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FIESTAS DE ENERO TEXTOS HISTÓRICOS

LA FERIA DE SAN SEBASTIÁN. Anselmo Amado

Desde luengos años que se pierden dentro de su añeja historia, la ciudad cuatricentenaria
de San Cristóbal, bella capital del Táchira, viene celebrando casi sin ninguna interrupción sus
tradicionales Ferias y Fiestas de Enero en honor a su patrono el glorioso mártir San Sebastián, cuya
semidesnuda imagen atravesada por certeras flechas, preside estos amables festejos. Hoy,
precisamente, Día del Patrono, comienzan en San Cristóbal las celebraciones anuales, a las cuales,
desde el presente año, se les ha cambiado el nombre por el de La Feria de San Sebastián, lo que
nos parece muy bien, pues les da más señorío y las envuelve en un ambiente de atracción y de
curiosidad para los forasteros y aún para los propios tachirenses.

Como es sabido, las Fiestas de San Cristóbal están siempre llenas de colorido y ofrecen un
espectáculo encantador y sugestivo. Hasta hace pocos años los reinosos que venían de las altas y
frías regiones colombianas, llenaban las calles centrales de la ciudad con sus pintorescos batanes,
especie de mercado libre en el que se ofrecían gruesas y confortables ruanas y cobijas de lana,
sobrecamas, sillas de montar primorosamente labradas y bordadas, bocadillos de Vélez, conservas
de Moniquirá, mecates, manzanas, uvas, queso reinoso, carne paipana, instrumentos musicales,
bestias de silla y de carga y multitud de otras cosas curiosas a la par de que útiles y “funcionales”,
como las llamarían en lenguaje moderno. Ahora esos menesteres los ejerce, en una gran mayoría,
los comerciantes y venduteros locales, pero no dejan de tener su gracia y atractivo.

Los paseos en la mañana, al mediodía y en la tarde, encabezados por jacarandosas bandas


musicales y por los Capitanes de las Fiestas, llenan los aires de alegría que se contagia y se
acompaña con los estruendosos morteros, recámaras y voladores (cohetes explosivos) y la
multitud acude a regocijarse con estas sencillas demostraciones de entusiasmo colectivo. No
sabemos si lo hacen ahora, pero en años pasados dichos Capitanes visitaban por la mañana los
Institutos de Beneficencia (Asilo de Ancianos, Asilo de Huérfanos y otros similares), para llevar
hasta ellos el eco de los festejos y el obsequio oportuno demostrativo de la innata bondad del
tachirense. También se asistía al Bazar del Templo, organizado por las damas de la sociedad y con
la contribución generosa de los comerciantes e industriales locales, quienes aprovechaban esta
gran oportunidad para darle salida a cierta clase de mercancías, juguetes y artefactos que si no
eran de desecho, por lo menos mostraban que su permanencia en los estantes y mostradores
había sido un tanto larga, pues la amarillez, las arrugas y el óxido les daba a esos artículos una
venerables pátina que inspiraba el más profundo respeto, pero como el producto de su rifa por
medio de papelitos era para la “fábrica del Templo”, nadie presentaba inconvenientes para
aceptarlos y llevarlos a sus casas como curiosas piezas para el museo hogareño.

El paseo de la tarde a las 3, era para conducir a la cuadrilla de toreros hasta la plaza. Allí ya
estaban desde muy temprano los toros y novillos que lidiaban los diestros especialmente
contratados y alguno que otro “espontáneo”. Estas corridas, en aquellos tiempos, eran
sumamente pintorescas, pues además de las suertes convencionales del toreo clásico, se
efectuaban otras como la de Tancredo, la Suerte Blanca, las banderillas colocadas con la boca, el
hombre de paja (Buchetamo) que era zarandeado y golpeado por el toro sin sufrir gran cosa, los
saltos de garrocha sobre el toro, etc., todo lo cual, si no llenaba las exigencias del arte de la
tauromaquia, por lo menos despertaba entre la concurrencia viva emoción por el valor de los
protagonistas y por el deseo de estos de agradar al público. En medio de la plaza se colocaban
palos ensebados, piñatas, cajas de sorpresas y otras atracciones que constituían la delicia de la
chiquillería. En la última corrida de la temporada se echaba a su final un toro de los más bravos,
con una hermosa gualdrapa cuajada de monedas de distinta denominación, las cuales debían ser
atrapadas por los mozos más arriesgados y valientes, y, a la postre, el pobre toro quedaba
completamente dominado y sin fuerzas para defender el tesoro de su gualdrapa que era
finalmente disputado por todos los improvisados toreros y amansadores. Otro detalle del último
día de las Fiestas y que, gracias a Dios, no ha desaparecido, es la fastuosa y monumental “quema”,
en donde los artífices de la pirotecnia lucen sus habilidades llenando el cielo de alucinantes y
multicolores luces y fuegos de artificio que cierran el ciclo de las festividades con brillo y esplendor
inusitados.

En este año de 1965, las corridas de toros de la Feria de San Sebastián revestirán un
atuendo de lujo y maravilla, pues van a ser presentadas valiosas y prestigiosas figuras
internacionales del toreo, lo cual ha despertado un gran entusiasmo en todo el país y ha
movilizado a multitud de personas aficionadas a la fiesta brava, quienes se trasladarán a San
Cristóbal a prestigiar la Feria que dejará, a no dudarlo, muy buenos y agradables recuerdos y
sentará un poderoso precedente que servirá de incentivo para que las próximas Ferias de San
Sebastián se vayan superando y atrayendo a las multitudes que tendrán en el sano ambiente de
San Cristóbal, muchas satisfacciones y recibirán siempre las tradicionales y cordiales atenciones de
los habitantes de nuestro querido terruño.

Publicado en “El Nacional”. Caracas, 19 de enero de 1965.

FIESTAS DE ENERO de 1897

Como se había anunciado en programa que para el efecto circuló, se efectuaron estas
pomposas fiestas, quedando sumamente satisfechos tanto los de esta población como las demás
vecinas. Demasiado fue el orden que se observó debido a la actividad de nuestro amigo Gral.
Joaquín Quintero, Jefe Civil de esta ciudad. El programa quedó lleno en todos sus puntos, menos
en dos; ni la luz eléctrica se exhibió, ni el Vitascopio del célebre electricista norteamericano
Edison. Las dos bandas “Sucre” y “Junín” tocaron lo mejor de su repertorio selecto. Las dos
quemas de pólvora, regulares. El teatro estuvo muy concurrido el día 20, pero la pieza
representada por la Compañía de Zarzuela le faltaba ensayo; no así el Hombre Transformista señor
don Antonio Flores, quien dejó al público completamente satisfecho. Es necesario verlo para
juzgar de la limpieza con que trabaja.

EL ORIGEN. San Cristóbal, 19 de febrero de 1897

SAN CRISTÓBAL. FIESTAS DE ENERO. 1877

¡OTRO LA DICE!

Pasaron ya las tan mentadas fiestas de la capital del Táchira, y solo quedó el recuerdo de
los gastos que ellas causaran en las distintas clases sociales y los gravísimos perjuicios ocasionados
a la agricultura y a las familias, como que en esos ocho días, de perenne parranda para el pueblo,
nadie hace otra cosa que divertirse a todo el ancho de la carpeta: los hacendados se ven obligados
a parrandear también porque en todos esos ocho días hay un eclipse total de peones y de
cogedoras de café en sus respectivas posesiones; las familias pasan sus malos ratos porque las
ciudadanas cocineras y las sirvientas hacen voto solemne de no poder ninguna tarde de toros ni
noche de chapaleo. Pocos, muy pocos son los que se utilizan de las fiestas; de tal modo que si por
ellos fuera, viviríamos en perpetua GUACHAFITA. Ese es un gremio que todos conocemos.

Si por mala suerte del Estado yo lograse ser Diputado a la Asamblea Legislativa, y por una
de tantas anomalías de la vida consigo hacerme el GALLO de la Cámara, he de inmortalizar mi
nombre presentando un proyecto de ley o decreto en que se prohíba en absoluto la bárbara
costumbre de eso que llaman juego de toros, como contraria a la moral y a la civilización, y como
perniciosa para la sociedad, disponiendo también que ninguna clase de fiestas o distracciones
populares pase de tres días, porque con tres días de fiestas hay para hacerse el más ávido de
regocijos y placeres. Tres días bastan y sobran para ver todo lo que aquí se ve en nuestras
tradicionales fiestas, las cuales han sido son y serán siempre: novillos capeados y coleados en la
Plaza Bolívar; (1)…

(1): En el presente año no hubo tales novillos sino toros y muy TOROS, y la plaza como en el
próximo pasado estuvo reducida a un perímetro de figura muy irregular a consecuencia de los
consabidos cuchitriles (con perdón de quien no acepta ese nombre), que todavía existen como una
protesta solemne y formal contra el ornato de una ciudad como San Cristóbal, que lleva fama de
culta y civilizada.

EL PORVENIR. SAN CRISTÓBAL, 3 DE FEBRERO DE 1877

EL PORVENIR. SC. 3 FEBRERO 1877

REVISTA DE LA CIUDAD

FIESTAS. – Hemos atravesado la temporada de fiestas sin novedad notable. San Sebastián,
el glorioso mártir matado a flechazos, debe de estar altamente complacido con los señores
miembros de la Junta directiva de fiestas. Y no es para menos. Nada falta, antes sobró algo. Qué
pandemónium de caritas, unas largas, otras anchas, rosadas, coloraditas, amarillas, negras,
tostadas y morenas; risueñas estas, aquellas melancólicas y todas ajadas. Pero lo más notable ha
sido el lujo hiperbólico y atroz de las musas alegres. Hubo algunas que diariamente lucieron un
traje nuevo y de gran valor. (¿?) ¡No se sabe!

La concurrencia de fiesteros fue asombrosa. La feria estuvo bien surtida, pues los paisanos,
burlando la actividad y la vigilancia del doctor Valderrama1, atravesaron el Estado de Santander y
1
Con motivo de haberse sabido que en la Frontera de la vecina República colombiana se iba a librar un
combate entre las fuerzas del Gobierno y las regeneradoras que están a las órdenes de los Generales Posada
y Valderrama, el General Figueredo tuvo necesidad de moverse con el resto de la guarnición de la frontera
hacia San Antonio y Ureña con el objeto de cubrir la línea y desarmar a los dispersos que pasasen al
territorio venezolano.
se presentaron en el floridoso valle de Santiago. ¡Y qué de chirimbolas, qué de cachivaches, qué de
teteros nos han traído! Cada tendal era una imaginación de poeta enamorado.

Por lo demás las fiestas se redujeron a chapaleos infernales, tenebrosos, horripilantes, y…


& - a toreo (que no fue tal), paseos a caballo, juegos de gallos 2 y (esto se dice en secreto) de tigre,
de billar, cacho, naipe, &. Las monas travesearon mucho, y se observó que en las calles públicas y
en las veras de los caminos había, tendidas en tierra, más mujeres que hombres, solemnemente
ebrias. ¡Avances de la libertad!

ALÍ BABÁ

LA PAZ DEL TÁCHIRA. San Cristóbal, 7 de febrero de 1888

El Presidente del Estado

El señor Doctor Carlos Rangel Garbiras, investido de este elevado carácter público, está
entre nosotros desde el día 23 de enero último, en que llegó a esta ciudad en medio de los
entusiastas aplausos de un pueblo, que ve en él, el triunfo de la justicia y de la moral, y garantía
bastante de la paz, del orden y de la prosperidad del Estado.

En todos los pueblos del tránsito, recibió los respetos y manifestaciones de simpatías a que
es acreedor, por el puesto que ocupa y por las honorables cualidades personales que le adornan.

Su permanencia en esta Sección será por el tiempo necesario para practicar la visita oficial
que le previene la ley.

La Paz del Táchira, saluda respetuosa y cordialmente al Magistrado y al amigo; y le desea


días bonancibles en el seno de su hogar y rodeado del pueblo tachirense, en donde goza de grande
y merecido prestigio.

LA PAZ DEL TÁCHIRA. San Cristóbal, 7 de febrero de 1888

Las tradicionales fiestas en San Cristóbal

Sin espacio suficiente y sin tiempo necesario para escribir una revista sobre el festival de
20 de enero del corriente año, tenemos por fuerza que ser muy breves y hacerlo a vuela pluma.

Pocas veces un Programa más lleno, más variado y más completo, que el que dio la
respetable Junta de fiestas en esta ocasión; y pocas veces, por no decir casi nunca, un programa
mejor cumplido; más aún: superó su realización a lo en él ofrecido.

Con motivo a la crudeza de la estación en diciembre último, se creía que la nueva plaza
central “GUZMÁN BLANCO”, no serviría para efectuar en ella los espectáculos públicos a que se la
ha destinado; empero no fue así; contra el rigor del invierno y contra la premura del tiempo, el
Gobernador de la Sección y las Juntas de construcción de la Plaza y la directiva de las Fiestas,

2
Es un disparate llamar JUEGO las peleas de gallos. Pero ya antes el Sr. Dr. Murillo en Colombia nos dio el
ejemplo llamando “retozos democráticos” las flagelaciones y matanzas ocurridas en el Cauca en 1851.
opusieron la voluntad de acero del modesto y patriota artesano señor Ruperto Prato, que aceptó
la grave responsabilidad de darla concluida. Centenares de trabajadores llevó Prato a la obra, y en
la mañana del 19 la antes fangosa plazuela presentó la hermosa vista de una plaza concluida,
amplia, amplísima, bajo un severo nivel, con su barrera, sus toldos y sus palcos, todo por arte de
magia. Pudiera decirse que Prato fue el Lesseps de la jornada.

Dijimos antes que la realización o cumplimiento del Programa superó, y ello fue así: las
Fiestas duraron tres días más de lo que allí rezaba, y tuvimos gente, buen humor y real para todo.
Para los negociantes gran abundancia de tejidos colombianos, bestias y ganados y todo lo que
constituye una feria bien provista; con respecto a pasatiempos, muchos y variados; y música a
toda hora pues tres Bandas hacían las delicias del festival; dos magníficos bailes, cabalgatas &&.

La presencia del primer Magistrado del Estado en esta capital y la de los dos Generales
Jefe de la frontera y Jefe del batallón de línea, han contribuido en mucho al entusiasmo y orden
sostenidos que reinaron en esos días, así como también la honra que nos dispensaron nuestros
hermanos de Cúcuta de Colombia en su concurrencia de este año. Habremos de agregar como
tributo de verdad, que el digno Jefe civil del Distrito, con su cuerpo de policía, supo llenar sus
funciones, pues que no ocurrió ningún hecho punible ni criminoso, común siempre en días como a
los en que nos referimos.

Harán por siempre época en los anales del Táchira las fiestas del 88.

EL FERROCARRIL DEL TÁCHIRA, San Cristóbal 3 de febrero de 1892

FIESTAS

A la vista del Acuerdo sancionado por el Concejo Municipal sobre feria y fiestas, y que ha
circulado con profusión, ocúrrasenos decir algo al caso, y habrá de perdonársenos que lo hagamos
en los términos que imprescindiblemente reclama la gravedad de la materia.

Esas tradicionales costumbres son sin duda uno de los medios que sirven de atractivo al
adelanto moral y material de los pueblos; pero los elementos de aquí y demás poblaciones
circunvecinas, se componen, lejos de producir efectos eficaces de mejoramiento público, forman
un conjunto de corrupción y de vicios, que rechaza la moral, por estar en abierta oposición con sus
saludables enseñanzas.

Así tenemos que para afrontar los gastos que se derivan de la organización de las fiestas,
figura como primer elemento el producto del remate público de los juegos de envite y azar con
autorización plena del Concejo Municipal. ¿Habrase visto mayor inmoralidad? Sin embargo, esa es
la costumbre y eso se hace entre nosotros, y así continuará verificándose quién sabe hasta
cuándo. Y lo más lamentable y que por tanto causa mayor tristeza es, que la parte más notable de
nuestra sociedad se presta acuciosa a fomentar esa inmoralidad, sin dejar de comprender, (y esto
es lo más grave) que así presenta a las familias un escandaloso espectáculo de corrupción y a sus
hijos una escuela de vicios. Sin desconocer lo funesto de los medios se hace uso de ellos,
apartando todo sentimiento de moral, para aprovechar sus lucrativos efectos. Máxima terrible,
que contrista el espíritu, pues que con ella se hace ilusoria toda tendencia de regeneración social.
¿Cómo posponer las inmoderadas raciones de costumbres perniciosas, a las sanas
prácticas de moralidad y de buena conducta, por el miserable producto de viciosas
especulaciones?

¡Qué idea tan triste y degradante formará de nuestra sociedad el extranjero que llegue a
San Cristóbal el 21 de enero y recorra la plaza principal que sirve de centro de acción de nuestros
regocijos públicos! Se encontrará, ni más ni menos, que con una exhibición de vicios, que no es
otra cosa lo que constituyen nuestras fiestas.

Y, ¿deberá una sociedad, como la muy respetable que ya existe en esta ciudad continuar
prohijando con detrimento propio, un escándalo semejante?

He ahí el tema principal de nuestro intento, que como se ve no trae consigo ninguna mira
de hostilidad, antes bien busca medios de alejar del seno de nuestra sociedad sus reacias y
perjudiciales costumbres.

Y así, ya que los Gobiernos se cuidan poco o nada de nuestro adelanto moral y material, y
antes que hacerlo autorizan con indolencia insólita actos tan inmorales como los que se
presencian y se ejecutan impunemente en los días de las fiestas, corresponde a la parte sensata de
nuestra sociedad estudiar la manera de armonizar los regocijos públicos con los moderadores
principios de civilización y cultura, para borrar de nuestras costumbres ese horrible espectáculo
que nos representa con la repugnante fisonomía de un pueblo esencialmente corrompido.

La licencia autoritativa para el mal, es una y sus funestísimas consecuencias no tienen


número y una vez en el abismo ya no hay remedio, mientras que la tendencia al bien ofrece
anchuroso campo, siendo los medios a su consecución y afianzamiento tan amplios y variados a la
vez, que no reclaman mayor esfuerzo, sino simplemente honradez de intención y sanos
propósitos.

¿Por qué el gobierno, antes que autorizar actos de descrédito, no dicta medidas
preventivas contra ese desbordamiento público a que se entrega desenfrenada la ciudadanía?
¿Por qué no reglamenta y ordena actos propios y dignos, que contrarresten con esas expansiones
indecorosas, que son el ludibrio de nuestra sociedad y la cenagosa fuente de donde dimanan
todos los vicios?

Nada más fácil que efectuar el cambio, dada la moderación y obediencia que caracteriza
la índole pacífica y sensata de los habitantes de esas comarcas. Véase como prueba lo que
acabamos de presenciar con respecto a las misas de aguinaldo, que a la primera insinuación, muy
digna de todo encomio, de los ilustrados y progresistas Curas de las Parroquias, dejaron de
celebrarse, como era de costumbre, con las mortificantes y peligrosas descargas de fusilería y
fuegos artificiales, que se quemaban a todas las horas del día y de la noche, y que obligaban a toda
la población a soportar la desagradable algarabía y los desafueros consecuenciales de tan inciviles
celebraciones.

¡Cuánto dinero invertido infructuosamente y sin embargo no tenemos templos! ¡Y cuántos


y cuán bien ornamentado los tuviéramos, si esas cuantiosas sumas se hubieran empleado en su
fabricación! ¿Qué mayor demostración de espíritu religioso y de amor al culto católico que
profesamos, que contribuir con nuestros mayores esfuerzos a levantar el edificio sagrado a donde
acudimos presurosos a oír la palabra divina, y a rendir homenaje al Todopoderoso?

Pero nunca es tarde, y ya que la salvadora medida está empezada, reforcémosla con
demostraciones públicas de aprobación; y vaya por tanto nuestras respetuosas felicitaciones a los
honorables sacerdotes que la iniciaron, y nuestras sinceras congratulaciones con el pueblo de San
Cristóbal, que, humilde y juicioso ha dejado demostrado en esta vez que sólo le hace falta quien
los sepa dirigir.

Otra de las pruebas de que nuestro pueblo es accesible a lo moral y que evidencia que no
está connaturalizado con la maldad es, que cuando por rareza tiene lugar algún acto literario, él
acude a presenciarlo con el recato y respeto debidos; de donde deducimos que de la falta de
cultura y moralidad que se nota en los días de las fiestas, sólo son culpables los que las autorizan y
reglamentan, que no son otros que el Concejo Municipal y la parte ilustrada de la población.

Necesario, pues, es convenir en que estamos hoy muy lejos de llegar a figurar en la escala
de los pueblos civilizados, sí, desposeídos en absoluto de todo sentimiento público, sólo se
procura sin reparar en los medios, el producto material que se adquiere con las negociaciones que
se efectúan.

Y no se nos venga a argumentar en contra, como ya y por desgracia lo hemos visto con
otros vicios de que adolecemos, de que esa es la costumbre y hay que seguirla; porque ¿qué
serían hoy los pueblos del mundo que han puesto en práctica los progresos de la civilización, si
dominados por la estoicidad brutal de la decadencia, hubieran seguido sus rutineras y bárbaras
costumbres?

Démonos pues, a la nobilísima tarea de despertar el espíritu público; rasguemos con el


brillante escalpelo del empuje social, la enmohecida y horripilante vestidura con que aprisiona el
gamonalismo indolente nuestro adelanto moral, atándolo al poste ignominioso de resabios
vituperables, y cumplamos con el deber sagrado que nos impone legar a nuestros descendientes,
antes que montones de dinero, el inapreciable tesoro de la educación moral, que es el sólido
fundamento de la salvación social.

Excitamos a los ilustrados padres de familia que forman parte de nuestra sociedad a que
emitan sus opiniones sobre esta trascendental cuestión, que con firme decisión, aunque es
desaliñados conceptos, lanzamos a la consideración pública, tan solo inspirados por un
sentimiento de amor patrio.

Egróstenes

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