calculadamente
despreocupada mientras apoya la fotografía boca abajo y se pone de pie.
La visión cambia, y veo a Eden leyendo un libro junto a una piscina, y levanta
la mirada con una expresión inescrutable cuando Fia pasa caminando con
James.
La visión cambia de nuevo, y veo a un chico de pelo oscuro que está de
espaldas mientras observa alguna clase de imagen de… ¿qué? Está en blanco y
negro, es traslúcida y la luz se filtra por detrás. La recorre con el dedo. Me
pregunto quién es él, pero luego mi visión cambia y veo a una mujer en una
oficina. Murmura algo para sí misma y reconozco la voz de la señorita
Robertson. Es de noche, está casi oscuro afuera de la ventana, y hay una botella
medio vacía delante de ella. Ella llena otra pequeña copa, derrama un poco por
el borde y bebe todo de un solo trago. Luego devuelve la botella a la gaveta
inferior de su escritorio.
Hay una pequeña maleta con ruedas abierta en el suelo junto a su escritorio,
la ropa desdoblada se derrama desde el interior.
Y luego mi mundo se vuelve negro una vez más. ¿De qué me sirve eso?
¿Qué puedo hacer con cualquiera de estas visiones? Al menos ahora
comprendo por qué tantas mujeres aquí se rinden a los pies de James. Pero él es
mucho más de lo que permite ver. Fia parece… estable. No feliz, pero estable y
de aspecto saludable.
Echo ferozmente de menos a Eden. Desearía estar con ella. No sé quién era el
chico o qué estaba mirando.
La señorita Robertson, en algún futuro cercano, beberá hasta quedar en un
estado de completa ebriedad. No es muy profesional, y no veo ninguna ventaja
en eso.
A menos que… ella ahora no se encuentra aquí. Está en un viaje de
reclutamiento. Me pongo de pie, casi tropiezo mientras la cabeza me da
vueltas, y camino a los trompicones hasta el pasillo.
—¿Darren?
—Sí, señorita Annabelle. ¿Qué necesita?
—Necesito hablar con la señorita Robertson. ¿Cuándo volverá?
—Mañana por la tarde.
—Ok, gracias.
Vuelvo a mi apartamento con una sonrisa en el rostro. Entre mis colchones,
escondida para que Fia no la encuentre, tengo una reserva de emergencia de
sus antiguas píldoras. La dosis era rara, la dejaba inconsciente, pero podías
despertarla y estaría casi lúcida. Era el único momento en el que podía hacer
que me hablara.
No me gustaba lo que decía, pero escuchaba cosas que de otra manera ella
nunca me hubiera contado. Así fue cómo finalmente supe lo que Clarice la
obligó a hacer aquel día en la playa.
Dejo caer cuatro píldoras en mi mano. Mi ruta segura hacia mi caminata
diaria alrededor del patio interior del edificio pasa junto a la oficina de la
señorita Robertson… y su escritorio, cuya gaveta inferior esconde una botella
de alcohol de la que ella beberá mañana.

Llamo a la puerta. Nadie responde. Por favor, por favor, espero que lo que vi
suceda hoy.
—¿Señorita Robertson? ¿Se encuentra aquí?
Me responde un ronquido suave. Sonrío y cierro la puerta detrás de mí.
—Doris, despierta.
No hay respuesta.
—¡Doris!
Su respiración cambia y escucho que su silla cruje; una botella o un vaso se
hace añicos contra el suelo.
—Ups —balbucea—. ¿Annabelle? ¿Errrres tú?
—Sí. Quería hablarle. Sobre Sofia.
—So-fiia. Me alegra que se haya ido. Odiaba sus pensamientos. Cosas malas.
Siempre cosas malas.
—¿Por qué la quiere Keane? ¿No debería haberse librado de ella después de
que mató a Clarice?
La señorita Robertson resopla con fuerza.
—Clarice recibió su merecido. Se lo dije, se lo dije, pero ella siempre tenía la
razón. Sería la primera Vidente que Keane designaría para ser su asistente
personal. Nadie sintió tristeza por su partida. Era brutal.
—¿Iba a asesinarme? —pregunto. Tengo el corazón en la garganta. Me lo he
estado preguntando durante mucho tiempo. ¿Era Clarice la que me asesinaría?
Si lo era, todo lo que Fia hizo fue matar a una asesina. Eso cambiaría todo.
—¿Quién sabe? No hubieras sido la primera. Ella también te odiaba a ti.
Frunzo el ceño, dolida. Siempre creí que le agradaba a Clarice. Fue amable
conmigo, me ayudó a descifrar mis visiones.
—Ah, ¿sí?
—Odiaba a todas las demás Videntes. Las satobaba… satobaba… saboteaba.
No quería que Keane dependiera de nadie más. Yo creo que todas ustedes son
inútiles. Todo siempre está cambiando, no pueden ver lo que se supone que
tienen que ver, bla, bla, bla. Ahora las Lectoras, eso es diferente. Eso sí es una
habilidad. Pero ¿acaso yo voy a cualquier parte además de esta escuela con
pensamientos flotando a mi alrededor, abalanzándose sobre mí, golpeteando en
mi cráneo? No. ¿Acaso me envían con un CEO o un senador? No. Tengo que
vivir con adolescentes que gimotean todo el día, todos los días. Si no tuviera
que enviar a mis tres hijos desagradecidos a la escuela, me iría de aquí en un
abrir y cerrar de ojos. Te lo digo, en un abrir y cerrar de ojos. Me iría. Me iría.
Su voz se desvanece y escucho un golpe sordo contra la madera. Su cabeza
contra el escritorio, creo. CEO y senadores. ¿Es allí adonde envían a las otras
chicas? ¿Trabajan para personas importantes y les roban los pensamientos?
—Pero ¿qué sucede con Sofia? ¿Por qué es tan especial?
—Nada. No puede tomar una decisión equivocada. Tiene instintos perfectos
o intuición o lo que sea. Acciones de la bolsa, luchas, descubrir a mentirosos,
engañar a las personas. También es casi invisible para las Videntes, porque
siempre está cambiando y cambiando. —Resopla y suelta una risa seca—. Es
una tontería. ¿Qué ventaja tienen los instintos perfectos en una chica loca?
—No está loca —siseo.
—Ella está… un momento, ¿qué estás haciendo tú aquí? No puedo escucharte
muy bien. Quizzzás bebí demasiado esta vez. —O quizzzás las píldoras que
introduje en tu botella ayer fueron una mala combinación.
—Vete a dormir, vieja loca. —Volteo y salgo de su oficina. Mientras recorro la
pared con la mano, me siento perturbada. ¿Y qué si Fia tiene instintos o
intuición perfecta? ¿Por qué eso la vuelve tan valiosa?
Aunque ahora que lo pienso, si tuvieras a alguien que puede tomar la decisión
correcta en cualquier situación, volcar todo a su favor (si cada corazonada que
tuviera, cada reacción que expresara fuera siempre exactamente correcta) las
posibilidades serían incluso mucho más atrayentes que las que una Lectora,
Sintiente o Vidente pudiera ofrecer.
Pero lo que la señorita Robertson había dicho todavía me perturbaba. Fia no
está loca, no lo está, pero la han llevado a un límite. ¿Qué le haría eso a sus
instintos, a lo que sea que ella tuviera en tanta sintonía con todo? ¿Cómo
retorcería eso su intuición?
Clarice, muerta en el suelo, una decisión repentina de parte de Fia.
¡Clarice! Clarice, la malvada Clarice, que me habría asesinado. Tengo que
contarle a Fia. Esto cambiará las cosas, sé que lo hará. Ella se sentirá mejor y no
estará consumida por la culpa. Corro por el pasillo, subo las escaleras, espero
con impaciencia a que el guardia que se encuentra afuera del ala de la
residencia me abra la puerta.
En mi habitación, recorro con los dedos la lista de números que tengo junto a
mi teléfono. James me entregó el suyo antes de que partieran. Intenté llamar
algunas veces, pero Fia no me habló, no realmente. Era demasiado deprimente
intentar mantener una conversación yo sola.
Marco, y suena y suena y me preocupa tanto que me responda el buzón de
voz que casi grito; luego, escucho la voz de James.
—Hola.
—¡James! ¡Necesito hablar con Fia!
—¿Annabelle? ¿Qué sucede?
—¡Nada! Necesito hablar con ella.
—¿Sobre qué?
Dejo escapar un suspiro de exasperación.
—Sobre Clarice. Ella tiene que saber lo que yo sé.
—¿Y qué es lo que tú sabes?
Estoy demasiado entusiasmada para mentir.
—¡Clarice era malvada! Nunca supimos si ella habría sido la que me
asesinaría, pero estoy bastante segura de que habría sido ella. Y además, hizo
muchas otras cosas. Incluso la señorita Robertson creía que ella era malvada, y
eso dice mucho. ¿Dónde se encuentra Fia?
Se escucha una pausa prolongada, y espero, ansiosa, contarle todo a Fia. Pero
James todavía sigue en la línea.
—¿Qué crees que cambiará en ella al saber esto?
—¡Todo! Fia no tiene que sentirse culpable, ¡no tiene que dejar que eso se la
coma viva!
—No creo que entiendas a tu hermana. Ella no asesinó a Clarice porque fuera
malvada. Asesinó a Clarice para protegerte. Clarice podría haber sido la Madre
Teresa y Fia hubiera hecho exactamente lo mismo.
—Pero… si ella supiera…
—No cambiaría nada. Fia tomó sus decisiones pensando completamente en
ti, y no importó quién estuviera recibiendo la sentencia de muerte. Ella te
escogió a ti, Annabelle. Por encima de Clarice. Por encima de cualquiera.
Incluso por encima de ella misma. Nada cambiará sus sentimientos sobre lo
que hizo, porque ella sabe que lo volvería a hacer. Es eso con lo que no puede
vivir.
Me dejo caer sobre el sillón.
—Pero debería saberlo. —Hace que las cosas sean mejor. Lo hace.
—Creo que tú eres la única que siente menos culpa por saber sobre Clarice.
No finjas que ayudará a Fia. Ahora bien, ella está durmiendo y odio despertarla.
¿Hay algún mensaje que quieres que le transmita?
—No —susurro, y corto la comunicación.
MARTES POR LA TARDE

Estoy sentada en una habitación similar a un vestíbulo (primer piso, dos


salidas —una por la que entramos, la otra probablemente conduzca hacia el
exterior con mayor rapidez—, cinco ventanas, banquetas que pueden romper
ventanas o alguna cabeza) en un sillón junto a Adam. Sarah (pelo y ojos color
café se llama Sarah) me trajo un vaso de café, un muffin y algunas aspirinas.
Nadie me apunta con un arma. Nadie espera que escape.
Y… no siento que deba hacerlo.
—Bueno, estoy confundida. —Me echo atrás, hacia un rincón del sillón, y
guardo los pies debajo de mí. Veo cómo la mirada de Adam viaja por mis
piernas y luego se desvía cuando su rostro se ruboriza por la vergüenza de
haber mirado, y es adorable. También me hace desear haber llevado puesta una
falda más larga. O pantalones. De ese modo, no se hubiera avergonzado.
Quiero ser una chica con la cual él no tenga que encontrarse avergonzado.
Me pregunto cómo se sentiría estar con un chico que se sonroje cuando me
mira la piel.
—Yo también me sentí confundido cuando me encontraron —comenta
Adam, sonriendo. Sonríe con todo el rostro. Es un tanto adorable.
—Sí, hablando de eso. ¿Qué sucedió con lo de permanecer muerto? —
Entrecierro los ojos y lo golpeo con suavidad en el hombro—. Quiero un
reembolso. Te di todo mi dinero.
—¡Ah! —Se ruboriza aún más y se pone de pie—. Está en mi bolso. Iré a…
Pongo los ojos en blanco. Es tan honesto.
—Estaba bromeando. Siéntate. No te quería muerto. Esto también sirve,
supongo. Solo quiero saber cómo llegaste aquí. Tenías instrucciones muy
específicas.
—Lo encontramos ayer por la tarde. Lo estaba vigilando muy de cerca, y lo vi
dirigirse constantemente a la biblioteca de Chicago para revisar su e-mail.
Tonta Fia. TONTA. No puedo creer que olvidé decirle que no planeara nada
y que no fuera predecible. Hago tap tap tap con el dedo en mi pierna desnuda,
y me alegra tanto que no esté muerto.
—Así que ustedes no estaban intentando matarlo en ese callejón. —Echo un
vistazo a Cole (sentado en una silla, no cerca de mí como Sarah, sino junto a
una de las puertas, observando toda la habitación como si no la estuviera
observando)—. Siento mucho eso.
Sonríe, pero, a diferencia de la sonrisa de Adam, la suya es una mentira y no
se ve reflejada en su mirada.
—No lo sabías. Y no eres la única que hizo brotar sangre. —Mira directo a mi
hombro vendado, que todavía duele, pero no tanto como mi cabeza, y el dolor
de mi cabeza es completamente mi culpa.
—Un golpe de suerte.
Esta vez sonríe en serio.
—Así que, ¿qué es lo que quieren con Adam? —pregunto.
—Estamos interesados en su investigación sobre el cerebro. ¿Por qué la
escuela lo quiere ver muerto? Al parecer, esto debería ser exactamente de su
interés. Ahora mismo, encontrar chicas es azaroso, pero si el trabajo de Adam
da resultado, nos daría un camino directo hacia las mujeres que tienen
habilidades psíquicas. No tiene sentido que ellos quieran asesinarlo.
Porque Keane no fue quien ordenó el asesinato. Annie lo hizo.
—Keane opera siguiendo los consejos de las psíquicas. No son exactamente
confiables. —No lo digo como una indirecta en contra de Sarah, y me encojo
luego de decirlo, pero ella asiente.
—¿James Keane?
Frunzo el ceño.
—No. Su padre.
—¿Su padre?
—Sí, su padre. James no está a cargo.
Ahora es el turno de Sarah de fruncir el ceño.
—¿Quieres decir que James no dirige la escuela? La heredó cuando murió su
madre, y creímos que…
Ah, perfecto. No tienen ni idea de la influencia ni de cuál es el verdadero
alcance del poder de Keane. Todavía están enfocados en la escuela. ¿Qué
sucede con los robos, el espionaje, el volar gente por los aires? No tengo tiempo
para esto.
—Quiero saber quiénes son ustedes y por qué están siguiendo a James y
vigilándome a mí.
Sarah se cruza de piernas y entrelaza las manos alrededor de la rodilla. Tiene
manos lindas, manos seguras.
—Como ya sabes, soy psíquica, o Vidente. Cuando tenía quince, una mujer
llamada Dayna Keane me encontró y me invitó a ir a su escuela. Esa noche soñé
que cosas horribles sucederían si aceptaba su invitación, así que la rechacé.
Pero continué teniendo visiones sobre la escuela y los cambios que sucedían
allí. Hice que mi meta fuera interrumpir sus operaciones, rescatar a las chicas y
evitar que nuevas chicas fueran manipuladas. Creo que Adam me puede ayudar
con eso. Y me gustaría que tú también lo hicieras, si estás dispuesta.
—¿Qué tanto bien hacen? —No saben lo suficiente, pero quiero que ella sea
real, honesta y directa. Quiero que esto sea cierto. Pero no se siente bien. No se
siente mal, no como la escuela siempre se sintió mal, mal, mal, pero no se
siente bien. No me siento enferma, el corazón no me late desbocado, no estoy
cayendo. Pero no estoy… segura. Si esto estuviera bien, ¿no me sentiría segura?
¿No lo sabría en lo más profundo de mi ser? ¿No sentiría que algo invisible me
jala en esta dirección?
—Tantas como podemos —responde Sarah—. Todavía estamos intentando
descubrir exactamente cuán lejos llega el alcance de la escuela. No sabemos
cuáles son sus intenciones; nunca hemos sido capaces de rastrear a las chicas
una vez que dejan la escuela, aunque sospechamos que las reubican en altas
esferas por medio de dinero y conexiones. Ahora, mayormente, nos estamos
enfocando en la prevención. Para empezar, estamos manteniendo a las chicas
alejadas.
—Eso está bien. —Me pongo de pie y camino hacia la ventana. Es un día muy
bonito afuera. Despejado y azul, y los árboles casi han terminado de dar brotes
de nueva vida verde. La calle es amplia y está bordeada de otros insulsos
edificios de oficinas y algunos restaurantes de cadena.
—¿Puedo irme?
—¿Qué?
—Ahora mismo. ¿Puedo irme? ¿Puedo salir por la puerta?
La voz de Sarah es suave.
—¿Quieres irte?
—Me gustaría comer un perrito caliente. ¿Adam? ¿Me acompañarías a
caminar? —Giro y lo miro con esperanza. Espero que un chico como Adam
camine con una chica como yo.
—Ah, eh, claro. —Se pone de pie y hunde sus manos amables en los bolsillos.
—¿Quieres una chaqueta? ¿Y zapatos? —pregunta Sarah. Sonrío y asiento. Se
quita los suyos y me los entrega. La chaqueta es negra y cálida. Los zapatos son
grandes pero me quedan. En verdad me dejará salir. Estaré libre y sin presiones.
Y saldré con su preciado Adam, nada menos.
Creo que todo es cierto. Todo lo que dijo.
Adam y yo caminamos por la calle; la brisa es fresca, pero el sol es delicioso.
Adam me cuenta que estaba tan asustado cuando Cole apareció a sus espaldas
en la biblioteca que tropezó con su silla, cayó con estrépito y el bibliotecario se
puso furioso con él.
Río. No se siente como una mentira burbujeando en mi garganta.
Compramos perritos calientes y saben horribles, pero fue nuestra decisión
comprarlos. Adam habla de manera rápida y nerviosa sobre la dirección que
ellos tomarán. Sarah se traslada mucho, pero dijo que hay una casa más grande
y permanente que tiene un gran equipamiento médico. Me agrada cómo
gesticula, cómo se olvida de que tiene las manos ocupadas y derrama salsa de
su perrito caliente sobre la acera. Otras personas haciendo cosas normales
pasan junto a nosotros. Robo un teléfono del bolsillo de alguien (siento que
debería tener un teléfono), y encontramos una banca al borde de una extensión
de césped que rodea el arco. Es inmenso y plateado, atraviesa el cielo, y no
puedo descifrar si es más alto que ancho o ancho que alto.
Hago tap tap tap sobre la pierna porque no estoy segura de qué se supone
que haga.
No estoy segura.
Nada está bien o mal aquí. ¿Cómo se supone que tome una decisión cuando
nada está bien o mal?
—… y conseguirán fondos para nuevos resonadores en hospitales de todo el
país para que podamos hacer pruebas. Con información del mundo real, podría
conseguir tantas cosas. —Su voz se vuelve distante y soñadora. Río. Estoy
sentada junto a un chico apuesto en una banca y él está soñando con
resonadores e investigaciones.
Sonríe y luego estira la mano y sujeto la mía. Echo un vistazo a nuestras
manos. Él ha visto algo de lo que mis manos pueden hacer. Aun así, no se
aparta de ellas.
—Fia, creo… creo que deberías quedarte. No tienes que volver. Nunca. No
tienes que volver a trabajar para Keane. Encontraremos la manera de rescatar a
tu hermana, y ambas pueden quedarse con nosotros, con Sarah y el grupo
Lerner. Podríamos ayudar a tanta gente.
Puedo verlo. Veo una vida feliz con un chico feliz. Veo la persona que él cree
que soy cuando me mira… esta chica maravillosa, fuerte, valiente y extraña.
Está casi enamorado de esta idea de mí, y si me quedara…
Quizás podría sanar. Quizás podría convertirme en la hermana que Annie
quiere que yo sea. Quizás podría dejar atrás los últimos cinco años y nunca
tener que volver a pensar en ellos. Nunca tener que ser esa chica otra vez.
Quizás, quizás, quizás alguien como Adam podría en verdad amarme.
Eso sería agradable. Y fácil.
Sin embargo, no siento nada. No hay bien o mal. ¿Qué se supone que haga
cuando no hay bien o mal?
Vuelvo a echar un vistazo a nuestras manos, y sé que la mía no encaja con la
suya como debería. La de alguien más lo hará. Alguien más, cuyas manos no
estén rotas de manera irremediable. Alguien más, cuya alma no esté rota de
manera irremediable.
Pero quiero fingir ser ella.
Retiro la mano de la de Adam, le sonrío, y no sé si la sonrisa es una mentira o
no.
—Iré a caminar un poco. A pensar. Nos encontraremos de nuevo en el
edificio, ¿sí?
—Ok —dice, y sus ojos, su boca, sus palabras son esperanza.
Tan pronto él se retira, sujeto mi teléfono y marco el número de Annie.
Suena y suena y yo hago tap tap tap y nadie responde. Llamo a James. Suena y
él responde.
—¿Quién es?
—¿Annie se encuentra bien?
Maldice y me hace sentir nostalgia.
—¿Fia? ¿Dónde estás? Sabemos que te encuentras en St. Louis. Dame una
dirección.
—¿Annie se encuentra bien?
—Está bien. No dejaría que nada le sucediera.
—Tráela contigo.
—¿Qué?
—No haré nada a menos que vea que ella está contigo y a salvo. Si te veo aquí
y ella no está contigo, desapareceré para siempre. Sabes que puedo hacerlo.
—Fia, por favor.
—Por favor nada. ¿Sabes lo que están ofreciéndome? Me están ofreciendo a
mí misma. Libre. Lo que sea, quienquiera que desee ser.
Se queda callado, y me pregunto cómo se ve su rostro ahora mismo, si todavía
puede sentir mis labios sobre los suyos como yo siento los de él sobre los míos.
—No puedes tener eso.
—Podría.
—No, no puedes. Tú no eliges eso. Te necesito.
—Tú me utilizas.
—Yo… Sí. Te utilizo. Necesito utilizarte. No puedo dejarte ir; no puedo hacer
esto solo.
—Creo que ambos sabemos que nunca estás solo. —Las palabras salen
mordaces y punzantes y odio, odio, odio los celos que resuenan en mi voz.
—Eso no es lo que quiero decir. Necesito tu ayuda. Tú no eres como esas
personas. Tú no puedes simplemente escapar, fingir que nada de esto sucedió,
fingir que no has llegado a un extremo del que no puedes volver.
—Ya no ayudaré a tu padre —afirmo, y sé que es la verdad.
—No te estoy pidiendo que ayudes a mi padre. Te estoy pidiendo que me
ayudes a mí. ¿Por qué crees que te entrené para mentir, para engañar a las
Lectoras, Sintientes y Videntes? ¿En serio crees que estoy trabajando para mi
padre, para el hombre que destruyó a mi madre? ¿El hombre que te destruyó a
ti? ¿Es eso lo que piensas de mí? —Suena dolido.
—No sé qué pensar de ti. —Cierro los ojos, los aprieto con fuerza e intento
aclarar mi cabeza. Tengo demasiados sentimientos por y hacia James—. Aquí
podría ayudar a la gente. Irán contra tu padre. Podría ayudarlos.
—Apenas están rasguñando la superficie de su poder. No saben nada de lo
que está sucediendo. ¿En verdad quieres ayudar?
Desearía que él estuviera aquí para poder verlo y así saber si miente. Pero está
en lo cierto acerca de Sarah y Lerner, sé que es así. Ella está demasiado feliz,
demasiado tranquila. No comprende nada sobre lo que en verdad está
sucediendo. No ha estado viendo nada.
—Sí. En verdad quiero ayudar.
—Entonces, ayúdame a destruir a mi padre desde adentro. Eres la única que
puede hacerlo. He estado planeando esto durante años. Años. Te necesito, Fia.
No puedo planear cosas, no puedo decidir cosas, porque si lo hago, alguna de
sus Videntes podría verlo. Pero no te pueden ver a ti. He querido contártelo
muchas veces, cuando tú me preguntabas por qué estaba trabajando para él.
Me destruía que creyeras que yo era como él. Quiero que tú… Te quiero a ti.
Siempre lo he hecho. Pero no podía estar seguro, no podía saber si tú estarías
de acuerdo. Para que esto funcione, nadie puede saber. No pueden sospechar
que soy cualquier otra cosa más que leal y que tú eres completamente mía.
Echo un vistazo hacia los árboles, al azul perfecto del cielo. No tengo
ataduras. Estoy en mi propio camino. No soy de nadie.
No. Sigo siendo de Annie. Siempre le perteneceré a Annie. Y mientras ella
permanezca en ese sitio, no está a salvo, y mientras no esté a salvo, no puedo
hacer nada excepto protegerla. Siempre estaré atada a ese camino, a esas
elecciones, a esos instintos. Incluso si consigo hacer que salga de allí, incluso si
de alguna manera Lerner puede ayudarnos, Keane nunca dejará de buscarme.
Annie siempre estará en peligro porque ella siempre será la única forma de
controlarme.
—No tenemos la posibilidad de escoger ser felices —dice James, y ahora sé
que no está mintiendo. Que me está hablando de una forma en la que no le
hablará a nadie más, nunca. Porque James y yo hablamos el mismo idioma. Ha
vivido una mentira con cada movimiento y cada elección, e incluso cada
pensamiento y emoción durante años—. Tú y yo. Desearía que pudiéramos
escoger ser felices. Desearía poder dejarte ir. Pero te necesito. Por favor, no te
vayas.
Miro mi mano, recuerdo cómo se veía en la de Adam. Pienso en la otra vida
que podría tener. Pienso en cómo ahora no siento nada, ni el bien ni el mal, ni
el bien ni el mal. Podría ir en cualquier dirección y ninguna estaría bien o mal.
—Trae a Annie contigo. Mañana. Bajo el arco al mediodía.
Escucho un suspiro suave al otro lado de la línea. Me imagino su rostro. Creo
que está aliviado y un poco triste al mismo tiempo.
—Todavía estás conmigo. Gracias.
—Solo trae a Annie. —Corto la comunicación.
Mañana seré libre. Realmente libre. Para siempre.
SEIS MESES ATRÁS

Ha pasado casi un año.


He robado ordenadores, me he escabullido en oficinas, he violado cajas
fuertes y he llevado a James a lugares en los que no debería haber estado. He
sido su «cita» en actos políticos, en almuerzos con otras mezquinas personas
ricas, en discoteca tras discoteca. Me he abierto camino por Europa bailando,
saboteando y robando, y no tengo ni idea de para qué hice cada cosa. Cumplo
órdenes y apago la parte de mi cerebro que trabaja para mí misma. La apago, la
apago, la apago. Es fácil, en realidad.
Nunca me siento más feliz ni más miserable que cuando estoy con James. A
veces creo que lo amo. Y a veces creo que lo odio más que a nadie en el mundo
entero, porque él me hizo volver de la oscuridad en la que intenté terminar
conmigo misma, pero no reconozco a esta persona que ha tomado mi lugar. Él
es amable y divertido, y está enfadado y miente sobre todo lo que él es.
Casi un año sin Annie. Annie, de quien nunca estuve separada en toda mi
vida.
Ella me escribe, pero sus cartas son pura falsa alegría. En una de ellas me
cuenta que «decidió» no ir a la universidad porque no encontró un programa
de estudios que le gustara, y la Fundación Keane tuvo la «generosidad»
suficiente de dejarla quedarse. Al final de cada carta me dice que todavía está
planeando no planear y que no puede esperar a no planear conmigo de nuevo.
La carta de hoy me deja sintiéndome vacía. La leo una y otra vez, pero solo
me hace encontrarme peor.
—Ey —dice James, y asoma la cabeza en mi habitación. Este hotel de París, al
parecer, es antiguo en la mejor de las maneras, y huele a dinero y a polvo. Mi
cama con dosel es inmensa (me hundo en ella, y no importa cuán grande sea,
mis pesadillas consiguen invadirla) y se siente fría. Estoy sentada en la mitad de
ella, leyendo las palabras—. Llamé a la puerta —aclara. Luego entra y se sienta
junto a mí—. ¿Qué sucede?
—No recuerdo esto. En absoluto. Ni siquiera reconozco a la chica de la que
está hablando.
Sujeta la carta de mis manos y la lee. Cuenta una historia sobre Annie y Fia
cuando eran pequeñas. El cumpleaños número siete de Fia. Sus padres las
llevaron a una caminata en un cañón cercano a su casa en las montañas del
Colorado (recuerdo las montañas, las recuerdo, me hacían sentir a salvo, quiero
volver a las montañas), donde habían organizado una búsqueda del tesoro, pero
su madre había escondido por accidente la mitad de las pistas en hiedra
venenosa y, en cuestión de minutos, todos estaban cubiertos de horribles
ronchas que les causaron gran picazón.
Así que volvieron a casa, la madre llorando y el padre riendo porque dijo que
era lo único que quedaba por hacer, y luego la madre rio tanto que siguió
llorando. De acuerdo con Annie, Fia no estaba triste, estaba enfadada, tan
enfadada que repitió una y otra vez: «Les dije que esos arbustos eran peligrosos.
Les dije que no los tocaran. Ahora Annie está herida. SE LOS ADVERTÍ».
La carta decía que Fia sabía incluso en ese momento lo que estaba bien y lo
que estaba mal.
Estoy tan invadida por lo malo que no recuerdo lo que está bien. Ya no soy
esa niña. No quiero ser esa niñita.
—Eras pequeña —dice James—. Tiene sentido que no lo recuerdes.
—No los recuerdo a ellos. A mis padres, a esas personas. Cuando tuvimos que
mudarnos con nuestra tía y ella vendió nuestra casa, fue como perderlos otra
vez, y luego cuando fuimos a esa escuela y todo mi cerebro, toda mi alma, todo
mi ser se vio sobrepasado por el flujo constante de lo malo, ¿cómo podía
aferrarme a ellos? No los recuerdo. Mis padres están muertos y no los recuerdo.
Y también estoy intentando perder a Annie.
—Fia, vamos, tú…
—Si esa historia es verdad, entonces es mi culpa. Si podía saber en ese
entonces cuando algo andaba mal, entonces Annie no es la que debería haber
evitado que subiéramos al coche ese día. Yo debí hacerlo. Pero no recuerdo, no
recuerdo, si podía sentir algo o no. Todo es mi culpa.
No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que James enjuga una lágrima
de mi rostro. Me atrae hacia él, mi cabeza contra su pecho, y el latido de su
corazón se siente estable, estable, estable. No puede mentir con el corazón.
—No es tu culpa.
—Sí, lo es.
—¿Alguna vez te conté sobre mi madre?
—Se suicidó.
—Así es. ¿Sabías que ella fundó la escuela? No como es ahora. Quería ayudar
a chicas como ella. Darles un sitio donde nadie dudara de ellas o creyera que
estaban locas. Solía ser una escuela muy diferente. —Suena casi nostálgico.
Nunca había escuchado esto de él. Y sé que no está mintiendo—. Era su vida
entera. Ayudó a muchas chicas. Luego mi padre se involucró y cambió y
retorció todo de esa forma especial que tiene.
—¿Es por eso que se suicidó?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué estás trabajando para tu padre? Toda esta
información que le estoy robando. ¿Para qué es?
Se pone tenso.
—¿Has hablado con él o con alguien sobre lo que estamos haciendo?
—No.
—Bien. No lo hagas.
—Pero, James, él destruyó la escuela de tu madre. Él destruyó a tu madre. Él
me destruyó a mí. —Porque esta es mi pregunta, siempre ha sido mi pregunta,
siempre será mi pregunta. Si James trabaja para su padre, ¿cómo puedo no
querer destruir a James también?
—No hagas eso —dice, y sujeta mi mano en la suya para detener el tap tap
tap—. Por favor, sé paciente y confia en mí. Siempre cuidaré de ti. Lo prometo.
Lo malo emite un zumbido y se desvanece y quiero que se desvanezca y cierro
los ojos y dejo que él me contenga. Me permito creer en él. Porque ya no quiero
cuidar de nadie más. Ni siquiera de mí.

El viento me revuelve el pelo mientras James hace que el pequeño convertible


gire con demasiada rapidez en las esquinas. Las calles son estrechas y
serpenteantes, y nos conducen de vuelta a la propiedad extensa del barón
griego de las embarcaciones.
Desearía estar conduciendo yo. Él me enseñó a conducir, y lo hago de manera
sobresaliente; nunca quiero volver a estar en el asiento del pasajero. Pero más
allá de eso, el momento es perfecto. Río.
—Eso fue divertido.
—Lo fue. Estuviste genial, como siempre.
—No esperes nada menos. Las personas son tremendamente estúpidas
cuando se trata de teléfonos inteligentes.
—Bueno, después de ver lo que tú conseguiste en diez minutos y que a mí me
hubiera llevado dos horas, el día es oficialmente tuyo. ¿Qué te gustaría hacer?
—Quiero dormir una siesta. En la playa. Y después quiero ir a bailar.
—Hecho y hecho.
La arena es de un blanco enceguecedor y el agua es de un turquesa imposible.
Me hace sentir mal no haber observado más en todos estos viajes, no haber
absorbido lo suficiente para describirle los paisajes a Annie.
Nop. No más pensamientos sobre Annie. Me estiro en el camastro, dejo que
el sol me bañe. Ha sido mucho más fácil apagar todo. Y también funciona
mejor. Es como cuando me hacían luchar. Tan pronto como me rendía y me
desvinculaba de mis sentimientos, de mí misma, podía actuar valiéndome de mi
instinto puro y todo cobraba sentido, todo era acción-reacción sin ningún
pensamiento innecesario.
Estar con James ahora es igual. No tengo que pensar. No tengo que sentir. Me
ubico en la dirección que él me indica y solo camino. No soy feliz, pero
tampoco infeliz. Soy perfectamente nada, y es fácil. James cuida de mí.
—¿Debería llamar a Eden para que nos acompañe? —pregunta, y se quita la
camiseta (me encanta, me encanta, me encanta cuando hace eso). Se encuentra
en un camastro junto a mí. Los camastros se están tocando. Nosotros no nos
estamos tocando, pero podríamos estar haciéndolo. Nunca me toca sin razón.
Es muy, muy cuidadoso. Desearía que no lo fuera.
—¿Por qué querríamos que Eden nos acompañe? —pregunta.
—Quizás se sienta mal.
—Ah, pero esa es la gloria de no ser Eden. ¡Ella puede encontrarse mal todo lo
que quiera y nosotros nunca tenemos que sentirlo!
—Tú, chica bonita, eres malvada.
Sonrío y me coloco las gafas de sol.
—Tú me amas.
Ríe (desearía que no hubiera reído, ¿por qué rio?) y se recuesta en su propio
camastro. La playa no está repleta, pero hay una cantidad de gente suficiente
como para colmar la bahía de ruido y risas, y todo confluye en un feliz y
ajetreado zumbido de fondo.
Hago tap tap tap sin urgencia, porque no soy nada y nada importa.
—¿James? ¿Eres tú? ¡No me lo puedo creer! —La voz de alguien con el dejo de
un acento que no puedo reconocer. No me incorporo, pero giro la cabeza y veo
a un tipo de piel oliva y pelo oscuro y rizado de aproximadamente la edad de
James que ríe y levanta los brazos como si esperara que James se pusiera de pie
y lo abrazara.
—Rafael —dice James, y se incorpora pero no se pone de pie. Rafael le da una
palmada en la espalda.
—Han pasado, ¿cuánto, dos años? ¿Dónde has estado?
—Algunos tenemos que trabajar para vivir, ya sabes.
Rafael ríe, echando la cabeza hacia atrás, y su nuez de Adán se mueve debajo
de una oscura barba incipiente al sol. Incluso antes de que me mire, sé que hay
algo malo con él. No peligroso, pero potencialmente peligroso. Y hay algo más.
La manera en la que se cierne sobre James, cómo su sonrisa enseña todos sus
dientes. Sabía que él estaría aquí. Este no fue un encuentro casual. Pero no creo
que sea uno que James esperara.
—¿Y quién es tu bella amiga? ¿Es ella…? Ella no es una de esas chicas,
¿verdad? ¿Las chicas de las que me hablaste?
James le resta importancia a la pregunta con un gesto de la mano, pero, por la
postura de sus hombros, veo que están tensos. Él no está feliz, pero nunca lo
adivinarías por su voz.
—Dije muchas cosas cuando estaba ebrio, Rafael. Lo que sucedía casi todo el
tiempo. ¿En verdad creíste mis historias?
—¿Sobre mujeres que pueden ver lo que hay en tu cabeza? Por supuesto que
lo hice. Explica perfectamente a mi ex. Pero nunca respondiste quién es tu
amiga. —Se mueve del camastro de James hacia el mío, y me siento muy
vulnerable allí, recostada con solo un traje de baño; quiero incorporarme,
adoptar una postura defensiva, pero no necesito hacerlo.
Todavía no.
—Emilia —digo, y él sujeta mi mano (no debería tocar mi mano) y la lleva a
sus labios.
—Encantado. ¿Así que no puedes ver el futuro o leerme los pensamientos?
—A juzgar por cómo estás mirando fijo mi pecho, me alegra no poder leerte
la mente. —Me incorporo. (Buena musculatura, pero de una manera
cuidadosamente esculpida. Ningún uso práctico. Podría quebrarle la muñeca).
Retiro la mano.
Ríe, voltea y le da otra palmada a James en los hombros.
—Me agrada. ¿Es tuya?
James se me acerca, coloca un brazo detrás de mí y cruza toda mi espalda. Su
piel cubre mucha piel mía, y lo hizo a propósito.
—Sí.
Apoyo la cabeza en su hombro y no puedo evitarlo, hay una sonrisa que
florece en todo mi rostro, en todo mi cuerpo. Siento esta sonrisa, como no he
sentido nada en un largo tiempo. Soy suya. Soy.
Esta noche saldré a bailar con James. Esta noche bailaré con él, y él me besará,
y estaremos juntos. No me importa si tengo esta pequeña sensación de que algo
va mal zumbando en el fondo de mi cabeza. Quiero esto.
Rafael guiña un ojo.
—Siempre tuviste el mejor gusto. Vuelve conmigo al yate; será como en los
viejos tiempos. Puedes compartir tu buena fortuna.
Una vez más, Rafael me sonríe, y él es mucho más que algo malo, pero no hay
peligro aquí en esta playa reluciente junto a James. Aun así, mi sonrisa se
desvanece y lo miro con ojos entrecerrados y podría romperlo-quebrarlo-
romperlo.
—Tenemos otros planes.
—Cancélalos. Tú y yo tenemos cosas de las que hablar. Tenemos que
ponernos al día. —Rafael ha perdido el tono de falsa amabilidad; ahora su voz
rebosa de intensidad.
James finge no percatarse del cambio de humor de Rafael, hace un gesto con
la mano mientras se vuelve a recostar en su camastro, apoya mi cabeza sobre su
hombro y rodea la curva de mi cintura con los dedos, y se siente agradable,
muy agradable, creo que nunca me he sentido así de feliz.
Rafael vuelve a sonreír.
—Sabes mi número. Y yo el tuyo. —Se retira, y yo no me muevo, no me
moveré, nunca. Bien, bien, bien. Haré que esto se sienta bien.
—Lo siento —murmura James.
—Está bien. —Sonrío y cierro los ojos. Está mejor que bien.
Me recojo el pelo. Me lo suelto. No tengo ni idea de cómo debería verme esta
noche. Algunas veces tengo una sensación (un par de zapatos en lugar de otros,
una manera de peinarmeel cabello) que por alguna razón se siente bien. Esta
noche no puedo interpretar aquellos sentimientos. Todo está disperso,
resquebrajado y recompuesto.
Esta noche iré a bailar con James.
Río, mareada, y dejo que mi pelo largo caiga suelto por mi espalda. Simple. Lo
mantendré simple, porque James me conoce tanto que no necesito cambiar, no
para él, nunca para él. Nos entendemos. Puedo leer la postura de sus hombros,
catalogar las mentiras de sus sonrisas; él puede tocarme las manos y a mí no me
importa.
Soy suya. Es un alivio tan grande pertenecerle a alguien, no tener que
depender de mí misma (no tener que ser de Annie… No pienses en Annie, no
esta noche, en especial no esta noche).
Todavía es temprano, no saldremos aún, pero sostengo los zapatos y bailo y
giro descalza fuera de mi habitación hacia el pasillo de la fresca casa blanca en
la que nos estamos alojando. Está hecha toda de piedra y mosaicos y destellos
brillantes de color. Recorro el pasillo bailando y paso junto a la cocina. Bailaré
hasta quedar rendida, estoy lista para salir, estoy lista para esta noche.
Unas risas y voces susurradas se escuchan desde la cocina. Algo va mal, mi
estómago no se encuentra mareado a causa de las mariposas, sino enfermo de
ellas ahora, y no quiero, pero debo hacerlo, debo mirar.
Soy un fantasma, un susurro de pies sobre los mosaicos. La arcada que
conduce a la cocina me oculta, y espío por el borde... y allí está Eden.
Y está envuelta, envuelta, envuelta alrededor de James, mi James, y está
riendo y sus manos (no mis manos, no mis manos horribles) están en su cabello
y está susurrándole al oído.
—Le prometí que iríamos a bailar —dice James, y ella frunce el ceño.
—Pero estoy tan cansada de bailar. Me siento sola. Quiero quedarme aquí
esta noche. Contigo.
—En otro momento, cariño —responde él.
Cariño, cariño, cariño.
Cariño.
Mi corazón bailarín se hace añicos de tanto bailar y estaba equivocada, por
supuesto que estaba equivocada, siempre estoy equivocada, todo siempre está
mal.
Soy de James, pero él no es mío.
—¿Fia? —llama, y se separa de Eden (la suave Eden, la Eden no entrenada,
Eden y todas sus partes suaves que yo podía herir, herir, herir… No, no pienses
en ello, aléjate de Eden, no dejes que ella te sienta)—. ¿Estás lista?
Retrocedo a la otra habitación. Mis pies son fantasmas y mi corazón es un
fantasma, ¿y mis sueños? No tengo sueños.
Soy una idiota.
—Estoy lista —afirmo. Limpio todo de un plumazo, lo alejo, no soy nada, no
siento nada, no hay nada aquí.
Eden se retuerce cuando entramos al coche.
—Está haciendo eso otra vez.
—¿Haciendo qué? —pregunta James. Está sonriendo y conduciendo, y
desearía estar conduciendo yo. Nos arrojaría por un precipicio. No lo haría.
(Quizás sí. Soy tan estúpida, estoy enferma con mi propia estupidez).
—Eso de encontrarse totalmente vacía. Me da escalofríos. No lo ha hecho en
un largo tiempo.
—Ella está sentada justo aquí. —Mi voz es animada. Mi voz es una mentira.
Puedo mentir mejor que tú, James.
—Eres feliz, ¿verdad?
—La más feliz. —Le sonrío. Iré a bailar esta noche. Iré a bailar esta noche y no
bailaré con James. Nunca bailaré con James.
La discoteca es igual a cualquier otra del mundo entero. Música y luces y
cuerpos. Dejo a James y a Eden sin decir una palabra, me dirijo al centro de la
pista y me deshago bailando de mi rabia, mi tristeza y de todo lo que no soy.
No soy una chica que creía que estaba enamorada de James. No soy una chica
que le ha fallado y ha traicionado a su hermana de todas las formas posibles. No
soy una chica cuyas manos han terminado con vidas. No soy una chica. Solo
soy un cuerpo en movimiento.
—¿Emilia?
No volteo hasta que la mano se apoya en mi hombro y recuerdo que hoy yo
era Emilia. Me libero de la mano con un gesto y giro para ver a Rafael. Él es
bonito y cree que yo soy bonita y todo en él es aceitoso y amenazante… Y él me
desea.
Hay algo malo con él, y yo no debería incitarlo, debería alejarme en este
momento y buscar a James. Esto no es seguro. (Hay demasiados cuerpos, y
varios de los tipos altos y musculosos que nos rodean obviamente están con él.
Estoy en desventaja; está oscuro; él cree que soy muy joven e indefensa y solo
una de esas cosas es cierta).
No le agrada James. Lo odia. Me di cuenta de eso en la playa, pero estaba
distraída porque James me estaba reclamando como suya. No, no estaba
reclamándome. Me estaba utilizando. Alejándome de Rafael.
Sonrío y levanto los brazos por encima de la cabeza, y bailo más cerca de
Rafael. Odia a James. Es peligroso. Dejo que apoye las manos en mis caderas y
retuerzo mi cuerpo contra el suyo. Porque él no es James.
Y James no me quiere de esta forma.
—Eres bonita —me susurra al oído, y no está mintiendo. Le doy la espalda,
llevo el brazo hacia atrás, hacia su cuello. Estamos bailando y bailando y luego,
antes de que me dé cuenta, me está besando.
Es mi primer beso.
Quiero llorar. Quiero hundirme en el suelo y desaparecer. Quiero ser la nada
que creí que era. Su boca está en todos lados, sus manos están en todos lados,
sofocándome, y no puedo respirar y quiero irme a casa, pero no hay casa.
Quiero a Annie.
—Vayamos a otro lado —propone, y me sujeta de la mano y me conduce a
través de la multitud. Esto está mal, y conté los hombres que están con él y son
demasiados, y si a James no le agrada, entonces en verdad debe ser una persona
horrible.
Salimos de la discoteca hacia la noche oscura, y el aire se siente punzante a
causa del frío y la humedad. Me estremezco y Rafael voltea, me envuelve en sus
brazos, vuelve a apoyar su boca sobre la mía y me empuja contra la pared del
edificio. Es todo lengua y manos, y me repugna, pero yo también siento
repugnancia de mí misma.
Muy malo. No quiero esto. Lo empujo hacia atrás, lejos de mí.
—Volveré adentro —anuncio.
—Vamos, cariño. —Intenta acercarse y lo vuelvo a empujar—. No seas así. —
Su voz ya no es dulce como la miel. Es grave y oscura como el alquitrán—.
Vamos a divertirnos. Iremos a mi barco y nos divertiremos. Y luego hablaremos
sobre mi amigo James.
—Gracias, pero no. —Intento alejarme caminando, pero los hombres que
están con él (son cinco, se mueven con rapidez y, a diferencia de Rafael, tienen
músculos por una razón que no es verse bien, y yo no tengo armas) cubren
cualquier escapatoria y me bloquean el paso.
—Tú eres una de ellas. Una de sus chicas. He escuchado los rumores. Y James
tiene negocios pendientes conmigo. Es muy malo para cumplir promesas, pero
quizás su chica sea mejor. —Me tiene de nuevo contra la pared; me recorre el
cuello con uno de sus dedos, hacia abajo, abajo, abajo.
Lo golpeo en la entrepierna con la rodilla.
—No soy la chica de nadie.
Me insulta, y eso me irrita porque no tiene derecho, y luego uno de sus
hombres me sujeta del cabello (debí haberlo llevado recogido). Lo eludo, me
agacho, pateo rodillas y lanzo codazos contra narices. Quiero un cuchillo. He
derribado a dos, quedan tres, y ahora están siendo cuidadosos, precavidos. He
demostrado lo que puedo hacer.
Río. Esto es divertido. Me doy cuenta de que esto es lo que he querido todo
este tiempo. Esto es mejor que bailar. Esto es perderse mientras haces algo.
Eludo un golpe, empujo al hombre para que se abalance hacia adelante y su
cabeza choque contra la pared con un golpe sordo.
Alguien me sujeta por la cintura, y yo estrello mi cabeza contra su nariz y la
escucho crujir. Me suelta y caigo al suelo, barro los pies del último hombre que
queda, me impulso hasta ponerme de pie y lo pateo en el rostro.
Rafael se apoya contra la pared, y ya no piensa que soy bonita.
—Estás loca —sisea.
—Eso es muy cierto.
—¡Fia!
Giro y allí está James, y está furioso. Nunca lo había visto tan enfadado.
—¿Qué estás haciendo?
—Estaba bailando. —Me encojo de hombros.
—James, tú me debes… —comienza a decir Rafael, pero James lo golpea en el
estómago con tanta fuerza que el tipo se desploma.
—Hemos terminado aquí —responde James.
Camino y los dejo atrás en la calle oscura y vacía. Creo que volveré a nuestra
casa. Solo queda a unos pocos kilómetros y disfruto del aire nocturno.
James me sujeta del brazo y sé que no es necesario propinarle un codazo o
una patada, pero sé dónde hacerlo si quisiera. Necesitar hacer algo y querer
hacerlo. Una diferencia tan sutil.
—¿En qué estabas pensando? —grita.
—Quería bailar con alguien. Él era un gran bailarín. Pero terrible besando. Y
aun peor luchando.
—¡Fia! —Jala de mi brazo con tanta fuerza que giro para enfrentarlo—. No
puedes simplemente… ¡No tienes idea de quién es él! Es peligroso, podría
haberte hecho daño. ¡Tú, de todas las personas, deberías haberlo sabido! ¿Por
qué te arriesgaste así?
Lo miro con furia al rostro, a esa cara que he deseado durante tanto tiempo.
—Algunas veces elijo cosas que no son buenas para mí.
—¿Y si hubiera sucedido algo?
—Estoy segura de que Eden te habría consolado.
Su rostro se paraliza, y luego se afloja.
—No es así. Ella… tengo que mantenerla feliz. Eso es todo. No siento nada
por ella. Los sentimientos que percibe de mí no están dirigidos a ella. Nunca
son para ella. Déjame explicarte.
—No, déjame a mí explicarte. Tienes razón. Sabía que no debía ir con Rafael.
Pero también sabía que no debía estar contigo. Desde el momento en el que
nos conocimos, supe que había algo malo en ti. Siempre fuiste algo malo. Y yo
lo ignoré, y fingí que no era cierto. Me gustaría volver a Chicago ahora. No
tienes que manipularme, fingir que te importo, fingir que eres mi amigo para
hacer que haga lo que tú quieres; no tengo ninguna otra opción. Pero ya me
harté de fingir.
Parece dolido. Parece como si quisiera decir algo. Es un mentiroso,
mentiroso, mentiroso.
Iré a casa, y veré a Annie cuando me lo permitan, y haré lo que sea que me
digan porque no soy una persona. Ya no. James era mi única esperanza de algo
más, pero siempre, siempre fue un Keane.
Aun así, protegeré a Annie. Ella es la única persona en el mundo que me
quiere. Es la única persona en el mundo que nunca me utilizaría. Es mi ancla, la
cadena alrededor de mi tobillo, lo que significa que no importa lo que James
haga o quién sea, siempre seré suya porque siempre seré de Annie.
MARTES POR LA TARDE

—¿Con quién hablabas? —pregunto, golpeando la puerta de mi habitación.


Cómo se atreve James a dejarme fuera de mi propia habitación para hablar por
teléfono. Apoyo la oreja contra la puerta e intento escuchar—. ¿Era Fia? ¿Se
encuentra bien?
Él abre la puerta, y casi me caigo hacia adelante. Me atrapa y luego me deja
parada allí. Escucho cómo abre y cierra gavetas.
—¿Qué estás haciendo? ¡Apártate de mis cosas!
—Vendrás con nosotros a buscar a Fia.
—Se encuentra bien. —Me dejo caer contra el marco de la puerta, aliviada.
—Por ahora. O ya se ha escapado o puede hacerlo en cualquier momento. No
puedes contárselo a nadie. Lo que debes decir es que escapará mañana y
volverá de inmediato. Nadie puede saber que ella pensó en irse para siempre. Si
piensan que ya no pueden controlarla por medio de ti, tendrán otros planes. No
puedo dejar que le hagan esa clase de cosas. Tenemos que hacer que crean que
a ella ni siquiera se le ocurrió no volver. —Se detiene y maldice—. No tienes
ninguna utilidad en presencia de las Lectoras. Tendré que dejar a Doris aquí y
traer a Eden. Les diré que te llevaré conmigo en caso de que tengas más
visiones.
Se encuentra bien. Se encuentra bien. Entonces… ¿por qué traerla de vuelta?
—Si se encuentra bien, ¿no podemos… no podemos simplemente no
encontrarla? Por favor.
—Eso no es una opción. Ella lo sabe. Y tú también deberías saberlo.
Cada parte de mí se siente pesada y cansada. Todas las veces que he intentado
ayudar a Fia, que he intentado protegerla, he fallado. Y la única vez que fui más
allá, que intenté protegerla más que a nosotras, lo único que conseguí fue
contraproducente y alejé a Fia aún más. Adam aún está vivo y todavía pueden
encontrar y destruir a esas mujeres. Creí que por primera vez estaba haciendo
algo importante, que estaba cambiando algo para mejor.
Quizás pueda ser de ayuda en St. Louis. Quizás vea algo y sea capaz de
utilizarlo. Quizás esta finalmente sea nuestra oportunidad de estar juntas lejos
de aquí.
—¿Por qué me estás llevando contigo? —pregunto, y sospecho de forma
repentina—. ¿Soy una clase de carnada para obligar a Fia a volver? No lo haré.
Si estoy en público, gritaré con todas mis fuerzas. No estropearé su
oportunidad de ser libre.
—No fue mi idea. —Cierra un bolso y luego pasa junto a mí—. No quiero
llevarte conmigo más de lo que tú quieres venir. Pero Fia dijo que solo se
encontraría conmigo si tú me acompañabas.
—Entonces, no iré. —Me paro más derecha, triunfante. Si la única forma en la
que puedo ayudar a mi hermana es no estando allí, entonces eso es lo que haré.
No me interesa lo que puedan hacerme. Descubriré la manera de escapar por
mi cuenta, si sé que Fia es libre.
—No tengo tiempo para esto —suelta—. Tengo que estar en St. Louis en caso
de que vuelva a llamar. —Mi puerta se abre, y él llama a Darren con un grito.
Corro hacia mi dormitorio, trabo la puerta y luego me encierro en el armario.
No lo haré. No iré.
Comienzan a llamar a la puerta del dormitorio, y apoyo los pies contra la
puerta del armario. Después todo se ilumina y estoy afuera.
El aire se siente pesado por la humedad, y el día primaveral es casi
opresivamente cálido. Todo parece adormecido y denso; incluso el zumbido de
la cortadora de césped se escucha ahogado. Miro y veo a dos chicas de la
misma altura y con el mismo color de pelo. Una es bonita, su cara atormentada
e inocente al mismo tiempo. La otra soy yo.
Me estoy viendo otra vez a mí misma.
Nos encontramos junto a una rara construcción, la pared angosta que se eleva
directo hacia el cielo es de un color plateado brillante. Una extensión de césped
verde rodea la construcción y unas personas que veo borrosas pasan a nuestro
lado, sin estar conectadas con nosotras, sin notarnos. No puedo ver a nadie que
reconozca, pero sé (puedo sentirlo) que nos están observando. Fia extiende las
manos y sujeta las mías. ¡Me está sujetando de las manos!
Se ve horrible. Tiene puesta una camisa negra que es demasiado grande para
ella, un magullón se le está formando en la mejilla y tiene horribles cortes en los
brazos. Yo me veo absolutamente aterrada.
—Fia —digo. Mi voz suena rara, ajena. Como si apenas pudiera estar
emitiéndola—. Lo siento tanto. Por todo. Pero está bien. Lo comprendo. —
Sonrío y, aunque las lágrimas corren por mi rostro, sigo sonriendo.
—Annie —susurra—. Es la única forma. Ya no puedo protegerte, y nunca
podremos ser libres. No juntas. Lo siento mucho, pero es la única manera. —
Me suelta las manos; las cierro en puños a los costados. Luego Fia se inclina
hacia delante y me besa la frente. Sujeta un cuchillo que brilla con el mismo
color plateado de la construcción. Destella al sol mientras lo sostiene a un
costado—. Te amo. Te amo, pero necesito que estés muerta. Tienes que morir.
Interpone el cuchillo entre nosotras, y lo único que puedo ver son nuestros
cuerpos, el cuchillo en algún lugar en el medio, y su otro brazo detrás de mí
como si me estuviera abrazando. Después ella retrocede y el cuchillo es rojo,
muy rojo, y me desplomo en el suelo, las manos sobre mi estómago.
No me muevo. No me estoy moviendo.
Fia sostiene el cuchillo plateado, ahora rojo, y lo mira.
—Adiós, Annie. Te amo. —Después gira y se aleja.
Y yo estoy en el suelo, y no me estoy moviendo, y nunca volveré a hacerlo.
La puerta allí, en la oscuridad, se abre de un golpe, y alguien me sujeta con
rudeza por los brazos y me obliga a salir del armario de un jalón.
—No hagas esto, Annie —ordena James—. Podemos obligarte a venir con
nosotros.
—¡Ten cuidado con ella! —grita Eden—. Annie, ¿qué sucede? Está aterrada.
—Por supuesto que está aterrada, eso es lo que ella hace.
Apenas escucho a James y a Eden peleando por mí. No puedo ir. Si lo hago,
Fia me matará. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué? ¿Por qué luego de todo este
tiempo? ¡Ella me asesina! ¡Me asesina! Ella…
Necesita que yo esté muerta. Me lo he dicho tantas veces; Fia nunca podrá ser
libre porque siempre tendrá que protegerme. Siempre que yo esté viva, habrá
una manera de controlar a Fia, de forzarla a hacer cosas que de otra forma
nunca haría.
Siempre que yo esté viva.
Fia necesita que yo muera. Trago saliva con esfuerzo, más asustada de lo que
he estado en toda mi vida. Excepto esa noche, la noche en la que Fia tomó las
píldoras y yo creí que la perdería para siempre. Keane ha dejado en claro que, si
Fia no vuelve, yo puedo considerarme muerta. No tengo dudas de que su
método será mucho más horripilante y doloroso que el de ella. Si esta es la
única cosa que alguna vez puedo hacer por mi hermana, si esta es la única
manera en la que puedo protegerla, como ella siempre ha intentado
protegerme, ¿cómo puedo no hacerlo? Ella renunciaría a su futuro por mí. Ya lo
ha hecho.
—Está bien, chicos —digo, sorprendida por cuán clara y tranquila suena mi
voz. Quizás puedo mentir, después de todo—. Iré con ustedes. Está bien.
Está bien. Está bien. Está bien. Haré esto por Fia. Finalmente es mi turno de
cuidar de ella.
MIÉRCOLES, ÚLTIMAS HORAS
DE LA MAÑANA

Debería llevar puesta una camiseta negra hoy. Elijo una de la pequeña pila de
ropa que el grupo Lerner me entregó. Vaqueros. Calzado con el que pueda
moverme. Me tiemblan las manos y termino de anudar el calzado cuando se
escucha un golpe suave.
—Adelante —digo, porque de todas formas nunca he tenido habitaciones que
mantengan afuera a la gente.
Adam abre la puerta y me sonríe con timidez.
—Ey. ¿Cómo estás?
Me pongo de pie y estiro los brazos por encima de la cabeza, y siento un jalón
y una comezón en los puntos del brazo. Quiero deshacerme de ellos.
—Estaré bien.
—Me preguntaba si podría… bueno. —Levanta los brazos y pasa los dedos
largos entre su pelo—. Esto es más incómodo de lo que creí que sería. Pero me
preguntaba si podría hacerte una resonancia de tu cerebro y tomarte algunas
muestras de sangre.
No. No, no, no. Nunca dejes que hagan eso. Nunca dejes que encuentren a
alguien más como tú, nunca, nunca. Sonrío y sacudo la cabeza.
—Nunca dejo que un chico vea mi cerebro sino hasta la tercera cita.
Abre bien los ojos y luego ríe.
—Lo siento. Supongo que fui muy directo.
—Al menos me debes una cena y una película, primero.
Su sonrisa me atraviesa el cuerpo y me parte el corazón.
—Eso me gustaría.
Ay, cómo lo deseo. Desearía ser una chica que él pudiera llevar a cenar y a
mirar una película. Todavía podría serlo. Podría tener esa vida. Podría ganarme
la forma en la que me mira. Echo un vistazo al reloj. Es casi la hora. No puedo
pensar. Sujeto el pequeño teléfono prepago que le pedí a Sarah que comprara
para mí.
—¿Tienes un teléfono?
Asiente.
—¿Lo arrojarás por otra ventana?
—No arrojaré teléfonos por la ventana hoy. Quizás algo más. Necesito que
me hagas un favor. Necesito que llames a este teléfono a las 12:20. —Le digo el
número. Lo hará, por supuesto.
Guardo el teléfono en el bolsillo, junto al que robé, y luego me siento en el
borde de la cama y le doy una palmadita al espacio junto a mí. Se sienta.
Extiende los pies hasta el suelo.
—Adam, escúchame. Sé lo que significa trabajar para personas que creen que
saben más que uno. Prométeme que lo que sea que hagas aquí, serás cuidadoso.
Prométeme que siempre escucharás esa voz en lo más profundo de tu ser que
te dice si algo está bien o mal. Incluso si es tan solo una corazonada. Incluso si
es tan solo un atisbo de un atisbo de una sensación. Porque podrías salvar, o
destruir, muchas vidas. De todas formas, tendrás ayuda. Alguien que en
realidad sabe más que tú.
Sonríe y me mira con esperanza en sus ojos grises. Este chico está hecho de
esperanza. ¿Cómo se siente eso?
—Me alegra tanto que te quedes.
—Gracias por mirarme como… como si pudiera ser una persona entera. No
tienes ni idea de lo que significa para mí. —Me inclino para besarlo en la
mejilla, y me sorprende girando la cabeza y haciendo que nuestros labios se
encuentren, y es suave y dulce y real, real, real.
Podría tener besos como ese durante el resto de mi vida. Besos que no saben
quién soy yo. Besos que me hacen sentir más y menos de lo que soy. Pero mi
dedo hace tap tap tap sobre mi pierna y me recuerda que yo no soy quien
Adam cree que soy, y eso me hace querer llorar. No es que no merezca su beso.
Es que la persona que soy nunca puede en verdad compartir una vida, un alma,
con la persona que es él.
Se aparta, mira hacia abajo, a la cama con un batir semicircular de las
pestañas.
—Lo siento, sé que en realidad no nos conocemos, pero he querido hacer eso.
Suspiro y echo un vistazo al reloj; es hora.
—No lo sientas. Yo no lo hago. Gracias de nuevo. Y no olvides llamar.
Él se siente bien para esto. Todo estará bien. Me pongo de pie, salgo de la
habitación y troto por el pasillo. Vuelvo al vestíbulo. Tengo suerte, Sarah y Cole
y, ah, incluso mejor, Rubio claro (hoy no porta un arma) están allí. Rubio claro
me mira con un enfado apenas disimulado. Tiene puesta una rodillera.
Sarah sonríe.
—Allí estás. Justo estábamos hablando de ti.
—Claro que sí. —(Hay una banqueta junto a la ventana, que no tiene vidrio
laminado ni una red para evitar que se resquebraje).
—Me preguntaba si estarías dispuesta a darnos una mejor idea de lo que has
hecho en la escuela y de por qué estaban tan interesados en ti. ¿Tú dijiste que
eras las «manos»?
—Las manos, sí. También la pronosticadora de acciones de la bolsa, la
especialista del espionaje de corporaciones, la incitadora de peleas y una
aterradora residente psicópata.
Sarah adopta una expresión triste.
—Lamento mucho todo lo que has tenido que atravesar. ¿Te gustaría hablar
sobre ello?
Estiro ambos hombros, me sueno el cuello y los nudillos. Esto dolerá. No hay
nada que hacer para evitarlo.
—Nop, no quiero hablar sobre nada. Tú empleaste el tiempo pasado para
describir mi trabajo para Keane. Deberías utilizar el tiempo presente. Soy sus
manos.
—Pero… —Sarah se muestra confundida. Más evidencia de que no debería
estar haciendo esto. Debería parecer atemorizada.
Cole lo comprende. Se pone de pie con rapidez del sillón, se ubica entre Sarah
y yo. Rubio claro es más lento, pero él también se pone de pie y se acerca
renqueando. Sonrío y enseño las manos en alto.
—En verdad, lo siento. Pero tengo que hacer esto… —Inclino la cabeza y me
abalanzo contra Rubio claro, lo golpeo en la cintura, lo arrojo contra el suelo y
se oye un ufff fuerte.
Cole me levanta y me aparta con un golpe de Rubio claro. Ruedo; mi cara
golpea contra el suelo, fuerte. Se me formará un magullón. Bien. Me pongo de
pie y me sacudo para deshacerme del aturdimiento.
—No dejaré que destruyas esto —dice Cole. Ellos lo necesitan. Me alegra
tanto que se encuentre aquí.
—No diré ni una palabra sobre ustedes. —Lanzo un puñetazo hacia su
cabeza, y hago que mis movimientos sean evidentes y amplios. Se agacha
debajo de mi puño e impacta el propio en mi rostro, donde ya me golpeé contra
el suelo. Giro, golpeo la pared, la utilizo para sostenerme en pie.
Dolor, dolor, dolor.
—Lo siento mucho. —Miro a Sarah, quien está observando todo esto
horrorizada—. Y prometo no contarles nada. Pero debo irme.
Corro hacia la ventana, me alejo del alcance de Cole y luego arrojo la
banqueta por la ventana con un gran estrépito. Me inclino, puño por encima de
mi cabeza una vez más, pateo, Cole se desploma, veo un cuchillo en su
cinturón.
Lo golpeo en la nariz, es probable que esté rota, luego extiendo la mano y
hago deslizar el cuchillo de su funda.
—Sofia, por favor. —Sarah se pone de pie y me enseña las manos—. No tienes
que hacer esto.
—No. En verdad tengo que hacerlo.
—Entonces, sal por la puerta. Te lo permitiremos.
Río. Es tan dulce.
—Ah, lo sé. Solo necesito evidencia física para una buena historia de escape.
Me dejaron inconsciente, me mantuvieron cautiva en una celda y me escapé
luchando sin hablar con nadie. No tengo ni idea de quién me capturó. Buena
suerte. Cuida de Adam.
Salgo por la ventana y dejo que los bordes dentados de vidrio me rasguen los
brazos, me corten. Luego corro por la acera.
Hoy es el fin. Hoy dejaré de reaccionar. Durante todos estos años he estado
apagándome, dejando que mis caminos se eligieran a sí mismos. A partir de
hoy, actuaré. Elegiré.
Haré cosas en verdad terribles. Cosas inimaginables. Pero mi mente está
zumbando con las palabras bien, bien, bien. Río, guardo el cuchillo en mi
bolsillo y corro hacia el arco.

Cuando estoy cerca, sujeto el teléfono robado.


James responde de inmediato.
—¿Fia? ¡Escapaste! —Debe estar con otros si está mintiendo—. ¿Dónde estás?
Iremos a buscarte.
—Quiero a Annie debajo del arco. A nadie más. Si hay alguien con ella, si
alguien se le acerca, correré y nunca me volverán a ver.
—Vamos, sabes que…
—Esta es mi única oferta, James. Annie justo debajo del arco. Sé que estarás
observando. Eso está bien. Pero tiene que estar sola. Sabes que no puedo correr
junto a ella con la rapidez suficiente como para escapar. Diles que estoy
confundida y asustada y que tengo que ver a mi hermana, a solas.
—¿Por qué?
—Annie debajo del arco. Ahora.
Me escabullo en el medio de un grupo de turistas, camino de manera casual,
acercándome. Es un día hermoso, el cielo despejado y azul. Cálido. Un día para
finales y nuevos comienzos. Echo un vistazo detrás de mí. Cole me está
siguiendo, intenta ser invisible. Está bien. Miro hacia el arco y veo a un hombre
(Darren, el del pasillo) acompañando a Annie hacia el centro del concreto que
se extiende debajo del arco. Luego echa un vistazo a su alrededor y se aleja
caminando. Lo observo, sigo su recorrido. Nadie puede encontrarse demasiado
cerca. Annie parece tan pequeña. Tan sola.
Ay, Annie. Annie, Annie, Annie.
No lloraré. No lo lamentaré. Tiene que hacerse de este modo. Tiene que
terminar. Es la única forma de seguir adelante.
Sigo caminando con el grupo de turistas. El parque del arco no se encuentra
repleto, pero tiene una cantidad moderada de gente, y eso es suficiente. Hay un
hombre que se ha detenido para amarrar sus agujetas a unos tres metros de
Annie.
Sujeto de nuevo mi teléfono.
—James. Dile al hombre de las agujetas que se aleje de mi hermana. Ahora.
Suspira.
—Está bien.
El hombre se pone de pie de forma abrupta y se aleja. Me separo del grupo y
corro con velocidad para cubrir la distancia. Ahora sé que me han visto.
También sé que esperarán que actúe con tranquilidad luego de hablar con mi
hermana. La alteración del orden público es su último recurso.
Annie parece tan perdida. Aminoro la marcha mientras me acerco, camino,
absorbo cada detalle de ella. El pelo color café peinado de forma sencilla por
encima de los hombros. La boca de muñeca de porcelana, tal como la mía. El
rostro más cuadrado, el mentón delicado. Los lechosos ojos color café mirando,
mirando pero no viendo nada.
Parece absolutamente aterrada.
Quiero decirle que todo estará bien. Pero no puedo mentir, no sobre eso. Me
estiro y le sujeto las manos, sus manos suaves, perfectas y limpias. Sonríe, pero
unas lágrimas se derraman de los rabillos de sus ojos.
—Fia —dice. Su voz suena rara, cansada, ahogada—. Lo siento tanto. Por
todo. Pero está bien. Lo comprendo.
El estómago me da un vuelco. Lo sabe. Lo vio. Por supuesto que lo vio.
Desearía poder contarle todo, pero no puedo. No ahora, ni nunca. Ella lo vio y
aun así vino. Un sollozo se forma en mi garganta, pero lo reprimo. Esto está
bien. Lo estoy eligiendo.
—Annie —susurro—. Es la única forma. Ya no puedo protegerte, y nunca
podremos ser libres. No juntas. Lo siento mucho, pero es la única manera. —Le
suelto las manos, luego me inclino hacia adelante y le beso la frente. Quiero
quedarme aquí, congelada, con mi hermana, durante el resto del tiempo.
No es una opción.
Suejto el cuchillo, y el sol se refleja en él en tal ángulo que brilla como un faro.
Perderé a Annie para siempre. El sollozo escapa, pero solo un poco.
—Te amo. Te amo, pero necesito que estés muerta. Tienes que morir.
Cubro la distancia que queda entre nosotras, el cuchillo entre nuestros
cuerpos, mi mano detrás de su espalda sosteniéndola en el último abrazo que
alguna vez le daré. Y luego giro la muñeca, y el cuchillo corta, corta profundo,
mi mano está mojada de sangre. Annie suelta un grito ahogado.
—Muérete —le digo con un susurro tan suave que solo sus oídos podrán
escucharlo—. Te echaré de menos.
Doy un paso atrás, y luego de algunos segundos (por favor, por favor, Annie,
compréndeme, tienes que comprender lo que estoy haciendo) Annie coloca las
manos en su estómago y se deja caer al suelo, inmóvil. Sostengo el cuchillo a un
costado, el cuchillo rojo, muy rojo, y una gota se derrama al suelo.
Y mientras que cualquiera que esté mirando estará observando esa mano, la
otra se desliza en mi bolsillo, sujeta el pequeño teléfono, y lo deposita en la
mano de Annie, que rápidamente lo aferra, y luego ella no se mueve, ni siquiera
un atisbo de movimiento, buena chica.
Sonrío, muy orgullosa de ella, y digo:
—Adiós, Annie. Te amo.
Luego giro y me alejo caminando hacia donde sé que James estará esperando.
Después de una decena de pasos, alguien camina junto a mí, pero no lo miro.
No importa. Alguien más camina junto a mí a mi otro lado. Miro hacia atrás y
veo a Cole corriendo, y luego se deja caer junto a Annie y apoya un dedo debajo
de su mentón para revisarle el pulso.
Seguimos caminando. Paso junto a un cubo de basura y dejo caer el cuchillo
adentro. No habrá evidencia de sangre para Keane. James toma el lugar de uno
de los hombres a mi lado y me susurra con brusquedad:
—Fia, ¿qué sucede contigo?
Lo miro y sonrío.
—Absolutamente nada. El hombre que está junto a su cuerpo es del grupo
que me secuestró. Era su cuchillo. Ellos limpiarán este desastre. Ahora tengo la
libertad de elegir. Y elijo a Keane.
Me está mirando con horror (nunca me había mirado de esa forma), pero
luego sus ojos, que siempre perciben todo, notan un corte profundo en mi
estómago, la camiseta negra cortada pero que esconde la sangre.
—¿Qué sucedió? —pregunta, y veo cómo todo encaja detrás de sus bonitos
ojos café. Los ángulos. La teatralidad de todo. La forma en la que Annie se
cubrió el estómago antes de caer.
—Tuve que saltar de una ventana para llegar aquí. Mira. —Levanto los brazos
y le enseño los pequeños cortes.
Y luego sonríe, y sé que sabe lo que hice, y yo sé que el secreto estará a salvo
con él para siempre porque haremos esto juntos. Volveremos a Keane,
trabajaremos desde adentro, más profundo de lo que alguien alguna vez haya
estado. Y destruiremos a su padre y sus redes de poder, y ambos terminaremos
con esto por completo. Estoy renunciando a una vida de libertad. Estoy
renunciando a mi hermana, estoy renunciando a quien podría haber sido. Pero
es la decisión correcta, porque James y yo haremos lo que nadie más puede
hacer. Haremos lo que está bien, sin importar cuánto tiempo tardemos ni
cuánto mal tengamos que hacer para llegar allí.
—Ya veo. —James ríe—. Mi chica lista.
Junto a una furgoneta hay dos hombres que sostienen a Eden por los brazos,
reteniéndola.
Sacude la cabeza, las lágrimas brotan de sus ojos.
—Eres un monstruo. Annie nunca te hizo nada, ella te amaba, y tú… y tú te
sientes feliz y esperanzada. James, no puedes estar de acuerdo con esto. —Lo
mira en busca de ayuda, pero él se encoge de hombros. Ella está temblando
ahora, aunque no me doy cuenta de si es a causa de las lágrimas o de la rabia—.
No puedo… estaré en el otro coche. —Retira de un jalón los brazos de los
hombres y camina con rapidez hacia el sedán negro que se encuentra a unos
espacios de distancia, sus pasos rígidos y antinaturales.
Sonrío, y James me sujeta de la mano que no está cubierta de sangre.
—Gracias —susurra.
—Era la única manera. —No miro atrás. No puedo y no lo haré. Espero,
espero, espero que Annie y Adam se cuiden el uno al otro. Ella descubrirá la
manera de que todas esas mujeres estén a salvo sin que Adam muera. Creo que
eso era lo que se suponía que ella hiciera todo este tiempo.
Y creo que esto, aquí, con James, siempre se sentirá mal, pero siempre será la
clase correcta de mal, porque si nosotros no hacemos esto, nadie lo hará.
Somos un par de perfectos mentirosos, personas perfectamente destruidas,
perfectas para la destrucción. James restriega su pulgar contra el mío, y mi
mano ya no parece pertenecerle a alguien más.
Annie está a salvo. Y porque ella lo está, nadie que nos haya hecho daño
estará alguna vez a salvo. Sonrío y no es una mentira. Es una promesa. Estoy
lista.
DIEZ AÑOS ATRÁS

Estoy casi dormida cuando siento que los pies de mi cama se mueven.
—¿Fia?
Escucho su respiración; es rápida, entrecortada e interrumpida por sollozos.
—¿Por favor?
Suspiro, me muevo hacia la pared y levanto las mantas. Su pequeño cuerpo se
acurruca junto a mí.
—¡Ay! —siseo mientras me golpea el estómago con su rodilla.
—Lo siento.
—Sabes que no tienes permitido hacer esto.
—Por favor, no digas nada.
Sonrío. No lo haré. Porque se meterá en problemas, pero también porque, si
bien finjo que no es así, me encanta cuando Fia tiene pesadillas y viene a mi
habitación. Me hace sentir orgullosa que me elija a mí por encima de nuestros
padres.
—Muy bien —digo, dándole palmaditas en la cabeza y acariciándole el pelo
como lo hace mamá para hacerme sentir mejor.
—Desearía que la noche no fuera tan larga.
—¿Por qué?
—Me asusta. No puedo ver nada. ¿Y si hay algo oculto en la oscuridad en mi
dormitorio?
—Qué tonta. La oscuridad no es atemorizante. La oscuridad es segura.
—¿Por qué?
—Yo vivo en la oscuridad todo el tiempo. Pero cuando está oscuro en el
exterior todos tienen que vivir allí también. Y si no puedes ver a alguien, ellos
tampoco pueden verte a ti.
Solloza unas pocas veces más.
—Entonces ¿es como si yo estuviera oculta en la oscuridad?
—Sí. Tú eres el secreto cuando está oscuro. La oscuridad es segura.
—La oscuridad es segura —susurra, y se acurruca contra mí y apoya uno de
sus brazos huesudos sobre mi estómago—. Pero solo cuando tú también estás
aquí.
—A salvo juntas. —Sonrío y retiro su pelo de donde me causa comezón en la
nariz. Algunas veces yo soy la que cuida de Fia. Me hace sentir feliz—. Yo
cuidaré de ti —aseguro, pero ella ya está dormida. Respiro el aroma dulce de su
champú y yo también me duermo.
AGRADECIMIENTOS

Como siempre, para empezar, le agradezco a mi Noah, por ayudarme a


mantenerme tranquila y a organizar el caos que es mi cerebro. Eres todo lo que
está bien en mi vida. También les agradezco a mis queridos Elena y Jonah, por
su paciencia cuando mamá enloquece con una historia. Una vez más. Son unas
personitas increíblemente maravillosas.
Gracias a mi madre, Cindy, y a mi hermana Lauren, por cuidar aquella noche
de Noah para que yo pudiera ir a una cita y mirar una película que no tiene
nada que ver en absoluto con este libro, pero que de alguna manera despertó la
idea que necesitaba. Por favor, tomen el crédito de este libro. A menos que la
gente lo odie, en cuyo caso supongo que acaban de perder la negación
plausible. Lo siento.
Un agradecimiento especial para mis hermanos, Erin, Lindsey, Lauren y Matt.
Me alegra tanto haber crecido con ustedes. Todos los recuerdos, la ropa robada
(Matt, quedas exento… eso creo) y las historias compartidas me hacen ser
quien soy, y me alegra que sean parte de ello. Una vez más, tomen el crédito
por mí, a menos que la gente me odie; en cuyo caso, tomen represalias.
El mayor agradecimiento familiar es para mi padre, por convertirme en su
compañera de películas de acción cuando estaba creciendo. Compañeros de
películas de acción para siempre.
Gracias a Natalie Whipple por alentarme siempre y por decir: «¿Quizás la
hermana podría ser el otro punto de vista?». Annie existe gracias a ti. Y gracias
por tantas otras cosas (que no son gente imaginaria). Gracias a Shannon
Messenger por haber hecho una crítica veloz como un rayo que creo que
involucraba arrojarme aceitunas (¿o eran zanahorias? Las zanahorias me
atemorizarían mucho más). Gracias a Stephanie Perkins por siempre ayudarme
a encontrar mi camino y por enseñarme dónde profundizar mis historias y
fortalecer mi escritura. Eres como mi entrenadora personal, solo que mejoro mi
escritura en lugar de volverme más delgada y tonificada. Quizás la próxima vez
deberíamos intentar conseguir lo segundo. Solo una idea.
Gracias a Michelle Wolfson, mi maravillosa representante, por permitirme
escribir un libro que se suponía que no debía escribir y por publicarlo a pesar
de que era una «locura». No dejas de apostar por mí, y luego sigues haciendo
que esas apuestas valgan la pena. Me alegra mucho que seas parte de mi vida.
Gracias a Erica Sussman. No me imagino escribir un libro sin ti. Diría una
amenaza graciosa sobre lo que haría si alguna vez dejas de ser editora, pero
luego de leer este libro es probable que creas lo que digo y te asustes. Te
prometo que mi placer de trabajar contigo y mi cariño por ti son puros y para
nada violentos. También le agradezco a Berkeley, el perro más adorable que
existe y que merecería estar en Harvard.
Gracias al equipo de HarperTeen, entre los que se encuentran (pero no son
todos) el asistente editorial de lo maravilloso, Tyler Infinger; las genias del
marketing, Christina Colangelo y Stephanie Stein; la gurú de la publicidad,
Casey McIntyre; las estrellas de las ventas en el extranjero, Jean McGinley y
Alpha Wong; la correctora ninja, Jessica Berg; y las semidiosas del diseño de
portadas, Alison Donalty y Michelle Taormina. Me siento increíblemente
afortunada de que mi vida profesional los involucre a todos ustedes.
Gracias a A. S. King, Nova Ren Suma, Marie Lu y Franny Billingsley, quienes
escribieron libros que me hicieron pensar y que, de alguna manera, inspiraron
esta novela. Gracias a Snow Patrol, Muse y Civil Wars por escribir canciones
que en unos pocos minutos capturan emociones que yo intento manifestar en
algunos pocos cientos de páginas. Gracias a todas las mujeres fatales de la
literatura, la televisión y el cine por ser tan fuertes, y por aquellas raras
ocasiones en las que a esas mujeres fatales también se les permitió ser humanas
y lidiar con las consecuencias de tomar decisiones imposibles.
Por último, una vez más, siempre, gracias a mis lectores. Todos ustedes son
increíblemente apuestos y tienen un gusto exquisito para la literatura. Gracias
por continuar confiando en mí y dedicarme sus cerebros e imaginaciones
durante algunas horas. Hacen que mi vida sea asombrosa.
Deberían haber sabido mejor que nadie que estar en un cementerio mientras el
sol se ponía y la noche se apoderaba del mundo no era una buena idea.
La perseguidora miraba a la madre, justo cuando un rayo se clavaba en la
tierra, canalizando su pena hacia la tumba en la que había enterrado su
corazón. A cada uno de sus lados, había una niña pequeña con botas de
vaquero rosas. Las dos eran menudas y pálidas; la negrura atenuaba el rojo de
sus rizos.
La oscuridad era la gran igualatoria. Todos eran iguales en la oscuridad.
Incoloros. Insulsos.
Impotentes.
La perseguidora se aseguraría de que así se quedaran. Era su trabajo, después
de todo. Se volvió hacia el vampiro que estaba a su lado. Ambos invisibles en la
negra entrada de un mausoleo.
—La mujer vive. Las niñas son tuyas.
Técnicamente, solo una de las niñas tenía que morir, pero era mejor evitar
cualquier laguna profética. El vampiro caminó hacia la familia de luto. No se
escondió ni la acechó. No era necesario.
Una de las niñas tiraba frenéticamente de la mano de su madre.
—¡Mamá! ¡Mamá!
Extenuada, la mujer se dio la vuelta, sin tiempo suficiente para sorprenderse
antes de que el vampiro la empujara. Voló hacia atrás, se golpeó contra la lápida
de granito de su marido y cayó inconsciente sobre la blanda tierra que lo
cubría. Merrick Jamison-Smythe: esposo, padre, vigilante, se leía por encima de
su cuerpo en letras tradicionales talladas. La perseguidora deseaba tomar una
foto. Era la escena perfecta.
—Hola, niñas. —El júbilo del vampiro era evidente.
La perseguidora miró su reloj. Debería haber elegido un sabueso infernal, o
quizás a la Orden de Taraka. Pero se habían pasado de presupuesto y,
francamente, era una exageración. Dos niñas requerían una mínima capacidad
de exterminio. Y le gustaba la simetría de usar un vampiro.
Él extendió las manos, invitando a las niñas a recibir un abrazo.
—Podéis correr si queréis. No me molesta la persecución. Me abre el apetito.
Las niñas, que la perseguidora esperaba ya estuvieran gritando en ese
momento, se miraron solemnemente. Quizás el hecho de estar junto a la tumba
de su padre, que había muerto por culpa de un vampiro, les permitió
comprenderlo: ese siempre había sido su destino.
Una de ellas asintió. La otra se abalanzó contra las piernas del vampiro, con
tal rapidez y ferocidad, que este cayó hacia atrás, enredado. Antes de que
pudiera apartar a la niña de una patada, la otra saltó encima de su pecho.
Y entonces, el vampiro desapareció. Las niñas se pusieron de pie y se
sacudieron el polvo de sus arreglados vestidos negros. La segunda niña se
guardó la estaca en la floreada bota de vaquero. Corrieron hacia su madre y le
dieron palmaditas en las mejillas hasta que esta volvió en sí.
La madre, al menos, había tenido la sensatez de asustarse. La perseguidora
suspiró, enfadada, mientras la madre abrazaba a sus niñas. Ahora todas estaban
vigilando la noche. Alertas. La perseguidora hubiera preferido evitar el conflicto
de revelarse, pero tenía que hacerlo. Sacó su ballesta.
Su busca sonó. Lo miró por costumbre y, cuando levantó la vista, la familia ya
no estaba.
Maldijo. Nunca debería haber usado un vampiro. Eso le pasaba por probar un
poco de tragedia poética. Tenía órdenes de que la madre viviera, de ser posible,
y ella también quería que la madre viviera, sola, después de haber perdido todo
por culpa del mismo patético monstruo mestizo. Era su castigo por pensar que
podía escapar de la profecía. Por poner en peligro al mundo entero a causa de
sus deseos egoístas.
Bueno. La perseguidora las volvería a encontrar. Se puso la capucha y caminó
hasta la gasolinera más cercana. Un teléfono público la esperaba en un charco
anémico de luz. Levantó el auricular y marcó el número que tenía en su busca.
—¿Ya está hecho?
—No —respondió la perseguidora.
—Estoy decepcionada.
—Entonces, castígame.
Colgó frunciendo el ceño y después entró a la gasolinera. No había podido
evitar el apocalipsis, por el momento.
Necesitaba algunos dulces.

También podría gustarte