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Octubre de 1934............................................................................................. 164
Gustavo Bueno ........................................................................................... 164
La viscosa ideología pacifista de la farándula socialdemócrata ..................... 171
Gustavo Bueno ........................................................................................... 171
Tratado o Constitución ................................................................................... 181
Gustavo Bueno ........................................................................................... 181
¿Qué es un aventurero?
Gustavo Bueno
Ignacio Gracia Noriega, que nos contó hace unos quince años un «viaje
con aventuras y aventureros» –El viaje del obispo de Abisinia a los santuarios
de la cristiandad, que obtuvo el premio Tigre Juan de 1986– nos ofrece ahora
en este libro una serie muy nutrida de relatos de aventuras, o de aventureros
sin viaje propiamente dicho (según el concepto que más adelante expondré). El
viaje de Juan Gondár, el Obispo de Abisinia, acompañado de su fámulo
Isboseth, de su mono Don Babuino o Don Balbino y de su Biblia árabe, era un
viaje imaginario y, en todo caso, el viaje de alguien que no siendo asturiano
quiso pasar por Asturias, como lo fue el viaje, esta vez real, de otro portador de
biblias, George Borrow, «Don Jorgito el inglés», sobre el cual también ha
escrito Gracia Noriega. Pero en este libro nos encontramos con aventuras de
asturianos fuera de Asturias; asturianos que fueron de carne y hueso y cuya
realidad no ofrece mayor resistencia a la transparencia, elegancia y amenidad
características del narrador de la que podrían ofrecer unas aventuras
imaginarias moldeadas a su medida.
1. El capítulo central, que es el segundo, de este libro, se organiza en
torno a siete personajes escogidos acaso como símbolos de la disposición de
los asturianos a aventurarse por todos los continentes. Por Europa, desde
luego (Pintaius), por Asia (Fray Melchor García Sampedro), por África (Amado
Osorio) y, la mayoría, por América (Gonzalo Díaz de Pineda, Pedro Menéndez
de Avilés, el Virrey Abascal, e Íñigo Noriega). También podría haberse citado a
un aventurero asturiano en Oceanía, quien descubrió un continente y bautizó
su descubrimiento con el nombre de «Australia», Don Pedro Fernández de
Quirós. Un hombre que no logró ser oído en la corte de Felipe III a pesar de
que envió a ella más de 50 Memoriales relatando su descubrimiento.
Antecede al capítulo central un primer capítulo orientado a la exposición de
las aventuras asturianas en términos abstractos, es decir, no
referidas nominatim a aventureros con nombre y apellidos. En este primer
capítulo se introducen las principales «categorías profesionales» de los
aventureros, además de una «categoría cero», la de los anónimos: los
2
balleneros, los marinos mercantes, los raqueros, los cazadores de osos, los
arrieros...
3
de inductivo; y este modo puede ser certero cuando el que hace la
enumeración tiene «buen juicio», es decir, sabe mantener los parámetros
pertinentes, como le ocurre a un buen catador, en materia de vinos. Tal es el
caso sin duda de Ignacio Gracia Noriega, que, en consecuencia, podría
responder a un supuesto crítico pedante que argumentase desde las
posiciones propias de un profesor de lógica inductiva, lo que el gran orador
Antifón respondió a un dramático pedante que le objetaba algo así como lo
siguiente: «¿Cómo te atreves a hablar en público sin saber definir la
metonimia?» Antifón le había respondido: «No sé definirla, pero escucha mi
discurso y encontrarás muchas.» Gracia podría responder: «No puedo definir el
concepto de aventurero, pero lee mi libro y encontrarás muchos; y muchos más
de los que tú podrías encontrar partiendo de una definición ya fuera inductiva,
ya fuera deductiva, porque, aunque partieses de ella, el poco talento que
demuestras tener al formular esta objeción no te permitiría aplicarla con buen
juicio.»
5
eventos o contingencias que siempre podrán salirle al paso en el camino
propiamente dicho.
6
aventuras no son precisamente los más «necesitados» de su tierra. Hernán
Cortés no formaba parte precisamente de las familias más «necesitadas» de
Extremadura; ni Pedro Menéndez de Avilés pertenecía a las familias más
«necesitadas» de Asturias.
8. Los aventureros del primer tipo, los que se enfrentan con itinerarios
nuevos o imprevistos, podrían clasificarse en tres categorías, según el eje del
espacio antropológico al que más se aproxime la línea de su itinerario.
Distinguiremos así:
7
(por tanto, después de recorrer un itinerario de aventura, pero
también, simplemente, después de un viaje previo perfectamente
«programado») y habrá también aventuras de itinerario social,
desarrolladas en el ámbito de la propia Ciudad o del propio Reino.
Precisamente son los aventureros de esta clase aquellos que
confieren al término una cierta connotación peyorativa, la que
arrastra la palabra «aventurero» en cuanto maquinador (en el
momento de cruzar diversos itinerarios regulares y lícitos), o en
cuanto empresario oportunista, arriesgado y sin escrúpulos, o
bien en cuanto revolucionario político que, ignorante de los
itinerarios regulares, lanza imprudentemente a sus seguidores al
fracaso o a la muerte.
8
absolutamente exótico, puramente espiritual; y que, en este sentido, las
aventuras de Giraldo son «aventuras de itinerario». Sin embargo, tendríamos
que añadir que esta aventura de itinerario extra-vagante tuvo su comienzo en
una aventura de suceso, de un suceso ocurrido a lo largo de una marcha
rutinaria por un camino real. Concluiremos, por tanto, diciendo que las
aventuras de Giraldo son también aventuras de suceso, antes aún que
aventuras de itinerario.
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puente de San Marcos de Órbigo para recibir a los aventureros que llegaban al
puente, a partir del sábado día 10 de julio de 1434, con la pretensión de forzar
el paso. El lector juzgará si Gonzalo Díaz de Pineda, Pedro Menéndez de
Avilés o Amado Osorio fueron antes aventureros de itinerario geográfico que
aventureros de itinerario social; y si el Virrey Abascal o Íñigo de Noriega fueron
antes aventureros de itinerarios sociales que aventureros de itinerarios
geográficos (a pesar de que corrieran sus aventuras lejos de España; en rigor
no tan lejos, puesto que se movieron dentro del Reino). También tendrá que
decidir el lector si Fray Melchor García Sampedro fue aventurero por haber
andado «por los caminos del Extremo Oriente» o más bien por haberse
internado en un itinerario espiritual que le llevó al martirio. ¿Y Fray Francisco
Menéndez? ¿Y Fray Servando Teresa de Mier Noriega?
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los resultados de la acción libre, a los resultados de la libertad, y no a la libertad
misma.
10 de junio de 2002
Introducción
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pronunciado por lo menos quince conferencias sobre este tema en aquellos
años; confieso que dedicaba su primera parte a criticar el título que se me
había propuesto.
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médico/enfermo (relación llamada «paternalista»), sustituida por la relación
dispensador de servicios o bienes/usuario o consumidor (usuario de quirófano,
de bisturí, o consumidor de medicamentos).
En nuestro caso:
a) Ante todo, la propia Universidad tradicional. Este es, sin duda ninguna,
el término fundamental de comparación de la Universidad popular respecto de
la Universidad tradicional. ¿En qué se diferencian? ¿En qué se asemejan?
iii. Las iniciativas privadas de la llamada «sociedad civil», como pudieron serlo
en su tiempo las Sociedades de Amigos del País, impulsadas por
Campomanes, más tarde los Ateneos, y en nuestros días los Clubs o
Asociaciones Culturales.
iv. Por supuesto, todas las instituciones relacionadas con los Museos, los
Teleclubs, y numerosos programas (llamados «culturales», «científicos» o
«educativos») de radio y televisión.
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3. Ahora bien, en el momento de disponernos a analizar la función social
de una institución, es preciso distinguir dos perspectivas que son siempre
disociables, y que a veces llegan a separarse enteramente:
La Iglesia es una institución real que está envuelta por una nematología
definida por ella misma: es una institución divina; e indirectamente dependen
de esta institución divina las Universidades pontificas. Pero de hecho, la Iglesia
Católica, incluso la Iglesia Católica medieval, desempeñaba otras funciones
estrictamente positivas (funciones de banca, de refugio de peregrinos, de sala
de espera, de promoción de gentes humildes, &c.). Hasta las drogas, como
institución, o las Selmanas Celtas, tienen su nematología: Aldous Huxley, o
Timothy Leary, formularon la ideología de las drogas; la nebulosa ideológica de
las Selmanas Celtas necesita una gran actividad (puesto que, desde luego, no
son celtas); sus funciones positivas son sin embargo otras: asociaciones,
reivindicaciones autonómicas, nacionalistas o racistas, &c.
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A. Funciones tradicionales de la Universidad tradicional según la
nematología universitaria estándar:
1. La institución universitaria tiene ya casi diez siglos, y esto sin contar sus
precedentes clásicos, que fueron, por cierto, instituciones privadas: la casa de
Calias –descrita en el Protágoras–, la Academia platónica y el Liceo de
Aristóteles. Sólo una hijuela del Liceo, la Escuela de Alejandría, el Museo,
comenzó a ser lo más parecido a una universidad de nuestros días.
2. Se comprende, por tanto, que las nematologías vayan evolucionando y
cambiando. Es preciso por tanto clasificarlas. Y nos parece que la clasificación
más importante, no solamente por sus fundamentos teóricos, sino por su
alcance práctico, sería la que establece estos dos grupos de nematologías:
las unitaristas y las pluralistas. Podría decirse que las nematologías unitaristas
subrayan el Unus de la Universitas, en tanto que las nematologías pluralistas
subrayan el alia de la etimología convencional (Unus versus alia). En un caso
se presupone que lo que es uno en principio se refracta en diversas partes; en
el otro caso se presupone que «las cosas múltiples» en su origen, se mueven
hacia una unidad, que acaso es sólo externa o superestructural.
3. Ideologías unitaristas. Las ideologías unitaristas las clasificaremos a
su vez en tres tipos, que podríamos poner en correspondencia, prescindiendo
del orden, con las tres edades que Comte asignó al desarrollo de la
Humanidad.
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Permítaseme dedicar unas palabras a la idea que Ortega tiene de la
Universidad, dada la importancia que esta idea ha alcanzado, teóricamente, en
la nematología de las universidades actuales y su «vigencia» nematológica
(decimos esto porque, de hecho, las ideas de Ortega están enteramente
marginadas en la práctica y en los proyectos universitarios actuales, a pesar de
que se siga citando a Ortega de modo más bien ornamental).
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núcleo en torno al cual la Universidad podría recuperar la unidad que le
corresponde por esencia. Ortega no entiende, sin embargo, esa Facultad de
Cultura como una Facultad en la que habrían de cultivarse las «ciencias
culturales» de Rickert, sino los grandes esquemas vigentes relativos a la
concepción física del Mundo, de la Historia, de la Vida, ...
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extrínseca, a alguna superestructura común a esas partes, aún cuando la
institución universitaria se constituye en torno a esa superestructura. Ocurre así
con la unidad del concepto de Universidad como ocurre con la unidad del
concepto libro. ¿Quién puede dudar de que el libro representa un concepto
susceptible de definición rigurosa, incluso unívoca? Solo que este concepto no
será interno a los contenidos propios de cada libro (¿qué tiene que ver un libro
de poemas con un libro de Termodinámica, con una novela o con un catálogo
de libros?). La unidad del libro, del códice, por ejemplo, se funda en su
estructura corpórea, en su volumen, en su encuadernación. Esta estructura es
la que inspira a los editores, a los libreros, en cuanto empresarios industriales o
comerciales, el culto al libro, las Fiestas del Libro (¿de qué libro?, habría que
preguntar), la mitología de la creación de hábitos de lectura de libros (¿de qué
libros?). ¿Quién, salvo el librero, se atrevería a suscribir un manifiesto sobre la
«misión del libro»? Pero la unidad de la Universidad podría equipararse a la
unidad de una «encuadernación institucional», a la que habrían ido ajustándose
las ciencias, artes, disciplinas y técnicas más heterogéneas.
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en la Universidad, o permanecer en ella, impulsado por su «vocación
universitaria».
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rebasado la mayoría de edad, los estudios primarios y, en nuestros días, los
secundarios, pero que no han accedido a la Universidad.
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Nacional –que atendía a las Universidades facultativas–), la Universidad
Laboral de Gijón, creada como alternativa a una Universidad burguesa de
Oviedo, que por cierto había sido quemada por el pueblo, durante la
Revolución de 1934.
B. Funciones positivas
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correspondencia entre la oposición Universidad popular /Universidad facultativa
y la oposición entre lo popular y lo profesional (en el sentido de las profesiones
liberales, asociadas tradicionalmente a la burguesía), porque a la Universidad
facultativa acuden ya en nuestros días estudiantes de todas las clases sociales.
Final
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2. En cuanto a la demanda, la Universidad popular mantiene efectivos sus
proyectos: cubrir las necesidades de una población que no está en general
cubierta por la Universidad facultativa.
Espiritualismo y materialismo
en filosofía de la cultura.
Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura
Gustavo Bueno
Conferencia pronunciada en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia,
el día 14 de mayo de 2002, al presentar Der Mythos der Kultur.
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Sección primera Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura. La Tabla I como
tabla gnoseológica.
Sección segunda Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura.
La Tabla II como tabla ontológica.
Presentación
Introducción
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consideran al materialismo como condición necesaria par llevar adelante el
estudio científico de los fenómenos culturales; y tampoco faltan escuelas (por
ejemplo, las escuelas más o menos próximas al «idealismo de Baden» tal
como se expresa e las obras del «marburgés» E. Cassirer, por ejemplo) que
objetan al materialismo cultural su incapacidad de principio para alcanzar una
comprensión genuina de los fenómenos culturales, interpretados como
procesos simbólicos.
2. Dos son las «retículas» que nos proponemos arrojar sobre el «campo de
la cultura» (en su sentido más amplio, el que opone sin mayores
averiguaciones el «campo de la Cultura» a los «campos de la Naturaleza o de
las Matemáticas»).
Pero también otra retícula, que designaremos como retícula II, mediante la
cual pretendemos establecer criterios pertinentes para determinar las
diferencias entre las concepciones ontológicas que podamos reconocer como
alternativas doctrinales filosóficas.
25
(tenemos que remitirnos en esta cuestión a nuestra Teoría del Cierre
Categorial (vol. 1, Pentalfa, Oviedo 1992 ). Pero aun cuando la Gnoseología,
en sentido estricto, se circunscriba al análisis de la estructura de las ciencias
positivas, habrá que considerar como cuestiones obligadas de esa misma
Gnoseología a todas aquellas que se refieran al análisis de disciplinas que, aun
no siendo ciencias positivas, utilizan estructuras lógicas muy similares a las que
encontramos en las ciencias positivas (como es el caso de las disciplinas
filosóficas, de las disciplinas jurídico-doctrinales, o de las disciplinas teológico-
dogmáticas) y son, por tanto, contrafiguras, de consideración inexcusable, de
las ciencias positivas. (Además, durante amplios periodos históricos, estas
disciplinas han sido consideradas como ciencias deductivas, de rango similar al
de los Elementos de Euclides: las Disputationes Metaphysicae de Francisco
Suárez, la Ethica more geometrico demonstrata de Benito Espinosa, o la Reine
Rechtslehre de Hans Kelsen).
La retícula II que vamos a arrojar sobre el campo de la cultura
filosóficamente considerado tiene una alcance ontológico, puesto que los
puntos de referencia que ella utiliza son precisamente aquellos (de Mundo, de
Homine, de Numine) en torno a los cuales se estructuró la Metaphysica
specialis tradicional, desde Hurtado de Mendoza y Francis Bacon hasta Leclerc
o Christian Wolff. Esta organización de la Metaphysica specialis se refleja de
algún modo en la Ontología especial del materialismo filosófico en cuanto
doctrina de los tres géneros de materialidad. La Ontología de la Cultura tiene
que ver (suponemos) con todo cuanto se contiene bajo la rúbrica de la
Ontología especial (pero en cambio, carece de toda conexión, al menos desde
un punto de vista materialista, con todo cuanto pueda caer bajo la rúbrica de la
Ontología general, en cuanto doctrina de la materia en su sentido ontológico-
general).
Sección I
Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura
La Tabla I como tabla gnoseológica.
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En efecto, mientras que los tratamientos técnicos o científicos-positivos de
los campos físicos, biológicos o matemáticos han logrado una autonomía,
incluso un «cierre» peculiar que permite casi siempre deslindar, o «mantener a
raya» al menos, las cuestiones filosóficas aunque sea negándoles el sentido
(«¿qué puede decirse acerca del espacio fuera de la Geometría?» preguntaba
hace más de 70 años Moritz Schlick), los tratamientos técnicos o científico-
positivos de los campos culturales casi nunca logran este tipo de «autonomía
categorial» y menos aun los grados propios de un cierre sostenido en sus
campos respectivos. Para decirlo en una terminología bien conocida, aunque
muy comprometida y discutible: las técnicas y ciencias positivas en los campos
naturales o matemáticos logran con mucha frecuencia segregar las cuestiones
que tengan que ver con los «juicios de valor» ateniéndose a las «cuestiones de
hecho»; muy pocas metodologías técnicas o científico-positivas aplicadas a los
campos de la cultura pueden «poner entre paréntesis» los valores que afectan
a cualquier contenido cultural. Y esto significará para muchos que cualquier
tratamiento técnico o científico-positivo de un campo cultural entrañará siempre
una filosofía más o menos explícita. (Por nuestra parte, no podemos aceptar
estos criterios, que implican la tesis de la «libertad de valoración», en el sentido
de Max Weber, que sería propia de las ciencias positivas, en general, puesto
que partimos del supuesto de que no sólo las ciencias culturales –que, de
acuerdo con la tesis de Rickert, dicen referencia a valores– sino tampoco las
ciencias naturales o matemáticas pueden considerarse como disciplinas
absolutamente «libres de valoración»; y en lugar de tales criterios utilizaríamos
otros que la teoría del cierre categorial establece entre las disciplinas, naturales
o culturales, que logran alcanzar un estado alfa-operatorio y las disciplinas,
naturales o culturales, que no pueden rebasar el estado de construcción beta-
operatorio).
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disponen de terrenos cultivables muy reducidos), en cambio los antropólogos
que investigan el «origen de la Idea de Dios» difícilmente podrán prescindir de
todo presupuesto filosófico (las investigaciones de Wilhelm Schmidt y su
escuela presuponían explícitamente la doctrina tomista de las cinco vías para
llegar racionalmente al conocimiento de la Idea de Dios; una doctrina que,
según ellos habrá de suponerse ejercitada ya por los pueblos más primitivos).
30
Ahora bien, la clasificación de los términos culturales en estas dos clases
«teóricas» no es obviamente la única clasificación posible y pertinente en
cualquier contexto. Cabe ensayar otros criterios de clasificación relativamente
independientes del criterio según el cual distinguiremos los conceptos y las
ideas de cultura; independencia que no ha de entenderse
como separabilidad absoluta de las diversas clasificaciones, sino
como disociabilidad de las mismas, a saber, la que se deriva de la posibilidad
de componer o «cruzar» las clases obtenidas a partir de un criterio determinado
con las clases obtenidas a partir de otro criterio. Si lográsemos determinar un
conjunto de criterios que pudieran cruzarse mutuamente (lo que garantizaría su
disociabilidad), podríamos afirmar que nos encontraríamos ante un sistema
clasificatorio que podría ser representado en una tabla de clasificación (en este
caso, la Tabla I).
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sembrar o cosechar las tierras vírgenes («naturales»). La expresión «cultura»
sigue significando en español hasta el siglo XVIII y XIX el mismo concepto
técnico original vinculado a la agricultura («culturas de Oviedo» = cultivos o
campos cultivados en los alrededores de Oviedo; y lo que es más interesante,
dado el contexto lingüístico, es un cartel que puede leerse en Maguncia –y que
había sido recuperado en el departamento del profesor Grätzel– con la
inscripción: Kulturen betreten vervoten, es decir, «Prohibido entrar en los
cultivos»). Ahora bien: cuando metafóricamente se sustituyen las tierras
vírgenes (sin cultivar) por las almas salvajes (infantiles, intactas)
comenzaremos a hablar del cultivo de estas almas vírgenes mediante las
disciplinas de la educación o la conformación; un cultivo que dará un nuevo
aspecto a las «almas cultivadas» y unos frutos nuevos. Hablaremos de
la cultura animi no tanto como un nuevo concepto, sino como una Idea que se
hará equivalente nada menos que con la Idea «humanística» del hombre libre:
la cultura animi, las «humanidades» –es decir, todo aquello quoad humanitatem
pertinent– definirán a los hombres libres con respecto de las bestias, pero
también con respecto de los esclavos –bestias parlantes– y con respecto de los
bárbaros.
La transformación de un concepto categorial de cultura en una Idea de
cultura puede tener lugar de muy diversas maneras. Por ejemplo, partiendo del
concepto categorial «Europa» (concebido como una «esfera cultural») puedo
regresar a la Idea universal-distributiva misma de «esfera cultural»,
abstrayendo sus componentes específicos; pero puedo también, por vía
de progressus, erigir a «Europa» en el prototipo o modelo atributivo de
cualquier otra «esfera cultural» que aspire a ser considerada como
verdaderamente humana (como lo hizo Husserl en su Krisis).
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Criterio 2 (de Cultura) (de Cultura) Criterio 4
1a 2a 5a 6a
Mi habilidad para Mis Habitus Latinitas
Perspecti
injertar árboles «culturas» Cultura Europa (Huss
va
(cultivos, animi erl, Ortega)
Cultura emic
tierras
determinad
cultivadas)
a
1b 2b 5b 6b
(a esferas
Habilidades de Otras culturas Educación La cultura
oa
injertar (mesopotámi Paideia egipcia como
component
abribuidas a cas, mayas), Bildung matriz de Perspecti
es
otros hombres otros otras culturas va
culturales)
componentes etic
culturales
(cabezas
jíbaras)
3a 4a 7a 8a
Educación, paid Instituciones Espiritualis Espiritualism
eia... de las culturales de mo o Perspecti
sociedades en casa humanista sobrehumani va
general sociedad, sta emic
«culturas
Cultura
circunscritas»
Indetermin
3b 4b 7b 8b
ada
Totalizaciones fenoménicas Naturalism Materialismo
(subjetivas y objetivas) de o cultural Perspecti
esferas y componentes en el anticultural Espiritualism va
sentido de Tylor o o organicista etic
infracultura (Frobenius,
l Spengler)
Cultura Cultura
Cultura desde Cultura desde
Criterio 2 desde desde Criterio 4
perspectiva perspectiva
Criterio 3 perspectiva perspectiva Criterio 3
subjetual objetual
subjetual objetual
Sección II
Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura
La Tabla II como tabla ontológica.
1. En la Introducción a este ensayo hemos presentado la Ontología de la
Cultura como un análisis de la Idea de Cultura (y, a su través, de los conceptos
de cultura) definido, no ya tanto como una penetración «en el ser de la Cultura»
en si mismo o absolutamente considerado, sino como una confrontación de la
Idea de Cultura (y a su través, de los conceptos de Cultura) con los tres
núcleos en torno a los cuales se organizó tradicionalmente la Metaphysica
specialis: el de Natura, el de Homine y el de Numine. (Dejamos de lado la
cuestiones que podría suscitarse al confrontar la Idea de Cultura con el «Ser»
en cuanto núcleo de la Metaphysica generalis). Los tres núcleos de
la Methaphysica specialis se reflejan en la Ontología Especial materialista a
través respectivamente de los Tres Géneros Máximos de materialidad: la
materialidad primogenérica (M1, coordinable con la Idea Cosmológica), la
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materialidad segundo genérica (M2, coordinable con la Idea Antropológica), y la
materialidad terciogenérica (M3, coordinable con la Idea Teológica). En
los Ensayos materialistas del autor (Taurus, Madrid 1972) y en el
opúsculo Materia (Oviedo, Pentalfa 1990, que corresponde al artículo
encargado por la Europäische Enzyklopädie zur Philosophie und
Wissenschaften que dirige el profesor Hans Jörg Sandkühler) puede
encontrarse una exposición más detallada de estas cuestiones.
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formas o energías corpóreas, orgánicas (humanas o protohumanas),
inicialmente pre-culturales; influencia a través de la cual el desarrollo de las
formas culturales habría de quedar «intercalado» en procesos cósmicos
«envolventes» y muy especialmente vinculado con los procesos de formación y
desarrollo de las llamadas «culturas animales».
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elevante y santificante. Es cierto que, en virtud del proceso que llamamos
«inversión teológica», que habría tenido lugar en la época moderna, Dios «se
vuelve hacia el Mundo y hacia el Hombre» hasta el punto de llegar a
identificarse con ellos, al menos en el terreno de la filosofía (mantendrá su
distinción en la Teología Dogmática). Desde el punto de vista de la inversión
teológica, estaría justificado «poner entre paréntesis» la Idea teológica en el
momento del análisis del significado de la Idea de Cultura. Pero en la medida
en la que es a través de la Idea teológica como se llega a la propia Idea de
Cultura, siempre habrá de considerarse importante la reconstrucción de las
relaciones que la Idea de Cultura pueda mantener con el Dios trascendente
que la propia Idea de Cultura contribuyó a sepultar en sus seno.
(A) La alternativa ateológica tendría que ser recorrida por toda ontología de
la cultura que considere necesario desvincularse de la idea teológica e incluso
oponerse a esta idea (como pudiera ser el caso del «ateismo postulatorio» que
suele relacionarse con Nietzsche, Scheler, o N. Hartmann).
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5. Como un último criterio (que podríamos considerar subordinado al
criterio 1, y por ello no le adscribimos siquiera un numero de orden, sino que le
atribuiremos el 0) podríamos tener en cuenta la distinción, ya utilizada en la
tabla I, entre la perspectiva subjetual y la perspectiva objetual a fin de
establecer un nexo interno entre la Tabla II (Ontológica) y la Tabla I
(Gnoseológica).
Tabla II
Concepciones ontológicas de la Cultura
(ontológica)
Criterio 2
Cultura /
Idea
a b c
antropológic
Identificación Separación Identificación
a (M2)
Cultura- Cultura-Hombre parcial Criterio 0
Criterio 1
Hombre (sobre, infra (praeterhumanis
Cultura /
(Humanismo) Humanismo) mo)
Idea
cósmica
(M1)
Aa Cassir Ab Ac N. Perspecti
Herder er Romanticismo Hartmann va
A Fichte Ortega subjetual
Espiritualis Scheler Hege
Perspecti
mo Frobeniu l
va
s
objetual
Spengler
Ba Bb Etologis Bc Freud
Perspecti
Berkele mo
va
y Wilson
subjetual
B Moris
Materialism Teilhar Morga Culturas Marx
o d de n extraterrestr Perspecti
Chardi Tylor es va
n Stewar objetual
t
Criterio 3
Cultura /
Idea T A T A T A Criterio 0
teológica
(M3)
Final
1. El primero tiene que ver con la relación entre las tablas I (Gnoseológica)
y II (Ontológica). Las retículas 1 y 2 sobre las que están construidas las tablas
respectivas, no son «conmensurables» o «coordinables» punto a punto. Ni
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siquiera cabe considerar a la Tabla II como una ampliación o «detalle» del
cuadrante constituido por los cuadros (7a, 7b, 8a, 8b) de la Tabla I. Aún cuando
efectivamente la Tabla II pueda coordinarse globalmente con el cuadrante
citado de la Tabla I, no será posible una coordinación punto a punto, debido a
que los criterios utilizados en estas tablas no son siempre los mismos. La Tabla
II no contiene el criterio 3 (que distingue la perspectiva subjetual de la objetual)
de la Tabla I; por su parte, la Tabla I no contiene ni el criterio 1 (que distingue el
espiritualismo del materialismo) ni el criterio 2 (humanismo, ahumanismo,
praeterhumanismo) de la Tabla II.
(1) que no cabe hablar de una «Ciencia Universal de la Cultura» que fuera
capaz de abarcar, no solamente la culturas animales, sino también a las
culturas humanas. Ni siquiera la «Antropología Cultural», definida como
«ciencia de la cultura humana», será algo más que un proyecto utópico, un
«fantasma gnoseológico».
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inteligible por sí misma. Solamente desde una «hipótesis extrema» podría
hablarse de una Filosofía de la Cultura como sistema autónomo y exento, a
saber: desde la hipótesis de la reductibilidad de la «omnitudo realitatis» a la
condición de «cultura creada por el hombre» o por Dios. Es decir, desde la
hipótesis de una ontología panculturalista que hemos asociado a Berkeley o a
Fichte.
Según esto será preciso concluir que los conflictos entre las diferentes
filosofías de la Cultura no podrán dirimirse en un supuesto ámbito autónomo de
la Filosofía de la Cultura. Será preciso remontarse a otros principios dados,
fuera de la Filosofía de la Cultura y aun de la Cultura misma. No cabe
«apoyarse en la cultura» al menos desde una perspectiva materialista para,
desde ella, tratar de dibujar una determinada concepción del Mundo capaz de
resolver las cuestiones relativas a Dios, al espíritu, a la libertad o a otras
cuestiones semejantes. Es la «concepción del Mundo» la que determina una
Filosofía de la Cultura.
Mundialización y Globalización
Gustavo Bueno
Tendría por ello poco sentido que, por mi parte, aprovechase esta solemne
ocasión para exponer mis propias opiniones sobre el particular, como si los
ilustres miembros de un auditorio tan distinguido como el presente, que ya tiene
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sus propias opiniones formadas al respecto, necesitasen conocer con urgencia
una opinión más; una opinión que, ni ellos ni yo, podríamos en ningún caso
considerar como sabiduría llovida del cielo, cuya importancia o novedad
justificase o exigiese su inmediata revelación.
2. Entonces ¿por qué he aceptado una tarea tan comprometida, por qué
me he decidido a enfrentarme, en general, con las ideas de mundialización y
de globalización? Sencillamente porque yo no voy a hablar propiamente de la
globalización, ni voy a hablar de la mundialización, en sí mismas consideradas.
No se alarmen. No voy, por ello a «salirme» del tema anunciado: voy a hablar
de las relaciones entre estas dos Ideas.
Es evidente que para hablar de las relaciones entre los términos de un
modo que no sea estrictamente algebraico es necesario tener en cuenta la
materia, significado o contenido de estos términos. Sin embargo, cuando nos
mantenemos estrictamente en la consideración de sus relaciones, la materia,
significado o contenido de los términos globalización y mundialización, aunque
no pueda ser eliminada, si puede ser «desviada» en nuestro tratamiento de su
posición frontal, de suerte que en lugar de ofrecérsenos como materia
directa se nos ofrezca como materia oblicua. No es lo mismo tratar en directo
del punto y de la recta como elementos de la Geometría de Euclides que tratar
de sus relaciones, de suerte que puedan quedar desviados, en perspectiva
oblicua (y acaso definitiva, según el formalismo de Hilbert) sus supuestos
contenidos absolutos.
3. Ahora bien, ocurre que tampoco existe unanimidad, consenso o acuerdo
en el momento de caracterizar la naturaleza de las relaciones que ligan a los
términos mundialización y globalización. Nuestra primera tarea habrá de
consistir, en consecuencia, en clasificar estas opiniones (o teorías para
algunos) sobre tales relaciones.
Y el criterio de clasificación más inmediato que conozco es el que pone a
un lado las relaciones de identidad (esencial, sin perjuicio de diferencias
accidentales o secundarias) y al otro las relaciones que
dicen diferencias. Podríamos entonces distinguir dos grandes familias o grupos
de opiniones o teorías al respecto.
Ahora bien, las teorías u opiniones incluidas en este primer grupo no nos
parecen bien fundadas. Ni siquiera en virtud de las adscripciones lingüísticas
que se les atribuyen («globo» y «global» son términos del español de origen
tan latino como «mundo» o «mundial»). La identidad entre las ideas de
globalización y mundialización sólo puede mantenerse en el supuesto (que
constituye una petición de principio) de una definición estipulativa de la
mundialización por la globalización o recíprocamente. Pero una tal
equiparación estipulada tendría que saltar por encima de las diferencias
objetivas que cabe advertir y sobre las cuales se apoyan las teorías u opiniones
que incluimos en el segundo grupo.
Acaso el criterio más profundo para establecer las diferencias entre estos
órdenes sea el que distinga los fundamentos que se atienen, o bien, (A) a
(supuestas) diferencias de orden material (categorial podríamos decir), o bien
(B) las que se atienen a diferencias de orden estructural, es decir, que tengan
que ver con ideas tan generales como las de todo y parte (lo que será
pertinente, en principio teniendo en cuenta que la globalización implica
operaciones de totalización).
43
vinculados a las neotecnologías, principalmente a las que implican la energía
eléctrica (telégrafo, teléfono, automóvil, avión, televisión, Internet...).
Esta distinción, que nos es propuesta de vez en cuando, tiene sin duda un
fundamento cuanto a los conceptos asignados a cada término. Lo que carece
ya de todo fundamento es la asignación a los términos de tales conceptos. Por
la misma razón podríamos mudar esta asignación, llamando globalización a la
mundialización o recíprocamente.
44
revés tratamos de justificar (o reinterpretar) la etimología y la historia de los
términos por la distinción establecida en el terreno pertinente: aquel en el cual
actuase (en los decursos empíricos de la historia de los conceptos) una lógica
capaz de mantener «noetológicamente» el curso de ciertas relaciones
vinculadas a determinadas estructuras (aquí las holóticas). La situación podría
compararse con aquella en la cual el historiador de la Aritmética, va
constatando los primeros y sucesivos conatos de simbolización numérica pero
no como meros datos «empíricos», sino en la medida en la que la sucesión de
los diversos intentos puede ser interpretada, al menos, parcialmente, como
resultado de la «lógica interna» en virtud de la cual pueda decirse que es la
estructura de la teoría de los números la que está guiando de algún modo, por
razones objetivas, el curso empírico de los «ensayos» de simbolización
numérica.
45
¿Y qué es un globo, desde una perspectiva operatoria? Genéticamente,
sin duda, es el resultado de una globalización, lo que significa (para quien
creyese que estamos moviéndonos en un terreno de tautologías) que no cabe
suponer dados «globos» previamente a las operaciones de globalización; sin
perjuicio de que, una vez cumplido el resultado de la operación podamos
segregar este resultado (el globo, en nuestro caso) de acuerdo con los
principios generales de los cursos que venimos denominando alfa-operatorios.
Por lo demás, las operaciones que se resuelven en la conformación de un
globo pueden proceder de muchas maneras, ya sean componiendo, ya sean
segregando (el «globo ocular» resulta sin duda de la disección de tejidos
«adheridos» a él en el continuo orgánico). Pero no ya genéticamente, sino
estructuralmente un globo es sencillamente una esfera (o un esferoide); al
menos Cicerón dice que globus, en latín, se corresponde con el
término sphairos, en griego. Estructuralmente por tanto, y cualquiera que haya
sido la vía que haya conducido hacia él, un globo es un cuerpo esférico, de
radio finito, cuyo contorno es la superficie esférica y su dintorno es el conjunto
de «partes englobadas» en ellas. Su entorno es el conjunto de cuerpos
(esféricos o no) capaces de incidir sobre el dintorno del globo, susceptible de
recibir su influencia.
Por este motivo, una esfera de radio infinito ya no será un globo, sino un
concepto geométrico límite, que no puede ser localizado en ninguna región del
mundo «porque su centro estaría en todas las partes y su circunferencia en
ninguna».
El concepto de «globo» no implica por tanto su unicidad y es compatible
con una pluralidad de globos, de globalizaciones. Esto no quiere decir que los
diferentes globos o esferas hayan de distribuirse siempre como una
multiplicidad de partes diversas. Pueden estar éstas en contigüidad y, sobre
todo, intersectadas y aun incluidas unas en otras, como si se tratase de
estructuras o de capas concéntricas. Esta es la situación más interesante para
nosotros porque en ella es donde aparece la distinción entre una
esfera englobante y otra esfera o esferas englobadas; relación que en la Lógica
de clases suele simbolizarse como relaciones de inclusión entre clases.
En realidad, las relaciones posibles que cabría establecer entre las esferas
o globos son las consabidas relaciones que en la Lógica de clases se conocen
como relaciones de disyunción, de intersección (parcial) o de inclusión;
relaciones que Euler representó precisamente por medio de círculos o esferas
(sin perjuicio de que las clases lógicas fuesen principalmente totalidades
distributivas y los círculos o esferas de Euler fuesen totalidades atributivas).
47
El autismo que es, según esto, constitutivo de la Idea de Mundo, cabe sin
embargo considerarlo como resultado de una operación meramente
intencional, puesto que no existe nada parecido a un «universo Picasso». La
«mundialización local», si cabe hablar así, es, por ello mismo una operación
que puede llegar a tener un signo opuesto a la operación globalización. Pues la
globalización, en cuanto englobante, dice incremento o ampliación de
materiales «exteriores» al conjunto inicial; pero la mundialización, si es local,
dice restricción, abstracción de materiales externos. Solamente habría una
posibilidad de que una mundialización no fuese realmente restrictiva, a saber,
cuando el mundo sea único, dotado de unicidad. Y este es el caso del Mundo
por antonomasia, el Mundo en cuanto término de la tríada de la metafísica
tradicional: Mundo, Alma, Dios; el Mundo, como decía Mauthner, no admite
plural, «por lo que sería una insolencia hablar de mundos, como si existiera
más de uno».
48
mundialización, para hablar en concreto de globalización, englobante o
englobada, hay que dar parámetros, porque sin ellos el concepto pierde todo su
sentido; además, un cambio de parámetros altera también las relaciones de
globalización que habíamos considerado.
49
Proposición II. La globalización, en cuanto totalización, afecta al todo; pero no a
la integridad de sus partes. En la globalización se nos ofrece el todo pero no
todas las partes: totum, sed non totaliter. Aunque cabe advertir una tendencia
entre quienes utilizan el término globalización, sobre todo si lo utilizan
críticamente, al suponer que la globalización es totalitaria, en el sentido
integral de todas las partes, de suerte que pueda decirse que «todas ellas
han de estar en todas». Pero muchas de estas partes concatenadas por la
globalización, quedarán sin globalizar; más aún, la globalización próxima a
sus límites máximos, puede determinar un número cada vez mayor de
unidades políticas globalizadas (de «globos políticos autónomos»: antes de
la «globalización» de la que hoy hablamos había 80 estados en la ONU; en
nuestros días el número asciende a 184). Todavía más: aun suponiendo que
la globalización de un campo material dado llegase a borrar a otras posibles
líneas de globalización, y actuase como globalización única, no por ello el
campo total quedaría «agotado» en el circuito de la globalización de
referencia, porque (en virtud del principio de symploké) muchas partes
permanecerían «deslocalizadas» de ese supuesto circuito globalizador y
totalizador.
11. Concluiremos diciendo que una globalización, que tiene como radio un
círculo máximo, por mucha capacidad englobante de otras que posea, siempre
podrá ser englobada o intersectada por otras globalizaciones. Es decir, jamás
50
podemos considerar que, tras una globalización máxima, habremos conseguido
agotar la realidad y dar «fin a la historia». Cualquier globalización podrá quedar
siempre desbordada por otras globalizaciones o por otros procesos que ni
siquiera lo son: cualquier globalización quedará siempre desbordada
precisamente por la realidad misma del Mundo.
Intervención en el acto de recepción del premio Paul Harris,
concedido al autor por el Rotary Club de Oviedo,
ceremonia celebrada en el Auditorio de Oviedo
el sábado 6 de abril de 2002.
Etnocentrismo cultural,
relativismo cultural y pluralismo cultural
Gustavo Bueno
51
pluralidad que parecía ligada a los métodos comparatistas característicos de la
nueva disciplina.
52
expresión «señas de identidad», tantas y tantas veces utilizada por políticos,
periodistas, intelectuales o radiofonistas, para referirse a lo que ellos
consideran «su cultura propia». Porque la inocente fórmula –«señas de
identidad»– en realidad sólo tiene sentido en función de una esfera cultural
presupuesta, es decir, de una esfera cuya identidad (de índole sustancial) se
presupone, y de la que resultaría ser un mero indicio la «seña de identidad»
considerada. Así, la sardana sería una seña de identidad de una supuesta
cultura o esfera cultural catalana, y el aurresku sería una seña de identidad de
una supuesta cultura o esfera cultural vasca. Lo que equivale a decir que la
importancia, el significado, el alcance, &c., de la sardana (o el del aurresku) no
puede captarse por sí misma, ni siquiera por las semejanzas que pueda
mantener con instituciones de otras esferas culturales, sino por lo que tiene de
revelación, indicio o seña de una identidad presupuesta, que se aplica
precisamente a la cultura de referencia, y no a la seña de identidad en sí
misma, en su suposición material.
(1) O bien afirmamos que, entre las diversas esferas culturales del todo
distributivo de culturas, sólo una esfera cultural puede considerarse como
soporte de valores auténticos; es decir, que solamente existe una esfera
cultural que merezca ser considerada como cultura auténtica o verdadera (las
demás esferas culturales serían reflejos, de-generaciones, o meras apariencias
o fenómenos de la «cultura verdadera»).
(2) O bien afirmamos que todas las esferas culturales valen igual, en
cuanto culturas que encuentran su sentido precisamente en la concavidad de
su propia esfera: «Todas las culturas son iguales», leemos en una enorme
placa instalada en el Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México.
(2B) «Todas las culturas son iguales», pero sin necesidad de presuponer
entre ellas un régimen de separación; por el contrario, postulando la posibilidad
53
y conveniencia de una convivencia o yuxtaposición de los hombres
pertenecientes a las diversas culturas (este era el esquema que Américo
Castro utilizó para describir la supuesta convivencia, bajo Fernando III el Santo,
de las tres religiones –judíos, moros y cristianos– que hoy se acostumbra a
traducir como la convivencia entre «las tres culturas»).
La opción (1) es la del monismo cultural (que desde las otras opciones se
percibirá como etnocentrismo); la opción (2A) es la del relativismo cultural; y la
opción (2B) es la del pluralismo cultural o multiculturalismo. Entre estas tres
opciones sería preciso, al parecer, elegir.
54
Ahora bien: el monismo cultural, como etnocentrismo, es hoy difícilmente
defendible, y muchos de los argumentos del relativismo y del multiculturalismo
pueden servir para reducirlo a sus justos límites. Pero tampoco consideramos
defendible al relativismo cultural, en tanto él se enfrenta a la evidencia de la
superioridad de unas «culturas» frente a otras, tanto en el terreno tecnológico,
como en el científico y aún en el político. ¿Y la opción del integracionismo
cultural? Si se interpreta como mera convivencia o yuxtaposición de pueblos o
de religiones diferentes, nos parece evidente que una tal opción es, en
realidad, vacía, más bien un deseo, de índole irenista. No puede decirse que
convivan, o que coexistan, ni siquiera pacíficamente, grupos sociales con
diferentes culturas, salvo si algunos se mantienen en sus ghettos, frente a
quienes mantienen las posiciones dominantes. La integración efectiva sólo será
aparente (una integración por yuxtaposición), hasta tanto que los grupos
sociales en posición dominada, o bien alcancen posiciones dominantes, o bien
se desprendan de sus instituciones incompatibles con las de la sociedad de
acogida. Así ocurrió con moros, judíos y cristianos en la Sevilla medieval: el
mito de la convivencia que puso en circulación Américo Castro está siendo
contestado en nuestros días (Antonio Domínguez Ortiz, Francisco Rodríguez
Adrados, Serafín Fanjul García).
Pero, ¿cómo podríamos rechazar cada una de las tres opciones del trilema
(monismo, relativismo, pluralismo) sin rechazar el trilema mismo? Porque es
evidente que una vez aceptado el trilema (en nuestro caso, el dilema
bifurcado), no tendríamos más remedio que acogernos a alguna de sus
opciones. Es evidente que, una vez aceptado el trilema por algún crítico, si éste
descarta que el autor por él criticado es relativista o pluralista, tendrá que
lanzar contra él la temible acusación de etnocentrista.
Se trata, por tanto, por mi parte, de regresar más atrás del trilema, es
decir, se trata de denunciar el supuesto sobre el cual el trilema está
funcionando a toda máquina en nuestros días, sin que periodistas,
intelectuales, políticos y radiofonistas, pero también historiadores, sociólogos y
antropólogos, se den cuenta de ello.
Lo que nos permitirá añadir una cuarta opción al sistema de las tres
opciones, (1) (2A) (2B), que hemos establecido a partir del supuesto de las
esferas culturales: que no ya una o todas las esferas culturales pueden
tomarse como sujetos o soportes de valor, sino ninguna.
55
Y si no existen esferas culturales como entidades dotadas de identidad
sustantiva (idiográfica, numérica, delimitada en el todo distributivo), entonces
las opciones, o los conceptos mismos de etnocentrismo, de relativismo cultural
y de pluralismo de esferas culturales se disuelven. Las esferas culturales no
son entidades dotadas de una identidad sustancial propia; a lo sumo, son
entidades fenoménicas, delimitadas acaso a lo largo de los siglos (cuando no
inventadas ad hoc por grupos, pueblos o naciones en busca de Estado), por
aislamiento de otras esferas fenoménicas, o por mezcla de algunas de ellas. Y
con esto queremos decir que los diagnósticos (o acusaciones) tanto de
etnocentrismo, como de relativismo o de pluralismo, son diagnósticos o
acusaciones imposibles, si nos mantenemos en un terreno científico o
filosófico. Son diagnósticos o acusaciones que sólo podrán mantenerse en el
terreno doxográfico de las opiniones confusas y oscuras acerca de las
nebulosas ideológicas que se forman en una coyuntura determinada. ¿Acaso
puede admitirse, en el terreno científico, como diagnóstico psicológico o
psiquiátrico, la posesión o la obsesión diabólica? Pero, según nuestra tesis, el
diagnóstico de etnocentrismo o el de relativismo, en el terreno de la
Antropología, no va más allá de lo que pudiera ir el diagnóstico de posesión
diabólica, o el de obsesión diabólica, en el terreno de la Psiquiatría.
56
precisamente en el momento en que estas se descomponen o despiezan en
partes formales en el mismo proceso del choque cultural. Tampoco los ojos, o
las frentes, como pensaba Empédocles, preexistieron a los animales que se
hubieran podido formar a partir de la unión de esos «miembros solitarios» que
habrían dado lugar, primero, a monstruos horrorosos que la adaptación al
medio tendría que haber pulimentado poco a poco. Un hueso fémur no precede
al organismo vertebrado, pero una vez formado puede ser extraído del animal,
conformándose como una figura, elemento, valor o contravalor de
la fábrica orgánica. Los elementos, rasgos, instituciones culturales... no son
previos a las esferas culturales fenoménicas, pero pueden ser despiezados,
transportados e incorporados, con las deformaciones eventuales, a otras
esferas culturales, o bien como elementos con capacidad de integración con
otras partes suyas, o bien como elementos con capacidad disolvente del
conjunto fenoménico constituido por una esfera cultural dada. Y todo esto sin
perjuicio de que la incorporación de un elemento o rasgo procedente de una
esfera cultural dada a otra, no sea siempre «limpia», puesto que arrastrará casi
siempre otros elementos, astillas o rasgos de la esfera cultural de origen.
Nota sobre las seis vías de constitución de una disciplina doctrinal en función
de campos previamente establecidos
Gustavo Bueno
Se explicitan los criterios que determinan seis vías de constitución
de una disciplina doctrinal en la Teoría del Cierre Categorial
Carlos Iglesias y Alberto Hidalgo me piden que haga explícitos los criterios
de la enumeración de las seis vías de constitución de una disciplina que figuran
en ¿Qué es la Bioética? (Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs.
33-46), supuesto que esta enumeración no fuera meramente empírica:
«Desde la perspectiva gnoseológica distinguimos, por nuestra parte, seis
modos según los cuales (desde la perspectiva de la teoría del cierre
categorial) puede comenzar a constituirse una nueva disciplina («nueva»
respecto del sistema de disciplinas preexistente en la época histórica de
57
referencia); por tanto, seis vías diversas, seis alternativas genealógicas,
no enteramente excluyentes, que pueden ser tenidas en cuenta (en gran
medida desde una perspectiva crítica, no sólo para descartar, en cada
caso, las no pertinentes, sino para descartar a las eventuales
conceptualizaciones que sobre una disciplina dada, como pudiera serlo
la Bioética, tuvieran lugar desde esas vías) en el momento de determinar
qué curso concreto de desarrollo pudo seguir la disciplina de referencia,
en nuestro caso, la Bioética. La determinación de la vía a través de la
cual se ha constituido de hecho una disciplina dada no es por tanto sólo
una «cuestión histórica», puesto que, en general, como ya hemos
reconocido, la estructura gnoseológica de una disciplina no es
enteramente disociable de su génesis, ni recíprocamente.
1. Segregación interna. Esta alternativa puede tomarse en consideración
cuando partimos de una disciplina dada G que se suponga constituida
sobre un campo con múltiples sectores o partes atributivas (S1, S2, S3), o
con diversas partes distributivas (especies, géneros, órdenes, &c. E1, E2,
E3), o con ambas cosas a la vez. La Biología, como disciplina genérica,
comprende múltiples sectores (por ejemplo, los que tienen que ver con
las funciones respiratorias, digestivas, &c.) y muy diversas partes
distributivas (por ejemplo hongos, vertebrados, peces, mamíferos, &c.).
A partir de la Biología general podemos constatar cómo se constituyen,
por segregación interna, disciplinas biológicas específicas o particulares.
Estas disciplinas se «segregan» de la Biología general como el detalle
se segrega del conjunto; pero aunque sigan englobadas en la categoría
común, sin embargo pueden constituirse en especialidades que
requieran terminología, métodos, aparatos característicos, es decir, que
requieran constituirse como nuevas disciplinas (subalternadas, sin duda,
a la disciplina general). Los motivos por los cuales una categoría dada
se desarrolla por alguno de sus sectores o de sus partes distributivas no
son necesariamente internos a la categoría (aun cuando los contextos
determinantes y sus desarrollos hayan de serlo) sino que pueden ser
ocasionales (motivos económicos, de coyuntura, tecnológicos, &c.). Esto
significa que el desarrollo interno de una ciencia genérica, no por ser
interno ha de entenderse como un proceso homogéneo, armónico, sino
más bien como un proceso aleatorio, desde el punto de vista
sistemático. Una categoría, en su desarrollo, se parece de hecho más a
un monstruo que a un organismo bien proporcionado.
En principio las nuevas disciplinas se mantienen en el ámbito de las
líneas generales de la categoría; sin embargo no por ello cabe decir que
las disciplinas segregadas sean una simple «deducción», o reproducción
subgenérica de las líneas genéricas, porque bastarían las diferencias de
métodos para dar lugar a diferentes disciplinas dotadas de gran
autonomía en sus desarrollos. Podríamos poner como ejemplo
la segregación de la Mecánica de Newton, que comportaba la traslación
de sus leyes (formuladas por referencia a los astros) a los corpúsculos
de las nuevas teorías mecánicas, a partir de Laplace: la simple
diferencia de escalas implicaba adaptaciones de constantes,
parámetros, nuevos dispositivos experimentales, &c.
2. Segregación oblicua o aplicativa. La segregación aplicativa u oblicua
se diferencia de la segregación interna en que la disciplina constituida no
58
sólo tiene motivaciones extrínsecas (aunque con fundamento interno),
sino que es ella misma extrínseca desde su origen. Ahora la categoría
genérica ha de considerarse refractada o proyectada en otras
categorías, a título de aplicación. Pero los contextos determinantes
nuevos ya no son internos a la categoría de referencia. Por ejemplo, la
teoría geométrica de los poliedros se aplica a los cristales, para dar lugar
a una cristalografía geométrica, que se segrega de la geometría, pero no
por desarrollo interno de esta disciplina sino por desarrollo oblicuo (no
hay razones geométricas para la segregación de cierto tipo de poliedros
cristalográficos). Otro tanto ocurre con la llamada óptica geométrica.
3. Composición e intersección de categorías (o de disciplinas). Es un
proceso similar al anterior sólo que ahora no puede hablarse claramente
de «una disciplina dominante» que se aplique oblicuamente a un campo
«que la desborda», sino de una confluencia o intersección de diversas
disciplinas, y esto de muchas maneras: la confluencia de la Aritmética y
la Geometría en le Geometría Analítica, o la confluencia de la Química
clásica y la Física en la Química Física. La intersección puede dar lugar
a términos nuevos, por ecualización de los campos intersectados. Sin
embargo, las situaciones cubiertas más propiamente por esta tercera
alternativa son las llamadas «disciplinas interdisciplinares» (tipo
«Ciencias del Mar», en la que confluyen categorías tan diversas como la
Geología, la Biología, la Química, la Economía Política, la Geografía,
&c.). Estas disciplinas, constituidas en torno a un sujeto de atribución, no
son desde luego una ciencia categorial, pero sí pueden dar lugar a
disciplinas dotadas de una unidad práctica, aunque externa, que le
confieren una estructura que no es suficiente para disimular su
naturaleza enciclopédica.
4. Descubrimientos o invenciones de un campo nuevo (que será preciso
coordinar con los precedentes). Excelentes ejemplos de esta alternativa
nos lo ofrece el Electromagnetismo o la Termodinámica, respecto del
sistema de la Mecánica de Newton, o la Fitosociología respecto de la
Taxonomía de Linneo y sucesores.
5. Reorganización-sustitución del sistema de las disciplinas de
referencia. Este proceso es enteramente distinto de los precedentes. En
aquellos las nuevas disciplinas se formaban en relación con otras
anteriores, que habían de mantenerse como tales; por consiguiente las
nuevas disciplinas habían de agregarse a las precedentes. Pero la
reorganización supone la destrucción total o parcial, la aniquilación o la
reabsorción de determinadas disciplinas dadas en la nueva. La
reorganización es unas veces sólo una reagrupación de disciplinas
anteriores, pero otras veces exige la reforma y aun la aniquilación de las
precedentes. Los ejemplos más ilustrativos de aniquilación pueden
tomarse de la Sociología y de la Filosofía de la Religión. No son
disciplinas que puedan considerarse agregadas sin más al sistema de
las disciplinas precursoras, ni son meros nombres nuevos para antiguas
disciplinas, acaso dispersas. La Sociología de Comte supone la
propuesta de aniquilación de la Psicología, sustituida por una Física
social; la Filosofía de la Religión contiene el principio de la aniquilación
de la Teología Fundamental como disciplina filosófica.
6. Inflexión. Llamamos inflexión a un modo de originarse disciplinas en
59
función de otras, partiendo acaso de una proyección oblicua a otros
campos, o de una intersección con ellos, incluso a veces de algún
descubrimiento o invención, pero de suerte que mientras en todos estos
casos, las «nuevas construcciones» tienen lugar fuera de las categorías
originales, en la inflexión la novedad (ya sea debida a la intersección, a
la invención, &c.) refluye en la misma categoría (la invención, el
descubrimiento, por ejemplo, se mantienen o son reformulables en el
ámbito de las categorías de referencia) como si fuese un repliegue
producido en ella merced a las estructuras que se habrían determinado
por procesos extrínsecos pero que son, en el regressus, «devueltas» a
la categoría. Cabría ilustrar este procedimiento con la Electroforesis,
como disciplina de investigación biológica (las estructuras dadas en
tejidos, células, &c., proyectadas en un campo electromagnético,
determinan comportamientos propios de los tejidos vivientes, con un
significado biológico característico, pero que no podría haber sido
«deducido» del campo estricto de la Biología).» (Gustavo Bueno, ¿Qué
es la Bioética?, Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs. 33-
35.)
Ante todo, conviene subrayar que las disciplinas doctrinales de las que
hablamos no hay que entenderlas exclusivamente como ciencias categoriales
estrictas (de algún modo, como «categorías»), sino también como géneros
subcategoriales (como pudiera serlo la Geometría Proyectiva respecto de la
Geometría en general) o como disciplinas no estrictamente científicas, en su
sentido más riguroso (como pudiera serlo la Sociología o la Filosofía de la
Religión). Pero los campos de las disciplinas de las que hablamos, aún cuando
no sean estrictamente campos categoriales, pueden ser considerados por
analogía, como si lo fueran.
60
2
Esto supuesto habría que tener en cuenta, según un primer criterio, dos
modos diferentes de surgimiento de una disciplina nueva a partir de un sistema
de disciplinas establecidas:
Cruzando los dos criterios anteriores resultan las seis vías de constitución
de disciplinas o ciencias de las que venimos hablando:
61
I. Modos de constitución de primer orden
El concepto de creencia
y la Idea de creencia
Gustavo Bueno
Intervención inaugural de las Jornadas sobre superstición, creencia y
pseudociencia, celebradas en Gijón del 27 al 29 de noviembre de 2002,
organizadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía
62
Comparezco muy gustoso en estas Jornadas organizadas por la Sociedad
Asturiana de Filosofía, que ha tenido el acierto de fijar como tema para este
año el de la Superstición, creencia y pseudociencia. Mi propósito, en el umbral
de estas Jornadas, es dibujar las líneas generales de una Idea de creencia que
mantenga la conexión con otras partes del materialismo filosófico. Por
supuesto, la ocasión no permite sino un desarrollo puramente esquemático de
estas cuestiones.
I
Los dos momentos de la creencia:
epistemológico y ontológico
64
porque «creencias» se toma aquí (gracias al componente crítico de la ironía) en
su momento subjetivo, como un «sentimiento» o «juicio» erróneo alojado en la
«mente», en el ánimo o en el cerebro de Fulano.
65
de creencias que violan, según él, las leyes de la lógica –identidad, tercio
excluido, &c.–, es decir, como mentalidad prelógica.
No deja de ser paradójico, constatar que en los años sesenta del pasado
siglo, sociólogos e historiadores «marxistas», pero interesados por recuperar,
contra los economicistas, la importancia histórica de las «superestructuras»,
fundaron una nueva disciplina histórica a la que denominaron «Historia de las
mentalidades».
66
notitia sui a las potencias cognoscitivas. En la tradición escolástica, solamente
los conceptos del entendimiento, dado su carácter espiritual, podían ser signos
formales; pero desde una perspectiva materialista la función de los signos
formales abría de ser traspasada precisamente a las percepciones apotéticas.
Quien percibe el Sol que sale cada día lo hace porque no percibe los
sacudimientos de la retina ocular y de la retina cortical; lo que percibe es el Sol
que sigue su curso, y para ello será preciso que los procesos cerebrales
correspondientes sean «enteramente trasparentes», es decir, consistan en des-
aparecer para que el Sol pueda aparecer a la percepción o a la creencia.
8. Si no es viable el entendimiento de la «circulación» entre los términos,
metaméricamente dados, sujeto (S) y objeto (O), será preciso recurrir a otros
modos de dar cuenta de esta circulación dual continua. En otros lugares
(Cuestiones cuodlibetales, Mondadori, Madrid 1988, Cuestión 2, págs. 88 y
sigs., y Cuestión 10, pág. 382 y sigs.) hemos sugerido el modo diamérico de
llevar adelante la resolución de esta cuestión (el modo diamérico es muy
próximo al tratamiento de los términos S y O como si fuesen conceptos
conjugados. Se trataría de descomponer o fragmentar a S en múltiples [S1, S2,
S3... Sn] y a O en múltiples [O1, O2, O3... On] a fin de concebir la conexión
diamérica de los Si a través de los Oi y de los Oi a través de los Si.
10. Otra conclusión que podríamos extraer de las premisas señaladas: que
las llamadas creencias subjetivas, o psicológicas, no son verdaderas
creencias, sino pseudocreencias o falsas creencias, apariencias de creencias.
No son creencias sino delirios o alucinaciones; o bien acaso, reducciones
artificiosas o delirios metódicos que pretenden haber partido de la subjetividad
y haber llegado a poner el pie en creencias objetivas.
Como situaciones «canónicas» de pseudocreencias construidas en el siglo
XVII –el siglo de los sueños– por Cervantes y por Descartes, citaríamos la
creencia del licenciado Vidriera, según la cual su cuerpo era de vidrio, y por ello
se envolvía de telas o trapos para evitar ser quebrado, y la creencia de Renato
Descartes, según la cual su espíritu se hacía presente a sí mismo en
el cogito (para lo cual tenía que dudar metódicamente de la realidad de los
hombres que veía pasar, considerándolos como autómatas o como
apariencias). Ahora bien: verse a sí mismo como un hombre de vidrio ¿no es
un delirio, por lo menos tan grande, como ver a los demás como autómatas? La
67
duda cartesiana en la realidad de los cuerpos exteriores no plantea tanto una
cuestión metafísica, cuanto una cuestión de óptica relativa a la salud de
nuestros ojos.
11. Corolario de la tesis precedente: que todo aquello que sea concebido
como «contenido psicológico puro» no podrá ser llamado creencia, sino por
abuso de las palabras. Más bien habría que llamarlo opinión, fe, confianza,
sospecha, suposición, esperanza, hipótesis teórica o mito; porque todos estos
contenidos se dan ya como «criticados». (Ortega, víctima de la oposición
metamérica entre S y O, contraponía las Ideas, como contenidos subjetivos
«que están en mí», a las creencias, en las que el creyente «estaría». Pero esta
denominación no puede suscribirla quien entiende a las ideas como ideas
objetivas.)
12. El mito, como tal, no será, por tanto, una creencia, si aparece como un
relato dramático que precisamente no requiere el asenso del que lo escucha
como relato del narrador (a quien prestará una mayor o menor confianza). Otra
cosa es que podamos hablar de creencias míticas.
13. Podemos ahora establecer la tesis según la cual los dos momentos de
la creencia no son simétricos en cuanto a su «intervención» en la constitución
de la Idea de creencia, porque el momento originario o primitivo a partir del cual
se construye la Idea de creencia, es el momento ontológico.
La Idea de creencia es, según esto, una idea ontológica, antes que una
idea psicológica o incluso que una idea epistemológica. Pues estas ideas
(psicológicas, epistemológicas) sólo podrán concebirse como subordinadas a la
Idea ontológica, incluso como subproductos suyos.
68
Nuestra respuesta es «sí», de algún modo. Y con esta respuesta
queremos alejarnos, ante todo, de la radical propuesta de separación que
Bertrand Russell estableció entre conocimiento y creencia.
69
hace Skinner. Las vueltas que la paloma da antes de dirigirse al dispensador,
más que como orientadas causalmente hacia él, habrá que interpretarlas como
dirigidas a la consolidación del control del animal sobre sus propias anamnesis.
Toda filosofía es, de algún modo, una ideología, aún cuando no toda
ideología sea filosófica. Le falta la crítica y la confrontación con otras
ideologías. Se trata de una diferencia estilística, si se quiere, pero de
importancia central.
18. Los fulcros sobre los cuales se apoyan las creencias (o las ideologías)
son de dos tipos:
• O bien son fulcros constituidos por los otros sujetos que comparten la
creencia
• O bien son fulcros constituidos por objetos
19. Ejemplo de fulcros sociales: la creencia milenarista de El Profeta, Juan
de Leyden, y de sus seguidores, en el inminente fin del mundo. Se trataba de
una creencia errónea, pero apoyada en el fulcro de un grupo de creyentes
que esperaban la justicia y el fin de sus miserias. Había una verdadera
creencia en la «comunidad del deseo»; pero esta verdad estaba entretejida con
todo tipo de fantasías absurdas de orden teológico y astronómico.
70
Análisis análogos podríamos llevar a cabo para enjuiciar algunas creencias
de Don Quijote. Porque Don Quijote no es el Licenciado Vidriera. Don Quijote
es un personaje de ficción. Pero él y otros muchos (los lectores de los libros de
caballerías) creían en los valores que Don Quijote encarnaba; y si Cervantes
criticaba esos valores, es porque comenzaba reconociendo su vigencia
moribunda.
II
Clasificación de las creencias
A. Creencias circulares
B. Creencias angulares
71
Las creencias religiosas no proceden de la «proyección» de supuestas
vivencias anímicas subjetivas, como pretendió la teoría animista de Tylor. Es
preciso disponer de pantallas sobre las cuales proyectar esas supuestas
experiencias: sobre los animales puedo «proyectar» las ánimas; lo que no tiene
sentido es proyectar los animales sobre las ánimas.
C. Creencias radiales
72
III
Las creencias en el conjunto de la cultura humana
1. Creencia y conciencia
2. Creencia y razón
3. Creencia y ciencia
73
Tampoco cabe establecer una disyuntiva entre las creencias y las ciencias.
Una ciencia presupone siempre una creencia, lo cual no implica ningún
absurdo, cuando se ha empezado por advertir que toda creencia es racional.
Por esta misma razón, también, las ciencias pueden instaurar nuevas
creencias, cuando son verdaderas y se socializan, como ha sido el caso del
heliocentrismo.
Final
Como hemos intentado probar, hay creencias mitológicas que son tan
racionales como puedan serlo las creencias científicas o inspiradas por las
ciencias: el mito de la caverna es una creencia cuya racionalidad es acaso
mucho mayor de lo que pueda serlo la creencia en el big bang. Hay creencias
filosóficas y creencias científicas (con fulcros científicos), y hay creencias
metafísicas (propias de la falsa conciencia) y hay también creencias
anticientíficas. Cada especie de creencias y, sobre todo, cada creencia
individual y concreta (como pueda serlo la creencia en Zeus, dentro de la
especie de creencias religiosas secundarias), necesita un análisis
pormenorizado y particular.
La posición que consideramos filosóficamente más acrítica es la que se
orienta a la crítica de especies de creencias, en lugar de atenerse a las
creencias individuales y concretas envueltas por esas especies, y sobre todo,
la que se orienta a la crítica de la «creencia» general, de la «creencia
inespecífica», oponiéndola, por ejemplo, a una «razón» también inespecífica.
Sobre el concepto de
«memoria histórica común»
Gustavo Bueno
Intervención en la presentación del libro De Bilbao a Oviedo pasando por el
penal de Burgos (Pentalfa 2002), memorias políticas de José María Laso, en la
Sala Príncipe del Ayuntamiento de Oviedo, el 20 de diciembre de 2002
74
No considero necesario reexponer en
esta intervención, que es al mismo tiempo un homenaje a José María Laso, las
ideas que figuran en el prólogo a sus memorias, puesto que se supone que
todos los presentes pueden leerlo.
75
enterramiento de las víctimas de la Guardia Civil que por defender los valores
republicanos fueron asesinados y enterrados sin identificar en fosas comunes».
76
la Historia sería el producto de la Memoria; la Poesía de la Imaginación y la
Filosofía, junto con las Matemáticas, de la Razón.
Esta ocurrencia de Bacon, sin perjuicio de su ramplonería psicologista, fue
tomada en serio por d'Alembert, en el Discurso preliminar de
la Enciclopedia, que la hizo doctrina común entre las gentes de letras, incluidos
a los políticos y a los historiadores.
Pero la Historia, en lo que tiene de ciencia, no es efecto de la memoria, ni
tiene que ver con la memoria más de lo que tenga que ver la Química o las
Matemáticas. La Historia no es sencillamente un recuerdo del pasado. La
Historia es una interpretación o reconstrucción de las reliquias (que
permanecen en el presente) y una ordenación de estas reliquias. Por tanto la
Historia es obra del entendimiento, y no de la memoria.
La memoria (y el recuerdo, como la amnesia) tiene como referencia y
soporte al cerebro humano (singular) de cada hombre. La memoria, por tanto,
sólo puede conservar aquello que cada hombre singular ha experimentado o
vivido, dejando aparte su herencia genética. Por tanto la memoria tiene como
ámbito aquella parte del mundo envolvente que le ha afectado, la memoria
episódica (es decir, aquella memoria mediante la cual las cosas recordadas del
mundo mantienen la referencia al instante de la trayectoria biográfica de quien
está recordando). Otra cosa es la llamada memoria semántica, que tiene que
ver con el lenguaje, con la ciencia, con la «razón».
Nadie puede tener memoria, por lo tanto, de algo que anteceda a su vida
propia. Y por ello la Historia no se reduce a la memoria. Nadie puede
«recordar» la historia de Amenophis IV, el faraón descubierto por los
egiptólogos, a partir de las reliquias (templos, estatuas, jeroglíficos) que siguen
existiendo en el presente. Sólo un impostor o una impostora (acaso un
demente) puede decir que tiene memoria histórica del faraón Amenophis IV,
porque dice recordar, tras un ejercicio de «regresión hipnótica», haber sido una
de sus concubinas.
77
biografía es importante para la historia en la medida en que ella es una reliquia,
una parte más a interpretar.
Las memorias de José María Laso, en torno a las cuales estamos todos
reunidos aquí hoy, son por tanto unas verdaderas memorias históricas. Y esto
es debido a que las memorias de Laso son auténticas memorias personales y
no meramente memorias individuales. En las memorias de José María Laso
figuran tanto los episodios de sus detenciones como los incidentes de la batalla
de Kursk; porque la batalla de Kursk, por ejemplo, sin perjuicio de que haya
sido objeto ulterior de las investigaciones históricas del propio Laso, constituyó
no sólo un acontecimiento histórico fundamental del final de la Segunda Guerra
Mundial, sino un acontecimiento que ya figuraba en la biografía de José María
78
Laso, en los años de su formación personal y política. Estas memorias de Laso,
como memorias auténticamente personales, tienen por ello un interés general,
por así decir, público y no solamente privado. Una vez más podemos ver a
propósito de José María Laso, un estoico de pies a cabeza de nuestros días,
como lo más valioso de su vida privada o íntima es al mismo tiempo lo que ella
tiene de vida pública, histórica.
79
ingenuo imaginable, acríticamente. ¿Quién de los firmantes podría ofrecernos
una mínima teoría sobre la razón, sobre los intelectuales, sobre el pensamiento
o sobre la cultura? Produce sonrojo ver como los abajo firmantes ponen estas
palabras en su bandera, como si ellos fueran sus abanderados. Yo conozco a
algunos de ellos, y algunos de los más ilustres: me consta que carecen de
capacidad para dar una idea de Razón que pueda dar más de dos pasos, o una
idea de Cultura o de Pensamiento o incluso de «Intelectuales» que pueda
considerarse un poco alejada de los «lugares comunes». Y aunque pudieran
ofrecernos algunos esbozos, ¿quiénes son ellos para levantarlos como
bandera?
Dicen los abajo firmantes: «Los intelectuales (en el sentido más amplio y
menos elitista del término) en función del privilegio que supone el acceso al
conocimiento... tienen una responsabilidad tan específica como grave: la crítica
radical y continua de los argumentos esgrimidos por el poder...» Se nos
presentan por tanto unos individuos bajo el título de intelectuales, «pero en el
sentido más amplio y no elitista del término». Ahora bien: el único modo de
ampliar el sentido, de modo no elitista, y ampliarlo en el sentido más ancho,
será considerar intelectuales a todos los hombres, puesto que todos los
hombres tienen entendimiento o inteligencia, es decir, facultades intelectuales.
Más aún, el mecánico electricista que le arregla el motor del automóvil a un
individuo de la Alianza Antiimperialista tiene probablemente más inteligencia de
la que él pueda tener. Y si todos los hombres son intelectuales, o bien los abajo
firmantes quieren decir que se manifiestan en nombre de todos los hombres, lo
que es sin duda excesivo, o bien quieren decir, al utilizar el término
«intelectuales», que se refieren a un subconjunto del conjunto total de los
hombres. Pero no definen en qué consista tal subconjunto, y no será su
condición intelectual la que los defina. Dirán: «nuestra condición se define
porque hemos accedido al conocimiento.» ¿A qué conocimiento? ¿Será algún
conocimiento compartido por pintores, cineastas, profesores de derecho o de
literatura? ¿Y cual puede ser este conocimiento que, además, no sea
compartido por otros muchos hombres?
80
cuantas divisiones contáis para acometer esta empresa? Responderán: «No
contamos con la fuerza o con el dinero, contamos con la Razón.»
Eso sí, hablan del «imaginario colectivo» (sin haberse parado «a pensar»
de donde viene semejante expresión), y no olvidan de ponerse al día, «en
cuestión de género», conminando (¿quienes son ellos para conminar a nadie?)
a escritores/as, profesores/as, científicos/as, investigadores/as, pero
discriminando injustificadamente al género masculino, al incluir en su
enumeración sólo a los artistas (¿por qué no incluyen también a los artistos?).
Se horrorizan del terrorismo de Estado, e incluso de la llamada pena de
muerte (sin haberse siquiera «puesto a pensar» en lo contradictorio de esta
expresión), pero olvidan mencionar al terrorismo de ETA, o a los terroristas que
destruyeron las Torres Gemelas. ¿O es que piensan que las derribó el propio
Pentágono para disponer de un casus belli?
El Manifiesto de esta izquierda indefinida, extravagante y divagante, no
merece el más mínimo respeto. Es un manifiesto ridículo e ingenuo, y lo único
que se podría decir, para salvar a los firmantes (algunos son amigos) es esto: o
bien suponer que lo han firmado sin leerlo, o bien recordar que cien individuos
que, por separado, pueden formar un conjunto distributivo de cien sabios,
cuando se reúnen para hacer un manifiesto como el que comentamos,
constituyen un conjunto atributivo formado por un único idiota.
81
En la ceremonia de distribución de los
premios Goya celebrada el 1º de febrero de 2003 los «artistas e intelectuales»
asistentes, como si tratasen de continuar el Manifiesto de la Alianza de los
Intelectuales, dieron un espectáculo, sobreañadido al de su propia ceremonia,
exhibiendo unas pegatinas con la inscripción: «No a la guerra.» Más aún, uno
de los actores agraciados, rebosante de ingenio, en el momento en el que se
disponía a hablar ante el micrófono, fingió verse obligado a recurrir al guión
para su discurso y, como condensando una supuesta argumentación muy
compleja, para la que se requería la lectura, sacó un papel y leyó la pegatina:
«No a la guerra.» Es decir, hizo lo del vasco del sermón, cuando resumía la
argumentación teológica del predicador sobre el pecado diciendo: «No es
partidario.»
82
Lo más importante es que a este alguien implícito, «los artistas e
intelectuales de izquierda» lo identificarán inmediatamente con «la derecha». Y,
en el contexto actual, la derecha será Bush, pero también Aznar, Blair, &c.
(Chirac, en cambio, deberá ponerse a la izquierda, pero en estos detalles no
reparan los artistas.)
Y si la guerra fuera preventiva, por ejemplo, del posible control del petróleo
de Irak por los terroristas islámicos, o acaso por los chinos, ¿cabría también
decir en general «No a la guerra»? Habría por lo menos que descender incluso
al análisis de los títulos por los cuales pueden considerarse los irakies dueños
«por derecho natural» de un territorio dado y de los recursos que él contiene (el
petróleo, por ejemplo), supuesto que hayan sido los primeros ocupantes,
incluso con cientos de años de ocupación. Pues si, por ejemplo, alguien
defiende que la tierra es de todos, es decir, si defiende la tesis de que el
derecho de propiedad privada no es un derecho natural (como lo defendió la
tradición española que, por boca de Vitoria o de Vives, negó que el derecho de
propiedad fuera un derecho natural), tampoco a un Estado podrá atribuírsele
«por derecho natural» la propiedad de los recursos petrolíferos de su territorio,
si es que estos recursos o su control resultan ser imprescindibles para la
sostenibilidad en el futuro inmediato de la propia sociedad política en la que se
vive. Y entonces la única razón del «propietario» para no ser expropiado, no
será el derecho natural a su propiedad, sino la fuerza de que pueda disponer
83
para resistir la expropiación. Y esto es lo que ocurre de hecho: lo demás es
metafísica idealista.
Sin duda todas estas cuestiones son muy complejas, difíciles y caben
muchos puntos de vista. Por ello es intolerable que unos autodenominados
«intelectuales y artistas» digan, «en nombre de la izquierda», No a la guerra, a
la manera como lo dicen las autoridades religiosas (el Papa, o el Dalai Lama) o
el vasco del sermón; o a la manera ingenua de los partidos de oposición (el
PSOE, en este caso, por boca de su secretario general) cuando, aprovechando
la coyuntura creada por una encuesta en la que un 70% de españoles dicen
«No a la guerra», se apresura a «ponerse delante de la procesión», de forma
que la falsa disyuntiva implícita («Sí a la guerra») sea atribuida explícitamente
al Gobierno y a su partido.
No a la guerra, no al chapapote y al galipote. Los intelectuales y artistas
han creído tener asegurado con estas proclamas la trascendencia, urbi et
orbe, más allá de sus banales ceremonias estéticas. Recuerdan a aquel alcalde
de la época del cantonalismo del siglo XIX español, que no sabía argumentar
en público, y que cuando comenzaba su discurso y se trabucaba, resolvía la
situación, asegurándose además los aplausos del público, exclamando: «¡Viva
Cartagena!». Los intelectuales y artistas creían tener asegurada la
trascendencia y la impunidad de sus declaraciones inofensivas; pero si
hubieran tenido algún reparo se hubieran escondido inmediatamente, como
hacen los caracoles cuando les tocan los cuernos. De otro modo, ¿por qué no
han dicho en otras ceremonias similares estos artistas e intelectuales: «No a la
ETA»? ¿Acaso porque estaban muy cerca de San Sebastián?
84
Muchos de los problemas políticos, económicos y sociales de nuestro presente
suelen recibir, por parte de personas interesadas, un diagnóstico ético.
Se intenta demostrar que este diagnóstico no es siempre inocente
§1
El asesinato de la teoría por un hecho
85
La apelación a la ética tiene aquí todo el aspecto del recurso a una cortina
que, con un nombre sublime, lo que busca es ocultar problemas políticos de
fondo. Principalmente estos dos:
86
Ahora bien: durante el primer semestre del año 2003 en curso han tenido
lugar, además de este gravísimo incidente desencadenado en el seno del
PSOE, importantes acontecimientos políticos, tanto a escala internacional (la
Guerra del Irak) como a escala nacional (las Elecciones municipales y
autonómicas del 25 de mayo). En el curso de estos acontecimientos se ha
recurrido una y otra vez, por parte precisamente de las izquierdas, a las
descalificaciones éticas, ya sea de los políticos de centro (considerados, desde
luego, como políticos de derechas, más aún, como herederos del franquismo),
ya sea de los políticos que militan en alguno de los partidos de izquierdas. Las
denuncias que las izquierdas formularon en torno a la supuesta ausencia de
«conducta ética» por parte de los políticos de centro (o de derecha), servía
para pedir (exigir) la dimisión de estos políticos, o bien apoyo para un voto de
censura. Y cuando la presunta falta de ética denunciada recaía sobre militantes
ellos mismos de izquierdas, solía ir acompañada de la expulsión fulminante del
Partido, sin proceso interno previo: este era el mejor modo que el Partido tenía
a su disposición para «desentenderse» de los problemas políticos implicados
en el desencadenamiento de la deserción, para zanjar simplemente el
problema en nombre de la Ética (sólo quince días después de la expulsión la
cúpula del PSOE se vió obligada, por el escándalo, a anunciar que estaban
dispuestos a abrir una investigación interna). Por último, dirigentes de Izquierda
Unida, y también del PSOE, han acusado con frecuencia, durante estos meses,
al presidente Aznar de falta de Ética, al apoyar en las Azores a los Estados
Unidos e Inglaterra en su decisión de intervenir militarmente en el Irak;
dirigentes o militantes de Izquierda Unida, o del Partido Socialista, han llamado
públicamente asesino al presidente, y han «exigido» una y otra vez su dimisión.
§2
Es sospechoso quien apela a diagnósticos éticos tratando de problemas
políticos
Nos parecen muy sospechosas las apelaciones a la Ética por parte de los
ideólogos y dirigentes de los partidos de izquierdas en el momento de
enfrentarse al diagnóstico de problemas cuya naturaleza es específicamente
política. ¿No apelaba también de hecho a la ética el propio diputado socialista
desertor, señor Tamayo, al manifestar que su indisciplina era debida a una
«cuestión de conciencia», que le obligaba a evitar el pacto de los socialistas
con los comunistas?
¿Qué alcance tiene por tanto esta apelación a la Ética por parte de los
políticos de izquierdas? A nuestro entender hay que partir desde luego de una
grave confusión y oscuridad de los conceptos; pues una falta grave de ética
podría también serles imputada a quienes llamaron «asesino» al presidente
87
Aznar, tratando con ello de destruirle, no ya sólo como político, sino como
persona. Tampoco es nada evidente la acusación de falta de ética a unos
diputados electos que no cumplen la disciplina del Partido (las presuntas
corrupciones inmobiliarias que a estos desertores pudieran ulteriormente
imputárseles no fueron invocadas en el decreto de su expulsión del PSOE). El
incumplimiento de unas normas de disciplina del Partido, teniendo en cuenta,
además, que la doctrina constitucional hace propietarios a los diputados de sus
actas, una vez elegidos por el pueblo (y por el pueblo en general, no ya por los
partidos que en él actuaron en el momento de la consulta electoral, lo que hace
que los diputados ya no puedan ser considerados tanto representantes de sus
votantes como de todo el pueblo), no podía calificarse en principio de «falta de
ética» (incluso ese incumplimiento podría haber estado inspirado, como hemos
dicho, por motivos éticos) sino de falta política (en todo caso moral, y no ética).
Pero la cúpula del PSOE, en bloque, prefirió adoptar la estrategia del
«linchamiento ético» de los diputados rebeldes, a fin de evitar la posibilidad de
considerarlos como rebeldes, puesto que eran soberanos, y acusándolos en
cambio de corrupción económica (sin pruebas, sin presunción de inocencia), es
decir, acusándoles de un delito ético precisamente porque no podían acusarles
de un delito político.
§3
La sorprendente querencia de las izquierdas democráticas hacia la Ética
88
O bien (para el caso de la deserción de los parlamentarios socialistas
madrileños), su descalificación ética permitía hacer recaer la responsabilidad
de la catástrofe a la conducta «puntual», individual, de dos militantes (que, en
principio, fueron presentados como casos aislados de «traición»), y evitaba que
se pusiese en tela de juicio al Partido en su conjunto, o al menos a la cúpula
del Partido que los había nombrado desde hacía años para puestos de
importancia. La apelación a la Ética, por tanto, lejos de ser indicio de una
«conciencia sensible», algo así como una herencia delicada de la estirpe
krausista, acaso ingenua o inocente, pero pura, resultaba ser una apelación
astuta, taimada y malintencionada, propia de sicofantes, tendente ella misma a
ocultar la realidad de la corrupción en el seno del Partido, las banderías
internas ya históricas del socialismo, y los propios errores en la lucha política.
§4
Propósito de este artículo
89
los usos lingüísticos propios de una sociedad determinada. Buscamos una
definición operatoria, en relación con objetivos predeterminados, en nuestro
caso, el de ser capaz de garantizar la universalidad de las normas éticas y la
capacidad de distinguir las normas éticas de las normas políticas y morales. El
consenso (por ejemplo, el consenso de la «comunidad ética») en una definición
de Ética no garantiza su operatividad objetiva, porque los funcionarios de una
«comunidad ética» no tienen asegurada la claridad y distinción de sus ideas. El
uso ordinario del término tampoco es fundamento suficiente para determinar
filosóficamente una idea, porque, con mucha frecuencia, las acepciones léxicas
populares de los términos adolecen de oscuridad y confusión (el uso ordinario,
en el español de nuestros días, conduce a llamar «cristalero» a quien vende o
produce vidrios, que, en general, no son cristales sino cuerpos amorfos).
§5
Doce definiciones de uso corriente de Ética
(2) La Ética es el tratado del Bien, o de «lo Mejor». Se sobreentiende, del Bien
o de lo Mejor «para el hombre», y, según algunas teorías «más
adelantadas», también para los animales y para los vivientes en general.
(3) Ética es todo aquello que tiene que ver con la promoción o realización de la
Libertad o de la Justicia. Estas definiciones suelen considerarse como
especificaciones de (2).
90
(5) Ética como conjunto de normas que afectan a individuos que, a su vez,
forman parte de sociedades cristianas, o musulmanas, o simplemente
«civilizadas».
(7) Ética como conjunto de normas que una sociedad humana ha de establecer
por consenso (por ejemplo, el que condujo a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948) para hacer posible la convivencia.
§6
Criterios propuestos para una definición de Ética
Nos atendremos aquí a los criterios distintivos de un tipo de definiciones
reales que se fundamentan en la doctrina del primero de los modi sciendi (la
definición) que forma parte de la Teoría del Cierre Categorial.
Ante todo conviene subrayar que las definiciones reales de las que nos
ocupamos (como pretende ser la definición de Ética) no son meras definiciones
nominales. En éstas, el definiendum tiene como referencia propia la misma
definición, y es sustituible por ésta (el definiendum «cuadrilátero», por
definición nominal, suple por «polígono de cuatro lados», y queda agotado, por
así decir, en la definición con la que se identifica definicionalmente). Pero en
las definiciones reales el definiendum ha de tener un sentido y una referencia
predefinicional, es decir, supuesta previamente a la definición-k que se
considera (lo que no excluye que ese sentido y referencia predefinicional-k
pueda a su vez comprenderse en otras definiciones k-1). Cuando defino
«redondel» por «circunferencia» (como lugar geométrico de los puntos que
equidistan de uno dado), el «redondel» (como definiendum) no queda agotado
en la definitio (circunferencia, como definición nominal de «lugar geométrico de
los puntos...», &c.); ni puede quedar agotado por ella, puesto que «redondel»
nos remite a figuras bidimensionales de la percepción, constituida por partes
finitas (por ejemplo, los cuadrantes) mientras que la circunferencia es
unidimensional (una línea invisible) y está constituida por infinitos puntos. Por
ello la circunferencia no se identifica definicionalmente con el redondel, ni éste
es un simple ejemplo de circunferencia (la «circunferencia» se identifica con el
91
«redondel» a partir de un proceso que, hace ya más de cincuenta años,
describimos como proceso picnológico –ver «Los procesos picnológicos»,
en Theoría, Madrid 1952, nº 1, págs. 22-24 y nº 2, págs. 83-86.–).
92
totalidad distributiva, y no porque esta alternativa haya de estar ya
predeterminada a priori en el definiendum fenoménico, sino porque cabría que
su determinación tuviese lugar en la propia definición. Asimismo, y en el
supuesto de un definiendum distributivo, la definición deberá precisar si es
universal o si es particular al definiendum. Obviamente, en el caso de
distributividades climacológicas (o graduales) –como puedan serlo las figuras
elípticas respecto de su distancia focal– habrá que establecer los límites de la
universalidad mediante la determinación de los casos límite (por metábasis, por
ejemplo) a partir de los cuales entramos en la extensión de otra definición. Más
aún, en el caso de definiciones distributivas, habrá que establecer si la
definición es alotética (es decir, si cada elemento distributivo dice relación
interna a otro u otros elementos de la clase, de suerte que haya que hablar de
clases binarias, ternarias, &c., y no meramente monarias) o bien si se trata de
definiciones autotéticas, respecto de cada elemento. «Matrimonio monógamo»
es una clase binaria cuya extensión está constituida por pares de elementos,
como también es el caso de las moléculas biatómicas de la Química clásica.
Luego si una definición no contiene la determinación de la forma lógica
material del definiendum, habrá que concluir que la definición k considerada es
confusa y oscura, es decir, es una definición malformada.
93
capaces de introducir clasificaciones efectivas en el campo fenoménico de
referencia.
§7
Crítica a las definiciones (1) (2) (3) de Ética desde criterios comprendidos en el
primer epígrafe
(1) La definición de Ética como tratado de la Moral la impugnamos, como
definición primaria, en virtud de criterios comprendidos en el primer epígrafe.
Obviamente no podemos impugnarla a título de mera definición nominal-
estipulativa, puesto que cualquiera, en principio, puede utilizar el término ética
según su propia definición. La impugnamos en la medida en que con el
término ética designamos también a un campo de
fenómenos ontológicos (antropológicos, zoológicos, conductuales)
materialmente diferente al campo de fenómenos gnoseológicos (tratados,
libros, teorías) que, sin duda, está por otra parte estrechamente vinculado con
el primero.
Ahora bien, la referencia del término ética a un campo ontológico es tan
efectiva, ya en la propia historia léxica del término, como pueda serlo su
referencia gnoseológica, y es más antigua que lo que pueda serlo la referencia
estipulativa a un campo gnoseológico. Bastaría decir, por tanto, a título de
impugnación de la definición (1), que la definición de ética por referencia al
campo ontológico es en todo caso tan legítima como la referencia al campo
gnoseológico; y lo que habría que deducir de ahí es que la definición
gnoseológica de ética mantiene la referencia a un campo material de
fenómenos distinto del campo al que queremos referir nuestra propia definición.
Pero no se trata de una impugnación meramente voluntarista, aunque fuera
legítima («postulo una definición ontológica de ética con el mismo derecho que
otros postulan la definición gnoseológica»), porque al confrontar ambas
definiciones (y dejando aparte razones etimológicas, muy importantes sin duda)
podemos concluir que la definición gnoseológica presupone lógicamente a la
definición ontológica, y puede derivarse de ésta por metonimia, sin que sea
posible recíprocamente defender que la definición ontológica de ética es una
metonimia de la gnoseológica y, por tanto, derivable de ella. Es en virtud de
este argumento, y no en virtud de una primacía meramente léxica (filológica),
por lo que afirmamos la prioridad de la definición ontológica de la ética e
impugnamos en consecuencia la prioridad de la acepción gnoseológica.
El término ética va referido, en efecto, originariamente a una dimensión
ontológica del ser humano y desempeña el papel de un predicado que afecta a
determinados comportamientos humanos (algunos pretenden ampliarlo a otras
especies zoológicas) distinguiéndolos de otros, precisamente porque no reúnen
las condiciones necesarias para recibir tal predicado. Desde una perspectiva
etimológica podría afirmarse que esta dimensión ontológica de la ética va
referida, en algunos casos, a características hereditarias (genéticamente)
atribuidas a ciertos hombres, mientras que en otros casos irá referida a
características derivadas del aprendizaje (por tanto, a características culturales,
en el sentido subjetivo del término, que es común a hombres y animales). Estos
dos tipos de referencias ontológicas del étimo ethos del término ética no
pueden, por tanto, sin más, ponerse en correspondencia con la consabida
oposición entre Naturaleza y Cultura, puesto que también el aprendizaje es, en
gran medida, natural (véase nuestro artículo «La Etología como ciencia de la
Cultura», El Basilisco, nº 9, 1991, págs. 3-37.).
94
La referencia de la ética a la dimensión ontológica natural-genética está
representada por el término êthos (con eta: ηθος), equivalente a carácter de
cada individuo (un carácter asociado a la virtud, areté, de signo aristocrático y
hereditario). Es el término que aparece en el fragmento 250 de Heráclito: «el
carácter (ethos-con eta) del hombre es su demonio.» Esta acepción del
término êthos es la que probablemente actuó primariamente en quienes
acuñaron el término etología (véase el artículo citado anteriormente).
En cambio, la referencia de la ética a la dimensión ontológica del
aprendizaje de los seres humanos, produce el término éthos (con epsilon: εθος)
y nos pone delante de los hábitos (virtudes o vicios) que constituyen, en la
tradición aristotélico escolástica, el contenido primario del campo de la ética. Y,
por supuesto, como ya hemos dicho, también esta dimensión cultural-subjetiva
está considerada por los etólogos y por la Etología.
Ahora bien (y refiriéndonos a la ética en su dimensión ontológico-humana):
es evidente que los comportamientos éticos –antiéticos también, por tanto– de
los hombres habrán de ser inmediatamente contrastados, comparados y
analizados. Y las re-presentaciones, o reflexiones en torno a estos
comportamientos comparados (de los hombres entre sí y con los animales, por
tanto, comparaciones éticas y etológicas), cuando alcancen un mínimum de
sistematismo podrán dar lugar a una disciplina o tratado que recibirá también,
por metonimia, el nombre de «Ética». De este modo, el término ética cobrará
un significado o dimensión gnoseológica en el momento en el cual con él
designemos antes a un libro, como pueda serlo la Ética a Nicómaco de
Aristóteles, o la Ethica more geometrico demonstrata de Espinosa, que algún
tipo de conducta. Ahora Ética, en sentido gnoseológico, irá referida antes a
libros o teorías que a los comportamientos virtuosos o viciosos a los que esos
libros o esas teorías se refieran. Y nos parece evidente que si un libro, un
tratado o una teoría recibe la denominación de Ética, es por metonimia de los
comportamientos éticos reales, a la manera como el templo recibe la
denominación de iglesia por metonimia de la asamblea de los fieles que en el
templo se reúnen. La metonimia podría ir en sentido inverso, en otros casos, es
decir, desde un sentido gnoseológico primario hasta el sentido ontológico
derivado, como es el caso del término «Geografía» aplicado al terreno («la
torturada geografía de Cuenca»). Pero este sentido inverso, que presupone la
prioridad de la dimensión gnoseológica, está fundado, en el ejemplo
considerado, en la misma estructura del término geo-grafía, que alude
directamente al proceso gnoseológico de descripción; lo que no ocurre con el
término ética, que únicamente podría alcanzar el significado gnoseológico a
partir de un previo significado ontológico («etológico»), como significado
primario. Otra cosa es que la acepción gnoseológica, secundaria, del término
ética se consolide léxicamente muy pronto, en cuanto se hayan puesto en
circulación los «Tratados sobre Ética». Con todo, la metonimia de la Ética-
tratado no tiene, en principio, más alcance que el propio de una abreviatura o
síncopa escolar del sintagma «filosofía ética» (en la traducción latina: «filosofía
moral»), contrapuesto, en las escuelas antiguas, a la «filosofía natural» (o
filosofía de la Naturaleza). Así aparece en el Tesoro de Covarrubias: «Ética es
una parte de la filosofía que, por otro nombre, se llama filosofía moral.» Por lo
que habrá que decir que Covarrubias está coordenando ética con filosofía
moral antes que con moral.
95
Se nos aparece aquí el término «moral» como referido, a su vez,
primariamente, a un campo ontológico, que precisamente Cicerón presentó
como traducción del griego τα ηθη: «en lo que se refiere a las
costumbres (mores) que los griegos llaman ta êthe», dice en su Tratado sobre
el destino. De aquí habría podido surgir la ocurrencia de reservar «Moral» para
designar el campo ontológico de la ética, y desplazar este término al campo
gnoseológico. Pero la traducción de Cicerón no justifica esta redistribución de
significantes, porque los mores siguen siendo referidos a las ta êthe, a un
campo ontológico, antes que gnoseológico. Es decir, los mores son costumbres
que, aunque puedan tener una referencia a los individuos, se predican de ellos
en cuanto los individuos son miembros de una gens, de una nación. Son
costumbres en sentido etnológico. Y entonces nos encontramos con el
término mores como término que desborda el ámbito de las conductas
individuales (en el que se mantienen los hábitos, virtudes o vicios,
considerados por la Ética), puesto que va referido principalmente a los grupos
(gentes, naciones, etnias) o a los individuos en tanto son miembros del grupo;
lo que nos induce a no perder la distinción entre Ética y Moral, es decir, a no
confundir las normas éticas con las normas morales.
(2) Ética como el tratado del Bien, o de lo Mejor: una definición que puede
impugnarse desde la perspectiva de diversos epígrafes, pero será suficiente
atenernos al primero. Porque el término Bien (o Mejor) no se ajusta a todo y a
sólo lo definido. Ante todo, porque en el campo de la ética también han de
figurar los vicios, que no son bienes. Y porque el bien, o lo mejor, se aplica
también a campos que no sólo son distintos de los campos que contienen las
conductas éticas, sino que son incompatibles con ellos, como corresponde con
el bien o lo mejor en el sentido político o moral. Hay bienes, en sentido político
(por ejemplo, una guerra) que, sin embargo, desbordan y se contraponen al
bien en el sentido ético. Sin duda hay que constatar una tenaz resistencia a
reconocer como bien a todo aquello que sea incompatible con el bien en
sentido ético, lo que conduciría a considerar como males (Das sogenante
Böse, 1963, de Konrad Lorenz) a supuestos bienes políticos o morales. Pero la
resistencia a reconocer la contradicción dialéctica objetiva entre los bienes o
valores éticos y los bienes o valores políticos o morales no puede ocultar la
96
realidad de que las categorías políticas contienen, como bienes característicos,
auténticas «monstruosidades» éticas. Por lo que sólo en el supuesto de una
destrucción de las categorías morales o políticas estaríamos legitimados para
no reconocer bienes o valores políticos o morales que estén en contradicción
con bienes o valores éticos.
(3) La definición de la Ética por la Libertad («la Ética no es otra cosa sino
la preparación para la Libertad, o la realización de la Libertad») tampoco
satisface los requisitos contenidos en el epígrafe primero, y sólo puede
mantenerse incurriendo en círculo vicioso. En efecto: la definición no se aplica
a todo y sólo lo definido, y, por ello, la Ética no puede definirse por la Libertad.
Hay libertades políticas, colectivas, que poco tienen que ver con la ética: la
libertad política de un pueblo (por ejemplo, la política de un Frente de
Liberación Nacional) implica ordinariamente la transgresión de las normas
éticas más elementales, la guerra a muerte contra los invasores. Pero no sólo
esto: incluso cuando nos referimos a la libertad individual tampoco es imposible
subordinar la libertad individual de una persona a su comportamiento ético. El
criminal (asesino, torturador) puede serlo precisamente en virtud de su libertad,
como es el caso del crimen gratuito propio del «imbécil ético» que busca
realizar el crimen como una forma de arte bella. Y sólo porque es libre es
también responsable. Por tanto, solamente cuando, por definición circular,
presuponemos que únicamente hay libertad cuando hay conducta ética,
parecería que hemos definido la ética por la libertad; pero con este círculo
vicioso arruinaríamos toda la teoría de la responsabilidad, y nos obligaríamos a
tratar a cualquier «criminal ético» como un autómata, por ejemplo, como un
enfermo. Los únicos delitos que cabría reconocer serían los delitos políticos y
morales; lo que implicaría la tesis (gratuita) que se trata de demostrar, a saber,
la tesis de que todo hombre es éticamente bueno, si es libre.
97
§8
Crítica a las definiciones (4) (5) (6) de Ética desde criterios comprendidos en el
segundo epígrafe
Las definiciones (4) (5) y (6) serán aquí impugnadas por dejar
indeterminadas las dimensiones lógico materiales al margen de las cuales
(suponemos) es imposible reconstruir la estructura ética de la conducta
humana.
98
¿Cabe considerar ética, por analogía, a la conducta de la paloma o del águila
cuando alimenta o protege a sus crías? ¿Y no sería suficiente esta analogía
para considerar como materia de la ética humana, antrópica, a «nuestros
hermanos» (o primos) los póngidos?
Desde nuestro punto de vista habría que concluir que, sin perjuicio de la
universalidad distributiva reconocida en la predefinición a la ética, no es posible
definir el campo humano, en el eje circular, por la ética, salvo que estemos
dispuestos a excluir del campo antropológico a la moral, a la política, a la
economía e incluso a la religión (y, ante todo, a las religiones primarias). El
«círculo» que delimita el campo al que pertenecen los sujetos corpóreos
vinculados por relaciones y operaciones éticas es, desde luego, un círculo
constituido por sujetos humanos (no meramente animales). Pero no cabe
hablar de sujetos humanos a partir de unas ciertas características zoológicas
de naturaleza genética. Es preciso partir de características culturales o
históricas (sociales, políticas, lingüísticas, religiosas). Lo que significa que si
consideramos «humano» a un sujeto corpóreo, no será tanto por sus
características zoológicas, anatómicas o morfológicas abstractas, sino por la
posibilidad (y sin necesidad de dotarle de un alma espiritual) de incorporar
estas características anatómicas o morfológicas, ya desde su estado de
embrión, a un «círculo humano». Según esto, el campo de la ética no tiene
capacidad para delimitar el círculo de lo humano, sino que, al revés, es el
círculo de lo humano (un círculo, por lo demás, de «geometría variable» a lo
largo del desarrollo antropológico e histórico) el que determina el campo de la
ética. Lo que no significa que aquéllos sujetos corpóreos que en un momento
dado quedan fuera del círculo humano sólo merezcan el tratamiento propio de
«cosas». Por de pronto, ciertos animales han merecido un tratamiento
específico (en cuanto númenes o dioses) que no es precisamente ético, pero sí
antiético, a través del sacrificio ceremonial. Por lo general, los animales no
reciben un tratamiento ético en cuanto materia de caza, de matadero, &c., lo
que no excluye, en la medida de lo posible, que haya que dar un trato
«bioético», o sencillamente afectuoso, a gatos o perros domésticos; un trato
que sólo podría ser llamado ético por analogía.
99
normas éticas se conciban como universales a todos los hombres no significará
que tales normas hayan de «agotar» la integridad de la realidad humana. Las
normas éticas afectan al totum humano, pero de aquí no se seguirá que hayan
de afectarlo totaliter. En particular, para la demostración del carácter no ético y
aún contraético del comportamiento religioso de los hombres ante los animales
numinosos bastaría tener en cuenta la figura del sacrificio ceremonial propio de
las religiones primarias.
De acuerdo con estas consideraciones tendremos que desestimar la
definición (4) porque ella sólo podría sostenerse en el supuesto ad hoc de que
la conciencia ética es universal a todos los hombres y en todos los momentos
de la vida humana. La definición (4) no satisface, por tanto, el criterio de
universalidad distributiva de las normas éticas. La fórmula (4) confunde acaso
la definición de las normas éticas con la cuestión de la «fuerza de obligar» que
corresponde a estas normas, presuponiendo que sólo si la fuerza de obligar
emana de la conciencia ética cabría considerar ética a una conducta. Pero la
idea de una conciencia ética, dotada de fuerza de obligar autónomamente, es
una reliquia del espiritualismo (que sigue presente en la filosofía kantiana del
imperativo categórico) que el materialismo filosófico no puede aceptar. Desde
la perspectiva del materialismo, la fuerza de obligar de la conciencia ética
autónoma podrá explicarse a partir de los procesos psicológicos de
«internalización» de normas sociales propias del grupo.
§9
Crítica a las definiciones (7) (8) (9) de Ética desde criterios comprendidos en el
tercer epígrafe
100
Estas definiciones de ética, aún cuando satisfagan, en el mejor caso, el
requisito de la universalidad, contenido en el segundo epígrafe, no se plantean
siguiera la cuestión de la conexividad o no conexividad que habría de afectar a
las normas éticas. Pero la conexividad de un predicado está vinculada a la
condición alotética del mismo. La distributividad universal de un predicado
conexo presupone, en general, la no reflexividad originaria del mismo, lo que es
propio de los predicados alotéticos, sin excluir la posibilidad de su
reflexivización, como resultado de un proceso de construcción de predicados
racionales simétricos y transitivos, o por cualquier otro proceso.
101
Las definiciones (8), aún cuando van referidas confusamente a las normas
éticas y morales, asumen sin duda la forma de la universalidad, al concebir a
las normas éticas o morales como un tipo especial de aquellas normas
que todas las sociedades humanas necesitan para regular su convivencia. Pero
esta universalidad no tiene en cuenta la condición de conexividad. Las normas
éticas o morales, sean inventadas, creadas o imitadas, así definidas, pueden
ser universales sin necesidad de ser conexas: todos los grupos sociales se
ajustarán sin duda a determinadas normas éticas o morales, pero que no por
ello estas normas son intercambiables o conexas. Las normas morales son
relativas al grupo social y con frecuencia son diferentes e incompatibles (basta
pensar en las normas morales relativas a la regulación de la familia, que en
unas sociedades establecen la norma monogámica, en otras la poliándrica y en
otras la poligámica, sin contar la diferencia entre normas permanentes o
variables). La universalidad conexa que atribuimos a las normas éticas no
puede ser derivada, por tanto, del carácter universal vinculado a la necesidad
de los sistemas de normas a los que toda sociedad está sometida.
Objeciones similares levantamos contra las definiciones (9).
Concedamos ad hominem que todos los hombres están sometidos a
determinados imperativos de naturaleza ética, cualquiera que sea su origen.
Pero al no determinar los contenidos materiales de estos imperativos
universales, la conexividad de las normas éticas queda sin garantizar. Como
contenidos de estos imperativos éticos podríamos poner tanto las letanías del
hechicero dobuano («corta, corta / desgarra y abre / desde la nariz / desde las
sienes / desde la garganta / desde la raíz de la lengua / desde el ombligo... /
desgarra y abre...») como la norma eugenésica de arrojar a los niños
defectuosos por el Taigeto.
§10
Crítica a las definiciones (10) (11) y (12) de Ética desde criterios comprendidos
en el cuarto epígrafe
102
(heterónomas). Y, lo que es más importante: su fuerza de obligar deriva antes
de la coacción heterónoma que de la propia conciencia autónoma. En efecto, si
las normas éticas tuviesen esa eficacia autónoma que el idealismo les atribuye,
en cuanto a su fuerza de obligar, ¿por qué habrían de ser reproducidas en el
ordenamiento jurídico?, ¿acaso el ordenamiento jurídico reproduce en forma de
ley obligatoria la fuerza obligatoria que mueve a los organismos a respirar o a
comer? La condición heterónoma de una norma, en lo que concierne a su
fuerza de obligar, no elimina el contenido ético que tal norma pueda tener.
La definición (11) de las normas éticas, basada en la distinción entre
el ser y el deber ser, tampoco satisface los criterios de operatoriedad
discriminatoria. Sencillamente, existen muchos contenidos del deber ser que no
son éticos, por ejemplo, el deber de acudir a filas en caso de guerra, el deber
de disparar o arrojar bombas contra el enemigo. Y no entramos aquí en la
cuestión misma de la distinción entre el ser (el ser humano, su naturaleza, sus
instintos, su curso histórico) y el deber ser. Pues sólo cabe oponer el ser y
del deber ser, en el sentido consabido, cuando se da por supuesto que el ser
que determina histórica, social, política o religiosamente a los hombres, no es
ya, él mismo, un deber ser. De donde resultará que la oposición entre el ser y
el deber ser es una mera distinción escolar, que ha pasado a formar parte,
como un dogma, de la sabiduría de la «comunidad ética», pero que no es otra
cosa sino un modo encubierto de oponer un deber ser a otro deber ser (por
ejemplo, un deber ser ético a un deber ser moral o político). ¿Acaso el deber
ser que impulsaba al Enrique VII de Hume a continuar seguir siendo rey de
Inglaterra no brotaba del hecho de la misma realidad de rey en ejercicio, una
realidad conquistada por la fuerza? Dicho de otro modo: la realidad del reinado
de un rey es, en general, un hecho que hace derecho. ¿O es que sólo puede
derivarse un deber ser de la legalidad (siempre contingente, o tan contingente
como cualquier otro título socialmente arraigado) de una herencia o de una
elección? ¿Cuántos reyes, cuántas dinastías que ya fueron, no debieran haber
sido?
§11
La definición material (materialista)
de las normas éticas
La concepción material (materialista) de las normas éticas, basada no ya
tanto en la génesis de las normas éticas (en su terminus a quo: la conciencia
divina, la conciencia autónoma humana, la conciencia social) cuanto en el
objetivo o terminus ad quem de las mismas (o si se quiere, en sus fines
operis más que en su fines operantis) satisfacen los requisitos definidos que
103
hemos considerado en los epígrafes expuestos en el §4 que precede. Las
normas éticas quedarían así definidas por su objetivo material, que no sería
otro que el de la salvaguarda de la fortaleza de los sujetos corpóreos, en la
medida en que ello sea posible, y por los procedimientos que estén a nuestro
alcance, por ejemplo, mediante la medicina, definida ella misma como una
profesión de naturaleza ética. Pues aquello que es universal a todos los
hombres, y que establece relaciones de conexividad entre ellos, es
precisamente el cuerpo humano. Y al vincular las normas éticas a la
salvaguarda de la vida corpórea de los sujetos humanos, desvinculamos el
campo de la ética del campo de la conciencia. Por ejemplo, si la infidelidad de
un cónyuge respecto de su pareja es éticamente reprobable, lo será en la
medida en que esa infidelidad, hecha pública, produzca deterioro en la firmeza
del otro; pero si esta infidelidad, o el adulterio correspondiente, se mantienen
ocultos, la desviación de la norma moral de la fidelidad conyugal no constituirá
un atentado a la ética. (Para una exposición general de este asunto puede
verse El sentido de la vida, lectura 1, 6.)
Es, por otra parte, evidente que la definición material (materialista) de ética
presupone ya delimitado, como hemos dicho anteriormente, el círculo de los
individuos humanos, entre los cuales tendrá lugar la distributividad de las
normas éticas. Una delimitación que no puede llevarse a cabo en nombre de la
ética, salvo que la ética se tome como signo distintivo, antes que como signo
constitutivo (serían humanos aquéllos sujetos corpóreos respecto de los cuales
mantengo una conducta ética, pero sin que esto implicase que deje de ser
humano lo que no es objetivo de una tal conducta).
104
a la ética, es decir, cuando «en nombre de la ética» se pretenden ocultar, o se
ocultan de hecho, problemas que tienen propiamente un planteamiento político
propio, como son los problemas suscitados por la rebeldía de los dos diputados
socialistas de la Comunidad de Madrid a los que ya nos hemos referido. Al
discriminar, en estas situaciones, la dimensión ética de la dimensión política, no
estamos meramente hablando de nombres, sino de realidades diversas, de
conceptos distintos, y de responsabilidades diferentes.
105
precisamente por requerimientos éticos, tales como la salvación de su vida o
de su hacienda, o el cumplimiento de objetivos humanísticos o religiosos, que
se dibujan más allá de los límites de un grupo, de una nación o de una
confesión religiosa. Ni el desertor del campo de batalla (ni siquiera el tránsfuga
al ejército enemigo), el traidor, atenta directamente contra la ética (aunque
pueda hacerlo indirectamente, como «daño colateral», si su deserción
contribuye a desmoronar la firmeza del camarada de trinchera).
Que un «Comité de Ética» haya heredado de hecho muchas de las
funciones de los antiguos Tribunales de Honor no es razón suficiente para que
la Ética se confunda con la Deontología, o con la caballerosidad. Es cierto que
la mayor parte de los Códigos morales se mantienen a un nivel tal en el que no
aparecen conflictos con las normas éticas. Pero no por ello hay que concluir
que todo código moral presupone formalmente el respeto a las normas éticas:
basta recordar la institución de la vendetta. Y, sobre todo, basta recordar las
bandas mafiosas de nuestros días que, para subsistir como tales, necesitan
mantener con rigor sus propias normas morales, las estrictas normas que
regulan la lealtad de los bandoleros a la banda, y castigan con la muerte
fulminante (y no sólo con la expulsión del grupo) la traición de los militantes
(como ocurre con ETA o con las bandas de narcotraficantes). Las normas
morales de las bandas mafiosas no son normas éticas, sino normas orientadas
a asegurar la eficacia (a «levantar la moral» de los individuos que constituyen
el grupo) de las actividades más horrendas, como son el asesinato por la
espalda o las masacres con coches bomba. Lo que no quiere decir que la
condenación de los responsables de estos asesinatos o masacres sólo pueda
fundarse formalmente en motivos éticos (en la «violación de los derechos
humanos»). Porque la condenación ha de fundarse en motivos políticos. Así,
en el caso de España, hay que tener presente que ETA no sólo asesina a
«seres humanos», sino que, selectivamente, lo que asesina son «seres
humanos españoles», por lo que ETA no es tanto enemiga de la
Humanidad, cuanto enemiga de España.
107
decir que toda frase escrita en español haya de considerarse como un
fragmento de lenguaje de pensamiento).
Ante todo, han dudado algunos autores alemanes. El más célebre en este
contexto, M. Heidegger, quien, según testimonio de Victor Farías habría dicho
que sólo en alemán es posible «pensar» (Heidegger y el nazismo, Barcelona
1989, págs. 366-403, &c.) Farías nos informa además de la preocupación de
Heidegger por «limpiar» el alemán de contaminaciones latinas. Por cierto, en
esta preocupación le habría antecedido Krause, que tanta influencia tuvo en
España, por obra de J. Sanz del Río y sus discípulos, que, por cierto, se
limitaron a parafrasear a Krause, como Enrique M. Ureña ha demostrado
(véase, por ejemplo, «Más sobre el fraude de Sanz del Río: las dos versiones
del «Ideal de la humanidad» (1851, 1860) y su original alemán», El Basilisco,
núm. 12, verano 1992); incluso el «Ideal de la humanidad» de Sanz del Río,
que en tiempo fue considerado como la obra cumbre del fundador del
krausismo español fue un plagio literal de un artículo, más o menos olvidado,
del maestro.
108
habría que acudir a algún mecanismo de autoexculpación característico de
quienes, conscientes de su propia inanidad filosófica, hacen responsable de
ella al español que utilizan y no a sus propias facultades personales.
4. ¿Por qué entonces seguir con este asunto? La respuesta es bien clara:
porque el enunciado titular «el español como lengua de pensamiento» sólo
comienza a alcanzar su verdadero interés, no ya cuando partimos de la duda
(¿realmente es el español una lengua de pensamiento?), sino cuando partimos
de la certeza de que el español es una lengua de pensamiento. Pues es
entonces cuando podremos formular la cuestión fundamental: ¿acaso cabe
reconocer algún idioma que no sea una lengua de pensamiento?
II
La lengua española como lengua de pensamiento
109
§I. La supuesta «anomalía española» en lo que se refiere a la disociación
entre el «pensamiento español» y el «pensamiento en español»
110
«...los [españoles] que han peregrinado por varias tierras, o sin salir de
la suya comerciado con extranjeros, si son pícaros tanto cuanto de la
vanidad de espíritus amenos, inclinados a lenguas, y noticias, todas las
cosas de otras naciones miran con admiración; las de la nuestra con
desdén. Sólo en Francia, pongo por ejemplo, reinan según su dictamen,
la delicadeza, la policía, el buen gusto. Acá todo es rudez, y barbarie. Es
cosa graciosa ver a algunos de estos Nacionalistas (que tomo por lo
mismo de Antinacionales) hacer violencia a todos sus miembros, para
imitar a los extranjeros en gestos, movimientos y acciones, poniendo
especial estudio en andar como ellos andan, sentarse como se sientan,
reírse como se ríen, hacer la cortesía como ellos la hacen y así de todo
lo demás. Hacen lo posible por desnaturalizarse y yo me holgaría que lo
lograsen enteramente porque nuestra Nación descartase tales figuras.
Entre éstos, y aun fuera de éstos, sobresalen algunos apasionados
amantes de la lengua francesa que prefiriéndola con gran desventaja
frente a la lengua española, ponderan sus hechizos, exaltan sus
primores; y no pudiendo sufrir ni una breve ausencia de su adorado
idioma, con algunas voces que usurpan de él, salpican la conversación,
aun cuando hablan en Castellano. Esto en parte puede decirse que ya
se hizo moda; pues los que hablan Castellano puro, casi son mirados
como hombres del tiempo de los godos.»
111
modo, mientras que los grandes pensadores ingleses, franceses o alemanes, al
escribir en la época moderna, en su lengua nacional, habrían contribuido
decisivamente a la transformación de estas lenguas «étnicas» o «bárbaras»
(en opinión de los primeros humanistas del Renacimiento, como pudo serlo el
mismo Erasmo) en «lenguas de pensamiento», los grandes pensadores
españoles, al descuidar la lengua española, habrían contribuido a apartarla de
una «evolución normal» o menos anómala.
112
discrepante, durante el siglo XVII y el XVIII el dogma de la eucaristía. Y no sólo
por los escritores, en latín o en español (Suárez, Calderón, Gracián,
Polanco...); también por los políticos más «avanzados» del siglo XVIII como
pudo serlo don Zenón de Somodevilla.
Pero ¿por qué no ver también en esta tenacidad en la defensa del dogma
de la transustanciación eucarística, por parte de hombres que eran cualquier
cosa menos ingenuos o ignorantes (Regalado ha demostrado, con análisis
magistrales, cómo Calderón estaba, por lo menos, a la altura de Leibniz), la
manera que el «Pensamiento español» encontró para defenderse del torbellino
mecanicista-nominalista, mediante una concepción firme de la unidad
ontológica de los cuerpos físicos (la unidad del «pan eucarístico», por ejemplo)
o la de los cuerpos políticos (la unidad, tan ligada a la del Imperio, de la
«Iglesia eucarística», por ejemplo) que fuese capaz de resistir su disolución en
las aguas del atomismo o en las del individualismo?
113
Consideraciones análogas había que hacer en lo que respecta a la
ilustración del siglo XVIII. Sólo quien se haya tragado la concepción de la
«ilustración» que ideológicamente ofrecieron los propios ilustrados franceses o
alemanes (y sobre todo el Kant de la «liberación de la razón») puede creer
hacer un favor a Feijoo, o a Mayans o a Jovellanos considerándolos como
cuasi-ilustrados en lugar de aplicarse a analizar la propia evolución interna de
la sociedad española del siglo XVIII y de su pensamiento, sus precedentes en
el siglo XVII y XVI. Sólo desde esa perspectiva será posible evaluar el alcance
de las influencias foráneas.
Influencia que tuvo muchas veces la forma de una reacción en contra –en
modo alguno se trataba siempre de ignorancia– y no de imitación. Feijoo no
ignora el Discurso sobre las artes de Rousseau; da cuenta de él a los tres años
de su publicación, pero para impugnarlo. Ni Oviedo, ni Juan de Santo Tomás
ignoraban a los copernicanos o a los atomistas: sencillamente los sometían a
crítica sutil y, a la sazón, enteramente justificada.
115
operación; o bien: «verdadero», falso, aparente, engañoso, «sospechoso»,
«dudoso», «incierto», «crítico», &c. Ni siquiera recordaremos, por demasiado
obvio, el vocabulario estético, moral, jurídico o político.
Estos límites le vienen impuestos, ante todo, por su misma historia. Esta
es la que determina las referencias, los modelos de construcción sintáctica, la
estructura de la gramática (orden de la frase con el verbo central y no terminal
a la manera del alemán) el sistema de tiempos y modos verbales, &c).
116
queda limitado por este lado. En el Mundo existen también padres cuyos hijos
han fallecido. Y quien contraargumente que, con todo, y a fin de cuentas,
estamos definiendo ese concepto de «padre sin hijos» por medio del lenguaje,
aunque sea sirviéndonos de una construcción que utiliza otros términos del
mismo, podríamos responder que esta construcción está regida por un
concepto que presisamente no ha sido facilitado por la lengua española.
Además, los límites del español están delimitados por otras lenguas de
pensamiento.
Dos son los principales métodos para ensanchar el español como lengua
de pensamiento: la traducción (asimilación, calcos lingüísticos, &c.) de ideas
ofrecidas por otras lenguas, y la creación de neologismos correspondientes a
ideas estrictamente definidas (y que acaso ni siquiera se encuentran
expresadas en otros idiomas).
Esto nos lleva a tener que admitir que el desarrollo del pensamiento en
español no tiene por qué ajustarse siempre a las formas armónicas o
«pacíficas». El desarrollo requiere también las formas dialécticas y polémicas.
El «pensamiento» sólo puede desarrollarse enfrentándose a otros
pensamientos a propósito de las «cosas» del Mundo («si no hubiera existido
Cleantes, yo no sería Carnéades»). Dicho de otro modo: no cabe esperar que
el «manso discurrir» del pensamiento islámico, alemán, azteca o gallego,
pueda desembocar en un pensamiento integrador o globalizado susceptible de
ser traducido al español, y reflejado cuidadosamente en sucesivas ediciones
del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Es esta misma
integración o globalización la que suscitará enfrentamientos, roces y hasta
incompatibilidades irreductibles.
117
«catalejo»). Estamos hablando de la vida y del desarrollo de un lenguaje de
pensamiento. Y aquí no cabe tanto integrar por acumulación enciclopédica,
cuanto asimilar, pero sabiendo que la asimilación presupone, casi siempre,
como ocurre en los organismos vivientes, la destrucción del alimento, su
«demolición» hasta llegar al nivel molecular.
Las dos posiciones más radicales ante esta cuestión serían las siguientes:
118
pensamientos expresados en otro lenguaje. Pero esta forma de defensa
encuentra cerrado el paso por el relativismo cultural-lingüístico.
119
dicho de otro modo, de su historia. Puede asegurarse que una cultura que
hubiera permanecido aislada durante siglos y siglos se mantendría en un nivel
de desarrollo más bajo que las lenguas o culturas más abiertas que se
encuentran en su vecindad. Sólo asimilando estas lenguas (tomando en
préstamo vocabulario, por tanto, conceptos e Ideas) podría ponerse a un nivel
similar.
120
Este proceder sobreentiende, por tanto, que la acepción kantiana es, en
cuanto a su significado, enteramente nueva e independiente de la acepción
escolástica. El pensamiento alemán que creó la filosofía trascendental se
referiría a las «condiciones a priori de la posibilidad de conformación misma de
los fenómenos constitutivos del Mundo». Y este pensamiento constituye la gran
novedad de la filosofía alemana que, en modo algun, podríamos rastrear en la
acepción escolástica latina o romance.
Pero resulta que la trascendentabilidad de la conciencia, con sus formas a
priori de la sensibilidad (espacio-tiempo) y del entendimiento (categorías), y
aun con las Ideas de la razón pura, lejos de ser una «secreción» de la
estructura interna de la lengua alemana (de su Innersprachform) es una
reconstrucción llevada a cabo con ideas anteriores y perfectamente inteligible a
partir del análisis de las diversas líneas que encontramos actuando en el
término «trascendental» a lo largo del desarrollo de la tradición filosófica.
Dos líneas «de evolución» del término trascendental serían necesarias y
suficientes para dar cuenta del núcleo de la filosofía trascendental kantiana.
Dejamos aquí de lado la acepción positiva del término trascendental, que
aparece en el lenguaje jurídico español, utilizado por ejemplo, en los tribunales
de la Inquisición, cuando condenaban a Doña Leonor de Vivero, a «infamia
trascendental a sus descendientes», es ésta una acepción positiva de la
trascendentalidad (no metafísica y a priori) que se justifica, sin embargo, por la
recursividad de las determinaciones que reciben la consideración de
trascendentales (como es el caso de la «infamia» o, para referirnos a un caso
más general en la Teología judeo-cristiana, del pecado original de Adán,
«trascendental a todos sus sucesores») .
(1) La línea que pasa por la doctrina de las propiedades trascendentales
del ser; trascendentales porque desbordan la categorías; una acepción que se
estabilizó en el siglo XII en la obra Summa de bono (Edición M. Wicki, Berna
1985) de Felipe el Canciller.
(2) La línea que pasa por la doctrina de las relaciones trascendentales –
trascendentales porque desbordan la categoría de la relación– tal como
cristalizó en el siglo XVI en las Disputationes de Francisco Suárez.
Nota
122
{*} Al citar a Descartes entre los representantes del atomismo mecanicista
moderno, tenemos en cuenta, dentro del mecanicismo, el llamado (por O.
Hamelin y otros) �corpuscularismo� cartesiano. Como es sabido, aunque
Descartes se proclamó siempre antiatomista, puede defenderse la tesis de
que lo habría sido antes en el terreno metafísico que en el terreno físico:
Dios, dice Descartes, pudo disponer la existencia de ciertas unidades
elementales indivisibles de la materia, sin que por ello pudiesen ser llamadas
átomos en sentido propio, dado que Dios podría siempre dividirlas, aunque
ninguna criatura de Dios pudiera hacerlo.
123
él mismo habría utilizado. Es decir, responder desde la perspectiva que los
antropólogos vienen denominando «perspectiva emic». La dificultad es que
Santiago no ha utilizado palabras para definirse; pero sí ha definido su
contrafigura. Y esto nos hace posible reconstruir la suya como un vaciado. Otra
cosa es si él mismo fue algo distinto de su contrafigura, es decir, si la
contrafigura fue antes lo que él no quería ser que lo que él no era de hecho.
Pero estas cuestiones psicológicas sobre el ego y el super ego se las dejamos
a los psicólogos.
124
entre los grupos más numerosos ha sido desde siempre asegurada, y lo es hoy
de modo creciente, por un buen número de profesionales de la cultura –críticos,
profesores, ensayistas, periodistas– cuya actividad, en decir de Antonio
Gramsci, ha tenido su expresión paradigmática en el clero y en su capacidad
para mantener en la Iglesia el difícil equilibrio entre los más refinados artistas e
intelectuales y los hombres más simples» [«los hombres más simples»: ¿cabe
percibir aquí un eco de El nombre de la rosa?]
125
En resolución: el intelectual progresista se lanza, lleno de ira sublime,
contra la violencia, como expresión suprema del mal. Pero para él «el mal es,
sobre todo, el mal que en otra parte hacen otros» (González Noriega escribe
este ensayo en los primeros años de la década de los 90. ¿Cabría aplicar su
observación diez años después al caso de los intelectuales y artistas que en
España se manifestaron aquí y allá, como portadores de la conciencia ética
universal, frente a la guerra de Irak pero sin decir nada sobre los asesinatos
cotidianos cometidos por ETA a nuestro lado?).
17 de noviembre de 2003
El Proyecto Symploké
Gustavo Bueno
Presentación del proyecto Symploké,
manuales de filosofía en español
126
No es nada fácil delimitar un concepto de «manual de filosofía». Ante todo,
nos apresuramos a decir que un manual de filosofía no es un «libro de texto».
El libro de texto está calculado para servir de «instrumento» a los alumnos o a
los profesores que, en los establecimientos autorizados, públicos o privados,
sigan cursos regulares, ajustándose a los planes que establecen las leyes
vigentes. A veces incluso hay libros de texto diferentes para profesores y para
alumnos. Los libros de texto de filosofía no son pues otra cosa sino una
especie del género «libros de texto».
En parte sí –en todo aquello en lo que el manual difiere del libro de texto y,
por consiguiente, puede ponerse a salvo de los inconvenientes que a estos se
les atribuyen–. Pero en parte no, y, concretamente, en nuestro caso, en todo
aquello que el manual pretenda ser un «manual de filosofía», que se enfrenta
con la concepción de la filosofía como filosofar.
127
literario» debe asumir la forma de la exposición doctrinal, informativa de
doctrinas (por tanto, de problemas, de respuestas alternativas, &c.), con
indicación lo más precisa posible de datos positivos (fechas, estadísticas,
títulos de obras) pertinentes. Un manual de filosofía es, por tanto, un modelo de
referencia (o un contramodelo) que puede ser utilizado por el profesor o por el
alumno. En el manual el profesor debe poder encontrar una exposición
«objetivada» (en el sentido de que no sean meras opiniones propias subjetivas)
con la cual puede contrastar, impugnándola, corroborándola, desarrollándola,
su personal tratamiento de las cuestiones. Y el alumno puede encontrar en el
manual (en nuestro proyecto, además, de forma gratuita y de acceso directo a
través de cualquier ordenador), exposiciones y datos indispensables para
coordenar y fijar sus conocimientos (el mayor espejismo de quienes,
abominando de manuales o de libros de texto, creen poder sustituirlo por los
«apuntes», que no pueden ser otra cosa sino manuales o libros de texto
plagados de erratas, de ideas distorsionadas, &c.).
Es evidente que, en todo caso, las ventajas que el manual puede tener, en
principio, sólo comenzarán a notarse si los contenidos del manual son buenos.
Pues no es el manual, en general, el que es bueno; es este manual concreto,
en comparación con otros, y según diversos grados de bondad.
Pero, ¿qué es lo que se quiere decir con esta distinción entre «filosofar» y
«filosofía», utilizada con frecuencia como arma arrojadiza contra todo aquello
que no sea interrogación, debate, contradebate, es decir, contra todo lo que no
sea aquello que algunos llaman «filosofar»?
128
cuando este le manifestó que eran demasiado difíciles los Elementos que él
había escrito por indicación suya: «Majestad, no hay caminos reales para
aprender Geometría.»
Por ello, y con muy buen juicio, suele disolverse esta supuesta disyuntiva
(o filosofar o filosofía) aduciendo la posibilidad de filosofar mientras se enseña
filosofía, o de enseñar filosofía mientras se filosofa.
Con esto piden el principio, porque dan por supuesto que es posible un
«ejercicio de filosofar crítico» al margen de toda doctrina sistemática. Sin duda,
porque confunden el significado psicológico subjetivo de un «filosofar prístino»
(un cavilar que muchos aprecian ya en el niño de cuatro años, cuando entra en
la fase del ¿por qué?) con el significado histórico y social. Acaso porque
presuponen que el filosofar («interpretado como amor al saber», como si ese
amor al saber no se diera, y aún más intensamente, cuando va referido al
saber entomológico o al saber filatélico) es una exigencia subjetiva originaria,
vinculada a la curiosidad y temen que el sistema, o la doctrina, mate esa
curiosidad. Habría que tener en cuenta, sin embargo, que la pregunta filosófica
tiene poco que ver con la curiosidad, o con el «por qué» infantil (que muchas
veces es un mero estereotipo); la curiosidad aparece en los niños y en los
chimpancés, a quien nadie en su sano juicio puede atribuirles una actitud
filosófica.
129
las diferentes metafísicas presocráticas, y con la referencia a saberes tan
firmes como los de la Geometría de su época.
131
Es este un criterio vigente todavía en nuestra época, al menos es el criterio
utilizado por muchos historiadores generales (y por muchos historiadores de la
filosofía en especial) cuando tratan de definir esa «esencia» (descubierta ya
bien entrado el siglo XX) que llaman «modernidad», y que no se reduce a la
condición de un mero concepto historiográfico, por cuanto ella expresa, a su
vez, una idea filosófica sobre la propia filosofía, y sobre el alcance del papel
que pueda corresponderle en la «vida moderna»; una idea directiva, por tanto,
de la organización de los planes de estudio que serían necesarios para la
educación de la juventud en la vida de nuestra época. Pues «modernidad»
significa precisamente, para muchos de quienes hoy creen poder comprender
su «esencia», emancipación de la razón frente a la autoridad, pensamiento
autónomo, &c. Una revolución que habría comenzado con Descartes y habría
culminado con Kant, cuando dijo que la Ilustración era la emancipación del
hombre, mediante la razón, de su culpable incapacidad. Pero una gran mayoría
de los profesores de filosofía, incluso de aquellos que logran asumir
responsabilidades directivas en la organización de los planes de estudios,
consideran que Descartes y Kant siguen siendo los héroes y los modelos de la
«filosofía radical y crítica»; lo que explica a su vez la consideración que
alcanzan estos héroes en sus argumentaciones sobre la pedagogía de la
filosofía y, por supuesto, el puesto principal que se les concede en la Historia
de la Filosofía.
No es esta valoración de Descartes o de Kant, como modelos de la
«reflexión crítica radical», una novedad, en cualquier caso, que se produzca en
nuestros días, sino que es ya una tradición del profesorado de filosofía español,
cuando se ve forzado a definir las diferencias entre su «ciencia» con otras
disciplinas, sobre todo en el momento de organizar un plan de estudios de
bachillerato. El 1853 don Nicomedes Martín Mateos, «apóstol de Bordas en
España», en el escrito que dirigió al Excmo. Sr. Marqués de Gerona (Ministro
de Gracia y Justicia), en una época en la que, como en la nuestra, se estaban
discutiendo los planes de estudio para la nación, decía con absoluta
convicción:
«¿Qué era la filosofía antes de Descartes? Una ciencia de statu
quo, una abstracción de clasificaciones impertinentes, una ciencia de
palabras. El Parlamento había prohibido enseñar máximas contra los
autores antiguos y disputar contra los aprobados por los doctores y por
la facultad de Teología. El escolasticismo había olvidado la sana filosofía
de San Agustín, que enseñaba: "Que hay dos vías para conducir a las
almas, la autoridad y la razón: que si la autoridad es la última en el orden
de excelencia, es la primera en el orden del tiempo" &c. &c. La autoridad
por tanto se había extralimitado, y cuando con ella arguyen a Descartes,
responde: ¡¡autoridades a mí, que dudo hasta si hay hombres!!»
(Nicomedes Martín Mateos, Breves consideraciones sobre la reforma de
la Filosofía, Salamanca 1853, página 7.)
En estos debates aparecen seguramente confundidos el plano psicológico
social (en el que se dirimen las cuestiones de la «libertad», «emancipación de
la autoridad» de unos individuos o grupos frente a otros) con el plano filosófico.
Difícilmente podrá subestimarse la importancia del primer plano, que es el
plano de la psicología, de la sociología y de la historia, en el que transcurre
seguramente la mayor parte de eso que llamamos «filosofar». Pero las
revoluciones psicológicas o sociológicas contra las autoridades, ¿pueden
132
interpretarse sin más como revoluciones filosóficas, mediante las cuales la
«razón» o la «filosofía» alcanza su emancipación? Acaso Descartes o Kant (y
con ellos sus admiradores) tuvieron el sentimiento psicológico de que estaban
«emancipándose de la autoridad en nombre de la razón». Pero, ¿qué alcance
podía tener este sentimiento, más allá de ser una expresión retórica y
autopropagandística? ¿Es que antes de ellos no había habido crítica
continuada, aún cuando psicológicamente esta tomase la forma del comentario
que interpreta o aclara, transformándolas, las doctrinas heredadas? ¿Acaso
Santo Tomás no fue más crítico del hilemorfismo de Aristóteles, interpretándole
a su modo, en su teoría de la transubstanciación, mientras se declaraba
aristotélico, que Descartes, al declarar contra Aristóteles que la cantidad del
pan sagrado era su misma sustancia? ¿Tuvo en cuenta don Nicomedes que
Descartes, cuando dudaba incluso de la existencia de otros hombres, lejos de
estar reivindicando la razón de su cogito, contra la autoridad, estaba
reduciendo su propio cogito a una apariencia similar a las que sentía el
licenciado Vidriera, si es que tomamos en serio la afirmación de que mi ego no
puede ser conformado al margen de los demás hombres, de los cuales, por
tanto, no cabe dudar sin dudar de mí mismo? ¿Y cómo podría la filosofía, en
cuanto «reflexión radical y crítica», someter a crítica radical a un teorema
geométrico bien establecido? ¿Acaso este teorema no lleva incorporada ya la
crítica, pero la crítica geométrica, no la filosófica? ¿Acaso puede darse por
axiomático que la filosofía surge de la duda, antes que de saberes previos bien
establecidos, pero acaso incompatibles con otros, también bien establecidos?
Concluimos: quienes siguen pretendiendo presentar a la filosofía como una
«reflexión radical y crítica», a fin de deducir de esta definición, no sólo el
«peso» que ella debe tener en un plan de estudios de bachillerato, sino
también el lugar de orden que le corresponde (algunos profesores reivindican
para la filosofía un lugar importante en la enseñanza primaria, precisamente
antes de que pueda hablarse de «saberes previos bien establecidos») e incluso
sus propios contenidos, ¿no están de hecho reincidiendo en la concepción
metafísica tradicional de la filosofía como «la investigación de las primeras
causas y de los primeros principios»? ¿Qué otra cosa puede querer decir
«radical», en sentido positivo? «Ir a la raíz», ¿es algo distinto que ir a los
fundamentos, a las primeras causas o principios? Tendría sentido que alguien
reivindique esta voluntad de «saber radical», de ir a la raíz, cuando al mismo
tiempo nos la haya presentado; pues de otra manera no podemos saber a qué
raíz se refiere, ni siquiera si tal raíz existe. Si nos la presenta, tendrá que
hacerlo a través de un sistema filosófico, o bien a través de una «declaración
de principios» dogmáticos, como los que presentaban a la filosofía en su
régimen de ancilla theologiae. Y en cualquiera de ambos casos, ¿no es
excesivo comenzar el debate acerca del «lugar de la filosofía» en el plan de
estudios, así como en los debates acerca de sus contenidos, exigiendo a todos
los que vayan a intervenir en estos debates compartir el sistema filosófico o la
declaración de fe que en ese planteamiento del debate está implicado?
133
filosofía (si no ya el libro de texto o el manual) tiene la responsabilidad de
enseñar a sus alumnos a ejercitarse en ese tipo de reflexión radical y crítica, o
en el de conocer alguna causa o primer principio en los que se supone él debe
estar ya impuesto. ¿O acaso puede alguien pensar (sobre todo si fue clérigo)
que por haberse librado de las dogmáticas religiosas, el profesor de filosofía
tiene ya asegurado el ejercicio de una «reflexión radical y crítica»?
(3) Las Ideas no proceden de una mente divina, ni de una mente humana
(no son «secreciones» de la «razón pura» cuando silogiza en forma categórica,
hipotética o disyuntiva); proceden de Conceptos tecnológicos o científicos,
vinculados a fenómenos operatorios, y precisamente como una reflexión
objetiva, primero entre los conceptos de diferentes categorías, después entre
Conceptos e Ideas, y por último entre las Ideas mismas. Las Ideas aparecen
ya, sin duda, muchas veces, antes de ser «institucionalizadas» como ideas
filosóficas, en la vida social ordinaria, en la filosofía mundana o vulgar. Los
lenguajes de las sociedades que han alcanzado un determinado desarrollo (en
la «civilización») constituyen el mejor reflejo de la presencia de Ideas, sin que
por ello pueda concluirse que las Ideas son meros contenidos lingüísticos.
(4) Las Ideas nunca actúan como entidades solitarias, sino en «sociedad»
con otras Ideas. Los sistemas filosóficos intentan reconstruir esas «sociedades
de Ideas» según líneas características.
134
(5) La diferencia principal entre una filosofía mundana o vulgar y una
filosofía académica (de tradición platónica, y no precisamente universitaria)
podría exponerse diciendo que la filosofía mundana contiene múltiples Ideas,
pero cuyas conexiones sistemáticas se llevan a cabo impulsadas por intereses
ideológicos o tradiciones dogmáticas conscientes o inconscientes.
Generalmente las conexiones, en la filosofía mundana o vulgar, se establecen
por pares (Espacio/Tiempo, Reposo/Movimiento, Materia/Espíritu,
Izquierda/Derecha) o por tríos (Pasado/Presente/Futuro, Poder
legislativo/Poder ejecutivo/Poder judicial) pero sin profundizar en la razón de
estos agrupamientos ni en los vínculos entre los pares, las ternas o las
cuaternas entre sí.
135
las concordancias y de asonancias», en lugar de decir: «Me ocupo de la forma
de expresión más profunda del espíritu humano»).
El Proyecto Symploké que presentamos ahora tiene sin duda bastante que
ver con otra empresa que hace ya más de quince años, al amparo de la nueva
situación creada por los gobiernos de la nueva democracia, llevamos a efecto
Carlos Iglesias Fueyo, Alberto Hidalgo Tuñón y el que esto escribe, Gustavo
Bueno Martínez. Aquel Symploké, sin embargo, más que un manual de filosofía
estaba concebido como un libro de texto, en papel, que pretendía ofrecer a los
estudiantes y a los profesores un conjunto de lecciones ajustadas
puntualmente a los planes de estudios presentados a la sazón por el gobierno
socialista. Sin embargo la perspectiva desde la cual fue escrito ese libro era
también la perspectiva del materialismo filosófico, en el estado de desarrollo
que había alcanzado en aquellos años. Para nuestra sorpresa, esta obra fue
puesta en entredicho por funcionarios del gobierno socialista, cuya
desorientación era tan grande que llegaron a tachar al libro de «prosoviético».
El escándalo que esa censura desencadenó en la prensa nacional, dado que
obligaba a replantear la cuestión de la libertad de cátedra en la nueva
democracia, fue muy notable. Todo se arregló, sin embargo, con ventaja para
el libro, gracias a un programa de televisión (Fernando García Tola me invitó al
programa que él dirigía, Querido Pirulí; yo le pedí, tras agradecer su invitación
a un programa de gran audiencia –quince millones de espectadores–, el
plantear el problema de la libertad de cátedra que se había suscitado a
propósito de Symploké; en los anuncios que la prensa dio de este programa
figuraba mi intervención; cuando llegué al programa –23 de marzo de 1988–
Tola me enseñó un oficio del Ministerio, que acababa de recibir, en el que se
notificaba que Symploké estaba autorizado como libro de texto), y el libro pudo
beneficiarse, en varias ediciones, de la propaganda gratuita que el escándalo le
proporcionaba.
Pero el actual Proyecto Symploké, en el que se prevé la colaboración de
un grupo de profesores idóneos (entre ellos se cuentan también los antiguos
autores de Symploké) es una versión enteramente distinta y autónoma
respecto del libro de texto, ya pretérito, del mismo nombre. Por de pronto
comprenderá una parte histórica, a la que atribuimos tanta importancia como a
la parte sistemática. Además el actual proyecto no está orientado, como hemos
dicho, a componer un libro de texto que corresponda a un cuestionario oficial.
Esta orientado a componer manuales de filosofía sistemática, cuya estructura
no vaya subordinada a ningún plan de estudios vigente (además, siempre
efímero), sino manteniendo su organización propia. Lo que no significa que la
temática propuesta por los cuestionarios vigentes no esté también de hecho
incorporada a los manuales, ni que se dejen de ofrecer guías pedagógicas de
correspondencias que faciliten seguir esos programas. Estas correspondencias
podrán ajustarse no sólo a diversos planes de estudios que puedan sucederse
en España, sino también a otros planes de estudio de Naciones que hablan en
español. El formato electrónico e internet son prácticamente el único
instrumento que permite hoy mantener fluidamente y al día estas
correspondencias.
Por último, los manuales de filosofía objeto del Proyecto Symploké no
están dirigidos, por supuesto, en exclusiva a los estudiantes: su público virtual
es mucho más amplio. Este público potencial no lo es tanto en calidad de
estudiantes que tienen que examinarse (menos aún en calidad de estudiantes
138
de «clases acomodadas», a las que se refiere el Plan general de Instrucción
Pública del Duque de Rivas, de 4 de agosto de 1836), sino en calidad de
ciudadanos que han tenido acceso a una instrucción pública o privada, pero
como podría tenerlo cualquier otro ciudadano. Es decir, los manuales que
proyectamos van dirigidos a toda la Nación de los ciudadanos. La razón es que
presuponemos que la filosofía sistemática interesa principalmente, no tanto a
los individuos subjetivos (porque para intentar resolver los «problemas
filosóficos» de un individuo subjetivo existen ya psiquiatras, psicólogos,
masajistas y también grupos de licenciados en filosofía decididos a «practicar
la filosofía» en su función tradicional de «medicina del alma», que ya
asumieron los epicúreos o los estoicos) cuanto al ciudadano que tiene que
formarse juicio (filosófico) en cuanto miembro de una sociedad política.
139
En cualquier caso queda abierta la posibilidad de medir, no ya un manual o
libro de texto dado, con el cuestionario oficial vigente, sino inversamente, de
medir los cuestionarios oficiales vigentes que se han sucedido, con las
coordenadas de un sistema filosófico, como pueda serlo el materialismo.
140
En efecto, y ante todo: el término mismo «filosofía» no se utiliza en general
en los Planes de Estudios del intervalo considerado. Sólo incidentalmente se
utiliza el término «filosofía» en el Plan de don Pedro José Pidal, de 17 de
septiembre de 1845; y figura como denominación del Bachillerato superior (que
seguirá a un Bachillerato elemental, de cinco años), al que efectivamente se
pone el nombre de Bachillerato en Filosofía, de dos años, que comprende dos
secciones, una de Letras y otra de Ciencias (en la que se cursan, entre otras
disciplinas, las Matemáticas sublimes, la Química y la Zoología).
141
«Antropología», junto con la «Lógica» y «Biología y Ética», en el Bachillerato
superior).
Es en la Primera República, el 3 de junio de 1873, bajo la presidencia de
don Estanislao Figueras (con Eduardo Chao en Fomento) cuando encontramos
un profundo cambio de orientación: un bachillerato de seis años con cuatro
grupos de disciplinas; el tercer grupo comprende [todo ello con un cierto tufillo
masónico]: «Antropología» (o «ciencia del hombre considerado en su espíritu,
en su cuerpo y en la relación entre ambos»), «Lógica» («comprendiendo las
teorías generales y elementales de Doctrina de la ciencia y Enciclopedia de las
principales ciencias particulares»), «Biología y Ética», «Cosmología y
Teodicea» (o «ciencia del mundo y ciencia de Dios, comprendiendo asimismo
los principios universales de Religión»). Pero este Plan de estudios
republicano, en el cual la filosofía sigue teniendo una inspiración espiritualista,
de cuño krausista, se queda en el papel. En 10 de septiembre de 1873 don
Emilio Castelar deja sin efecto el Plan del año anterior, por premura de tiempo,
y la República cae al año siguiente.
142
embargo, bajo esta denominación, lo que encontramos es: «Lógica y nociones
de Psicología» para el sexto año; y «Elementos de Metafísica y de Ética, con
Derecho Natural» para el séptimo año. Pero el Real Decreto del 20 de junio de
1900 (siendo ministro de la regencia Antonio García Alix) vuelve al modelo
tradicional: «Psicología y Lógica» (en cuarto año), «Ética y Sociología» (en
quinto). Otro tanto hay que decir del Plan del Conde de Romanones de 12 de
abril de 1901, y 17 de agosto de 1901: «Psicología y Lógica» en quinto curso y
«Ética y rudimentos de Derecho» en sexto.
144
creyentes confesionales, más o menos liberales, y en una gran parte,
seminaristas, curas o frailes exclaustrados, que habían pasado por la guerra
civil. Los cuestionarios oficiales proponen enunciados que están formulados
con una intención ambigua, como si estuvieran destinados a evocar problemas
metafísico teológicos propios de la etapa del franquismo, por ejemplo: «La
dimensión trascendental del hombre», puesto que ellos podían ser tratados
desde una perspectiva abiertamente confesional cristiana (por ejemplo, el tema
«El sentido de la vida»), como puede verse en los contenidos que ofrecían los
libros de texto de la época. En 1987 Symploké se aventuró en el ofrecimiento
de unas respuestas al cuestionario oficial que estuvieran impregnadas
seriamente de materialismo filosófico (incluso en el tratamiento del tema sobre
«La dimensión trascendental del hombre» y «El sentido de la vida»).
Pero Symploké estaba estructurado enteramente en función del hombre, es
decir, se presentaba como una suerte de Antropología filosófica, una
perspectiva humanística que obligaba a forzar muchas veces la materia para
someterla a este objetivo (por ejemplo, el Cálculo lógico, la Lógica de
Proposiciones, la Lógica de Clases o la Metodología del saber científico se
presentaban en el capítulo «Dimensión lógico racional del hombre»); como si la
lógica de clases y la teoría de conjuntos fuesen una «dimensión» humana:
el hombre servía aquí simplemente como leit motiv, a falta de otro, para unificar
la materia total; pero la unificación era aparente, porque obligaba a interpretar a
todas las partes del sistema como «dimensiones» del hombre. La «dimensión
psicobiológica del hombre» (para recoger los temas de psicología del
cuestionario oficial), la «dimensión lógico racional del hombre» (para recoger
los temas de lógica, gnoseología y epistemología), la «dimensión socio estatal
del hombre» (sociología, política y derecho) y la «dimensión trascendental del
hombre» (ética y moral, libertad, persona humana y el problema religioso).
10
145
la actitud reflexiva y crítica». Desde luego, manifiestan que «la afirmación
kantiana de que "no se aprende filosofía, se aprende a filosofar", conserva toda
su verdad...». Los «contenidos» que señala, distribuidos en cuatro grandes
apartados, son también todos ellos de signo «humanista»: 1. El ser humano, 2.
El conocimiento, 3. La acción humana, 4. La sociedad.
En esta época, adquiere un gran impulso una asignatura encomendada
muchas veces a los profesores de filosofía, denominada Ciencia, Tecnología y
Sociedad. Es una disciplina importada de Estados Unidos e Inglaterra que
ofrecía la ventaja, frente a los libros de filosofía convencional, de suscitar temas
de máxima actualidad, relacionando la ciencia con la tecnología moderna y con
los problemas sociales. Nada habría que objetar a los cursos de CTS en sí
mismos considerados; pero al ser presentados casi siempre como la más
auténtica forma de llevar adelante la «reflexión radical y crítica» y dada la
orientación que, en general, se daba al tratamiento de sus temas, se saca la
impresión retrospectiva de que los CTS servían a la socialdemocracia española
para ofrecer un sustituto al materialismo histórico, de estirpe marxista.
11
Las reformas de los planes de filosofía durante la etapa del gobierno del
Partido Popular, desde 1996, toman una orientación notablemente diferente de
la que había asumido en la etapa socialista, sin perjuicio de semejanzas
interesantes. Por ejemplo, en el Real Decreto de 3 de agosto de 2001 (ministra
Pilar del Castillo Vera), al definir la Filosofía se mantiene la referencia al
sintagma «reflexión radical y crítica», pero curiosamente, se transcribe este
sintagma entre comillas, como distanciándose de él, a la vez que marca una
continuidad con los planes anteriores (al fin y al cabo mientras que
la LOGSE de 1990 establecía una ruptura con la etapa anterior derogando la
146
LGE de 1970, la de Villar Palasí, la LOCE de 2002 se presenta como
una adaptación de la LOGSE de los socialistas). Y, por nuestra parte, creemos
ver en esas comillas una voluntad de despegarse del psicologismo y del
subjetivismo en el que se mantiene el sintagma de marras, haciendo constar
explícitamente que la filosofía, como «reflexión radical y crítica», se ha ocupado
a lo largo de la historia de unos problemas específicos referidos a la totalidad
de la experiencia humana.
La concepción de la filosofía que ahora se trasluce tiene muchos puntos de
contacto con la concepción del materialismo filosófico. Por de pronto, la
filosofía es explícitamente declarada como algo que no es una ciencia, aunque
es racional; no parece derivar de una «naturaleza, deseo o curiosidad» común
a todos los hombres (como si los chimpancés no fuesen también curiosos, sin
por ello ser filósofos), sino de condiciones históricas, puesto que a la filosofía
se le reconoce de hecho como una tradición que pertenece a lo que nosotros
solemos llamar el área cultural de difusión griega. Se le reconoce también un
carácter sistemático, que confiere a la filosofía una suerte de sustantividad
institucional, que podría hacerse consistir en el repertorio de «estructuras
conceptuales» acuñadas por tradiciones vigentes en una sociedad (desde la
doctrina aristotélica de las cuatro causas, hasta la doctrina kantiana de las doce
categorías); una sustantividad institucional que poco tiene que ver con la
sustantividad de quienes la conciben como una «sabiduría exenta». «Un curso
introductorio –se dice en la introducción a la asignatura Filosofía I– debe dotar
a los alumnos de una estructura conceptual suficiente de carácter filosófico.»
Hay que proponer a los alumnos la visión de «la organización sistemática del
propio quehacer filosófico». No se reduce pues la enseñanza filosófica a
doxografía, sino que tiene un carácter sistemático.
Señalaremos, por último, como una diferencia importante entre los planes
de la etapa del PSOE y de la etapa del PP, el hecho de la «sustitución» de la
disciplina Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) por otra disciplina
denominada Sociedad, Cultura y Religión (SCR). Mientras CTS se encuentra
en franca retirada, tras unos años de auge, la asignatura SCR comienza su
147
periodo de expansión. Es una disciplina que tiene también un gran juego
«estratégico», puesto que permitiría, en principio, introducir el estudio de la
Religión desde una perspectiva confesional (pero plural: católica, evangélica,
judía, islámica) para quien lo desee y neutra para quien lo prefiera. Pero en
todo caso, la Religión queda «inmersa» entre la Sociedad y la Cultura. Dicho
de otro modo, se le imprime un «giro antropológico» a la Religión, difícil de
recusar, porque también puede ser asumido este giro desde una perspectiva
confesional («la Religión es la forma superior de la Cultura»).
12
149
institucionalizadas dentro de un proceso histórico; y además, ideas que no sólo
resultan de las «columnas» que cruzan diferentes líneas sistemáticas de la
matriz de referencia, sino que también están dadas en función de fenómenos
intercategoriales) lo más prudente, desde una perspectiva práctico dialéctica
que no comienza exigiendo explícitamente un criterio (un sistema determinado)
es plantear la organización de la materia filosófica en partes como una
operación de clasificación de las corrientes de concatenación de las Ideas,
tomando como criterios de correspondencia entre los diversos sistemas y en la
medida en que ello sea posible, los fenómenos comunes o correspondientes a
los diferentes sistemas (pongamos por caso, el fenómeno de la «sociedad
política» tanto para los totalitarios como para los anarquistas; el fenómeno de la
«religión» tanto para los teístas como para los agnósticos o para los ateos).
Supongamos (principio de symploké) que cada una de las Ideas no puede
estar aislada de todas las demás, sino vinculada a otras, pero no a todas ellas
(«no todo está vinculado a todo, del mismo modo, ni desvinculado de todo»).
Podemos entonces distinguir, en el entramado o entretejimiento de las Ideas,
tomando a cualquiera de ellas como referencia, dos sentidos en las corrientes
de concatenación: o bien el sentido expansivo de la concatenación de una idea
con otros círculos de fenómenos y esto de un modo recurrente (en el límite: la
irradiación trascenderá a los diversos círculos del mundo) o bien en un
sentido convergente hacia una idea (o grupos de ideas dados) en torno a los
cuales se centran las demás. Desde este punto de vista, la clasificación
principal que tendríamos que hacer sería aquella que partiendo de las ideas,
como unidades institucionales, y de su concatenación siempre imprescindible,
establezca dos tipos de agrupamiento:
150
En cualquier caso, las disciplinas filosóficas generales institucionalizadas
(en el vocabulario, en la bibliografía, en los planes de estudios, &c.) que mejor
se corresponden respectivamente con las Ideas de Realidad y de Verdad son
la Ontología (la Metafísica) y la Gnoseología (o Teoría de la Verdad científica y
de la Verdad en general).
Es evidente que las filosofías centradas tienen una unidad muy precaria
(en nada se parece a la unidad de un cierre categorial), dada la concatenación
de cada «centro» con otras Ideas. Por ejemplo, la Guerra se concatena con el
Estado, y recíprocamente, por lo que la Filosofía de la Guerra y la Filosofía del
Estado son en realidad inseparables, aunque no se resuelvan la una en la otra.
Pero esto no constituye ningún inconveniente para organizar disciplinas
filosóficas centradas muy diversas, siempre que esas concatenaciones
convergentes mantengan un determinado interés práctico.
151
Por su parte, las Filosofías humanas (culturales, del espíritu, &c.),
centradas en torno a fenómenos dados en el espacio antropológico, pueden
clasificarse según los tres ejes que reconocemos en este espacio.
Ante todo los «centros» que puedan ir referidos al eje circular (tales como
«Sociedad Política», «Empresas mercantiles», «Persona humana», «Libertad»,
&c.). Ahora las disciplinas convergentes en este eje se corresponden más bien
a la rúbrica de «Filosofía social y política». También a este eje circular se
refieren las disciplinas normativas tales como la Ética, la Moral y el Derecho.
En torno a los centros que pueden ir referidos al eje angular se
organizarán las disciplinas que tienen que ver con la Filosofía de la Religión.
Y las que se refieren a centros polarizados en torno al eje radial (que no
hay que confundir con el espacio cosmológico: el eje radial es un eje antrópico,
mientras que el espacio cosmológico prescinde de esta connotación, por
segregación del sujeto) puede englobarse en las disciplinas especiales que
suelen denominarse Filosofía de la Tecnología, Filosofía del Arte, Arquitectura,
Música, &c.
Por supuesto cabe establecer disciplinas centradas en torno a contenidos
de dos ejes: circular/radial (sería el caso de Ciencia, Tecnología y Sociedad) o
circular/angular (sería el caso de Sociedad, Cultura y Religión).
Además está instituida una disciplina que engloba a todos los contenidos
del espacio antropológico, y que comprende tanto a la Antropología filosófica
como a la Filosofía de la Historia.
152
La sorpresa está fuera de lugar, porque también podría decirse que a una
Constitución que tiene ya un cuarto de siglo de vigencia (ninguna otra
Constitución española, desde la de 1812, duró tantos años), podrían convenirle
ciertas reformas. Sobre todo porque la propia Constitución las prevee, creando
al efecto su Título X («De la reforma constitucional»), en el que se establecen
las normas correspondientes.
153
imprudente sacar a relucir el artículo 56, cuya reforma arrastraría el Título II
íntegro de la Constitución.
No faltan tampoco quienes consideran que suscitar las «cuestiones de
prudencia» a propósito de la reforma de una Constitución que reconoce la
posibilidad legal de ser reformada, es sólo una excusa para mantener el status
quo. Quienes promueven el «Plan Ibarreche», por ejemplo, suelen acudir a la
comparación de una Constitución política con un sistema de «reglas de juego»,
cualquiera que este sea. «La Constitución –dicen– no es otra cosa sino el
conjunto de unas reglas de juego que los ciudadanos se han dado a sí mismos
para hacer posible su convivencia pacífica.» Por tanto, concluyen, ¿qué
inconveniente puede haber para cambiar estas reglas cuando un «grupo
suficiente» de ciudadanos decida hacerlo? Lo imprudente sería evitar o aplazar
las reformas, porque con el simple aplazamiento estaríamos reconociendo
(imprudentemente) que las «reglas de juego constitucional» no han sido
creadas por los ciudadanos, por el pueblo soberano, que en cualquier momento
podrá cambiar su juicio, o su opinión.
154
presiones deterministas que tienen lugar entre los grupos que han logrado
consensuar sus normas de coexistencia. Ibarreche y el PNV pueden creer que,
dado el amplio consenso previo que parece existir entre muchos vascos para
cambiar la Constitución (y aún para rasgarla entera), ésta podría cambiarse
como si sus artículos fuesen reglas de juego; es efecto de un subjetivismo
primario. Pero Ibarreche y el PNV, como el ERC y el BNG, deben saber que
son todos los españoles, y no sólo los vascos, los catalanes o los gallegos, los
que habrían de intervenir en una reforma de la Constitución.
155
con la derecha (empresarios, banqueros, terratenientes, &c.). Lo que se niega
es que estas diferencias en el terreno sociológico puedan traducirse hoy al
terreno político: la «izquierda sociológica» tiene ya muy poco que ver con la
«izquierda política». Las «capas de la población» llamadas «de izquierda»
sociológicamente, han dejado de ser políticamente de izquierdas, en el sentido
del socialismo o del comunismo históricos: los obreros defienden la propiedad
de sus automóviles, de sus apartamentos o de sus segundas residencias si las
tienen (y si no las tienen, quieren tenerlas: ¿quién si no juega a la lotería?). Lo
que reivindican, con todo derecho democrático, esas «capas de izquierda
virtual» es el aumento de los salarios, de su seguridad social, y la posibilidad
de que sus hijos vayan a la Universidad. Lo que quiere decir que los partidos
«de izquierda» que dicen representarlas lo que hacen es tratar de canalizar sus
votos para llevar a cabo una gestión política que en muy poco se diferencia de
la que pueden llevar a efecto los llamados partidos de centro o de derecha, que
también buscan el pleno empleo, el incremento de salarios y la ampliación de la
población universitaria.
Es muy probable que, cualquiera que sea el partido que resulte victorioso
en las elecciones parlamentarias del 14 de marzo de 2004, tenga que afrontar
la reforma de algunos artículos de la Constitución de 1978. Si la Constitución
fuese algo similar a un «sistema de reglas de juego» cabría pensar en la
posibilidad de reformar algunos de sus artículos, aun manteniendo su conjunto.
Obviamente, sería de agradecer que el conjunto de las reformas que se
propongan, se ajusten a algunas ideas directoras, es decir, no sean
simplemente el resultado de una acumulación de reformas políticas sin
conexión interna.
156
Una «reforma de la Constitución» inspirada por esta idea de la unidad de
España y de la igualdad de los españoles tendrá que ir orientada a acabar con
todas las concesiones, «comprensiones» y veleidades, alimentadas sobre todo
por los partidos de izquierdas, que siguen prisioneros del franquismo y sólo
pueden discurrir, apoyándose en la «memoria histórica», tratando de ir en su
contra, cuando las referencias que el presente plantea ya han cambiado. La
reforma de la Constitución habría de ir orientada, según esto, a despejar las
ambigüedades a las que sus redactores hubieron de acogerse:
«nacionalidades», «respeto a las culturas y costumbres forales», &c. Quienes
hablan hoy de federalismo, y aun de «federalismo asimétrico», siguen
alimentando de un modo u otro, el secesionismo. En la campaña electoral que
tiene lugar estos días la palabra «España» ha vuelto a ser levantada, como
bandera, por el PSOE (salvo en Cataluña; mucho menos por Izquierda Unida,
en la que se encuentra el señor Madrazo), porque teme que sus ambiguos
pactos con Maragall y con Pérez Carod-Rovira pudiera conducirle a su ruina en
las elecciones. Nunca es tarde para que el PSOE vuelva a levantar la bandera
de España; pero es pronto aún, dada la confusión que reina en la cabeza de
sus dirigentes, para asegurar que este partido sabrá sacar las consecuencias
en el supuesto de que obtenga la mayoría absoluta que persigue.
157
simplemente en nombre de la precisión, porque ni «autonomía», ni
«nacionalidad», ni «solidaridad», son términos que los padres de la patria
hubieran tenido a bien definir. Más bien, los «sobreentendían», los «daban por
supuestos». Lo que quiere decir que cada cual lo estaba entendiendo a su
manera.
158
cuando, a lo largo del desarrollo de los Estatutos de las «Autonomías
históricas», se ha llegado a exigir, como condición para acceder a la condición
de funcionario, el dominio de las lenguas vernáculas, porque esta exigencia
está en contradicción con la norma 139.2, según la cual «ninguna autoridad
podrá adoptar medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de
circulación y establecimiento de las personas». Si estos obstáculos se supone
que no pueden ser levantados ante las personas que no son funcionarios,
¿cómo levantarlos ante los propios funcionarios?
159
para los españoles, en el ámbito de su territorio. Pero no es suficiente cuando,
para ser profesor de Matemáticas o de Historia, en Galicia, País Vasco,
Cataluña o Valencia, un ciudadano de Ávila tenga, además, que dominar la
lengua autonómica. Bastaría precisar el punto 2 del artículo 3, en el sentido
siguiente: «las demás lenguas españolas serán también oficiales en las
respectivas Comunidades Autonómicas, de acuerdo con sus estatutos, que
habrán de reconocer el carácter suficiente y necesario de la lengua oficial
común» (no les vendría mal a los señores parlamentarios españoles echar un
vistazo al libro de Santiago González-Varas, España no es diferente, Tecnos,
Madrid 2002).
En esta misma línea sería necesario precisar el artículo 44.1, cuya actual
redacción es totalmente insuficiente si no se explicitan supuestos que el
artículo da, sin duda, por sobreentendidos: «los poderes públicos promoverán y
tutelarán el acceso a la cultura a la que todos tienen derecho». ¿Qué puede
querer decir «acceso a la cultura»? ¿a la cultura azteca o islámica? ¿a la
cultura euskérica, a la catalana o a la castellana? ¿acaso a una cultura
cosmopolita? Bastaría sustituir el término cultura por el término «educación»;
aunque con ello tampoco quedarían resueltas las dificultades en el momento de
fijar los contenidos, pero, por lo menos, neutralizaríamos la contaminación que
el término «cultura» recibe de la doctrina de las culturas nacionales y de los
Estados de cultura que excogitó Juan Teófilo Fichte. En cualquier caso parece
evidente que los contenidos de una educación a la que todos los españoles
tienen derecho tendrá que ver con los contenidos comunes, y no sólo con la
lengua en la que se enseñan. Y entre estos contenidos comunes habrá que
contar, además de los contenidos tomados de las «ciencias comunes a todos
los pueblos» (Matemáticas, Física, Biología...), los contenidos tomados de las
«ciencias propias de cada pueblo». En nuestro caso, la Historia común de
España. Es imposible mantener la unidad indivisible de España prevista por el
artículo 2 sin una educación común en aquello que afecta a una unidad
histórica y social que existe antes de la proclamación de la propia Constitución.
¿Qué quisieron dar a entender con esto los redactores del artículo? ¿Exigir
a los partidos democráticos comportamientos procedimentalmente
democráticos en cuanto al sistema de elección e sus dirigentes? ¿Acaso
quedaría excluido por ello un partido que decidiera elegir a sus dirigentes por
sorteo? ¿Y qué criterios habrán de aplicarse para considerar a un partido
político como antidemocrático y, en consecuencia, para deslegalizarlo?
161
taxonómicos, buscan destruir la realidad de la democracia concreta que
tomamos como referencia. Un individuo del PNV, del ERC o del BNG, que
manifiesta su condición de demócrata (en el sentido taxonómico) puede ser
enemigo jurado de la democracia española si entre sus objetivos figura la
separación del País Vasco, de Cataluña o de Galicia de España; porque con
esta separación la democracia española concreta y realmente existente,
quedaría destruida. Que el individuo en cuestión siga considerándose
demócrata «pensando» en una nueva sociedad política resultante de la
secesión con España, muy poco puede interesar a quienes permanezcan fieles
a la democracia española real. El hecho de ser elemento de una subclase de
una clase común no asegura que los elementos o las subclases puedan ser
compatibles entre sí: cristianos y musulmanes, por el hecho de ser subclases
de la clase de las «religiones monoteístas», no son compatibles entre sí. Ni los
soldados del ejército francés de la I y II Guerra Mundial, por el hecho de ser
elementos de la misma clase «soldados», de la que también formaban parte los
soldados del ejército alemán, dejaban de ser enemigos entre sí. No hace falta ir
a buscar a los enemigos de la democracia española entre los militantes de un
partido fascista. Los verdaderos enemigos de la constitución española de 1978
son los militantes de los partidos secesionistas, aunque ellos se consideren (o
sean considerados por los partidos políticos españoles) como demócratas en
sentido taxonómico.
Por último nos parece también necesario reformar el artículo 15, mediante
la eliminación de la cláusula: «Queda abolida la pena de muerte», y esto aún a
162
sabiendas de que este esbozo de proyecto de reforma es todavía más inviable
que los esbozos que hemos presentado anteriormente, dada la ideología que
se ha ido creando, por inducción de la ideología alemana y de la Constitución
de Bonn. Sin embargo, esta reforma será considerada como ineludible por
todos aquellos que vean la imposibilidad de una sociedad democrática «en
serio» (y no efectos de darse unas «reglas del juego» más o menos
convencionales) sin la institución de la ejecución capital. Si una democracia va
en serio, no podrá permitir todo a los ciudadanos, ni menos aún los crímenes
horrendos. Y sólo mediante la ejecución capital es posible trazar un límite
positivo de lo que está permitido y de lo que no está permitido, de lo que es
compatible con la sociedad democrática y de lo que es inadmisible, porque
inadmisible es reconocer siquiera la posibilidad de que un miembro de esa
sociedad pueda seguir siendo considerado persona y rehabilitarse para su
ulterior inserción social después de haber cometido el crimen horrendo.
Dejamos para otra ocasión el análisis de algunas prácticas que han
conducido a un desvío progresivo de determinados artículos de la Constitución,
sin que sus «guardianes» lo hayan siquiera denunciado. Podríamos hablar aquí
de reformas de la Constitución que han tenido lugar en el terreno de los
hechos, y que son ya prácticamente irreversibles, si mantenemos las
coordenadas actuales del «Estado de las Autonomías». Bastaría citar el
artículo 30, relativo a las «Obligaciones militares de los españoles». La
liquidación del ejército de reemplazo (liquidación inspirada por una, a nuestro
juicio, ridícula ideología pacifista y antimilitarista, de inspiración ética, y no
política, que dio beligerancia a la denominada «objeción de conciencia») y su
sustitución por un ejército profesional, ha reducido a cero esas «obligaciones
militares» del artículo 30 y ha dejado a España en una situación de lamentable
desproporción entre el rango que como Potencia económica y política ha
conseguido alcanzar, y su nivel militar, propio de un Estado subdesarrollado.
163
Y mientras tanto, ETA seguirá masacrando a los españoles, y nuestros
representantes parlamentarios, ignorantes de la diferencia entre democracia
abstracta-taxonómica y democracia concreta, seguirán reconociendo como
demócratas a los partidos secesionistas, bajo la suposición, primero, de que
ellos no son «violentos», ni tienen conexiones con el terrorismo (y, si la tienen,
los jueces, hasta ahora, no alcanzan a probarlas) y, segundo, que los
atentados terroristas de ETA son antes atentados contra los derechos humanos
que contra España.
Nota final
España, 11-M-2004
Octubre de 1934
Gustavo Bueno
164
Algunas consideraciones sobre el setenta aniversario
del frustrado levantamiento contra la II República en Asturias
Todos los años, pero sobre todo cada diez, a partir de Octubre de 1934, se
conmemoran los «hechos» que tuvieron lugar en España y, muy singularmente,
en Asturias. Todavía viven muchos de quienes intervinieron como agentes,
como pacientes o como simples espectadores en aquellos hechos. Todos, o
casi todos, recuerdan los hechos y sus testimonios suelen ser muy apreciados
como «ejercicios» de la llamada memoria histórica.
165
documentos nuevos, siempre seleccionados, las posiciones respectivas no
suelen moverse ni un milímetro. Parece que el diálogo sirve casi siempre más
que para remover al interlocutor, para reafirmarle en sus posturas. Las
tergiversaciones están además a la orden del día, y están movidas por
ideologías fáciles de determinar.
166
Quien mantiene determinadas coordenadas puede pretender (y tendrá que
demostrarlo si puede) que las mantiene como plataforma sólida o verdadera.
Por ejemplo, quien presupone que la democracia parlamentaria española, tal
como se concreta en la Constitución de 1978, es una plataforma firme y
verdadera, acaso la única, para reconstruir la historia de España del siglo XX,
tendrá que interpretar Octubre del 34 como un conjunto de acontecimientos
profundamente antidemocráticos (al menos procedimentalmente), aunque se
suponga que se dirigieran a lograr la justicia social. Por el contrario
quienes recuerdan o buscan «recuperar la memoria histórica» de Octubre del
34 en términos épicos o líricos (se proyecta levantar barricadas, marchas,
estallidos pirotécnicos, &c., en Gijón o en Mieres durante los días de Octubre
de 2004 homólogos a los del 34) difícilmente podrán mantener su interpretación
desde las coordenadas de la democracia y del Estado de derecho (en la
práctica, ni el PSOE actual ni el PP han manifestado su deseo de colaborar en
estos proyectos, excogitados por organizaciones políticas y culturales que,
durante la primavera de 2003, se manifestaron desde el pacifismo más extremo
–«¡No a la guerra!» «¡Paz!» «¡Diálogo!»– como la Fundación Juan Muñiz
Zapico –de CC.OO.–, el Ateneo Obrero de Gijón, Lliberación, PCA, IU, Bloque
por Asturias, Sociedad Cultural Gijonesa, JCA, el foro Arte Ciudad y la
fundación Horacio Fernández Inguanzo).
Otros van más lejos: aunque reconocen, casi como un defecto político, el
carácter utópico y romántico de Octubre del 34, terminan «justificándolo» no
por sus principios, métodos o causas, sino por sus efectos. Es el caso de
Santiago Carrillo:
167
participación en la II Guerra Mundial.» (Santiago
Carrillo, Memorias, Planeta, Barcelona 1993, pág. 112).
Siempre se le podría decir a Santiago Carrillo que el desencadenamiento
de futuribles que él despliega, digno de la más sutil ciencia media, tal como la
concibió el padre Molina, no es otra cosa sino un consuelo, más o menos
ingenioso (tanto más ingenioso cuanto más fantástico) para justificar a
posteriori su intervención en los acontecimientos, aún reconociendo (y de un
modo no muy consecuente, por tanto) su fracaso.
***
168
defensa de la República, aunque nuestros procedimientos no fuesen
formalmente democráticos»). Sin embargo, la definición de Octubre de 1934
como el inicio de una batalla y, por tanto, de una guerra antifascista, de
intención puramente apotropaica, orientada a defender el orden constitucional,
gravemente amenazado, me parece a todas luces insuficiente y errónea. No da
cuenta ni siquiera de la terminología que utilizaron sus agentes: «Revolución
social», «Comuna asturiana», &c. Si no todos, un gran sector de sus dirigentes
(el llamado «grupo bolchevique», Largo Caballero, el «Lenin español»,
Araquistain, &c.) tenían en la cabeza el modelo del Octubre rojo de hacía poco
más de quince años. Y muchos cronistas e historiadores de Octubre de 1934,
que en las décadas aniversario anteriores a 1978, y todavía en la
conmemoración de 1984, asumían la perspectiva del relato épico, hablando de
«la Batalla de Campomanes» y de «la Batalla de Oviedo». Dicho de otro modo,
entendían la «Huelga revolucionaria» como el principio de una guerra ofensiva
contra la II República, en cuanto república burguesa, que había que desbordar.
169
Probablemente, al menos desde la perspectiva del Estado de Derecho...
7. ¿Qué consiguió?
10. ¿En qué lado cree que habría estado usted de encontrarse en ese
momento histórico?
170
situase en aquel momento histórico con todos esos saberes relativos a su
posterioridad. Pero si pongo entre paréntesis estos saberes, ya no podré decir
que era yo, un niño de diez años entonces, «quien me encontraba en aquel
momento».
171
OTAN («¡De entrada, No!») y por el estado de bienestar en creciente, se hizo
más pacifista, pactista, liberal en las costumbres laicas, y aún «libertaria» (en
palabras del Zapatero incipiente). Sin dejar de hacer lo que pudo en Kosovo y
antes aún en otros lugares más próximos a la memoria histórica (el GAL, por
ejemplo).
Lo cierto es que, a lo largo del siglo XX, la mayor parte de la farándula
europea (Cabaret, Brecht, La Barraca, &c.) se había ido polarizando hacia la
izquierda, en sus versiones divagantes o extravagantes. En España, ya en la
Guerra Civil, comenzó a presentarse bajo el rótulo «Intelectuales y Artistas».
Siguió actuando la farándula contra el franquismo («Libre como el viento») y,
en los años últimos, fueron incorporándose a ella algunas corrientes afines
(entre los «intelectuales»: periodistas, profesores de derecho internacional o de
historia contemporánea, algún que otro diplomático, clérigos anticlericales,
presentadores de televisión, tertulianos, &c.; entre los «artistas»: músicos,
directores de cine, cantantes, residuos de la movida madrileña, actores,
diseñadores, &c.).
Pero las cosas habían cambiado. Desde Europa el 11S quedaba cada vez
más lejos, y cada vez más cerca el petróleo de Irak y la necesidad sentida por
Francia y Alemania por controlarlo, al margen de Estados Unidos. España
había decidido comprometerse con los Estados Unidos en el mantenimiento del
orden internacional establecido; esperaba, no sin fundamento, que si se
comprometieran también otros Estados europeos, el control del Irak –de su
petróleo– y del terrorismo islámico podría conseguirse plenamente.
172
predicaba la Paz, la Humanidad, a través de la necesaria caída de Aznar y de
Bush.
La masacre del 11M servirá para derribar al gobierno del PP si los autores
han sido los musulmanes. Si hubiera sido ETA la masacre favorecería al
gobierno de Aznar. Hay que descubrir, por tanto, las pruebas, no buscando en
la dirección de ETA, sino en la dirección del terrorismo islámico, fuera
marroquí, fuera argelino, fuera iraquí: lo importante es que hubiera tenido algún
contacto con Al Qaeda, con el Irak.
173
Y cuando los socialdemócratas ya estuvieron seguros o casi seguros de
que esto había sido así, los intelectuales y artistas, la farándula, junto con los
dirigentes socialdemócratas, en lugar de preocuparse por las víctimas y dejar
para después de los funerales la cuestión de su autoría, lanzaron con toda
energía y prontitud la campaña del 12 y 13 de marzo, al grito de «¡Queremos
saber!».
«La derecha» había caído por fin en España. Muy pronto caería también la
«derecha republicana» en Estados Unidos. También allí el pueblo tenía que
obtener la victoria, a través de Kerry, el demócrata, en las elecciones del otoño.
También los norteamericanos «querían saber» (lo que ya sabían): que no se
habían encontrado armas de destrucción masiva, olvidando que ninguno lo
sabía cuando comenzó la guerra del Irak. Bush, hombre basto, casi analfabeto,
reaccionario, estúpido... –daba por supuesto la farándula– debía caer ante la
justicia popular, expresada en las urnas democráticas, como antes había caído
Aznar, tras la masacre.
174
envían corresponsales especiales; durante días enteros se nos informa, minuto
a minuto, de los incidentes electorales; la expectación crece. La mayoría de los
intelectuales y artistas, españoles y norteamericanos (ahora sobre todo en la
sección de asesores, tertulianos o periodistas), confía plenamente en la caída
de Bush y en el triunfo de la Democracia (suponían, por tanto, que Bush no era
demócrata). «Se han inscrito varios millones más de electores»: la noticia se
comenta de inmediato en las pantallas. Los nuevos electores, probablemente
gente joven y progresista, darán el triunfo a Kerry.
175
por tanto que la España renovada tras la masacre del 11M podría volver a
reconciliarse con el pueblo y el gobierno norteamericano.
Pero llega el martes negro. Bush resulta victorioso, por un margen popular
de cuatro millones de votos. La ideología socialdemócrata y la ideología de la
farándula se derrumban.
Y no importa aquí tanto subrayar las consecuencias que ello pudiera tener
en la política real posterior a la reelección de Bush, y al éxito de las medidas
tendentes a acortar el abismo abierto entre España y el gobierno reforzado de
Bush. Puede suponerse que, sin perjuicio de todo lo ocurrido en las elecciones
de Marzo o de Noviembre, lo más probable es que las aguas desbordadas
vuelvan a sus cauces, que todo pueda seguir igual, o incluso mejor.
Pues ocurre que esta ideología, incluso cuando las aguas van volviendo a
sus cauces, se mantiene como si fuese impermeable a los sucesos ocurridos.
Puede afirmarse que las reacciones de estos intelectuales se orienta a digerir
estos sucesos, pero de modo tal que la textura de su ideología permanezca
invariante.
Olvidando, en lo posible, lo que se había dicho hasta unas horas antes del
escrutinio, los «intelectuales» se entregarán a la tarea de explicar las causas
del fracaso electoral de los demócratas. Pero, por supuesto, estas causas no
podrán buscarse en el terreno político (desde luego, en el terreno de la misma
democracia procedimental), sino en otros terrenos, que los «analistas» creen
político, pero que en realidad es un terreno psicológico, sociológico o religioso.
Allí irán a buscar la explicación del cataclismo; y no por azar, sino porque no
quieren ir a buscarla en el terreno político, sea porque no necesitan explicación
(porque no «quieren saber nada» en este terreno), sea porque la temen. Pero
las explicaciones extrapolíticas (las que se apoyan en el terreno de la
176
psicología, de la sociología o de la religión) amenazan rasgar ellas mismas el
tejido ideológico de los intelectuales, aunque ellos ni siquiera se den cuenta.
Por ejemplo:
Unos alegarán que la razón del resultado electoral estriba en que los
«roles» (como dicen los intelectuales) o papeles (psicológicos) de Kerry y Bush
han estado cambiados: Kerry es liberal y progresista, pero la imagen que
ofrece es distante, taciturna y elitista; Bush es reaccionario, basto, pero ofrece
una imagen juvenil, próxima, simpática. Por ello «el pueblo norteamericano»
votó a Bush y no a Kerry.
177
este voto, se dirá, es democrático sólo en la superficie, pero no lo es
profundamente. ¿Donde está la línea divisoria? En realidad, este tipo de
explicación sólo puede fundarse en una tautología: sólo hay democracia
cuando el electorado vota a un candidato sabiendo lo que quiere, es decir: el
Pueblo debe saber lo que quiere el candidato («¡queremos saber!»), y el
candidato lo que quiere el Pueblo. Para lo cual el candidato (o el Partido)
deberá comenzar por educar al electorado, y de este modo podrá esperarse la
perfecta comunicación entre ambos, entre los políticos y el pueblo.
Más aún, si siguen esta regla, debieran concluir que cuando un candidato
llega al Pueblo, aunque sea poniendo previamente su mano en el corazón, es
porque en realidad la está poniendo en el corazón del electorado, porque logra
engranar con él, con su voluntad.
Es decir, debieran concluir que los que votaron a Bush, y en particular los
menos letrados, sabían perfectamente lo que querían, como sabían lo que
querían los fascistas italianos que empujaron a Mussolini hacia la marcha sobre
Roma, o los nazis alemanes que encumbraron a Hitler. Otra cosa es que,
pasados los años, después de la derrota, rectificaran, aunque sin reconocer su
error, es decir, imputándoselo a aquéllos a los que habían elegido.
No fueron embaucados: los millones de votantes norteamericanos que
votaron a Bush sabían lo que querían, y además lo sabían en términos
políticos. ¿Y qué es lo que querían? Querían un Comandante en Jefe que
mantuviese el orden internacional representado por la nación en la que ellos
vivían orgullosos, en el Imperio. Y acaso querían esto precisamente porque no
habían viajado demasiado, y no habían tenido ocasión de internarse en la
nebulosa ideológica de los demócratas precisamente más viajados (y más
viajados a costa, por cierto, de la política real, que no era propiamente
pacifista). Dicho de otro modo: los que votaron a Bush son totalmente
responsables, como lo fueron también quienes auparon a Mussolini o votaron a
Hitler (Mussolini o Hitler ofrecían lo que los italianos y los alemanes querían:
otra cosa es que más adelante, tras la derrota, y solamente por
ella, comenzasen a rectificar y llegasen incluso a colgar a Mussolini cabeza
abajo, después de asesinarle, antes de que este pudiera haberse suicidado,
como lo hizo Hitler).
178
Otros recurrirán al concepto de «voto del miedo»: Bush habría asustado,
durante la campaña, a su pueblo con el terrorismo, y el pueblo le habría elegido
víctima de ese terror. ¿Qué género de electorado sería ese que se deja
intimidar, cuando el miedo no tuviera causa y fuera puramente psicológico?
Porque si el miedo fuese fundado, y no sólo creado por un charlatán, ¿acaso el
voto del miedo no estaría justificado democráticamente? Pues sería
precisamente el voto del miedo de quienes quieren salvar la democracia de
atentados que ponen en peligro su propia existencia, como la pusieron en el
11S. Lo que no sería justificable en una democracia, sino simple imprudencia,
es, confiando en la celestial armonía preestablecida entre las democracias, y
aún entre las sociedades no democráticas, sería no tener miedo ante un peligro
inminente, hasta el punto de no hacer nada para prevenirlo (incluso mediante
una guerra preventiva).
Todos saben, incluso los más iletrados, que los marines norteamericanos
están distribuidos por toda la Tierra. Todos saben, y por supuesto también los
demócratas (la farándula acaso ni siquiera sabe esto: harto tiene con mirarse al
espejo), que su bienestar depende de su condición hegemónica. Están
orgullosos de ella. Pero los republicanos tienen un patriotismo vivo, fundado en
la historia y en su propio poder. Y han sentido el ataque del 11S en el centro
mismo del Imperio como un ataque a su propia existencia. Saben que su poder
se funda en el control sobre los enemigos y en la ayuda de los amigos; entre
otras cosas, y muy principalmente, en el control del petróleo.
179
socialdemócratas también, proceden como si no quisieran saberlo, y prefieren
pensar en que sus automóviles, sus autopistas, sus aviones, sus instrumentos
musicales, no tienen nada que ver con el petróleo.
Lo que hubiera habido que explicar sería por qué la mayoría del pueblo
norteamericanos no hubiera votado a Bush. Pero el pueblo norteamericano
votó a Bush por razones políticas internas a su Imperio. Y estas razones deben
ser apreciadas, aunque no sean las nuestras, para entender, políticamente, lo
que ha ocurrido. Bush ha dicho a los norteamericanos que tras las elecciones,
y con la unión de todos, Norteamérica, el Imperio, no tiene límites. Esto es
precisamente lo que la mayoría del electorado norteamericano quería
saber; esto es lo que los socialdemócratas y la farándula no pueden reconocer,
aún cuando quieren seguir viviendo en su mismo terreno.
Pero ni la ideología de la farándula española, ni la de los intelectuales
socialdemócratas, se moverá por ello. Sigue presionando en ellos la memoria
histórica: «No nos moverán.» Los intelectuales y artistas tienen abierto todo el
campo de la psicología, de la religión, de la libertad, del humanismo, para
buscar y encontrar alimento inagotable para sus viscosas divagaciones. Cuya
única limitación está en la posibilidad de que el suministro de petróleo no esté
asegurado por las compañías capitalistas y por los gobiernos, que las
coordinan, aunque sean republicanos.
180
Hemos pretendido mostrar que el interés partidista inusitado que la España
de Zapatero, a través de los medios de comunicación, mostró por las
elecciones de Estados Unidos en 2004, no se debe, desde luego, a la mera
curiosidad o expectativa de lo que ocurre en un Imperio cuya influencia se
extiende a toda la Tierra; ni tampoco en el interés que España, que se había
distanciado simbólicamente de Bush, podría tener, tras la victoria de Kerry, en
una nueva y cómoda situación para reanudar las relaciones de amistad
deterioradas, porque esta reanudación tendría que producirse de cualquier
modo. El interés principal no habría brotado tampoco del afán de establecer
paralelismos, sino de la necesidad –esta es nuestra hipótesis– de justificar o
corroborar la legitimación de la victoria, inesperada también, que el PSOE
obtuvo el 14 de marzo.
Tratado o Constitución
Gustavo Bueno
Consideraciones en vísperas del referéndum en España del
«Tratado por el que se establece una Constitución para Europa»
181
propaganda partidista– en los últimas días (ni siquiera en las últimas semanas).
No ha habido tiempo para más: es el primer referéndum que se lleva a cabo
entre los veinticinco miembros de la UE. Una fecha precipitada, según muchos,
como si hubiera estado calculada para evitar debates más amplios. En este
rasguño, más que entrar en el debate político en torno a los artículos del texto,
queremos atenernos a algunos aspectos de la «redacción» de estos artículos.
Esta es la razón principal por la cual en los mítines los partidarios del «sí
con la boca grande» –los dirigentes socialistas sobre todo, que buscan
congraciarse con Alemania y Francia, sus aliados ante la guerra del Irak– no
entran en el debate. Simplemente dan por supuesto, como un axioma (como un
dogma) que «Europa» es el único proyecto que puede darnos el bienestar y la
seguridad; más aún: que «Europa» (sin necesidad siquiera de pensar en
España) es un proyecto por sí mismo «hermoso e ilusionante» (sic). Se pide el
Sí como opción indiscutible para cualquier ciudadano «progresista» y de
«izquierdas». Este ciudadano –suponen los dirigentes socialdemócratas y
algunos otros– no sólo es europeo («como lo es la derecha, aunque sea
reaccionaria y aunque no lo quiera»), es también europeísta. Y con el término
«europeísta» quiere darse a entender la visión de Europa como un proyecto
sublime, hermoso e ilusionante, frente a la visión distante de Europa (distante
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ya sea por motivos históricos, o por motivos antropológicos o culturales). Sin
embargo el verdadero significado práctico de este europeísmo no es
ese. Europeísta es el que quiere integrarse en la Unión Europea (que, por
cierto, no incluye a todos los países europeos); más aún, europeísta es quien
quiere integrarse en la Unión incluso saltando por encima de los perjuicios que
esa integración pudiera acarrear a España (perjuicios que el europeísta, si llega
a reconocerlos, interpretará como pasajeros, como pequeños males
necesarios).
Con esta estrategia se pide el principio que se quiere demostrar: que
el Sí es hermoso y beneficioso, al menos a largo plazo, a un plazo largo que el
europeísta, dotado de ciencia media, finge ya conocer. El No, en cambio –
supone el europeísta, aunque se declare demócrata (y decimos esto porque el
más importante europeísta del siglo XX fue Adolfo Hitler)–, es catastrófico y
regresivo, antiprogresista, reaccionario, intolerable. Y esto dicho cuando es
evidente que un No mayoritario, si se diera, carecería de efectos apreciables,
puesto que nada haría cambiar de momento nuestra situación: España
continuaría dentro de las directrices de Maastricht y de Niza. El Tratado que
establece la Constitución se paralizaría, y se daría opción a proyectar la
construcción de otro mejor, al menos para España (aunque no fuera mejor para
Alemania o para Francia). Pues lo que nos parece evidente es que el Sí dejaría
a los españoles peor de lo que estaban en Niza, es decir, nos haría perder la
situación relativamente ventajosa en la que nos encontramos ahora todavía;
por lo que, en cualquier caso, podría afirmarse que es prudente un No, aunque
fuera a modo de interdicto, un No que no necesitaría ni siquiera estar orientado
hacia la destrucción de la UE, sino a la paralización de su construcción en el
sentido en el que se orienta el Proyecto, y que, nos parece, es perjudicial para
España (en relación con Maastricht y Niza).
El análisis de las palabras utilizadas por los redactores del texto que nos
ocupa arroja resultados lamentables en lo que se refiere a la claridad y
distinción de los conceptos o Ideas que tras esas palabras cabe descubrir. Sólo
unas muestras para indicar por donde podría ir el análisis.
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este término, desprendido por Pedro Leroux, a principios del siglo XIX, de su
estirpe jurídica, para sustituir a los términos «caridad» y «fraternidad». Que
sepa también que «solidaridad», como término utilizado sin parámetros, carece
de sentido, porque encierra significados contradictorios; que sepa también que
«solidaridad» no se opone a «insolidaridad», sino a otra solidaridad (la
«solidaridad obrera» se opone a la «solidaridad patronal»). Que sepa que la
solidaridad es siempre contra alguien (contra otras solidaridades), y por ello,
que el término «solidaridad» puede tener a veces un sentido ético y utópico,
otras veces un sentido moral o de grupo (la «solidaridad de los cuarenta
ladrones») y otras veces un sentido político militar (por ejemplo la «cláusula de
solidaridad» del artículo 329). La «solidaridad europea» debe ser definida
contra terceros, porque si se toma en un sentido ético, estaríamos ante una
mera redundancia de la Declaración de los Derechos Humanos. En resumen:
cuando vemos a estos redactores víctimas del desconocimiento de la
estructura de una Idea tan común como lo es la Idea de Solidaridad, la
desconfianza que ellos nos provocan es muy grande. ¿O es que temen aclarar
que la solidaridad de los europeos (de los europeístas) es una solidaridad
contra terceros que no conviene nombrar? ¿Pero cuáles son estos terceros?
¿Los emigrantes islámicos, ortodoxos o hispanoamericanos? ¿Los yankis?
¿Los chinos? ¿O es que creen en la solidaridad de todos los hombres en el
ámbito de una paz universal? Pero esta creencia, aunque fuese verdadera,
sería metafísica, es decir, quedaría fuera de los horizontes de un documento
político.
¿Y cuando hablan de «valores»? Hay que suponer que los redactores, que
pertenecen a una elite de europeístas cultos (que habrán leído a Max Scheler o
a Nikolai Hartmann) saben que los valores se oponen a otros valores; que los
valores están en conflicto; que los valores son concretos y no abstractos: la
«familia», en general, ¿es un valor o es un contravalor? Del artículo 69 parece
desprenderse que es un valor. Pero si es un valor habrá que determinar si se
trata de la familia monógama (en cuanto se opone a la familia polígama, o a la
poliándrica, o a la homosexual). Pero los redactores no quieren entrar en
detalles. Es decir, no dicen nada. Buscan la oscuridad y la confusión.
Y lo mismo ocurre con los valores religiosos. ¿Es que puede decirse hoy
sin más que la religión es un valor? En todo caso, ¿de qué valores religiosos
están hablando? ¿De los valores cristianos, de los judíos, de los islámicos, de
los jainistas, de los budistas, de los brahmanistas? Hablar de la «herencia
religiosa de Europa», ¿no es un puro acto oscurantista? ¿Creen los redactores
que el genérico «herencia religiosa» resuelve prudentemente el conflicto entre
los valores religiosos propios de las distintas confesiones? Pero no lo resuelve,
porque se limita a ocultar este conflicto, o a dar por supuesto que la UE
decidirá en su momento –una vez que los turcos, o los millones de inmigrantes
musulmanes de Alemania, Francia, Inglaterra o España, reciban
distributivamente la carta de ciudadanía europea– promover los valores
islámicos, subvencionar la educación musulmana, la constitución de mezquitas
y todo lo demás, y tanto en una orientación chiíta como en una orientación
sunita. Como si la única forma de lograr evitar en un futuro próximo los
conflictos entre los valores religiosos pudiera encontrarse en un lugar distinto al
de aquel desde el cual pueda llegarse a la consideración de la religión como un
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contravalor. Y no sólo refiriéndonos a las religiones positivas (en el sentido de
la alegoría de los tres anillos de Lessing) sino también a la misma «religión
natural» (que es la que Lessing tenía en su cabeza, y que es compatible con el
laicismo).
La redacción del texto hace pensar que el único valor europeo (europeísta)
de cuasiconsenso es el euro, enfrentado con los otros valores de la bolsa de
Francfort, de Wall Street o de Tokio. Efectivamente, los valores del euro son
valores decisivos para la Unión Europea, cuyo núcleo, tal como fue creado por
el Plan Marshall, fue siempre una unión aduanera, como lo sigue siendo, en la
medida en que ésta unión aduanera es la garantía de una fuerte democracia de
mercado pletórico, que hace posible un sostenible estado de bienestar, dentro
del orden capitalista. Lo cual estará muy bien, pero no necesita envolverse con
la Novena Sinfonía.
¿Y qué decir del artículo 70, que reconoce el derecho que toda persona
tiene a la libertad de pensamiento y de conciencia? ¿Quién es la Unión
Europea para reconocer el derecho a la libertad de pensamiento y de
conciencia? ¿Cómo podrá ser reconocido este derecho antes de que se
garantice que existe ese pensamiento y esa conciencia? ¿Acaso un
pensamiento, si es verdadero y científico, puede ser libre? El grado de
ingenuidad de los redactores llega aquí hasta los máximos. ¿No les hubiera
bastado, en efecto, con reconocer el derecho a la libertad de expresión del
pensamiento, supuesto que exista?
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«europeístas», sobre todo si son socialdemócratas –que han propugnado
siempre el principio de la Igualdad– debieran recordar en todo momento que
cuando se habla de asimetría, se habla, aunque sea de un modo oscurantista,
de desigualdad, porque la igualdad requiere simetría (además de transitividad y
reflexividad). Por tanto, cuando se reconoce en Europa un federalismo
asimétrico, de lo que se está hablando es de un reconocimiento de la
desigualdad entre los Estados europeos.
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europeos (manteniendo cada cual su soberanía) o unos Estados Unidos de
Europa, a la manera de los Estados Unidos de Norteamérica, es decir, un
Estado europeo? Un Estado que obligaría, por supuesto, a dimitir a los Jefes
de Estado actuales, incluidos el Rey de España, la Reina de Inglaterra y demás
monarquías reinantes descendientes del «suegro de Europa»). Un Estado
europeo, como sujeto, en cuanto tal Estado (no en cuanto asociación), debe
tener un asiento en la Asamblea General de las Naciones Unidas que sustituya
a las veinticinco sillas actuales.
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los Estados (ni siquiera a los partidos políticos), es decir, son parlamentarios
españoles, alemanes o franceses: no son «europeos». Si se quiere, son antes
españoles, franceses o alemanes que europeos, y no, en el momento de votar,
europeos antes que alemanes, franceses o españoles. De aquí que el peso de
cada ciudadano, en el sistema de las dobles mayorías, sea distinto según el
Estado al que pertenezca. Por ello el Parlamento europeo no es democrático,
ni siquiera procedimentalmente. Tan sólo es democrático si se atiende a la
mecánica de las urnas, pero no a la Ley electoral. Y otro tanto se diga del
Presidente de la Comisión, que tampoco es elegido por los ciudadanos
europeos.
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