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HIPOLITO YRIGOYEN MS
El hombre del misterio
Manuel Gálvez
Poeta, dramaturgo, ensayista,
sociólogo, novelista y biógrafo,
Manuel Gálvez nació en Paraná
el 18 de julio de 1882, en el seno
de una ilustre familia de Santa Fe.
Estudió derecho en Buenos Aires,
pero nunca ejerció la profesión.
En 1903 fundó la revista Ideas, que
fue el órgano de su generación,
y en 1907 publicó su primer libro
El enigma interior (versos).
Su primera novela, La maestra
normal (1914), fue considerada
como la mejor novela argentina
escrita hasta entonces, pero
probablemente, de sus obras,
es Nacha Regules, la que mayor
repercusión ha tenido: fue traducida
a 11 idiomas, tiene más de 17
ediciones extranjeras y 14 en español.
En 1928 fue nombrado miembro
correspondiente de la Real Academia
Española.
En 1930 fundó el Pen Club
de Buenos Aires y fue elegido
presidente; también sugirió al
Ministro de Instrucción Pública,
Guillermo Rothe, la idea de crear
la Academia Argentina de Letras,
de la que fue nombrado academico.
En 1932 obtuvo el Primer Premio
Nacional de Literatura por su novela
El general Quiroga; a partir de ese
momento, dedicó los siguientes diez
años a escribir sólo biografías.
Manuel Gálvez murió el 14 de
noviembre de 1962. Dejó 58 libros
publicados y 10 inéditos. Fue
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in 2022 with funding from
Kahle/Austin Foundation
https://archive.org/details/vidadehipolitoyrO000Ogalv
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN
EL HOMBRE DEL MISTERIO
Manuel Gálvez
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BLANCO
EDICIONES EL ELEFANTE BLANCO
ISBN: 987-9223-28-4
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una “china”, vale decir que corría por sus venas sangre indí-
gena. Su hijo Leandro le dijo a un amigo: “Mi padre tenía los
ojos azules y era rubio, pero mi madre era indígena”. Y pre-
guntada cierta vez una de sus nietas sobre el tipo de su abue-
la, contestó: “Mi abuela era una china”.
Pero una china buena moza, a pesar de sus cerdas, y que
tenía. una voz armoniosa y dulce. Alguien asegura que era
triste. Acaso lo que se juzga como tristeza no fuese sino la se-
riedad y el aire taimado y desconfiado de los indígenas cuya
sangre llevaba. Tomasa era abnegada. En cierta época -tal vez
en los días del sitio de Buenos Aires o después de la muerte
del marido- mantuvo a los suyos haciendo pastelitos y dulces
que su hijo Leandro, el futuro caudillo del radicalismo, lleva-
ba a vender a los hoteles, en una canastita. Le tocó en suerte
un marido inútil, que estuvo enfermo de la cabeza varias ve-
ces. Debió luchar contra las dificultades de dinero, porque a
la muerte de Leandro Antonio las deudas eran considerables.
Un escritor y político, amigo de su hijo, la ha declarado “una
madre de epopeya”.
Parecía que Tomasa iba a ser estéril. Más de cuatro años lle-
vaba de casada sin que se anunciase un hijo. Pero por fin el
anuncio vino, y un día de 1830 le nació una mujercita, a la que
llamaron Marcelina. Era la futura madre de Hipólito Yrigoyen.
¿Qué vieron los ojos de Marcelina durante los años de su
infancia y de su niñez? ¿Cómo vivió en aquella casa de la ca-
lle Federación? ¿Concurrió a la escuela? Nada hemos logrado
saber de su infancia, pero debió haber recibido alguna ins-
trucción. Por lo menos sabía leer y escribir, lo mismo que su
hermana Luisa, nacida dos años después. Y recordemos el lu-
jo del piano. Su posesión demostraba no sólo que hubo dine-
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN - EL HOMBRE DEL MISTERIO LJ
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III. Los años de aprendizaje
Los dos años que corren desde fines del 78 a fines del “80,
son los más turbulentos y trascendentales en la historia de
Buenos Aires.
Tejedor, que gobierna la provincia, aspira a la presidencia.
Entre sus rivales el más serio es el ministro de la guerra, el
general Roca, que en estos momentos comanda la expedición
al desierto, contra los indios. Asegúrase que el vencedor de
Santa Rosa, tucumano como el presidente y con arraigo en
Córdoba, será impuesto por Avellaneda y por los gobernado-
res de las provincias. En Buenos Aires -en la ciudad y en la
campaña- cuenta Roca con gran parte de los autonomistas.
A fines del 78, Del Valle y sus amigos, renunciantes del re-
publicanismo, han reingresado en el viejo partido de Adolfo
Alsina. Pero el nombre de la agrupación ha sido modificado.
Como ya no es un fenómeno local, y forma un todo con las
agrupaciones provinciales que sostendrán la candidatura de
Roca, llámase ahora Partido Autonomista Nacional. Alem e
Yrigoyen se incorporan también a este partido, meses más
tarde que Del Valle. Intransigentes, enemigos de las compo-
nendas y de los mitristas, sólo vuelven a unirse con sus ami-
gos después de muerta la conciliación. Tejedor la ha asesina-
do al dividir a los porteños en partidarios y adversarios de la
capitalización de Buenos Aires. Hasta entonces la ciudad ha
sido capital de la provincia y de la Nación. La provincia
“presta” su capital a las autoridades nacionales, para que en
ella residan, lo que ocasiona incesantes conflictos de jurisdic-
ción. Diversos proyectos trataron en vano de resolver la difi-
cultad. Tejedor, con sus actitudes agresivas, y contra su deseo,
precipita la solución del problema.
Encarnación del espíritu localista, enérgico y decidido, pe-
ro desorbitado y de mal carácter, Tejedor ha logrado excitar
al pueblo contra el gobierno nacional. En su mensaje de ma-
yo del 78, al tomar el mando, ha pronunciado palabras im-
prudentes, en las que renueva el viejo pleito de la “cuestión
Capital”. A fines del 78 forma un ejército. Avellaneda, en
agosto del “79, llama a Sarmiento al Ministerio del Interior. En
sus sesenta y nueve años, el viejo luchador está dispuesto una
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN - EL HOMBRE DEL MISTERIO 65
el político
existencia de ellos se argumentará contra el hombre,
un idealista
y el gobernante. ¡Cómo ha de ser un gran hombre,
Pero, ¿no los
y una buena persona el que tiene hijos naturales!
reconoció
tuvieron Sarmiento y Urquiza -el vencedor de Rosas
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ciento ocho hijos-, a quienes hemos levantado
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En épocas pasadas, en que había más moralidad y conci
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que ahora -y más respeto de la vida porque no
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control- era frecuente que los hombres, ilustres
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hijos fuera de la ley. Una moral estricta, relig
san-
puede condenar el amor irregular, del que solamente los
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tos están libres; pero entre el hijo y el procedim
vista.
cepcional es preferible el hijo, desde cualquier punto de
¿Por qué Yrigoyen, un sentimental, no se casa? Su fraca so,
no es explica-
cuando pretendió a aquella joven distinguida,
ción. No se casa porque sencillamente no puede casarse. No se
gente todo el
concibe al revolucionario, al político rodeado de
día, con una esposa a su lado. Su necesidad de ternura, su sole-
io. Pero
dad de reconcentrado, le hacen pensar en el matrimon
él no tiene otra pasión que la política y la salvación del país. Sa-
incom-
be que sus luchas futuras, su vida de campamento, son
patibles con el hogar. Imposible que él viva para una mujer y
para unos hijos. Él no vivirá sino para el partido y la Patria.
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VII. Las revoluciones del (93
ras son la puerta y una ventanita muy alta. Los presos se hie-
lan de frío. No hay camas. El aire es húmedo y pesado. Los
muros están cubiertos de salitre. Esa tarde les sirven una co-
mida inmunda. Al oscurecer, ven las enormes ratas que los
van a acompañar en aquella cueva. Tienen que dormir en
unas lonas llamadas “cois”, que, al modo de las hamacas,
se cuelgan de unos ganchos. Nadie duerme con el balanceo
de semejantes lechos. Las dos de la mañana los encuentra
en pie.
Así pasan varios días. El lavabo es una palangana de lata
para todos. La comida, un zoquete de carne, un guisote de
arroz con pedacitos de carne y una galleta. Les traen colcho-
nes, en los que han dormido los enfermos de fiebre amarilla.
Huelen tan asquerosamente que los presos los rechazan, y el
jefe del barco los hace echar al agua. Duermen envueltos en
unas mantas, en el suelo: y amanecen con las caras y las ma-
nos pintadas: las mantas se han desteñido. El suelo es un lo-
dazal. Algunos de los presos se enferman. Uno tiene fiebre
muy alta. Llegan más presos.
Estos hombres, sufridos, habituados algunos de ellos a las
privaciones, no pueden, sin embargo, soportar resignada-
mente aquella vida. Todos protestan a gritos. Unos insultan al
Presidente y al ministro del Interior, otros amenazan no se sa-
be a quién. Más de uno se queja doloridamente. Alguien se
acuerda de su mujer y de sus hijos, del hogar que parece tan
lejano, tan inaccesible. Un recién casado no oculta sus lágri-
mas. Todos, quien más quien menos, maldicen o se lamentan.
Sólo uno de ellos no dice nada. No se le oye una protesta ni
una queja. Soporta el hambre y las malas comidas, el aburri-
miento, la falta de aire y de luz, las noches sin dormir, la su-
ciedad intolerable, las ratas, los lamentos de sus compañeros.
Todo esto lo soporta como si fuesen cosas que han sucedido
porque tenían que suceder, porque no era posible evitarlas.
Este hombre estoico, sereno ante el padecimiento, es Hipólito
Yrigoyen. Pasa las horas en un rincón de aquella cueva, soli-
tario, grave, meditativo. Sólo en un momento este hombre ha
sufrido: al oír cómo los buques de la escuadra cañonean a las
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VIII. La tragedia de Leandro Alem
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IX. El dogma de la intransigencia
que llenan la doble plaza del Congreso, las azoteas, los balco-
nes, prorrumpen en una enorme algarabía de vítores y de
aplausos. Las mujeres desde los balcones saludan con sus pa-
ñuelos. Hay lágrimas en muchos ojos. Entre la emoción uná-
nime y la frenética gritería, va bajando la escalinata serena-
mente el nieto del fusilado de la Concepción, el ex comisario
de Balvanera, el desterrado del '93, el apóstol de la democra-
cia. ¡Nunca se ha visto un entusiasmo igual en Buenos Ares!
La multitud parece enloquecida: y cuando el Presidente llega
a la acera y sube a la carroza de gala, arrolla al cordón de
agentes de policía que la han contenido y rodea al carruaje.
Yrigoyen, en pie dentro del coche, con el vicepresidente y los
dos más altos jefes del Ejército y la Armada, saluda con la ca-
beza y con el brazo. Pero hay que partir, y la policía se dispo-
ne a abrir calle. Yrigoyen hace un gesto con la mano y da or-
den de que dejen libre a la multitud. El coche está rodeado
por el gentío clamoroso. De pronto, un grupo de entusiastas
desengancha los caballos y comienza a arrastrarlo. En las ce-
jas de Yrigoyen se marca una contracción de desagrado.
Quiere bajar de la carroza, pero la multitud no lo consiente.
El pueblo aprueba el acto fanático y todos los que están cerca
quieren tener la gloria de tirar del coche.
Se avanza muy lentamente, abriéndose camino como se
puede. Poco a poco se van agregando a la carroza algunos
modestos fieles de Yrigoyen, que se instalan en los estribos,
en los guardabarros, en la capota. Al entrar en la avenida de
Mayo, una gruesa columna popular de varios millares de
hombres la precede. Algunos llevan banderas argentinas o
tremolan banderitas. La escolta presidencial -un escuadrón
del Regimiento de Granaderos a Caballo-, rota por la multi-
tud en cien partes, ha quedado dispersa: un soldado va por
aquí, en medio del gentío a pie, y otro por allí. La formación
de las tropas en las calzadas, junto a las aceras, también ha si-
do rota en infinidad de lugares por la multitud, que se derra-
ma en la calle. Ahora, después del gran grupo de pueblo, vie-
nen varios automóviles con ocho o diez personas cada uno,
todas las cuales agitan banderitas en lo alto. Y por fin, la ca-
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN - EL HOMBRE DEL MISTERIO 233
verlas otra vez, qué nuevo libro han leído. A ellas también les
habla de la salvación del país, de los ideales y sufrimientos de
la humanidad, de Platón y sus grandes ideas, que parece co-
nocer bastante bien. Fino y amable, suele tener frases de gra-
ciosa adulación; así a una española que acaban de presentar-
le, le toma las manos, le dice que simpatiza grandemente con
su patria y agrega: “Tiene usted en sus ojos todos los soles de
España”. Ha tenido la pasión de las mujeres, aunque no una
pasión por una mujer, y esa característica empeora con los
años. Por esto, se conduce ante ellas como el conquistador
que ha inspirado, y seguirá inspirando aun en la vejez, doce-
nas de pasiones. En los años de la presidencia, algunos de
esos exaltados amores platónicos empiezan a convertirse en
un extraño culto.
Si a los hombres les pone la mano en el hombro o en el bra-
zo y les da golpecitos en la rodilla, a las mujeres las palmea,
les toca los hombros y les toma las manos. Si son jóvenes y
bonitas, les hace dar unos pasos para juzgarlas, buen conoce-
dor como es. Pero estas galanterías no responden al propósito
que sus enemigos le atribuyen. Las hace por simpatía huma-
na, con modo paternal. En esto, Yrigoyen tiene algo en común
con Jorge Sand. Si la gran escritora, por amor teórico a la hu-
manidad, se daba a todos los hombres, Hipólito Yrigoyen, por
amor teórico a la humanidad, acaricia paternalmente a las
mujeres. Ellas lo sienten como a un padre. Y salvo en las muy
raras veces en que se va a la aventura completa, esas ternuras
de viejo, que no son obscenas, como imaginan sus maliciosos
enemigos, tienen mucho de sentimental y espiritual,
tiene más arte para mantener las esperanzas ajenas. Por bon-
dad, y por conveniencia, no niega al que pide o al que aspira.
A un diputado y ex concejal, caudillejo semianalfabeto que le
pide lo designe Intendente de Buenos Aires, “usted es el hom-
bre” le dice, pero agrega: “Espérese; ¿qué hago sin usted en la
Cámara? Y como al caudillejo, al que consuela de la intenden-
cia inalcanzable con su falso elogio y con la vaga esperanza
-tal vez de la presidencia de la Cámara- que hay en sus pala-
bras, a otro, un aspirante a diputado provincial, a quien él no
quiere ver en esa posición, le dice: “¡Qué lástima, porque yo
había pensado en otra cosa mejor! Pero si usted lo quiere, se-
rá diputado”. Con lo cual el aspirante desiste, y se queda, en-
cantado de la vida, esperando esa cosa mejor -un ministerio
provincial, una diputación nacional- que nunca le llegará. Y
al Intendente le anuncia así que no lo reelegirá: “¡Feliz de us-
ted que termina su período y puede retirarse a descansar!”
Sus rasgos de astucia, que tanto lo acercan a Rosas, son in-
finitos. Finge, a veces, no haber leído los diarios, por no tener
que opinar o por hacer opinar a los otros. A fin de observar
mejor a un interlocutor de cuidado, o por no contestar a una
pregunta, se detiene en ciertos momentos, pretextando un
dolor de cabeza que no existe. No discute lealmente, pues,
por hacer hablar a su interlocutor no dice lo que está pensan-
do, en los casos en que consiente en discutir. Hace esperar
horas y días a personas importantes que quieren verlo, por
demostrarles su poder; y si le advierten que una de esas per-
sonas lleva larga espera, simula no recordar haberle dado au-
diencia. A un magistrado, hijo de un íntimo de su juventud,
que se cree influyente porque entra en la Presidencia cada
vez que quiere, lo hace llamar; cuando el magistrado va a in-
troducirse por la puerta de siempre, la encuentra cerrada pa-
ra él; y a su carta de protesta sigue una nueva audiencia y una
reprensión al secretario, pero el magistrado no entra nunca
más sino previo pedido de entrevistas y después de largas es-
peras. Y a un presidente de comité que no ha querido poner
allí su retrato, lo amonesta, fingiendo creer que se trataba del
retrato de Alem.
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN - EL HOMBRE DEL MISTERIO 263
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SEGUNDA PARTE
De la historia al mito
I. La revolución radical
piensa que la revolución tiene que estar por encima del dere-
cho. Y al fin lo que él procura es una mayor legalidad para el
porvenir, un mejor derecho. Él anhela que el pueblo de Buenos
Aires, que el de todas las provincias, recobre el ejercicio de la
soberanía que les arrancó el Régimen. De la intervención sur-
girá el gobierno legítimo de Buenos Aires, hijo del voto libre y
de “la reparación”. Es, pues, en nombre del derecho permanen-
te, anterior a las leyes que lo sancionan, del derecho de los pue-
blos a darse su gobierno propio, que él interviene la provincia.
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II - Cómo gobierna Yrigoyen
nas. Tratar con todos los que piden, no quedar mal con nadie,
“saber negar” -“ni se ha de negar del todo, que sería desahu-
ciar la dependencia”, dice Gracián-, dar esperanzas a todos,
contentar al amigo, no estar nunca malhumorado, ni triste, ni
cansado, es la más difícil parte en la vida de un gobernante
argentino. Exige gran inteligencia, conocimiento y compren-
sión de los hombres, habilidad, astucia a veces, el raro talen-
to de inspirar confianza y hasta un físico especial: salud a
toda prueba, ojos leales, voz convincente, manos afectuosas.
En este aspecto del arte de gobernar, Hipólito Yrigoyen no
será nunca superado.
hay obra pública que no haya sido considerada por él. Los di-
rectorios de los bancos oficiales no dan un paso importante
sin consultárselo. Interviene en todas las disposiciones de ca-
rácter policial, del mismo modo que en los ascensos en el
Ejército y en la Armada. ¿Ha surgido un proyecto relaciona-
do con el trigo, con el petróleo, con el azúcar? Si no son ini-
ciativas suyas, por lo menos es seguro que sus autores se las
han propuesto. No hablemos de las relaciones exteriores, que
él dirige personalmente; ni de las cuestiones sociales, que tra-
ta mano a mano con los obreros y las entidades patronales. Y
lo mismo ocurre en las relaciones con la Iglesia y en los con-
flictos universitarios y aun en pormenores de moralidad pú-
blica, como cuando -en la segunda presidencia- prohíbe a la
negra Josefina Baker salir al escenario desnuda.
Este sistema absorbente de Yrigoyen está de acuerdo con
su psicología de introvertido, con su convencimiento de que
realiza una misión providencial. No le faltan motivos para
considerarse un hombre extraordinario: todos se lo dicen.
Muy inteligente y perspicaz y gran conocedor de los hom-
bres, ve cómo junto a él son pequeños todos los que lo ro-
dean, todos los que conoce. ¿Cómo no creerse en la obliga-
ción de dirigirlos paternalmente? Personalismo llaman sus
enemigos al modo de gobernar de Yrigoyen. Y lo es, en efec-
to, pues nada se hace sin su anuencia. Pero cabe preguntar si
el sistema es bueno o malo. Es bueno cuando se traduce en
rapidez, como cuando Yrigoyen, impresionado por la cares-
tía de los artículos de primera necesidad, “ordena” al Inten-
dente de Buenos Aires que arregle eso en veinticuatro horas.
Al personalismo de Yrigoyen, a la imposición de su voluntad,
debe la patria la salvación de su independencia espiritual du-
rante la gran guerra. El personalismo es, a veces, la salvación
de un pueblo, lo que le lleva a sus grandes destinos. Es de
preguntarse qué hubiera sido Italia sin el formidable y crea-
dor personalismo de Mussolini. El personalismo puede ser
condenado cuando se traduce en opresión brutal, lo que no
sucede con Yrigoyen. Pero también es malo cuando conduce
a la lentitud administrativa, como en el caso de Yrigoyen. Un
VIDA DE HIPÓLITO YRIGOYEN - EL HOMBRE DEL MISTERIO 319
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otro mundo, nada tenemos que ver con esos conflictos por el
predominio económico. Si los Estados Unidos ha entrado en
la guerra es porque se trata de realizar un buen negocio.
¿Qué piensa el presidente Yrigoyen? El no es germanófilo.
Argentino auténtico, de los que nunca han ido a Europa ni ha
necesitado de ella para nada, se siente, como hombre, muy le-
jos de Europa. A él no le interesan ni Francia, ni Alemania, ni
Inglaterra. Jamás, en toda su vida, se ha preocupado por na-
da de lo que ocurre en esos países. Él ama la paz, por sobre
todas las cosas, y detesta el derramamiento de sangre. Antes
de mezclar a su pueblo en una guerra, él renunciaría al go-
bierno. El verdadero idealismo no está en luchar por unos o
por otros, sino en el amor de la paz y de la armonía. Sus idea-
les no son el odio entre los pueblos, ni la sangre y la muerte.
Su actitud significa, en medio del furor destructivo de los
hombres, una valerosa afirmación de paz. En su odio a la
guerra y a la sangre han intervenido, sin duda, sus conviccio-
nes filosóficas, que provienen del krausismo; pero también el
sentido cristiano de la vida que está en lo hondo de su alma.
Él mismo lo confesará catorce años más tarde, al decir que en
sus orientaciones internacionales aplicó “las imperecederas
doctrinas del Evangelio”.
llega a durar
Período de calma, de relativa calma, que no
ños bar-
dos meses. En junio, los alemanes hunden dos peque
s callejeras
cos: el Orania y el Toro. Se reanudan las agitacione
la guerra.
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344 Manuel Gálvez
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IX. Ea lucha contra el régimen
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X. Democracia
cuencia del culto por el sufragio libre, porque el voto libre con-
duce a la igualdad política, y no puede existir igualdad polí-
tica en donde hay una excesiva desigualdad económica. Pero
la mejor razón que lleva al radicalismo hacia la democracia
integral es el hondo sentido de justicia que tiene Yrigoyen:
su bondad hacia los pobres y los desamparados.
Es también evidente que Yrigoyen ha sido influenciado
por la realidad social de aquellos días iniciales de su gobier-
no. Por introvertido que sea, hay cosas que no pueden dejar
de influir en su espíritu y en sus ideas. Las huelgas lo han
puesto en contacto con el obrero, le han mostrado el dolor
que se esconde en su vida. Pero no todo es sentimiento. Y así,
en su mensaje de agosto de 1920, en el que pide al Congreso
nuevamente que lo autorice a expropiar azúcar, declara: “La
democracia no consiste sólo en la garantía de la libertad polí-
tica; entraña, a la vez, la posibilidad para todos de poder al-
canzar un mínimum de bienestar siquiera”.
Pero me parece que también Yrigoyen ha llegado a la de-
mocracia integral empujado por su propio partido. En Jujuy,
se reparte un documento de los radicales de esa provincia, de-
finidamente comunista; pero de un comunismo no marxista
ni europeo, sino a lo indio, de procedencia incásica. En él se
pide la unión “para arrojar de la Puna a todos los latifundistas,
usurpadores de estas tierras”, y no preconiza la expropiación,
“porque lo que es nuestro -dice- no debe ser expropiado”, si-
no la confiscación violenta. En Salta, los propagandistas radi-
cales han prometido a los indios el reparto de las tierras; y
apenas asume el poder el primer gobernador radical, una de-
legación de los indios se le presenta a exigirle el cumplimien-
to de la promesa. En un viaje de Mendoza a Buenos Aires he
oído a los diputados nacionales de una comisión que venía en
el tren, pronunciar en las estaciones del trayecto discursos in-
cendiarios contra los ricos. En Mendoza, la alpargata del po-
bre es el símbolo o emblema del partido, y los radicales llevan
en el ojal del saco, a modo de condecoración, una alpargatita.
Y en las calles y plazas de la Capital Federal, oradores radi-
cales, allá por los años 1919 y 1920, predicaban la revolución
446 Manuel Gálvez
sido aplicado a las relaciones entre los pueblos, y con tan bellas
palabras, como lo hace Hipólito Yrigoyen. El propio Hoover
-caso extraordinario, silenciado por la prensa que combate a
Yrigoyen- vuelve a hablar para decirle al presidente argenti-
no la profunda emoción que a él y a sus acompañantes les ha
producido su mensaje.
Y sin embargo -da tristeza y vergúenza recordarlo- las pala-
bras cristianas, nobles y valerosas del presidente Yrigoyen son
violentamente criticadas por sus enemigos. Un diario opositor
las considera como “el desvarío final, la locura definitiva” de
Yrigoyen. Su gesto admirable es el del compadre de Balvanera,
“que aparece entero en esta vergonzosa misiva internacional”.
Hubieran deseado verlo, como a los gobernantes del Régimen,
sumiso y servil ante el extranjero omnipotente.
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XIV. La revolución del 6 de septiembre
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XV. Prisión y destierro
por los sucesos del 8, y Uriburu le manda decir que será fu-
silado si se produce un movimiento contrarrevolucionario.
Entonces este hombre, tan valiente ante los dolores físicos y
morales, experimenta un verdadero terror. El 13 de septiembre
se dirige al gobierno “desautorizando terminantemente toda
tentativa de alterar el orden y la paz nacional y deseando que
el gobierno se realice en la mayor tranquilidad”. El 14 le es-
cribe: “Reiterando el deseo de hacer todo cuanto esté a mi al-
cance por el restablecimiento de la tranquilidad nacional, en-
carezco al señor Presidente se sirva indicarme los medios que
considere más conducentes, ya que desde esta prisión, aisla-
do, incomunicado y enfermo, no puedo sino confirmar mis
declaraciones al respecto”. El 16 le recuerda al gobierno cómo
prefirió renunciar para que no se llenara “de sangre y de desas-
tres el país” y declara su ignorancia de los sucesos del 8, que
no conoce todavía, y a los que repudia y condena. Al otro día,
acaso por indicación del gobierno, les ordena a sus fieles, por
es-
medio de uno de sus parientes, “que deben acatar el actual
tado de cosas, guardando los debidos respetos a la autoridad”.
Es menester, insiste, “que no se derrame una gota de sangre”.
Y el 24 vuelve a recordar al gobierno cómo tomó la resolución
“más noble y generosa que pueda concebirse, para evitar a la
Nación, dolorosos y enormes males” y cómo se puso a su dis-
posición “para que en todo cuanto estuviera” a su alcance,
“no fuera desvirtuada ni perturbada esta resolución”.
Con estas declaraciones y las de sus más fieles partidarios
pasa todo peligro para él. ¡Ya no será fusilado! Pero el abati-
miento aumenta por causa de sus inquietudes, y, dos días
un
después de su última carta al presidente Uriburu, sufre
ataque cardíaco. Su estado cerebral no es nada bueno. Pade-
cambiarle
ce también de la vejiga, y muchas noches hay que
es
la cama. Pasa las horas solitario. No lee. Tiene a sus Órden
a, camin a
un sirviente y dos enfermeros. Cuando se levant
cuerpo
con dificultad, avanzando a cada paso el lado de su
correspondiente. Vienen médicos a examinarlo: unos, solici-
n-
tados por él; y otros, por encargo del gobierno. Tiene cincue
ta y cinco pulsaciones y lo amenaza la uremia.
550 Manuel Gálvez
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PRIMERA PARTE
De Balvanera a la Casa Rosada
INTERMEDIO
SEGUNDA PARTE
De la historia al mito
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
AHRENS, Enrique 74
ALEJANDRO MAGNO 259
ALEM, Leandro Nicéforo 23, 30, 32-33, 35, 37, 43, 45-48, 51-55, 57-58, 60-61,
65-67, 83-87, 89-92, 95-97, 99-103, 106, 110-111, 119-120, 125-143, 145-147, 152,
154, 156, 161-162, 166, 173, 178, 200, 288, 293, 403, 411, 435, 443
ALEM, Lucio 32, 40, 46-48
ALEM, Luisa 42
ALEM, Marcelina 26-29, 31, 33
ALÉN, Francisco 19, 25
ALÉN, Leandro Antonio 19-26, 29-30, 32, 60, 271
ALÉN, Patricio 19
ALSINA, Adolfo 43-47, 52-53, 55-56, 64, 78, 151, 403
ÁLVAREZ, Águeda 25
Alvear, Carlos María de 460
ALVEAR, Marcelo T. de 92, 109, 111, 115, 157, 356, 358, 458-462, 465, 467-468, 472,
473, 475-476, 478, 483-485, 488, 497, 502-503, 524, 548, 551-552, 556, 559-560,
565, 568, 578-579
AMARILLO 22
ARISTÓTELES 165
ATATURK, Kemal 145, 259-260, 276
AUGUSTO 259
AVELLANEDA, Nicolás 45, 54-55, 64-66, 151, 154, 426, 440, 460
AZCÁRATE, Gumersindo de 74
BALZAC, Honoré de 69
BEETHOVEN, Ludwig van 69
BENEDICTO XV 366
Bey, Essad 167, 253, 266
BONAPARTE, Napoleón 69, 245, 259, 280, 409, 419
BossuET, Jacques Bénigne 216, 408
Brown, Frank 110
CANTONI, Federico 479, 502-504, 530
CAMBACERES, Antonio 50-51
Campos, Dominga 50, 80-81, 83, 89
CANALEJAS, José 74
CANTONTI, Federico 479, 501, 513, 535
CARREL, Alexis 280
CASTELAR, Emilio 74, 267
CATRIEL, Cipriano 47
COOLIDGE, Calvin 494
CORREA, Olegario 18
COSTA, Jerónimo 30
CREPIEUX-JAMIN, Jules 44, 77-78
CRISTO 335, 361, 420-421, 493, 511, 515, 573-574, 582
CUITIÑO, Ciriaco 19, 21-22, 26
Darío, Rubén 401
De LA TORRE, Lisandro 137, 150, 155-159, 161, 222, 227, 338, 394, 434, 565
DeL VALLE, Aristóbulo 50-51, 53-55, 57, 58, 60-61, 64, 66, 85-86, 88-92, 95, 98,
106, 108, 111-112, 114, 118, 137-138, 151-152, 154, 173, 176, 196, 209, 218, 225,
EN) 2 IN IPS EaiO
DORREGO, Manuel 19, 20
DucHurT 268
ESTRADA, José Manuel 151
FENELÓN (Francisco de Salignac de la Mothe) 216, 408
FERNÁNDEZ, María 19
FERRER, José 25
FERRER, Manuel 24
FERRER, María Isabel 19, 25
FiCHTE, Johann Gottlieb 75
FIGUEROA ALCORTA, José 192, 194-196, 207, 216, 261, 293, 369, 375, 441
FLORES, José María 30
FRANCE, Anatole 408
FRANCIA (José Gaspar Tomás Rodríguez) 449
GAMIZ Y CUEVAS, María 24
GANDHI, Mahatma 191
GINER DE LOS Ríos, Francisco 74
GRACIÁN, Baltasar 206, 214, 245, 258-259, 261, 266, 317
GUARDIÁN, (P.) 29
HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich 75
HERNÁNDEZ, José 62
HITLER, Adolf 145, 233, 245, 259, 260, 292, 419, 437
HOOVvER, Herber 272, 399-401, 492-494, 516, 521
IRIGOYEN, Bernardo de 46, 54, 66, 90-92, 95, 98-99, 103, 123, 125, 132, 134-135,
139, 142, 146, 148, 152-155, 158, 161-163, 174, 175, 191, 194, 293, 369
JANET, Paul 268
JUAN PUEBLO 514
JUANA DE ARCO 408
JUÁREZ CELMAN, Miguel 73, 84, 87, 89, 328, 438
JULIO CÉSAR 280
Justo, Agustín P. 477, 484, 499, 523, 565, 566, 568
Justo, Juan B. 338, 448, 457
KaAnT, Immanuel 74-75
KRAUSE, Karl 74-77, 84, 135, 355
KRESTCHMER 279
LA ROCHEFOUCAULD, Frangois de 150
Laos, Hilario 22, 29
LAMARTINE, Alphonse de 268
LAVALLE, Juan 20
LENCINAS, José Néstor 433, 435, 505, 506
LENIN (Vladimir Niich Ulianof) 143, 245, 259
López, Francisco Solano 154, 266, 292, 419
López, Lucio 48
Lórez, Vicente Fidel 48-49
LÓPEZ JORDÁN 517
LÓPEZ OSORMIO, Francisco 24
LÓPEZ OSORMNIO, José Clemente 24-25
LÓPEZ OSORNIO, Leandro 24
LUGONES, Leopoldo 207
MAHOMA 69, 187-188, 409
MANSILLA, Lucio 449-450
MAQUIAVELO, Nicolás 206
Maza, Manuel Vicente 20
MAza, Ramón 20
MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino 76, 171, 206
106, 128,
MITRE, Bartolomé 33, 44-47, 54-55, 61, 78, 85, 90-91, 94-95, 98, 101-102,
139, 147, 153-154, 176, 192, 194, 211, 231, 233, 240, 278, 306, 403, 412, 424,
129,
426, 443, 460
419, 437
MUssoLIN1I, Benito 145, 233, 245, 259-260, 276, 281, 292, 318, 403,
NORDAU, Max 280
NÚÑEZ, Juan Martín 33
PARRA, Andrés 21, 26
Pavón, Antonia 42, 50, 83
138-140,
PELLEGRINI, Carlos 46, 57, 89, 98-102, 106, 111, 114, 118, 120, 130-134,
174-177, 185, 189-194, 199, 209, 211, 225,275, 288, 323-924,
147-149, 161, 164,
403, 412, 440
Pi Y MARGALL, Francisco 74
PLATÓN 77, 165, 216, 247, 268, 272, 408
PLAZA, Victorino de la 219-220, 229, 375, 430
PONCE, Tomasa 19, 23-24, 26-27, 36-37
QUINTANA, Manuel 98, 105, 115, 176-178, 180, 183-184, 188-189, 192, 375, 407
QUIROGA, Juan Facundo 26, 41, 54, 502
RAFAEL SANZIO 69
Ramos MEJÍA, José María 263, 451
RIVADAVIA, Bernardino 19
ROBESPIERRE, Maximiliano 35, 72, 449
Roca, Julio Argentino 47, 64-65, 67-68, 72-73, 78, 84, 95, 98, 100-102, 106, 111,
118, 129, 132, 139, 148, 152-154, 158, 161, 163-165, 174-178, 183, 189, 192, 194,
222, 245, 263, 275, 293, 375, 403, 407, 412, 424, 478
ROLDÁN, Belisario 207
Rosas, Juan Manuel de 17-18, 20-21, 23-27, 29-31, 35-36, 40-41, 52, 54, 91-92,
173, 211, 216, 225, 234, 239, 242, 245, 262-263, 274, 291, 296-297, 302, 309, 340,
344, 350, 403, 419-420, 426, 430-431, 435-436, 449-452, 484, 502, 517, 528, 530,
551, 581
Rosas, Manuelita 27
SÁENZ PEÑA, Luis 100-101, 105-106, 114, 138, 148, 176, 209, 375, 440
SÁENZ PEÑA, Roque 54, 101, 105, 142, 174, 175, 185, 192, 196, 200, 207-209, 213,
214-216, 218-220, 231, 293, 323-324, 375, 407
SALMERÓN Y ALONSO, Nicolás 74, 205
SAN MARTÍN, José de 110, 211, 217
SANDINO, Augusto C. 475, 493
SANZ DEL RíO, Julián 74, 76, 171, 205
SARMIENTO, Domingo Faustino 36, 41, 45, 47, 64-65, 70, 82, 151, 243, 278, 392,
424, 426, 430, 440, 451, 460, 517
SCHELLING, Wilhelm Joseph 75
SMILES, Samuel 268
SOsA, Ramón 24
Sosa, Tomasa 25
SOSA Y LÓPEZ OSORNIO, María Tomasa 24
SPENCER 268, 408
SPENGLER 268
STALIN, José 143, 167, 253, 259, 266, 276, 297, 403, 419, 449
Tarne, Hipolite 408
TEJEDOR, Carlos 55, 60, 64-66, 114
TIBERGHIEN, Guillermo 74-77, 268
Tío Sam 514
TROTZKY, Leon 143
UGARTE, Marcelino 60-61, 174, 189, 293-295
URIBURU, José Evaristo 95, 101, 148, 152
URIBURU, José Félix 484, 512, 517, 521, 523, 532, 535, 538-541, 547-549, 556, 558,
559-560, 565-566, 568, 572
URQUIZA, Justo José de 21, 29, 32-33, 45, 61, 82, 450, 517, 523
VARELA, Héctor 60-61
VON ENTIG 72
VON IHERING 268
WILSON, Woodrow 354, 493
YRIGOYEN, Martín 32, 83, 110-113, 115, 167, 180, 243, 275
YRIGOYEN, Roque 32, 34, 43, 46-47, 82, 89, 243
YRIGOYEN DODAGARAY, Martín 28, 30, 34-35
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Impreso en Verlap
Comandante Spurr 653, Avellaneda,
Provincia de Buenos Aires,
República Argentina
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.
candidato al premio Nobel
de literatura los años 1933, 1934
y 1931.
Eminentes escritores como James
Joyce, Herman Hesse, Miguel
de Unamuno, y Rubén Darío
han ponderado sus obras.
Ilustración de tapa:
Hipólito Yrigoyen.
Fuente: Archivo General de la
Nación, departamento documentos
ráficos, República Argentina.
«...Este éxito es el mayor de cuantos he tenido. Éxito lite-
rario, sentimental, político. Hombres maduros lloran como
criaturas al leerlo. Personas que odiaron hasta ayer a Yrigoyen
declaran que, después de leerme, han rectificado su opinión...
Recibo cartas a montones. La edición se está agotando con
í una rapidez nunca vista entre nosotros. En la sociedad, en los
círculos políticos y comerciales, entre el pueblo, en todas
partes, no se habla sino de mi libro. Y, en fin, le daré un dato
formidable: en la imprenta, la mayor de Buenos Aires, tenían
que guardar los pliegos en cajas de hierro, porque los obreros
se los llevaban...”
Manuel Gálvez
ISBN 987-9223-28-4
9"789879"223284