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T6.-Social.

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Psicología Social

1º Grado en Psicología

Facultad de Psicología
Universidad Nacional de Educación a Distancia

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
T6. CONDUCTA DE AYUDA

1. Comportamiento prosocial, conducta de ayuda, altruismo y coraje civil.

La conducta prosocial hace referencia a una gran categoría de actos que se definen por la cultura en la que vivimos
como beneficiosos para otras personas. No es necesario que la conducta promueva el bienestar en sí, sino que lo que
importa es la aprobación de los demás, lo que convierte la prosocialidad en un fenómeno normativo.

Se pueden distinguir cuatro subcategorías dentro de la conducta prosocial:

• Comportamiento de ayuda: proporciona un beneficio o mejora el bienestar de otra persona. Para que un
comportamiento sea considerado como una conducta de ayuda debe cumplir dos condiciones:

- Tiene que beneficiar a los demás y no de forma casual, debe ser algo que se ha intentado conseguir expresamente.
- La conducta debe ser voluntaria.
Este tipo de conducta, además, puede requerir un contacto personal con el receptor e implicar también la anticipación de
recompensas externas.

Hay varios tipos de conductas de ayuda:

• Altruismo: la perspectiva psicosocial considera que es un término más restrictivo que la conducta de ayuda porque
está influido por factores motivacionales. El altruismo es un comportamiento voluntario e intencionado motivado por
valores relacionados con la preocupación por los demás y cuya finalidad es beneficiar a los otros sin tener en cuenta ni
las recompensas que se puedan obtener a cambio ni los costes personales que pueda conllevar la acción de ayuda.

Por su parte, la Psicología evolutiva, la Etología y la Economía entienden que los motivos e intenciones del individuo
altruista son irrelevantes y explican esta conducta centrándose en los costes y beneficios que supone para el donante y
para el receptor.

• Coraje moral o civil: el coraje civil supone la defensa pública de valores y normas morales y suele asociarse a
consecuencias sociales negativas (por ejemplo, cuando un profesional denuncia públicamente una mala praxis de un
compañero). No debe confundirse con el heroísmo porque en este caso las consecuencias sociales son positivas

El coraje moral es un comportamiento que pretende detener o reparar cualquier transgresión de los principios y normas
morales asumiendo los riesgos físicos y los costes sociales que puedan derivar de su intervención.

Esta conducta está relacionada con otros subtipos de prosocialidad, pero presenta algunas características propias:

- Los actos tienen una naturaleza de confrontación cuyo objetivo es rectificar algo que se ha hecho mal y contribuir así
a un bien mayor.
- La conducta se dirige contra los autores (transgresores), por lo que no requiere necesariamente la presencia de una
víctima.
- El coraje civil se asocia con consecuencias sociales negativas, especialmente cuando el agresor se percibe como
amenazante.

• Cooperación: se diferencia del resto de subtipos porque la cooperación implica que dos o más personas se unen para
trabajar de forma interdependiente con un objetivo común que beneficiará a todos los implicados.

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2. Determinantes situacionales vs. disposicionales de la conducta de ayuda.

En la década de los 70 diversos metaanálisis concluyeron que los factores situacionales son mejores predictores de la
conducta prosocial que los disposicionales y a partir de ese momento la investigación se centró en aquellos. Sin
embargo, en las últimas décadas se han realizado estudios sobre la vinculación entre la conducta de ayuda y los rasgos
de personalidad. Se buscaba explicar por qué unas personas están más dispuestas a ayudar a los demás que otras cuando
no hay factores situacionales.

En este sentido, la investigación se ha centrado en los rasgos:

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• Amabilidad: simpatía, generosidad perdón y ayuda.

• Honestidad – humildad: sinceridad, honestidad e imparcialidad.

Se han realizado estudios atendiendo a las dos dimensiones de la personalidad prosocial:

• Empatía disposicional: se asocia con la tendencia a realizar conductas de ayuda en la vida real.

• Responsabilidad social: es la tendencia a mostrar preocupación por el bienestar de los demás y a atribuirse a sí
mismo la responsabilidad por los otros. Las personas que puntúan alto en esta dimensión tienden a llevar a cabo más
conductas prosociales independientemente de si los demás les corresponden o no.

El razonamiento moral orientado a los demás y el que se basa en la preocupación mutua también se consideran
cualidades importantes de la personalidad prosocial porque son similares a las dimensiones que se acaban de exponer.
Las relaciones entre la conducta de ayuda y las variables disposicionales son complejas y los resultados de muchos
estudios no son tan concluyentes como se podría desear. La dicotomía entre las explicaciones disposicionales y
situacionales parece estar resolviéndose gracias al enfoque interaccionista.

3. Determinantes de la conducta de ayuda.

3.1. Características de la situación.

Darley y Latané proponen el modelo de intervención en emergencias para explicar por qué las personas a veces ayudan
a otras y a veces no. Fueron los primeros en demostrar experimentalmente que la presencia de otras personas en una
situación de emergencia disminuye la probabilidad de que alguien actúe. A este hecho lo denominaron efecto
espectador.

Según el modelo de estos autores, una persona tiene que tomar cinco decisiones durante una emergencia antes de actuar:

• ¿Es un suceso anómalo?: la probabilidad de atender a los sucesos del contexto social en el que nos encontramos en
cada momento depende de la anormalidad de los mismos. También depende de los recursos cognitivos disponibles y de
nuestro estado de ánimo. En general, la percepción de que existe una situación de emergencia disminuye en función de:

- Presión temporal: limita los recursos cognitivos, por lo que reduce la posibilidad de que una situación se perciba
como anómala. Experimentalmente se ha demostrado que la presión temporal tiene un efecto negativo sobre la
conducta de ayuda, así, cuanto mayor sea aquella, menos probable será que una persona ayude. Sin embargo, si la
causa por la que tenemos prisa es poco relevante es probable que sí prestemos nuestra ayuda.

- Sobrecarga sensorial: muchos estudios han demostrado que las conductas prosociales son más frecuentes en zonas
rurales que en las grandes ciudades. En este sentido, la hipótesis de la sobrecarga urbana sostiene que llevar a cabo
más o menos conductas de ayuda depende de factores como el tamaño y la densidad de población del lugar, el poder
adquisitivo o la velocidad promedio al caminar. Lo que ocurre es que en las grandes ciudades una situación de
emergencia es un estímulo entre muchos otros y los habitantes tienden a aislarse de los estímulos externos en mayor
medida que los habitantes de ciudades pequeñas o pueblos para evitar una sobrecarga sensorial incontrolada. El
estado de ánimo influye en nuestra percepción de si una situación es anómala o no. En general, las personas con un
estado de ánimo negativo suelen estar más centradas en sí mismas y hay menos probabilidades de que perciban las
necesidades de otras personas.

• ¿Es realmente una emergencia?: un determinante situacional que influye en que un suceso sea considerado como
emergencia es el grado de ambigüedad de la situación. Cuando una situación es ambigua, tendemos a reducir la
incertidumbre recurriendo a fuentes de información que nos ayuden a interpretarla. En este sentido, una fuente
importante de información es el comportamiento de los demás en la situación que se nos presenta, si nadie actúa como
si se tratase de una emergencia, entonces continuaremos sin hacer nada. El problema de esto es que a la vez que
nosotros analizamos la situación en base a esta información el resto de personas hacen lo propio y reducen su
incertidumbre a partir de la reacción de los demás.

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Psicología Social
Banco de apuntes de la
El efecto de la influencia social puede conducir a la idea errónea de que si los demás no actúan es porque la situación es
irrelevante. A este fenómeno se le conoce como ignorancia pluralista y la consecuencia es que si la situación realmente
requiere que alguien sea ayudado no va a recibir la ayuda.

La capacidad de las personas para comunicarse entre sí también influye en la determinación de que una situación es una
emergencia. La investigación ha demostrado que el efecto de ignorancia pluralista es menor cuando se trata de un grupo
de amigos que cuando es un grupo de extraños. Por otra parte, el comportamiento de la víctima puede ser clave para
reducir la ambigüedad de una situación, es más probable que la víctima consiga ayuda si su forma de actuar hace que
reconozcamos que hay una emergencia.

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• ¿Debo asumir la responsabilidad de ayudar?: el efecto espectador fue demostrado por Darley y Latané, quienes
sostienen que es menos probable que ayudemos a una persona que lo necesita cuando creemos que hay otros
observadores presentes que también pueden prestar ayuda. El efecto se encuentra también en el entorno virtual y de
redes sociales.

Este fenómeno se explica por:

- Aprensión a la evaluación: el actor teme ser juzgado negativamente por los demás si interpreta mal la situación y no
hay necesidad de ayuda.

- Ignorancia pluralista: si hay varias personas presentes en una misma situación y nadie actúa, entonces la situación
no constituye una emergencia.

- Difusión de la responsabilidad: las personas se sienten menos responsables para intervenir a medida que aumenta el
número de observadores presentes.

Hay algunos factores de atenúan el efecto espectador:

- Cuando los costes de ayudar son extremadamente altos para la víctima (por ejemplo, cuando una persona es atacada
por otra que es físicamente mucho más fuerte y grande que ella). En esta situación no importa si hay otros testigos
presentes o no, el efecto espectador se reduce e incluso se elimina.

- Si el daño asociado a no ayudar es muy relevante para el observador: aumenta el sentimiento de responsabilidad
personal porque si no intervenimos nos perjudicaríamos a nosotros mismos. Si nos sentimos personalmente afectados
por la situación que se está produciendo dará igual que estemos solos o que haya otras personas presentes.

- Asignación de responsabilidad personal: bien sea porque se nos solicita ayuda directa o porque no ayudar pueda
afectar a nuestra reputación.

- Variables sociodemográficas (por ejemplo, el estatus socioeconómico o el género): las personas con menos recursos
económicos suelen ser más generosas. Respecto al género, diferentes metaanálisis han determinado que no hay
diferencia en la cantidad de ayuda que prestan hombres y mujeres, sino en el tipo de ayuda que ofrecen; así, la ayuda
es congruente con los rasgos y roles estereotípicos de hombres y mujeres.

• ¿Me considero competente y capaz de prestar ayuda?: si la percepción subjetiva de competencia que tenemos es
buena, actuaremos aunque nuestra ayuda provoque consecuencias negativas. En este caso no es tan importante la
percepción de competencia objetiva, sino la subjetiva.

• ¿Cuál es la relación costes – beneficios si presto ayuda?: la decisión final sobre intervenir o no en una situación de
emergencia va a depender del análisis de costes – beneficios que hagamos antes de implicarnos. Es más probable que
prestemos ayuda si los costes en términos de tiempo, dinero y recursos son bajos y menos probable cuando percibimos
que nuestra ayuda puede causar daños objetivos a la víctima.
Así, hay costes asociados a la ayuda, tanto para la víctima como para la persona que la presta, pero también puede
haberlos en el caso de no hacer nada:

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Un esquema de las cinco fases por las que pasa una persona para llevar a cabo una conducta de ayuda en una situación
de emergencia es el siguiente:

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Relacionado con el modelo de intervención en emergencias propuesto por Darley y Latané encontramos el modelo de
activación y coste – recompensa desarrollado por Piliavin et al. Este planteamiento explica por qué a veces las personas
no ayudan, incluso cuando han decidido hacerlo en las cuatro primeras fases del proceso. Este modelo se basa en una
perspectiva económica del comportamiento humano y parte del supuesto de que todos estamos motivados para
maximizar nuestras recompensas y reducir nuestros costes.

Así, la voluntad de ayudar requiere que se den dos fases consecutivas:

• Activación (arousal): cuando percibimos el sufrimiento de alguien se produce una activación fisiológica que
experimentamos como desagradable.

• Análisis de costes – beneficios: este análisis determinará que actuemos en un sentido u otro. La conducta de ayuda
sólo se producirá cuando los beneficios superen a los costes.

Según el modelo propuesto, el comportamiento de ayuda se puede pronosticar en función del análisis de costes –
beneficios y el deseo de obtener el máximo beneficio posible.

Es evidente que el análisis de costes y beneficios no es suficiente para realizar predicciones sobre si una persona va a
ayudar o no, existen otros factores que pueden influir en la relación entre costes – beneficios y conducta de ayuda:

• Los efectos del alcohol favorecen el comportamiento prosocial porque desinhibe las conductas en general y anula el
efecto inhibidor de los costes anticipados de la ayuda.

• Si se conoce personalmente a la víctima o si se esperan futuras interacciones con ella los costes de ayudar no
aumentan.

3.2. Características de la víctima.

La naturaleza de la relación entre el potencial donante de ayuda y la víctima altera el equilibrio entre costes y
recompensas y puede reducir también el efecto espectador. Hay diversos factores que se podrían tener en cuenta en este
sentido, siendo algunos de ellos:

• Atractivo físico de la víctima: es más probable que ayudemos a una víctima atractiva (ya sea por su nacionalidad,
personalidad o estilo de vestir) que a una poco atractiva.

• Similitud entre el donante y la víctima: suele aumentar la posibilidad de que actuemos porque ayudar a alguien que
se asemeja a nosotros se asocia con una mayor atracción interpersonal, mayor conexión y menos sensación de amenaza
(se presuponen los mismos valores, intereses y creencias). Sin embargo, a veces es precisamente esa semejanza la que
provoca que culpabilicemos a la víctima, sobre todo cuando evaluamos su comportamiento haciendo una atribución
interna y controlable.

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• Pertenencia de la víctima a grupos estigmatizados: si la víctima tiene una orientación sexual o pertenece a una etnia
diferente se reducirá la conducta de ayuda. La investigación ha demostrado esto especialmente en el primer caso.

4. ¿Por qué ayudamos? Motivos del comportamiento prosocial.

4.1. El afecto como motivación.

Durante décadas se ha debatido sobre cuáles son las motivaciones que subyacen a las diferentes reacciones emocionales
que experimentamos cuando observamos una situación en la que alguien requiere ayuda.

Generalmente, las reacciones emocionales se pueden agrupar en dos conjuntos:

• Malestar personal: asociado a sentimientos de angustia miedo, ansiedad o tristeza que experimentamos por ver sufrir
a una persona.

• Preocupación empática: sentimientos de compasión y preocupación por el sufrimiento de la víctima.

Estos dos estados afectivos promueven la conducta de ayuda, pero la motivación que lleva a realizar la conducta es
diferente. Cuando ayudamos a otro para reducir el malestar que nos provoca verlo sufrir la motivación es el egoísmo; en
cambio, si prestamos ayuda porque sentimos compasión, entonces la motivación será el altruismo.

Así, la forma en que el potencial donante de la ayuda interpreta la activación emocional que surge determinará la
naturaleza de la motivación prosocial.

4.1.1. Cuando ayudamos para sentirnos bien.

Ayudar es una conducta gratificante que suele mejorar el estado de ánimo, por eso muchas veces lo hacemos por
motivos instrumentales (sentirnos mejor con nosotros mismos). Hay tres desarrollos teóricos que sostienen esta misma
hipótesis:

• Modelo de la activación y coste – recompensa: presenciar el sufrimiento de otras personas nos genera una activación
empática que percibimos desagradable y es eso lo que nos motiva a actuar. Hacemos un análisis de costes y beneficios y
determinaremos así si ayudamos o no. La naturaleza de esta motivación es esencialmente egoísta porque el objetivo
último de la ayuda es reducir la activación inicial con el menor coste posible.

• Hipótesis del alivio del estado negativo: presenciar el sufrimiento de otros nos puede producir un estado de ánimo
negativo que puede motivarnos para ayudar. La conducta de ayuda resulta reconfortante porque aumenta nuestra
autoestima y nuestros sentimientos de integridad personal, y es precisamente eso lo que nos permite mejorar nuestro
estado de ánimo. La motivación subyacente es egoísta porque lo que pretendemos en última instancia es aliviar nuestra
tristeza y no el sufrimiento de la víctima.

Este modelo también sostiene que si hay otros sucesos que nos permitan sentirnos mejor sin necesidad de ayudar,
entonces no lo haremos. De hecho, hay varios condicionantes que disminuyen la probabilidad de ayudar:

- Hay otro suceso que mejora nuestro estado de ánimo.


- Consideramos que prestar ayuda no va a mejorar nuestro estado de ánimo.
• Hipótesis del mantenimiento del estado de ánimo: el efecto gratificante del comportamiento de ayuda se produce
también cuando estamos de buen humor y en este caso el objetivo de la ayuda sería mantener nuestro estado de ánimo.
La motivación subyacente sigue siendo, sin embargo, egoísta. Experimentalmente se ha demostrado que ayudamos más
a otros cuando nuestro estado de ánimo es positivo.

Cuando estamos de buen humor aumenta la atención que prestamos a nuestros sentimientos y a los valores que son
importantes y como la mayoría de personas valora positivamente la conducta de ayuda, aumenta este tipo de
comportamiento porque prestamos más atención a este valor.
Los dos primeros modelos comparten la idea de que la motivación que subyace a la conducta de ayuda es egoísta, pero
difieren en dos puntos:

• Mecanismo principal que motiva la conducta de ayuda.

- Modelo de activación: activación empática experimentada por el observador que se atribuye al sufrimiento de la
víctima.

- Modelo del alivio del estado negativo: estado negativo experimentado por el observador, sin importar que atribuya
ese estado al sufrimiento de la víctima o no.

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• Explicación de la reducción del malestar emocional desagradable.

- Modelo de activación: se ayudará cuando la activación empática se atribuya exclusivamente al sufrimiento de la


víctima.

- Modelo del alivio del estado negativo: se ayudará para obtener la recompensa que conlleva el comportamiento
prosocial, esto es, sentirse bien con uno mismo.

4.1.2. La empatía como motivo subyacente de la conducta de ayuda.

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Batson propone la hipótesis de la empatía – altruismo, definiendo este como un estado motivacional cuyo último
objetivo es aumentar el bienestar de otra persona. Según esta hipótesis, la motivación altruista se produce por la
emoción de la preocupación empática, que es una respuesta emocional que incluye diversos sentimientos (como la pena,
la compasión o la angustia) provocados por el bienestar percibido de una persona que necesita ayuda.

Cuando vemos sufrir a una persona experimentamos sentimientos de pena y compasión por ella, lo que suscita una
motivación altruista cuyo único objetivo es reducir la angustia y el malestar de la víctima. Una persona motivada por el
altruismo ayudará cuando:

• Le sea posible hacerlo.


• Su ayuda beneficie a la víctima.
• La víctima se beneficie más de su ayuda que de la de otra persona.

Las personas motivadas por la preocupación empática:

• Sólo prestan su ayuda para aliviar el problema que ha provocado su preocupación.


• Ayudan incluso cuando los costes de no hacerlo son bajos.
• Se sienten peor se fracasan en su intento de ayudar, aunque el fracaso esté justificado.

Así, la investigación demuestra que la preocupación empática predice positivamente el comportamiento prosocial y que
cuanto mayor es aquella mayor atención ponemos en los sentimientos y necesidades de los demás y mayor compromiso
tenemos con el comportamiento prosocial. En este sentido, un estudio reciente determina que únicamente la
preocupación empática predice de forma consistente el comportamiento prosocial, a diferencia de otras subdimensiones.

Se han encontrado diferencias individuales en la conducta de ayuda determinada por la preocupación empática. Estas se
deben a las características de las víctimas o al proceso de socialización; así, por ejemplo, el estilo de apego evitativo
correlaciona negativa e indirectamente con la conducta de ayuda. También hay diferencias dependiendo del tipo de
información que se recibe sobre un determinado suceso. En definitiva, la forma en que interpretamos nuestras
emociones ante el sufrimiento de una víctima va a determinar si la motivación subyacente de nuestro comportamiento
es el egoísmo o el altruismo:

4.2. Las normas prosociales como motivo. Cuando ayudamos porque es lo correcto.

A lo largo del proceso de socialización aprendemos normas sociales, pero también desarrollamos nuestras propias
normas personales de comportamiento. Las primeras constituyen normas consensuadas que prescriben las conductas
aceptables dentro de nuestra sociedad, mientras las segundas aluden a sentimientos de obligación que nos imponemos
para comportarnos de una forma determinada en una situación concreta.

Ambos tipos de normas ofrecen estándares de actuación adecuados y su incumplimiento puede afectar negativamente al
bienestar de quien las transgrede o a su reputación. En relación con el comportamiento prosocial existen dos tipos de
normas sociales:

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• Normas y expectativas generales sobre la conducta de ayuda (norma de responsabilidad social): es una norma de
comportamiento general de base altruista que nos insta a ayudar a las personas que lo necesitan, aunque no obtengamos
una recompensa tangible. Esta norma se manifiesta especialmente en situaciones en las que la reciprocidad es poco
probable o incierta.

Hay excepciones a esta norma, por ejemplo, cuando consideramos que la persona que necesita ayuda es responsable de
su situación, ya sea porque no se ha esforzado lo suficiente para salir de la situación o porque consideramos que ha
llevado a cabo una conducta poco moral.

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• Normas relacionadas con la percepción de justicia.

- Norma de reciprocidad: se basa en motivos egoístas y el principio básico es que debemos ayudar a aquellas personas
que previamente nos han ayudado a nosotros y, en consecuencia, no tenemos que ayudar a aquellos que nos negaron su
ayuda sin una razón legítima. Esto implica que cuando nosotros ayudamos a alguien esperamos que esa persona nos
devuelva el favor en el futuro.

¿Por qué se devuelve la ayuda? Porque no nos gusta sentirnos en deuda con los demás, así, devolvemos el favor por
gratitud o para evitar sentirnos culpables. En general, la evidencia científica ha demostrado que la mayoría de personas
se sienten motivadas u obligadas a cumplir con esta norma, pero siempre existe el riesgo de que la persona a la que
ayudamos no nos devuelva el favor. En este sentido, diferentes estudios han encontrado que las personas que se
aprovechan del principio de reciprocidad son desenmascaradas y sancionadas socialmente.

- Norma de equidad: sugiere que debe haber un equilibrio entre lo que aportamos en una relación con otros y lo que
obtenemos de ella. Cuando percibimos una desigualdad entre lo que damos y lo que recibimos nos sentimos motivados
para restablecer la equidad, tanto si se ha contribuido o recibido en exceso como por defecto.
Tendemos a pensar que obtenemos lo que merecemos, sobreestimando el valor de lo que contribuimos la bien colectivo.
Esta necesidad de ver el mundo como un lugar justo y equitativo es fundamental para la hipótesis del mundo justo
propuesta por Lerner, quien sugiere que las personas necesitamos creer en ese mundo justo en el que todos reciben lo
que merecen y merecen lo que reciben. Según esta perspectiva, el mundo tiene sentido y es controlable y esta creencia
cumple una función social adaptativa que motiva la defensa de las actitudes personales hacia un mundo justo cuando
estas se ven amenazadas por la injusticia.

La creencia en un mundo justo se suele relacionar positivamente con comportamientos prosociales, pero puede hacerlo
de forma negativa en función de las características de la víctima.

Así, se ha encontrado que las personas que tienen fuertes creencias en un mundo justo culpabilizan más a las víctimas
de su situación.
Las normas personales, por su parte, ofrecen una guía sobre cómo debe ser el comportamiento en situaciones concretas
y permiten predecir el comportamiento de una persona en una situación específica.

Schwartz propone la teoría de la activación de las normas para intentar predecir cuándo actuarán las personas según sus
normas personales especificando cómo se activa la motivación para ayudar en una situación y si se presta ayuda o no.

Este modelo presenta cuatro fases:

• Activación.

- Percepción de que alguien necesita ayuda.


- Percepción de que nuestra ayuda puede ser útil.

• Obligación.
- Activación de normas personales.
- Generación de sentimientos de obligación moral.

• Defensa.
- Análisis de costes y beneficios.
- Responsabilidad de responder a la necesidad.
- Si los resultados superan los sentimientos de obligación la ayuda no se prestará. En este caso se revalúa y redefine la
situación.

• Respuesta.
- Se ayuda si las defensas son mínimas.
- No se ayuda si las defensas pesan más que la obligación moral.

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Diferentes estudios han confirmado que las premisas de este modelo se cumplen, demostrando que las personas deben
ser conscientes de las consecuencias de su comportamiento antes de sentirse responsables de ayudar o de reconocer que
su contribución puede ser útil. A su vez, los sentimientos de responsabilidad aumentan los sentimientos de obligación
moral para actuar de forma prosocial, y estos son los que realmente inducen la intención de ayudar.

La investigación concluye que hay algunas normas que son universales, como la de reciprocidad, pero otras varían de
un país a otro, o incluso dentro de una misma sociedad, los individuos difieren en la forma de aplicar las normas a
distintas situaciones, de cómo se enseñan o hasta qué punto se sienten comprometidos con ellas.

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4.3. Importancia de las condiciones de socialización para el aprendizaje del comportamiento prosocial.

Además de los factores situacionales o del afecto, el cómo hemos aprendido e interiorizado las normas sociales o cuáles
han sido nuestras experiencias de socialización dentro y fuera de nuestra familia también influyen en el desarrollo del
comportamiento de ayuda.

Para explicar la adquisición de la conducta de ayuda o de la creencia de por qué estas conductas deben utilizarse para
beneficiar a los demás se suelen emplear los principios generales de las teorías del aprendizaje, en particular, las del
condicionamiento operante y el modelado.

El aprendizaje por refuerzo se basa en la premisa de que reforzar las conductas de ayuda en la infancia sirve para que
los niños aprendan este comportamiento y se sientan motivados para reproducirlo posteriormente. Además, este tipo de
aprendizaje determina que las personas pueden aprender a no ayudar si la conducta de ayuda tiene consecuencias
negativas y que el castigo por no ayudar no aumenta el comportamiento prosocial.

Por último, el aprendizaje por refuerzo propone que a corto plazo castigar despierta sentimientos negativos que son
incompatibles con el comportamiento prosocial y a largo plazo esos sentimientos interfieren en el desarrollo de la
preocupación por los demás o de la motivación intrínseca para ayudar.

Los trabajos iniciales sobre el aprendizaje por observación desarrollado por Bandura se centraron en la conducta
agresiva, pero posteriormente dieron paso a investigaciones sobre el aprendizaje imitativo de la conducta prosocial. Los
modelos que los niños perciben como poderosos y con los que mantienen una relación cariñosa son los que producen un
mayor efecto de modelado; además, los actores de ficción de los dibujos animados o de los videojuegos también actúan
como modelos para aprender la conducta prosocial.

El comportamiento prosocial puede inculcarse dentro de ciertos límites y así, a través del refuerzo y del modelado, las
personas aprenden a ser serviciales igual que a ser agresivas o egoístas.

5. La ayuda desde la perspectiva de la persona receptora.

La disposición de las personas para buscar y recibir ayuda depende de dos necesidades psicológicas básicas:

• Pertenencia.
• Independencia.

La petición y recepción de ayuda surge como una dinámica social que va a estar marcada por la tensión entre estas dos
necesidades, ya que al mismo tiempo necesitamos sentir que formamos parte de un grupo y que somos independientes y
capaces. Cuando domina el sentimiento de pertenencia, la ayuda es agradecida y la persona que la recibe se siente bien
consigo misma; sin embargo, cuando domina el sentimiento de independencia no se busca ayuda porque eso podría
amenazar la autoestima de quien la pide y si se presta ayuda sin pedirla no se manifiesta ni se siente gratitud.

5.1. Consecuencias positivas de recibir ayuda: la gratitud.

La gratitud es un sentimiento positivo que experimentan las personas que reciben ayuda hacia quien se la ha prestado.
La investigación sobre la gratitud diferencia entre:

• Gratitud como estado (o estar agradecido): es una situación puntual que ocurre cuando se recibe ayuda. Se ha
intentado descubrir cuáles son los antecedentes de la gratitud como estado a través del estudio de las condiciones en las
que somos más o menos propensos a experimentar ese sentimiento. También se han estudiado las consecuencias para
los receptores y su relación con las personas que les ayudan.

Sentirse agradecido lleva al receptor de la ayuda a ser generoso y la expresión de gratitud hacia el donante lleva a este a
seguir ofreciendo su ayuda en el futuro. Cuando este ciclo tiene lugar dentro de un vínculo interpersonal o de un grupo
se construye y sostiene la solidaridad social.

• Gratitud disposicional (como rasgo o característica de personalidad): es la tendencia estable a sentirse agradecido
por las cosas positivas que los demás hacen por nosotros. La investigación en este caso se ha centrado en estudiar las
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conexiones entre la gratitud disposicional y otras características personales estables, así como con índices de bienestar
general.

En general, existe una relación sólida entre la gratitud disposicional y el bienestar, pero se desconoce la dirección de las
relaciones de causalidad, esto es, cuál es el antecedente y cuál el consecuente. Hasta ahora, la evidencia empírica
sugiere que inducir gratitud mejora el bienestar de las personas.

5.2. Las consecuencias negativas de recibir ayuda: la dependencia de otros como fuente de amenaza.

Depender de la ayuda de otra persona puede entrar en conflicto con nuestra aspiración personal de ser autosuficientes e
independientes. Si necesitamos pedir ayuda podemos autopercibirnos como poco competentes en relación con el
donante de la ayuda y por ese motivo es habitual que corramos el riesgo de afrontar nosotros solos la situación. La
investigación ha demostrado que, en general, somos reticentes a pedir ayuda a los demás.

5.3. Características de las personas y las situaciones que moderan la relación entre petición de ayuda y
consecuencias.

Los factores a tener en cuenta son:

• Características del donante de la ayuda y su relación con el receptor: pedir ayuda a personas conocidas es más
amenazante en los términos mencionados en el apartado anterior que pedirla a personas desconocidas. A pesar de ello,
en situaciones de necesidad que producen estrés psicológico solemos pedir ayuda o consejo a familiares y amigos
cercanos.

• Características de la ayuda: hay varias que afectan a la receptividad de las personas:

- Relevancia para la autoestima: recibir ayuda supone una amenaza cuando implica percibirse como inferior al
donante en una dimensión que es relevante para nuestra autoestima. Podemos evitar pedir ayuda cuando creemos que
el potencial donante puede atribuir nuestro problema a causas internas; en cambio, pedimos más ayuda cuando el
problema se puede atribuir a causas externas.

- Ayuda orientada a la autonomía vs. ayuda orientada a la dependencia: la ayuda orientada a la dependencia se
basa en la creencia de que el receptor no tiene la competencia necesaria para resolver el problema que tiene. La
ayuda orientada a la autonomía se basa en que el receptor sea capaz de hacer frente al problema por sí mismo si el
donante le proporciona las herramientas adecuadas. Si quien recibe la ayuda se considera poco capaz de contribuir a
la solución del problema, la ayuda orientada a la dependencia se recibirá con gratitud; en cambio, si se percibe capaz,
esta ayuda representa una amenaza para su autoestima y es probable que aparezcan sentimientos de resentimiento.

En este punto hay que distinguir entre:

▪ Falta de gratitud: el receptor se mantiene indiferente hacia la persona que le ha brindado ayuda. Esto suele ocurrir
cuando la ayuda tiene poco impacto en el receptor o cuando está prescrita dentro del rol que desempeña el donante (por
ejemplo, cuando forma parte de su trabajo).

▪ Ingratitud: es un estado psicológico más activo que el anterior que implica descartar activamente que quien presta la
ayuda lo hace de forma generosa. Incluye desconfianza hacia las razones que llevan al donante a ayudar y supone la
devaluación de este.

- Ayuda pública y explícita vs. privada e implícita: la amenaza a la autoestima es mayor cuando la dependencia del
receptor es pública porque buscar o recibir ayuda públicamente supone admitir abiertamente un fracaso. Si dicho
fracaso afecta a aspectos centrales del ego, entonces la disposición a buscar ayuda se inhibirá. La ayuda que se da sin
que el receptor la haya pedido transmite la idea de que el donante piensa que el receptor no es capaz de resolver el
problema, lo que supone una amenaza para la libertad de acción y suscita reacciones adversas.

El estilo de ayuda que emplea el donante también establece diferencias entre la petición de ayuda y la ayuda que se
recibe sin haberse pedido:

▪ Negociador: se emplea cuando una persona que necesita ayuda negocia con el donante sobre cómo va a ser dicha
ayuda. Este estilo da más libertad al receptor y le brinda apoyo sin amenazar su autoestima.

▪ Didáctico: se usa cuando el donante de la ayuda no involucra previamente al receptor sobre sus preferencias en
relación a la ayuda.

• Características de la persona que recibe la ayuda.

- Edad: afecta a la receptividad de la ayuda desde la infancia hasta la vejez.


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Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
▪ Los niños pequeños no se sienten amenazados por las implicaciones negativas de la dependencia porque necesitan
ayuda para muchas actividades.

▪ Los niños en edad escolar empiezan a ser más autónomos, por lo que recibir ayuda puede ser una experiencia
potencialmente amenazante para su autoestima.

▪ Durante la vejez, recibir ayuda de otros es percibido especialmente como una amenaza porque las personas llevan toda
la vida siendo autónomas y en un momento dado dejan de serlo.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
- Género: la investigación ha demostrado que los hombres son menos proclives que las mujeres a buscar ayuda. Esta
diferencia se explica por los roles tradicionales que tradicionalmente se han adscrito a hombres (logro, competitividad,
independencia) y mujeres (dependencia).

5.4. La ayuda en contextos intergrupales.

La teoría de la identidad social ha influido en esta área de investigación porque se ha empezado a estudiar la influencia
de la identidad social compartida en la conducta de ayuda. Se ha encontrado que cuando la identidad social es saliente,
las personas prefieren ayudar a quienes pertenecen a su grupo. Las motivaciones que subyacen en la ayuda hacia el
grupo propio y el exogrupo son diferentes, en el primer caso hablaríamos de sentimientos de empatía y en el segundo la
ayuda se explica en función del atractivo de quien recibe la misma.

Cuando se ofrece ayuda fuera del propio grupo se crean o mantienen jerarquías de poder. El modelo de ayuda
intergrupal como relaciones de estatus sugiere que cuando las diferencias de estatus intergrupales se perciben como
seguras, legítimas y estables, el grupo de alto estatus cuida del otro grupo siempre que sus miembros necesiten su
ayuda. Así, la ayuda es unidireccional y se orienta a mantener la dependencia, por lo que es esperable que el grupo de
bajo estatus agradezca la ayuda, sienta gratitud y acepte la legitimidad de su desventaja social.

Según esta teoría, cuando las relaciones de estatus se perciben inseguras, ilegítimas o inestables, los miembros del
grupo de bajo estatus percibirán este como potencialmente cambiante y estarán motivados para alcanzar la igualdad con
el otro grupo.

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