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Sacrificio es una noción que procede de la lengua latina (sacrificium) y que tiene varios usos.
Puede tratarse de un homenaje u ofrenda que se le realiza a una divinidad con la intención de
rendirle tributo. En estos casos, el sacrificio incluye dar muerte a un ser humano o a un
animal.
La Pascua y otros sacrificios anuncian el sacrificio de Jesucristo. Él voluntariamente vino a morir por
los pecados de la humanidad. ¿Pero porque tuvo que morir?
Cuando Juan el Bautista estaba bautizando en el Río Jordán, vio a Jesús caminando hacia él y
exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Una doctrina fundamental cristiana es que el sacrificio de Jesucristo pagó la pena por los pecados
de la humanidad —que sin este acto de amor por parte del hijo de Dios, la humanidad no tendría
esperanza de vida después de la muerte.
Pero, ¿por qué fue necesario el sacrificio de Jesucristo?
El cordero sacrificial
La denominación de “Cordero de Dios” hace referencia a épocas pasadas, cuando Israel fue liberado
del antiguo Egipto bajo la guía de Moisés. Antes de la décima plaga —la muerte de los
primogénitos— a las familias israelitas se les ordenó que sacrificaran un cordero y con su sangre
untaran el marco de sus puertas. El cordero sacrificado para este propósito fue llamado el cordero
de Pascua, y la celebración de esta ceremonia era conocida como Pascua.
Durante la primera Pascua en Egipto, Dios estaba dispuesto a aceptar la sangre del cordero de
Pascua en los dinteles de las puertas a cambio de la vida de sus primogénitos. A los primogénitos de
los israelitas que rechazaran la sangre del cordero, no se les hubiera perdonado la vida. De esta
forma, la sangre de este cordero les permitía a los israelitas escapar del castigo que iba a venir
sobre la tierra de Egipto (Éxodo 12:21-24).
La Pascua debía convertirse en una celebración anual en Israel para que ellos pudieran recordar
como Dios los salvó de la muerte. Por supuesto, todas las experiencias en el antiguo Israel llevaban
consigo lecciones espirituales más importantes para los cristianos (1 Corintios 10-11). Jesucristo se
convirtió en el Cordero de Pascua para la Iglesia cristiana. El apóstol Pablo enseñó en 1 Corintios
5:7: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois;
porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”.
Jesucristo es la propiciación o sacrificio expiatorio de nuestros pecados (1 Juan 2:2). Sin el sacrifico
de Jesucristo, no tendríamos perdón.
Pero, ¿por qué un hombre tuvo que dar su vida para que nosotros fuéramos perdonados? Para
saber por qué, debemos ir primero al libro de Génesis.
El primer pecado
Génesis 3 nos narra el primer pecado cometido por la humanidad, específicamente, Adán y Eva
comiendo del fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios les había advertido
que si lo desobedecían el castigo sería la pena de muerte (Génesis 2:17).
Algo muy trascendental ocurrió cuando ellos cedieron ante la astucia de la serpiente. No sólo
tendrían que morir en algún momento, sino que fueron expulsados del jardín del Edén y fueron
puestos ángeles en la entrada para que nunca más pudieran regresar (Génesis 3:24). El acceso al
árbol de la vida ya no era posible. La relación con Dios se alteró dramáticamente. El pecado había
entrado a los seres humanos y había causado una separación de Dios.
El pecado es la antítesis del carácter perfecto y justo de Dios. Él lo aborrece, es una terrible mancha
en su hermosa creación. El pecado es la causa del dolor, el sufrimiento y todos los males en este
mundo. Un Dios justo y recto no puede aceptar o coexistir con el pecado.
Esta separación de la presencia de Dios es resaltada a través de todas las ceremonias rituales que
eran llevadas a cabo por el sacerdocio en el tabernáculo, sitio principal de adoración en el antiguo
Israel. Nadie estaba autorizado para entrar en la presencia de Dios, representada por el lugar
santísimo en el tabernáculo, excepto el sumo sacerdote una vez al año.
Dios revela el significado de esta dimensión espiritual para los cristianos, en Hebreos 9:8: “dando el
Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo,
entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie”. Desde el pecado de Adán y Eva,
el camino a la presencia de Dios no ha estado abierto.
¿Cómo podría sanarse la brecha entre Dios y la humanidad? ¿Cómo podríamos nosotros los seres
humanos tener de nuevo una relación con el santo Dios y disfrutar directamente en su compañía?
¿Cómo podríamos convertirnos en sus hijos e hijas espirituales y llamarlo Padre?
Dios no va a transigir con el pecado que no ha sido perdonado (Isaías 59:2). Nuestro justo Dios no
puede pasar por alto la mortal enfermedad del pecado; Él debe removerlo de nosotros y limpiarnos
de sus terribles efectos. Por esto es que el sacrificio de Jesucristo fue necesario —para pagar por la
pena de nuestros pecados y convertirse en nuestro Salvador.
Reconciliados con Dios
En el evangelio encontramos información acerca de cómo la humanidad puede ser perdonada,
caminar de nuevo con Dios diariamente y recibir la promesa de vida después de la muerte física.
El apóstol Pablo explica que el fundamento del mensaje cristiano es el de la reconciliación. Él afirma
en 2 Corintios 5:18-19: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo,
y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra
de la reconciliación”.
Dios permitió que la brecha fuera sanada a través del sacrificio de Jesucristo. Fue por el amor que
Dios siente por nosotros que estuvo dispuesto a sacrificar a su propio hijo por la humanidad (Juan
3:16). Toda Toda la idea central de la iglesia cristiana y el ministerio se trata de esta reconciliación.
Pero, ¿cómo fue llevado a cabo todo esto y por qué Jesús tuvo que sufrir una muerte tan terrible?
El plan de salvación para la humanidad es de Dios. El método que Él escogió para quitar —
perdonar— nuestros pecados, fue que un miembro de su familia —el Verbo que fue hecho carne
(Juan 1:1-2,14)— debería venir a la Tierra como el ser humano Jesucristo, y morir por nuestros
pecados. Pablo expresa este profundo acto de misericordia en Filipenses 2:5-8:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de
Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
La justicia y el amor de Dios
Por medio de la muerte de Cristo, Dios demostró su profundo amor por nosotros y la
espantosa naturaleza del pecado. De haber afrontado los pecados de la humanidad de una manera
superficial, habría sido un perdón sin esfuerzo y habría transmitido el mensaje a la humanidad de
que la rebelión y el rechazo de las leyes de Dios no era nada grave. Al mandar a su hijo para que
fuera golpeado y crucificado, el precio de nuestro perdón fue muy grande para Dios,
demostrándonos de manera muy poderosa que el mal si importa.
Como dice en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan escribió
más adelante en 1 Juan 4:9-10: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios
envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados”.
Jesucristo estaba totalmente comprometido a ser este sacrificio para demostrar su amor por
nosotros también. Como lo enseñó en la noche de la última Pascua que celebró con sus discípulos
antes de ofrecerse como el perfecto cordero Pascual —el sacrificio perfecto por el pecado: “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Juan también
escribió refiriéndose al sacrificio de Jesucristo en 1 Juan 3:16, “En esto hemos conocido el amor, en
que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos”.
El sufrimiento de Cristo es también un recordatorio del terrible sufrimiento que causa el pecado.
Nuestro justo Dios no va a minimizar lo horrible que es el pecado.
Gran parte del enfoque del libro de Romanos es para mostrarnos lo justo que es Dios. Si Dios
arbitrariamente perdonara a unos y a otros no, entonces no sería justo. El pecado tiene un castigo.
Misericordiosamente Dios permite que el sacrificio de Jesús pague ese castigo, pero eso no quiere
decir que simplemente Él pase por alto nuestro pecado.
Parte de lo que nos debe hacer reaccionar es la comprensión de que Dios no hizo simplemente
borrón y cuenta nueva, alguien más ha pagado nuestra bien merecida pena. Dios no puede pasar
por alto el pecado y ser justo. Él es el que dijo que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Si
no hubiera muerte, la deuda no hubiera sido pagada.
¿Por qué es tan importante para nosotros que Dios sea justo? Porque nuestra fe está basada en el
carácter de Dios. Si Dios fuera arbitrario, sería imposible para nosotros tener fe en Él. Nunca
sabríamos cuando nos va a exigir justicia y cuando simplemente pasaría por alto la injusticia.
Debemos estar agradecidos porque el carácter de Dios es tanto justo como amoroso.
Establecido en el plan de Dios
Los detalles del sacrificio de Cristo fueron profetizados en el Antiguo Testamento. En Isaías 52:14
leemos: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su
parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”.
Jesús fue azotado y golpeado justo antes de su crucifixión. Isaías profetizó que quedaría
prácticamente irreconocible y que sería una de las golpizas más severas que un ser humano hubiera
tenido que soportar.
El siguiente capítulo narra que el hijo de Dios fue golpeado por nuestras transgresiones y por
nuestros pecados y que finalmente Él dio su sangre como un completo sacrificio por nosotros —para
reconciliarnos con el Padre ofreciéndose a sí mismo por nuestros pecados. Todo esto fue de
acuerdo con la voluntad de Dios y el plan que tiene para que la humanidad sea perdonada y
eventualmente alcance la vida eterna (Isaías 53: 4-5,10).
Jesús estaba tan decidido a ofrecerse a sí mismo totalmente, que estando en la cruz, se rehusó a
tomar una poción para disminuir el dolor de la crucifixión (Mateo 27:34). Por su amor por nosotros, Él
ofreció su vida completamente como una ofrenda por el pecado. Él estaba dispuesto a sufrir y morir
por nosotros, para que no hubiera ninguna transigencia con la magnitud del pecado. Dios el Padre
aceptó entonces este increíble sacrificio desinteresado de su único hijo engendrado que jamás había
pecado.
Dios nos permite ir delante de su presencia ahora, si reconocemos y aceptamos lo que su hijo hizo
por nosotros. Si reconocemos nuestros pecados (1Juan 1:9), y nos arrepentimos de corazón
(Hechos 26:20) y estamos dispuestos a perdonar a los demás (Mateo 6:14); entonces Dios promete
que va a perdonarnos y nos va a dar el don del Espíritu Santo a través del bautismo y la imposición
de las manos. Si hacemos esto, entonces Él no se acordará de nuestros pecados nunca más
(Hebreo 9:14).
Este perdón no puede ser ganado por buenas obras a nuestro favor. Viene a través de la fe y la
gracia de Dios. Pablo dijo en Romanos 3:24 que nosotros “siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”.
¿Qué sucede con usted? ¿Se ha reconciliado verdaderamente con su Creador? ¿Ha pensado
seriamente en el arrepentimiento y el bautismo?
El sacrificio del Señor Jesús
A medida que se iba acercando la hora de su máximo sacrificio, el Señor Jesús se refería con mayor
frecuencia a su muerte y a su resurrección. En Lucas 9:18-26. Este pasaje bíblico se divide en dos
partes. La primera, entre los versículos 18 a 20 es una enseñanza sobre la persona del Señor Jesús.
La segunda, entre los versículos 21 a 26 es una enseñanza sobre el sacrificio del Señor Jesús. En
cuanto a la primera parte, todo comienza con una pregunta realizada por el Señor Jesús. Lucas 9:18
dice: Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó,
diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?
El evento que tratamos en nuestro estudio bíblico anterior, el milagro de la multiplicación, cuando
partiendo de cinco panes y dos pescados, el Señor Jesús alimentó a una multitud en la cual sólo los
hombres eran como cinco mil, marcó el final de lo que se conoce como el Gran Ministerio Galileo. El
Señor Jesús por tanto se dispuso a iniciar su viaje a Jerusalén en donde iba a morir crucificado en
lugar de pecadores como usted y como yo. Mientras viajaba hacia Jerusalén, fiel a su costumbre, el
Señor Jesús se apartaba a algún lugar tranquilo para orar a su Padre celestial. Lucas recoge uno de
estos momentos. En esta ocasión es muy posible que su motivo de oración haya sido que el Padre
dé el suficiente discernimiento espiritual para responder a la pregunta que estaba por hacer a sus
discípulos. La gran pregunta para sus discípulos fue: ¿Quién dice la gente que soy yo? No es que el
Señor Jesús tuviera un concepto más alto de lo que debería tener y por eso le interesaba saber lo
que la gente pensaba sobre Él, sino que por ser el Hijo de Dios en persona, el Cristo, es
indispensable que la gente lo catalogue con precisión, porque de otra manera ninguna persona
puede ser salva, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos. A continuación tenemos la respuesta a la pregunta que el Señor Jesús hizo a los doce. Se
encuentra en Lucas 9:19. La Biblia dice: Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y
otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado.(D)
Los doce respondieron afirmando que para algunos, el Señor Jesús es Juan el Bautista. A estas
alturas, Juan el Bautista ya había sido decapitado por órdenes de Herodes Antipas, por tanto es de
suponer que los que pensaban que el Señor Jesús era Juan el Bautista, creían que Juan el Bautista
había resucitado. Parece que entre estos se encontraba el mismo Herodes Antipas y por eso estaba
perplejo pensando tal vez que Juan el Bautista había resucitado para traer juicio sobre él. Para otros,
el Señor Jesús era el profeta Elías. Los que así pensaban seguramente relacionaron al Señor Jesús
con la profecía en Malaquías 4:5 donde dice: He aquí, yo os envío el profeta Elías,(A) antes que
venga el día de Jehová, grande y terrible.
Elías es el precursor del Mesías. El Señor Jesús es más que el precursor. El Señor Jesús es el
Mesías. Para otros, el Señor Jesús era simplemente algún profeta de los antiguos que había
resucitado. Note que la gente estaba totalmente confundida en cuanto a la persona del Señor Jesús.
Igual sucede con muchas personas hoy en día. Para algunos es un connotado maestro, para otros
es un sabio de su época, para otros es un revolucionario, para otros es un mártir. Mientras la gente
no tenga la convicción que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, y lo reciba como Salvador, no
es posible la salvación del pecador. Al oír la respuesta a su pregunta, el Señor Jesús, quita su
mirada de la gente y la pone en los doce, para hacerles la misma pregunta. Lucas 9:20 dice: El les
dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios.(E)
Una cosa es lo que la gente dice en cuanto al Señor Jesús, otra muy diferente es lo que uno,
personalmente, dice en cuanto al Señor Jesús. Este era el punto. A esto apunta la pregunta del
Señor Jesús. ¿Y vosotros, quien decís que soy? Fue en este punto cuando Pedro tomó la palabra a
nombre de los doce y dijo: El Cristo de Dios. Al decir esto, Pedro estaba afirmando fuera de toda
duda la deidad del Señor Jesús. Fue una declaración trascendental. Ahora, permítame trasladar la
misma pregunta a usted, amable oyente. ¿Quién dice usted que es el Señor Jesús? Si su respuesta
es cualquier cosa, menos lo que dijo Pedro, usted está todavía espiritualmente ciego a la verdad. A
continuación tenemos la segunda parte de este pasaje bíblico. Es una enseñanza sobre su propio
sacrificio. Lucas 9:21-22 dice: Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo
rigurosamente,
Luk 9:22 y diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado
por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al
tercer día.
Al oír la declaración de Pedro a nombre de los doce, el Señor Jesús les mandó que no lo digan a
nadie. El verbo mandar significa la acción de un comandante a sus soldados. Fue un mandato
solemne. Lucas dice que lo encargó rigurosamente. ¿Cuál fue la razón para esto? Pues porque la
mayoría de la gente no estaba lista para saber que el Mesías, el Cristo, el Rey de Israel tendría que
ser rechazado hasta la muerte, y que iba a resucitar al tercer día. Inclusive, parece que hasta los
doce tenían mucha dificultad para comprender y aceptar este hecho. Su tendencia era pensar que
dentro de poco iban a recibir los beneficios de ser socios cercanos del glorioso Rey de Israel. No
sabían que antes de la exaltación es necesario pasar por el valle de la humillación. Pero el Señor
Jesús no solamente les enseñó acerca de su propio sacrificio sino también acerca de la vida
sacrificada de sus seguidores. Lucas 9:23-26 dice: Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.(F)
Luk 9:24 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa
de mí, éste la salvará.(G)
Luk 9:25 Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí
mismo?
Luk 9:26 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del
Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.
Esto era para los que querían ser seguidores del Señor Jesús. La condición es negarse a ellos
mismos, esto significa poner nuestros intereses por debajo de los intereses de nuestro Señor. Es
una decisión consciente y voluntaria de tomar nuestra cruz cada día y seguir al Señor. Al decir esto,
el Señor Jesús no estaba hablando de la salvación, porque la salvación es gratuita, pero una
persona genuinamente salva por gracia, que toma conciencia de lo que hizo el Señor para poder
salvarla, estará dispuesta a tomar su cruz, y seguir al Señor Jesús. La cruz en aquellos tiempos era
un símbolo de vergüenza, culpa, sufrimiento y rechazo. No había forma más infame de morir. Era
algo bajo, algo vil, algo denigrante. En esa época nadie llevaría cruces colgadas al pecho o pondría
cruces en las paredes o en los edificios. Tomar la cruz tiene que ver con estar dispuesto a la peor de
las humillaciones por amor a nuestro bendito Salvador, el Señor Jesucristo. A los ojos humanos,
esto de tomar la cruz y seguir al Señor Jesús es un desperdicio de la vida, semejante a perder la
vida, pero a los ojos de Dios, esto de tomar la cruz y seguir al Señor Jesús es la mejor inversión de
la vida. Es semejante a salvar la vida. ¿Quiere salvar su vida? Entonces tome su cruz y siga al
Señor Jesús. Obviamente, el primer paso para esto consiste en recibir a Cristo como Salvador. Esto
es un regalo que se lo recibe simplemente por fe. No tiene sentido ganar todo lo que este mundo
puede ofrecer al elevado precio de descuidar nuestra relación con Dios. ¿Recuerda la historia del
mendigo Lázaro y del rico? El rico vivió para ganar el mundo, pero descuidó su relación con Dios, y
terminó en tormento en fuego. En cambio Lázaro, vivió en comunión con Dios, a pesar de su
absoluta pobreza, y terminó en absoluta bendición. No sacrifique su futuro eterno en el altar de los
beneficios que este mundo ofrece. Estas palabras deben quedar resonando en su mente: ¿Qué
aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo? El Señor Jesús
prosigue pronunciando una solemne sentencia: El que se avergonzare de mí y de mis palabras, de
éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos
ángeles. No se avergüence del Señor Jesús, amable oyente, recíbalo como su Salvador lo antes
posible. De otra manera está en riesgo de salir de este mundo sin haber sido perdonado de sus
pecados, y si eso pasa, el Señor Jesús, el Hijo del Hombre se avergonzará de usted, cuando venga
rodeado de su gloria y de la gloria de su Padre y de la gloria de los santos ángeles. Esto significará
tormento eterno en el infierno. No corra este riesgo. Hoy mismo reciba al Señor Jesús como su
Salvador.
Mateo 26.36-46
Jesús descendió al más profundo abismo de la desesperación horas antes de su crucifixión. En el
huerto de Getsemaní, en repetidas ocasiones oró pidiendo que “la copa” pasara de Él (Mt 26.39-44).
Cristo estaba mirando un cáliz de ira y de juicio que debió haber sobrecogido su alma (Is 51.17). La
humanidad había llenado la copa con los hechos y los pensamientos más depravados que podía
concebir. Según la Biblia, Jesús no únicamente murió por nuestros pecados; Él se hizo pecado por
nosotros (2 Co 5.21). El Cordero santo y perfecto tomó sobre sí todo lo vil y perverso de este mundo.
Además, Jesús sabía las consecuencias de aceptar el pecado de la humanidad. La santidad de Dios
impedía que hubiera pecado en su presencia. Por tanto, el Padre tendría que separarse del Hijo.
Jesús había gozado siempre de unidad y relación perfectas con Dios. Contemplar una separación y
un rechazo tan desgarradores debió haber sido aterrador para Él.
No había duda de que Jesús cumpliría la voluntad de Dios. Se convertiría en pecado y se separaría
del Padre, si eso es lo que se requería para salvar a la humanidad. En un momento en el huerto,
imploró otra vía para nuestra redención. Sin embargo, cuando estaba claro que la respuesta del
Padre era “No, esta es la única manera”, Jesús se sacrificó obedientemente.
Pero Jesucristo sacrificó más que su vida. Sustituyó la maldad con santidad, y la separación con
santa unión. El Salvador hizo esto para que pudiéramos ser transformados en hombres y mujeres
santos con un futuro eterno. No es de extrañar que toda la creación lo alabe (Ap 5.11-14), y por
tanto, debemos hacer lo mismo cada día de nuestra vida.