Está en la página 1de 137

EL RETORNO

DE CRISTO

María Elena Sarmiento Vallejos

URSUS
EDITORES
“Cuando la joven estudiante de artes marciales se encontró con aquellos
misteriosos hombres, se enfrentó a una terrible encrucijada: Si deseaba
saber el secreto más preciado al que un ser humano podría acceder, el
misterio del retorno de Cristo a la Tierra, la condición era dejar todo
atrás.
Su decisión la llevó a librar el combate más grande de todos: Fue
arrastrada hacia la profundidad de su alma y a los rincones más ocultos
de la existencia, donde oscuros seres intentarían a toda costa impedir su
cometido.
Ella sabía que su descubrimiento podría hacer tambalear los
fundamentos de la propia Iglesia, porque una revelación semejante
sería de un incalculable valor. Pero la única forma de llegar a ella, sería
atravesando las puertas del infierno”.

María Elena Sarmiento, autora del libro Ver bajo el Agua, nos lleva ahora
al origen de su vasto camino espiritual. Exploradora incansable de los
fenómenos relacionados con la transformación de la conciencia, ha vivido
en Europa, Estados Unidos, y en el África profunda. Sus inquietudes la han
llevado a Egipto, Isla de Pascua, y diversos lugares sagrados de América
e incluso el continente Antártico investigando vestigios de antiguas
culturas. Ha dictado conferencias en distintos países y actualmente realiza
cursos donde imparte sus apasionantes descubrimientos espirituales.

–2–
EL RETORNO DE
CRISTO
María Elena Sarmiento Vallejos

URSUS
EDITORES

–3–
1ª Edición Marzo de 2021

Editor: Carlos Miranda Silva


Diseño y producción: Adolfo Torres Cautivo

ISBN 978-956-402-946-7

Derechos reservados © Copyright 2021, por Ursus Editores


Eduardo Castillo Velasco 2796 - Ñuñoa - Santiago de Chile

Impreso en Impresora Feyser - Santiago de Chile


IMPRESO EN CHILE – PRINTED IN CHILE

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o
transmitida en forma o por medio alguno, electrónico o mecánico, incluido el fotocopiado, la
grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso
por escrito del Editor.

–4–
A Mi Maestra Augusta Lagos Vanini

–5–
ÍNDICE

Prólogo....………………………………................................ 8
Introducción……….................................................... 11
Preparando el cuerpo y el alma………....................... 14
El primer aviso…………………………............................. 20
El segundo aviso………………………............................. 25
De blanco……............................................................ 29
Las enseñanzas de un Maestro............................... 31
Estoy lista…………………............................................. 37
El mago negro……………............................................ 39
El espíritu del Apóstol Juan….................................. 43
Instrucciones para el contacto................................. 47
Las primeras revelaciones........................................ 54
El encuentro………………….......................................... 61
Cristo volverá a la Tierra……….................................. 68
Confiar a pesar de todo……….................................... 79
Dudas…………………………............................................ 82
En camino………........................................................ 84
La calle, un templo……….......................................... 90
Profecías personales…………..................................... 93
El extraño mundo de los ojos oscuros..................... 102
Comienza la purificación......................................... 109
La caída…………………………......................................... 112
La ética del cosmos……………………............................ 116
Arrepentimiento………………...................................... 123
Un alma liberada…………........................................... 125
Despedida…………...................................................... 130

–6–
…Y entonces el Ángel dijo:
“Abre ahora el sello, porque el momento está cerca”.

–7–
Prólogo

“Debemos estar muy atentos porque a veces las señales son


casi imperceptibles”
A todos nos gusta la música y todos escuchamos durante
las horas del día más de alguna melodía. Debemos estar de
acuerdo que la vida sin música debe ser bastante extraña.
Creo que muchas personas con capacidades diferentes como
la sordera deben tener dentro suyo sus propias melodías.
Uno de mis instrumentos favoritos es la guitarra. Este
hermoso artilugio compuesto de seis cuerdas nos muestra
algo que nos da una gran señal y que quizás hemos pasado
por alto.
Cada una de sus cuerdas está afinada por separado en un
tono diferente…y cada una de ellas mantiene una distancia
exacta con la otra.
Cada cuerda suena por separado y la verdad es que puede
hacer su propia melodía tocando sola, pero la verdadera

–8–
belleza está en la complementación de su vibración con las
otras cuerdas, es ese momento que es llamado “extrañamente”
armonía y ahí aparece la real riqueza del sonido de la Guitarra.
Tal vez, en nuestra alocada y casi automática vida de
humanos modernos debiésemos tomar en cuenta la propuesta
que hay en ese instrumento musical.
María Elena quiso tomar la distancia adecuada para
contarnos su secreto…primero de lugar físico cuando lo vivió
y luego de distancia temporal cuando nos los contó, para así
encontrar el lector adecuado que estuviese vibrando de la
forma necesaria para armonizar este mensaje y que pudiese
resonar en su interior.
Estoy seguro de que este libro es sólo una prueba pequeña
para descubrir las cuerdas que María Elena necesita, pero no
para ella, porque ella ya hace tiempo que vibra con las cosas
que para otros no son visibles…sino para la Armonía.
Ella necesita de más cuerdas porque eso es un mandato
interior. Porque es bello y natural.
Debes separarte un poco de las cosas o las personas que te
interesan para que ellas puedan hacer su propia música y luego
tú, sabiendo cual es tu vibración, puedas acoplar tu música a la
de ellas y así crear melodías que antes de eso no existían.
Este texto es sólo, una primera invitación y que como ella
misma dice, no tiene respuestas.
–9–
Pero no les quepa duda, de que una buena pregunta, en el
momento adecuado y en la vibración justa, puede darnos la
suficiente energía para seguir creciendo, y dejar de pensar
como nos dice la Ciencia, comenzando así a resolver muchas
de nuestras preguntas fundamentales a través de otras
formas que no tengan que ver con números, cifras y bites,
sino que tengan que sentirse vibrando en nuestras cabezas,
vibrando en nuestros estómagos y resonando tan lejos como
pueda llegar nuestra imaginación.
Los invito a vibrar con esta nueva historia de María Elena
Sarmiento y a sentir la “antigua nueva”
“Cristo volverá”. Quizás sólo falta crear nuestra armonía o
El sea la cuerda que falta en nuestro instrumento llamado
Humanidad…

Carlos Miranda Silva


poetamillonario@gmail.com
Verano 2021

–10–
Introducción

He esperado casi 33 años para publicar esta historia. Tal vez


debí hacerlo antes, pero nunca encontré una buena razón para
hacerlo, tampoco quise exponerme o exponer a mi familia,
porque no es una historia común. Si hoy lo hago, es porque
considero que puede servir a algún buscador espiritual. Me
pongo en el lugar de aquellos que buscan respuestas, porque
yo misma he experimentado esa ansiedad muchas veces. Mi
tarea de crianza ha concluido y simplemente me siento en
paz.
He encontrado piezas del puzzle de la vida en muchos textos,
que me han ayudado en mi propio camino. Creo firmemente que
cada uno de nosotros porta una pequeña parte de información y
al compartirla con otros nos acompañamos en este viaje lleno de
incógnitas.
De esta manera he decidido aportar con mi pequeña pieza a
este gran rompecabezas con la mirada que otorga el tiempo.
Respuestas… creo que he encontrado pocas, pero la vida me
–11–
ha enseñado a apreciar lo que tengo y de alguna manera hoy
me siento plena, y he soltado lo que no puedo comprender.
Estamos en el año 2021 y un virus que se ha coronado a
sí mismo como rey del terror asola a la Humanidad. Nos ha
obligado a encerrarnos y a mirarnos, a reflexionar y a pensar.
Es entonces que afloran los recuerdos de esta historia, que
ocurrió en 1988. Una historia tan extraña, que nadie pudo
darme jamás una explicación. Y de las que me dieron, ninguna
me convenció. Por lo tanto no voy a compartir certezas, todo
lo contrario. Es sólo una pieza de rompecabezas, que tal vez
nunca calce.
María Elena Sarmiento

–12–
- “Escribe todo”- dijo el hombre más joven.
- “Tienes una información muy importante”.
Yo lo miraba entre asustada y confundida. Aún no entendía
exactamente quienes eran esos dos hombres, ni lo que
querían de mí. Sólo sabía que debía recordar.
Me tomó mucho tiempo ordenar las ideas y recordar paso
a paso lo que ocurrió. Escribí todo, tal como se me indicó y
lo guardé.
Tenía sólo 24 años.
Al terminar de escribir me sentía aturdida y confundida,
pero al menos, había dejado un registro.
Mi mente se remonta ahora a esa edad, antes de viajar a
Buenos Aires, cuando decidí tomar un curso de T’ai – Chi –
Chuan.

–13–
PREPARANDO
EL CUERPO
Y EL ALMA

–14–
¿Conocía a esa edad alguna disciplina espiritual? No.
¿Tenía algún tipo de conocimiento místico o esotérico?
Definitivamente no. Sólo disponía de tiempo libre y un amigo
norteamericano, que conocía esta práctica, encontró un
volante en el Consulado de Estados Unidos que ofrecía un
curso y me lo trajo. Así de sencillo. Y entre estar todo el día
viendo televisión en la casa y mover un poco el esqueleto, esta
última alternativa simplemente me pareció más provechosa.
Mi profesora resultó ser una persona muy acogedora que
realizaba las clases en su casa. Al principio no entendí muy bien
qué era eso de los movimientos lentos y el enredo de las energías
Yin y Yang, pero cuando una miraba a esta mujer y conversaba
con ella, se daba cuenta que irradiaba algo especial, una especie
de paz. El ambiente de la casa también era especialmente grato.
Simplemente me gustó la idea que el desarrollo de una disciplina
pudiera reflejarse tanto en las personas como en su ambiente y
pensé que había tomado una buena decisión.
El Oriente comenzó poco a poco a abrirme sus puertas y no
cesaba de maravillarme descubriendo sus secretos.
Lo primero que entendí fue que el cuerpo posee una
sabiduría propia, de la cual somos muy poco conscientes.
Lo segundo fue comprender la necesidad que tiene nuestra
mente de descansar y lo tercero, que tenemos una especie de
energía que clama por emerger desde nuestro interior.
Según esta disciplina, el equilibrio de estos tres factores
otorga al ser humano un estado de paz interior y buena salud.
–15–
Pasó el tiempo y en eso estaba yo, tratando a duras penas
de equilibrar mi cuerpo y mi espíritu, cuando un buen día al
llegar a clase, mi profesora se encontraba particularmente
alegre. ¿La razón? Su instructor chino, el Maestro Wang
Tsing, vendría desde Buenos Aires para dictar un Seminario
de T’ai - Chi.
Toda la casa de mi instructora se volvió un remolino para
preparar su llegada: Avisos en la prensa, preparación de
entrevistas y clases magistrales, charlas, etc.
Naturalmente los alumnos nuevos nos inquietamos un poco
con tanto movimiento, más aún yo, que me caracterizaba por
un grado importante de torpeza en mi aprendizaje. La verdad
es que me puse bastante nerviosa con este asuntito, porque
una cosa era practicar en un pequeño grupo para aprender
poco a poco y otra muy diferente participar de clases
magistrales con un instructor chino, donde ¡Por supuesto!
Todos iban a saber más que yo. ¿Qué hacer? No estaba segura
de asistir a las clases.
Pero la curiosidad pudo más. Mi plan era primero asistir a
la clase de los nuevos y luego partir para el centro de salud
donde el instructor, a quien mi profesora nombraba como su
Maestro, daría la Clase Magistral.
Cuando llegué al curso me di cuenta de inmediato que
varios alumnos habían sentido la misma inseguridad, pero no
la misma curiosidad, pues fui la única en llegar. Me encontré
entonces pensando qué hacer, cuando apareció mi profesora.
–16–
¡Estaba radiante! Me recibió feliz y me invitó a comenzar
los ejercicios. Decidí entonces olvidarme de los ausentes
y me pareció espléndido tener una clase para mí sola. De
pronto, mi profesora me dijo que tenía una sorpresa: Su
Maestro estaba en el segundo piso y me lo presentaría para
que observara la clase. Me puse blanca como un papel, no
por temor, sino por vergüenza de hacer el ridículo. Quién me
mandaba a estar ahí…
A los pocos instantes bajó con su Maestro: El hombre con la
mirada más dulce del mundo, de unos 75 años, bajito y con una
gran sonrisa.
Tenía un aspecto sencillo y entrañable. Comenzó la clase
y mientras mi instructora me enseñaba, él prestó mucha
atención, corrigiendo mis movimientos con paciencia y
explicándome el significado de cada uno de ellos.
Me dijo que el T’ai - Chi era una parte del Kung Fu. Que
consistía en tomar la energía del Universo y atraerla hacia
uno. Sus movimientos se basaban en la imitación del
comportamiento de ciertos animales como el tigre, el oso o
la serpiente y con la práctica intensa de esta disciplina, el ser
humano podría adquirir algunas de las cualidades de estos
animales, tales como la agilidad, la fuerza o la destreza.
También me explicó que la palabra “T’ai” significa “Gran” y
“Chi” significa “Energía”, pero no cualquier energía, sino la
más grande, la que proviene de una Fuente Mayor. Además,
me mostró un símbolo misterioso: Dos gotas, una blanca con
–17–
un círculo negro en su interior y una negra con un círculo
blanco. Juntas forman un círculo, pero el significado de esta
figura no la comprendería hasta un tiempo después.
La clase transcurrió en total tranquilidad y a partir de ese
momento, sentí que había encontrado algo muy especial.
No me perdí una sola clase o conferencia mientras el
Maestro estuvo en la ciudad. Yo seguía siendo la alumna
menos aventajada, pero eso dejó de importarme. La visita
del Profesor duró dos semanas, tiempo que él aprovechaba
además realizando terapias de acupuntura y digitopuntura.
Para mi sorpresa, comencé a sentirme muy bien físicamente,
¡Si hasta bajé de peso! Me preguntaba como era posible si
jamás hicimos un movimiento brusco o que significara
esfuerzo.
En realidad me preguntaba muchas más cosas durante
cada clase, por lo que reflexioné durante algunos días y tomé
una decisión: Le propondría al Profesor tomar su curso en
Buenos Aires por unos tres meses, o hasta aprender bien esta
maravillosa disciplina. Así, casi al término de la visita de este
extraordinario instructor, le dije que quería ir a estudiar T’ai-
Chi con él. Me miró largamente, como meditando, y me dijo
que me respondería al día siguiente.
Cuando llegó el momento de la cita, el instructor estaba
muy serio y me pidió que me sentara. Me contó algunas cosas
de su vida. Había llegado a Brasil desde China, escapando de
la guerra y se había especializado en el cultivo de Orquídeas,
–18–
llegando a enseñar en una Universidad en Sao Paulo. Luego
se fue con su familia a Buenos Aires, donde finalmente se
quedó.
Me dijo que había meditado durante el día y que había
decidido aceptarme en su escuela con algunas condiciones:
La primera, es que no pagaría por el curso y la segunda, que
viviría con su familia durante mi estadía en Buenos Aires.
Mi sorpresa fue mayúscula y naturalmente le pregunté por
qué. Su respuesta fue escueta: - “Un Maestro necesita dejar
un discípulo en la vida para que trascienda su enseñanza, yo
quiero que usted sea ese discípulo...”
Creo que en ese momento no dimensioné lo que significaba
este hecho. Porque un discípulo se convierte en el portador
de una Tradición. Lleva a su Maestro en el corazón y a todos
aquellos que le precedieron. Es un gran honor.
Como sea, con más entusiasmo que habilidad, partí a
Buenos Aires al mes siguiente, dispuesta a ser la más dedicada
discípula de este generoso Maestro. No sabía entonces que
esta decisión era parte de un plan mayor, que se estaba
gestando desde planos invisibles y del cual tendría la primera
señal al poco tiempo de comenzar mi curso.

–19–
EL PRIMER AVISO
Yo no tenía idea de lo que significaba ser un Maestro,
pero Wang me parecía muy particular. Era pintoresco y
muy divertido. Recibía a todo el mundo con cariño en una
especie de Garage-Gimnasio donde hacía sus clases. Allí
tenía muchos alumnos, incluso algunos que provenían desde
diferentes países. Las clases se desarrollaban una vez al día
para el curso en general, pero para mí eran cinco veces al día,
nada fácil considerando que había llegado recién y no tenía
más práctica que lo realizado en Chile.
El esfuerzo físico era bastante intenso y aparejado con éste,
las clases teóricas no se quedaban atrás en complejidad. Y
aunque a la semana mi técnica mejoraba considerablemente,
mis rodillas no opinaban lo mismo. Se habían inflamado,
lo que me provocaba mucho dolor y cansancio. Al llegar la
noche, simplemente me desplomaba a dormir.
Fue precisamente en una de esas noches que me ocurrió
una extraña experiencia. Me había ido a acostar temprano.
De pronto, desperté totalmente despejada, contenta y sin una
gota de cansancio, pero algo extraño ocurría. El dormitorio
se veía como envuelto en una bruma blanca. De pronto giré
y no podía creer lo que estaba viendo: Mi cuerpo estaba
durmiendo plácidamente y yo estaba ¡Observándolo desde el
aire! ¿Cómo podía ser posible? ¿Y por qué tenía esa sensación
tan grata en vez de pánico? Observé la escena con estupor
–20–
por unos segundos, hasta que de pronto comencé a sentir
una brisa alrededor de mi cara y en un segundo mi cuerpo,
transparente y liviano, voló fuera de la habitación y comenzó
a desplazarse a través del espacio.
Durante este “vuelo” pude apreciar que entraba en una
especie de corredor formado por unos cables de colores. Al
poco tiempo, tal vez un par de minutos, llegué a un lugar
abierto, completamente blanco. Me posé en un círculo y
miré alrededor.
Lo primero que llamó mi atención fue el cielo. Nunca había
visto tal cantidad de bellos colores: Rosados, amarillos y
celestes, que configuraban una bóveda impresionantemente
bella. Era la Aurora Boreal, estaba segura, un verdadero
regalo a la vista, pero ¿Cómo era posible? ¿Estaría en el
Polo Norte? Me preguntaba mientras observaba extasiada esa
maravilla.
De pronto observé a lo lejos a algunas personas y por alguna
razón sentí que debía reunirme con ellas. Con el sólo deseo
de mi pensamiento llegué al punto donde se encontraban. No
caminé ni floté, sólo llegué ahí.
Me encontraba a la entrada de una gran caverna. Al mirar
alrededor vi un pequeño riachuelo con algunas pequeñas
plantas. Recuerdo que me sorprendió ese hecho y pensé
que era extraño encontrar allí vegetación. Luego llamó mi
atención la gran cantidad de gente que estaba ahí. No pude
calcular una cantidad precisa, pero seguro eran cientos. Todos
–21–
jóvenes, aproximadamente de mi edad. Por su apariencia eran
de todas las razas y colores, vestidos con sencillas camisas
tipo T-Shirts blancas y jeans. Parecían haber llegado de todas
partes del mundo.
Reinaba un gran silencio en el grupo y en un momento,
todos comenzaron a ingresar al interior de la caverna.
Al ver esto pensé: - “Bueno, ¿Dónde va Vicente? ¡Donde
va toda la gente!” Y entré con el grupo, deslizándome por el
lado derecho. A medida que avanzaba entremedio de esta
silenciosa multitud, sentía que bajábamos. Las paredes de la
caverna eran irregulares y yo trataba de abrirme paso para
llegar adelante y tomar una buena posición, como si esperara
que sucediera algo.
Al fin logré ubicarme hacia el lado derecho al frente del
grupo y lo que vi entonces me dejó estupefacta: En el fondo de
la caverna y suspendidos en el aire como a un metro del suelo
se encontraban unos diez hombres exactamente iguales. No
sé si eran diez o doce, es lo que me pareció, pues estabn en un
semi círculo que impedía apreciar con exactitud la cantidad.
Medían alrededor de 3 metros cada uno y vestían un buzo azul
con un cordón blanco que rodeaba su cintura. Sus cuerpos eran
muy atléticos y si pudiera describir su edad, podría decir que
aparentaban tener un rostro de una persona de sesenta años,
su pelo era de color ceniza y peinado hacia atrás. Su piel era
tersa y de color cobrizo. Sus ojos de color café eran grandes
y hermosos. Sonreían con infinita dulzura y sus profundas
–22–
miradas parecían penetrarlo todo. La expresión de su rostro
reflejaba una sabiduría y una bondad sin límites. Me sentí
absolutamente asombrada ante estas presencias fabulosas.
Eran humanos o al menos eso parecían, pero la grandeza que
emanaba de ellos no sólo era física, era espiritual.
Dirigí mi mirada hacia el hombre que tenía al frente para
preguntar qué hacíamos todos allí. Para mi sorpresa, me di
cuenta que mi boca no se abría, sólo percibí el sonido de mis
palabras y recibí de igual forma la respuesta, como un eco
profundo dentro de mi cabeza: - “¡Todos ustedes están siendo
preparados para el futuro!”. Luego, observándome dijo: - “Y
tú, vas a conocer esto...” e indicando con su mano izquierda
hacia el lado derecho de la caverna, vi como se abría una puerta
de madera sin que nadie la moviera físicamente. Vi allí una
mesa pegada a una pared donde había unos computadores y
grandes paneles llenos de luces empotradas.
Al ver esto me dirigí al gigante y le respondí preocupada:
-“¡Pero si yo no he estudiado computación!...” En ese
momento, sentí una sensación extraña y divertida en el pecho,
como si de alguna forma pudiese percibir que al hombre que
tenía al frente le había causado gracia mi respuesta. Su rostro
reflejó además una leve sonrisa. Entonces replicó:
-”No importa...Luego conocerás esto” E indicando esta vez
hacia la izquierda con su mano derecha, pude ver cómo se
abría una compuerta redonda al fondo de la caverna.

–23–
De pronto apareció una especie de plato rosado flotando
en el aire, el que tomó diversas posiciones. Inmediatamente
recordé que había visto algo similar en el campo cuando tenía
unos cinco años. Al reconocerlo exclamé: -”¡Qué lindo!...¿Y
qué debo hacer para conocer esto?” A lo que el hombre del
buzo azul respondió:
-”Todo lo que estás haciendo está bien hecho”...
Entonces, sin más explicaciones, se nos indicó a todos
salir de la caverna y así lo hicimos. En silencio me dirigí
nuevamente hacia el lugar blanco donde estaba el círculo.
De nuevo sentí la brisa en mi cara y la sensación de volar,
sólo que esta vez era mucho más intensa, tanto, que luego de
desplazarme por un breve lapso de tiempo, me sentí caer de
golpe en mi cuerpo físico, lo que me provocó un fuerte mareo
y náuseas al sentarme en mi cama, aún conmovida por la
impresión.
Me puse a repasar lo que había vivido, perpleja e
impresionada. De seguro era un aviso, pero ¿Qué significaría?
–“¡Qué cosa más rara!“- pensé. Me recosté nuevamente y me
quedé profundamente dormida.
Al día siguiente le conté a mi Profesor la experiencia que
había vivido. Se quedó pensando unos momentos y luego me
dijo:
-“Esos son Maestros. Precisa más T’ai – Chi”…

–24–
EL SEGUNDO AVISO
El tiempo transcurrió y poco a poco me iba fortaleciendo
física y espiritualmente. Las clases continuaban, no sólo de
T’ai - Chi, sino también de cocina china y Bonsai. De a poco
fui comprendiendo el concepto de Maestro - Discípulo, pues
mi respeto aumentaba cada día por mi instructor, así como
también el cariño. Tenía un gran sentido del humor y un
toque pintoresco que lo hacía único. Comencé en ese tiempo
a considerarlo de verdad mi Maestro y así lo siento hasta
ahora, por lo que me referiré a él de aquí en adelante como
tal.
Mi Maestro criaba palomas en la terraza de su garage -
gimnasio, las que soltaba todos los días y que retornaban a
su jaula cuando escuchaban su silbido. También cultivaba
sus propias verduras y cultivaba hermosos Bonsai. Un día
llamó mi atención un palo seco que colgaba de un alambre
sin ninguna razón aparente.
¡Ah!... La curiosidad de las mujeres ¿En qué estaría pensando
cuando le pregunté qué era? Mi Maestro pareció disfrutar
con esta pregunta y de inmediato me respondió que me daría
una tarea. Me llevó donde estaba el palo, lo tomó del alambre
y se dirigió hacia un balde que estaba medio escondido entre
las plantas. Metió el palo en el balde y lo sacó húmedo. Mi
tarea sería hacer lo mismo todos los días.

–25–
“¡Fácil!”- pensé. Hasta que miré el agua... Casi me morí de la
impresión. Había allí una mezcla de orina, excremento, plantas,
bichos, etc., lo más asqueroso del mundo concentrado en ese
balde que jamás olvidaré (y mi estómago tampoco). Mi Maestro
sólo señaló el balde y no dijo más. Y a pesar del martirio que
significó esta tarea para mí, la realicé estoicamente todos los
días.
En estos trajines me acompañaba el gato de la casa. Parecía
compadecerse de mí (o reírse) y se acercaba ronroneando
para contemplarme mientras yo me apretaba el estómago.
Este gato era un rápido ladrón. Solía entrar silenciosamente
a la cocina y sacaba con rapidez alguna presa recién cocinada.
El pobre gato no comía nunca porque mi Maestro lo tenía
para cazar ratones. Si lo descubría arrancando con el cuerpo
del delito en el hocico, le lanzaba un arma mortal - la escoba
- verdadero ritual que se repetía casi a diario. Luego venía
el castigo, que consistía en encerrarlo por un período más o
menos largo. Y como me daba pena, comencé a alimentar al
gato a escondidas y a darle leche, por lo que se convirtió en
un fiel compañero durante mi estadía en la gran ciudad.
Al término del primer mes ya tenía mi vida bastante
organizada, la familia de mi Maestro era muy acogedora y la
verdad es que llegué a sentirme parte de ella. También salía
todo lo que me permitían las clases. Aunque la situación
económica de Argentina era bastante caótica en ese tiempo,
me las arreglaba para disfrutar con mis amigos, que en
–26–
su mayoría eran compañeros de curso, saliendo a bailar y
disfrutando como cualquier joven en esa maravillosa ciudad
que es Buenos Aires.
También recibía correspondencia con regularidad, tanto
desde Chile como de Estados Unidos. Tengo que recordarles
que en ese tiempo no existía Internet.
Un día mi amigo norteamericano, el del volante en el
Consulado, me envió un curioso documento: Una “ Astro
- Ciclo - Cartografía “, la cosa más rara que uno se pueda
imaginar, con unos mapas transparentes que se superponían
unos sobre otros.
Según se explicaba allí, se trataba de una especie de carta
natal astrológica con la posición de los planetas en el cielo al
momento del nacimiento del individuo y su influencia en la
personalidad.
Pero además (y lo más interesante) era que aparecían
en esos mapas los lugares de la Tierra que podían ser más
favorables para uno en determinados momentos de la vida.
Así, según este método, podían descubrirse lugares en los
que, por ejemplo, el planeta Venus estuviera en una posición
favorable y si la persona se desplazaba hacia esos puntos,
aumentaría sus posibilidades de encontrar el amor, casarse,
etc. – “En fin”- pensé. Cosas de la astrología.
Aparecía en ese documento que mi número natal o “de
suerte” era el 9, lo que no era para mí ninguna novedad,

–27–
pues siempre las cosas gratas e importantes me pasaban
en día 9. Hasta ahí, todo bien. Pero había una información
adicional bastante novedosa. Decía allí que aquellos planetas
que constituían la fundación de mi personalidad eran Júpiter
y Plutón y que recibiría su influencia por el resto de mi
vida. Curiosamente, para la localidad y el tiempo en que
me encontraba, estos planetas se configuraban en la misma
posición que al momento de mi nacimiento.
La nota adjunta explicaba: “Residir en algún lugar donde
dos o más planetas son angulares, es doble seguridad de
una experiencia singular e intensa en la vida. Este es el
lugar de la Tierra en que la persona posee mayor fuerza
espiritual. También, es un lugar propicio para encuentros
con seres extraterrestres. Grandes éxitos en las tareas que
se emprendan”.
-“¡Vaya!“- pensé -” Tal vez esto tenga algo que ver con mi
pequeño viaje al Polo”.
En ese momento algo dentro de mi ser se inquietó al
recordar a los hombres de la caverna, tal vez estaba siendo
puesta sobre aviso otra vez… Pero pronto deseché esos
pensamientos y no le di más importancia al asunto.

–28–
DE BLANCO

Por esos días me dediqué a las compras (necesitaba


otro buzo de gimnasia). Fui al centro y cuando me encontraba
caminando entre las distintas tiendas, de pronto me detuve
ante una vitrina que tenía un espléndido y elegante buzo
blanco. Como costaba muy caro, decidí olvidarme de él, pero
de pronto me vino un impulso muy grande y volví a la tienda.
Era muy raro, como si “algo” me empujase a comprar ese y
no otro. Esto no es extraño cuando las mujeres andamos de
compras, pero yo notaba que el impulso iba más allá de lo
normal. Cuando finalmente lo adquirí me sentí ¡Feliz! Como si
llevara un precioso trofeo y comencé a usarlo orgullosamente
en mis clases.
A fines de Septiembre, mi Maestro me avisó que iría a Brasil
a dictar un curso de cultivo de Orquídeas por tres semanas
y me encargó el cuidado de sus animales, sus plantas y el
gimnasio. Esta misión la compartimos con el resto de los
estudiantes y durante la ausencia de nuestro querido Maestro
hicimos orden: Botamos parte de los miles de cachureos
existentes y pintamos el gimnasio.
Las clases las realizaba el alumno más avanzado y en un
par de ocasiones, tuve el privilegio de dirigir algunas de ellas.
Pero viéndome con un poco más de libertad, pensé que no
todo sería estudio. Confieso que no hice mis ejercicios las
consabidas cinco horas diarias, sólo dedicaba tres horas de mi
–29–
tiempo al T’ai - Chi y el resto del día me dedicaba a disfrutar de
la libertad.
Entre mis amistades más queridas estaba un muchacho
japonés, un alumno de T’ai Chi, con el que compartí muchos
momentos agradables. Entre ellos, exquisitas cenas típicas
japonesas que incluían una especial variedad de pescados,
calamares, té oriental, etc.
Durante nuestras extensas charlas, mi amigo solía analizar
el Libro de los Cambios o I Ching, relacionándolo con la
astrología occidental y con el Tarot, así que tuve la oportunidad
de aprender muchas de estas cosas y me divertí en grande.
En una de estas ocasiones mi amigo me presentó a una
prima suya que pensaba incorporarse a las clases de T’ai
Chi. Era muy simpática y relataba curiosas anécdotas de
su infancia, tales como las particulares conversaciones que
sostenía con su abuela ya fallecida, utilizando métodos tan
especiales como un vaso que se movía dentro de un círculo
de papeles. A mí esto me causaba cierto espanto y no pensé
nunca que pronto necesitaría de estos servicios…

–30–
LAS ENSEÑANZAS
DE UN MAESTRO

–31–
Cuando Wang volvió de Brasil, mi nueva amiga se incorporó
a las clases y lo pasábamos divinamente. Lo malo fue que
mi Maestro detectó de inmediato mi falta de dedicación, por
lo que intensificó su enseñanza para recuperar el tiempo
perdido. Yo había notado que desde que le contara del “viaje”
a la caverna donde habitaban los hombres iguales, él se había
esmerado mucho más aún en mi educación oriental.
Me repitió que esos seres eran Maestros y que si yo había
tenido el privilegio de verlos, él debía prepararme con dedicación.
Claro que según mi apreciación se le pasaba la mano, porque
insistía en que me levantara a las cuatro de la mañana para
hacer una de las series que me había enseñado. Sin embargo
yo estaba ahí en calidad de discípulo, así que tuve que aceptar
la tarea. No sabía cuánto iba a agradecerlo un tiempo después.
Todo el mes de octubre transcurrió feliz y calmadamente,
poco a poco comenzaba a comprender aún más la dinámica
del T’ai Chi. Mi Maestro decía que los movimientos debían
ser lentos y continuos, así como teje el gusano de seda.
Cualquier interrupción del movimiento causaría un corte de
la energía que se movía a través del cuerpo.
Era hermoso captar el volumen del espacio mientras las
manos se elevaban y el cuerpo se hundía, produciéndose un
grato calor. Los giros y los cambios de posición, los constantes ir
y venir evocaban siempre una esfera y la tarea más importante
consistía en dejarse llevar por ella. La esfera en realidad se
componía de movimientos aparentemente encontrados.
–32–
A veces la energía se movía hacia el interior del cuerpo y
a veces hacia afuera. Acerca de este punto, mi Maestro me
explicó que en la naturaleza también ocurría así. Una planta,
por ejemplo, necesita para crecer y desarrollarse una energía
interna dada por elementos “Yin”, como el agua y la tierra y
una energía externa “Yang” como la luz y el calor. Si ambos
aspectos están en equilibrio la semilla germinará y dará fruto.
Mi Maestro identificaba los aspectos “Yin” como la naturaleza
femenina de todas las cosas y los aspectos “Yang” como la
naturaleza masculina. Además, dentro de cada uno de ellos,
existía información del otro que permitía la comprensión
del aspecto opuesto. Ambos debían complementarse
armoniosamente para lograr el equilibrio, lo cual se simboliza
con una figura compuesta por una esfera dividida en una gota
blanca con un círculo negro en su interior, adosada a una gota
negra con un círculo blanco dentro de ella.
Poco a poco el T’ai Chi iba transformándome. Me daba
cuenta que durante cada serie de movimientos, mi mente sólo
se concentraba en ellos, en su continuo fluir y en el ir y venir
de mi respiración. No había distracción posible, simplemente
no era posible pensar. Es por esta razón que se considera a
esta disciplina una meditación en movimiento. Además, la
presencia de los otros alumnos daba al conjunto un sentido
especial de armonía, gran estética, paz y belleza.
Cinco elementos estaban presentes también en la
enseñanza de mi Maestro, que a su vez aprendió del

–33–
prestigioso doctor chino Cheng Man-Ching. La tradición
del Tao, su filosofía, explica la presencia de estos elementos
de la siguiente manera: El Fuego es el Chi, la energía Yang
que surge de cada uno de nosotros y que debe ser recibido y
equilibrado de inmediato por el Agua, la etapa Yin, receptiva
y entregada. Al unirse Yin y Yang nace un nuevo movimiento,
expresión de vida y crecimiento natural simbolizado por la
Madera. Este movimiento da origen a una curva enroscada al
máximo, el elemento Metal, que al igual que la espada puede
ser destructivo y duro si se usa en forma incorrecta, por lo
que debemos bajar rápidamente esta energía a la Tierra.
Con mi Maestro todo era un feliz “des - aprendizaje”, porque
a cada momento rompía mis esquemas acerca de la vida. No
es que a los 24 años tuviera muchos, pero la percepción de
un anciano chino era un mundo de diferencia para mí. Era un
hombre mayor lleno de contrastes y paradojas, con alma de
niño y musculatura dura como el acero. Sólo con la mirada
que otorga el tiempo he podido apreciar realmente lo que era.
Mi Maestro era el T’ai - Chi.
Recuerdo con cariño cuando le dije que no entendía del
todo los movimientos de los animales y me llevó al zoológico.
Allí pasamos el día entero observando los movimientos de las
grullas, de los tigres, los osos, las serpientes y de todo aquello
que llamara nuestra atención y que se relacionara con el T’ai
- Chi, como las nubes.
La observación de estos elementos “in situ” me dio una
–34–
nueva visión que de inmediato apliqué a las formas y series
que aprendía, logrando cada vez mayor armonía y equilibrio.
A comienzos de noviembre ya era bastante diestra en la práctica
del T’ai - Chi e intuía que me quedaba poco tiempo de discipulado.
Fue entonces cuando recibí una de las lecciones más bellas que
recuerdo de este episodio: La del palo en el balde asqueroso.
Yo seguía sumergiendo todos los días aquel palo
aparentemente seco en lo que llamaba “El balde de las
porquerías”. Nada parecía pasar. Pero un día, al acercarme
para descolgarlo del gancho que lo sostenía en el aire, me
di cuenta que unas pequeñas raicitas verdes asomaban
de su parte inferior. Al día siguiente, una de ellas rodeó
el palo por el lado izquierdo y la otra por el lado derecho
encontrándose en el frente. Y en menos de 24 horas, fui
testigo del espléndido espectáculo que significa estar ante la
más bella de las orquídeas que había visto en mi vida. Era de
un color amarillo brillante y su aspecto era salvaje, agresivo y
extraordinariamente hermoso. Se sabía la reina de las flores
y parecía retar al mundo con su orgullosa apariencia.
Corriendo fui a buscar a mi Maestro para avisarle del
maravilloso acontecimiento y juntos subimos a la terraza.
Contemplamos la orquídea un momento y luego él tomó
cariñosamente mis manos, diciéndome:
- ”Siempre recuerde que las flores más hermosas nacen de
las aguas más nauseabundas. Piense en esto cuando tenga
problemas...”
–35–
Mi querido Maestro, con su dulzura y su sabiduría, me
entregó esta lección. Y en el silencio de la terraza, junto a las
palomas, nos quedamos contemplando la belleza y la fuerza
con que había surgido la flor más hermosa.

–36–
ESTOY LISTA

El tiempo del término del curso ya se acercaba, pero mi


Maestro nada decía al respecto.
Un día, a comienzos de noviembre, llamó a mi puerta du-
rante la madrugada. Pensé que quería hacer T’ai Chi. Yo tenía
mucho sueño y ninguna gana de levantarme, pero como in-
sistiera, me levanté y le pregunté que quería. Me explicó que
el gato se había escapado y que estaba en el techo. El no podía
subir así que necesitaba de mi ayuda.
El gato… el gato que perseguía con la escoba y que ahora
quería rescatar. Con mucho sueño me levanté y subí a la te-
rraza. Desde allí llamé al gato que estaba en el otro extremo
del techo. Como no quiso acudir a mi llamado me subí por
la cumbrera de un largo techo de dos aguas, a tres pisos de
altura y caminé hasta alcanzarlo. Lo tomé, giré y caminé con
él de vuelta. Así, medio dormida y casi sin darme cuenta. Una
vez de vuelta, se lo entregué a mi Maestro y le dije “Ya, ahí
tiene su gato, ahora me voy a dormir”. Entonces él me miró
con gran cariño y se acercó a mí con solemnidad. Me dijo que
estaba orgulloso de mí. Que estaba seguro que yo sería una
buena instructora y que consideraba esta prueba, que había
pasado con gran equilibrio y casi sin darme cuenta, como mi
graduación como Instructora de T’ai Chi y su discípula. Ya no
necesitaría más de sus clases.
Así terminó mi curso, sencilla e íntimamente, a las cuatro
–37–
de la mañana sobre la terraza de un antiguo garage. Sin más
formalidades que un abrazo de Maestro a Discípulo. Sólo el
rojo y visible planeta Marte fue testigo de esta escena en el
cielo.

–38–
EL MAGO NEGRO

Una vez terminado el curso de T’ai Chi y luego de haberme


despedido de mi Maestro, quedé con una extraña sensación
de orfandad. Había pasado por un tiempo pleno y feliz, yo
diría que incluso fue mágico. Pero ya era tiempo de volver a mi
país, por lo que decidí irme readaptando a la vida “occidental”
de a poco. Para ello arrendé un departamento en el centro de
la ciudad y me dispuse a pasar unos días allí antes de volver
a casa.
El departamento que arrendé era cómodo y estaba
completamente equipado, así que poco a poco fui adaptándome
a la idea de regresar.
El aseo estaba a cargo de una graciosa camarera, muy
alegre y buena para conversar.
Tendría alrededor de 45 años y una interesante
particularidad: Pertenecía a una secta espiritista brasileña.
Para mi espanto, todos los días llegaba con un nuevo cuento
en que relataba toda clase de ceremonias, danzas y rituales
extraños. Y en cada ocasión, yo le expresaba mi recelo
acerca de sus actividades. Pero ella insistía en que yo debía
enterarme de las cosas que ocurrían en otros planos.
Una mañana llegó con tres libros de un escritor del siglo
XIX llamado Allan Kardek. Los título de esos libros eran “El
cielo y el infierno”, “Qué es espiritismo” y “Obras Póstumas”.

–39–
Los acepté con amabilidad, pero los metí en el velador con
la única intención de dejarlos allí para siempre. Sin embargo,
una noche tomé uno de esos libros con el pretexto de “hacer
sueño”. Las ideas me parecieron muy particulares y me
entretuve leyendo hasta la madrugada.
-”¡Qué interesante lo que dice este señor Kardek!”- pensé.
Él hablaba de cosas absolutamente desconocidas para mí.
Decía, por ejemplo, que el Universo estaba regido por ciertas
Leyes como la Ley de Causa y Efecto, la Ley de Vibración,
Sincronías, etc. Nunca había escuchado antes aquellos
conceptos.
También planteaba que la vida continuaba más allá de esta.
Según él, existían distintos tipos de espíritus, de mayor o
menor evolución y lo que era aún más interesante, ¡Existía la
posibilidad de comunicarse con ellos!.
En ese momento detuve la lectura. Si esto era cierto, tal vez
aquella experiencia que había tenido fuera de mi cuerpo no
fuese un desvarío de mi mente, sino una experiencia real. Y
si aquellos hombres iguales de la caverna de verdad existían,
probablemente eran seres inteligentes que de alguna forma
habían tratado de darme un mensaje.
Este pensamiento comenzó a rondarme con insistencia en
la cabeza. Tal vez podría comunicarme con ellos, ¿No sería
interesante tratar de hacerlo? Pero, ¡Cómo!.
De pronto me acordé de la prima de mi amigo japonés. Ella

–40–
había mencionado que siendo pequeña se comunicaba con
su abuela, por lo tanto ya tenía experiencia en estas lides...
Decidí llamarla durante la tarde y me dormí.
A la mañana siguiente, me despertó el insistente sonido del
teléfono. Era nada menos que mi amiga japonesa. Me alegré
al escucharla y le dije que justamente había estado pensando
en llamarla. Me contó que quería invitarme a una conferencia
que daría un psíquico en la tarde. Acepté de buen grado, ya
que me pareció que él podría darme alguna guía en relación a
lo que había estado pensando durante la noche.
Alrededor de las cuatro llegamos al salón de la cita,
pero para nuestra sorpresa al llegar nos enterarnos que la
conferencia se había suspendido hasta la semana siguiente.
De todos modos, nos quedamos un rato allí y de pronto
apareció el psíquico. Era un hombre delgado, de unos 35 años,
pelo entrecano y ojos verdes. Saludó a mi amiga con una gran
sonrisa y se volvió hacia mí. Me miró durante unos instantes
y su expresión cambió dramáticamente. Su rostro palideció,
sus manos se pusieron temblorosas y noté que se incomodó
terriblemente. Increpó a mi amiga por haberme llevado y le
ordenó que no volviera a ese lugar.
Nosotras nos miramos sin comprender. Definitivamente,
le había caído muy mal al conferencista, lo cual era extraño
porque nunca nos habíamos visto. Parecía como si hubiese
visto un espanto. Fue un momento bastante desagradable.
El hombre desapareció tras una cortina y nos dejó solas.
–41–
Mi amiga estaba desconcertada, no tenía explicación para ese
comportamiento. Le dije que no se preocupara, le propuse
irnos del lugar y así lo hicimos, olvidando pronto el mal rato.
Mientras caminábamos por Corrientes, le conté a mi amiga
acerca de lo que había leído y de la experiencia que había
tenido cuando comencé el curso de T’ai Chi y me salí del
cuerpo. Le dije también que mi intención era comunicarme
con los hombres de la caverna y le pedí ayuda. A ella le
pareció fantástica la idea y quedamos para el día siguiente.
Intentaríamos comunicarnos...
Durante el día medité mucho en lo que iba a realizar.
Desconocía si este ejercicio entrañaría algún peligro o si iba a
tener éxito en mi intención, entraría a un mundo desconocido
y por alguna extraña razón, no podía evitar hacerlo. Era como
si una fuerza misteriosa me impulsara hacia un camino que
en ese momento me era imposible dimensionar. Pero ya no
había vuelta atrás. Mi destino iba a dividirse en dos…

–42–
EL ESPÍRITU
DEL
APÓSTOL JUAN

–43–
Mi amiga llegó a mi departamento en la noche del 8
de Noviembre y estuvimos hablando trivialidades hasta
aproximadamente las 22:45 hrs., momento en que por
su indicación, dispusimos sobre una mesita blanca, unos
papeles con letras formando un círculo y un gran vaso boca
abajo al centro. Es cierto que el método no era elegante, pero
no conocíamos otro.
Debo aclarar en este punto que a esa fecha yo no tenía
ninguna conciencia de los peligros que podría entrañar
dicha práctica, que no son pocos. Sólo era una joven curiosa
intentando resolver un misterio.
Lo que más nos divertía era el tamaño del vaso. Si algún
ser acertaba a comunicarse con nosotras, el primer requisito
sería que tuviera mucha fuerza, pues el vaso era muy grande.
Nos sentamos una frente a la otra y con toda fe e inocencia
realicé la siguiente invocación:
“En el nombre de Dios Todopoderoso, solicitamos la
presencia de un espíritu inteligente y bueno que se acerque
a nosotras para darnos instrucción espiritual. No queremos
nada material, sólo buscamos conocimiento para ser mejores.
Ojalá aquel que venga sea uno de los hombres de la caverna “.
Eso fue todo, ni más ni menos.
Seguidamente pusimos nuestros respectivos dedos índices
sobre el vaso invertido y esperamos. Pasó un poco más de
media hora y ambas comenzamos a reírnos al pensar en

–44–
lo ridículo de la situación. Al rato nuestras extremidades
estaban prácticamente adormecidas, hasta que finalmente,
pasadas las 24:00 hrs., es decir en la madrugada del día 9 de
Noviembre, el enorme vaso comenzó a moverse...
Mirando hacia atrás, puedo asegurar que este fue uno
de los momentos más aterradores que haya vivido. Mi
frecuencia cardíaca aumentó significativamente y pude notar
cómo se me erizaba el cabello al tiempo que grandes gotas
de transpiración rodaron por mi frente. ¡No podía explicarme
cómo se movía aquel objeto si no existía presión sobre él!
Pregunté a mi amiga si ella estaba moviendo el vaso, me
respondió que no. Ella, a su vez, pensaba que yo lo había
movido.
Estábamos inmóviles, casi sin respirar. El impacto fue tan
fuerte, que sólo atinamos a seguir el movimiento del vaso
hacia la derecha donde estaba ubicada la letra J. Tanto empujó
el papel con la letra, que esta casi se cayó por el borde de la
mesa. Luego el vaso volvió suavemente al centro del círculo y
se dirigió hacia la letra U, situada en la parte superior.
Nuestra concentración era total, estábamos mudas de
asombro. De pronto, el citófono sonó estrepitosamente.
- “¡Ahhhh!” Gritamos al unísono con mi amiga. Ambas
saltamos, el vaso rodó por el piso y lancé tal cantidad de
exabruptos, que sería imposible reproducirlos aquí.
- “¡Qué pasó!, ¡Qué pasó!, ¡Qué fue eso!”, exclamé.

–45–
Hasta que al fin nos dimos cuenta que era el citófono.
Recuperándome como pude fui a atender la llamada. El
portero me comunicó que al parecer mi teléfono tenía alguna
falla porque yo no lo había contestado. Le expliqué que no
había sonado y agradeciéndole me dispuse a atender. Eran
unos amigos que nos invitaban a salir ¡Qué inoportunos!
Sentí que era una distracción y les respondí que no podía
salir, que estaba ocupada. Insistieron un poco hasta que al fin
desistieron. No me importó, sólo deseaba que se fueran para
continuar con el experimento.
Regresé a la mesa, recogimos el vaso, los papeles y volvimos
a disponer todo, sin dejar de comentar lo extraño que nos
parecía que el teléfono no hubiera funcionado.
Nos propusimos tranquilizarnos y nos concentramos una
vez más, pidiendo al “espíritu” que regresara. De inmediato
el vaso se movió hacia la letra A y luego hacia la N. Quien se
comunicaba con nosotras se identificaba como Juan.

–46–
INSTRUCCIONES
PARA
EL CONTACTO

–47–
¿Sabes lo que se siente tener a un espíritu a plena disposición
para preguntarle todo lo que se te ocurra? Se siente como
sentarse frente a una torta de chocolate y saber que te la
puedes comer entera sin que te caiga mal.
En ese momento nuestra elevada intención espiritual
sencillamente se fue al carajo. El miedo se nos pasó y olvidando
por completo nuestra intención original, la bondad, los
hombres de la caverna y todo eso, nos dispusimos a preguntar
toda suerte de estupideces, tales como cuándo conoceríamos
al amor de nuestras vidas y cuántos hijos tendríamos.
Cada vez que me acuerdo, me dan ganas de darme con una
piedra en los dientes por estúpida y me da una vergüenza
atroz escribir estas líneas, pero mi decisión, como ya he
explicado, ha sido exponer realmente lo que ocurrió y no
adornarlo para parecer inteligente.
Para nuestra desilusión, pronto comprenderíamos que
no eran esos los temas que interesaban a la visita. Este ser
invisible – que decía llamarse Juan – no contestaba nuestras
preguntas. El vaso simplemente no se movía.
Pronto comencé a sentir una gran presión física en la parte
posterior del cuello, en la zona ubicada inmediatamente por
debajo de la nuca. Esta presión, un poco dolorosa, poco a poco
se extendió hacia mi hombro derecho y luego continuó hacia
el brazo, el que a su vez comenzó a elevarse sin mediar en
absoluto mi voluntad.

–48–
Con gran asombro exclamé:
-”¡Mira mi brazo!” Mi amiga se paró rápidamente de su
asiento y trató de bajarme el brazo empujándolo hacia
abajo con todas sus fuerzas, incluso cargando su cuerpo
sobre él. Pero nada... el brazo permanecía rígido, inmóvil y
acalambrado.
Recordando en ese momento las clases de T’ai – Chi,
comencé a respirar profundamente para tranquilizarme.
También recordé que había leído en los libros de Kardek que
los espíritus inteligentes se podían comunicar a través de la
escritura. En verdad yo esperaba que este señor del “más
allá” fuese inteligente, así que exclamé:
- “¡Rápido, rápido: Un lápiz y un papel!”.
Mi amiga dispuso un papel sobre la mesa y pusimos un
lápiz en la mano levantada, la cual moviendo los dedos como
si fuera una pinza, tomó el lápiz y bajó hasta depositar la
punta en la hoja, al igual que la aguja de un tornamesa
antiguo. Mi mano comenzó a moverse de manera totalmente
involuntaria, pero con rapidez y precisión.
A medida que se iba desplazando y la tinta marcaba el papel,
nos dimos cuenta que surgía un mapa muy extraño. Era como
el mapa del mundo, pero los continentes no coincidían con lo
que conocemos hasta hoy. Australia se veía completa, pero de
Europa sólo se veía Italia y una gran masa de tierra redonda
al sur de este país, por lo que África se veía como recortada.

–49–
De América del norte sólo se veía una franja y América del
Sur se veía casi intacta.
Mi brazo se movía totalmente libre, sin mediar en absoluto
mi intención. Yo sólo trataba de respirar y de tranquilizarme.
La mano se levantó tras dibujar el mapa y mi amiga dispuso
de inmediato una nueva hoja en blanco.
De la misma manera, mi brazo dibujó allí el rostro de un
hombre con mucho detalle, de pelo muy corto, casi calvo, con
ojos pequeños al igual que su boca y nariz un poco aguileña.
Era un rostro anguloso, delgado. La figura fue completándose
poco a poco. Su brazo izquierdo indicaba hacia el cielo, donde
mi brazo había dibujado una forma que semejaba un plato.
De improviso, el brazo se movió hacia un lado, siempre
sosteniendo el lápiz con fuerza. Nos quedamos pensando
un poco. ¿Qué querría decir esto?, ¿Sería Juan un geólogo
muerto? El brazo volvió hacia la siguiente hoja y escribió
claramente:
- “No”.
Nos dimos cuenta que de alguna manera, el ser que se
comunicaba con nosotras a través de este extraño sistema se
disponía a un diálogo.
Decidimos entonces hacerle algunas preguntas. Lo primero
fue pedirle que explicara cómo se estaba comunicando.
En la hoja aparecieron entonces unos trazos conocidos
para mí. Era un esquema del sistema sensitivo-motor del
–50–
ser humano. Lo conocía bien pues tenía conocimientos de
anatomía y de neuroanatomía. Aparecieron unas neuronas
también: Las células gigantes de Betz y las células piramidales.
Entonces comprendí que por alguna razón, este ser y yo nos
encontrábamos compartiendo mi sistema nervioso, como
una especie de línea en común.
Esta comprensión me ayudó a aceptar de mejor manera el
proceso. Se lo expliqué a mi amiga y fue cuando decidimos
seguir adelante. Preguntamos:
-“¿Tenemos que hacer algo con estos mapas?”
-“Sí”- respondió a través del sistema de escritura. Luego el
brazo señaló hacia el rostro que había dibujado.
-“¿Entregarlo a este señor?”
-“Sí”.
- “¿Cuándo?”
-“88”.
-“¡Pero yo no conozco a nadie que se parezca a este dibujo!”-
protesté.
El brazo volvió a moverse con fuerza y dibujó el símbolo del
T’ai Chi. Luego apareció el nombre de una alumna del curso.
De esta manera llegamos a la conclusión que ella debía conocer
al hombre del dibujo, lo cual nos extrañó sobremanera. De
todas formas acordamos llamarla por teléfono al día siguiente,
sólo por si podía ayudarnos a resolver este misterio.

–51–
Poco a poco notamos que la conversación parecía dirigirse
con cierta urgencia hacia mí, aunque Juan hizo notar que
también había una razón especial para que mi amiga hubiese
llegado al grupo de T’ai Chi.
Durante toda la noche y a través de numerosos símbolos y
respuestas que en la mayoría de los casos se limitaban a un
sí o no, “Juan” expresó que ya me conocía y que hacía tiempo
que quería comunicarse conmigo. Yo no sé si se trataba de
un ser interdimensional, de un extraterrestre o de otro tipo
de entidad, en ese tiempo no existía información al respecto,
al menos yo no la había tenido. Repito, no existía internet
y ¡Menos! Los teléfonos celulares. Por eso es que le llamé
simplemente, Espíritu.
Por nuestra parte, ya pasada la primera impresión,
nuevamente decidimos hacerle algunas preguntas más bien
mundanas, porque entre otras cosas nos importaba saber
qué apariencia tenía. Sí, lo sé…vanidad pura. Lo primero que
nos aclaró fue no era calvo y según su propia descripción era
muy buenmozo. A nosotras nos dio mucha risa este último
comentario y le dijimos que lo encontrábamos muy simpático,
a lo que él contestó con un “Sí” que ocupaba casi toda una
hoja. Le pregunté cómo me veía desde “el otro lado” y dibujó
un perfil de mentón muy prominente y nariz aguileña con un
lunar en la punta… sí, la típica cara de bruja. Un encanto este
Juan.
La comunicación continuaba con pequeños intervalos para
–52–
que mi brazo pudiera descansar de la sensación de calambre
permanente. Cuando ya llevábamos casi dos cuadernos
llenos de dibujos y me adaptaba cada vez más al proceso,
le preguntamos cuál era la razón fundamental para esta
comunicación.
Juan respondió dibujando uno de los elementos del T’ai -
Chi: El fuego. Luego dibujó la Tierra y finalmente expresó su
intención: Se comunicaba con nosotras para “salvarnos de un
fuego que afectará a la Tierra”.
Nos miramos con mi amiga, esto ya no era tan divertido.
Estas eran palabras mayores, Juan se estaba refiriendo a un
fuego... que asolará la Tierra. Guardamos silencio por unos
instantes. ¿Quién era este Juan que sabía estas cosas?, ¿Sería
cierto que la Tierra está en peligro?
Cuando quisimos indagar más al respecto, repentinamente
mi brazo se dirigió hacia un costado del cuaderno marcando
una línea recta con el lápiz. La mano se abrió dejándolo
caer y la sensación de presión permanente desapareció por
completo de mi cuerpo ¡Juan se había ido!.
Ya eran casi las cinco de la mañana. Nos quedamos
repasando la conversación y sobre todo los últimos temas,
dedicados a ese fuego mencionado por Juan. Descansamos
un momento, nos tomamos un té y esperamos el amanecer.

–53–
LAS PRIMERAS
REVELACIONES

–54–
Mi amiga se fue temprano porque tenía que ir a trabajar,
pero acordamos conversar durante el día. Yo estaba muy
cansada y me recosté un rato. Desperté alrededor de las 10
de la mañana. Sentía el brazo derecho como si hubiese estado
levantando pesas una semana completa. De pronto recordé lo
que había pasado, salté de la cama y me dirigí hacia la mesa.
Sí, todo estaba ahí: Los cuadernos, los dibujos…
Lo primero que hice fue tratar de ubicar a la camarera, pero
no la pude encontrar y como no tenía la menor intención de
quedarme sola en el departamento, me preparé rápidamente
y salí dejándole la siguiente nota:
-“¡Me comuniqué con un Espíritu que se llama Juan! Hizo
dibujos y escribió. ¡Es increíble! Voy al autoservicio y vuelvo
enseguida a contarle. P.D. : Estoy muy asustada…”
Durante la mañana hice diversas cosas, pero pensaba
constantemente en lo que había sucedido. Tenía muy
pendiente que al regresar tenía que llamar a la compañera de
curso que “Juan “ había mencionado.
Cuando llegué al departamento, alrededor del mediodía,
por fin pude ubicar a la camarera que se mostró feliz con el
acontecimiento, después de todo, ella me había proporcionado
los libros con la receta para la comunicación. Conversamos
un poco y luego me dispuse a realizar la llamada telefónica.
Afortunadamente encontré a la alumna mencionada. Al
contarle lo sucedido guardó silencio durante unos segundos
y contestó:
–55–
-“¡Estoy segura que conozco a ese hombre!”.
- “Pero ¡Cómo!, ¡De dónde!”-contesté.
-“No lo sé, pero estoy segura que es así”.
-“Bueno, ¿Qué hacemos?” - pregunté.
-“Juntémonos en la Plaza San Martín, a eso de las 9 de la
noche, ¿Está bien?”.
-“¡Sí, perfecto! Voy a llevar los dibujos”.
Me senté entonces a ordenar los dibujos y comencé a pensar
en lo simpático que me había caído este ser invisible, aunque
lo del fuego me preocupaba un poco. En eso estaba, cuando la
familiar sensación de presión comenzó a manifestarse en mi
brazo. Entendí que Juan estaba allí otra vez y me propuse no
sentir miedo. Respiré lento y profundo, luego caminé hacia la
mesita y saqué una nueva hoja.
Nuevamente tuve la sensación de presión en el cuello, el
hombro derecho y el brazo. Había comprendido el sistema
así que decidí dejar que todo fluyera. El primer dibujo no
tardó en aparecer. El símbolo del T’ai - Chi. El diálogo fue así:
-“¡Hola Juan! ¿Quieres hablar del T’ai - Chi?”
El brazo se movió mecánicamente para contestar.
-“Sí”.
-“¿Acerca de los elementos?”
-“No”.

–56–
-“¿De las clases?”
-“No.”
-“¿Del significado?”
-“Sí.”
-“Bueno, yo sé que entre otras cosas el T’ai - Chi sirve para
mantener una buena salud. ¿Te refieres a eso?”
-“No.”
-“Entonces, al equilibrio que esto trae a la vida de las
personas.”
-“No.”
-“¿Al T’ai Chi como forma de combate?”
-“No.”
-“¡Pues me doy!”
En ese momento, mi brazo se movió, realizando un bello
corazón.
-“¿Me estás diciendo que el T’ ai - Chi es ... Amor?”
-“Sí” (Hizo un sí que casi se salió de la hoja)
- “¿Qué clase de Amor?”
Mi mano esta vez hizo algo distinto, se movió con rapidez y
escribió la siguiente frase:
-“El T’ ai - Chi es una expresión de Amor a Dios”.
Me quedé muy asombrada. Primero por el cambio en la
–57–
forma de comunicación y luego por el contenido de la oración.
De inmediato le pedí que me explicara esto. Y utilizando esta
nueva forma, que entendí era una especie de adaptación, el
ser de los planos invisibles me explicó que esta disciplina no
se había aprendido a través de sueños como explicaban las
tradiciones orientales, sino que había sido enseñada hace
miles de años por seres superiores de otra dimensión.
El lápiz fluía a través del papel con increíble facilidad, sin
interrupciones y con una perfecta puntuación. No dejaba de
asombrarme mientras esto ocurría, pero aún más impactante
para mí, era el texto que aparecía ante mis ojos: - “El T’ai - Chi
fue enseñado en los antiguos templos Shaolín porque era una
de las vías más importantes para que el hombre adecuara
su sistema energético para acceder a más elevados planos
espirituales. Los ejercicios ponían en movimiento ciertos
centros corporales que a su vez permitían una conexión
directa con la Divinidad. Sin embargo el hombre, haciendo
mal uso de su libre albedrío, había distorsionado la enseñanza
original, transformando esta disciplina en una poderosa arma
de combate”.
Una vez que leí ese texto, sorprendida y movida por la
curiosidad, pregunté a Juan cómo se podía enseñar este método
desde otros planos y su respuesta fue que el cerebro humano,
bajo ciertas condiciones de especial receptividad, era capaz
de establecer nuevas conexiones sinápticas, desarrollando
una fluida conexión de naturaleza electromagnética con

–58–
otras dimensiones. Esto se hacía a través del estímulo de las
neuronas piramidales y de otras gigantes en forma de esfera,
como las que me había dibujado durante la noche. El ser que
pertenece a otra dimensión, puede compartir temporalmente
tanto las vías motoras como sensitivas del sistema nervioso
con un receptor. Esto se hace en forma muy delicada, siempre
procurando evitar una sobrecarga de energía.
Comprendí que era el mismo proceso que yo estaba
experimentando, me adaptaba poco a poco a él. El dolor
ya casi había desaparecido y se iba transformando en una
especie de adormecimiento de mi brazo derecho. Mi mano,
ya se movía cada vez era más ágil y suave. Mi única voluntad
fue entregarme al proceso.
El siguiente texto me llenó de entusiasmo:
-“Cuando vayas a encontrarte con tu amiga a la plaza donde
normalmente practicas T’ai Chi, yo te enseñaré como se hacía
en los templos hace cinco mil años”- dijo el Espíritu.
-“¡Wow!”- pensé. Eso estará bueno…
-“Ahora te pido que te pongas de pie, y que poniendo las
manos sobre tu Tan Tien (esto es, cuatro cms. por debajo del
ombligo) cierres los ojos y te relajes.
Me incorporé de inmediato y me puse en la posición que
Juan me había indicado. En ese momento sentí una fuerte,
pero agradable corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo.
Mis pies quedaron fijos en el suelo y mis hombros se relajaron.

–59–
De pronto, un leve dolor de cabeza acompañado por un
tenue zumbido me alertó. Primero escuché algo parecido al
sonido de un arroyo y luego un sonido seco, como si algo se
destapara. A continuación, sentí un leve murmullo, diciendo
las siguientes palabras:
-“No temas, soy Juan”.
-“¡Puedo escucharte!”- exclamé. –“¡Puedo oír tu voz!”
-“Falta Paz en el mundo”- dijo la voz -“Y falta Amor. Pero
habrá Maestros de Amor para sostener este mundo y los
mundos”.
Me quedé perpleja al escuchar esto. Luego, el sonido de la
voz se volvió a escuchar:
-“Ahora descansa”.
Abrí mis ojos y en un momento me sentí totalmente
abrumada con lo que me estaba sucediendo. No alcanzaba
a dimensionar todos estos acontecimientos que se sucedían
uno tras otro sin parar y que cada vez se volvían más extraños.
Una parte mía los aceptaba, pero mi raciocinio comenzó a
luchar por prevalecer y cientos de dudas surgieron en mi
corazón. Me sentí muy confundida, comencé hasta a dudar
de mi cordura y no podía tranquilizarme. Me sentí agitada y
con miedo, hasta que en un momento, ya no supe más de mí.

–60–
EL ENCUENTRO

Desperté alrededor de las 19:30 hrs. del día 9 de Noviembre.


Me incorporé de la cama, me di cuenta que me había sentido
sobrepasada por la situación y que debía tranquilizarme. Ya
se resolvería todo. De pronto, recordé que debía encontrarme
con la compañera de curso que decía conocer al hombre
del retrato ¡Tenía que apurarme! Me duché rápidamente y
me vestí con el buzo blanco que tanto me gustaba. Miré los
dibujos por última vez, los ordené y los puse en mi bolsillo,
para luego salir corriendo hacia la plaza San Martín.
Esta plaza se encuentra en el centro de la ciudad y a veces
algunos alumnos solíamos ir allí para practicar los ejercicios.
Era muy lindo hacer T’ai - Chi al aire libre y en Buenos Aires
nadie se asombra porque es una práctica bastante común.
Llegué al lugar acordado y me senté a esperar. De pronto, la
voz de Juan se hizo presente:
- “Ponte de pie”- dijo.
Obedecí de inmediato y adopté la posición inicial de Tai
Chi, como si fuese un árbol, con los brazos extendidos y las
piernas flectadas. Mientras permanecía en esta posición,
comencé a sentir una leve presión en la cabeza y nuevamente
esa sensación de corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me
dejé llevar por ella y esperé a ver qué pasaba.

–61–
De pronto, mis piernas se flectaron fuertemente y comencé
a sentir mucho calor.
Lo que sucedió a continuación fue algo extraordinario. Y
aunque sé que jamás podré describirlo con palabras, nunca
podré olvidarlo.
Con una suavidad increíble y con una armonía absolutamente
perfecta, mi cuerpo comenzó a moverse, realizando la forma
más bella de T’ai - Chi que haya visto jamás. Era sencillamente
hermosa.
Por primera vez lograba sentir la respiración abdominal de
la que tanto hablaba mi Maestro, la forma era un poco más
abierta y todos los movimientos, perfectamente coordinados
entre sí, tenían una obvia razón de ser.
Yo sólo disfrutaba y me dejaba llevar por esta fuerza
invisible que me acunaba en una danza continua y espléndida.
Me sentía acompañada por la naturaleza y hasta los árboles
parecían seguir el movimiento. Brazos extendidos, abdomen
contraído, subir, bajar, girar…fuerza y armonía al mismo
tiempo…
Me entregué al ejercicio totalmente y poco a poco comencé
a disfrutar de la maravillosa sensación. La presión había
desaparecido por completo y había sido reemplazada por un
agradable calor que recorría todo mi cuerpo. Me sentía muy
liviana, feliz, tan absolutamente en paz...
Todo se veía distinto, la naturaleza, su aroma, la

–62–
majestuosidad de los imponentes ombúes -esos árboles que
yo adoraba- la brisa, la calma de la noche. Aun las estrellas
parecían brillar más esa noche. Perdí toda noción del tiempo
mientras disfrutaba de este movimiento continuo y perfecto.
Comprendí a qué se refería Juan con “Una expresión de Amor
a Dios”, pues eso sentía, un profundo amor hacia el Todo.
Sabía que el ser invisible realizaba los movimientos a través
de mí, yo sólo me dejaba guiar.
De pronto, al realizar un giro, vi a lo lejos a un hombre que
llamó mi atención. De gran estatura, pálido y muy delgado,
estaba extrañamente vestido para ser verano, pues llevaba
un pullover alto y gruesos pantalones. Caminaba rápido,
atravesando la plaza. Pero yo estaba encantada realizando la
hermosa forma de T’ai Chi y no le di más importancia, hasta
que de pronto, al realizar un giro, el hombre estaba frente a
mí, observándome.
Me detuve en seco y lo miré. Un escalofrío me recorrió
por dentro. No... no podía ser, debía estar soñando... ¡Era el
hombre del dibujo!.
Un terror gigantesco se apoderó de mí. Mi primer impulso
fue huir de ese lugar, arrancar lo más lejos que pudiera. Sin
embargo, la fuerza invisible que segundos atrás me hacía
danzar, en ese momento me aprisionó y me dejó absolutamente
inmóvil...
El hombre alto, pálido y delgado se acercó a mí y con un
extraño acento me dijo:
–63–
- “Buenas noches, no tenga temor ¿Trajo los mapas?”.
No podía creer lo que me estaba sucediendo. No podía
moverme, no podía ni siquiera articular una palabra. Comencé
a sentirme mareada y un sudor frío recorría mi frente. El
hombre se acercó con amabilidad y me tomó del codo.
-“No tema”- repitió –“Venga, tome asiento”.
La fuerza que me aprisionaba hasta ese momento me
liberó y me dejé llevar por el desconocido hasta un asiento.
Las piernas apenas me sostenían, temblaba entera y estuve
a punto de desmayarme. El hombre me ayudó a sentarme
y luego se sentó a mi lado izquierdo, esperando a que me
recuperara. Cuando por fin logré hablar, lo primero que dije
fue:
-“¡Usted es el hombre del dibujo!”.
Movió la cabeza asintiendo y mientras me miraba atentamente
pude observarlo mejor. Representaba aproximadamente unos
55 años y medía casi dos metros, su pelo era muy corto y más
bien blanco. Su nariz era aguileña, sus pómulos pronunciados
y sus pequeños pero vivaces ojos color miel hacían en conjunto
un rostro anguloso, agudo. Usaba un pullover verde de cuello
subido muy ajustado al cuerpo, lo que lo hacía parecer más
delgado aún y sus pantalones eran oscuros.
Por un segundo pasó por mi mente la figura de un águila,
pero el terror no me dejaba y sólo atiné a llorar. Sí. Llevé mis
manos a la cara y lloré de miedo y desesperación.

–64–
-“No se preocupe”, dijo amablemente el hombre, “No voy a
hacerle nada. Sólo déme los mapas”
Al extender su mano me llamó la atención lo blanquísimas
y bien cuidadas que se veían.
Extraje los mapas de mi bolsillo y se los entregué. Los miró
con mucha atención y los guardó cuidadosamente.
- “Me llamo Dimitrov”, dijo con cierto acento extranjero.
-“Apóstol Dimitrov”.
- “Yo… me llamo María Elena”, le respondí tímidamente.
- “Sí, sí. María, ya lo sé”.
Comencé a establecer una comunicación, intentando
superar el miedo.
- “¿De dónde viene Dimitrov?”.
- “¿Ahora? De Bulgaria” - contestó.
Me sentía aturdida. ¿Cómo era posible que este hombre
supiera de los mapas? ¿Por qué se quedó con ellos? En ese
momento y para mayor asombro mío, llegaron dos hombres
más. Uno era joven, tendría alrededor de 35 años. También era
alto aunque no tanto como el anterior, pues medía alrededor de
un metro noventa. Su pelo era negro, liso y sus ojos verdes. Su
nariz era recta y su boca tenía una firme expresión. Sus manos
eran grandes y su cuerpo muy atlético. Vestía una camisa
celeste y una chaqueta azul de mezclilla, ambas mangas
dobladas hasta los codos, jeans y botas negras. Se sentó a mi

–65–
lado y me dirigió una hermosa sonrisa. Inmediatamente me
fue presentado por el primer hombre:
- “Este es el Apóstol Yanko”.
-“¡Buenas noches, María!”, me saludó alegremente.
-“Buenas noches” – respondí, asustada.
No entendía como era posible que este hombre supiera mi
nombre. Jamás lo había visto antes y tampoco al tercero, quien
sólo hizo un gesto de saludo y se quedó a cierta distancia,
en actitud vigilante. Era bastante más bajo que los que se
encontraban sentados al lado mío y vestía una especie de
uniforme azul completo con botas negras.
Me sentía muy intranquila y todos guardamos silencio por
unos instantes.
De pronto me acordé de Juan -que había permanecido
silencioso todo el tiempo- y le pregunté si estos hombres eran
buenos. Su voz, como un susurro tranquilizador, contestó que
sí.
Por mientras, los dos hombres comenzaron a hablar entre
ellos en un idioma rarísimo, luego Dimitrov se dirigió a mí y
me dijo:
-“María, escucha. No podemos decirte nuestros verdaderos
nombres ni de donde venimos. Por ahora sólo podemos decirte
que venimos de Europa. Usamos nombres y pasaportes
europeos, pero no somos de aquí ¿Comprendes?”.

–66–
-“Sí...” – contesté, aunque no estaba muy segura a qué se
refería con “Aquí”.
-“Sabemos que hablas Inglés. El idioma español puede ser
un poco difícil para nosotros. ¿Es eso un problema para ti?”
-“No… no es problema, pero ¡Un momento! Si tú eres Apóstol
Dimitrov y tú eres Apóstol Yanko” - dije señalando a ambos –
“¿A quién tengo yo metido aquí adentro que se llama Juan?”
-“¡Ah, sí...!” - respondió Dimitrov - “¡Es el Apóstol Juan!” Lo
conocemos bien... ¡Uf!”- rió.
Esta última exclamación me pareció graciosa y pensé que
realmente lo conocía.
- “¿Y por qué se llaman Apóstoles?” Pregunté un poco más
tranquila.
- “Apóstol significa Servidor”, respondió serio Dimitrov.
- “¿Y a quién sirven?”, pregunté intrigada.
- “A Jesús, el Cristo”.

–67–
CRISTO VOLVERÁ A LA TIERRA

Me quedé mirándole perpleja. De todos los conceptos


asombrosos que había escuchado desde la noche anterior,
este me parecía lejos, el más inesperado.
El Apóstol continuó:
-“Cristo volverá a la Tierra”.
-“¿Es que Cristo va a nacer otra vez?” - pregunté sorprendida.
-“No, El no va a nacer. El vendrá”.
-“¡Vaya!” –pensé – “Esto sí que es sorprendente”.
- “Escuche, este... Dimitrov. Juan me habló de un fuego que
llegaría a la Tierra. ¿Tiene algo que ver esto con lo que usted dice?”.
Dimitrov, hablando en perfecto Inglés, contestó con
parsimonia.
-“María, escucha: Habrá grandes cambios en este planeta,
muchos de tipo geofísico y geológico, como los que te reveló
el apóstol Juan. Una gran fuerza alterará las frecuencias
vibracionales, haciéndolas aumentar y los campos
electromagnéticos disminuirán. Este proceso determinará
el grado de expansión que sea posible experimentar para la
conciencia de cada ser humano.
Todas las personas sobre el planeta se encuentran hoy
en entrenamiento. Algunas están decidiendo internamente
si viven o mueren, de acuerdo a sus respuestas negativas

–68–
hacia la vida, otras están decidiendo como ayudar en el
proceso de aceleración de conciencia y otras, como tú, están
entrenándose para realizar un tipo especial de trabajo.
-“¿Yo? No sabía...”
-“Verás” –continuó- “En el futuro de esta etapa planetaria,
habrá un realineamiento de energías. Esto puede traer por un
lado gran destrucción, pero por otro, grandiosas revelaciones
espirituales. Tú no estás involucrada en la destrucción, sino
en el segundo proceso, pero debes tomar en consideración
que ambos ocurrirán al mismo tiempo”.
-“¿Y qué cambios serán esos?”
-“Por ejemplo, se podrán establecer comunicaciones
directas y visuales con otras dimensiones de influencia
Divina. La telepatía aumentará, pues es consecuencia de la
capacidad de amar sin condiciones a los demás. Habrá una
comunicación íntima con la naturaleza. Además, seres que
ya han superado la densidad de la forma material, podrán
ayudar a los humanos en este proceso. Se incrementará la
afectividad y la oración como consecuencia de la influencia
del Amor. ¿Comprendes?”
-“Más o menos. ¿Y qué tiene que ver Jesús con todo esto?”
-“El Maestro Cristo ha estado en tu planeta en forma
física material como parte de la evolución de la Humanidad.
El recibió dentro de Su forma humana el despertar de Su
Conciencia Divina y eso creó un balance en el tiempo y en el

–69–
espacio. Este esquema de Despertar de la Conciencia Divina
volverá a repetirse sobre una porción de la Humanidad, no en
la forma de un solo Maestro, sino en miles.
-“¡Qué interesante! – exclamé- “¡Entonces Dios tiene un Plan!”
Me quedé reflexionando en esa idea. Yo no era una persona
particularmente religiosa, pero la idea de que no estábamos
abandonados a nuestra suerte en medio del Universo, me
pareció esperanzadora.
De pronto me di cuenta que se me había pasado el temor.
Y mientras reflexionaba, ambos hombres parecían haberse
relajado también, conversando entre sí en su extraño idioma.
De pronto escuché algo así como “chocolat”.
-“¡Oigan!” – pregunté- “¿Están hablando de chocolates?”
Mi pregunta causó gracia a los dos hombres y obtuve una
gentil respuesta de parte de Yanko:
-“María, ¡Tú eres dulce como un chocolate...”
En ese tiempo, tan joven, aún me ruborizaba. No esperaba
esa respuesta y no pude evitar sonreir. Entonces Dimitrov me
hizo la siguiente pregunta:
-“María” - preguntó – “¿Por qué estás en Buenos Aires?”
-“Vine a estudiar T’ai - Chi con un profesor chino” - respondí.
-“¿Y crees que fue por casualidad?”
Me sorprendí con la pregunta.

–70–
-“¿No fue así?”
-“Nada es casual. Al igual que muchas otras personas en el
mundo, estás siendo preparada para un gran evento. Ningún
detalle se ha dejado al azar, ni siquiera la ropa con que hoy
debíamos reconocerte”.
-“¿Este buzo blanco?”- pregunté sorprendida.
-“Ni tu viaje, ni las clases que te fortalecieron físicamente, ni
las amistades que hiciste, ni tu viaje al interior de la caverna”.
-“Pero… ¡Cómo saben eso!”.
-“Porque existe una Inteligencia Superior que rige todas las
cosas y que se encuentra preparando la Segunda Venida del
Mesías. Y tú eres parte de ese proceso”.
-“¡Yo!” – exclamé llena de asombro –“Pero, no puede ser…
Hay tantas personas en este planeta, mucho más sabias y
mejores que yo. ¿Saben? Creo que se equivocaron de contacto.
Me parece que deberían hablar con alguien más adecuado”.
En ese momento intervino Yanko:
-“Dios entrega su Luz a los humildes y la niega a los soberbios”.
-“Nuestra tarea no es juzgar” –dijo Dimitrov- “Sólo encontrar
a aquellos que así se nos indica. Pertenecemos a una antigua
Hermandad que tuvo sus orígenes en el sur de Francia y
que se relaciona profundamente con el apostolado de Juan.
Viajamos la distancia que sea necesaria y extendemos la
invitación que se ha acordado para este tiempo”.

–71–
-“¿Y cuál es?”.
-“La de ser partícipes del retorno de Cristo a la Tierra y
preparar Su segunda venida”.
Me quedé pensando un momento y luego repliqué:
-“Pero yo no creo que Cristo me necesite a mí para volver,
me parece que lo podría hacer perfectamente sin mi ayuda”.
Ambos sonrieron.
-“Créenos cuando te decimos que el Universo es tan
eficiente que no desperdiciaría su energía sin un motivo
aparente. Tú eres parte de Dios y por lo tanto Co-creadora
con El. El Regreso de Cristo será el resultado de una labor
de conjunto en múltiples dimensiones. A cada cual le toca su
parte, siempre y cuando así lo desee” – dijo Dimitrov.
-“¿Es decir, que alguien podría negarse a participar de este
proceso?”.
-“Así es”- contestó el Apóstol con cierta tristeza.
-“¿Y por qué lo haría?”.
-“Por muchas razones. Principalmente por incredulidad.
Pero también por falta de conocimiento. Porque a Cristo no
se le conoce en la teoría, sino en la experiencia. Las personas
se sienten demasiado agobiadas con sus propios problemas.
El sistema competitivo en que se desenvuelven los seres
humanos les obliga a dejar de lado su espiritualidad.
-“Mmmm… eso es verdad. ¿Y en qué podría ayudar entonces?”.
–72–
El apóstol me quedó mirando fijamente.
-“¿Tú deseas que Cristo retorne a la Tierra? preguntó con
gravedad”.
-“Por supuesto que sí” –respondí. “Me parece una idea
estupenda”.
-“¿Y estás dispuesta a ayudar para que así sea?”.
-“Claro” –respondí- “Si su problema es la escasez de
personal y en algo puedo cooperar, estoy dispuesta”.
Dimitrov miró a Yanko y ambos hombres conversaron
brevemente en su idioma.
-“Bien. Debemos decirte entonces que viajarás por todo
el mundo, pues para que puedas comprender lo que hemos
hablado, debes conocer exactamente el estado en que se
encuentra la Humanidad. Sin embargo, estos no serán sólo
viajes de placer. En cada lugar encontrarás a una persona que
te dará particulares enseñanzas o instrucciones”.
Escuché con mucha atención, pero no pude evitar reirme
en ese instante. Ya he explicado que no era precisamente un
dechado de sabiduría y sé que lo que dije no fue una muestra
de gran educación, por lo que pido perdón de antemano. No
pude evitar exclamar…
-“Disculpen…¿Ustedes son tontos o comieron caca, cómo
se les ocurre que voy a viajar por todo el mundo si no tengo
dinero para hacerlo?.

–73–
Los dos hombres se miraron uno a otro, como queriendo
comprender lo que había dicho. Y mientras el más joven abrió
los ojos sorprendido, el otro se rió por al menos dos minutos
sin parar.
Cuando finalmente dejó de reirse, miró al Apóstol Yanko y
le habló en su idioma.
-“Oh”, exclamó riéndose el Apóstol Yanko -“No, no comimos
caca”.
Sé que es una ordinariez lo que acabo de relatar. Y como
ejemplo de “contactada” soy de lo peor. Cero respeto. Es
más, creo que esta desafortunada pregunta fue espantosa,
pero repito, estoy relatando este encuentro tal como fue, sin
adornos. De todas maneras ellos se lo tomaron con humor y
eso ayudó a que me sintiera más relajada en una situación
que de por sí ya era bastante tensa.
-“No te preocupes María, nosotros vamos a arreglar eso”,
contestó Dimitrov, todavía riéndose.
-“Bueno”, contesté –“Si ustedes pagan los pasajes ¡No hay
problema!”.
Con el tiempo viajé por muchos países y llegué a lugares
bastante exóticos, pero esa es otra historia, sólo lo agrego
para confirmar el hecho de que la indicación se cumplió a
cabalidad.
Ya más distendida la conversación, el Apóstol Dimitrov
continuó su explicación:
–74–
-“Comenzarás a partir de este momento un período de
entrenamiento, si pudiéramos expresarlo de esa manera.
Físico, mental y espiritual. Participar de la causa de Cristo
conlleva grandes responsabilidades, en especial aquellas que
dicen con la influencia que puedas ejercer sobre otros. En
tu camino pasarás duras pruebas que templarán tu espíritu,
pero también tendrás grandes satisfacciones”.
-“Pero…” ¿Y quién va a guiarme para saber si estoy haciendo
lo correcto?”.
-“Todo lo que estás haciendo está bien hecho, ¿Recuerdas?”
–respondió sonriendo Dimitrov.
-“¡Los hombres de la caverna dijeron eso!”.
-“Sentirás siempre la Guía Divina, que te envolverá en todo
momento como un manto sutil y protector”.
Me quedé pensando un momento en todo lo que
estaba ocurriendo. Comprendí que había tomado un gran
compromiso de una forma extraña y en un momento volví
a sentirme agobiada. De pronto me acordé de mi compañera
de T’ai Chi, con la que debía encontrarme esa noche y me
extrañó que no hubiese llegado, aunque no lo comenté. Sin
embargo, Yanko sonrió y me dijo con amabilidad:
-“No va a venir”…
Sentí como una vez más me bajaba la presión y un sudor
helado recorría mi piel. No podía comprender cómo se
habían manejado tantas variables y cómo era posible que
–75–
esos hombres leyeran mi pensamiento. Yanko se apresuró a
confortarme:
-“No temas, María” –dijo- “Hay muchas cosas que aún no
puedes comprender, pero lo harás en el futuro. Eres muy
valiente al aceptar este compromiso de esta manera”.
Las palabras de Yanko me tranquilizaron un poco y respiré
hondo. Dimitrov intervino de nuevo.
-“Hay una cosa más, María”.
-“¿Otra?” – contesté asustada.
-“Es un conocimiento especial que debemos entregarte.
Como ya te dije, a Cristo se le conoce en la experiencia.
Te hemos dado indicaciones para el futuro, pero no podrás
seguirlas si no comprendes el sentido exacto de esta tarea”.
-“¿Y qué debo hacer entonces?”.
-“Vuelve aquí mañana, a las doce del día. Nosotros te
esperaremos para instruirte en lo que se espera de ti”.
-“¿Entonces mañana podré tener un poco más de
explicaciones?”.
-“Así es. Realizarás un viaje y en ese viaje encontrarás a un
Pescador”, contestó de forma enigmática.
-“¿Y si por algún motivo no pudiera venir?”.
Dimitrov sonrió y sólo se limitó a contestar:
-“Sólo haz lo que tu corazón te indique. Pero si has de venir,

–76–
debes saber algo: Los ojos son la ventana del espíritu y la
única forma de combate. No lo olvides”.
Lo miré con curiosidad. ¿Qué querría decir con eso? En ese
momento escuché una dulce voz dentro de mi cabeza.
-”Debes estar preparado para cuando Yo venga, no sea que
llegue callado y de noche como el ladrón, y no me reconozcas”.
¡Era Juan! Si hasta se me había olvidado que existía. Y esa
frase se refería a las palabras que Jesús dijo a sus apóstoles
cuando ellos le preguntaron como sería cuando El volviera.
-“De acuerdo” –dije– “Volveré mañana ¡Pero no
necesariamente porque crea todo lo que me han dicho! Sólo
debo saber hasta dónde llega todo esto”.
-“Está bien” dijo Dimitrov poniéndose de pie. Luego dio
algunas indicaciones al tercer hombre que aún esperaba
cerca nuestro y este se fue.
-“Yanko te irá a dejar” – dijo escuetamente Dimitrov. Luego
me ofreció su mano y me ayudó a ponerme de pie. Dio algunas
instrucciones al apóstol más joven y se despidió con un gesto
de su mano, retirándose en la misma dirección que el primer
hombre.
Yanko me encaminó hacia mi departamento en completo
silencio. De pronto recordé que en el dibujo que había
entregado a su compañero, éste apuntaba hacia una especie
de plato en el cielo y le pedí que me explicara ese detalle. El
pensó por un momento y luego contestó de esta manera:
–77–
-“María, ¿Recuerdas la parábola del buen pastor?”.
-“Sí” –respondí- “Un buen pastor va por su oveja perdida”.
-“De la misma manera, considera a la Humanidad entera de
este planeta como una oveja que está perdida y que necesita
ayuda. Su Pastor es Jesús y está dispuesto a rescatarla, para
lo cual cuenta con ayudantes experimentados que desde
el Universo entero también desean su salvación. No puedo
adelantarte más por ahora, ya tienes suficiente con lo que
has vivido hasta este momento. Decirte más sería agobiarte
innecesariamente”.
Una vez que llegamos a la entrada del edificio, Yanko se
despidió amablemente deseándome un buen descanso. Le
dije que esperara un momento mientras le pedía al conserje
del edificio un papel y un lápiz para apuntar mi número
de teléfono en caso de cualquier cosa. Se lo entregué, lo
recibió y sonrió. Me dio la sensación de haber hecho algo
absolutamente innecesario.
Me quedé unos segundos viendo como se alejaba. Cuando
ya no pude verlo, subí a mi departamento, me senté en un
sillón y recién entonces, pude liberar un largo y contenido
llanto.

–78–
CONFIAR A PESAR DE TODO

Cuando ya pude recuperarme un poco, me preparé una


taza de té, me cambié de ropa y me senté a pensar en todo lo
que había pasado desde que comencé mi curso en Santiago.
Cómo mi vida estaba dando un vuelco tan extraño, la cantidad
de situaciones que debieron coordinarse para provocar el
encuentro que había tenido y sobre todo, lo incierto de mi
futuro cercano. De pronto me sentí muy sola.
Miré la hora y ya había pasado la medianoche. Revisé mis
mensajes telefónicos y vi que tenía uno de mi amiga japonesa.
La llamé de inmediato y lo primero que me preguntó fue que
dónde me había metido. Le conté del extraño encuentro que
había tenido en la plaza y de lo asustada que estaba.
Me dijo que vendría enseguida al departamento para que
le contara todo, lo que me hizo sentir mejor porque tenía
urgente necesidad de hablar con alguien.
Mientras esperaba, y aunque era un poco tarde, llamé
también a mi otra compañera de curso para preguntarle por
qué no había llegado a la cita. Me pidió disculpas y me contó
que una amiga que no veía hacía seis años “justo” la había
ido a visitar. Me reí internamente pensando en la precisión
de todo este evento y le conté lo que había sucedido. La pobre
no lo podía creer y me dijo que no me dejaría sola, que iría
conmigo al día siguiente a la plaza. Me pareció perfecto y
quedamos a las once del día siguiente.
–79–
Al llegar mi amiga japonesa me pidió que le contara en
detalle todo lo sucedido y así lo hice. Lo más curioso fue que
ella había ido también a la plaza a la hora de la cita.
-“¡Pero cómo!” – exclamé – “¡Yo no te vi!”.
-“Eso es lo extraño” – contestó ella – “Yo tampoco...Qué
cosa más rara”.
Comencé a reírme, porque realmente ¡Todo! era extraño.
Conversamos largamente. Mi amiga trató de prevenirme
acerca de lo peligrosa de mi situación. Estos hombres podían
ser tratantes de blancas, podrían drogarme y llevarme lejos.
Y aunque todo eso era perfectamente posible, yo sentía la
necesidad de saber hasta donde llegaría esta situación. En
algún punto debía terminar y para mí era necesario seguir
hasta el final.
Sin poder convencerme, mi amiga se rindió, pero se
comprometió a volver al día siguiente, al igual que nuestra
otra amiga para acompañarme a la plaza y verificar con sus
propios ojos lo que les había relatado. Un poco preocupada,
finalmente se fue.
Alrededor de las dos de la madrugada fui al baño para
refrescarme un poco porque no podía dormir. Si bien es cierto
no estaba arrepentida de la decisión que había tomado, sentía
mucho temor. Sabía que debería ser valiente, sobre todo
porque necesitaba imperiosamente saber dónde terminaría
toda esta historia, pero mi ánimo flaqueaba a cada instante.

–80–
Mirándome al espejo me pregunté en qué lío me había
metido y se me escaparon un par de lágrimas. La voz queda
de Juan se hizo presente en ese instante.
-“No temas, María. Eres parte de un Plan de Amor que es
perfecto. Yo te cuidaré. Ahora duerme”.
Me quedé pensando un momento en esta frase. Un Plan
Perfecto… ¿Confiaba yo en Dios? Esta sería la ocasión de
probarlo.
Me recosté sobre la cama y me quedé profundamente
dormida.

–81–
DUDAS

Desperté alrededor de las siete de la mañana del 10 de


Noviembre. Al entrar a la ducha me di cuenta que me había
aparecido una mancha rosada y redonda en la espalda. Miré
con atención y vi que estaba situada sobre la columna a la
altura del corazón.
Era grande, en relieve y como de unos tres centímetros de
diámetro. Pensé que tal vez podría ser alergia, sin embargo,
la voz de Juan intervino sorpresivamente:
-“Es un Sello de Protección...”
No pensé mucho en esta respuesta, al menos no era alergia.
Tomé desayuno y sin pensarlo, me puse mi buzo blanco y
me tendí un momento. En ese instante sonó el timbre.
Me levanté pensando que podía ser la camarera y abrí la
puerta encontrándome cara a cara con mi amiga del curso
de T’ai Chi, la que no había llegado a la cita. Su rostro estaba
desencajado y supe de inmediato que algo estaba mal. La hice
pasar sin decir una palabra y le ofrecí un café que no aceptó.
Me pidió que le contara todo lo ocurrido desde mi llegada
a Buenos Aires, pero le dije que sería imposible. Primero
porque no tenía tiempo y segundo porque aunque le explicara
lo sucedido no lo entendería jamás.
Aún así intenté relatarle los últimos acontecimientos,
pero me di cuenta que con cada palabra me sentía más y
–82–
más ridícula. La astro - ciclo - cartografía y el espiritismo no
contribuyeron precisamente a aclarar la situación.
Me explicó, con la mejor intención del mundo por cierto,
que no tenía sentido exponerme a toda clase de peligros. Al
igual que mi amiga japonesa, ella pensaba que estos hombres
podrían ser tratantes de blancas, yo podría desaparecer y
morir en cualquier lugar. Ella no lo aceptaría, e insistió para
que yo reaccionara.
La conversación se extendió por largo rato, hasta que le
hice saber firmemente que mi decisión ya estaba tomada. Le
prometí que me comunicaría con ella a la brevedad y que no
tenía ninguna intención de desaparecer del mapa. Le pedí que
se tranquilizara y que me dejara hacer lo que mi corazón me
pedía, porque lo haría de todas formas. No necesitaba más
obstáculos.
En eso llegó mi amiga japonesa. Continuamos elaborando
por un rato toda clase de hipótesis, pero la verdad fue que ni
una sola de ellas se acercaba siquiera a lo que iba a suceder.
Finalmente y dándose por vencidas, ambas me abrazaron
emocionadas, con el corazón angustiado por el incierto
futuro. Faltando quince minutos para las doce, encaminamos
nuestros pasos hacia la Plaza San Martín.

–83–
EN CAMINO

Por el camino mi amiga japonesa me regaló un pequeño


amuleto rojo y me contó que según sus tradiciones, éste me
protegería de cualquier peligro. Lo acepté como un bonito
recuerdo y se lo agradecí. En un momento una vitrina llamó
mi atención y me detuve a observarla por un breve instante.
Pero cuando me di vuelta para comentar lo que había
visto a mis amigas, no encontré a ninguna de ellas. Estuve
buscándolas durante unos segundos y me pregunté dónde se
habrían metido, no podía entender lo que había pasado, pero
como no quería perder tiempo enfilé hacia la plaza pensando
que luego me alcanzarían allí. También pensé que podrían
haber sentido miedo y simplemente decidieron marcharse de
improviso, pero me parecía tan extraño...
Al llegar al lugar acordado me senté en un banco de piedra a
esperar. Me sentía sola y estaba asustada. Lloré por un buen
rato, ¿Hasta dónde llegaría esta historia?.
Poco a poco comencé a tranquilizarme y me puse a pensar
en lo curioso del hecho que habiendo estado en el mismo lugar
y a la misma hora con mi amiga japonesa no nos habíamos
visto la noche anterior, como si una especie de velo invisible
hubiese cubierto el sitio del encuentro.
Así me encontraba, tratando de entender esa situación y en
espera de mis compañeros de viaje, pues eso supuse que era,
cuando vi que una persona se acercaba lentamente hacia mí.
–84–
No era ninguno de los hombres de la noche anterior, pero me
era cara conocida.
De pronto recordé quien era ¡El psíquico que me había llevado
a ver mi amiga japonesa! Y con la mala impresión que me había
causado, era la última persona a la que esperaba ver.
Me saludó amablemente y muy sorprendida por su
presencia le pregunté:
-“¡Tú!, ¿Qué haces aquí?”.
-“Parece que viajamos” – respondió.
-“¡Cómo que viajamos! ¿Hay más gente, se trata de un grupo?”.
-“No lo sé, hay que esperar”.
-“Pero, ¿Cómo llegaste hasta aquí?”.
-“A las once es la hora en que me centro en mí mismo en
meditación y algo me dijo que tenía que venir. Es demasiado
complejo para que tú lo entiendas. No puedo explicarte en cinco
minutos como funciona el quinto circuito cerebral…”
Me quedé estupefacta con esa respuesta. Esto se estaba
volviendo bastante extraño, pensé que tal vez se reuniría un grupo
de gente, pero... ¿Por qué precisamente ese tipo tan desagradable?
El caso es que de pronto se levantó del asiento y comenzó a hacer
una suerte de sonidos extraños. Me pregunté si profesaría algún
tipo de religión oriental y no me hacía ninguna gracia imaginar que
tendría que escuchar eso durante todo el supuesto viaje. Luego se
sentó a mi lado mientras yo lo observaba atenta.

–85–
-“¿Cómo era tu nombre?” - preguntó.
-“María” - contesté.
-“¡Ah! Claro, la que rescata… Escúchame, tú ya estás
perdonada. Todo lo que has hecho lo has hecho por amor”.
No hice ningún comentario. Pero el hombre continuó.
-“¿Sabes cuál es tu número?”.
-“Supongo que el nueve ¿Por qué? ¿Eres astrólogo, mago o
contador acaso?”.
Me miró serio y dijo como para sus adentros:
-“Ya entiendo. Nueve... es el número de la Iniciación,
significa triunfo. No debe ser”.
Por alguna razón extraña el tipo me resultaba sencillamente
insoportable, por lo que decidí callar y no conversar más con
él hasta ver lo que sucedía. Mi improvisado acompañante no
dejaba de observarme, lo cual me molestaba aún más porque
había algo muy extraño en su mirada. Era vacía, fiera, airada
y sus ojos eran tan impresionantemente oscuros...
Entonces reparé que las espigadas figuras de Yanko y
Dimitrov se dibujaban a la distancia. Me alegré y exclamé:
-“¡Por fin!”.
Vi que ambos hombres conversaron algo al borde de la
plaza y parecían estar señalando hacia nosotros. Finalmente
sólo Yanko se acercó y saludándome como siempre, con
amabilidad, se sentó al lado mío.
–86–
Me preguntó quién era el hombre que estaba allí conmigo,
el que permanecía quieto, y sorprendida le pregunté si no
venía con nosotros. Me respondió que no, por lo que le dije
que parecía ser un señor que enseñaba control mental o
algo por el estilo y que lo había conocido unos días antes. Al
parecer había llegado allí solo, pero yo no sabía cómo.
Nos cambiamos de asiento alejándonos del intruso y Yanko
me preguntó por qué tenía los ojos tan rojos. No le respondí,
pero lo miré como diciendo “¡Claro, la vida es muy fácil para
mí estos últimos días!”.
-“¡Ánimo, María!” - dijo sonriendo. Luego volvió a preguntar
por el hombre que estaba sentado conmigo.
-“¡No lo sé!” - contesté - Yo no lo conozco, pensé que venía
con ustedes...
-“No, no...” – contestó dubitativo.
El psíquico no se movía de su lugar. En ese momento
Dimitrov llegó a nuestro lado y saludándome, indicó con
firmeza que nos levantáramos. Así lo hicimos y caminamos
hacia el centro de la plaza donde encontramos otro banco
para sentarnos. Yanko y Dimitrov conversaron un momento
en su idioma y pude notar que estaban inquietos. Dimitrov
se dirigió a mí y me dijo que teníamos que esperar y así lo
hicimos. Me dio la impresión de que ellos no esperaban a
la inoportuna visita y que eso les inquietaba. De pronto, el
psíquico se levantó y se dirigió lentamente hacia nosotros.

–87–
Yanko se puso de pie, alerta. Dimitrov permaneció a mi lado,
sentado, hasta que el hombre llegó y se paró frente a nosotros,
llamando mi atención de forma muy terminante.
-“María” – dijo imperativo – “¡No vayas!”.
Miré asustada a Dimitrov y le pedí que no se moviera de
allí. Asintió y me tranquilizó.
-“¡No vayas!” – repitió el hombre – “¡Estos señores te llevan
a cosas terribles y tú ya estás perdonada! María, no hace falta
el sacrificio”.
Quedé atónita con esta frase. Estaba realmente
desconcertada y de pronto ¡Me acordé de Juan! ¡Por supuesto!
Con todos los líos en que estaba metida se me había olvidado
por completo. Esta era una emergencia y lo necesitaba, así
que rápidamente le pregunté:
-“¡Juan! Este hombre no es bueno, ¿Verdad?”.
- “No” -fue su respuesta.
-“¿Puede tocarme?”.
-“No”.
-“¿Puede hacerme algún daño?”.
-“No”.
En ese momento Dimitrov llamó mi atención y realizó un
gesto indicando hacia sus ojos. Me acordé de inmediato de la
lección que me había dado la noche anterior: ¡Los ojos!, el Kung
Fu está en los ojos. La mirada es la única forma de combate.
–88–
Entonces miré de frente al hombre que estaba parado
frente a mí, mirándome con odio y sentí que de mis ojos
emanaba un gran calor. Era una sensación muy extraña.
También sentí una asombrosa calma, el hombre entretanto
permanecía inmóvil, mirándome fijamente. Me relajé al ver
que a pesar de los denodados esfuerzos que el señor hacía, no
podía acercarse a mí a menos de un metro. De alguna forma
entendí que este fenómeno era producido por Juan así que
sacando fuerzas de flaqueza, me dirigí a él y lo increpé:
-“Mira...Vete de aquí ¿Quieres? Mi decisión ya está tomada
y no serás tú quien impida que haga lo que sea tenga que
hacer ¡Anda, vete! No molestes más”.
-“¡Eres una tonta! -replicó enojado el hombre-“¡Jamás
vencerás!”.
-“¡Pobre hombre!” – le contesté.
El tipo se puso rojo, pero no fue capaz de hacer nada más,
limitándose sólo a proferir unos cuantos insultos. Me puse
de pie y le dije a Dimitrov que nos fuéramos de allí. El había
permanecido en silencio todo el tiempo y no intervino en
el “amable” diálogo que sostuvimos con el conferencista.
Pero observaba atento cada movimiento del malhumorado
psíquico. Se puso de pie y ambos caminamos hacia donde
estaba Yanko, dejando atrás a la impertinente visita.

–89–
LA CALLE, UN TEMPLO

Cuando llegamos al lado de Yanko asistí a un espectáculo


realmente sorprendente. El Apóstol más joven estaba
enfrascado en una fuerte discusión con un hombre delgado
que había trepado por una de las ramas de un inmenso árbol.
Casi se podría decir que estaba enrollado en él.
Discutían en un idioma rarísimo, que me daba la impresión
de ser una especie de lenguaje antiguo y aunque no entendía
lo que hablaban, por los gestos y el tono, claramente no
estaban de acuerdo en algo.
Dimitrov interrumpió mis pensamientos y me preguntó qué
me parecía esa escena y si el hombre delgado casi enroscado
en la rama del árbol me recordaba algo.
No era difícil suponer que semejaba la historia de la serpiente
en el paraíso y así se lo hice saber. Él asintió, como aprobando
mi respuesta, mientras la discusión seguía llevándose a cabo.
Dirigí mi mirada entonces a otras partes de la plaza y me
di cuenta que muchas personas pasaban por ahí sin mirar
siquiera el extraño espectáculo. Nadie parecía darse cuenta
de lo que ocurría, casi como si... no pudieran ver...
¡Claro!, ¡Eso era! ¡Nadie podía ver! Por eso mi amiga japonesa
no me encontró la noche anterior y por la misma razón ella
y nuestra compañera de curso habían desaparecido tan de
improviso cuando me fueron a dejar.

–90–
Me di cuenta que algo velaba la visión a aquellos que no
estaban involucrados directamente en la experiencia. Me di
vuelta y tomé uno de los brazos de Dimitrov. Le pregunté
dónde estábamos y su respuesta confirmó mis pensamientos.
-“Estamos en otra Dimensión”.
Me aferré firmemente a él. Eso era… Estábamos en otra
dimensión ¡Y me encontraba allí con mi cuerpo Físico!.
En ese momento comprendí que debía permanecer en
constante estado de alerta pues no sabía qué pasaría de allí
en adelante.
Por su parte Yanko seguía discutiendo cada vez más con el
serpentino personaje.
Dimitrov se dirigió gravemente a mí diciendo:
-“María, prepárate y recuerda que a Cristo se le conoce en
la experiencia. Este es el conocimiento que te entregaremos”.
Me tomó del brazo y llamó a Yanko para indicarle que
debíamos salir de la plaza. El Apóstol más joven siguió la
indicación, no sin antes dirigir fuertes palabras al hombre del
árbol, quien se retrajo y se escondió detrás del grueso tronco.
No volví a verlo. Tampoco estaba cerca el conferencista.
Mientras caminábamos hice una breve evaluación mental
de lo que estaba ocurriendo y comencé a comprender mejor
la situación. Había pasado por dos encuentros bastante
espeluznantes y además agresivos. Sentía que estaba en

–91–
peligro, pero de una forma muy extraña. Otra dimensión…
pero ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me trajeron a este lugar y
por qué una persona intentó sacarme de allí, insultándome?
¿Qué estaba ocurriendo? De pronto tuve una certeza dentro
de mí. No sé cómo, pero supe que de alguna manera sería
probada o sería tentada.
La voz de Juan se dejó escuchar dentro de mí.
-“Sí”.
-“¡Juan! ¿Pasaré una serie de pruebas?”.
-“Sí”.
-“¿Me vas a ayudar?”.
-“Sí”.
-“¿Cuánto tiempo tomará?”.
No hubo respuesta.
-“Está bien, no importa, tú sólo líbrame del miedo y yo haré
el resto.”

–92–
PROFECÍAS PERSONALES

Dimitrov interrumpió mis pensamientos y cuando salíamos


de la plaza comentó:
-“Hay peligro en este lugar...”
-“Sí” – respondí escuetamente.
-“María ¿Tienes hambre? - preguntó Yanko.
-“No”, contesté seria.
-“Pero vamos a esa cafetería y tomamos algo ¿Quieres?”.
-“Bueno, está bien”. Un café no me iba a venir mal después
de lo que había pasado.
Cruzamos Avenida Santa Fe y llegamos a un acogedor café
en una esquina llamado Petit Paris. Entramos y tomamos
asiento en una mesita retirada. Yo pedí un café para
mantenerme bien despierta.
-“Dimitrov, explícame eso de las dimensiones”.
-“María” – contestó. “Estamos en una dimensión intermedia,
podríamos decir que para encontrarnos, nosotros tuvimos
que bajar nuestra frecuencia y tú elevar la tuya.
-“Pero esto no es como tocar un timbre y abrir una puerta,
yo no he sentido nada especial”, contesté.
-“Es por la elevada vibración que te proporcionó hacer
tanto T’ai – Chi, de otra manera no hubiera sido posible
encontrarte”.
–93–
Esta respuesta me dio una pequeña idea de por qué no había
podido ver a mis amigas aún estando en el mismo lugar. Pero
aún así no lo comprendí del todo.
De pronto recordé que tenía algo muy importante que
preguntar:
-“Dimitrov, ya que ustedes saben tantas cosas de mí ¿Me
pueden decir si encontraré al amor de mi vida y si tendré
hijos?”. Sí, ya sé ¡Qué idiota! Podría haber preguntado por el
origen del Universo, pero no… dulces 24 años…
El Apóstol me observó con mucha ternura, yo creo que hasta
con un poco de compasión y me respondió tranquilamente:
-“Sí María, tendrás dos hijos varones y serás acompañada
en esta vida por un hombre bueno”.
¡Qué pruebas ni que nada! Quedé feliz con esa respuesta.
Me da risa cada vez que me acuerdo. Y ahora, cuando miro
hacia atrás y veo a mis dos hijos varones convertidos en
hombres y a mi esposo, el hombre más bueno con quien he
tenido el privilegio de compartir la vida, no dejo de agradecer
a aquellos extraños esa pequeña profecía personal.
Yanko me preguntó si había llevado papel y lápiz. Extraje
un cuaderno de mi bolso (que por cierto había llevado todo
el tiempo) y para alivianar un poco la situación les dije a los
Apóstoles que Juan era un eximio dibujante especializado en
retratos. Ambos sonrieron y quisieron ver qué hacía.
Le pedí a mi amigo invisible que dibujara a Dimitrov y
–94–
el resultado fue el dibujo de un borrachín con una botella
en una mano y una copa en la otra. Nos reímos bastante
con el retrato. Luego comentamos acerca de otros dibujos
misteriosos que había dejado en el departamento. En uno de
ellos había una casa con unos equipos que en ese momento
pensé que eran radios, pero en realidad tenían la forma de
notebooks, sólo que en ese tiempo no existían, pues apenas
salían al mercado los primeros computadores. También había
otro dibujo. Se trataba de un paisaje rural con dos cerros de
fondo, uno puntiagudo y otro irregular.
En medio de esos cerros había una meseta, donde Juan
dibujó dos naves espaciales. Una tenía forma de limón
acostado y de ella salía un haz de luz que llegaba hasta el
suelo, pues la figura no tocaba la superficie. La otra forma
parecía un poroto (en otros países les llaman alubias o
frijoles). Sé que el dibujo quedó inconcluso porque comenté
que sólo faltaba la cebolla para completar la ensalada y que
si esas cosas eran naves, se veían bastante ordinarias, según
mi apreciación. Repetí el dibujo aproximado en un papel y
se lo mostré a los Apóstoles, quienes comentaron muchas
cosas en su idioma - incomprensible para mí - riéndose un
poco, después hablando de manera un poco más seria, pero
la verdad es que no me explicaron más, sólo me dijeron que
en el futuro lo entendería.
Pasé muchos años buscando la casa, en distintos países
incluso, hasta que dejé de hacerlo. Los notebooks comenzaron

–95–
a aparecer y entonces me di cuenta que eso era lo que estaba
dibujado. Con respecto a los cerros, tal vez no eran tales…
Yanko tomó el lápiz y dibujó un ocho acostado, el símbolo
del infinito.
Mientras lo observaba, ambos hombres comenzaron
a conversar nuevamente en su idioma. Se veían muy
concentrados y yo alcanzaba a comprender que estaban
tratando de ponerse de acuerdo en algo. Por mi parte,
entendía que estos serían momentos difíciles y debería estar
alerta todo el tiempo, vivir segundo a segundo y sobre todo,
no dejarme sorprender.
Había aceptado aplicar para un especial trabajo, pero
primero sería probada. Supuse que podía ser una especie de
protocolo, tal vez el puesto había que ganárselo. Por la guía
de Juan, supe que mi deber era permanecer al lado de los
Apóstoles y también comprendí que todo lo que ocurriera de
ahí en adelante sería muy serio.
Mientras me tomaba el café y los Apóstoles conversaban,
comencé a relacionar poco a poco el aviso de los Hombres
de la caverna con esta experiencia, también la famosa
cartografía, la resistencia física que me proporcionaba el
intenso entrenamiento de T’ai - Chi, el buzo blanco... Recordé
que en los templos Shaolín, el blanco representaba el primer
grado de aprendizaje, cuando no se tiene conocimiento.
Es el color que se otorga a los novicios cuando emprenden

–96–
un nuevo camino. Las pruebas más grandes vendrían de ahí
en adelante y el templo sería la calle misma.
Me encontraba así, concentrada en estos pensamientos
cuando Yanko me preguntó si quería decir algo.
-“Gracias” – respondí – “Gracias por su presencia. Esto no
es fácil para mí y supongo que tampoco lo es para ustedes”.
Ambos hombres se miraron, asintieron y luego Dimitrov
preguntó:
-“María, ¿Sabes dónde estará situado el nuevo continente?”.
-“Bueno, no lo sé…yo no lo tengo, sólo traje mi bolso” -
contesté riendo- ”Pero... ¡Espera un poco! Juan me hizo
un dibujo ¿Recuerdas? El que te pasé ayer en la noche, el del
mapa de Italia. Al sur de ella había un continente redondo
que no se parecía en nada a Africa. ¿Será allí?”.
Ambos hombres se miraron con seriedad. Por mi parte
lo primero que pensé fue que la emergencia de ese enorme
pedazo de tierra implicaría un movimiento telúrico enorme.
Gran parte de Africa desaparecería para que otro continente
de ese tamaño emergiera y ¡Juan lo había revelado!.
Los Apóstoles comenzaron entonces a nombrarme una
serie de ciudades y puertos del Mediterráneo, en especial de
España y Francia, pero ante mi expresión de desconocimiento
se detuvieron. Dimitrov me contó que un conocimiento que
había permanecido oculto allí por muchos años saldría a la

–97–
luz y removería las conciencias en relación a la figura de
Jesús. Luego tomó mi mano y dijo:
-“¡María, escucha! Tienes una información muy importante,
¡Guárdala!”.
Cuando iba a pedirle que me explicara un poco más acerca
del tema, un personaje lamentablemente conocido entró al
lugar: Era el psíquico de nuevo. Dimitrov frunció el ceño y dio
por terminada la conversación.
El tipo se sentó en una mesa desde la cual podía mirarme de
frente y pude ver cómo me miraba con un odio indescriptible.
Dimitrov pidió la cuenta y nos paramos para retirarnos del
lugar, pero antes de salir vi que el psíquico se acercaba a la
barra para hacer una llamada telefónica.
Me puse muy nerviosa nuevamente. Mis dos acompañantes
me tranquilizaron y caminamos por Santa Fe hasta llegar
a la Avenida del Libertador. Sorpresivamente se acercó un
hombre joven contando un gran fajo de dinero, poniéndose
al frente mío y mirándome fijamente. De inmediato consulté
a Juan.
-“Juan ¿Esta es otra prueba?”.
-“Sí”.
-“¿Quiere perturbarme?”.
-“Sí”.
-“Entiendo” - dije aferrándome a Dimitrov. El hombre
–98–
me cerraba el paso e insistía en mostrarme su billetera con
agresividad. Miré hacia otro lado y esquivándolo, logré pasar.
Otro hombre pasó mirándome y gesticulando en forma
amenazante. Yo me encontraba en medio de mis dos
acompañantes así que me sentía relativamente protegida,
pero no podía evitar sentir miedo. Aceleramos el paso y el
segundo personaje pasó de largo.
Yanko miró repentinamente hacia atrás e indicó que ahora
éramos seguidos nuevamente por el psíquico.
No podía creerlo, de verdad era insistente el señor. Pero esta
vez no venía solo, le acompañaba una mujer de apariencia muy
singular: Con una gran cabellera negra y un mechón blanco
que destacaba en ella. Se había maquillado en exceso y sus
ojos eran muy oscuros. Vestía un blusón negro y pantalones
del mismo color. Pero lo que más me llamó la atención
fueron sus zapatillas, las que me eran muy familiares. Eran
zapatillas de T’ai - Chi.
Pregunté a Juan:
-“Juan, ¿Quieren sostener un combate?”.
-“Sí”.
-“Bien, es obvio que la cosa es conmigo... Pero, ¡Un
momento! ¡Tú me dijiste que el T’ai - Chi no debía emplearse
para combatir!, ¿Verdad?”.
-“Cierto”.

–99–
-“Por lo tanto no vamos a pelear”.
-“No deberías”.
-“¿Pueden tocarme?”.
-“No”.
-“¡Ah!, entonces no hay nada de qué preocuparse...” - dije
aliviada.
Pero Yanko estaba muy inquieto y dando media vuelta
exclamó:
-“¡Yo le voy a pegar a ese tipo!”
-“¡Yanko, tranquilízate!” - le ordené firmemente tomándolo
del brazo - “Ellos no pueden hacerme nada a menos que
responda a su ataque, ¿Entiendes?”.
Yanko me miró sorprendido y balbuceó:
-“Sí, María...”
No sé de dónde salió esa fuerza en esos instantes, sólo sabía
que no podian tocarme.
Nos sentamos en la puerta de un edificio y vimos
calmadamente cómo los combatientes frustrados pasaron
delante nuestro sin poder acercarse. Continuaron caminando
hacia la esquina y allí esperaron.
Dimitrov, quien durante todo este incidente se había
mostrado calmado y había permanecido casi inmutable,
sonrió y dijo:

–100–
-“¡Muy bien, María!”.
Al parecer había pasado airosamente las primeras pruebas,
que fueron muy rápidas y que me permitieron apreciar el grado
de protección que Juan me proporcionaba. Pero mi corazón
estaba acelerado, mi respiración agitada y sentía adrenalina
por todo el cuerpo. Sabía que sólo era el comienzo.

–101–
EL EXTRAÑO MUNDO
DE LOS OJOS OSCUROS

Ya más calmados los ánimos y viendo que la situación


anterior parecía estar superada, conversamos un poco. Noté
que Dimitrov parecía estar especialmente preparado para
este tipo de tareas y se mantenía en control todo el tiempo.
Yanko mostraba mucho más sus emociones y era mucho más
empático.
Ya era alrededor de las dos de la tarde y Dimitrov sugirió
que fuéramos a algún restaurante para almorzar y conversar
tranquilos. A mí me pareció buena idea y nos marchamos
de nuestro improvisado asiento. Caminamos por un costado
de la plaza San Martín hacia la estación de trenes de Retiro.
Por su parte, el psíquico y la mujer de negro nos seguían a
prudente distancia.
Caminamos hasta entrar a la antigua estación de trenes por
el lado del restaurante. Este era un lugar amplio con grandes
lámparas e imponentes columnas. Un gran mural de madera
con un tren adornaba el recinto y la luz se mantenía muy
tenue, lo que en verdad le daba un aspecto un poco tétrico.
Dimitrov y Yanko conversaron algo y este último volvió por
donde veníamos. Dimitrov buscó una mesa junto a la pared,
de tal forma que a mi izquierda quedara la ventana hacia la
calle, al frente el resto de las mesas con el bar y a mi derecha
la salida hacia los andenes.
–102–
Dimitrov me explicó con una mirada pícara que Yanko había
ido a dar una vuelta, pero estaba claro que algo había ido a hacer.
Mientras lo esperábamos, me fijé que a cierta distancia
nuestra había un hombre sentado leyendo el diario. Me miró
fijamente y frunció el ceño. En ese momento descubrí una
especie de patrón que se repetía en las personas que parecían
formar parte de estas pruebas: Los ojos. Todos tenían los ojos
muy oscuros, como sin vida y su mirada era torva y penetrante.
Recordé las palabras de Dimitrov cuando me explicaba la
importancia de la mirada. Sin duda, él sabía a lo que estaría
expuesta si aceptaba el desafío que me había propuesto.
Pregunté a Juan si era necesario o conveniente sostener
ese tipo de miradas como lo había hecho en la plaza, pero me
respondió que no, así que desvié mi atención hacia Dimitrov,
que insistió para que comiera algo.
Pronto llegó Yanko y conversó con Dimitrov. No me dijeron
nada, pero era fácil darse cuenta que el psíquico y la mujer
de negro ya no molestarían más. Luego, sonriendo, se sentó
a mi lado izquierdo.
Por su parte el hombre del diario continuaba mirándome,
lo que me mantenía bastante inquieta pensando que tal vez
podía tratarse de otra prueba. Debía estar muy atenta a todo
lo que pasara alrededor.
Dimitrov insistió para que almorzara, pero antes de aceptar
pregunté a Juan si era conveniente o no, porque con esto de

–103–
las pruebas, lo menos que podía esperar era que me saliera
un gusano o algo extraño en la comida.
El aprobó y Dimitrov pidió almuerzo para mí, pero con
tantas emociones me dieron deseos de ir al baño. Sin embargo
no me atrevía a pasar cerca del hombre que leía el diario y
le pedí a Dimitrov que me acompañara. Este accedió y nos
dirigimos hacia los baños respectivos.
Al entrar al baño de mujeres y como es habitual, comencé
a buscar uno que estuviera convenientemente limpio. Me
encontraba totalmente desprevenida.
De pronto, de una de las casetas salió sorpresivamente una
mujer joven, de ojos muy oscuros y largos cabellos negros.
Mirándome fieramente me mostró los dientes y me amenazó
con su mano en alto.
Retrocedí unos pasos, asustadísima. Un fuerte golpe llamó
mi atención hacia la puerta. Allí estaba otra mujer, quien
indicándome con su mano, comenzó a insultarme.
La primera mujer comenzó a acercarse. Entonces reaccioné
y haciendo fuertemente a un lado a la mujer que estaba
impidiendo mi salida, logré escapar del baño.
Aterrada busqué a Dimitrov, quien se encontraba en el
baño de hombres lavándose las manos. Muy agitada llegué a
su lado y exclamé:
-“¡Dimitrov!, ¡Hay dos mujeres en el baño del lado!, ¡Me
están amenazando!”.
–104–
-“Calma, María. Entra aquí”, respondió indicándome una
caseta.
Pasé entonces al baño de hombres. Y cuando ya estuve
lista, salí para encontrar a Dimitrov. Un señor pequeño entró
al baño y comenzó a gritarme:
-“¡Oiga! ¡Usted no puede estar aquí, este es un baño para
hombres!, ¡Salga de inmediato!”.
Traté de explicarle lo que había sucedido, pero Dimitrov
intervino tomándolo de la camisa y sacándolo con fuerza del
lugar. Con mucha autoridad exclamó:
-“¡Ya, ya!... es suficiente”.
El señor se retiró calladamente ante la intervención de
aquel gigante. Por mi parte, me tomé del brazo del Apóstol y
prácticamente colgando, metida como un pollo bajo el ala de
su mamá gallina, caminamos hacia la mesa.
Nos sentamos. Y mientras trataba de calmarme pensé que
esta prueba había sido realmente espeluznante y en definitiva
la cosa no iba a ser nada fácil. Pensé entonces que este no era
un lugar ordinario. Al menos las personas que estaban allí
no lo eran. Más aún, el ambiente era tan raro que no podía
comprender lo que pasaba.
Algunas personas definitivamente se veían como viajeros,
pero otras tenían esa mirada rara y observaban constantemente
nuestra mesa, tal vez hubiera podido pensar que llamábamos
la atención por ser...bueno, extranjeros, pero no era eso.
–105–
Pregunté a Juan acerca de estos detalles, pero su respuesta
fue misteriosa:
-“Ten cuidado y pon mucha atención, este no es un lugar
corriente. Las almas vienen aquí para purificarse y tú estás
siendo probada. Obedece a los Apóstoles y sólo sigue sus
instrucciones”.
No podía imaginar qué clase de lugar era ese y la verdad es
que si lo hubiera sabido, hubiese pensado un poco más antes
de ir allí.
Por fin se acercó un garzón para ofrecer una carta. Yo no
tenía mucha hambre, pero Dimitrov insistió para que me
alimentara y él mismo ordenó un almuerzo muy contundente,
el que incluía una copa de vino, que no tomé, ya que sólo bebí
jugo de naranja. El sabía muy bien a lo que me iba a enfrentar
más adelante, así que procuró que yo tuviera fuerza “extra”.
Mis acompañantes sólo pidieron agua.
Mientras almorzaba tan opíparamente me percaté que el
hombre del diario había desaparecido, ¡Qué bien! Al menos
almorzaría tranquila...
De vez en cuando me angustiaba al pensar en lo que estaba
pasando, sobre todo porque no lo entendía. Esto al parecer se
reflejaba en mi cara, porque cada vez que ocurría, Yanko me
levantaba el ánimo, sin dejarme decaer. Terminé el almuerzo
y agradecí a Dimitrov su atención.
Luego, acordándome de mi “viaje” a la caverna, le pregunté

–106–
si él sabía algo acerca de esos computadores gigantes que
había observado allí. Me respondió afirmativamente, pero
me dijo que eso era parte del futuro y que ya llegaría la
oportunidad de verlos...
Luego tomó mi mano y me dijo que escuchara atentamente:
-“En el futuro, sabrás muchas cosas más, pero ahora debes
concentrarte en lo que te mostraremos. No puedes levantarte
de tu asiento, sólo aquí estarás segura. Pon atención a todo lo
que veas y sobre todo, a lo que no has visto”.
-“Sí, está bien. Pondré atención”.
Yanko interrumpió la conversación para hacerme una
curiosa pregunta:
-“¿Conoces esta melodía?
Poco a poco comenzó a entonar una hermosa música.
-“¡Sí!” -.exclamé- “¡Claro que la conozco!, es Santa Lucía
Luntana”
-“¡Eso es María! ¿Recuerdas? ¿Entiendes?”
-replicó Yanko con entusiasmo.
Lo miré extrañada. Los Apóstoles se miraron y guardaron
silencio. Me quedé pensando. Yo amaba esa melodía, había
algo en ella que me hacía sentir una especie de nostalgia desde
pequeña, casi como si hubiera perdido algo en el tiempo...
Poco a poco comencé a sentir una agradable sensación y
bellas imágenes vinieron a mi mente.
–107–
No me explicaba de dónde venían, pero me causaban una
tremenda emoción. Era como si un velo se fuese descorriendo
de mi mente y me permitiese ver algo que hasta ese instante
era completamente desconocido para mí. Era la Tierra, pero no
como la conocemos hoy, sino completamente distinta. Plena,
llena de vida, bellísima y con una Humanidad pacífica que le
habitaba. En esa visión no existía el dolor, ni la necesidad,
un profundo amor impregnaba todo lo existente. No sabía si
estaba viendo una imagen del pasado o del futuro, sólo era
consciente del profundo sentimiento que me embargaba. Con
cada imagen que surgía de mi Ser, un sentimiento en especial
parecía agigantarse. Comencé a sentir una compasión infinita
por la Humanidad y de alguna manera sentí la necesidad de
reparar aunque fuese un poco el dolor que experimentan los
seres humanos.
Entonces me fijé en una pareja que estaba sentada a unos
metros de nuestra mesa. Ella, una señora bajita vestida de
negro de unos sesenta años. Él, un señor mayor de unos
ochenta años que hacía grandes esfuerzos por tratar de
alcanzar su bastón, el cual había caído al suelo.
Aún envuelta en ese gran sentimiento de compasión y
dejándome llevar por él, sin pensarlo me paré y fui a ayudar
a la pareja. No tomé en cuenta el gesto de desaprobación de
Dimitrov...

–108–
COMIENZA LA
PURIFICACION

–109–
Me acerqué al señor y le pregunté si necesitaba ayuda. No
me respondió.
-“Disculpe” –insistí- “¿Quiere que le ayude?”, dije tomando
su bastón.
-“No, déjame” - respondió secamente el hombre.
La mujer que lo acompañaba se paró en ese momento y
comenzó a gritar:
-“¡Qué haces, loca!, ¡Deja a mi marido en paz, estás envidiosa
porque tomo el té con mi marido!”.
-“¡Señora, no...!, disculpe por favor, no fue mi intención molestar”.
La mujer continuó gritando :
-“¡Sal de acá, envidiosa!, ¡Policía, garzón!, ¡Saquen a esta
loca de acá!”.
Me di vuelta asustada y vi que el garzón apenas hacía un
gesto para hacer callar a la mujer. Nadie se movía de su
asiento a pesar del escándalo. Por mientras, la mujer se había
acercado a mí y sin mediar palabra alguna, me propinó una
terrible bofetada.
Había pagado muy caro mi afán de meterme donde no me
llamaban. Sorprendida y literalmente “viendo estrellas” por
el violento y sorpresivo bofetón, me alejé de la pareja y me fui
a sentar a mi lugar.
Apenada por lo sucedido me puse a llorar. Yanko también
lloraba y Dimitrov se tomó la cabeza con las dos manos diciendo:
–110–
-“Es mucho... es mucho...”
-“Lo siento, dije. “Fue mi culpa, me emocioné demasiado”.
Yanko me tomó del brazo y me preguntó:
-“¿Por qué ocurre esto, María?, ¿Qué es esto?”.
-“Juan me lo dijo Yanko, porque falta mucho Amor en el
mundo, respondí hecha un mar de lágrimas.
-“Pero además significa algo más” - insistió.
-“No puedo ayudar a nadie que no pida ser ayudado...Es mi
primera lección”.
Yanko no dejaba de llorar y discutía acaloradamente con
Dimitrov en su idioma. Le limpié la cara con mi mano y le
pedí que se calmara. Si ellos no estaban tranquilos, entonces
¿Quién?, pero Yanko se paró de su puesto y fue a increpar
duramente a la mujer que me había golpeado, la que le dijo
un par de palabrotas y lo mandó a buena parte.
Miré a Dimitrov quien, amorosa pero imperativamente,
me ordenó quedarme en el puesto sin moverme. Prometí
obedecerle esta vez.
Yanko volvió a la mesa bastante molesto y comenzó a
discutir con Dimitrov una vez más. Entonces le dije que no
podíamos olvidar lo que Jesús había sufrido cuando estuvo
en la Tierra. Lo que me había pasado en comparación, no
significaba nada.
Yanko se calmó, bebí un poco de agua y sequé mis lágrimas.
–111–
LA CAIDA

Dimitrov ordenó a un garzón retirar lo que había sobre la


mesa, a excepción de la copa de vino. Me sentí más cómoda
y me relajé.
Comencé a sentir cierto cansancio y recordé que
prácticamente no había dormido hacía dos días. Respiré
profundo y esperé ver lo que sucedería.
Una pequeñita de unos siete años se acercó a la mesa.
Venía a pedir limosna y traía algo envuelto en un viejo trapo
de lana: Era un gato.
A mí siempre me han gustado los animales así es que le
rasqué la cabeza, pero la niña me miró y no pude menos
que quedar petrificada. En su oscura mirada, de negros
y penetrantes ojos, había tanta frialdad, tanto odio, tanto
sufrimiento…
Miré a Dimitrov desconcertada, él le dio unas monedas y la
niña se retiró, volviéndose de vez en cuando hacia nosotros,
sin soltar su pequeña mascota. Fue un espectáculo muy
deprimente y pensé en tantos niños que sufren en el mundo,
que han perdido su inocencia y su felicidad por culpa nuestra,
del mundo que les ofrecemos.
El ambiente comenzó a tornarse más lúgubre aún, algunas
personas salieron del lugar y pronto éste comenzó a llenarse
de toda clase de oscuros personajes.

–112–
En ese momento Juan me pidió que mirara el mundo e
identificara todo lo que veía en él. No fue una experiencia
reconfortante, al contrario, era como estar en un teatro
observando lo más granado del peor comportamiento humano.
Desde luego no era algo que se deseara ver, pero entendía
que era necesario...
Lo primero que vi fue a un grupo grande de gente que había
llegado a comer. Un par de niños comenzaron a darse golpes
y patadas imitando algún tipo de arte marcial.
Pensé en cuántos programas de televisión ven hoy los niños
en que la violencia y la agresividad son los reemplazantes del
cariño de los padres, la maldad a la que están expuestos... y
deseé tanto que eso cambiara.
La mesa del grupo fue servida con abundantes y exageradas
cantidades de comida. Sobraron bandejas completas, las que
fueron retiradas por los mozos y botadas íntegramente a la
basura. Nadie se inmutó siquiera, con tanta gente que muere
de hambre en nuestro planeta...
Comencé a pensar en la herencia que dejábamos a nuestros
hijos y una enorme angustia vino a mi alma.
Me dolía tanto sentir este mundo en que siempre había
vivido, pero al que nunca había observado de verdad. Porque
siempre rechacé ver el dolor y el sufrimiento de los seres
humanos. Cuánta indiferencia de mi parte...
Al retirarse el grupo entró un pordiosero y se sentó con
–113–
expresión cansada en una de las mesas. Casi al mismo tiempo
entró una elegante pareja que se sentó cerca de la mesa en
que estaba el mendigo. Y aunque el hombre sólo se limitaba
a mostrar su miseria, esto pareció molestar a la pareja y
le miraron con desprecio. Porque ellos estaban felices y no
querían que aquel pobre les perturbara con su presencia.
Finalmente se levantaron riendo y dejaron el lugar.
Pensé en las palabras de Jesús: “¡Más fácil es que un
camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al
Reino de los Cielos!”, cuánta razón tenía.
Sin mediar un segundo de tiempo entró al lugar un ejecutivo
hombre de negocios de aproximadamente cuarenta años de
edad y pidió apresuradamente un café. Se notaba totalmente
absorto en sus pensamientos e indiferente a todo aquello
que no fuera su calculadora y sus notas. De movimientos
nerviosos y como preocupado, miraba a cada momento su
reloj, hasta que por fin se paró y se fue sin siquiera probar el
café. Era el modelo perfecto de un tipo de ejecutivo que existe
en nuestros días, elegante, ambicioso, apurado e indiferente
a lo que no sean sus propias metas económicas y de prestigio.
Estaba en el mismo infierno y seguía corriendo...
Un muchacho se dirigió hacia la puerta y puso una enorme
cadena sobre las manillas. La tarde avanzaba y Juan seguía
señalándome escenas con atroces significados. Además, el
estado de gran sensibilidad en que me encontraba contribuía
a identificarlas con toda claridad.
–114–
Vi envidia, egoísmo, discriminación, falta de humildad,
burla, indiferencia, odio, falta de compasión, desprecio,
mentiras, etc. Era una gama tan lamentablemente amplia
de la maldad humana que no alcanzaría siquiera a enumerar
aquí.
Era un triste espectáculo y sentía gran dolor por todo lo
que veía, tanto, que por momentos se hacía físico, porque a
medida que avanzaba el tiempo, sentía que el peso de toda
esa maldad caía sobre mis hombros. ¡En qué mundo había
vivido! ¡Cómo era posible que no hubiera visto la congoja de
la Humanidad!.
Lloraba en silencio e iba sintiéndome cada vez más débil y
cansada. Por su parte los Apóstoles, los Servidores de Cristo,
habían permanecido en silencio todo el tiempo, respetando
el enorme proceso interno por el que estaba pasando.
Permanecían tranquilos limitándose sólo a observar.
Eran ya alrededor de las ocho de la noche. Un garzón trajo
entonces una bebida. Me alegré al verla, pero cuando iba a
tomarla vi los ojos del muchacho. Sí... aquellos ojos oscuros
y fríos que ya había aprendido a identificar. Comprendí que
no podía beber a pesar de la notoria insistencia del hombre.
Tenía mucha sed, pero no tomé la bebida.
Las luces ya eran muy tenues. Los ojos se me cerraban
solos, tenía sed, me sentía triste y estaba tan cansada...

–115–
LA ÉTICA
DEL COSMOS

–116–
Dimitrov intervino en ese momento con severidad para
entregar el siguiente conocimiento a mi alma:
-“Quiero hablarte del Juicio Final al que se someterá a
la Humanidad. Cristo lo explicó claramente cuando dijo
“¡Venid, benditos de Mi Padre! y recibiréis el Reino que os ha
sido preparado”. Pero, María, ¿Quién podrá responder a ese
llamado?”.
-“No lo sé” –contesté apenada.
-“Sólo aquellos que hayan cumplido con lo que El pidió:
Tuve hambre y tú me diste de comer, tuve sed y me diste
de beber, era extranjero y me acogiste, estaba desnudo y me
vestiste, estaba enfermo y me curaste, estaba en prisión y me
visitaste; ya que todo lo que has hecho por el más humilde de
mis hermanos, lo hiciste por Mí”.
Estas reglas son respetadas por todas las civilizaciones
evolucionadas del Universo, pero la raza egoísta de este
planeta aún no las cumple. El desarrollo tecnológico se les
está escapando de las manos y esto puede ocasionar una gran
destrucción. Y esto ocurrirá porque los seres humanos no
cumplen con las normas básicas que Cristo enseñó.
Mucha gente, como tú hasta ahora, pasan por la vida sin
ver. Se preocupan sólo de sí mismos o de sus cercanos, pero
no hacen nada por ayudar al resto de sus hermanos. No se
dan cuenta que lo que ocurre al más ínfimo nivel afecta al
Universo entero. ¿Entiendes? Existe la posibilidad que esta

–117–
Humanidad se autodestruya si la indiferencia sigue siendo
su estandarte”.
En ese momento sólo me tomé la cabeza con ambas manos
y lloré. Lloré por mí y por toda la Humanidad... ¿Cómo no
me había dado cuenta antes?, ¿Por qué no había entendido la
misión de Jesús con anterioridad? ¿Su advertencia? ¿Su real
mensaje? Mi cabeza se llenaba de preguntas.
Entonces, como una explosión dentro de mí, un conocimiento
comenzó a embargarme y vi en mi mente al Maestro en toda
su grandeza, recorriendo la antigua Palestina, rodeado de
pequeños hombres que no podían entender cuánto amor
emanaba de aquel gran Ser, tan majestuoso y tan sencillo, tan
grande y tan humilde. Vi numerosas escenas de Su vida en
la Tierra, su alegría, su sonrisa encantadora, su gusto por la
música y las danzas de aquel tiempo, su tremendo carisma,
su gusto por el pan untado en aceite de oliva y por los frutos
frescos sumidos en leche... ¡Cuántas cosas desconocidas de
Jesús sabía en un instante! Pero más importante que todo
eso, fueron las lecciones que nos dejó, las que sencillas en el
Verbo, son tan difíciles de vivir en la práctica.
También supe interiormente que la Tierra y sus habitantes
necesitarían de una gran purificación para cambiar y que en
este momento, como representante de la raza humana ante
los Servidores de Cristo, me estaba tocando pasar por mi
propia, particular y dolorosa purificación.
Entendí que debía ser así, que el dolor permitiría que estas
–118–
enseñanzas quedasen impresas a fuego en mi alma y no las
podría olvidar. No quedaría de mí piedra sobre piedra.
De pronto un presentimiento me sobresaltó. Sentí que
ahora vendría la prueba más difícil, que sólo podía ser tener
que enfrentar a mis propios compañeros de viaje, los que
sabían todo de mí como si fuese un libro abierto.
Dimitrov me miró y asintió. Yanko hizo lo mismo... ¡Por
Dios! Podían leer mi mente.
Me dirigí entonces al único y último recurso de apoyo que
me quedaba: Juan.
-“¡Juan, no me abandones” – supliqué.
-“No lo haré”, respondió con firmeza.
Esta breve respuesta significó mucho para mí. No estaría
sola en el desafío final. Aunque fuese apoyada por un Ser
invisible, para mí fue suficiente en ese momento.
Miré hacia los ventanales que daban a la calle y pude apreciar
que al pasar los autos, sus focos producían un reflejo en los
vidrios semejantes a llamas. Mirando entonces a mi alrededor,
pensé que el lugar en que me encontraba era el infierno.
Dimitrov me miró otra vez y asintió.
-“¡Dios mío!” –pensé– “¡Me morí!, ¡Me morí y me vine al
infierno por mala!”
-“No es eso” -contestó Juan- ¡Sólo resiste!”.

–119–
Juan fue imperativo en su respuesta y me hizo reaccionar. Debía
resistir, así que me erguí y me dispuse a enfrentar a mis propios
custodios, los cuales sufrieron una dramática transformación.
Luego de concentrarse unos instantes, abrieron sus ojos y
su expresión se volvió distante y fría.
Dimitrov tomó la copa con vino que había quedado sobre
la mesa y “casualmente” la derramó. Previendo la maniobra
alcancé a levantarme, lo suficientemente rápido como para
que no me alcanzara a caer encima.
Un garzón se acercó y limpió el desastre, momento que
Dimitrov aprovechó para pedir otra copa de vino. Cuando ésta
llegó, me pidió que bebiera, pero no acepté.
Luego, de alguna parte sacó un cigarrillo y me lo ofreció
acercándomelo a la boca. Lo rechacé moviendo la cabeza
hacia un lado.
Yanko tomó mi bolso y se dirigió hacia la entrada principal
haciendo amago de salir. Yo sólo me limité a mirar esta escena
con indiferencia. Podía llevarse todo, no me importaba.
Volvió con el bolso y me dijo que se lo llevaría. Le respondí
que hiciera lo que quisiera con él. Repitió la misma maniobra
como tres veces y cada vez, yo le contestaba que podía
regalarlo a quien lo necesitara afuera, no me importaba en
absoluto. Finalmente volvió y se sentó.
Dimitrov me ofreció vino una vez más, pero lo rechacé
enérgicamente. Entonces sacó de su bolsillo un fajo de billetes
–120–
y lo dejó sobre la mesa diciendo que había bastante dinero
allí. Si quería lo podría sacar e irme... Luego se levantó y dijo
que se marchaba con Yanko.
Mientras los observaba alejarse, no moví un pelo y mantuve
mis manos sobre mi regazo.
De pronto recordé el amuleto que me había regalado mi
amiga japonesa. Lo extraje rápidamente del bolsillo y lo
arrojé al piso. No necesitaba dinero ni amuletos: Mi Fuerza
provendría única y exclusivamente de Dios.
Yanko y Dimitrov regresaron. Mientras yo estaba cansada y
asustada, ellos se veían renovados y frescos.
Se sentaron en sus respectivos asientos y Dimitrov comenzó
a llamar a dos mujeres de carácter alegre, muy maquilladas y
de faldas muy cortas. Ellas rieron, pero rehusaron acercarse
a nosotros.
Me di cuenta que los vicios más populares se habían
concentrado allí durante los últimos quince minutos: El
alcohol, el cigarrillo, la prostitución...los que me eran
mostrados sin ninguna delicadeza. No sólo mis apegos
estaban siendo medidos, sino también mis prejuicios.
Yanko garrapateó algo en una servilleta y me la pasó, pero
no quise ver lo que había escrito, así que la lancé al aire.
El papel dio una vuelta y cayó exactamente bajo mis pies.
Entonces supe lo que tenía que hacer. Lo pisé refregándolo
contra el piso y dije sonriendo:

–121–
-“Así se aplasta el mal...”
Yanko tomó asiento en silencio. Dimitrov por mientras
se apoyó en el respaldo de su silla y tiraba de su pullover
hacia adelante como pensando qué más podría hacer para
molestarme.
-“¡María!” –exclamó– “¿No quieres vino, ni fumar?”.
-“No”.
-“Bien, entonces levántate porque tenemos que sacarte de
aquí”.
No fue necesario recurrir a Juan, pues era evidente por el
tono empleado que no debía obedecer.
-“¡No!” - exclamé firmemente.

–122–
ARREPENTIMIENTO

Pero Yanko había reservado una carta especial. Tomándome


fuertemente del brazo, me preguntó:
-“¡María! ¿No quieres estar conmigo?”.
Comencé a sentir un miedo casi incontrolable. Me sentí
sucia, terriblemente mal. ¿Por qué me hacían sufrir de esa
manera?.
Intenté retirar mi brazo, pero Yanko lo apretó con más
fuerza. Mis fuerzas empezaron a flaquear, hasta que Juan
intervino dentro de mi mente:
-“¡T’ai Chi!”.
Entonces recordé rápidamente que uno de los secretos
del T’ai - Chi que se practicaba en pareja, era relajarse y
dejarse llevar sin oponer fuerza al contrario. Relajé el brazo
totalmente y Yanko lo soltó, sin embargo su ataque continuó
certero.
Me hizo notar como yo era también parte de ese mundo
miserable que me estaban mostrando. Que no había diferencia
alguna entre esos seres y yo. Que era tan mala y tan oscura
como ellos.
Comencé a llorar amargamente y desde luego sentía que
también yo era parte de ese mundo miserable que Juan y
estos hombres me mostraban. ¡Qué dolor tan intenso sentí

–123–
en esos momentos!, ¡Qué agonía!, estaba llegando al límite
de mi resistencia...
Dije a Juan que ya no daba más, que no tenía más fuerzas,
pero él firmemente me indicó que debía continuar.
Pero yo estaba completamente agotada y mi alma no resistía
un segundo más.
Entonces miré suplicante al cielo y dije sólo una palabra:
-“¡Perdón!...”
Me desplomé sobre la mesa a punto de desfallecer. Yanko
y Dimitrov se quedaron inmóviles por un momento. Luego,
éste último dijo:
-“No sufras más, María. Has dicho lo que esperábamos
escuchar”.
En ese momento hice entrega absoluta de mi espíritu, mi
alma y mi cuerpo a Dios. Me puse en Sus Manos y esperé...
estaba dispuesta a morir.

–124–
UN ALMA LIBERADA

Apoyada mi frente sobre la mesa, ya no pensaba en nada, sólo


respiraba profundamente. Ya no me hacía preguntas, ni esperaba
nada.
De pronto, un calor agradable comenzó a inundarme. Una
sensación de bienestar y plenitud me invadió totalmente, también
vi que la luz se sentía más intensa. Erguí mi cuerpo y cual no sería
mi sorpresa al ver frente a mí a un Magnífico Ser Femenino. Sé
que fue una visión porque vi a través de ella. Era una mujer joven,
radiante, blanca y transparente. La cubría un velo y su mirada
era la expresión máxima del amor, la fuerza y la pureza.
Un bello canto en latín se escuchó en el ambiente, del que sólo
entendí la última palabra: María.
Yanko y Dimitrov se replegaron en actitud de gran respeto.
Ambos dijeron en voz alta:
- “¡Hossana María!”.
¿Cómo describir lo que sentí en ese momento? Imposible...nada
puede compararse en el mundo a la dicha de estar frente a esta
Divina Presencia.
Media hora antes me había sentido el ser más despreciable e
indigno del planeta y ahora tenía al frente esta maravillosa Visión...
Entonces, el espectacular Ser de Luz, levantando sus manos
como si sostuviera una esfera, dijo dulcemente:

–125–
- “Este será un Mundo Superior… y tú serás Lucía, Luz en la
oscuridad”.
Un sin fin de sentimientos se agolparon en mi corazón: Alivio,
agradecimiento, admiración, esperanza. La gran luz que emanaba
del magnífico Ser me inundaba y supe que el nombre con que me
había llamado significaba que había muerto y vuelto a nacer, que
tendría un nuevo propósito en la vida.
Los Apóstoles ya no siguieron intentando sacarme del lugar, su
tarea había llegado a su fin. Sólo se mantenían allí, en un silencio
reverente.
El restaurante se había quedado vacío y pronto noté lo agotados
que estaban.
Las campanas del reloj de la Plaza San Martín repicaron. Eran
las doce de la noche. Las pruebas habían terminado.
La fantástica figura seguía observándome, llenando todo mi
Ser, inundándolo con olas de amor infinito. En un momento
giró y se dirigió hacia la puerta desplazándose suavemente.
Supe que debía seguirla.
Yanko se puso de pie y caminó hacia mí. Con los ojos llenos de
lágrimas me dijo:
- “¡Perdóname...perdóname!”.
Le sonreí y con los ojos llenos de Amor le pedí que me dejara ir.
Así lo hizo.
Caminé tras la hermosa figura, descansando silenciosamente

–126–
en la energía emanada de su Presencia, tan llena de Gracia...
Juan ya no me acompañaba, no sé en qué momento se fue, ya
no sentía su presencia ni su voz y comprendí que su labor había
terminado también, aunque nunca dejaría de estar en mi corazón.
La radiante figura se detuvo unos instantes y giró hacia mí. Le
pregunté qué debía hacer y me contestó:
- “Regala tu ropa a los pobres”.
Sin entender si el mensaje era literal o figurado, volví a la mesa
por mi bolso y luego volví a su lado.
Un joven abrió solícitamente la puerta, retirando la enorme
cadena. María extendió Su brazo y le bendijo tocando su frente.
El muchacho aceptó el gesto con gran respeto. la Gran Luz iba
desplazándose suavemente delante mío como un Faro Divino y
me guió fuera del lugar donde tanto había sufrido.
La noche estaba tibia y las estrellas se veían maravillosas en el
despejado cielo. Me acerqué a una señora muy pobre que estaba al
lado de un carretón, siempre con la magnífica Luz precediéndome.
Le pregunté:
- “Señora... ¿Quiere ropa?”.
Volviéndose curiosa me preguntó:
- “¿Está buena?”.
- “Sí, contesté. Está usada, pero buena...”
Recibió el bolso bastante sorprendida y comenzó a revisar su

–127–
contenido. Al levantar su cabeza se sorprendió intensamente,
pues ella también pudo ver al Ser de Luz. Temblando de emoción
preguntó:
- “¿Quién sos?”.
Me quedé en silencio. La gran Luz se intensificó y la hermosa
figura femenina cruzó sus manos sobre el pecho, en un infinito
gesto de Amor. La mujer cayó al suelo de rodillas, llevó las manos
a la cara y lloró desconsoladamente.
¡Cuánta Divinidad había en esa sencilla mujer!. La abracé y la
ayudé a levantarse, ella apenas podía tenerse en pie. Cuando vi
que estaba mejor, crucé la calle, me paré al lado del reloj de la
Plaza San Martín y sentí como poco a poco la Divina Presencia de
María desaparecía. Quedaba sin guías, pero envuelta totalmente
en su amor.
Una enorme calma me invadió mientras miraba el horizonte,
respiré profundamente y me puse a observar las estrellas. Noté
como la luz que emanaba de ellas se intensificaba y de pronto
un extraño fenómeno comenzó a ocurrirme: Comprendía el
Universo, su movimiento y todas sus leyes. Todos los idiomas de
la Tierra también estaban en mi cabeza, todo conocimiento al que
deseara acceder estaba allí. Una paz infinita me envolvía y supe
entonces que había sido aceptada para el trabajo al que había sido
convocada, el Retorno de Cristo a la Tierra. Supe también que este
evento se prepara en el más absoluto misterio, que involucra a
antiguas hermandades, a seres visibles e invisibles, a terrestres y
no tanto…
–128–
No sé cuanto tiempo pasó, tal vez sólo un par de minutos, no
importaba. Cada segundo era delicioso, experimentaba un éxtasis
inmenso en que apreciaba una Creación sin límites. Experimenté
un amor infinito, que se expandía en ondas hacia el Universo y
regresaba hasta mi corazón una y otra vez. Y con cada onda, más
sabía, más me entregaba y más amaba. Esa era mi recompensa
por haber tenido el valor de aceptar realizar el viaje tras la huella
del Pescador… Esa era la Conciencia de Cristo, ahora lo sabía.
Nunca fue algo ajeno, es la oportunidad que cada ser humano
tiene de alcanzar el Infinito.
Supe entonces que aquello que pasé en pequeño, como una
breve muestra, la Humanidad lo viviría en grande. Sería sometida
a una gran prueba colectiva, debería elegir entre la vida y la
muerte, debería purificarse por completo. Para ello sería sometida
a una gran presión, como necesita el carbón para convertirse en
diamante. Porque sólo bajo una enorme tensión puede aparecer lo
mejor del ser humano, la más grande expresión de su alma, hasta
que este planeta se convierta en un Mundo Superior.
Todo dolor será olvidado y el ser humano volverá a sentir la
alegría de la Creación.

–129–
DESPEDIDA

Poco a poco mi conciencia comenzó a regresar de este viaje


por el Infinito. El conocimiento no retornó completamente
conmigo, pero una notable mejoría en mi visión me quedó
como regalo.
Miré hacia la estación de trenes porque sentí acercarse la
figura estilizada del Apóstol Dimitrov quien, al llegar a mi
lado me indicó que mirara la expresión de sus ojos. Entonces
pensé:
- “¡Ah!, eres tú otra vez... ¡Qué nombre gracioso usas en la
Tierra!”.
El, sonriendo asintió y exclamó:
- “¡Muy bien María!”
- “Dimitrov”, pensé haciendo ahora uso de la incomparable
telepatía, “¡Siento tanto Amor que no puedo hablar!”
- “Sí, lo sé”, contestó en voz alta.
Nos abrazamos y cuando ya me recuperé un poco de la
emoción le pregunté por Yanko. Me indicó hacia un asiento
que estaba oculto bajo unos árboles. Me acerqué y allí estaba,
llorando, tapándose la cara por la vergüenza...
- “Yanko por favor...¡No llores!”, yo entiendo.
Pero el Apóstol estaba inconsolable y me dijo:
- “No, déjame un momento por favor...”
–130–
Miré a Dimitrov preocupada, pero él me tranquilizó
diciéndome que pronto estaría bien.
¡Qué dura había sido para ellos también la tarea!.
Dimitrov me llamó aparte por un momento y me pidió
que cerrara los ojos. Obedecí y después de algo así como un
minuto, me ordenó abrirlos.
Así lo hice, pero me costó bastante porque una intensa
luz amarilla nos rodeaba. Miré hacia arriba y lo que vi a
continuación superaba a cualquier película de ciencia ficción:
Un enorme artefacto circular y dorado de unos 30 metros
de diámetro, estaba situado silenciosamente sobre nuestras
cabezas. Millones de diminutas conexiones o energías se
veían desde abajo.
Mi boca se abrió tanto como le era posible y al ver una escotilla
de entrada a la enorme nave, una desesperación terrible comenzó
a apoderarse de mí. ¡Quería subir a toda costa!, ¡Necesitaba una
escalera o algo así que me ayudara a subir!.
Miré agitada para todos lados sin darme cuenta que mi pelo
comenzaba a crepitar y a quemarse.
Dimitrov lanzó un grito:
- “¡Cierra los ojos!”.
Di un salto de susto y obedecí de inmediato. Dimitrov me
abrazó otra vez, como protegiéndome de aquella dorada
radiación.

–131–
Pasado un momento volví a abrir los ojos, pero ya no me
fue posible volver a ver la espectacular nave. Me dio mucha
pena y Dimitrov me dio unas palmaditas en la cabeza, como
consolando a una niña traviesa.
Mi pelo se había achicharrado unos cinco centímetros,
mi cara y mis manos ardían y ambos nos pusimos a reír. Al
parecer mi desesperación por subir no había cooperado del
todo.
Comprendí que no podría ir con ellos porque tenía mucho
que hacer, pero le hice prometer a Dimitrov que algún día me
sacaría a dar una vuelta.
Volvimos al lugar en que se encontraba Yanko. Ya estaba
más tranquilo y me preguntó si yo estaba bien.
- “Sí Yanko, gracias”, respondí. “Un poco chamuscada, pero
bien”.
- “María, escucha. Dimitrov es un muy buen amigo y él es
el capitán de la nave“.
- “¿Sí?, pues es un tacaño, no me dejó subir. Además no es
su nave. Es la mía, si mal no recuerdo”.
Yanko rió e indicando hacia el cielo dijo:
- “María, ahora debemos irnos”.
- “¡Oh! Pero yo no quiero que se vayan”, contesté “¿Qué voy
a hacer sin ustedes?”.
- “Mira siempre al cielo, a las estrellas, porque desde allí te
–132–
acompañaremos. Ahora debes caminar sola por un tiempo,
recordar todo lo que has vivido y encontrar tu camino”.
No pude decir nada, internamente sabía que el momento
de la despedida había llegado, pero no me resignaba a
quedarme sin la compañía de estos grandes seres, los
Apóstoles Servidores de Jesús, el Cristo. Los que colaboran
en la preparación de su regreso a la Tierra.
En fin... ¡Qué iba a hacer!. Caminamos unos pasos y esta
vez fue Dimitrov el que indicó al cielo. Le prometí que estaría
atenta.
Un hombre pasó por nuestro lado y haciendo una seña
hacia los dos hombres exclamó:
- “¡Estamos casi listos!”.
- “Bien”, contestó Dimitrov.
Otro hombre se acercó a nosotros. A pesar de su juventud,
tenía una apariencia muy severa. Nunca había visto a alguien
de rasgos tan perfectos como los suyos. Tenía el pelo muy
corto y vestía el mismo uniforme azul con botas negras que
había visto en el hombre que acompañaba a los dos Apóstoles
la primera noche que nos vimos. Muy serio preguntó al
Capitán:
- “¡Ella!, ¿Quién es?”.
Dimitrov le quedó mirando largamente...la respuesta llegó
a la cabeza de todos nosotros.

–133–
- “¡Entiendo!”, dijo el hombre moviendo la cabeza
afirmativamente. Luego agregó en el mismo tono terminante:
- “¡Vamos a sacarlos de aquí!”.
Me puse un poco triste y Yanko me llevó aparte. Sonriendo
me dijo que todo estaría bien, que debía escribir todo lo que
había vivido y que algún día nos volveríamos a encontrar.
De pronto otro hombre que pasaba cerca pronunció mi
nombre completo.
- “¡No otro más!”, exclamé “¿Cómo sabe mi nombre?”.
Pero el hombre no respondió, sólo me hizo un gesto amable
de saludo y continuó caminando.
En ese momento Dimitrov se agachó y sostuvo su estómago,
la densidad le había afectado después de todo...
-“¡Pobrecito!”, pensé riéndome para mis adentros, “¡Eso le
pasa por no dejarme subir!”.
Se recuperó un poco y poniéndose de pie se acercó para
darme las últimas instrucciones:
- María, escucha muy bien lo que voy a decirte. Miles
de seres como tú están siendo entrenados en este tiempo.
Todos deberán transformarse en seres que derramen Luz
y Sabiduría sobre la Humanidad y algún día se juntarán.
Ora porque esto ocurra. Estás en las primeras etapas de un
proceso evolutivo muy especial. El trabajo de ustedes no
tomará forma concreta hasta dentro de algunos años, entre

–134–
tanto, deberás desarrollar compasión y un sentido de servicio
universal.
Este será tu trabajo, recibirás aumentadas y mayores guías
espirituales como también mucha energía personal. Trata de
alcanzar un cierto grado de estabilidad entre tu vida física,
emocional y espiritual. Esto es importante para ti.
La estabilidad emocional en tu corazón te hará comprender
el valor más elevado del amor. Un cierto grado de disciplina
espiritual mantendrá tus canales abiertos y receptivos y si
te mantienes en un estado jubiloso, con la alegría que te
caracteriza, sintonizarás con la energía que ordenará las
elevadas fuerzas acerca de las cuales estarás aprendiendo a
partir de hoy.
Identifícate siempre con el Propósito Universal que has
venido a cumplir sobre el planeta Tierra.
Habrá grandes cambios en la Humanidad, sí, pero el
cambio fundamental será de orden Espiritual. Cuando todo
haya pasado, ningún ser humano volverá a sentirse solo otra
vez. Ahora debemos irnos, pero te dejamos envuelta en el
Profundo Amor de la Conciencia Universal...”
Esa fue la última vez que vi al Apóstol Dimitrov. Yanko me
tomó de la mano y me llevó hasta la calle.
- “No te preocupes, dijo. Vuelve al hotel, todo está preparado
para tu regreso a Chile”.
Comprendí que ya no había lugar para más preguntas.
–135–
Miré hacia donde estaba Dimitrov, pero ya no se veía. Me
despedí de Yanko con un fuerte abrazo y le deseé éxito en sus
misiones futuras. Yo tenía la mía, que recién comenzaba.
Los Apóstoles se alejaron sin dejar un solo rastro tras ellos.
Yo volví a mi país, llena de incógnitas. Muchas de ellas se han
resuelto y otras… no sé si en esta vida se resolverán, pero
eso ya no me inquieta. He caminado a tientas muchas veces,
pero también he descubierto la importancia de tener una vida
plena en todo sentido.
¿Qué ha ocurrido a lo largo de todos estos años? Al igual
que muchos buscadores he caminado por distintas rutas y
he tenido que rehacer el camino varias veces. Siempre miro
al cielo y tal vez algún día veré bajar un limón y un poroto. Si
eso ocurre, espero tener una cebolla a mano para completar
la ensalada.

-FIN-

–136–
- “Escribe todo”- dijo el hombre más joven.
- “Tienes una información muy importante”. Yo lo
miraba entre asustada y confundida. Aún no entendía
exactamente quienes eran esos dos hombres, ni lo que
querían de mí. Sólo sabía que debía recordar.
Me tomó mucho tiempo ordenar las ideas y recordar
paso a paso lo que ocurrió. Escribí todo, como se me
indicó y lo guardé.
Tenía sólo 24 años.

URSUS
EDITORES

–137–

También podría gustarte