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En el límite entre los planos espiritual y mental, resplandece un Sol alado, símbolo de la vida
más allá de la muerte. Sostenido por cuatro sólidas columnas que representan la estabilidad y
los elementos fundamentales del universo, este Sol actúa como protector de un joven que
ocupa el centro del escenario.
El joven, coronado con una diadema que encierra la dualidad de la existencia humana, empuña
el cetro del poder material en su mano izquierda y la espada del pensamiento en su derecha.
Su carro, tirado por dos figuras místicas, fusiona los planos mental y físico en una sola entidad,
reflejando la íntima conexión entre la mente y la acción.
Una de las figuras mira hacia el cielo, con cabellos azules que simbolizan la profundidad del
mundo inmaterial, mientras que la otra, con cuerpo negro y verde, representa el dolor y el
poder de la procreación. En esta amalgama de símbolos, una fuerza astral infunde imaginación
y sacrificio por causas más elevadas.
En el lado derecho del paisaje, una antigua escritura otorga discernimiento y libre albedrío,
invitando al joven a tomar decisiones y enfrentar las oposiciones con determinación. Asociada
con un número simbólico, esta escritura representa el reposo después de haber cumplido una
tarea y la conciencia del lugar propio en el mundo.