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VII.

LOS ORADORES - BOWRA


Siempre fue algo muy propio de los griegos el hacer discursos. La elocuencia era indispensable al héroe homérico.
El desarrollo de las instituciones democráticas favoreció la oratoria, y todo hombre público tenía que persuadir
jurados y convencer a la asamblea del pueblo soberano. Los grandes políticos alcanzan renombre gracias a su
elocuencia, y sus palabras eran siempre recordadas con interés. De Temístocles sólo nos quedan algunas
sentencias sueltas y de Pericles podemos formarnos alguna idea por los discursos remodelados que Tucídides le
atribuye y por unas cuantas citas, pero estos no están en el canon de los auténticos oradores. La oratoria llegó
entre los griegos a ser un arte con reglas tan especiales, que sólo eran considerados como modelos los que a
ellas se sujetaban.
El desarrollo de la oratoria forma parte del movimiento Sofístico. En su afán por enseñar las artes políticas, los
sofistas inventaron y difundieron las teorías del habla en público. Aristóteles atribuye los primeros pasos a dos
sicilianos, Córax y Tisias, que se comprometían a enseñar a sus clientes el modo de ganar los pleitos jurídicos. Su
fama la superó Gorgias de Leontini, de quien solo conservamos un fragmento lleno de balanceos verbales,
antítesis, asonancias y aun consonancias (es difícil de seguir, pero impresionó al público de aquel tiempo).
Es posible que Gorgias influyera en Tucídides, y con él comienza la historia de la oratoria ática. En Atenas, la
oratoria desempeñaba una función peculiar, no solo bastaba con que el abogado tuviera facilidad de palabra,
sino que además debía seguir ciertas reglas de construcción y usar estilos diferentes según las distintas ocasiones.
Un discurso ante un tribunal constaba de 4 partes: prefacio, narración, prueba y epílogo; en un discurso político
podían ser 5 (añadiendo la invectiva), un discurso privado debía ser aprendido por el cliente para recitarlo el
mismo (coloquial y sencillo), uno frente a la Asamblea debe fundirse en un gran molde, los fúnebres deben ser
de tono poético, etc.
La antigua oratoria era diferente de la moderna por muchos conceptos. En los tribunales, los puntos legales no
importaban tanto como la buena presentación del caso. Esto llevaba sin remedio a dictar sentencias injustas y
ponía en primer plano las cualidades del orador, el cual podía lograr la absolución de su cliente mediante el solo
uso adecuado e ingenioso de las probabilidades (las argumentaciones sustituían a las pruebas).
Al lado de los grandes historiadores y filósofos, el espectáculo de los oradores resulta pobre. Los discursos que
nos han quedado están generalmente muy bien escritos, pues se ve que la construcción y el estilo eran objeto
de singular cuidado. En los grandes días de la oratoria, los oradores griegos eran imitados y admirados por todos.
Ellos requerían auditorios capaces de escuchar largos discursos y de dejarse sacudir por las emociones populares.
• El primer orador que sacó partido de la nueva educación sofística fue Antifón (480-410 a.C.). en el 411 a. C.,
quien contribuyó mucho al derrocamiento del sistema democrático en Atenas, y al año siguiente fue ejecutado
por traición. Tucídides admiraba su inteligencia y afirmó que su discurso en defensa propia era el mejor que haya
escrito un condenado a muerte. Lo poco que de él conservamos se divide en dos grupos. Uno lo forman tres
Tetralogías escritas como ejercicios teóricos sobre casos imaginarios (son unos discursos esquemáticos que
pueden desarrollarse según el caso a que se ofrezca aplicarlos, mostrando que la oratoria griega había codificado
sus normas desde muy temprano, por ejemplo, un mismo abogado podía defender ambos lados, por lo que se
le proporcionaban modelos para uno y para otro). Los otros discursos que conservamos son los tres referentes
a homicidios. El más interesante, Sobre el asesinato de Herodes, la defensa es tan astuta como excitante y, a falta
de mayores noticias, nos deja la impresión de que el acusado es inocente. El estilo es amanerado, y la influencia
de Gorgias se descubre en las antítesis que poco contribuyen a la argumentación.

• Otro personaje público es Andócides (440 - 390 a. C.). famoso durante el periodo de mutilación de las estatuas
de Hermes. Estaba muy comprometido con ello y proporciono informes, por lo que fue condenado al destierro.
En el 410 a. C., hizo un discurso Sobre su regreso, encaminado a obtener la restauración de sus derechos como
ciudadano; y años después tuvo que defenderse en su discurso Sobre los misterios, del cargo de haber concurrido
a los ritos de Eleusis cuando le estaba públicamente vedado el hacerlo. Con sencillez narrativa y un estilo llano.
Los críticos de la Antigüedad lo encontraban demasiado simple y no lo apreciaban mucho.
• Lisias fue escritor profesional de discursos que tuvo escasos contactos con los negocios públicos. Era abogado y
fue víctima de los Treinta Tiranos. A su modo, con un estilo de armonía y pureza, es maestro indiscutible de la
prosa ática, transforma el sencillo relato de un caso jurídico en un juego de emociones vivaces. Sus clientes tenían
que recitar por sí mismos los discursos, pero él tenía el buen sentido de adaptarse a sus condiciones respectivas,
logrando así impresionar siempre a los jurados (al no ser ateniense no podía pronunciar los discursos, pero sí
escribirlos). Nos acerca a las intimidades de un hogar ateniense, y en su discurso Sobre el asesinato de
Eratóstenes, logra un admirable melodrama entre hombres y mujeres vulgares. También escribió para ciertos
actos públicos, y de él se recuerda sobre todo cierta Oración fúnebre que anda bajo su nombre. El orador acude
constantemente a las inspiraciones de Pericles. El gran discurso público le venía algo grande.

• Iseo (420 -ca. 350 a. c), de quien sobreviven 11 discursos, todos referentes a testamentos y herencias disputadas,
un ramo difícil del derecho ateniense, complicado por intrincadas reglas de consanguinidad y por la general
ignorancia de los jurados. Uno de sus discursos de herencias disputadas es Sobre la fortuna de Hagnias. Como
Lisias, usaba el vocabulario corriente, toscas metáforas, y flaquea su gramática. No hace el menor esfuerzo para
adaptar su discurso a la condición del cliente, sino confía en tener argumentos sólidos. No poseía méritos como
escritor, de hecho, no se considera un orador, sino un litigante.

• Isócrates (463-338 a. c.). Practicó de joven la oratoria, pero su débil voz y nerviosismo le cerraron el camino,
dejando la práctica por la enseñanza. Como profesor no tenía rival. Sus escritos a menudo están consagrados a
la educación y al ejercicio de la política. A ambos terrenos trajo liberales contribuciones y puntos de vista de
notable coherencia. Tenía unas doctrinas concretas sobre el estilo, las ejemplificaba en sus obras y las inculcaba
en sus discípulos (no le gustaban los hiatos entre palabras, predominaban las combinaciones de consonantes y
repetición de la misma sílaba en palabras consecutivas, pocas veces usaba frases cortas). En su "panfleto" Contra
los sofistas señaló el error de la educación sofística, mostrando que sus absurdas promesas sólo servían para
hacer odioso el trabajo, y sus pretensiones de enseñar la verdad eran falsas. La construcción completa de su
teoría puede apreciarse en La Antídosis, en la que aboga por la importancia que ha de concederse a la cultura.
Su concepto de la educación es, como Platón, educar buenos ciudadanos. Sus teorías sobre la educación se
inspiraban en un ideal político (unidad griega). Quería ver a todos los griegos unidos contra los persas, y en su
Panegírico pide a Filipo que se haga cargo de esto. Las controversias de estos años febriles acabaron de dar a la
oratoria griega su molde clásico y aquí es donde conocemos a oradores como los siguientes:

• Licurgo (389-324 a.C.). escribe discursos patrióticos. Persiguió a todo aquel “traidor” que iba contra Filipo. El
único discurso que de él conservamos, Contra Leócrates, donde acusa a un hombre que huyó después de la
derrota de Queronea, y justifica el veredicto de los antiguos. La seguridad de la república está por encima de la
compasión. La apelación de Licurgo al patriotismo era muy ardiente, utiliza citas de Tirteo y de Homero,
afirmando que su absolución sería un atentado contra Atenas, pero el jurado acabó por irritarse ante las
hipérboles del orador y Leócrates fue absuelto por mayoría de un voto.

• Hipérides (389- 322 a. C.), sólo es conocido en fragmentos. Era un opositor implacable de Macedonia, y su política
lo arrastró a perseguir a Demóstenes y hacerlo desterrar. Sus discursos mejor preservados son el Contra
Atenógenes y una Oración fúnebre. El primero trata de un muchacho engañado y endeudado, y está compuesto
en un estilo fluido y gustoso que recuerda a Lisias. El otro es más formal y amanerado. El estilo de Hipérides era
muy estimado entre los antiguos y se lo consideraba como "el mejor de los no especialistas". Sabía variar su estilo
de muchos modos (formas coloquiales, metáforas atrevidas, frases largas y cortas, etc.). Es maestro en el
sarcasmo, y su agudeza e ingenio eran proverbiales.

Los representantes por excelencia de la oratoria fueron Demóstenes (384-323 a. c.) y Esquines (390-ca. 325 a.
c.) Ambos eran políticos y también litigantes, e influyeron con sus discursos en los acontecimientos de su tiempo.
Ambos eran de contrarios orígenes, caracteres contrarios, y seguían destinos opuestos. Esquines procedía de
familia humilde y empobrecida, Demóstenes venía de familia rica.
Demóstenes fue desterrado por acusación de soborno y se suicidó para no someterse a Antipatro. Se centró en
atacar el poder de Macedonia. La naturaleza no le dotó como buen orador, pero logró dominarla por su tenacidad
y constancia, y un fácil improvisador. Esquines relató el fracaso de la embajada que Demóstenes llevó ante Filipo,
donde el orador enmudeció sin remedio. Esquines aun con sus carencias se consagró a estudiar el arte oratorio
y a pulir sus discursos hasta dejados perfectos. Las improvisaciones le resultaban imposibles, tenía que llevarlo
todo bien preparado. De aquí que sus discursos sean piezas clásicas. Los discursos de Demóstenes pueden
clasificarse en tres clases: los destinados a causas privadas ante los tribunales (legales), los destinados a causas
públicas (legales-políticos) y los pronunciados ante la asamblea (políticos).
➢ Los privados son, por lo general, cortos y sencillos, no eran recitados por el propio Demóstenes, sino por
sus clientes. Sabe sacar partido de un caso apelando a los prejuicios étnicos o a los argumentos de
"probabilidad". Sus afirmaciones sobre puntos jurídicos pudiendo no ser imparciales, están siempre bien
calculadas para la mentalidad de los jurados.
➢ Los públicos son muy diferentes, no se ajusta a los cánones profesionales, sino que se entrega a sus
convicciones. En los siete discursos pronunciados, Demostenes demuestra acaso la plenitud de su tálenlo
oratorio. Las Filípicas y las Olintíacas, las oraciones Sobre la Paz y Sobre el Querscneso, tratan sobre el
avance de Macedonia. Cada discurso martillea sobre un solo problema o peligro nacional y sobre el modo
de afrontarlo. Contrapone la humillante actualidad ante las grandezas pasadas. La dificultad consistía
para él en persuadir a su auditorio de que el peligro era realmente grave, y cuando los hechos mismos
vinieron a demostrarlo así, se esforzó por hacer ver que no todo estaba perdido. En ambos casos,
conservó siempre su temple y su dignidad.
Estos discursos son lo mejor que nos ha dejado Demóstenes. Los inspira el más ardiente e indiscutible
patriotismo.
Los discursos Contra Androción, Contra Leptines, Contra Timócrates, Contra Aristócmtes y Contra Midas están
trazados en mayor escala y nos revelan otros aspectos de su personalidad y su arte. Se refieren a las
persecuciones contra hombres que habían presentado planes o ejecutado actos que implicaban consecuencias
de alcance público (por ejemplo, Midas era un adversario personal y político que literalmente abofeteó a
Demóstenes en una obra de teatro y por ese sacrilegio debía ser castigado, por ello redacta una lista de errores
anteriores de dicho hombre hasta tal punto que se pasa de la raya). Estas consecuencias, en la mayoría de los
casos, son políticas, y Demóstenes se lanza a la discusión con mayor violencia que en las arengas públicas.
El estilo de Demóstenes alcanza el máximo relieve en los dos discursos Por la Embajada y Por la Corona, frutos
de la hostilidad de Esquines, al cual había acusado de aceptar sobornos de Filipo, Demóstenes se encontró en
situación difícil, no había prueba de que Esquines hubiera recibido sobornos del enemigo, traicionando a Atenas.
Esquines le opuso una brillante respuesta, procurando ponerlo en ridículo y proclamando su propia inocencia, al
presentar como excusa la alegación de que Filipo lo había engañado y fue absuelto. En el 330 a. C., Demóstenes
replicó con su famosa oración Por la Corona, al discurso realizado por Esquines en contra de que fuera premiado
con una corona de oro, este se basó en sólidos fundamentos legales, pero incurrió en la torpeza de comenzar
atacando los actos pasados de Demóstenes y este le contestó dando su propia interpretación de estos
acontecimientos, y a su vez contraatacó a Esquines declarándolo miserable y traidor por naturaleza. Esquines
perdió y fue condenado a una multa, antes que ello prefirió el destierro. Ambos fueron antagonistas de igual
talla, Demóstenes tiene un humor rudo, aunque cambia de estilo no muda su tono, ritmo enfático y violento;
Esquines era un orador dotado de naturalidad, burlas y juegos de palabras felices, sentido de la comedia,
sarcasmo brioso, y conseguía llevar donde quisiera al público y variaba perfectamente su tono. Pero Demóstenes
llevaba la ventaja al tener una política patriótica.
En la última Antigüedad, Demóstenes disfrutó de gran reputación. En la Edad Helenística, y más tarde en Roma,
era el arquetipo del gran orador. Demóstenes arrastraba a las masas por su intensidad emocional y por la
especiosa hondura ele sus argumentos. Y aquellos aspectos que menos nos atraen en él, su estrechez, su
arrogancia, su ausencia de legítimo humorismo, su falta de gusto, más bien contribuían a la impresión general
de sinceridad y vigor. No puede negársele que haya poseído el secreto de persuadir.

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