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Para presurizar la cabina, los aviones cuentan con un sistema de control ambiental.
De esta manera, una parte del aire que ingresa al motor de la aeronave es desviado
hacia un compresor. Esta máquina calienta dicho aire y lo envía a la cabina de los
pasajeros, haciendo que la cantidad de oxígeno por unidad de volumen resulte
parecida a la que se halla en las zonas de baja altitud, aun cuando el avión esté
volando a gran altura.
Es importante tener en cuenta que los aviones sólo soportan una cierta diferencia de
presión entre su interior y el exterior. Cuando dicha diferencia es más grande de lo que
pueden soportar, se produce una explosión.
A pesar de haber alcanzado este logro antes de que tuviese lugar la Segunda Guerra
Mundial, dado que apenas se fabricó una decena de Boeing B-307 Stratoliner, la
mayoría de las aeronaves usadas durante esta lamentable página de la historia de la
humanidad alcanzaban grandes alturas sin ninguna presurización; para compensar la
falta de esta característica, los pilotos debían usar máscaras de oxígeno.