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Primer Informe Historia Frank Bautista

Regional II

Los senderos de la historiografía regional


Luis Gerardo Morales Moreno

El autor hace una introducción al Tomo 1 de la Historia de Morelos, “Historiografía, territorio y


región”, la cual comprende dos secciones temáticas, la primera la componen ocho ensayos que
analizan los modos en que algunos historiadores, antropólogos y sociólogos han practicado “historia
regional, historia local o microhistoria”. La segunda sección, por su parte, consta de seis ensayos
relacionados con la mirada de geógrafos, economistas y antropólogos, sobre los movimientos, redes
e intercambios que se han dado en el territorio de Morelos. En buena medida, el estudio en cuestión
fue posible gracias a un desarrollo institucional que ha dado soporte a diversas investigaciones
desde las ciencias sociales y humanidades. El surgimiento y consolidación de Universidades y
Colegios, ha permitido durante más de cuarenta años un alto nivel de producción científica sobre
México desde las diferentes regiones que lo componen, gracias a la ampliación de exploraciones
empíricas.
El objetivo del tomo es establecer un diálogo entre la historia y la geografía, mediado por el
conocimiento antropológico, siendo este uno de los mayores aportes, según el autor, de los
historiadores a las ciencias sociales en el siglo XX. La noción de región a la que le apuestan los
autores referenciados es a la de “composición de lugar”, como una necesidad para lograr relaciones
eficaces entre los “datos, conceptos, modelos y pruebas empíricas específicas”.
Si México constituye un país plural sobre un conjunto de “tierras” autónomas, de sistemas bióticos
y culturales diversos que componen un mosaico, en consecuencia, Morelos constituye, también,
otro espacio de pluralidad y singularidad. Y en aras de investigar las dinámicas, los intercambios y
procesos que van de lo singular a lo plural, es que los historiadores construyen un campo de
observaciones. Sus operaciones se explican y comprenden en un espacio narrado de aquellos
elementos que consideran, articulan mejor en un conjunto de relaciones los componentes que lo
integran. En la historia de Morelos, considera el autor, hay un flujo continuo de la microhistoria con
la macro historia, convirtiéndose en otro ejemplo significativo de microhistoria universal, como lo
han sido San José de Gracia, el camino México-Veracruz, entre otros.
En los ensayos, relata Morales Moreno, “lo espacial” o “lo regional” lo ubican los autores como un
lugar dinámico, es decir, de manera explicativa contingente, provisional, pues siguiendo a Van
Young “la región es una hipótesis a demostrar”. Cada ensayo va de lo particular a lo general y
viceversa, realizan contrastes entre los modelos indicativos y exploran como concepto y experiencia
central “la modernidad comercial e industrial capitalista, desde sus márgenes”. Para ellos, la
“región” ha dejado de ser una esencia naturalista, y se ha convertido en un dispositivo de
comprensión histórica. En ese sentido, los autores mostrarán los puntos ciegos de las observaciones
realizadas por quienes han investigado la diversidad de México, puntos ciegos generados por la
primacía de la categoría y unidad de análisis “Estado-nación”, buscando favorecer “políticas de
unidad”.
Para Van Young, el molde del territorio de Morelos lo constituye la modernización capitalista, vista
desde la historia económica1, como región azucarera del temprano México Independiente, es decir,
su historia brinda una genealogía específica para la comprensión de algunos momentos cruciales del
mundo moderno. Este autor propone que la región se explica por dos elementos, por un lado, la
regionalidad, constituida por las cualidades geográficas y humanas que diferencian los espacios en
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Recordando que, para este autor, el concepto de región, en su forma más útil, vendría siendo “la espacialización de una
relación económica”.
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regiones, y, por otro, el regionalismo, que se integra por los lazos políticos y afectivos que forjan
lealtades en los espacios diferenciados. En consecuencia, el análisis regional se convierte en una
herramienta intelectual útil, en relación a las preguntas que el historiador plantee, pues las mismas
regiones pueden ser imaginadas de distintas maneras, por otros observadores.

En otras palabras, según la pregunta formulada, varía el uso del concepto de región y la clase de
región que el observador construye. Pero, además, cada puesta en escena distinta por cada
investigador (respecto a las diferentes observaciones que realizan sobre ese pasado, sin llegar
necesariamente a los mismos hallazgos) es resultado de nuevas fuentes identificadas o
reinterpretaciones de observaciones previas a fuentes tradicionales, relacionada con mejores
procedimientos analíticos o, incluso, mayores desafíos literarios.

Por ejemplo, desde los años sesenta del siglo XX, en México, la “nueva historia regional” se afincó
en el criterio de regionalidad, entre otros posibles, de la organización política, es decir, se establecía
un parangón entre los conceptos de región y provincia. En este punto, para evitar equivocaciones,
Van Young y otros autores sugieren, distinguir los conceptos tradicionales del idioma que están en
las fuentes, y que nos sirven para acceder, por medio de la heurística, en la comprensión del pasado;
de los conceptos que hacen parte de formulaciones posteriores de los mismos investigadores, es
decir, de aquellas categorías científicas que se usan sin que aparezcan en las fuentes.
Ignacio Sosa, por su parte, en “Esbozo de un mapa geopolítico: notas sobre dos escalas de región”,
realiza una exposición desde la sociología respecto a aquellas regiones situadas en zonas de frontera
(con conceptos como área de influencia, o área atrasada). En el contexto de la Guerra Fría, se da
una nueva etapa geopolítica, se va abandonando la idea de soberanía, y va tomando fuerza la idea
de espacios de interdependencia. Para Sosa, la noción de región quedó enmarcada en dos escalas,
una al interior del Estado moderno, y la otra, en un marco global. En ambas escalas la explicación
narrativa se concentra en buscar en la región las fuerzas de desarrollo.
El ensayo de Juan Pedro Viqueira “Todo es microhistoria”, reivindica los aportes de Luis González
y González al concepto de microhistoria, situándolo como aporte novedoso, previo a la
interpretación italiana del mismo. González, menciona el autor, procura no confundir la escala con
el objeto de estudio, sino más bien comprenderla como un procedimiento analítico aplicable en
cualquier espacio, independientemente del objeto analizado. Para Viqueira las relaciones entre
microhistoria e historiografía nacional no solo son de complementariedad, sino también, a menudo,
de oposición, de tal modo que la historia de México, por ejemplo, vista desde San José de Gracia
adquiere otro sentido. Allí la historia local va a contrapelo del vértigo revolucionario. Por tanto, la
obra de González “rescata en los márgenes del ritmo continuo del progreso, la discontinuidad del
tiempo histórico”. La llamada historia nacional entonces, es impugnada por pequeñas historias que
son asimétricas y alteran el “curso naturalizado” de las narrativas patrias. “La historia universal” de
Pueblo en Vilo, reclamó la relectura profunda de la Revolución mexicana, de cómo se había
entendido hasta ese momento. Una crítica profunda al papel otorgado a “la perfección formal” de la
explicación histórica.
Martínez Assad, en su ensayo “La historia que llegó para quedarse”, considera que la Revolución de
1910-1917 como evento histórico, constituye un parteaguas en la historiografía mexicana, pues
propició la aparición de la llamada historia regional. Y sin desechar los aportes de la microhistoria,
enfatiza en el sentido territorial del concepto de región en México, ejemplificado en la cuestión
agraria y las luchas campesinas como un eje transversal que dieron como consecuencia un
reacomodo de fuerzas regionales, de sistemas de posesión y tenencia rurales, así como del control
político central en el México contemporáneo. Vemos aquí una fuerte influencia del énfasis que
sugiere Van Young, en los elementos económicos, las relaciones espaciales y cierto tipo de
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interacciones sociales, como la clave a la hora de hacer un análisis regional. Aunque también la
pugna entre centro y estados de la Federación conforma otro eje transversal del relato regional.
Ejemplo de este otro eje, es el planteado por Carlos Barreto en el ensayo “Perspectivas para una
historia regional morelense”, allí el autor hace énfasis en fenómenos de carácter político, como los
que prefiguran la región, más que en los económicos. Menciona que entre 1846 y 1872 se
despliegan los procesos que configuran el espacio en donde se constituirá el estado de Morelos y
sus regiones. Entre ellos están, las intervenciones extranjeras, el conflicto Iglesia-Estado y la lucha
por el poder central, que organizaron programas, liderazgos, redes y clases sociales en torno a un
núcleo autónomo estatal. Pero coincide con los demás autores, de que Morelos opera entonces como
un ejemplo concreto que muestra el nacimiento de la Nación moderna mexicana y de sus regiones.
Ya con lo que tiene que ver con el aporte desde la antropología a la historia regional, se relaciona el
ensayo “Los caminos de la etnicidad y la antropología en Morelos” de Miguel Ángel Rubio, Alberto
Valencia y Rodrigo Vargas. Allí, de forma clara y novedosa, los autores analizan la manera en que
desde la mirada antropológica ha operado “lo regional” como categoría de análisis, aunque con
planteamientos diferentes de los historiadores. Investigaciones desde esta perspectiva han
contribuido al estudio de “lo regional” poniendo atención en la noción de comunidad en un contexto
contemporáneo de “desindianización” y “descampesinización” del ámbito rural tradicional.
Inmersos en procesos intensos de urbanización y modernización, los núcleos de población indígena
del estado de Morelos han recreado sus relaciones de pertenencia mediante prácticas comunitarias.
De tal modo que las regiones “viajan” y se recrean con las comunidades urbano-rurales mediante un
conjunto de condiciones sociales y culturales.
En este “lugar” de producción los temas de etnicidad e identidad tuvieron un reencuentro con los de
comunidad y región. Estos autores consideran fundamentales las variables mencionadas para
aproximarse al análisis de “las características sustantivas manifiestas en el tejido cultural y en las
formas y reglas de organización” antiguas o nuevas, así como las prácticas rituales morelenses. Para
la mirada antropológica “lo regional” puede configurarse como una entidad autónoma en perpetuo
movimiento capaz de reproducirse en lo local y comunal.
A manera de conclusión, menciona el autor que, la historia de Morelos es un ejemplo significativo
de microhistoria universal, en donde la relación que articula las narrativas acá expuestas está dada
por el diálogo entre la historia, la geografía y la antropología. La región (o “lo regional”) forma
parte de una etapa del desarrollo de la historiografía mexicana que a comienzos del siglo XXI la
somete a nuevas interrogaciones. Más que una geografía histórica “por sí misma”, la región opera
como una categoría de análisis “en sí misma” de ahí que también dialogue con otras categorías
conceptuales como “lo local” y la microhistoria. Los autores, entonces, llaman la atención en
estudiar la pequeña escala, para poder visibilizar esa historia que no se ha reconocido, y que
necesariamente enriquecerá la historiografía nacional.
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La metodología en la investigación histórica regional del Valle del Cauca


Alonso Valencia Llano

Para reflexionar sobre esta arista metodológica en la historia regional, el autor parte de una revisión
de la evolución de la producción historiográfica del Valle del Cauca, con la claridad de que las
precisiones metodológicas de este tipo de historiografía, no es distinta a la de la historia en general.
Es decir, comparten el mismo estatuto teórico metodológico.
De manera autocrítica menciona Alonso Valencia, que la reflexión teórica no ha sido el punto fuerte
de quienes han dedicado sus esfuerzos a explicar la historia de Colombia desde las perspectivas de
las regiones que lo componen. En buena medida por haber optado por una “metodología
pragmática”, basada en el manejo de abundantes fuentes; sin embargo, no está exenta de una
reflexión teórica que busca explicaciones causales a los problemas históricos que se estudian.
En el Valle del Cauca un grupo de historiadores liderados por Germán Colmenares hizo de la región
su objeto de estudio, desplazando en buena medida, la centralidad de la historia nacional como
preocupación. Estos estudios permitieron avanzar en la definición de la región con unas claras
delimitaciones temporales y espaciales; así como precisar las distintas fuentes documentales.
Además, puso en interrelación el núcleo urbano con su entorno territorial, para el caso de Cali, lo
que le dio una cobertura territorial bastante amplia, prácticamente la mitad del actual departamento
del Valle del Cauca.
El aporte metodológico que esto significó se evidenció en el provecho extraído de distintas fuentes
documentales, por ejemplo, la utilidad de los protocolos notariales, en donde se hallaba información
muy variada, no solo exclusivamente económica, sino también otras facetas de la realidad, que van
desde lo institucional a las mentalidades. Esto siguiendo a lo que Febvre llamaba “historia de parte
a parte”, “historia total”, caracterizada porque el historiador no se reduce a examinar una variable,
sino que trata de ver las interrelaciones sectoriales. Además, Colmenares resalta las virtudes de las
fuentes regionales, como fuentes descentralizadas, ya que los documentos “más ricos de la vida
social están precisamente en el lugar a estudiar”. Reconocimiento que no es exclusivo de este autor,
sino desde la teoría de la historia se reconoce, ser de mayor utilidad las fuentes descentralizadas que
las centralizadas.
Ya lo decía Jaime Jaramillo Uribe, “el hombre contemporáneo, fatigado de abstracciones sociales
como la nación, el Estado, la clase, el partido, buscara su identificación con algo existencialmente
más inmediato y este algo parece ser la región”. Colmenares, menciona que “la historia regional
parecería facilitar más que las historias nacionales lo que los franceses llaman “historia total””. Con
la particularidad que trabajos como los de Leroy Ladurie y Lucien Febvre, sobre Languedoc y el
Franco Condado, respectivamente, son historias regionales que no ofrecen una hipótesis cerrada,
sino que integran una visión panorámica de las relaciones que existen entre el factor demográfico, la
estructura social, económica y mental. Es desde el punto de vista del historiador una ocasión
privilegiada para penetrar en un repositorio de archivo, y de ver en profundidad una historia total.
A pesar de las nuevas investigaciones, aún quedaba pendiente por resolver una cuestión
metodológica de suma importancia, y es la de cómo definir la región. Para resolver este problema
en 1985 se organizó en el Departamento de Historia de la Universidad del Valle, un seminario que
mostró que más que un concepto teórico, la región se había convertido en una herramienta funcional
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que era utilizada por los historiadores para resolver problemas de diversa índole, pero
principalmente porque de esta manera podían darles un marco geográfico más manejable a los
hechos históricos que estudiaban.
Los espacios político-administrativos coloniales venían sirviendo como base histórica de la región,
pero esto se complica cuando los estudios regionales avanzaron hacia el estudio del período de la
independencia, puesto que las antiguas gobernaciones y el virreinato mismo desaparecieron para dar
paso a la organización político-administrativa republicana. Esto hizo que, en la práctica, la región se
transformara, pues el Estado republicano dada la gran diversidad económica y cultural recurrió a la
organización de provincias para alcanzar coherencia interna. Así mismo, surgieron otros actores
históricos, más allá de las élites regionales, por ejemplo, los sectores que avanzaron socialmente y
unificaron sus intereses, compitiendo con el dominio social de las antiguas elites coloniales. Por su
parte, las fuentes seguían siendo fundamentalmente las mismas, pero ahora se ampliaban con textos
impresos, tales como memorias, periódicos, proclamas o informes oficiales.
Con estos desarrollos investigativos se hacía evidente la tensión en la relación región-nación. La
predominancia de la escala nacional principalmente en las historias políticas de finales del siglo
XIX y comienzos del XX, era una expresión de la centralización política que se vivía en aquellas
décadas. Y si bien, en el presente sabemos de las limitaciones alrededor del estudio de “los grandes
acontecimientos de la patria y del papel de los héroes”, no quiere decir que se pierda de vista la
necesidad de aportar en la construcción y problematización de la historia nacional. En el sentido en
que no es suficiente la historia regional, desde el punto de vista metodológico, para entender el
desarrollo de un país como el nuestro, donde a pesar de las especificidades regionales, se presentan
ciertos problemas mucho más amplios, del orden nacional o incluso internacional, que no permiten
ser comprendidos y explicados exclusivamente desde una escala regional. Por ello, la emergencia
de los análisis comparativos en la investigación histórica.
Además, el estatuto científico de la historia se dio en el marco del surgimiento del “actor” estado-
nación, más no las regiones. La “nación moderna” era la protagonista en la Historia, quien
establecía las conexiones con la historia universal, como lo menciona Jaramillo. Esto es cierto, en
términos generales, menciona Valencia Llano, sin embargo, para el contexto histórico colombiano
adquiere unas especificidades que es necesario resaltar, y son las vicisitudes que debió atravesar el
Estado nacional, pues enfrentó tenaces resistencias regionales que obligaron a permanentes
rectificaciones. Las fortalezas regionales eran evidentes, eran el campo de dominio de unas élites
que lograron suficiente relevancia. Marco Palacios lo ilustra muy bien en su artículo “La
fragmentación regional de las clases dominantes en Colombia: Una perspectiva histórica”. Pero a
pesar de la fortaleza de las élites que se enfrentaron al Estado nacional, éste seguía siendo el gran
referente. Fue el gran referente no sólo para las élites y caudillos de la época, sino que lo es también
para todo aquel historiador que pretenda estudiar la historia política de nuestro país, aunque lo haga
desde una perspectiva regional.
Por ello, hoy día pareciera haber un consenso entre quienes estudian historia, y es la necesidad de
seguir manteniendo dicha tensión entre lo regional y lo nacional, para comprender de manera más
compleja y completa nuestro devenir. Pues como menciona Jorge Orlando Melo, “una óptica
puramente nacional puede conducir a ignorar parte importante del proceso político del país y a
deformar su significado”, pues los lentos procesos de cambio en la vida política regional, iba
generando profundas transformaciones en las formas de organización política nacional. Situaciones
que se pierden de vista cuando la mirada se dirige únicamente a la acción del Estado central.
Finalmente, Melo hace un llamado a que la interrelación entre lo regional y lo nacional no puede
dejar de lado otras facetas, por ejemplo, el importante proceso de sub-regionalización que tiene una
explicación en los intereses de élites locales y pueblerinas. Es decir, es necesario resaltar el
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componente de “la localidad”; “todo estudio concreto que haga énfasis en uno de los niveles deberá
estar siempre atento de lo que ocurre en los demás niveles, a los hilos que unen una historia regional
con los patriciados de los pueblos o con las fuerzas políticas nacionales”.
La clave estaría en la formulación de las preguntas problemas, por ejemplo, ¿cómo se conformaban
las instituciones políticas regionales?, ¿cómo surgían grupos dirigentes y cómo consolidaban su
poder?, ¿qué clase de redes políticas locales constituían?, ¿en qué clase de identidades, historias
locales, ideologías, solidaridades familiares se apoyaban?, ¿qué relación tenían los grupos de
políticos locales con los grupos socio-económicos dominantes? Las respuestas a este tipo de
preguntas implicarían: proceso de identificación de hechos regionales, que influyeron en la
conformación del Estado nación; el caudillismo, por ejemplo, entendido como antítesis de los
partidos; golpes de estado y revolución; organizaciones sociales tales como, sociedades
democráticas, que reemplazaron los partidos o creó ficción de su existencia; creación-constitución
de “Estados soberanos”, producto de la unión de provincias, que reclamaron y obtuvieron su
soberanía.
Las anteriores preguntas y respuestas se refieren particularmente al contexto del siglo XIX
colombiano, sin embargo, es posible ajustarlas para otros periodos históricos. Para este caso,
propongo a continuación un acercamiento a la aplicación de lo que propone el autor del artículo,
pero aterrizado al problema de investigación al que vengo acercándome, que sería la de
“Organización social urbana alrededor del tema de la vivienda” a finales de la década de los setenta
y toda la década del ochenta del siglo XX. Organización que negocia, pero también cuando es
necesario cuestiona y confronta el poder central para la obtención de su exigencia-necesidad.
Cuestionaban o desconocían los procesos electorales, llamaban a no votar, pues “el que escruta
elige”; más bien le apostaban a un poder más autónomo y prefigurador de un nuevo orden social y
político.
El proceso regional en que está enmarcado, sería el de la migración masiva de población rural a las
ciudades, lo que lleva a un crecimiento urbano, junto con la presión social por la obtención de
vivienda. Algunas preguntas que surgen, en ese sentido, son ¿cómo absorber esa mano de obra
creciente?, ¿en qué sector productivo?, ¿el sector industrial demandaba tal mano de obra? Una
hipótesis ante este grupo de preguntas, refiere a que la construcción como sector económico, le daba
un importante dinamismo para esa época en las ciudades, y particularmente la construcción de
vivienda promocionada desde el Estado, desde el Instituto de Crédito Territorial ICT, en el Área
Metropolitana de Bucaramanga.
En relación a la construcción del Estado-nación, mencionaría lo siguiente, en el marco de la guerra
fría surgen una serie de organismos multilaterales, rectores del “nuevo orden mundial” de la
posguerra, como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, que generaron
propuestas como la Alianza para el Progreso, con el que buscaron invertir ingentes recursos para
dinamizar la economía en los países en los que tenían influencia, y con esto generar condiciones
que evitaran la expansión del comunismo. Estos recursos se invirtieron en buena medida en los
procesos de urbanización para atender las olas migratorias provenientes del campo.
Estos procesos, junto con los que se dieron de manera autónoma, por fuera de los lineamientos
formales, aportaron a conformar una nueva realidad del Estado-nación en donde se empezaba a
invertir la relación de población en el ámbito rural y urbana. Surgía de manera acelerada y en buena
medida desordenada el país urbano. Para este caso, “el caudillo” identificado, fue el sacerdote
salvatoriano Guillermo Mesa Velásquez, que desde la iglesia de los pobres, apoyó en la
construcción comunitaria del barrio Zapamanga de Floridablanca, Santander. Finalmente se podría
articular, esos fenómenos más locales/barriales, a procesos regionales de protesta social, como el
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Paro de Nororiente, o de procesos organizativos como la Coordinadora de Movimientos Cívico-


Populares, o del Movimiento Político A Luchar.
La anterior propuesta sería un ejemplo de cómo aplicar la propuesta metodológica que de cierta
manera estudia Alfonso Valencia Llano, para el caso del Valle del Cauca.

La historia local desde la perspectiva de la sociología de los regímenes


Armando Martínez Garnica

El artículo analiza la historia local a partir de la sociología de regímenes propuesta por Fred Spier y
clasificada por Norbert Elias. El texto analiza los aspectos políticos, ambientales y personales en
ámbitos locales. El autor expone la funcionalidad explicativa y analítica del concepto, y lo
instrumentaliza en el caso de la fundación y el ámbito social de San Juan Girón (Santander,
Colombia) en el siglo XVII.
La historiografía local es un ejercicio de representación histórica cuyo tema fundamental es un
lugar. La descripción física del lugar, que fue una ocupación tradicional de la geografía. Lo
propiamente histórico, de lo que nos ocupamos, es de los hombres en sociedad. Lo secundariamente
histórico es el mundo, horizonte de sentido construido socialmente. Así que una historia de los
lugares parecía ser un despropósito historiográfico.
Los conceptos de Historia local y microhistoria, son constructos recientes, que refieren al estudio de
un reducido tamaño de comunidades pueblerinas. El uso del concepto llama la atención, sin
embargo, llevaría a inútiles comparaciones con “grandes historias”. Ambos neologismos conducen
la confusión conceptual, a la ambigüedad e indefinición. Pero se hace necesario evitar estas
dificultades, y para ello los conceptos deben ser unívocos en las comunidades científicas.
Bloch afirmó “la historia es siempre historia de los hombres”; “el buen historiador se parece al ogro
de la leyenda. Ahí donde olfatea carne humana, ahí sabe que está su presa”. La llamada historia
local, si quiere ser historia, debe buscar a los hombres. Pero, ¿cuáles son los hombres de su interés?
Don Luis González dijo que su microhistoria de San José de Gracia trataba de una “comunidad
minúscula, mestiza y huérfana de una región montañosa”. Esta idea de comunidades minúsculas
que habitan localidades específicas puede servirnos para identificar a la clase de hombres propios de
la historia local.
Lo común es un atributo de todos en un grupo, un elemento de homogeneidad social. Por ello, al
hablar de comunidades tendemos a imaginar grupos sociales de reducido tamaño, muy homogéneos
en sus modos de decir, hacer y representar. Por ejemplo, imaginamos con facilidad que los
habitantes de Uribia, en la alta Guajira, son una comunidad. Esta comunidad, perfectamente
localizada en una península del mar Caribe, ejemplifica bien los claroscuros del tema fundamental
de la historia local. Pues problematiza los tres atributos descriptivos asignados a las comunidades
objeto de la microhistoria: el tamaño minúsculo, su condición mestiza y su orfandad. En realidad,
en su origen lo que tenemos es una autoridad que impone un régimen político sobre los hombres y
anuncia un proceso de civilización de las costumbres y de transformación de un régimen anterior,
acompañado de un renombramiento del mundo previamente conocido.
Puede que en su origen un poblamiento local sea minúsculo, bien aborigen o bien mestizo, pero
nunca estará huérfano de autoridad divina o secular. En realidad, es una autoridad la que funda el
poblamiento de un lugar y lo conduce efectivamente en alguna dirección. Armando Martínez afirma
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que toda fundación de una comunidad política local tiene que tener un conductor, alguien que
establezca el régimen del hacer, del decir, y del representar en el sitio.
Norbert Elias advirtió alguna vez que los procesos socialmente conducidos no son planeados por
alguien en particular, así hayan contribuido muchos a provocarlos. Son las múltiples interrelaciones
y posiciones de los individuos en una figuración social, los cambiantes equilibrios de sus poderes
contrastados, los que van conduciendo en alguna dirección no planeada el movimiento de toda la
sociedad, con mucha frecuencia en direcciones no deseadas por nadie. Es así como la historia local
puede salvarse si convenimos en entender que los atributos de homogeneidad elegidos por el
historiador son modos institucionalizados y regidos del decir, del hacer y del representar de un
grupo que ha sido conducido tras una posibilidad de existencia colectiva libremente elegida.
En general, las personas hacen parte de un gran número de regímenes que se traslapan mutuamente,
cuyo número aumenta en la medida en que avanza la diferenciación de una sociedad, al punto que
“mientras mayor es el número de regímenes de los cuales los hombres hacen parte, más crece la
necesidad de disponer de un comportamiento flexible para que se pueda adaptar a las diversas
condiciones”. Fred Spier formuló la sociología de los regímenes respondiendo tres preguntas
básicas:
1. ¿Cómo se forman los regímenes? Cuando un grupo de hombres experimenta un problema
colectivo y trata de resolverlo, establece sin planearlo mucho ciertos compromisos de
comportamiento que se corresponden con un liderazgo asumido por quien tiene una oportunidad de
poder conducir y regir al grupo, de tal modo que se forman unos vínculos de dependencia social
asociados a patrones de conducta social. Los regímenes son entonces compromisos sociales que se
establecen, aunque éstos no concuerden con los deseos particulares de todos los implicados,
asociados a unas oportunidades de conducción y ordenamiento regido ejercidos por algunas
personas.
2. ¿Cómo es que se reproduce la existencia de los regímenes? Todos los regímenes generan efectos
no deseados ni esperados que obligan a nuevas acomodaciones y reformas, desarrollándose en una
dirección no planeada el proceso de mantenimiento de los vínculos de dependencia y la orientación
de los dirigentes, al punto que los regímenes desarrollados cada vez son menos un resultado de
esfuerzos planeados para resolver problemas directamente experimentados.
3. ¿Cómo desaparecen antiguos regímenes? Cuando un grupo de personas experimenta demasiadas
dificultades en la conservación de un determinado régimen porque no resuelve el problema básico
de una manera conveniente, o porque el problema ha sido resuelto ya de algún modo, disuelven sus
vínculos de dependencia y los patrones de conducta tradicionales para proponer unos nuevos que se
corresponden con un nuevo liderazgo orientado a la resolución del mismo problema o de otro.
Si adoptamos el concepto de régimen como una posibilidad de contar con un concepto que aumente
el distanciamiento de nuestra perspectiva analítica, como quería Norbert Elías para las ciencias
sociales. En correspondencia con esta clasificación, pueden distinguirse tres grandes clases de
regímenes: ambientales, políticos e individuales. No sobra recordar que estos regímenes no deben
entenderse como cosas, sino como acciones humanas encaminadas a conducir y gobernar grupos de
tamaño diverso para resolver los problemas universales de la condición humana.
La historia local podría superar su tradicional estrategia descriptiva de paisajes, número y
clasificación de personas e instituciones, si atiende al análisis de los regímenes en la comunidad
seleccionada, con lo cual la tríada temática requiere un enfoque conjunto de las historias política (el
estar juntos los unos con otros diversos), ambiental (la resolución colectiva de los problemas del
ecotopo) y social (la resolución de las tensiones entre los autocontroles individuales y las
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compulsiones sociales). En todo caso, la historia local está muy lejos de ser simplemente la historia
de “un lugar”. El caso de la ciudad de San Juan Girón, fundada durante la cuarta década del siglo
XVII en la jurisdicción de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, puede servirnos para
aplicar a su historia local la perspectiva de la sociología de los regímenes.
Don Juan de Borja llegó a la convicción de que la solución definitiva del problema de los indios
rebeldes del valle medio del río Magdalena requería de la fundación de una ciudad, cuyos vecinos
se encargarían de establecer un régimen político sobre los indios flecheros. Así fue como propició el
proyecto de establecerla en la provincia de los indios carares, pues serviría de plaza de
abastecimiento a los transportadores de las harinas que salían de la villa de Leiva hacia el río
Magdalena. Este proyecto fue concedido al capitán Pedro Núñez de Lozada, uno de los hacendados
y comerciantes de la villa de Leiva asociado a los comerciantes de harinas en el puerto de Mompóx.
Pero ocurrió que los vecinos de Vélez, encabezados por Diego Chacón de Luna, contradijeron este
proyecto porque la nueva fundación caía dentro de los términos de la jurisdicción del cabildo
veleño. En marzo de 1629 fue realizada una nueva incursión por las riberas de los ríos Sogamoso y
Lebrija contra los yariguíes que aún sobrevivían, acusados de seguir obstaculizando la libre
navegación hacia el río Magdalena, esta vez capitaneada por el maestre de campo Francisco
Mantilla de los Ríos, a la sazón alguacil mayor y regidor de la ciudad de Vélez. Fue entonces
cuando el capitán Mantilla de los Ríos solicitó la aprobación de unas capitulaciones que le
otorgarían licencia para establecer un puerto en el río Sogamoso y para cobrar durante cuatro vidas
los derechos de bodegaje y puerto, así como para poblar una nueva ciudad “en el río Sogamoso o en
cualquier parte”, pudiendo repartirle a quienes se avecindasen en ella solares, huertas, estancias e
indios de encomienda.
Para entonces, ya don Sancho de Girón había reemplazado a don Juan de Borja en la presidencia del
Nuevo Reino de Granada. Por tal motivo, el capitán Mantilla de los Ríos renovó su solicitud de
aprobación de las capitulaciones propuestas con dos cartas marcadas: la primera, sugiriendo que la
ciudad a fundar llevaría el apellido del nuevo presidente y, la segunda, pidiendo la anexión del
distrito minero de los ríos del Oro y Lebrija a su jurisdicción, “con gran provecho de Su Majestad
pues los indios lavadores han informado que el alcalde mayor de minas de Pamplona nunca venía a
administrar el río del Oro” por la gran distancia que mediaba entre este río y las vetas de dicha
ciudad.
El régimen de la gobernación provincial, así como el del cabildo “justicia y regimiento” local,
habían sido establecidos con todas las formalidades jurídicas. Pero existía una anomalía: el sitio
escogido para la fundación estaba localizado dentro de los términos jurisdiccionales del cabildo de
la ciudad de Pamplona. Fue así como el 27 de enero de 1631 se presentaron ante el alcalde mayor
de minas de Bucaramanga los dos diputados enviados por el cabildo de Pamplona (Andrés de
Velasco y Diego Jiménez) para defender su jurisdicción. Cuando los dos diputados le solicitaron al
gobernador de San Juan Girón respetar la jurisdicción de la ciudad de Pamplona sobre los lugares
de Bucaramanga y Bucarica, éste dictó un auto expulsándolos del lugar.
Los argumentos de los pamploneses contra el gobernador y los vecinos del río del Oro que lo
habían apoyado en el proyecto eran contundentes, de tal suerte que el presidente Sancho de Girón
debió ordenar, el 21 de febrero de 1631, que se suspendiera el poblamiento de la ciudad de San Juan
Girón y que se le restituyese al alcalde mayor de las vetas de Pamplona, don Fernando de Montoya,
su jurisdicción sobre el distrito del río del Oro y Bucarica. Mantilla de los Ríos debería limitarse a
cumplir las capitulaciones sobre pacificación de los indios yariguíes y demás asaltantes del río
Magdalena, y aquellas “que no conciernan al derecho de las ciudades de Vélez y Pamplona”.
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Así terminó el primer intento de fundación de la ciudad de San Juan Bautista de Girón, sin que ello
significase la pérdida del derecho de existencia que la cláusula quinta de la capitulación concedía al
alguacil mayor de Vélez, el maestre de campo Francisco Mantilla de los Ríos. Sin embargo, el
régimen legal de la existencia de la ciudad de San Juan Girón sobrevivió a la muerte del primer
gobernador, pues se había pactado el derecho a su ejercicio por dos vidas.
Los términos con la jurisdicción pamplonesa fueron puestos en el río del Oro, que de hecho
pertenecían al cabildo de Vélez. Este cabildo le hizo a Mantilla de los Ríos “gracia y donación” de
sus términos del río del Oro “atendiendo a las conveniencias que se le seguían de la dicha mi
fundación”. Este gobernador estableció un puerto sobre el río Sogamoso y fabricó bodegas en él,
fundando además su hacienda de cacaos, caña y trapiche junto a dicho río y a ocho leguas de
Bucaramanga.
El régimen político del gobernador de San Juan Girón garantizó en adelante el control de los indios
flecheros y una navegación más segura por los ríos Sogamoso, Lebrija y Magdalena, donde fueron
instaladas algunas bodegas y más tarde algunos capitanes aguerra. El traslado de la ciudad al sitio
que hasta hoy en día ocupa, se realizó el 30 de diciembre de 1638 conforme a la cláusula quinta de
las capitulaciones originales que autorizaba al gobernador a fundar la ciudad en el río Sogamoso o
“en otra cualquier parte que me pareciere a propósito para su permanencia y seguridad del dicho río
Grande de la Magdalena”. No se trató de una nueva fundación sino, como argumentaría en 1667 el
procurador general Domingo Gutiérrez, de “una traslación conforme a sus capitulaciones, que se
halla confirmada y aprobada por el gobierno superior de este Reino”.
Este movimiento del asentamiento de la ciudad de San Juan Girón por tres sitios (Zapamanga,
Pujamanes y Macaregua) ha provocado muchos equívocos en la historiografía local, los cuales se
resuelven desde la perspectiva del Derecho Indiano: la fundación de una ciudad era un acto jurídico
que establecía un régimen legal para repartir indios de encomienda, tierras y sitios de minas. No se
trataba entonces de un acto arquitectónico, si bien la traza de los solares era parte de las ceremonias
jurídicas que establecían el régimen legal de la nueva fundación.
La fundación de la ciudad de San Juan Girón fue, antes que todo, el establecimiento de un régimen
político que facultaba al gobernador para repartir a los miembros de su hueste tierras en su
jurisdicción, establecer puertos en los ríos Sogamoso y Lebrija, y someter a los indios yariguíes a su
dominio. Pero el problema de las relaciones interpersonales con los vecinos pamploneses, planteado
como conflictos por jurisdicción entre los dos cabildos y con el alcalde mayor de las minas del
distrito de Bucaramanga y río del Oro, fue uno de los más importantes del régimen político fundado
en la idea de las jurisdicciones de los cabildos hasta sus últimos términos.
Los conflictos jurisdiccionales entre gironeses y pamploneses llegaron a su fin en 1670, gracias al
auto de delimitación de los términos gironeses emitido por el presidente Diego de Villalba y
Toledo. El régimen político que pesaba sobre los indios desde el siglo XVII ya era el del peonaje, lo
cual suponía las sonsacas del pueblo de indios de Bucaramanga y del lejano pueblo de Guaca,
tradicional abastecedor de peones de las haciendas de la jurisdicción de Girón. La caída de la
producción aurífera en el río del Oro, reducida a un mazamorreo de pocos beneficios, facilitó las
sonsacas.
En relación al régimen ambiental, pese a las resistencias de los pamploneses, la fundación de la
ciudad de Girón estimuló la colonización de las feraces tierras comprendidas entre los ríos
Sogamoso y Lebrija, pues se entablaron haciendas en las márgenes de dichos ríos y en el río Negro,
cuyas producciones de cacaos y mieles de caña se dirigían en canoas hacia el mercado momposino.
Primer Informe Historia Frank Bautista
Regional II

Las actividades económicas de la ciudad giraban en ese entonces alrededor del sector agrario y del
comercio, aunque la pequeña minería de aluvión nunca dejó de explotarse. La posibilidad de
navegación que ofrecían los ríos Cañaverales (Lebrija) y Sogamoso durante buena parte del
recorrido hasta llegar al Magdalena, convirtió a Girón en una especie de puerto fluvial interno
donde se asentaban los principales comerciantes de la región y donde se acopiaba y distribuía buena
parte de la producción regional y de las mercancías importadas.
El autor concluye que, en realidad, la historia local es mucho más que la simple historia de un lugar.
Para empezar, es la historia de una sociedad de pequeño tamaño que ha tenido que enfrentar los tres
tipos fundamentales de problemas con los cuales todos los hombres tienen que lidiar: los del
ecotopo en el que desenvuelven sus vidas, los de sus interdependencias interpersonales, y los de la
autorregulación de sus conductas personales. A cada una de esta clase de problemas tiene que
responder con las tres formas fundamentales de control, es decir, de regímenes ecológicos, políticos
e individuales capaces de conducir y gobernar las acciones sociales e individuales.

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