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surge un dilema ancestral, una encrucijada de elecciones que desafía al corazón y la mente por
igual.
En el fondo del plano espiritual, bañado por la energía del amarillo, danzan las sombras de la
indecisión. Una serpiente cornuda, guardiana de secretos y peligros, observa con ojos avizores,
advirtiendo contra las malas tentaciones que acechan en las sombras de la confusión.
A ambos lados del arquero, dos mujeres reclaman la atención del joven en el centro del
dilema. Una, vestida con la formalidad del pasado y una diadema de cobra en la cabeza,
simboliza lo conocido, lo seguro, lo que se espera de él. La otra, más joven y desnuda,
representa la libertad, la pasión, el deseo del corazón.
El joven, atrapado en la dualidad de sus emociones y pensamientos, cruza sus brazos sobre el
pecho en un gesto de indecisión. Mitad en el plano mental y mitad en el físico, su cuerpo
refleja el conflicto interior que lo consume, mientras el triángulo negro a sus espaldas habla
del dolor y el sufrimiento que acompañan a toda elección.
En los cielos, Venus en Tauro y la letra hebrea Vav ofrecen sus influencias, una instando a la
sensualidad y la seguridad afectiva, la otra simbolizando el arte de armonizar las cosas y las
personas entre sí, el lazo primordial que une el espíritu y la materia.
El número 6, símbolo de la belleza, la armonía y la familia, resuena en cada rincón del dilema,
recordando que toda elección implica un equilibrio entre el deber y el deseo, entre lo
moralmente correcto y lo emocionalmente satisfactorio.
La Indecisión, en su acto de escoger entre dos caminos, revela el misterio de la causa operante
en cada ser, la trascendencia de la ley moral y la libertad de elección. En su dualidad,
representa tanto la lucha entre el bien y el mal como la oportunidad de crecimiento y
realización espiritual.