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La Constitución ha acogido también todos y cada uno de esos presupuestos que, heredados
del pensamiento liberal, constituyen su sustancia ideológica:
i. El “principio de soberanía nacional”, reconocido en su artículo 1.2.
ii. El principio de separación de poderes. artículos 66.2,97 y 117.3.
iii. Y la garantía constitucional de las libertades fundamentales, objeto al que el Título I de la
Constitución dedica buena parte de sus previsiones.
2. Los principios previstos en el artículo 9.3 de la CE como codificación constitucional del elemento
técnico del Estado de Derecho
La Constitución española ha reunido además en su artículo 9.3 determinadas reglas, todas ellas
enunciadas como principios y cuya intención no es otra que concretar instrumentalmente el Estado de
Derecho. Puestos a ordenar su contenido, debemos decir que algunos de los principios mencionados por
el artículo 9.3 tienden a realizar el valor "seguridad en el Derecho” y otros se orientan a hacer efectivo el
valor "supremacía del Derecho”.
I. Comenzando por referirnos a aquellos que realizan el valor "seguridad en el Derecho" y, por lo
tanto, la existencia de un “Derecho cierto”:
● El propio “principio de seguridad jurídica” al que es posible considerar como una especie de
compendio de todos los demás mencionados por el artículo 9.3 como dice el TC en sentencia de
1981.
● El “principio de publicidad de las normas” cuya intención es impedir la vigencia de disposiciones no
publicadas como en ocasiones hiciera el Monarca absoluto. Se trata de una situación que en
nuestros días es difícil que se dé, dada la obligación de publicar las normas en los Boletines Oficiales
correspondientes, pero que sí puede reaparecer cuando lo que se intenta aplicar al ciudadano es la
“instrucción” o la “orden de servicio” de un órgano administrativo tan solo comunicada a sus
funcionarios, o la “resolución” o “circular” de un organismo independiente.
● El “principio de jerarquía normativa” según el cual las normas poseen un rango -del que depende su
fuerza- que reproduce la correlativa posición de jerarquía en que se encuentre el órgano que las
produjo (de ahí que una ley prime sobre un decreto o un decreto sobre una orden ministerial...). Su
eficacia se traduce en la posibilidad de ordenar verticalmente el Derecho y, por tanto, de adquirir
seguridad sobre cuál deba ser el Derecho aplicable cuando colisionan dos mandatos normativos
contradictorios.
● Y, finalmente, el “principio de irretroactividad de las normas sancionadoras no favorables o
restrictivas de derechos” en virtud del cual no se puede aplicar una norma que comporte sanciones
o limite derechos a situaciones agotadas antes de que la misma fuera promulgada.
II. Entre los principios constitucionalizados por el artículo 9.3 que realizan el valor "supremacía del
Derecho" están, a su vez, los siguientes:
● El “principio de responsabilidad de los poderes públicos”.
● El “principio de legalidad”.
● En fin, como pieza de cierre, el “principio de interdicción de la arbitrariedad de los poderes
públicos”.
la Constitución prevé ante todo en su artículo 23 las dos formas –directa y representativa-
en las que esta intervención de los ciudadanos en los asuntos públicos se puede producir.
iii. El principio democrático como principio de organización democrática del poder: En fin, el
principio democrático, en su dimensión orgánica, rige además la organización y el
funcionamiento interno de aquellas instituciones que realizan la democracia en los distintos
niveles territoriales del Estado. En ellas, el principio democrático existe y actúa -ese es aquí
y ahora su contenido- con un doble alcance:
a) “principio mayoritario” o de decisión por mayoría, dado que ésta es la regla fundamental
de la democracia (vid. artículo 79.2 CE para las Cortes),
b) “principio de respeto a las minorías”, habida cuenta de que ésta es la única forma de que
el “principio mayoritario” no asfixie al “principio de pluralidad” y con ello al Estado
democrático mismo.
Centrándonos en la segunda de las dimensiones en las que acabamos de decir que existe el
“principio democrático”, sabemos que la participación de los ciudadanos en las decisiones
públicas se puede ordenar conforme a una doble posibilidad:
a) o los ciudadanos adoptan esas decisiones ellos mismos, sin mediación alguna, en cuyo
caso estamos en presencia de la “democracia directa
b) u otorgan a otros, constituidos así en sus representantes, un poder para que decidan por
ellos, en cuyo supuesto estamos ante la “democracia representativa”. Y sabemos también
que entre ambas formas de democracia existe una constitutiva tensión de repulsión que
motivó que el Estado constitucional, nacido en la etapa liberal como un Estado
convencidamente “representativo”.
En estas condiciones se entiende, pues, que nuestra Constitución actual haya mostrado una
abierta preferencia por la democracia representativa: en su artículo 1.3 cuyo texto nos avisa
de que “la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”, esto es, aquel
modelo de Estado en el cual corresponde precisamente al Parlamento el cometido de
convertir en efectiva la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. Aunque haya
terminado admitiendo determinadas figuras de democracia directa mantiene la conocida
actitud demoliberal de recelo hacia ellas: con su incorporación – advirtió esta vez el
diputado Solé Tura en el debate constituyente- la soberanía del Parlamento puede verse
“absolutamente menoscabada”.
3. Formas de la democracia en la Constitución española
3.1.- La democracia representativa
A. Mandato representativo
Nuestra Constitución expresa su concepción del mandato representativo al hablar en su
Título III de las Cortes Generales, esto es, del Parlamento del Estado, lo que no impide que la
misma tenga un vuelo más general y, en consecuencia, deba considerársela implícitamente
referida también a las instituciones representativas de los otros dos niveles de la
organización territorial, el autonómico y el local, esto es, a los Parlamentos regionales y a los
Ayuntamientos. Dicha concepción se caracteriza básicamente por seguir reproduciendo
todavía con notable exactitud las condiciones que definieron al mandato representativo en
la originaria teoría liberal, de la que ya tenemos noticia por los temas de la parte general.
Cuando el artículo 67.2 CE expresa que ya no estamos en la “teoría estamental de la
representación” sino en la “teoría liberal de la representación” en la que tal vinculación ha
dejado de existir. Por tanto:
i. El mandato es un "mandato general”, esto es, basado en la presunción de que cada
diputado, una vez elegido, representa al cuerpo electoral como totalidad.
ii. El apoderamiento que el elegido recibe un "mandato libre" de sus electores aquél no
queda condicionado por la voluntad de éstos.
iii. Dicho mandato es un "mandato no revocable", es decir, no sujeto a la posibilidad de que sus
electores le desposee de él antes de concluir su tiempo por desacuerdos con su gestión.
Además, el citado artículo 87.3 ha excluido de la iniciativa popular a determinadas materias, razón por la
cual ésta no podrá ejercerse:
1. Ni en materia reservada a Ley Orgánica,
2. Ni en materia tributaria,
3. Ni de carácter internacional,
4. Ni en lo relativo a la prerrogativa de gracia, exclusiones a las que hay que sumar asimismo:
5. La contenida en el artículo 166, según el cual tampoco cabe utilizarla para la reforma de la
Constitución, y
6. La incluida en los artículos 131 y 134,1 que implícitamente impiden ejercer en las leyes de
planificación económica y en la Ley de Presupuestos.
● El proceso se inicia con la creación de una “Comisión promotora”, la cual elaborará el texto de la
“proposición de ley” correspondiente y la remitirá a la Mesa del Congreso.
Por lo que hace al ámbito de la consulta, el artículo 92.1 parece sugerir que éste debe
abarcar a toda la nación y, por lo tanto, a la totalidad del territorio nacional.
● la vigencia de los estados de excepción o de sitio, ahí incluidos los noventa días posteriores
a su levantamiento.
● La celebración de unas elecciones o de otro referéndum dentro de los noventa días
anteriores o de los noventa días siguientes.
● La reforma de los Estatutos de Autonomía cuya primera aprobación hubiera tenido que
hacerse en referéndum (artículo 152.1).No obstante, la práctica totalidad de los Estatutos
reformados a partir de 2006 (Valencia, Aragón, Baleares…) han pasado a contemplar
también el referéndum como un trámite necesario para la ratificación de sus posteriores
modificaciones, con lo cual la lista de las Comunidades afectadas por esta exigencia ha
quedado también ampliada a ellos.
● Y la decisión de integrar Navarra en el País Vasco (disposición transitoria 4ª) si tal situación
llegara a plantearse.
I. La creación de partidos políticos es libre. Ello no impide, sin embargo, que los partidos, en l
medida en que cumplen, según vimos, funciones esenciales para la democracia, tienen
también una segunda naturaleza que los define como “asociaciones privadas”, pero “de
relevancia pública”.
Esta última condición ha dado pie a que la doctrina se plantee si tal inscripción podría tener
carácter constitutivo de la existencia del partido lo que la convertiría en un impertinente
“control administrativo previo” sobre su posibilidad de existir.
II. A la democracia interna de los partidos se refieren los artículos 6 a 8 de la Ley, cuyo texto
establece que:
● el “órgano superior de gobierno” del partido debe ser la “asamblea general” de todos sus
miembros.
● sus órganos directivos deben cubrirse además por elección
● todos los afiliados tienen derecho a ser informados de las actividades y de la situación
económica del partido, así como a impugnar los acuerdos de sus órganos;
● Los estatutos del partido deben incluir procedimientos precisos y contrastados que les den
garantías en los supuestos de expulsión o de imposición de sanciones.
III. Para alcanzar la ilegalización de partidos el artículo 10 prevé, en fin, la existencia de dos
vías cuya concurrencia admite:
i. la vía penal, utilizable cuando el partido incurra en los supuestos tipificados como
“asociación ilícita” en el Código Penal.
ii. La vía especial que el párrafo 5 del citado artículo 10 reserva para aquellos casos en los
que el partido vulnere de forma grave y reiterada la obligación que tiene de que su
estructura y su organización sean democráticos o para cuando el partido recurra en su
actuación a alguna de las conductas contempladas en el largo listado que incluye el artículo
92, en síntesis, cuando fomente o legitime la violencia, cuando justifique los atentados
contra la vida o la integridad de las personas o cuando apoye o dé cobertura a la acción de
organizaciones terroristas.
A esta regulación se opusieron dos importantes reservas: la inconveniencia de haber
acumulado dos vías cuando la sola vía penal debería haberse considerado suficiente y más
adecuada al fin perseguido, y el riesgo de que la segunda de ellas convirtiera a la democracia
española en una “democracia militante”.
Las cantidades donadas a los partidos políticos deberán abonarse en cuentas de entidades
de crédito, abiertas exclusivamente para dicho fin. Los ingresos efectuados en estas cuentas
serán, únicamente, los que provengan de estas donaciones. Además, todas las donaciones
superiores a 50.000 euros y, en todo caso, las donaciones de bienes inmuebles, deberán ser
objeto de notificación al Tribunal de Cuentas en el plazo de tres meses.
c. Por los fondos procedentes de los préstamos o créditos que concierten.
d. Por los ingresos procedentes de las actividades propias del partido político, los
rendimientos procedentes de la gestión de su propio patrimonio, los beneficios derivados
de sus actividades promocionales y los que puedan obtenerse de los servicios que puedan
prestar en relación con sus fines específicos.
e. Por las herencias o legados que reciban.
La financiación pública
a. Las subvenciones anuales no condicionadas, con cargo a los Presupuestos Generales del
Estado, para gastos de funcionamiento.
b. Las subvenciones anuales no condicionadas, con cargo a los Presupuestos Generales del
Estado, para gastos de seguridad.
Dichas subvenciones se distribuirán en función del número de escaños y de votos obtenidos
por cada partido político en las últimas elecciones a la indicada Cámara.
c. Las subvenciones anuales no condicionadas, con cargo a los Presupuestos de las
Comunidades Autónomas, para gastos de funcionamiento en el ámbito autonómico
correspondiente. d. Las subvenciones anuales otorgadas por los Territorios Históricos
Vascos, es decir, por las Juntas Generales y las Diputaciones Forales.
e. Las subvenciones públicas para gastos electorales, en los términos previstos en la Ley
Orgánica 5/1985, de Régimen Electoral General y en la legislación reguladora de los
procesos electorales de las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas y de las
Juntas Generales de los Territorios Históricos vascos.
f. Las subvenciones extraordinarias para realizar campañas de propaganda que puedan
establecerse en la Ley Orgánica reguladora de las distintas modalidades de referéndum.
g. Las aportaciones que los partidos políticos puedan recibir de los Grupos Parlamentarios
de las Cámaras de las Cortes Generales, de las Asambleas Legislativas de las Comunidades
Autónomas, de las Juntas Generales de los Territorios Históricos vascos y de los grupos de
representantes en los órganos de las Administraciones Locales.
La principal dificultad que afecta, con todo, a la mayoría de estos derechos (vivienda,
trabajo, cultura...) consiste en la imposibilidad de hacerlos exigibles de modo inmediato.
C. Previsiones sobre la transformación real y efectiva de la sociedad; acerca del alcance del
artículo 9.2 de la CE. La Constitución española, según vimos al hablar del Estado social en la
parte general, ha atribuido a todos los poderes públicos la complicada tarea de intentar
transformar a la sociedad en una sociedad más justa en la que la libertad y la igualdad sean
“reales y efectivas”.
B. Formas del Estado compuesto. Estado federal y Estado regional. Sus caracteres.
Habitualmente, solemos mencionar como formas propias del Estado compuesto a la
Confederación, al Estado federal y al Estado regional. Sin embargo, debemos excluir de esta
lista a la Confederación porque la misma no es propiamente un Estado sino una alianza de
Estados regida por el Derecho internacional sobre esos Estados, plenamente
independientes, no surja un Estado nuevo –el Estado central- y que la Dieta que tales
Estados constituyen no sea un Parlamento sino tan solo una mera asamblea de
embajadores. Nos reducimos, pues, a los otros dos modelos:
i. El Estado federal es aquella forma de Estado compuesto en la que existe un Estado central
a cuya creación han concurrido otros Estados, los Estados miembros, los cuales conservan
sin embargo la plenitud de su identidad estatal dentro de las condiciones que la
Constitución federal les fija. Según ello, lo normal es que el Estado federal surja del acuerdo
o pacto de federación celebrado entre varios Estados preexistentes.
Ello no impide, sin embargo, que existan supuestos en los que el camino recorrido haya sido
el inverso, el de un Estado unitario que decide cuartearse en varias unidades.
En razón de ello, el Estado regional comparte con el Estado federal determinados rasgos
comunes a todo Estado compuesto.
● La Constitución no puede ser aquí la norma que deja decidido desde su propio texto qué
concretos territorios van a disponer de autonomía y con qué concretas competencias van a
acceder a ella. La Constitución del Estado regional es, por contra, con una funcionalidad muy
distinta, la norma que establece las condiciones que hacen posible el acceso a la autonomía
al fijar las reglas conforme a las cuales cada territorio puede decidir si desea o no desea
acceder al autogobierno.
● Su potencial tendencia a la diversidad. Aquí puede suceder que una parte del territorio
opte por acceder a la autonomía y otra parte decida permanecer bajo la dependencia del
Estado central.
● En este modelo es la voluntad de los territorios y no la Constitución la que determina el
montante de cada autonomía.
2. La opción del constituyente español por el “Estado de las Autonomías”
La Constitución española no habla de “Estado regional” ni tampoco utiliza la denominación
“Estado de las Autonomías”, pero sí incluye en su texto aquellos elementos que permiten
acuñar esta última. En concreto, su artículo 2.
Esta voluntad de los territorios necesita de la concurrencia de otra voluntad, la del Estado
expresada a través de su Parlamento.
● La condición abierta del modelo es otro rasgo que, de nuevo en fidelidad al tipo “Estado
regional, hace a la singularidad del “Estado de las Autonomías”. Está, según sabemos, en la
condición de aquél el que, a diferencia de lo que sucede en los Estados federales donde la
Constitución cierra desde su texto la forma territorial, aquí dicha forma quede
inacabadamente abierta a la posibilidad de que los Estatutos de Autonomía la redefinen en
cualquier momento.
La fórmula utilizada por el artículo 1.3 no pretende aludir, pues, a la “forma de Estado” sino
hacer referencia a la “forma de gobierno''sino porque desea indicar que ésta es
“parlamentaria”. Tengamos en cuenta que por “forma de gobierno” debemos entender el
modo en el que están organizados y se relacionan entre sí los distintos poderes del Estado,
legislativo y ejecutivo.
Según ello, está claro que el artículo 1.3 contiene dos opciones distintas. Una opción a favor
de la Monarquía como forma de la Jefatura del Estado y otra opción a favor del sistema
parlamentario como forma de gobierno.
El régimen presidencial, en cambio, parte de la idea de que esa separación debe ser rígida,
porque sólo de esta forma, impidiendo que tales poderes puedan entenderse entre ellos,
podremos conseguir que el poder no recupere su unidad y que, por tanto, “el poder controle
al poder”, resultado que –según Montesquieu constituye el principal cometido del citado
principio. Los rasgos fundamentales del régimen presidencial son los que siguen:
● El Presidente de la República es aquí una única magistratura cuyo titular acumula en su
persona las funciones propias de un Jefe del Estado y de un Presidente del Gobierno.
● Dos elecciones, las “legislativas” y las “presidenciales”, permiten además que Parlamento
y Presidente dispongan cada uno de un respaldo electoral propio y distinto.
● El Presidente y su Administración no necesitan, por tanto, apoyar su legitimidad sobre la
confianza de las Cámaras.
● Con todo, como una incomunicación absoluta de poderes puede conducir a indeseados
bloqueos institucionales si la acción de uno anula la acción de otro, la caracterización del
sistema se suele completar con la inclusión de determinadas conexiones funcionales que
flexibilizan su funcionamiento sin llegar a parlamentarios.
iii. A las dos opciones anteriores, el tiempo ha venido a añadir además ciertas variantes. Las
más actuales y extendidas son:
a) el régimen semipresidencial, mixtura de elementos propios del presidencialismo y del
parlamentarismo.
b) el parlamentarismo primer ministro o régimen de canciller que conserva todos los
elementos propios del régimen parlamentario pero reforzando la figura del Primer Ministro
o Presidente del Gobierno.