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3. ESTRATEGIAS PREVENTIVAS
Prevención, siguiendo a Soria (1993), se define como la acción social dirigida
a la mejora de la calidad de vida, mediante acciones tendentes a que un deter-
minado problema no aparezca o atenúe sus efectos. Pues bien, en el caso que
nos ocupa, nuestro problema es la delincuencia, y en ella tres frentes sobre los
que intervenir: el infractor, la víctima y el escenario en el que tiene lugar.
Cada elemento contiene una serie de variables que pueden tener incidencia
en la producción del delito; no puede decirse que haya un elemento o variable
determinante, y si la hubiera o fuese conocida, evidentemente la solución al pro-
blema sería más asequible (Soria, 1993).
Las Teorías del Delito como hemos visto hacen hincapié en la situación delic-
tiva misma, por tanto, de cara a la prevención, las estrategias que plantean se
concentran en los factores y circunstancias próximas a la decisión de delinquir.
Se trataría de poner obstáculos a la actividad delictiva actuando sobre la situa-
ción misma, eliminando o dificultando al menos las oportunidades de que se
haga efectiva.
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tal de este autor se centró en las posibles soluciones arquitectónicas que dificul-
tasen el delito en áreas de viviendas públicas, partiendo de la premisa de que las
características físicas de un área pueden influir en la conducta de los residentes
y de los potenciales delincuentes. También propuso que los delitos principalmen-
te tienen lugar en aquellas áreas en las que las actividades delictivas son difí-
cilmente observables. Por tanto, si reestructuramos los edificios de tal modo que
los residentes puedan ver los accesos de entrada y otras zonas públicas, reducire-
mos la delincuencia.
2. Vigilancia natural, esto es, diseñar un área que permita a los vecinos
observar sus actividades diarias y la de posibles extraños con intención de
llevar acabo actividades delictivas.
Jeffery (1971), pionero en la idea de crear un área segura frente al delito, con
similar planteamiento al anterior, incorporó variables sociales y culturales y,
además, ya no se restringe a los proyectos públicos de vivienda, sino a otros
ámbitos residenciales y también a los comercios.
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Algunas de las críticas planteadas a estos planteamientos son que, desde una
perspectiva estrictamente situacional, no se tratan los aspectos más psicosocia-
les (interacción, cohesión, sentido de comunidad, apoyo social, etc.) de la
prevención ni el control social informal ligados al ambiente físico. Por otro lado,
desde la perspectiva de la “teoría hidráulica” se plantea que mientras no se
cambien los factores subyacentes que conducen a la carrera delictiva, cualquier
medida que complique el delito tendrá como resultado un desplazamiento de la
delincuencia, ya sea en tipo, tiempo, lugar, método u objetivos. Además, parece
evidenciarse que las medidas situacionales sólo son adecuadas para reducir delitos
menores o conductas problemáticas ligadas más bien a aspectos de orden público,
pero no hacen frente a delitos más serios. La evidencia disponible pone de mani-
fiesto una relación positiva entre delitos menores y los más graves (Garrido
Genovés et al., 1999).
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No obstante hay que tener cuidado con este tipo de programas, ya que hay
datos que ponen de manifiesto que fomentar el intercambio de información
sobre el delito y su conocimiento pueden generar cierta preocupación que
incremente el miedo al delito y en definitiva, como veremos, el delito mismo. El
conocimiento de la existencia de actividades delictivas cercanas al área residen-
cial, a través de conversaciones informales sobre delitos recientes, se encuentra
muy vinculado con el aumento de miedo de los residentes (Skogan, Maxfield y
Podolefsky, 1981 cit. en Baltasar Fernández, 1996), por lo que se recomienda
enfocar la participación de los sujetos hacia actividades organizadas que traten
un amplio rango de problemas del vecindario o de la comunidad no solamente
la delincuencia.
4. MIEDO AL DELITO
En principio, el temor a convertirse en víctima de un delito parece una
respuesta lógica y normal si contamos con cierta base objetiva de que tal situa-
ción es probable que nos suceda. No obstante, habrá que ver qué puede suceder
si sufrimos un miedo excesivo o desproporcionado, y si, además, a tenor de los
resultados de numerosos estudios, se muestra que quienes más temen al delito
no son generalmente las personas más victimizadas, ni los individuos a los que
la sociedad más teme son los que más delinquen, ni tampoco estadísticamente
más previsibles los delitos que suscitan más alarma.
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