DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA, PLANTEL MÉXICO. NÚMERO 88 ENERO-ABRIL 1997 DESCARTES Y EL MATERIALISMO
Alain lacques Vizier, Departamento de Humanidades Universidad de Puerto Rico en
Mayagüez Si dices la verdad [ ... ] no pierdo nada al perder la vida. Soy poco más que una bestia a la que mediante golpes y poca comida se le enseñó a bailar. Nietzsche Este autómata está compuesto por numerosos órganos mecánicos e intelectuales, lo que destina a los obreros a no ser más que sus accesorios conscientes. Marx Descartes recurre a la noción de autómata para establecer dos tesis problemáticas sobre el hombre. Su primera tesis aparece como corolario de las consideraciones acerca del trozo de cera en la segunda Meditación. La misma es de orden epistemológico y constituye un repdio, tanto del lenguaje ordinario como de las formas acostumbradas del juicio. Podemos enunciarla hiperbólicamente de la siguiente manera: aquello que llamamos hombre, o aquello que parecemos percibir como tal, sólo designa y no es tal vez más que un espectro o una máquina : Si por casualidad yo[.. ]mirara a través de una ventana los hombres que pasan por la calle, a la vista de los cuales no puedo dejar de decir que veo hombres, del mismo modo que digo ver la cera; pero mientras tanto, ¿qué veo desde esta ventana sino sombreros y abrigos que pueden cubrir espectros u hombres fingidos que se mueven mediante resortes? (Méditations li, t. IX-1, 25) La segunda tesis, en la cual Descartes se refiere al funcionamiento mecánico comúnmente atribuido a los autómatas, está expuesta en su último texto (las pasiones alma). Consiste en establecer la existencia en la imaginación, y por lo tanto en el pensamiento (ya que imaginar no es, en un sentido, más que una forma de pensar), de una actividad casi automática (o casi mecánica) que no excluye el azar y que escapa a la voluntad: Entre las percepciones provocadas por el cuerpo, la mayoría depende de los nervios, pero también existen algunas que no dependen en ninguna manera de éstos, y que llamamos imaginaciones, al igual que aquéllas que acabo de mencionar, cuya diferencia reside, sin embargo, en el hecho de que nuestra voluntad no se utiliza para formarías; lo que indica que dichas percepciones no pueden ser atribuidas a las acciones del alma; y no proceden más que de los espíritus agitados de forma diversa que al encontrar rastros de varias impresiones que precedieron en el cerebro, se encaminan impredeciblemente por ciertos poros en lugar de otros. Tales son las ilusiones de los sueños y de los ensueños que tenemos mientras estamos despiertos cuando nuestra mente yerra negligentemente sin aplicarse a nada de sí misma. (Les passions de l´áme 1, art. 21, 344-5) La integración recurrente de ambas tesis sobre los autómatas en un contexto metafísico y las consecuencias que Descartes deduce de las mismas, en cuanto al fundamento de la subjetividad y a la determinación conceptual del sujeto, marcan un momento en la historia del pensamiento que varios estudios recientes no han sabido explicar de forma satisfactoria. Descartes experimenta,sin duda, una fascinación que se puede comparar con la de sus contemporáneos en cuanto a los espectáculos -a las trampas, los artificios y los artefactos- de los autómatas' . Él tampoco es el primero en descubrir en el hombre un conjunto de procesos automáticos idénticos a los que se encuentran en los animales o en las construcciones realizadas por las artes mecánicas e hidráulicas Sin embargo, a través de estas tesis, es decir, a través de la reformulación de los principales postulados de los humanistas -mediante la impugnación de su cuestionamiento sobre el hombre y el sujeto (el mismo cuestionamiento que Montaigne sistematiza en la Apología de Raimond Sebond o en sus últimos Ensayos, al igual que Charron en sus comentarios sobre la sabiduría)- y a través de la relectura insólita y antiescolástica que propone sobre Aristóteles, Descartes tiende a restituir, más allá de las consignas que él invoca , un pensamiento eminentemente tradicional del sujeto -mucho menos revolucionario que el pensamiento de sus predecesores humanistas o el de algunos de sus sucesores . Mediante la integración y la inversión de una serie de elementos materialistas en su filosofía, al provocar un giro a los descubrimientos de sus contemporáneos sobre el funcionamiento de las máquinas, Descartes toma como propósito explícito el restituir una tesis ortodoxa -sustancialista- del sujeto, contradictoria a sus premisas materialistas y fundamentalmente ajena a un "pensamiento del exceso" (incompatible con el cuestionamiento radical del pensamiento que Paul de Man y Louis Marin encontraban en los Pensamientos de Pascal) . las lecturas post-heideggerianas de las Meditaciones, a pesar de poseer gran belleza poética, parecen haber olvidado dicha ortodoxia y, de ahí en adelante, haber especulado erróneamente sobre el desmoronamiento de la "sustancia cartesiana" en el acto de cogito -desmoronamiento concebido por estas lecturas como señal del cierre de la metafísica: No proponemos otra cosa sino verificar el siguiente enunciado: la instauración cartesiana del Sujeto corresponde, mediante la más forzosa necesidad de su propia estructura, al agotamiento instantáneo de sus posibilidades de esencia. La erección y la inauguración mismas del Sujeto provocaron el desmoronamiento de su sustancia. No solamente éstas la [sic] provocaron, sino que el desmoronamiento de su sustancia pertenece a la erección del Sujeto. Más aún: ego sum sólo se estableció a través de cogito, y cogito (qué error el haber dicho el cogito ... ) nunca pudo haber existido excepto por su "punta" que es la de un "exceso inaudito y singular, de un exceso hacia lo indeterminado, hacia la Nada y lo Infinito, de un exceso desbordando la totalidad de lo que se puede pensar" (Jacques Derrida), Togito et histoire de la folie", L'écriture et la différence [Paris. Seuil, 19671, 87). A lo que añadiremos: de un exceso desbordando originalmente y ante todo la posibilidad misma de pensar el pensamiento. En efecto, la cuestión del sujeto en la obra de Descartes es inseparable de la relación ambivalente entre su filosofía y el materialismo. Los Lógicos de Port-Royal lo entendieron completamente aislando, en el centro del cartesianismo, la existencia de dos campos -subjetivo y político cuyo solo encuentro permite dar un lugar al hombre con relación a los autómatas . Durante mucho tiempo habría de creerse que esta ambivalencia caracterizaba el modernismo filosófico. Sin embargo, ¿no es ésta más bien una de las últimas defensas que el clasicismo pudo erigir para contrarrestar los efectos corrosivos del cuestionamiento de algunos humanistas, un cuestionamiento -verdadero aportador del modernismo- que Pascal y Spinoza supieron rescatar después de Descartes? Ésta es al menos la sospecha que Jacques Lacan expresó hace algunos años. Consecuentemente, es necesario dedicarnos a comprender tanto el sistema de incorporación de estas tesis sobre los autómatas en la filosofía cartesiana como la conceptualización del sujeto y las determinaciones ideológicas que las mismas implican. En la segunda Meditación, la evocación de los autómatas aparece como una digresión de segundo grado. Ella marca una interrupción momentánea de las reflexiones sobre el trozo de cera que ya constituían un desvío, un extravío, en comparación a las preguntas concernientes al conocimiento de sí mismo que se encuentran en el portal de la mencionada meditación . Descartes justifica de esta manera la doble digresión: poco después del inicio de la meditación, el sujeto que medita decide, por estrategia o por economía, dar rienda suelta una última vez a su espiritu (suspender la necesidad de dudar que caracteriza la primera Meditación), con el fin de establecer eventualmente un mejor control sobre sí mismo (Méditations II, t.IX-1, 23). Mediante este desvío del pensamiento, esta digresión en el orden del discurso, Descartes pretendemostrar la ilusión epistemológica de aquél -el pensamiento desenfrenado, en dicho acontecimiento- que identifica el conocimiento (la acción de juzgar) y la operación mecánica de los sentidos o de la imaginación. las reflexiones sobre el trozo de cera permiten denunciar, si no la contradicción interna que reside en la afirmación de un conocimiento sensible o imaginativo, por lo menos la creencia en una distinción mayor de las cosas presentadas por los sentidos o la imaginación (Méditations II, t. IX-1,24). Descartes conjura esta creencia con el fin de redefinir los límites de lo verdadero (las normas del conocimiento) y encontrar, lo más segura y rápidamente posible, una confirmación de las respuestas relativas a la definición de la subjetividad que él acaba de proponer (a saber: "yo soy una cosa que piensa", "no soy este conjunto de miembros al que llaman cuerpo humano"). Es metódicamente en vano definir al hombre dialécticamente como un animal racional: "ya que más tarde habría que buscar lo que significa animal y lo que significa racional, así de una sola pregunta pasaríamos insensiblemente a una infinidad de otras preguntas más difíciles y confusas, y no quisiera desperdiciar el poco tiempo y el ocio que me quedan debatiendo estas sutilidades" (Méditations ll, t. IX1 t 20). De hecho, cuando el sujeto medita no puede sustituir una búsqueda sensible (búsqueda permitida por la doble digresión) por la dialéctica platoniana, ya que las reflexiones sobre el trozo de cera lo llevan a notar que un objeto o un cuerpo, cualquiera que sea, no puede ser conocido nada más que una vez "se haya desvestido" y "considerado completamente desnudo" -es decir al ser entendido como una cosa extendida o extensión-: Pero cuando distingo la cera de todas sus formas exteriores, y que del mismo modo como si le hubiese quitado sus vestidos, la considero desnuda, ciertamente, aunque aún se pueda encontrar algún error en mi juicio, no la puedo concebir así sin un espíritu humano. (Méditations II, t. IX-1, 25) Esta conclusión se aplica al hombre: al mirar los transeúntes a través de una ventana, digo ver hombres y, sin embargo, ¿qué veo sino sombreros y abrigos que pueden cubrir autómatas? Nada externo, en mi percepción, me garantiza la existencia de diferencias entre el hombre y la máquina. Es debido al poder de abstracción -de desnudez- que reside en el pensamiento, que el sujeto meditando juzga que se trata de hombres verdaderos: "yo juzgo que son hombres verdaderos; y así entiendo, por medio del poder que reside en mi espíritu, aquello que creía ver con mis propios ojos" (Méditations II, t. IX-1, 25). La digresión sobre los autómatas permite a Descartes deshacerse definitivamente del exterior, de la exterioridad, como forma del conocimiento sensible. El origen del conocimiento no se sitúa en los sentidos, sino únicamente en una "inspección del espíritu", un "juicio" -cuya función consiste en quitar los "vestidos", las "formas exteriores", la cubierta sensible de las cosas- . Más específicamente, la evocación de los autómatas le sirve para deshacerse de la extensión, de los cuerpos -siendo el cuerpo una máscara, un vestido que cubre la desnudez, la sustancia- y, en general, para poner entre paréntesis "todo lo que se encuentra fuera de mi", todo lo que se encuentra fuera de la sustancia pensante, del sujeto meditando: es decir, para rechazar fuera de sí ese exterior del pensamiento en el cual el individuo hubiese podido disolver plenamente su figura, su imagen. Una vez establecido que el sujeto que medita puede ser concebido, y por consecuencia ser (fórmula del cogito), sin nada ajeno a su pensamiento, la meditación continúa lógicamente en el orden de los seres inmateriales. Y si más tarde, allá hacia el final de sus meditaciones, ese mismo sujeto encontrara en la extensión un cuerpo que él siente más que los demás, su relación con ese cuerpo tomaría la forma ineludible de la unión de dos sustancias completamente heterogéneas. Pero en la segunda Meditación, la referencia a los autómatas le impide definirse con relación a una imagen exterior de sí mismo, ya que nada le garantiza la distinción ni a fortiori la verdad de esta imagen. En esta investigación centrada en la subjetividad nada hace pensar que exista un exterior del pensamiento, y mucho menos que el orden del pensamiento pueda ser concebido como un autómata. Nada externo le garantiza al sujeto meditando la realidad misma de lo que llamamos hombre. Ahora bien, si el sujeto que medita se libera de ese exterior, como los héroes cornelianos -imitando los preceptos morales y políticos del neoestoicismo-, si él excluye, mediante la evocación de los espectros y los autómatas, la ilusión constitutiva de la imaginación que permitiría conocer al hombre por su sensibilidad, es precisa y paradójicamente porque el hombre, concebido del exterior o desde el punto de vista de la extensión, como lo afirma la ciencia física clásica que Descartes consiente casi incondicionalmente, no es nada más que un autómata. la digresión que Descartes nos presenta en la segunda Meditación -evocación -de un hombre que, desde su ventana, al ver pasar por la calle aquello que aparenta ser un hombre, no quisiera sin embargo concluir de la apariencia a la realidad, por temor a equivocarse- no es por lo tanto arbitraria ni figurativa, ni siquiera ficticia. En la sección del Tratado del mundo titulada "El hombre" -un tratado que él considera demasiado innovador y que nunca publicó durante su vida- Descartes dedica un largo pasaje a la descripción de los autómatas, o más bien, a la reconstrucción de la maquinaria del cuerpo (humano): Ahora bien, a medida que esos espíritus entran en las cavidades del cerebro, de ahí pasan a los poros de la sustancia, y de los poros hacia los nervios ;donde a medida que entran, o que tienden a entrar más bien dentro de unos que dentro de otros, los mismos tienen la fuerza de cambiar la figura de los músculos en los cuales se encuentran los nervios, provocando así el movi . miento de todos sus miembros. Como usted pudo haberlo notado, en las cavernas y en las fuentes que se encuentran en los jardines de nuestros Reyes, la fuerza del agua saliendo de su manantial es suficiente para mover en esos lugares diversas máquinas, y hasta para hacerlas tocar algunos instrumentos o pronunciar palabras, según la disposición de los tubos que dirigen el agua. Es ciertamente posible comparar los nervios de la máquina que describo con los tubos de la maquinaria de dichas fuentes, sus músculos y sus tendones con los otros mecanismos y resortes que provocan el movimiento, sus espíritus animales con el agua que los mueve, cuyo corazón es el manantial, y cuyos agujeros son las cavidades del cerebro. Además, la respiración, al igual que otras actividades naturales y ordinarias, que dependen del curso de los espíritus, son como los movimientos de un reloj o de un molino, cuya continuidad se debe a la corriente regular del agua. Los objetos externos, que con su sola presencia actúan en contra de los órganos de sus sentidos, y que de este modo la destinan a moverse de maneras diferentes, según la disposición de las partes de su cerebro, son como unos Extranjeros que, al entrar en ciertas cavernas de dichas fuentes, causan sin pensarlo los movimientos que tienen lugar en su presencia: ya que sólo pueden entrar pasando sobre ciertas losas tan expresamente dispuestas que, por ejemplo, si se acercan a una Diana que se baña, ellos la harían ocultarse tras los arbustos; y si pasan más allá con el propósito de perseguirla, un Neptuno vendría hacia los forasteros y los amenazaría con su tridente; o si van hacia otro lado, un monstruo marino aparecería y vomitaría agua en sus rostros; o cosas parecidas, según el capricho de los ingenieros que las crearon. (Traité du monde, "L'homme", t. XI, 130-131) El modelo de este mundo de máquinas y de autómatas hidráulicos, donde el hombre actúa sin saberlo y expermenta quizás placer al ser sorprendido o al hacerse ilusiones, ha sido expuesto por Salomón de Caus en Les raisons des forces mouvantes . Su Problema XXVII analiza el funcionamiento de las máquinas de la caverna de Neptuno. las estadías de Descartes en los jardines principescos de Alemania (1619-20) lo familiarizaron con otros inventos técnicos de Caus. Descartes conocía también, además de las descripciones que Agripa había realizado sobre los autómatas de Dédalo o de la cabeza de bronce parlante de Alberto el Grande, las observaciones de Montaigne en su Journal de Voyage: Entre esos dos estanques, existe un espacio de diez pies de ancho cubierto de madera; a través de esa madera, hay muchos pequeños tubos de bronce casi imperceptibles. Mientras las damas se divierten viendo jugar al pez, alguien suelta un resorte: de repente, todos los tubos lanzan un poco de agua a la altura de un hombre y mojan los zapatos y los muslos de las damas. En otro lugar donde hay una fuente particular, mientras usted la mira, alguien abre la llave de pequeños tubos imperceptibles que le lanzan de cien lugares diferentes pequeño chorros de agua al rostro, y sobre dicha fuente se puede leer este proverbio en latín: Quaesisti nugas, nugis gaudeto repertis . Sin embargo, lo que para Montaigne era del orden de la curiosidad, del juego o del placer, resulta problemático y portador tanto de rareza como de claridad en la obra de Descartes , ya que sustituye un espectáculo en el cual el hombre aún sabe reír y burlarse de sí mismo por un problema filosófico muy serio que concierne la ilusión y, más allá del conocimiento, el poder y el dominio. De hecho, en la segunda Meditación, Descartes nos muestra que no se puede definir al hombre con una vaga imagen de sí mismo, aun si esa imagen está inscrita en el cuadro de una ventana, y redobla la representación, imitando a los pintores holandeses y españoles. Existe entre el hombre y su imagen una ilusión constitutiva que le impide estar seguro de que se trata verdaderamente de hombres y no de espectros o de máquinas movidas mediante resortes y que aparentan ser humanos. Desprenderse de dicha ilusión es dejar de ser ese Extranjero que penetra en el "jardín de nuestros Reyes" y pone en movimiento, sin darse cuenta, un mundo fantástico y extravagante del cual es motor, pero sobre el cual reconoce, sin embargo, no poder influir. Aún más, a través del reconocimiento de la ilusión constitutiva de lo real el sujeto que medita podría llegar a producir una imagen crítica del hombre esa ilusión que lo hace tomar como hombre lo que no es probablemente, en resumidas cuentas, más que un espectro o un autómata, o lo que Racine llamó años más tarde: monstruo o forma monstruosa . He ahí por qué, literalmente, en la segunda Meditación, la digresión sobre los autómatas no es ficticia. Pues, supongamos que Descartes se asoma por la ventana y que mira los transeúntes que pasan por la calle, en realidad él sólo vería autómatas autómatas a los cuales, tal vez por costumbre, Descartes habría de llamar hombres . Efectivamente, lo que lograría percibir de los transeúntes sería sólo lo exterior: un funcionamiento puramente mecánico de cuerpos que no necesariamente se pueden suponer animados, series de máquinas complejas unidas unas a otras y que forman, en su unidad, un mecanismo análogo al de un reloj: Quisiera que consideraran, después de todo esto, que todas las funciones que he atribuido a esta Máquina, tales como la digestión de carnes, los latidos del corazón y las arterias, el sustento y el crecimiento de los miembros, la respiración, la vigilia y el sueño; la recepción de la luz, de los sonidos, de los olores, de los gustos, del calor y de otras cualidades similares, por parte de los órganos de los sentidos externos; la impresión de sus ideas en el órgano del sentido común y de la imaginación; la retención o la huella de esas ideas en la Memoria; los movimientos interiores de los apetitos y de las pasiones; y por último, los movimientos externos de todos los miembros, que siguen en el momento preciso tanto las acciones de los objetos que se presentan a los sentidos como las pasiones y las impresiones que se encuentran en la memoria, que imitan tan perfectamente que parecen ser los movimientos de un hombre verdadero; deseo, repito, que ustedes consideren que todas estas funciones son naturalmente el resultado, en dicha máquina, de la disposición de sus órganos, al igual que los movimientos de un reloj o de otro autómata, de la disposición de sus contrapesos y de sus ruedas; de manera que no hay necesidad de concebir en ella ninguna otra Alma vegetativa, ni sensitiva, ni ningún otro principio de movimiento y de vida que no sea su sangre y sus espíritus agitados por el calor del fuego que arde constantemente en su corazón y que no es de una naturaleza distinta a todos los fuegos que se encuentran en los cuerpos inanimados. (Traité du Monde, L´homme", t. XI, 201 202) En fin, ninguna de nuestras acciones exteriores puede asegurarles a aquéllos que las examinan que el cuerpo no es solamente una máquina que se mueve por sí sola, sino que existe además en él un alma que tiene pensamientos, salvo las palabras u otros signos emitidos relacionados con los temas que se presentan, sin referirse a ninguna pasión. ("Au Marquis de Newcastle" 23/11/46, Correspondance t. IV, 574) En las Meditaciones, la asimilación de los transeúntes y los autómatas es entonces la expresión de otro concepto de lo real que se refiere directamente a la ciencia cartesiana. Nadie comprendió mejor que Lewis Mumford el giro técnico y cultural marcado por la integración del reloj (el modelo del autómata) a la ciencia, y particularmente en el seno del cartesianismo . Lacan y Jean Claude Beaune le deben mucho . Seguramente, los siglos dieciseis y diecisiete marcan un momento decisivo en la historia de la mecánica: la crítica de la organización científica, heredada en gran parte de los griegos, da origen tanto a una nueva mécané como a una proliferación de máquinas técnicas inéditas la máquina calculadora de Pascal, el nuevo mecanismo de relojería inventado por Huygens (el péndulo cicloidal), o también los descubrimientos de Spinoza con respecto a la fabricación de los vidrios de los microscopios y de los lentes . Al introducir, en un plano que parecía estable y familiar, una extraña fuerza que rápidamente cuestionó la imagen que el hombre se había hecho de sí mismo y de las cosas, máquinas y autómatas modificaron lo real, la estructura de lo real no solamente la visión del mundo que los individuos proyectaban de sí mismos, sino también los fundamentos epistemológicos de la ciencia . Esta modificación trata de tres elementos mayores: 1) las relaciones de los individuos con el mundo o la naturaleza en general; 2) las relaciones sociales entre los individuos; y 3) las relaciones del individuo consigo mismo. Alternativamente, los conceptos del autómata y de la máquina se fueron extendiendo y aplicando al mundo y a la naturaleza, a las relaciones entre los hombres, y al hombre en sus relaciones consigo mismo. El hombre, la sociedad, la naturaleza fueron ya sea concebidos como series de máquinas complejas conectadas unas a otras y funcionando según las leyes del contacto o de los choques; o, al contrario, como máquinas inventadas por un hábil ingeniero que contenían en sí mismas el principio de su propio movimiento, al haberse atribuido una autonomía relativa. Este nuevo paradigma científico mantiene, sin embargo, relaciones complejas con los principios anteriores de comprensión de la vida. Montaigne, en su Apologia de Raimond Sebond y más tarde Charron, en el primer libro De la sabiduríaa , al sintetizar las discusiones sobre la supuesta diferencia de naturaleza entre el hombre y el animal (o sobre la afirmación de una superioridad del hombre), al preguntar de qué son capaces los cuerpos: "Todo lo que vemos en esos cuerpos nos maravilla. "Quae molitio, quae ferramenta, qui vectes, quae machinae, qui ministri tanti operis fuerunt?' ¿Por qué los privamos de alma, de vida y de discurso?" (Essais II, 12, 451), reaccionaban a las presuposiciones sustancialistas de la filosofía escolástica (Essais II, 12, 449; De la sagesse 1, 34, 218). la Apología examinaba a partir de la constatación de la identidad del plan de la naturaleza ("Es una misma naturaleza que sigue su curso" [467]) y de los afectos (476), o hasta de la existencia de una "mayor diferencia de un hombre al otro que de un animal al hombre" (466), la constitución material e histórica real de las formas de ser y de pensar de los individuos. Al tratar de explicar esta constitución compleja, Montaigne cuestionaba así la imagen tradicional del pensamiento: "Añado que nuestra misma sabiduría y consultación sigue mayormente la conducta del azar. Mi voluntad y mi discurso se mueven a veces de una manera o a veces de otra, y algunos de esos movimientos son regidos sin mi intervención. Mi razón tiene impulsos y agitaciones diarias y casuales" (Essais III, 8, 934). La identificación cartesiana de la bestia, del cuerpo humano y de las máquinas debió lógicamente haberse inscrito bajo esa línea crítica. El pensar habría sido entonces concebido, tanto en su materialidad como en su historia, en términos de un plan de naturaleza, de autómatas o de actividad mecánica (machinique). De hecho, la rareza de las tesis de Descartes sobre los autómatas, el poder de impugnar virtualmente el pensamiento y la subjetividad que las mismas envuelven, no tardaron en ser percibidos por sus contemporáneos. Sus reacciones aparecen en varios escritos, entre otros, en las Objeciones: Si usted dice que los perros no saben si corren o si piensan, además de que usted lo dice sin probarlo, tal vez sea cierto que ellos nos juzgan de la misma manera, es decir, que nosotros no sabemos si corremos o si pensamos cuando realizamos alguna de las dos acciones. Ya que, en fin, usted desconoce cuál es la forma interior de actuar que ellos poseen, ni tampoco ellos ven cuál es la suya; y ha habido grandes personajes en el pasado, y aun en nuestros días, que no le niegan la razón a las bestias. Falta mucho para que podamos persuadimos de que todas sus operaciones pueden ser suficientemente explicadas por medio de la mecánica, sin atribuirles ni sentido, ni alma, ni vida, pero, por el contrario, estamos dispuestos a sostener [..] que es una cosa totalmente imposible y hasta ridícula. Y finalmente, si es cierto que los simios, los perros y los elefantes actúan de esta manera en todas sus operaciones, habrá quienes digan que todas las acciones del hombre son similares a las de las máquinas, y que ya no reconocen en él sentido ni entendimiento; si la poca razón de las bestias difiere de la del hombre, esto no es más que por una diferencia cuantitativa que no cambia para nada la naturaleza de las cosas. (Sixiémes Objections t. IX-1, 219) A estas objeciones, Descartes responde invocando tres series de argumentos: 1) ningún equívoco es posible entre el hombre y los animales, ya que el hombre posee una razón de la que gozan hasta los mismos insensatos en ciertas ocasiones: ninguna máquina podría "utilizar palabras u otros signos al componerlos, tal como nosotros lo hacemos para expresar nuestros pensamientos a los demás" . Ni aun las máquinas más perfeccionadas, sin actuar jamás por conocimiento sino solamente por la "disposición de sus órganos", dejarían de revelarnos, en algún momento, el artificio (la artificialidad o la falta de raciocinio) de su funcionamiento (Discours de la méthode V, t. VI, 57); 2) cada hombre experimenta inmediata y conscientemente que piensa. El raciocinio desarrollado en las Sextas objeciones es entonces un paralogismo: no es sorprendente que se le quite el pensamiento al hombre si se cada hombre experimenta inmediata y conscientemente que piensa. El raciocinio desarrollado en las Sextas objeciones es entonces un paralogismo: no es sorprendente que se le quite el pensamiento al hombre si se establece que el pensamiento humano es idéntico a los movimientos de los espíritus que se encuentran en los animales. Pero precisamente nada prueba la necesidad de conservar esta proposición: "el hombre y la bestia operan de la misma manera" (Sixiémes Réponses t. IX-1, 229; Quatriémes Réponses t, IX-1, 07-9); 3) finalmente, tanto los postulados como las implicaciones de una filosofía materialista (Epicuro, Demócrito, Lucrecio) son inacepta-bles: son simples proyecciones (o expresiones) de un "fal-so prejuicio del cual todos estamos impregnados desde nuestro nacimiento" ("A Morus" - 5/2/49 Correspondance t. V, 271-2). Estas respuestas quitan, al menos para noso-tros, toda ambigüedad. Por un lado, Descartes extiende el paradigma técnico y científico del autómata al conjunto de los cuerpos -incluyendo el cuerpo del hombre, que no goza consecuentemente de ningún privilegio con rela-ción a los demás cuerpos-. Al transformar el esquema de circulación de la sangre establecido por Harvey y al pen-sar de manera diferente la naturaleza del corazón, Descar-tes confirma, en realidad, la tesis de los cuerpos autóma-tas (Discours de la méthode V, t. VI, 46-56). Pero, por otro lado, al certificar la existencia de una razón y de una voluntad heterogéneas al orden de los cuerpos, Descartes sustrae al hombre de toda determinación material e histórica. Una determinación material e histórica no existirá verdaderamente más que en los niños, los ancianos, tal vez las mujeres, los insensatos, o en los sueños, la vida ordinaria, y más generalmente cada vez que el hombre no pueda utilizar su razón o cuando experimente la acción de los movimientos de su cuerpo (de los espíritus anima-les). Para Descartes, el pensamiento (razón, voluntad) no puede ser comprendido en términos de automatismo: el pensamiento no tiene más determinación que él mismo (libertad concebida como libre albedrío), o bien cuando éste es determinado por el exterior, esa determinación es accidental y no esencial. Mientras que las tesis de Mon-taigne y de Charron sobre los animales y los cuerpos to-maban todo su sentido de la critica que éstas permitían dirigir a la filosofía y de la impugnación que realizaban del sustancialismo y de la imagen ortodoxa -inmaterial, no histórica (o no acostumbrada)- del pensamiento, Des-cartes da al modelo del autómata su mayor extensión, para mejor sustraer, paradójicamente, al hombre de ese automatismo. Sólo su cuerpo es autómata, como todo cuerpo, pero a partir de dicha identidad de los cuerpos no se puede deducir una identidad del pensamiento, ya que el pensamiento es una sustancia heterogénea a los cuer-pos que sólo el hombre posee. Con Descartes, la "crisis" de identidad introducida mediante el pensamiento del mecanismo, la transformación necesaria de la imagen de sí mismo -la dignidad del hombre (en el sentido de Pico de la Mirándola) - implicada por el pensamiento cientí-fico de los siglos dieciséis y diecisiete, desaparecen por un tiempo: la identidad clásica del sujeto es restaurada gracias a ese dominio de un pensamiento heterogéneo -tal vez gracias al funcionamiento de otra máquina: Deus ex machina-. Y, sin embargo, aun en ese punto, todo puede rebotar. De hecho, Descartes nunca pudo sustraer la totalidad del pensamiento del autómata. Debido a la insistencia de Elizabeth, Princesa Palatina, y de Cristina de Suecia, y a pesar suyo, Descartes, al final de su vida, se ve obligado a volver a pensar en ese problema. Podemos encontrar su exposición en Las pasiones del alma. En ese tratado, Descartes rebasa la afirmación de un automatismo limitado al cuerpo en el hombre para presentar la existencia de un automatismo propio del pensamiento. Este revela un se-gundo autómata en el hombre. No solamente el cuerpo es autómata -Descartes hace recordar eventualmente los elementos generales su física, a saber: Tomó todos los miembros pueden ser movidos por los objetos de los sen-tidos y por los espíritus sin la ayuda del alma" (artículo XVI) - pero la mayoría de los encadenamientos del pensamiento son también automáticos. Este automatismo del pensamiento es precisamente lo que él llama una pasión: existen en el alma pensamientos cuya causa y existencia no se explican a través del libre albedrío, sino mediante un movimiento automático correspondiente específicamente a aquél que existe en el cuerpo: Me parece que se pueden definir generalmente [las pa-siones del alma] como: percepciones, o sentimientos, o emociones del alma que se atribuyen a la misma y que son causadas, mantenidas y fortificadas por algún mo-vimiento de los espíritus. (Les passions de l´áme, art. XXVII, t. XI, 349) Descartes no inventa esta teoría de las pasiones. Si él a veces pretende haber hecho tabula rasa de los conocimientos y haberse liberado no solamente del animísmo y del hermetismo, sino también de la escolástica o del aris-totelismo, le sucede, sin embargo, producir análisis muy cercanos a los de sus predecesores. De hecho, en su opúsculo titulado Movimiento de los animales, Aristóteles dejaba ya entrever esa descripción automática de las pasiones en los seres dotados de vida -los animales- incluyendo al hombre: Tal es la manera en que los animales son incitados al movimiento y a la acción, siendo el deseo que se forma bajo la influencia de la sensación, la imaginación o reflexión, la causa última del movimiento. Cuando se aspira a la acción, uno es influenciado ya sea por el apetito o la impulsión, o por el deseo o la voluntad, para hacer algo o reaccionar. Se sabe que los autómatas se mueven mediante un ligero impulso; una vez que las cuerdas en tensión se liberan, se desencadenan las ruedas que se mueven unas contra otras, y el pequeño carruaje siendo empujado en forma recta por el que lo monta, a pesar de eso, toma un movimiento circular porque sus ruedas no son iguales (la más pequeña desempeña el papel de centro, de la misma manera que los rodillos). Los animales se mueven de esta forma. Ellos tienen, en efecto, órganos del mismo género, el sistema de tendones y huesos, estos últimos parecidos a los pedazos de madera y al hierro de las máquinas, mientras que los tendones son como cuerdas: una vez que se liberan y se aflojan, los animales se mueven. Desde este punto de vista, para Aristóteles, y más tarde para Descartes, no hay ninguna oposición entre el animal, el hombre y la máquina o el autómata, sino una complementariedad. Esta asimilación del hombre y el autómata despoja al hombre de una parte de sí mismo que lo define en cuanto a sus relaciones con los demás, pero también con la más Intima relación consigo mismo -su deseo, un deseo que desde entonces le escapa y frente al cual, al no poder ser el ingeniero, se convierte en extranjero-. Sin embargo, este acuerdo entre Aristóteles y Descartes sigue siendo puntual. Fénelon, al hacer notar el principio sobre el cual descansa su acuerdo (a saber que "la materia no piensa"), no se demorará en hablar de la ironía de este encuentro: "Créanme, concluye Aristóte-les, no discutamos más, ya que los dos perderíamos nuestro latín". De hecho, Aristóteles permite a Descartes la realización de una sintesis entre su concepción de los cuerpos autómatas y la exigencia moral y política fundamental que surge de los debates sobre el estoicismo. De esta síntesis atestigua la conclusión de la parte teórica de Las pasiones del alma-"No hay alma tan débil que no pueda, al ser bien dirigida, adquirir el poder absoluto de sus pasiones": Ya que con un poco de industria se pueden cambiar los movimientos del cerebro en los animales desprovistos de raz6n, es obvio que se puede aún más en el hombre; y que aquéllos que tienen las almas más débiles podrían lograr el dominio absoluto de sus pasiones, si se utilizara la industria suficiente para zurrarlas y guiarlas. (Les passions de l´áme art. L, t. XI, 370) Para demostrar la posible existencia de este imperio muy absoluto de sí mismo o de los demás ("si se le pusiera bastante industria") Descartes inventa una pequeña glándula situada en el centro del cerebro donde el alma de cada individuo encuentra su sede principal: Pero, al examinar cuidadosamente la cosa, me parece haber obviamente reconocido que la parte del cuerpo en la que el alma ejerce inmediatamente sus funciones no es el corazón, ni tampoco el cerebro, sino solamente la más interna de sus partes, que es cierta glándula minúscula situada en el medio de su sustancia, y que está tan suspendida sobre el conducto por el cual los espíritus de sus cavidades anteriores se comunican con los de la posterior, que los más mínimos movimientos que se encuentran en ella pueden cambiar el curso de los espíritus, y recíprocamente que los más mínimos cambios del curso de los pensamientos pueden cambiar los movimientos de esta glándula. (Les passions de l´áme art. XXXI, t. XI, 352) Esta pequeña -glándula trabaja sobre el cuerpo de la misma manera que un fontanero sobre los circuitos hidráulicos que dirigen el movimiento de los autómatas: "Y, finalmente, cuando el alma racional se encuentra en esta máquina, la misma establecerá su sede principal en el cerebro y será como un fontanero, que debe estar en los agujeros donde se terminan todos los tubos de las máquinas cuando quiera provocar, impedir o cambiar de alguna manera sus movimiento? (Traité du Monde, "L'homme" t. XI, 131-2). los lectores de Descartes no se equivocaron: el deseo de dominio absoluto, la invención de una pequeña glándula para esos efectos, la posición privilegiada -la sede- asignada al alma en el cuerpo no constituyen simples metáforas. La identificación de los cuerpos con los autómatas, el control que el fontanero ejerce sobre ellos no se refieren solamente a un imaginario social que estructura las ficciones o las fantasías de Descartes, ni a un desconocimiento parcial de la naturaleza atribuido al estado de la ciencia en la primera mitad del siglo diecisiete. Los instrumentos teóricos, los personajes filosóficos (los autómatas, el fontanero, la pequeña glándula) que Descartes inventa u "observa", corriendo el riesgo de contradecir los descubrimientos de sus contemporáneos (sobre la circulación de la sangre, la existencia del vacío y el equilibrio de los líquidos), son los desarrollos lógicos de sus posiciones morales (formación del sujeto) y políticas-de su neoestoicismo-. Spinoza realizó temprano un análisis notable de este aspecto del cartesianismo: La mayoría de los que hablaron de los sentimientos y de los conductos humanos parecen tratar, no sobre cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la naturaleza, sino sobre cosas que estarían fuera de la naturaleza. Mejor aun, podría decirse que ellos conciben al hombre en la naturaleza como un imperio dentro de otro ... En una reflexión sobre los "órdenes de grandeza", los Lógicos de Port-Royal también revelaron el doble paradigma -político y moral- presente en la teoría cartesiana de los autómatas: Y para demostrar lo que [las personas sedientas de reconocimiento] buscan y adoran, sólo hay que considerar que si hubiese en el mundo un solo hombre que pensara, y que el resto de los que tuvieran figura humana fuesen estatuas autómatas, y que además ese único hombre razonable, teniendo conocimiento que esas estatuas que se parecen a él en el exterior carecen de razón y de pensamiento, supiera sin embargo el secreto para moverlos mediante resortes y para obtener todos los servicios que obtenemos de los hombres; podemos creer que ese hombre se divertiría viendo a veces los movimientos que te provoca a las estatuas: pero ciertamente él nunca sería capaz de encontrar placer o gloria en los respetos exteriores que él recibiría de ellas. (Logique, 111- 112) Descartes sustituye la relación entre el fontanero y los autómatas por la imagen del alma que dirige una nave. la posición de poder o de dominio cambió relativamente: ya no se trata de un ejercicio exterior de poder (sobre el otro) durante el cual aquél que lo ejerce permanece indiferente y no es afectado por el exterior. Por el contrario, el dominio es entonces comprendido en términos de las relaciones de fuerzas internas, si el interior es interpretado como el producto de la unión de sustancias que componen los sujetos. Pero, los privilegios del sujeto son restituidos: la relación entre el sujeto consigo mismo -regulada por un pensamiento que posee un libre albedrío, sustancialmente diferente a los cuerpos, que consecuentemente escapa a las determinaciones materiales e históricas- se vuelve instrumental. La constitución del sujeto se puede explicar a través de esa instrumentalidad. Sin embargo, la extensión del modelo de los autómatas hacia todos los cuerpos, en el cartesianismo, tuvo como consecuencia práctica fraccionar el pensamiento. Una parte del pensamiento es explicada como un movimiento automático: no solamente los sueños, la vida ordinaria, sino también el conjunto de los afectos, mientras que el pensamiento "puro" depende de otro orden: el del libre albedrío. Esta zona reservada del pensamiento y que escapa al orden de los autómatas permitió, al menos por un tiempo, la ilusión ideológica del dominio de sí mismo. Antes de la crítica de Heidegger en torno a la técnica, Marx supo demostrar la fragilidad de dicha construcción: si las condiciones de producción lo permitieran, las relaciones de dominio entre el hombre y el instrumento técnico tendrían la oportunidad de invertirse Benjamin Coriat, después de Althusser, relató las últimas fases de esta inversión en L´Atelier et le chronométre y L´Atefier et le robot . Sin embargo, según las presenta Heidegger, las nociones de sumisión y de alienación con respecto a la técnica descansan sobre la subsistencia del mito instaurado por el cartesianismo, no una mecanización (machinisation) del hombre, sino una humanización de la máquina. Simondon lo analizó muy bien: En todos los puntos de vista expuestos sobre las máquinas, hay una humanización implícita de la máquina cuya fuente profunda es este cambio de papel; el hombre había aprendido a ser el ser técnico hasta el punto de creer que el ser técnico al concretizarse comienza a jugar de forma abusiva el papel del hombre. Las ideas de sumisión y liberación están demasiado ligadas al viejo estatuto del hombre como objeto técnico como para corresponder al verdadero problema en torno a la relación entre el hombre y la máquina El cartesianismo no agotó las modificaciones necesarias del sujeto y del pensamiento que el autómata llevaba consigo. A lo mejor, este movimiento humanizó dicho modelo técnico y científico. Otros pensadores sabrían encontrar, más allá del cartesianismo, un verdadero autómata en el pensamiento: Leibniz y sus máquinas pensadoras -que sin duda no son más que una extensión teórica de la invención pascaliana de la máquina aritmética: "el instrumento suple al defecto de ignorancia o de poca costumbre, y, con movimientos necesarios, él solo hace, sin siquiera la intención del que lo utiliza, todos los compendios posibles de la naturaleza, todas las veces en que los números se encuentran allí dispuestos". Pascal y Spinoza multiplicaron las rupturas críticas introducidas por Montaigne y Charron. Spinoza propuso una teoría modal (es decir asustancial) de los individuos y analizó geométricamente el funcionamiento del pensamiento, como también de la ética y de lo político, en términos de quasiautómata espiritual -"nisi quod nunquam, quod sciam, conceperunt, uti nos hic, animam secundum certas leges agentem, et quasi aliquod automata spirituale. Pascal llegó a representar el cuadro. que Descartes daba a sus meditaciones: "¿Qué es el yo? un hombre que se asoma por la ventana para ver los transeúntes; si yo paso por ahí [nótese que yo toma aquí el lugar del autómata], ¿puedo decir que él se asomó para verme? No; porque él no piensa en mí particularmente...". Una parte muy importante del texto que él proyectaba escribir (la "apología") debía analizar el funcionamiento del pensamiento en términos de máquina y de autómata. Esta fuerza crítica, Diderot, Condillac, Casanova, pero también Villiers de I´Isle-Adam, Lautréamont, Poe, Kafka, Duchamp y Roussel, Jarry y los surrealistas, y otros más, la tomaron como centro de sus obras. En Marot, Rabelais, Montaigne: Vécriture comme présence, Gérard Defaux demuestra cómo Derrida y sus discípulos se equivocaron en torno al cuestionamiento de la presencia y del sujeto realizado por estos humanistas . Al aplicar nociones neoheideggerianas y de Derrida sobre las Meditaciones, esos mismos críticos no supieron explicar más adecuadamente la constitución cartesiana del sujeto. Las tesis que Descartes defiende sobre los autómatas le quitan al pensamiento toda posibilidad de exceso. Las mismas confieren al sujeto la posibilidad inmediata de "pensar el pensamiento" (sobre esa posibilidad el sujeto se constituye en su meditación). Pero la inmediación sólo es posible una vez que el espacio de exclusión es postulado -el espacio de la no-palabra y del no-pensamiento de los locos, las mujeres y en general los seres que no disponen del libre albedrío-. Ahora bien, después de los humanistas, tanto Pascal y Spinoza como algunos pensadores contemporáneos (Michel Foucault, Alain Badiou, Gilles Deleuze y Félix Guattari) demostraron la importancia epistemológica de los procesos excluidos del pensamiento por los filósofos "racionalistas". Mejor aun, para ellos, sólo un pensamiento que se refiere a las condiciones materiales e históricas de producción puede pensarse en términos "de exceso", al menos ensayarse, o darse una distancia crítica con relación a sus realizaciones históricas.
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