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ESTUDIOS
DE
ÉTICA JURÍDICA
D IS T R IB U C IO N E S
FONTAMARA.
CODIFICADO
r-ACULIAP. ÜE B t m V
Adquirido p m: 9 W P f ? 4 nn
Fecha de
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PROGRAMA: . _ „ J l 5ú E I!
© J o r g e M a le m
© D is tr ib u c io n e s F o n t a m a r a , S . A .
Av. H id algo N o . 4 7 -b , C olo n ia d el C a rm en
D e le g . C oy oacán, 0 4 1 0 0 , M é x ic o , D . F .
T e ls . 5 6 5 9 - 7 1 1 7 y 5 6 5 9 -7 9 7 8 F a x 5 6 5 8 -4 2 8 2
Im p r e s o y h e c h o e n M é x i c o
P r in t e d a n d m a d e ir? M e x ic o
0 0 8 7 1 7 w#r
Para Adela
i'
11
consentido. El segundo, instituye que realizar, o no, ciertas con
ductas ordenadas por eí derecho no depende de la voluntad
del destinatario, sino del contenido de las acciones que se exi
gen. Se deberá obedecer al derecho, entonces, si el contenido
de lo por él ordenado se adecúa a ciertas pautas éticas.
Estos dos modelos recogen, en realidad, una distinción que
en la literatura en castellano ha pasado prácticamente desaperci
bida, pero que ha sido objeto de análisis preferente por parte de
autores de habla inglesa. En efecto, éstas dos formas mediante
las cuales una conducta puede quedar moralmente determinada
pueden explicarse a través dé la distinción propuesta poj- H. Hart
entre “obligación” y “deber”.1 Ha sido el mérito de autores como
H. Hart, J. Feinberg o J. Rawls haber señalado la necesidad de
manejar con algún cuidado los conceptos de “obligación” y
de “deber”; y de haberlos utilizado, como en el caso de Feinberg
y Rawls2, para analizar el problema de la obediencia a la ley.
Según esta línea de análisis, las “obligaciones” son requeri
mientos morales que se caracterizarían por lo siguiente. Prime
ro, se originan en actos voluntarios, y necesitan para su génesis
de especiales acciones individuales destinadas a crearlas. T an
to en el ámbito jurídico como en el moral provocan que una
conducta que previamente era considerada indiferente pierda
su opcionalidad.
Segundo, son interpersonales, es decir, son requerimien
tos dirigidos a personas determinadas (los obligados) por per
sonas determinadas o determ inables (los titulares de los
derechos correlativos). Representan un tipo de requerimien
tos estrictam ente personal, cuyo contenido está p erfecta
mente individualizado.
12
Tercero, cada obligación se correlaciona con su derecho co
rrespondiente, el cual es, a su vez, simultáneamente generado.
Obligaciones y derechos constituyen el anverso y el reverso de
una misma moneda.
Cuarto, las obligaciones constituyen, por último, requerimien
tos que no tienen su origen en el carácter o en el contenido de las
acciones obligatorias, sino en la particularísima forma o manera
que tienen las partes de vincularse o relacionarse.
Los “deberes”, por otra parte, implican requerimientos que
en el ámbito de la moral pueden ser utilizados apropiada-men
te en tres contextos diferentes e independientes. En primer
lugar, se emplean con absoluta abstracción de cualquier marco
institucional que les pueda servir de referencia, y existen al
margen de cualquier acto voluntario que les pudiera originar.
Es más, no guardan conexión necesaria alguna con prácticas
sociales o con ciertas peculiaridades personales. Todos los hom
bres, por el mero hecho de serlo, tienen estos “deberes”. El
deber de ayuda mutua o el de no dañar o perjudicar a otro son
ejemplos de estos deberes que J. Rawls denomina “deberes
naturales”.
En segundo lugar, se utiliza la palabra “deber” para hacer
referencia a requerimientos morales y también jurídicos que
están íntimamente relacionados a ciertas posiciones, oficios,
funciones o papeles que una persona puede llegar a desempe
ñar. Las acciones y las omisiones que tiene que realizar de una
manera no optativa quien está situado en la “posición de hijo”
respecto de sus padres ilustra este tipo de “deberes”. Aquí ca
bría hablar de “deberes institucionales”. En tercer lugar, la pa
labra “deber” se emplea para hacer referencia a los llamados
“deberes de obediencia”, es decir, a los “deberes” que surgen
de normas u órdenes emanadas de autoridad competente.
D e acuerdo con este esquema dual, las teorías voluntaristas
responderían al interrogante de si estamos constreñidos a obe
decer al derecho en términos de “obligaciones”. Las teorías
teleológicas y las deontológicas lo harían en términos de “de
beres”. A las voluntaristas correspondería la teoría del consenti
m iento en sus diferentes variantes. A las teleológicas, el
utilitarismo en todas sus versiones. A las deontológicas, las teo
rías del derecho natural, la teoría del juego limpio y la de apoyar
las instituciones justas.
13
I. LA OBLIGACIÓN DE OBEDECER AL DERECHO
1.1. Teorías voluntaristas
La teoría del consentimiento. Esta teoría ha sido utilizada a
partir del siglo X V II para justificar la obediencia al derecho,
aunque sus orígenes pueden remontarse a la antigüedad clási
ca. Hay que señalar, sin embargo, que esta doctrina no ha sido
presentada h istó ricam en te de id én tica m anera. E n su
formulación más simple, el consentimiento adquiere la forma
de una autorización, mientras que en su versión más compleja
reviste la forma de un contrato.
Mediante el consentimiento, el estar “bajo el imperio del
derecho” no es óbice para afirmar que el hombre permanece
libre y no renuncia a su autonomía, ya que las limitaciones a
su propia libertad para actuar han sido establecidas mediante
autorización o acuerdos previos de los que él mismo es parte.
D e ese modo, la sujeción de los ciudadanos a la ley se funda
en la realización de actos voluntarios.
Al poner el acento en que un hombre que ha nacido libre per
manece libre en un Estado que ha contribuido a forjar mediante
actos voluntarios, la teoría del consentimiento restaría plausibilidad
a la afirmación que niega la existencia de una obligación de obede
cer al derecho con argumentos anarquistas basados en la idea de
autonomía. Pero ésta no es su única característica. Se trata también
de una teoría formal, ya que hace recaer el peso de la argumenta
ción en la forma cómo las personas se obligan, sin tener en cuenta
su contenido, los valores por ella promovidos o sus consecuencias.
Los teóricos del consentimiento argumentan que la obligación de
obedecer al derecho está en función de los actos que los individuos
realizaron en el pasado. Por lo tanto, para saber si una persona tiene
una obligación de obedecer al derecho es necesario comprobar lo
que esa persona hizo, y no si debiera o no haberlo hecho; de ese
modo se señala que los requerimientos morales únicamente de
ben ser entendidos como autolimitaciones voluntarias.
Las diferentes versiones de la teoría del consentimiento
han sido formuladas, al menos, en dos niveles diferentes. E l
primero, hace referencia al modo cómo se ha de manifestar el
consentimiento. El segundo, hace referencia a los individuos
que deben manifestar el consentimiento. En el primer nivel
14
se sitúan las teorías del consentimiento expreso y del consen
timiento tácito. En el segundo, las teorías del consentimiento
por unanimidad y del consentimiento de la mayoría.
15
I .l.b . L a teo ría del con sen tim ien to tácito
16
tarios que son precisamente los que más se oponen a que sus
ciudadanos lo abandonen recibirían, si se acepta la propues
ta de Locke, las cuotas más altas de aquiescencia.
Estas críticas, entre otras, llevaron a parte de los teóricos a
precisar la idea del consentimiento tácito. Así, J. Simmons pro
pone que se satisfagan las siguientes cinco condiciones para
que dicho consentimiento pueda ser prestado:
17
sentimiento tácito debe ser deducido de las circunstancias que
rodean cierto estado de cosas, resultará que la valoración
que de esos elementos se hagan dependerá, en gran medida,
de la labor del intérprete, con el riesgo consiguiente de arbi
trariedades, malentendidos e inseguridades.
18
E l consentimiento de la mayoría, pues, habría que considerar
lo equivalente al consentimiento unánime.
Se trata aquí de un consentimiento que ya no es prestado por
cada uno de los individuos sino por un conjunto más o menos
amplio de personas, y en general no se presta a cada una de las
leyes del Estado sino más bien a una ley fundamental que
establece el procedimiento de la mayoría para dictar leyes.
Ello implicaría — se aduce— también el consentimiento a las
leyes que por ese procedimiento se establezcan.
Pero esta forma de considerar el consentimiento genera
desde el comienzo numerosos interrogantes ¿es posible que
una minoría disidente tenga la obligación moral de obedecer
las leyes impuestas por la mayoría aun en contra de su volun
tad?, ¿es suficiente el factor numérico (mayoría de votos, por
ejemplo) para originar una obligación moral?, ¿no habría una
contradicción entre el supuesto de la teoría del consentimien
to en general — la única forma de obligarse es mediante actos
voluntarios y conscientes— y la afirmación de que lo decidido
por unos (la mayoría) afecta a los demás (la minoría)?
Los problemas que la versión de la teoría del consenti
miento motivó que se hayan ofrecido diversas soluciones. Tal
vez la más importante consiste en identificar el consentimiento
con la participación política en un sistema democrático de toma
de decisiones. Pero como me he ocupado de mostrar en otro
lugar, se puede participar en política precisamente para no
consentir determinadas decisiones.7 No aparece claro, pues,
que desde un punto de vista conceptual sea fácilmente acep
table la identificación entre consentir y participar en un pro
ceso democrático de toma de decisiones.
Dados los inconvenientes que presentan las teorías que
intentan fundamentar una obligación de obedecer al dere
cho, se hace necesario indagar acerca de la posibilidad de en
contrar una razón que sustente la idea de la obediencia a la
ley no ya exclusivamente en determinados actos históricos de
los individuos, sino en determinados criterios materiales. En
virtud de ello, la explicación de porqué existe un requerimiento
19
moral para obedecer al derecho se expresará en términos de
“deber”, en lugar de “obligación”.
II. E L D E B E R D E O B E D E C E R A L D E R E C H O
20
008717
4) Un principio de utilidad, según el cual se debe buscar
maximizar el estado de cosas definido en 2.9 Ahora bien,
hay una gran variedad de versiones utilitaristas, aunque
quizás las dos más importantes sean la del utilitarismo del
acto y la del utilitarismo de la regla.
21
22
11.2. Teorías deontológicas
11.2.a. La teoría del Derecho Natural
Las teorías de Derecho Natural se han manifestado histórica
m ente bajo formas y con contenidos diferentes. E n un trabajo
ya clásico, Norberto Bobbio13, para quién el iusnaturalismo es
una corriente dualista que admite la distinción entre Derecho
Natural y derecho positivo afirmando la supremacía del prime
ro sobre el segundo, ha advertido que existen tres doctrinas del
Derecho Natural: la escolástica, la racionalista moderna y la
hobbesiana. Según el primer tipo, el Derecho Natural sería
un conjunto de primeros principios morales muy generales
que sirven de inspiración al legislador para la promulgación
del derecho positivo. Este Derecho Natural tendría como des
tinatarios a los legisladores, y los súbditos deberían obedecer
las leyes por ellos sancionadas, incluso en algunos casos don
de dictaran leyes injustas — dentro de cierto grado— si éstas
están legítimamente promulgadas y su desobediencia hubiera
de acarrear mayores males que su obediencia. Según el se
gundo tipo, el Derecho Natural sería un conjunto de dictami
na rectae rationisque proporciona el contenido de las leyes. El
derecho positivo sería, en este caso, únicamente la forma polí
tica de imponer ese contenido. Los destinatarios de estas nor
mas de Derecho Natural serían los legisladores y los súbditos,
que tendrían un deber de obediencia hacia ellas. Según el ter
cer tipo, el Derecho Natural constituye el fundamento de todo
sistema jurídico positivo. Su función sería la de legitimar al le
gislador humano prescribiendo que los súbditos deben obedecer
aquello que ordena el soberano. Por esa razón, los destinarios
de ésas normas de Derecho Natural son los súbditos.
E s posible encontrar, sostiene José Delgado Pinto, un
ideario común a estas distintas manifestaciones de las doctri
nas del Derecho Natural. Ideario que podría ser reconstruido
de la siguiente manera: primero, existen ciertos principios o
reglas relativos a la ordenación justa de la vida en sociedad
23
que son universables e inmutables, y cuyo conocimiento sólo
es posible mediante el uso de la razón. Segundo, tales reglas y
principios son insuficientes para mantener la sociedad organiza
da, por lo que es imprescindible la presencia de una autoridad
política cuya doble función sería:
24
Ahora bien, son innumerables las críticas que se han dirigi
do contra las distintas doctrinas del Derecho Natural en gene
ral, y contra sus diversas tesis de la obediencia al derecho en
particular. Se han formulado críticas de carácter historicista, en el
sentido de que el Derecho Natural ha sido presentado de muy
diversas formas y contenidos distintos hasta críticas de que vio
lan el abismo lógico entre el ser y el deber ser o de que sólo
sirven para apuntalar ideológicamente ciertos regímenes políti
cos. Según Alf Ross, una vez que se hubo deducido un sistema
jurídico completó sobre la base iusnaturalista, se pasó de una
idea no irrazonable de que el derecho positivo estaba sometido
a ciertos principios morales que le concedían su fuerza moral
obligatoria a otra idea no razonable de admitir una duplicidad
de sistemas jurídicos en la sociedad. Pero, además, como las
distintas doctrinas iusnaturalistas presentan al Derecho Natu
ral con contenidos muy diferentes y con grados de exigibilidad
de esos contenidos muy distintos, “a semejanza de una cortesa
na está a disposición de cualquiera. No hay ideología que no
pueda ser defendida recurriendo a la ley natural”.15
25
ejemplo, de H. Hart y de J. Rawls. Según Rawls, “si hay be
neficios mutuos y un esquem a justo de cooperación social, y
las ventajas que éste produce pueden ser obtenidas sólo si
todos o casi todos cooperan. Supóngase además que la co
operación requiere ciertos sacrificios para cada una de las
personas o, al menos, que involucra ciertas restricciones de
su libertad. Supóngase también que los beneficios produci
dos por la cooperación son hasta cierto punto libre,' es decir,
el esquema de cooperación es inestable en el sentido que
cualquier persona sabe que todos (o casi todos) continuarán
haciendo su parte, incluso cuando sepa que ella será capaz
de obtener ventajas aun cuando no cumpla con su parte. Bajo
estas condiciones, una persona que ha aceptado los beneficios
de tal esquema está vinculada por un deber de imparcialidad
a cumplir con su parte y a no obtener ventajas del libre be
neficio de la cooperación”.17
La idea central que está en la base de la tesis de Rawls,
sustentada en la idea de reciprocidad y en el principio de
imparcialidad, es que si varios individuos se comprometen
voluntariamente en una empresa cooperativa que es venta
josa para todos, simultáneamente limitan su libertad en la
medida en que sea necesario para la consecución de los fines
perseguidos. Por esa razón, tienen derecho a exigir un com
portamiento igual de todos aquellos que participan en dicha
empresa. Ese esquema, por cierto, no debe ser injusto, o, al
menos, no debe exceder los límites de cierta injusticia tole
rable, ya que, en caso contrario, no generaría requerimiento
moral alguno.
26
Pese a lo atractivo de la propuesta rawlsiana, se le han for
mulado diversas críticas. Algunas de orden analítico. No está
claro cuál es la noción de “empresa”, ni cuál es el concepto de
“beneficio” que utiliza. Otras, en cambio, se dirigen mas bien
al escaso valor representativo del modelo, en el sentido que
no constituye un criterio válido para fundamentar un deber
general de obedecer al derecho. D e hecho, el propio Rawls
reconoce que “no existe, estrictamente hablando, una obliga
ción política para los ciudadanos en general”.18
Por otra parte, tampoco está claro que los individuos acep
ten voluntariamente los beneficios que les ofrece — cuando
les ofrece— el Estado. Robert Nozick ha vertebrado también
una crítica interesante.
Supóngase que en un barrio integrado por 365 adultos
un grupo de vecinos decide crear un sistema de entreteni
m iento público. Cada uno de los días del año un vecino
deberá realizar cierto tipo de actividades con el fin de faci
litar el esparcim iento de los miembros de la comunidad.
Así sucede con los 158 primeros vecinos, pero en el mo
mento en que el vecino 159 ha de realizar esas actividades,
se niega a hacerlo.
Nozick afirma que la negativa de este vecino no provoca
ningún daño excepcional entre sus pares, de hecho hay perso
nas que nunca asisten a las sesiones de entretenimiento. En
efecto, continúa Nozick, sólo sería posible afirmar la existencia
de una obligación de cumplir con el acuerdo si los beneficios
obtenidos en esa empresa superan las cargas que provocan.19
Pero aceptar esto supone introducir elemento consecuen-
cialista que resulta extraño a los propios postulados de la teoría
del juego limpio. Además, una persona o institución no puede
beneficiar a alguien que no haya solicitado tal beneficio y des
pués reclamarle pago o contraprestación por ello.
Por todas estas razones la teoría del juego limpio no puede
legitimar una obligación general de obedecer al derecho.
27
II.2.C. L a teoría de apoyar las instituciones justas
En su Teoría de la Justiáa, John Rawls sostiene que tenemos
un deber natural de apoyar y fomentar las instituciones justas.
En palabras del profesor de Harvard, “desde el punto de vista
de la teoría de la justicia, el deber natural más importante es
el de defender y fomentar las instituciones justas. Este deber
tiene dos partes: en primer lugar, hemos de obedecer y cum
plir nuestro cometido en las instituciones justas cuando éstas
existan y se nos apliquen; y en segundo lugar, hemos de faci
litar el establecim iento de acuerdos justos cuando éstos no
existan”.20 Este derecho natural fundamentaría un deber ge
neral de obedecer al derecho que es justo o cuasi justo.
Esta posición de Rawls ha sido objeto de numerosas obje
ciones. Algunas de ellas se dirigen hacia la primera parte del
deber natural bajo la fórmula “y se nos apliquen”. E n el pen
samiento rawlsiano, hay instituciones que se nos aplican ine
vitablemente a todos, como el derecho, mientras que otras se
aplican tan sólo a personas determinadas o determinables,
como sucede en el caso de los contratos y de las promesas.
Según John Simmons, “y se nos apliquen” en su primer senti
do se basaría en un mero criterio territorial. El haber nacido
en un Estado hace que se nos apliquen sus leyes, pero ésto
resulta demasiado débil para justificar un requerimiento mo
ral de obediencia a sus leyes. Si, eñ cambio, el acceso a la ins
titución es voluntario se generaría una obligación de obediencia
hacia sus reglas, pero esto acercaría el deber natural rawlsiano
o bien a la teoría del consentimiento o bien a la del juego lim
pio, haciéndose acreedor a las objeciones ya mencionadas en
los apartados anteriores.21
28
realizan, independientemente de si el derecho las prohibe;
en general no se mata, no se viola o no se incumplen los acuerdo
sociales, y no por el temor — o no exclusivamente— a una
sanción estatal como podría pensarse, sino por razones mora
les. En efecto, si existe una norma moral o un mandato de la
conciencia que señala cuál es la conducta éticamente debida,
el hecho de su prescripción jurídica positiva resulta irrelevan
te. Y el derecho no ofrecería, en ese sentido, ninguna razón
independiente en favor de ese comportamiento. Esto ha lle
vado a algunos autores como Joseph Raz a rechazar la existen
cia de una obligación de obedecer al derecho, ni siquiera prima
facie , y ni siquiera en una sociedad buena dotada de un siste
ma jurídico justo.22
En realidad, una de las tesis que subyace a esta posición
es que la autonomía moral no puede rendirse a ningún impe
rativo jurídico. Se sostiene que las únicas obligaciones mora
les que un individuo tiene son las que asume voluntariamente.
Y si se aceptara la existéncia de una obligación, o de un deber,
general de obedecer al derecho, se debería aceptar la existen
cia de una obligación, o.de un deber, de obedecer un mandato
que no es formulado por el sujeto normativo, sino que supone
satisfacer los deseos y la voluntad de otros sujetos: los legisla
dores. Aceptar tal obligación, pues, implicaría una contradic
ción en los términos. Henry David Thoreau lo expresa con
meridiana claridad: “La única obligación moral que tengo de
recho a asumir es la de hacer en todo momento lo que consi
dero correcto”.23
Carlos Niño también ha señalado un argumento similar
para mostrar la imposibilidad de que el derecho constituya
una razón independiente para realizar una acción. Su tesis tie
ne como punto de partida un razonamiento acerca de la cade
na de validez que es familiar: un ju ez puede dictar una
sentencia basada en una determinada norma del sistema jurí
dico; esa sentencia será válida en la medida de que también lo
sean los actos de creación de esa norma de orden superior, la
29
cual a su vez será válida en la medida de que también lo sean
los actos que la originaron, la cual a su vez ... y así hasta llegar
a la primera constitución. Pero la validez de esta constitución
no puede descansar en los actos que la originaron, ya que los
hechos nunca pueden servir de fundamento a normas, y quién
así lo sostuviera cometería una falacia naturalista al pretender
inferir enunciados normativos a partir de enunciados acerca
de hechos. Por esa razón, dice Niño, los actos del constituyen
te no pueden servir para fundamentar las normas constitucio
nales, y tampoco, por cierto, para generar una obligación de
que se le obedezca.
Es necesario aceptar, según Niño, una norma que prescri
ba que se debe obedecer a cierta autoridad en virtud de sus
propios méritos. Esa norma no puede ser jurídica, sino moral.
Ello quiere decir que para saber si una norma dictada por una
autoridad sirve para justificar acciones, ha de mostrarse que
deriva de una norma moral. Esto implica que el discurso jurí
dico es un caso especial del discurso moral. La idea que se
extrae de este proceso es que los principios morales ya contie
nen todo lo que una constitución puede contener y que, por
consiguiente, nada agrega a los principios justificatorios. D e
manera tal que si la constitución no recepta esos principios
justificatorios no es legítima, y no podrá ser utilizada en el
discurso práctico. Pero si reconoce tales principios, entonces
es redundante, ya que apela a los mismos principios mora
les que están ínsitos en el razonamiento práctico y es, por lo
tanto, superflua.24
E l derecho sería superfluo en la medida en que si prescri
be acciones éticam ente debidas, el ciudadano las satisfará no
por razones jurídicas, sino morales. Si, por el contrario, el de
30
recho establece la ejecución de acciones inmorales, el ciuda
dano deberá desobedecerla, ya que el orden jurídico no ofre
ce razones independientes moralmente justificantes. Llegados
a este punto, se podría concluir con la frase de Felipe González
Vicén que reza: “mientras no hay un fundamento ético para la
obediencia al derecho, sí hay un fundamento ético absoluto
para su desobediencia”.25
Sin embargo, creo que tanto la tesis de la superfluidad del
derecho como la tesis anarquista que surge del valor de la au
tonomía de la conciencia pueden ser matizada en un caso y
rechazada en otro, al menos en sus formulaciones aquí pre
sentadas. L a primera, porque en más de una ocasión la exis
tencia de normas jurídicas constituye un elemento necesario
para que pueda ser posible la vigencia de'principios morales,
verbigracia, porque hacen posible la coordinación de conduc
tas. En efecto, cierto tipo de coordinación sólo puede llevarse
a cabo a través del derecho. Las reglas que regulan el tráfico
son un buen ejemplo de ello. Sólo al obedecer la norma que
impone que se ha de circular a una velocidad máxima de 100
Km/hora por el carril izquierdo, supongamos, estamos hacien
do posible la coordinación en el tráfico rodado. Desobedecer
este tipo de normas implicaría la anarquía en el tráfico con el
consiguiente peligro dé accidentes y de provocar daños a terce
ros. Que se conduzca a determinada velocidad y por determi
nado carril no son en sí mismos datos éticam ente relevantes,
es el derecho el que los convierte en relevantes por las razo
nes antes expuestas. Esto mostraría que al menos hay cierto
tipo de normas jurídicas que no son superfluas. La segunda,
31
porque sostiene que los individuos pueden vincularse únicamente
a través de actos voluntarios, mediante los cuales, una acción que
originariamente era neutral desde un punto de vista moral, se
transforma en obligatoria. Según esta tesis, la conciencia indivi
dual sería no sólo el único legislador moral, sino que su compe
tencia sería ilimitada. Así lo afirma Felipe González Vicén, “la
conciencia — dice— posee una certeza absoluta... Al margen de
toda experiencia, independientemente de toda convicción teóri
ca, la conciencia nos revela nuestra última realidad en forma de
exigencia. No hay conciencia errónea ... D e esta naturaleza de la
conciencia se deriva también1su obligatoriedad. Una obligatorie
dad absoluta e incondicionada”.26 Pero esta es una manera equivo
cada de considerar la cuestión. Las personas morales están
vinculadas también por deberes que no son el resultado de actos
voluntarios, piénsese, por ejemplo, en el deber del hijo de cuidar
a su padre enfermo. El no accedió a la “posición de hijo” de for
ma consciente o voluntaria y no obstante ello al menos partes de
sus acciones respecto de su padre están deónticamente determi
nadas desde un punto de vista moral. Por otra parte, la conciencia
individual está también sujeta a límites. Como ha señalado Er
nesto Garzón Valdés, sus directivas tendrán que satisfacer los
postulados de universalidad y aceptabilidad por parte de un ob
servador racional a fin de que puedan ser calificados de morales.
Además, de la afirmación de que cada persona sea su propio le
gislador moral no se infiere la corrección ética de sus juicios; por
la simple razón que de una frase cognitiva no es posible inferir
ningún imperativo.27
32
Ahora bien, todas las teoría que hasta aquí fueron exami
nadas tienen una pretensión de singularidad, es decir, recla
man para sí mismas el privilegio de ser las únicas que, con
absoluta exclusión de las otras, fundamentan la obligación o
el deber de obedecer al derecho. Y aun si se aceptara que el
derecho constituye una razón independiente para realizar una
acción y se admitieran como alternativas exhaustivas las teo
rías mencionadas, pareciera que no hay forma posible de jus
tificar un req u erim ien to moral g en eral en favor de la
obediencia al derecho.
El problema es, sin embargo, más complejo. Y el camino
que conduce a justificar ciertos requerimientos para realizar las
conductas reguladas por el derecho podría com enzar a
desbrozarse en parte si en vez de considerar al derecho como
un todo homogéneo lo analizamos distinguiendo algunas de sus
normas. A la pregunta de si tenemos un deber o una obligación
de obedecer al derecho no cabría responder de una manera sim
ple, tratandd a todas las normas que lo forman por igual o adu
ciendo una única teoría supuestamente legitimadora.
Juan Carlos Bayón, por ejemplo propone diferentes nive
les de respuestas según sea el caso. Primero, a veces hay razo
nes morales para realizar determinadas acciones que son las
mismas acciones que constituyen el contenido de una norma
jurídica. No matar, por ejemplo. Habría aquí razones para ha
cer lo que el derecho exige, pero no un deber de obedecer al
derecho, ya que “las exigencias del derecho simplemente co
inciden a veces con las razones morales para actuar que inde
pendientem ente tiene un individuo”.28 E n este caso, el
derecho resulta superfluo por redundante.
Segundo, a veces existen razones independientes del con
tenido de las normas para hacer aquello que el derecho orde
na. “E sto q u iere d ecir que el derecho ha contribuido
causalmente a la generación de ciertas circunstancias en las
que hacer lo que una norma jurídica exige resulta ser — y
ceterisparibus no lo sería de no darse esas circunstancias— una
33
forma de hacer algo que se considera valioso en sí mismo”.29
Normas que sirven para la coordinación social ilustrarían este
tipo de casos. Aquí sí cabría hablar de un deber de obedecer al
derecho, y las teoría del juego limpio y, desde luego, conside
raciones consecuencialistas, podrían avalar los requerimien
tos de obediencia.
Por paradójico que pudiera parecer, entonces, no es posi
ble predicar ninguna obligación o deber de obediencia al de
recho respecto de aquellas normas jurídicas que por su
contenido son justas, ya que la exigencia de realizar esas ac
ciones viene impuesta por la propia moral. Sí, en cambio, pue
de existir una obligación moral de obedecer ciertas leyes o
parcelas del derecho; es el caso de quien contrara con el Esta
do, o accede voluntariamente a un cargo público y se compro
mete a respetar las reglas inherentes a dicho cargo30, o un
deber de obedecer ciertas normas jurídicas en virtud del prin
cipio de juego limpio o de consideraciones consecuencialistas.
Pero no se trataría aquí de una obligación o de un deber gene
ral, ni respecto de todas las normas jurídicas, ni respecto de
todos los destinatarios.
29 Idem , p. 694.
30 Asumir el com prom iso de d esem peñ ar el cargo de ju ez , por
ejem p lo , im plica aceptar todos los d eb eres qu e son consu stanciales al
mismo. Por esa razón, se su ele hablar aquí tam b ién en térm inos de un
“d eb er institu cion al” del ju e z de o b ed e cer al d erecho.
34
L a D is p u t a d e v il in -H art
35
ral, la mera inmoralidad del acto no es razón suficiente para
su prohibición. Según William Edmundson, el liberalismo
demandaría que la sociedad mantenga una posición de neu
tralidad hacia concepciones particulares de lo bueno, de la
vida buena y de las personas buenas. La neutralidad liberal
sólo podría ser debilitada si la persecución del bien propio
tiende a impedir la libertad de otros para la búsqueda de su
propia concepción del bien.1 Sería deber del Estado, enton
ces, permanecer neutral acerca de las concepciones morales
de los ciudadanos.
En el ámbito jurídico filosófico la polémica acerca de la posi
bilidad de imponer una moral determinada a través del derecho
tuvo su mayor desarrollo en la década de los años sesenta con la
discusión entre Lord Devlin y H. Hart. La cuestión había sido
planteada en torno a la conveniencia, o no, de descriminalizar los
comportamientos homosexuales y la prostitución. La comisión
Wolfenden, que a esa sazón había sido creada en Inglaterra, dic
taminó en 1957 que era oportuno desregular ambas conductas
basándose precisamente en un argumento liberal, esto es: no es
de incumbencia del Estado las actividades privadas realizadas
entre adultos que consienten a ellas. Según el Comité Wolfenden,
“la función del derecho penal es la de preservar el orden público
y la decencia, proteger a los ciudadanos de lo que sea ofensivo o
dañino, y proveer suficiente resguardo frente a la explotación y
corrupción de otros, especialmente de aquellos que son particu
larmente vulnerables, ya sea porque son jóvenes, débiles de
cuerpo y mente, o inexpertos, o están en un estado de depen
dencia física, legal o económica2... E n nuestra opinión no es
función del derecho intervenir en la vida privada de los
ciudadanos, ni intentar im poner ningún modelo de com
portam iento determ inado, más allá de lo que sea necesa
rio para llevar a la p ráctica los propósitos que hem os
bosquejado3... Se ha de m antener un ámbito de la morali
1 V é a s e , W illia m A. E d m u n d s o n , “ L ib e r a li s m , L e g a l
D ecisio n m ak in g and M orality [as such] Oxford Journal o f Legal
Studies, vol. 10, invierno de 1990, p. 505.
2 V éase, The Wolfenden Repot't. Report o f the Committee on Homo
sexualOffenses andProstitution. S tein and D ay. P ublish ers. N ew York,
1963; par. 13, p. 23.
3 Idem , par. 14, p. 24.
36
dad y la inmoralidad privadas que, dicho breve y crudamente,
no es asunto del derecho”.4
Con esta recomendación, el Comité Wolfenden no hacía
sino recoger la ya tradicional concepción milliana acerca del
principio del daño. E n efecto, en Sobre la libertad
, Mili sostu
vo que: “La única finalidad por la cuál el poder puede, con
pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de la comuni
dad civilizada contra su voluntad es evitar que perjudique a
los demás. Su propio bien, físico o moral no es razón suficien
te ... La única parte de la conducta de cada uno por la que él es
responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás.
En la parte que le concierne meramente a él, su independen
cia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio
cuerpo y espíritu, el individuo es soberano”.5
En lo que sigue, analizaré brevemente, en primer lugar,
las tesis de Lord Devlin, prestando especial atención a su
tesis acerca de la desintegración social, en segundo lugar, pre
sentaré dos casos que parecieran avalar las tesis devlinianas,
en tercer lugar, haré un breve examen de las principales críti
cas que se han formulado a las tesis de Lord Devlin poniendo
el acento en las dirigidas por H. Hart, y concluiré examinan
do cierta relaciones entre el derecho y la moral.
37
apoyo de esta posición, Devlin señala el hecho de que el con
sentimiento de la víctima no juega ningún papel en el dere
cho penal como elemento de justificación o de excusa. La razón
de esto es que, en su opinión, un delito no sólo es un ataque a
un individuo determinado, es también un agravio a la comu
nidad en su conjunto. Por otra parte, agrega, si bien existen
acciones inmorales que no están tipificadas como delito, no
habría inmoralidad que fuera perdonada por la ley. Así, pone
por ejemplo, un contrato cuyo objeto fuera inmoral no sería
válido.6
La defensa de este tipo de moralismo legal7 por parte de
Devlin se basa en la premisa de que la cohesión social depen
de del conjunto de creencias morales compartidas por los
miembros de una comunidad. Al compartir estas creencias,
los individuos se transforman en integrantes de una sociedad.
D e hecho, la sociedad es definida por Devlin como “una co
munidad de ideas, y no sólo de ideas políticas, sino también
de ideas sobre cómo sus miembros deben comportarse y go
bernar sus vidas; pues bien: estas últimas ideas constituyen su
moral. Toda sociedad tiene una estructura moral, además de
la política; o más bien ... yo diría que la estructura de toda
sociedad se compone de una política y de una moral” .8
Pero se basa también en una segunda premisa, y es que
toda sociedad tiene el derecho a defender su integridad, tanto
frente a ataques internos como externos. Y así como la rebe
lión afectaría la integridad del cuerpo político, la inmoralidad
afectaría la integridad del cuerpo social. Si la moralidad com
partida constituye el cemento de la comunidad, la inmorali
39
ble, del hombre de la calle. A este “hombre del autobus de
Clapham” no se le ha de pedir, afirma Devlin, que razone. No
se trataría de saber lo que pensaría un hombre racional, sino lo
que sostendría un hombre de mente recta. Por esa razón, la
inmoralidad a efectos jurídicos es aquella que cualquier per
sona de mente recta consideraría inmoral.11
Pero no cualquier acto de inmoralidad ha de ser castigado
por el Estado. No basta que una determinada práctica sea repu
diada por la mayoría, es necesario que provoque un verdadero
sentimiento de reprobación, de repugnancia. “La existencia de
este sentimiento — afirma Devlin— es un buen indicio de que
se están alcanzando los límites de la tolerancia. No todo ha
de tolerarse. Ninguna sociedad es capaz de prescindir de la in
transigencia, la indignación y la repugnancia; son éstas las
pruebas que respaldan la ley moral, y ciertam ente puede
argumentarse que, si no están presentes ellas u otras semejan
tes, los sentimientos de la sociedad no influirán lo bastante como
para privar al individuo de libertad de elección”.12
Finalmente, dice Devlin, no cabe distinguir entre una in
moralidad pública y otra privada. En todo caso, únicamente ca
bría hablar de inmoralidades cometidas en público y en privado.
Y dado que Devlin supone una determinada moralidad
media, si se quiere conservar una sociedad, se ha de impedir
que se cambie su moral. D e ahí su rechazo a distinguir entre
pecado y delito, entre el derecho divino y el secular y entre el
derecho y la ley moral. Su sesgo conservador es notorio. S e
gún Feinberg, con tesis similares se trata de impedir cambios
drásticos o excéntricos en el estilo de vida social. T ales cam
bios son considerados como un daño en sí mismo, aun cuando
no afecte a los intereses de las personas. Daño que es de tal
magnitud que autoriza a la sociedad a usar el derecho penal
para impedirlo.13
Hasta aquí la descripción de las principales tesis de Lord
Devlin, para quienes piensan que se trata de una posición con
validez meramente histórica, permítaseme presentar a conti
nuación dos casos en los cuales se ha aducido la mera inmora
40
lidad del acto como fundamento para su prohibición, el pri
mero hará referencia a algunas de las decisiones del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos; el segundo, a la pornografía.
II
Como se sabe el Convenio Europeo de Derechos Humanos
tiene como objetivo central crear un ámbito europeo común
para la validez y vigencia de los derechos humanos. En este
contexto el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (T E D H )
juega un papel destacado en un doble sentido. En primer lu
gar, se transforma en el máximo organismo de interpretación
de ese Convenio y, en segundo lugar, sus decisiones son obli
gatorias para los países signatarios del mismo.
No es mi intención aquí analizar todas las cláusulas del
Convenio, ni la totalidad de la jurisprudencia del T E D H . En
lo que sigue me limitaré a señalar cómo el T E D H ha entendi
do la cláusula del Convenio referente a la “protección de
la moral”, limitativa del ejercicio de algunas libertades (a la
privacidad, art. 8.2; a la libertad de expresión, art. 10.2) ().14
En el caso Dudgeon1S, el T E D H entendió que la claúsula
de “protección a la moral” del Convenio hacía referencia a las
pautas éticas de la sociedad en su conjunto, y que implicaba la
defensa de las reglas morales de una sociedad.16 En este caso
se apelaba a leyes de 1861 y 1885 vigentes en Irlanda del Norte,
mediante las cuales se castigaban tanto la tentativa como las
prácticas homosexuales, incluso entre adultos que voluntaria
mente participaban en ellas.
En el fallo se sostiene que cada Estado tiene el derecho a
dictar normas en defensa de la moral compartida de la comu
nidad, en la medida en que sean necesarias para proteger a
14 Para un análisis en d etalle del papel qu e ju ega esta clausula
en co n exió n con los derechos hum anos, véase: F . Laporta “So b re el
con cepto de derechos hum anos”, Doxa núm . 4, 1987 y Jo sé L . P érez
Triviño, “D erech o s hum anos, relativism o y protección de la moral en
el C onvenio E u rop eo de D erech o s H um anos”, Doxa núm . 17 (en pren
sa). M e h e b en eficiad o en o rm em en te del trabajo de P érez 'Treviño.
15 S e n ten cia de 22 de octu bre de 1981.
16 Idem , par. 4 7 . Segú n el T E D H , esta cláusula pu ed e e x te n
derse a la protección de los intereses m orales de una fracción de la
población, por e j. los niños.
41
determinados sectores de la sociedad o a la sociedad demo
crática en su conjunto. Establece, por otra parte, que corres
ponde a las autoridades nacionales valorar, en cada caso, la
necesidad de dictar ese tipo de legislación protectora. Y aun
que se advierte que esta decisión queda sometida a revisión
por el T E D H , se reconoce que las autoridades nacionales
disponen de cierta discrecionalidad al respecto.17
En el caso que nos ocupa, el T E D H , haciéndose eco tanto
de la opinión del gobierno irlandés como de la Comisión E u
ropea de Derechos Humanos, dictaminó que al determinar
las exigencias de la protección de la moral en Irlanda del Nor
te las normas impugnadas de ese país debían ser contempla
das en el contexto de la sociedad norirlandesa. Y que “el hecho
de que leyes similares no se consideren necesarias en otras
partes del Reino Unido o en los Estados miembros del Conse
jo de Europa no significa que no puedan ser necesarias en
Irlanda del Norte. Cuando existen disparidades culturales
entre las comunidades que residen en el mismo Estado, el
gobierno debe hacer frente a las diferentes exigencias, tanto
morales como sociales”.18
Ya en un caso anterior, el caso Handyside*9,
el T E D H ha
bía sostenido qué sus propias decisiones son subsidiarias en
relación a los sistemas nacionales de garantía de los derechos
del hombre; y que el Convenio confía, en primer lugar, a cada
uno de los Estados contratantes el cuidado de asegurar el goce
de los derechos y libertades que consagra.20
En este mismo caso, el T E D H afirma que no se puede
encontrar en el derecho interno de los Estados contratantes
una noción europea uniforme dé la moral, y que la idea que
sus leyes respectivas se hacen de las exigencias de la moral
varía en el tiempo y en el espacio. Son, por ello, las autorida
des nacionales las que se encuentran comparativamente en
una mejor posición que los organismos internacionales para
pronunciarse acerca del contenido de esas exigencias mora
les. “En consecuencia, el art. 10.2 reserva a los Estados con
21 Idem.
22 S e n ten cia de 2 4 de mayo d e 1988, par. 36.
43
rias sexuales hace referencia al problema de si la pornografía
debe ser, o no, prohibida. Muchos son los argumentos que se
han dado en favor' tanto de permitir su producción, distribu
ción y consumo como en favor de su total prohibición. Haré
referencia aquí tan sólo a un argumento de este debate, el que
sostiene que la pornpgrafía provoca la degradación moral de
los individuos y, emparentado con las tesis de Lord Devlin, la
destrucción de la sociedad a través de su socavamiento moral.
Según Irving Kristol, existe un aspecto político en la porno
grafía cuando afirma que es un poderoso subversivo de la civi
lización y de sus institu ciones. L a pornografía afectaría
directamente la “calidad de vida”. Por “calidad de vida” no
ha de entenderse en este contexto la satisfacción de necesida
des básicas de las personas, ni tan siquiera la existencia de un
goce similar al que puede suscitar en el individuo la pureza
del aire y del agua, o tener las calles limpias. Ha de entender
se en el sentido de que esa calidad se adquiere cuando el cli
ma moral en el cual la sociedad está inmersa perm anece
impoluto, libre de las contaminaciones producidas por el vi
cio. Por esa razón, la sociedad debe utilizar el derecho para
luchar contra la polución moral. La verdadera noción de de
mocracia implicaría que los valores que la rigen no están
polucionados. “Por eso esta idea de democracia no tuvo pro
blemas, en principio, con la pornografía y/o la obscenidad. Las
censuró, y lo hizo con mente y conciencia perfectamente cla
ras. No permitió que la gente se corrompiera a sí misma,
caprichosamente ... Para que no haya ningún malentendido lo |
diré sin rodeos: si usted está a favor de la calidad de vida en
nuestra democracia, entonces debe estar a favor de la censu
ra”.23 Ya Walter Berns había advertido que la democracia no
es tanto una forma de gobierno com o una cu estió n de
autolimitación. “Para hablar de una manera que resulta más
obviamente política, existe una conexión entre autolimita
ción y vergüenza, y por lo tanto una conexión entre vergünza
y autogobierno y democracia. Hay por consiguiente un peli
gro político al promover la desvergüenza y la com pleta
44
autoexpresión o indulgencia. Vivir juntos requiere reglas... y
quienes no tengan vergüenza serán ingobernables... La tira
nía es el modo natural e inevitable de gobierno para los des
vergonzados y los autoindulgentes, que han llevado la libertad
más allá de cualquier límite, natural o convencional”.24 S e
gún estas tesis, las sociedades en general y la democracia en
particular sobrevivirían gracias a un sentimiento de identifi
cación y de solidaridad entre sus miembros, lo que conduciría
a un respeto por las normas y las instituciones sociales aun en
el caso de que cada uno de ellos se beneficiara aisladamente
al incumplirlas. Las instituciones sociales cultivarían tradicio
nes, costumbres, valores e ideales compartidos. En el ámbito
de lo sexual establecerían vínculos estables basados en el
afecto y el respeto mútuo que impidieran tratar al otro como
medio para lograr gratificaciones propias. Según Ernest van
den Haag, “la pornografía tiende a erosionar estos vínculos,
en verdad, todos los vínculos. Invitándonos a reducir a otros y
a nosotros mismos a seres puramente físicos, invitándonos a
cada uno de nosotros a mirar a los otros sólo como un medio
para la gratificación física, con sensaciones pero sin emocio
nes, con contactos pero sin relaciones, la pornografía no sólo
nos degrada, sino también erosiona toda solidaridad humana
y tiende a destruir todos los vínculos afectivos... Podemos y
debemos prohibir el comercio, la venta pública de lo que per
cibimos como dañino para la sociedad incluso si no deseamos
invadir hogares para castigar a quienes la consumen”.25
E l Tribunal Supremo Español, al menos hasta el año 1984
pareció ser de la misma opinión que los autores anteriormen
te citados. En sentencia de 29/9/84 se puede leer, “la literatu
ra pornográfica en cuanto invaden los ámbitos sociales del país,
desbordando los límites de lo erótico y provocando una sexuali
dad desviada y pervertida que conduce al hombre a la degrada
ción personal, lastimando y erosionando gravemente la moral
colectiva”; y en sentencia de 9/10/81, “las publicaciones por
nográficas que, referidas al sexo lo describen de formas lasci
46
I ll
Muchas son las críticas que se formularon a las tesis de Devlin
desde las perspectivas más diversas. Pero quizás haya sido Hart
su crítico más conspicuo y agudo. Las objeciones de Hart son
ya clásicas, y al formularlas pretendía, en última instancia,
sentar las bases de un derecho penal que se fundamente en
criterios liberales, atendiendo fundamentalmente al princi
pio del daño. En lo que sigue, haré mención a las críticas que,
en mi opinión, son más relevantes respecto de las ideas
devlinianas de moral y de la autoprotección de la sociedad a
través del derecho.
E n opinión de Hart, las tesis de Devlin son equivocadas
por varias razones.26 E n primer lugar, porque Devlin confun
diría las leyes con fundamentos paternalistas que prohíben
legítimamente en algunos casos ciertos actos con el fin de evi
tar que personas incompetentes se dañen física o síquicamente
a sí mismas, con la supuesta justificación de leyes que repri
men cualquier inmoralidad. Eso se pondría de manifiesto en
los propios ejemplos que Devlin ofrece acerca de que el con
sentimiento no juega papel alguno en el derecho penal.
En segundo lugar, Devlin también confundiría la legitimi
dad de la represión de la indecencia con la supuesta justifica
ción de la represión de acciones inmorales ejecutadas en
privado. La represión de acciones indecentes tiene por o bje
to evitar la ofensa de los sentim ientos de terceros, y estaría
claramente justificada aún cuando las mismas acciones reali
zadas en privado sean incluso legítimas. Por ejem plo, tener
ayuntamiento carnal en privado dentro del matrimonio es le
gítimo, en la vía pública resulta indecente. Y Hart señala
además cómo en algunos casos de los propuestos por D evlin,
tal como el de la bigamia, la justificación de la represión es
taría justificada por la existencia de daños a terceros, y no
por el ser castigo a una mera inmoralidad.
26 E s ta s c r ític a s se e n c u e n tr a n fo rm u la d a s p rin c ip a lm e n te
en Law , Liberty an d Morality. O xford U niversity P ress, 1962; y en
“Inm orality and T re a s o n ” , The Listener, 3 0 de ju lio d e 1959; reim preso
en R . D w orkin (ed) The Philosophy o f Law. O xford U niversity Press,
1977.
47
En tercer lugar, Devlin no ofrece prueba alguna de por
qué se ha de influir en las personas para que se comporten
moralmente mediante la imposición estatal de un mal (la san
ción penal siempre es un mal que se infringe al condenado),
cuando en realidad se pueden lograr los mismos fines con otros
métodos no dañinos como la educación, la libre discusión
entre adultos, la religión, etc. Exigir la conformidad de la con
ducta de terceros mediante el miedo a la sanción legal está
más relacionado con los tabúes que con la moral.
En cuarto lugar, las nociones de sociedad y de moral pro
puestas por Devlin se implican recíprocamente. La socie
dad es definida en términos de sensibilidad moral. Y la moral
en términos de sensibilidad social. Si se violan ciertas reglas
morales, la sociedad se resquebraja. Luego, afirma Devlin,
está justificado la defensa de la moral social como una de
fensa de la sociedad en su conjunto. Pero la corrección de lo
enunciado por Devlin, sostiene Hart, depende por completo
del significado que asigna a sociedad y a moral. Si la existen
cia de una sociedad significa vivir de acuerdo a algún código
moral dado, la preservación de ese código moral es lógica y
no causalmente necesaria para la existencia de la sociedad.
Se trata, pues, de una verdad necesaria, establecida por defi
nición.27 Además, la proposición que identifica la existencia
de la sociedad con la protección de su moral no puede impli
car lógicamente la proposición que justifica la coacción de la
moral en función de las consecuencias valiosas de asegurar
la existencia de la sociedad.28
Además, Devlin no ofrece ninguna prueba empírica, lo que
resultaría, por otra parte, muy difícil de encontrar, de que la
modificación de los hábitos morales cause o haya conducido a
la desintegración de ninguna sociedad. Como también pone
de manifiesto Ernest Nagel, puede haber un principio moral
compartido por los miembros de una sociedad y serias discre
pancias acerca de cómo ha de aplicarse ese principio.29 Se
48
puede compartir la idea de que la vida es un valor muy impor
tante y discrepar acerca de si el aborto o la eutanasia están
justificados en todos, en algunos o en ningún caso. Devlin tam
poco ofrece ninguna evidencia de que este tipo de discrepan
cias, ni el debilitam iento de alguna de estas convicciones
morales, produzcan la desintegración de la sociedad.
Según J. Feinberg, por otra parte, la identificación entre
subversión política e inmoralidad no se sostiene. Y esto se debe
a la naturaleza misma de los actos subversivos. Un sistema
jurídico moderno contiene reglas que establecen cuales son
los órganos competentes y los procedimentos establecidos para
cambiar la legislación vigente. Esta forma de modificación de
las reglas del sistema suelen ser bien conocidas y su uso se
corresponde con prácticas jurídico-políticas habituales. Resulta
fácil c o n c e b ir adem ás p rácticas ile g a les que tam b ién
coadyudan a la modificación de reglas del sistema jurídico,
tales como la corrupción, la extorsión, el asesinato de líderes
políticos, etc. Sólo en estos últimos casos podría hablarse de
“subversión”. Pero en este punto -continua Feinberg- la ana
logía entre el derecho y la moral comienza a quebrarse. La
subversión moral consistiría en un cambio moral ilegítimo. Pero
en la moral no hay reglas que establezcan autoridades y pro
cedimientos cuyo fin sea la creación, modificación o supre
sión de normas morales. No existe una especie de “constitución
moral” semejante a una constitución jurídica. Y si no se pue
de saber cuáles son las formas para un cambio legítimamente
inducido de la moral, tampoco se puede saber cuando su cam
bio es ilegítimo o subversivo.30 Equiparar la inmoralidad a la
traición parece ser, pues, un exceso verbal.
Finalm ente, dos consideraciones más a la luz de una ya
conocida distinción entre moral positiva y moral crítica. R es
pecto de la primera, Hart se pregunta cómo es posible que la
moral crítica ordene imponer cualquier moral positiva, inclu
so aquélla que se basa en supercherías, ignorancias o errores
de diverso tipo. E l legislador, al dictar la ley penal, debe valo
rar racionalmente cuáles son los fundamentos de la mora
lidad positiva vigente, y en su caso actuar en contra de lo
49
mayoritariamente deseado. D e no ser así, se confundiría,
tal como lo hace D evlin, la democracia como forma de go
bierno con un populismo moral, según el cual la mayoría
de la población tendría derecho a estatuir cómo deben vi
vir los demás. D e hecho, agrega Hart, dada ciertas expe
riencias históricas como el nazismo, no parecería desacertado
afirmar que la desintegración de determinadas sociedades
es éticam ente correcta.31 Además, habría que hacer una dis
tinción que suele pasar a menudo inadvertida. Una cosa es
afirmar que un sistema jurídico es inmoral si viola ciertas pau
tas establecidas por la moral crítica y otra diferente es asumir
que ese sistema ha de castigar toda inmoralidad. Según Carlos
Niño, “de la inmoralidad de un acto no se infiere, sin más, la
moralidad o la necesidad moral de la pena por su
ejecución...
Por consiguiente, mantener que ciertos actos son inmorales
pero que el derecho no está moralmente justificado para in
terferir con ellos, es una posición lógicamente coherente”.32
L a posición de Hart implica la idea de que la justifica
ción moral del castigo depende, en última instancia, del
carácter dañino de la acción que se reprime. Basta mostrar
que esa acción es perjudicial para un individuo distinto
de quien realiza la acción — salvo casos de paternalismo jus
tificad o— o para el in terés co lectiv o , para legitim ar la
interferencia estatal, y que el mantenimiento de un código
moral determinado no es de incum bencia del derecho. En
este sentido, Hart, al igual que M ili, acepta el principio del
daño como legitimador de las intromisiones estatales en la
libertad de los individuos.
IV
50
0 0 8 7 1 7 Dfirpr;}»?
daño a terceros. Se podría agregar, además, que experiencias
como las danesas respecto de la pornografía produjeron la dis
minución de delitos violentos y, por consiguiente, una mayor
cohesión social; y que no hay evidencia empírica de que las
prácticas homosexuales, y lésbicas, hayan destruido jamás so
ciedad alguna.33 Se podría concluir, incluso, que el derecho
nunca puede imponer de una manera justificada una determi
nada moral positiva — a menos que coincida con los postulados
de la moral crítica— , y que un derecho penal que se asiente
sobre legítimas bases liberales debe permanecer neutral res
pecto de valores morales; y, con todo, dar por cerrada la cuestión.
Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones adi
cionales, porque el concepto de daño que recepta “el princi
pio del daño” es una noción discutida que hace referencia
necesariamente a bienes que son determinados por reglas. Para
saber si una noción es, o no, dañina, se debe conocer previa
mente cuál es el bien que una regla establece como merecedor
de ser amparado. E sta es la razón de por qué en el derecho
penal se suele hablar del “bien ju ríd icam ente protegido”.
E l daño puede ser definido entonces como la afectación
del bien establecido por una regla, o, si se quiere, como
la violación de determ inadas reglas. D e ese modo, según
sea la naturaleza de las reglas se podría hablar de daño
moral, jurídico, a la cortesía, etcétera E l análisis de la no
ción de daño y la de su relación con la idea de bienes y de
reglas ha perm anecido, hasta aquí, en el ám bito de lo e x
plicativo, haciendo abstracción de cualquier consideración
normativa. Y no son pocos los que d etien en su exam en
en este punto.
Pero lo que está en juego en el trasfondo de la polémica
Devlin-Hart, en las nociones de bien y de daño que subyacen
a ella y en el papel que la moral ha de jugar en el derecho
penal no es únicamente una cuestión descriptiva, es también
normativa. E l propio Hart así parece reconocerlo en diversos
pasajes de su obra.
52
sexual, no podría ser denominado derecho de una manera sig
nificativa. “Dado el engarce de hechos naturales y de propósi
tos humanos, que hacen que las sanciones sean a la vez posibles
y necesarias en un sistem a nacional, podemos decir que
se trata de una necesidad natural
; y alguna frase de este tipo se
necesita también para expresar el statusde las formas míni
mas de protección a las personas, a la propiedad, y a las pro
mesas, que son características similarmente indispensables del
derecho nacional. E s de esta manera que debemos contestar a
la tesis positivista que dice que ‘el derecho puede tener cual
quier contenido’”.35
Pero este es el primer nivel de análisis. El deseo de super
vivencia, aunque contingente, adquiriría un status especial.
No sólo porque determinaría nuestra forma de hablar y de
pensar el mundo, sino también por su relevancia para diluci
dar cómo se ha de vivir. Y, según Hart, sería extraordinaria
mente sorprendente que no se le asignara ninguna importancia
moral. Aquí la semejanza con las tesis de Devlin es manifies
ta. Ambos piensan en la supervivencia como un objetivo bási
co del derecho: la supervivencia de la sociedad en un caso, la
de los individuos en el otro. Ambos señalan el aspecto
instrumental de esa práctica social que se denomina derecho.
Pero, según R. Hittiger, el hecho empíricamente contingente
— advertido por Hart— de que la mayoría de los hombres de
sean vivir nada establece respecto de elecciones específicas.
Las condiciones necesarias no producen una condición sufi
ciente, y hasta que no se encuentre un bien o bienes que pue
dan ser candidatos a esta última, no se advierte cómo se pueden
generar normas de conductas para las primeras. Decir que el
deseo de supervivencia es un dato necesario no es decir cómo
y bajo qué condiciones se lo debe regular. Tampoco indica
cómo sopesar los diversos elementos internos que conforman
tal hecho, si la supervivencia es un bien suficiente para los
propósitos del derecho, Hart debería haber dado una descrip
ción detallada del mismo y explicar por qué las intuiciones y
prácticas que superan ese comportamiento deben ser reduci
das a él. Si, en cambio, la supervivencia no es un bien su
ficiente, debería haber ofrecido la lista de los bienes a los cuales
35 Idem , p. 246.
acudir. Pero Hart no hace ni lo uno, ni lo otro, y no soluciona,
pues, el problema de qué conductas deberían ser denotadas
por la noción de daño.36
En este primer nivel de análisis, la apelación al “principio
del daño” para saber qué conductas deberían estar legítima
mente penadas resulta infructuosa. Sin alguna concepción de
cuáles son los intereses legítimos el principio del daño es un
principio vacío. Esa es la razón por la que N. MacCormick sos
tiene que la defensa del principio del daño es incompatible con
la defensa de la separación entre el derecho y la moral, y que el
derecho penal siempre contempla la calidad moral de los actos
para determinar si son merecedores o no de ser castigados.37
El principio del daño presupone tanto la determinación
previa de cuáles han de ser los intereses privados que han
de protegerse, como una concepción acerca del bien público.
T ales determinaciones involucran una irreductible decisión
con contenido moral. “E l principio del daño es entonces para
sitario de ciertas concepciones de un orden justo respecto de
personas, acciones y cosas. Consecuentem ente, algunas leyes
que castigan por ejemplo, el asesinato, el robo o la violación
y que están justificadas en virtud del principio del daño no
solamente coinciden con la moral positiva, estas leyes están
vinculadas necesariamente a.
la protección de intereses y valores
morales.”38 Estos daños — asesinato, robo, violación— no exis
ten independientemente de y previo a su definición moral. El
concepto de daño tiene, pues, en este contexto una denotación
que dépende de reglas morales.
La cuestión no es tanto, pues, preguntarse si el derecho es
un instrumento adecuado para imponer criterios morales, ya
que la respuesta siempre sería trivialmente afirmativa, sino
más bien qué tipo de moral ha de imponer el derecho y que
parte de esa moral ha de ser impuesta. Desde una cierta con
cepción normativa liberal, se suele afirmar que en la determi
nación de los bienes dignos de ser protegidos, el Estado debe
55
ce estos derechos tiene títulos especiales para ser considera
da la moral verdadera, y no solam ente una entre muchas
morales posibles” .42
Quisiera ahora concluir con una cita: “siendo valiosa la
libre elección individual de planes de vida y la adopción de
ideales de excelencia humana, el Estado no debe interferir en
esa elección o adopción, limitándose a diseñar instituciones
que faciliten la persecución individual de esos planes de vida
y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno sustente
e impidiendo la interferencia mutua en el curso de tal perse
cución”. Este cita pertenece a Carlos N iño43, a su memoria
está dedicado este trabajo.
57
sieron “minimizar el uso de la palabra pornografía
en su In
forme”.1
En lo que sigue me propongo examinar: I. el concepto de
pornografía, y II. cuál debería ser su estatus deóntico
en una demo
cracia liberal, es decir, si debería estar prohibida o permitida.
58
una forma de expresión — la cúal puede plasmarse en libros,
fotografías, películas, bandas sonoras, espectáculos teatrales,
etc.— que versa, necesariamente, sobre los órganos sexua
les, la actividad sexual o cualquier otro elem ento que provo
que irremisiblemente asociaciones estrictamente sexuales.
Para algunos autores, el problema conceptual de la porno
grafía acabaría aquí. Según David Copp, “la pornografía
consiste en representaciones obscenas de órganos y de com
portamientos sexuales”.4 El carácter de obsceno viene dado,
según Copp, porque el material pornográfico viola los cáno
nes o pautas del decoro o de la conveniencia que rigen las
descripciones o representaciones sexuales. Pautas que pue
den ser éticas o estéticas y que varían según sea la sociedad de
la cuál se trate. L a consideración de una obra como pornográ
fica atendiendo exclusivamente a la naturaleza del material
representado plantea, sin embargo, serios inconvenientes, ya
que parece demasiado pobre para reconstruir adecuadamente
el concepto de pornografía. Normalmente, nos negamos a ca
lificar como pornográfica una forma de expresión artística que
en virtud del lenguaje que utiliza viola los cánones estéticos e
incluso los del decoro, pero que utiliza su contenido sexual
con el fin de realizar una sátira social o una crítica moral. Ade
más, una definición como la de Copp ofrece un inconvenien
te agregado, ya que induce a confusión al sostener que lo
pornográfico es siempre obsceno.5
59
Pareciera entonces que para dar una noción apropiada de
pornografía hay que tomar en consideración otros dos elem en
tos básicos. Ellos son, en primer lugar, la intención del agente
pornográfico de excitar sexualmente a sus destinatarios y, en
segundo lugar, el resultado de su acción, es decir: que los des
tinatarios queden excitados. Por intención del agente entien
do el propósito que persigue y por resultado de su acción
únicamente que los destinatarios queden excitados. T en er en
cuenta estos elementos resulta imprescindible, y no sólo des
de un punto de vista conceptual sino también para analizar los
aspectos morales de este fenómeno y decidir acerca de su
permisión o censura.
Dado que no hay discrepancias significativas acerca de que
el material pornográfico debe tener como contenido la repre
sentación de relaciones sexuales explícitas; convendría ahora
analizar, si se toma en cuenta las relaciones posibles entre la
intención del autor de esa representación sexual y el resulta
do que provoca en sus destinatarios, las cuatro alternativas ló
gicas que resultan; tal como lo muestra el siguiente cuadro,
donde I es la intención del autor, E la excitación lograda, el
signo ( + ) supone la presencia de ese elem ento y el signo ( - )
la ausencia del mismo.
I E
1 + +
2 +
3 - +
4 -
Un ejemplo representativo del cuarto caso viene dado por la
definición propuesta por D. Copp, a la que me he referido
más arriba. Como se recordará Copp sostiene que una repre
sentación puede ser pornográfica incluso si carece de la inten
ción del autor de excitar sexualmente a su audiencia y del
resultado de que la audiencia quede excitada.
Un pornógrafo puede pensar ingenuamente que se mantiene
dentro de los límites de su decoro y puede intentar únicamen
te describir unasunto amoroso. No obstante, unaexplicitación
inaceptable puede tornar su trabajo pornográfico. Ni siquiera
60
se necesita que su trabajo excite realmente asu audiencia, en
su lugar puede provocar una risa nerviosa. En efecto, muchas
personas podrían considerar algunos de los más ofensivos ma
teriales que calificarían como pornográficos no sexualmente
excitantes...6
Pero mantener la definición de Copp no parece demasiado
adecuado. Supóngase que en un hospital un equipo médico
desea realizar un experimento sobre los impulsos eléctricos
que se producen durante el acto sexual. Supóngase tam
bién que contratan para ello a una pareja que, en su conjunto,
resulta grotesca y que provoca sentimientos de angustia y de
desagrado en los estudiantes que observan el experimento.
La pareja, como si de un espectáculo treatral se tratara, se re
tira una vez finalizada su relación sexual siéndoles abonada su
participación. Supóngase además que el director del proyec
to, violando todos los pautas académicas e incluso estéticas,
realice comentarios que hieran la sensibilidad de sus discípu
los. Se podría afirmar que el experimento careció de buen
gusto, e incluso se aceptaría hasta que fue obsceno, pero se
podría dudar con razón que ese espectáculo fuera pornográfi
co. Conocer el contenido de un determinado acto o material
para saber si es pornográfico no es, pues, suficiente.
E l tercer caso se parece al anterior, pero m erece un
examen más detallado. El autor ofrece aquí un material explí
citamente sexual, pero lo hace sin la intención de excitar a los
destinatarios de su obra. A pesar de ello, ese material logra
excitar a un joven lector al que llamaré P. Alguien podría afir
mar que ese libro es pornográfico para P, dado el efecto que
tiene sobre él. La referencia a los destinatarios cobra mayor
relevancia, si cabe, si se piensa que estudios realizados entre
delincuentes sexuales muestra que éstos generan su propia
pornografía a partir de estímulos no sexuales. Sometidos a di
versos test se demostró que dedujeron un número signifi
cativamente alto de actividades sexuales al contemplar dibujos
y pinturas (niños jugando cerca de un árbol, una figura acari
ciando un perro, etc.) que para los no delincuentes sexuales
que participaban en el test resultaban sexualmente innocuos.
Esto confirma el hecho que determinadas personas adscriben
61
un significado sexualmente excitante a imágenes que normal
mente no la tienen.
Esta capacidad del desviado sexual para [crear] su propia por
nografía fue documentada por Goldhrish, quien encontró que
los sueños de los delincuentes sexuales contienen con mayor
frecuenciaelementos sexuales que los sueños de aquellos que
no lo son. En efecto, siete de los ocho delincuentes sexuales
[estudiados] tuvieron sueños que contenían como tema
indisimulado un delito sexual...7
La referencia a los destinatarios se manifiesta interesante y
volveré sobre ello más adelante.
Un ejemplo de obras que fueron consideradas pornográfi
cas basadas en este tercer modelo son los escritos de H. Miller.
Es bien conocido que sus trabajos narraban episodios sexua
les con un lenguaje descarnado y realista, pero que apuntaban
directamente a la crítica política, social y moral de la sociedad
en la que vivía. Su interés no se centraba en motivar en sus
lectores la excitación sexual. Al prohibir sus obras, el censor
prestó una atención preferente a la sensibilidad del lector en
detrimento de la intención del autor.
En estos casos se podría afirmar que la pornografía está en
los ojos de quien la observa, no en los de aquellos que la crea.
Pero si la intención no contara en absoluto, un libro de
ginecología o de educación sexual que de hecho logre excitar
a un lector como P podría con razón ser calificado de porno
gráfico, lo que significaría una ampliación inadmisible del cam
po de la pornografía.8
En esta hipótesis, frente a la acusación de haber realizado
una obra pornográfica, el acusado tiene la posibilidad de ejer
cer su defensa a través de las excusas. Podría aducir que tuvo
62
la intención de presentar un material erótico realista, o que
perseguía crear una obra de arte, o que se trataba de una mera
descripción de costumbres sexuales, etc.. Precisam ente el
hecho que la excusa es posible por esa vía prueba que los ac
tos pornográficos son intencionales, y que por lo tanto no se
puede prescindir de ese elemento.
E n el segundo caso, el pornógrafo reconoce su intención
de excitar a los destinatarios de su representación, pero el re
sultado no se produce. A menudo se ha sostenido que basta la
intención del autor de un material explícitamente sexual de
excitar a su audiencia para transformarlo en pornográfico. Se
gún la definición de pornografía propuesta por el Informe
Williams, el término pornografía se refiere a una representa
ción que reúne dos características:
tiene una cierta función o intención, excitar sexualmente a su
audiencia y también un cierto contenido: representaciones
explícitamente sexuales (órganos, posturas, actividad, etc.). Un
trabajo tiene que tener tanto esta función como este conteni
do para ser una obra de pornografía.9
Pero poner el énfasis sólo en la intención del autor haciendo
abstracción de los efectos de su acción crea problemas. Al
guien podría realizar determinada obra con la intención de ex
citar a su auditorio y fracasar en su intento. Puede fracasar, por
ejemplo, debido a que el contenido explícitamente sexual de
la representación sea formulado de una manera tan grotesca o
cruel que haga surgir en sus destinatarios un sentimiento de
rechazo. E n estos casos, convendría hablar mejor de obsceni
dad antes que de pornografía. Y al no lograr el objetivo previs
to se podría sostener también que hubo un intento fallido de
acto pornográfico.
El primer caso, en cambio, es el que da cuenta de una mane
ra más cabal qué fes la pornografía. Aquí existe la intención del
agente y se produce el resultado deseado. El ejemplo paradig
mático son las películas X X X . Nadie tiene dudas en calificarlas
en pornográficas. Atendiendo a este primer caso, entenderé por
pornografía la representación de manifestaciones explícitamen
65
cultural es siempre un conocimiento bajo puntos de vista
específicamente particulares...13
La cita de Max W eber pone de manifiesto que la noción de
pornografía es también normativa, puesto que siempre nos
acercamos a la consideración de fenómenos culturales como
la prostitución y el dinero -—y por cierto la pornografía— des
de alguna idea de valor.
Cuando se subrayan unos aspectos de la realidad en de
trimento de otros se lo hace desde alguna perspectiva de
valor, ya sea para prescribir su aceptación u ordenar su re
chazo. Quien utiliza su concepto con un claro sentido nega
tivo no se refiere tanto al resultado — en la terminología de
Von W rigth14— de la acción pornográfica — que el destina
tario quede excitado— sino más bien a las consecuencias de
esa acción, es decir, a los cambios que se producen en las
conductas del consumidor o en las instituciones sociales y
que están unidos causalmente a esa acción. Se hace men
ción, con frecuencia, a que la pornografía es fuente de vio
lencia sexual o de disolución de la familia.
Quienes lo utilizan positivamente, por el contrario, suelen
hacer referencia tanto al resultado a las benéficas consecuen
cias de su consumo. Se suele aducir que la pornografía cum
ple funciones catárticas, resulta útil para el tratamiento de
determinadas impotencias sexuales o constituye un paso en la
liberalización de la mujer al mostrarla como un ser activo en
la relación sexual. Respecto de las consecuencias de la acción
del pornógrafo constituyen siempre una cuestión empírica, y
no pocos estudios se han dedicado a su análisis. Estos, sin
embargo, han mostrado no ser demasiados fiables y sus con
clusiones deben ser, como propugna el Informe Williams, cui
dadosamente sopesadas.
66
II
Pero la preocupación por la pornografía no se reduce sólo a
sociólogos y antropólogos interesados en describir cuáles son
las consecuencias de ese fenómeno. Por el contrario, constitu
ye un interés genuino el que juristas y moralistas se interro
guen acerca de la necesidad de prohibir o permitir su consumo.
Y si se acepta que una sociedad democrática debe asentarse
sobre la base de un liberalismo moral, y se identifica en parte
esta concepción con el principio milliano de que la interven
ción del Estado está justificada únicamente para evitar que se
dañe u ofenda a otro, entonces se debe probar como paso pre
vio a la censura de la pornografía que ésta daña u ofende.
La noción de daño es normativa, ya que presupone la exis
tencia de un bien que ha sido considerado digno de ser prote
gido. L a lista de bienes varía según las sociedades y las
circunstancias históricas y, por lo tanto, varía también la lista
de daños.
La distinción entre daños y ofensas, según Joel Feinberg,
es relevante. La ofensa sería una cosa menos seria que el daño.
Lo cual no significa, sin embargo, que la ofensa y el daño sean
mensurables en una misma escala. La ofensa es de una natu
raleza diferente a la del daño. Para que haya ofensa en sentido
estricto, según el autor citado, es necesario que se cumplan
tres requisitos:
67
mismas, y sea, probablemente, un medio necesario para al
canzar ese fin.15
Lo que distingue la —posición liberal— sobre esta cuestión
es la insistencia en la necesidad de evitar dañar a otros y en
evitar molestar ofensivamente a otros. Esto agota todos los
tipos de razones que pueden, con propiedad, respaldar prohi
biciones penales. En la medida en que una ley penal no está
respaldada por razones de uno de estos dos tipos tiende aser
arbitraria y, por lo tanto, moralmente ilícita.*6
Quienes sostienen que la pornografía debe ser jurídicamen
te prohibida aducen uno, o ambos, de estos dos argumentos:
o bien que la pornografía es, en sí misma, una conducta da
ñina u ofensiva o bien que configura una condición suficien
te para la realización de otras ¿onductas que sí provocan daño
u ofensa.17
Aquellos que sostienen el primer argumento afirman que
la pornografía constituye una invasión de la privacidad. Esta
parece ser la opinión de George Steiner cuando afirma:
Las relaciones sexuales son, o deberían ser, una de las ciuda-
delas de laprivacidad... Es en laexperiencia sexual que un ser
humano solo, y dos seres humanos en el intento de comunica
ción total que es también comunión, puede descubrir la única
inclinaciónde su identidad... Los nuevos pornógrafos subvier
ten esto último: la vital privacidad, ellos construyen nuestra
imaginación por nosotros.10 1 j)
68
La vinculación entre privacidad y pornografía no resulta
difícil de establecer, según esta posición. El sexo estaría aso
ciado a la privacidad porque es en el aspecto sexual de la vida
donde las personas se sien ten mas vulnerables física y
emocionalmente, y a merced de sus sentimientos. Por esa ra
zón, la propia sexualidad individual constituye un estado ce
losamente guardado que se desea mantener inmune frente a
cualquier intrusión.19
La pornografía violentaría ese estado introduciendo ele
mentos indeseados y ajenos a la voluntad de las personas
inmersas en el diseño de su propio proyecto sexual. Ahora bien,
que la pornografía constituya siem pre una invasión en la
privacidad de las personas es algo discutible. L a noción mis
ma de privacidad es vaga y ambigua. Y en algunos casos, como
el de las escuchas telefónicas ilegales, nada tienen que ver
con la sexualidad.20 Sin embargo, uno de sus tantos sentidos,
el que aquí interesa, asocia la idea de privacidad a la de auto
nomía y planes de vida.
Según Kent Greenawalt, dado que en una sociedad exis
ten diversos estilos de vida y puntos de vista que si se hicieran
públicos provocarían reacciones negativas o acciones de re
chazo por parte de aquellos que no los comparten es necesario
evitar cierta dosis de intrusiones en la vida de las personas
para salvaguardar su genuina autonomía. E l control de la
información que se ofrece y que se recibe, y la inmunidad
frente a la intrusión de otros en determinadas áreas que com
peten únicamente a los individuos son medios por los cuales
se alcanza una mayor autonomía.21
La imposición del consumo de pornografía alteraría la in
formación que — no— se desea recibir afectando una parcela,
la sexual, donde precisamente la autonomía de las personas
19 V éase F red Berger, “Pornography, S e x and C en so r-sh ip ”, en
R: W asserstrom (ed .) Today’s M oral Problems (2 “ ed .) M acM ilIan Pub.
Co. N ew York 1979, p. 342.
20 L a noción de privacidad no está conectada lógicam ente a la
actividad ni a la libertad sexual. N i es, tal vez, la m ejor manera de
fundam entar y preservar esa libertad. V éase al respecto T o n y H onoré,
¿ex Law. D uckw orth. L o n d o n 1978, pp. 173 y ss y N eil M acC orm ick,
Leepl Rig/it an d Social Democracy, O xford U niversity Press 1982, cap. 9.
21 V éase, K e n t G reenaw alt, “Privacy and its legal pro tectio n s”,
Hasring Center Sludies, 1974, vol 2, núm . 3, pp. 45 y ss.
69
juega un papel fundamental a la hora de diseñar formas de
vida. Este argumento parece tener cierto peso, sobre todo si
se lo vincula a quienen consumen pornografía contra su vo
luntad. E n ocasiones, las personas se ven enfrentadas a
un material pornográfico sin desearlo, se sienten atrapados por
un fenómeno que no han buscado. Pero este argumento tan
solo vale respecto de este tipo de consumidores.
El que voluntariamente accede a la pornografía, lo hace
porque ello forma parte de su propio plan de vida y, por ende,
de su propia privacidad. E l contenido específico del ámbito de
la privacidad de cada cual es precisam ente normativo y
contextual, y se ve determinado decisivamente por la parti
cularidad de cada individuo. Im pedir por vía legal a una
persona que disponga de material pornográfico afectar radi
calm ente de una manera general su autonomía moral, y de
una manera más específica su derecho a elegir su propio es
tilo de vida sexual.22
Por esa razón, si lo que se pretende con acusaciones del
tenor de las formuladas por Steiner es unlversalizar — ya que
existiría una relación causal— el hecho de que la pornografía
siempre constituye una intromisión ilegítima en la privacidad
de las personas entonces tales acusaciones son falsas.
Otros autores que también juzgan correcta la censura de la
pornografía afirman, en cambio, que aún si se admitiese que
la pornografía considerada en sí misma no es dañina, resulta
provocadora de conductas indeseables. Quienes así argumen
tan deben probar que existe una relación causal entre la porno
grafía y las consecuencias denunciadas. A los efectos de este
trabajo, me detendré brevemente en la consideración de tres
tipos de argumentos; a saber: que la pornografía provoca el au
mento de los delitos sexuales violentos, promociona la discri
minación sexual y fomenta la perversión moral de la sociedad.
Una de las preocupaciones centrales de las Comisiones
Gubernamentales creadas para recomendar políticas legislati
vas sobre la pornografía fue tratar de establecer si existe una
conexión causal entre ésta y los delitos sexuales. Esta preocu
pación no era gratuita, ya que si se prueba la existencia de tal
70
conexión la recomendación en favor de Ja censura quedaría
automáticamente legitimada.
Que la pornografía genera delitos sexuales ha sido siem
pre la principal acusación que sobre ella se ha lanzado. Su
formulación es bastante simple: un aumento de la disponibili
dad de materiales pornográficos incrementa la comisión de
delitos sexuales. Esta es una cuestión que ha ocupado el cen
tro del debate acerca de cuál es la política policial correcta
para la prevención de los delitos sexuales; no es de extrañar
pues que algunos policías y también políticos sostengan esa
vinculación.
EdgarHoover—F.B.I.—, porejemplo, afirma “conocemos que
un número abrumadoramente grande de delitos sexuales está
asociado con la pornografía. Conocemos que los delincuentes
sexuales Jaleen, que son cJaramenteinfluenciados porella”.^
Según estas tesis, la pornografía incide significativamente en
un aumento de delitos tales como las violaciones, la perver
sión de los niños, los abusos deshonestos, las mutilaciones ri
tuales, y hasta conduce, en ciertos casos, al asesinato.
No existen evidencias empíricas concluyentes, sin embar
go, que avalen tales alegaciones. Según la Comisión Williams
los datos estadísticos, ios estudios clínicos y las investigaciones
sociales disponibles no permiten inferir ninguna relación causal
entre pornografía y delitos sexuales. Ya la Comisión Johnson se
había expedido en idéntico sentido algunos años antes.24
Es más, es bien conocido que la acción delictiva es el resul
tado de una combinación compleja de factores tanto sociales
como personales. Es imposible adscribir una determinada ac
ción social a una únicacausa. Achacar a la pornografía ser la úni
ca causa de la comisión de delitos sexuales no parece, pues, tener
Y
C hicago Press 1969, p. 137.
24 L a C om isión M ee sse opinó de forma contraria. no porque
se aportaran datos o referencias em píricas novedosas respecto de las
otras dos C om ision es m encionadas, sino debido a una evaluación di
feren te de las pruebas presentadas q u e eran co in cid en tes con las ya
existen tes. Para un análisis com parativo de las tres C om isiones sobre
esta cu estión, véase G . H aw kins y F . Zim ring, Pomography in a Free
Society, op. cit., esp ecialm en te capítulo 4.
71
fundamento. La experiencia danesa demostró, por otra parte se
gún Berl Kutchinsky, que los delitos sexuales no se incrementaron
con un aumento de la disponibilidad de pornografía.
Al menos en ese marco se mostró que la pornografía no era
peligrosa.25 Y los estudios de M. Golstein, H. Kant y J. Hartman
probaron que la influencia de la pornografía en aquellos auto
res del delito de violación que fueron examinados había sido
prácticamente insignificante o nula.26 Además, en casos ex
tremos cualquier material puede contribuir — no causar— a la
configuración de una decisión de realizar una conducta
delictiva.
Como recoge Earl Murphy, la lectura del Viejo Testam ento
condujo a Albert Fish a castrar a niños pequeños para ofrecer
sacrificios humanos a Dios.27 Por ese motivo Anthony Burgess
afirma
prohíba el Marqués de Sade y también tendrá que prohibir
la Biblia. No más desnudos académicos, no más anuncios
de medias, ninguna mujer en las calles de las ciudades (ex
cepto las islámicas cubiertas con su velo). No Hamlet. No
Macbeth...28
Si se tomara en serio la pretensión de los que propugnan la
censura basada en estas consideraciones habría que prohibir,
según sus razonamientos, casi cualquier material. Pero en una
sociedad democrática edificada sobre principios liberales esto
resulta tan peligroso como inaceptable. La censura se sabe
cuando comienza, pero no cuando termina.29
Algunas feministas han argüido que la pornografía, a la vez
que representa una imagen degradante de la mujer, contribü-
72
ye decisivamente a generar en el hombre una concepción
machista que, en última instancia, le lleva a comportarse de
una manera violenta. Según Susan Brownmiller
la pornografía, como la violación, es una invención masculina
dirigida a deshumanizar a la mujer para reducirla a un objeto
de acceso sexual y no aliberar su sensualidad de inhibiciones
familiares o moralistas... La pornografía representa la esencia
pura de la propaganda contra la mujer.30
E n concordancia con ello, Ann Garry aduce:
si los usuarios de la pornografía adoptan el punto de vista de
que las mujeres son objetos sexuales (o si ya locreen y através
de la pornografía refuerzan esta creencia), desarrollarán una
actitud de insensibilidad y falta de respeto paracon lamujery
la tratará mas probablemente como un objeto sexual para ser
manipulado y explotado.31
Y desde una posición más radical Catherin Itzin postula
la pornografía es en sí misma una forma de discriminación
sexual porque las mujeres son subordinadas por aquello que
les es dado. En lapornografía las mujeres son pasivas, serviles,
al servicio sexual del hombre, violadas, víctimas de la violen
cia. En la pornografía la subordinación de la mujer es
sexualmente explícita y resulta sexualizada. La pornografía
condiciona la excitación sexual y el orgasmo masculino a la
subordinación de la mujer, asu objetivación sexual y a lavio
lencia sexual. La pornografía es también una causa de discri
minación sexual. Comunica inexorablemente esto es lo que
s o n las mujeres, esto es lo quieren y esto es lo que está
permitido hacerles. En y a través de la pornografía lo hom
bres enseñan cómo tratar a las mujeres y las mujeres son
entonces subordinadas en la sociedad sexual, social y eco-
nomicamente.
30 V éase, Susan Brow nm iller, Against our Will. B an tan Books.
New York 1990, p. 443.
31 V éase Ann G arry,’’Pornography and R e sp e ct for W om en ” en
D . C opp y S. W en d ell, Pornography and Censorship , op. cit., p. 63.
32 V éase C ath erin e Itzin , “Pornography and C ivil L ib e rtie s ” en
Index on Censorship, 9/1990, pp. 12-13.
73
Creo, sin embargo, que estas afirmaciones resultan del
todo exageradas. Y como en el caso anterior, si lo que se pre
tende es hacerlas universalmente válidas son, sin duda, falsas.
En primer lugar, porque existen materiales pornográficos que
carecen de representaciones femeninas, como por ejemplo la
pornografía homosexual. E n casos como éste difícilmente se
puede degradar la posición de la mujer. En segundo lurgar,
hay que hacer notar la extremada abstracción de la pornogra
fía, puesta de manifiesta sobre todo en las películas dpi tipo
X. Según Román Gubern
a pesar de las acusaciones lanzadas contra el porno por el
hiperrealismo de las acciones mostradas en la pantalla, el que
sus personajes descontextualicen su actividad sexual de lavida
afectivay de sus roles e interacciones sociales empujaal géne
ro al campo de la pura abstracción, de la pura irrealidad, del
esquematismo.00
Ello le otorga un manto de falsedad e incredibilidad que torna
imposible la construcción de la imagen de la mujer y, mucho
menos, un modelo a seguir. En tercer lugar, aún cuando se
admita que un material determinado degrada a una mujer de
terminada, no se infiere lógicamente que ese material degra
de al conjunto de todas las mujeres del planeta. D el mismo
modo que la sustracción de un radio cassette de un automovil
no implica un ataque a todos los automovilistas propietarios
de radio cassette. Habría en quien sostuviera una posición se
mejante una falacia en la composición. En cuarto lugar, po
dría pensarse en una manifíestación pornográfica donde los
participantes estuvieran en un mismo pié de igualdad, esto
constituye un problema empírico y no conceptual.
Una pornografía no sexista podría mostrar mujeres y hombres
en papeles igualmente valiosos para la sociedad y la igualdad
sexual contaría más que la posesión de una función sexual
igualitaria. Los personajes se acostumbraríanatratarse mutua
mente con respeto y consideración, sin intentar tratar al hom
bre o a la mujer brutalmente o irreflexivamente.34
33 V éase, Rom án G ubern, L a imagen pornográfica y otras perver
siones ópticas. AKal/Com unicación. M adrid 1989, p. 12.
34 V éase, Ann Garry, op. cit. p. 77.
74
Como también es una cuestión empírica — falsa— la afir
mación de que la pornografía es solo una cuestión de hom
bres, sobre todo si se toma en consideración que algunos de
los últimos éxitos editoriales pornográficos han sido escritos
por mujeres, que en las grandes ciudades existen espectácu
los teatrales pornográficos dirigidos exclusivamente a muje
res y que buena parte de los consumidores de cintas de video
pornográfico de alquiler son también mujeres.
Finalm ente, la pornografía puede cumplir un papel posi
tivo para la mujer. En ella, la mujer aparecería como un ser
que, dando paso a sus propias fantasías, realiza aquellas accio
nes sexuales que la sociedad le prohíbe; un ser que diseña su
propia sexualidad en contra de imposiciones culturales. D es
de esta perspectiva, y en contraste con la ideología conserva
dora que afirma que la mujer buena es la mujer sexualmente
pasiva, la pornografía contribuiría a la liberalización de la
mujer y a la construcción de una sociedad sexualmente más
igualitaria.35
La destrucción de la sociedad o su socavamiento moral
son otras de las acusaciones dirigidas contra la pornografía.
Irving Kristol afirma que existe un aspecto político en ese fe
nómeno cuando sugiere que es un “poderoso subversivo de la
civilización y de sus instituciones”.36
Ya Walter Berns había advertido que la democracia no es
tanto una forma de gobierno como una cuestión de auto li
mitación:
Parahablar de una manera que resulta más obviamente políti
ca, existe una conexión entre auto limitación y vergüenza, y
por lo tanto una conexión entre vergüenza y auto gobierno o
democracia. Hay por consiguiente un peligro político al pro
mover la desvergüenza y la completa auto expresión o indul
gencia. Vivir juntos requiere reglas... y quienes no tengan
vergüenza seráningobernables... La tiraníaes el modo natural
e inevitable de gobierno para los desvergonzados y los auto
35 V éase Alan Sobre, Pornography. Marxism, Feminism and the Futtir
of Sexuality. Yale University Press. N ew Haven 1986, pp. 115 y ss.
36 V éase Irving K ristol, “Pornography, O bscen ity and the C ase
for C en so rsh ip ”, en G len n P help s y R o b ert Poirier, Contemporary De
bates on Civil Liberties. L ex in g to n Books. M assachu setts 1985. p. 59.
75
indulgentes, que han llevado la libertad más allá de, cualquier
límite, natural o convencional.37
Según estas tesis, las sociedades en general y la democracia
en particular sobrevivirían gracias a un sentim iento de iden
tificación y de solidaridad entre sus miembros, lo que con
duciría a un respeto por las normas y las instituciones sociales
aún en el caso de que cada uno de ellos se beneficiara
aisladamente al incumplirlas. Las instituciones sociales cul
tivarían tradiciones, costumbres, valores e ideales comparti
dos. En el ámbito de lo sexual establecerían vínculos estables
basados en el afecto y el respeto mútuo que impidieran tra
tar al otro como medio para lograr gratificaciones propias.
Según Ernest van den Haag:
la pornografía tiende a erosionar estos vínculos, en verdad, to
dos los vínculos. Invitándonos a reducir a otros y a nosotros
mismos a seres puramente físicos, invitándonos a cada uno de
nosotros a mirar a los otros solo como un medio para la gratifi
cación física, con sensaciones pero sin emociones, con contac
tos pero sin relaciones, la pornografía no solo nos degrada sino
también erosiona toda solidaridad humana y tiende a destruir
todos los vínculos afectivos. Esta es una razón suficientemen
te buena para prohibirla... Podemos y debemos prohibir el co
mercio, la venta pública de lo que percibimos como dañino
para la sociedad incluso si no deseamos invadir hogares para
castigar a quienes la consumen.3®
Pero hablar como lo hacen Kristol, Berns y van den Haag re
sulta tan extremadamente vago como especulativo. Natural
mente, no existe prueba empírica alguna que haga pensar que
necesariamente la pornografía debilita la familia, destruye las
instituciones democráticas, conduce al caos social o provoca
el debilitamiento moral de la sociedad. Esta forma de pre
sentar el caso no tiene peso ni aún cuando se admitiera, tal
76
como lo hace N eil MacCormick,39 que la coherencia y la soli
daridad social de una comunidad compleja exige cierta mora
lidad común y que la ley penal aunque no refleja siempre un
consenso moral tiende a generarlo. Esto es así, como el mismo
MacCormick sugiere, porque el Estado puede imponer exi
gencias morales pero de una manera absolutamente limitada,
ya que el fin de esas medidas es asegurar las condiciones para
el respeto de las personas como seres autónomos. Y este prin
cipio es perfectamente compatible con el principio del daño y
el de la ofensa enunciados más arriba.
Ateniéndome atodo ello, me gustaría repetir laidea de que la
cohesión social o la solidaridad dependen de cierto s preceptos
morales comunes que pueden constituir un consenso moral.
El consenso ideal se referiría al carácter desaprobatorio de los
actos que invaden el respeto de sí mismo de los demás y su
seguridad física o que dañan las instituciones públicas, nece
sarias para asegurar las condiciones del propio respeto de las
personas. Apartir de ahí, los temas morales corresponderían a
las personas autónomas cuya autonomía y respeto de sí mis
mos estarían entonces defendidos mediante protecciones le
gales adecuadas. Esa sería una base excelente para la
solidaridad social.40
A la importancia de la autonomía de la persona y a la limita
ción de la acción del Estado respecto de la imposición de pau
tas morales dedicaré mi atención a continuación.
Lo que interesa aquí sobre manera es determinar que ac
titud debe adoptar el Estado en una democracia respecto de
la pornografía. La solución a esta cuestión ,ha oscilado históri
camente entre dos versiones extremas. Una que sostiene que
la pornografía no debe ser limitada en absoluto y que, en con
secuencia, no estaría justificado ninguna censura o regulación.
Y otra que afirma que lo éticam ente ordenado es la prohibi
ción o censura total del material pornográfico. La primera ver
sión adolece de dos inconvenientes fundamentales. Primero,
no da respuesta adecuada al problema de la vinculación entre
39 V éase N eil M acC orm ick, Legal Right and Social Democracy, op.
cit., p.
34 y ss.
40 Idem p.
77
los niños y la pornografía. Segundo, no toma en consideración
la situación de las audiencias cautivas. La pornografía infantil
alcanzó un gran desarrollo a partir de la década de 1960 y, mien
tras se consolidaba en la década de los 80, se transformó en
una industria de grandes proporciones económicas.
El auge adquirido obligó a los Estados a dictar normas que
prohibieran tanto la utilización de niños en la producción de
este tipo de material como el facilitarles su consumo. Los ar
gumentos aducidos para justificar esta prohibición fueron dos.
En primer lugar, que el Estado tiene un interés central en
promocionar el bienestar de los niños y, por lo tanto, en evitar
que sean víctimas de abusos o explotación en la producción
de pornografía infantil. En segundo lugar, impedir su consu
mo para evitar que se dañen a sí mismos debido a su falta de
madurez para comprender el fenómeno sexual en toda su ex-
tensión. 411
El primer argumento se basa en el principio de la prohibi
ción del daño a otros y el segundo en consideraciones pater
nalistas Los niños estarían incluidos en la categoría que Ernesto
Garzón Valdés denominó incompetentes básicos
y que constitu
ye un elemento necesario, aunque no suficiente, para la justi
ficación de medidas paternalistas como las señaladas.42
El caso de las audiencias cautivas
plantea un problema si
milar — aunque el deber del Estado respecto de los niños sea
muchísimo mayor que respecto de los adultos— . Una falta
de regulación total de la pornografía provocaría la comisión de
una ofensa innecesaria hacia quienes voluntariamente no de
sean verse vinculados a materiales pornográficos, pero que se
ven “atrapados” por ellos dado su manifiesta exposición en
lugares públicos. El respeto por la autonomía de las personas
exige el respeto de los planes de vida de cada cual y, por lo
tanto, la no imposición de lo indeseado. Ninguna limitación
de la pornografía respecto de su distribución y venta genera
ría una ofensa en los miembros de la clase audiencia cautiva.
41 Para un análisis de la co n stitu cio n a lid a d de las ley es que
prohíben la pornografía infantil, véase E ric D au b er “C onstitutional
L aw -C hild Pornography: A N ew E x cep tio n to th e F irst A m en d m en t”
en Florida State University Law Review, voi 10, 1983, pp. 6 8 4 y ss.
42 V éase E rn esto Garzón Valdés, “¿ E s étic a m e n te ju stificable
el paternalism o jurídico ?” en DOXA núm. 5, 1988, pp. 155 y ss.
78
Tanto en el caso de los niños como en el de las audiencias
cuativas y de acuerdo a los principios del daño y de la ofensa,
el Estado que se decidiera por una política de total liberaliza-
ción dejaría de cumplir parte de sus propios fines incurriendo,
por defecto, en una notoria inmoralidad.
La segunda versión sostiene que el Estado debe prohibir,
de una manera absoluta, la pornografía. Según estas tesis, entre
las funciones del Estado figura la formación del carácter de sus
ciudadanos. Nadie duda, afirma Walter Berns, que la demo
cracia no podría funcionar sin contar con ciudadanos dotados de
un carácter bueno. La comunidad tiene la necesidad de que se
realice un pequeño esfuerzo para promover el carácter bueno
de sus miembros, aunque sólo sea apoyando instituciones como
la familia y la iglesia. E l derecho no solo debe evitar que al
guien dañe u ofenda a otro, debe promover acciones moralmente
mas altas para perfeccionar el carácter de sus ciudadanos.43
La censura de los marteriales que apelan a los bajos apetitos
sería una parte —pero solo una parte—de la guía externa re
querida para la promoción del carácter bueno.44
Pero asumir esta posición significa aceptar el perfeccio
nismo moral. El perfeccionismo moral es una doctrina que
sostiene que la degradación moral de un individuo es ya una
buena razón para interferir en su libertad, aún cuando su ac
ción no dañe a otro. Un Estado que asuma criterios perfeccio
nistas impondrá a sus ciudadanos aquellos valores, planes de
vida e ideales de excelencia humana que considera mejores o
mas ju sto s. Y lo hace no como un medio de m antener
cohesionada la sociedad, sino como un fin en si mismo. Esto
supone que hay valores que superan el del respeto a la auto
nomía de las personas que el Estado debe imponer al margen
de las preferencias individuales.45
E l perfeccionismo moral es, pues, contrario a la idea de la
autonomía personal.
79
La función del derecho es en cambio, según la tradición
liberal, crear las condiciones necesarias para el florecimiento
de la individualidad. Esto se hace posible, en el ámbito políti
co, diseñando instituciones que garanticen el orden público,
prohíban ataques a la vida o bienes de las personas o impi
diendo acciones que generen estados mentales como, por
ejemplo, el de un temor permanente.
La noción de daño en este contexto ha de ser entendido
por referencia a la necesidad de preservar estas condiciones
para alcanzar aquel objetivo. Nada más puede ser jurídica
mente prohibido.46 Al prohibir totalmente la pornografía el
Estado restringe ilegítimamente la autonomía de las perso
nas reduciendo las alternativas de elección posibles y, por lo
tanto, su propio plan de vida. Si en el caso anterior el Estado
actuaba inmoralmente por defecto, en este caso su comporta
miento es éticamente inadmisible al intervenir en exceso.
Si las dos versiones extremas, una por defecto y otra por
exceso, son desde el punto de vista moral igualmente inacep
tables, se debería encontrar una línea intermedia que permi
tiera evitar las consecuencias indeseables de una intervención
estatal excesiva a la vez de obtener los efectos benéficos que
se pierden por una falta absoluta de intervención. Esta posi
ción consiste en propugnar una intervención estatal con el
fin de regular la producción, distribución y consumo de la
pornografía.
La acción de regular la pornografía es conceptualmente
diferente de la acción de prohibir— censurar— la pornografía,
ya que en ambas acciones la intención es distinta.47 La regu
lación propuesta afectaría la disponibilidad del material por
nográfico en un doble sentido, temporal y espacial. Primero,
debería establecer una limitación en la edad para participar
en la producción y para acceder al consumo de este tipo de
material. Segundo, debería imponer una limitación en los lu
gares donde se encuentre disponible el material pornográfico
para su consumo.
80
La primera restricción tiene por objeto evitar que, por
falta de madurez, los niños sean explotados o se dañen a sí
mismos. E l Estado, asumiendo que se trata de incom peten
tes básicos y movido por un interés benevolente, debe punir
a aquéllos que producen pornografía infantil y facilitar su
consumo.
Determinar a partir a qué edad podra acceder una persona
a ese material es algo que excede el objetivo de este trabajo.
Me interesa señalar, en cambio, que habrá que tener en cuen
ta las circunstancias sociales y culturales, lo que confirma una
vez más que ese tipo de fenómeno es siempre contextual.
La restricción espacial tiene por finalidad impedir que
alguien, sin desearlo, se vea sorprendido en su privacidad. La
designación de lugares claramente especificados para la dis
tribución y venta de materiales pornográficos para su consu
mo como así también una advertencia clara del producto que
se trata evita el problema de-las audiencias cautivas a la vez
que favorece su disponibilidad para aquéllos que consideran a
la pornografía como una parte del diseño de su propio estilo
de vida sexual.
Comencé este trabajo con una pregunta acerca de cuál
debe ser el papel del Estado respecto de la pornografía. Sos
tuve que la definición misma de pornografía es normativa y
contextual, y que para su correcta conceptualización hay que
tomar en consideración no sólo el contenido de la representa
ción pornográfica sino también la intención del autor y el re
sultado de su acción.
Espero haber mostrado que aquellos que omiten alguno
de estos elementos tienen problemas para reconstruir adecua
dam ente e ste co n ce p to . Al resp on d er qu é actitu d es
éticamente correcta frente a la pornografía mostré que este
fenómeno no es dañino, salvo para los niños, y que resulta
ofensivo para los miembros de las llamadas audiencias cauti
vas. Tom ar en consideración los posibles consumidores de
pornografía me sirvió para establecer que el Estado debe re
gular, aunque de ninguna manera prohibir, su producción, dis
tribución y consumo.
Una sociedad asentada en valores liberales debe permitir
que cada uno pueda diseñar su propio plan de vida evitando
toda tentación perfeccionista o paternalista injustificada. El
81
respeto por la autonomía de la persona se revela así como el
elemento central a tener en cuenta para valorar la legitimidad
de la acción estatal.
Por esa razón, se podría concluir con las palabras de Ronald
Dworkin:
el derecho a la independencia moral, si es un derecho genui
no, requiere una actitud jurídica permisiva hacia el consumo
de pornografía en privado.48
82
B IE N E S T A R Y L E G IT IM ID A D
83
El objeto del gobierno es lafelicidad de laNación, puesto que
el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de
los individuos que la componen.
E l concepto de bienestar parece estar vinculado aquí con la
idea de felicidad. La importancia de la felicidad (¿bienestar?)
fue subrayada por Thomas Jefferson en su proyecto de su
Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Como
se recordará, en este texto, Jefferson sostenía que entre las
verdades sagradas e innegables figuraban que:
todos los hombres son creados iguales e independientes; que
de la igual creación ellos derivan derechos inherentes e
inalienables, entre los cuales están lapreservación de laviday
de la libertad y la persecución de la felicidad; para asegurar
estos fines son instituidos los gobiernos entre los hombres.
Jefferson seguía aquí laconcepción de Burlamaqui según la
cual todos los hombres tenían el deber de preservar la propia
vida, de perfeccionar su razón y de perseguir su propia felici
dad; y por tener este deber tenían también derecho a la satis
facción de estos tres principios.1
Ya la mención de estos textos constitucionales y declara
ciones básicas permite inferir la importancia central del con
cepto de bienestar pero, al mismo tiempo, pone de manifiesto
la vaguedad y ambigüedad de este concepto. E n efecto, mien
tras en algunos pasajes (artículo 50 de la Constitución Espa
ñola) el bienestar parece estar mas vinculado con lo que suele
llamarse niveles de vida o calidades de vida, en otros como en
la Constitución Española de 1812 y en el documento de
Jefferson, hace referencia a la felicidad entendida como un
estado mental subjetivo.
He traído a colación estos textos porque creo que ellos
ponen de manifiesto algunas dificultades vinculadas con la
definición del bienestar. Mientras por una parte se apunta mas
bien a notas objetivas de cómo ha de ser el mundo, en otras se
apunta mas bien a aspectos subjetivos. Tam bién la bibliogra
fía actual del concepto de bienestar escoge estas dos orienta
84
ciones, y los autores suelen oscilar entre posiciones objetivistas
y subjetivistas.
No he de entrar aquí a analizar las diferentes versiones
que se han dado de bienestar, sino que me interesa vincular
dos concepciones básicas: la que aproxima el bienestar a la
felicidad individual y la que apunta mas bien hacia condi
ciones objetivas del mundo. Y esta consideración quiero rea
lizarla desde la perspectiva de las consecuencias que tiene
una y otra versión con respecto al problema de la legitim i
dad de un regimen político.
A tal fin habré de examinar:
I E l concepto de bienestar entendido como felicidad.
II El concepto de bienestar entendido como nivel de
vida; considerando igualmente qué papel debe jugar
el Estado en el primer caso y cuál en el segundo. Y,
III Consideraciones acerca de la importanciadel concep
to de bienestar entendido en una u otra forma en re
lación con uno de los principios básicos del Estado
democrático de tradición liberal; es decir: el respeto
de las personas en tanto seres autónomos.
85
objetivos, valores, preferencias, etc. Entendidos de esta ma
nera, los deseos recibenel nombre de actuales reales.
o
La pregunta es; ¿debe él estado promover y garantizar
■^-tal como rezan los distintos textos constitucionales— la feli
cidad de los ciudadanos entendida como satisfacción de los
deseos actuales? La respuesta no puede ser sino negativa. Y
no solamente debido a la escasez moderada de recursos exis
tentes que hace prácticamente imposible la satisfacción de
todos y cada uno de los deseos posibles de los ciudadanos;
sino también porque dentro de un contexto poblacional don
de reinan los grandes números resulta difícil conocer con
exactititud la totalidad de los deseos actuales de todas las per
sonas y la intensidad con que ellos se manifiestan. Pero existe
aun un problema mas grave.
Los seres humanos tienen deseos de muy diversa índole.
Mientras poseen algunos cuyo contenido es manifiestamente
altruista y cuya satisfacción favorece la cooperación social,
suelen tener otros que se caracterizan por ser antisociales o
inmorales. Que en estos casos el Estado deba promover y ga
rantizar la satisfacción de tales deseos para favorecer la felici
dad de sus agentes no deja de ser una pretensión moralmente
perversa y absolutamente rechazable.
Es por esa razón que ni el artículo 13 de la Constitución de
Cádiz antes mencionada, ni la Declaración de Jefferson po
drían ser interpretados en el sentido de que es deber del esta
do promover y asegurar la persecución de la felicidad de sus
ciudadanos, entendida ésta como la satisfacción de sus deseos
actuales.
Los inconvenientes que presenta la versión de conside
rar la felicidad como la satisfacción de los deseos actuales de
las personas ha llevado a numerosos autores a formular ciertas
restricciones o cualificaciones sobre esos deseoscon la finali
dad de evitar que se produzcan tales despropósitos. Haré, por
ejemplo, habla de “preferencias absolutamentes prudentes”;
Harsayni quiere excluir todas las “preferencias antisociales
como el sadismo, la envidia, el resentimiento y el encono.” Y
en un trabajo reciente, Jam es Griffin ha propuesto que los
deseos sean racionales informados.
o
Los deseos son informados si los agentes que los poseen
aprecian la verdadera naturaleza de los objetivos que se pro
86
ponen. Los deseos informados tendrían la propiedad de evitar
los defectos que acusa un agente que solo persigue la satisfac
ción de sus deseos actuales y que son motivados, por ejemplo,
por carecer de una información completa, escoger medios in
adecuados para alcanzar los fines perseguidos, desconocer la
red conceptual que le perrtiita afrontar los diferentes proble
mas prácticos con probabilidades de éxito, etc. En definitiva,
un deseo es informado si se construye sobre la base de la co
rrecta apreciación de la verdadera naturaleza de sus objetivos,
incluyendo cualquier cosa necesaria para alcanzarlo.3
La versión de los deseos informados trata de responder a
la pregunta acercade qué cosas debería escoger una persona,
más que el hecho empírico de interrogarse acerca de qué co
sas desea efectivamente esa persona. Desde esta nueva pers
pectiva, la felicidad consistiría en el logro de todos aquellos
deseos informados que, con independencia de nuestras servi
dumbres individualesy circunstancias contingentes que nos
rodean, todos los seres humanos deberíamos tener.
El propio Griffin, sin embargo, se encarga de mostrar las
dificultades que tiene asumir este tipo de deseos cuya satis
facción puede ser identificada con la felicidad y, por tanto,
como una versión del bienestar. En efecto, si los deseos a sa
tisfacer no cambian jamás (por ser informados
) entonces se
podría hacer un orden lexicográfico en cuanto a su satisfac
ción. Pero la vida no es tan simple, las situaciones en las cua
les se ve inmersa una persona cambian, sus preferencias se
modifican y no siempre en una única dirección.
Por otra parte, al ampliar tanto la variedad de deseos que
deberíam os satisfacer — recuérdese que son informados
;
es decir: deberían formularse con independencia de si ac
tualmente se poseen— se podrían desear cosas que para nada
afectan el propio plan de vida y, por consiguiente, resultan
irrelevantes para el bienestar.4
Pero el esfuerzo por circunscribir el bienestar de las personasa
su felicidad, entendida como la satisfacción de sus deseos en cual
quiera de sus dos versiones (actuales o informados) pronto se
88
Además, según Sen, identificar la felicidad con el bien
estar tiene el inconveniente no solo que hace ignorar otros
aspectos muy importantes para el bienestar de las personas
— como sería alguien que viviendo en condiciones infra hu
manas se sintiera feliz
a causa de su consumo de opio— sino
también porque hay estados mentales diferentes de la felici
dad, como la excitación por ejemplo, que tienen una impor
tancia especial para la consideración del bienestar de una
persona.
Por estas razones, agrega Sen:
es difícil evitarla conclusión que aunque lafelicidad tiene una
obvia y directa relevancia para el bienestar, resulta inadecua
da como representación del mismo.7
Pero aún cuando se aceptara que el bienestar equivale a la
satisfacción de los deseos de las personas quedaría todavía por
responder qué actitud debería adoptar el Estado. El Estado,
repito, carece de las capacidades y de los medios materiales
para conocer cuales son todos los deseos — actuales o informa
dos— de las personas.
Se corre, además, el riesgo de que debido a ese desconoci
miento, o a causa de tratar de compatibilizar los deseos de los
unos que entran en conflicto flagrante con los de los otros, o
simplemente en virtud de que considere que los deseos que
valora son objetivamente mejores — o suficientemente infor
mados— y que, en consecuencia constituyen aquellos intere
ses que más conviene a la Nación, trate de imponer sus propios
criterios de felicidad, incurriendo en un perfeccionismo mo
ral éticam ente injustificado. Sobre este punto volveré mas
adelante.
Si los intentos de mostrar el bienestar como un estado sub
jetivo de la mente se ha manifestado insuficientes, habrá que
seguir una vía de análisis diferente. Esta vez basada en crite
rios objetivos. Por esa razón pasaré a considerar a continua
ción el concepto de bienestar como nivel de vida.
89
II
El concepto de bienestar como nivel de vida hace referencia a
cuestiones objetivas. Está relacionado al estado del mundo;
es decir, a cómo es el mundo en realidad.
En general, se subraya que para juzgar el nivel de vida de
una persona se ha de tomar en consideración un buen número
de variables.
Se ha de conocer, por ejemplo, cuál es el conjunto de sus
necesidades básicas, qué cantidades de bienes de consumo
posee y cuáles son sus ingresos periódicos. Se ha de tener in
formación, además, de una serie de datos que no siempre son
transferibles de una persona a otra.
Saber cuál es el entorno familiar de una persona, cuáles
son sus capacidades y habilidades para desarrollar una activi
dad productiva, cuáles son los niveles de salud propio y los de
sus allegados, o la posibilidad de disponer de tiempo para su
ocio, constituyen, entre muchas otras cosas más, cuestiones
absolutamente relevantes
No creo necesario subrayar el hecho de que no existe nin
gún listado completo que permita definir exáctamente lo que
es el nivel de vidd de una persona. Como tampoco existe nin
gún criterio objetivo que permita la comparación que haga
posible decidir cuál dedos personas goza de una mayor cali
dad de vida: si aquélla que dispone de una buena salud y de
un entorno familiar afectivo y acorde a sus aspiraciones, por
ejemplo, o aquélla otra que tiene una posición económica aco
modada, dispone de tiempo libre para su ocio pero padece
una cruel enfermedad.
A pesar de estos inconvenientes, se han utilizado criterios
cuya aceptación está más o menos generalizada y que permi
ten fijar, siempre dentro de una cierta convencionalidad, qué
debe considerarse como nivel o calidad de vida y cómo han de
utilizarse para que puedan ser posibles las comparaciones
interpersonales.
A los efectos de este trabajo y en aras de la simplificación
del problema consideraré, siguiendo a T ed Honderich,8 que
el nivel de vida de una persona puede ser fijado por la presen-
90
cía o ausencia de estas seis categorías: subsistencia, bienes
materiales no imprescindibles, respeto, libertad, relaciones
personales y cultura.
1) No está en discusión que el primer elemento a considerar
para la determinación del nivel de vida de una persona
está relacionado con el aseguramiento de sus necesidades
básicas, de su subsistencia, la de su pareja y la de sus hijos.
Se trata de gozar de un mínimo de condiciones objetivas
que permitan el desarrollo de la propia vida y que tie
nen que ver con un mínimo de alimentación, de salud, de
vivienda, etc. La satisfacción de esta categoría es básica y
tiene absoluta prioridad sobre las demás, cosa que no ocu
rre entre las restantes cinco categorías.
2) La segunda categoría hace referencia a la posesión de aque
llos bienes que no son imprescindibles como fines, pero
que adquieren valor como medios para lograr determina
dos fines. Pueden ser considerados en esta categoría todos
aquellos bienes que sobrepasan lo necesario para la sim
ple subsistencia pero que se relacionan con el comer y
beber mejor, el gozar de servicios sanitarios mas moder
nos y completos, etc. Se trata de ese tipo de bienes, según
Honderich, que gozan las personas de los países desarro
llados pero de los cuales carecen, por lo general, los que
habitan en los países subdesarrollados.
3) El respeto y el autorespeto forman la tercera categoría. Las
personas desdan alcanzar esta categoría como individuos y
como grupo y persiguen su reconocimiento en todos los
ámbitos de su actividad. Ya Rawls ha subrayado su relevancia
al señalar que el autorespeto es, con toda probabilidad, el
bien primariode las personas más importante. Esta catego
ría incluye el sentimiento que una persona tiene de su pro
pio valor, de su convicción acerca de que su propio plan de
vida merece la pena de ser realizado. Incluye también, por
cierto, la confianza que se tiene en la propia capacidad para
ejecutar las personales preferencias e intenciones.
C u a n d o c r e e m o s q u e n u e stro s p ro y ecto s son d e p o co v alor no
p o d e m o s p ro se g u irlo s co n p la ce r ni d isfru tar co n su e je c u c ió n .
A to rm e n ta d o s por el fra ca so y la falta d e co n fia n z a en n o so tro s
m ism o s, tam p o co p o d e m o s llev a r a d e la n te n u e stro s e sfu e rz o s .
91
Esta claro —continúa Rawls— por q u é el auto respeto es u n
bien primario.^
Es importante, naturalmente, que los hombres aprueben,
confirmen y disfruten de los planes de vida de los demás,
puesto que la satisfacción de esta categoría depende, en
buena parte, de las respuestas que obtengamos de nues
tros congéneres.
4) La cuarta categoría hace referencia a la libertad y al poder
en general. Esta categoría no debe entenderse en el sen
tido usual y restringido de libertades políticas o de partici
pación en la toma de decisiones políticas de la sociedad
en la que uno vive, sino que debe extenderse a otros ám
bitos mas reducidos de nuestra vida cotidiana.El nivel de
vida de una persona también puede ser medido en aten
ción a la independencia que goza en su trabajo, en su
entorno familiar, etcétera.
5. Las personas tienen una serie de necesidades, proyectos y
sentimientos que tienen que ver con su propia familia. Pero
también se relacionan con otras personas con las cuales
tienen, en algunos casos, una conexión lejana, a pesar de
lo cual participan de sus propias esperanzas, soportes, pro
tección, ilusión, etcétera. Que los hombres y mujeres es
tablecen relaciones personales estrechas y se asocian en
grupos numerosos es un hecho corriente en nuestras so
ciedades. Que una persona pueda hacerlo, según lo inclu
ya o no en su propio plan de vida, constituye un dato
relevante para su calidad de vida.
6. La sexta categoría está vinculada a los bienes de la cultu
ra. No creo necesario señalar la importancia de estos bie
nes y su relevancia para una vida de excelencias. Es obvio
que las personas persiguen afanosamente no sólo el cono
cimiento del mundo y el de su entorno, sino que partici
pan también de otras experiencias como el arte, la diversión
el deporte o la religión. Nadie, dice Honderich10 “elige
ser incompetente o ignorante.”
92
Ahora bien, considerar al bienestar como la satisfacción
del nivel de vida tal como ha sido presentado tiene la venta
ja de no hacer depender el bienestar de una persona de ele
mentos puramente subjetivos o emocionales, a la vez que
permite que se fijen cursos de acción claros con respecto a
cada una de las categorías mencionadas. E l artículo 50 de la
Constitución Española y el artículo 31 de la Constitución de
la Confederación Suiza al imponer al Estado la promoción
del bienestar general parecería que hacen referencia a la pro
moción del nivel de vida.
Si en el caso anterior, donde se interpretaba el bienestar
como satisfacción de deseos, se advertía contra el peligro de
una actividad excesiva del Estado yse propugnaba la no inter
vención del mismo con la finalidad de evitar que se incurra en
el perfeccionismo moral; en el caso de la interpretación del
bienestar como nivel de vida se exige precisamente lo contra
rio. El Estado podría pecar por defecto e inacción, cuando lo
éticamente exigible es su intervención no solo para promover
sino para asegurar y garantizar a todos los ciudadanos el dis
frute de los bienes que determinan los niveles de una calidad
de vida aceptable. Si un Estado hiciera dejación de estas fun
ciones, o implementara políticas contrarias a la satisfacción por
todos de un nivel de vida aceptable perdería su legitimidad.
En qué medida y en qué casos ha de intervenir el Estado para
no hacer dejación de sus funciones y perder legitimidad por
defecto, ni incurrir en un perfeccionismo moral no justificado
y pecar por exceso es algo a lo que me referiré a continuación.
III
93
Esto es así, porque las personas aspiran a realizar sus pro
pios planes de vida lo que supone que los seres humanos son
capaces de formularlos autónomamente.y ya en la base misma
de ambas versiones del bienestar subyace la convicción de que
la autonomía de las personasconstituye un elemento básico
de la moral y cuyo respeto por parte del Estado ha de ser estric
to si quiere mantener con éxitosu pretensión de legitimidad.
Al examinar el concepto de bienestar como felicidad se
ñalé que un Estado moderno no podía, por razones puramen
te empíricas, conocer todos los deseos de sus ciudadanos. Este
hecho, sumado a la escasez relativa de recursos y a la imposi
bilidad de arbitrar soluciones frente a deseos contrapuestos
podía llevar al Estado a im plem entar medidas de corte
perfeccionista, prescindiendo de las interpretaciones indivi
duales de cada cual. Por perfeccionismos entiendo,siguiendo
a Carlos Niño, aquella concepción que afirma que lo que es
bueno para una persona o lo que satisface mejor sus intereses
es independiente de sus propios deseos y que el Estado pue
de imponer, mediante el uso de la fuerza si fuere necesario,
los bienes y planes de vida que a su juicio son objetivamente
mejores.11 El Estado se convertiría de ese modo en árbitro de
las preferencias, intereses, formas de vida e ideales humanos.12
Este podría ser incluso el caso de un Estado benevolente
que persiguiera la felicidad de sus ciudadanos administrándo
les medicamentos; o como en el ejemplo de la máquina de la
experiencia de R. Nozick, conectara el cerebro de sus ciuda
danos a los electrodos de una máquina programada para sumi
nistrar la sensación de satisfacción de todos los deseos que
posean. La máquina no dejaría secuelas y la persona a ella
conectada no tendría consciencia de su dependencia. Es mas,
una vez desligada de semejante vínculo tendría el sentimien
to de que efectivamente vivió las experiencias deseadas.
¿Existirían razones, se pregunta Nozick, para rechazar una
vida plena de satisfacciones placenteras a cambio del peque
ño inconveniente de depender de una máquina?. ¿Existen ra
zones para evitar que el Estado implemente medidas de esa
naturaleza?. Nozick piensa que sí; y ello en virtud de que a las
95
distribución de bienes materiales sino que afecta a todos los
aspectos del bienestar. La expresión “los que están peor”, por
lo tanto, no se refiere exclusivamente a quienes carecen de
bienes necesarios para la subsistencia, sino que hace referencia
a quienes les está vedado el disfrute del conjunto de las cate
gorías mencionadas. Nada dice en cambio sobre aquellas per
sonas que habiendo satisfecho las exigencias de una categoría
se encuentra peor situada que otras respecto a esa misma ca
tegoría.
En segundo lugar, este principio no persigue un igualitaris
mo absoluto. De lo que se trata aquí es de desplazar una parte
de los recursos de los que están mejor situados en una canti
dad tal que tienda a reducir las desigualdades necesarias.15
Desde una perspectiva objetiva, el bienestar de una per
sona depende, en primer lugar, de la satisfacción de las nece
sidades básicas primarias y derivadas. Ninguna otra política o
programa de gobierno puede ser prioritaria respecto de ese
objetivo. No se trataría aqui naturalmente de implementar
medidas informadas por el principio de caridad, se trata mas
bien de realizar actos de justicia. Las personas que sufren ham
bre, enfermedad o extrema pobreza no deben implorar pidien
do ayuda. Ellas deben exigirla, y el Estado proveerla.16
El Estado debería garantizar, a riesgo de perder su legiti
midad, lo que Ernesto Garzón denominó el “coto vedado” de
las personas. En este sentido, el concepto de bienestar como
nivel de vida sí que se manifiesta interesante para valorar la
justicia o injusticia de una sociedad. La referencia al “coto
vedado” tiene relevancia para la satisfacción de las categorías
mencionadas por Honderich, ya que dicho “coto” incluye tanto
la satisfacción de necesidades básicas primarias y derivadas,
como el respeto del principio de igualdad.
Y del concepto de bienestar entendido como felicidad qué
quedaría. Asumir tal concepción es importante porque en una
sociedad democrática las distintas fuerzas políticas están inte
resadas en satisfacer los deseos secundarios de las personas
por medio de la negociación y del compromiso. La persecu
ción de la felicidad a la que hacía referencia Jefferson en la
15 Cfr. T e d H ond erich, op. cit., pp. 4 8 4 y ss.
16 Cfr. Jo h n Baker, Arguing fo r Equality. V erso — N ew Y ork—
1987, pp. 17 y ss.
96
primera versión de la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos o la Constitución de Cádiz recobran así toda
su fuerza y su sentido si se entiende que en una democracia el
Estado debe suministrar un marco adecuado para que los ciu
dadanos hagan valer también su concepción de la felicidad.
En resumen, el concepto de bienestar tiene relevancia tan
to si se lo interpreta en el sentido de la defensa del “coto
vedado” o de las categorías propuestas por Honderich; como
si se lo interpreta bajo el prisma de la satisfacción de los de
seos secundarios. E n su versión objetiva, el concepto de bien
estar está muy vinculado al concepto de necesidades básicas y
su realización requiere el cumplimiento por parte del Estado
no solo de deberes negativos sino también positivos. En su
versión subjetiva, el bienestar apunta a la realización de
los deseos secundarios de las personas y por ello choca
frontalmente contra toda ideología perfeccionista.
Tanto en la versión subjetiva como objetiva a lo que se
aspira es a una mayor protección de la autonomía de las perso
nas; es decir, tiende a apuntalar uno de los valores básicos de
una concepción democrática y liberal de la sociedad.
Vistas así las cosas, el concepto de bienestar tiene relevancia
como elem ento que nos permite juzgar acerca de la legitimi
dad de los ordenamientos jurídico-políticos. Esta relevancia
es lo que explica en mi opinión su inclusión en documentos
constitucionales y en Declaraciones básicas como las mencio
nadas al comienzo de este trabajo.
97
PRIVACIDAD Y M APA GENÉTICO
1 V é a s e , M u lla n C o o k -D e e g a n R ., “M a p p in g th e H u m an
C en ó m e”, Southern Califortiia Lata Review, vol. 65, 1991, p. 589. L a
idea de construir un mapa g en ético no tuvo su origen y sus prim eros
desarrollos en grupos de presión o de in terés político. Pero com o tan
tas otras veces ha sucedido, el uso del co n o cim ien to cien tífico afecta,
o pu ed e afectar, los d erechos de los individuos.
99
ingeniería genética, enferm edades que hasta hoy condu
cen inexorablem ente a la muerte, pero, sim ultáneam ente,
por la otra, un sentim iento de desasosiego ante el conoci
miento de nuestras carencias, nuestras lim itaciones y de lo
predecible, con un alto grado de fiabilidad, de nuestro fu
turo biológico. Y tam bién pareciera afectar de una manera
ambivalente al ejercicio de algunos de nuestros derechos,
tanto morales como jurídicos.
Esto es así, porque una de las condiciones para la ejecu
ción de acciones exitosas es la de tener toda la información
relevante para el caso, y el proyecto genoma está dirigido pre
cisamente a suministrar parte de esa información en lo que
concierne a los aspectos somáticos y hasta sicológicos.
Se podría decir, por tanto, que la investigación genética
incrementa nuestra información y que, en consecuencia, au
menta la posibilidad de ejercer nuestra autonomía de una for
ma exitosa. Pero, al mismo tiempo, esainformación en manos
de terceros vuelve a los hombres y mujeres seres trasparentes,
casi sin secretos, y, en ese sentido, vulnerables ante los de
más. Y ello afecta negativamente, por cierto, también nuestra
autonomía y el ejercicio de nuestros derechos.
Las consecuencias del “proyecto del genoma humano” se
mueven, pues, entre el desaliento y la confianza, entre un
ámbito de lo que estaría permitido y de lo que sería deseable
prohibir deónticamente. Esta tensión en forma de posible di
lema hace que su análisis no sólo resulte interesante a la luz
de consideraciones éticas y jurídicas, lo vuelve, también,
irrenunciable.2
En lo que sigue me propongo abordar únicamente un as
pecto de la multitud de problemas que genera el “proyecto
del genoma humano”: el de la relación existente entre la in
dagación sobre el mapa g en ético de una persona y su
102
Pero al día de hoy, la búsqueda de aquello que nos hace ser
humanos, según Walter Gilbert, se encuentra en los genes.
Gilbert piensa que un futuro no demasiado lejano los biólogos
acudirían a sus computadoras para saber cuál es la estructura
corporal de una determinada persona a través de las relaciones
de la estructura de sus genes.
La secuencia del genoma humano, según Gilbert, com
prendería miles y miles de páginas de listines telefónicos que
contendrían una cantidad inmensa de información, aunque en
términos informáticos fuera realmente pequeña, de tal mane
ra que cabría en un simple disco compacto. Una vez que la
secuencia humana estuviera completa, se introduciría el disco
en la computadora con esos datos y se podría decir: “Este es
un ser humano. Es Joe Blow”.7
Naturalmente detrás de la afirmación de Gilbert se adivina
no sólo un reduccionismo extremo, que ha llevado a acuñar el
concepto de “genetización”,8 sino también un desmesurado, e
ingenuo, optimismo. En realidad,el Proyecto del genoma hu
mano se dirigía inicialmente hacia cuatro grandes objetivos:
103
4) desarrollar medidas éticas y jurídicas que aseguren que la
información se utiliza adecuadamente.9
104
no portadora resulta indispensable a la hora de planificar su
posible descendencia.
E l tercer caso hace referencia a aquellos individuos que
tienen una cierta predisposición a contraer determinadas en
fermedades, como por ejem plo, algunas formas de cáncer.
Estos casos no son inusuales, aunque la relevancia de la infor
mación parece aquí diluirse un tanto, ya que la predisposición
a contraer una enfermedad no está vinculada causalmente con
la enfermedad. Mas bien, la condición de estas personas es de
tal naturaleza que contraerán posiblemente la enfermedad si
viven en un medio ambiente poco propicio para su salud o
llevan estilos de vidas riesgosos dado esa predisposición.
Por ejemplo, una susceptibilidad genética al cáncer de pul
món puede significar que la estructura genética de un indivi
duo es tal que si fuma o vive en un medio ambiente lleno de
humo de cigarillo por un largo período, entonces puede ser
probable que desarrolle esa enfermedad.11
La predisposición genética se manifiesta aquí como una
condición necesaria, aunque no suficiente, de la enfermedad.
En estos casos, disponer de esa información puede ser de uti
lidad para evitar ambientes o prácticas que, dadas las especia
les circunstancias, pueden implicar riesgos evitables. E n
resumen, la información genética en manos del propio intere
sado resulta así crucial en algunos casos, y relevante en otros.
Pero también es de una gran importancia para los intereses de
terceras personas.12 Piénsese en el caso de una mujer porta
dora del gen vinculado al síndrome de Lesch—Nyhan, es pro
bable que sus hermanas y sus primas hermanas por vía materna
11 Idem , p. 588.
12 E sta b le c e r q u ien es son las terceras personas gen u in am en te
in te re sa d a s y en q u é situ a c io n e s d e b e q u ié n p osea in fo rm a ció n
g en ética hacerla pública req u iere un análisis caso por caso, y plantea
cu estio n es de difícil solución ¿D e b e el g en etista h acer pú blico una
falsa paternid ad , aun cu an d o el padre bioló gico sea d esco n ocid o ?
¿D e b e el g en etista hacer p ú blico q u e uno de los m iem bros de la pare
ja ha trasm itido un d efecto g en ético aun cuando la pareja lo ignora?
Son algunas de las preguntas q u e ponen de m anifiesto aquellas d ifi
cultades. Para éstas, y otras preguntas, véase, por ejem p lo , F le tc h e r J.
y W ertz D ., “E th ics, Law and M ed ical G en e tics: A fter de H um an
G en om e is M ap p ed ”, E m oty Law Review, vol. 39, 1990, p. 764.
105
también sean portadoras. El síndrome de Lesch-Nyan se carac
teriza porque una alta concentración de ácido úrico deteriora el
sistema nervioso central, produce un retardo mental severo y
una tendencia a la automutilación.13 Decir sin más que esta in
formación no les concierne sería, por lo menos, apresurado.
La posibilidad de predecir comportamientos o estados de
cosas ha sido siempre considerada como un dato positivo de la
vida en sociedad. E n la medida en que somos más transparen
tes podemos evitar sorpresas, muchas de ellas perjudiciales. Y
no únicamente respecto de nosotros mismos, sino también de
terceros. E s decir, a través del conocimiento se pueden evitar
daños a otros.
Por esta razón, esta idea de la transparencia es la que está
presente en los exámenes médicos que se requieren para asu
mir ciertos roles sociales. Basta pensar en los certificados
prenupciales, en los exámenes médicos a los que son someti
dos los futuros funcionarios o empleados públicos, o en los exá
menes de capacitación física específica que tienen que realizar
los automovilistas o los pilotos del ejército del aire español. Los
requisitos que se han de satisfacer para superar estos exámenes
son variados, desde carecer de enfermedades infecto contagio
sas en el primer caso, a la de no superarar la agudeza visual infe
rior a 0,1 eñ cualquier ojo, sin corrección.14
Con esto se persigue dos objetivos: asegurar que se satis
facen las condiciones físicas y síquicas necesarias que posibi
liten la toma y ejecución de decisiones autónomas, a la vez
que se trata de evitar la inflicción de un posible daño a otros.
Prácticamente en la sociedad moderna no existe ninguna re
lación de trabajo dependiente, y aun me atrevo a decir social,
que no demande un cierto grado de transparencia sanitaria.
106
Alguien podría decir, siguiendo esta línea argumental, que
la idea de la transparencia está impuesta por la necesidad de
evitar un daño a terceros. Sin embargo, tal no es el caso. A
veces es el propio interesado quien insiste en aumentar su
transparencia para evitar daños a sí mismo o para lograr, sim
plemente, alguna ventaja.' Basta pensar en los mozos llamados
a Filas que exponen su estado de salud para no cumplir con el
servicio militar obligatorio o cuando se alegan debilidades fí
sicas para no ser sometido a una audiencia oral ya que existe
el peligro de un ataque de apoplejía y un infarto.15
La idea de la transparencia que subyace a determina
das prácticas sociales no es nueva. Desde antiguo se han evi
tado prácticas que supuestamente impedían el daño a otros o
a su descencencia. En algunos casos, la autoridad trataba de
mejorar las condiciones de los herederos ordenando que de
terminadas personas contrajeran matrimonios. En Egipto, los
faraones solían contraer nupcias con sus propias hermanas para
preservar ciertos rasgos familiares que se consideraban muy
apreciados.
En otros casos, la estrategia para mejorar la descendencia
consistía en prohibir determinadas uniones conyugales. Por
ejemplo, los antiguos textos sagrados hindúes prohibían ca
sarse a los miembros de familias con antecedentes de hemo
rroides, epilepsia, lepra, etc.
Pero en ausencia de cualquier conocimiento claro de las bases
biológicas de la herencia, esos primeros esfuerzos para mejo
rarlas poblaciones humanas fueron en su mayor parte toscos e
ineficaces. Siglos tuvieron que pasar antes de que los científi
cos llegaran a ser c o n s c ie n te s de los mecanismos de la heren
cia biológica y de la manera de manipularlos. 16
Y el proyecto del genoma humano persigue precisamente su
ministrar claridad en aquellos ámbitos dominados hasta no hace
mucho tiempo por falsas especulaciones. Y si se acepta que a
mayor transparencia menor daño y también se acepta, siguien
do a John Stuart Mili:
107
que el único fin en aras del cual la humanidad, individual o
colectivamente, está autorizado a interferir con la libertad de
acción de cualquiera de sus miembros es laautoprotección. El
único propósito parael cual el poder puede ser correctamente
ejercido sobre cualquier miembro de una sociedad civilizada,
en contra de su propia voluntad, es el evitar un daño alos de
más. No puede correctamente ser obligado a hacer u omitir
algo porque sea mejor para él hacerlo así, porque ello vaya a
hacerlo más feliz, porque, según la opinión de los demás, ha
cerlo sería sabio o hasta correcto1^
Podría concluirse que no hay ningún argumento moral que
impida la investigación genética y que, por el contrario, ha
bría no sólo que estimular su aplicación sino también hacerla
obligatoria en algunos casos. Por eso no es de extrañar que
la Corte Suprema de los Estados Unidos haya declarado cons
titucional la imposición de la prueba del SID A a un recluso. O
que en la República Federal de Alemania el Estado Libre de
Baviera exija para acceder a la condición de funcionario públi
co la prueba del SIDA. La idea de la transparencia, y la infor
mación que comporta para el individuo y para terceras personas
genuinamente interesadas, parece estar avalada por fuertes
razones morales.
Por otra parte, como es sabido, la información genética se
utiliza con fines identifícatorios. E l desarrollo de las llamadas
“huellas genéticas” ha sido catalogado como el mayor avance
en la lucha contra el crimen desde que en 1901 se descubrie
ron las huellas digitales.18
Una muestra de sangre, de semen o de otra parte del cuer
po puede servir como herramienta identificaria en procesos
penales de violación o incluso de asesinato. Tam bién resulta
común en los procesos civiles de reconocimiento de paterni
dad, habiendo el Tribunal Supremo español, por ejemplo,
sentado doctrina acerca de la confiabilidad y legalidad de ta
les pruebas.19
108
Las huellas genéticas fueron utilizadas por los tribunales en
lo penal por primera vez en Estados Unidos en 1986 y en el
Reino Unido en 1987. Y aunque en un principio en los Estados
Unidos diversos tribunales fueron reluctantes a admitirlas como
medios probatorios de la identidad de las personas, actualmen
te casi todos los tribunales lo aceptan al haber cierto consenso
de que satisfacen los dos test que deben superar las nuevas tec
nologías para ser aceptadas: el de la relevancia, y el de Frye.
El segundo requiere que la comunidad científica avale la
confiabilidad de los resultados de las pruebas genéticas, y, res
pecto a este dato, al menos en los procesos en los que se plan
teó la cuestión, no hubo dudas. Y el primero exige que la prueba
genética sea útil al juez o al jurado y que el valor probatorio de
la prueba genética no sea superado por los perjucios que pudie
ra causar, y también existe consenso en este sentido. En una
publicación del Congreso de los Estados Unidos se afirma:
Los principios genéticos y moleculares que subyacenalaidentifi
cación porADN son sólidos y pueden ser aplicados a una mues
traaisladadeADNde unapruebaforense. El OfficeofTechnoIogy
Assessment—OTA—encuentraque los usosforensesdelasprue
bas deADNsonconfiables yválidas cuandose realizanadecuada
mente y sonanalizadas porpersonal cualificado.20
2,1 V éase , U .S . C o n g ress, O ffic e o f T e c h n o lo g y A ssessm en t,
Genetic Witness: Forensic Uses o f DNA Test, O T A B -A -438; YVashintong,
D .C .; U .S. G o v erm en t P in tin g O ffice, Ju lio de 1990, p. 7. H asta el
m es de enero de 1990, los análisis de A D N habían sido adm itidos
com o prueba en 38 E stad o s de los E stad o s U nidos y en 185 casos
aproxim adam ente. S e estim a, em pero, q u e a la misma fecha, se ha
bían utilizado pruebas de A D N en al m enos 2000 investigaciones en
45 E stad os que no llegaron a juicio. V éase, Genetic Witness, op. cit. p.
14. E n un caso penal, un hom bre llamado Jo sé C astro fue acusado de
dar m u erte a una vecina y a su herm ana de dos años. J_,a acusación
pretendió probar qu e la m uestra de sangre q u e se encontró en el reloj
de C astro había sido id entificad a a través del A D N com o p e rte n e
cie n te a la m u jer asesinada. Pero en el m om ento del ju icio , en 1989,
los abogados de la d efensa rechazaron la id entificación realizada por
la L ife c o d e s C orp oration o f V alhalla de N u eva York. S e dem ostró
que el procedim iento seguido por esa compañía no fue el correcto, y que
sus conclusiones en consecuencia eran inválidas. El juez rechazó el valor
probatorio para ese caso de la prueba genética producida. A partir de ese
caso, algunos tribunales tienen dudas acerca de este tipo de identifica
ción debido fundam entalm ente a que las compañías encargadas de esa
función no siguen el protocolo de una manera fiable.
109
La identificación de las personas a través de distintos
mecanismos tampoco es nada nuevo. Constituye un medio ne
cesario para dar certeza acerca de quienes son los que partici
pan en las diferentes transacciones sociales. Nadie duda de la
conveniencia — y de la constitucionalidad— de un documen
to nacional de identidad, de un pasaporte y de un registro ge
neral de las personas. El Estado no podría cumplir con sus
fines primarios de garantizar la paz social y la seguridad de las
personas sin contar con esos elementos. La posibilidad de la
identificación de las personas es, pues, una condición necesa
ria para la vida en sociedad. Y el desarrollo del proyecto del
genoma humano podría contribuir a perfeccionar el método
para la identificación de las personas. Y tampoco aquí parece
ría haber ninguna prevención moral, es más, parecería incluso
estar moralmente prescripto. E l derecho, en consecuencia,
debería garantizar e incluso promover este tipo de investiga
ciones con esos fines.
D e lo expuesto, parecería seguirse que las investigaciones
concernientes al mapa genético, tanto en lo que respecta a la
información somática de una persona como a los aspectos
identificatorios, adquieren un marcado sentido positivo. Y la
información que suministra al propio interesado y a terceras
personas — en este caso con limitaciones— es relevante para
evitar, por ignorancia, la posible inflicción de un daño a si mis
mo o a terceros. Se podría concluir la primera parte de este
trabajo afirmando, en palabras de Louis Elsas II:
La ciencia de lagenética está revolucionando nuestras capaci
dades para beneficiar a los individuos, a las familias y a la so
ciedad en su conjunto. En la actualidad, las nuevas técnicas
moleculares han tenido un mayor impacto sobre la investiga
ción, diagnóstico, prevención y consejo acerca de la repro
ducción que sobre el tratamiento de individuos afectados. En
efecto, el uso de las técnicas genéticas ya disponibles paracu
rarpacientes individuales no hacen surgir problemas médicos
y científicos nuevos.^1
21 V 6ase, E lsas II , L ., “A C lin ical Approach to L e g a l and E th ical
P roblem s in H um an G e n e tic s ” , Em ory Law Journal , vol. 3 9 , 1990,
p. 852.
110
Mapa genético y principio de opacidad
Existe, sin embargo, otro principio que es considerado como
básico en toda sociedad que esté dispuesta a garantizar la au
tonomía y la dignidad de las personas: me refiero al principio
de privacidad. Este principio, al garantizar la ejecución de ac
ciones sin la intromisión de terceros por una parte, y al impe
dir que se tenga acceso a determ inadas inform aciones
personales por la otra, cumple la función de un velo que nos
oculta ante la mirada del otro. A lo que este principio aspira es
a mantener una cierta opacidad. Llamaré a la idea que a él
subyace la idea de la opacidad.
Tam bién en las especies animales se percibe una tenden
cia a la opacidad; pero ella es mucho más notoria en los seres
humanos. Hay muchas cosas que todo ser humano tiende a no
hacer en público: curiosamente se trata aquí de las cosas que
más placer suelen causarle, piénsese en el ejemplo de las fun
ciones excretorias de Hobbes o en el acto sexual.22
Es interesante señalar que este ejemplo de Hobbes es uti
lizado recurrentemente por autores posteriores, aunque sin
citarlo. T al es el caso de C. Schneider, quién afirma que:
...el comery su eliminación, como el sexo, son actividades físi
cas que pertenecen al reino privado y, por lo tanto, necesitan
una cubierta protectora simbólica. Los animales involucrados
en tales actividades sonfísicamente vulnerables aunataquemos
seres humanos son vulnerables a una violación simbólica ...
Cuando se reduce a un individuo a sus funciones animales,
ocurre una negación del elemento personal de la actividad
humana, junto con una falta de respeto a la subjetividad del
otro. El individuo está indeterminado.2^
Pero no fué sino a partir de la modernidad donde la idea de la
privacidad se ha desarrollado plenamente en el sentido que
se le ha dado un claro carácter normativo.
Que la noción de privacidad sea normativa explica por
qué determinadas acciones que en un momento determina
111
do p erten ecía n al ám bito de lo p ú blico puedan pasar
institucionalmente al ámbito de lo privado, y viceversa. La no
ción de privacidad es bifronte. Hace referencia, por una parte, a
las acciones “privadas” de los hombres, es decir, a aquellas que
deben estar libres de interferencias del Estado o de terceros, y
por la otra, está vinculada a la posibilidad de no dar a conocer
información personal.
Se debe tener privacidad para decidir planes de vida y rea
lizar determinadas acciones, y se debe tener privacidad con
respecto a la intrusión de terceros en algún aspecto de la vida
que se desea ocultar.
El derecho parece haber receptado estos dos aspectos de
la noción de privacidad. Como ejem plo del primer aspecto se
puede citar el artículo 19 de la Constitución de la República
Argentina que reza:
Las acciones privadas de los hombres que en ningún modo
ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un
tercero, están sólo reservadas a Dios, y exenta de la autoridad
de los magistrados.
Como un ejemplo del segundo aspecto, el artículo 18 de la Cons
titución española establece la inviolabilidad del domicilio, ase
gura el secreto de las comunicaciones y limita el uso de la
informática para garantizar el honor y la intimidad personal y
familiar.
La importancia del reconocimiento constitucional de este
derecho es tal que la Corte Suprema de los Estados Unidos
ha declarado en varias sentencias que la privacidad es el más
importante, el fundamental, de los derechos que recoge el
Bill of Rights.
Una de las áreas donde con mayor fuerza se ha desarrollado
el derecho a la privacidad en el primero de los sentidos mencio
nados es el ámbito de los llamados “derechos de procreación” y
que involucran cuestiones tales como el derecho a elegir a otra
persona para contraer matrimonio, a usar anticonceptivos, a ser
padres, a tener acceso a prácticas abortivas, o a realizar prácticas
sexuales no convencionales.
Desde este punto de vista, la privacidad denotaría la ex
tensión del espacio legal y social que un individuo tiene para
desarrollar sus capacidades emocionales, cognitivas, espiritua
112
les y morales como un agente autónomo sin la interferencia
de terceros o del Estado.24
En este sentido, la idea de privacidad se vincula más estrecha
mente que cualquier otro derecho con el principio de autono
mía de la persona, que prescribe, en opinión de Carlos Niño,
que siendo valiosa la libre elección individual de planes de
vida y laadopción de ideales de excelencia humana, el Estado
y (los demás individuos) no deben interferir en esa elección o
adopción, limitándose a diseñar instituciones que faciliten la
persecución individual de esos planes de vida y lasatisfacción
de los ideales de virtud que cada uno sustente e impidiendo la
interferencia mutua en el curso de tal persecución.25
El principio de autonomía de la persona que subyace a la
idea de privacidad prescribe que, con la prevención del daño
a terceros, se puede desarrollar y ejecutar estilos de vida que
respondan a modelos de excelencia individuales, buena par
te de los cuáles se deben ejecutar en privado. La informa
ción suministrada por la investigación genética al interesado
resulta clave.
Gomo sostiene Robert Mullan Cook-Deegan:
...la información genética es acerca de nosotros mismos. For
ma parte de las decisiones acerca de tener niños, acerca de la
salud, de los comportamientos personales, todas estas cuestio
nes generalmente se consideran como privadas y queremos
que sean protegidas de intrusiones por parte del Estado, ex
cepto cuando la información privada pone en peligro directa
mente aotros ... Lainformación genética puede serel vehículo
paraproyectar laautonomía personal en el reino de lainforma
ción. El derecho ala autodeterminación puede llegar acercar
algún subconjunto de los datos acerca de la persona.26
24 L a vinculación en tre privacidad y los “derechos de procrea
ción” se han desarrollado fund am entalm ente, aunque no exclu sivam en
te, e n los E sta d o s U n id o s. R e s p e c to de e s te ú ltim o país, v éase,
Schoem an F ., Privacy and Social Freedom. Cam bridge U niversity Press,
1992, p. 13.
25 Véase, Carlos Niño, Etica y derechos humanos. Ariel, 1989, p. 204.
26 V é a s e , M u lla n C o o k -D e e g a n R ., “M a p p in g th e H u m an
C en ó m e” , op. cit. p. 591.
113
Tóm ese, por ejemplo, el caso de la planificación familiar, del
diagnóstico prenatal y el problema del aborto. Supongamos
que una persona heterozigótica sufre una fibrosis quística. La
fibrosis quística es un desorden genético recesivo caracteriza
do por una insuficiencia pancreática crónica. Es común entre
las personas de origen caucásico. 1 de cada 25 estadouniden
ses es portador de este desorden genético, con una incidencia
de 1 entre 2.500 nacimientos vivos, lo que le convierte en el
gen más común de los potencialmente letales en los Estados
Unidos. Aunque la media de vida es de 25 años, es una enfer
medad desvastadora de la progenie y de la familia.27
Nadie dudaría aquí que el conocimiento de que se sufre
este desorden es importante con respecto a la decisión de
tener o no d escendencia. Y pocos se opondrían aquí al
derecho del portador a planificar su vida familiar usando
anticonceptivos.
Por otra parte, aun cuando se acepte que los abortos pro
vocados por defectos genéticos se reducen sólo al 3 % del
total de practicados, nuevos desarrollos en las pruebas prena
tales podrían suministrar información relevante que contribu
yera a tomar una decisión más razonable acerca de si se debe o
no abortar. Se pueden detectar mediante pruebas prenatales
los siguientes desórdenes genéticos: síndrome de Down, la
enfermedad de Tay-Sachs, la espina bífida, la anemia de cé-
.lulas falciformes, la fibrosis quísticas.
Por cierto, si se cree que el aborto es inmoral cualquiera
sea la circunstancia, entonces este tipo de información care
cerá de importancia. Pero si tal no es el caso, saber si la salud
de la madre corre peligro o si el nasciturus sufrirá en el futuro
enfermedades de consideración aumentará la posibilidad de
que la persona embarazada ejerza su autodeterminación para
abortar.28
Si una de las condiciones necesarias para la realización de
las acciones exitosas consiste en conocer las relaciones causales,
lo que posibilita la utilización de medios adecuados para al
canzar los fines deseados, resulta que lá información que se
27 V é a s e , R o b e r ts o n J ., “P r o c r e a tiv e L ib e r t y ah d H u m an
G en e tics”, Ernory Law Journal, vol. 39, 1990, p.698.
28 V é a se , M u lla n C o o k -D e e g a n R ., “M a p p in g T h e H u m an
G en o m e” , op. cit. p. 590.
114
nos puede suministrar por medios genéticos contribuirá deci
sivamente a incrementar la posibilidad de ejecutar acciones
exitosas. Esto es, seremos capaces de diseñar proyectos de vida
posibles de acuerdo a nuestras posibilidades biológicas, y
de llevarlos a cabo. Se potenciaría de ese modo el principio de
autonomía de la persona, central en cualquier razonamiento
ético y jurídico justificatorio.
El derecho a la privacidad en el segundo de los sentidos
asignados puede ser entendido como el derecho que le asiste
a una persona de que los demás no dispongan de informa
ción alguna que la propia interesada no quiera suministrar. En
nuestro ámbito jurídico, este derecho recibe el nombre de
derecho a Ja intimidad.
D e hecho, las informaciones que se pueden querer ocul
tar suelen estar vinculadas con los rasgos físicos de una per
sona, con cuestiones sicosomáticas, con circunstancias vividas
o hechos pasados relacionados con la vida personal o fami
liar, con conductas de las personas que no afectan a terceros,
con la correspondencia, su situación económica, etcétera. Las
formas en que la intrusión en la intimidad de una persona
puede efectuarse son múltiples y están relacionadas tanto
con los medios empleados como con la información que se
persigue obtener.
Así, por ejemplo, se viola la privacidad realizando escu
chas telefónicas ilegales, violando la correspondencia, acce
diendo a datos bancarios o inform atizados, observando
informes médicos, divulgando los hábitos sexuales de una
persona, etcetera..
Este segundo sentido del derecho a la privacidad, es decir
como derecho a la intimidad, está vinculado con el principio
de la dignidad de la persona. E ste principio prescribe que los
hombres han de ser tratados según sus decisiones, intencio
nes o m anifestaciones de consentim iento. E ste principio
precluye cualquier posibilidad de valorar las acciones de los
hombres por sus peculiaridades personales, en virtud de la raza,
del sexo, del credo o de la condición social, y exige que en el
diseño social se deba prestar especial atención a las institucio
115
nes basadas en el consentimiento. Y naturalmente; excluye
las tesis deterministas para justificar acciones.30
116
son tan generalizadas como manifiestas, y no sólo por la ac
ción de los agentes estatales como podría pensarse sino tam
bién por la de los ciudadanos.
En el nombre de la eficiencia y de la racionalidad, grandes
bancos compucarizados equiparan nuestros números de la se
guridad social a casi cualquier fase de nuestras vidas otorgán
dole al gobierno un depósito completo y permanente de datos
de todas nuestras actividades. Paracualquier solicitud de em
pleo, para la admisión a cualquier institución educativa, para
cuestiones relacionadas conel carnet de conducir de cualquier
estado y aun paraconseguir entradas en las carreras de camio
nes oparacomprar loterías del Estado, Ud. debe darsu núme
ro de la seguridad social. Más aterrorizador es incluso el uso
difuso del número de la seguridad social por empresas priva
das, tales como las compañías de clasificación de créditos per
sonales.^
Las prohibiciones penales parecen cumplir en estos ámbitos
funciones meramente simbólicas.
Por esa razón, el banco de datos genéticos que está desa
rrollando el F B I en Estados Unidos es tan peligroso para la
seguridad de la privacidad. Pensado inicialmente para alma
cenar los datos de delincuentes sexuales violentos que sirvie
ra para la prevención y represión del delito, en Estados como
Iowa y Washington se aceptan ya que sean ampliados a otros
tipos de delincuentes violentos, y no hay razón para pensar que
no se extenderán a otros grupos. D e hecho, el F B I tiene archi
vados las huellas dactilares de millones de personas, que ten
gan el de sus mapas genéticos es sólo una cuestión técnica. La
constitucionalidad de este banco de datos ha sido ya declarada.
Pero a pesar de su constitucionalidad, las bibliotecas
genéticas en manos del Estado se transforman en un instru
mento que amenaza la privacidad de los ciudadanos. En una
sociedad computarizada, si el gobierno tiene el acceso a la in
formación biológica de sus ciudadanos tendrá un poder sin
precedentes, y los individuos estarán sujetos obviamente a un
posible uso abusivo de los datos almacenados.34 Según Sally
117
Renskers, es ya una práctica aceptada el intercambio de in
formación computarizada entre las distintas agencias guber
namentales. Pero esto conlleva toda una serie de problemas.
Primero, la información cruzada a partir de bancos de datos
no individualizada sobre sospechosos transforma esa prácti
ca en una especie de “expedición de pesca”, violando el prin
cipio de presunción de inocencia. E l que se viola igualmente,
en segundo lugar, porque hace recaer en el individuo la car
ga de la prueba para mostrar que la información almacenada
está equivocada. Tercero, viola además el interés que tie
nen las personas en controlar la información sobre sí misma.
Cuarto, al no notificar a la parte cuyos datos se están investi
gando se viola la disposición constitucional a la tutela efectiva
de los derechos. Y finalmente, se violaría el “principio de com
patibilidad”, en el sentido de que la información que se ob
tiene para un propósito determinado no puede ser transferido
a otra agencia estatal con otros propósitos.35
Uno de los ámbitos más sensible a este uso no identifica-
torio de los bancos de datos genéticos es el mundo laboral. La
posibilidad de discriminar a trabajadores en virtud de su consti
tución biológica ha dejado de ser un asunto especulativo para
convertirse en una dramática realidad. La discriminación sufri
da por quienes son identificados como portadores del gen de la
anemia de células falciformes es bien conocida.36 Han sido so
metidos a discriminación en el trabajo y a elevadísimas primas
por parte de compañías aseguradoras. Basta pensar también en
quien sufre el mal de Huntington. E l empleador podría desear
118
despedirlo antes de que la enfermedad se desarrollase para evitar
los costes que comporta un trabajador de baja. Y, por cierto, las
compañías aseguradoras podrían negarse a contratar con estas
personas seguros de vida o de enfermedad.37 Además, un em
presario no tiene que ofrecer razones de su negativa a contratar a
un trabajador determinado. No hay obligación legal alguna al res
pecto. Por ese motivo, los empresarios podrían utilizar la infor
mación médica y genética para decidir políticas de contratación,
aunque en el momento del rechazo de la contratación de un can
didato no se aleguen. Y respecto de las compañías aseguradoras:
...ya en 1989, el pediatra y epidemiólogo Neil Holtzman fue
capaz de eunumerar nueve condiciones que incluían la ane
mia de células falciformes, la arterioesclerosis, el mal de
Huntington, la diabetis tipo 1, el síndrome de Down, por las
cuales las compañías de seguros habían negado un seguro mé
dico o un seguro de incapacidad, y otras seis condiciones por las
que otorgaban una cobertura solo condicional o parcial.38
Nuevamente aquí, las leyes sancíonadoras contra este tipo de
prácticas tendrían una función puramente simbólica.
Que los empleadores comiencen a exigir ciertos exáme
nes biológicos antes de contratar trabajadores aprovechando
la posibilidad de elegir en un mercado munido de gran canti
dad de mano de obra solo es una cuestión de costos de los
análisis y de medios técnicos disponibles. Una vez que se dis
ponga de la información pertinente, las personas con suscep
tibilidades genéticas a contraer determinadas enfermedades
medioambientales podrían ser excluidas.39 La información
119
genética aquí sería un instrumento poderoso para ejecutar prác
ticas discriminatorias que afectarían entre otros derechos el
de privacidad en sus dos sentidos anteriormente asignados.
E l logro y el almacenamiento de la información genética
constituye ya un estado de cosas cuya expansión es imposi
ble de detener. Los grandes avances que en proyección
geométrica se están produciendo en la detección y etiología
de determinadas enferm edades inexplicadas hasta ahora,
abren posibilidades a futuros métodos de prevención y de
cura, y las puertas al conocimiento de nosotros mismos como
seres biológicos. Y a quienes piensan que habría que sus
pender este tipo de investigaciones cabría responder con las
palabras de Joshua Lederberg:
... lasupresión del conocimiento parece ... impensable, no solo
por razones ideológicas, sino meramente lógicas ¿Cómo pue
de saber el ignorante lo que no debe conocer?.40
Pero el conocimiento tiene] una gran fuerza expansiva, y no
únicamente respecto a su propia lógica interna, esto es, a ma
yor conocimiento mayor es la posibilidad de incrementarlo;
sino fundamentalmente respecto de quienes son los destina
tarios y los poseedores de ese conocimiento. Como ya tuve
ocasión de señalar al comienzo de este trabajo, uno de los ob
jetivos del proyecto del genoma humano es distribuir la infor
mación genética obtenida a todos los científicos del mundo.
La circulación de esta información, imprescindible en la labor
científica, genera desde el principio algunos problemas por
que puede afectar la intimidad de muchas personas.
En efecto, en ocasiones los informes médicos y genéticos
incluyen datos que identifican al paciente que no pueden ser
disfrazados adecuadamente. Esta información puede ser re
velada a los investigadores o a sus asociados durante el
relevamiento o la recogida de datos, o a terceras partes a tra
vés de la publicación de los resultados de las investigaciones.41
Y aunque se pretenda clausurar la identidad del donante de
4,1 C itad o por C aproñ A., “W h ich Ills to B ear?: R eev a lu a tin g
th e [T h re a t] o f M o d ern G e n e tic s ” , Em o¡y Law Journal, vol. 3 9 , 1990,
p. 668.
41 V éase, Adams B ., “M ed ical R esearch and Personal Privacy”,
Vilanova Law Review, vol. 30, niim . 5, 1985, p. 1080.
120
una muestra genética, de tal manera que los propios investi
gadores lo consideren, en palabras de Elsas II, como el equi
valente genético al soldado desconocido, en la era de las
computadoras tal garantía absoluta acerca de la no identifica
ción de los donantes es imposible de asegurar.42 Además, cier
tos tribunales tienden a perm itir que se desvelen datos
personales cuando la “moderna práctica médica” así lo exija,
abriendo de ese modo un extenso margen para la publicidad
de esos datos.43
Por otra parte, no siempre el donante de las muestras bio
lógicas será un donante completamente voluntario. En oca
siones el éxito de un registro dependerá del grado de
cooperación familiar y muchos individuos se pueden sentir
obligados por su propia familia o por los investigadores para
someterse a pruebas cuyos resultados no controlarán en el fu
turo, con el peligro que ello implica para la autonomía y, por
ende, la privacidad de una persona.44
Finalm ente, las investigaciones genéticas pueden gene
rar la existencia de un nuevo grupo de parias, formados por
quienes tienen una tendencia biológica a desarrollar ciertas
pautas de comportamientos no socialmente deseables si se
121
encuentran en un ambiente propicio. Ciertas investigacio
nes apuntan a que el alcoholismo, la esquizofrenia, algunas
formas de cáncer, el mal de Alzheimer y hasta ciertas formas
de violencia pueden tener origen genético. Tales informacio
nes suministran sólo información probabilística y la relación
entre la predisposición y su expresión fáctica no es conocida.
Pero de prosperar esta tesis y de conocerse ese rasgo, las per
sonas que los tuvieran podrían verse marginadas de activida
des laborales y hasta sociales, constituyendo verdaderas
“poblaciones de riesgo”.45
Y aunque la capacidad de una persona para desarrollar
una actividad laboral concreta debe determinarse en el mo
mento en que es contratada, y no debería basarse en especu
laciones que miran un supuesto futuro, muchos opinan
que las personas que son propensas a determinadas disca
pacitaciones futuras son consideradas, de hecho, como
discapacitadas.46
La invasión a la privacidad también sería aquí manifiesta.
Y la definición de persona y la caracterización de la personali
dad no sería ya moral, o tan siquiera social, sino puramente
biológica.47 Los individuos podrían ser juzgados por sus ras
gos hereditarios, con lo que se vería afectado el principio de
dignidad dé la persona humana que prescribe juzgar a las per
sonas por sus actos y no por sus estados.
122
¿Qué hacer? La modernidad amplió el ámbito de las conduc
tas denotadas por la privacidad y lo dotó de soporte jurídico. Que
las personas estaban munidas de derechos que podían ejercer en
privado, lejos de la intromisión de terceros o del Estado era un
lugar común. Sin embargo, paradójicamente, junto a esta idea de
la modernidad, se ha ido desarrollando otra idea, y una práctica
jurídica y social, que la contradice, porque tiende a excluir del
•área de lo privado determinadas conductas para llevarlas al domi
nio de lo público. En la actualidad, los padres no pueden elegir en
privado no darle educación a sus hijos, y si deben o no elegir cen
tros educativos está en discusión. Prácticas sexuales que antes eran
aceptadas y que se suponían que formaban parte de lo privado,
también han sido cuestionadas, sobre todo por parte de grupos fe
ministas que sugieren que esas prácticas forman parte del ámbito
de lo público.48 La investigación genética daría un paso más en la
dirección del debilitamiento de la privacidad. La privacidad se
encuentra hoy a la defensiva.
Nos encontramos ante una colisión de dos principios. He
cho que no es extraño a los juristas. Por una parte, existen razo
nes en favor de la publicidad, mientras que, por la otra, en favor
de la privacidad. Y si se acepta, siguiendo las tesis de Robert
Alexy, que los principios son mandatos de optimización:
... que se caracterizan porque pueden ser cumplidos en diver
sos grados y porque la medida ordenada de su cumplimiento
no sólo depende de las posibilidades tácticas, sino también de
las posibilidades jurídicas49
No hay duda de que no es posible al mismo tiempo y para el
mismo caso satisfacer el principio de la transparencia y el prin
cipio de la opacidad.
Naturalmente, el problema de la colisión de principios se
resolvería si existiera un orden lexicográfico entre ellos, pero
eso no es posible.50
123
Por esa razón, Alexy propone una ordenación débil de prin
cipios que consta de tres elementos:
124
caso por caso, ponderando los intereses en juego bajo el su
puesto básico de la libertad, de la autonomía personal y de la
dignidad de la persona. Y si la información que surge del mapa
genético de una persona en manos de la interesada es funda
mental para que ejerza con éxito su autonomía, en manos del
Estado o de terceros puede constituir una amenaza a la liber
tad. Esto supone un cierto orden débil — no léxico-gráfico en
favor de la privacidad, y la asignación de la carga de la prueba
al Estado para todos los casos.
No quisiera terminar este trabajo sin una última reflexión.
La tensión que domina la modernidad entre trasparencia y
opacidad parece decantarse en los últimos tiempos en favor
de la trasparencia. Ello es desagradable no únicamente por
que entra en conflicto con el principio de privacidad, y abre
las puertas a que se nos juzgue por nuestros estados en vez de
por nuestras acciones violando con ello también el principio
de dignidad de la persona, sino porque aumenta las posibili
dades de dominación. No en vano resulta que el ideal de la
dictadura es el de un hombre opaco que gobierna sobre seres
transparentes.
Por otra parte, si la esperanza, tal como afirma Hobbes, es
el apetito unido a la idea de alcanzar52, y supone — aunque no
lo diga H o b b es— que no se sabe que se alcanzará; la
trasparencia reduce la esperanza al aumentar la certeza: quien
sabe que padece una enfermedad incurable no tiene esperan
za. La transparencia reduce pues el ámbito de la esperanza.
Una sociedad absolutamente traslúcida o transparente es una
sociedad sin esperanza. T o d a esperanza se alim enta de
una porción de opacidad. Hobbes diría también que la delibe
ración y la duda caben sólo cuando sabemos que las cosas son
posibles pero no cuando son necesarias o imposibles. A mayor
transparencia, menos dudas y menos deliberación.
El proyecto del genoma humano y la transparencia que
ello trae consigo imprime a la sociedad futura un cierto aire de
utopía negativa. Los adelantos técnicos y los mayores conoci
mientos habrán de llevarnos a una sociedad sin esperanza.
125
ÍN D IC E
P rólo go ......................................................................................................... 9
L a o b e d ie n c ia a l d e r e c h o ..................................................... 11
L a d i s p u t a D e v l i n - H a r t .......................................................... 35
A c e r c a d e l a p o r n o g r a f ía ..................................................... 57
B ie n e s ta r t l e g i t i m i d a d ............................................................. 83
14-
PROBLEMASDELAFILOSOFÌA SOCIOLOGÍA YJURISPRUDENCIA
Y DELAPRAGMATICADELDERECHO RDdigerLautmann
UlrichKlug 15*
LÓGICADELDERECHO
CONCEPTOSJURIDICOSFUNDAMENTALES RupertSchreiber
W.N.Hohfeld
_____________________________________ 3■ PROBLEMASDEÉTICANORMATIVA
LENGUAJEJURÍDICOY REALIDAD NorbertHoerster
KarlOlivecrona ______________________________ 17«
4- MORALYDERECHO
DERECHOEINCERTIDUMBRE PolémicaconUppsala
JeromeFrank TheodorGeiger
18-
ELDERECHO Y LAS TEORÍASÉTICAS DERECHOYFILOSOFÍA
CONTEMPORANEAS ErnestoGarzónValdés(Comp.)
GeorgeNakhnikian ____________________________________ 19 ■
6» ESTUDIOSSOBRETEORÍADELDERECHO
DERECHO,LÓGICA,MATEMÁTICA YLAJUSTICIA
HerbertFiedler OtfriedHöffe
______________________ 20*
ELCONCEPTODE VALIDEZ YOTROS ELCONCEPTOSOCIOLÓGICODELDERECHO
ENSAYOS Yotrosensayos
AlfRoss WernerKrawietz
_______________________________________ 21 ■
CONTRIBUCIONESALATEORÍAPURADEL ELCONCEPTODEESTABILIDAD
DERECHO DELOSSISTEMASPOLÍTICOS
HansKelsen ErnestoGarzónValdés
22-
¿DERECHOSINREGLAS? LÓGICADELASNORMAS
Losprincipios filosóficosdelateoriadel Estado YLÓGICADEÓNTICA
ydel derechodeCari Schmitt Georges Kalinowski
MatthiasKaufmann 23 •
__________ IO- MARXISMOYFILOSOFÍADELDERECHO
¿QUÉESLAJUSTICIA? Manuel AHenzayJuanRuizMañero
Hans Kelsen _______________________________________ 24-
11 ■ RACIONALIDADYEFICIENCIADELDERECHO
¿QUÉESLATEORÍAPURADELDERECHO? AlbertCalsamiglia
HansKelsen ------------------------------------------------------------- 25-
12- ALGUNOSMODELOSMETODOLÓGICOS
ELPROBLEMADELPOSITIVISMOJURÍDICO DE"CIENCIA"JURÍDICA
NorbertoBobbio CarlosS. Niño
13- _______________________________________ 26-
LASINSTITUCIONESMORALES ENTREELDERECHO YLAMORAL
Hartmut Kliemt FranciscoLaporta
27- 43*
ESTUDIOSSOBREKELSEN FILOSOFÍAPOLÍTICADELADEMOCRACIA
LetiziaGianformaggio José FernándezSantiilán
__________________________________ 28 - _________________________________________ 44-
LÓGICAYDERECHO EXPLORACIONESNORMATIVAS
Ulises Schmill Haciaunateoríageneral delas normas
__________________________________ 29-
Daniel Mondonga
ELCONCEPTODESOLIDARIDAD _________________________________________ 45 -
JavierdeLucas POSITIVISMOJURÍDICO, DEMOCRACIAY
_________________________________ 30- DERECHOSHUMANOS
DERECHOYRAZÓNPRÁCTICA AgustínSquella
RobertAlexy _________________________________________ 46-
__________________________________ 31 - ENSAYOSDEINFORMÁTICAJURÍDICA
POSmVISMOJURÍDICO, REALISMO AntonioEnriquePérezLuño
SOCIOLÓGICOYIUSNATURALISMO _________________________________________ 47*
EduardoGarcíaMáynez RAZÓNYSOCIEDAD
_________________________________ 32- LeónOlivé
ÉTICACONTRAPOLÍTICA
EliasDíaz _________________________________________
ESTUDIOSDEÉTICAJURÍDICA
48 -
-------------------------------------------------------------------------------- 67 •
____________________________________________________________ 82 •
---------------------------------------------------------------------------------------- 68 •
____________________________________________________________ 83 •
! Octubre 2001
DERECHOSHUMANOS
- HoracioSpector La filosofía de los derechos humanos
- JuanA.CruzParcero Derechos morales: concepto y relevancia
- GerardoPisarello Del estado social legislativo al estado social constitucional: por una
protección compleja de tos derechos sociales
- EerikLagerpetz Sobre ¡os derechos lingüísticos
ARTÍCULOS
- GuillermoHurtado Eduardo García Máynez y la filosofía cien tífica en México.
-Primera parte-
- JoséjuanMoreso El encaje de laspiezas del derecho
- JoséLuisPérezTriviño El renacimiento de los castigos avergonzan fes
NOTAS
- RogelioLarios La controversia SchmiU-Bulygin sobre la relación entre lógica y
derecho
- LeticiaBonifaz Nota sobre Martín Díaz y Díaz
16
._____ Abril 2002
POSITIVISMOCRÍTICO, DERECHOSYDEMOCRACIA
- Luigi Ferrajoli (uspositivismo crítico y democraciaconstitucional
» MichelangeloBovero Democracia y derechos fundamentales
- ErmannoVitale Reflexiones sobre el paradigma de los derechos fundamentales
- UlisesSchmill Comentarios a Juspositivism ocriticoydemocraciaconstitucional de
Luigi Ferrajoli
ARTÍCULOS
- GuillermoHurtado Eduardo García Máynez y la filosofía científica en México
Segunda parte-
- PaoloComanducci Formas de (neofconstitucionalismo : un
análisis metatedríco
~ Emmanuel Picavet Conflicto de intenciones y racionalidad de los sistemas de normas
- Julia Barragán La paradoja de autoridad y los problemas de formación del capital
social
- Mauro Barberis Libertad y liberalismo
NOTAS
- JuanAguirredelaHoz Sobré Reinventar lademocracia. Reinventarel Estadode
Boaventura deSousa Santos
- AntonioPeñaFreire Sobre Lasnormasdecompetencia. Unaspectode ladinámicajurídica
de jordi Ferrer
TD SD ll
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ISO N O M IA
REVISTA d e T e o ría y F ilo so fía d e l D e r e c h o
17 Octubre 2002
REGULACIÓN, MERCADOYCONSTITUCIÓN
—PabloLarrañaga Presentación
—LeighHancheryMichael Moran La organización del espacio regulativo
—CassR. Sunstein Las funciones de las normas regulativas
—ViktorJ. Vanberg Mercados y regulación
ARTÍCULOS
—José RamónCossío Concepciones de la política y legislación
—EnriqueSerrano República y derecho
—Guillermo Lariguet La aplicabilidad del programa falsaciohista de Popper
a la ciencia jurídica
—¡-AlejandroMadrazo Estado de derecho y cultura jurídica en México
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—Daniel Mendon^a Riccardo Cuastini, analítico
—José LuisMartí El realismo jurídico: ¿una amenaza para el liberalismo y la
democracia?
—EmilioZebadúa El uso democrático de la ley
18 Abril 2003
PODER JUDICIAL Y DEMOCRACIA
—Eugenio Bulygin Los jueces ¿crean derecho?
—Ernesto Garzón Valdés El papef del poder judicial en la transición a la democracia
—Michel Troper El poder judicial y la democracia
ARTICULOS
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electoral mexicano
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críticos sobre la propuesta de Rafael Hernández Marín
Hugo Seleme Equilibrio reflexivo y consenso sobrepuesto
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O c tu b re 2003
T O LERA N CIA Y PLU RA LISM O CULTU RA L
— Mark Plans, Detrás d e la tolerancia
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— Francisca Pon, Contra la lengua in visible
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— Alberto Filippi, La difusión d e la filosofía d e l d erec h o y d e la filosofía política d e N orberto B o h b io en
A m érica Latina y España. -Segunda parte-
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judiciales
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— Adrián Rentería, fusticia constitu cional y esfera d e lo in d e c id ib le en Luigi Ferrajoli
— José Juan M oreso, C o niandu cci sob ré neoconstituciona/ism o
20 A b ril 2004
JU S T IC IA IN T E R N A C IO N A L Y D ER EC H O S H U M A N O S
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— Ruth Zim m ei ling, Los d e re c h o s h u m anos en un m u n d o g lo b a liz a d o y u n ip o la r
— Juan A ntonio C ruz, D e re c h o s h u m ano s y o rd e n in tern acio n al
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— Evic H errán , H eíc/egger y la critica c o n tem p o rá n e a d e la m o d e rn id a d ju ríd ic a
NOTAS
— M ich elan g e lo B o vero , El rea lism o d e B o h b io
— losé U rsúa, /n terp re fao o n ju r íd ic a : una p ro pu esta d e e sq u e m a tiza ció n d e p la n tea m ien to s