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Título original: Mis primeras veces contigo.

©2023, Rocío G. Yuncal


Primera edición física y digital: Diciembre 2023
Cubierta y maquetación: Verónica Espinosa

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por
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CEDRO a través de la web www.conlicencia.com.
Dedicada a todos los que en algún momento
han necesitado romper sus sombras para
continuar hacia adelante.

Dedicada a los que habéis leído mis anteriores


novelas. Sigo estando muy agradecida por la
acogida y por vuestros comentarios.

Dedicada a quien me lee por primera vez,


espero que disfrutes de esta novela lo mismo
que yo disfruté escribiéndola.

Esta novela terminé de escribirla el 21 de diciembre de 2021, han pasado


dos años desde entonces, y ahora le ha llegado su turno de ser publicada.
De cuando crees morir…
Y te brota un sueño en la nuca.

Esperanza Durán Delgado, “Viaje”


ÍNDICE
ÍNDICE
PRÓLOGO
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EPÍLOGO
ACLARACIÓN DE LA AUTORA
AGRADECIMIENTOS
COSAS SOBRE MÍ
MIS NOVELAS
REDES SOCIALES
PRÓLOGO

A veces en la vida no necesitamos que alguien nos empuje a hacer algo o

nos saque de determinadas situaciones, a veces solo nos bastamos con

nosotros mismos para decir «hasta aquí» y romper con todo lo que nos hace
daño. El camino no es fácil, solo hay que tenerlo muy claro y apostar

porque vaya a salir bien. Todo se hace más cuesta arriba cuando no tienes
con quién contar o en quién apoyarte, y las dificultades se ven muy negras

cuando parece que no hay solución posible que nos libere del sufrimiento.

El miedo y la inseguridad son malos aliados en estas lides, aunque siempre

hay que saber que el sol termina saliendo por mucha lluvia que caiga. La
suerte, el destino o vete a saber qué, me pusieron en el camino correcto para

conseguir que rompiera mis sombras.


1

Me despierto un día más en la cómoda habitación en la que llevo seis años

viviendo. ¡Cómo pasa el tiempo! Aún recuerdo la noche en la que Dolores

me ofreció quedarme en su casa. Ese fue el principio de mi reconstrucción,


por primera vez en toda mi vida me sentí segura y arropada, y eso no lo voy

a olvidar jamás.

Llegué a Madrid al revés que la mayoría de la gente que emigra desde

un pueblo hasta la capital de la Península, que generalmente lo hace con

ilusión, con ganas de comerse el mundo y de tener oportunidades laborales.

Pero yo no. Vine hasta aquí huyendo de mi familia, queriendo mi propio


anonimato entre la gente y buscando una salida desesperada a todo por lo

que estaba sufriendo. Siempre lo he llamado sombras porque así me sentía

allí, como si no pudiera ser yo misma sino la sombra de una chica que

sufría abusos sin poder evitarlo.


Sí, hui de mi casa. Y para eso tuve que esperar al día de mi
decimoctavo cumpleaños para poder escapar de todo aquello. Sabía que al
cumplir la mayoría de edad no se atreverían a buscarme y aproveché para
cambiar mi vida radicalmente, no podía seguir tragando más.

Guardé toda la ropa que pude en la mochila más grande que encontré,

y cerré la puerta de casa dejando en el recibidor una nota que decía que me

había salido un buen trabajo en una ciudad grande —no especifiqué dónde,

entre otras cosas porque ni yo misma lo sabía—, que me iba a vivir allí, que
ya les llamaría cuando estuviera asentada y ese tipo de cosas que se dicen

para dejar tranquila a la familia. En realidad no tenía ninguna intención de

volver a ver a ninguno de ellos, no me hacían sentir bien y, como descubrí

tiempo después, nuestra relación era tóxica.

Había estado ahorrando durante cinco largos años preparando mi

huida. Mis padres me daban una pequeña paga —tal vez para acallar su

conciencia— que yo guardaba en una pequeña caja oculta entre mi ropa


dentro del armario; la tenía que esconder porque, cuando estaba a la vista,

mis hermanos me sisaban cuando les venía en gana. También había ido

ahorrando las propinillas que me daban algunas señoras mayores por

llevarles el pan a casa o ayudarles con sus bolsas de la compra; a eso me

dedicaba los fines de semana por la mañana, cualquier cosa estaba bien con
tal de no permanecer bajo su mismo techo y, a la vez, sacarme unas

monedas.

No había gastado ni un céntimo porque, desde el primero que metí en

la cajita, ya sabía que lo iba a destinar en llevar a cabo mi plan: huir de

casa. Porque no me iría, como los demás, para estudiar o porque me casaba

—al menos esos eran los pensamientos que teníamos en el pueblo—, me

iría porque no podía seguir sintiéndome así de sucia y de poca cosa. Todo el

dinero que tenía en aquel momento vino conmigo junto con la mochila y las

ganas de alejarme de todos.

Reconozco que en cuanto salí por la puerta de la casa de mis padres

sentí un miedo que se me ancló muy dentro y tardó tiempo en

abandonarme. Pero claro, era normal, nunca me había visto en una situación

así y como mi autoestima era nula, pues estaba convencida de que aquello

no me saldría bien y tendría que volver de nuevo a casa con el rabo entre las

piernas, como se suele decir. Pero esa posibilidad, aunque no abandonaba


mi cabeza, no quería ni contemplarla. ¿Volver al infierno? No, gracias.

Cogí aire y lo expulsé lentamente tratando de sacar todo lo que me

hacía sufrir. Quería sentirme vacía y empezar de cero, pero empezar bien,

sin arrastrar nada del pasado que me hiciera seguir creyendo que no valía
para nada o, más bien, para poco. Necesitaba demostrarme a mí misma que

merecía la pena seguir en este mundo, que podría superar cualquier

obstáculo que me encontrara por el camino y que rendirme no era una


opción.

Pero olvidar mi pasado de un día para otro era misión imposible.

Había muchas cosas rotas en mí y creía que, con el tiempo, iría

reconstruyéndome poco a poco, sin prisa, y sin saber muy bien por dónde

debía empezar para volverme a sentir como creía que me merecía. Tampoco

necesitaba tanto, solo cariño, con eso ya tenía media batalla ganada.

Sí, tenía la cabeza llena de cosas positivas, pero no sabía qué paso

debía dar para empezar una nueva vida, entonces, comencé a caminar

deprisa, lo principal era alejarme del pueblo donde vivía y que me había

visto crecer. Tampoco es que llevara mucho dinero en la cartera, lo justo

para pasar unos cuantos días, con lo cual, lo primero que debía conseguir

era un trabajo y un sitio donde dormir. Mi cabeza iba a la misma velocidad

que mis pies al caminar, no quería quedarme; si tenía que empezar de nuevo

debía ser en otro pueblo, en otra ciudad o en otro país, pero no podía seguir

por allí y cruzarme con mis hermanos o con mis padres en algún sitio.

Quería olvidarme de todo, incluso de la gente del pueblo con la que había

compartido algunos momentos de mi vida.


Lo segundo que hice fue dirigirme a la estación de trenes. Entré allí y

me puse a leer los carteles, no tenía claro a dónde ir, así que elegí el lugar

más lejano hacia el cual saliera el primer tren. Era Madrid. Se me hizo un

mundo imaginarme en una ciudad tan grande, pero también creí que sería el

mejor sitio para pasar desapercibida, donde nadie me buscara o me pudiera

encontrar. De manera que no me lo pensé dos veces y compré el primer

billete de tren de mi vida, rumbo a comenzar de nuevo.


2

En una hora y quince minutos llegué a la estación de Atocha y me pareció

tan inmensa que toda la positividad que me acompañó en el trayecto del

tren se disipó dando paso a una inseguridad que crecía por segundos. Me
sentía pequeña entre tanta gente, veía cómo se movían de aquí para allá

teniendo claro el lugar al que se dirigían; en cambio, yo no sabía ni para


dónde tirar.

Decidí salir al exterior y respirar un poco de aire fresco, aunque

estábamos a mediados de marzo, la temperatura no era muy desagradable,

comparándola con la de mi pueblo donde hacía más frío en esa fecha. Había
muchos taxis haciendo cola esperando recoger a alguien para llevarle a su

destino. Sin embargo, algunas veces le había oído a mi padre comentar, a la

hora de la cena, lo caro que cobraban los taxistas por hacer cortos

recorridos, e incluso algunos, si veían que no eras de la zona, te daban


muchas vueltas con el fin de sacarte más dinero; y descarté montarme en

uno, por si acaso.

Volví a entrar en la estación, tenía que pensar bien lo que iba a hacer,

no era cuestión de cogerme un autobús y que me llevara donde fuera; no,

así no, tenía que hacerlo bien y debía pensarlo tranquilamente. Me acerqué
a un bar y me pedí un bocadillo, tenía hambre y «con el estómago vacío no

se puede pensar con claridad», nos decía mi madre cuando éramos

pequeños y volvíamos del colegio y nos poníamos a merendar antes de

hacer los deberes. Me lo comí tranquilamente mientras miraba embobada el

enorme jardín que había en el interior del recinto, visto desde allí no parecía
una estación de trenes, sino una selva. Tanta variedad de palmeras y esa

frondosa vegetación, consiguieron que me relajara un poco y me olvidara


por unos minutos de qué estaba haciendo allí. Todo era nuevo para mí,

incluso comerme un bocadillo fuera de casa, nunca había salido con mis

amigas a comer fuera y, aunque me decía a mí misma que era por guardar

ese dinero que sabía que me iba a hacer falta, en realidad era porque me

sentía inferior a todas ellas debido, como supe más tarde, a mi baja

autoestima.

Cuando terminé, me fijé que en una de las sillas de la mesa de al lado

había un folleto con un mapa en cuya portada se leía «Madrid capital». Lo

cogí mirando a mi alrededor, por si acaso era de alguien y me acusaban de


ladrona pero, como vi que no había nadie cerca, lo guardé en mi mochila y

salí de la estación. Busqué un lugar tranquilo y lo desdoblé fijándome bien

en la maraña de calles que era el centro de la ciudad. No tenía ni la menor

idea de hacia dónde dirigirme; sin embargo, tenía claro que lo primero que

debía hacer era buscar un sitio donde pasar, al menos, la primera noche, ya

al día siguiente me encargaría de tomar la siguiente decisión.

Me dejé llevar un poco por el azar, creí que sería lo mejor ya que no

conocía nada ni sabía lo que iba a hacer, con lo cual, me monté en el primer

autobús que llegó y me bajé en la zona que me pareció bien. Caminé entre

la gente, no sabía lo que pesaba la mochila grande hasta que llevaba un

buen rato andando mientras cargaba con ella. Pregunté en una tienda donde
entré a comprar una botella de agua si sabían de algún sitio donde pasar la

noche y me dieron una dirección no muy lejos de allí.

Me encontraba en pleno centro de Madrid, en la zona antigua de la

ciudad, o eso me parecía por el aspecto de los bloques de casas, ¡era todo

tan distinto al pueblo de dónde venía! Siguiendo las indicaciones que me


habían dado en la tienda llegué a una pensión, me pidieron mis datos y me

dieron la llave de una habitación en el segundo piso. Era un hostal antiguo y

de aspecto un poco tétrico, pero la habitación no estaba muy mal y tampoco

pensaba quedarme mucho tiempo allí. Me di una ducha larga, el día había
sido duro, sobre todo emocionalmente, y estaba bastante cansada, por lo

que no tardé en quedarme dormida aunque no hubiera cenado.


3

En cuanto abrí los ojos fui realmente consciente de lo que pasaba: me había

ido de casa con todo lo que ello implicaba, pero para nada estaba

arrepentida. Aunque sí me sentía rara, tal vez porque era la primera vez que
dormía fuera de casa, si no cuento la vez que me quedé en casa de una

prima cuando tenía seis años y de eso ya apenas me acuerdo. También me


di cuenta de que era la primera noche que había dormido tranquila en

muchos años.

Decidí quedarme una noche más en ese hostal, ya que ni siquiera

había pensado dónde dejaría la mochila ese día y no iba a cargar con ella de
nuevo mientras me pateaba las calles de la ciudad buscando trabajo. Me

puse la ropa más decente y menos arrugada que encontré en la mochila y

pagué por adelantado una noche más.


Me tomé un café en el bar menos elegante que vi, ya que recuerdo oír

a mi padre decir también que los restaurantes bien decorados eran los más

caros; siguiendo esa premisa, me pedí un café con leche en el local más

cutre que había visto hasta el momento. Pero, a decir verdad, el café me

supo a gloria, quizá porque no había comido nada en muchas horas y mi


cuerpo necesitaba gasolina. Sin embargo, noté todos los ojos de aquellas

personas clavadas en mí desde que entré por la puerta, haciéndome sentir

incómoda. Según salía por la puerta, vi un cartel pegado en el cristal que

ponía que se necesitaba camarero y ahí se me encendió una bombillita en la

cabeza, aunque enseguida se me apagó. ¿Cómo iba a trabajar yo en un sitio


así? No quería ser exquisita, pero era oscuro, apenas si entraba la claridad

de la calle al interior, y la clientela dejaba mucho que desear; no me veía,

con toda mi inocencia, tratando con gente así. Lo descarté automáticamente

y seguí caminando. Mientras iba fijándome en los escaparates de todas las

tiendas por las que pasaba, me di cuenta de que había muchos carteles

anunciando ofertas o diciendo que volvían en unos minutos, y yo lo que

quería era leer que necesitaban personal para trabajar.

Mi sueño siempre había sido trabajar en el mundo de la moda, aunque

no como modelo o dependienta. Cuando iba en el tren de camino a Madrid,

pensaba que a lo mejor me pasaba como en las películas y aparecía alguien

que me daba una oportunidad como diseñadora, que era a lo que realmente
quería dedicarme, pero ¿quién iba a contratar a una chica de dieciocho años

solo porque le gustaba dibujar faldas y vestidos? Si ya sabía que con

estudios era complicado, imaginaba que sin ellos, como era mi caso, sería

más que imposible.

Al doblar la esquina, el segundo cartel que vi que necesitaban

dependienta fue exactamente en una tienda de ropa y pensé que sería una

señal del destino. Entré con más miedo que vergüenza, y la dueña, en

cuanto me puso el ojo encima, me rechazó al instante diciendo que

necesitaba chicas con más «desparpajo», creo que esa fue la palabra que

usó. Con lo cual, salí de allí llena de desilusión, viendo como mis planes se

difuminaban de un plumazo y pensando que eso de encontrar trabajo iba a


ser más difícil de lo que esperaba.

Fui a más tiendas, incluso de comestibles, pero en todas recibía una

negativa, o bien por ser demasiado joven, o por no tener experiencia, o por

ser mujer, o por no saber inglés… Y así hasta que mis tripas rugieron como

un león y entré, por primera vez también, en un restaurante de comida


rápida que anunciaban mucho por la tele. La ciudad era puro estrés, mirara

hacia donde mirara siempre veía coches a más o menos velocidad, y

personas caminando deprisa de un lado para otro; nada que ver al pueblo

donde me había criado. Sabía que me iba a costar acostumbrarme a ese

ritmo, pero ya no había marcha atrás.


Después de comer seguí mi paseo en busca de mi primer empleo, y

encontré una hoja pegada en la entrada de un pequeño restaurante que ponía

«Se necesita camarera. Razón aquí». Crucé la puerta sin pensarlo, sabía que
no tenía ninguna experiencia, pero eso no hizo que me rindiera, tenía que

quemar todas las posibilidades e intentarlo, ¿qué otra cosa tenía que hacer?

Había una barra situada a la derecha y el resto del local estaba ocupado por

mesas y sillas de comedor. Unas ocho personas ocupaban los asientos altos

que rodeaban la barra: unos tomaban café, otros hablaban entre ellos y los

que estaban solos miraban su teléfono móvil.

—Buenas tardes —saludé a la mujer que estaba detrás de la barra.

—Buenas tardes, ¿qué vas a tomar? —preguntó sonriendo.

—Un café con leche, gracias.

En realidad no tenía intención de tomar nada, pero la sonrisa de

aquella mujer hizo que me sintiera a gusto y reconfortada, hacía tiempo que

nadie me sonreía así. Además, me parecía un poco frío preguntar por el

trabajo directamente. Era quizá un poco más alta que yo, al menos desde mi

punto de vista lo parecía, tenía el pelo castaño salpicado por algunas canas,

los ojos marrones, ni delgada ni gorda, bastante pecho y semblante

tranquilo. Llevaba una camiseta negra, un pantalón del mismo color y un

delantal granate medio desatado. Me sirvió lo que había pedido y me


dediqué a observar todos sus movimientos. Cuando se quedó el bar casi

vacío, la llamé de nuevo.

—Perdone, he visto en la entrada que necesita camarera —dije con

más miedo que vergüenza, igual que cuando entré en la tienda de ropa.

—Así es, ¿no me digas que has entrado por el puesto? —preguntó la

mujer con curiosidad, pero sin perder la sonrisa.

—Sí… Bueno… Yo… Necesito trabajar. —Se me entrecortaron las

palabras, estaba muy nerviosa.

—¿Has trabajado alguna vez de camarera? Te veo bastante joven.

—La verdad es que no, pero aprendo rápido y necesito el trabajo.

Fui sincera, aunque podía haberle contado cualquier rollo, pero la

sonrisa de esa mujer no invitaba a hacerlo. Por lo tanto, no le mentí, aunque

aquello me supusiera salir igual que había entrado.

—Ven conmigo. —Tras mirarme durante unos largos segundos, me

indicó con un gesto que la siguiera y nos sentamos en una de las mesas que
estaban vacías—. Como has sido franca conmigo, también lo voy a ser

contigo. Valoro mucho que las personas digan la verdad, pese a las

consecuencias, así que por esta razón pasaré por encima que no tengas
experiencia. —Me sonrió de nuevo—. Nadie ha nacido sabiendo y si nunca

te dan una oportunidad, no se puede aprender. El puesto es tuyo.

—Así, ¿sin más? —asintió con la cabeza—. Muchísimas gracias. —

No sabía qué más decir, no me lo podía creer.

—También te digo que si en una semana veo que esto no es lo tuyo,

pues no te hago el contrato, ¿de acuerdo? Aunque, si esto sucede, los días

que hayas trabajado de prueba te los pagaré.

—Me parece bien —afirmé nerviosa—, lo que usted diga.

—No me llames de usted, llámame Dolores. Tu nombre es…

—Dolores también, pero prefiero que me llamen Loles. —Era un

nombre que me puso mi abuelo y solo él me llamaba así, por eso en Madrid

decidí que a partir de ese momento me llamaría Loles, en honor a su

recuerdo. Creo que fue el único de mi familia que me trató con cariño.

—Loles… ¿cómo no se me ha ocurrido antes? Desde pequeña

arrastrando el nombre por culpa de mi abuela y… —interrumpió la frase,

parecía que recordaba cosas de su niñez—. Bueno, centrémonos en lo que

estamos. ¿Cuándo podrías empezar?

—¿Ahora mismo?
—¿En serio? Pues me viene de maravilla porque Jose, mi camarero,

hoy no ha podido venir y voy a estar un poco apurada —explicó muy

deprisa—. No se hable más, bienvenida, Loles. Te voy a explicar un poco

cómo funciona esto y dónde tienes lo básico, lo demás lo irás descubriendo

sola. Cualquier cosa que dudes, me preguntas.

Y llegué al hostal pasadas las once de la noche, pero el cansancio que

llevaba era directamente proporcional a la alegría que sentía por haber

encontrado mi primer empleo.


4

Al día siguiente llegué antes de las ocho de la mañana al trabajo y cuando

me vio entrar me sonrió y me felicitó por mi puntualidad. El día anterior me

había recordado lo importante que era ese tema para ella y no quise
defraudarla, la debía al menos eso por haber confiado en mí sin conocerme

de nada y encima sin tener experiencia.

No entraron demasiadas personas a desayunar, algo que agradecí, ya

que así me iría familiarizando mejor con todo. Me sentía un poco fuera de

lugar, además de patosa, aunque eso a mi jefa no parecía importarle; ella

sobre todo quería limpieza en el local y amabilidad con el público. Con lo


cual, me esforcé desde el primer momento para poder pasar la prueba de la

primera semana y que me pudiera hacer un contrato. También tenía

echándome una mano a Jose, el otro camarero, siempre que me veía perdida

acudía a mi rescate y era de agradecer. Tenía más o menos la edad de la


edad de Dolores, medio calvo, alto y con cara simpática, pero, sobre todo,

era un buen compañero.

Aunque comía siempre allí y eso ya suponía un buen ahorro, sabía

que el dinero que traía conmigo no me iba a durar un mes, por lo tanto,

tenía que conseguir quedarme con ese trabajo como fuera.

Y resultó más fácil de lo que me pareció el primer día que entré. Los

primeros días no tuve un horario concreto porque así lo decidí, ya que mi

intención era demostrarle a la jefa que yo valía para el puesto y, aunque ella

no estaba del todo de acuerdo, aceptó. Además, me decía a mí misma que


cuantas más horas estuviera allí, más aprendería. Pasé la semana con éxito y

firmé mi primer contrato. ¡Había tantas cosas que eran mi primera vez!

Con el transcurso de los días fui cogiendo más confianza con Dolores

y le conté —sin entrar en detalles— cómo había llegado a Madrid. Le

expliqué dónde me quedaba a dormir y me dio la dirección de un hostal

que, según ella, estaba bastante mejor que donde me hospedaba. Y tenía

razón, aparte de ser la habitación y el baño más grande, estaba todo mucho

más limpio y hasta tenía televisión, así que cambié de lugar enseguida.

Las horas se pasaban muy rápidas cuanto más trabajo había. No era

un sitio lujoso, pero muchos de los clientes fijos que venían a diario vestían
traje y corbata, y agradecían siempre con buenas propinas la comida casera

que degustaban y la buena atención que Dolores les dedicaba. Aprendí

mucho de ella a tratar con el público y era esa forma en su trato,

haciéndoles sentir como de la familia, la que marcaba la diferencia.

—Hoy vamos a cambiar los papeles —anunció un día mi jefa

mirándome—. Tú y Jose llevareis las mesas y yo me quedaré en la barra.

—¿Estás segura? —pregunté incrédula—. Recuerda que no tengo

experiencia.

—Por eso mismo, no quiero que te encasilles detrás de una barra,

debes aprender más cosas. Sé que tarde o temprano te irás de aquí y no

quiero que te vayas sin tener una buena experiencia.

En poco tiempo le cogí un cariño especial a esa mujer, tenía edad para

ser mi madre y en esos momentos era lo más cercano a esa figura que podía

—y quería— tener. Me explicó cómo tenía que atender a los clientes que se

sentaban y, entre ella y Jose me iban dando indicaciones. Por ser el primer

día solo llevaba los platos a los comensales y se los retiraba, de tomar la
comanda ya se encargaba mi compañero, aunque iba fijándome en cómo lo

hacía. Como le había dicho a Dolores, yo aprendía rápido.


5

Los sábados eran diferentes, no teníamos tanta gente para comer, en

realidad trabajábamos más con el menú de lunes a viernes. Esos días eran

más de barra que de mesas, entraban muchas personas a tomar el aperitivo y


compartir algunas raciones. Mi compañero libraba los sábados, así coincidía

con su mujer, y yo descansaba los domingos.

A las tres de la tarde teníamos todo ya a medio recoger, y mi jefa se

permitía «el lujo», como decía ella, de cerrar los sábados y los domingos

por la tarde porque, con los años que llevaba ahí, se había dado cuenta que

eran los momentos más flojos y prefería cerrar y vivir un poco la vida. ¡Y
bien que hacía!

—¿Te apetece venir a casa a cenar esta noche? —me propuso antes de

que nos marcháramos un día del bar.


—¡Claro!

¿Qué otra cosa mejor tenía que hacer un sábado por la noche en un

sitio donde no conocía a nadie? Me explicó qué autobús tenía que coger

para llegar a su casa, y me advirtió que no llevara nada, que sería una cena

informal con ella y con su gato.

A las ocho en punto —tal y como quedamos— ya estaba llamando a

su telefonillo, me abrió enseguida y subí por las escaleras hasta la primera

planta. Como la puerta estaba entornada, llamé con los nudillos.

—Pasa, pasa. —La voz de mi jefa salía del interior de la vivienda.

—Hola, Dolores —saludé con educación, aunque en el bar teníamos

cierto punto de confianza no era lo mismo que estar allí.

—¿Lo has encontrado bien? —preguntó refiriéndose a su casa

mientras venía de la cocina secándose las manos en un paño.

—Sí, sin problema, me he bajado del autobús casi en la misma puerta.

—Siéntate, estoy terminando. —Volvió al mismo sitio de donde había

salido—. Como verás, la casa no es muy grande, pero para mí sola tengo

más que suficiente, bueno para mí sola no, Botas también vive aquí.

¿Dónde se habrá metido? —En esos momentos apareció como de la nada


un gato maullando que parecía responder al haber escuchado su nombre—.

Ese que habla es Botas, seguro que se está presentando —bromeó riéndose

—. Dicen que los gatos son animales independientes, pero deben ser los

demás, porque él quiere tener siempre compañía.

—Seguramente te eche de menos por todo el tiempo que estás en el

bar —comenté mientras acariciaba al minino.

Al cabo de un par de minutos, salió de la cocina con una tortilla de

patatas que olía de maravilla y una ensalada, y lo dejó todo en una mesa

redonda que ocupaba un espacio del salón. Después regresó con dos

refrescos y unos cubiertos y me indicó que me sentara.

—Sé que no es una gran cena, pero lo importante no es el qué sino


con quién.

Esas últimas palabras se me grabaron al instante y supe que me

acompañarían el resto de mi vida. Era una verdad como un templo, no

importaba qué era lo que se hacía, pero con quién se hacían las cosas era

fundamental. Yo misma lo sufrí desde pequeña, ya que la compañía que


tenía en casa nunca fue lo que quería tener, y cada «qué» se hacía cuesta

arriba porque siempre iba acompañado de un «quién» que no me valoraba.

—Está todo perfecto, has sido muy amable por invitarme —afirmé

agradecida mientras comíamos la rica tortilla recién hecha.


—Tengo algo que proponerte, bueno, quizá lo veas muy prematuro o

no te haga ni pizca de gracia, pero tampoco tienes que responderme ahora

mismo. Puedes pensarlo y, cuando estés segura, me das una respuesta.

—¿Voy a tener que trabajar también los domingos? —bromeé

rompiendo un poco la tensión que me había creado yo misma al oír sus

palabras.

—No, no es nada laboral —soltó una carcajada.

—Bueno, eso me deja más tranquila… —Seguí con el mismo tono de

broma, aunque dejé escapar un pequeño suspiro con disimulo, me aliviaba

saber que no tenía que ver con el trabajo.

—Llevas ya un mes en Madrid, y quizá me estoy metiendo donde no


me llaman, pero con lo que estás pagando en el hostal podrías pagarte

medio alquiler de un piso, aunque fuera pequeño.

—Tienes razón, pero algunos de los que he visto son para compartir

con varias personas y sé que no me voy a sentir a gusto, y en otros me piden


al menos dos meses de fianza y no tengo esa cantidad ahorrada, quizá

dentro de muchos meses… Pero, de momento, no puedo permitirme otra

cosa.

—De ahí mi propuesta. Si te soy sincera, es la primera vez que voy a

hacerlo o, al menos, no me lo había planteado hasta ahora. Llevo tratándote


treinta días y estoy segura de que me puedo fiar de ti. A no ser que seas un

lobo disfrazado de Caperucita… —Rio de nuevo.

—Explícate, me estás poniendo nerviosa —exigí con una sonrisa

impaciente.

—¿Quieres venirte a vivir aquí? Tendrías tu propia habitación, aunque

compartiríamos cuarto de baño, salón y cocina. Ya sabes que apenas estoy

en casa y, por las tardes, tendrías la casa sola para ti.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Totalmente, pero sobre todo te lo pide Botas. —Sonrió y miró al

gato—. Como te he comentado antes, no es un gato independiente y

necesita compañía, y suelo estar casi todo el día fuera. Le noto cada día más

triste…

—¿Y cuánto dinero te tendría que dar? —pregunté ansiosa por hacer

mis propios cálculos.

—Nada, a no ser que vea que las facturas de la luz y el agua suben de

manera desorbitada. —Su carcajada hace que me relaje de golpe—. Con

tener la casa recogida y que Botas esté acompañado me siento más que

pagada, de verdad.

—Pero Dolores, yo…


—Tú piénsatelo.

Continuamos cenando y me contó la historia de cómo Botas llego a su

vida. Resulta que una noche, al cerrar el local, el felino de pelaje blanco y

negro, aún cachorro, estaba en la puerta sentado, como esperándola; ella le

apartó haciendo un gesto con la mano antes de bajar la reja del restaurante y

él obedeció al instante. Hacía justo un año que había perdido a su marido, y

su carácter no se enterneció con la visión del pequeño minino, con lo cual,

lo dejó allí plantado. A la noche siguiente volvió a verlo en el mismo sitio,

según Dolores, era como si estuviera acompañándola para cerrar, como

protegiéndola. Entonces, la tercera noche lo cogió y se lo trajo a su casa, le

dio de comer y vio cómo se adaptaba. En pocos días, con las vacunas

pertinentes puestas, su comida especial para gatos y un rascador que le

habían aconsejado en la clínica veterinaria, Botas danzaba por la casa como

si hubiera vivido allí toda su vida.

Antes, Dolores regentaba el restaurante junto con su marido, pero un

cáncer de garganta le arrebató su vida de golpe y, en muy poco tiempo,

todos los sueños que tenían en común desaparecieron, haciendo que se

aferrara a ese negocio como si así siguiera sintiendo a su marido cerca de


ella. La historia era muy triste y me conmovió por completo. Ahora

entendía por qué pasaba tantas horas allí. Incluso imaginé —con la fantasía

propia de mis dieciocho años— que el marido de Dolores se había


reencarnado en Botas y que, por eso, la cuidaba tanto y necesitaba así de su

compañía. Aunque nunca me atreví a comentárselo a ella, no fuera a ser que

me tachara de loca y se arrepintiera de haberme acogido en su casa.


6

Esa noche intimamos mucho, tanto, que hasta le expliqué con bastante

detalle cómo había sido mi vida hasta que llegué a Madrid. Sentí que me

vendría bien sacar todas las sombras de dentro de mí y vaciarme. Al fin y al


cabo, también eso era una forma de empezar de cero y sentirme limpia por

dentro.

Le conté los abusos que había sufrido desde pequeña por parte de mi

padre y que mi madre encubría haciéndose la tonta e ignorándolo.

Le conté cómo mis hermanos sabían lo que pasaba y todos callaban

por miedo a que les pasara a ellos, pero no, yo era la favorita de papá para
esos menesteres.

Le conté cómo se aprovechaban de mí en lo que a las labores de la

casa se refería, siendo cuatro hermanos y ninguno de los otros tres


colaboraba en nada.

Le conté cómo mi madre me menospreciaba comparándome

continuamente con mi hermana Luisa.

Le conté cómo me fui haciendo más y más pequeña hasta casi

fundirme con la nada respecto a mi existencia para los demás.

Le conté mi necesidad de escapar y de volverme a sentir persona y no

querer dejarme ningunear por nadie más en lo que me quedara de vida.

Le conté todo.

Descargué toda la rabia y todo el dolor de mis entrañas, y ella no me

juzgó, ni siquiera hizo un comentario; solo me abrazó y dejó que llorara en


su hombro. Nunca me habían abrazado con tanto cariño y humanidad, y en

esos momentos me sentí, por primera vez, en casa.

Acepté vivir con ella sin pensármelo dos veces, de hecho, no había

nada que pensar; aunque sí conseguí que aceptara —después de mucho rato

intentando convencerla— compartir las facturas de luz, agua y calefacción,

no era justo que yo no colaborara en algún gasto. A la mañana siguiente

recogí todas mis cosas del hostal y me fui directa a casa de Dolores con un
juego de llaves en la mano y el corazón lleno de ilusión.
Cuando entré en la casa, ella no estaba, se había ido ya al restaurante,

por tanto, el único que me dio la bienvenida fue Botas, que se restregó entre

mis piernas con un sonoro ronroneo. Mi habitación no era grande, pero era

muy luminosa, nada que ver con la que había ocupado en el hostal. Me

había puesto las sábanas en la cama y vaciado el armario para que dejara

mis cosas, así que saqué mi ropa y empecé a colocarla. Lo que tenía para
lavar lo había guardado en una bolsa de plástico, ya hablaría después con

Dolores para el tema de la lavadora, no quería moverme por la casa

libremente si ella no estaba. Me sentía rara, pero feliz a la vez.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue ponerme a limpiar, no es

que la casa estuviera sucia, pero quería que Dolores notara que estaba muy
agradecida por haberme dejado instalarme allí. Cuando terminé, me di una

ducha, me puse ropa cómoda y me tumbé en el sofá. El minino, en cuanto

me vio, saltó para ponerse a mi lado y darme la compañía que tanto

necesitaba. Sobre las siete y media de la tarde escuché unas llaves abriendo

la puerta.

—¡Hola! —saludó intentando una sonrisa a la vez que Botas pegaba

un salto del sofá y se dirigía a recibir a su dueña. Su mirada no tenía la

misma alegría que el día anterior.


—¡Hola, Dolores! —Me levanté del sofá y fui también a su

encuentro.

—He traído un par de cosillas para hacer la cena, espero que te guste

—dijo dejando sobre la encimera de la cocina unas bolsas.

—Déjame que te ayude.

La verdad es que de cocina tenía más bien poca idea. En el pueblo, mi

hermana Luisa ayudaba a mamá en la cocina y a mí me tocaba limpiarla

después; pero quería aprender a valerme por mí misma en todos los

sentidos.

—Voy a darme una ducha y después me cuentas qué tal has pasado el

día —comentó mientras caminaba hacia el cuarto de baño.

Saqué lo que había en el interior de las bolsas y coloqué todo en la

nevera, excepto el pan. No se me ocurría qué podría hacer con los

ingredientes que había traído del bar, pero seguro que algo muy bueno, mis

tripas empezaron a rugir solo de imaginármelo; además de no haber comido


nada desde el desayuno.

—¿Entonces, ya te has instalado? —me preguntó mientras se secaba

el pelo con una toalla.


—De momento he colocado mi ropa en el armario —expliqué

contenta—. Gracias por hacerme la cama, no tenías por qué.

—Quiero que te sientas bien aquí, te diría que como en tu casa, pero

no creo que sea eso lo que quieres oír…

—Te garantizo que estaré mil veces mejor, eso te lo puedo firmar —

aseguré y reímos las dos.

—Si necesitas saber algo respecto a la casa, solo tienes que

decírmelo.

—Pues ahora que lo mencionas… ¿me podrías explicar cómo se pone

la lavadora? Tenía que ir hoy a ese local que las tiene industriales, pero

como he venido aquí directamente...

Fuimos a la cocina y allí me estuvo explicando el funcionamiento de

la lavadora y de la vitrocerámica por si la necesitaba, aunque ya le advertí

que de cocina solo sabía cómo se limpiaba.

—Otra cosa. ¿Qué quieres que haga? —pregunté ofreciéndome a

colaborar.

—Veo que has limpiado la casa… Aquí no soy tu jefa, haz lo que tú

creas que debes hacer y coloca como tú creas que debes colocar. Lo único

que no quiero es que entres en mi habitación, al igual que yo no entraré en


la tuya. Respetemos esos espacios personales. Por lo demás, la casa es tuya.

Y por la cena no te preocupes, a no ser que quieras salir y cenar por ahí,

cuando vuelvo del restaurante, siempre traigo algo.

Estaba muy a gusto en compañía de Dolores, era una mujer fácil de

tratar, con buen carácter y bastante sencilla. No le gustaba andarse por las

ramas, ni hablar de la vida de otros, y eso que en el bar hacía las veces de

psicóloga, ya que muchos de los que iban allí y con la confianza que dan los

años, pues le contaban su vida y sus cosas como si de un amigo se tratara.

—Llevo varios días con ganas de comerme un bocadillo como los que

le gustaban a mi marido, de esos que llevan un poco de todo. Él lo llamaba

«el Dolopan»: Dolo por mí, que era quien se lo hacía y pan porque lleva

pan, ¿lo pillas? —preguntó haciendo un gesto cómico con las cejas.

—¡Desde luego que es original! —Reí por su comentario y a la vez

intenté contagiarla, ya que cada vez que hablaba de su marido se le


ensombrecía un poco la mirada—. Pero esta vez, si no te importa, tendrás

pinche de cocina, quiero aprender un poco.

Hicimos dos bocadillos muy completos que, acompañados de un

refresco, nos comimos muy a gusto mientras me contaba la historia de amor

con su marido. Desde que murió iba todos los domingos por la tarde al
cementerio a estar un ratito con él y a contarle cómo iba el bar y lo que le

había pasado durante la semana.

—Sé que puede parecer tonto ir hasta allí para hablar con él, sé que

no está ahí y que lo podía hacer perfectamente desde casa, pero es que veo
la placa con su nombre y su foto y siento que allí estoy más cerca —suspiró

con pena.

—Pues si tú te sientes mejor yendo al camposanto, pues hazlo, qué


más da si a alguien le parece tonto o no. —En mi pueblo nunca lo llamaban

cementerio, y era una palabra que me sonaba hasta rara.

—No, si a mí me da igual, ya ves… Además, si me dejara llevar por

el qué dirán hace años que habría cambiado hasta de ciudad —confesó con
desgana.

—¿De ciudad? —repetí extrañada.

—A la mayoría de mis familiares y amigos no les parece bien que

siga regentando sola el restaurante que con tanto esfuerzo levantamos mi


marido y yo. Me decían que, si él no estaba, para qué iba a pasar mi vida

allí metida… —Se calló, cogió aire y continuó—: Y lo que nunca han
entendido, ni entenderán, es que yo necesitaba estar allí para no sentirme

sola. Cuando murió era como si me hubiera abandonado, como si mi vida


ya no tuviera sentido si no era con él; pero, gracias al bar, me levanté y
continué, no sé qué hubiera sido de mí si me hubiera encerrado en casa con
la pena… Tal vez ya no estaría en este mundo.

Sus palabras me sobrecogieron, en parte me identifiqué con ella, o al


menos con el dolor que se siente cuando uno se cree que no pinta nada en
este mundo por todo lo que viene del exterior. Dejé que siguiera

contándome sin interrumpirla ni una sola vez, necesitaba descargarse, al


igual que yo me descargué la noche anterior contándole todo por lo que

había pasado.

—Al principio de abrir el negocio cerrábamos los domingos, y ese día


lo dedicábamos a salir por ahí y conocer restaurantes nuevos de los que

aprender o coger ideas. Y en invierno, siempre terminábamos tomando un


chocolate con churros en nuestra cafetería preferida antes de volver a casa

casi antes de que anocheciera. A los pocos meses de morir, una tarde que
me vi con un poco más de ánimo, me acerqué caminando hasta esa cafetería

con la intención de seguir con el ritual que teníamos, pero fue imposible.
Me quedé en la puerta, mirando la cristalera como un pasmarote y mis pies

se negaron a moverse, ¿qué sentido tenía entrar si ya no lo haría él


conmigo? Ese día comprendí que tenía que estar entretenida lo máximo

posible para que mi cabeza dejara de pensar en él y en cada cosa que hacía
sin su compañía… Pensé que con el tiempo sería diferente, pero no es así, y
eso que ya han pasado varios años. Aún le echo de menos, tanto o más que
cuando se fue…

Sus ojos se llenaron de lágrimas y, en ese momento, entendí


perfectamente que el dolor y la pena que ella sentía lo tenía bien dentro y

que nunca podría olvidar al amor de su vida.

A partir de ese fin de semana, supimos el bien que nos habíamos


hecho la una a la otra y el beneficio que íbamos a sacar conviviendo juntas.

Ese día agradecimos sin palabras lo importante que es vaciarse con alguien
a quién no conoces de nada pero que sabes que te va a escuchar como si te

conociera de toda la vida. A raíz de ese momento, la palabra «familia»


empezó a cobrar otro sentido para mí porque, sin pretenderlo, Dolores se

había convertido en la única que tenía, aunque no lleváramos la misma


sangre en las venas.

***

Al día siguiente era lunes, ese día estaba contenta, me sentía más
ligera, y sé que fue porque me quité un gran peso de encima al contarle a

Dolores toda mi historia. Decirlo en alto descargaba un poco mi culpa, y no


pude encontrar mejores oídos que los suyos para poder volver a sonreír.
Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien y me levanté de un humor

excelente.

—¡Buenos días! —me saludó Dolores desde la cocina—. ¿Quieres


tomarte un café antes de salir o te lo tomas en el bar?

—¡Buenos días! ¿Tú ya has desayunado? —pregunté acariciando a


Botas que también venía a saludarme.

—Tengo por costumbre hacerlo en el restaurante, pero si tú quieres, te

hago un café en un momento.

—Por mí no te preocupes, desayunaré allí como siempre.

Cogimos nuestras cosas y nos fuimos. Allí comenzábamos la rutina

diaria, el ritmo de los desayunos y las comidas marcaban nuestro día a día.
Por las tardes, llegaba a casa pasadas las seis, y Dolores llegaba un poco

antes de las once. Yo aprovechaba ese tiempo que estaba sola en casa para
limpiar, poner la lavadora, leer y, sobre todo, dibujar.

Fue Dolores quien me aconsejó visitar a un psicólogo y, aunque al


principio pensaba que no me hacía falta porque yo creía que solo iban los
que de verdad tenían problemas mentales, después me alegré mucho por

haberla hecho caso. Opté por una psicóloga, creí que me iba a sentir mucho
más cómoda hablando con una mujer. Ella me enseñó a no sentirme

culpable por los abusos de mi padre, a soltar todo el peso que llevaba por
pensar que yo tenía la culpa y que me había buscado todo lo que me pasó.

Me ayudó a levantarme, a sentirme más fuerte, a dejar de verme pequeña, a


evolucionar como persona y a quererme más. A Dolores le agradezco

darme ese empujoncito para ir a la consulta y a mi psicóloga también,


porque las cosas tan duras por las que había pasado no se arreglaban con

una charla entre amigas, yo necesitaba más. Y pensar que eso de ir al


psicólogo siempre lo había visto de locos…

Y así pasaron los días, las semanas y los meses y cada vez me iba
sintiendo más fuerte. Tenía la seguridad de un hogar en el que me sentía a

salvo, la ayuda de la psicóloga que me estaba levantando y el apoyo y la


amistad de Dolores. Lo que más me costaba era hacer amigos, quizá por el
hecho de tener que contar mi historia y volver a remover lo que quería dejar

estancado en el pasado. Así que apenas me relacionaba con nadie que no


fuera cliente del restaurante.

Tenía todas las tardes libres y el domingo entero, y lo solía dedicar a


mi gran pasión que era dibujar bocetos de moda, y a leer novelas
románticas que me hacían llorar y recordarme que yo jamás podría vivir

alguna historia como esas. También fui descubriendo poco a poco Madrid,
utilizando el metro como medio de transporte, aunque al principio me liaba

bastante con tantas líneas y tantas estaciones.


Y de aquella época hasta hoy, que justo hace seis años que cogí aquel
autobús rumbo a empezar una nueva vida. Y, como cada año, me gusta

recordar ese momento como la segunda parte de mi vida.

En todo este tiempo a nadie le ha dado por buscarme, o si lo han


hecho, no han podido localizarme. Y, sinceramente, lo prefiero así porque

no tengo ningún recuerdo bonito que eche en falta o que quiera volver a
vivir.
7

No me considero un niño de papá, aunque más de uno lo piense o lo

parezca desde fuera por la gran oportunidad que me han dado. A partir de

hoy, comienzo a trabajar en el negocio que con tanto esfuerzo y sacrificio


han logrado sacar adelante mi padre, mi tío y Luis Alberto. Los tres

montaron una empresa hace muchos años y ahora cuentan con oficinas
también en Barcelona y en Sevilla. Próximamente quieren expandirse a

Galicia y a las islas Canarias, pero bueno, eso solo está en proyecto aún. De

momento, me han ofrecido un puesto y, seguramente, yo sea el próximo

director ejecutivo. Pero no tengo prisa, quiero aprender desde abajo porque
he visto —teniendo de ejemplo a mi padre— que es la mejor forma de

poder llevar brillantemente un negocio.

Estudié casi al mismo tiempo Telecomunicaciones y Administración y

Dirección de empresas, aprovechando que se me daba bien estudiar ya que


desde pequeño he tenido la facilidad de quedarme rápidamente con lo que

leo. Aunque reconozco que hubo muchos momentos en los que me sentí

bastante agobiado, pero ha merecido la pena porque ahora estoy donde

siempre he querido estar.

Vivo en un ático en el centro de Madrid y siempre me he rodeado de


personas afines a mí en lo referente al status social, de ahí que todas las

chicas con las que me he acostado fueran copias casi exactas en cuanto a

físico y cabeza: muy guapas por fuera y muy vacías por dentro. Pero nunca

me he enamorado.

Lo que menos me gusta de mi nueva etapa laboral es tener que

vestirme con traje; pero podría decirse que es el uniforme que me toca a

partir de ahora. Mi madre siempre me ha dicho que una buena presencia

abre muchas puertas y de eso ella sabe bastante. Me echo un último vistazo

en el espejo antes de salir de casa y me voy al garaje. Reconozco que estoy

algo nervioso, imagino que es normal estarlo en mi primer día de trabajo

por mucho que mis jefes sean de mi familia. O tal vez sea eso lo que más

me impone, porque sé que tienen toda su confianza puesta en mí y no


quiero defraudarlos.

Nada más dejar el coche en el aparcamiento de la empresa, subo en el

ascensor aflojándome un poco el nudo de la corbata que parece que va a


dejarme sin respiración. Me animo a mí mismo y entro en la oficina

dispuesto a comerme el mundo. Una señora de unos cincuenta años me

recibe con una sonrisa demasiado forzada; sí, sé de sobra que todos los

empleados de aquí están al tanto de mi llegada y la mayoría piensa que soy

el niño enchufado de papá, pero no me importa, voy a demostrarles a todos

lo mucho que merezco mi puesto.

—Buenos días, señor Castro. Su padre me ha dicho que le espera en

la sala de juntas en quince minutos —explica muy formal—. Si me

acompaña, le digo dónde está su despacho para que pueda instalarse.

—Buenos días, señora…

—Señorita. —Sonríe con vergüenza—. Me llamo Agustina, pero aquí


todos me dicen Tina. Acompáñeme, por favor.

—Encantado de conocerte, Agustina. Puedes tutearme, aquí soy un

compañero más —aseguro dejándole claro desde un principio mi postura en

esta empresa.

La sigo por un pasillo hasta llegar a una puerta de madera en color

claro y la abre mostrándome el interior: una mesa de despacho sobre la cual

descansa un ordenador, una estantería llena de carpetas y un archivador con

ruedas decoran las cuatro paredes. Al fondo una ventana por donde entra la

luz natural y se ve el otro lado de la calle.


—Señor Castro, si necesita cualquier cosa solo tiene que descolgar el

teléfono y le ayudaré encantada.

—Agustina, prefiero que me tutees y que me llames Fabián , si no te

importa. —Sonrío al ver su cara de desconcierto.

—De acuerdo, y tú me puedes llamar Tina, también.

Antes de marcharse, y tras recordarme que me esperan para mi

primera reunión en diez minutos ya, me dedica una mirada que me sabe a

coqueteo. Me río para mis adentros, siendo consciente del efecto que suelo

causar en las mujeres de diferentes edades.

La reunión transcurre tal y como me esperaba. Los tres socios me


explican mis funciones y me ponen un poco al día de lo que necesito saber

para empezar. Escucho atento e incluso tomo alguna nota que aprueban con

una mirada entre ellos, sé que voy a hacerlo bien y me voy a esforzar al

máximo para que estén orgullosos de mí.

Cuando terminamos, regreso al que va a ser mi despacho y comienzo

por revisar algunos correos que la secretaria de mi padre ya se ha encargado

de mandarme a la dirección de email nueva que he tenido que crearme para

dicho fin.
De repente, llaman a la puerta y entra mi tío para decirme que van a

comer y que quieren que los acompañe. Tras comentarle que no creo que

sea lo más apropiado por cómo se lo van a tomar mis compañeros, al final

termina diciéndome varias razones por las que debería ir, entre ellas que

voy a ser el heredero de todo esto. Sus palabras me emocionan, no voy a

negar que se me ha pasado este hecho por la cabeza; pero no es lo mismo

pensarlo que oírlo de boca de una persona a la que respeto y admiro. Por lo

tanto, claudico, apago el ordenador y salgo junto a él para encontrarnos en

la puerta con Luis Alberto y mi padre que ya nos esperan.


8

—¡Buenos días, Dolores! —saludo a mi jefa como cada mañana al

cruzarnos por el pasillo de casa—. ¿Te has levantado mejor?

—Buenos días, Loles —contesta con cara de sueño—. De momento


no me duele, este relajante muscular hace maravillas, qué pena que no me

lo pueda tomar mientras trabajo…

—¿Por qué no te quedas en casa? Sabes perfectamente que me puedo

hacer cargo del negocio.

—Tranquila, cariño, ni una maldita gripe me ha quitado de faltar al

restaurante. Solo necesito un café bien cargado y estaré preparada para


afrontar la jornada.

Aunque sé que trata de hacerse la valiente, lleva ya varios días

aquejada de una lumbalgia. Yo nunca he tenido una para saber lo que es en


realidad ese tipo de dolor pero, por su cara, imagino que será algo así como

un dolor de regla pero en la zona lumbar.

En cuanto llegamos al restaurante, le preparo un buen desayuno e

intento que haga el mínimo esfuerzo posible; pero es tan cabezona, que sé
que al final me voy a tener que poner seria para que me haga caso.

Más o menos vienen a diario las mismas personas, así que este sitio

parece como una pequeña familia, donde los clientes parecen parientes que

vienen de visita. En todos estos años que llevo aquí en Madrid, no he

echado de menos ni un solo día a nadie de mi sangre. Mi verdadera familia


son Dolores y Botas, aunque Jose podría decirse que es como mi tío por la

cercanía diaria que tenemos, y el cocinero y su ayudante como si fueran tíos

lejanos también. Tampoco he conocido a ningún familiar de mi jefa, desde

que murió su marido se ha apartado bastante de todos y la verdad que no la

culpo por ello.

Es la hora de las comidas y, poco a poco, se van llenando las mesas.

Estoy saliendo de la cocina con un par de primeros platos para unos

comensales cuando la puerta se abre y entran cuatro hombres muy bien

vestidos que nunca había visto por allí. Y, en vez de ir directamente a una

mesa, como hace la mayoría, se acercan a la barra y saludan cordialmente a


Dolores, que les recibe con una enorme sonrisa, como si se conocieran

desde siempre. Sale de la barra, le da dos besos a cada uno, charla un buen

rato con ellos y los acompaña personalmente a la mesa libre que está más

apartada del resto. Después, se acerca a mí con discreción.

—Loles, quiero que los trates muy bien. Son clientes de hace mucho

tiempo y son muy agradables, ya verás lo fácil que es atenderlos. —Entra

en la cocina y sale con un plato grande de croquetas—. Toma, llévaselo y di

que es de parte de la casa.

Lo cojo y me acerco hasta su mesa con una sonrisa, sé que es

importante para ella y quiero hacerlo bien.

—Buenas tardes, aquí les dejo un aperitivo de parte de la casa.

—Muchas gracias —contestan casi al unísono.

—Nunca te habíamos visto por aquí —comenta el más mayor.

—Pues llevo seis años trabajando con Dolores —digo con mucha

vergüenza.

—Pues a partir de ahora nos verás más a menudo, antes de que

trabajaras aquí solíamos venir prácticamente a diario. —Ahora le toca el

turno de hablar al que parece que le sigue en edad.


—Mira que Dolores es muy exigente, de modo que trabaja bien que si

no te votará —me aconseja otro de ellos con acento argentino.

Al principio me costaba hablar más de cinco palabras seguidas con la

gente que no conocía, pero ahora, en cambio, hasta puedo mantener

conversaciones cortas. También eso se lo debo a mi psicóloga, antes no era

capaz de ni de saludar, tenía miedo de que las personas malinterpretaran mis

gestos y se tomaran demasiada confianza conmigo.

Todos tienen unas palabras para mí excepto el más joven. Él solo me

mira y noto cómo me sonrojo solo por sentir sus ojos clavados en mí. No

sabría calcular su edad, lo que sí se ve de lejos es que tiene muchos menos

años que los otros tres hombres que lo acompañan. Es muy atractivo.

Aunque reconozco que a mí los hombres con traje siempre me han parecido

guapos. Recuerdo, hace muchos años, que cada vez que había una boda o

una comunión, mi hermana Luisa me obligaba a acompañarla a la iglesia

para ver a los chicos del pueblo vestidos con corbata.

El resto del tiempo que están los cuatro hombres aquí lo paso

preocupadísima por no tirar nada, no llamar la atención y no hacer el

ridículo.

Antes de salir por la puerta, se acercan a la barra para despedirse de

Dolores y el más joven se acerca hasta mí pillándome por sorpresa.


—Aún no sé tu nombre y si te voy a ver por aquí bastante a

menudo… —Su voz seductora hace que me gire hacia él con un temblor en

las piernas que no es normal.

—Loles —contesto roja como un tomate.

—Hasta mañana entonces, Loles.

Sonríe de medio lado y siento como un ligero mareo, seguro que

piensa que soy medio tonta o tonta entera, porque de verdad… Observo

cómo se aleja hasta marcharse y lleno mis pulmones de aire, sin darme

cuenta he dejado de respirar por unos segundos. Cojo una bayeta y me

pongo a limpiar las mesas como si me hubiera poseído un demonio. ¿Por

qué estoy así? Mientras le doy vueltas buscando un motivo, oigo la voz de

mi jefa llamándome desde la barra y veo cómo me hace señas con una

mano para decirme que vaya.

—Dime, Dolores.

—¿Estás bien? —pregunta con cara de preocupación.

—Sí, sí —contesto automáticamente.

—Te noto nerviosa, ¿quieres una tila?

—No, estoy bien, gracias. Lo mismo me ha bajado la tensión —digo

lo primero que se me pasa por la cabeza.


—¿Bajarte la tensión? Pues yo diría que te ha tenido que subir… y

bastante. —Sonríe con picardía y sigue metiendo vasos en el lavavajillas.

—¿Y tú cómo estás de tu lumbago? —pregunto cambiando de tema.

—Mejor, una vez que estoy en caliente ya no hay problema.

Vuelvo a mis tareas, aunque reconozco que me siento alterada y ¿todo

por cruzar dos palabras con un chico guapísimo? Ay, Dios mío, la vida en la

ciudad está empezando a afectarme...


9

He pasado gran parte de la noche pensando en el chico tan guapo que fue a

comer al restaurante, no sé si soñé despierta o dormida, no consigo recordar

exactamente el sueño, pero sé que estaba en él. Antes de salir de casa, me


arreglo el pelo con más cuidado y me maquillo un poquito más, quiero estar

guapa porque sé que hoy también irá a comer, al menos ayer me dijo «hasta
mañana».

Cuando llegamos al trabajo, dejo mi bolso en el almacén y entro en la

barra para hacer nuestros cafés.

—¿Hoy no te comes una tostada? —pregunta mi jefa extrañada.

—No tengo mucha hambre…

—¡Qué raro! Es algo que no perdonas ni un solo día, al menos desde

que te conozco.
—Lo sé, pero hoy me he levantado con el estómago un poco revuelto.

—Si te encuentras mal durante el servicio, dímelo; no quiero que

estés mala trabajando, ya nos apañaremos Jose y yo.

—Tranquila, no voy a fallarte.

Me mira de una forma casi maternal. Dolores es una mujer buena, se


la ve desde lejos, y la oportunidad que me dio y lo bien que se ha portado

conmigo no se me olvidarán en la vida. Después de dar unos cuantos

desayunos, casi a las doce de la mañana, la veo con cara de cansada, y en

esos momentos entra Jose por la puerta.

—Vaya, Loles, ¡cómo vienes hoy! —me piropea mi compañero a la


vez que suelta un silbido.

—Pues como todos los días, ¿no? —contesto haciéndome la tonta


porque sé que no, no me suelo maquillar como lo he hecho hoy antes de

salir de casa.

—Jose, deja a la niña y ponte a repasar los cubiertos —dice mi jefa

saliendo en mi socorro, guiñándome un ojo.

A las dos y media en punto, el culpable de mis desvelos atraviesa la

puerta del bar acompañado de los mismos señores que ayer. Entra el último,

pero ya le estoy mirando antes de que él repare en mí, cosa que hace en
cuanto pisa los primeros peldaños de la pequeña escalera que da acceso al

local. Me busca con la mirada y se encuentra con la mía, me sonríe y le

devuelvo la sonrisa volviendo a teñir de rojo mis mejillas. Saludan a mi jefa

y me voy corriendo a la cocina, creo no estoy preparada para atenderlos otra

vez. Sí, la verdad es que son bastante simpáticos y educados, eso no lo

puedo negar, pero siento que los nervios me van a traicionar y voy a hacer
el ridículo de alguna manera, bien porque se me caiga un plato al suelo o

porque se me trabe la lengua. Pero no puedo permitirme eso tampoco, no

puedo defraudar a Dolores; así que me armo de valor, respiro hondo, cojo la

libreta y me acerco hasta su mesa dispuesta a leerlos el menú del día.

—Buenos días, señores, si quieren les digo lo que tenemos hoy de


menú —saludo poniendo mi mejor sonrisa e intentando vocalizar lo mejor

posible.

—Buenos días —dicen los tres más mayores al unísono.

—Aún no sabemos tu nombre —comenta el que tiene acento

argentino.

—Loles —pronunciamos el chico guapo y yo a la vez, consiguiendo

que los tres le miren entre extrañados y sorprendidos.

—¿Tú ya sabías su nombre? —le pregunta el más mayor.


—Sí, ayer antes de marcharnos se lo pregunté, si vamos a vernos

todos los días por lo menos deberíamos saber cómo se llama, ¿no? —

contesta encogiéndose de hombros y poniéndose un poco a la defensiva.

Se quedan unos segundos en silencio y comienzo a dictarles los

primeros platos para centrar la conversación en otra cosa.

Y así paso la hora que están aquí: nerviosa, perdida, insegura,

temblorosa, torpe… Cuando terminamos de dar las comidas y recoger un

poco el comedor, ya son casi las cinco de la tarde. Mientras termino de

barrer esa zona, Jose pone la mesa para nosotros. Después, entro en la barra

y me pongo a cargar las cámaras con las bebidas que hay que reponer.

—¿No comes? —pregunta Jose dejando su plato encima de la mesa

que ha dispuesto.

—No, no tengo hambre.

Me mira raro y empieza a comer lo que tiene en su plato. A los pocos

minutos se une mi jefa a la mesa, y comen los dos comentando algo sobre
unos clientes nuevos que han venido ese día y que mi compañero ha tenido

que atender.

Cuando tengo todo limpio y recogido, le digo a Dolores que me

marcho.
—¡Espera! —Va a la cocina y sale con un táper dentro de una bolsa

de plástico—. Toma, cuando llegues a casa te lo comes. Recuerda que no es

bueno estar muchas horas con el estómago vacío.

—Gracias, Dolores, pero no tenías que molestarte.

—Me conoces de sobra y sabes que no es ninguna molestia. Anda,

vete ya y descansa. Seguramente hoy cierre antes, necesito descansar

porque si no este maldito dolor no va a abandonarme nunca.

***

En cuanto llego a casa me doy una ducha y, cuando me estoy secando

el pelo, empiezo a sentirme más relajada, con lo cual, saco el táper que dejé

en la cocina y me pongo a comer. Lo hago con ansia, me ha venido el

hambre de golpe. Llevaba con un café con leche en el estómago desde un

poco antes de las ocho de la mañana, así que es de lo más normal que a las

siete de la tarde esté hambrienta.

Con la tripa llena y el aburrimiento rebosando por todas partes, decido

ir a dar un paseo. Suelo salir poco, quizá porque llego bastante cansada de

estar todo el día de pie y me quedo tirada en la cama leyendo, o dibujando o

viendo algún programa en la tele. Reconozco que para llevar seis años
viviendo aquí debería conocer mucho más la ciudad, aunque también me

aburre hacerlo sola. Pero mi vida es del trabajo a casa y soy feliz así, no

necesito nada más. Con Dolores me siento a gusto y, aunque ella siempre

me ha animado a que salga por ahí y haga amigas, prefiero quedarme con

ella y disfrutar de su compañía. Y de la de Botas también, claro. Pero hoy

tengo ganas de moverme, tal vez así termine de sacar de una vez por todas

estos nervios tan raros que se me han ido acumulado en la boca del

estómago sin previo aviso.


10

¿Qué demonios me acaba de pasar? ¿Qué es lo que ha recorrido por mi

cuerpo cuando he entrado en el restaurante para comer y he visto a la

camarera? Y no me refiero a la que me han presentado como la dueña del


bar, no; es otra chica de pelo negro que no ha dejado de mirarnos de reojo

desde que hemos entrado aquí. He tratado de observarla con disimulo, no sé


qué tiene, pero me atrae de una forma extraña.

Cuando se acerca a nuestra mesa con un plato de croquetas, puedo ver

mejor los dos ojazos que tiene, son de un azul muy intenso, color turquesa

para más señas. Es muy tímida o, al menos, es la sensación que me da


cuando nos toma nota y parece que hasta le tiembla un poco el labio al

hablar. ¡Increíble! Jamás he visto a una chica de esa edad —calculo que

tendrá unos veinticinco— sonrojarse así. Debe ser única en su especie,

porque las que yo conozco son todo lo contrario: descaradas e insolentes.


Aunque trato de no parecer inquieto y comer con naturalidad, la

verdad es que no me sale. De por sí ya venía nervioso de casa por ser mi

primer día en la empresa y eso, por muy seguro en mí mismo que me sienta,

siempre produce intranquilidad. Pero ver a esta camarera me ha terminado

por desconcertar. ¿Qué es lo que me pasa?

Antes de marcharnos de vuelta a la oficina, y llevado por un impulso,

me acerco a ella con disimulo mientras los demás se acercan a la barra a

despedirse de la dueña.

—Aún no sé tu nombre y si te voy a ver por aquí bastante a


menudo… —No sé de dónde me sale la valentía, pero consigo que ella se

vuelva a ruborizar con tal inocencia que me desarma.

—Loles.

—Hasta mañana entonces, Loles.

¡Madre mía! Me han entrado unas ganas terribles de cogerla en brazos

y llevármela de allí a un lugar seguro donde pudiéramos respirar los dos.

Loles… es la primera vez que escucho ese nombre.

De vuelta al trabajo, aunque solo es cruzar la calle, voy en silencio


haciendo como que escucho lo que va hablando mi tío, pero ¡qué va!, mi

mente está en ese restaurante sumergida en esos ojos donde me gustaría

perderme. Si no lo he hecho ya…


***

Anoche me costó dormirme y creo que fue por todo el cúmulo de

nervios que tuve durante todo el día. Espero tomarme hoy todo con más

calma, porque ya me dijo mi padre una vez que una empresa no se dirige de

la noche a la mañana y lo sé, pero mi ansia por aprender más y que estén

orgullosos de mí me puede.

Después de darme una ducha tras pasar por el gimnasio, me enfundo

uno de mis trajes y me marcho a la oficina. Tina me saluda animada y me

pregunta por el día anterior, a lo que respondo que todo muy bien. Si ella

supiera que estoy deseando que llegue la hora de comer… Y no por

marcharme de aquí, sino por volver a ver a la camarera que nos atendió

ayer. Hoy, como sea, tengo que hablar con ella, pero no sé cómo lo voy a

hacer sin que los demás se den cuenta.

Mi móvil suena en cuanto me siento tras la mesa de mi despacho.

—Buenos días, cariño —saluda mi madre desde el otro lado de la


línea.

—Buenos días, mamá. ¿Pasa algo? Es raro que me llames tan

temprano…
—Ay, cielo, es que ayer estuve muy liada en otro proyecto de

decoración y al final no pude llamarte para preguntarte qué tal te había ido

el día en tu nuevo trabajo —explica rápidamente.

—Si ya lo sabes, mamá. ¿O acaso papá no te ha informado? —Me río

por la forma de hacerse la tonta que tiene y que se cree que todavía sigue

colando como cuando era un crío.

—Bueno, sí, tu padre me ha contado, pero prefiero saberlo por ti,

seguro que te explayas más que él. —Se ríe también.

—Pues te puedo decir que fue un día estupendo en todos los sentidos

y que ahora trato de ponerme en marcha para que mis jefes no tengan ni una

sola pega de mí. —Mientras hablo enciendo el ordenador y giro mi silla

para echar un vistazo por la ventana y ver la puerta del restaurante.

—Vale, quieres que cuelgue, me doy por enterada —admite y noto

por su voz que sigue sonriendo—. Demuéstrales todo lo que vales, cariño.

Te quiero mucho.

—Yo también, mamá. Pasa un buen día.

Cuelgo el teléfono con una sonrisa. Aunque tengo veintisiete años, mi

madre me sigue tratando como si tuviera siete, pero tampoco me importa

demasiado, si ella es feliz, a mí me vale.


La mañana se me pasa tan rápido que no sé ni qué hora es cuando

Luis Alberto viene a buscarme y me dice riendo que es la última vez que

me esperan, que si no estoy en la puerta cada día que se irán a comer sin mí.

Miro mi reloj y me levanto como un resorte, tengo ganas de volver a ver a

Loles.

Nada más entrar en el restaurante la veo atendiendo una mesa, se ve

que es tímida en general, no solo con nosotros. Cuando nos sentamos y nos

viene a tomar nota, no se le ocurre otra cosa a Luis Alberto que preguntarle

su nombre y contestamos ella y yo a la vez consiguiendo que los tres me

miren asombrados.

—¿Tú ya sabías su nombre? —me pregunta mi padre.

—Sí, ayer antes de marcharnos se lo pregunté, si vamos a vernos

todos los días por lo menos deberíamos saber cómo se llama, ¿no? —

contesto poniéndome a la defensiva, no sé por qué no me he callado y he

dejado que ella hablara sola.

Me vuelven a mirar, se encogen de hombros y pedimos nuestros

platos. Menos mal que mientras comemos la conversación se dirige hacia

otros campos, porque ya me veía siendo blanco de las bromas de estos tres.
11

Hoy me encuentro más tranquila. Cuando ha venido a comer el culpable de

mis nervios, me he sentido mejor, creo que ya controlo la situación, así que

debió ser el primer impacto al verle. Aunque, si soy sincera, uno de los
mejores momentos del día ha sido cuando ha entrado por la puerta y

nuestras miradas han coincidido.

Por la tarde, tras volver del trabajo, decido ir a pasear un rato; hoy por

fin el sol ha calentado un poco más y me apetece sentirlo de nuevo en la

cara, aunque sea por unos minutos. Camino despacio, fijándome en cómo se

mueve la gente, y me doy cuenta del ritmo tan acelerado que lleva la
mayoría. Los miro y no quiero terminar pareciéndome a ellos; yo soy más

de campo, de tranquilidad, este estrés no es para mí.


Llego hasta una zona en la que las tiendas de ropa llenan los

escaparates de prendas preciosas, aunque no están al alcance de mi bolsillo.

Siempre me ha gustado la moda, de hecho me paso las tardes dibujando

bocetos de trajes, vestidos y faldas, pero jamás he entrado en tiendas así;

además, a través de la cristalera, se puede adivinar un lujo impresionante


que nunca he visto tan de cerca. Eso no va acorde con mi situación

económica. Aunque también tengo que decir que, desde que vivo con

Dolores, he podido ahorrar más de lo que esperaba, pero eso no significa

que pueda darme este tipo de caprichos. No sé qué haré en un futuro con el

dinero que voy ahorrando, no lo tengo tan claro como cuando lo iba
guardando en el pueblo hasta que conseguí marcharme de casa, porque en

esos momentos sí que sabía en qué lo iba a destinar. Sin embargo, ahora

mismo no tengo nada en mente.

Voy ensimismada en mis pensamientos cuando me choco con una

chica que sale de una de las tiendas que tanto me han fascinado, haciendo

que se le caigan las tres bolsas que lleva en la mano.

—¡A ver si miras por dónde vas! ¿Tienes idea de lo que cuesta todo lo
que has tirado al suelo? —me espeta la afectada de muy malas maneras.

—Perdona, pero nos hemos chocado las dos, quizá íbamos distraídas

—me excuso, aunque tampoco voy a consentir que me haga sentir culpable
por algo tan fortuito.

—¿Estás bien? —le pregunta alguien mientras sale de la misma


tienda.

Mi cuerpo se tensa al oír esa voz. Es el chico guapo que me preguntó

mi nombre en el restaurante, el culpable de mis nervios de estos días… ¡No

me lo puedo creer!

—¡Hola! —me saluda y me sonríe a la vez.

—No me digas que conoces a esta —escupe con desprecio la chica

rubia—. Para tu información te diré que se ha echado sobre mí y me ha

tirado todo al suelo, yo diría que hasta pensaba robarme.

—¿Perdona? Me parece que estás exagerando todo lo que ha pasado.


—Giro mi cabeza hacia él con todo el aplomo que puedo—. Simplemente

íbamos distraídas y nos hemos chocado.

—Ha sido un incidente sin importancia, Briana. —Trata de poner paz

en todo el asunto porque ve a su ¿novia? bastante alterada—. ¿Os habéis

hecho daño alguna de las dos?

—¿Pero en serio le estás preguntando a esta si se ha hecho daño? —

Su crispación va en aumento y me está hartando su forma de dirigirse a mi

persona.
—Bri, no es necesario que dramatices cada cosa que pasa a tu

alrededor —resopla él con disimulo y se agacha a recoger las bolsas que

siguen en el suelo—. Venga, vámonos.

La tal Briana se hace la ofendida y se da la vuelta moviendo su larga

melena rubia, y el chico guapo —aún no sé su nombre— me hace un gesto

como pidiéndome perdón por lo estúpida que ha sido ella conmigo. O al

menos así lo he interpretado yo.

Les sigo con la mirada hasta que desaparecen. Ella va vestida como

una auténtica modelo y él… él va impecable con su traje de chaqueta.

Ahora que lo he observado mejor, me recuerda al deportista Iker Casillas

que tantas veces he visto en los partidos que miraban mis hermanos en la

tele. Es guapísimo y ella… ella también, no puedo decir lo contrario.

Vuelvo a casa un poco disgustada por el encontronazo con la rubia

pija y me tiro en la cama pensando en lo descompensado que está el mundo,

en lo mucho que tienen unos y lo poco que tienen otros. ¡Cómo debe

cambiarte la vida cuando naces en una familia con dinero y puedes

comprarte todo lo que quieras sin mirar el precio!, debe de ser estupendo.

Aunque eso tampoco quiere decir que sean felices, recuerdo una frase de mi
abuelo que decía «no es más rico el que más tiene, sino el que menos

necesita» y cuánta verdad hay en esas palabras.

Yo no soy rica, pero tampoco necesito tanto en estos momentos: tengo

trabajo y una casa que, aunque no es mía, la siento como mi hogar. Lo

demás vendrá poco a poco y con esfuerzo, de eso estoy segura. Porque mi
sueño es ser diseñadora de modas, aunque, para ser sincera conmigo misma,

cada día que pasa lo veo más y más lejano. Para eso tendría que estudiar, y

si estudio, ¿cómo voy a trabajar en el restaurante? Además no entra en mis

planes dejar tirada a Dolores. Por lo tanto, de momento, mi sueño debe

seguir esperando.

También pienso que si hubiera nacido en una familia rica, tendría de

todo sin apenas dificultad, pero no podemos elegir de dónde venimos,

aunque sí hacia dónde vamos; y en este preciso momento he decidido que

voy a seguir ahorrando para, en unos años, poder entrar en cualquier tienda

de las que he visto esta tarde y comprarme un modelito sin mirar la etiqueta

y fijarme en el precio. Y, con ese pensamiento rondándome la cabeza, me

quedo dormida.
12

La hora del desayuno se me ha hecho eterna, no parecía que fuera a llegar la

hora de las comidas y así poder ver a mi Iker Casillas personal. Mi jefa no

me quita el ojo de encima y, aunque no me ha hecho ningún comentario al


respecto, sé que se está dando cuenta de todo.

—Te veo intranquila, ¿te ocurre algo? —pregunta con picardía.

—Nada, nada, estoy muy bien —contesto con una sonrisa.

—Ya sabes que si algo te preocupa me tienes aquí para lo que

necesites.

—Lo sé, Dolores, y te lo agradezco mucho, pero de verdad que estoy


bien.

Sé que tarde o temprano terminaré contándoselo, pero ahora mismo ni

es el lugar ni es el momento. En estos instantes empiezan a llegar los


primeros comensales y me salvan de seguir tratando de disimular con ella.

Así que comienzo con mi trabajo, olvidándome un poco de mis nervios,

hasta que él entra por la puerta. Saludan a mi jefa y van hacia su mesa, que

ya siempre la tenemos reservada para ellos. Cuando termino de tomarles

nota, me dirijo hasta la cocina para pedir sus primeros platos y, al girarme,
me choco con un traje azul marino, corbata del mismo color y camisa

blanca. Respiro su perfume, huele maravillosamente bien.

—¿Es tu modus operandi eso de irte chocando con las personas? —

pregunta con una sonrisa.

—Pues parece que cuando estás tú cerca es así… —contesto aún

atontada por su olor.

—Me gustaría pedirte disculpas de parte de Briana.

—No es necesario, además por lo que vi ayer, no creo que ella sea

mucho de disculparse.

Al momento, me arrepiento de ser tan sincera con él, seguramente sea

su novia y acabo de meter la pata hasta el fondo. En cambio, me sonríe y

vuelve a su mesa.

En mi defensa diré que los nervios me han dado una tregua, creo que

cuando mis ojos se acostumbran a tenerlo cerca me relajo, aunque no lo

suficiente como para dar el servicio en las mejores condiciones; pero al


menos no me siento tan torpe. Mi jefa no me quita la vista de encima al

igual que él, con lo cual, continúo trabajando mientras tengo dos pares de

ojos clavados en mí.

Se levantan de la mesa los vip —así llamo en mi cabeza al chico

guapo y a su tres acompañantes— y acuden a la barra a despedirse de mi

jefa; entonces, escucho cómo le dicen que ya no vendrán hasta el lunes y

doy por sentado que no le veré durante dos días, dos eternos días…

Cuando regreso a casa, me pongo a dibujar un boceto de un vestido de

noche demasiado pomposo para mi gusto, pero creo que en el cuerpo de una

modelo debe quedar espectacular. Sin querer, me viene la imagen de la tal

Briana con él puesto y eso me enfada. ¿Qué pinta esa niña pija en mis

pensamientos? Suspiro y tapo el dibujo con mis manos. Mejor me cambio

de ropa y me acerco a la biblioteca antes de que cierren, así no me vendrán

a la cabeza cosas que no quiero. Últimamente me ha dado por ir cada

quince días, me traigo uno o dos libros, depende del grosor que tengan, de
esos románticos a más no poder, y me los leo por las noches mientras

espero a que llegue Dolores.

***
—¿De qué conoces al grupo de los cuatro hombres trajeados? —

pregunto mientras cenamos.

—En realidad son tres a los que conozco desde hace muchos años, el

más joven nunca había venido con ellos. —Bebe un poco de agua y

continúa—: Hace no sé cuántos años, ellos montaron cerca del restaurante

una empresa de tecnología o telecomunicaciones o algo así y, antes de que

esta cumpliera la década, se marcharon a Barcelona a expandirse, si no

recuerdo mal.

—Vaya… Eso quiere decir que les ha ido bastante bien el negocio.

—¡Ya lo creo! Venían a comer a diario al restaurante, y mi marido y

yo cogimos mucha confianza con ellos. Son gente con dinero, pero te

aseguro que todo lo que tienen se lo han ganado a pulso. Empezar de cero

no es nada fácil.

—Que me lo digan a mí… Menos mal que apareció mi hada madrina

y me ayudó —digo con una sonrisa y la abrazo fuerte.

—No eres la única a la que le ha venido bien conocernos, sino

pregúntaselo a Botas, a ver qué le parece.


El gato se acerca al escuchar su nombre y se enreda entre sus piernas

con un suave ronroneo. Después, de un ágil salto, se acomoda en el

cabecero del sofá y se queda observándonos desde esa distancia. Parece

como si pudiera entendernos. Un escalofrío me recorre la espalda cuando

vuelve la idea que tuve hace años de que Botas era la reencarnación del

difundo marido de Dolores.

—¿Por qué tanto interés en esos señores? —pregunta con picardía.

—Nada, nada, es solo curiosidad. —No pensaba contarle más, pero es

que, además de mi familia, se ha convertido en mi confidente—. El otro día,

mientras paseaba por la zona de las tiendas caras, tuve un pequeño choque
con la novia del más joven, o al menos creo que es su novia.

—¿Ah, sí? Qué casualidad, con lo grande que es Madrid. ¿Y él te

reconoció?

—Sí, pero tampoco lo dijo en alto. Su novia o lo que fuera, fue

bastante maleducada, la típica niña pija que se cree que está por encima de

los demás solo por tener dinero…

—…Y lo que le falta es educación. —Me corta terminando mi frase,

y nos reímos a la vez.

—Así es, no soporto a la gente estirada que mira por encima del
hombro como si fueran superiores.
—Hay de todo, cariño, por suerte o por desgracia el mundo está lleno

de gente diferente, imagínate si fuéramos todos iguales…

—Pues pienso que si todos tuviéramos las mismas oportunidades, el

mundo sería un sitio mucho mejor —comento levantándome de la mesa

para llevar los platos a la cocina.

—Estoy de acuerdo contigo, pero es mejor ser realista y vivir según

nuestras propias circunstancias.

—¿Eso quiere decir que hay que conformarse con lo que tenemos o

con lo que hemos nacido? —pregunto a modo de protesta.

—Claro que no, siempre hay que intentar progresar, pero con las

limitaciones reales que cada uno tenemos. No podemos vivir por encima de

nuestras posibilidades.

Sus palabras me hacen reflexionar en cuanto me meto en la cama y

me imagino cómo habría sido mi vida si yo hubiera nacido en otro sitio, con
otra familia y con otros medios a mi alcance.
13

Esta tarde me ha llamado Briana para que la acompañara de compras. Sé

perfectamente que es una excusa por su parte para pasar tiempo conmigo

porque aún no ha asumido que ya no somos pareja, pero no puedo negarme,


sobre todo por los años de amistad que nos unen y por la buena relación que

tienen nuestras familias. El destino o la fatalidad, vete tú a saber qué, ha


hecho que nos encontráramos con la camarera a la salida de una tienda. Mi

ex estaba discutiendo con ella y acusándola de haberle tirado las bolsas al

suelo, cosa que dudo porque, aunque no conozco apenas a Loles, no tiene

pinta de ser la típica chica que va buscando problemas por donde pasa.
Además, la he visto bastante molesta por la actitud de Briana y no es para

menos, ella va por la vida creyéndose ser la dueña y señora de todo, y

necesita que alguien le baje esos aires que tiene porque yo no lo he podido

conseguir durante el tiempo que la conozco.


Pero, sin querer, y con ese encuentro tan fortuito, he visto a una Loles

diferente, no tan tímida y vergonzosa; he visto a una chica con carácter, que

sabe defenderse sola sin esperar a que alguien salga en su ayuda. ¡Cómo me

pone eso en una mujer! Necesito saber todo de ella, necesito conocerla más

y no sé cómo hacerlo discretamente, porque lo difícil será hacerlo sin que


nadie se dé cuenta. No quiero que ni mi padre ni sus socios se enteren y me

lo estropeen con sus bromas. Tengo que pensar en algo y tiene que ser

pronto. Quizá durante este fin de semana se me ocurra algo interesante.

Mi madre me ha llamado por teléfono y ha insistido en que me pasara


por su casa para cenar y le contara personalmente cómo me va en el trabajo.

No sé por qué se empeña tanto, porque imagino que mi padre la tiene al día
en lo que a mí se refiere.

—¿Qué sabes de tu hermano? —me pregunta mientras se sirve

ensalada en su plato.

—No hablo con él desde la semana pasada, parece que está bastante

liado —contesto encogiéndome de hombros.

—Él siempre tan independiente… —suspira con resignación, sé que

como madre le gustaría tenernos todavía bajo su ala, pero esa época pasó a

la historia.
—Y tú siempre tan protectora —interviene mi padre dedicándole una

sonrisa cómplice.

Seguimos hablando de todo un poco, hasta que me despido de ellos.

Un par de amigos de la universidad me han llamado para ir a tomar unas

copas, pero hoy no me encuentro con ganas, con lo cual, declino la

invitación. Mañana será otro día.


14

El fin de semana pasa veloz y la semana también, y cuando me quiero dar

cuenta, estamos a viernes otra vez. Los días han pasado sin mucha novedad,

mi día a día es bastante rutinario, aunque no me quejo, mi trabajo me gusta


y estoy a gusto con mis compañeros.

Hoy parece que hemos tenido más comensales que otras veces, por
eso nos ha tocado correr un poquito más, pero casi que lo agradezco, hay

días que todo se hace demasiado mecánico.

Cuando termino de servir los cafés en la mesa vip, el chico guapo se

acerca con disimulo hasta mí y me «acorrala» entre la cocina y el pasillo


que va hacia los aseos.

—Loles, ¿tienes algo que hacer esta noche? —me pregunta de

sopetón consiguiendo que me tiemblen las piernas al escucharle.


—Sí, descansar para mañana volver a abrir el restaurante con mi jefa

—contesto un poco fría, pero creo que es por los nervios que me entran en

cuanto le noto cerca y no controlo el tono que sale por mi boca.

—¿Entonces, mañana podríamos quedar para cenar? —insiste con la

sonrisa más bonita que me han dedicado en toda mi vida.

—Esto… yo…

No esperaba que volviera a intentarlo después de hablarle así y eso

me deja sin argumentos. ¿Debo decirle que sí? ¿O sería mejor rechazar su

invitación? La verdad que no sé qué hacer, por lo que aparto la mirada y

sigo con mis tareas dejándole prácticamente con la palabra en la boca.

El resto del día lo paso de muy mal humor, en realidad creo que estoy

enfadada conmigo misma por haber sido tan seca con él y haber perdido la

oportunidad de ir a cenar en su compañía. Pero bueno, ya está hecho.

Además… ¿qué pinto yo con un chico así? Seguramente quiere quedar

conmigo para reírse de mí, ya a estas alturas debe saber que no tengo nada

que ver con las chicas con las que seguramente él se relaciona. Mejor será

olvidar todo ese tema y continuar fortaleciendo mi autoestima.

***
En cuanto salgo del restaurante, me propongo hacer algo que hace

mucho que no hago, sobre todo porque nunca me hace falta, y es ir a

comprarme algo de ropa. Digo que no me hace falta, porque no salgo a

ningún sitio ni hago nada especial. En el trabajo voy con uniforme, y

cuando vuelvo por la tarde, me pongo unas mallas y una camiseta o una

sudadera, depende de la estación del año en la que estemos. Total, si para


estar metida en casa, no necesito más. También tengo un par de vaqueros

que utilizo cuando salgo a la calle o tengo que ir al médico o a la biblioteca

o cosas así. Pero hoy, no sé por qué, me apetece comprarme algo bonito,

algo un poco más «elegante». Creo que esta tontería que me ha entrado se

debe a la invitación de mi Iker Casillas para cenar. No es que me vaya a

comprar algo pensando en que se va a repetir la escena y va a volver a

decírmelo, ya que eso solo puede pasar en mi imaginación, pero me ha

hecho pensar que no tengo nada diferente que ponerme.

No estoy en la calle de las tiendas caras, eso sí que no me lo puedo

permitir, pero entro en unas cuantas tiendas que llaman mi atención por lo

que veo desde fuera en el escaparate. Al final vuelvo a casa con tres bolsas:

una para Dolores y las otras dos para mí. A ella le he comprado una blusa

negra estampada a la altura del pecho, informal y elegante a la vez. Y yo

una falda corta cruzada en color negro y una blusa fucsia de media manga

que combina a la perfección.


Saco mi ropa de la bolsa y la coloco sobre la cama. Botas da un salto

y se pone a olisquear las prendas. Mirándolo bien, no sé para qué me he

comprado algo así si no lo voy a usar… Quizá algún día invite a Dolores a
cenar por ahí y lo estrene. Dejo todo donde está, cojo mi cuaderno de

bocetos y me pongo un rato a dibujar. Estoy tan concentrada en lo que hago

que no he oído la puerta.

—Hola, niña, ¿estás por ahí? —saluda Dolores, haciendo que dé un

respingo.

—¡Sí! Estoy en mi habitación, ya salgo. —Me acerco hasta ella con la

bolsa en una mano—. Toma, esto es para ti.

—¿Para mí? ¿Y eso? Te recuerdo que hoy no es mi cumpleaños —

dice echándose las manos a la espalda.

—¿Te ha vuelto el dolor otra vez? —pregunto preocupada al ver el

gesto.

—Sí, por eso he venido un poco antes, he cerrado el restaurante


porque no podía más, estoy deseando tumbarme en la cama. Pero antes voy

a ver qué hay dentro de la bolsa. —Mete la mano en el interior y saca la

blusa con cuidado, ni siquiera he caído en el detalle de envolvérsela—. Pero

qué bonita, ¡me encanta!

—¿Te gusta? Mira que si no es de tu agrado, puedo descambiarla.


—Ni hablar, es preciosa. Muchas gracias. —Se acerca y me da un

abrazo, aunque enseguida se aparta con una mueca de dolor—. Ay, no

puedo más, voy a darme una ducha y me meto en la cama, no puedo estar

más tiempo de pie.

—¿Necesitas algo?

—Descansar. —Me mira con ternura y desaparece por el pasillo.

En estos seis años con Dolores he aprendido a defenderme en la

cocina, no es que sea toda una experta, pero con pocos ingredientes puedo

hacer algo bastante apetecible. Voy a prepararle una sopa calentita, que

seguro que le va a sentar bien.

En menos de una hora, llamo a su puerta.

—¿Puedo pasar? —pregunto llevando una bandeja con la cena.

—Sí, adelante. —Se incorpora con dificultad.

—Te he hecho una sopa, tómatela con cuidado que quema.

—No tenías que molestarte, Loles, además no tengo apetito.

—Pero ya sabes que cuando tomas esa medicación es bueno tener

algo en el estómago —aseguro en plan madre y salgo de su dormitorio.


Nuestras habitaciones siguen siendo un espacio privado y eso es una

regla que no hemos roto desde el primer día que me vine a vivir aquí. Esta

es la segunda vez que entro, la primera vez fue para abrir a Botas que,

casualmente, se había quedado dentro por la mañana cuando nos fuimos

nosotras a trabajar. Cuando llegué, me extrañó muchísimo que no fuera a la

puerta a saludarme como cada tarde, incluso lo busqué por toda la casa y no

aparecía, hasta que me dio por abrir un poco la puerta de la habitación de

Dolores y lo encontré durmiendo encima de su cama tan ricamente, estaba

tan a gusto que ni siquiera me escuchó entrar. Por supuesto se lo conté a

ella, no quería ocultarle nada y además sabía lo importante que era para ella

la sinceridad. Pero esta vez, cuando he entrado con la bandeja, he mirado un

poco por la habitación con disimulo y he descubierto que está llena de fotos

de su marido.
15

Me levanto a la misma hora de todos los días y entro en el cuarto de baño.

Mientras me estoy lavando la cara, recuerdo que Dolores está fastidiada con

la lumbalgia, con lo cual, le insisto para que se quede en casa y hacerme


cargo del restaurante, así ella podrá descansar y recuperarse. Total, los

sábados tampoco es que haya mucho trabajo.

—¡Ni hablar! Te agradezco la intención, pero la única responsable del

negocio soy yo y debo cumplir —comenta haciéndose la dura.

—Pero Dolores, no es ningún problema. Además, sabes de sobra que

no tengo nada que hacer hoy, así que no me cuesta nada quedarme allí y que
tú descanses por un día.

—Gracias, niña, pero nunca he faltado y no lo voy a hacer ahora

porque un lumbago me quiera hacer la puñeta.


—Como quieras —acepto encogiéndome de hombros. A cabezona no

hay quién la gane.

En el transcurso del día la voy observando y veo que, aunque le duele,

pone buena cara y hace como el que no tiene nada, sobre todo cuando sabe

que la estoy mirando. Cuando llega la hora de marcharme, me quedo allí


con ella, no quiero que se quede sola y le dé un dolor más fuerte.

—¿No es hora de que te vayas ya? —pregunta mirándome, aunque

me conoce y sabe de sobra por qué no me voy.

—Pues no, me voy a quedar un rato más —digo sonriendo.

—Como quieras —acepta mi decisión con una sonrisa.

Al llegar a casa, me meto en la cocina y saco de las bolsas lo que

hemos traído para cenar: los champiñones rellenos de jamón que hemos
dado hoy de aperitivo.

—A mí marido le encantaban, solía hacerlos siempre los sábados. —

Se queda unos segundos en silencio—. Ya sabes por qué la mayoría de los

sábados los hay en el restaurante —explica con nostalgia.

—Están buenísimos.

Me acaba de contar algo que aún no sabía de su marido. Durante estos

seis años, me ha ido desgranando poco a poco su relación con él, cómo se
conocieron, el día que se casaron y también que no tuvieron hijos porque,

por más que lo intentaban, no venían.

Como casi todos los sábados, terminamos charlando en el sofá

contándonos cosas que todavía no sabemos de nuestras vidas, aunque ya sea

poco. Yo no tengo mucho que contar, hasta los dieciocho años poco he

vivido. Y ahora, con veinticuatro, reconozco que tampoco estoy viviendo

grandes cosas para la edad que tengo, otras chicas de mi quinta irán a bailar

a las discotecas o incluso tienen novio. Mi vida quizá no sea como la de las

demás, pero me siento segura y tranquila, y eso ya es mucho para cómo me

sentía cuando abandoné mi pueblo.

Me despierto sobre las diez y media de la mañana, sé que es domingo

porque no me ha sonado el despertador. Estamos a primeros de abril y ha

amanecido un día precioso, de esos que no dan ganas de quedarse en casa;

me pongo mis vaqueros y una camiseta de manga larga y me voy a dar un

paseo por el parque del Retiro.

No es la primera vez que vengo, de hecho lo descubrí gracias a que

Dolores me trajo una tarde. Pasear por aquí me inspira de una forma

realmente extraña, porque no sé qué tienen que ver los árboles y los setos

con dibujar diseños de moda. Me siento sobre la hierba, apoyando mi


espalda en un árbol, y me pongo a plasmar en mi libreta todo lo que se me

va viniendo a la cabeza.
16

Hoy es domingo, ya se ha terminado la semana y estoy muy satisfecho con

mi trabajo. Me está resultando más sencillo de lo que pensaba, aunque

imagino que esto es solo el comienzo y que, poco a poco, irán llegando
obstáculos que me lo pongan más difícil. Pero no me importa, quiero

aprender todo desde cero y creo que lo estoy haciendo bien.

Briana me llamó ayer unas cuantas veces para que fuéramos a cenar y

le dije que no. Confunde que le acompañara de compras el otro día con la

idea de que algún día volvamos a ser pareja, y no es eso lo que quiero. Esa

etapa con ella se terminó y es algo que no quiero desenterrar. Sigue sin
entender que lo nuestro se acabó y hay veces que me hace sentir muy

incómodo con su insistencia. Como amigos no tengo ningún problema,

además, aunque no quiera, probablemente seguiremos viéndonos en los

sitios donde vamos ya que nos movemos por los mismos ambientes.
También me han vuelto a llamar mis compañeros de la universidad

con los que tan bien he congeniado, pero les he dicho que ya tenía planes

con mi familia y no podía quedar con ellos. En realidad no sé para qué les

miento, pero sé que si argumento que no tengo ganas, son capaces de venir

hasta aquí y llevarme con ellos a rastras. Por lo tanto, es mucho mejor una
mentira piadosa.

Me preparo en la cocina un sándwich rápido y me siento en el sofá a

comérmelo mientras veo algo en la tele que me distraiga de mis

pensamientos. Antes de empezar, me llama por teléfono mi madre.

—Hola, cielo, ¿estás ocupado?

—Pues iba a cenar ahora mismo —contesto y le doy un mordisco a lo

que tengo en el plato.

—Entonces no te entretengo, que seguro que a tus amigos no les

parece bien que estés con el móvil mientras cenáis.

—No estoy con amigos, estoy solo en casa tratando de comerme un

sándwich —explico con desgana.

—Solo quería decirte que hemos estado comiendo en casa de unos


amigos, era una especie de reunión entre los más allegados a ellos, ya sabes

a qué me refiero. Bueno, a lo que voy, pues resulta que una de las invitadas

se acaba de comprar una casa cerca de la nuestra y necesita que se la


decoren. Y ¿a que no sabes quién lo va a hacer? —Se queda callada unos

segundos esperando mi respuesta y le hago de rabiar un poco.

—Pues no se me ocurre, la verdad…

—¡Cómo eres! —Se ríe a carcajadas—. Pues sí, voy a decorarles la

casa. Estoy muy contenta.

—Me alegro mucho, mamá, seguro que quedan más que satisfechos

con tu trabajo.

—Gracias, cariño, y ya no te molesto más, solo quería contártelo. Que

tengas buen día mañana.

—Igualmente, mamá.

Cuando cuelgo se me dibuja una sonrisa en la cara, mi madre es así,

cada vez que quiere que sepamos algo lo hace en el momento, no espera a

que sea una hora prudente o a verte, no; ella según lo piensa, lo hace. Cojo

el mando de la televisión y le doy otro bocado al sándwich mientras elijo lo

que voy a ver.

He tenido que dar hacia atrás en la reproducción de la serie que estoy

viendo desde hace un rato porque soy incapaz de concentrarme. En mi

cabeza aparece Loles una y otra vez, creo que me estoy obsesionando con
ella. En parte es lógico, jamás me habían dado calabazas, es la primera vez

que trato de quedar con una chica y me rechaza dos veces seguidas: en una

de ellas me dijo que tenía que trabajar al día siguiente, y en la otra siguió
atendiendo las mesas del restaurante como si no le hubiera dicho nada.

Nunca he tenido problemas en este sentido, al revés, muchas veces son las

mujeres las que insisten en quedar conmigo.

¿Será por eso por lo que Loles aún me atrae más?

Me he sentido toda la semana como un adolescente cada vez que

llegaba la hora de comer. En mi estómago se mezclaba el ruido por tener

hambre con el cosquilleo de saber que iba a volver a verla. ¡Pero si a mí

esto nunca me ha pasado!

Tengo que idear algo efectivo para poder acercarme a ella, lo de

preguntarle que va a hacer por la noche no ha funcionado, debo intentarlo

de otra manera. ¿Pero cómo se hace? Debería existir un libro que se titulara

algo así como Manual para conseguir una cita, no creo que lo haya escrito
nadie, aunque tampoco lo hubiera comprado porque nunca me ha hecho

falta. Pero ahora… ahora es diferente. No sé cómo lograr quedar a solas con

Loles y conocerla un poco más. Porque sí, me atrae físicamente, es muy

guapa; pero lo que más me llama es saber cómo es por dentro porque algo

me dice que es la mujer con la que he soñado toda mi vida.


Espero no meter la pata y hacerlo bien con ella. Parece que es muy

tímida, así que como vaya demasiado deprisa, huirá antes siquiera de que

me acerque. Mañana, en cuanto vayamos a comer, intentaré hablar con ella,

aunque sea para preguntarle qué tal el fin de semana. Tal vez me cuente

algo de lo que ha hecho y eso me dé ideas sobre qué le gusta y adónde debo

llevarla, si es que acepta una cita conmigo, claro.


17

Por fin es lunes, aunque agradezco librar los domingos, también reconozco

que se me hace el día bastante largo esperando a que llegue Dolores y así

tener compañía. Además llevo dos días sin ver a mi Iker Casillas y tengo
muchas ganas. A decir verdad, lo estoy deseando.

Pasadas las dos de la tarde, entran los vip con él a la cabeza y, aunque
estoy casi escondida en la entrada de la cocina, nuestras miradas se cruzan y

me sonríe, y noto como el calor sube hasta quedarse en mis mejillas. Miro

de reojo a mi jefa y veo que se ha dado cuenta de lo que acaba de pasar

porque me dedica una especie de sonrisa cómplice que hace que me ponga
aún más nerviosa de lo que estoy. Los tres más mayores se dirigen hasta su

mesa tras saludar a Dolores, y él se acerca a mí.


—¿Qué tal el fin de semana? —me pregunta con esa sonrisa que me

deja totalmente idiotizada.

—Bien, supongo que bien —contesto de la forma más ridícula que me

sale, parezco tonta.

—¿Supones que bien? O te lo has pasado bien o te lo has pasado mal,


¿cómo lo clasificas? —comenta con simpatía, como siga sonriendo así no

sé qué va a ser de mí.

—Pues ni bien ni mal.

—Veo que no tienes mucho interés en hablar conmigo… —Se gira

para marcharse y me doy cuenta de lo mal que me estoy comportando.

—¡Espera! Es que no puedo contestar a tu pregunta porque en

realidad no he hecho nada digno de clasificar.

—Pues eso lo voy a tener que solucionar —asegura convencido y

remata sus palabras con esa sonrisa de nuevo.

Camina hacia su mesa habitual y resoplo avergonzada de mí misma.

Cómo se nota que apenas he tenido vida social, ni siquiera sé cómo

relacionarme con las personas, aparte de preguntar qué quieren comer o qué

van a beber. Me siento ridícula y patética.


—Loles, ¿qué es lo que te pasa? —pregunta mi jefa en un tono

bastante bajito.

—Nada, que soy la persona más pava y tonta del mundo entero.

—¿Y cómo has llegado a esa conclusión? —Vuelve a preguntar

riéndose.

—Porque sí, porque no sé cómo hablar con los demás a no ser que

tenga que preguntarles lo que van a tomar —admito con desilusión.

—Tranquila, cariño, ya verás como en cuanto rompas el hielo todo

será mucho más fácil.

La conversación en susurros con Dolores se ve interrumpida por un

par de mesas que levantan la mano para reclamar mi atención, a las que
acudo rápidamente y continúo con mi trabajo.

Al rato, los de la mesa vip se levantan para marcharse, y el chico más

joven vuelve a acercarse a mí. Sin hablarme, me entrega una tarjeta de

visita con mucha discreción y se marcha junto con los demás. Por delante

está su nombre y su número de teléfono, y por detrás hay escrito de su puño


y letra: Ojalá cambies de opinión y aceptes ir a cenar conmigo una noche.

Quizá puedas pasarlo tan bien que hasta consigas clasificarlo. Releo varias

veces con una sonrisa tonta y me la guardo en el bolsillo trasero del

pantalón.
Llego a casa y me doy una ducha, después me tumbo en la cama con

la tarjeta en la mano mirando su nombre: Fabián. Le empiezo a dar vueltas

a la idea de quedar con él para cenar, y aunque al principio me atrae


bastante, después de un rato haciéndome películas se me quitan las ganas

pensando en qué narices pinto yo con un chico así.

Me paso el resto de la semana dándole vueltas y él, cada día que va al

restaurante, me mira con cara de estar esperando una respuesta, aunque en

ningún momento me ha vuelto a preguntar nada, cosa que agradezco.

—¿Me vas a contar ya lo que te ronda por la cabeza? —me pregunta

Dolores en cuanto llega el viernes por la noche a casa.

—Nada, son tonterías mías —respondo tratando de no darle mucha

importancia.

—Venga, va, cuéntamelo, ya sabes que si lo dices en voz alta te

sientes más aliviada.

—Lo sé, pero es que son bobadas mías, de verdad.

—A veces lo que consideramos como tonterías son cosas que para

otra persona pueden tener mucha importancia.


—¿A qué te refieres? —La miro fijamente, la verdad es que me

conoce más de lo que yo pienso.

—Los años que llevo tratando con el público me han hecho conocer a

las personas sin necesidad de hablar con ellas.

—¿Y entonces, según tú, qué crees que me pasa? —pregunto con

curiosidad.

—Pues que no sabes qué hacer respecto a algo que te apetece mucho.

—Me mira esbozando una pequeña sonrisa—. ¿Me equivoco?

—No, tú nunca te equivocas. —Me río pensando que me es difícil

tener secretos con ella—. El chico que viene con esos que conoces desde

hace tantísimos años me propuso quedar la semana pasada y le dije que no.

Y el lunes me dio una tarjeta con su nombre y su teléfono por si cambiaba

de idea.

—¿Y por qué le rechazaste?

—Porque no pinto nada con un chico así, no le llego ni a la suela de

los zapatos.

—¿Por qué tal vez crees que no tienes tanto dinero como parece tener

él?
—Porque no tengo ni su dinero, ni su educación, ni su saber estar, ni

nada de nada.

—Eso solo está en tu cabeza, Loles, sigues infravalorándote igual que

hace seis años.

—No es cierto. —Noto que me estoy enfadando con ella y no tiene

culpa de nada—. Acuérdate de que le vi acompañado de una chica que

seguramente es modelo de profesión además de ser su novia. Ni tengo esa

clase ni nada parecido, solo soy lo que tú ves…

—¿Y eso no es suficiente para que un chico quiera invitarte a salir por

ahí?

—Un chico como él, no. Eso es imposible, Dolores.

—¿Y si dejas de menospreciarte y le dices que sí? —Me mira

fijamente y después levanta su barbilla hacia mí esperando una respuesta.

—Ya es imposible, no creo que me lo vuelva a decir.

—¿Pero no me has dicho que te ha dado su número de teléfono? Pues

llámalo y queda con él. Si no lo haces, te arrepentirás, de eso estoy segura.

—Y si lo hago, también me arrepentiré.

Doy por zanjada la conversación metiéndome en mi cuarto, no quiero

que trate de convencerme de algo que sé que no debo hacer. Seguro que
quiere quedar conmigo para ver cómo se desenvuelve una paleta de pueblo

y así después reírse a gusto de mí comentándolo con sus amigos o con su

novia. Sí, eso es lo que va a pasar.


18

Hoy es sábado y cuando me suena el despertador tengo un sueño tremendo.

Apenas he pegado ojo en toda la noche dándole vueltas al tema. La culpa la

tiene Dolores por darme otro punto de vista, si me hubiera dado la razón, no
estaría comiéndome tanto la cabeza.

En el restaurante paso la mañana bastante distraída y mi jefa, que no


ha dejado de mirarme, me llama desde fuera de la barra.

—O le llamas y quedas con él, o te aseguro que le llamo yo —asegura

muy seria.

—Pero Dolores… ¿me estás hablando en serio?

—Totalmente. A ver, cariño, si tuvieras tan claro que no quieres salir

a cenar con él no lo estarías pensando tanto. Así que si no dejas de darle

vueltas es porque aún no sabes bien qué hacer —concluye tajante.


Y ahí no puedo rebatirle nada porque tiene toda la razón. ¿Tanto me

conoce? Si no quiero salir con él, ¿por qué sigo pensándolo? Ay, qué difícil

es tomar decisiones cuando tiene una la autoestima por los suelos… ¿Pero

no se supone que eso lo tenía ya resuelto con la psicóloga? Entonces, no es

ese el problema, debería llamarlo cobardía. Sí, eso es, soy una cobarde de
manual.

Cuando llego a casa, lo primero que hago, antes siquiera de

ducharme, es coger la tarjeta que me dio y pensar qué voy a decirle cuando

me coja el teléfono. Ensayo una y otra vez la conversación delante del


espejo de mi habitación y, cuando creo que ya me la sé de memoria, cojo el

teléfono fijo de casa y marco su número.

—¿Sí? —pregunta una voz masculina al otro lado de la línea.

—¿Fabián?

—Sí, soy yo. ¿Quién es?

—Soy Loles —contesto y me quedo callada, no sé cómo seguir, todo

lo que había ensayado se me ha olvidado al escucharle.

—¿Loles? ¡Qué sorpresa! No esperaba tu llamada.

—Lo sé, quizá no he hecho bien en llamarte, pero…


—Claro que has hecho bien. ¿Me has llamado porque…? —Su frase

se queda interrumpida por una voz de mujer que le llama en un tono

bastante cariñoso.

—Perdona, creo que no te he pillado en buen momento.

Y cuelgo el teléfono sintiéndome tonta no, lo siguiente.

En cuanto llega Dolores a casa, le cuento lo que ha pasado y la regaño

por «obligarme» a llamarle. Como es tan cabezota, me dice que insista de

nuevo, que no debería haber colgado sin decirle nada. Y, como no tengo

ganas de discutir, voy a mi habitación y me pongo a dibujar, a ver si se me

pasa el mosqueo que tengo.

Oigo que entra en el cuarto de baño cuando empieza a sonar el

teléfono fijo y salgo corriendo al salón a cogerlo para que ella se duche a

gusto.

—¿Sí? —pregunto al descolgar.

—¿Loles? Soy Fabián —contesta tranquilo haciendo que los nervios

se me repartan por todo el cuerpo, para nada me esperaba que fuera él


después de haberle colgado el teléfono hace un rato.

—Hola —saludo sin más, en realidad no sé qué se debe decir en estos

casos.
—Parece que antes se cortó la llamada, y no he podido llamarte hasta

ahora. Lo siento.

—Ah, bueno… No te preocupes, yo también he estado muy ocupada

—miento, pero soy incapaz de decirle que llevo toda la santa tarde

maldiciéndome por ser tan tonta.

—¿Me vas a decir para qué me llamabas o mejor te invito a comer

mañana y me lo cuentas personalmente?

¡Qué fácil ha sido! Y yo que estaba pensando cómo le decía que si

seguía en pie lo de ir a cenar… Qué alivio…

—Mañana tengo el día libre.

—Dame tu dirección y pasaré a buscarte.

—No, esto… Prefiero que me digas un sitio y yo voy.

—¿Y si te pilla muy lejos de tu casa?

—Tranquilo, sé buscarme la vida. —Vuelvo a mentir, pero no quiero

que sepa más de mí de lo que yo le quiera contar.

—Entonces, nos vemos a las doce de la mañana en la puerta del

restaurante donde trabajas, ¿te parece bien?

—De acuerdo. —Acepto sin pensar en lo que eso va a suponer.


—Hasta mañana, Loles.

—Adiós.

Cuelgo el teléfono y, aunque no tengo un espejo cerca, sé que tengo la

cara más ñoña del mundo mundial. En cuanto sale Dolores del cuarto de

baño, le cuento la conversación y le reconozco que estoy muerta de miedo.

Ella le quita hierro al asunto haciéndome ver la situación desde otro punto

de vista y consigue que me quede algo más tranquila. Después vuelvo a mi

habitación y me tiro en la cama. Estoy convencida de que me va a costar

mucho dormirme hoy…


19

Y así ha sido. Apenas he pegado ojo en toda la noche porque, entre otras

cosas, no sé qué me voy a poner para ir a comer con él. Hasta he dibujado

mentalmente la ropa que me gustaría llevar para una cita con un chico así.
¿Una cita? Mi cabeza soñadora ya está haciendo de las suyas… No debería

leer tantas novelas románticas, solo hacen creerme un mundo ideal donde el
chico se enamora de la chica y son felices para siempre. Y sí, como lectura

es estupendo; pero la vida real, por desgracia, está llena de sinsabores o, en

algunos casos, de sabores agridulces.

He desayunado solo un café, tengo los nervios agarrados a la boca del


estómago y no me entra nada sólido. Voy a mi habitación y miro el ropero

tratando de encontrar algo que me pueda servir, pero lo que cuelga de las

perchas es bastante normal y no creo que ir en vaqueros sea lo más

adecuado. Recuerdo lo que me compré el otro día pero, al ponerlo sobre la


cama, me doy cuenta de que es demasiado formal para ir a comer, quizá si

fuera una cena sería más adecuado, pero para estas horas del día como que

no lo veo.

Si ya de por sí estaba intranquila por lo de la cita, ahora estoy atacada

de los nervios porque no sé con qué ropa acudir. Los minutos pasan y sigo
indecisa. Al final saco todo del armario y comienzo a conjuntarlo frente al

espejo. Creo que me voy a poner los pantalones vaqueros, aunque hace

unos minutos no me pareciera buena opción, pero sé que si lo combino

bien, puedo ir en condiciones. Botas no deja de mirarme con cara de

aburrimiento y decide tumbarse sobre una camiseta que tengo tirada en la


cama junto con todo lo demás.

—¿Esa camiseta es la que quieres que me ponga? —le pregunto

divertida.

Y él suelta un rotundo maullido en respuesta a mi pregunta

dejándome bastante impresionada. ¿Será verdad que el marido de Loles está

reencarnado en el gato? Me río yo sola por volver a recordar aquel

pensamiento que tuve, pero todo apunta a que quizá no sea una idea tan

descabellada.

La camiseta que Botas ha elegido es negra con un dibujo abstracto de

color rojo en el centro. Me la regaló Dolores el año pasado por Navidad y


apenas me la he puesto. Me visto deprisa y me miro en el espejo. Sí, la

verdad es que me queda bien, aunque tal vez debería ir más elegante. ¿Pero

cómo sé qué ponerme si no sé dónde voy a ir?

Me suelto el pelo —habitualmente llevo recogido en una coleta— y

me doy cuenta de que me ha crecido bastante. Me pongo brillo en los

labios, máscara negra en las pestañas y un poco de colorete en mis mejillas,

tampoco quiero parecer que me he maquillado como para ir a un pase de

modelos o algo así. Hablando de modelos… A ver si la tal Briana viene

también a comer, y todo lo ha preparado Fabián para que arreglemos lo del

otro día… No creo, ¿no? Ya lo que me faltaba… En el caso de que

aparezcan los dos fingiré un repentino malestar y me vendré a casa.


Bastante desprecio tuve ya el otro día por su parte para volver a revivirlo

hoy. No, gracias. ¡Hay qué ver las películas que se hace mi cabeza!

Cuando estoy casi a punto de salir, me doy cuenta de que aún no me

he calzado. ¿Y qué me pongo yo ahora? En un rincón del ropero hay unas

botas negras que me compré el segundo año de estar viviendo aquí. Fue
verlas y quererlas, pero nunca me las he puesto y esta ocasión bien se

merece un estreno. No es que sean de caña alta y tacones de diez

centímetros —esas seguramente sean las que lleve la rubia pija esa—, pero

son cómodas y quedan bastante bien con lo que llevo puesto. Llamo a

Dolores al restaurante para ver si me deja su blazer negro que tanto me


gusta, eso sería el remate que haría que lo que llevo puesto quede mucho

mejor. Me lo presta, aunque para eso he tenido que entrar en su habitación y

abrir su armario. Es la primera vez que lo hago y veo que tiene mucha ropa
de colores bastante alegres que nunca se pone.

Camino como si acudiera al trabajo, pero con la diferencia de que me

siento totalmente diferente, como si no fuera yo la que va vestida así, la que

va llena de nervios y la que tiene una ilusión bien palpitante en el pecho.

Me he mirado en el espejo varias veces antes de salir y me he dicho un par

de frases motivadoras para darme el empuje que necesito, espero que me

sirvan.

Llego al bar quince minutos antes de la hora. Me asomo por la puerta

a ver si él ya está esperándome y no le veo. Mi primera reacción es

desilusionarme un poco, quizá ni siquiera venga y ha quedado conmigo

para reírse de mí. ¿Por qué tengo que ser tan negativa? Voy a concederle el

beneficio de la duda, si no viene, ya sabré a qué atenerme. ¿Y cómo le voy

a atender cada día después de que me haya dejado plantada? Ah, ya sé,

hablaré con Dolores e intercambiaré con Jose las mesas y que los atienda él.

Decido entrar al restaurante y tomarme un café, bueno, mejor una tila,

a ver si consigo relajarme un poco.


—¿Pero tú quién eres? —bromea mi compañero con los ojos como

platos.

—¡Hola, Jose! —saludo muerta de vergüenza. Tal vez me he pasado

con el maquillaje.

—Loles, ¡qué sorpresa! —exclama mi jefa disimulando, acercándose

con una gran sonrisa—. No recordaba que hubierais quedado aquí —dice

bajito entrando en la barra.

—Sí… —susurro poniéndome roja al instante—. Sí, a las doce. Aún

falta para que venga o quizá no lo haga.

—¿Ya empezamos? —Se pone con los brazos en jarras—. Loles,

anímate y sé positiva.

Mientras ella atiende a unas señoras que acaban de entrar, me quedo

sentada en la barra sin saber qué hacer con mis manos temblorosas. Mi

mirada se queda fija en el reloj de pared que hay justo encima de la barra.

La manecilla de los segundos parece pesar toneladas ya que su avance es

muy lento o, al menos, me da esa impresión, y la de los minutos parece

estar congelada. Me quedo ensimismada mirando su tranquilo movimiento,

hasta que el repentino estornudo de un cliente me saca de mis

pensamientos. Cojo el bolso, me despido de Jose y de mi jefa con una gran


sonrisa, mezcla de nervios e ilusión y, cuando estoy a punto de salir por la

puerta, una mano me agarra por el brazo haciendo que me gire.

—Niña, olvídate de tus miedos y disfruta todo lo que puedas. Solo

vivimos una vez.

Las palabras de Dolores se me clavan dentro como casi siempre que

me dice algo en plan transcendental. Y, una vez más, sé que tiene razón.

Soy incapaz de contestar nada, solo sonrío y asiento con la cabeza, estoy tan

nerviosa que no puedo responderle. ¿Y si no consigo hablar en todo el día?

Pues nada, Fabián pensará que soy tonta perdida y se acabará la bonita

historia romántica que me he hecho en mi cabeza antes de empezar.

Principio y fin separado por una frase: «La chica se quedó muda y el chico

se aburrió».

Salgo del restaurante, miro hacia todos los lados y le veo a pocos

metros de allí apoyado en un coche negro. Intento caminar lo más decidida


posible, no quiero darle la impresión de ser una chica insegura, aunque en

realidad sí que lo soy, bueno sí que lo estoy. También se ha puesto unos

pantalones vaqueros, con una camiseta roja y encima una cazadora de cuero

en color negro. Está impresionante. Pensaba que vestido de traje no podría

mejorar, pero me equivocaba. «Guapo y con buena percha», como dicen en

mi pueblo.
—Estás muy guapa con el pelo suelto —comenta en cuanto me acerco

a él, haciendo que me sonroje.

—Gracias, tú tampoco estás mal… Quiero decir que estás bien así,

sin… Que… Que nunca te he visto sin corbata.

¡Tierra, trágame! ¿Pero se puede ser más tonta? La verdad es que

hubiera preferido seguir muda en vez de haber soltado semejante chorrada.

Aprieto fuerte los ojos con la intención de desaparecer y convertirme en


humo, cuando su voz me obliga a abrirlos.

—Venga, ¿nos vamos ya? —propone sin dejar de sonreír.

Asiento con la cabeza y me monto en un coche que seguramente


valga más de lo que yo podría ahorrar en mil años. Los asientos son de

cuero y tiene tantos botones que perfectamente podría ser un avión.

—Nunca había montado en un coche tan… —No sé qué adjetivo


utilizar sin parecer una paleta de pueblo.

—¿Tienes por costumbre dejar las frases a medias? Si es así me voy a


quedar con las ganas de saber cosas sobre ti —bromea con una seguridad en

sí mismo que ya la quisiera yo para mí.

—Hace seis años me hice una promesa y fue la de ser sincera con

todo, por tanto, a tu pregunta responderé que no soy de dejar las frases a
medias, pero cuando estoy un poco nerviosa, se me bloquea la lengua —
confieso y al momento me arrepiento.

—Es la primera vez que escucho decir que a alguien se le bloquea la


lengua —dice riéndose—. Te agradezco tu sinceridad, hoy en día falta gente
que piense así. ¿Qué música te gusta?

—No suelo escuchar música habitualmente, pero si me das a elegir


prefiero algo tranquilo, así como la música clásica.

—¿En serio te gusta la música clásica? —pregunta desviando su

mirada de la carretera hacia mí.

—¿Es malo?

—Al contrario, eres la primera persona que conozco a la que no le da

vergüenza admitir que le gusta ese tipo de música. La mayoría de la gente


no lo dice por miedo a parecer aburrido o mayor.

—Pues hay canciones que son verdaderas maravillas, como la sonata


número catorce para piano de Beethoven —apunto recordando los

compases—. ¿Dónde vamos a ir?

—He pensado en ir a comer a las afueras, ¿te parece bien?

—Apenas conozco nada, así que donde tú prefieras.


—¿Te fías de mí? —pregunta de repente muy serio y después esboza
una sonrisa.

—Sí, mi jefa me ha dicho que sois buenas personas, por ese lado
estoy tranquila. A no ser que me des algún motivo para desconfiar, claro. —

Ahora soy yo la que bromea y me noto más relajada.


20

En tres cuartos de hora llegamos a Guadarrama. Por lo que veo, nunca ha

venido aquí. Aparco, nos bajamos del coche y le propongo dar un paseo.

Está muy callada, pero espero a que sea ella la que inicie una conversación,
no la quiero avasallar con preguntas, aunque en el coche la he visto mucho

más cómoda.

—¿Te aburro? —Me atrevo a romper el hielo.

—No, ¿por qué lo preguntas?

—Porque apenas has hablado desde que hemos llegado, eso es un

claro síntoma de que soy un tío aburrido.

—No, perdona, no es eso —se disculpa y la noto nerviosa de nuevo.

—Cuéntame algo de ti, aún no sé nada, solo tu nombre. ¿Has nacido

en Madrid?
—No, aquí llevo seis años. ¿Y tú? —Me devuelve la pregunta, parece

que no le apetece hablar de ella.

—Sí, yo nací en Madrid, al igual que mis padres y mis cuatro abuelos.

Como dicen aquí, soy gato de pura cepa.

—¿Eres un gato? —Se ríe ante lo que acabo de decir.

—A los nacidos en Madrid nos llaman gatos, es una historia muy

larga que se remonta al siglo XI —explico riéndome contagiado por su risa,

ojalá siempre la viera riendo.

—¿Trabajas cerca del restaurante? —pregunta curiosa.

—Pues justo en el edificio de enfrente, casi puedo verte desde la


ventana de mi despacho. —Me quedo callado de golpe.

—Vaya, eso sí que es estar cerca.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres que vayamos ya a comer? —Cambio de

tema rápidamente. He estado a punto de meter la pata. Por poco le confieso

que hay ratos en los que me dedico a observar la cristalera del restaurante

por si la veo, pero no quiero que piense que soy un acosador—. Conozco un

restaurante donde se come de lujo.

—Fabián, prefiero comer bien, a mí eso del lujo…


—Era una expresión. —Río y rozo mi mano con la suya en un gesto

casual—. Tal vez sea una expresión de gatos, ¡quién sabe!

Se ríe también y caminamos hasta el restaurante. Antes de entrar por

la puerta, se detiene en seco y la miro preocupado.

—¿Todo bien?

—Fabián, yo…

—Vamos a hacer una cosa: por cada frase que no termines me tienes
que dar un beso, así al menos saldré compensado por tus silencios.

Acerco mi mejilla a sus labios y doy tres golpecitos con mi dedo

índice sobre ella para que sepa dónde me tiene que besar. Me he

aproximado despacio, con cautela, quiero que se lo tome como un juego y


que vea que no voy con otras intenciones. Pero ella pone distancia entre

nosotros rápidamente y me arrepiento al instante, creo que la he asustado,

joder. Tal vez me he pasado al decirle eso, pero es que no me gusta que no

me diga todo lo que quiera y que se autocensure. Loles es totalmente

diferente a las demás. Otras chicas se hubieran lanzado a mi boca sin

pensarlo, al menos las que estoy acostumbrado, pero ella… ¡si hasta se ha

ruborizado! ¡Dios, me encanta!

—Quería decir que quizá podríamos ir a otro sitio, no sé, alguno que

fuera más económico —dice siguiendo la conversación de antes, como si no


hubiera pasado nada—. Nunca he entrado ahí, desde luego, pero tengo la

sensación de que no está al alcance de mi bolsillo.

—¿Y por qué piensas que vas a pagar tú? Mi intención es invitarte,

permíteme disfrutar de tu compañía en un sitio tan fabuloso como este.

Hago una reverencia de lo más teatral para destensar el ambiente y la


cojo de la mano en un gesto casual, transmitiéndome un calor con el que yo
no contaba. Notar sus dedos temblorosos ha sido especial, toda Loles lo es.
Pero sigo sintiéndome inseguro con ella porque no quiero hacer nada que la
moleste.

Tampoco es interesada o aprovechada porque incluso se ha negado a

entrar en el restaurante donde he reservado en cuanto lo ha visto. Menos

mal que he podido convencerla, pero me ha demostrado, una vez más, que

no es como las otras.


21

Entramos en el restaurante y me quedo impresionada por todo lo que veo.

Por dentro es de piedra, igual que la fachada de fuera, y las mesas están

distribuidas de manera que, algunas de ellas, se sitúan más alejadas de las


demás creando un ambiente más íntimo. Fabián habla con un señor que sale

a recibirnos y nos lleva hasta una de esas mesas apartadas del resto. Mejor
así, no me gustaría estar sentada en el centro y sentirme observaba. Antes

de marcharse, aparece un camarero y nos pregunta si sabemos lo que vamos

a beber mientras nos deja la carta de vinos.

—Agua, por favor —respondo colocándome la servilleta sobre las


piernas tal y como he visto decenas de veces en las películas.

—¿No te apetece vino? —me pregunta Fabián consultando la carta.


—Si me disculpan, volveré más tarde —nos comunica el camarero

dejándonos solos, parece que se ha dado cuenta de que tenemos que

hablarlo entre nosotros.

—Yo no… —Me quedo callada

—Ajá, de nuevo la frase sin terminar. —Se acerca a mi cara,


levantándose un poco de su asiento, y me vuelve a poner la mejilla para que

le dé un beso, pero esta vez sí se lo doy—. A este ritmo voy a volver a casa

cargado de besos.

Cuando antes me ha dicho que si no terminaba la frase le tenía que

dar un beso me quedé perpleja, no me esperaba algo así de atrevido, pero


me ha gustado su espontaneidad. Yo, seguramente, para decir algo parecido,

lo tendría que ensayar mil veces para que me quedara tan bien como a él y,
aun así, no creo que pudiera. De todas formas, la primera vez no he podido

dárselo, los nervios se han apoderado de mí ante una situación que no me

esperaba para nada. Menos mal que no me ha acercado sus labios, sino me

hubiera quedado petrificada en el sitio.

—Quería decir que no suelo beber alcohol. En Navidad suelo tomar


sidra, pero poco más. —Me oigo hablar y sueno tan ridícula que noto cómo

mis mejillas se ruborizan por el bochorno que estoy pasando. Pero me debo

a mi principio de no mentir, así que se lo tenía que contar.


—Yo tampoco soy de beber mucho, no te creas. Aunque cuando salgo

a comer los fines de semana sí que me gusta tomarme un vino. Entre

semana ya ves que tomo agua con la comida.

—Lo sé.

Viene otro camarero distinto y nos deja la carta de lo que podemos

pedir para comer, casi se me para el corazón cuando, a la derecha de cada


plato, veo su precio. No sé cómo serán las porciones, pero la calidad seguro

que es exquisita, al menos con lo que cuestan no creo que pueda ser de otra

manera. Regresa el primer camarero con la botella de agua que le pedí y

Fabián le pide el vino.

—¿Quieres comer algo en especial? —me pregunta a la vez que mira


su carta también.

—Pues no lo tengo muy claro.

—Yo estoy por pedirme una paletilla de cordero asado, aquí está de

lujo.

Otra vez la dichosa frase que no me hace pensar en otra cosa que no
sea en lo carísima que le va a salir la comida. Pero a mi mente vienen las

palabras de Dolores antes de salir hoy del restaurante: «disfruta», y eso es

lo que voy a hacer.


—Pues me pido lo mismo —digo con soltura.

—¿Te apetece un revuelto de setas para ir abriendo boca?

—Sí, me parece bien.

En ese momento llega de nuevo el primer camarero, descorcha una

botella de vino tinto, me sirve un poco de su contenido y se queda

mirándome. Al momento, me quedo extrañada sin saber qué es lo que pasa.

—Lo probaré yo —le dice Fabián con decisión y me dedica una

sonrisa de complicidad que no logro entender bien.

Pero estoy atenta y observo todo el ritual que hace mi acompañante:

mueve en círculos la copa para hacer girar el líquido granate, lo huele, lo

vuelve a rodar y, después de olerlo una vez más, le da un pequeño sorbo que

mantiene unos segundos en su boca antes de tragarlo. Entonces, comprendo

qué es lo que el camarero esperaba de mí, ¡ja!, si tengo que realizar todo eso

seguro que termino haciendo el mayor de los ridículos. Pero mirar a Fabián

así… ¡es lo más sexi que he visto en mi vida!

Como si me hubiera leído el pensamiento, me sonríe y le devuelvo la

sonrisa, seguro que me ha visto mirarle con cara de tonta. El camarero, tras

el asentimiento de cabeza de mi acompañante, nos sirve un poco del líquido

rojo purpúreo a cada uno y se marcha.


—¿Brindamos? —propone Fabián y asiento con timidez—. Por ti, por

mí y porque hoy empiece algo que no termine nunca.

Según lo dice, sonríe, chocamos nuestras copas y, sin dejar de

mirarme, se acerca la suya lentamente a los labios y le imito completamente

perpleja por lo que acabo de escuchar. Doy un pequeño sorbo y dejo un


poco el vino en mi boca antes de tragar, como él hizo antes cuando le sirvió

el camarero, aunque imagino que no lograré en él el mismo efecto que

consiguió conmigo.

—Está un poco fuerte, pero…

No sé qué puedo decir detrás que no quede muy paleto, mira que me

esfuerzo en parecer una chica moderna y de mundo, pero está claro que no

puedo parecer lo que no soy. Me mira con una sonrisa pícara y se acerca, de

nuevo, para que le dé otro beso más por no haber terminado la frase y noto

que me sonrojo; debo parecer la típica niña pequeña a la que le gusta su

vecino y se ruboriza al cruzarse con él por las escaleras del edificio.

Patética…

Se acerca otro camarero —¡hay que ver la de personal que hay aquí

trabajando!— y nos toma nota de lo que vamos a comer, por suerte para mí,

es Fabián quien pide. Tiene una seguridad al hablar que me encanta, es


joven, pero se le ve con arrestos; sabe estar, tiene clase, es guapísimo y

tiene una sonrisa que quita el hipo.

—¿Se puede saber por qué me miras así? —pregunta en cuanto se va

el camarero, haciendo una mueca divertida, consiguiendo que, al instante,

me ruborice otra vez.

—Esto, yo… Simplemente trataba de calcular tu edad —respondo sin

ser más explícita.

—Tengo veintisiete, ¿y tú?

—Veinticuatro —contesto rápidamente y, a la vez, un poco asombrada


—. Pensé que tenías menos, no los aparentas.

Levanta de nuevo su copa en otro brindis. Esta vez dice que es «por

seguir cumpliendo años y que no se nos noten» y me río tanto por la

ocurrencia que casi me atraganto. Continuamos hablando y me cuenta cosas

de su vida y de su trabajo; por lo visto ha empezado desde abajo en la


empresa para, algún día, llegar a dirigirla.

—El que manda sin haber sido antes mandado, nunca podrá empatizar

con sus subordinados —dice poniendo una voz distinta tratando de imitar a

su padre.
—Entonces, con los que vas a comer a diario, ¿son familia tuya? —

pregunto con curiosidad.

—El más mayor es mi tío y el que le sigue en edad es mi padre.

Imagino que te habrás dado cuenta de que con el argentino no compartimos


ADN —contesta haciéndome reír—. Y cuéntame tú, no hago más que

hablar de mí y aún no sé nada de ti.

—Prefiero escuchar, se me da mejor —digo un poco a la defensiva,


después de todo lo que me ha contado no quiero hablarle de mi triste

pasado.

—¿Eso quiere decir que no me vas a dejar conocerte más? —pregunta

levantando una ceja esperando mi respuesta.

—No, es solo que…

—Otro beso para mí. —Vuelve a acercar su mejilla hasta mi boca,


haciendo que su perfume penetre en mis fosas nasales de una manera brutal,

¿cómo le puede durar tanto el olor?

—Me refiero a que no he tenido un pasado digno de mencionar, esa es

la verdad.

—Como quieras, no te voy a obligar a contarme nada que no te

apetezca. Solo quiero que estemos a gusto y disfrutemos del momento.


—Me crie en un pueblo, sí, nada que ver con Madrid ni con el estrés
que veo a diario aquí. Digamos que en esta ciudad a las nueve de la mañana

empieza mucha gente a trabajar, o va a desayunar o incluso al gimnasio. En


cambio, en mi pueblo a esa hora tocan las campanas de la iglesia y todas las

mujeres van a misa —comento riéndome y haciéndole reír a él también.

—El ritmo de la ciudad es bastante acelerado, reconozco que siempre


vamos con prisa a todos los sitios. Vivir en un pueblo debe ser buenísimo

para la mente —asiento con la cabeza, si él supiera lo que he vivido allí…

Terminamos de comer y damos un paseo, aquí en la sierra se nota que


hace más fresco que en la ciudad. Agradezco que no pare de contarme cosas

de su vida, sobre todo de su trabajo, del cual está orgulloso y con el que se
siente completamente realizado. Yo tampoco me puedo quejar del mío, pero

admito que no es comparable en absoluto.

—Me gusta mucho tu compañía —afirma en cuanto nos montamos en

el coche—. Gracias por dejar que te invitara a comer.

—Las gracias te las doy yo a ti por todo. Me lo he pasado muy bien.

—¿Quieres que repitamos otro día?

—¿Quieres que nos volvamos a ver? —contesto completamente

sorprendida.
—Sí, quiero volverte a ver así, con el pelo suelto y con esa sonrisa tan
bonita que en tu trabajo tan poco enseñas. Quiero volver a comer contigo o

a cenar o a merendar o lo que te apetezca, así que tú decides cuándo.

Me quedo sin palabras, para nada me esperaba que Fabián dijera algo

así. Me ha dejado impresionada y, sobre todo, muy ilusionada. Pero debo


seguir con los pies en la tierra o si no lo terminaré lamentando.

***

Me lleva sobre las ocho de la tarde cerca de la casa de Dolores, no le


he querido decir dónde vivo porque le acabo de conocer y sé que no debo

fiarme de las personas así de primeras, aunque él parezca totalmente


inofensivo. Nos despedimos con dos besos que me saben a gloria y me dice

que no me olvide de llamarlo. También me hace prometerle que no le diré a


nadie que hemos salido a comer juntos, que quiere que eso sea algo entre

los dos, que no le gustaría que se enterara su padre o los socios de este. Yo
acepto, pero lo que no le cuento es que a Dolores no le voy a esconder nada,

ella es mi familia y la única persona con la que hablo de mis cosas.

Entro en casa con una sonrisa tonta y Botas sale a recibirme con su
alegre ronroneo. Le acaricio y le cojo en brazos para darle unos cuantos
mimos, y en ese momento oigo cómo unas llaves entran en la cerradura.

—¡Hola! ¿Acabas de llegar? —saluda al verme y cierra la puerta.

—Ahora mismo —respondo mientras dejo al minino en el suelo.

—¿Y esa sonrisa tan bonita que traes? Tendrás que contarme…

—Ay, Dolores, me siento en una nube. Es la primera vez que salgo

con un chico, aunque bueno, esto de hoy no sé si se puede llamar salir.


Hemos ido a un pueblo de la sierra y hemos comido de maravilla. Después

hemos paseado por allí, ¡qué zona más bonita! Y hemos hablado mucho, me
ha contado cosas de su trabajo y me parece un chico estupendo, además de

guapo y educado —cuento a toda velocidad, fruto de la emoción.

—Me alegro mucho de verte tan contenta. —Me abraza y Botas se


enreda entre nuestras piernas—. Ya era hora de que te pasara algo bueno.

—Ya me pasó algo bueno cuando me diste mi primer trabajo, y


también cuando vine a vivir contigo. La verdad es que, desde que te

conozco, toda mi vida ha sido mucho mejor.

—Anda, anda, no digas tonterías, que me vas a sacar los colores. —Se
va hacia la cocina un poco emocionada por lo que le acabo de decir—.

¿Tienes hambre?
—Te he traído unos francisquitos. Me dijo Fabián que son muy

típicos de allí y he comprado unos cuantos.

Mientras nos comemos los dulces de Guadarrama, le cuento a Dolores

con detalle el día que he pasado y sé que se alegra mucho de verme así de
contenta.
22

Desde ayer no he podido dejar de pensar ni un solo instante en él y no llega

la hora de que aparezca por la puerta. La mañana se ha pasado más lenta de

lo habitual, y eso es porque no hago más que mirar el reloj.

Acaban de entrar unos amigos de Jose que vienen a comer y se

sientan en su rango para que él los pueda atender. Siguen llegando los
demás comensales y me pongo a servir mis mesas. Estoy recitando los

primeros platos del menú a una pareja que se acaba de sentar, cuando noto

que me tocan la espalda de una manera muy sutil, casi sin querer, como un

roce; me giro y veo que ha sido Fabián. Si con ese simple gesto ha
conseguido que se me erice la piel, ¿qué no conseguirá con un beso de los

de verdad? Termino de tomar nota y me dirijo hasta la mesa vip. Todos me

saludan cordialmente, como siempre, pero me noto más nerviosa que otras

veces; aunque imagino que es normal, ayer comimos juntos y hablamos


mucho y hoy tenemos que hacer como si no hubiera pasado. Después,

mientras atiendo a la mesa de al lado, los oigo hablar a los cuatro.

—¿Qué tal habéis pasado el fin de semana? —pregunta el que calculo

que debe ser el padre de Fabián.

—Mi mujer se empeñó en hacer una barbacoa en casa e invitamos a


varios amigos. Lo pasamos muy bien —contesta el más mayor.

—Pues la próxima vez pegame un tubazo y me acerco —comenta el

argentino.

—¿Pégame un tubazo? —pregunta Fabián.

—Pégame no, boludo, pegame un tubazo. Eso quiere decir que me


llame —explica el aludido riéndose—. ¿Y vos qué hiciste?

—Nada especial, el sábado fui a comer a casa de mis padres y el

domingo… pues estuve en casa descansando —dice Fabián de una forma

muy natural.

No puedo seguir escuchando la conversación porque tengo que ir a la

cocina. Después, cuando les llevo sus primeros platos, le miro y le sonrío

con disimulo, y él me devuelve la sonrisa aunque bastante más fría que

cualquiera de las que me dedicó ayer. Pero bueno, es normal, no estamos en

el mismo contexto.
—Jovencita, ¿qué tal su fin de semana? Imagino que le habrán tirado

los galgos… —Ahora es a mí a quién se dirige el argentino.

—¿Disculpe? —pregunto porque no le he entendido lo último.

—Seguro que se refiere a si has roto muchos corazones —aclara el

padre de Fabián riéndose por la expresión de su socio.

—Bueno, bueno, ¿a qué viene tanto interrogatorio hoy? Dejad que se

vaya y continúe con su trabajo —protesta Fabián algo molesto.

Me da que sé por qué se ha puesto así. Seguro que tiene miedo a que

yo cuente que nos hemos visto, pero ya le prometí anoche que no diría

nada, con lo cual, no entiendo tanta preocupación, tal vez crea que puedo

meter la pata...

Sigo atendiendo a las demás mesas y cuando me quiero dar cuenta, ya

se ha ido. Tienen por costumbre pagar en la barra directamente a mi jefa,

por eso ni los he visto marcharse.

***

Estoy entrando por la puerta de casa cuando el teléfono fijo de casa

empieza a sonar, haciendo que Botas, que está tumbado sobre el cabecero
del sofá, pegue un brinco del susto. No sé quién de los dos se ha asustado

más. En los seis años que llevo viviendo aquí, este aparato ha sonado más

bien poco.

—¿Sí? —pregunto al coger el auricular.

—¿Loles? —Oigo al otro lado.

—Sí, soy yo. ¿Fabián?

—El mismo. —Se ríe—. Imagino que este es el teléfono de tu casa,

ayer me olvidé de pedirte tu número personal.

—Pues yo no…

—¿Otra frase sin acabar? Ya sabes que me debes otro beso —asegura

y en su voz noto una sonrisa.

—Quería decir que no tengo teléfono móvil.

—¿Lo dices en serio? ¿Y puedes estar sin él? —pregunta asombrado.

—Llevo muchos años haciéndolo y no tengo ningún problema.

—Entonces, si tengo que localizarte y no estás en casa, ¿no podré? —

bromea, aunque en parte parece que lo está diciendo en serio.

—Así es. Solo si estoy aquí puedo cogerlo.


—Ya que acabo de averiguar que estás en casa, ¿qué te parece si te

paso a buscar y nos tomamos algo?

—Está bien, pero déjame al menos que me dé una ducha —respondo

más que contenta.

Concretamos la hora y el sitio y, en cuanto cuelgo el teléfono, llamo a

Dolores para decirle que voy a salir a tomar algo con Fabián. Sé que no

tengo ninguna obligación de avisarla, pero prefiero que esté informada por

si me pasara algo. Mi desconfianza hacia los demás sigue latente y no

puedo evitarlo.

Al salir de la ducha me encuentro con el mismo problema que ayer,

no sé qué me voy a poner. Lo que tengo claro es que unos vaqueros sí, pero

no iré con las mismas botas que ayer, mejor me calzo mis Converse negras

y la camiseta que mejor me quede. Para ello me pruebo unas cuantas y elijo

una sencilla de color azul y sobre ella me pongo mi cazadora vaquera. Me

seco el pelo y lo dejo suelto, eso sí es importante, que ayer le gustó vérmelo

así, y me maquillo muy poco, solo con máscara de pestañas.

Cuando calculo que ya ha pasado media hora desde que me llamó,

bajo hasta la calle y me dirijo unos pocos metros hasta el mismo sitio donde

me dejó ayer. No le veo por ninguna parte. Pasan los minutos y no aparece.
Seguramente se ha arrepentido y no va a venir. Mi desilusión va en aumento
cuando escucho un claxon y me doy cuenta de que es el de su coche. Me

hace una seña con la mano, me aproximo hasta él y una vez dentro, se

acerca y me da dos besos, ¡qué bien huele a perfume!


23

Cómo me gusta verla con el pelo suelto, lo que daría por acariciárselo. Su

olor a melocotón ha impregnado todo mi coche en cuanto se ha montado en

él.

—Perdona el retraso, pero es que la tienda estaba hasta arriba y no he

podido llegar a la hora. —Me disculpo y le entrego el paquete envuelto en


papel azul—. Esto es para ti.

—¿Para mí?

—Digamos que es algo para los dos —afirmo divertido. Me mira

perpleja y lo abre con cuidado.

—¿Me has regalado un teléfono móvil? —pregunta señalando lo que

tiene delante.
—Sí, espero que te guste en este color, como aún no sé cuál es tu

favorito, pues lo he cogido en plateado.

—Te lo agradezco de veras, pero no tenías por qué. Además seguro

que te ha costado muchísimo.

—¿Sabes que es de mal gusto decir el precio de los regalos? —Ella y


su manía con el dinero.

—Lo sé, pero me parece excesivo, Fabián, yo… no sé qué decir.

—Con que digas gracias, me conformo. Y con que lo uses, también.

—Río y le guiño un ojo—. Además, así podré llamarte siempre que quiera y

localizarte aunque no estés en casa.

Se acerca un poco y me da un sonoro beso en la mejilla. Después me

lo entrega y pone cara de circunstancias, me está dando a entender que


quiere que se lo ponga en funcionamiento y yo encantado. Cuando termino

se lo devuelvo, arranco el coche y conduzco hasta la Casa de Campo.

Aparco en una zona habilitada para ello y caminamos hasta que llegamos a

la zona del lago. Tengo la sensación de que es la primera vez que viene

aquí.

—¿Habías estado antes? —pregunto señalándole con la cabeza toda la

zona.
—Nunca y estoy impresionada. Jamás hubiera pensado que podía

haber algo así en esta ciudad.

—Madrid tiene de todo, lo único que falta es una playa, por lo demás,

estamos cubiertos. —No puedo dejar de mirarla, sus ojos me tienen loco

perdido.

—¿Si te digo una cosa prometes no reírte? —pregunta con vergüenza.

—Claro, además debe ser algo muy serio por el gesto que acabas de

hacer.

—Nunca he ido a la playa, sé cómo es el mar por las películas y las

revistas, pero nunca he pisado la arena.

—¿En serio?

—No miento.

—¿Dónde vivías antes, Loles? —pregunto intrigado.

—Prefiero no hablar de mi pasado, es algo que no me gusta recordar.

—Eres una mujer llena de secretos… —La miro pensativo y vuelvo a

sonreír—. ¡Vamos!

La cojo de la mano y la llevo hasta el embarcadero. Allí montamos en


una barca, y aunque al principio veo que pasa un poco de miedo pensando
que podemos volcar, después disfruta como una niña pequeña mirando todo

lo que sus ojos captan a nuestro alrededor.

—¿Qué estás pensando? —le pregunto intrigado.

—Nada en concreto, solo que me siento bien estando contigo —

afirma dejándome asombrado por su sencillez.

—A mí me pasa igual —aseguro sincero—. Me gusta mucho tu

compañía. ¡Hay tantas cosas que me gustaría saber de ti que no sé por

dónde empezar!

—Ya sabes que no me gusta hablar del pasado, dejemos las cosas

como están, por favor.

Asiento con la cabeza y continúo remando, aunque de vez en cuando

estoy pendiente de la gente que hay en torno a nosotros o que pasea por el

parque. No quiero encontrarme con alguien conocido o que me vean con

ella. No, todavía no.

Después de un rato, me propone hacerlo ella y le paso los remos.

—La verdad es que parece más fácil cuando ves cómo lo hacen los

demás, pensaba que me iba a costar menos, pero soy incapaz de llegar hasta

un punto en concreto —dice desistiendo de su intento y haciéndome reír a

carcajadas.
—¿Qué te apetece cenar? —pregunto de vuelta al coche, tras ignorar

de nuevo a mi teléfono móvil. Briana me ha llamado tres veces desde que

me fui a recoger a Loles y no he respondido a ninguna.

—Pues no sé —responde encogiéndome de hombros.

—Dime algo que nunca hayas comido. —Arranco el motor y me

incorporo al tráfico.

—Uf, déjame que piense, pero creo que nunca he comido una

hamburguesa de pollo. —Se ríe y automáticamente se pone roja. Si supiera

lo que me gusta eso de ella…

—¡Pues vamos a comernos una!

Conduzco hasta las afueras de la ciudad, sé de un sitio donde vamos a

cenar bien. En cuanto aparco, se aleja un poco de mí para llamar a su jefa, o

eso es lo que me dice. Después, entramos en el pequeño restaurante y nos

sentamos en una mesa. En este sitio se va a sentir más cómoda ya que es de


lo más normal, sin lujos ni piedras por las paredes.

—Me gusta el local, es diferente —comenta como si me hubiera leído

el pensamiento.

—Aquí es donde hacen las mejores hamburguesas caseras.


—¿No estamos un poco lejos de casa?

—Para comer cosas buenas, a veces hay que alejarse. —Mi respuesta

parece que la ha convencido.

Mientras cenamos, me suena el móvil otra vez y lo apago. No voy a

dejar que Briana estropee este momento con su insistencia. ¿Cuándo le va a

quedar claro que no quiero nada con ella? Nuestra relación pertenece al

pasado y no hay marcha atrás.

Observar a Loles mientras come me arranca una sonrisa.

—¿Aprueba con buena nota lo que te estás comiendo por primera


vez?

—Ya lo creo que sí. Está buenísima —habla con la boca llena, pero

no me resulta molesto, al contrario, me gusta ver cómo disfruta con cada

bocado.

—Tendremos que volver en otra ocasión, ¿te parece?

—Solo si me dejas pagar a mí.

—¿Sería la primera vez que invitas a cenar a un chico?

—Sí. —Se limpia con cuidado con la servilleta y siento que

encantaría ser ese papel para estar tan cerca de sus labios.
—Entonces, te dejaré —aseguro sonriendo—. Me gusta eso de ser tus

primeras veces.

Por más que trato de saber cosas de ella, no consigo nada. Es muy

hermética en ese sentido, como si tuviera algo grave que ocultar. Y bajo esa
fachada de timidez sé que se esconde una mujer fuerte y con carácter,

aunque no creo que sea una asesina en serie o una ladrona de bancos. Hasta

ahora sé que se crio en un pueblo lejos de Madrid, que trabaja de camarera

y que haberla conocido es todo un regalo. Sí, así lo siento, estoy cansado de
gente frívola e interesada y ella no tiene nada que ver con este mundo en el

que me muevo. Estar con Loles es como respirar aire fresco en un planeta
diferente.

Salimos del restaurante después de terminarnos la hamburguesa y,

justo cuando estamos a punto de llegar al coche, la cojo de la mano


haciendo que se detenga. No sé de dónde saco la valentía, pero o se lo digo

ahora mismo o voy a explotar por la contención.

—Tengo que decirte algo y no me gustaría que salieras corriendo —


planteo muy serio, con los nervios a flor de piel. Parezco un adolescente,

joder.

—Me estás asustando…

—Prométeme que no te irás después de escucharme.


—¿En serio crees que puedo llegar andando hasta mi casa? —Trata de
ponerle un toque de humor y se lo agradezco, porque no sé ni lo que voy a

hacer.

—Me gustas, Loles —suelto a bocajarro dejándola paralizada—. Me


gustas desde el primer día que te vi en el restaurante de Dolores. Me fascina

tu naturalidad, tu inocencia y tu forma de ser. Sé que esto te puede parecer


una locura, pero si no te lo digo creo que voy a reventar… ¿Puedo besarte?
24

Me encantaría poderme ver ahora mismo en un espejo, mi cara debe ser una

mezcla perfecta de miedo, alegría, terror y emoción, todo bien junto y bien

revuelto. ¿Que si me puede besar? ¡Madre mía! Esto sí que es sentirse la


protagonista de una novela romántica. De mi boca sale un tímido «sí» y se

acerca lentamente, pero mis pies parecen estar anclados al suelo bajo
toneladas de cemento. Me mira con una ligera sonrisa y me coloca un

mechón de mi pelo detrás de la oreja. Después me coge por la cintura con

una mano y con la otra me acaricia el cuello, haciendo que mi piel se erice

de una forma desproporcionada. Sube lentamente por mi garganta,


rozándome la piel con dos de sus dedos hasta llegar a mi mejilla, aproxima

sus labios a los míos en un roce tan sutil que siento un calambre recorrerme

el cuerpo entero.
Después se aleja un poco, lo justo para sentir cómo mi boca se abre

esperando recibir todo lo que tenga que darme. La mano que tenía en mi

mejilla ahora se dirige hasta mi nuca, donde sus dedos acarician esa parte

de mi cuerpo volviendo a notar como mi piel reacciona por completo y con

mucha más intensidad. Nuestros labios se unen y aún soy incapaz de


moverme; si no fuera por lo que estoy sintiendo ahora mismo, diría que soy

de piedra. Su cuerpo se pega un poco más al mío provocándome un

pequeño placer que no había experimentado nunca. Justo en este momento

y como si me hubieran accionado con un botón, comienzo a responder a sus

besos de una forma que ni yo misma me reconozco; puede que sea instinto,
no lo sé, pero un montón de sensaciones me llenan llevándome casi a un

estado de shock, como si no fuera dueña de mí.

No sé cómo llego a casa pero, en cuanto abro la puerta, está Dolores

mirándome expectante para que le cuente qué tal ha ido la tarde.

—¡Vaya carita que traes! Esa sonrisa no se te borrará en días, de eso

estoy segura —comenta dándome un abrazo.

—Me ha besado… Ha sido tan… tan… No sé qué decirte.

—Pues no me digas nada, simplemente disfrútalo.


Me quito la cazadora vaquera y me dejo caer a su lado en el sofá,

donde se sube Botas inmediatamente. Aunque desde fuera puede parecer

que tenemos una relación de madre e hija, nosotras somos amigas también,

por eso le voy desgranando lo que hemos hecho Fabián y yo. Gracias a ella

he podido romper algunas sombras que me han ido atormentando durante

muchos años.

—También me ha regalado un móvil, dice que así si no estoy en casa

me puede localizar para que nos veamos. Me ha parecido algo excesivo,

porque me da que tiene que ser carísimo.

—¿Me lo dejas ver? —Lo saco del bolso y se lo muestro—. Desde

luego barato no parece. Pero también te digo que si el muchacho te lo ha

querido regalar, pues se lo aceptas, es de mala educación devolver regalos

—comenta esperando mi reacción.

—Lo sé, Dolores, pero apenas nos conocemos.

—Imagino que lo ha hecho con buena intención, así que no te

preocupes por eso ahora.

—Está bien —asiento levantándome del sofá—. Me voy a dormir, si

me he dejado algo por contarte, mañana lo hago más tranquila, ¿vale? —

digo bostezando
—Que descanses. —Me da un tierno beso en la frente y también se va

a su habitación.

Mi cuerpo está lleno de sensaciones nuevas para mí. Por no hablar de

mi mente… Me paso los dedos por los labios, aún noto los suyos grabados

en ellos. Tengo la impresión de estar flotando en una nube de algodón, tal y

como he leído miles de veces en los libros románticos. ¿Es esto estar

enamorada? Aunque no creo que lo esté, pero no sé, tal vez sea lo más

parecido a estarlo. ¡Pero si solo ha sido un beso! No me quiero ni imaginar

lo que tiene que ser que me dé muchos más…


25

Me cuesta la vida separarme de Loles, pero tengo que ir despacio con ella o

sé que saldrá corriendo, no me cabe la menor duda. Aunque me gusta que

sea así.

Quizá me he excedido en regalarle el móvil, pero necesito estar

conectado con ella en la distancia y poder mandarle un mensaje o dos o


cientos de ellos cuando me apetezca. «Para eso está la tecnología, ¿no?,

para ayudarnos», como diría mi padre. Hablando de él, el viernes cuando

terminamos la jornada laboral me dijo que esta semana íbamos a dedicarnos

a no sé qué cosas muy importantes para la empresa, con lo cual, ya me


imagino lo liados que vamos a estar. Pero me gusta la acción y me va a

venir bien para no pensar tanto en esa morena de ojos turquesa que me tiene

loco perdido.
Solo la veo durante las comidas y como estoy más pendiente en

disimular que nos vemos fuera, pues no disfruto de esos momentos como

me gustaría, pero ¡qué le voy a hacer! Me muero por besarla otra vez y

notar su fragilidad entre mis brazos. Se me está ocurriendo que podíamos

pasar el fin de semana en la casa de los abuelos, podía llevar la comida y…

—¿Se puede? —dice mi tío después de abrir la puerta de mi despacho

y sacándome de mis pensamientos.

—Sí, claro, adelante. ¿Qué tengo que hacer? —pregunto imaginando

que necesita algo de mí.

—Tú siempre tan dispuesto. —Se ríe—. Verás, solo quería saber si
estás bien.

—Sí, claro, estoy muy bien. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que te veo diferente, sé que para ti todo esto es nuevo y que

llevamos unos días de locos, y me preocupa que te estés agobiando —

explica después de sentarse en la silla de enfrente.

—Tranquilo, todo está bien. Sabéis que no me preocupa trabajar duro

y estoy aprendiendo muchísimo.

—Me alegro de saberlo porque este sábado tendremos que trabajar.

Espero que el estrés te deje dormir por las noches.


—Esto no me quita el sueño, tío —aseguro riéndome.

—¿Tal vez la camarera sí lo hace? —pregunta levantando las cejas y


girando la cabeza hacia la ventana.

—¿Quién? —Me acaba de cortar la risa de golpe.

—Fabián, sabes que no tengo hijos y tú eres lo más cercano a eso. Te

he visto crecer y he estado en todas las etapas de tu vida, por lo tanto, no me

vengas ahora con rollos que te conozco perfectamente. —Hace una pausa

esperando mi reacción y continúa—: ¿O acaso te crees que no me he dado

cuenta de cómo os miráis esa chica y tú?

—¿Tanto se nota? —Me levanto de mi silla incómodo y me paso las

manos por el pelo.

—No, en realidad no. —Se ríe—. Tu padre no me ha comentado

nada, imagino que él no se ha fijado como yo.

—Prefiero que nadie sepa nada… —Se levanta mirándome con

complicidad.

—Tranquilo, por mi parte soy una tumba. Pero vosotros deberíais

dejar de devoraros con la mirada, eso sí, o al final vuestro secreto será vox

populi.
Suelta una carcajada de nuevo, me guiña el ojo y sale de mi despacho

dejándome una buena sensación. En realidad me relaja que alguien lo sepa,

porque parecía que estaba haciendo algo malo. Y, antes de volverme a


sentar y continuar con lo que estaba, echo una ojeada al otro lado de la calle

con la esperanza de verla alguna vez desde aquí.

A las cuatro de la tarde recibo una llamada de Briana y decido

cogérselo porque sé que si no lo hago va a insistir hasta la saciedad. Lo

primero que me pregunta nada más descolgar es por qué no le he devuelto

las llamadas o le he respondido a sus mensajes y, por enésima vez, tengo

que repetirle que ya no somos parejas y que si quiere que seamos amigos

ese no es el camino. Me cansa repetirle lo mismo una y otra vez, me agobia

que me machaque siempre con la misma canción de que me conoce mejor

que nadie, de que nadie me va a querer más que ella… En fin, cantinelas

que agotan mi paciencia.

En cuanto cuelgo, mi cabeza vuelve con Loles y en lo que estaba

planeando para el fin de semana, aunque ya mi tío se ha encargado de

decirme que el sábado también tenemos que venir, entonces, lo tendré que

aplazar.
26

Aquí estoy, como cada día, esperando a verle entrar por la puerta. Hacemos

como que no nos conocemos mucho, así me lo pidió desde un principio, y

así continúo haciéndolo. Entre él y yo hay una complicidad de la que nadie


sabe, bueno, excepto Dolores. Le atiendo como si fuera uno más, aunque no

dejamos de dedicarnos miradas cargadas de intenciones. Hoy es viernes y


desde el lunes no hemos vuelto a quedar, me ha dicho que está muy liado

con su trabajo, según me contó tiene acciones en empresas de otros sectores

muy diferentes al suyo —aunque no entró en más detalles— y por eso

también ha estado más ocupado.

Estoy alucinada con el móvil que me ha regalado, pero sigo pensando

que no debería haberlo aceptado. Esta semana no hemos parado de

mandarnos mensajes. En varios me dice que tiene ganas de volver a verme

con el pelo suelto, y eso lo interpreto como que quiere verme fuera del
restaurante. Y yo, para qué me voy a engañar, estoy deseando que me

vuelva a besar; aunque esto no se lo he dicho, una mujer debe hacerse

respetar y un poco de rogar, según me ha aconsejado Dolores. Ella es mi

único referente.

—Hola, no esperaba encontrarte en casa —comenta entrando por la


puerta de casa—. Vengo hecha polvo hoy.

—Pues date una ducha que ya me encargo yo de la cena —digo

tratando de disimular mi desilusión, estaba convencida de que esta noche

vería a Fabián.

—¿Y esa carita?

—Pues nada, que llevo toda la tarde esperando un mensaje suyo y

nada.

—Ay, mi niña impaciente. —Sonríe—. Tal vez ha estado muy liado,

piensa que tener una empresa no es moco de pavo.

—Sí, tienes razón, pero no sé, quizá me he ilusionado demasiado

rápido con todo esto.

—Tranquila, que lo que tenga que ser, será. Ah, por cierto, me ha

llamado el encargado del mantenimiento del termo, vendrá una tarde de la

semana que viene a hacer la revisión, ¿podrás encargarte tú?


—Claro, sin problema —afirmo acariciando a Botas.

Y dicho esto desaparece por el pasillo en dirección al cuarto de baño


y miro, por enésima vez, la pantalla del móvil para ver si tengo alguna

notificación que no haya oído. Nada. Sigue igual que hace horas.

Cenamos unos boquerones fritos que ha traído del restaurante y nos

vamos a dormir. Ella deseando descansar su espalda, y yo deseando que


pase el fin de semana rápido para que llegue el lunes y volverle a ver,

aunque sea una horita y tenga que disimular las ganas de hablar más con él.

***

Cuando recojo mis cosas en el trabajo para volver a casa, miro el

móvil y veo un mensaje de Fabián. Corriendo lo abro y lo leo:

Hola, preciosa, llevo una semana de locos


y apenas he tenido empo para dedicarte
cómo me gustaría. Pero mañana prometo
llevarte a comer a un si o muy bonito para
que puedas perdonarme. Te paso a buscar
por tu casa a las once de la mañana.
Un beso.

Lo releo varias veces y meto el teléfono en el bolso, luego cuando

llegue a casa, le responderé. Como me dice Dolores, tengo que hacerme un


poco de rogar, que no me vea fácil y desesperada por querer sus atenciones.

Aunque en realidad iría ahora mismo corriendo al lugar que me dijera solo

por verle unos minutos. Pero bueno, he de ser paciente, solo quedan horas.
27

Me despierto temprano, llena de ilusión y de nervios también, para qué voy

a negarlo. Me arreglo el pelo lo mejor que puedo, dejándomelo suelto, por

supuesto, que sé que a Fabián le gusta más así, y no me termino de decidir


con qué combinaré los pantalones vaqueros. ¿Y si me pongo la blusa que

compré hace poco? Sí, eso estará mejor. Es fucsia, de media manga y para
este tiempo me viene perfecta. Me miro al espejo y termino de maquillarme

con un pintalabios que me regaló Dolores en uno de mis cumpleaños con la

excusa de que me quedaba bien a la cara, y lo que en realidad ella quería era

que me maquillara de vez en cuando para salir por ahí. Pero no lo


consiguió.

Antes de que el reloj del salón marque las once de la mañana, ya

estoy en la calle esperando a que llegue Fabián. Y no tardo mucho en ver su

coche. Me aproximo, me meto en él y, sin poder saludarle como me


gustaría, acelera y nos perdemos por las calles rumbo a salir —parece que

otra vez— del centro de la ciudad.

—¿Qué tal todo? —pregunta sin despegar la vista de la carretera.

—Bien, ¿y tú?

—Pues ahora que estoy contigo bastante mejor. —Su mano roza la
mía en un intento de caricia—. Tenía ganas de verte.

—Yo también.

Me quedo en silencio, no sé qué pasa, pero no le noto tan relajado

como en las dos ocasiones anteriores. Otra vez nos alejamos demasiado,

pero estoy bien, ya no me importa tanto como el primer día que salimos y
que yo estaba un poco desconfiada, ahora ya sé que con Fabián no me va a

pasar nada malo. O al menos eso me parece.

Cuando llegamos al sitio en cuestión, aparca el coche y, mientras

caminamos, me coge de la mano. Ahí vuelvo a sentir de nuevo ese calambre

que me recorre el cuerpo entero. He descubierto que es por su contacto,

porque generalmente no me pasa. El otro día me entró por los labios y ahora

ha sido a través de la mano. Es como una pequeña descarga pero con tanta
intensidad que me da vergüenza que se pueda notar.
—Estás preciosa. Te sienta muy bien ese color —opina mirándome de

arriba abajo de una forma diferente.

—Gracias.

—¿Has estado alguna vez en El Escorial? —pregunta sonriendo y

niego en respuesta. Parece más relajado, lo que fuera que le tenía

intranquilo se le está pasando—. Parece que estás haciendo muchas cosas


por primera vez, ¿no crees?

—Más de las que imaginas…

—Loles, yo… —Deja la frase sin terminar poniéndomelo fácil para

devolverle la pelota.

—Ya sabes que el que no acaba la frase tiene que besar al otro —digo
haciéndome la inocente.

—Tienes toda la razón…

Le pongo la mejilla para que me dé un beso, pero me coge con

suavidad la barbilla girándola lentamente hasta quedar su boca a escasos

milímetros de la mía. Me mira como pidiéndome permiso y yo, sin pensarlo

y por las ganas que tengo, me lanzo a sus labios dándole el consentimiento.

El calambre lo vuelvo a sentir, pero esta vez es más intenso, quedándose

unos segundos más en mi estómago y haciéndome notar como una especie


de explosión en el interior de mi cuerpo, esto debe ser que se han

despertado todas las mariposas que tengo dentro. Nos besamos dulcemente,

nunca había imaginado que un beso pudiera ser así de bonito en la vida real.
Si ya el primero me gustó, este se lleva el premio gordo.

Se separa un poco de mí y aún tengo los ojos cerrados. Lentamente

los abro y veo que está sonriendo.

—Me gustas, Loles, me gustas mucho —afirma sin dejar de sonreír y

me acaricia la mejilla—. Tu ternura y tu inocencia me vuelven loco.

Voy a decirle que a mí también me gusta él, pero me cierra la boca

con otro beso, esta vez más pasional que el anterior, dejando mis piernas a

punto de doblarse y tirarme al suelo. Es increíble todo lo que me hace sentir

un beso suyo, tanto por dentro de mi cuerpo como por fuera. ¡Es alucinante!

Tras separarnos —muy a mi pesar—, me coge de la mano y

continuamos caminando. Me va explicando por encima la historia del

Monasterio de El Escorial y me promete que otro día vendremos a visitarlo

por dentro. Paseamos por el centro del pueblo, no es que sea muy grande,

pero sí que posee mucho encanto, tiene un punto medieval que me gusta.

Charlamos un poco de todo mientras degustamos la rica gastronomía del

lugar y después salimos a dar un paseo por un parque que no está muy lejos

del allí.
—Dime que haces cuando tienes tiempo libre o te aburres.

—Me encanta dibujar —reconozco elevando los hombros.

—¿Y qué tipo de dibujos haces? —pregunta con interés.

—Bocetos de moda.

—¿En serio? ¡No lo hubiera imaginado! —exclama sorprendido.

—Mi sueño desde que era pequeña es ser diseñadora de ropa

femenina y, hoy en día, no se me han quitado las ganas.

—¿Y por qué no te has formado en ello?

—Es una larga historia —murmuro sin ganas de entrar en detalles,

sigo sin querer hablar con él de mi pasado.

—Tengo toda la tarde para escucharla —comenta convencido, y

resoplo con disimulo.

—Digamos que a los dieciocho años me fui de mi casa y he estado

trabajando hasta hoy, con lo cual, ni tiempo ni dinero para pagarme unos

estudios superiores —digo resumiendo mucho mi vida.

—Pues para haberte buscado la vida desde tan joven, te veo

demasiado… no sé cómo decirlo sin que puedas sentirte ofendida —dice

tan sincero que estoy segura de que su intención no es la de molestarme.


—¿Inocente? —Sé a lo que se refiere—. Tranquilo, no pasa nada. No

me fui de casa para vivir la vida, me fui por otras razones que ahora mismo

prefiero no explicarte.

—Ya lo harás cuando quieras.

—Sí, pero… —Corto la frase aposta, necesito que me bese ya y no

seguir hablándole de mis sombras.

—Oh, Oh… Una frase sin terminar. Ya sabes lo que significa…

Me acerco despacio hasta sus labios y comienzo a besarlos con

cuidado, con mimo, hasta que algo dentro de mí me pide que aumente la
intensidad y así hago, dejándome llevar por todo lo que siento en esos

instantes.

***

De vuelta, me explica que tiene que pasar por casa de sus padres para

recoger algo que se ha dejado allí, pero antes me deja en casa. Abro la

puerta y veo a Dolores en la cocina.

—Llegas justo para cenar —dice a modo de saludo.


—Pues no tengo mucha hambre, he comido un montón y todo muy

rico.

—Vaya, vaya, veo que ese chico te cuida bien.

Botas sale a mi encuentro enredándose entre mis piernas y pidiendo

una caricia con urgencia, lo cojo en brazos y comienzo a rascarle

escuchando su ronroneo. Después le dejo en el sofá para sentarme a la mesa

con Dolores que, aunque le he dicho que no tengo hambre, ha preparado


cena para las dos.

—¿Tú cómo te diste cuenta de que estabas enamorada de tu marido?


—pregunto mientras comenzamos a cenar.

—Es una pregunta bastante difícil, porque creo que cada persona

tiene un concepto del amor y de lo que es enamorarse. Pero en general


imagino que es sentir como un hormigueo en el estómago, lo que

vulgarmente se llama «tener mariposas», contar las horas y los minutos que
faltan para volverle a ver, querer pasar cada momento del día con él,

ponerte nerviosa cuando te llama, pensar en él constantemente…

—Pues entonces, creo que estoy enamorada de Fabián. Todo eso que
me acabas de decir lo vivo igual, ¡son cosas tan nuevas para mí!

—Disfrútalo, cariño, nunca se sabe cuándo vamos a dejar de sentirnos


así. Además, los principios en todas las relaciones son los mejores porque
también hay momentos malos y discusiones, pero eso al comienzo no pasa,
así que a gozar todo lo que puedas.

Me voy a la cama con el pecho alborotado, lo tengo lleno de


sentimientos y, una vez más, Dolores tiene toda la razón, tengo que

disfrutarlo al máximo porque no sé cuándo se puede terminar. Me siento tan


afortunada de estar viviendo esto que tengo miedo de que se tuerza; pero

no, debo ser positiva, como siempre me ha dicho la psicóloga, y pensar que
todo puede ir a mejor. Puedo decir con total seguridad que Fabián es mi

primer amor.
28

Los lunes son menos lunes cuando te levantas tan feliz o, al menos, eso me

pasa a mí. La ilusión de saber que voy a verle sobre las dos de la tarde me

pone contenta toda la mañana; aunque luego se me hace un poco cuesta


arriba verle y no poderle besar o actuar de la misma forma que cuando

quedamos a solas.

Casi todas las tardes nos mandamos mensajes al móvil, siempre me

dice las ganas que tiene de verme y besarme, pero cuando nos vemos en el

restaurante le veo totalmente diferente. Se comporta frío y distante

conmigo. Que sí, que sé que tenemos que disimular, pero esta parte sigo sin
llevarla del todo bien. Aunque hay días que me consuelo con sus miradas

cargadas de complicidad y con eso tengo suficiente porque sabe cómo hacer

revolotear todas mis mariposas con un simple gesto. Creo que me estoy
enamorando, al menos cumplo todos y cada uno de los requisitos que

mencionó Dolores.

La semana pasa lenta, demasiado para mi gusto, pero hoy ya es

viernes y espero que nos veamos un rato por la tarde o por la noche, me da

igual, el caso es estar con él. Casi me caigo al salir corriendo de la ducha al
escuchar el sonido del móvil. Es él, ¿quién si no? Bueno, a veces también

me llama Dolores, pero no es lo habitual.

—¡Hola, preciosa! —saluda desde el otro lado de la línea.

—Hola, Fabián, ¡qué ganas tenía de saber de ti!

—Pues verás cuando oigas lo que tengo en mente —dice provocativo


y me hace reír.

—Te escucho. —Me siento en la cama y acaricio a Botas, que ha


venido en cuanto me ha visto salir del cuarto de baño.

—He pensado que podíamos hacer una escapada este fin de semana.

Te recogería mañana por la tarde y te dejaría en casa el domingo por la

noche. ¿Qué te parece? —propone dejándome muda.

—Pues ¡qué te voy a decir! ¡Claro que quiero! —contesto loca de

alegría—. ¿A dónde iremos?

—Eso es una sorpresa, ya lo verás —dice misterioso.


—¿Y hoy no te voy a ver aunque sea un ratito? —pregunto mimosa.

—Hoy es imposible, Loles, tengo muchísimo trabajo y seguramente


salga muy tarde de la oficina. —Se queda callado unos segundos—. Te

prometo que este fin de semana te compensaré.

Y dicho esto cuelga el teléfono dejándome una vez más la sonrisa

tonta en mi cara. Me pongo a saltar de alegría mientras Botas me mira y se


baja de la cama, ignorando mi euforia, seguramente si pudiera hablar me

diría: «¿y por eso te pones así?».

Justo cuando termino de vestirme llaman a la puerta, me acerco y veo

a través de la mirilla a un hombre vestido con un uniforme gris, pregunto

quién es y se identifica como el técnico del termo. ¡Es verdad! Ya ni me


acordaba que hoy tenía que venir.

—Buenas tardes, vengo a la revisión —dice de forma rutinaria, se ve

que es su frase habitual al llegar a una casa.

—Sí, claro, le digo donde está. —Cierro la puerta tras él.

—¿Puedo dejar aquí la chaqueta? —pregunta quitándosela.

—Sí, ahí mismo.

Señalo el sofá con la mano y la deja apoyada en el respaldo, después

coge su caja de herramientas y me sigue por la cocina. Primero mira, a


continuación saca una llave inglesa y un destornillador, y está un buen rato

entretenido apretando y quitando tornillos. Como me estoy sintiendo un

poco incómoda, a la par que aburrida, mirándole mientras hace su trabajo,


me voy al salón donde veo a Botas haciendo pis sobre la chaqueta gris que

había dejado en el sofá y que ahora está tirada en el suelo.

—¿Pero se puede saber qué estás haciendo? —le regaño apartándole y

me mira como si fuera lo más normal del mundo mearle la ropa a la gente.

¡Ay, Dios mío! ¿Pero no la había dejado apoyada sobre el sofá? Se

habrá caído… ¿Y ahora qué hago? La levanto del suelo con cuidado y veo

una mancha redonda más oscura que el resto de la prenda. ¿Y qué le digo

yo a este hombre? Vuelvo a mirar a Botas con mala cara, mientras él se

lame sus patitas tumbado en el sofá como si no hubiera roto un plato. El

técnico sale de la cocina anunciando que ya ha terminado y se extraña de

verme con la chaqueta en la mano, parece como si le estuviera echando ya.

Me da un papel para que lo firme y guarda todas sus herramientas. No soy

capaz de decirle lo que ha pasado, por eso le doy la prenda tratando de

ocultar la mancha húmeda y, cuando se la pone y se da la vuelta para

marcharse, veo que tiene justo el rodal en el centro de la espalda; él no se va

a dar cuenta, a no ser que le dé el olor, pero todo el que vaya detrás de él, sí.

Nos despedimos y voy directamente al sofá, donde el culpable de la


situación tan embarazosa que acabo de vivir sigue pegándose lametones

ajeno a lo que acaba de hacer.

Cuando se me pasa un poco el enfado, vuelvo a mi habitación para

ver qué ropa meto en la bolsa que me voy a llevar y el minino me

acompaña, estoy a punto de echarle de la habitación para que entienda que


lo que ha hecho está mal, pero termino riéndome ahora que se ha pasado el

bochorno. Como no sé a dónde vamos a ir ni lo que vamos a hacer pues se

me hace difícil decidir, pero al final me atrevo y meto la falda que me

compré aquel día junto con la blusa fucsia. Botas me mira y emite un

pequeño maullido.

—Sí, sé que voy a ponerme lo mismo que el fin de semana pasado,

pero es que no tengo nada nuevo o al menos que sea bonito —digo

mirándole—. No me pongas esa cara que sé que tengo que ir de compras,

pero ya lo dejaré para la próxima semana.

Me encanta hablar con él, a veces me mira y tuerce ligeramente la

cabeza como si entendiera a la perfección lo que estoy contándole. Me

tumbo en la cama a su lado y comienzo a acariciarle el cuello consiguiendo

que cierre los ojos y ronronee de gusto.

En cuanto llega Dolores salgo corriendo a su encuentro para contarle


el plan que tengo para el fin de semana. Se pone muy contenta, me anima a
pasármelo bien y termina diciéndome que tenga mucho cuidado. También le

cuento la trastada que su querido gato ha hecho por la tarde y, aunque al

principio se enfada mucho con él, después terminamos partiéndonos de risa

las dos.
29

El sábado por la mañana transcurre como un sábado cualquiera en el

restaurante, mucha gente tomando el aperitivo y mi jefa y yo mano a mano

en la barra, aunque a veces salgo a atender a la gente que prefieren


tomárselo sentada en la mesa.

Llego a casa pasadas las seis de la tarde, Fabián me ha dicho en un


mensaje que pasará a buscarme a las siete, aún tengo tiempo para darme

una ducha y vestirme. Al final he sacado de la maleta la falda y la blusa

para ponérmelo ahora, en su lugar he guardado lo que tenía fuera para

ponerme hoy. He cambiado de opinión porque he creído que es mejor


ponerme esto para cenar que para pasar mañana el día. Estoy un poco

nerviosa y me siento insegura e indecisa con el tema de la ropa. Sobre todo

porque es difícil decidir qué ponerte cuando no sabes a qué sitio vas a ir o

lo que vas a hacer. No sé si voy a ir demasiado elegante o demasiado


ridícula. Uf, qué difícil es esto, con lo fácil que es dibujarlo sobre el

papel…

Después de vestirme y arreglarme un poco el pelo, me maquillo

haciendo más hincapié en el color de labios, que es el que hace juego con la

blusa fucsia. Me miro varias veces hasta que oigo un sonido que avisa de
que me ha llegado un mensaje:

Estoy esperándote, no tardes mucho


que me muero de ganas por verte con
el pelo suelto.

Al leerlo se me instala esa sonrisa bobalicona que aparece en mi cara

cada vez que Fabián me dice estas cosas. Le contesto rápidamente.

Ya voy, me estoy soltando el pelo.

Me empieza a entrar la risa tonta y me gano una mirada extraña por

parte de Botas, seguramente pensará que me estoy volviendo loca.

—¡Estás preciosa! —afirma a modo de saludo nada más meterme en

su coche.
—Gracias —digo sonrojándome, espero que el colorete que llevo

pueda disimularlo.

—¿Preparada para un fin de semana diferente?

—Preparadísima. —Sonrío bastante emocionada.

Se me ha hecho raro que no me haya dado un beso cuando he llegado,

pero seguro que es porque está pendiente de los demás coches ya que está

muy mal aparcado. Por el camino me va contando que vamos a la sierra de

Madrid, qué raro, otra vez vamos a las afueras. En una hora y media

llegamos a un pueblo que se llama Buitrago de Lozoya, según he visto en la

señal que está a la entrada. El GPS del coche nos indica que estamos muy

cerca de nuestro destino, y en pocos minutos aparca el coche delante de una


casa construida completamente de piedra. En cuanto nos bajamos, me coge

la cara con sus dos manos y me planta el beso que tanto he echado de

menos antes, y que aún no entiendo por qué no me lo ha dado. Bueno,

seguro que a lo largo de la tarde y durante el día de mañana me da muchos

más y lo compensa.

Me sorprende que abra la puerta de la casa con una llave que se saca

del bolsillo, pero no quiero preguntar y parecer cotilla, me ha invitado a

venir y ya con eso me debo sentir satisfecha. Entramos y el interior me

parece aún más acogedor de lo que me esperaba al llegar. Las paredes


también son de piedra, excepto la de la cocina que, aunque conserva el aire

rústico, es bastante moderna y está unida al salón. Un gran sofá en forma de

herradura acoge la chimenea, y una mesa grande de madera con sus sillas a
juego componen el salón-comedor. Apenas hay cuadros, pero no hace falta,

la piedra natural por sí sola hace todo el efecto de decoración. El techo de

toda la casa está atravesado por vigas de madera consiguiendo que el

concepto de «casa acogedora» se quede corto. También hay un pequeño

aseo cercano a unas escaleras que deben llevar al piso superior.

—Ponte cómoda, voy a por algunas cosas que he dejado en el

maletero —dice después de darme un pequeño beso.

—¿No quieres que te eche una mano? —pregunto antes de que salga

por la puerta.

—Tranquila, ya me encargo yo de todo.

Regresa a los pocos minutos con una pequeña maleta y tres bolsas

grandes que deja sobre la encimera de la cocina.

—Espero que en estos días no te hayas vuelto vegana —bromea

sacando lo que hay dentro de ellas—. He traído brochetas de solomillo para

hacerlas en la barbacoa.

—Entonces, por lo que veo, no nos vamos a mover de aquí… —

comento pensando en la ropa que me he puesto y mirando que él va con


vaqueros y un jersey, muy guapo, sí, pero también bastante más cómodo

que yo para estar en un sitio así.

—¿Te parece mal? —pregunta mirándome con preocupación.

—No, para nada, solo que pensaba que cenaríamos por ahí, y me he

puesto esta ropa y ahora pues…

—Pues a mí me parece que estás preciosa. —Se acerca, me coge por

la cintura y me vuelve a besar, esta vez con más ganas, hasta que se detiene

y sonríe—. Bueno, voy a ir preparando el fuego.

—¿Y yo qué hago?

—¿Sabes encender una chimenea?

—Te recuerdo que hasta los dieciocho años he vivido en un pueblo —

apunto sonriendo—. Y era la encarga de encenderla… y de limpiarla

también.

Me ocupo de prender los leños que, poco a poco, arden con más

fuerza creando un ambiente de lo más acogedor; era eso lo único que le


faltaba a la casa para ser de película. Observo la estancia de nuevo, aunque

esta vez, como sé que no puedo ser descubierta mientras lo hago, lo miro

todo con más detalle. Fabián ha desaparecido por una puerta que hay al

fondo de la cocina y que, por lo que veo desde mi posición, debe dar a un
patio trasero o un jardín o algo así. Me acerco para confirmar mis sospechas

y, en efecto, hay un patio con una barbacoa de obra, una mesa grande de

jardín con sillas alrededor, una piscina tapada con una lona azul y unas

cuantas tumbonas apiladas unas encima de otras. Él se gira al verme.

—Si estuviéramos en verano, cenaríamos fuera, pero en esta zona en

abril todavía refresca por la noche. Estaremos mucho mejor dentro con la

chimenea encendida.

—Sí, en realidad es diferente a la temperatura de la ciudad —comento

abrazando mi cuerpo porque he sentido un poco de frío al salir.

—Entra dentro, me falta ya poco para entrar con la cena lista.

—Si te parece bien, voy poniendo la mesa —comunico dándome la

vuelta sin esperar respuesta.

En la cocina encuentro todo lo que necesito, desde cubiertos y

servilletas hasta un bonito mantel. La casa está muy limpia, como si la


hubieran puesto a punto unas horas antes. Cuando Fabián entra con una

bandeja llena de comida, ya tengo la mesa puesta. Abre el frigorífico y coge

un táper con ensalada de pimientos asados que deja sobre la encimera.

—Espero que a ti te gusten los pimientos asados también, a mí me

encantan. —Coge una botella de vino tinto y la abre con maestría.


—Sí me gustan, sí —asiento con la cabeza sin dejar de mirarle—. Veo

que has venido muy preparado…

—Aquí o vienes preparado o te tienes que bajar al restaurante a comer

y a cenar, y la verdad que no era eso lo que había pensado. ¡Hasta he traído
el postre!

Nos reímos por la forma que ha tenido de decirlo y comenzamos a

comer y a beber con ganas. Está todo buenísimo, no parecía que mi Iker
Casillas personal fuera tan previsor y apañado en la cocina. Me cuenta que

esa casa perteneció a sus bisabuelos paternos, pero que cuando la heredó su
padre la restauraron dejándola más bonita aún, construyendo incluso la

piscina, aunque respetando la esencia rural de la casa, como los techos y las
paredes.

—¿Te gusta la cena? —pregunta después de hacer un brindis por


nosotros.

—No es solo que me guste, es que estoy bastante impresionada

contigo.

—¿Y eso? —inquiere riéndose.

—Has organizado todo a la perfección, eres muy buen anfitrión. —

Las dos copas de vino que llevo, me hacen relajarme aún más y, también,
decir estas cosas.
—Gracias. Si te digo la verdad, quería impresionarte —reconoce con
sinceridad, y se lo noto en los ojos.

—Pues lo has conseguido. —Me acerco y le doy un beso que, aunque


empieza tierno, al final termina haciéndome sentir un cosquilleo por todo el
cuerpo.

Después, seguimos cenando y me cuenta la historia de amor de sus


bisabuelos. Parece sacada de una novela romántica, hasta el final de sus
días es bonito, ya que murieron con pocos días de diferencia. Según Fabián,

su bisabuelo no podía vivir sin su mujer y que cuando ella murió de forma
natural mientras dormía en su casa, él falleció a los tres días, también de la

misma manera. Son de esas historias en las que parece que la magia es la
responsable del desenlace.

De postre ha traído tarta de queso, está deliciosa, la ha comprado en


una de las pastelerías con más nombre de todo Madrid —lo he leído en la

caja—, de hecho la he oído nombrar en varias ocasiones y tiene bastante


fama. Eso sí, compres lo que compres, prepara el monedero. Pero, por lo

que veo, Fabián no tiene ningún problema económico, y eso que cuando
habla no alardea de lo que posee, pero se nota que nunca le ha faltado de

nada e incluso que ha gozado de una estabilidad familiar donde el cariño y


la preocupación por él han estado totalmente presentes.
Igual que yo… Vamos, lo mismo.
30

Recogemos la mesa entre los dos, aunque imagino que se ha criado con

gente de servicio en su casa, pero se defiende bastante bien a la hora de

guardar todo. No da para nada la sensación de ser el típico niño pijo que no
sabe hacerse nada porque todo se lo han dado hecho. Es guapísimo. Me

pregunto cómo sería si tuviera los ojos azules, ¡bah!, no le hace falta, el
color de sus ojos es precioso, son de un color miel claro que hacen que su

mirada sea más dulce o, al menos, yo lo veo así. Desde el sofá observo

cómo se agacha para echar un par de troncos más a la chimenea y no puedo

evitar mirarle bien por detrás. Tiene una espalda y un culo perfectos, seguro
que hace mucho deporte.

—¿En qué piensas? —pregunta girándose y pillándome con la mirada

clavada en su trasero—. Llevas mucho rato callada.


—Pues… en lo bien que estoy aquí, lo rica que estaba la cena, lo a

gusto que se está con la chimenea encendida, en tu compañía…

Se acerca con una sonrisa pícara y me da un beso. Después otro y

otro, hasta que no paro de sentir esas pequeñas descargas eléctricas por todo

el cuerpo, en especial en una zona concreta situada entre mis piernas.


Continuamos besándonos y con una mano comienza a acariciarme una

pierna, haciendo que mi corazón empiece a latir desbocado. ¡Si me pongo

así por esto, cómo será cuando me toque una teta! Este pensamiento que me

viene solo a la cabeza consigue ponerme tensa, no puedo evitar que me

vengan recuerdos desagradables de hace muchos años que tratan de


cortarme ahora el rollo. De golpe, le sujeto la mano y la aparto de mi

cuerpo, no me siento cómoda con lo que está pasando. Me incorporo en el


sofá tratando de coger aire y echar fuera esos pensamientos.

—¿Estás bien? —pregunta preocupado. Imagino que se ha extrañado

por mi reacción.

—Sí, sí, es solo que…

—¡Vaya! Otra vez que me tienes que besar porque no terminas la


frase —comenta con esa mirada inocente que me tanto me gusta.

Me acerco hasta su boca y comienzo a besarle, intentando dejarme

llevar por lo que estoy sintiendo. Esta vez solo se limita a besarme, ¡y
menuda forma de hacerlo!, logra que me olvide de todo por unos minutos

hasta que su voz medio ronca me obliga a salir del trance en el que me

encuentro.

—Ven —ordena cogiéndome de la mano y levantándome del sofá—,

estaremos más cómodos arriba.

Obedezco sin abrir la boca, sé lo que va a pasar a continuación, con lo


cual, voy a intentar disfrutarlo lo máximo posible, necesito sentirme amada

y poner punto final a tanto recuerdo amargo. Subimos las escaleras de

madera hasta el piso superior, ahí aún no he estado, pero lo que veo va

acorde totalmente con la planta de abajo. Hay tres habitaciones, están todas

las puertas abiertas y me las va enseñando según vamos avanzando. La

primera tiene una cama de matrimonio y tanto el cabecero como el armario

y demás muebles son de madera, a simple vista parece bastante antigua; me

explica que era la habitación de sus abuelos, y que vivieron muchos años

con sus bisabuelos porque antes no era tan fácil eso de casarse y tener una

casa propia. La siguiente habitación tiene dos camas pequeñas individuales


con los cabeceros muy similares al que he visto antes. Las colchas que

llevan son las únicas que rompen la temporalidad del cuarto, son bastante

modernas y de colores muy vivos. La siguiente puerta es un cuarto de baño,

reformado pero con características típicas de hace muchos años, como la

grifería o el lavabo. Digamos que del distribuidor donde parten todas las
habitaciones lo único moderno es un par de radiadores que, aunque no están

excesivamente calientes, dan buena temperatura a todo el espacio. La

habitación donde supuestamente vamos a pasar la noche, o al menos eso es


lo que me parece, la ha dejado para el final. Es bastante más grande que las

demás, el cabecero es de forja negro de hace por lo menos unos cien años o

más, tiene un cuarto de baño dentro también y ¡hasta tiene chimenea!

—No la mires mucho que no pienso encenderla —advierte riéndose.

—No pensaba decírtelo —contesto con fingida molestia.

—Como elemento decorativo está muy bien, pero te aseguro que

dormir toda una noche respirando el humo que sale por ella es poco

saludable. Y te lo digo por experiencia. Una noche la encendí y al día

siguiente me levanté con un dolor de cabeza espantoso y, además, todo olía

fatal, incluida la ropa que tenía guardada en el armario.

—¿Y vienes a menudo? —pregunto con curiosidad, imagino que una

casa así es para disfrutarla todo lo posible, sobre todo cuando se vive en el

centro de una ciudad que nunca descansa de ruidos y contaminación.

—Ahora estoy bastante liado con la empresa y no tengo mucho

tiempo libre, pero cuando estudiaba la carrera sí que venía más, sobre todo

con amigos a pasar el fin de semana —cuenta recordándolo.


Se acerca y, sin apartar la vista de mí ni un segundo, me coge de la

cintura con una mano y con los dedos de la otra va subiendo desde mi

muñeca hasta mi hombro, haciendo que otra pequeña descarga eléctrica me

sacuda por dentro. Comienza a acariciar mi cuello, mi mandíbula, mi

clavícula y yo, nerviosa perdida, trato de disimular mi estado cerrando

fuerte los ojos. Tengo sus labios presionando los míos y los abro para

acoplarlos a él, me besa tan despacio, con tanta ternura, que creo que me

voy a derretir. Me parece que me van a fallar las rodillas de un momento a

otro, y Fabián, que parece darse cuenta, me lleva hasta la cama sin dejar de

besarme. Me tumbo boca arriba y él se coloca de lado muy pegado a mí.


Cuando estoy empezando a relajarme, noto una mano descendiendo

lentamente hasta llegar a mis pechos y me empieza a acariciar, por encima

de mi blusa, con tanta delicadeza que me noto arder en cada poro de mi

piel. Y cerca de mi pierna derecha noto su… dureza. Eso hace que me

ponga un poco tensa pero, como no deja de besarme, me vuelvo a relajar, si

es que se puede decir que esté relajada, porque tengo ahora mismo una

mezcla de sensaciones en mi cuerpo que no sé ni qué nombre tienen. Quiero

estar tranquila y disfrutar del momento, pero mi cabeza no me deja por más

que lo intento.

—¿Estás bien? —pregunta, se ha tenido que dar cuenta de que algo va

mal, pero asiento con mi cabeza tratando de parecer de lo más normal.


No sé qué hacer con mis manos, no sé exactamente qué acariciarle o,

mejor dicho, cómo acariciarle, me siento demasiado insegura. Llevo mis

manos a su espalda y la recorro por encima de la ropa. De repente, noto que

baja con su mano por mi estómago y se detiene en el ombligo y, con un

dedo, empieza a dibujarme como formas: noto un círculo, unas rayas, hasta

un triángulo si me apuras. El caso es que entre todo lo que me está haciendo

consigue que suba aún más mi temperatura corporal, él parece darse cuenta

y me sonríe. Después, empieza a quitarme la blusa, lentamente, sin prisa,

dejándome solo con el sujetador y, a continuación, se quita su jersey y una

camiseta interior hasta quedarse con el torso desnudo.

Me mira los pechos, acerca su boca a uno de ellos y comienza a

darme pequeños besos para después pasar su lengua por los dos pezones

haciendo que note una especie de dolor nuevo para mí en la intersección de

mis piernas. Eso me hace dar un respingo y él me mira divertido. Sus


manos bajan por mis caderas hasta mis piernas y, cuando vuelven a subir, se

cuelan por debajo de mi falda tocándome justo donde siento ese dolor tan

placentero. Me cuesta dejarme llevar, pero creo que lo estoy consiguiendo.

Me acaricia por encima de las bragas y, sin esperarlo, sale de mi boca un

pequeño gemido del cual no soy dueña. Fabián sonríe de nuevo, parece

interpretar eso de manera positiva e intenta quitarme la ropa interior, pero

me doy cuenta de que aún no estoy preparada. Los recuerdos vienen a mi


cabeza convirtiendo todo el calor que estaba sintiendo en puro hielo. Le

agarro fuerte la mano con intención de detenerle, y me incorporo para

quedarme sentada durante unos segundos en los que me mira sin entender

qué está pasando.

—Lo siento, Fabián, no puedo —afirmo levantándome de la cama y

voy corriendo hasta el cuarto de baño.

Me encierro y comienzo a llorar. Tengo una mezcla de miedo, pena,


rabia y no sé cuántas cosas más. No me puedo creer que esto me esté

pasando a mí, yo que creía que lo tenía superado… Pero no, no es tan fácil
como pensaba que sería. Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente

borre todo el rastro de sus huellas en mi cuerpo. Los recuerdos me


atormentan y me siento sucia, culpable… Hacía tanto tiempo que no me

sentía así que me maldigo a mí misma por haber llegado a este punto. Unos
golpes suaves en la puerta me hacen ponerme alerta.

—Loles, ¿te encuentras bien? ¿Puedo pasar? —pregunta Fabián con

tono preocupado.

—Necesito estar sola, por favor —contesto aguantándome las ganas

de llorar otra vez.

—Está bien, como quieras. Esperaré aquí a que salgas, tómate todo el
tiempo que necesites.
Su tono de voz tan comprensivo me hace sentir estúpida también,
seguro que está preocupado de verdad y yo aquí metida, montando un

numerito como de niña malcriada. Sé que me ha oído llorar, y también soy


consciente de que me ha dejado hacerlo sin interrumpirme o agobiarme,

cosa que agradezco. Él no ha sido brusco en ningún momento, todo lo


contrario, la delicadeza que ha puesto en cada caricia me ha sorprendido

gratamente, pero no puedo dar ese paso. Decido cerrar el grifo, envolverme
en una toalla y salir a dar la cara. No creo que se merezca el espectáculo
que acaba de presenciar.
31

Estoy sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero, y me

siento tremendamente confuso. Cuando sale del cuarto de baño, se acerca y,

sin quitarse la toalla, se sienta a mi lado, en silencio, durante un par de


minutos en los que parece que trata de buscar las palabras adecuadas para

justificar su reacción.

—Seguramente te estarás preguntando si estoy loca o, lo que es peor,

si tú has hecho algo malo, pero a las dos cosas te diré que no. Lo que voy a

contarte solo lo saben mi psicóloga, mi jefa y mi familia, claro, espero no

estar haciendo mal por contártelo a ti… —Coge aire y lo suelta despacio—.
Tampoco quiero que me juzgues.

—Tranquila, estoy aquí contigo, cuéntame qué pasa, porque la verdad

es que no pienso que estés loca, sino qué es lo que he hecho mal para que
hayas salido así de deprisa hacia el cuarto de baño y no hayas dejado de

llorar durante un buen rato.

—Tú no tienes la culpa, créeme. —Se queda callada unos segundos y

mi incertidumbre crece por momentos—. Es algo que me avergüenza

mucho y me cuesta decirlo en voz alta, pero te debo una explicación.

—No quiero que te sientas obligada a contármelo, solo hazlo si de

verdad te apetece, no me gustaría que te sintieras incómoda después —

aseguro comprensivo y le acaricio con ternura la mejilla.

—Nací, crecí y viví en un pueblo y me fui de casa en cuanto cumplí

los dieciocho, bueno, esto último ya lo sabes. Mi padre conducía autobuses


interurbanos y abusaba sexualmente de mí desde que yo tenía unos ocho

años —suelta deprisa, casi sin respirar.

—Loles, yo… —Me indica con la mano que la deje continuar.

—Mi madre limpiaba unas oficinas no muy lejos de casa, mientras

trataba de ignorar que su amado y respetado marido me hiciera esas cosas

tan asquerosas que jamás debería hacerle un padre a su hijo; digamos que,

más que ignorarlas, en realidad se tapaba los ojos, como si aquello que mi

padre me hacía fuera lo más normal. Crecí pensando que todo eso me lo

merecía por alguna razón que desconocía, que yo tenía la culpa de todo, que
había nacido para sentirme sucia y que eso era lo que había. Además, no

tenía a nadie de mi parte y tampoco lo podía contar.

—¿Tienes hermanos? —pregunto sin poder despegar mis ojos de ella.

—Sí, tres —responde encogiéndose de hombros—. Los más mayores,

Ernesto y Juan Carlos, pretendían que yo fuera su sirvienta en cuanto

cumplí los nueve, se aprovechaban de los años que me sacaban para


tenerme de limpiadora, recadera y todo lo que les diera la gana. Les seguía

mi hermana Luisa, la chica perfecta, estudiosa, buena hija, buena

hermana… A ella no le afectaba nada de lo que me pasaba, ni a ella ni a mis

hermanos, por supuesto. Era tan perfecta que me daba hasta grima, y gran

culpa de eso la tenía mi familia que siempre nos estaban comparando en

cada cosa que yo hacía, en plan: «Luisa lo sabe mejor que tú», «Dolores,

eso que lo haga tu hermana que lo hace mejor», «ya quisieras tú parecerte a

ella»...

—Las comparaciones son odiosas —afirmo descontento por todo lo

que estoy escuchando.

—Eso era lo habitual allí desde que era pequeña, hasta que algo hizo

clic en mi cabeza y decidí marcharme de mi casa. Bueno, eso y que acababa

de cumplir los dieciocho y ya me veía capaz de valerme por mí misma y si

no era así, al menos debía intentarlo. También entendí que con la mayoría
de edad no podrían buscarme ni hacerme volver a casa en contra de mi

voluntad.

—Tuvo que ser un infierno… —digo afectado por lo que me cuenta.

—Ya ni me acuerdo de todas las piedras que iban haciendo mi muro

inaccesible. No aguantaba más, mi autoestima iba cayendo en picado día

tras día, y cada vez me sentía más pequeña ante los demás; porque no solo

me afectaba a la relación con mi familia, el contacto que tenía con mis

amigos o compañeros de clase era cada vez menor, ni siquiera quedaba para

salir por ahí porque pensaba que yo no era suficiente para estar ni con ellos

ni con nadie. —Se queda callada unos segundos y suspira—. El mismo día

de mi cumpleaños cogí el primer tren que salía de la estación del pueblo y

llegué a Madrid con lo poco que tenía ahorrado, pero con la mochila llena

de esperanzas para no volver a sentirme sucia. «Empezar de cero», lo llamé

yo.

No me he movido ni un milímetro mientras la escuchaba, estoy


impresionado y no sé qué debo decir en estos momentos. Solo se me ocurre

acercarme y abrazarla tan fuerte que creo que voy a cortarle la respiración.

Tras unos segundos, se separa de mí para continuar hablando.

—Cuando me acariciabas… no he podido evitar acordarme de todo lo

que pasé… De veras que lo siento, Fabián, no sabes cuánto —dice con
lágrimas en los ojos.

—En todo caso, el que tiene que pedirte disculpas soy yo, tal vez he

ido demasiado deprisa. Si lo hubiera sabido… —Bajo mi cabeza

arrepentido, ¿cómo no me he dado cuenta de que Loles era diferente hasta

en esto? —. No sabes cómo lo lamento…

—No, Fabián. —Me levanta la barbilla con su mano y veo su cara de

pesar—. Tú no tienes la culpa de nada, bastante culpable me he creído

durante muchos años como para que tú ahora te sientas responsable de esto.

Estaba siendo todo tan perfecto… Lamento haberte defraudado.

—No quiero volver a escuchar semejante tontería, ¿cómo me vas a

defraudar si eres lo más puro que he tenido en mi vida?

Mis palabras provocan que salten las lágrimas que ha estado

reteniendo mientras me hablaba de su pasado, y vuelvo a estrecharla entre

mis brazos tratando de demostrarle que lo que menos me importa es el sexo,

que su bienestar es mucho más importante ahora mismo que cualquier otra

cosa.

Cuando está más calmada, se levanta de la cama, saca algo de su

maleta y entra en el cuarto de baño. Cuando regresa, trae una camiseta

puesta y se desliza entre las sábanas hasta tumbarse; en ese momento

aprovecho para quitarme los pantalones que aún llevo puestos quedándome
solo con los calzoncillos y me meto también en la cama y la abrazo por

detrás.

—Eres como una flor cuya corola está cerrada y yo, con mi amor, te

voy a ir abriendo esos pétalos poco a poco, hasta conseguir que vuelvas a

florecer como te mereces —susurro junto a su oído y le doy un beso en el

cuello provocándole un suspiro.


32

Me levanto antes que ella procurando no hacer nada de ruido y así dejarla

descansar, y me bajo a la cocina a prepararle el desayuno. Cuando tengo

listo el café y el pan tostado lo coloco en una bandeja que subo hasta la
habitación. Aprovecho que sigue dormida para entrar un momento en el

cuarto de baño y, cuando salgo, me tiro de un salto en la cama para atraparla


con mis brazos y darle un buen beso de buenos días.

—Fabián… —dice mientras desayunamos sentados en el borde de la

cama.

—¿Sí? —pregunto tras dar un mordisco a mi tostada.

—Sé que he estropeado esto que está empezando entre tú y yo —

afirma convencida y no me gusta el tono de su voz—. Y he pensado que es

mejor que no nos volvamos a ver, al menos de esta manera.


—No quiero oírte decir eso nunca más, ¿me oyes? —La cojo

suavemente la cara con la mano que tengo libre y le doy un beso en los

labios—. Tú no has estropeado nada, solo déjame seguir a tu lado y entre

los dos buscaremos la fórmula para que tú vuelvas a sentirte bien.

—Pero me sentía bien o, al menos, eso era lo que creía, pensé que ya
estaba superado, aunque parece que no es así. —Baja la cabeza y se deja

caer en la cama de espaldas—. Tengo miedo de que esto fastidie lo que

pueda ocurrir entre nosotros y, por supuesto, no quiero que cargues tú

también con mis sombras.

—Loles, no te voy a forzar a hacer nada que no quieras, por ese lado

puedes estar tranquila. Me gusta tu sinceridad, tu naturalidad y tu inocencia,

y eso espero que nunca cambie en ti. —Dejo la bandeja en el suelo y me

tumbo a su lado enredando sus dedos entre los míos—. Quiero estar contigo

y lo que me has contado no me va a hacer cambiar de idea, te lo aseguro.

Su sonrisa aún es más bonita con esta luz natural que entra por la

ventana. Nos besamos de nuevo y después decidimos salir a dar un paseo

por el campo y respirar un poco de aire puro. Hace una mañana estupenda.

—Te invito a comer —propone espontáneamente.

—Ni hablar, te invité a venir este fin de semana y todos los gastos

corren por mi cuenta.


—Es demasiado, Fabián. Además me gustaría comer en algún

restaurante de este pueblo, seguro que se come de maravilla —dice sin dejar

de sonreír, pero tengo que conseguir que cambie de idea, no puedo

arriesgarme a que alguien nos vea.

—Hoy es domingo, seguro que están todos los restaurantes hasta

arriba de gente, y como no hemos reservado… —Mi comentario suena un

poco a excusa, pero enseguida lo arreglo—. Tengo un plan: iré a comprar la

comida al restaurante, pero la comeremos en casa más a gusto, más íntimo y

sin nadie que nos moleste.

—Como quieras —acepta encogiéndome de hombros.

Mientras comemos una sabrosa paletilla de cordero asado —lo he


vuelto a pedir porque sé que le gustó mucho la otra vez— hablamos de

cosas que nada tienen que ver con su pasado, al menos lo intento aunque no

se me va de la cabeza desde que me lo contó. Pero un tema lleva a otro y al

final, como esperaba, termina por salir.

—¿Por qué aguantaste tanto, Loles? —pregunto dejando los cubiertos

apoyados en el plato con intención de escucharla atentamente.

—¿Dónde iba a ir siendo menor? Tenía miedo de verme sola y en la

calle, debía esperar a ser mayor de edad para no tener la obligación de


volver a casa. Sí, sé que puede parecer absurdo o incluso cobarde, pero no

te imaginas las luchas que tenía en mi interior por seguir bajo el mismo

techo que los que consentían mi sufrimiento. —Baja la cabeza, sus ojos
vuelven a llenarse de lágrimas y no es así como quiero verla.

—Perdona por haber sacado el tema de nuevo… —digo arrepentido y

me levanto hasta llegar a su lado y cogerla de las manos.

—Tranquilo, es solo que desde que me fui he tratado de olvidarlo, he

intentado levantar un muro para separarme de todo aquello y, créeme, no ha

sido nada fácil.

—Es que no sé por qué no denunciaste a tu padre, no lo entiendo…

—comento con un tono que roza la desesperación.

—Fabián, no es lo mismo vivir en una ciudad grande donde la

mayoría de la gente pasa desapercibida, a vivir en un pueblo donde todos se

conocen y cualquier cosita vale para correr rumores y estar en boca de

todos. Me avergonzaba tanto eso, que me angustiaba muchísimo pensar que

lo podrían saber todos los vecinos; por eso callé y esperé a tener la edad

suficiente para marcharme. Bastante tenía ya sintiéndome culpable como

para que los demás también me lo hicieran creer. —Hace una pausa

observando mi reacción.
—Imagino que en aquellos momentos lo veías así —digo

comprendiendo cómo se podía sentir—. Estabas sola frente a todo lo que te

pasaba y eso era lo peor, ya que no tenías a nadie con quien contar y

tampoco podías pedir ayuda.

Asiente con la cabeza y se queda unos segundos en silencio. No


entiendo cómo puede haber padres así, me siento muy afortunado de la

relación que he tenido siempre con los míos y no haber pasado por nada

parecido.

—¿Quieres que te enseñe cuál es mi pasión? —pregunta en un claro

intento por cambiar de tema, se levanta y se acerca hasta donde dejó su


mochila.

—Ahora viene el terrible momento en el que me pongo celoso,

¿verdad? —bromeo fingiendo una derrota, si ella quiere que dejemos el

tema, lo dejamos.

—Bueno, eso depende de ti, si te vas a comparar con unos dibujos…

—comenta riéndose, y saca un cuaderno—. ¡Mira!

—No entiendo mucho de moda femenina, pero lo que veo me gusta.

Dibujas muy bien, ¿desde cuándo haces esto?

—Desde pequeña, supongo —dice encogiéndose de hombros—. No


recuerdo el momento exacto, pero me servía para evadirme de los
momentos duros que vivía en casa. Mientras dibujaba me olvidaba de todo,

entraba en otro mundo y en él era feliz.

Sus ojos brillan cuando me cuenta lo mucho que le apasiona el mundo

del diseño y, de repente, una idea se forma en mi cabeza. Creo que puedo

hacer algo que le va a sorprender.


33

Sobre las ocho y media de la tarde me deja en el portal y subo corriendo las

escaleras porque tengo muchas ganas de contarle a Dolores todo lo que ha

pasado. Necesito su punto de vista.

—¿Y esa carita agridulce que me traes? No quiero pensar que te ha

tratado mal… —comenta en cuanto me ve entrar por la puerta.

—Fabián ha sido todo un caballero, se ha portado estupendamente.

Ha sido un gran anfitrión y un gran… no sé qué palabra utilizar para

describirle.

Me siento con ella en el sofá y se sube Botas sobre mis piernas para
recibir su ración de caricias que hoy no le he dedicado. Le cuento a Dolores

cómo me he sentido en ese momento tan íntimo y lo comprensivo que ha

sido él conmigo. Ella solo me sonríe con dulzura y me dice que, poco a
poco, dejaré eso olvidado y que disfrutaré sexualmente con Fabián o con

quien sea. Y sé que tiene razón, pero ahora mismo es algo que no deja de

venirme a la cabeza y me bloquea.

Haberle contado la verdad a Fabián no me hace sentir mal, al

contrario, me he quedado más tranquila, igual que aquel día en el que me


desahogué con Dolores y conseguí liberarme.

Siento que Fabián es lo mejor que me ha podido pasar en la vida.

Imagino que después de hoy irá distanciándose de mí —aunque me haya

dicho lo contrario—, pero lo entiendo, no creo que le agrade estar conmigo


sabiendo que nunca podremos tener esa intimidad tan importante para una

pareja. Romper con mis sombras va a ser más difícil de lo que creía.

Mañana mismo llamaré a la psicóloga.

***

Buenos días, estoy deseando que llegue


la hora de comer para volver a verte.
Aunque tenga que disimular la ganas
de besarte…

Esto es lo que leo en mi móvil nada más despertarme y ya se me

coloca la sonrisa en la cara sin pedir permiso. Le respondo rápidamente.


Buenos días, no sé si hoy podré fingir que te he abierto
parte de mi corazón. Un beso.

En cuanto entra por la puerta del restaurante acompañado por los tres

señores de siempre, se me acelera el pulso, no es para menos después de


todo lo que he vivido con él este fin de semana. ¡Qué ganas de abrazarle y

saludarle como Dios manda! Pero no, debemos disimular. Fabián lo hace

muy bien, es que parece como si no me conociera de nada, es decir, como si

solo fuera la camarera que le sirve la comida de lunes a viernes. Se

comporta hasta de manera fría conmigo cuando me acerco a su mesa, ni

siquiera me ha sonreído de medio lado, como otros días. Admiro su

capacidad de discreción, porque creo que a mí algo se me tiene que notar.

No sé, tal vez son imaginaciones mías y lo hago igual de bien que él.

Cuando estoy llegando a casa después de trabajar, oigo un pitido en

mi teléfono que me indica que acabo de recibir un mensaje.

Qué duro es tenerte tan cerca y no


poder tocarte. Al final voy a terminar
por no ir a comer allí.
Subo corriendo las escaleras hasta llegar a la puerta de casa y le

devuelvo el mensaje.

No serás capaz… Es el único momento del día en el que


puedo verte.

A ver si puedo escaparme mañana por la tarde


un poco antes, y quedamos aunque sea un rato.
Me muero por verte a solas.

Yo estoy libre todos los días a par r de las seis de la


tarde, ya lo sabes…

Me quedo esperando a recibir algo más, pero veo que ya no está en

línea, entonces, dejo el teléfono en mi cuarto y cojo a Botas en brazos que

no para de maullar porque hoy, como nada más entrar me he puesto a

mandar el mensaje, pues no le he dado las carantoñas diarias que le prodigo

cuando vuelvo del trabajo.

Cuando me voy a acostar, recuerdo que me confesó Fabián que soy lo

más puro que tiene en su vida y es lo más bonito que me han dicho nunca.

No sé si debería seguir haciéndome ilusiones respecto a lo nuestro, porque

tengo la sensación de que nunca voy a corresponderle como le gustaría y

eso hace que se me evaporen las ganas de estar con él.


34

Al final no he podido ver a solas a Loles hasta hoy jueves, aunque no pueda

estar con ella tanto tiempo como me gustaría porque también he quedado

con mi madre en que me pasaría a cenar con ellos esta noche y no me gusta
llegar tarde.

Llevo una semana muy intensa de trabajo y reconozco que me cuesta


concentrarme mucho más que antes. Mi tío no deja de echarme miraditas

cómplices en la oficina y eso me pone nervioso también. Entonces, cuando

voy a comer, me muestro mucho más frío con ella, aunque me duela en el

alma hacerme el indiferente. Esta situación me está agobiando tanto que he


pensado en tantear el terreno esta noche durante la cena y contárselo.

La recojo donde siempre, se ha puesto un vaquero y un jersey que le

sienta de miedo. Mientras la miro acercarse al coche no puedo evitar


sonreír.

—Estás guapísima —le digo nada más montarse en el coche.

—No mientas, mira cómo voy. —Se señala los pantalones con un

gesto de su cabeza.

—Lo que daría yo ahora mismo por quitarme este traje e ir como vas
tú.

Automáticamente suelta una carcajada y la acompaño con las risas. Sé

que espera un beso, pero prefiero arrancar el coche y salir de aquí ya.

Quiero ser yo quien se lo cuente a mis padres y que no se enteren de mi

relación con Loles por terceros.

—Podíamos habernos quedado por la zona donde vivo a tomar un

café, en vez de haber venido hasta aquí —comenta en cuanto entramos en


una cafetería.

—No pasa nada, tenemos tiempo de sobra.

Nos sentamos en una mesa alejada de los grandes ventanales, así

tendremos más intimidad.

—¿Por qué siempre que quedamos vamos tan lejos? —pregunta como
si no le diera importancia, aunque sé que está empezando a sospechar.
—Porque diariamente estoy por el centro y cuanto tengo tiempo libre

prefiero estar apartado de lo que habitualmente es rutina para mí.

Y dicho esto la beso dando por zanjado el tema y, supuestamente, sus

dudas al respecto.

—A ver, que no es que me esté quejando de que me lleves tan lejos,

¿eh? De hecho tu coche es tan cómodo que podría dormirme en él —aclara


espontánea, y reconozco que me vuelve loco eso de ella—, pero son tantas

las ganas de estar contigo que pienso que todo el tiempo que pasa hasta que

llegamos a algún sitio es como si lo perdiéramos de estar juntos.

La beso después de escucharla y el camarero nos interrumpe para

dejarnos sobre la mesa los cafés y un par de pastelitos.

—Pensaba que no comías nada dulce… —dice mirando lo que me

acabo de meter en la boca—. En el restaurante nunca pides postre, solo

café.

—No suelo tomarlo, aunque de vez en cuando me doy un capricho.

Aunque sí que hay algo muy dulce que no me importaría comer todos los

días —afirmo mirándola con cara de pícaro mientras mastica.

—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber qué es? —pregunta haciéndose la

ingenua, siguiéndome un poco el juego.


—Tú. —Cojo su cara entre mis manos y la beso de nuevo—. ¿Se

puede saber por qué me miras así? —Tengo curiosidad porque me cuente el

motivo de la expresión que tiene ahora mismo en su cara.

—Es que no puedo entender por qué te has fijado en mí…

—Loles, ya te lo expliqué la otra noche, me gusta tu naturalidad y tu

inocencia, me gusta cómo eres, aparte de lo que es obvio y salta a la vista

—declaro haciendo un gesto con las manos señalando su anatomía.

—Creo que no te sigo…

—¡Vamos al aseo! —exclamo levantándome, cogiéndole de la mano y

tirando de ella sin darle opción a réplica.

—Estás loco —susurra cuando entramos en el servicio de mujeres de

la cafetería.

—¡Mírate! —le ordeno situándome detrás de ella y poniéndola de

cara al espejo—. ¿No te parece que eres preciosa?

Se mira durante unos segundos y observa en el espejo durante unos

segundos su pelo oscuro, sus ojos azules y esos dos hoyuelos que se le

marcan cuando sonríe.

—No es para tanto —dice girándose hasta quedar frente a mí.


—Ojalá pudieras verte con los ojos que yo te miro. Eres muy guapa.

Deberías observarte más a menudo y disfrutar con las vistas. —Esto último

lo digo arqueando un poco las cejas, haciéndola reír.

Nos damos un beso y salimos del aseo cogidos de la mano,

cruzándonos con una señora que va a entrar y que nos pone cara de pocos
amigos, imagino que habrá pensado que hemos hecho el amor allí mismo y

por eso salimos tan sonrientes. Pago lo que hemos tomado, ganándome una

regañina porque ella quería hacerlo y me he adelantado, y salimos cogidos

de la mano hasta llegar al coche, donde seguimos besándonos en cuanto nos

metemos dentro.

Sin apenas darme cuenta, acaricio uno de sus pechos por encima del

jersey y oigo como suelta un gemido tan bajo e intenso a la vez que me

hace volver a la realidad. Aparto mi mano y me coloco en el asiento.

—Lo siento, Loles, no quiero que te sientas incómoda —sentencio

peinándome con los dedos y agarro con fuerza el volante—. Además, ya

debería estar de vuelta en la oficina.


35

—Dolores, ¿tú crees que seré capaz de hacer el amor algún día con

Fabián? —le pregunto por la mañana de camino al restaurante.

—Pues claro que sí, es solo cuestión de tiempo, ya lo verás.

Sus palabras no es que me consuelen, la verdad, pero tanto ella como

mi psicóloga están convencidas de que así va a ser, entonces, ¿por qué me


cuesta tanto entregarme? Hasta que no consiga olvidarme de todo lo que me

hacía mi padre no voy a ser capaz; por mucho que ellas digan que sí, yo no

lo veo tan fácil. La sombra de aquello aparece justo en el momento menos

oportuno, paralizándome y cortándome el rollo.

Debe ser algo que surja de forma natural, sin presión ni por su parte ni

por la mía. Por su parte sé que no lo voy a tener, pero por la mía… ahí no

confío tanto.
El ambiente en el bar es mucho más ajetreado que los días anteriores,

se nota que es viernes y que para muchos hoy acaba su jornada laboral. A

mí aún me queda un día, a ver qué plan me propone Fabián para el fin de

semana, estoy deseando volver a verle a solas.

Jose entra a su hora pero con cara de pocos amigos, parece como si

tuviera un dolor de muelas intenso.

—Buenos días, compañero —saludo alegre y obtengo un bufido por

respuesta—. ¿Estás malo?

—Malo me pone mi mujer —dice con un suspiro—. Se ha empeñado


en ir mañana a comer a casa de su madre y no me apetece lo más mínimo.

—Pero si tú tienes buena relación con tu suegra, ¿no? Al menos es lo

que me das a entender cada vez que hablas de ella.

—Mi suegra no es el problema, ella es como mi segunda madre. El

tema es que también viene mi cuñado, el marido de la hermana de mi mujer,

y a ese no le quiero ver ni en pintura. ¿Tú sabes los típicos chistes que se

suelen hacer de los cuñados? —pregunta mientras se ata el delantal, y

asiento con la cabeza—. Pues él parece el protagonista de todos ellos: es el

más listo, el que lo sabe todo, el que mete baza en cualquier tema porque lo

entiende por completo… Vamos, lo que viene a ser un tío inaguantable y


tocapelotas, de verdad. Y ya cuando empieza a contarnos sus batallitas…

—resopla con fuerza—. Es que no le soporto.

—Invéntate algo para no ir —propongo por si le sirve de excusa.

—Esta vez no puedo, es el cumpleaños de mi suegra y no podemos

faltar. Mira que son pocas veces las que coincidimos juntos, generalmente

en los cumpleaños de mis suegros y en Navidad, pero es que no puedo con


él, me cambia hasta el humor.

—Pues mira que eso es difícil en ti, con el carácter tan bueno que

tienes.

—Ni me conocerías cuando estoy con él. —Se ríe y se pone a repasar

los cubiertos.

Empiezan a llegar los comensales y comenzamos a hacer nuestro

trabajo. Estoy deseando que entre Fabián por la puerta y verle de nuevo.

Como es viernes, viene más gente que de costumbre, incluso hemos tenido

varias mesas que no son habituales. A Dolores le encanta que venga gente

nueva, dice que eso es muy bueno para el negocio y no le quito razón,

aunque para mí es mucho más cómodo atender a la misma gente casi a

diario por aquello de no tratar a gente desconocida. Parece mentira que

llevo seis años aquí trabajando y aún me cuesta un poco comunicarme con

gente que no conozco.


—Buenos días, señorita —saluda primero el argentino de la mesa vip

y a continuación le siguen los demás.

—Buenos días —respondo y giro automáticamente la cabeza

buscando a Fabián para cruzar mis ojos con los suyos.

Me acerco hasta su mesa y quito la placa de «reservado» que pongo

siempre para que nadie la ocupe. La idea no es mía, fue de Dolores y ha

sido todo un acierto. Les recito el menú del día sin dejar de sonreír y,

cuando tengo todo anotado, me dirijo a la cocina para marchar los primeros

platos. Fabián ha pedido ensalada mixta, como muchos días, se nota que se

cuida y eso da sus frutos, si no ¿cómo iba a mantener ese cuerpo tan

atlético? Noto un ligero calor en mis mejillas, creo que me he sonrojado

solo de acordarme de su cuerpo en calzoncillos.

Estoy atendiendo otra mesa cuando de reojo veo que se levanta y se

dirige al aseo. Impulsada por una fuerza inesperada, le sigo y entro detrás

de él.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con cara de incrédulo al verme cerrar

la puerta.

—Me moría por darte un beso —respondo tan sensual que no sé de

dónde me ha salido.
—Loles, esto así no… Puede entrar mi padre o los otros socios y

pillarnos.

—¿Sabes qué te digo? Que no me importa. —Y me lanzo a su boca

con desesperación devorando sus labios como nunca lo he hecho.

Él no se queda atrás y me lo devuelve con ansia también, pero, de

repente, me vuelve la lucidez a la cabeza y me echo hacia atrás.

—Esto es solo un adelanto de cómo pienso besarte este fin de semana

—digo en plan mujer fatal, con una voz que no reconozco como mía.

Abro la puerta del aseo y, tras comprobar que no me puede ver nadie,

salgo y me encamino de nuevo hasta las mesas a seguir con mi trabajo

como si no hubiera pasado nada. No sé qué es lo que me ha pasado, es

como si estuviera poseída por una diva del sexo, por alguien que no tiene

tapujos a la hora de gozar de él y de entregarse a la pasión. ¡Qué lejos estoy

de la realidad! Me veo desde fuera y me resulto patética. Pero me he

quitado las ganas de besarle y eso que me llevo.

Al rato sale Fabián, ha tardado más de lo que esperaba, será por

disimular, no sé. Termino de llevar los postres a la mayoría de las mesas y

cuando se levantan los vip, me acerco hasta ellos para despedirme. Espero

que no me posea la diva en estos momentos y me líe a besos con todos…


—Bueno, que tengan un buen fin de semana y nos vemos el lunes —

digo tratando de mantener en equilibrio una bandeja que llevo entre mis

manos.

—Igualmente, señorita, que lo pase bien —dice el padre de Fabián.

Los demás asienten con la cabeza y el primero en dirigirse a la puerta

para marcharse es Fabián, no sé si me habrá mirado antes de salir, no me he

podido fijar porque estaba atendiendo a una mesa que me acababa de llamar

en ese momento.

Cuando llega mi hora de salida, me despido de Jose deseándole suerte

en la comida familiar de mañana, y también de mi jefa, a la que llevo un

rato notando seria.

***

Cuando llego a casa lo primero que hago es darme una ducha, como
siempre, después me tumbo un rato en el sofá con Botas encima dejándose

acariciar debajo de la mandíbula, esa zona es su preferida o, al menos, es

cuando más ronronea. Cada vez que me ve con el teléfono en la mano hace

lo que sea para llamar mi atención y le dedique unos cuantos mimos. Hace

poco casi me lo tira al suelo desde el sofá, menos mal que tuve buenos
reflejos y lo cogí al vuelo que si no… A ver cómo le hubiera dicho a Fabián

que se me ha roto el móvil que me regaló.

—Ya estoy en casa —oigo decir a Dolores cuando entra por la puerta.

—Hola, he bajado a comprar comida para él. —Señalo al gato que se

está enroscando entre las piernas de mi jefa—. He visto que quedaba poca y

no me gusta tener la justa por si el lunes no puedo ir a comprar.

—¿Tienes planes para este fin de semana? —pregunta dejando las


bolsas que ha traído del restaurante en la encimera de la cocina.

—Aún no, pero seguro que los tendré —comento con la seguridad de
que si no es hoy, será mañana cuando Fabián me diga adónde vamos a ir—.
Por cierto, Dolores, algo le pasa a la lavadora, la he puesto cuando he

llegado y ha salido toda la ropa chorreando, parece que no ha centrifugado


bien.

—¡No me digas que se ha estropeado! —exclama con cara de fastidio

acercándose al electrodoméstico.

Abre la puerta y la cierra varias veces, acciona varios botones como si

estuviera tecleando en una máquina registradora y pone mala cara.

—Algún problema tiene, pero no entiendo este tipo de máquinas.

Llamaré al seguro para que vengan a mirarla, a ver si pueden solucionar el


problema.

Al cabo de un buen rato, meto en el microondas un táper con crema

de calabacín que ha traído y, mientras se calienta, voy poniendo la mesa.


Hoy Dolores parece un poco más seria, imagino que estará cansada o estará
de nuevo con lumbalgia.

—Loles, quiero comentarte algo y no sé muy bien cómo hacerlo…

—Pues con claridad, como siempre nos hemos hablado, ¿no?

—Verás… Hoy he visto cómo seguías a Fabián al aseo y entrabas con

él.

—Dolores, yo… —Levanta la mano para que la deje continuar y nos


sentamos a la mesa.

—No me gustan ese tipo de conductas en el restaurante y menos con


clientes. Si queréis besaros, cosa que me parece de lo más normal, hacedlo

fuera. Imagínate que alguien ve a la camarera en el baño de caballeros o


saliendo de él, podrían interpretar algo que de sobra sé que no es verdad,

pero no quiero dar que hablar. Mi restaurante siempre ha sido un sitio


sencillo, cercano y familiar, no me gustaría que se corriera un rumor y no
poder cortarlo.
—Tienes razón, lo siento mucho. No sé qué es lo que se me ha pasado
por la cabeza para hacer algo así —asumo sincera, sé que no lo he hecho

bien y estoy avergonzada.

—Espero que no se repita, por favor.

Tengo clarísimo que no va a volver a pasar. Dolores siempre se ha

portado muy bien conmigo y estoy muy contenta por todo lo que ella
significa en mi vida y no voy a tirarlo por la borda por unos cuantos besos,

aunque estos me sepan a gloria…


36

Ya es sábado y llevo parte del día esperando saber de Fabián. Le he llamado

un par de veces cuando he salido del restaurante y en ambas ocasiones me

ha saltado el buzón de voz. No voy a intentarlo más, quizá esté en alguna


reunión, aunque sé que normalmente los sábados no suele ir a la oficina, a

no ser que sea algo muy urgente que no pueda esperar al lunes.

Las horas pasan y sigo sin saber nada de él, con lo cual, cojo mi

desilusión junto con el cuaderno de bocetos y me pongo a dibujar lo

primero que se me viene a la mente.

Desesperada, le mando un mensaje al ver que ya son las ocho de la


tarde y aún no tengo noticias suyas.

Hola, llevo toda la tarde intentando localizarte y no hay


manera. Imagino que estarás liado… Cuando puedas
llámame, estoy deseando verte.
Cuando Dolores vuelve del restaurante me encuentra tirada en el sofá.

Me saluda, se da una ducha y se sienta a mi lado.

—Si llego a saber que no ibas a salir, te hubiera propuesto ir al cine,

hace días que estrenaron una película de Tom Cruise que estoy deseando
ver —comenta cambiando el canal de la televisión.

—Y si llego a saber que no iba a salir, te lo hubiera propuesto yo —

digo intentando hacer una broma aunque en realidad no me sale.

—A ver, Loles, que no es el fin del mundo, que lo mismo no ha

podido, no le des tantas vueltas.

—Ya, pero por lo menos me podía haber mandado un mensaje, ¿no?

Debería imaginarse que estoy esperando a que me llame… —Me levanto

del sofá con la intención de meterme en mi cuarto.

—Lo mejor es no dar nada por hecho, quizá tú estabas convencida de

que te iba a llamar y lo mismo ha tenido un compromiso familiar o algún

problema en la oficina que le ha impedido avisarte, quién sabe. Anda ven,

siéntate aquí con Botas y conmigo que voy a hacer palomitas y nos vemos

Dirty Dancing una vez más.


—Pero, Dolores, si ya nos sabemos los diálogos de memoria —

protesto un poco.

—Mejor, así nos reiremos más.

Y, mientras ella mete las palomitas en el microondas, me acoplo de

nuevo en el sofá junto a Botas que se acerca hasta colocarse sobre mis pies.

Dolores me recuerda que el seguro mandará el lunes por la tarde a un


técnico para que eche un vistazo a la lavadora, así que espero que no se me

olvide que tengo que estar en casa.

Cuando regresa de la cocina, ponemos la película por enésima vez y

nos comemos las palomitas recién hechas. Recuerdo que la primera vez que

la vi fue al mes de venirme aquí a vivir. Me dijo que era su película favorita
y que no se cansaba de verla, doy fe de que es así, que se sabe desde el

principio hasta el final, incluidas las canciones y los bailes.


37

El grupo de WhatsApp que tengo con mis amigos de la universidad está que

echa humo y así no hay quien se concentre en la oficina. Quieren que

salgamos juntos a cenar y después nos vayamos de copas, la verdad es que


hace bastante tiempo que no quedamos.

En cuanto me subo el coche para regresar a casa, les escribo para


decirles que no puedo y se monta el lío. Empiezo a recibir reproches y hasta

me piden explicaciones, y no es que no me apetezca ir, pero también quiero

estar con Loles y no nos hemos visto en toda la semana salvo en el

restaurante. Al final, claudico y les digo que nos vemos en el sitio que ya
han reservado para cenar.

Después de una ducha, me visto y me acerco hasta el lugar donde

hemos quedado. Cenamos y tras una larga sobremesa en la que recordamos


anécdotas de cuando estudiábamos juntos, decidimos tomarnos unas copas

en el local donde solemos ir siempre. No me sorprendo en absoluto cuando

veo allí a Briana con unas amigas, de hecho, contaba con ello, aunque no

tanto con esa forma de actuar conmigo que casi roza el acoso. Me pido una

copa dejándome llevar por el buen rollo que tenemos entre todos, y evito en
todo momento quedarme a solas con mi ex; no es que piense que no voy a

poder controlarme y nos vamos a enrollar de nuevo, en mí confío

plenamente y más ahora que en mi corazón solo hay sitio para Loles, pero

no me apetece que ella malinterprete mi actitud festiva provocada por las

copas que me he bebido.

—Tu ex cada día está más buena, tío —me dice uno de ellos dándome

un codazo, mientras la mira bailar en la pista.

—Pues toda para ti —respondo aliviado de que alguien se interese por

ella y me deje respirar un poco.

—¿En serio? ¿No te vas a poner gallito porque me acerque a tu

gallinita? —pregunta con complicidad y socarronería.

—Briana es pasado.

Choco mi copa con la suya y le animo a que vaya a la pista con ella.

Después me siento con los demás en un reservado y saco, por primera vez

en toda la noche, el móvil y veo varias llamadas perdidas de Loles y un


mensaje. ¿Cómo se me ha podido olvidar avisarla de que hoy no nos

veríamos? Tampoco creo que le hubiera hecho gracia saber que, en vez de

salir con ella, he quedado con unos amigos; al menos Briana se enfadaba

muchísimo y siempre tenía que mentirle al respecto. Me maldigo por

dentro, pero vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo de mi pantalón; ni es

lugar ni es momento ni son horas para dar explicaciones.

La noche se alarga más de la cuenta y, después de desayunar todos

juntos chocolate con churros y despedirnos como Dios manda, regreso a

casa pasadas las nueve de la mañana.

Tras pegarme una ducha, pongo a cargar el móvil y me meto en la

cama, seguramente me pase el día durmiendo, estoy derrotado. Pero antes

de bajar la persiana, le mando un mensaje a Loles, imagino que estará

enfadada conmigo.
38

Me despierto a las diez de la mañana por el sonido de mi móvil, es un

mensaje. Salto como un resorte de la cama y lo cojo de la mesita de noche.

Es de Fabián.

Loles, acabo de ver tus llamadas perdidas


y tu mensaje. Ayer me quedé sin batería y,
como estuve hasta tarde en la oficina, no
tuve ocasión de cargarlo. No te llamo porque
imagino que aún estarás dormida, ya lo leerás
cuando te despiertes. Hoy no nos podemos
ver, es el cumpleaños de mi madre y, como
cada año, lo celebra en casa con toda la familia,
así que voy a estar bastante liado. Pero intentaré
recompensarte la semana que viene, te lo prometo.
Besos.

Mi estado de ánimo pasa de la tranquilidad de saber que estuvo liado

en el trabajo, a la tristeza por darme cuenta de que hoy tampoco nos

veremos. Mis sospechas de que pudo estar en alguna reunión o trabajando


en sábado han sido ciertas ¡Pues vaya aburrimiento de día me espera! Con

las ganas que tenía de salir con él por ahí, bueno, y de besarle también, para

qué me voy a engañar.

Me visto con lo primero que pillo, me despido de Botas y me voy a

pasear por las calles. Hay bastante movimiento por esta zona incluso siendo
domingo, entro en la primera boca de metro que encuentro y elijo al azar un

destino para pasar la mañana. Al final termino tumbada en el Parque del

Oeste, dejando que el sol ponga algo de color a mi cara. Echo de menos a

Fabián y me gustaría mucho compartir con él este momento. Me incorporo,

quedándome sentada en la hierba, saco mi cuaderno de dibujo y me pongo a


plasmar lo primero que se me viene a la mente. Desde que empecé a

dibujar, tomé por costumbre llevar un orden según la estación del año en la
que lo hiciera. Aunque estamos en primavera, ya se va sintiendo la buena

temperatura, y la ropa que dibujo es más bien veraniega, pero sin cabida

aún para los vestidos. Hay que ver cuánto me gustan y nunca los llevo

puestos, de hecho ni me los compro, tal vez porque no me veo con ellos.

Entre trazada y trazada observo a la gente que pasea a mi alrededor y


a los que están como yo, sobre la hierba, en grupo, disfrutando del buen día

que hoy nos acompaña. Una de las cosas que más me gusta de Madrid es la

variedad de gente que hay. En mi pueblo no era así, pero aquí te puedes
encontrar con gente de otras culturas y países diferentes, haciendo que la

ciudad sea de lo más colorida.

Aunque lo único que sigue sin gustarme es el continuo estrés que se

respira, mires donde mires. Recuerdo que eso fue algo que me llamó

bastante la atención los primeros días, pensaba que sería algo casual y

puntual, pero con el paso del tiempo, he visto que no es así, que ya sea

andando o en coche, todo el mundo va con prisa a todas partes. Al principio

me dije a mí misma que lucharía por no convertirme en uno de ellos, pero

debo reconocer que ya se me ha pegado algo de ese estado, aunque no a

esos niveles tan altos que se aprecian en algunas personas.

Sobre las dos de la tarde me meto en una cadena de comida rápida.

Miro el móvil por si acaso tengo algún mensaje de Fabián que no haya oído,

pero nada, la pantalla sigue igual. Me siento un poco rara, creo que soy la

única que está comiendo sola. Hay muchos grupos de amigos y parejas que

disfrutan de su hamburguesa y de la compañía que tienen. No sé cómo no

me he acordado, ya me pasó otra vez y dije que no volvería a comer sola


por ahí porque terminé sintiéndome incómoda. Estaba en una pizzería y a

cada lado de mi mesa tenía un par de parejas que no dejaban de hacerse

mimos y carantoñas, ojo, no es que me diera envidia, ni mucho menos;

simplemente me sentí fuera de lugar, aislada, como si yo jamás pudiera

vivir algo así. En cambio, ahora, con Fabián es distinto. Las veces que
hemos comido por ahí me he sentido muy a gusto, es totalmente diferente

comer con alguien a hacerlo sola, de eso no me cabe duda. Igual que

cuando he ido a cenar con Dolores, es maravilloso compartir con alguien


una conversación mientras disfrutas de lo que tienes en el plato; aunque,

sobre todo, creo que es el no sentirte solo lo que maneja la situación. Y de

sentirme sola entiendo un rato…

En cuanto termino de comer rehago el camino hasta volver a casa,

aunque gran parte del trayecto lo hago caminando y no en metro. Cuando

llego, me tumbo en el sofá y dejo el móvil al lado, sobre la mesita, por si

acaso suena. Botas sube de un salto y se apoya sobre mi estómago, sé que

tiene ganas de su ración de mimos, así que ¿quién soy yo para negárselos?

Me despierta el ruido de la puerta al abrirse, parece que me he

quedado dormida sin darme cuenta.

—¡Vaya! No esperaba encontrarte tan pronto en casa —dice Dolores

nada más entrar, debe de venir del cementerio.

—Al final no he salido, bueno sí que he salido, pero no con quién me

hubiera gustado —explico desganada.

—¿Y eso? ¿Dónde has estado? —pregunta curiosa sentándose a mi

lado en el sofá mientras coge a Botas en brazos.


—Fui a dibujar un rato al Parque del Oeste, se estaba fenomenal al

sol. Después comí una hamburguesa y me volví a casa.

—¿Sola?

—Sola.

—Bueno, a veces las cosas no salen como uno planea, pero no te


preocupes que ya vendrán tiempos mejores. ¿Te apetece que vayamos al

cine? Ayer te escapaste, pero hoy… —dice riéndose.

—¡Claro que sí! Me parece una idea estupenda.


39

Hoy es lunes, comienza la semana y espero con ansia la hora de comer para

ver a Fabián. Ayer no me mandó ni un solo mensaje en todo el día, pero

bueno, imagino que estuvo muy liado en la reunión familiar, por eso
tampoco quise molestarle con el teléfono.

—Estoy pensando en darle una mano de pintura a estas paredes —


comenta Dolores mientras desayunamos mirando al frente.

—La verdad es que ya le va haciendo falta —afirmo terminándome el

café.

—Sí, además estoy planteándome cerrar una semana al año o dos, no


sé, estoy barajando varias opciones. El tiempo pasa y, aunque sé que no

tengo con quién compartirlo, excepto contigo, claro, creo que será bueno

para mi salud mental.


Y, según lo dice, se levanta de la banqueta de la barra y se mete en la

cocina. ¡Qué rara está esta mañana! Pero tiene toda la razón, necesita más

tiempo para ella, para vivir y disfrutar un poco. Desde que se quedó viuda,

vive por y para el negocio, y menos mal que lleva más de un año cerrando

las tardes de los sábados y los domingos, que eso también le ayuda a
desconectar. Me acaba de decir que el tiempo pasa, ¡y tanto que pasa!, llevo

dos días enteros sin ver a Fabián y parece que fueran semanas.

En cuanto se hace su hora de entrada, aparece Jose por la puerta,

puntual como siempre y con su buen carácter habitual.

—¡Buenos días! —saluda alegremente.

—¡Buenos días, Jose! Por tu cara veo que no ha sido tan terrible el

cumpleaños de tu suegra como pensabas… —digo acordándome de todo lo


que me contó respecto a su cuñado.

—Ni me lo recuerdes, pero al menos se marcharon nada más comer

porque su mujer empezó con las migrañas.

—Bueno, mira, no hay mal que por bien no venga —aludo al refrán

sonriéndole.

Al rato comienzan a llegar los comensales y me pongo a atender las

mesas. Estoy de camino a la cocina, cuando veo que entran por la puerta a

los vip y me giro para no parecer desesperada por verle.


—Buenos días, señorita, ¿qué tal ha ido el fin de semana? —pregunta

el argentino en cuanto me acerco a su mesa. Solo han venido tres, falta

Fabián.

—Bueno, no ha estado mal —contesto fingiendo que todo va sobre

ruedas.

—Los jóvenes tenéis la suerte de la edad para poder disfrutarlos bien


—comenta el padre de Fabián.

—¿Qué tal el cumpleaños de su esposa? —le pregunto

espontáneamente sin darme cuenta de que acabo de meter la pata hasta el

fondo.

—¿El cumpleaños de mi mujer? Hasta noviembre no es, que yo sepa.

—Ríe y los demás le acompañan—. ¿Por qué me lo has preguntado?

—No sé, me pareció que el otro día me comentaba que era su

cumpleaños y que tenían una fiesta familiar —miento tratando de salir del

lío en el que me he metido yo solita.

—Quizá te confundes de cliente, con todos los que tenéis aquí es


normal equivocarse.

—Sí, claro, habrá sido eso —digo avergonzada—. ¿Saben ya que van

a comer?
Después de tomarles nota, me voy al aseo, necesito echarme agua fría

en la cara para calmar el bochorno que tengo encima. No me he dado cuenta

de que con mi pregunta podía poner a Fabián en un compromiso, pero, de


todas formas, si no era el cumpleaños de su madre, ¿por qué me dijo que sí?

El sofoco inicial da paso a un pequeño enfado que no sé muy bien cómo

gestionarlo. Mejor salgo de aquí y continúo con mi trabajo, no quiero que

Dolores se dé cuenta de mi malestar.

—Acuérdate de que va a ir el técnico para lo de la lavadora —

comenta cuando me ve coger el bolso después de terminar mi turno.

—Es verdad, ya ni me acordaba… Pero tranquila, no pienso moverme


de casa.

—¿Te apetece que lleve algo especial esta noche para cenar? —

pregunta.

—Por mí no te preocupes, no tengo ganas.

—Sí, eso me dices siempre y luego terminas cenando. Comer y rascar

es todo empezar —dice riéndose.

—Lleva lo que quieras —asiento sonriendo—, me voy ya que me está

doliendo un poco la cabeza.


Y no la miento, después de mi bochornosa conversación con el padre

de Fabián se me ha puesto un dolor de cabeza que aún se mantiene. En

cuanto llegue a casa me tomaré un Paracetamol, a ver si se me pasa pronto.

No dejo de darle vueltas al tema del cumpleaños y, sobre todo, a por qué me

ha mentido. No entiendo el motivo. Pero lo que sí tengo claro es que no

pienso llamarle para averiguarlo, si quiere, que lo haga él. Las mentiras son

algo que no soporto y, por desgracia, he tenido que cargar con ellas hasta

los dieciocho años por diferentes razones.

Me doy una ducha y decido secarme el pelo al aire, aún me duele la

cabeza y no quiero que el ruido del secador me lo aumente. Le cambio el

agua a Botas y le cojo en brazos para acariciarlo, qué animal tan mimoso,

tenía razón Dolores cuando me dijo que no le gustaba estar solo. En cuanto

me ve entrar por la puerta ya me acompaña a todas partes, aunque sé que lo

que él de verdad está deseando es que me ponga en el sofá para subirse

conmigo y que no pare de rascarle.

Según termino de vestirme, suena el telefonillo, debe ser el técnico.

Le abro, deja una bolsa de herramientas en la entrada de la cocina y le llevo

hasta donde está la lavadora explicándole exactamente qué es lo que le

pasa. Botas nos observa desde fuera sin perderse una coma de la

conversación, ni que entendiera lo que hablamos. Al igual que hizo Dolores

ayer, está un rato tocando unos cuantos botones, abre y vuelve a cerrar la
puerta y al final dice que cree que podrá arreglarlo en pocos minutos. Va a

la puerta donde dejó las herramientas y, al sacar una llave inglesa, pone una

cara rara.

—¿Qué narices es…? Juraría que… —habla más para sí mismo que

para que yo le conteste.

—¿Ocurre algo? —pregunto extrañada por sus expresiones.

—Están como mojadas, pero es imposible, llevan todo el fin de

semana en el maletero de la furgoneta, no entiendo qué ha podido pasar…

Levanta la bolsa del suelo y se la lleva a la nariz, oliéndola con


interés. ¡Ay, Dios mío! Que me parece que sé quién es el culpable de dicha

humedad.

—¡¿Se ha meado tu gato en mis herramientas?! —grita incrédulo y

enfadado a la vez.

—¿Cómo? —pregunto haciendo que me he llevado la misma

impresión que él—. ¿Cómo ha podido pasar? Con lo bueno que es…

—¡Pues mira cómo me ha puesto todo, yo así no trabajo! —exclama

tirando a la bolsa la llave inglesa que tenía en la mano, junto con las demás.

—Lo siento mucho, de verdad. No se enfade, que ahora mismo saco

una por una y se las lavo en el fregadero, ya verá cómo le quedan


limpísimas.

—¿Y con la bolsa que hago? Ese maldito olor se va a quedar ahí

impregnado para siempre.

—No, no, ahora mismo se la meto en la lavadora y verá cómo sale

muy limpia.

Según se lo digo caigo en la cuenta de que el electrodoméstico en

cuestión no funciona, que para eso ha venido este señor a arreglarla. Él


también se percata de que es imposible que se la lave y su cara de cabreo va

en aumento.

—No se preocupe, ya lo hará mi mujer en casa. Es la primera vez que


me pasa algo así. —Se agacha con cara de asco y coge la bolsa del suelo,

con la clara intención de marcharse lo antes posible de casa.

—Por favor, no se vaya sin arreglarla, necesito que vuelva a


funcionar. De verdad, no me haga esto. Deme las herramientas que va a

necesitar y las lavaré con lejía para que usted se quede tranquilo.

Tratando de convencerle estoy cuando me suena el teléfono, miro la

pantalla y es Fabián, pero no voy a cogérselo, ni es momento ni tengo


ganas. Sé que merezco una explicación y que debería hablar con él, pero no

me apetece. El técnico accede a mi propuesta y, después de lavarle


concienzudamente las herramientas que va a utilizar, comienza a arreglar la
lavadora con cara de pocos amigos. Después de dos llamadas perdidas más,
me manda un mensaje que sí voy a leer, pero me espero unos cuantos

minutos para no parecer desesperada.

Hola, preciosa, te estoy llamando y no me


coges el teléfono, imagino que te he pillado
en mal momento. Hoy no he podido ir a comer
porque tenía mucho trabajo en la oficina.
Solo quería saber si nos podemos ver,
aunque sea media hora. Me muero
por besarte.

Leo sin mucho ánimo y, con este estado, me pongo a escribir para

devolverle el mensaje.

Pues hoy va a ser imposible. Estoy bastante liada y tengo


muchas cosas que hacer.

Sé que mi respuesta es seca y fría, pero no me sale hablarle de otra


manera. Su respuesta no tarda en llegar en forma de llamada, pero no le

cojo el teléfono, no tengo ganas de escuchar su voz, aunque quizá estoy


dramatizando demasiado. Apago el móvil y vuelvo a la cocina donde veo al

buen hombre maldiciendo cosas de gatos, entiendo el enfado que tiene pero,
oye, tampoco es para tanto, nada que no se pueda solucionar con un buen
lavado. Cuando termina, me da una hoja en la que ha anotado los datos de
la reparación y necesita que la firme; así hago y me da una copia. Se
despide de mal humor, echando una mirada asesina a un Botas que no le ha

quitado los ojos de encima desde que entró por la puerta.

Me siento en el sofá y regaño a Botas, aunque soy incapaz de hablarle

mal después de mirarme como me mira. Mientras acaricio su cabecita,


recuerdo el mensaje de Fabián de hace un rato y me echo hacia atrás en el

respaldo con una mezcla de rabia y desilusión que nunca había


experimentado.

Me tumbo en la cama, busco en el móvil la sonata número 14 de

Beethoven, le doy a reproducir y comienzo a evadirme y relajarme; aunque


en seguida mi cabeza vuelve al mismo tema otra vez. Estoy deseando

dormirme para dejar de pensar en Fabián y en su mentira, que ya he tenido


bastante por hoy.

—Loles, ¿estás bien? —me pregunta mi jefa desde el otro lado de la

puerta de mi habitación.

—Sí, pasa. —Me incorporo y me acerco a ella.

—¿Qué haces acostada tan pronto? ¿Sigues con el dolor de cabeza?

—Su voz denota preocupación.


—Sí, no se me quita. Pero vamos, que la culpa la tengo yo por darle

demasiadas vueltas a algo que no merece la pena —comento levantándome


de la cama—. Tengo hambre.

—Ya lo sabía yo —dice riéndose, me da un tierno beso en la frente y

nos vamos las dos a la cocina a prepararnos algo.

Mientras cenamos le cuento todo lo que ha pasado. Lo primero que


tiene que saber es que Botas la ha vuelto a liar una vez más, le explico

cómo ha sido todo y que casi el técnico se va sin arreglarla; aunque al final
terminamos riéndonos por lo cómico de la situación. Después le comento lo

de Fabián y su consejo no tarda en llegar, como siempre ahí está ella


intentándome ayudar con sus palabras.

—Pienso que no deberías hacerte ninguna película hasta escuchar su


versión.

—Ya, pero es que no tengo ganas de escucharle —aseguro mientras


termino lo que tengo en el plato.

—Pues con esa actitud quizá te pierdas una historia maravillosa junto

a alguien que merece la pena.

—Pero Dolores, ¡me ha mentido! Y no consigo entender por qué lo


hace cuando no hay ninguna necesidad. Sabes que no soporto las mentiras.
—Lo sé, pero todos merecemos el beneficio de la duda, ¿no? Habla

con él y deja que se explique, si después crees que debes dejar de verlo,
adelante. No seré yo la que te lo impida. Pero escúchale.

—Está bien —digo después de recapacitar unos segundos—. Pero


porque me lo has dicho tú, si no…

Me mira levantando las cejas y terminamos riéndonos las dos, qué

fácil es todo con ella, siempre sabe qué decirme en cada momento. Dice que
es experiencia, pero yo creo que Dolores es especial. Al menos para mí lo

es.
40

Me levanto mejor de lo que me acosté anoche y, aunque he decidido seguir

su consejo, no me apetece hacerlo en estos momentos, así que ya veré a lo

largo del día. No sabía que fuera yo tan rencorosa… Bueno, sí que lo soy,
pero solo con mi familia, o al menos eso era lo que yo creía, porque ahora

mismo estoy igual con Fabián y eso que solo ha sido por una cosa, aunque
sí, esa cosa es algo que detesto y es la mentira.

Trato de llevar el día de trabajo con la mayor rutina posible, alejando

todo lo que puedo a Fabián de mi cabeza. Reconozco que estoy nerviosa

imaginando el momento en el que entre por la puerta y le vuelva a ver, pero


tengo que hacerme la fuerte y fingir que todo está bien. Doble actuación:

por un lado, estar como siempre con los vip para que no noten que estoy

tirante con uno de ellos; y, por otro lado, que él se dé cuenta que soy
consciente de su mentira. A ver qué tal se me da, porque para actriz nunca

me he visto.

Ahí llegan, más o menos a la misma hora de siempre, Fabián entra el

último y me busca hasta que sus ojos chocan con los míos y su boca se
curva en un amago de sonrisa bien disimulada, pero que ya conozco a la

perfección. Me acerco hasta su mesa, los saludo y les tomo nota, vamos, lo

habitual, y sin perder la sonrisa, que no se note mi malestar. Mi jefa no me

quita el ojo de encima, sé que está preocupada por mí y cuando voy a la

barra a por la bebida, me infunde ánimo en voz baja y yo, con mi sonrisa, le
hago ver que todo está bien, bajo control, o eso creo.

Veo que Fabián va al aseo y, antes de entrar, mira hacia donde estoy

como «invitándome» a ir, pero eso ni hablar, ya me dejó claro Dolores que

no podía volver a hacerlo y lo que dice ella es acatable e incuestionable.

Igual que ha entrado, sale, aunque su cara refleja extrañeza y una pequeña

desilusión, seguro que esperaba que fuera detrás de él cual perrito faldero.

Me cuesta mucho trabajar mi autoestima como para perderla así, de una


manera en la que ni siquiera soy responsable.

Cuando se van todos los comensales, incluidos ellos, recogemos todo

bien entre Jose y yo y comemos. Estoy muerta de hambre. Hoy el cocinero


ha hecho lentejas, hay que ver qué ricas le salen.

***

Fabián llama por teléfono justo cuando me estoy secando el pelo con

la toalla, después de haber salido de la ducha. Por unos segundos dudo en

responder, pero las palabras de Dolores vienen a mi mente obligándome a


hacerlo.

—¿Sí? —pregunto haciéndome la tonta.

—Soy Fabián, ¿no lo sabías? —Su tono está cargado de humor.

—Es que me estoy secando el pelo y no he mirado el móvil antes de

cogerlo —me excuso con una pequeña mentirijilla.

—¿Te pasa algo conmigo? Te noto rara.

—Preferiría hablarlo cara a cara, no me apetece hacerlo por teléfono.

—De acuerdo, ¿puedo pasar a buscarte en media hora y vamos a

algún sitio?

—No —suelto tajante, no quiero estar por ahí con él y que me lleve a

su terreno—. Sube a casa, Dolores no está y podemos hablar

tranquilamente.
—Como quieras, en un rato estoy allí.

A los quince minutos me manda un mensaje preguntándome por el

número del piso y la letra, se lo doy y mi corazón empieza a palpitar fuerte

de los nervios que me están entrando. Voy al cuarto de baño y me miro una

vez más, ya van por lo menos cuatro desde que me llamó. Me vuelvo a

colocar un poco el pelo, le digo un par de cosas cariñosas a Botas, que no

deja de mirarme, seguro que siente mi nerviosismo; he leído por ahí que

estos animales sienten mucho las energías de las personas con las que

conviven, no sé si será verdad, pero el caso es que también está inquieto.

Suena el telefonillo y las piernas empiezan a fallarme. ¿Cómo puedo

ponerme así? En realidad debería estar enfadada y molesta para que él

notara mi estado, pero soy incapaz, es saber que voy a estar con él y todo se

me olvida. Y justo es eso lo que menos me conviene.

—¡Hola! He llegado un poco antes, espero que no te importe —dice a

modo de saludo mientras entra por la puerta.

—Adelante, tenía ganas de verte —contesto a la vez que me muerdo

la lengua por haber soltado en alto lo que estaba pensado.

Se acerca despacio a mí, calculando mi expresión y me da un tierno

beso en los labios consiguiendo que me salga una sonrisa y comience a

relajarme. ¿Será posible? No, no es esta la actitud que debo tener con él, al
menos hasta que me aclare el asunto. Me echo hacia atrás, en un claro

rechazo y le digo que se siente en el sofá. Hay que ver lo guapo que es. Se

quita la chaqueta del traje, la deja apoyada en el respaldo y se agacha para

hacerle unas caricias a Botas, recibiendo un bufido por respuesta.

—Cuéntame qué te pasa, Loles —dice con cara de preocupación.

—No quiero que me mientas —afirmo tajante—. No me gustan las

mentiras.

—Vale, ya sé por dónde vas… Te refieres a lo del domingo, ¿verdad?

—Su mirada es clara y su actitud también—. Me llamaron mis amigos de la

facultad para ir a cenar el sábado y no les pude decir que no, nos reunimos

muy de vez en cuando y me lie más de la cuenta.

—¿Y no me lo podías haber dicho así? ¿Qué necesidad tenías de

mentirme? —pregunto enojada, y Botas al escuchar mi tono se baja del

sofá.

—En realidad ninguna, pero pensaba que si te decía la verdad te ibas

a enfadar conmigo…

—¿Acaso crees que me hubiera molestado por eso? Veo que aún no

me conoces. —Suelto todo el aire que había retenido en mis pulmones

mientras le escuchaba—. Lo que me duele son las mentiras. Mira, Fabián,


quizá no me tengas que dar ningún tipo de explicación porque no sé si
tengo derecho a que me la des… —Me levanto del sofá tratando de

encontrar las palabras que mejor definan esto que se me pasa por la cabeza

—. Quiero decir que no sé exactamente si hay algo entre tú y yo por lo que

merezca la pena que te justifiques.

—Sé que me gustas mucho y que me encantaría seguir viéndote. Hace

relativamente poco que nos conocemos, lo sé, pero cuando estoy a tu lado

me siento diferente, soy ese tío que me gustaría ser las veinticuatro horas

del día, junto a ti me siento relajado y me gustaría poder detener el reloj

cada vez que estoy contigo… —Hace una pausa y se levanta para cogerme

de las manos—. Siento de verdad haberte mentido.

Sus palabras calan en mi corazón. Parece que no está acostumbrado a

expresar sus sentimientos a menudo, aunque yo tampoco, siempre los

guardé dentro de mí para que no florecieran. Pero escuchar de su boca estas

cosas consigue que me ablande y quiera darle una oportunidad. Tal vez

debería ser un poco más dura, pero ¿por qué negarme una oportunidad de

ser feliz con alguien que me gusta a rabiar?

—No sé al tipo de mujeres a las que estás acostumbrado, tal vez otras

prefieren que nos les digan la verdad y así evitar una discusión, pero yo no

soy así —sentencio de manera firme—. Fabián, no más mentiras. Prefiero


que seas claro conmigo en cualquier situación y por cualquier cosa, aunque

me duela, ¿de acuerdo?

Asiente con la cabeza, me coge la cara con sus dos manos, en un

gesto ya tan suyo, y me besa. Parece que sus besos son mi cura perfecta
porque hacen que se me disipen las dudas y el enfado rápidamente. Sigo

sintiendo esa electricidad del principio que me recorre todo el cuerpo en

cuanto nuestros labios se juntan y me encanta.

—¿Vamos a mi habitación? —propongo en un momento de euforia

provocada por este beso tan pasional, a veces ni me conozco a mí misma.

—Me gustaría quedarme un rato más, pero no puedo, tengo que

volver a la oficina a terminar un par de cosas que he dejado a medias para


venir aquí —explica acariciándome la mejilla.

—No sé en qué estaría pensando para decirte eso, bueno sí… —

Intento arreglar lo del arranque que he tenido al proponerle ir a mi cuarto y


al final no sé ni cómo salir del embrollo.

—Escucha bien lo que te voy a decir: cuando te haga el amor por

primera vez voy a intentar que sea mágico y especial, para que puedas
recordarlo siempre con una sonrisa y se te borren para siempre las sombras

de tu pasado. Pero sin prisas, porque eres tú la que tiene que sentirse segura
para hacerlo y, sobre todo, desearlo.
Le abrazo fuerte. Todo mi malestar se ha esfumado. Me siento tan
afortunada de haberle conocido que tengo miedo de que esto sea solo en mi

imaginación. Es alucinante oírle decir esas cosas y que sea yo la destinataria


de sus palabras.

Después de unos cuantos besos que trato de alargar lo máximo posible

porque no tengo ganas de que se vaya todavía, se agacha para recoger su


chaqueta la cual ha debido caerse en algún momento al suelo.

Automáticamente la cambia de mano y se mira, con cara de extrañeza, la


palma de la que tenía asida la prenda.

—¡Qué raro! Está húmeda —dice señalándola.

—A ver, espera… —La desdoblo, la pongo a contraluz y a


continuación la huelo, confirmándose todas mis sospechas al respecto—.

Fabián, lo siento, ha sido Botas, no sé qué le pasa últimamente, pero…

—¿A qué te refieres? —pregunta sin entender ni una palabra de lo

que le acabo de decir.

—Verás, Botas… se ha meado sobre tu chaqueta.

—¿¡Qué!?

Sin querer empieza a entrarme la risa y termino contagiándosela a él

haciendo que se le pase el enfado que en un principio se preveía. Le pido


que me la deje, que se la lavaré, y rechaza el ofrecimiento diciendo que no
me preocupe, que él lleva los trajes directamente a la tintorería. Cuando se

va, regaño de nuevo al minino, no sé por qué le ha dado por hacer esto.
Parece que no le gusta ningún hombre que entra en esta casa…

Cuando regresa Dolores, le cuento todo lo que ha pasado, tanto mi


reconciliación con Fabián como la trastada que ha hecho de nuevo su

querido gato.

—Aunque el otro día no quise darle importancia cuando se hizo pis en


las herramientas del hombre que vino a reparar la lavadora, lo de hoy sí que

me parece que es pasarse. Mira, después de que muriera mi marido, cuando


venía algún hombre a casa, no quiero que pienses mal, me refiero a algún

técnico o al cartero, Botas solo les bufaba, pero no te imaginas cómo se


ponía. Pero esto que me estás contando se pasa de castaño oscuro.

—Hoy le he regañado más porque el otro día me entró hasta risa, pero

después de hacérselo a Fabián ya no me hace la misma gracia…

—Te recomiendo que le encierres cada vez que venga alguien, así te

evitarás momentos desagradables.

Nos miramos unos segundos y, aunque no deberíamos, terminamos


riéndonos mientras miramos a un Botas que descansa sobre el sofá

tranquilamente, mientras se lame sus patas, como si no fuera con él la cosa.


***

Me despierto contenta y feliz. Tengo ganas de abrir la ventana de mi


habitación, gritar lo bien que me siento y que mi voz llegue a todos los

rincones del mundo. Desde luego que no pienso hacerlo, pensarían que
estoy completamente ida, aunque bueno, creo que algo loca sí que estoy, y

el culpable de mi locura tiene nombre y apellidos.

Cuando anoche le conté a Dolores todo lo que había pasado con


Fabián, se puso muy contenta y me aconsejó no correr con el tema que tanto

me preocupa: el sexo. Coincide con mi psicóloga en que no debo


obsesionarme ni tratar de forzar algo que quizá, llegado el momento, no me

apetezca hacer. Y sé que tienen razón, pero después de sus besos y sus
caricias me excito por instinto y es inevitable no pensarlo.

Mi jefa, que me conoce bastante bien después de todos estos años de

convivencia, me ha dicho que me compre ropa interior nueva, la que más


me guste y con la que más cómoda me encuentre. Reconozco que no había

caído en ese detalle, se nota que ella tiene más experiencia en estos temas y
aun con la edad que tengo, me siento demasiado infantil para muchas cosas.
He entrado en una tienda que vende lencería. No sabía que había tanta

variedad de conjuntos íntimos. Tanto para la parte de arriba, como para la


de abajo, hay infinidad de posibilidades y de combinaciones. Y por no

hablar de los colores. ¿Y cómo se supone que debe ser la ropa interior para
una primera vez? Después de mirar y mirar, termino por salir de la tienda

con las manos vacías, no termino de decidirme y, total, tampoco es que


tenga prisa…
41

Acabo de llegar a la oficina después de haber estado en casa de Loles. No

se puede imaginar el alivio que siento después de que me haya perdonado.

Una vez más me reafirmo en mi opinión de que ella no es como las demás,
así que no debería tratarla como si lo fuera.

Me encuentro con Luis Alberto justo de camino a mi despacho y me


hace una mueca pícara.

—¿Todo bien, muchacho? —pregunta.

—Sí. ¿Y tú?

—Ay, bendita juventud, cuando os daréis cuenta de que vuestras


hormonas huelen desde lejos.

—¿Qué? —Jamás había escuchado una frase semejante.


—Nada, nada, cosas mías. Por cierto, ¿cambiaste de perfume? Si te

sirve mi opinión, mejor quedate con el otro, este que hoy llevás es

demasiado felino.

—Ah, ya, te refieres a… Mejor vamos a dejarlo, es una larga historia.

Me vuelvo de espaldas e intento ocultar una carcajada delante de él


hasta que me siento delante del ordenador y no puedo evitarla. ¿Cómo ha

podido mearse ese gato sobre mi chaqueta? Me acomodo frente a la pantalla

y continúo con lo que dejé a medias antes de ir a casa de Loles. Cuando

termino, recojo mis cosas con la intención de pasarme por la tintorería antes
de ir a casa, pero a las nueve de la noche dudo que esté abierta.

Justo cuando abro la puerta para salir me encuentro a mi padre

hablando con Briana y esta se vuelve hacia mí con una sonrisa


deslumbrante.

—¡Fabi! —Se acerca como si hubiera una emergencia—. He venido a

buscarte, he reservado mesa en el japonés que tanto te gusta.

—Briana, estoy cansado. Mira a qué hora salgo de la oficina.

—Lo sé, hace un rato estuve hablando con tu padre por teléfono. —Se
gira y mira a este con una sonrisa cómplice—. Por eso estoy aquí, necesitas

desconectar.
—Bueno, chicos, si me disculpáis tengo que irme. Espero que tu

madre me haya guardado cena. —Se despide guiñándome el ojo y se

marcha.

—Bueno, ¿qué? ¿nos vamos? —pregunta Briana colocándose bien el

bolso.

—Ya te he dicho que estoy cansado…

—¿Y me vas a hacer el feo de rechazar mi invitación a cenar? —

reprocha poniendo morritos, tal y como hace siempre cuando se quiere salir

con la suya.

—Está bien, pero será una cena rápida.

Por la cara que me pone sé que está más que satisfecha y yo harto de
sus jueguecitos.

En cuanto pedimos lo que vamos a tomar, aprovecho para dejarle las

cosas claras de una vez por todas. Sé que no le va a gustar, pero es que ya

no sé cómo hacérselo entender y me agota la paciencia.

—Briana, quiero que entiendas de una vez por todas que ni somos

pareja ni lo seremos más. Lo nuestro se acabó hace tiempo y me agobia

muchísimo que te comportes delante de todo el mundo como si no fuera así.

—Pero Fabi, yo…


—No quiero que me llames Fabi y lo sabes, ¿por qué sigues actuando

así?

—No estoy actuando. —Se calla en cuanto el camarero nos deja un

par de botellas de agua sobre la mesa—. Lo que pasa es que te sigo

queriendo y sé que tú a mí también.

—Te equivocas, al menos no te quiero como tú crees que lo hago o

como te gustaría. Preferiría que siguiéramos siendo amigos.

—Pero eso no es suficiente, sigo enamorada de ti. —Comienza a

llorar, exagerando un poco la situación, como siempre.

—Pues es lo único que te puedo dar —sentencio muy serio—. Si no te

parece bien, lo mejor será que dejes de llamarme y de intentar quedar


conmigo.

—Hay otra, ¿verdad?

—Eso no es asunto tuyo, Briana.

—Llévame ahora mismo a casa, se me han quitado las ganas de cenar

—ordena poniéndose en pie como si yo fuera su lacayo.

—Si no te importa, y ya que me has hecho venir hasta aquí, voy a

cenar; si quieres, puedes marcharte.


Coge su bolso, me dedica una mirada de perdonavidas y se marcha

del restaurante dejándome con una sensación desagradable en el cuerpo.

¿Acaso soy yo el malo? Creo que desde que lo dejamos, siempre he tratado

de ser educado con ella y de no engañarla con falsas ilusiones; pero ella

siempre ha preferido seguir creyendo lo que no es y actuar como si fuera

todavía mi pareja. Espero que por fin se haya dado cuenta de que lo nuestro

no va a volver a ser lo que era y deje de insistir y de ponerme en un

compromiso.

Si soy sincero conmigo mismo, creo que nunca he sentido por Briana

lo que ahora mismo siento por Loles. Con mi ex nunca he podido hablar de

cualquier tema sin que el dinero fuera el principal que salía en casi todas

nuestras conversaciones. Ella siempre ha querido regalos caros, incluso

alguna vez me ha recriminado que el detalle que hubiera tenido no costase

lo suficiente. Loles, en cambio, no presta atención a eso, al contrario. Son

tan diferentes.
42

Hoy es miércoles y veo a Dolores triste, no es que vaya llorando por los

rincones, pero está como ausente. Ya le he preguntado un par de veces, y he

obtenido un «nada» por respuesta, con lo cual, no voy a seguir insistiendo,


todos tenemos derecho a tener días malos.

Fabián ha llegado al restaurante más tarde que sus acompañantes


habituales, según me han contado se ha tenido que quedar terminando unos

asuntos personales, algo que les ha hecho gracia a los tres al decirlo.

Imagino que sigue a tope de trabajo. Cuando se ha sentado a comer traía

cara de enfadado, pero he pensado que era porque tenía hambre. A mí me


pasa, cuando tengo mucha hambre y no puedo comer, me entra como una

especie de malestar que parece enfado, así que puede que a él le ocurra lo

mismo.
Miro mi móvil justo cuando salgo del trabajo y veo que tengo un

mensaje de Fabián:

Hola, preciosa, cada vez me cuesta más


verte en el restaurante y no poderte besar.
Ni te lo imaginas… Espero que este fin de
semana no tengas ningún plan porque te
voy a secuestrar en cuanto salgas de trabajar
el sábado.

Hala, pues ya tengo la sonrisa tonta en la cara mezclada con la ilusión

y los nervios de saber que voy a pasar con él el fin de semana. Escribo «soy

toda tuya» en respuesta a su mensaje, pero lo borro antes de mandarlo.

¿Qué va a pensar con eso de que soy toda suya? No, no. Yo no soy así. Al

final, y después de darle muchas vueltas, le mando este mensaje:

A mí también se me hace di cil verte a diario y tener que


disimular. Pero bueno, fuiste tú el que lo decidió así y
enes que cargar con la culpa, ja, ja, ja (es broma).
Respecto a lo del finde te puedo decir que estoy
deseando que me secuestres. Dime dónde iremos y qué
ropa tengo que llevar, no quiero que me pase como la
otra vez.

Me quedo mirando el teléfono esperando su respuesta, pero no está en

línea, decido guardarlo y continúo mi camino hasta casa.

***
Lo primero que hago nada más ducharme es abrir mi armario ropero y

revisar una por una las prendas que tengo colgadas y dobladas en él. Intento

encontrar algo que vaya acorde con el fin de semana, pero ¡si aún no sé ni

dónde vamos a ir! Me visto y me voy a la calle a comprarme alguna blusa o

algún jersey bonito, no sé, pero algo nuevo, debo ir acorde con Fabián, que

siempre va impecable.

Recorro varias tiendas, ¿por qué cuando voy a mirar ropa sin ganas

siempre encuentro algo que me agrada, pero cuando tengo que comprarme

algo por necesidad, es imposible dar con lo que voy buscando? Tampoco es

que tuviera algo concreto en mente, pero no sé, tal vez algo que vea en una
percha y me diga «llévame contigo».

Al final me compro una camisa entallada y de media manga en color

azul eléctrico, muy de este tiempo que está empezando a hacer ya, y un

jersey fino de manga larga en color crema. No es que piense ponerme una

prenda encima de la otra, pero así tengo dos opciones nuevas según lo que
Fabián me proponga.

Satisfecha con mis dos bolsas, y con una botella de sidra que he

comprado en la tienda de la esquina, llego a casa y le doy a Botas su ración

de mimos y caricias, hoy se la daré doble, en penitencia por haberlo dejado


solo tanto tiempo. Él, agradecido, no deja de ronronear. Hay que ver el

cariño que le he cogido a este peludo, aunque me haga pasar malos

momentos de vez en cuando, como lo de hacer pis sobre las cosas de los
demás. Pero estoy tan contenta que me meto en la cocina para prepararle la

cena a Dolores, voy a hacer una tortilla de patatas, como siempre que

celebramos este día. También voy a meter la sidra en el congelador, para

que esté fresquita para después.

—Te he preparado una cena especial —le digo en cuanto aparece por

la puerta.

—¿Y eso? —pregunta con cara extrañada—. ¿Qué celebramos?

—¿No sabes qué día es mañana?

—A ver, dame una pista —responde haciéndose la tonta, aunque creo

que sabe perfectamente qué día es.

—¡Mañana hace siete años que me ofreciste venir a vivir contigo!

—¿Estás segura? —inquiere con una sonrisa.

—Y tanto que lo estoy.

—Cómo pasa el tiempo… Déjame darme una ducha y cenamos.


Deja una bolsa en la cocina, se mete en el cuarto de baño y mientras,

pongo la mesa. Cuando llega al salón ya está todo dispuesto para que

cenemos, aunque la sigo viendo como esta mañana, con la mirada ausente y

triste. Sé que dije que no la iba a preguntar más, pero es inevitable.

—Loles, te ha quedado muy rica esta tortilla —afirma después de


probar el primer bocado.

—¿De verdad te gusta? Pensaba que me había pasado con la sal —

admito, porque siempre que me meto en la cocina dejo la comida

demasiado salada.

—Bueno, podría decirse que hoy no lo está tanto —comenta

pretendiendo reírse.

—Dolores, sé que puedo parecer pesada, pero necesito saber qué es lo

que te tiene así.

—¿Así? —Trata de hacerse la despistada, pero no me la cuela.

—Sabes a lo que me refiero…

—No hay nada de qué preocuparse, todo está bien —responde tajante

y vuelve a intentar una sonrisa.

—A mí ya no me la das —sentencio riéndome otra vez, quiero quitar

solemnidad a lo que me tenga que decir porque creo que así será más fácil
para ella.

—Bueno, está bien, te lo voy a contar. Hoy hace diez años que murió

mi marido, diez malditos años en los que no dejo de pensar en él cada día.

—Los ojos se le llenan de lágrimas, pero no cae ninguna.

—¿Y por qué no me lo has dicho? Desde que me vine a vivir contigo

hemos celebrado juntas cada aniversario desde que me vine a vivir aquí, sin

saber que también había otra fecha señalada… ¡Cómo he sido tan tonta!

—No es culpa tuya, cariño. La primera vez que cenaste aquí, hacía

tres años que estaba viuda, y quizá, pensando egoístamente, te lo ofrecí

porque me sentía muy sola y creía que nos vendría bien a las dos… —Deja

los cubiertos en el plato y baja la mirada.

—¿Egoístamente, dices? Pues a mí me pareció todo lo contrario, fue

un acto grandísimo de generosidad por tu parte.

—Tenerte en casa fue y es maravilloso. Llenas todo de alegría y hasta


Botas está diferente desde que tú estás aquí. —Nos reímos porque justo en

cuanto nombra al minino, este suelta un maullido desde el sofá, como si nos

hubiera seguido la conversación.

—No quiero que vuelvas a pensar que fuiste egoísta, porque ya te

digo que eso no es así. Eres la mejor persona que he encontrado en mi vida.

No sé qué hubiera sido de mí si no te hubiera conocido.


Nos miramos las dos y nos echamos a llorar, pero no son lágrimas

tristes, son fruto de la emoción del momento y de todo el cariño que nos

profesamos. En cuestión de segundos pasamos a la risa y aprovecho para ir

a la cocina a traer la botella de sidra que metí en el congelador. Sirvo dos

copas hasta la mitad del líquido burbujeante y brindamos varias veces: por

nosotras, por Botas, por nuestra convivencia, por Fabián —sí, también le ha

nombrado Dolores en un brindis— y, como no, por su marido, haciendo que

le vuelvan a venir las lágrimas a sus ojos.


43

La semana pasa lentísima, será porque tengo muchas ganas de que llegue el

sábado. Fabián no me ha querido dar pistas sobre lo que vamos a hacer y

sigo sin saber qué debo ponerme. He intentado sonsacarle por teléfono, pero
no hay manera, lo único que he podido deducir es que no vamos a cenar ni a

comer en ningún restaurante, y que frío tampoco voy a pasar. ¡Menudas


pistas! Y, entonces, ¿qué me pongo?

De repente me acuerdo de la ropa interior, aún no la he comprado y ya

es viernes. No es que piense que necesariamente la voy a enseñar, o a lo

mejor sí que lo pienso; pero, según Dolores, no está de más ir preparada,


que nunca se sabe. Me puse roja cuando ella me lo soltó así porque es un

tema con el que aún no consigo relajarme. El miércoles estuve otra vez con

la psicóloga y, aunque salgo muy tranquila después de cada sesión, después,


a solas, me da por comerme mucho la cabeza con este tema. Ella dice que

es por mi inseguridad y hemos vuelto a trabajar en ello.

Me miro al espejo y me digo un montón de cosas bonitas, y no me

refiero a las físicas porque, a veces, lo que más nos afecta en la autoestima

no es tanto lo que se ve por fuera sino lo interior. Eso de mirarte al espejo y


decirte «yo puedo con todo», «salvaré todos los obstáculos que me

encuentre», «no pasa nada por caerme, sé que me voy a levantar», «no hay

límites para todo lo que quiero hacer» o «valgo mucho» te hacen crecer o,

al menos, a mí me ha venido estupendamente tener esa actitud en el espejo

a lo largo de muchas mañanas.

Salgo de casa y voy directa a comprarme ropa interior. Después de

mucho mirar, termino comprando un conjunto azul marino con el sujetador

de encaje, aunque no transparente, y con las braguitas a juego. Es precioso.

Cuando vuelve Dolores a casa le enseño el conjunto recién comprado

y me da su aprobación diciéndome que se va a comprar uno igual, haciendo

que nos riamos las dos. Ella está convencida de que jamás va a volver a

estar con ningún hombre, pero solo tiene cincuenta años, apenas tiene

arrugas y aunque, según ella, le sobran cuatro kilos, tiene una figura

estupenda. Sé que aún llama la atención en los hombres, no hay más que

ver cómo la miran algunos cuando entran en el restaurante. Pero ella parece
que se haya cerrado en ese sentido y, no la culpo por ello, pero ya han

pasado diez años y se merece volver a sentir, aunque no sea de la misma

manera que con su marido.

***

Por fin es sábado y estamos Dolores y yo llegando al restaurante a


primera hora de la mañana. Estoy deseando que llegue el momento en el

que me pase Fabián a buscar y disfrutar de su compañía a solas. Justo

cuando enciendo las luces del salón, recibo un mensaje de él:

Buenos días, estoy deseando volver


a tenerte entre mis brazos. Y sé que en
unas horas va a ser posible.

Lo leo varias veces, me gusta hacerlo siempre que me manda un

mensaje. Cuando estoy dejando el bolso en el almacén, aprovecho para

contestarle:

Pues yo estoy haciendo ya la cuenta atrás para poder


besarte.
Guardo deprisa el móvil, y me dirijo a la barra para preparar nuestro

desayuno.

—¡Qué sonriente estás! —observa Dolores con picardía.

—Sí, aunque también estoy un poco nerviosa —admito con una

sonrisa.

—No tienes por qué estarlo, creo que le estás dando demasiadas

vueltas al «tema». —La última palabra la ha entrecomillado haciendo un

gesto con las manos, sé perfectamente a qué se refiere.

—Pero es normal que lo piense, ¿no?

—Sí, claro, eso es indiscutible, pero no dejes que ese pensamiento

nuble el resto del fin de semana. Quizá cuando llegue el momento no te

sientes preparada o no te apetece, por lo tanto, no fuerces el momento, solo

disfruta de todo aunque no tenga que ver con el sexo.

—Como siempre tienes razón —reconozco terminándome la tostada.

—Ay, cariño, solo hablo por experiencia, nadie nace preparado para

todas las cosas que nos pasan. Por eso hay que disfrutar las buenas a tope,

porque no sabemos cuándo vendrán las malas…

Su mirada se pierde a través del comedor, sé que muchas veces

recuerda a su marido moviéndose entre las mesas e imagina que todo lo que
le ha pasado es un sueño. Ha sufrido mucho, pero es la mujer más valiente y

con más coraje que conozco.

Ya en casa, me ducho y me preparo una pequeña mochila con algo de

ropa para cambiarme mañana. Fabián me mandó un mensaje al medio día,


pero no he podido leerlo hasta que he salido del restaurante; en él me decía

que a las siete y media me pasaba a recoger, y como no me dé prisa, al final

se me hace tarde. Me seco el pelo dejándome unas ondas, he visto un vídeo

en Internet que enseñaban cómo se hace, así que me he atrevido con ello;

bueno, en realidad lo he intentado, no me ha quedado como esperaba, pero

le ha dado algo más de volumen a mi melena. Me vuelvo a poner la falda

negra cruzada, pero esta vez la combino con la blusa azul nueva aunque,

una vez puesto, me veo todo el conjunto muy oscuro. Quizá debería

habérmela comprado en otro color. Y también debería haber dicho Fabián

dónde vamos a ir, porque lo mismo hago el ridículo así. Uf, ya empiezo con

mis inseguridades… Me estoy maquillando cuando llega Dolores a casa,

hoy no la he esperado a cerrar, pero es que si no, no me iba a dar tiempo.

—¡Guau! ¡Estás guapísima! Te queda muy bien lo que te has puesto

—dice mirándome de arriba abajo.


—¿En serio? No termina de convencerme, como que voy muy oscura,

¿no crees?

—Vas elegante, y punto. Verás cuando te vea Fabián, se le van a salir

los ojos de las órbitas.

Nos reímos mucho por su comentario, y eso me viene bien porque así

consigo relajarme un poco. Vuelvo a entrar en el cuarto de baño, me digo

unas cuantas frases de esas que animan mirándome en el espejo y bajo a la

calle a esperarle, no sin antes despedirme de Dolores y de Botas, que hoy

les tocará pasar la noche solos.


44

No llevo ni cinco minutos esperando en la calle cuando le veo llegar, aparca

en doble fila y saca el móvil. Le observo sin que se dé cuenta y oigo mi

teléfono: es él mandándome un mensaje para decirme que ya está aquí.


Dudo unos segundos entre contestarle o ir directamente hacia él, y al final

opto por lo segundo. Antes de subirme al coche, dejo mi mochila en el


asiento trasero.

—Estás preciosa —me dice a modo de saludo y arranca sin darme un

beso.

—Gracias —contesto un poco seca, en realidad me esperaba otro tipo


de recibimiento.

—¿Todo bien? —pregunta al verme seria.


—Pues ahora mismo no lo sé, pensaba que tenías ganas de besarme, y

nada más verme te pones a conducir como si no estuviera aquí.

—A ver, Loles —resopla levemente—, estaba aparcado en doble fila,

no quiero que venga la grúa, se lleve el coche y nos arruine el fin de semana

—explica soltando el volante con la mano derecha y cogiéndome la mía.

—Está bien… —En realidad no sé exactamente cómo funciona lo de

las grúas—. ¿Me dices dónde me llevas? —pregunto con mucha curiosidad,

sobre todo porque aún tengo pendiente saber si voy vestida adecuadamente.

—Te quiero este fin de semana toda para mí, sin que nadie nos

moleste.

—¿Vamos al Polo Norte? —bromeo.

—Algo más cerca. Ya lo verás.

Me fijo en él, está guapísimo, como siempre. Lleva unos pantalones

vaqueros, un jersey negro y su cazadora de cuero. En menos de veinte

minutos, y sin salir a las afueras, llegamos a un aparcamiento privado y

subterráneo que parece estar en el sótano de un hotel. Abre la barrera de

acceso con una tarjeta magnética y, en cuanto apaga el motor, se abalanza


sobre mi boca, haciéndome dar un pequeño respingo; la verdad es que no

me esperaba semejante arrebato de pasión.


—Ahora tengo el coche bien aparcado…

Me vuelve a besar, esta vez más intensamente y vuelvo a sentir ese


cosquilleo eléctrico recorrer mi cuerpo. Aparta un poco la cabeza y me mira

de una forma que me hace suspirar.

—¡Vamos! —ordena sonriente.

Se baja del coche y lo rodea con rapidez para abrirme la puerta, tal y

como he leído en muchas novelas románticas. Me giro para coger mi

mochila del asiento trasero y él me ayuda a salir del coche, haciendo una

reverencia típica de la Edad Media, algo que me hace reír. Caminamos

hasta el ascensor cogidos de la mano, introduce una llave en uno de los dos

únicos botones del tablero de mando que tienen cerradura y subimos hasta
la última planta en cuestión de pocos segundos. En cuanto se abren las

puertas, caminamos por un pasillo enmoquetado en color azul oscuro hasta

llegar a una habitación enorme, miro hacia todos los lados intentando

calcular y se podría decir que es casi más grande que el piso de Dolores.

Las paredes están pintadas de blanco, del mismo color que las cortinas, y

destaca el cabecero de la cama tapizado en negro. A ambos lados de esta,

hay dos mesitas haciendo juego, con su lamparita correspondiente. En una

esquina hay una mesa redonda con dos butacas de piel y también un

escritorio. Todo está a conjunto en blanco y negro, nada desentona, bueno


sí, mi cara de alucinada seguro que sí; nunca he visto algo tan lujoso, al

menos no en persona.

—¿Qué te parece? —pregunta Fabián quitándose la chaqueta.

—Es impresionante —contesto mientras vuelvo a recorrer con mis

ojos la estancia.

—Pues es todo nuestro hasta mañana por la tarde que te devuelva

sana y salva a tu casa. De momento estás secuestrada —dice sonriendo,

pero con una mirada tan intensa que hace que me ruborice.

—Fabián, ¿puedo decirte algo? No me gustaría que pensaras que soy

una desagradecida, ni mucho menos, pero creo que todo esto no es

necesario.

—¿No quieres estar aquí? Porque si prefieres, nos vamos. Ya te dije

que no voy a hacer nada que te incomode, solo quería que estuviéramos a

solas y nos conociéramos un poco más —comenta sincero, mientras recoge

la chaqueta de cuero que dejó sobre una de las butacas.

—No es que no quiera estar aquí, no es eso, es solo que me parece

excesivo. No sé a qué tipo de chicas estás acostumbrado, pero no necesito

estos lujos para querer estar contigo.


—Nunca he estado con una chica como tú, por eso me gustas tanto.

—Deja la cazadora sobre la cama, se acerca, me coge las manos y me besa

con ternura—. Tienes algo que me hace plantearme muchas cosas dentro de

mí.

—¿Ah, sí? ¿Y qué cosas son esas? —pregunto curiosa.

—Aún no he podido ponerle nombre, pero no es solo que me gustes,

creo que estoy empezando a sentir por ti algo más.

Esta vez soy yo la que me lanzo a su boca, es la primera vez que un

chico me dice eso. Siento como en mi pecho revolotean miles de mariposas,

sí, así, literalmente. Y cuanto más le beso, más lo noto.

—Necesito ir al baño —digo de repente, me urge estar a solas

conmigo misma, y desaparezco por la única puerta que hay en la habitación,

aparte de por la que hemos entrado, claro.

Lo que tengo ante mis ojos es impresionante, incluso los azulejos son

blancos y negros, parece que son de mármol. Nunca había visto dos

lavabos, una ducha enorme y una bañera redonda en un mismo cuarto de

baño. Hago pis, me lavo las manos y después me las seco una toalla muy

esponjosa. Toda la pared que queda sobre los lavabos es de espejo, me miro

en él, sonrío e intento infundirme ánimo con un par de gestos antes de salir.
—Sigo pensando que no te tenías que haber molestado tanto…

Además esta habitación seguro que vale lo que gano en un mes.

—Nuestra empresa tiene reservadas varias habitaciones en este hotel

para los clientes más importantes. Digamos que es un detalle con ellos

cuando vienen desde fuera de Madrid para alguna reunión y así no tienen

que volverse el mismo día sin haber descansado antes. Se le ocurrió a mi

padre hace años y parece ser una apuesta segura para los hombres de

negocios.

—¿Y no pasa nada porque vengamos? —pregunto inocente.

—Están para usarlas, además lo que más me gusta es la privacidad

que ofrecen. Ya has visto que hemos llegado hasta aquí sin pasar por

recepción. Aquí solo somos tú y yo.

La idea es muy tentadora, desde luego que sabe cómo seducir a una

mujer, seguro que ha traído a varias aquí, de eso no me cabe ninguna duda.

Pero me da igual, lo importante es que ahora estamos nosotros. Nos

sentamos en las butacas, que son mucho más cómodas de lo que parecían, y

me cuenta una anécdota divertida que le ha pasado esta semana en la

oficina. Le ha llamado mucho la atención porque generalmente dice que los

días son bastantes rutinarios y aburridos.


—¿Tienes hambre? Podemos pedir comida al servicio de habitaciones

cuando tú quieras.

—Buena idea. Lo que no sé es qué tendrán aquí.

—Lo que quieras, te lo traen.

—¿En serio? ¿Aunque no esté en carta? —asiente con la cabeza—.

Pues no sé, tampoco me apetece nada especial, elije tú.

—¿Te gusta el marisco? Te lo pregunto porque aquí he comido las


mejores ostras de toda la ciudad.

—Nunca las he probado.

—Pues será tu primera vez.

En cuanto escucho eso de su boca me vuelvo a sonrojar levemente y


me pongo un poco nerviosa y, sin querer, mis pensamientos van al mismo

tema que estos días he tenido en mi cabeza pasando por la ropa interior que
llevo puesta y que estreno hoy. Me empieza a entrar calor solo de pensarlo y

me levanto para mirar por la ventana. Las vistas de la ciudad desde aquí son
impresionantes, seguramente sea debido a la altura, no sé exactamente a

cuantos metros estaremos, pero casi parece que se puede tocar el cielo con
los dedos.
Fabián coge el teléfono de la habitación y encarga varias cosas que no
llego a escuchar del todo bien. Pero tampoco me importa, tengo que

disfrutar de todo como me dijo Dolores.

Al rato llaman a la puerta y abre dando paso a un camarero que, tras


saludar, deja un par de mesas llenas de platos tapados con campanas

plateadas. A continuación, sale un instante de la habitación y vuelve a


entrar con una champanera en cuyo interior hay dos botellas de vino blanco

que abre rápidamente y deja dos copas servidas. Después se retira diciendo
que está a nuestra entera disposición para lo que necesitemos y desea que

todo esté a nuestro gusto. «Esto es buen servicio y lo demás, tonterías»,


pienso para mí.

Entre los dos acercamos lo que ha traído hasta la mesa redonda. Antes

de sentarnos en las butacas negras, Fabián enciende un par de velas que


saca de un cajón y las deja sobre la mesa, creando un bonito ambiente

romántico. Después, destapa el primer plato.

—¡Cómo sabe a mar! —digo después de comerme la primera ostra.

—¿Te gusta?

—Es una textura un poco extraña para mí, pero está buena.

—A ver qué tenemos en este de aquí —murmura levantando una


campana, como si no supiera lo que hay.
Cenamos despacio, tranquilos, saboreando todo lo que tenemos
delante, mientras charlamos y reímos con lo que nos contamos. ¡Qué bien

estoy con Fabián! Las conversaciones con él son fluidas, no hay silencios
incómodos, se puede hablar de cualquier tema y me siento escuchada.

También es un buen «anfitrión», él se está encargando de poner y quitar


todo, así como de servir el vino. Y yo me limito a degustar lo que me va

poniendo y a mirarle porque, por muy buena que esté la cena, soy incapaz
de quitarle los ojos de encima. ¿Podía ser más perfecto? No, creo que es

imposible.

Después de dejar los platos casi vacíos, me empiezo a sentir llena,

aunque aún tengo sitio para lo que acaba de destapar Fabián y que pone en
el centro de la mesa. Veo unas bolitas que, según me dice, son bombones de
queso de cabra y sésamo caramelizado. Me meto una entera en la boca y me

quedo maravilla por la explosión de sabores y texturas.

—¿Te gustan? —pregunta y vuelve a servir más vino—. Es mi

aperitivo preferido, aunque esta vez he preferido que lo probaras después


del marisco para que lo saborearas mejor.

—Están deliciosos. Nunca había probado algo blandito y crujiente a

la vez.
—¿Te has quedado con hambre? ¿Quieres que pida algo más? —

ofrece levantándose hacia el teléfono.

—No, no, me he quedado muy bien. Estaba todo riquísimo. Gracias,


de verdad.

Deja el teléfono, sin haberlo utilizado, sobre la mesita de noche y


entre los dos recogemos todo. Después saca las mesas móviles fuera de la
habitación al pasillo enmoquetado. Nos quedamos con las copas de vino y

la champanera con una de las dos botellas que aún sigue llena.

—Lo que nos ha faltado es el postre, pero he preferido esperar a que

sea más tarde, para que tú lo elijas. —Hace una pausa y continúa—:
Cuando te apetezca, llamo y nos lo traen.

—De momento no puedo comer más —admito llevándome las manos


a la tripa, y en ese momento se me pasa por la mente una imagen inventada

de Fabián desnudándome, provocando una rápida excitación por todo mi


cuerpo. Me acerco y le beso—. El postre soy yo.

Según lo suelto, se me pone la cara como un tomate, ¿de dónde he

sacado yo semejante frase? ¡Ay, Dios mío! ¿Pero qué me ha pasado? El


vino, sí, eso es, se me ha subido un poco a la cabeza y me ha desinhibido.

Bueno ¡y qué! Tampoco he dicho nada malo, porque no pienso hacer nada
que no quiera. Le miro con cara pícara y se acerca lentamente, sus labios
vuelven a posarse sobre los míos, consiguiendo un baile totalmente

acompasado y sensual. Ese cosquilleo tan familiar vuelve a recorrer mi


cuerpo, poniendo en alerta todas mis terminaciones nerviosas. Sus besos

bajan por mi mandíbula hasta llegar a mi cuello donde se detienen


haciéndome estremecer. ¡Madre mía, qué sensaciones más placenteras! Se

sienta en la cama y tira con delicadeza de mi mano para que yo haga lo


mismo, y continuamos besándonos y enredando nuestras lenguas en unos

movimientos desesperados.

—Qué ganas tenía de estar así contigo… —dice con la voz ronca y mi

piel se eriza al escucharlo.

No puedo ni hablar, creo que si lo intento me va a temblar la voz,


prefiero seguir con los ojos cerrados, sintiendo su boca explorando la mía

sin compasión. Me empuja levemente hasta quedarnos los dos tumbados en


la cama, sin dejar de besarnos. De repente se levanta, abro los ojos y le

observo mientras se agacha para quitarse las zapatillas. A continuación se


deshace de mis botas y, tras ellas, las medias negras, todo ello sin dejar de
mirarme y sonreírme. Comienza a acariciarme los pies subiendo lentamente

por las piernas, sin llegar a levantarse del todo, y a esas caricias empiezan a
acompañarle los besos. Creo que me voy a derretir en cuestión de segundos.
Besa mis muslos con pasión, consiguiendo que mi cuerpo se arquee
instintivamente porque ahora mismo no soy dueña de mí. Sus manos

ascienden hasta llegar a mi blusa, y me la desabotona despacio, sin desviar


la vista ni un segundo de mis ojos. Parece como si estuviera descifrando mi
cara, para saber si debe continuar con lo que está haciendo o no. Ni siquiera

noto vergüenza cuando me veo que estoy en sujetador —tal vez sea porque
llevo uno muy bonito—, y sus manos se ponen a acariciar mis pechos con

ternura, hasta que entre mis piernas vuelvo a notar el mismo dolor tan
placentero de la otra vez.

—¿Estás bien? —pregunta deteniendo sus caricias unos instantes—.


No vamos a hacer nada que tú no quieras. Solo tienes que decirme que no y

pararé. No voy a forzar ninguna situación que te haga sentir incómoda, ¿de
acuerdo?

Soy incapaz de hablar, sigo muda por todo lo que estoy viviendo en

mi piel, así que asiento con la cabeza y le sonrío. Él se levanta y coge las
copas de vino, las chocamos en un brindis silencioso y bebemos un poco.

Después las vuelve a dejar sobre la mesa redonda y se acerca a mí sin dejar
de mirarme ni un solo instante. Antes de volvernos a tumbar, me incorporo

y le quito el jersey y una camiseta que lleva debajo de este, dejando su torso
completamente desnudo, dándole a entender que quiero continuar con lo

que estamos haciendo. ¡Me va a dar algo! ¡Es impresionante el cuerpo que
tiene! Mis manos acarician sus abdominales y su espalda mientras seguimos
besándonos.

Me pongo un poco nerviosa cuando me desabrocha el sujetador y


juguetea con su lengua en mis pezones consiguiendo que empiece a

volverme loca de placer. De mi boca salen unos gemidos que, aunque al


principio me dejan un poco avergonzada, después veo que son parte de mí y

de todo lo que estoy sintiendo. Sus manos se deslizan por mis muslos y sus
labios bajan lentamente por mis caderas. Tengo el corazón latiendo muy

fuerte, pasado de revoluciones, entre mis piernas. Y ahí es donde se detiene


para pasar la lengua con suma delicadeza consiguiendo que mi cuerpo
quiera más y más. Mis gemidos cada vez son más altos y ahora sí que me da

vergüenza, pero no lo puedo evitar y, por cada gemido mío, él aumenta la


velocidad de su lengua haciendo que me vuelva completamente loca. Noto
como uno de sus dedos trata de alcanzar mi interior y, sin poder evitarlo,

cierro las piernas y le quito la mano. Levanta la cara y me mira dulcemente,


comprendiendo lo que pasa. Se detiene, se acerca a mi cara y nos volvemos
a besar.

Mientras nuestras bocas no dejan de danzar la una sobre la otra, baja


de nuevo su mano hasta colocarla entre mis piernas. Sus movimientos son
cada vez más rápidos y mi pelvis empieza a acompasarse a ese ritmo de una
manera descontrolada. Me siento bien, desinhibida. Quiero estar así
siempre, quiero sentir lo que estoy sintiendo ahora mismo cada día de mi
vida, ¡Dios mío!, esto es lo mejor que me han hecho desde que tengo uso de

razón. Noto como un escalofrío empieza a recorrer mi cuerpo entero y se


detiene bajo mi ombligo, como si me quedara sin respiración o sin sentido,
no sé exactamente qué es lo que me pasa, pero jadeo con mucha más
intensidad y experimento en mi cuerpo un montón de cosas, como si fueran
explosiones, que me vuelven loca y me dejan exhausta.
45

—Loles, ¿estás bien? —pregunta con dulzura acariciándome la

mejilla.

—No sé qué contestarte, la verdad. Me siento bien, pero al mismo


tiempo todo esto es… —Me callo, no quiero decirle nada.

—Oh, oh, otra vez que te tocar pagar.

Acerca su boca a la mía y le devoro con un ansia que no sé de dónde

sale. De lo que sí estoy segura es de que tengo ganas de seguir así con él,

sintiendo todas estas cosas tan nuevas que me están elevando a una especie

de nube. Echa la cabeza hacia atrás, me mira de nuevo y sonríe. ¿Es


realmente consciente de lo que provoca su sonrisa en mí?

—A lo mejor mi pregunta suena un poco ridícula, pero ¿es la primera

vez que tienes un…? —cuestiona mimoso sin dejar de acariciarme la cara y
el cuello.

Me quedo callada, prefiero no contestarle a eso, ya me parece

bastante bochornoso parecer una pueblerina virginal, como para encima

reconocerlo en voz alta. Por la cara que acabo de poner, creo que entiende

que no quiero responder, entonces, se acerca de nuevo y comienza a


besarme con mucha pasión, como si mi «no respuesta» le hubiera parecido

bien.

—Creo que deberíamos parar… —Se levanta de repente de la cama y

sirve dos copas más de vino.

—Fabián, todo esto que me has hecho sentir es completamente nuevo


para mí —afirmo sincera, y me incorporo—. Jamás me han acariciado, ni

me han besado ni… ya sabes, como lo has hecho tú. Eres mi primera vez en
todo.

—¡Cuánta responsabilidad! —bromea para sacarme una sonrisa,

parece que me he puesto demasiado seria—. Pero ¿sabes qué te digo? Que

me encanta ser yo quien te descubra.

Me levanto y le beso, no hay nada que me apetezca más que esos

labios tan jugosos que tiene. Me he relajado tanto entre sus brazos que no

me doy cuenta de que estoy desnuda, así que me pongo su camiseta. Él aún

conserva los pantalones, nos miramos y nos echamos a reír.


—¿Te has metido alguna vez en un jacuzzi? —propone de lo más

insinuante—. Ven, descansemos un poco entre burbujas.

Me lleva de la mano al cuarto de baño y empieza a caer agua en lo

que en un principio yo creía que era una bañera redonda. ¡Cuánto mundo

me falta por ver! Mientras se llena, sale un momento porque tiene que hacer

una llamada importante que se ha olvidado, o eso me cuenta.

Las baldosas por donde camino están calientes y es muy agradable

estar descalza, según Fabián, la calefacción está integrada en el suelo, se

llama suelo radiante o algo así. Me deshago de la camiseta y me meto

dentro del jacuzzi a esperarle. ¿Pues yo no sé qué tiene de especial algo así?

Al fin y al cabo es una bañera con agua calentita y un poco de espuma,

aunque en las películas he visto que hay mucha más. Cojo un pequeño bote

de gel que veo sobre una repisa y le echo un buen chorro mientras agito el

agua y abro de nuevo un poco el grifo.

—¿Qué tal, te gusta? —pregunta Fabián entrando en el cuarto de

baño.

—Bueno, sí… en realidad pensaba que sería distinto a una bañera,

pero veo que mis expectativas respecto a jacuzzis eran muy altas —

respondo sin quitarle los ojos de encima mientras veo cómo se quita los
pantalones y el bóxer, aunque rápidamente aparto la mirada porque me da

pudor verlo desnudo.

—¡Pero si no le has dado al botón! —dice riéndose al meterse en el

agua junto a mí.

—¿Al botón? —inquiero mirándole con cara de extrañeza.

Estira su brazo, da a un pequeño pulsador colocado en la parte

superior fuera de la bañera, y empiezan a salir burbujas de dentro del agua.

Mi cara debe ser de chiste porque me mira y no deja de reírse.

—Ah, vale, era eso… Ya decía yo… —Y me uno a su risa

rápidamente hasta que se me pasa la vergüenza.

—Me encanta tu inocencia —afirma a la vez que se acerca para

darme un beso.

—Querrás decir mi ignorancia.

—No tiene nada que ver la inocencia con la ignorancia. La primera es

innata, sobre todo cuando eres niño y a lo largo de la adolescencia e incluso

años después, y la ignorancia se soluciona aprendiendo o preguntando —

explica sin dejar de sonreír.

—¿Entonces, eso quiere decir que me ves como una niña?


—No, eso quiere decir que a tu edad hay pocas personas así y tengo la

gran suerte de haberte conocido.

Una vez más zanja una conversación con palabras tan bonitas que me

dejan sin habla. Me acerco a él y le beso. No sé si es lo caliente que está el

agua, o la situación tan nueva para mí o qué, pero rodearle con mis brazos,
así entre espuma, desnudos, mojados, hace que me vuelva a excitar. Me

vienen a la cabeza las palabras de Dolores diciéndome que disfrutara, por lo

tanto, quiero dejarme llevar y que surja lo que tenga que surgir.

Tira suavemente de mi brazo hasta dejarme sentada a horcajadas

sobre él, siento esta posición casi más íntima que lo que hemos vivido en la
cama un rato antes, ya que noto el roce de su sexo contra el mío. Sus manos

me acarician desde la nuca hasta donde termina mi espalda haciéndome

vibrar. Su miembro se ha endurecido haciendo acto de presencia, y cada vez

estoy más convencida de que hoy va a ser el día en el que rompa con mis

sombras y me entregue de verdad.

Nuestros besos son cada vez más pasionales, nuestras lenguas se

enredan con desesperación y nuestros cuerpos piden a gritos continuar lo

que hemos empezado. Sus manos acarician mis pechos llenos de espuma

volviéndome loca una vez más, e instintivamente echo la cabeza hacia atrás

quedándome totalmente expuesta para él.


—Eres preciosa —susurra mientras no deja de tocarme.

—Fabián…

—¿Sí? —Su voz ronca y sensual hace que me tiemble todo el cuerpo.

—Necesito más…

—¿Más? —pregunta quitando sus manos de mi cuerpo y mirándome

muy serio—. ¿Estás segura? No quiero que te sientas obligada a hacer algo

que no quieras, tenemos otras maneras de pasárnoslo bien sin llegar a… ya

sabes.

—Quiero más... —musito completamente convencida.

—¿¡Has echado más gel!? —exclama de repente, entre risas, mirando

a nuestro alrededor—. Esto está a punto de desbordarse.

—Sí, es que había poca espuma y pensé que hacía falta —explico

observando cómo las nubes de jabón caen por los lados del jacuzzi.

—Pero no es lo mismo que en una bañera normal, ¡corre, vámonos de

aquí, antes de que tenga que venir el servicio de habitaciones a recoger

todo! —propone riéndose sin parar.

Sale él primero y me ayuda a salir, a la vez que me enrolla en una

toalla a la altura del pecho; después se coloca otra bajo sus caderas —

dejando ver esos músculos que descienden a la par hasta sus ingles y que no
tengo ni idea de cómo se llaman—, y nos ponemos las zapatillas de rizo que

hay en el cuarto de baño que, según Fabián, son cortesía del hotel para bajar

al spa. Nos quedamos mirando unos segundos toda la espuma y nos vuelve

a entrar la risa hasta que salimos a la habitación porque escuchamos que

llaman a la puerta. Parece que el momento tan íntimo, ese en el que yo

estaba dispuesta a dar el paso, se ha difuminado un poco. Me siento en la

cama mientras abre la puerta, pero esta vez no entra nadie y es él mismo

quien aparece empujando una mesa de esas con ruedas con una botella de
champán y un plato tapado que, al levantar el protector, descubro que son

unas creps con chocolate, mis preferidas.

—¿Cómo sabes que muero por estas? —pregunto señalando el plato.

—El tercer día que nos atendiste en el restaurante nos las ofreciste de

postre, y comentaste que a ti te encantaban, y yo… simplemente tomé nota.

—Siempre me haces sentir bien —alabo agradecida por el detalle que


acaba de tener. A continuación le beso.

—Venga, vamos a comérnoslas antes de que se enfríen. Ve sirviendo


que voy a abrir el champán.

Pongo una en cada plato, y me sobresalto al oír el ruido de

descorcharse la botella. Me acerca una copa servida del líquido dorado y al


mirarle a los ojos veo, sin ningún tipo de duda, al hombre de mi vida.
—Fabián…

—¿Sí?

—Por ti, porque eres mi primera vez en tantas cosas que creo que ya

he perdido la cuenta —brindo alzando mi copa de champán hacia la suya.

—Por ti, porque para mí es un privilegio ser cada una de esas


primeras veces.

Nos besamos, esta vez el beso no es tan pasional como el que ha


sucedido hace un rato en el jacuzzi, no, este beso es diferente y mucho más

intenso en cuanto a las sensaciones que experimento. Creo que estoy


perdidamente enamorada de Fabián y el miedo a sufrir revolotea por mi

cabeza cortándome el rollo. En silencio, nos comemos el postre.

—Te has quedado muy seria, ¿no te han gustado las creps? —
pregunta acariciándome la mejilla en un gesto de lo más cariñoso.

—¿Bromeas? Estaban deliciosas —aseguro con una sonrisa y me


sincero con él—. Pensaba en todo lo que me está pasando contigo y en que

estoy empezando a sentir por ti algo más que nervios.

—A mí también me pasa, como ya te he dicho, no sé ponerle un


nombre, pero creo que me estoy enamorando de ti.
Nuestros cuerpos se acercan instintivamente y nos volvemos a besar.
¡Me acaba de decir que se está enamorando de mí! ¿De mí? ¿Pero de

verdad acabo de oír eso? Lo mismo son imaginaciones mías por culpa del
alcohol.

—Fabián… ¿Te importa repetirme lo que acabas de decir?

—Que me estoy enamorando de ti. —Sonríe, pero esta vez su sonrisa


es diferente también—. Eres tan distinta a otras chicas con las que he

estado… Eres sincera, buena, inocente, guapa, divertida y no tienes que


fingir ser de otra manera para impresionarme, quizá por eso estoy

sintiéndome así.

—Calla, calla, que al final me lo voy a creer con tanto piropo. —Río

tratando de disimular lo emocionada que me he puesto al escucharle.

—Me gustas mucho, Loles, y no te estoy diciendo esto para


convencerte y que te entregues a mí. Quiero que lo hagamos cuando de

verdad estés preparada, y créeme que voy a esperarte el tiempo que


necesites. Eso sí, no me prives de verte o de besarte.

Me pongo de pie, él hace lo mismo y nos volvemos a besar. ¡Dios,

cuánto me gusta este chico! Es perfecto, tanto por fuera como por dentro.
Me siento tan afortunada que espero que esto no sea un sueño y mañana me

despierte en mi cama como si nada hubiera pasado.


—¿Nos damos una ducha? —me propone con cara pícara—. No sabes

lo bien que enjabono la espalda.

—No sé yo, tendré que comprobarlo —digo riendo.

Entramos en el cuarto de baño cogidos de la mano y automáticamente

me quito las zapatillas para sentir el calor de las baldosas bajo mis pies. Me
mira fijamente y sube una mano desde donde termina la toalla que llevo
enrollada hasta donde empieza, quitándomela con la ayuda de un solo dedo,

cayéndose esta al suelo y dejándome desnuda ante él. No es que sea la


primera vez que hoy me ve sin ropa, pero ahora me da como vergüenza.

—¿Prefieres ducharte sola? —pregunta, creo que se ha dado cuenta


de mi reacción.

—No, tengo que puntuar cómo me enjabonas la espalda —contesto


resuelta, subiendo una ceja en plan cómico.

Y, de repente, mi yo más impulsivo baja las manos hasta tocar el

borde de su toalla —ahí donde tiene esos músculos que tanto me gustan—,
se la quito y le dejo tan expuesto como estoy yo.
46

Me despierto con la claridad que entra por la ventana, me giro y no veo a

Loles en la cama. No tengo ni idea de qué hora será. A la vez que bostezo,

oigo que sale del cuarto de baño y me incorporo en la cama.

—¡Buenos días, preciosa! —saludo sonriendo en cuanto la veo.

—¡Buenos días! Espero no haberte despertado.

—Tranquila, tengo la hora cogida entre semana y ni los fines de

semana aguanto mucho más en la cama.

Se mete entre las sábanas blancas y me acerco todo lo que puedo a

ella mientras nos besamos, nos abrazamos y nos quedamos en silencio.


Empiezo a recordar la ducha que nos dimos ayer antes de dormirnos y

comienzo a excitarme.
—¿Tienes hambre? —pregunto sacándome de mis propios

pensamientos.

—Sí, ¿nos vestimos y nos vamos a desayunar? —propone sentándose

en la cama.

—Ya te dije que no nos iba a ver nadie en todo el fin de semana, y así
será. Recuerda que te tengo secuestrada —comento con una sonrisa

provocativa—. Dime qué te apetece y lo pediré al servicio de habitaciones.

—Un café con leche y una tostada estaría muy bien.

—¿Nada más?

—Es lo que desayuno todos los días.

—Vaya, pensaba que despertar a mi lado hacía que el día fuera

diferente —bromeo haciéndose el dolido.

—Tienes razón, estar contigo ya hace que todo sea distinto. —Me

acerco y le doy un beso.

Me cubro un poco con una toalla nada más levantarme de la cama,

cojo el teléfono y pido varias cosas. A los pocos minutos llaman a la puerta

y voy a recibir el desayuno. Entre risas y mimos nos comemos casi todo lo
que hay, que no es poco.
Cuando terminamos volvemos a besarnos. No sé qué ha hecho

conmigo, pero no puedo estar un segundo sin querer tener mis labios

pegados a los suyos. Ni cuenta me he dado de que estamos tumbados de

nuevo en la cama. Mi mano se desliza por su clavícula en sentido

descendente y comienzo a acariciar sus pechos, notando como su

respiración se agita. La miro esperando su aprobación, no pretendo hacer


nada que estropee lo nuestro y, como le he dicho, no tengo ninguna prisa,

solo quiero que esté a gusto conmigo. Me deshago de la toalla que la cubre,

acerco mi boca hasta uno de sus pezones y lo succiono con mimo, mientras

con la otra mano bajo hasta sus caderas. Estoy muy excitado. Ella acaricia

mi espalda y baja lentamente con sus dedos provocando que la desee aún

más. Nos recreamos el uno en el otro sin darnos un segundo de descanso y

llegamos al clímax utilizando solo nuestros labios y nuestras manos.

***

Acabo de dejar a Loles en su casa y la sensación de abandono me


puede. Sé que hemos estado muchas horas juntos, pero me ha sabido a

poco. Recuerdo cada instante que hemos pasado y no puedo evitar que me

salga una sonrisa.


Sé que mis besos ya no la hacen sentir incómoda y disfruta de ellos

tanto o más que yo. No se imagina lo que mi cabeza piensa cuando la tengo

cerca ni lo que despierta en mi interior cada vez que sus labios buscan los
míos con esa pureza de la que es única. Y tengo la gran suerte de que sea

para mí. Su forma de reaccionar ante mis caricias me ha terminado por

volver loco. Y siento que quiero estar el máximo de tiempo posible con ella,

gozando de cada momento a su lado; necesito ser para ella lo mismo que

ella está siendo para mí.

Pero todo sin prisa, necesito que pierda todo ese miedo que siente y

que, a la vez, comprendo. No pienso consentir que nadie la haga daño de

nuevo y se vuelva vulnerable. No. Yo mismo me voy a encargar de hacerla

feliz tal y como se merece.


47

Hoy es lunes, brilla el sol, el cielo está azul y me siento la mujer más feliz

del universo. Quiero salir a la calle y gritar que por fin he roto mis sombras,

que mi pasado ya no me pertenece y que puedo con todo lo que me


proponga. Tengo la autoestima arriba del todo, y siento que puedo comerme

el mundo. ¡Qué sensación más maravillosa! Sé que aún queda la parte que
quizá me cueste más, pero poco a poco voy liberándome y preparándome

para cuando llegue ese momento en concreto.

No hicimos el amor, pero nos dimos placer mutuamente, haciéndome

descubrir un mundo totalmente desconocido para mí. Tenía razón cuando


me dijo que podíamos disfrutar mucho sin llegar a más, y doy fe de que eso

es así. Le agradezco tanto que no me presione para que llegue ese

momento…
Dolores está muy feliz por mí, anoche cuando llegué me estaba

esperando impaciente y le conté lo que había pasado, aunque sin entrar en

detalles demasiado íntimos. Ella no dejó de sonreír mientras yo le narraba

los hechos, y cuando terminé, me abrazó y me dio la enhorabuena por

haberme quitado ese lastre tan duro y difícil que sabe que cargo desde hace
muchos años.

En el restaurante va todo estupendamente, cada vez tenemos más

comensales a la hora de las comidas.

—Dolores, ¿y si hacemos turnos para el comedor? Creo que así


podríamos dar de comer a muchas más personas —propongo cuando

terminamos con los desayunos.

—No es mala idea, pero aquí la gente siempre ha llegado sin horario

y, claro, ahora cambiar eso… Prefiero que sigan viniendo cuando les venga

bien, aunque para eso tenga que renunciar a algunas mesas —explica

mientras carga el lavavajillas.

—Solo lo decía porque un aumento de comensales significa un


aumento en la caja al final del día.

—Lo sé, y entiendo lo que quieres decirme, pero también implica

meter una persona más en la cocina y ahora mismo no entra eso en mis
planes. Estamos bien así, funcionan muy bien las comidas, ¿para qué

complicarme?

—Sí, no te quito razón —afirmo saliendo de la barra para terminar de

repasar los cubiertos.

Doy por finalizada la conversación, en los años que llevo conociendo

a Dolores me he dado cuenta de que ella no es muy de cambios, prefiere las


cosas como están mientras vayan funcionando bien y eso le da tranquilidad.

Mi sonrisa no me ha dejado en toda la mañana y se me ensancha aún

más cuando veo entrar a Fabián en el restaurante. Me sonríe, aunque trata

de disimular delante de sus acompañantes. Me acerco hasta ellos, les saludo

y los acompaño a su mesa. Me encanta su perfume, podría olerlo a


kilómetros de distancia y saber que es él. Ese olor me transporta al fin de

semana y mi cabeza se deja llevar hasta que escucho a lo lejos mi nombre,

pero como si no fuera conmigo.

—Señorita, su jefa la está llamando —me avisa el argentino

haciéndome regresar.

—¿Perdón? —pregunto totalmente despistada.

—Dolores te llama —dice el padre de Fabián con una sonrisa.

—Ah, sí, esto… Bueno, enseguida vuelvo a tomarles nota.


Voy lo más deprisa que puedo hasta la barra donde una Dolores un

poco apurada me ha dejado varios cafés para que los lleve a sus mesas

correspondientes. La miro y me disculpo con una sonrisa.

De camino a casa, voy pensando en Fabián, ¡cómo no! Y en cuanto

llego y saludo a Botas, cojo el móvil y le mando un mensaje:

Tengo ganas de verte.

Yo también, pero no te imaginas el


trabajo que tengo hoy. Menudo comienzo
de semana más estupendo me estoy pegando.
No dejo de pensar en y en el fin de semana.

A mí me pasa igual. Estoy deseando repe r.

Esta noche te llamo.

Trato de entretenerme hasta que llegue el momento de su llamada

dibujando bocetos, pero esta vez me imagino que soy la maniquí y lo que

dibujo es lo que me gustaría ponerme cuando esté con Fabián. ¡Cómo se

nota mi estado de ánimo! Todo lo que sale de mi lápiz tiene colores, plumas

y lentejuelas, sí, no son muy para llevar por la calle, pero yo he imaginado

cada conjunto en situaciones diferentes con él, desde ir a un concierto de

música clásica hasta cenar en un restaurante romántico; todo muy variado,


aunque sofisticado a la vez. Sinceramente, no sé si sería capaz de ponerme

algún modelo de estos.

Cuando me harto de dibujar, me pongo a pensar en el fin de semana y

me siento, de nuevo, como la protagonista de una novela romántica en la

que el chico se enamora de la chica y son felices para siempre. ¿Qué le voy
a hacer? ¡Si lo único que conozco sobre estas cosas es por lo que leo o veo

en las películas! Y, aunque es pronto para hacerme ilusiones, siento que me

he enamorado de Fabián y que me gustaría pasar el resto de mi vida con él.

Cuando llega Dolores del restaurante cenamos juntas, como siempre.

Me comenta que a Botas le tocan sus vacunas, así que me ofrezco para
llevarlo al día siguiente al veterinario en cuanto llegue del trabajo.

Sobre las once de la noche me voy a la cama, Fabián no me ha

llamado y llevaba toda la tarde esperando hablar con él. Me acuesto un

poco triste, pero bueno, entiendo que ha debido tener mucho trabajo en la

oficina.
48

Hoy es martes y llevo toda la mañana esperando a que llegue la hora de las

comidas para verle. El día no puede pasar más lento que hoy, se nota que

cuando uno espera algo, menos corre el tiempo. Las mesas se van llenando
poco a poco y a la vip vienen solo los tres mayores, dudo si preguntar por

Fabián o no; pero al final decido hacerlo con sutileza para que no me noten
mucho el interés, y su padre me dice que tenía mucho trabajo y que ha

preferido quedarse, aunque me pide algo de comer para luego subírselo.

Cuando terminan de comer y les llevo los cafés, le pido al cocinero un

bocadillo y le digo que, cuando lo tenga, lo deje en un plato que después iré
a envolverlo. Me mira un poco extrañado, pero no me pregunta nada. En

una hoja de las comandas le escribo una nota que doblo y meto con cuidado

entre la servilleta y el papel de aluminio que lo envuelven: «Espero haber


acertado con el bocadillo, tu padre me ha dicho que lo eligiera yo y te he

pedido el que más me gusta. Te he echado de menos. Besos».

Miro mi móvil cuando estoy en el almacén cogiendo mi bolso para

marcharme a casa y veo que tengo un mensaje suyo:

Gracias por el bocata, es el mejor que me


he comido nunca. Hoy no podremos vernos,
saldré tarde. Te he echado de menos.

Pues nada, qué le voy a hacer, otro día más sin sus besos…

Como le prometí ayer a Dolores, llevo a Botas al veterinario. En

cuanto le meto en su transportín maúlla incómodo, parece mentira que sepa

dónde le voy a llevar, pero claro, solo sale de casa para eso. La última vez
que le llevé lo pasó fatal, sé que las vacunas le duelen, pero se las tenemos

que poner por el bien de todos.

Nos toca esperar un rato antes de pasar a la consulta, y eso hace que
aumente su ansiedad. No deja de bufar a un perrito que también está

esperando junto a su dueña a que le toque su turno; es un poco más grande

que Botas y cada vez que se acerca para olerle, le recibe con un buen bufido

consiguiendo que el pobre can retroceda asustado sobre sus pasos. Sale la

enfermera de una sala y llama a Botas por su nombre, cojo el transportín,

entramos en la consulta y saco a mi tembloroso minino dejándolo sobre la


mesa metálica. Le acaricio y le hablo con dulzura, pero no está muy

receptivo, sé que está deseando salir de allí y acomodarse sobre el sofá

mientras le rasco debajo de la mandíbula.

Cuando llega Dolores a casa le cuento lo que ha pasado en el

veterinario y regaña a Botas por su cobardía. Él la mira indiferente

lamiéndose una de sus patas, y nosotras nos reímos por su reacción.

Cenamos y cuando estoy a punto de meterme en la cama, me llega un

mensaje de Fabián deseándome buenas noches.

***

La semana se me está pasando lenta una vez más, creo que es porque
no he visto a Fabián salvo a la hora de las comidas, y claro, eso no es lo que

yo quiero, pero bueno, sé que ha tenido mucho trabajo y que, según me dijo

ayer en un mensaje, me compensará este fin de semana. Solo de pensarlo se

me hace la boca agua.

Hoy es jueves y en cuanto salgo de trabajar me voy de compras,


quiero estrenar algo bonito cuando esté con Fabián. Como hace buena tarde,

voy caminando hasta la zona de las tiendas caras, seguramente no me


compre nada porque está lejos de mi presupuesto, pero por mirar, no cobran

y soñar es gratis.

La primera tienda a la que entro es una en la que se podrían vender

perfectamente algunos de mis bocetos. Me fascinaría verlos en tela y hasta

puedo imaginarme mis diseños vistiendo a estos maniquíes. Es ropa de alta

costura, vestidos para eventos, ceremonias y ese tipo de cosas. Sedas,

terciopelos, rasos, pedrería, plumas, lentejuelas… todo un derroche de buen

gusto delante de mis ojos. La segunda tienda a la que entro es de un estilo

diferente, aunque siempre con buenas telas y mucho glamour. Trajes de

chaqueta para ir a trabajar, vestidos camiseros de tejidos fantásticos para ir a

comer o conjuntos un poco más elegantes para una cena llenan las perchas

de todo el local. También alguna que otra prenda imposible que no sé en

qué momentos de la vida una mujer se puede poner algo así. La ropa que yo

diseño es totalmente ponible en cualquier circunstancia sin rozar la

excentricidad o hacer el ridículo. Al menos lo veo así, claro que quizá no


sea muy objetiva conmigo misma…

Después de un rato mirando, decido cambiar de calle y buscar tiendas

más asequibles a mi bolsillo y, sobre todo, ropa con la que sentirme más

cómoda en mi día a día. Entro en una porque me llama la atención lo que

tiene puesto el maniquí del escaparate, es una falda cuya tela imita al cuero
en color granate que me deja fascinada, ha sido verla y querer comprarla.
Cojo mi talla y me voy a buscar algo que combine para la parte de arriba.

Al final, y después de probarme varias cosas, me decido por una blusa

semitransparente en color negro. Sí, sé que Dolores me va a decir que

siempre voy con colores oscuros, pero a mí me gustan. Sobrepongo ambas

piezas mirándome en el espejo del probador y me parece que va a quedar

bien, así que las compro y regreso a casa.

Ahora solo falta esperar a que podamos quedar este fin de semana. Y,

como me estoy volviendo muy impaciente, cojo mi móvil y le llamo.

—¡Loles! —responde contento al otro lado del teléfono.

—¡Hola, Fabián! —saludo de la misma forma—. ¿Estás muy liado?

—Un poco, pero para ti siempre tengo un ratito —explica con voz

seductora.

—No te voy a entretener mucho, solo quería saber si nos vamos a ver

este fin de semana.

—En un principio sí, tengo mucho trabajo pero voy a intentar dejarme

todo cerrado antes del sábado por la tarde. —De fondo oigo una voz de

mujer, avisándole de algo—. Me acaban de recordar que en cinco minutos

tengo una reunión, te voy a tener que dejar. Lo siento.

—Nada, tranquilo, estás trabajando…


—Estoy deseando estar contigo a solas y comerte a besos.

Sus palabras consiguen excitarme solo con imaginarme a qué se está

refiriendo. Nos despedimos y me dice que en cuanto tenga algo organizado

me llama para darme detalles. Otra vez la sonrisa se me queda en la cara

durante un buen rato.


49

Menuda semana de trabajo que llevo, aunque no me quejo, estoy

aprendiendo mucho más de lo que me esperaba en tan poco tiempo. Mi tío y

Luis Alberto no dejan de alentarme respecto a las tareas que voy


desempeñando en la empresa, y eso me indica que voy por el buen camino.

Mi padre, en cambio, es más reservado y sus consejos los deja para cuando
voy a cenar con ellos a casa.

A veces me pregunto cómo soy capaz de concentrarme en el trabajo

cuando Loles ocupa una gran parte de mi mente. Esta semana solo nos

hemos visto cuando he ido a comer y cada vez se me hace más incómodo
encontrarme con ella y actuar como si no fuéramos lo que somos. Pero, ¿en

realidad qué somos? ¿Por qué me cuesta tanto ponerle una palabra? Tal

como le dije el fin de semana pasado, creo que estoy enamorándome de

ella, aunque más que creerlo estoy convencido de ello.


Hace dos días, en cuanto salí de la oficina, fui corriendo a comprarle

un regalo. No sabía qué exactamente, y al final terminé decidiéndome por

un conjunto de ropa interior en color granate. Por un momento pensé que

me estaba excediendo y que Loles podría sentirse incómoda, con lo cual,

opté por guardarlo y dárselo más adelante. Pero, en cuanto llegué a casa, lo
primero que me vino a la cabeza fue su imagen con él puesto y tuve claro

que al día siguiente se lo enviaría por mensajero a su casa. Sabía que si le

sentaba mal mi atrevimiento, ella me lo dejaría claro, entonces, no tuve más

dudas.

Ayer la llamé para pedirle que hoy estuviera lista a las siete de la tarde
que iría a buscarla y que no la dejaría de vuelta en su casa hasta el día

siguiente. No le dije nada sobre lo que la había enviado, quería que fuera
una sorpresa. Junto al paquete, adjunté una nota: Espero que te guste. Si

quieres te lo puedes poner mañana. Estoy deseando verte (con él o sin él).

Fabián.

Un poco antes de la hora en la que hemos quedado ya la estoy


esperando aparcado en doble fila, y en cuanto se monta pongo en marcha el

coche y me alejo del centro. Sé que hago mal por no besarla al momento,

pero sigo sintiéndome incómodo al pensar que alguien nos puede ver. A los
pocos minutos ya estamos fuera del centro, detengo el coche en el arcén y la

beso con todas mis ganas dejándola perpleja.

—No me aguantaba más —susurro cerca de su boca, y cambio de

tema—. ¿Has probado la comida japonesa?

—Yo soy más de cocina española —dice riéndose.

—Pues he reservado mesa en un restaurante asiático que te va a

encantar. Ya lo verás.

Pongo el intermitente y me incorporo de nuevo a la carretera mientras

nos contamos que tal nos ha ido la semana. En cuanto llegamos, dejo el

coche en un aparcamiento cercano al restaurante y vuelvo a besarla nada

más bajarnos.

—Estás impresionante —la elogio mirándola de arriba abajo.

—Gracias —dice sonrojándose.

—Bueno, entremos ya que si no, me pierdo —bromeo y la cojo de la

mano para caminar hasta la entrada.

El local es de lo más minimalista en lo que ha decoración se refiere.


Nos recibe el dueño, al que conozco de hace mucho tiempo, y nos

saludamos con mucha cordialidad; después le presento a Loles y nos

acompaña a la mesa que tenemos reservada. Además de por la comida, me


gusta mucho este sitio porque no es demasiado luminoso, y cada mesa tiene

una luz independiente enfocando los platos que estás comiendo,

consiguiendo una sensación de intimidad total.

—¿Te apetece que tomemos vino o prefieres otra cosa? —pregunto

nada más sentarnos.

—Lo que tú pidas, no sé ni lo que vamos a comer…

—Pediré vino blanco y una botella de agua —comento viendo cómo

abre la carta y comienza a leer, por su cara veo que no lo tiene claro—. ¿Me

dejas que pida por los dos?

—Será lo mejor —dice riéndose y no puedo evitar unirme a su risa.

Cuando vuelve el camarero le pido varios platos que ya conozco de

otras veces y, por lo que conozco a Loles, creo que voy a acertar.

Continuamos comiendo y no puedo dejar de observar sus expresiones

cuando habla, cuando come, cuando me mira… Dios, me tiene

completamente embobado.

—¿Te gusta? —pregunto en cuanto recupero la compostura.

—Mucho, aunque son sabores totalmente nuevos para mí.

—Esa era la idea, quiero seguir dándote primeras veces —digo

tratando de sonar natural, aunque por dentro estoy nervioso.


—¿Eso quiere decir que cuando ya lo haya probado todo dejarás de

verme? —pregunta levantando las cejas en plan teatral.

—Nunca dejarás de tener primeras veces conmigo.

Después de tomarnos el postre, salimos del restaurante contentos, la

cojo de la mano y la atraigo hacia mí con un ligero movimiento del brazo,

quedándonos frente a frente. Nos besamos durante un rato en el que

nuestras lenguas luchan sin tregua por salir de la boca y recorrer otros

lugares de nuestros cuerpos, los dos lo notamos y nos detenemos riéndonos.

—Estamos en medio de la calle —comenta entre risas.

—¿Te apetece que vayamos a mi casa? —propongo.

—¿A tu casa? ¿Y tus padres? —pregunta algo alterada.

—Vivo solo —aclaro con una sonrisa de lo más pícara.

—¡Vamos! —dice sin pensárselo dos veces—. Además estoy

deseando que me veas puesto lo que me has regalado.


50

Nos montamos en el coche tras salir del restaurante y me giro para verle

bien, llevo tantos días sin tenerle cerca que me cuesta no abalanzarme sobre

él. Está guapísimo, como siempre. Lleva unos pantalones tipo chinos color
camel con una camisa negra remangada hasta el codo. Lo que lleva puesto

le queda perfecto, pero claro, es normal, ¡con ese cuerpo que tiene! Su
forma de conducir y sus movimientos le aportan mucho atractivo, si es que

se puede aún más. No puedo dejar de mirarle y él lo hace de reojo y me

sonríe, como si pudiera leerme la mente, haciendo que me ruborice. ¡Me

vuelve loca!

Llegamos a un aparcamiento subterráneo privado de un gran edificio

de pisos. Aparca y cogemos el ascensor sin dejar de besarnos, únicamente

para pulsar el botón del ascensor que lleva al piso superior. A sus manos le
han dado tiempo de recorrer mis piernas durante el trayecto y a las mías de

acariciar su espalda.

En el rellano solo hay una puerta, no como donde vivo yo, que hay

cuatro en el mismo espacio. Abre con una llave, quita la alarma, me invita a

pasar y me quedo alucinada al ver su casa por dentro. El salón es enorme, se


podría decir que casi como la casa entera de Dolores, y la cocina está

separada de este por una gran isla y por una mesa grande de comedor. Un

sofá de piel blanco preside el centro de la estancia, junto a una mesa baja de

cristal y una pantalla de televisión sobre un mueble también de color claro.

A un lado hay un gran ventanal que da a una terraza inmensa con vistas a la
ciudad. Después me lleva a una habitación que utiliza como despacho cuya

pared del fondo la tiene cubierta al completo por muchas estanterías y me


quedo alucinada con la cantidad de libros que hay en ellas.

—¡Menuda biblioteca tienes aquí! —exclamo sin quitar la vista de

ahí.

—Siempre me ha gustado leer, aunque te confieso que desde que

estoy trabajando con mi padre tengo poco tiempo para dedicarlo a la

lectura, pero intento siempre buscar un hueco aunque sea a última hora del

día —explica sin dejar de mirarme.


Unos segundos más tarde entramos en otra habitación que me

presenta como la de invitados. Tiene una cama de matrimonio en el centro,

un armario empotrado y un descalzador, todo en el mismo tono blanco de la

pared a excepción de la colcha que es de color beige. Entre esta habitación

y el despacho hay un cuarto de baño más grande que el único que tenemos

Dolores y yo.

—Tienes una casa preciosa —aseguro mirando a mi alrededor.

—Está mucho mejor desde que estás tú en ella —dice acercándose

seductor y abre la puerta que tengo justo detrás—. Y esta es mi habitación.

Abre la puerta y me encuentro con una cama más grande de las que

habitualmente son de matrimonio con un edredón en color turquesa a juego


con una alfombra que tiene a los pies. Aun así, todo tiene un aire simple y

moderno a la vez, no es una estancia recargada; lo que adornan las paredes

son fotografías del mar y de la playa, con lo cual, el azul y el blanco son los

únicos colores que llenan la habitación. Pero todo está colocado en su justo

lugar, nada sobresale ni desentona. También tiene un cuarto de baño dentro,

parece que estemos en un hotel.

—¿Te gusta? —pregunta al verme de nuevo la cara de alucinada.

—Me encanta, tienes mucho gusto para la decoración —digo

alabándole.
—De eso tiene la culpa mi madre, ella es decoradora de interiores, así

que le debo lo bien que está todo. Yo para eso soy bastante negado —

reconoce riéndose—. ¿Te has fijado que tus ojos son del mismo color? —
pregunta señalando las fotografías y la colcha que cubre su cama.

—Hago juego con tu habitación —afirmo sonriendo también.

Sin que se lo espere, me lanzo a sus labios y le beso con pasión,

volviendo a excitarme como lo estaba cuando subíamos en el ascensor. Sus

manos comienzan a acariciarme la espalda bajando sin ningún reparo hasta

llegar al final de esta agarrándome con ambas manos y atrayéndome hacia

él. Separo mis labios de los suyos y le miro, se me pasan por la cabeza

muchas cosas para decirle, pero la vergüenza hace acto de presencia y me

cohíbe. Le sonrío y me sonríe. Empiezo a desabrocharle despacio los

botones de su camisa y voy dejando un beso en cada parte de piel que se va

liberando de la oscura tela. ¡Qué bien huele! Cuando termino, subo mis

manos hasta sus hombros y, mientras le acaricio los brazos, su camisa va

descendiendo por ellos hasta caerse al suelo. Después recorro su torso y sus

abdominales, tiene un cuerpo para recrearse durante horas y horas.

Ahora es él quien me desabotona la blusa bastante más rápido que yo,

erizándome la piel de todo el cuerpo, hasta dejar a la vista el sujetador que


él me regaló. Me mira y me sonríe de tal forma que hace palpitar mi sexo de

una manera casi dolorosa.

—Gracias por el regalo —digo con la voz entrecortada.

—Gracias a ti por ponértelo… Estás impresionante.

Comienza a lamerme el cuello, bajando por mi clavícula, mientras sus


manos se deleitan en mis pechos y mis pezones se endurecen aún más. Echo

la cabeza hacia atrás y suspiro, ¡menudas sensaciones estoy

experimentando! Su mano derecha baja con lentitud por mi espalda hasta

encontrar la cremallera de mi falda, que baja con facilidad. Vuelve a

besarme y ayudado de la otra mano la desliza por mis caderas hasta que cae

al suelo. Me agacho para quitarme las botas y él me ayuda con las medias.

¿Cómo puede un hombre ser tan sexy quitándole los pantis a una mujer?

—Es una pena que te lo tenga que quitar… —susurra en mi oído

volviendo a erizarme la piel.

Bajo mis manos hasta el principio de su pantalón para desabrocharle

el cinturón y, aunque lo intento, no me apaño bien y se lo dejo a él. Después

me ocupo del botón y de la cremallera, y él se los baja mientras se agacha

sin dejar de mirarme. Cuando termina me agarra por detrás con decisión y

me vuelve a pegar contra su erección, que lucha por escapar de su bóxer

negro. Le abrazo y sus labios me van dejando pequeños besos por los
brazos y el cuello. En un solo movimiento, me eleva hasta conseguir que

mis piernas se agarren a su cintura, y así, en esa posición, se acerca a la

cama y se sienta dejándome a horcajadas sobre él. Me desabrocha el

sujetador y su boca devora mis pechos, mientras sus manos no dejan de

acariciarme el final de mi espalda, dejándome pegada mucho más a él.

Estoy tan excitada que no dejo de mover mis caderas para sentir aún más el

contacto con su cuerpo.

—Es una pena pero… voy a tener que deshacerme de ellas —

murmura con voz ronca refiriéndose a mis braguitas.

—Fabián…

—¿Mmmm…? —susurra en una especie de gemido ronco.

—Quiero más —ordeno totalmente convencida.

—¿Estás segura? Ya sabes que no tengo ninguna prisa, así también

estamos disfrutando, ¿no? —pregunta arqueando las cejas.

—Necesito romper del todo mis sombras y creo que ha llegado el

momento.

—Entonces, quiero que tu cabeza esté aquí conmigo, que sientas cada

roce de nuestra piel y cada movimiento.


—¿Tengo que hacer algo para ti? —pregunto muerta de vergüenza,

nunca me hubiera imaginado a mí misma haciendo estas cuestiones.

—Solo déjate llevar.

Esto último me lo ha dicho mirándome de una manera tan seductora

que me he excitado aún más si cabe. Le beso con pasión, nunca en mi vida

he estado tan convencida de querer hacer algo, creo que por fin voy a

romper con mi pasado.

—En cuanto me digas, paro —susurra con un tono de voz que decirle

que no sería un pecado.

—Quiero sentirte dentro de mí, quiero ser tuya.


51

Me mira, me sonríe y me besa, es el beso más bonito que me han dado

jamás. Se deja caer a mi lado en la cama y se quita el preservativo.

—Enseguida vuelvo. No te vayas —dice mientras me guiña un ojo y


va hacia el cuarto de baño.

Me tapo con la sábana y me quedo mirando el techo con una sonrisa


que sé que no se me va a quitar en un tiempo. Acabo de tener mi primera

relación sexual, bueno, debería especificar: mi primera relación sexual con

penetración consentida y deseada. Muy deseada. Me siento tan bien que si

pudiera elegir como he de morir, escogería ahora mismo, así,


completamente satisfecha y… enamorada.

En cuanto pasan un par de minutos vuelve a la cama. Se tumba de

lado, apoyado sobre su brazo flexionado y me mira con dulzura.


—¿Cómo te sientes? —pregunta mientras me acaricia la mejilla.

—Muy bien —respondo sin dejar de sonreír.

—Tenía miedo de hacer algo que te…

—Tranquilo. —Le corto la frase—. Ha sido todo perfecto, gracias por

hacerlo tan especial.

—Ha sido un placer —afirma sonriendo y me da un beso en los

labios.

—Contigo todo es una primera vez, cada cosa que hago contigo es

nueva para mí —confieso mientras me acurruco entre sus brazos.

—Me siento muy afortunado. —Me aparta el pelo de la cara—. Eres


un regalo para mí.

—¿Un regalo? —pregunto echando hacia atrás la cabeza y


deshaciéndome de sus brazos para mirarle a los ojos, necesito que me

explique a qué se refiere.

—Sí, eres lo mejor que me ha podido pasar en la vida. A través de ti

siento diferentes las cosas que me rodean, dejo de ver las cosas materiales

como antes y percibo más las sensaciones y los sentimientos. —Se queda
callado unos instantes—. No sé, creo que me has embrujado.
Esto último lo dice riéndose, sé perfectamente que no miente, se lo

noto en la forma en que me mira.

—Yo…

—¿Sabes qué? —pregunta poniéndose un poco más serio—. Aunque

no te lo creas, también ha sido nuevo para mí.

—¿No pensarás que voy a creerme que eras virgen? —bromeo

incorporándome en la cama.

—Es la primera vez que he sentido de verdad con cada parte de mi

cuerpo, no sabría explicártelo bien porque ni yo mismo lo entiendo. Mi

única preocupación era que gozaras y que no te sintieras incómoda en

ningún momento, y quizá ha sido ese interés lo que ha hecho que para mí

fuera especial también.

Su comentario me desarma, lo que me acaba de confesar me hace

volver a esa nube donde estaba minutos antes. Me lanzo sobre su boca con

mucha pasión y en cuestión de segundos vuelvo a sentirme con ganas de ser

suya otra vez. Pero el sueño me está venciendo y nos entregamos a Morfeo

sin demoras.

***
Desayunamos en la cocina un buen café con leche y un par de

croissant que ha comprado en la pastelería que hay debajo de su casa.

Mientras Fabián ha bajado a la calle a por estos ricos bollos, me he quedado

dándome una ducha.

Estoy feliz, no puedo estar de otra manera. Tengo a mi lado al hombre

más maravilloso del mundo, lo de anoche fue inmejorable; me trató como

nunca imaginé que alguien lo haría en un momento así, fue todo muy

especial, demasiado bonito. Rompí mis sombras, me deshice del lastre que

implicaba atarme inconscientemente a mi pasado y acabé con todo ese

sufrimiento, por fin.

Me lleva a casa casi a las nueve de la noche. Dolores está preocupada,

porque esperaba que llegase antes, pero tampoco se atrevió a llamarme por

teléfono por si nos interrumpía. Ella tan correcta, como siempre. Le cuento

lo bien que lo hemos pasado, pero sin entrar en detalles, eso es algo que

corresponde a mi intimidad con Fabián, y solo es cosa nuestra. Ella misma

fue quien me lo explicó la otra vez, que cuando se hace el amor debe ser

compartido solo por las personas que lo disfrutan, sin que haya que darlo a

conocer a terceros.
—Es tan distinto sentir lo que me hace Fabián… Antes solo sentía

miedo, asco y angustia.

—Cariño, no puedes comparar las dos situaciones porque son

totalmente diferentes.

—Lo sé, lo sé, también me lo dejó claro la psicóloga; pero, aun así, es

algo maravilloso poder estar con él tan a gusto sin sentirme incómoda en

ningún momento.

—Me da que te has enamorado hasta las trancas —asegura

sonriéndome.

—Eso creo, Dolores, eso creo.

Después de cenar, recibo un mensaje suyo:

Despertarme a tu lado es especial, hacía mucho


que no me sen a tan vivo. Gracias por hacerlo
posible.Por cierto, me vuelves loco.

Lo releo un par de veces y le respondo sin dejar de sonreír como una

idiota, pero es que es pensar en él y la sonrisa se planta sola en mi cara.

Gracias a por romper mis sombras... Por cierto, tú


también me vuelves loca.
52

Fabián y yo no nos hemos visto en toda la semana, salvo en los momentos

en los que ha ido a comer al restaurante, pero sí hemos hablado varias veces

por teléfono durante estos días. Algo ha cambiado en él desde el domingo,


me mira de una forma diferente, más profunda, más detenida, consiguiendo

en el restaurante que me ponga nerviosa y actúe torpemente. Él lo sabe y


por eso lo hace, con picardía, pero ya le he pedido por favor que ni me mire,

porque al final Dolores me va a despedir por romper toda la vajilla del

local.

El miércoles por la tarde recibí unos tulipanes rojos preciosos.


Cuando llamaron a la puerta y vi aparecer a un repartidor con semejante

ramo en la puerta me quedé muda. No como Botas, que fue ver al chico en

la puerta y ponerse a bufar como si estuviera su vida en peligro, vaya malas

costumbres que está cogiendo el minino. No hizo falta leer la tarjeta para
saber quién me los mandaba. En cuanto cerré la puerta al repartidor, me

senté en el sofá dispuesta a leerla en cuanto me dejaran de temblar las

manos: Tenía ganas de hacerte un regalo que se asemejara a ti, y qué mejor

que unas flores tiernas y delicadas como tú. No sé qué me has hecho que no

puedo dejar de pensar en ti ni un segundo. Me has vuelto loco. Fabián.

—Gracias por las flores, son preciosas —dije en cuanto Fabián

descolgó su teléfono.

—No tanto como tú —respondió haciendo que mi corazón empezara

a bombear fuertemente.

—¿Sabes que es la primera vez que me regalan algo así?

—Te dije que sería tu primera vez en muchas cosas…

—Pues parece que lo estás cumpliendo a la perfección —comenté


riéndome.

—Lo que te voy a decir ahora mismo no debería hacerlo por teléfono,

hubiera preferido decírtelo en otra ocasión, pero o lo suelto ya o exploto —

dijo haciéndome reír y poniéndome nerviosa a partes iguales—. Te quiero,

Loles, estoy loco por ti.

—Yo también te quiero.


La última frase se la pude decir después de que mi cerebro por fin

mandara la orden a mi boca, que se había quedado paralizada al escuchar

las palabras de Fabián. Y todavía no sé explicar lo que sentí cuando me

confesó sus sentimientos hacia mí. Si me encontré así oyéndoselo por

teléfono, imagino que cuando me lo diga mirándome a los ojos será algo

indescriptible.

Esperé llena de ilusión a que llegara Dolores para enseñarle el ramo.

Enseguida que lo vio, me dio un jarrón de cristal que tenía en su habitación

para que las pusiera en agua y me duraran lo máximo posible. Esa noche

pensé dormir con las flores en mi mesita, serían solo para mí, ya al día

siguiente las pondría en el salón. Busqué en Internet el significado de los


tulipanes rojos, según mi jefa, todas las flores tienen un significado

concreto a la hora de regalarse, así que decidí averiguar qué quería decirme

Fabián con ese ramo. Y leí: «Los tulipanes rojos simbolizan el amor

perfecto, eterno, el fuego y la pasión. Estos puedes elegirlos para el

comienzo de una relación, para declarar amor sincero y para expresar el

compromiso de pareja». Me quedé con la boca abierta, sí, el significado era

tal cual todo lo que me había dicho él por teléfono. Mi pecho se llenó de

una felicidad que nunca había experimentado, esto era lo más cerca de estar

en el paraíso.
Estos días también he dibujado mucho, estoy más inspirada que

nunca, debe ser que tengo la autoestima por las nubes y mi actitud es muy

positiva.
53

No sé de dónde me ha salido la vena romántica, pero ahí ha aparecido

dejándome perplejo. Reconozco que la nota que le envié junto con los

tulipanes era un poco cursi, pero no me salían otras palabras para


expresarme en esos momentos. Elegir el ramo no fue fácil, estuve un buen

rato en la floristería hablando con la dependienta sobre el significado de


cada flor y al final me decidí por los que creí que representaban más el

momento en el que estaba nuestra relación: el comienzo.

Y sé que acerté porque le gustaron mucho, según me dijo por

teléfono. También me atreví a decirle que la quiero, y no es algo a lo que


esté acostumbrado, pero con ella es diferente. Cuando escuché su voz por

primera vez creo que algo cambió en mí, pero lo peor de todo es que no

podía contárselo a nadie. Ha despertado tantas cosas en mí que no sé cómo


he podido vivir antes sin saber de su existencia. ¡Oh, Dios! Ya me pongo

cursi otra vez…

He quedado en recogerla a las siete, le he dicho que tengo una

sorpresa para ella y no puedo esperar más para ver su cara cuando

lleguemos. Creo que le va a hacer mucha ilusión. Aparco en su calle en


doble fila, aquí es imposible encontrar un sitio y enseguida se monta en el

coche y me da un beso. Antes no quería que nadie nos viera juntos, pero

ahora ya me da igual. Mis sentimientos hacia ella han crecido y ya no

debería ocultárselo al mundo. ¡Madre mía!, ¿desde cuándo hablo yo así?

—¡Estás preciosa! —digo mirándola unos segundos y después pongo

el coche en marcha.

—Muchas gracias, hoy voy de estreno. —Ríe mientras se señala la


ropa que se ha puesto.

—¿Te has traído tu cuaderno de bocetos como te dije? —pregunto

mirando su pequeña mochila por el espejo retrovisor.

—Sí, pero no sé para qué lo has pedido, no es en dibujar en lo que

estoy pensando —dice insinuándose, creo que ya ha perdido totalmente la

vergüenza conmigo y me gusta que sea así.

—Pronto lo sabrás.
Sigo conduciendo hasta que llegamos al sitio en cuestión, aparco y me

quedo observándola un poco nervioso.

—¿Dónde estamos? —Está muy intrigada, aún no se ha dado cuenta

de lo que va a ver en un rato.

—Esta es mi sorpresa.

—¿Esta? ¿A qué te refieres? —pregunta mirando hacia todas partes,

intentando descubrir dónde estamos exactamente.

—Estamos en IFEMA. Es un pabellón enorme donde se realizan

diferentes tipos de eventos y ferias: antigüedades, turismo, autocaravanas,

moda… —Al decir esto último le guiño un ojo.

—¡¿No me estarás diciendo que hemos venido aquí a ver un desfile


de moda?! —apunta subiendo el tono de voz visiblemente emocionada.

—Ya lo verás, venga, vamos, o llegaremos tarde.

Bajamos del coche, la cojo fuerte de la mano y nos adentramos en el

edificio donde saludo a un par de personas que conozco por Luis Alberto y

me entregan dos pases vip plastificados. La coloco uno alrededor de su

cuello y me pongo el mío, es el único momento en el que la he soltado de la

mano. Caminamos hasta lo que en el argot se denomina backstage, allí solo

se ven nervios y estrés se mire donde se mire. Algunas modelos se están


terminando de maquillar, otras aún se están vistiendo y otras se dejan hacer

por los peluqueros, aunque todo son prisas. Pero mis ojos solo están

pendientes de ella, está impresionada y esa ilusión que tiene en la cara


significa que he conseguido sorprenderla. Después pasamos a un salón

donde tomamos asiento en espera de que empiece el desfile.

—¡Ha sido fascinante! —exclama de camino al coche después de que

haya acabado todo.

—Me alegro de que te haya gustado —digo y le doy un beso.

—Jamás hubiera imaginado que este mundo era así, ¡cuánto estrés! —

comenta riéndose—. Por cierto…

—Oh, oh… —Pongo mis labios cerca de los suyos para que me dé un

beso, aún seguimos con eso de que el que deje la frase a medias le tiene que

dar un beso al otro, y paga su deuda con mucho gusto.

Nos montamos en el coche y vamos a mi casa. Por el camino no deja

de decirme lo impresionante que ha sido todo, lo mucho que le ha gustado y

todas las notas que ha tomado; me explica que más que notas físicas han

sido mentales. Cuando llegamos aún sigue hablando de todo lo que hemos

visto esta tarde.


—¿Te apetece tomar algo? —ofrezco dejando las llaves del coche

sobre el mueble que hay en el recibidor.

—Agua, por favor —contesta sentándose en una de las banquetas

altas que hay en la cocina.

—Deberíamos cenar algo, ¿no tienes hambre? —pregunto mientras

sirvo dos copas.

Da un pequeño trago y sonríe. Se acerca, me abraza y nos fundimos

en un beso largo cargado de intenciones, logrando que se olvide del desfile

por completo. Nos acariciamos por encima de la ropa y, poco a poco, todas

las prendas van cayendo a nuestros pies quedándonos solos con la ropa

interior. La dejo sentada sobre la encimera de la isla de la cocina y abro sus

piernas para situarme entre ellas. Mis labios se dirigen hasta mi cuello y mi

lengua va recorriendo el camino que van dejando mis besos.

Rodea mi cintura con sus brazos, hasta llegar al elástico de mi bóxer,

y me acerco aún más hacia ella, pegando mi erección a su sexo. Esa

sensación nos altera más de lo que ya estamos y, en susurros, me pide que la

lleve a la cama. Coloca sus piernas alrededor de mis caderas y en esa

postura llegamos a su habitación donde me siento sobre sobre la colcha que

es el del mismo color que sus ojos.


Estoy tan excitado que ni cuenta me he dado de que aún llevamos

puesta la ropa interior, entonces, desabrocho su sujetador dejando sus

pezones endurecidos al alcance de mi boca. Los beso y me deshago

rápidamente de las pocas prendas que nos quedan. Sus movimientos son

lentos al principio, sus gemidos son cada vez más altos y van al ritmo de

cómo se mueve. Y yo me limito a disfrutar de cada gesto que marca su cara

hasta que se entrega al orgasmo y me dejo llevar también mientras encierro

la cabeza entre sus pechos.

Echo mi cuerpo sobre la cama y nos quedamos unos instantes

tratando de recuperar el aliento, hasta que noto un líquido caliente entre

nosotros y la miro sin poderme creer lo que acaba de pasar.

—¡No puede ser, joder! —maldigo mientras me incorporo con un

rápido movimiento.

—¡No nos hemos acordado del preservativo! —grita asustada.

—No se me debería haber pasado. Pero estaba tan loco por hacerte

mía que me he olvidado. ¡Joder!

—Tranquilo, vamos a una farmacia y compro la píldora del día

después.

—¿Eso funciona? —pregunto desconfiado.


—Claro, no hay de qué preocuparse.

Al ser un sábado y más de las diez de la noche, buscamos en Internet

la farmacia de guardia más cercana. Nos vestimos deprisa y cogemos el

coche porque no está muy cerca de su casa. La farmacéutica nos explica un


poco lo que ocurre con esto y Loles, muerta de vergüenza, aguanta la charla

y se la toma nada más montarnos en el coche de nuevo.

—¿Estás bien? —pregunto preocupado, pero no quiero que se agobie


por algo que tiene solución.

—Sí, relájate ya, que no hay problema —responde con una sonrisa.

—Me siento tan mal… ¿Cómo me ha podido pasar?

—Porque te he distraído —asegura riéndose.

—Me gusta tu forma de distraerme, pero te prometo que no volverá a

ocurrir.

—Te invito a cenar. Conozco un chino donde hacen los mejores

rollitos de primavera de toda la ciudad. —Cambia de tema consiguiendo


que me relaje un poco.

—Aún tengo el susto en el cuerpo. ¿Te parece mejor que vayamos a

casa y la pidamos por teléfono? Prefiero cenar a solas contigo y tenerte en


exclusiva —propongo sugerente.
Acepta la propuesta y, una vez que nos traen la comida, cenamos
tratando de olvidar el susto que nos acabamos de llevar; aunque a ella la

veo más tranquila que yo. Tal vez controla más de lo que parece las
situaciones de estrés.

—¿Ya no te tienes que tomar más pastillas? ¿Es solo una? —pregunto

interesado por la píldora del día después.

—Son dos pastillas: la primera hay que tomarla en las primeras


setenta y dos horas después de haber mantenido relaciones sexuales, y la

segunda a las doce horas de haber tomado la primera. Así de simple.

—¿Te duele? —Mi preocupación se hace latente y me doy cuenta de

lo estúpida de mi pregunta.

—No, tranquilo. —Se ríe.

Después de cenar volvemos a la cama, donde una vez más hacemos el

amor. Cada vez es distinta, aunque siempre termina igual: con un orgasmo
increíble que nos deja tan exhaustos que solo me recupero cuando la tengo

entre mis brazos. Ahora no nos hemos olvidado del preservativo, con un
susto por hoy es suficiente. Al rato nos dormimos, abrazados, con las

piernas enredadas y no conozco otra forma mejor de conciliar el sueño.


54

Abro los ojos pero Fabián aún duerme y no quiero moverme para no

despertarlo, aunque quizá si… No, así en frío no me siento capaz de…

Mientras estoy pensando en darle los buenos días como él me los dio el
domingo pasado, se despierta y me mira sonriente.

—Me gusta que seas lo primero que ven mis ojos cuando me
despierto —susurra con cariño despertando las mariposas que habitan en mi

estómago.

—¿Desayunamos? Me he despertado con hambre… —Mi mirada es

de lo más pícara y él se ríe al darse cuenta.

—¡He creado un monstruo!

—No lo sabes tú bien —digo riéndome también.


Nuestros cuerpos vuelven a gozar como horas antes, aunque esta vez

es algo más rápido y urgente, pero igual de placentero. Nos metemos en la

ducha y continuamos con los besos y las caricias.

—Estaría toda la vida haciéndote el amor —murmura junto a mi oído

mientras me enjabona la espalda.

Lo que me acaba de decir me deja muda, no sé bien cómo reaccionar

a sus palabras, pero me ha entrado una especie de cosquilleo y de emoción a

la vez que me ha recorrido todo el cuerpo hasta juntarse en mi pecho y ahí

ha debido explotar porque ahora me siento diferente. ¿Ha querido decir que
quiere estar conmigo toda la vida? ¿Es así? ¿En serio? No sé si girarme y

preguntarle en alto todas estas cuestiones o seguir de espaldas, tratando de

asimilar el peso de sus palabras.

—Te quiero —dice a la vez que me da la vuelta dejándome frente a él.

Ahora creo que me voy a desmayar. Estoy muy emocionada y, sin

poder evitarlo, se me humedecen los ojos y una lágrima desciende por mi

mejilla a la vez que sonrío.

—Todo esto es tan maravilloso que yo...

Es lo único que soy capaz de decir, mi boca no es capaz de expresar

todo lo que estoy sintiendo dentro de mi corazón. Le beso con fuerza

tratando de que entienda todo lo que significa para mí; además, he dejado la
frase sin terminar, por eso tengo que hacerlo en pago de la «norma» que

puso al principio de conocernos.

Sale de la ducha, se tapa con una toalla y me envuelve a mí con otra.

Después, me coge de la mano y me lleva hasta la cocina donde enciende la

cafetera. El aroma enseguida inunda todo, es un olor que me encanta, igual

que el del pan recién tostado que acabo de hacer para desayunar. Aunque

sobre todas las cosas, prefiero cómo huele él.

—No tengo mermelada, ¿te parece bien con aceite? —pregunta

abriendo el armario que tiene encima de su cabeza.

—Sí, así está bien —digo apoyando mis manos bajo mi barbilla—,

hoy creo que todo va a estar demasiado bien.

Coge una aceitera y la deja sobre la isla donde estoy sentada, después

se estira desde el otro lado, sonríe y me da un tierno beso en los labios.

Desayunamos entre mimos y caricias, hasta que mi cabeza sale del ensueño

en el que me encuentro en estos momentos para devolverme de golpe a una

realidad de la que yo no había sido consciente hasta ahora.

***
Me deja en casa a las siete de la tarde, quiero esperar a que llegue

Dolores del restaurante para contarle todo lo del desfile, aunque hoy es

domingo e irá al cementerio, con lo cual, le vendrá bien que le alegre un


poco después de la visita a su marido.

Estoy tumbada en la cama releyendo la nota que acompañaba las

flores cuando escucho la puerta de casa.

—¡Hola, ya he llegado! —saluda menos triste de lo que yo esperaba

mientras deja en la cocina las bolsas que trae.

—¡Hola! —digo saliendo de mi habitación con Botas en brazos y este

maúlla al verla.

—He decidido dejar de ir al cementerio cada domingo, creo que


debería cambiar esa rutina por algo más alegre… —Me mira pensativa y

continúa hablando—: No es que quiera dejar de ir, no es eso, es solo que

después me siento demasiado triste y no quiero seguir así.

—Me parece una buena decisión —afirmo sincera.

—¿Qué tal con Fabián? —pregunta saliendo de la cocina.

—Muy bien, no te vas a imaginar dónde me llevó ayer.

—¿A un restaurante estupendo? —Levanta las cejas con curiosidad.


—Frío, frío —contesto negando con la cabeza—. ¡Fuimos a un desfile

de moda!

—¿De verdad? Vaya, ese chico no deja de sorprenderte.

—¡Me quedé fascinada! No te imaginas cómo es eso por dentro, nada

que ver a lo que se ve en la tele, pero nada de nada.

—Me alegro mucho, ya iba siendo hora de que empezaras a ser feliz

de verdad.

—Dolores, yo ya era feliz antes de conocerle —matizo con una

sonrisa, para que entienda por dónde voy.

—Sí, bueno, pero ya sabes a qué me refiero…

Nos ponemos a reír por el comentario, sé perfectamente qué ha

querido decir. Me gusta verla así de feliz un domingo por la tarde, no es lo

habitual y creo que ha tomado una decisión estupenda. Me encantaría que

fuera tan dichosa como lo estoy siendo yo, se lo merece.


55

—¿Por qué estás nerviosa? —le pregunto cuando la recojo en su casa.

—Pues no tengo ni idea, solo sé que me he levantado así, llevo el día

un poco raro, tal vez porque es miércoles —responde encogiéndome de


brazos—. O quizá es por lo que me ha hecho Botas…

—¿Tu gato?

—Bueno, en realidad es el gato de Dolores, aunque le considero de la

familia también.

—¿Y qué es eso tan grave que ha hecho?

—Verás… No sé cómo decírtelo sin que te enfades.

—¿Enfadarme? ¿Qué tiene que ver conmigo?


—Esta mañana antes de ir al restaurante cambié el agua de los

tulipanes y los puse en la mesa del salón, han estado varios días en mi

habitación y quería mudarlos de sitio. Pues verás, cuando he llegado de

trabajar, el jarrón estaba hecho añicos, el agua desparramada por todo el

suelo y los tulipanes no han corrido mejor suerte —cuenta con una mezcla
de pena y enfado.

—Por las flores no te preocupes, te compraré más. —Cojo su mano y

le doy un beso en ella sin apenas retirar la mirada de la carretera—. Pero la

actitud del minino es curiosa.

—No sé por qué se comporta así, nunca ha hecho nada parecido, pero

lleva una temporada…

—Bueno, tranquila, conozco una manera infalible para acabar con los
nervios —apunto con una sonrisa pícara.

—¿Ah, sí? —finge que no sabe por dónde voy—. ¿Y cuál es?

—Vamos a mi casa y te lo explico. —Nos miramos y nos reímos a la

vez.

Me parece que como siga besándome así no vamos a llegar ni a la

puerta de mi casa. Ha sido aparcar el coche y besarme como si fuera la


última vez que fuéramos a vernos. Y no son unos besos normales, no, son

besos muy pasionales cargados de una intención más que explícita. Retiro

un poco la cabeza para llamar al ascensor y aprovecha para dejarme

pequeños mordisquitos en el cuello que no hacen otra cosa que ponerme a

mil. Mientras ascendemos hasta el último piso, nos quitamos bastante ropa,

solo espero que no se pare antes en otra planta y encontrarnos con algún
vecino.

Abro la puerta a la vez que me desabrocha la camisa desde atrás. En

cuanto entramos, la quito el jersey y me lanzo a sus pechos, liberándolos del

sujetador que los oprime. Mis manos comienzan a volar sobre su cuerpo y

mi boca se entretiene con sus pezones. De repente, me detengo, la miro, le


digo que vengo en menos de un minuto y regreso con un preservativo en la

mano.

—¿Te quedas a cenar? —pregunto pasados unos minutos, aún

jadeantes, mientras nos estamos poniendo la ropa.

—Estoy un poco cansada y prefiero irme a casa. Además, quiero

contarle a Dolores lo que ha pasado y ver con qué castigamos a Botas —

responde terminándose de abrochar los pantalones—. No te importa,

¿verdad?
—Claro que no, lo entiendo perfectamente. Vamos, te acerco en un

momento. Aunque no me gustaría pensar que hoy solo hemos quedado para

hacer el amor… Yo lo que quiero es pasar más tiempo contigo.

Me abraza con fuerza y cada vez me siento más afortunado por haber

conocido a una chica así.


56

Hoy ha amanecido un día precioso, no hay ni una sola nube en el cielo y ya

empieza a notarse más la primavera, ha costado llegar a esta temperatura

pero por fin el tiempo se ha decidido.

Cuando vuelvo del trabajo, le echo de comer a un Botas hambriento

que no deja de perseguirme por toda la casa maullando.

—No tienes que ser tan impaciente —le regaño mientras le pongo su

comida en el comedero y le cambio el agua—. Las cosas buenas tienen su

tiempo y hay que saber esperar. Además estoy muy enfadada contigo por

haber tirado el jarrón con las flores, eres un gato muy malo.

Me río yo sola al escucharme, ni que me fuera a contestar, aunque sí

lo hace con un maullido seco, como si estuviera dándome la razón, algo que

me hace mucha gracia.


Después de ducharme, salgo a la calle, quiero comprarme un conjunto

de ropa interior bonito para estrenarlo este fin de semana con Fabián. Mis

pasos me llevan hasta la zona de las tiendas caras, me encanta mirar estos

escaparates y ver tanta ropa bonita, aunque inalcanzable para mí por el alto

precio que tiene. Entro, por curiosidad, en una de ellas y disfruto de las telas
y tejidos de todo lo que voy viendo, pero enseguida noto la mirada

desaprobadora de una de las dependientas que no deja de seguirme con

poco disimulo por toda la tienda. Vestida como voy hoy, estoy segura de

que no doy con el perfil de la típica chica que entra en una tienda así.

Cuando salgo de la segunda tienda —sin comprar nada, como ya


esperaba— veo a una pareja que camina por la acera, delante de mí, muy

bien vestidos y con varias bolsas en la mano. Al principio no me doy


cuenta, pero después me fijo en que es la rubia pija con la que choqué aquel

día cuando iba con… ¡¿Es Fabián?! ¡No me lo puedo creer! Me acerco

dispuesta a saludarlo, cuando me doy cuenta de que voy a cometer un error,

no, mejor evitar una situación así. Pero justo cuando voy a darme la vuelta,

él se gira, como si me hubiera sentido cerca, y también lo hace ella al

mismo tiempo. La cara de esta pasa de la sonrisa a la seriedad en cuanto me

ve, parece que me ha reconocido de la otra vez; y la de él pasa al color

blanco en pocos segundos. Nos quedamos callados, y la pija con aires de

superioridad suelta:
—Vaya, esta otra vez, ya venías dispuesta a tirarme todas las bolsas al

suelo, ¿verdad?

—Mira, guapa, prefiero no contestarte —digo con chulería llevando

mi mirada hacia él—. Hola, Fabián.

—Vamos, Fabi, aún quedan cosas por comprar. —Le agarra del brazo

haciendo alarde de posesión para darse la vuelta y continuar su camino.

—Hola —me saluda como si acabara de haber visto un fantasma,

entonces me giro, no quiero protagonizar un numerito en plena calle—.

Loles, ¡espera!

—Tengo que irme a casa —anuncio sin darme la vuelta, no puedo ni

mirarle.

No entiendo por qué Fabián ha reaccionado así al verme. ¿No se

supone que tenía muchas ganas de verme? Y además, ¿no me ha dicho por

teléfono que no nos veíamos esta tarde porque tenía mucho trabajo? Ya veo

a qué se refería… Después de unos segundos aquí, en plena calle,

paralizada por la sensación tan mala del momento que acabo de vivir, me

encamino hacia casa.


No me he permitido derramar ni una sola lágrima hasta que he llegado

a casa. Aquí me siento a salvo, todo está bien entre estas paredes. Tras

pegarme un buen rato llorando, decido tumbarme en el sofá y acariciar a


Botas hasta que llegue Dolores y, con ella, mi consuelo.

¡Aún no me puedo creer lo que ha pasado! Pero si es que parecía

como si no me conociera de nada, ¿cómo ha podido reaccionar así? ¿Por

qué me ha dicho que tenía mucho trabajo y no podíamos vernos? ¿Qué

relación tiene con esa rubia pija para ningunearme de esa manera? ¿Son

novios? ¿Es que no he significado nada para él? ¿Es que solo buscaba tener

sexo conmigo y cuando lo ha conseguido se ha acabado la conquista? Al

menos no es eso lo que me pareció el fin de semana pasado. Si solo fuera

eso, ¿para qué molestarse tanto? ¡Pero si se ha portado conmigo como un

caballero en todo momento y también ha hecho que me sienta cómoda de

todas las maneras posibles! Y todas las cosas que me ha dicho, incluso que

me quería…

Después de contarle todo a Dolores, me aconseja que no saque mis

propias conclusiones sin haber hablado antes con él, que quizá es una

amiga. Pero ahora mismo estoy que rabio. Debería llamarlo y pedirle

explicaciones, pero ¿quién soy yo para hacer eso? No, mejor esperar a estar

más calmada, las cosas dichas en caliente pueden hacer un daño


innecesario.
Me voy a la cama con un mal sabor de boca, menos mal que Botas se

tumba a los pies de mi cama y me acompaña hasta que me duermo. Mañana

será otro día.

***

Me despierto con la misma sensación agria que cuando me acosté.

Pensaba que me iba a levantar mejor, pero veo que no.

Mi actitud cambia un poco después de desayunar, no hay nada que no

se mejore después del primer café con leche del día. Dolores, que está al

tanto de lo que me pasa, trata de animarme diciéndome que esté tranquila,

que Fabián ya me explicará y yo asiento con la cabeza y sonrío. ¡Tampoco

es el fin del mundo! ¿O sí?

Mi forzada sonrisa se termina de evaporar en cuanto veo que él no

viene a comer hoy. Pero, por una parte, mejor, porque no sé si podría

disimular el malestar que tengo al preguntarle lo que va a comer. Entran los

otros tres vip, sonrientes como cada día, y se sientan, pero hoy no tengo

ganas de preguntar por el que falta. Imagino lo que me van a pedir, como es

viernes y siguiendo con la tradición de este restaurante, hay cocido

madrileño, y ellos siempre lo toman.


Sigo a lo mío hasta que voy a servirlos el café y el padre de Fabián

me dice que quiere llevarse un bocadillo para su hijo como el del otro día.

Voy a la cocina y se lo pido a mi compañero, pero esta vez no voy a

escribirle ninguna nota, que se dé cuenta de que estoy molesta por lo que

pasó ayer.

Botas acude rápidamente en cuanto escucha el ruido del pienso caer

sobre su comedero. Suelta un maullido y me mira un par de segundos que

interpreto como si me estuviera dando las gracias por alimentarle. «Este

gato es de lo más educado, cuando quiere, claro», pienso mientras le

observo comer con ansia.

Me ducho y me pongo a dibujar bocetos, es algo que me encanta y

además me relaja. Siempre me ha hecho tener la cabeza despejada de los

pensamientos que me atormentaban y me ha servido para evadirme en los

momentos más duros que he vivido en el pueblo. Eso y escuchar música

clásica, sobre todo a Beethoven, es maravilloso. Estoy terminando de

diseñar una falda cuando me suena el teléfono —cortándome la séptima

sinfonía de mi músico preferido— y miro la pantalla por mirar, porque

tengo claro que es Fabián.

—¿Sí? —pregunto indiferente.


—¡Hola, Loles! Te llamo porque estoy muy enfadado contigo. —Su

tono demuestra todo lo contrario.

—Pues ya somos dos —digo seca.

—¡Pero si era broma! —Se ríe y actúa como si nada hubiera pasado

—. Es que hoy no me has mandado una nota en el bocadillo, y lo he echado

de menos.

—Es que no me apetecía mandarle una nota a alguien que me ve por


la calle y actúa como si no nos conociéramos de nada —suelto en el mismo

tono de antes.

—A ver, Loles, no te esperaba, y me quedé como en shock. ¿Por eso


estás enfadada?

Aprieto el botón rojo de la pantalla y cuelgo la llamada, no quiero


hablar con él. ¿Que si por eso estoy enfadada? ¡Madre mía! ¡Le parecerá
poco! Me entra una mala leche de golpe que no es normal y estoy que echo

chispas hasta por las orejas.

Cuando vuelve Dolores y le cuento lo que ha pasado, me regaña. Dice

que debería haberle dejado hablar más y escuchar todo lo que fuera a
decirme, pero no podía, ni mi orgullo ni mi amor propio me han dejado. Me

acuesto mal pensando en cómo se ha estropeado algo que estaba


comenzando, al menos yo lo veía así, aunque parece que él no.
57

Sé que para ser sábado debería haberme levantado contenta y optimista,

pero no es así. Todo lo que pensaba que haríamos este fin de semana se ha

quedado en eso, simples pensamientos. Lo que peor llevo es haberme


entregado a él y ahora sentirme una idiota. Pero bueno, ya se me pasará.

Nada más llegar del restaurante pasadas las seis de la tarde, me meto
en la ducha. Dolores se ha quedado un rato más hablando con una pareja de

clientes que conoce desde hace mucho tiempo, así que me he venido antes

para casa sin esperarla. Cuando llegue, le voy a proponer irnos por ahí a

cenar o al cine o a lo que a ella le apetezca, el caso es que tengo que salir de
aquí o se me caerá la casa encima. Estoy secándome con la toalla cuando

suena el timbre de la casa, seguro que viene cargada con bolsas y por eso no

puede ni meter la llave en la cerradura.


—¡Hola! —saludo contenta a la vez que abro la puerta y mi sorpresa

es mayúscula cuando en vez de encontrarme con la cara de Dolores es a

Fabián a quien tengo delante.

—¿Puedo pasar? —pregunta tímidamente.

—No es buen momento, además mi jefa está a punto de llegar.

Botas se acerca y empieza a bufarle como un loco, con lo cual, no me

queda más remedio que cogerle en brazos para intentar que se relaje y deje

de montar una escenita de las suyas, y noto como con sus manos intenta

parar la puerta que he empezado a cerrar.

—Loles, necesito hablar contigo y tienes dos opciones: o sales al


rellano, algo que no verían muy bien tus vecinos —comenta mirando la

toalla que llevo enrollada sobre mi cuerpo—, o entro y me escuchas todo lo

que tengo que decirte.

Ante las dos opciones que me da me quedo con la segunda que es la

más discreta de todas. Abro un poco más la puerta, le doy paso con un

ligero movimiento de cabeza y encierro a Botas en mi habitación porque no

deja de bufarle.

—Fabián, no necesito que me des ninguna explicación —aseguro

acercándome al sofá donde está apoyado.


—No me parece justo que te enfades conmigo sin escucharme antes.

Intenté explicarte, pero te diste la vuelta y te marchaste. —Me mira

confundido.

—Esto es muy fácil de entender. Ya es la segunda vez que te veo con

esa chica, por lo tanto, deduzco que o bien es una hermana de la que aún no

me has hablado o es tu novia y, por las formas que tiene contigo, podría

asegurar que no es ningún familiar tuyo. Sé que me pediste que fuéramos

discretos, pero entendí que solo era en mi restaurante porque a él acudes

con tres personas más de tu trabajo, pero jamás imaginé que por la calle

también tuviéramos que disimular. —Trato de no levantar mucho la voz,

pero no puedo evitarlo—. Pero lo que más me duele es que me hayas vuelto
a mentir, me dijiste que tenías mucho trabajo y que no podríamos vernos, y

resulta que para ir de compras con ella sí que tenías tiempo. Eres un

mentiroso y no sabes lo que me arrepiento de haberme entregado a ti como

lo he hecho.

—Loles, escúchame, por favor —suplica muy serio.

—Te avergüenzas de mí, es eso, ¿verdad?

—No es eso…

—Llevo toda la vida avergonzándome de mí misma, y ahora eres tú

quien lo hace. —Mis palabras están cargadas de dureza.


—Por lo que veo no piensas escucharme, te crees la dueña de la

verdad y todo lo que yo te diga va a ser en vano —expone un tanto

desesperado.

—Así es, no quiero que me vuelvas a contar más mentiras. Ya te lo

dejé muy claro la otra vez y sé que ahora volverás a inventarte algo. Mejor

márchate. —Escucho un maullido fuerte proveniente de mi cuarto, parece

como si Botas le hubiera dicho también que se fuera.

Se me queda mirando unos instantes y veo algo que no había visto en

sus ojos hasta este momento: la desilusión. Se da la vuelta y, sin decir nada,

abre la puerta cabizbajo y se marcha, cruzándose con mi jefa en el rellano

de la escalera.

—¿Ese era Fabián? —pregunta bajito mientras cierra la puerta de casa

y se extraña de verme con una toalla como única indumentaria.

—El mismo —contesto aún agitada por todo lo que le he dicho.

—¿Estás bien?

Según termina de preguntarme, me abrazo a ella y comienzo a llorar

desconsoladamente, sacando todo lo que he estado reprimiendo desde que

le vi ayer en la calle. Cuando estoy algo más calmada, nos sentamos en el

sofá. Dolores me acaricia la cabeza consiguiendo que mis lágrimas, poco a

poco, dejen de caer.


—Con él siento continuamente cosas nuevas, pero parece que no

todas son bonitas —comento soltando un pequeño suspiro lleno de

nostalgia.

—Voy a darme una ducha, vístete que nos vamos a cenar por ahí. Hoy

vamos a cambiar los papeles, merecemos que nos atiendan en un


restaurante en vez de ser nosotras quienes sirvamos la comida —propone

alegremente y va hacia su habitación.

Siempre sabe cómo alegrarme, de no ser por ella, seguramente ahora

mismo estaría tirada en la cama llorando en vez de estar vistiéndome para

salir. Aunque antes de meterse en el cuarto de baño me vuelve a regañar


porque dice que no he dejado a Fabián ni explicarse y reconozco, una vez

más, que tiene razón, pero en ese momento me han podido más las ganas de

soltarle todo lo que tenía en mente que de saber la excusa que iba a

ponerme.

***

Me despierto sobre las diez de la mañana, Botas duerme a los pies de

mi cama porque mi jefa hace ya rato que se ha debido marchar a trabajar.

Como no tengo nada que hacer me quedo tumbada un poco más pensando,
cómo no, en Fabián y en todo lo que pasó ayer. Tal vez debería llamarle y

dejar que se explique, pero tampoco sé muy bien qué decirle ahora o cómo

se lo va a tomar, lo mismo ni me coge el teléfono. No, mejor dejar las cosas

como están y ya el tiempo me hará olvidarlo.

Al rato decido levantarme de la cama y ponerme a hacer cosas, ya

que, como siga en la cama, voy a terminar llorando y no quiero hacerlo

más, y menos por él. Después de desayunar y limpiar un poco la casa, cojo

mi cuaderno de bocetos para dibujar, pero tras un rato con el lápiz en la

mano, no consigo que me venga la inspiración. Tampoco tengo ganas de

estar sola, con lo cual, voy hasta el restaurante que, al fin y al cabo, los que

están allí son lo más cercano a una familia que tengo.

Se extrañan al verme aparecer, sobre todo Jose, pero ninguno

pregunta nada, cosa que agradezco mucho porque no quiero contarle a mi

compañero lo que me pasa. Después regreso a casa con Dolores y, por

primera vez desde que la conozco, me invita a acompañarla al cementerio.

Y eso que el otro día me dijo que había decidido dejar de ir todos los

domingos, pero imagino que esa distancia la irá tomando poco a poco.

No recuerdo haber entrado nunca en ninguno y, más allá de lo que

puede parecer un sitio así, me transmite una paz que no puedo explicar con

palabras. Es como si aquí todo estuviera bien, el único ruido que hay es el
que hacen nuestros pasos al caminar por la gravilla, no se oye nada más, y

este silencio parece ser el justo para el descanso de las almas. Incluso para

la mía que no deja de martirizarse pensando que no volveré a estar más con

Fabián.

Regresamos a casa en silencio, no quiero que esta calma que llevamos

entre las dos desaparezca bajo el sonido de nuestras palabras. Prefiero que

sea ella la que lo rompa. Sé que cada vez que va a ver la tumba de su

marido se pone triste, y no la culpo por ello; y también soy consciente de


que no lo ha pasado bien, que no es fácil vivir con esa pena pero, como me

dijo una vez, es su forma de llevarlo y de afrontarlo, por lo tanto, no seré yo


quien le diga lo contrario.

—¿Qué te parece si pedimos una pizza? —pregunta al rato de llegar a


casa, es lo primero que sale de su boca desde que fuimos al cementerio.

—Por mí genial, ¿quieres que llame yo?

Cenamos mientras me cuenta anécdotas suyas de cuando vivía su


marido y detalles de cuando empezaron con el restaurante, algunas ya las he

oído en otras ocasiones, pero no me importa volver a escucharlas.

Nos vamos a la cama temprano, mañana comienza la semana y no

quiero empezar la semana con sueño. Para no variar, pienso en Fabián y en


qué estará haciendo, y me entra un poco de pena, pero después se me pasa y
me cabreo pensando que estará con la rubia pija.
58

Desde que salí de casa de Loles estoy de mal humor. No entiendo cómo

puede ser tan cabezota. No debí dejar que Briana me liara con lo del regalo

de cumpleaños, pero cuando me pidió que la acompañara no me pareció


mal. Carlos es amigo nuestro de toda la vida y el regalo lo íbamos a hacer

conjunto, como siempre.

Reconozco que no actué bien con Loles, pero es que tampoco supe

cómo reaccionar, sobre todo porque por teléfono le había dicho que no

podríamos vernos ya que estaba hasta arriba de trabajo. Y no es que fuera

mentira, tenía que terminar varias cosas pendientes, pero a Briana no le dije
que no porque era algo que llevábamos años haciendo y mi respuesta fue

prácticamente automática. Quizá debí negarme y ahora no estaría como

estoy.
He ido a comer a casa de mis padres y mi madre —y su sexto sentido

— se ha dado cuenta de cómo estoy, pero ha dejado de insistir después de

que le dijera tres veces que no me pasaba nada. Y sí, claro que me pasa,

estoy cabreado como un mono. Tal vez no lo he hecho bien con Loles, pero

debería dejar que le explique y no sacar sus propias conclusiones. Y ya es


algo que veo difícil tal y como me recibió en su casa y todo lo que me dijo.

Llevo media hora tratando de continuar con la lectura de un libro que

me tiene bastante enganchado, pero soy incapaz de concentrarme en la

historia; mi cabeza se va y cuando me doy cuenta veo que he pasado las

páginas sin haberme enterado absolutamente de lo que he leído. Mi teléfono


suena y me lanzo de golpe a cogerlo pensando que es Loles.

—Dime, Briana —digo nada más descolgar tras ver quién me llama.

—Hola, Fabi. ¡Uy! ¡Vaya voz que tienes! Estás aburrido, ¿a que sí?

Yo estoy igual, así que he pensado que podíamos ir al cine. Me puedes

pasar a buscar en media hora.

—Briana ya te he dejado claro que entre tú y yo ya no va a haber ni

cines ni restaurantes ni nada de lo que hacíamos antes como pareja —le


recuerdo una vez más.

—Ay, Fabi, ¡cómo eres! Solo te lo estoy proponiendo como amiga,

¿cómo puedes pensar otra cosa?


—¿Porque nos conocemos desde hace mucho tiempo? —pregunto

con ironía.

—¿Eso es un no?

—Así es.

De repente deja de hablar y me doy cuenta de que ha colgado la

llamada. Seguro que se ha enfadado, pero me da igual. Sabe perfectamente

que lo nuestro se acabó, no sé por qué sigue insistiendo.

Me cambio de ropa y me voy al gimnasio, necesito soltar todo lo que

tengo dentro y no conozco otra forma mejor; bueno, sí se me ocurre otra,

pero implica estar con Loles y en estos momentos es imposible. ¿Y si no

vuelvo a estar con ella? ¿Y si se ha acabado lo que había entre nosotros

cuando apenas estaba empezando? Con rabia, golpeo un saco de boxeo

hasta la extenuación.

Cuando regreso a casa estoy algo mejor, reconozco que he conseguido

descargar parte de mi malestar, después me ducho y preparo la maleta.

Mañana voy a Lugo por trabajo con Luis Alberto y estaré unos cuantos días

allí. Estoy emocionado, es la primera vez que me mandan a algo así y sé

que han depositado toda su confianza en mí, cosa que me enorgullece y me

asusta casi a partes iguales. Dejaré de ver a Loles por un tiempo, aunque
quizá le venga bien para darse cuenta de que lo que hice tampoco es para

tanto y me deje explicarle.


59

Estoy muy nerviosa, tanto, que estoy a punto de decirle a Jose que me

cambie el rango de mesas. No sé si voy a ser capaz de atender a la mesa vip,

pero tampoco quiero darle qué pensar a mi compañero con mi propuesta;


mejor dejo las cosas como están y que pase lo que tenga que pasar.

Entran dos de los cuatro y saludan a mi jefa en la barra. Como cada


lunes se preguntan mutuamente por el fin de semana, pero yo continúo a lo

mío algo aliviada porque no haya venido Fabián, aunque escucho la

conversación desde donde estoy.

—Pues ya sabéis, como siempre, con menos trabajo que entre


semana, pero sin tiempo de aburrirnos —les explica ella con su sonrisa—.

¿Hoy no venís cuatro?


—No, están en Lugo. Teníamos allí un proyecto pendiente y le he

mandado para hacerse cargo. Ya empiezo a hacerme mayor para estar

continuamente de viaje —le cuenta el padre de Fabián a una atenta Dolores.

—Eso está bien, hay que ir dejando paso a las nuevas generaciones —

dice mi jefa secándose las manos en un paño.

Se sonríen y los acompaña hasta la mesa. Allí se sientan y les deja un

plato con croquetas que ha cogido antes de salir de la barra. Después me

acerco y les «canto» el menú del día. No ha podido irse de viaje en un

momento más oportuno, ya que me viene muy bien estar sin verlo unos días
después de lo que ha pasado entre nosotros.

***

Sin apenas darme cuenta se ha pasado la semana, ya estamos a sábado

y acabo de llegar del restaurante. Reconozco que, aunque al principio dije

que iba a estar mejor sin saber de él, ahora le echo de menos. No dejo de

mirar el móvil esperando que me llegue un mensaje suyo o una llamada,


pero ni lo uno ni lo otro. Creo que me he pasado con todo lo que le dije

cuando estuvo en casa, pero en esos momentos hablaba mi desilusión y mi


rabia por sentirme engañada, por no decir que el verle al lado de otra me

sentó como una patada en el estómago.

—Creo que deberías llamarle y disculparte —asegura Dolores

mientras prepara la cena en casa.

—¿Disculparme? Aquí la única que merece una disculpa soy yo —

digo un poco enfadada.

—Solo te digo que tal vez te pasaste un poco con él, no sabes qué

carita tenía cuando me crucé con él en la puerta…

—Bueno, sí, quizá fui un poco dura, pero ¿cómo te crees que me

sentía? Me dijo que tenía mucho trabajo y que no nos podríamos ver, y

resulta que le encuentro de compras tan tranquilamente y, para colmo, con

la rubia pija, ¡que ya es la segunda vez que los veo juntos, Dolores! —

explico un poco alterada apoyada en la puerta de la cocina.

—Pero es que tampoco sabes qué fue lo que pasó, déjale que te

cuente. Escucha su versión y si después sigues sin estar convencida, pues

vale, de acuerdo, deja la relación.

—¿La relación? ¿Pero tú crees que lo que teníamos era una relación?

—pregunto incrédula saliendo de la cocina.


—A ver, Loles, tampoco es que seáis solo amigos, ¿no? Desde fuera y

bajo mi punto de vista, estabais comenzando una relación de amor, algo

muy bonito entre dos personas que se gustan y que están empezando a
sentir algo más. ¿Por qué detener algo así? Dale la oportunidad de

explicarse y luego decide —sentencia sin perder la paciencia conmigo—.

Además, te dijo que te quería, ¿no? Eso no se dice por decir.

—¿Tú crees en las señales? —pregunto muy seria.

—No sé a qué te refieres —contesta encogiéndose de hombros.

—La primera vez que vino Fabián a casa, Botas se hizo pis en su

chaqueta, después tiró el jarrón con sus flores y las pisoteó con ganas, y la

última vez que estuvo aquí no paraba de bufarle. Creo que Botas tiene

poderes y trata de decirme algo.

Mi jefa me escucha atentamente mientras estoy hablando y después se

carcajea como una loca contagiándome su risa también. Quizá me esté

volviendo un poco loca…

Cenamos en completo silencio, Dolores porque ya me ha dicho todo

lo que tenía que decir, y yo porque estoy tratando de entender bien sus

palabras.
***

He dormido fatal dándole vueltas a la idea de si llamar a Fabián o no.

He hecho lo de poner pros y contras en dos columnas, incluso he puesto en

una balanza lo positivo y lo negativo de llamarle, pero sigo sin tenerlo


claro, creo que mi orgullo no me deja decidirme. Pero, ¿y si dejo a un lado

mi amor propio y lo intento? Total, ¿qué tengo que perder? Nada. Creo que

esa es la clave: no tener miedo a lo que tenga que pasar, sabiendo que ahora

mismo estamos como estamos, o mejor dicho, nuestra relación está como

está, como dice Dolores.

Cuando me levanto de la cama, mi jefa ya se ha ido a abrir el

restaurante, con lo cual estoy sola, tranquila y tengo hasta las seis de la

tarde para decidirme. Desayunamos Botas y yo —cada uno lo suyo, claro

—, me pongo ropa cómoda y comienzo a dar vueltas por la casa buscando

algo que me entretenga para no coger el móvil y llamar a Fabián. Al final

abro mi cuaderno de bocetos y me pongo a dibujar, mientras escucho a mi

querido Beethoven en el móvil.

Sobre la una de la tarde, y puesto que ya no puedo contenerme más

porque es peor la incertidumbre de no estar segura de hacerlo y que pase el

tiempo sin saber qué es lo mejor, llamo a Fabián por teléfono. Si esto tiene
que terminar que termine de una vez, pero no puedo seguir viviendo con

esta agonía de saber en qué momento exacto estamos.

—¿Fabián? —pregunto muy nerviosa en cuando oigo su voz al otro

lado, espero que no me lo note.

—Hola, Loles —contesta un poco serio.

—Antes de nada me gustaría disculparme por mi actitud del otro día

en mi casa…

—Tranquila, no pasa nada.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué, Loles? —inquiere subiendo un poco el tono.

—¿Ya está, aquí se acaba todo? —pregunto sin que me note la

desesperación.

—Está claro que tú ya has decidido por los dos —sentencia tajante.

—El otro día no dejé que te explicaras, si quieres…

—¿Y en qué va a cambiar todo esto? Tú ya tienes claro que no puedes

confiar en mí, por tanto, lo que vaya a decirte no tiene sentido ya. Además,

seguro que piensas que lo que te diga va a ser mentira.

—Está bien, como quieras…


Cuelgo el teléfono y me dejo caer derrotada en el sofá, no puedo creer

que me esté pasando esto. Lloro bajo la atenta mirada de Botas, que no deja

de mirarme como si pudiera entender cómo me siento en estos momentos.

No sé si he hecho bien en llamarle o si no debería haberle colgado o si

tendría que haber insistido en que me explicara lo que pasó, pero lo hecho,

hecho está, y lo que sé es que mi primera historia de amor se ha acabado.

El resto del día lo paso igual de mal que cuando me levanté, o quizá
peor. La conversación que he tenido con Fabián me ha dejado hecha polvo

y no consigo levantar cabeza, ni siquiera con las palabras de aliento que me


dice Dolores cuando vuelve a casa. Según ella, es una experiencia más de

las muchas que tendré a lo largo de mi vida y que tengo que aprender de
ella. Pero si llego a saber que esto iba a terminar así, no hubiera ido con él a
comer aquel día que me lo propuso. Aunque claro, ahora es fácil decirlo…
60

La semana transcurre con normalidad en el restaurante, salvo porque Fabián

no va a comer ningún día. Son las siete de la tarde y el sonido de una

llamada entrante en mi móvil me sobresalta cuando más inmersa estoy en


un boceto que no termina de salirme como quiero.

—¿Sí? —pregunto al ver en la pantalla un número desconocido y


muy largo.

—Buenas tardes, ¿es usted Dolores Herrera?

—Sí, soy yo. —Pero al instante me arrepiento de haberme

identificado a una desconocida.

—Encantada, soy Virginia Cid, secretaria del señor Nieto. Me ha

pedido que la llame para concertar una entrevista de trabajo con él cuando a

usted le sea posible —explica la chica amablemente dejándome alucinada.


—¿Perdone? Creo que se ha confundido de persona, no he dejado mi

currículum en ningún sitio.

—Solo cumplo órdenes, además no es habitual que mi jefe muestre

tanto interés por alguien a quién no conoce. —Su voz me transmite simpatía

—. Yo que usted vendría, no tiene nada que perder.

—¿A qué se dedica exactamente el señor Nieto?

—Ay, disculpe, daba por hecho que sabría de quién le estaba

hablando, mi jefe es David Nieto, el diseñador de moda.

—¿¡David Nieto!? —pregunto y exclamo a la vez levantándome del

sofá.

—Veo que sabe a quién me refiero. Bien, entonces, dígame cuándo

podría acercarse hasta nuestra oficina.

—¿Mañana por la tarde podría ser? —propongo sin pensármelo dos

veces.

—Déjeme un momento consultar la agenda. ¿A eso de las siete de la

tarde le vendría bien?

—Sí, sí, perfecto, muchísimas gracias, allí estaré.

—Aún no le he dado la dirección —dice riéndose la secretaria.


—Sí, claro, tiene razón, disculpe, es que me he puesto un poco

nerviosa.

Me da todos los datos que necesito y nos despedimos, y en el cuerpo

se me queda una sensación entre euforia, nerviosismo e incredulidad que no

me deja pensar con claridad. Solo sé que mañana voy a conocer nada más y

nada menos que a David Nieto, y eso ya es importante pase lo que pase

después. ¿Cómo habrá dado conmigo? Quizá me lo presentó Fabian en el

desfile de modelos al que me llevó; conocí a tanta gente que no consigo

recordar ni caras ni nombres por los nervios que tenía aquella tarde. Sea

como sea, me ha llamado para una entrevista de trabajo y es una ocasión

única para mí. Estoy deseando que llegue Dolores para contárselo, pero…
¡cómo no había pensado en ella! ¿Y si me cogen para el puesto? No puedo

abandonar el restaurante y dejarla tirada después de todo. Bueno, seguro

que entre las dos encontramos una solución, o quizá el horario de trabajo

sea solo por la tarde, así podré compaginarlo por las mañanas en el

restaurante… Creo que me estoy anticipando, aún no he ido a la entrevista y

ya estoy viendo como salgo airosa de los dos trabajos, ¡si lo mismo no les

intereso al no tener experiencia!

***
Al final he decidido no contarle nada a Dolores, no quiero fastidiarla

con algo que ni siquiera sé si va a salir bien. Prefiero ir a la entrevista, y ya

veré después qué decido sobre el tema. No quiero alarmarla con algo que
quizá no llegue a buen puerto.

Ni siquiera sé qué me voy a poner, aunque creo que iré con la misma

ropa que llevé al desfile, me sentaba bien, además no tengo otra cosa que

sea apropiada para algo así, no es plan presentarme con una minifalda y una

blusa escotada…

En cuanto regreso del restaurante, me doy una ducha y me visto

rápidamente. Anoche estuve buscando en Internet la dirección que me dio

la señorita Cid y lo más rápido será que vaya en metro. Antes de salir cojo

mi cuaderno de bocetos tal y como me pidió ella por teléfono antes de

despedirnos.

Por el camino voy pensando en Fabián, cómo me gustaría llamarle y

contarle dónde voy, pero bueno, ya está claro que lo nuestro se terminó
antes de empezar, ya no sirve de nada tener esos pensamientos que solo

hacen entristecerme más.

Llego a un edificio muy grande, y me veo pulsando el número siete de

los botones del ascensor que me llevará hasta la oficina donde me han

citado. ¿Pero de qué trabajo se trata exactamente?, ¿qué tengo que hacer o
decir? Me empiezan a sudar las manos de los nervios que me están

entrando. Justo cuando se detiene el ascensor, cojo mucho aire por la nariz y

lo suelto despacio por la boca en un vano intento por relajarme.

—Hola, buenas tardes, soy Lo…, soy Dolores Herrera, venía por lo

de la entrevista de…

—Sí, claro, buenas tardes, señorita Herrera, el señor Nieto la está

esperando —saluda la secretaria, es tan simpática como por teléfono.

Sale de detrás del mostrador y me acompaña sin perder ni un

momento la sonrisa. Vaya modelo que lleva puesto, qué elegante, y

menudos tacones, a esos creo que sería incapaz de subirme sin hacerme un

esguince. Llama a una puerta que hay al fondo del pasillo por donde

pasamos y la abre anunciando mi llegada. Entro con más miedo que

vergüenza porque no sé qué es lo que me voy a encontrar ni qué estoy

haciendo aquí. El despacho es muy amplio y la pared del fondo es una

cristalera grande con vistas a la calle y a los demás edificios cercanos. Para

mi gusto, la decoración está un poco recargada, pero imagino que no he

venido aquí para dar mi opinión al respecto.

—Señorita Herrera, tome asiento, por favor —me indica un hombre

de unos cuarenta años con un look un tanto personal.


—Gracias, señor Nieto —digo recordando el nombre que me ha dicho

hace unos instantes su secretaria, con los nervios no me salía.

—Iré directo al grano, tengo una cena dentro de un rato y no tengo

tiempo que perder —comenta sonriendo—. Necesito una diseñadora joven,

que no sea conocida en este mundo y que esté dispuesta a aprender.

—He traído esto… —apunto sacando mi cuaderno de bocetos y

dejándoselo sobre la mesa.

—Mmmm, lo que veo me gusta —admite asintiendo varias veces con

la cabeza según va pasando las hojas. No ha mencionado si nos presentó

Fabián aquel día, con lo cual empiezo a pensar que no—. Creo que eres

justo lo que estoy buscando, tenía razón… —deja la frase sin terminar y me

vuelve a mirar—. Reconozco el talento rápidamente, y tú tienes mucho.

—Gracias, señor Nieto.

—La incorporación sería inmediata, por lo tanto, te agradecería que


me dieras una contestación lo antes posible. Aquí tienes las condiciones

laborales y el contrato —añade entregándome una carpeta con folios en su

interior—, si es un sí, lo traes ya firmado, y si es un no te agradecería que se

lo comunicaras a Virginia. ¿De acuerdo?

—Sí, muchas gracias.


—¿Alguna pregunta?

—¿No necesita saber nada más?

—Con lo que acabo de ver, es suficiente. Y ahora, si me disculpas —

dice levantándose y estrechándome la mano—, me voy que no quiero llegar

tarde.

Él sale más rápido del despacho que yo, que voy despacio pensando

en lo que me ha dicho como si hubiera sido producto de mi imaginación.


Me despido de Virginia y voy tras él. Antes de salir del edificio, me mira.

—Por cierto, da recuerdos a Fabián de mi parte.

Y en ese momento me quedo petrificada por lo que acabo de


escuchar. Ha sido él quien ha movido los hilos para darme esta oportunidad,

¿o tal vez es para quitarme del restaurante y así no tener que verme la cara
cada día al ir a comer? No sé realmente qué pensar, aunque todavía no he
mirado las condiciones del contrato.

***

Cuando llego a casa son casi las nueve de la noche, acaricio un rato a

Botas y me voy a mi habitación a quitarme la ropa que llevo puesta. No sé


si estarle agradecida a Fabián o todo lo contrario, y esta sensación no me
gusta. En consecuencia, reúno el valor suficiente como para buscar su

número en el móvil y preguntárselo directamente.

—Acabo de tener una entrevista con el señor Nieto, ¿me has buscado
trabajo? —inquiero en un tono algo cortante en cuanto descuelga.

—Yo no lo diría así. A ver, conozco a David desde hace mucho


tiempo, mi padre y él son muy amigos —explica justificándose—. Llevo en
Lugo más de una semana, aunque imagino que ya te habrán informado.

Hace unos días coincidimos en un evento, y estuvimos hablando de todo un


poco; me contó que necesitaba una diseñadora novel para un nuevo

proyecto que tiene en mente y pensé en ti como única opción. Se lo


comenté y me pidió tu teléfono. Creí que te pondrías contenta.

—Sí, pero aún no sé cómo debería tomármelo —admito sin alejar mi


tono frío de la conversación.

—¿Estás enfadada porque te hayan dado una oportunidad así?

—No, no es eso. Te lo agradezco, pero lo que no sé es si está


interesado por los bocetos que ha visto o porque soy recomendación tuya.

—Imagino que habrá visto tu cuaderno, le conozco y no creo que te

haya elegido solo porque te propuse para el puesto.


—Lo ha visto y me ha dicho que tengo mucho talento.

—Entonces, ¿dónde está el problema?

—No me gustaría tener que debértelo…

—¿Y eso es lo único que te importa? A ver, Loles, ¿no era esto lo que
siempre habías soñado?

—Sí, claro que sí, pero… No sé si puedo aceptar el trabajo. Sé que es


el sueño de mi vida, pero también está Dolores, y no quiero dejarla tirada.
Ella ha confiado en mí desde el principio y, gracias a ella, estoy bien. Le

debo mucho —confieso abiertamente.

—Lo sé, pero no deberías rechazar una oportunidad como esta.

Aunque también entiendo lo que pasa por tu cabeza ahora, digamos que te
sientes en deuda con tu jefa y es lo más normal después de todo… Pero,
¿por qué no lo hablas con ella? Seguro que lo comprende y, hasta te anima a

hacerlo —asegura convencido.

—Sí, tengo que decírselo lo antes posible.

Cuelgo el teléfono de golpe porque no podía seguir hablando con él


sin ponerme a llorar, estoy demasiado sensible con las emociones de estos

días, tanto buenas como malas, y parece que voy a explotar en cuanto me
accionen un botón. Tiro el móvil a la cama y lleno mis pulmones de aire.
Después cojo el contrato y me pongo a leerlo detenidamente; por lo que

veo, las condiciones son bastante buenas y eso me hace sentir más
incómoda aún.

Al rato llega Dolores del trabajo.

—Ay, niña, ¿estás bien? Vaya carita que tienes… —comenta nada
más verme.

—Tengo que hablar contigo…

—No me asustes, ¿te ha pasado algo malo?

—Pues no sé si es malo o bueno, estoy hecha un lío.

—Traigo la cena hecha, solo tenemos que calentarla. ¿Te parece bien

que lo hablemos mientras cenamos? —propone con una sonrisa y asiento


con la cabeza, creo que ha llegado el momento de contárselo.

Me escucha atentamente mientras le cuento con pelos y señales todo

lo referente al tema: desde que ha sido gracias a Fabián por


«recomendarme» a su amigo, hasta lo que me dijo el señor Nieto en la

entrevista, pasando por enseñarle la carpeta con el contrato que hace un rato
releía en la cama.

—¡Pero es una oportunidad fantástica! —exclama con una enorme

sonrisa—. ¿Por qué me lo cuentas con esa cara de pena?


—Es que no quiero dejarte tirada con el restaurante, sé que no es fácil

encontrar camareros competentes y que traten a los clientes como a ti te


gusta. Por eso yo… siento que, si digo que sí, te voy a dejar tirada.

—De eso nada, vas a aceptar ese trabajo. ¡Pero si es tu sueño! ¿Cómo
vas a decir que no?

—Eso mismo me ha dicho Fabián, pero antes de dar una respuesta

quería hablarlo contigo.

—Pues si lo que estás esperando es mi autorización, te la doy —dice

riéndose—. Estoy muy contenta por ti, ¡qué gran noticia me has dado!

Se levanta de la mesa y me abraza, menudo peso me he quitado de


encima, yo pensaba que iba a ser más difícil decírselo, e incluso me había

planteado rechazar el puesto si veía algo raro en su cara. Pero no ha hecho


falta, con ella todo es fácil, hasta lo que a mí me parece un mundo. Siento

con ella el mismo vínculo que debería sentir una hija con su madre.
61

Por fin en casa, vaya dos semanas que me he pegado en Lugo. Pero debo

reconocer que me he visto mejor y mucho más resuelto de lo que en un

principio pensé cuando mi padre me propuso para el viaje.

Dicen que todo pasa por algo, quizá por eso me encontré con David

allí y se me ocurrió la idea de hablarle de Loles, creí que era justo lo que
necesitaba para su negocio y presiento que no me he equivocado. Sé que

para ella va a ser una buena oportunidad para empezar a hacer realidad su

sueño, solo espero que no lo rechace cuando se entere de que yo he tenido

algo que ver.

He ido a cenar a casa de mis padres y ya estoy de vuelta, sentado en el

sofá, con el teléfono entre las manos, aguantándome las ganas que tengo de

llamarla y oír su voz otra vez, aunque me fastidia escucharla tan fría
conmigo. Al final, desecho la idea de hacerlo y me meto en la cama.

Mañana tengo una reunión a primera hora para ponerles al día de mis

intensas jornadas de trabajo en tierras gallegas.

Sobre las siete de la tarde estoy terminando un informe cuando me


suena el móvil y me sobresalto al ver su nombre en la pantalla. Ni qué decir

tengo que el corazón ha aumentado su ritmo en cuando he descolgado.

Reconozco que me sorprende su llamada, y así se lo hago ver, pero necesita

que la eche una mano con el contrato de David y no pienso negarme.

En media hora me presento en su casa, está guapísima, como siempre.


La verdad es que es difícil vernos así, sin unos besos o unas caricias entre

nosotros; pero bueno, he venido por otra cosa. Rechazo un café que me

ofrece porque como a estas horas me tome uno seguro que no pego ojo en

toda la noche, y me entrega una carpeta con el contrato y las condiciones de

este, mientras nos sentamos a la mesa del comedor. A Botas le ha tenido

que encerrar en su habitación, no entiendo qué manía ha cogido conmigo,

pero no para de bufarme como si fuéramos enemigos.

—¿En serio quieres que lo repase otra vez? —pregunto riéndome—.

Ya te he dicho que está perfecto tal y como está, que todo está en orden y es

una oportunidad buenísima.


—Lo sé, pero es que estoy nerviosa y tengo miedo a equivocarme.

—Es normal que te surjan dudas, pero ya verás lo bien que vas a estar.
Además David es un tío muy campechano, no tiene nada que ver con lo

excéntrico que es a la hora de vestir, ya lo verás.

—Lo que me preocupa un poco es lo que me dijo —añade intranquila

—, él quería alguien nuevo que estuviera dispuesto a aprender desde cero.

—¿Y tú no estás dispuesta? —pregunto levantando las cejas.

—Sí, claro que sí, pero no sé si quiero renunciar a mi propio estilo.

—Pues déjaselo claro desde el primer momento, seguro que sabe

encajarlo. Como te digo, es un tío bastante normal, no dudes en decirle todo

lo que quieras.

—De acuerdo, pues muchas gracias por ayudarme con esto.

—De nada, ya sabes que puedes contar conmigo para lo que

necesites.

Me pongo de pie con la clara intención de irme, no quiero quedarme

más rato del necesario o sé que trataré de besarla y empeoraré aún más la
situación. Me despido y salgo por la puerta con una sensación agridulce.
62

Me hubiera gustado despedirme de otra manera, pero sé que si me hubiera

acercado a él me habría tirado a su boca. Hacía mucho que no le veía y creo

que aún está más guapo que antes. Pero bueno, quise que lo nuestro se
quedara así y ahora no es momento de arrepentimientos. «A lo hecho,

pecho», como diría mi abuelo. En cuanto se va, saco a Botas de su encierro


y esperamos a Dolores que llega con cara de cansancio. Me cuenta que no

ha parado en toda la tarde de hacer entrevistas para el puesto que dejo

vacante, y en el fondo me siento un poco culpable.

Cenamos mientras me comenta detalles de las conversaciones que ha


tenido con las posibles candidatas y me doy cuenta de que va a ser difícil

encontrar a alguien rápidamente. También se lo ha tenido que decir a Jose,

ya que se ha dado cuenta de todo, a ver, tonto no es, y después de ver el

cartel con la oferta de trabajo en la puerta y ver que entraban varias


personas preguntando por el puesto pues es blanco y en botella. Solo espero

que no se haya enfadado conmigo por no ser yo la primera que se lo dijera.

Mañana hablaré con él.

Antes de dormirme firmo el contrato y, cuando lo hago, me entra

miedo, imagino que es fruto de los nervios por empezar algo nuevo y salir
de mi zona de confort aunque sea para hacer realidad mi sueño.

***

Hoy Jose ha llegado más tarde al trabajo porque ha tenido que llevar a
su mujer de urgencias por cortarse en un dedo cocinando. Así que doy todo

de mí y atiendo sus mesas y las mías con bastante agobio. Pero cuando
llega, enseguida me echa una mano y entre los dos terminamos bien el

servicio, aunque hablamos más bien poco.

En cuanto salgo del restaurante y me ducho, me voy a entregar el

contrato. Llego a la séptima planta donde me espera su secretaria

impecablemente vestida y con una gran sonrisa, ambas cosas igual que el
otro día. Nos saludamos y le entrego la carpeta junto con el contrato ya

firmado.
—El señor Nieto ya no está, pero mañana a primera hora se lo

entregaré personalmente —asegura guardándola bajo su escritorio.

—Muchas gracias —digo sin saber qué más tengo que hacer.

—Seguramente mañana te llame para concretar.

—¿Concretar? —pregunto extrañada.

—Sí, ya sabes, para decirte el día exacto que comienzas a trabajar.

—Ah, claro, sí, ¡qué tonta! —digo poniendo los ojos en blanco.

Me despido y salgo del edificio con ganas de chillar de lo contenta

que estoy, pero a la vez tengo miedo. Todo esto es nuevo para mí y tengo

mucho que aprender, solo espero dar la talla y estar a la altura de este gran

diseñador.

Tan pronto como me encuentro en la calle, me entran ganas de llamar


a Fabián para contarle que ya he llevado el contrato, pero me doy cuenta de

que ya no es nada mío como para hacerle partícipe de la noticia, mejor

mantengo el móvil dentro del bolso y me dejo de tonterías.

Mis pasos me llevan hasta la tienda cuya firma es la misma que la del
conjunto que Fabián me regaló y me animo a entrar. Todo lo que tienen es

ropa interior y veo auténticas maravillas. Además está en la misma zona por

donde paseé una vez y le encontré con la rubia pija. Sonrío para mis
adentros y decido comprarme un conjunto de ropa interior para recordarme

lo bien que sientan estas cosas para la autoestima. Entro en el local y mis

ojos se van a un conjunto en rojo y negro, pero lo veo tan sumamente


atrevido que sé que me va a dar vergüenza ponérmelo alguna vez —y

también comprarlo—, miro la etiqueta y, solo el sujetador son trescientos

ochenta euros, a ver si ahora va a resultar que tengo gustos exquisitos…

Agradezco en silencio el precio que tiene para no pasar por caja y me pongo

a mirar otras cosas, esta vez voy mirando primero la etiqueta, por si acaso.

La ilusión con la que he entrado se va disipando poco a poco, no puedo

comprarme nada en esta tienda, así que con pesar, giro sobre mis talones

dispuesta a salir de aquí igual que he entrado, o sea, sin nada, cuando me

choco con alguien haciendo que se caigan las bolsas que lleva en la mano.

¡No me lo puedo creer! ¿Otra vez me choco con la misma? Nuestras

miradas se cruzan y su cara, al reconocerme, cambia automáticamente.

—¿Otra vez tú? —pregunta con desprecio—. ¿Acaso no sabes


caminar?

—Quizá eres tú la que camina sin mirar —contesto con chulería, no

pienso dejarme amilanar por ella.

—No sé qué pinta una chica como tú en un sitio como este, seguro

que has venido a robar. ¡Aquí hay una ladrona! —grita en medio de la
tienda dejándome en vergüenza.

Intento salir de la tienda lo más rápido posible, pero aparece un señor

vestido de guardia de seguridad y me corta el paso.

—Por favor, señorita, acompáñeme —ordena el uniformado en un

tono muy autoritario.

—Yo no he hecho nada —digo en mi defensa.

—Eso lo veremos en unos minutos, por aquí. —Señala un pasillo en

el lateral de la tienda y caminamos hasta un pequeño cuarto donde me abre

la puerta para darme paso—. Vacíe su mochila.

—¿Pero se puede saber qué es lo que está pasando? —pregunto

incrédula, no me puedo creer que me estén acusando de robar.

—Señorita, no se lo voy a decir más, o me lo enseña por su propia

voluntad o tendré que llamar a la policía para que sean ellos quienes se

encarguen.

Como no quiero que se arme más follón, vuelco mi mochila sobre la


mesa del cuarto sin ventanas donde me ha metido este hombre, e

inspecciona todo lo que ve sin tocarlo. Me pregunta si llevo algo más en los

bolsillos y yo, obediente, saco el móvil, que es lo único que llevo encima.
No sé qué hago aún con él, debería devolvérselo a Fabián y comprarme

otro.

—Señorita, le pido disculpas —declara el vigilante sin dejar de mirar

mi teléfono que aún sigue en la mesa, seguro que ha pensado qué hace una

chica como yo con semejante móvil.

—Todavía no entiendo qué es lo que hago aquí, ¿se pensaba que había

robado algo de la tienda? —pregunto abriendo los ojos como platos y en un

tono bastante alto.

—Por lo que chillaba la otra señorita, yo pensaba que usted… esto…

que la había visto a usted robando —explica el hombre con cara de apuro.

—¿Y porque una chica haga eso usted tiene que creer ciegamente en

ella y desconfiar de la otra persona? ¡Madre mía! ¡Esto es alucinante! —

exclamo cada vez más enfadada.

—Esa señorita es clienta asidua nuestra y, al escucharla gritar, no


podía pensar que no estaba en lo cierto. —El pobre está más rojo que un

tomate—. Puede usted irse cuando quiera, le ruego me disculpe.

Cojo mi mochila y comienzo a meter todas mis cosas en ella, aunque

la rabia que tengo por dentro es indescriptible. Salgo lo más rápido que

puedo, ganándome la mirada de todas las clientas, incluyendo la de Briana,

que me observa con aires de superioridad y a la que ni me digno a mirar


más de un par de segundos, que es lo que tardo en desaparecer de allí.

Nunca me habían tratado así en ningún sitio y mucho menos me habían

acusado de ladrona. Indignada y jurándome a mí misma no volver a entrar

en esa tienda, me voy a casa, donde un Botas la mar de feliz sale a mi

encuentro con un maullido con el que me pide mimos urgentes. Pero esta

vez no sé quién necesita más cariño de los dos, pues me han humillado por

culpa de una tía que por lo visto tiene más poder del que parece. En fin,

mejor olvidarme del tema.

Cuando vuelve Dolores le cuento lo sucedido y comentamos la

diferencia de trato que, por desgracia, ha habido y seguirá habiendo hacia


las personas que tienen dinero o un buen apellido.

—Pues es algo que jamás entenderé, si eres una persona educada y

con buenos valores, lo que menos importa es que tengas dinero —comento
mientras pongo la mesa para cenar.

—Ojalá fuera así, pero parece que la sociedad te respeta más cuando

tienes dinero que cuando tienes educación.

—Bueno, no quiero hablar más del tema, bastante he tenido por hoy

—digo para zanjar la conversación—. Cuéntame qué tal la tarde.

Seguimos charlando hasta que empezamos a bostezar. Al meterme en


la cama, pienso en Fabián y en lo diferentes que son nuestros orígenes. Él
ha crecido en una familia con dinero y con clase, no hay más que ver a su
padre para asegurarlo; en cambio, mi familia era más humilde y anormal en

todos los sentidos de la palabra. ¿Qué pinto yo con un hombre así? Lo


nuestro no tenía futuro, somos de distinta clase social, mejor que se haya

terminado lo que sea que tuviéramos.


63

Hoy Jose viene al restaurante muy serio, y eso no es habitual en él. Es un

hombre que parece ajeno a todo y siempre tiene la misma actitud buena

cuando está trabajando, como si dejara sus problemas o sus cosas fuera del
trabajo. En cambio, yo no consigo separarlo, si estoy de buen humor se me

nota y si estoy triste o nerviosa, también. ¡Con lo difícil que es controlar las
emociones! Le saludo como cada día y, aunque mi primera idea es no

preguntar nada, al final termino haciéndolo porque es mi compañero —casi

como de la familia— y le aprecio.

—Jose, ¿todo bien?

—Sí, nada importante.

Su respuesta tan seca me indica que sí le importa, aunque prefiero no

seguir preguntando; si no ha querido decir nada al respecto, debo respetarlo.


Al rato, le veo hablando con mi jefa, ella niega con la cabeza varias veces y

me pilla mirándolos. No es por cotillear, simplemente estoy preocupada por

mi compañero.

Por suerte, empiezan a llegar los primeros comensales y hace que me

distraiga un rato de la extraña conversación que he visto entre ellos. Sobre


las dos y media llega Fabián con sus tres acompañantes de siempre, les

saludo como cada día y les tomo nota de lo que van a comer. Seguramente

sea de las últimas veces que lo haga. Después me acerco a la cocina y me

quedo un rato mirándole, ¡qué guapo es!, parece mentira que un chico así se

haya podido fijar en mí. Recuerdo sus caricias sobre mi piel y comienzo a
sentir un calor un tanto abochornante. Respiro profundamente y vuelvo a mi

trabajo, donde un Jose bastante callado trata de esquivarme durante todo el


servicio.

De repente, veo entrar por la puerta a la rubia pija, impecablemente

vestida, como siempre, y se va directamente a la mesa donde están los

cuatro y les entrega una carpeta con papeles. Yo trato de esconderme, por

nada del mundo quiero que me vea y me monte un numerito de los suyos
dejándome en evidencia delante de los clientes, no me fío ni un pelo de ella.

Justo cuando está por marcharse, una mesa me llama y no me queda otra

opción que salir, pero ella ya está cerrando la puerta y no creo que me haya

podido ver.
Cuando llega la hora de nuestra comida, Jose no come, y es raro

porque lo hacemos juntos como cada día desde que empecé a trabajar en el

restaurante. Hoy le voy a dejar espacio, pero mañana quiero hablar con él,

no sé qué le pasa, pero parece que es conmigo.

Al salir del restaurante veo una nota pegada en la cristalera, la cojo

con curiosidad y menuda sorpresa me llevo cuando la leo: «Aquí trabaja

una ladrona, no es de fiar, tengan cuidado». Automáticamente se me ponen

los pelos de punta, ¿qué quiere decir esto? Está claro que lo ha puesto la

rubia pija —está escrito a mano y es letra de mujer— y que la supuesta

ladrona soy yo. Decido guardármela en el bolsillo del pantalón y

enseñársela a mi jefa después en casa. Me voy indignada. No sé qué haría si


me la encontrara ahora mismo en la calle, pero se iba a enterar de con quién

se está metiendo.

***

Se supone que hoy tenía que llamarme la secretaria del señor Nieto

para decirme exactamente qué día empiezo, pero por la hora que es no creo

que lo haga ya. Quizá no era hoy y la entendí mal…


En cuanto llega Dolores le enseño la nota que encontré en el

restaurante y le quita importancia diciéndome que sabe perfectamente que

no lo soy. Sinceramente me deja más tranquila, pero no me gustan nada este


tipo de líos. Después le pregunto por mi sustituta y dice que hoy ha ido una

chica que le ha gustado un poco más, pero que aún no la termina de

convencer del todo y continuará con la búsqueda. Qué poco me gusta

hacerla pasar por esto…


64

Estoy impaciente por la llamada que seguramente tenga hoy y paso el día

intranquila y nerviosa. Además, lleva varios días acompañándome esa

sensación. Nada más llegar mi compañero al restaurante, le cuento lo del


nuevo trabajo.

—Me alegro mucho por ti, pero debería haberme enterado por ti y no
por Dolores —dice enfadado.

—Lo sé, Jose, y de verdad que lo siento. Tenía la cabeza llena de

dudas y después se me olvidó por completo.

—Y yo esperando como un tonto a que me lo contaras.

—Perdóname… —Me acerco a él y le doy un espontáneo beso en la

mejilla, al que responde con una sonrisa y un gesto con la mano como

diciéndome que no pasa nada.


Cuando llega la mesa vip, les atiendo con un poco de pena, quizá sea

hoy de las últimas veces que lo haga, pero tampoco debo decírselo. Esta

incertidumbre de no saber cuándo empiezo en el otro sitio me hace

desesperar; aunque tampoco creo que tarde mucho, según me dijo David

Nieto en la entrevista, necesitaba una incorporación rápida, imagino que


será cuestión de días. Fabián me mira con disimulo, y prefiero hacer como

que no me he dado cuenta, mejor dejar las cosas como están.

Después de comer, miro el móvil y veo una llamada perdida de un

número que no conozco. He estado pensando que quizá la señorita Cid me

podría llamar en algún momento del día en el que no pudiera coger el


teléfono, y así ha sido. Espero a llegar a casa para devolver la llamada y

disculparme por no estar localizable. Según me informa la secretaria del


señor Nieto, comienzo el jueves a las nueve de la mañana.

Cuando regresa Dolores del restaurante le cuento cuándo empiezo y

se pone muy contenta, aún sigue sin decidirse por mi sustituta, pero cree

que va a probar a una mujer de unos cuarenta años que fue hoy y parecía
hacerle mucha falta. Ella y sus obras de caridad, igual que hizo conmigo;

aunque lo niegue, sé que me dio el trabajo porque me vio muy necesitada.


Me meto en la cama, soñando despierta con cómo será mi nuevo

trabajo. Con la ilusión y las ganas de una niña pequeña, y con la

tranquilidad que me aporta Dolores diciendo que todo me va a ir muy bien.

***

Aunque sé que no debería estar triste, lo estoy. Es mi último día en el


restaurante y mañana empezaré una nueva etapa en mi vida. En cuanto

llegan el cocinero y su ayudante se lo cuento y, aunque se sorprenden al

principio, después también se alegran por mí y me desean mucha suerte.

Son con los que menos he hablado, sobre todo con el ayudante de cocina,

que es búlgaro y no entiende bien el español, pero con el tiempo he llegado

a cogerles cariño. A quien voy a echar más de menos es a Jose, con él sí que

he tenido más roce y, aunque cuando empecé en el restaurante sé que no se

fiaba mucho de mí por la edad, al final hemos congeniado tan bien que no

hemos tenido ni un solo problema en los seis años que he estado trabajando

aquí.

A Dolores la noto preocupada, e imagino que es porque no tiene a

alguien para quedarse en mi puesto; aunque ella no me diga nada, sé que es


así. También me despido de algunos clientes con los que he tenido más

trato, entre ellos a Fabián y compañía.

—Me alegro mucho por ti, espero que, sea donde sea, te vaya bonito

—me dice el argentino con ese acento tan peculiar.

—Yo también me alegro, aunque te aseguro que por aquí te vamos a

echar de menos más de uno —comenta el padre de Fabián poniéndome la

cara roja.

—Pues yo también creo que voy a echar en falta a muchos de

vosotros, pero la verdad es que voy a intentar hacer mi sueño realidad —

afirmo sonriente.

—¿Dónde irás? —pregunta el más mayor con interés.

—Pues…

—Dejad ya de hacerle tantas preguntas, que parecéis periodistas en

vez de empresarios —ordena Fabián un tanto molesto cortándome mi

respuesta.

—Bueno, señores, lo dicho, ha sido un placer atenderles cada día —

digo a modo de despedida dando por terminada la conversación.

También me despido de mis tres compañeros con más pena de la que

yo esperaba. Todos me desean mucha suerte y les prometo que vendré a


visitarlos a menudo. Salgo del restaurante con lágrimas en los ojos, sé que

los voy a echar de menos.

Llego a casa y un Botas impaciente me pide la comida, hay días en

los que está más hambriento que otros y no me deja tranquila hasta que no

me acerco a su comedero. Reconozco que estoy bastante nerviosa, pero


también muy contenta con el nuevo rumbo que va a tomar mi vida. Espero

que salga todo bien y no me arrepienta de haber dejado el restaurante.


65

Me pongo el despertador a las siete, es demasiado pronto ya que entro a

trabajar a las nueve, pero prefiero ir con tiempo, no vaya a ser que por el

camino ocurra algún imprevisto y me haga llegar tarde el primer día. Al


final me he decidido por un vestido vaquero a la altura de la rodilla, un

blazer marrón y las botas a juego. Tal vez debería haberme puesto otra cosa
y no repetir la misma chaqueta, pero creo que con esto voy bien; además,

voy a trabajar no a un desfile de modelos. Desde luego no creo que sea

capaz de vestir como Virginia Cid, la secretaria del señor Nieto, al menos

de momento no me veo con ese tipo de ropa.

Me maquillo, me perfumo, cojo mi bolso y salgo a la calle para ir

hasta la boca de metro más cercana. En cuanto salgo del portal, veo a

Fabián justo enfrente de mí, apoyado en el capó de su coche, con las piernas

cruzadas en los tobillos y ese aire a modelo que me vuelve loca. Estoy tan
nerviosa que se me caen las llaves al suelo y trato de disimular que no le he

visto, pero no sirve de nada ya que se acerca hasta mí en un par de

zancadas.

—Buenos días, Loles —saluda muy contento.

—Buenos días —respondo al saludo con un movimiento de cabeza y


continúo caminando.

—He venido a llevarte a tu primer día de trabajo —explica con una

sonrisa, sorprendiéndome por el ofrecimiento—. Si tú quieres, claro.

—No, gracias, sé perfectamente cómo ir, no es necesario —digo un

poco seca.

—No me cuesta nada, así hablamos por el camino —insiste y me roza

levemente la mano con la suya.

—No tengo nada que contarte. —Le miro fijamente—. Te agradezco

mucho la ayuda con el contrato, pero a partir de aquí todo es cosa mía.

Adiós, Fabián.

Y me alejo de él con paso ligero hasta que llego a las escalerillas que

dan acceso al metro. ¡Lo que me faltaba! Encima de los nervios que tengo

por empezar en un sitio nuevo, además tengo que lidiar con los que me

entran cada vez que él está cerca. Durante el trayecto que dura el viaje,
recapacito y pienso en que quizá he sido un poco borde, pero es que no

puedo estar de otra manera, no me sale. Estoy dolida por sus mentiras y

creo que ya nada puede volver a ser igual. Aunque bien que le llamé el otro

día para que me echara una mano con lo del contrato… ¿Pensará que soy

una interesada?

Justo cuando salgo del ascensor, me encuentro con mi jefe abriendo la

puerta del piso. Lleva un traje de chaqueta de un color mostaza de lo más

llamativo.

—Buenos días —saludo y se gira para ver quién soy.

—¡Vaya! Buenos días, Dolores, has llegado temprano —comenta

haciéndome un gesto con la mano para que entre antes que él.

—Sí, he tardado menos de lo que pensaba —explico sin entrar más en

detalles.

—La puntualidad es una virtud que encuentro en pocas personas hoy

en día, me alegro de que eso vaya contigo.

Cierra la puerta después de que entremos y me dice que le acompañe


a su despacho para explicarme el nuevo proyecto que tiene entre manos. A

los diez minutos de estar allí, sin apenas empezar a desvelarme lo que tengo
que hacer, aparece su secretaria —impecablemente vestida, como siempre

— con una taza de café para el señor Nieto.

—¡Buenos días, Dolores! ¡Bienvenida! —saluda con una enorme

sonrisa—. No sabía que ya estabas aquí, ¿te traigo un café?

—No, gracias, eres muy amable pero ya he desayunado —respondo

agradecida por el detalle.

—Acuérdate de que hoy tiene que llegar un correo para lo del

próximo desfile, quiero que estés pendiente y en cuanto lo tengas, me lo

reenvías, por favor —le dice el señor Nieto justo antes de que ella salga del

despacho.

—Por supuesto, no te preocupes —asiente antes de cerrar la puerta.

Sigue exponiéndome sus ideas para la nueva colección y trata de

hacerme llegar todo lo que tiene en mente. Reconozco que es un poco

extravagante, pero, después de escucharle atentamente, creo que he podido

captar la esencia de lo que quiere. Cuando terminamos, me enseña mi lugar


de trabajo, que no es otro que un despacho pequeño, pero con mucha

claridad gracias a los grandes ventanales que tiene.

—Como verás —comenta—, no tiene ninguna decoración, eso es

cosa tuya, aquí vas a pasar muchas horas y lo tendrás que poner a tu gusto.

Eso sí, nada de luces de colores, que para excentricidades ya estoy yo.
Veo como sonríe y hago lo mismo, acaba de conseguir que me sienta

mucho más cómoda que cuando entré y que, poco a poco, los nervios se me

estén pasando.

—Cualquier cosa que necesites díselo a Virginia, a no ser que sea de

vital importancia, de ser así, acude a mí —explica en el mismo tono jocoso


que antes—. Ah, y por cierto, no me llames de usted, eso hace que me

salgan arrugas antes de tiempo.

Le vuelvo a sonreír y se marcha dejándome sola ante los tres únicos

muebles que tengo en él. Pero tampoco necesito tanto. La mesa que voy a

usar para dibujar es bastante grande y está llena de hojas en blanco, también
hay una caja llena de lápices, pinturas, rotuladores y todo lo necesario para

ponerme manos a la obra y crear mis diseños. Después tengo la típica silla

de oficina con cuatro ruedas pequeñas en la parte inferior, una estantería

vacía y una papelera. Llevada por un instinto totalmente natural, me siento

en la silla, la acerco rodando hasta la mesa, cojo un lápiz, le saco punta y

me pongo a plasmar en un folio todo lo que creo que puede ir en la línea de

lo que me acaba de explicar mi nuevo jefe.

A la hora más o menos, oigo que llaman a la puerta, es Virginia que

viene sujetando algo envuelto en una especie de plástico transparente.


—Dolores, acaban de traer esto para ti —anuncia dejándolo sobre mi

mesa—. Así da gusto empezar el primer día, ¿verdad?

—Sí, gracias. Si no te importa, preferiría que me llamaras Loles, me

siento más cómoda así.

—Claro, Loles, ¡qué original! A mí puedes seguir llamándome

Virginia sin problema. —Se ríe y se marcha de mi despacho haciendo

resonar sus tacones sobre la tarima.

Me quedo embobada mirando lo que me ha traído: es una maceta, no

muy grande, con dos largos tallos en cuya parte de arriba se abren dos

orquídeas blancas, son preciosas. Rompo con cuidado el envoltorio y, al

sacar la maceta, se cae al suelo un pequeño sobre que la acompaña. Lo

recojo, lo abro y saco una tarjeta de su interior con palabras escritas a mano:

«Suerte en tu primer día. Espero que puedas cumplir tu sueño. Fabián». En

cuanto la leo siento una punzada en el pecho, ¿por qué tiene que hacérmelo
tan difícil? Vuelvo a mirar las flores, son muy bonitas, me encantan. Sujeto

con cuidado la maceta y la coloco en la estantería que, a partir de ahora, ya

no estará vacía. La tarjeta la guardo rápidamente en mi bolso.

Escucho jaleo en el pasillo, claro, imagino que no trabajo sola aquí,

debo tener más compañeros, digo yo, aunque tampoco es plan de salir a
cotillear y menos hoy. Con lo cual, respiro hondo un par de veces y vuelvo

a coger el lápiz para seguir dibujando.

Se supone que tengo libre de dos a tres de la tarde para comer, pero no

me interesa irme a casa porque perdería todo el tiempo en el metro, por lo


tanto, tengo dos opciones: o traerme un táper de casa —mejor dicho, del

restaurante de Dolores— o ir a algún sitio cercano. Aún son las doce de la

mañana, pero mis tripas están empezando a rugir, así que voy a preguntarle

a Virginia.

—Perdona, ¿dónde puedo hacerme un café?

—Yo misma te lo preparo, ¿cómo te gusta?

—Cortado, por favor.

—¿Azúcar o sacarina?

—Sin nada, gracias.

—¿Y te gusta tal cual? Yo soy incapaz de tomármelo así, ya me

gustaría. —Mete una cápsula en la cafetera y aprieta un botón en el lateral


—. Por cierto, ¿quieres que vayamos juntas a comer? —pregunta con

ilusión.

—Claro, ¿tú también tienes libre de dos a tres?


—Sí, a esa hora se cierra la oficina, a no ser que tengas mucho trabajo
y quieras quedarte a terminarlo, claro. —Se ríe mostrando dos filas de

dientes muy blancos.

—Pues voy a seguir con lo que estaba haciendo, ¡nos vemos a las dos!

Me giro y regreso a mi despacho con la taza de café en la mano.

Antes de coger el lápiz de nuevo, echo un vistazo a las orquídeas que


presiden la estantería y que han dejado un ligero perfume a la estancia. No
es que huelan mucho, pero sí se nota algo diferente en el ambiente. Creo

que debería mandarle a Fabián un mensaje de agradecimiento, pero ahora


mismo no es el momento.

Estoy metida de lleno en una chaqueta larga con unas hombreras


imposibles cuando llaman a la puerta y entra mi jefe sin esperar respuesta

por mi parte.

—Hola, señor Nieto —saludo a la vez que me levanto de la silla.

—Te he dicho que no me llames de usted, llámame David; como

mañana me levante con arrugas serás la responsable de que tenga que


ponerme bótox, no lo olvides.

—Lo siento, David, es que es mi primer día y necesito

acostumbrarme un poco a todo esto.


—Lo sé, Dolores, no tienes que disculparte, ¿cómo llevas esta
mañana la creatividad? —pregunta mirando las orquídeas de reojo—. ¿Vas

bien?

—Estoy dibujando varios bocetos en función de todo lo que me has

explicado antes, si te parece bien, después de comer te lo enseño.

—Sí, te espero en mi despacho. —Se dirige hasta la puerta y antes de


marcharse vuelve a mirar las flores—. Veo que tienes algún admirador…

—Esto… No, no… Es… Es solo un amigo.

—Pues me da que ese amigo lleva otras intenciones contigo, siempre


hay un significado detrás de cada flor que se regala. —Me guiña un ojo y

cierra la puerta.

Me ha dicho lo mismo que me dijo Dolores el día que Fabián me


regaló los tulipanes rojos. Así que cojo el móvil y busco información sobre

las orquídeas blancas: «Regalar orquídeas blancas es la mejor opción para


expresar un amor puro, inocente y duradero ante la persona amada», leo

atentamente. ¡Menuda tontería! Mi amor por él sí que ha sido puro e


inocente, pero no puedo decir lo mismo del suyo hacia mí, además dice

«duradero», ¡já!, me río de lo que ha durado. Me empiezo a enfadar


conmigo misma por volver a pensar en él y me obligo a coger el lápiz y

seguir dando rienda suelta a mi imaginación en lo que ha bocetos se refiere.


—¿Ya estás lista? —pregunta Virginia abriendo la puerta de mi
despacho.

—¿Son ya las dos? —La miro con los ojos muy abiertos y ella asiente

con un rápido movimiento de cabeza—. Dame un par de minutos que


termino de recoger.

—Date prisa, que si no, no nos da tiempo a comer, no veas lo que


tardan en atender…

Me pongo de pie, recojo todas las cosas, dejando bastante ordenada


mi mesa de trabajo, y cojo el bolso. Somos las últimas en salir, Virginia

cierra el piso con varias vueltas de llave y nos vamos al restaurante donde
habitualmente come ella. Está justo saliendo del edificio donde está nuestro
trabajo, y sí que tiene razón mi compañera en eso de que son bastante

lentos, incluso en tomarnos nota de lo que vamos a comer. Sin querer, me


viene el restaurante de Dolores a la cabeza, y me pongo a pensar que si no

hubiera tenido esta oportunidad ahora mismo estaría sirviendo las comidas
allí.

Virginia solo se pide una ensalada, para mi gusto está demasiado

delgada y, aunque dice que su constitución es así, estoy segura de que no es


cierto, y que con unos cuantos kilos más estaría mucho mejor; pero no se lo
digo, sería meterme donde no me importa. Me pido un escalope de ternera

con patatas fritas, pero después de probar el primer bocado puedo asegurar
que el que hacen donde Dolores está mucho más tierno que este.

Mi nueva compañera me habla un poco de su vida y de lo afortunada


que se siente trabajando para David Nieto, y yo evito contestar a las

preguntas un poco más personales que me hace. Aunque es simpática y


agradable, no tengo con ella la suficiente confianza como para revelarle

algunas cosas sobre mí e intento llevar la conversación hacia otros temas


menos comprometidos.

—¿Y solo trabajamos tú y yo allí? —pregunto con curiosidad.

—Bueno, también solemos tener gente en prácticas o becarios,

además de otros que vienen eventualmente que ya irás conociendo. David


es muy de hacer obras de caridad, ya me entiendes —comenta con

complicidad.

—No sé a qué te refieres —digo sincera.

—A ver, si alguien le pide a David una oportunidad, él se la da, sin

mirar nada, eso sí, si en unos días no le convence, lo echa sin


contemplaciones. Nuestro jefe es una persona un poco radical, o le gustas

mucho o te vas a la calle, con él no hay término medio. La gente viene y va


por la oficina, ya sabes.
—¿Y a parte de ti no hay nadie más que esté fijo en la empresa?

—No. —Sonríe con orgullo—. Hace un par de semanas se marchó


una chica que llevaba más o menos un año. Ocupaba el despacho que David

te ha dado a ti. No quiero parecer chismosa, pero tuvo una discusión muy
gorda con el jefe y a los dos días firmó el finiquito. Para mí que estaban

liados…

—¿David liado con una empleada? —pregunto atónita.

—Como lo oyes —asegura poniendo cara de misterio—. A mí

también me ha echado los tejos un par de veces, aunque siempre me he


hecho la tonta. —Se ríe—. Pero que esto no salga de aquí.

—Tranquila, además lo que haga cada uno con su vida privada es su


problema —comento dando por zanjado el tema.
66

Terminamos de comer y volvemos a la oficina. Tras despedirme de ella,

entro en mi despacho y miro mis preciosas orquídeas a la vez que suspiro

pensando en Fabián. No ha dejado de tener detalles bonitos conmigo desde


que nos conocimos, incluso esta mañana se ha ofrecido a traerme al trabajo;

pero creo que he hecho bien en rechazar su propuesta, que le quede claro
que entre él y yo ya no hay nada. Quizá no debería haberle pedido ayuda

con lo del contrato, pero fue la primera persona que se me vino a la mente

cuando me vinieron las dudas al leerlo. En fin, lo hecho, hecho está.

Recojo todos los bocetos que he realizado en el transcurso de la


mañana con la intención de llevárselos a mi jefe. Tras llamar varias veces y

no obtener respuesta, intento abrir la puerta y veo que está cerrada, por lo

tanto, voy hasta la recepción donde está Virginia liada con el ordenador.
—¿Aún no ha llegado David? —pregunto acercándome a ella.

—No, pero no creo que tarde mucho, a él le gusta tomarse

tranquilamente el café de después de comer, ya me entiendes.

Asiento con la cabeza y regreso a mi despacho. Un casi imperceptible

perfume de orquídeas invade mis fosas nasales y me hace coger el móvil y


mandarle un mensaje.

Gracias por las flores, pero no tenías que haberte


molestado.

Me quedo mirando la pantalla aunque, en realidad, mi cabeza está

pensando en la primera vez que le vi entrar en el restaurante y cómo me

impresionó su presencia. Una pequeña vibración del móvil me trae a la


realidad justo cuando estoy a punto de llamar a la puerta del despacho de mi

jefe.

Me alegro de que te hayan gustado,


¿qué tal está yendo el día?

—¿Puedo pasar? —pregunto tras abrir un poco la puerta.

—Sí, adelante Dolores. ¿Tienes algo para mí?


—Sí, traigo unos dibujos que quiero que veas. Ah, otra cosa, prefiero

que me llames Loles, no me siento yo cuando oigo el nombre de Dolores —

propongo con una sonrisa.

—¿Loles? ¡Qué original! ¡Me encanta! —exclama haciendo un gesto

con las manos—. Bueno, no te quedes ahí y enséñame esos bocetos.

Me acerco hasta su mesa y comienzo a explicarle uno por uno todo lo


que he ido diseñando. Su cara, al ver algunos, es de satisfacción y, en otros,

me hace comentarios de lo más constructivos; y entre los dos vamos

cambiando lo que creemos que no va con el estilo que él quería, aunque la

verdad es que han sido pocos.

—Estoy muy satisfecho con todo el trabajo que has hecho, pero
quiero que te centres en una cosa. No tenemos prisa por terminar la

colección, aún faltan varias semanas hasta que los podamos llevar a

confección, por eso, lo que te pido es que no te líes a hacer dibujos por

hacer, prefiero pocos y que los matices bien, a que sean muchos y estén sin

definir. No sé si me he explicado bien.

—Sí, perfectamente. Lo que pasa es que hoy, por ser mi primer día,

quería hacer varios para saber exactamente cuál es el estilo que prefieres y

basarme en él. No es lo mismo que me lo digas de palabra que verlo sobre


una hoja. —Me justifico sin una gota de vergüenza, me gusta la sinceridad

y voy a seguir con eso hasta el final.

—Me agrada tu forma de verlo y también que seas tan clara conmigo,

no me gustan las cosas a medias o adornadas con mentiras. Cuanto más

nítido todo, mucho mejor.

A falta de diez minutos para las seis de la tarde, hora en la que debo

salir, David se pasa por mi despacho para decirme que ya es hora de que me

vaya a casa; entonces, recojo mis cosas y salgo casi detrás de él,

despidiéndome antes de Virginia, lo cual hace que me entretenga un poco y

mi jefe coja el ascensor antes que yo. Cuando llego a la planta baja del
edificio, veo a Fabián y a David despidiéndose con un apretón de manos.

¿Pero se puede saber qué hace aquí? Mi cuerpo se pone en modo alerta,

buscando otra puerta por la que salir, pero por más que me empeño en

mirar, no encuentro otra que en la que él está apoyado.

—Antes de que me eches de aquí como si fuera un bicho raro —dice

levantando la mano como para que le deje hablar—, tengo que decirte que

he venido para saber qué tal te ha ido tu primer día. Te lo pregunté por

teléfono y no me contestaste, con lo cual, no me ha quedado más remedio


que venir para saberlo en persona. Además, recuerda que te dije que iba a

estar en todas tus primeras veces…

Me quedo mirándole, reprimiendo una sonrisa, pero es que me lo ha

dicho de una forma tan dulce y con una mirada tan intensa que me deja un

poco trastocada.

—Bien, me ha ido muy bien —contesto con una sonrisa.

—¿Me dejas que te lleve a casa? Podíamos picar algo de camino, si

quieres…

En ese momento aparece Virginia y nos encuentra en la misma puerta,

aún no me he movido del sitio. Primero me mira a mí y después a Fabián

con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Fabi! ¡Cuánto tiempo! —le saluda dándole un par de besos y me

quedo alucinada por la familiaridad con la que lo ha hecho.

—Hola, Virginia, ¿qué tal te va? —pregunta él con simpatía.

—Pues bien, ya sabes, como siempre, con ganas de llegar a casa y


quitarme estos tacones, no sabes el suplicio que es estar todo el día subida

en ellos.

—No, no me lo imagino —dice él riéndose.

—No sabía que os conocíais —comenta mi compañera mirándome.


—Sí, somos… amigos —aclaro antes de que se hagan los dos

cualquier tipo de película—. Bueno, os dejo, tengo que irme a casa, voy a

perder el metro.

Me despido y los dejo allí a los dos con cara de no entender por qué

me marcho tan rápido. Consigo relajarme un poco en cuanto entro en un

vagón, lejos del alcance de las miradas de él y de las preguntas de ella.

Estoy deseando llegar a casa, achuchar un rato a Botas y contarle a Dolores

todo lo que he hecho hoy.

***

Cuando llega del restaurante la noto abatida. Viene cargada con un

par de bolsas, como de costumbre, y las deja en la cocina.

—¿Qué tal ha ido el día? Por tu cara no sé yo… —le digo con

timidez.

—Mejor cuéntame el tuyo, que habrá sido bastante más interesante

que el mío —responde resoplando.

—¿Tan mal ha ido? —pregunto preocupada.


—La mujer a la que te dije que le iba a dar una oportunidad no puede

empezar hasta el lunes que viene, entonces, he tenido que decírselo a otra

chica a la que le hice una entrevista y ha sido un auténtico desastre. No te

puedes imaginar el enfado que tenía Jose cuando ha visto que él se tenía

que encargar de todas las mesas porque su compañera en vez de ayudar la

estaba liando cada vez más… Pero bueno, ya se ha pasado el día, se acabó

por hoy. Veremos mañana como lo solventamos…

—Por el fin de semana no te preocupes, dale libre el domingo


también a Jose y así se tomará mejor eso de tener que llevar el peso del

salón él solo. Yo cubriré los fines de semanas, por eso no hay problema.

—No, cariño, te lo agradezco de verdad, pero tú ahora estás en otra


cosa y no quiero fastidiar tus días de descanso.

—¡Pero si no estoy cansada! Te aseguro que trabajo sentada todo el


día, así que me va a venir bien moverme en el restaurante.

—Bueno, solo por esta vez, pero la próxima semana con la mujer

nueva que entra seguro que las cosas se vuelven a enderezar. Se lo diré a
Jose, se va a poner contento por no trabajar ni sábado ni domingo después

de la paliza que se va a dar mañana el pobre…


67

Me levanté más temprano con la intención de llevarla al trabajo en su

primer día y disfrutar de ella durante el trayecto, pero, tal y como me

imaginaba, su cabezonería ganó y se fue en el metro.

Ya en la oficina, traté de ocupar mi cabeza en otra cosa que no fuera

Loles y me resultó casi imposible.

—Tengo que salir un momento —le dije a mi tío cuando me lo crucé

por el pasillo.

—¿Ha ocurrido algo? Llevas una cara…

—Es que me he acordado de algo que tengo que hacer y que no puede
esperar —comenté justificando mi nerviosismo.

—Seguro que es muy importante. —Levanta una deja con

complicidad—. Anda, ve, no pierdas tiempo.


Le sonreí y me fui directo a la floristería. Allí, tras dudar entre un

ramo de flores o una planta, opté por una maceta con dos orquídeas blancas

que, según había leído antes, significaban lo mismo que siento por ella. Le

escribí una nota deseándole buen inicio de trabajo y se lo mandé por

mensajero hasta las oficinas de David.

Ni qué decir tiene que estuve horas esperando un mensaje en el que

me dijera que le habían gustado, pero se hizo de rogar y me escribió

pasadas las horas.

Cuando regresé de la floristería, mi tío me estaba esperando en mi


despacho con una sonrisa y bastantes ganas de hablar.

—Te gusta mucho esa chica, ¿verdad? —preguntó directo al grano.

—Sí, estoy enamorado de ella, pero metí la pata y ahora las cosas no

están nada bien —reconocí desabrochándome el botón de mi chaqueta para

sentarme tras la mesa.

—¿Y no podéis arreglarlo?

—Tío, no dejo de intentarlo, pero por su parte solo recibo negativas y

es algo que no llevo nada bien.

—Porque no estás acostumbrado a que te digan que no. —Se rio—.

Déjame que te de un consejo: si de verdad la quieres, no dejes que se te


escape y haz lo imposible para que vuelva a confiar en ti.

—¿Cómo sabes que es cuestión de confianza?

—Ay, sobrino, para las mujeres es algo fundamental. —Se levantó de

la silla—. Vuélvelo a intentar, no desistas y lucha, verás cómo lo consigues.

En cuanto se fue me quedé pensativo y decidí marcharme un poco

más temprano para ir a buscarla a la salida del trabajo. Quería que me

contara qué tal le había ido y que me hiciera partícipe de su alegría, porque

estaba seguro de que habría tenido un día estupendo. En cuanto me vio

parado en el portal del edificio se quedó paralizada, yo sabía que no me

esperaba y se sorprendió mucho.

Por fin la he visto sonreír después de tantos días sin hacerlo, aunque

me hubiera gustado más que esa sonrisa hubiera sido después de besarme o

antes de abrazarme, pero al menos estaba mejor que esta mañana. Sin

embargo, ha aprovechado la aparición de Virginia para escabullirse y

dejarme de nuevo sin la oportunidad de estar a solas con ellas y demostrarle

que la quiero. ¿Por qué me lo pone tan difícil?

De camino a casa recibo una llamada de Briana recordándome que

esta noche es el cumpleaños de Carlos e insiste en que la pase a recoger,

algo a lo que me niego y me excuso diciéndole que llegaré tarde al

restaurante porque tengo trabajo que terminar. En realidad no estoy de


humor para celebraciones, pero no puedo faltar a la cena de Carlos y creo

que me va a venir bien para distraerme un poco y dejar de pensar en Loles

durante unas horas. Es increíble lo que ha conseguido esa chica en tan poco
tiempo.
68

Mientras voy en el metro de camino al trabajo, saco el teléfono del bolso y

veo dos llamadas perdidas de Fabián, no me acordaba que lo silencié

cuando fui a enseñarle ayer a mi jefe los bocetos. No pienso llamarle,


quiero que le quede claro que preferiría no verle más, aunque sé que eso me

duele, pero es lo mejor, porque cada vez que está cerca mi corazón se
acelera de una manera desproporcionada y es algo que no puedo evitar.

Debería devolverle el móvil, así no me llamaría más y pondría espacio entre

nosotros.

—Al final voy a tener que darte una llave de la oficina por si algún
día llegas antes que yo —comenta de muy buen humor el señor Nieto al

encontrarnos como ayer a la salida del ascensor.


—Me gusta llegar con tiempo al trabajo, además tengo ganas de

sentarme a dibujar, tengo un par de ideas en la cabeza que creo que te

pueden gustar —digo animada, aunque al momento me doy cuenta de que

he podido sonar demasiado dispuesta, como si le estuviera haciendo la

pelota.

—Eso está bien, en cuanto lo tengas, me lo enseñas.

Abre la puerta, se va a su despacho directamente y yo hago lo propio

también. Nada más entrar lo primero que ven mis ojos son las orquídeas y

no puedo evitar sonreír. Me siento en mi silla y comienzo a revisar los


bocetos de ayer para aclarar un par de dudas que me surgieron anoche

mientras pensaba en cómo mejorarlos.

—Buenos días, Loles, te traigo tu café —dice a los pocos minutos una
simpática Virginia abriendo la puerta sin ni siquiera llamar.

—Gracias, no tenías que haberte molestado, eres muy amable.

—Tranquila —dice quitándole importancia—. Como igual se lo tenía

que llevar a David, pues qué más da uno más que uno menos. Por cierto,

¿comemos juntas hoy también?

—Pues pensaba quedarme aquí en el despacho, tengo bastante trabajo

y no quiero perder tiempo —me excuso.


—Imposible, a las dos me voy y cierro la oficina, tengo órdenes

expresas del jefe de que aquí no se puede quedar nadie sin que yo esté

presente —comenta muy formal.

—Pero me dijiste ayer que si tenía mucho trabajo podía…

—Nada, nada, eso era ayer. —Me corta la frase y se ríe.

—De acuerdo, iré contigo —acepto dándome por vencida.

Sale por la puerta con una sonrisa triunfal, como si se hubiera salido
con la suya y me hace sonreír otra vez. No parece mala chica, aunque

tampoco creo que tengamos muchas cosas en común.

Vamos al mismo sitio a comer que ayer. Por aquí tampoco es que haya

mucho donde elegir, hay uno un poco más lejos pero, según ella, «es un bar
de obreros y ahí no pintan nada unas chicas como nosotras». Me hace

gracia su comentario, tan clasista, por cómo lo ha dicho parece que nosotras

fuéramos de una clase especial.

—¿Desde cuándo conoces a Fabi? —pregunta mientras aliña su

ensalada, otra vez se ha vuelto a pedir lo mismo.

—Pues no sabría decirte, no lo recuerdo bien. —Ya sabía que me

esperaba el tercer grado durante la comida.


—Yo es que soy muy amiga de Briana, su ex. —Me atraganto al oír

ese nombre—. ¿Estás bien?

—Sí, sí, es solo que se me ha ido por otro lado —explico señalando

mi plato.

—¿Y desde cuando os conocéis? —insiste.

—Pues le atendía en el restaurante donde trabajaba antes —confieso

con ganas de que caiga un rayo cerca de nuestra mesa y se cambie

totalmente el tema de la conversación.

—Deberías llevarme un día a cenar allí, seguro que es un sitio

magnífico, Fabián no es de los que va a cualquier antro…

—¿Y tú antes de trabajar con David qué hacías? —pregunto

intentando desviar la charla.

—Pues ya sabes, un poco de aquí, un poco de allí…

—No sé a qué te refieres —comento confusa y me meto en la boca un

buen trozo de lasaña que, aunque no está mal, prefiero la que se come en el

restaurante de Dolores.

—A ver, si te soy sincera, este es mi primer trabajo serio, lo demás ha

sido picotear de un lado y de otro sin rumbo fijo. Mi padre tiene amigos por
todas partes y siempre me han ido dando oportunidades, aunque nunca he

terminado de encajar en ninguno y no entiendo el porqué, la verdad.

—Bueno, será cuestión de ir probando hasta dar con lo que te gusta,

¿no? —Le he dicho esto porque tampoco sé que decirle a alguien que tiene

la vida tan fácil como ella.

—Será… —afirma quedándose pensativa durante unos segundos—.

Uy, mira, ya casi es la hora de volver al trabajo. ¿Nos vamos?

Cuando regreso a mi mesa, me pongo a recordar la conversación con

mi compañera: Fabián y la rubia pija han sido novios. ¿Y desde cuándo no

lo son? ¿O es que estaba saliendo con las dos a la vez? Sí, eso es, claro, por

esa razón los vi aquel día juntos de compras. ¡Madre mía! ¡Qué tonta he

sido! Si es que me tenía que haber dado cuenta. Claro, por eso su interés en

llevarme siempre a las afueras de Madrid donde nadie nos pudiera ver, por

eso tanto empeño en estar siempre a solas, así no nos verían juntos y nadie

descubriría su doble vida… He tenido la respuesta siempre a mano y no la

he visto, si es que más tonta no puedo ser. Ha estado jugando con las dos,

bueno, en realidad, ha estado jugando conmigo. Ella era la novia y yo la

idiota que se creyó todas sus mentiras.

—¿Puedo pasar? —pregunta David Nieto abriendo la puerta de mi


despacho.
—Sí, claro, adelante —contesto volviendo a la realidad.

—He añadido un par de toques a algo de lo que me enseñaste ayer. A

ver qué te parece —dice mostrándome el dibujo.

—Me gusta, aunque quizá sea algo… como decirlo… ¿atrevido? —

opino con un poco de vergüenza.

—De eso se trata esta colección, quiero locura, provocación, mujeres

sexis y llamativas, quiero que la gente se dé la vuelta al verlas pasar por la

calle y digan «qué maravilla de mujer», ¡esa es la idea! —exclama eufórico

haciendo aspavientos con las manos.

—Pues si eso es lo que quieres, lo vas a tener —aseguro con una

sonrisa—. Dame una hora y te llevo un par de bocetos que me acaban de

venir a la cabeza.

—¡Esa es mi chica! —grita con la misma intensidad de antes y sale

por la puerta muy contento.

Creo que voy a ser capaz de sorprenderle con lo que voy a dibujar,

estoy casi segura. Me pongo manos a la obra y, por unos largos minutos, me

evado completamente y dejo de pensar en Briana y Fabián. Cuando

termino, voy hasta el despacho de mi jefe, pero Virginia me intercepta por

el camino para decirme que David se ha ido hace diez minutos a una cita

importante. Entonces, vuelvo donde estaba y trato de dibujar algo más y así
tener diferentes opciones que enseñarle al gran diseñador. La verdad que sí,

que es un poco excéntrico y veo que le gusta llamar la atención, tanto en el

modo de vestirse como en la forma de querer hacerlo para los demás.

A las seis de la tarde nos vamos Virginia y yo, los otros tres becarios
no vienen por la tarde según me cuenta ella. Aún no conozco sus caras, solo

sé el ruido que hacen cada vez que pasan por el pasillo. En realidad

tampoco es que me importe, me sigue costando abrirme a los demás,

incluso ir a comer a diario con Virginia sé que me va a suponer un problema


a largo plazo. Ella es muy de preguntar y yo no soy de contar, así que no

tengo ni idea de cómo terminaremos. Antes de marcharnos, me propone


quedar el sábado por la noche para irnos de copas, pero rechazo su

invitación con la mayor sutileza que puedo.

Al salir del ascensor, reconozco que me desilusiono un poco, había


imaginado que estaría Fabián esperándome como ayer, pero ¿qué es lo que

pretendo? ¿que esté esperándome otra vez cuando ayer no le hice ni caso y
después no le atendí las llamadas? A estas alturas lo más normal es que ya

pase completamente de mí. O eso espero. Cuando le veo sufro y soy


consciente de que es porque aún estoy enamorada, pero es mejor así, no
quiero volver a saber de él y menos desde que me he enterado de que fui el

segundo plato.
***

Me reconforta tener a Botas entre mis brazos, no sé quién da más


cariño de los dos ahora mismo. Me relaja acariciarlo y escuchar su fuerte
ronroneo. Tengo una sensación de vacío muy extraña, como si estuviera

perdiendo algo que está dentro de mí. Imagino lo que puede ser, pero
prefiero no pensar en ello de nuevo.

Cuando estoy cenando con Dolores le cuento mi día, pero omito toda
la conversación con Virginia y el descubrimiento que he hecho de que la

rubia pija y Fabián eran —o son— novios. Prefiero no disgustarla con mis
cosas, que bastante mala cara trae ya; aunque tampoco me dice nada sobre

el restaurante, tal vez con la misma intención que yo para así no preocupar a
la otra. Me acuesto pensando que mañana voy a ir a echarle una mano con

el negocio y eso me pone contenta.


69

Ayer nos levantamos Dolores y yo a las siete de la mañana, como en los

viejos tiempos —bueno, tampoco son tan viejos— y nos fuimos al

restaurante. Para no perder las buenas costumbres desayunamos juntas y


nos pusimos a colocar y a organizar como un sábado cualquiera.

La mayoría de la clientela que entró por la puerta fueron los


habituales de los sábados, con lo cual, la sensación de que no me he ido de

aquí aumenta aún más.

Hoy es domingo y vuelvo a trabajar al restaurante, aunque ha venido

la mujer que supuestamente empezaba mañana. Al llegar le ha dicho a mi


jefa que prefiere entrar un día antes para familiarizarse un poco con todas

las cosas para no tener ningún contratiempo en su primer día. Me parece

muy interesante esa forma de verlo, solo espero que Dolores esté contenta
con ella y no le dé ningún problema, ya que en el fondo soy un poco

culpable de todo esto. Sí, sé que no debería pensar así, que estoy

cumpliendo mi sueño de trabajar en lo que siempre he querido, pero

también me sigo sintiendo en deuda con Dolores y creo que siempre lo voy

a estar.

La nueva camarera, de unos cuarenta años, parece que se desenvuelve

mejor de lo que parecía en un principio. Me ha bombardeado a preguntas y

no ha dejado de fijarse en cómo hago las cosas tratando de que no se le

escape ningún detalle. A las seis de la tarde, salimos todos del restaurante y

Dolores me va comentando por el camino qué le ha parecido el nuevo


fichaje.

—La verdad que cuando la entrevisté me dio buena espina, sobre todo

porque la vi educada.

—Sí, eso es fundamental para el trato con el público, además se la ve

espabilada y no ha roto nada de vajilla —opino riéndome. De repente, veo a

mi jefa caerse hacia el suelo y la sujeto rápidamente—. ¿Estás bien?

—Sí, sí. Solo he sentido como un mareo, debe ser del cansancio —
dice quitándole importancia.

—¿Quieres que te lleve a urgencias? —pregunto sin dejar de mirarla.

—Tranquila, cariño, solo necesito descansar.


70

David hoy lleva un pantalón verde botella y una camisa azul con

estampados amarillos demasiado llamativa para mi vista y con mucho

colorido para mi gusto, pero está encantado con el nuevo enfoque que le he
dado a los bocetos iniciales.

—Es justo lo que estaba buscando, has sabido darle el punto que yo
quería. Tienes talento, Loles —dice muy contento dando palmaditas como

un niño pequeño. Esta actitud, junto a otros momentos, casi me confirma lo

que llevo sospechando desde que lo conocí.

—Me alegro mucho —comento sonrojándome.

—Ya me dijo Fabián que no me iba a arrepentir y veo que tiene razón.

—Se calla durante unos segundos pensativo—. Quizá para la siguiente


colección podamos hacer algo totalmente especial… Pero bueno, aún falta

para eso, ahora debemos centrarnos en esta que es la próxima que va a salir.

Con su comentario se me escapa una sonrisa teñida de melancolía,

pero enseguida me recompongo y continúo con mi trabajo, que para eso me

pagan y nada mal por cierto. Cuando voy de camino a mi despacho, oigo
una voz irrumpiendo en la entrada que me resulta familiar.

—¡Virgi! ¡Sorpresa! —grita Briana.

—¡Bri! ¿Qué haces aquí? —pregunta sorprendida mi compañera.

—Pues he venido a rescatarte y a llevarte de compras, necesito

comprarme un… —Al girarse me ve y su cara cambia por completo—. ¿Y


tú qué haces aquí?

—No tengo por qué darte explicaciones —respondo poniéndome en


guardia, a saber lo que puede pasar.

—Trabaja aquí, codo con codo con David —explica mi compañera

algo confundida por la reacción de su amiga.

—¿Qué pasa conmigo? ¡Hombre, pero mira quién ha venido, si no es

otra que miss dulzura! —dice el señor Nieto que acaba de salir de su

despacho, en realidad el apodo que le ha puesto ha sonado un tanto irónico.


—¡Hola, David! —saluda dándole dos besos—. Venía a llevarme a

Virgi de compras cuando he visto a esta aquí.

—¿Desde cuándo has perdido los buenos modales? —le increpa mi

jefe, al que parece que no le ha gustado nada su forma de dirigirse a mí.

—¿En serio tienes trabajando a una ladrona para ti? —Vuelve a la

carga la rubia pija tocándome las narices.

—No te permito que hables así de mí. —La rabia que siento me

quema por dentro—. No tendré tanto dinero como tú, pero sí mucha más

educación, así que no te voy a decir lo que pienso de ti —sentencio con

dureza, no voy a dejar que me pisotee.

—Briana, te agradecería que te fueras, no voy a consentir que hables

mal de mi mano derecha —advierte David señalándole la puerta con el

dedo índice.

—No tienes ni idea de a quién has metido a trabajar en tu empresa.

Me voy, pero solo porque tengo cosas que hacer, a mí nadie me echa de

ningún sitio.

Y sale por la puerta sin despedirse de Virginia que se ha quedado con

la boca abierta después de presenciar el numerito que su amiga acaba de

montar. Mi jefe me mira preocupado y me pide que vaya a su despacho.

Allí me pregunta y explico las veces que nos hemos encontrado y lo que ha
pasado en cada una de ellas, se lo cuento todo, no quiero que por un

momento se le pase por la cabeza tener alguna duda sobre mí.

—Esa chica siempre ha sido una niña consentida, desde que era

pequeña ha tenido todo lo que ha querido y ha crecido pensando que no

había obstáculos para conseguir lo que se la antojaba —relata con

tranquilidad—. Nunca ha dado un palo al agua y si tiene dinero es porque

su padre no le pone límites a su tarjeta de crédito.

—No sé por qué le ha dado así conmigo…

—Pues muy fácil, seguro que ha visto en ti un posible estorbo para

volver con Fabián. Y te preguntarás que por qué digo esto. Ay, querida,

valgo más por lo que callo que por lo que hablo. —Suelta una sonora

carcajada y vuelve a mirarme—. Pero tranquila, no debes temer nada de

ella, en el fondo es una cría inofensiva.

Me levanto después de darle las gracias y me voy a mi despacho con

el mal cuerpo que me ha dejado la visita de la rubia pija. Me siento en mi

silla y me quedo con la mirada fija en las orquídeas, siguen estando muy

bonitas. A los pocos segundos llama Virginia a la puerta.

—¿Puedo pasar? —pregunta bajito.

—Sí, adelante —contesto con una sonrisa.


—Loles, lo siento mucho. ¡Qué bochorno! Está feo que lo diga, pero

me avergüenzo un poco de mi amiga, no sé qué le ha pasado, ella no suele

comportarse así…

—No pasa nada —digo encogiéndome de hombros—. Es una más de

las muchas que llevo con ella.

Le cuento, aunque más resumido, los encontronazos que hemos

tenido Briana y yo y no da crédito a lo que escucha.

—No sabía nada…

—No tienes de qué preocuparte, Virginia —aseguro sonriendo de

nuevo—. Y ahora, si me disculpas, tengo que seguir trabajando.

Sale en silencio, parece que se ha quedado bastante impresionada con

lo acaba de oír, aunque seguramente hablará con ella y esta le contará una

versión completamente diferente. Pero no me importa. Ojalá no me cruce

más veces con ella. Lo malo es que ya sabe dónde trabajo, espero que no se

le ocurra venir algún día a montar otro espectáculo parecido.

***
La semana pasa volando, el señor Nieto y yo no hemos dejado de

trabajar codo con codo en todos estos días, estamos más que satisfechos con

el resultado y el jueves me dice que al día siguiente iremos al taller a

explicar a las costureras nuestras ideas. También hemos ido a elegir las telas

—prefiere hacerlo en persona, no por Internet—, a él le gusta tocar las

texturas para poder decidirse por una u otra.

Cuando llega Dolores a casa le cuento mi visita al taller de confección

y me escucha atenta aunque le noto mala cara, tiene como un ligero color

amarillento en la piel y hasta en los ojos, debe ser la cantidad de horas que

está bajo la luz artificial.

—Ha sido una experiencia nueva para mí, no tenía ni idea de todo lo

que era este mundo del diseño. Pensaba que era dibujar y ya está —digo

riéndome—, pero veo que antes de que una prenda llegue a la tienda han de

ocurrir muchas más cosas.

—En esta vida todo lleva un proceso, cariño, nada sucede porque sí

—comenta cansada.

—¿Te encuentras bien? —pregunto preocupada.

—Llevo unos días agotada, creo que voy a cerrar antes de lo previsto.

Necesito descansar.

—Dime en qué te puedo ayudar, sabes que puedes contar conmigo.


—Tranquila, todo está bien. —Y Botas maúlla sobre su regazo.

El sábado y el domingo vuelvo al restaurante ante la negativa de

Dolores, según ella no hace falta porque ya está la otra mujer allí, pero soy

incapaz de quedarme en casa sabiendo que no se encuentra bien y que no


tengo otra cosa que hacer. ¿Por qué no ir a echar una mano? Además, me

viene bien distraerme y dejar de pensar en Fabián.


71

Comienzo la semana con muchas cosas en la cabeza. Por un lado está mi

nuevo trabajo y toda la ilusión que estoy poniendo en cada boceto y retoque

que hago; llevo ya un par de meses allí y estoy muy contenta con todo lo
que estoy aprendiendo. Por otro está Dolores, no sé exactamente qué le

pasa, pero algo no va bien, creo que está preocupada por el negocio y cada
día la veo más agotada.

Y, por otro lado, también está Fabián. Hace mucho que no sé de él y

reconozco que le echo de menos, aunque me haya dicho a mí misma que así

es mucho mejor. Si no le veo, no sufro. Trato de autoconvencerme con este


mantra, pero en realidad creo que me estoy engañando.

—Buenos días, Loles, aquí te traigo tu café —dice Virginia entrando

en mi despacho—. Ah, por cierto, David quiere verte en cuanto puedas.


—Gracias, en cinco minutos voy.

—¿Qué tal el finde? —pregunta con curiosidad.

—Pues bien, como todos.

—¡Yo he estado en la inauguración de un sitio nuevo que va a ser la

bomba! —exclama deseosa de contarme detalles—. Podías venirte el


próximo sábado, estará Briana también, lo mismo hacéis las paces…

Escuchar ese nombre hace que pegue un pequeño respingo, me parece

que Virginia trata de meterme en su círculo de amistades y lleva buenas

intenciones, pero, aunque se lo agradezco, reconozco que no pinto nada con

ellas. A ver cómo se lo explico sin que se lo tome a mal…

—Es que los fines de semana ayudo a una amiga en su restaurante, va

a ser imposible. —No es momento para contarle nada, después, a la hora de


la comida, veré como lo hago.

—Pues es una pena, no veas la de hombres guapos que hay allí por

metro cuadrado —asegura con brillo en los ojos y sonríe—. Bueno, te dejo,

trataré de convencerte cuando vayamos a comer.

Se va y, sin querer, vuelvo mi vista hacia la estantería donde están las

orquídeas, aún las tengo y las sigo cuidando. Alguna vez he leído que el

amor es como las plantas, que hay que regarlo para que continúe vivo.
Después de que me enfadara con Fabián, él trató de seguir «regándolo» y

yo solo dejé que se fuera secando… Reconozco que echo de menos muchas

cosas que vivía con él, y no me refiero solo a sus caricias, sino a lo querida,

segura y protegida que me sentía entre sus brazos. Eso supera a todas las

sensaciones físicas tan placenteras que he experimentado a su lado.

Me termino el café y me acerco a ver a David con unos cuantos

bocetos que tracé este fin de semana por la tarde. Su despacho es tan

luminoso como el mío, aunque está bastante más desordenado, bueno, creo

que es porque él tiene muchas más cosas que yo. Me dice que tome asiento

y le pongo delante los dibujos.

—Estos tres pueden servir, de hecho creo que has dado en la tecla —

dice satisfecho—. Has cogido rápidamente mi estilo, me gusta.

—A los otros dos les puedo dar un cambio, he pensado que…

—¿Has hecho estos cinco bocetos en la media hora que llevas aquí?

—pregunta con los ojos muy abiertos, llevado por la curiosidad.

—No, los he traído de casa.

—¿Y por qué no sales por ahí en vez de quedarte en casa trabajando?

Querida, eres muy joven para estar ya así…

—Los fines de semana ayudo a una amiga en su restaurante.


—¿Tanta falta te hace el dinero?

—No es por eso. Simplemente le echo una mano —explico zanjando

la conversación, no quiero hablar con él de mi vida privada.

—Como quieras… Bueno, no te he llamado para saber lo que haces

cuando no estás aquí —dice entrelazando los dedos de ambas manos—.

Este viernes un amigo da una fiesta por el trigésimo aniversario de su

empresa, acudirán muchos empresarios importantes y me gustaría que

vinieras conmigo.

—¿Yo? —pregunto completamente impactada.

—No acepto un «no» por respuesta —advierte serio sin cambiar de

postura—. Y no me vengas con que no tienes nada que ponerte, porque eso
lo soluciono yo mañana.

—Pero…

—Ni peros ni peras, querida. Ahora vete a tu zulo —se ríe—, y sigue

trabajando, que la colección la tenemos que dejar cerrada la semana que

viene.

Sin más que decir vuelvo a mi despacho y me dejo caer en la silla

asimilando que en unos días tendré que ir a una fiesta con mi jefe, a la cual

no me apetece nada, sobre todo porque nunca he asistido a algo así y no sé


cómo será. Cuando dejo de darle un par de vueltas —algo de lo más

habitual en mí con todo lo que me pasa— me pongo a dibujar, pero no

pensando en la colección de David, si no en diseñar un vestido para la fiesta

del viernes.

—Te aseguro que, o vienes ya, o te como a ti —avisa Virginia

riéndose mientras abre mi puerta—. Venga, Loles, estoy muerta de hambre.

—Voy, voy —digo cogiendo mi bolso a la vez que me levanto de la

silla.

Camino en silencio hasta el restaurante, ella no para de hablar, pero

llevo en la cabeza otros pensamientos y apenas si la escucho. Cuando

llegamos, le pide al camarero una ensalada, desde que la conozco siempre

pide lo mismo, no me extraña que siempre tenga tanta hambre.

—Tengo la sensación de que no me has oído nada de todo lo que te he

contado —me dice un poco molesta.

—No es eso, Virginia, es que no sé, no tengo hoy la cabeza muy

despejada que digamos —me excuso.

—¿Te preocupa algo? Si es así sabes que puedes contarme lo que

quieras.
—Te lo agradezco, pero son tantas cosas, que no quiero aburrirte.

—Cuéntame, no seas tonta —insiste.

—Quizá en otro momento, ¿vale? —Me agobia un poco su actitud,

aunque sé que no lo hace con mala intención.

—Como quieras… —Se encoje de hombros y pincha un trozo de

tomate de su plato—. Pues es raro que siendo amiga de Fabián no nos

hayamos visto nunca en algún sitio.

—Tampoco hace tanto que nos conocemos…

Ella sigue contándome sus batallitas de los fines de semana, ya me he

acostumbrado a escuchar el nombre de Briana en la mayoría de las cosas

que le pasan a mi compañera, ¡qué le vamos a hacer!

***

Cuando vuelvo a casa, Botas me recibe un poco más apático que


siempre, no ha venido a la puerta con la vitalidad de otras veces, se estará

haciendo mayor. Aunque su ronroneo no ha perdido ni un ápice de potencia.

Dolores llega más cansada a casa que otros días, sé que lleva

arrastrando cansancio desde hace mucho tiempo y debería plantearse en


serio adelantar la semana de vacaciones. Le cuento lo de la fiesta del

viernes y se pone muy contenta, incluso me dice que lo mismo mi jefe está

intentando ligar conmigo.

—¿Sabes lo que creo? Que a mí jefe no le gustan las mujeres —


aseguro totalmente convencida.

—¿Y eso por qué?

—En realidad no sabría explicarte, es algo que solo le noto cuando


estamos a solas, no sé, su forma de expresarse conmigo es diferente a cómo

lo hace cuando hay más gente delante.

—Pero eso puede ser porque le gustas —insiste medio en broma.

—Pues fíjate que no lo veo. De todas formas, aunque fuera así, en

ningún momento me ha hecho alguna insinuación ni nada parecido. Es muy


correcto conmigo, pero ya te digo que cuando estamos sumergidos en los
bocetos es distinto, como si saliera más su propia personalidad, como si se

dejara llevar, no sé bien cómo explicártelo.

Cenamos contándonos lo que nos ha pasado en el día, parece que está

más contenta con la camarera y, aunque le sigue pareciendo un poco lenta,


le gusta su forma de tratar con el público.
72

Entra David en mi despacho como un torbellino, ni siquiera ha llamado,

cosa que no me debería molestar ya porque estoy más que acostumbrada a

que lo haga así, pero más que nada es por el susto que me da cada vez que
lo hace porque no le oigo ni caminar por el pasillo de lo concentrada que

estoy.

—¿Qué te parece este? —pregunta enseñándome una foto de un

vestido muy de su estilo.

—¿Ya han cosido un vestido para la nueva colección? —Me quedo

alucinada con lo que tengo delante de mis ojos.

—No, querida, es para que te lo pongas el viernes para la fiesta. —Por

la cara que debo poner se da cuenta de que no es de mi agrado—. ¿No te

gusta?
—No es eso, es solo que… no me veo con algo tan… ¿llamativo?

—Vale, no te preocupes, ya te voy conociendo y creo que tengo uno

perfecto para ti.

Se va sin despedirse siquiera y me deja con una sonrisa en la cara, lo

que acabo de vivir es de lo más cómico. ¿Cómo se le ha podido pasar por la


cabeza que me voy a poner semejante vestido? Con lo poco que me gusta a

mí llamar la atención…

Pasada una hora, regresa a mi despacho trayendo dos fotografías del

mismo tamaño que la anterior.

—¿Qué te parece este? —pregunta enseñándome una de un vestido


precioso aunque en un color amarillo chillón nada discreto—. Es broma,

solo quería verte la cara. —Se ríe—. ¿Y este?

—¡Maravilloso! —exclamo al ver lo que tengo delante de mis ojos—.

Es una pasada, David.

—Sabía que con este iba a acertar. —Sonríe satisfecho—. Te voy a

confesar un secreto: es un modelo de mis primeras colecciones, por eso lo

ves tan modosito, y al mirarlo no he podido evitar imaginarte llevándolo.


Creo que es el ideal para ti. Si me das tu aprobación, mañana mismo te lo

haré llegar a tu casa.


—Pero no puedo permitirme algo así, David…

—¿Tampoco puedes aceptar un regalo? Querida, no lo hago por ti, lo


hago por mí. —Se ríe otra vez—. Soy diseñador, no puedo presentarme a

ese tipo de fiestas con alguien vestido de cualquier forma, además sé que tú

serás mi compañía perfecta.

Y dicho esto, vuelve a salir al pasillo como si tuviera mucha prisa,


dejándome la foto sobre mi mesa. La miro de nuevo y tengo que reconocer

que el vestido es una auténtica maravilla. La parte de arriba es de terciopelo

azul oscuro con el cuello cerrado, sin mangas y termina en una falda larga

de tul drapeada en el mismo color. Intento imaginarme ahí metía y me

cuesta, quizá sea mejor inventarme una excusa para no ir a esa fiesta con

David.

***

—¿Cómo que no quieres ir? —pregunta Dolores desconcertada

mientras mira con atención la foto del diseño que se supone que voy a
llevar—. Además, el vestido es precioso.

—La verdad es que no me veo en ese tipo de eventos —respondo

mientras pongo la mesa para cenar.


—Pues creo que te vendría muy bien para tu futuro profesional, quizá

conozcas gente que te pueda ayudar más adelante en lo que al diseño de

modas se refiere —asegura sonriente.

—¿Tú crees?

—La vida está llena de oportunidades, y nunca se sabe dónde las

podemos encontrar —afirma totalmente convencida—. Y si no fíjate con

quién estás trabajando ahora, David Nieto no es un diseñador cualquiera.

—Estoy allí porque Fabián es amigo suyo y me recomendó, si no…

—Una puerta abre otra puerta, y esta a su vez otra más y otra y otra,

¡quién sabe! —dice en tono cómico intentando quitar la seriedad de nuestra

conversación.
73

Ya es viernes y me he levantado con los nervios agarrados al estómago por

el evento de esta noche. Nunca he ido a una fiesta así y creo que me voy a

sentir como pez fuera del agua, aunque no me voy a echar atrás, le aseguré
a mi jefe que iría y no le voy a dejar tirado. Miro de nuevo el vestido que

ayer me hizo llegar a casa y que está colgado de la percha que tengo detrás
de la puerta. El vestido es impresionante y tengo la sensación de que voy a

llamar demasiado la atención con él.

—¡Cuánto me gustaría estar en tu pellejo! —exclama Virginia

pinchando un poco de lechuga de su plato.

—Pues te lo cambio —propongo con una sonrisa.

—No entiendo por qué no tienes ganas de ir…


—No es que no quiera ir, es solo que nunca he ido a un evento así y

no sé si voy a sentirme cómoda.

—Ya verás lo bien que te lo pasas. Comes cosas muy ricas y bebes de

lo bueno, lo mejor —comenta con una gran sonrisa—. Además seguro que

ves hombres guapísimos de esos que únicamente se ven en las discotecas de


moda o en las revistas.

—No sé yo, seguro que solo va gente mayor, pero bueno, me da igual,

tampoco tengo la intención de ir a ligar…

—Te va a venir bien para empezar a moverte por este mundillo de la

moda —dice con gracia, haciéndose la experta—. Es una buena


oportunidad para lo tuyo.

—Eso espero, o me aburriré como una ostra. —Nos reímos las dos.

A las cuatro de la tarde, David abre la puerta de mi despacho para

decirme que ya me puedo ir. Me deja salir antes para que vaya a la

peluquería y me recuerda que a las ocho pasará por mi casa a recogerme. Él

también se va porque dice que tiene que hacer un par de cosas importantes.

Me despido de Virginia y voy directamente a la peluquería, no sé

exactamente qué hacerme, pero lo que sí que tengo claro es que no pienso
llevar el pelo recogido, que voy a parecer demasiado… demasiado

«princesa» con este vestido y un moño. Me dejo aconsejar por la peluquera

y me hace unos rizos bien marcados por todo el pelo, asegurándome que

con el paso de las horas irán cayendo un poco. Ella también quería

maquillarme pero prefiero hacerlo yo misma. No suelo ir vestida y peinada

de esta manera y, si además me maquillan, no me voy a reconocer. Durante


bastantes años he estado intentando ser alguien que no era, y ahora por fin,

el espejo me devuelve a la mujer que siempre he querido ser, así que ¿para

qué disfrazarme de quién no soy?

Cuando llego a casa sale a recibirme un Botas bastante lento; antes

venía deprisa cada vez que escuchaba las llaves en la puerta, pero ahora
parece como si le pesaran las patas, cada vez se está pareciendo más a

Dolores en lo que al cansancio se refiere. Y también me he dado cuenta de

que come la mitad que antes, igual que su dueña. Le cojo en brazos y noto

que pesa menos, ¿se estará poniendo enfermo? Espero que no. Después de

su ración de caricias y rascamientos, le dejo sobre el sofá y me voy al

cuarto de baño para darme una ducha rápida, no vaya a ser que el vapor del

agua caliente estropee los rizos que con tanto esmero me han hecho en la

peluquería.

Tras maquillarme, me doy en las uñas un par de capas de brillo

transparente, menos mal que no me he mordido mucho las uñas estos días
previos a la fiesta por culpa de los nervios. En cuanto se seca el esmalte,

saco el vestido de la percha y me lo pongo. Me miro en el espejo de cuerpo

entero y la imagen que tengo ante mis ojos me impacta. Me veo diferente,
pero me siento muy bien así. Estoy guapa, para qué voy a negarlo, y eso me

llena de una seguridad que hasta hace unos minutos no tenía. Lo malo son

los tacones que he elegido, bueno en realidad me los eligió Virginia el

martes por la tarde, menos mal que no la hice caso con los primeros que

escogió porque con esos hubiera sido imposible caminar. Estos, aunque

tienen tacón, son bastante más cómodos, de todas formas espero no tener

que moverme mucho con ellos; imagino que este tipo de fiestas son más de

estarse quieto en un rincón y ya está.

A falta de tres minutos para las ocho de la tarde, me llega un mensaje

de David al móvil avisándome de que ya está abajo. Antes de salir por la

puerta me despido de Botas que no deja de mirarme atento a todos mis

movimientos.

No es una limusina, como mi mente romántica se había imaginado

cuando bajaba las escaleras vestida así, pero me está esperando un coche de

alta gama negro. Mi jefe va con un traje azul, varios tonos más claro que mi

vestido y, en vez de corbata, lleva una pajarita de mil colores. Él tiene una

forma bastante personal de vestir, aunque hoy podría decir que va bastante
más discreto que en el trabajo.
—¿Loles? —pregunta bromeando.

—No, soy su hermana gemela —respondo siguiéndole el rollo.

—Estás perfecta, querida. Parece que cuando diseñé ese vestido, lo

hice pensando en ti.

—Gracias, David, es precioso —digo sonrojada por sus palabras.

—¿Nos vamos? Estoy deseando tomarme un canapé.


74

Qué duro me está resultando no ver a Loles, ella era mi vitamina diaria para

ser feliz y ahora, sin ella, ya nada es lo mismo. Mis amigos no dejan de

insistir para que salgamos de copas, y no paro de poner excusas porque, en


realidad, no me apetece hacer nada que no la incluya a ella.

Imagino que esto es temporal y que en nada voy a seguir siendo el


mismo que era antes de enamorarme de ella, pero, hasta que llegue ese

momento, noto que ya no soy yo y que cada cosa que pasa por mi cabeza

tiene que ver con nosotros y eso me lo hace todo mucho más difícil.

Y no sé cómo lo he hecho pero, poco a poco, me he ido


acostumbrando a su ausencia, a que no me cogiera el teléfono cuando la

llamaba y a que no respondiera a mis mensajes; aunque eso no quiere decir

que no me duela no tenerla. También dejé de verla a escondidas, necesitaba


saber cómo estaba e iba a su trabajo a la hora que ella salía o cuando

regresaba a su casa para asegurarme de que había llegado bien, pero todo lo

hacía en secreto, no sé qué hubiera pasado si alguna vez me hubiera pillado

«espiándola».

A mis padres se lo he tenido que decir, ellos me notaban que no


estaba tan animado como siempre y, cuando los vi realmente preocupados,

se lo conté y no me importó que supieran que era Loles. Me sorprendieron

los dos, quizá más mi padre, cuando me dijo que le parecía una chica

estupenda y le habló de ella a mi madre contándole las virtudes que había

descubierto solo con atenderle a la hora de las comidas. Les comenté que
ahora trabajaba con su amigo David Nieto y que ya no nos veíamos por un

malentendido.

Mi madre se puso directamente de parte de ella, aún sin conocerla,

quizá porque Briana nunca ha sido santa de su devoción. En cambio, mi

padre siempre la vio como la nuera perfecta, imagino que influía que era

amigo de su padre de toda la vida. Por eso me sorprendió tanto cuando le

escuché hablar de las bondades de Loles. Mi madre me aconsejó que no


desistiera y que, si de verdad la quería, debía seguir luchando por ella hasta

el final, pero ya me siento sin fuerzas. Es muy duro estar detrás de una

persona dándolo todo y recibir siempre la negación por respuesta.


Por eso decidí apartarme de ella y darle su espacio. Todo este tiempo

sin verla le he sido fiel aun sabiendo que quizá no volveremos a estar juntos

nunca más. Mi cuerpo sigue recordando cada curva del suyo y soy incapaz

de estar con alguien que no sea ella. No puedo ni quiero estar con otra.

Hoy damos una fiesta por el aniversario de nuestra empresa. Ya

llevamos treinta años constituidos y nos va cada vez mejor. Aunque lo que

menos me gusta de este tipo de eventos es tener que sonreír a todos y cada

uno de los presentes, no siempre estoy de humor para ello —sobre todo hoy

—, pero sé cuál es mi papel en todo esto y qué es lo que debo hacer. El

hotel que ha elegido mi padre es donde siempre celebramos las cosas

importantes y el mismo al que traje a Loles, quizá por eso estoy así, porque
desde que pasamos aquel fin de semana aquí encerrados todo está lleno de

ella. Qué buenos recuerdos me da ver la fachada del hotel y aparcar en el

mismo sitio que aquella vez, aunque no está sentada a mi lado y eso me

desinfla un poco.
75

Mi cuerpo se tensa en cuanto veo el hotel al que llegamos. Es el mismo

donde vine con Fabián aquella vez tan especial para mí y no puedo evitar

que los recuerdos de aquel fin de semana me invadan.

—¿Estás bien? —pregunta David mirándome con preocupación

mientras le da las llaves al aparcacoches—. Te ha cambiado la cara de


repente.

—Sí, sí, todo bien. Solo estaba pensando —respondo sonriendo como

si no pasara nada, aunque en realidad sí que me he puesto un poco triste.

—Seguro que estás nerviosa, pero no te preocupes, verás cómo te lo


pasas bien. Es una fiesta: come, bebe, baila, ¡diviértete! —exclama mientras

me hace cogerle por el brazo para entrar en la recepción.


El hall del hotel es impresionante, el techo es altísimo y todo está

lleno de luz y brillo. Un empleado nos pide que le acompañemos hasta el

salón donde tiene lugar el evento, y comienzo a ponerme un poco incómoda

al entrar y ver todo el lujo que hay ante mis ojos. Veo muchas personas

hablando muy animadas, y todas van tan elegantemente vestidas que me da


tranquilidad porque sé que voy a pasar más desapercibida de lo que pensé

en casa cuando me vi con el vestido puesto. A nuestro alrededor, van y

vienen camareros con bandejas llenas de canapés que parecen sacados de la

cocina de un chef de esos famosos, y otros portan copas de diferentes

formas y tamaños en cuyo interior hay líquidos de variados colores. Estoy


tan ensimismada observando todo que ni cuenta me he dado de que David

me está mirando mientras se aguanta la risa.

—¿Por qué me miras así? —pregunto extrañada al ver su cara.

—Es que no te imaginas la expresión que tienes ahora mismo. ¡Me

encanta ver que aún se puede sorprender a las personas! Eres sencillamente

genial, Loles —dice sincero dándome un beso en la mejilla, algo que me

descoloca por completo—. Estoy deseando hincarle el diente a un canapé


de caviar que he visto antes pasar por mi lado, ahora vuelvo.

—Ni se te ocurra dejarme aquí sola, por favor —le pido con cara de

circunstancias mientras le agarro del brazo.


—Como quieras, venga, vamos a comer algo. Pero antes tenemos que

saludar al anfitrión, sería de mala educación ponernos las botas sin decir

hola al que paga todo esto —murmura riéndose.

Caminamos entre los elegantes invitados y llegamos hasta un círculo

de unas cinco personas que hablan muy animadamente entre sí.

—¡Arturo! ¡Feliz aniversario! —exclama mi jefe y el destinatario de


esas palabras se da la vuelta, dejándome completamente muda—. Me alegro

mucho por todos estos años de vuestra empresa y os deseo muchísimos

éxitos más.

—¡Gracias, David! ¡Bienvenido! —le saluda el padre de Fabián con

un apretón de manos y un abrazo. Se separa de mi jefe dedicándome una


mirada cortés en un principio y después, al darse cuenta de quien soy, me

sonríe atentamente—. ¿Loles? ¿Eres tú?

—La misma. Enhorabuena por el trigésimo aniversario, es una fiesta

estupenda —digo del tirón tal y como había ensayado en casa frente al

espejo al imaginarme el momento en el que conocería al anfitrión de la


fiesta, aunque nunca imaginé que sería él.

—Me alegro mucho de verte aquí, David es un gran amigo, espero

que te trate bien.


—Loles trabaja conmigo en la nueva colección —cuenta mi jefe con

orgullo—. No te imaginas el talento que tiene.

—La conozco desde hace mucho más tiempo que tú —comenta

sonriendo y le da un pequeño codazo a David—, y te aseguro que lo que

tiene dentro esta chica es pura magia —le suelta con complicidad, como si

yo no estuviera presente, haciendo que me sonroje.

—Bueno, Arturo, sé que tienes más compromisos, por lo tanto, no te

molestamos más. Luego hablamos más tranquilos. Será una gran noche.

Nos despedimos y nos cruzamos con un camarero que lleva una

bandeja con bebida y le cogemos una copa de champán cada uno que me

bebo casi de un trago, en mi defensa diré que las copas no están servidas

hasta arriba. Después seguimos caminando entre la gente y David me va

presentando a algunos de los invitados que conoce y que, según él, nos

vienen bien para futuros negocios en lo que a nuestro gremio se refiere. Me

explica que hay gente de casi todos los sectores laborales, amigos de Arturo
y de sus socios. Hablando de sus socios… Acabo de ver al argentino,

aunque no sé su nombre. Me acerco hasta él con la clara intención de

saludarle, el poco alcohol que me he tomado me está ayudando a

desinhibirme.
—Buenas noches, ¿le traigo ya el tocino de cielo? —bromeo

haciéndole la misma pregunta que le hacía en el restaurante.

—¡Loles, qué sorpresa! ¡Estás divina! ¿Qué hacés vos por acá?

—Disfrutar de la fiesta con mi jefe, el señor Nieto. —Le presento

como socio de Arturo porque no sé su nombre y me parece feo preguntarle

a estas alturas, y qué casualidad que no se conocen, pensaba que aquí todos

lo hacían—. Me alegro mucho de verle, de verdad.

—El placer es mío, por cierto, estás preciosa con ese vestido. —Sus

ojos se clavan en mí, aunque no tanto como en mi acompañante.

—Muchas gracias, lo ha diseñado David —afirmo señalando a mi jefe

que está como petrificado.

—¿Usted es diseñador? —le pregunta sin quitarle los ojos de encima.

—Sí —responde escuetamente, desde que lo conozco nunca le había

visto tan callado. Está rarísimo.

—Si me disculpáis, voy un momento al aseo. —Miro con


complicidad a mi jefe y le guiño el ojo con disimulo antes de dejarles a

solas.

No había calculado lo incómodo que sería este vestido para hacer pis,

no sé ni por dónde cogerlo. Justo cuando me estoy lavando las manos, entra
por la puerta una chica rubia con un vestido espectacular en tonos dorados.

Me saluda mientras se mira al espejo y, al oír su voz, me doy cuenta de que

es Briana. ¡Tierra, trágame! Ahora me volverá a montar otro numerito de

los suyos para dejarme en ridículo, aunque bueno, mientras me lo haga aquí

y no delante de los invitados… Me pongo en modo alerta para esperar

cualquier tipo de insulto por su parte y me preparo para arrastrarla de los

pelos y hundir su cabeza en el retrete, cuando se seca las manos con

delicadeza, me dedica una sonrisa y se vuelve a ir. No me puedo creer que

no me haya reconocido, pero así ha sido, si no seguro que hubiéramos

tenido el espectáculo garantizado.


76

Regreso al salón donde está celebrándose la fiesta, pero ahora voy con más

cuidado, no me gustaría que la rubia pija me reconociera en cualquier otro

momento. Desde un rincón trato de buscar a David, debería ser fácil


localizarle por el color tan llamativo de su pajarita, pero no doy con él. O

está persiguiendo alguna bandeja de canapés o… Me río sola al imaginarme


qué estará haciendo. Sigo buscándole con la mirada, hasta que mi corazón

se para de golpe para empezar a bombear mucho más fuerte. Todo esto pasa

en cuestión de segundos al sentir una caricia de lo más familiar: es una

mano en mi espalda que baja hasta mi cintura. Me giro a cámara lenta.

—¡Estás impresionante! —exclama Fabián con una sonrisa perfecta,

mirándome de una forma que casi me deja sin aliento.


—Gracias —digo más roja que un tomate, pero no lo puedo evitar y

menos cuando me lo ha dicho de esa manera.

—¡Por fin te encuentro! Cuánto tardas en ir al aseo, querida —me

regaña David mientras se acerca sin darse cuenta de con quien estoy, hasta

que le ve—. ¡Fabián! Enhorabuena por estos treinta años, aunque tú ni


habías nacido cuando tu padre empezó todo el imperio.

—¡David! —Se saludan con un abrazo—. Me alegro de que hayas

podido venir.

—No me perdería esta fiesta por nada del mundo —asegura mi jefe

sonriendo.

—Os tengo que robar un momento a mi hijo, no os importa, ¿verdad?

—pregunta con mucha educación el padre de Fabián que ha aparecido de la

nada.

—No, claro que no —contesta David sin dejar de sonreír y yo solo

curvo mis labios hacia arriba porque soy incapaz de articular una sola

palabra.

Vemos subir a una especie de altillo, preparado para la ocasión, a los


cuatro miembros de la mesa vip, como yo los llamaba: el argentino, el

hombre más mayor, Fabián y su padre. Miro de reojo a David y le noto un


tanto nervioso, y eso que él es el rey de la tranquilidad y el saber estar.

Fabián se acerca a un micrófono y comienza a hablar.

—Lo primero de todo es daros las gracias a todos los presentes por

haber podido venir esta noche a compartir este trigésimo aniversario con

todos nosotros. —Me mira y siento que mi corazón se vuelve a acelerar.

Está guapísimo con el esmoquin negro que lleva—. Mi padre se ha sabido

rodear de grandes personas que le han hecho crecer, hombres que, en

realidad, no sabían dónde se metían cuando le conocieron —bromea,

sacando una risa a todos los presentes—. Y él, a su vez, ha podido crear con

ellos un gran imperio en las Telecomunicaciones, haciéndome partícipe a

mí en cuanto terminé mis estudios y me preparé bien. Estoy orgulloso de


estos tres caballeros, y son el espejo en el que me tengo que mirar para

llegar tan lejos como lo han hecho ellos. —Se gira un poco y se dirige a los

tres directamente—. Gracias por enseñarme tanto.

Se acerca hasta ellos mientras le miran con emoción y le da un abrazo

a cada uno, arrancando un efusivo aplauso por parte de todos los que le
hemos escuchado. Después le toca el turno al señor más mayor —creo

recordar que es el tío de Fabián— quien dedica unas palabras a sus inicios

con Arturo, entre bromas y recuerdos, y se lleva un montón de aplausos

también. Antes de terminar da paso a Luis Alberto —me acabo de enterar

por David de que es el nombre del argentino— y cierra el discurso de


agradecimiento el padre de Fabián, el cual no puede evitar emocionarse al

recordar esos treinta años.

—¿Tú crees en el amor a primera vista? —me pregunta mi jefe un

poco nervioso después de que hayan terminado los aplausos a los

anfitriones.

—No sé, eso son cosas de las novelas románticas, ¿no? —respondo

divertida, pero sé exactamente por donde va lo que se ha cuestionado.

—Querida, si me disculpas… Creo que tengo que ir a ocuparme de

unos asuntos del corazón… —Me guiña el ojo y va directamente hasta

donde está Luis Alberto.

Me vuelvo a quedar sola, aunque por poco tiempo ya que enseguida


aparece Fabián en mi campo de visión. Mi cuerpo ha notado su presencia

incluso antes de que se acercara, es como si pudiera sentirle a varios metros

de distancia. Sus ojos se posan en los míos mientras su cuerpo trata de

acortar la distancia que nos separa. No sé qué decirle ni qué hacer, me

siento totalmente insegura en estos momentos, debería haberse quedado

David conmigo…

Una melena rubia surge de la nada para interponerse entre nosotros y

nuestras miradas: es Briana, se pone de espaldas a mí y frente a Fabián, y le

coge del brazo en una actitud de tal confianza que me baja el ánimo hasta
los pies. Noto que él trata de deshacerse de su agarre, pero ella insiste con el

otro brazo, parece que no tiene intención de soltarle. La sonrisa que Fabián

le dedica está forzada, seguramente le está proponiendo algo que a él no le

termina de convencer, no lo sé; a ella la veo de espaldas, así que solo puedo

imaginarme la conversación. Espero que no se gire y me descubra aquí

plantada, porque mis pies ahora mismo no son capaces de moverse y

escapar de esta visión tan dolorosa que tengo ante mis ojos.

Aunque, según Virginia, hayan sido novios, tengo la sensación de que

la rubia pija sigue colgada por él, y ahí no tengo dónde competir. Y

tampoco quiero. Fabián y yo pertenecemos a mundos distintos, solo tengo

que mirar a mi alrededor para darme cuenta de dónde estoy y de que aquí

no pinto nada. Parece que, al tratar de convencerme con mis propias

palabras, mis pies han obedecido a mi cabeza, que lleva rato diciéndoles

que se muevan y salgan de ahí lo antes posible. Y así hago, me giro, y

fingiendo una tranquilidad que no tengo, me encamino hacia la puerta del

hotel por donde hemos entrado al llegar.

—¡Loles! —grita Fabián, pero sigo caminando, no puedo parar ahora

que por fin mi cuerpo responde—. ¡Por favor, espera!

Y mis piernas, en vez de hacerme caso a mí, que sería lo más natural,

se detienen al oír sus palabras, como si yo no tuviera nada que ver con mi
cuerpo.

—¿Ya te vas? ¿Tan pronto? —pregunta en un tono cercano a la

desilusión.

—Sí, no me encuentro muy bien. ¿Podrías decirle a David que me he

tenido que marchar? —Me vuelvo para continuar mis pasos y es como si

tuviera cemento anclado en los tacones.

—Te puedo acercar a tu casa, si quieres.

—No, gracias, estoy bien. —Según lo digo me doy cuenta de que

primero le he dicho una cosa y a los pocos segundos todo lo contrario, a ver
ahora cómo lo soluciono—. Quiero decir que…

Se acerca con un movimiento rápido hasta mí, me coge con decisión

por la nuca y me atrae hasta su boca para besarme con desesperación. En un

primer instante me quedo completamente paralizada, después mi boca y mis

manos responden al beso como si tuvieran autonomía propia y yo no


contara. Siento sus labios contra los míos en un ritmo perfecto, y soy

consciente de cuánto he echado de menos sus besos.

—Si sigues besándome así creo que en cualquier momento mis

piernas flojearán y caeré al suelo haciendo el mayor de los ridículos —

susurro junto a su boca.


—Te cogeré entre mis brazos antes de que eso ocurra, no tienes nada

que temer —murmura enterrando su boca entre mi pelo—. Echaba de

menos tu olor. No te vayas, por favor.

—¿Fabián? ¡No me lo puedo creer! —Oigo a la rubia pija gritar no


muy lejos de donde estamos consiguiendo que abra mis ojos y desaparezca

toda la magia que estaba sintiendo en estos momentos.

—Briana, ¿se puede saber qué es lo que te pasa? —inquiere Fabián en


un tono no muy agradable.

—Fabi, resulta que desapareces y te encuentro aquí con… ¿con esta?


—Me mira con más atención que antes y me reconoce al instante—.

¿Estabas besando a la ladrona?

—¿¡Qué!? ¿Se puede saber a qué te refieres? —pregunta Fabián cada


vez más enfadado.

—Para tu información te diré que esta tipeja, aparte de tirarme las

bolsas cada vez que me ve, algo que ya has podido comprobar de primera
mano, y seguramente con la intención de cogerme una y salir corriendo,

pues también ha sido pillada robando lencería cara, menos mal que la vi y
pude avisar al de seguridad, que si no… —explica Briana con maldad.

—¡Eso es mentira! —chillo con todas mis fuerzas.


—¿Pero todo esto de qué va? —Fabián parece que está aturdido y yo,
que no quiero montar numeritos y menos en la fiesta de aniversario de su

empresa, me giro para irme de allí, me da igual lo que esa rubia pija le
cuente, me da igual todo, no pertenezco a esto y no quiero pertenecer—.

Loles, espera, por favor.

Pero mis pies siguen caminando y mis ojos luchan por no derramar
las mil lágrimas que luchan por salir, y siento que me duele hasta el alma.

Me acerco a uno de los taxis que hay en la entrada del hotel, y cuando le
estoy dando la dirección al taxista, Fabián abre la otra puerta y se sienta a

mi lado.

—Si tú te vas, yo me voy contigo —afirma convencido.

—Debes quedarte, es tu fiesta… —Mis lágrimas ya no pueden

contenerse más y resbalan por mi mejilla.

—¿Cómo me voy a quedar si lo que más quiero en este mundo se va?

Nunca me podría perdonar el haberte visto marchar así y no haber hecho


nada.

Me abraza, y apoyo mi cabeza contra su pecho sintiendo su perfume,

dejándome dar el cariño que ahora mismo tanto me falta y soltando todas
las lágrimas para tratar de deshacer el nudo que tengo en mi pecho. Mi
respiración poco a poco se va relajando y dejo de llorar, no sé si me siento
mejor, pero lo que sí sé es que no quiero que Fabián deje de abrazarme.
77

De repente el taxi se detiene y abro los ojos.

—Vamos, hemos llegado —susurra con dulzura junto a mi oído.

Bajo del vehículo ayudada por sus manos y, cuando estoy de pie, me
doy cuenta de que no estamos en mi casa, sino en la suya. Pero no tengo

fuerzas para discutir, y tampoco ganas. El disgusto que llevo conmigo gana
todas las posibilidades de tener un enfrentamiento, con lo cual, me dejo

hacer en silencio.

Cuando llegamos a la puerta de su ático, me hace pasar y se disculpa

porque tiene que hacer una llamada. Me siento en el sofá, me quito los
dichosos tacones y oigo a lo lejos varias palabras que salen de su boca,

como «papá», «fiesta», «asunto», «amor»… Y rápidamente vuelve hasta el

salón, donde se coloca a mi lado y me coge las manos.


—Fabián, yo no soy ninguna ladrona —afirmo con un hilo de voz.

—Lo sé, no tienes que darme ninguna explicación. —Me acaricia la

mejilla con el dorso de su mano.

—Pero Briana…

—Sé perfectamente cómo es y no le doy ningún valor a todo lo que ha


dicho. Tampoco voy a permitir que te vuelva a hablar como lo ha hecho —

asegura con voz firme sin dejar de mirarme ni un instante.

—¿Ella y tú sois…? —No sé muy bien cómo hacer la pregunta.

—Nuestros padres se conocen desde hace muchos años por negocios

y Briana y yo empezamos una relación, digamos que era lo que todo el


mundo esperaba de nosotros. Cuando te conocí lo nuestro ya se había

terminado, iba descubriendo cosas en ella que no quería tener a mi lado y,


aunque traté de ser suave cuando se lo dije, ella no se lo tomó nada bien.

Siempre ha tratado de acapararme, de que solo estuviera con ella y con

nadie más, ni siquiera con mis amigos. De hecho, cuando quedaba con

ellos, tenía que mentir, por eso aquella vez que salí con ellos no te dije la

verdad, imagino que por costumbre… Y no sabes lo que me arrepiento.

Creía que a todas las mujeres os pasaba igual respecto al tema de las

amistades, pero contigo me equivoqué y me demostraste, una vez más, que

tú no eres como las demás.


—Pero cuando te vi con ella salir de la tienda, parecía como si no me

conocieras… —digo recuperando un poco la compostura y soltándome del

agarre de sus manos. Es el mejor momento para aclarar todo.

—Cuando te vi, me quedé en shock, no sabía qué decirte. Habíamos

quedado para comprar un regalo a un amigo que tenemos en común, pero

no reaccioné como debería haberlo hecho y sé qué no tengo excusa creíble.

Simplemente me asusté por lo que tú pudieras pensar después de saber que

te había hecho daño con la primera mentira que te dije sobre el cumpleaños

de mi madre. Y me sentí tan mala persona, que no fui capaz de enmendarlo

hasta días después, en los que te tuve delante y no fui capaz de defenderme.

—Tampoco te dejé hacerlo… —aseguro intentando una sonrisa, no

me gusta verle así de abatido, no puedo.

—Debería haberte contado todo ese día, pero salí de allí muerto de

miedo porque no quisieras verme más. —Me mira atento a mi reacción—.

Loles, llegaste a mi vida y la llenaste de luz, ahora sin ti me siento a oscuras

y no soy feliz si no te tengo a mi lado. Lo siento mucho, sé que te he hecho

daño, pero si me dejas, te prometo que no habrá más mentiras, quiero

dedicar mi vida entera a demostrarte lo mucho que te quiero y lo enamorado

que estoy de ti.


Según le voy escuchando, mis lágrimas caen rápido por mis mejillas,

pero esta vez no es de tristeza o de rabia contenida, no, ahora es la alegría la

que se asoma por mi corazón arrasando con un arcoíris todas las nubes que
había en mi pecho. Me pongo de pie, necesito coger aire para seguir esta

conversación, aún hay mucho por decir.

—Fabián, entiendo que para ti no fuera grave, incluso fui demasiado

dura contigo, pero soy así. He vivido muchos años con una mentira a

cuestas y ya no voy a dejar que ningún engaño esté presente en mi vida, eso

lo tengo muy claro.

—De verdad que te entiendo, y te aseguro que nunca más habrá nada

así en nuestra relación. —Se pone de pie y me pone las manos en las

caderas—. Dame una oportunidad para demostrarte que voy a hacerte feliz

cada día del resto de tu vida.

—Yo no me he criado en tu entorno, ni tengo padres influyentes ni mi

nivel económico es el mismo que el tuyo. —Necesito decirle todo lo que


tengo dentro o en algún momento me pasará factura—. He visto por dónde

y con quién te relacionas, y me he dado cuenta de que pertenecemos a

mundos completamente distintos.

—¿Lo dices en serio? ¿Ahora te vas a poner clasista? —pregunta

sonriendo—. Todo eso pertenece a mi mundo laboral, y por suerte o por


desgracia, necesito relacionarme con determinadas personas por el bien del

negocio. Pero lo que de verdad me importa es mi vida personal, esa que

empieza cuando no estoy trabajando y termina cuando entro en la oficina. Y

quiero que estés en ella, necesito que estés en ella. Te quiero, Loles, ¿tan

difícil es entenderlo?

Le miro seria durante unos segundos y después me abrazo a él. No

necesito que me diga más, para mí es suficiente la declaración de

intenciones que me acaba de hacer. Lo que más me apetece es tener una

vida en común con él, sentirme amada y saber que a su lado nada malo me

puede pasar porque mi corazón está completo. Me aprieta tan fuerte contra

él que creo que me va a romper algún hueso de la espalda. De repente se

deshace de mi abrazo.

—Dime una cosa —dice mirándome muy serio—. ¿Me quieres?

—Sí, te quiero, no he dejado de quererte durante este tiempo que

hemos estado separados, y eso que lo intenté, pero veo que dónde mandan

los sentimientos, la razón no tiene nada que hacer.

Nos besamos apasionadamente, con todas las ganas que teníamos

acumuladas dentro. Coloca una mano en mi espalda y otra en mi nuca, y

con sus labios me recorre el cuello con tiernos besos que van erizándome la
piel.
—Estás guapísimo vestido así, lástima que en unos minutos ya no lo

lleves puesto… —digo con una voz de lo más sugerente—. Espera, necesito

mandarle un mensaje a David para decirle que estoy bien, no quiero que se

vuelva loco buscándome por toda la fiesta —aviso con cara de

circunstancias, menos mal que me he acordado.

—Tranquila, ya le he aviso mientras veníamos.

Le doy las gracias mientras saco el móvil del bolso y llamo a Dolores,

no creo que la pille durmiendo.

—Hola —saludo en cuanto descuelga el teléfono fijo de casa—.

Quería avisarte de que no iré a dormir, pero mañana iré al restaurante,

¿vale?

—No es necesario que vayas, ya sabes que nos vamos apañando.

Disfruta del fin de semana y no pienses en nada que no sea ser feliz.

—¿Te encuentras bien? —pregunto preocupada, ya que parece


agotada.

—Solo estoy cansada, me voy ya a dormir. Pásatelo bien, cariño.

Cuando cuelgo me invade una sensación negativa, no me ha gustado

el tono de su voz, algo me dice que no se encuentra bien y que no me lo


quiere decir. Comparto con Fabián mi inquietud y propone llevarme a mi

casa.

—¿En serio no te importa?

—Te he dicho que quiero hacerte feliz y sé que, si te quedas, tu

cabeza va a estar con Dolores y no conmigo, con lo cual, prefiero saber que

estás tranquila estando a su lado. —Me deja un tierno beso en los labios—.

Sé que tengo toda la vida por delante para hacerte el amor, no tengo
ninguna prisa. Mi prioridad eres tú.
78

Llego a casa cuando oigo a Dolores vomitando y corro hasta el cuarto de

baño para ofrecerle mi ayuda. Tiene mala cara, pero me dice que ya se

encuentra mejor, que debe ser algo que ha cenado y que no la ha sentado
bien. No me creo nada, pero tampoco quiero tener una discusión con ella.

Preparo una manzanilla y se la llevo a la cama.

—¡Estás guapísima! Pareces una princesa —dice tratando de distraer

mi atención.

—No puedo decir lo mismo de ti… —bromeo para sacarle una

sonrisa.

—No tenías que haber venido, estoy bien.

—Si me necesitas durante la noche estoy en mi habitación —informo

saliendo de la suya, ya tendré tiempo de contarle los detalles de la fiesta—.


Por cierto, mañana iré al restaurante te pongas como te pongas.

Después de desmaquillarme y quitarme el precioso vestido, me meto

en la cama. Sé que debería acostarme feliz por todo lo que me ha dicho

Fabián esta noche y por saber que me quiere y que volvemos a estar juntos,

pero no puedo. Mi cabeza solo piensa en Dolores, no termino de verla bien,


apenas ha probado bocado en estos días, ni por las noches y, aunque intenta

disimular, sé que no se encuentra bien.

Sobre las cuatro de la mañana la vuelvo escuchar en el cuarto de baño

y me levanto corriendo.

—Estoy pensando que debería acompañarte al médico —digo


procurando que no parezca una imposición, si no sé que no voy a conseguir

mi objetivo.

—¿A mí? —pregunta como si no fuera con ella.

—Sí, a ti. A ver, sé que no estás bien, que te encuentras mal desde

hace tiempo y creo que deberías acudir al médico para que te echara un

vistazo.

—Estoy bien, solo necesito descansar, ya te he dicho que adelantaré la


semana de vacaciones —explica haciendo un esfuerzo por aparentar que se

encuentra tan bien como dice.


—A mí ya no me engañas, son varios años juntas, día tras día, y te he

visto cansada otras veces y te aseguro que no es como ahora. Por favor,

hazlo por mí, déjame que te acompañe.

—No vas a aceptar un no por respuesta, ¿verdad? —Me muestra una

medio sonrisa.

—Sabes que no.

—Está bien, deja que me vista y nos vamos.

En realidad ha sido mucho más fácil de convencer de lo que me

esperaba, menos mal, ya me veía discutiendo con ella para al final terminar

saliéndose con la suya. Debería avisar a Fabián, pero no son horas para

molestarle.

***

Después de llevar más de una hora en la sala de esperas de urgencias

del hospital por fin nos atienden. Se ve que si no llegas en ambulancia o

sangrando a mares no te dan prioridad. Aunque lo entiendo, no todo el que


está aquí viene realmente por una emergencia.
Nos hacen pasar a una consulta bastante pequeña, claustrofóbica diría

yo, pero bueno, por lo menos he podido pasar con ella. Le cuenta al doctor

que nos atiende que lleva muchos días con dolor abdominal y ardor de
estómago, que sus heces no son del mismo color y que se siente mucho más

cansada de lo habitual. ¡Hay que ver las dolencias que tenía y no me había

dicho ni la mitad!

El médico le pregunta si ha perdido el apetito y si tiene habitualmente

náuseas, a lo que ella responde afirmativamente mirándome con un poco de

vergüenza; después la observa con preocupación y la hace sentar en una

camilla donde la mira atentamente la piel, la lengua y los ojos. Tras esto,

anota algo en su ordenador y le informa de que aún es pronto para hacer un

diagnóstico, y que lo siguiente es hacerse un análisis de sangre para ir

descartando enfermedades. Al final nos cita para el lunes a primera hora

para hacerse la analítica en ayunas.

—¿Por qué no me dijiste que te encontrabas tan mal? —pregunto un

poco enfadada al salir del hospital.

—No quería preocuparte, pero seguro que no es nada, ya lo verás,

solo necesito descansar, ya te lo he dicho. —Se queda callada un par de

segundos—. El lunes no puedo venir a las ocho, tengo que abrir el

restaurante.
—El lunes te acompañaré a hacerte los análisis y después iré a abrir el

restaurante, quédate tranquila en casa y descansa. ¿O acaso crees que no lo

puedo hacer bien?

—No es eso, Loles, pero tengo responsabilidades con el negocio y no

quiero que te sientas obligada a hacerlas.

—Punto número uno: primero es tu salud, y punto número dos: no es

ninguna obligación, si voy es porque quiero —digo muy seria.

—Vale, vale, no te pongas así, a ver si ahora vamos a discutir por

primera vez—admite sonriendo, y me acerco y le doy un beso.


79

Por más que trato de convencer hoy a Dolores para que no vaya al

restaurante, no hay forma. Si ella no da su brazo a torcer, yo tampoco; iré de

nuevo allí tal y como la dije que haría.

Sus sonrisas son forzadas, lo sé porque la conozco, por más que se

empeñe en hacerme entender que está bien sigo sin creérmelo, sobre todo
por cómo la veo. Menos mal que los sábados no tenemos mucho jaleo. Se

nota que el buen tiempo ha dado paso a las terrazas y poca gente prefiere

sentarse tras la barra de un bar, en vez de disfrutar de su consumición al sol.

Tengo varios mensajes de Fabián que leo rápidamente, y le contesto


con un escueto «todo bien, aunque hoy no nos vamos a poder ver. Luego te

cuento».
He conseguido que Dolores cierre, a regañadientes, media hora antes.

No hay nadie en el restaurante, por lo cual no hay necesidad de tener abierto

solo por cumplir el horario que ella sola se ha impuesto.

Cenamos un «Dolopan», aunque esta vez lo he hecho yo, prefiero que


ella esté tranquila y tumbada en el sofá para que descanse. Seguramente

todo lo que tenga es estrés, pero el color amarillento de sus ojos me tiene

inquieta. Apenas se come la mitad, dice que le entran ganas de vomitar y

que no puede más, y tampoco la voy a obligar. Botas no se aparta ni un

momento de su lado, a mí casi ni me mira, solo para que le ponga su


comida, ¡anda que no sabe el peludo!; Dolores es la que se lleva todo su

cariño y todos sus ronroneos. ¡Cómo se quieren los dos!

Cuando me meto en la cama, le mando un mensaje bastante más largo

explicándole a Fabián todo lo que ha pasado desde que me dejó anoche en

casa. Y entre preguntas y respuestas pasamos una media hora. Al

despedirme de él intento calmarme y dejar de pensar en cosas malas, pero

soy incapaz hasta que me duermo y me olvido de todo.

***
Después de la noche tan mala que ha pasado Dolores, no hace falta

convencerla mucho rato para que entienda que estando así no puede abrir el

restaurante. Le doy la vuelta a la tortilla y le hago ver lo positivo de darle

un domingo libre a todos sus empleados, y termina aceptando lo que

propongo. Hablo a primera hora por teléfono con Jose, con el cocinero y

con su ayudante para decirles, de parte de su jefa, que tienen el día libre.
También llamo a Fabián para contarle lo que pasa y se ofrece para

ayudarnos en todo lo que necesitemos.

Solo cuento las horas que faltan para que se haga la analítica que le

mandaron en urgencias y ver qué demonios tiene. El color de su cara no

mejora y hoy, de momento, no ha probado bocado. Recuerdo que una vez


trajo consomé del restaurante y lo congeló, así que voy a darle un caldito

caliente, seguro que eso le sienta bien.

—Mañana hablaré con los proveedores para decirles que la semana

siguiente cerraremos unos días, también tengo que decírselo a los

empleados y poner un cartel en la cristalera para que lo sepan los clientes


—dice al verme salir de la cocina con un cuenco humeante.

—Para, para —la corto—, mañana no vas a hablar con nadie porque

no vas a ir al restaurante hasta que no sepamos los resultados de la analítica.


—Mañana tengo que abrir el negocio; además, ya me encuentro bien,

lo que necesitaba era descansar, el día de hoy me ha venido

estupendamente.

—Dolores, no soy quién para mandarte u organizarte, pero te quiero

lo suficiente como para cuidarte y hacerte las cosas un poco más fáciles —

afirmo de forma contundente, pero con mucho cariño.

—Y te lo agradezco, de verdad, pero tienes que ir a tu trabajo y yo no

puedo fastidiarte el sueño de tu vida. —Da un pequeño sorbo al consomé y

lo deja sobre la mesa.

—Por eso tú no te preocupes, llamaré a mi jefe para decirle que no me

encuentro bien. —Me mira como dejándome por imposible y vuelve a

tumbarse en el sofá.

Dolores siempre ha estado ahí para mí y yo no voy a ser menos con

ella, la quiero como si fuera mi madre y nada va a impedir que no le eche

una mano ahora que lo necesita.

Al rato llamo a David, finjo poniendo voz de enferma y le digo que

parece que he cogido un buen resfriado y que en unos días no voy a poder

ir, pero le prometo que le mandaré por correo electrónico más bocetos como

los que estamos trabajando. No me pone muchas pegas, pero creo que

hubiera quedado un poco mal decirle que no puedo ir a trabajar porque mi


exjefa está enferma y la voy a sustituir en el trabajo. Me hubiera gustado

preguntarle por cómo terminó la fiesta el viernes, pero no creo que sea de

mi incumbencia saber si entre el argentino y él hubo más que palabras.

Botas no se mueve del sofá del lado de Dolores, parece como si la

estuviera cuidando, es tan tierna la imagen de los dos tumbados en el sofá…

Solo se ha tomado dos consomés en todo el día y no ha vomitado,

será porque no ha ingerido nada sólido. Yo tampoco es que haya comido

mucho, la preocupación que tengo por ella me cierra un poco el estómago.

Hasta Botas ha engullido menos hoy de lo poco que habitualmente venía

comiendo.

Antes de acostarme llamo a Fabián. No ha dejado de insistir en venir

a casa, pero sé que Dolores no quiere ningún tipo de visita encontrándose

así y le he quitado la idea de la cabeza. Reconozco que más que nunca

necesito un abrazo suyo, pero puedo esperar. Él me tranquiliza diciéndome

que no me preocupe, que tenemos toda la vida para estar juntos. ¡Es tan

bonito escucharle decir eso!


80

Cuando llego al restaurante a las nueve, después de haber acompañado a

casa a Dolores tras hacerse la analítica, hago las cosas tal cual las hace ella

cuando llega, sé perfectamente cómo va todo porque he estado muchos años


abriendo con ella. Hoy parecía que estaba más animada, pero creo que lo ha

hecho para que me viniera tranquila a trabajar. Aunque le he dicho que si se


encuentra mal que me llame e iré corriendo, pero sé que no lo hará.

Los clientes van entrando a desayunar y la mayoría, como habituales,

me preguntan por Dolores y se extrañan de que se haya tomado un día libre.

Cuando llega el resto de los empleados les comunico lo que me ha


dicho su jefa que les transmita. Todos, excepto la camarera nueva, se

extrañan muchísimo de que vaya a estar unos días sin venir ya que la

conocen desde hace más tiempo que yo y saben perfectamente que, aunque
esté mala, nunca falta al trabajo. A algunos proveedores los llamo por

teléfono para avisarles de que la semana que viene no vamos a necesitar

nada y a otros se lo voy comentando según van viniendo al restaurante.

Los vip entran por la puerta y se sorprenden al verme detrás de la

barra, y más después de haberme visto el viernes en la fiesta con mi nuevo


jefe. Me saludan y les cuento que Dolores no se encontraba bien y que he

venido a echarle una mano. Sin hacerme muchas preguntas, me dan

recuerdos para ella y se sientan a comer, atendidos por Jose. Fabián se

sienta el último, se ha quedado unos segundos más en la barra sujetándome

la mano para darme ánimos, algo que agradezco mucho, ya que cada vez
estoy más preocupada por Dolores.

Mientras están sentados no me quita el ojo de encima y la verdad es

que yo tampoco a él, verle en el mismo lugar de siempre me trae muchos

recuerdos. Me ha sonreído desde la mesa y creo que me he sonrojado. Es

tan guapo… Al terminar de comer, vienen de nuevo a la barra para

despedirse de mí y mandarme saludos para Dolores. Cuando no queda

ningún comensal en el restaurante, la llamo para ver cómo se encuentra y


me dice que está mucho mejor, aunque sé de sobra que me está mintiendo;

pero bueno, por esta vez se lo perdonaré. Ayer se enfadó un poco conmigo

porque no la dejé ir al cementerio, pero estando así de débil no quiero que


haga ningún esfuerzo y mucho menos que se disguste, que ya sé cómo se

queda cada vez que va allí.

La camarera nueva tiene mi turno y a las seis de la tarde se va, Jose

está conmigo hasta las ocho y, tanto el cocinero como su ayudante cierran

conmigo el restaurante al igual que lo hacían con Dolores y así dejan

preparado el menú del día siguiente.

Cuando vuelvo a casa, le cuento todos los recuerdos que me han dado

para ella y la noto un poco triste. Se levanta del sofá y me sigue hasta la

cocina.

—Te he traído ensaladilla, sé que te gusta —comento sirviendo un

poco en un plato.

—No tengo apetito.

—Seguro que no has comido nada en todo el día, y si sigues así te

pondrás peor, tu cuerpo necesita energía.

—Me tomé lo que quedaba de consomé, y un par de yogures. No me

entra nada más.

—Bueno, pero a un poco de ensaladilla no te puedes negar…

—Está bien, pero que sepas que lo hago porque eres muy pesada. —

Su sonrisa me hace feliz, hace varios días que no es habitual en su cara.


Nos sentamos a la mesa a cenar y, en cuanto mete un par de veces el

tenedor en su boca, empieza a poner mala cara.

—No hace falta que comas más, no quiero que te sientas obligada.

—Me entra un ardor que me quema el estómago, no puedo, de verdad

—me explica tocándose la zona en concreto.

Recojo nuestros platos y los llevo a la cocina, a mí también se me ha

quitado el apetito después de verla así.

***

Hoy es martes y aún no le he mandado ningún boceto a David tal y

como le prometí, a ver si tengo un rato y hago unos cuantos, que no piense

que no voy a cumplir con mi palabra.

Abro el restaurante a las ocho y el día se pasa rápido, más de lo que

esperaba. Ver de nuevo a Fabián también hace que la jornada sea especial.

Me da que algo de lo nuestro le ha contado a su padre porque este me mira

con ojos diferentes. O tal vez sean imaginaciones mías. Hoy el argentino,

Luis Alberto creo que se llamaba, no ha venido y, por discreción, tampoco

he querido preguntar.
En cuanto tengo un hueco llamo a Dolores por teléfono para ver cómo

se encuentra, y me dice que tiene algo más de apetito y que va a comer un

poco de ensaladilla. Sé que es su plato preferido y que no se puede resistir.

Por la voz parece algo más animada, aunque sigo pensando que todo es

puro teatro y lo hace para que no me preocupe.

Cuando llego a casa, Botas va a saludarme a la puerta con un

maullido diferente, debe ser porque se encuentra raro después de tener a su

dueña con él todo el día, aunque quizá sea también porque me ha echado un

poco de menos…

—¿Cómo te encuentras? ¿Has pasado bien el día? —pregunto


acercándome al sofá donde ella está viendo la televisión.

—Sí, por la mañana mejor que por la tarde. Loles… —Por su cara sé

que no me va a decir algo bueno. Me acomodo a su lado y la cojo la mano

—. Me llamaron del hospital.

—¿Ya? ¿Tan rápido?

—Los resultados de la analítica son un tanto confusos y…

—¿Qué quiere decir confusos? —pregunto un poco extrañada y

nerviosa a la vez.
—No me he enterado bien, estaba medio dormida cuando me han

llamado, pero por lo visto quieren repetirme los análisis y hacerme un TAC

abdominal.

—¿Y cuándo te lo hacen?

—Mañana a primera hora.

—Está bien, iré contigo —decido rápidamente.

—¿Y el restaurante?

—Llamaré a Jose para que vaya a abrir hasta que yo pueda acercarme,

después le diré que salga antes, ¿te parece?

—Estoy tan nerviosa que no sé qué decir…

Me acerco más a ella y la abrazo, es la primera vez que la veo tan

indefensa y venida abajo, a eso también ayuda que ha perdido unos cuantos

kilos y se le nota mucho en la cara. He traído del restaurante arroz tres

delicias, lo ha hecho el cocinero para el menú del día y sé que es un plato

que le gusta mucho. Sirvo un poco para cada una y nos sentamos a cenar,

ella apenas prueba bocado, pero no le insisto ya que tampoco tengo muchas

ganas de comer después del susto que tengo en el cuerpo. Solo espero que

no sea nada grave y que pronto podamos reírnos de todo esto.


Antes de cenar he llamado a Jose y le he contado la verdad, no quiero

mentirle sobre ella, pero le he hecho prometer que no va a decir nada a los

demás, al menos hasta que Dolores quiera.


81

No sé quién está más nerviosa de las dos, pero me da que Dolores no es. Me

enfado conmigo misma porque debería ser yo la que le diera apoyo y

ánimos, más tengo un nudo en el estómago que no me deja ni respirar.


Estoy deseando saber qué resultados dan las pruebas que le van a realizar

para poner solución lo antes posible, aunque primero debe hacérselas.

Al cabo de un par de horas allí sola esperando a que salga Dolores,

me llama un enfermero y me hace pasar a un despacho donde ella está

sentada en una silla y enfrente un médico detrás de un ordenador tecleando

con cara seria.

—Tome asiento, por favor —me pide el médico—. En la primera

analítica que le hicimos a su madre vimos unos valores fuera de sitio y

decidimos repetirlos por si fuera un error, pero esta mañana hemos


confirmado que no lo era. —Hace una pausa y continúa hablando, y creo

que me va a dar una subida de tensión de lo nerviosa que estoy—. El TAC

nos ha confirmado lo que sospechábamos con dichos resultados: estamos

hablando de un cáncer de páncreas.

Sus palabras se detienen en el aire y se clavan directamente en mis


oídos, en mi cerebro y en mi corazón, no me puedo creer que lo que estoy

oyendo sea real. Miro a Dolores y me aguanta la mirada con lágrimas en los

ojos, muerta de miedo, y no puedo ni sonreír para animarla.

—Pero tiene cura, ¿verdad? —He reunido la fuerza suficiente como


para hablar sin romperme.

—No quiero mentirles ni darles falsas esperanzas, pero no estamos

hablando de algo bueno. Quiero hacer una biopsia para confirmar aún más
el diagnóstico. —Teclea de nuevo en el ordenador y vuelve a mirarnos—.

El único tratamiento curativo de este tipo de cáncer es la cirugía, que

consiste en la extirpación de la cabeza pancreática junto con la vía biliar, el

duodeno y, en ocasiones, parte del estómago. Es una cirugía relativamente

larga y con un postoperatorio a veces complicado. Hoy en día, la mortalidad

en la intervención es prácticamente nula. Por ese lado pueden estar

tranquilas pero, como les he dicho antes, no quiero mentirles y este es un

cáncer que se suele diagnosticar bastante tarde y eso complica mucho todo.
Aunque en estos momentos me gustaría evaporarme y salir de ese

cuarto y ponerme a chillar hasta desahogarme por completo, me quedo

sentada en la silla asimilando bien todo lo que acabo de escuchar. Después

miro a Dolores y le sonrío, pero ella está inmóvil.

—Espero llamarle lo antes posible para la biopsia, mientras tanto deje

que su hija la cuide y descanse todo lo que pueda, el camino que le espera

no va a ser fácil y tiene que estar fuerte —le dice el médico con suavidad y

yo no rectifico el parentesco que cree que nos une.

—Gracias, doctor, ojalá me llamen pronto y todo esto se solucione —

responde Dolores con cara de circunstancias.

Salimos de allí sin decir ni una sola palabra más. Vamos cogidas de la
mano y en silencio hasta llegar a casa, no sé qué decir y ella está igual. Son

las doce cuando regresamos, debo irme al restaurante pero tampoco quiero

dejar sola a Dolores, no sé qué hacer. Llamo a Jose para preguntarle cómo

lo lleva y me tranquilizo al escuchar de su voz que todo va bien, le digo que

iré en cuanto pueda y, cuando le cuento por encima lo que el médico nos ha

dicho, me dice que me quede con su jefa, que él se hace cargo. Y se lo

agradezco, pero sobre las seis de la tarde, voy al restaurante para que él se

pueda ir a casa.
Por el camino voy soltando las lágrimas que he reprimido en casa

para que Dolores no me viera. Apenas hemos comido. Ella no ha hablado

durante la comida, yo tampoco, creo que está asimilando las malas noticias
de hoy y yo no puedo animarla porque también estoy mal. Algo así es

difícil de digerir.

Sobre las siete de la tarde me llama Fabián al restaurante, dice que me

ha estado llamando al móvil y, como no se lo he cogido, ha pensado que

estaba aquí, y ha acertado. No le he llamado en todo el día, la verdad es que

con el disgusto que tengo ni me he acordado. Además, no quiero contarle

nada por teléfono porque sé que me voy a poner a llorar y no me parece

oportuno estando de cara al público, también me comenta que se va a pasar

a verme, pero le quito la idea de la cabeza y le digo que mejor le llamo

cuando llegue a casa.

***

Al entrar por la puerta veo que Dolores y Botas están en el sofá, el

gato ni siquiera se ha movido para venir a recibirme como hace siempre,

pero no le culpo, seguro que está tan preocupado por su dueña como yo.
—¿Qué tal has pasado la tarde? —pregunto intentando la mejor de

mis sonrisas.

—Regular, cariño, no te voy a engañar.

—Bueno, ya verás cómo te vas a ir poniendo buena poco a poco —

aseguro levantándole el ánimo a una Dolores completamente abatida.

—Estoy cansada de estar todo el día en el sofá, pero cuando me

levanto me encuentro sin fuerzas.

—Es normal, ten en cuenta que estás comiendo muy poco.

Le doy un consomé calentito, es lo único que su estómago parece

tolerar más o menos bien; a duras penas se lo toma y es porque la estoy

obligando. Después llamo a Fabián y le cuento todo lo que ha pasado esta

mañana en el médico y me desahogo con él, que es con la única persona

que puedo.
82

Tras conocer el terrible resultado de la biopsia, el médico decide que la

única opción, como ya nos comentó, es la cirugía. Ayer la ingresaron en el

hospital porque debía estar en ayunas para la operación, ni que eso fuera un
problema para ella, si está ayunando casi a diario. He pasado la noche a su

lado, no pienso ni por un momento dejarla sola. Después tendré que ir por
casa para saber cómo está Botas, ver cómo se despedía Dolores de él ha

sido muy duro, como si creyera que no se van a volver a ver más.

Esta semana el restaurante está cerrado, hemos tenido suerte de que

coincidiera la fecha de la intervención con las vacaciones de Dolores, así sé


que ella va a estar más tranquila. Antes de ayer también me acerqué a

hablar con David y le expliqué toda la situación aun a riesgo de que me

echara a la calle, pero, para mi sorpresa, fue más empático de lo que

esperaba y me dijo que no me preocupara, que podía trabajar desde casa,


pero que no le dejara de mandar bocetos por correo electrónico para ir

preparando otras colecciones. Y eso es lo que he estado haciendo estos días,

aunque reconozco que la inspiración la he tenido más bien a cero debido a

las emociones tan negativas que estoy teniendo desde que Dolores enfermó.

Pero bueno, debo trabajar y eso es lo que voy a hacer.

—No hace falta que estés aquí, ya oíste al doctor decir que es una

operación larga, vete a casa y descansa —dice con un hilo de voz.

—Aquí estaré para cuando salgas del quirófano.

No sé ni cómo me contengo para no llorar, pero aprieto su mano muy

fuerte y le doy un beso en la mejilla antes que el celador se la lleve. Según


sale por la puerta me dejo caer en la silla completamente abatida, pero

enseguida me pongo de pie al ver entrar a Fabián. Me abraza y, en ese


instante, termino de romperme. Él solo me aprieta contra su cuerpo

mientras deja que descargue todas mis lágrimas en la chaqueta de su traje, y

me acaricia el pelo con dulzura.

—Vamos a tomar un café —propone cuando nota que mi respiración

vuelve a estar acompasada.

—¿No tienes que trabajar? —pregunto extrañada al darme cuenta de

la hora qué es.


—Tranquila, ahora mismo donde tengo que estar es aquí, contigo, lo

demás puede esperar.

Vuelvo a llorar, los nervios no me dejan estar de otra manera. No paro

de mirar el reloj una y otra vez, parece que el tiempo se hubiera detenido.

Esta incertidumbre de no saber nada me va a matar y Fabián me coge las

manos para quitarme los dedos de la boca, he conseguido acabar con todas

mis uñas en un par de días.

En la sala donde ahora mismo nos encontramos está llena de gente

haciendo lo mismo que nosotros: esperar a que salga el médico y nos dé

algún tipo de información. Los minutos pasan, nadie me dice nada y mi

desesperación va en aumento. Fabián sigue a mi lado, por más que le he

insistido en que se fuera a trabajar, no me ha hecho caso y se ha quedado.

También he recibido una llamada de Jose preguntándome por su jefa, pero

le he dicho que aún no sé nada, y que ya le avisaré en cuanto tenga

novedades. Al cabo de un rato sale un médico y pregunta por la familia de

Dolores Chacón, nos levantamos y nos acercamos hasta él.

—Su madre está bien, ahora mismo acabamos de terminar la

operación y hay que aguardar unas horas hasta que se recupere de la

anestesia. No hemos encontrado nada que no esperáramos, pero hemos

tenido que quitar parte del estómago y el duodeno, en realidad más de lo


que se pensaba en un principio, pero está bastante extendido y lo hemos

considerado necesario —explica el doctor con cara de cansancio. Me gusta

que crean que Dolores es mi madre, en realidad es así cómo lo siento.

—¿Se pondrá bien? —pregunto impaciente.

—Eso no se lo puedo asegurar, hay que ir viendo cómo evoluciona

estos días. Pero le garantizo que hemos hecho todo lo posible porque tenga

una buena calidad de vida dentro de lo razonable. En cuanto la suban a la

habitación, podrán verla, y recuerden que debe descansar lo máximo

posible.

—Muchas gracias —digo temblándome la voz.

El médico se despide de nosotros y Fabián me abraza y lloro de


nuevo, aunque esta vez ya no tengo claro si son lágrimas de tristeza o de

alegría por lo que acabamos de escuchar. Salimos de la sala de espera y

llamo a Jose para decirle que ha ido bien la operación pero que no puedo

darle más detalles porque aún no la he visto.

—Deberíamos irnos a casa un rato —propone Fabián después de

hablar con una enfermera—. Me acaban de decir que lo mismo está varias

horas allí hasta que la suban a la habitación.

—Sí, vámonos, tengo que ir a echarle de comer a Botas —acepto

cogiendo el bolso.
***

Llegamos a casa y, tras darle unos cuantos mimos, le pongo su

comida, a la que apenas pone interés; imagino que también está intranquilo

con lo de su dueña. Ni siquiera ha bufado a Fabián como en otras ocasiones

—y eso sí que es raro—, será que por fin le ha aceptado. Después de

ducharme, me encuentro sobre la mesa un par de bocadillos que ha traído

Fabián de un bar cercano a la casa de Dolores.

—No es que sean los mejores bocadillos del mundo, pero algo

tendremos que comer —dice dándome un beso.

—Gracias por todo, me sabe tan mal que estés aquí conmigo y no

trabajando… Espero no causarte problemas.

—Estoy donde tengo que estar, ya te he dicho que mi prioridad eres

tú. —Le vuelvo a abrazar y me derrumbo de nuevo.

—¿Crees que todo va a salir bien? —pregunto sin despegarme de su

cuerpo y sin dejar de llorar.

—Me gustaría que así fuera, pero no te puedo asegurar algo que no

sé. Como ha dicho el médico, hay que esperar.


Agradezco su sinceridad, hubiera sido más fácil que me hubiera dicho

que sí, que todo va a ir bien y que Dolores en unos días volverá a casa

curada, pero hubiera conseguido crearme falsas esperanzas y ahora mismo

debo ser realista y desear que le pase todo lo mejor.

Me despierto después de haberme quedado un rato dormida en el

regazo de Fabián mientras estábamos sentados en el sofá. Noto a Botas

como si tuviera menos temperatura de lo habitual, está hecho un ovillo a mi

lado y su respiración no está muy relajada. Me levanto despacio para no

despertarle y, después de lavarme la cara, nos volvemos al hospital.

Pregunto a las enfermeras el número de habitación dónde está

Dolores, y me informan de que aún no la han subido a planta, pero que

podemos esperarla dentro de la que se le ha asignado. Más o menos pasa

media hora cuando un celador distinto al que se la llevó la trae medio

adormilada aún.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto cogiéndola de la mano, su

aspecto me da a entender que no está muy bien.

—He tenido momentos mejores —contesta con la voz apagada,

intentando sonreír.
—Solo necesitas descansar, ya verás como en unos días volverás a ser

la de siempre.

Se nos queda mirando a Fabián y a mí de una forma intensa, diferente

a la habitual, y cierra unos segundos los ojos para volverlos a abrir.

—Te parecerá una tontería, pero siempre he pensado que mi marido

se había reencarnado en Botas para cuidarme, lo sentí así el primer día que

le vi allí plantado en la puerta del restaurante. Cariño, cuida de él, sé que


contigo va a estar bien y yo ya no tengo fuerzas para más —habla casi en

susurros tratando de no llorar, y me deja alucinada porque lo que me dice


del minino es lo mismo que pensé cuando me contó la historia, aunque

nunca quise decirle nada.

—Cuando te recuperes volverás a casa y cuidaremos juntas de él

como siempre lo hemos hecho. Ahora piensa en ti y en que todo va a salir


bien.

—Gracias por aceptar vivir conmigo y llenar mis días de luz. —

Sonríe, pero se la ve agotada por el esfuerzo de hablar, y cierra los ojos


mientras un pitido sale de una de las máquinas que la han conectado.

—Aún nos quedan muchas alegrías que vivir juntas, Dolores. —

Aprieto su mano más fuerte, pero ella ya no responde al contacto.


Mis palabras ya no las ha oído, ni nunca más las oirá. Me echo sobre
ella y comienzo a llorar como creo que nunca he llorado porque jamás he

perdido a alguien así. Se ha ido, me ha dejado huérfana y con un vacío


inmenso. Entran un par de enfermeras a la vez que Fabián sale a llamar al

médico, y este le confirma que, lamentablemente, al final el desenlace


hubiera sido el mismo y que así ha sufrido menos. Todo lo demás es

bastante confuso. No sé muy bien qué pasa a mi alrededor en estos


momentos.

—Vamos a mi casa, ¿de acuerdo? —sugiere Fabián sin soltarme ni un

instante.

—No, vamos a la mía, Botas está solo y Dolores me ha dicho que


cuide de él —digo como atontada, siento como si mi mente no fuera parte

de mi cuerpo.

—Bueno, pasaremos a recogerle.

Acepto lo que me propone, aunque no me siento con ganas de


empezar una pelea con el peludo por meterle en su transportín, pero

tampoco puedo arriesgarme a llevarlo en brazos y que le dé por hacer pis


sobre la tapicería del coche de Fabián.
Cuando abrimos la puerta de casa, no viene a saludarme y eso sí que
es raro. Tampoco está en el sofá o encima de mi cama, con lo cual, el único

sitio que me queda por mirar es la habitación de Dolores, que está medio
cerrada. La abro despacio y le veo tumbado encima de su cama, me acerco

a él con la intención de rascarle mientras le cuento lo que ha pasado y lo


que veo me vuelve a destrozar. Grito a Fabián para que venga corriendo y

certifique lo que acabo de descubrir, porque ya no sé si soy yo o es verdad


que Botas no respira. Por la cara de Fabián sé que no me equivoco.

Sobre la mesa del escritorio de Dolores hay un sobre blanco con mi


nombre escrito a mano y una breve nota: «Loles, si voy a reencontrarme

con mi marido, llama a este número de teléfono y pregunta por el señor


Suárez. Siempre te he querido como a una hija. Dolores» y junto a ella
nueve números a los que debo llamar, aunque ahora mismo no tengo fuerzas

para hacerlo. Seguramente la escribió antes de que la llevara al hospital para


la operación, por si acaso algo no salía bien…
83

He intentado incinerar a Botas junto con ella, pero el de la funeraria me

miró como si estuviera loca por hacerle semejante petición; entonces, le

llevé al veterinario para que lo hicieran allí. Aunque no ha podido ser, estoy
convencida de que sus almas vuelan juntas de nuevo. Al final va a ser

verdad que era su marido y ha decidido irse con ella y seguir con su historia
de amor allá donde vayan.

—Lo siento muchísimo —me dice una señora de unos cincuenta y

pocos años y me da dos besos—. Sé por Fabián la relación que te unía a

ella.

—Gracias —contesto sin ganas de nada.

—Es mi madre, aunque no es el mejor sitio para presentaros —

comenta Fabián que no se ha separado de mí ni un minuto.


—Ya tendremos tiempo de conocernos mejor —asegura ella

sonriendo y noto la calidez de su mirada—. Aquí me tienes para lo que

necesites.

Tras ella, vienen más personas a darme el pésame. En realidad están

los más allegados, la mayoría son clientes del restaurante; están justo los
que a Dolores le hubiera gustado que estuvieran en un día como hoy. Nadie

se explica cómo se ha podido ir tan rápido, y solo les puedo decir que ese

maldito cáncer se lleva a las personas demasiado pronto. Tampoco han

faltado sus empleados, a los que les he dicho que de momento continúen

sus vacaciones, que esta semana que entra tampoco se abrirá el restaurante.

Fabián ha llamado a David para explicarle todo lo que ha sucedido —

yo no tengo ánimo para hacerlo— y le ha dicho que no me preocupe y que

me tome el tiempo que necesite, que de momento se va apañando con todos

los bocetos que le he ido mandando.

***

Hoy he reunido fuerzas para llamar al señor Suárez, que no tengo ni

idea de quién es, pero en cuanto le he dicho mi nombre, me ha citado para

esta misma tarde dándome una dirección. Le pido a Fabián que me


acompañe, la verdad es que no ha dejado de apoyarme y ayudarme en todo,

menos mal que le tengo a él, si no ahora mismo estaría completamente

hundida y perdida. Además, sabe sacarme una sonrisa, aunque no sea lo que

más me apetezca en estos momentos.

A las seis de la tarde llegamos a la dirección que me facilitó ese señor

por teléfono, en la puerta del piso pone «Notario», algo así se imaginaba

Fabián cuando descubrimos la nota en la habitación de Dolores. Tras

hacernos pasar a un despacho, saca unos cuantos papeles y me lee las

últimas voluntades de ella. Escucho atentamente cómo el señor Suárez me

va explicando todos los puntos, y al final entiendo que me ha dejado su

restaurante, su casa y a su querido gato, aunque de esto último no se podía


imaginar que pudiera haber tenido un desenlace así. Me da unos cuantos

papeles para que firme y después un sobre cerrado diciéndome que es una

carta de Dolores. Tras esto, quedamos en vernos en unos días para terminar

con el tema del testamento, siendo consciente de que ahora mismo no tengo

ganas de seguir escuchando más.

—¿Cómo estás? —me pregunta Fabián una vez que nos montamos en

el coche.

—No lo sé, todo esto es tan extraño —digo limpiándome una lágrima

que cae por mi mejilla—. A Dolores le debo mucho, pero mucho en


mayúsculas, gracias a ella he vuelto a sentirme querida y apoyada, y eso es

algo que necesitaba tanto como las plantas necesitan agua para vivir. Me dio

la oportunidad de trabajar sin conocerme de nada aun sabiendo que yo no


tenía experiencia. Además de proponerme vivir con ella, me ofreció su

amistad y me arropó cuando más falta me hacía. También me animó a

acudir a terapia y gracias a eso empecé a salir a flote del mar oscuro donde

me encontraba…

—Seguro que ella va a estar orgullosa de ti.

—La voy a echar tanto de menos…

Cuando llegamos a casa de Fabián, los ojos me pesan de tanto llorar y

me quedo rápidamente dormida. Cuando los abro, son más de las nueve de

la noche y la casa huele tan bien a comida que enseguida se me abre el

apetito.

—¿Has cocinado tú? —le pregunto apoyándome en la encimera de su

cocina.

—Sí, he hecho una tortilla de patata.

—¿Sabes que esto fue lo primero que cenamos juntas Dolores y yo?

—digo con tristeza. Me acerco a él y me abraza, y entre sus brazos

encuentro el cobijo que necesito para afrontar todo lo que estoy pasando.
84

En cuanto pude hablar con David, le pedí unos días libres y le conté todo

con la mayor sinceridad que pude agradeciéndole la gran oportunidad que

me había dado. Me confesó que, desde el día de la fiesta de aniversario de


la empresa del padre de Fabián, había comenzado una relación con Luis

Alberto, el argentino, y que, aunque cada día estaban más enamorados, aún
no querían dar el paso a la convivencia por miedo a que se estropeara todo

lo que tenían. Le vi muy ilusionado y eso me gustó.

A los pocos días de morir Dolores y Botas me acerqué a casa y,

menos mal que Fabián me acompañó, si no me hubiera hundido un poco


más entre esas paredes. El piso estaba vacío y frío, como si llevara años

abandonado, y en realidad solo habían sido unos días, pero allí no me sentía

bien. Fabián se dio cuenta de lo que me estaba pasando y, sin dudarlo ni un

instante, me propuso irme a vivir con él y no me pude negar; guardé todas


mis cosas en cajas y él se encargó de que una empresa de mudanzas las

recogiera y las llevara hasta su casa.

La ropa de Dolores la doné, tal y como me dijo en la carta que me

dejó escrita custodiada por el notario. Y las cosas de Botas las llevé a un

refugio para gatos abandonados que encontré por Internet, tampoco es que
fueran muchas, pero ¿a qué minino no le gustaría dormir abrigado por una

suave mantita o utilizar un rascador como aquel?

Asesorada siempre por Fabián decidí vender la casa, aunque me daba

mucha pena deshacerme así de ella por todo lo que había supuesto en mi
vida, pero sabía que en un futuro sería incapaz de vivir allí sola con tantos

recuerdos. El dinero de la venta lo metí en mi cuenta de ahorro pensando en

no utilizarlo hasta que no me surgiera una emergencia, que eso sí que lo

había aprendido bien. Pensar qué hacer con el restaurante no fue fácil. Por

un lado quería venderlo y olvidarme pero, por otro, me daba pena ver

cerrado un sitio que tanto había hecho por mí.

Así que, después de un par de semanas cerrado al público, hablé una

tarde con Jose y le planteé alquilárselo y que fuera él quien llevara las

riendas del negocio. Había trabajado toda la vida en la hostelería, por lo

tanto, no supuso grandes problemas continuar con él, aunque a su forma,


claro, ya que modificó horarios y contrató personal diferente, excepto al

cocinero, que aún sigue trabajando para él.

Jose lleva el negocio de una manera magnífica, hasta ha cambiado el

color de las paredes, pero sé que a Dolores le gustaría. De vez en cuando

me acerco por allí, pero ya no me da tanta pena como al principio. Antes, al

entrar en el restaurante, los recuerdos me ponían muy triste y creía que en

cualquier momento ella saldría de detrás de la barra, sonriendo como

siempre hacía, y haciéndome creer que todo lo que había pasado no había

sido real.

Pero todo era tan real como que yo respiraba cada día.
EPÍLOGO

Un mes después

Me despierto oliendo un rico aroma a café recién hecho y mis sentidos se

empiezan a despertar. Al principio me extrañaba despertarme en la cama del


ático de Fabián, pero cada vez es más familiar la sensación al abrir los ojos.

Recuerdo aquel día en la casita rural de sus abuelos que fantaseé con que
vivíamos juntos, pues ahora eso es de verdad.

—Deberías levantarte ya o el café se enfriará —avisa Fabián entrando

en la habitación.

—Enseguida voy, pero ¿no te parece que es muy temprano? Es


sábado… —digo levantándome de la cama con bastante pereza y él sale

misterioso por la puerta.


Cuando llego a la cocina veo una taza humeante de café con leche y

una gran tostada de pan como a mí me gusta. Me acerco a él y le doy un

beso para darle las gracias.

—Ya te dije que si te venías a vivir conmigo te prepararía el desayuno

todos los días.

—Por eso me convenciste… —comento con picardía.

—¿Ah, sí? Y yo que pensaba que era porque me querías… —dice

fingiendo estar ofendido.

—Bueno, por eso también.

Dejo la taza a un lado y le beso con ganas, Fabián ha devuelto a mi


vida toda la luz que me hacía falta. Gracias a él no me hundí cuando murió

Dolores.

—Tengo una sorpresa para ti —asegura dejando su taza en el

fregadero.

—¿Para mí? Aún no es mi cumpleaños.

—Lo sé, pero llevo tiempo con ganas de llevarte a un sitio y creo que

ahora es el momento ideal. —Su mirada es una mezcla de misterio y alegría


—. Me he permitido la libertad de hacerte la maleta para el fin de semana,

espero que no te importe.


—¿La maleta? ¿Dónde vamos a ir? —pregunto con mucha curiosidad.

—Cuando lleguemos, lo verás.

Nos vestimos, nos montamos en su coche y tardamos algo más de

cuatro horas en llegar al destino. Aparca en la entrada del hotel donde

vamos a pasar el fin de semana. En cuanto estamos en la habitación, me

besa con dulzura, no sé qué estará tramando, pero me está empezando a


inquietar.

—¿Y esto? —pregunto al ver un bikini azul nada más abrir la maleta.

—Espero haber calculado bien la talla.

—Si calculaste bien el conjunto de ropa interior que me regalaste

aquel día, esto habrá sido más fácil —digo riéndome.

—Venga, póntelo, no quiero retrasarlo más.

Cuando estamos listos, me coge de la mano y vamos caminando hasta

cruzar la carretera que separa el hotel de… ¿Me ha traído a la playa? ¡No

me lo puedo creer! ¿Por dónde me ha traído con el coche que no me he

dado cuenta de que se veía el mar?

—¡Fabián! —grito emocionada—. ¡Estamos en la playa!

—Hace tiempo te prometí que quería estar en tus primeras veces y así

voy a hacer siempre. Me comentaste hace tiempo que nunca te habías


bañado en el mar, pues aquí estamos. —Su sonrisa es aún más bonita con

esta luz.

Le doy un beso llena de emoción y corremos hasta pisar la arena, qué

sensación más extraña sentirla bajo mis pies. Nos hemos quitado las

zapatillas y las camisetas y las hemos dejado unas encima de otras en un

montoncito y, sin soltarnos de la mano, vamos directos a zambullirnos en el

mar. Me siento como una niña pequeña, jugando y chapoteando en el agua,

pero no me importa, estoy feliz y eso es lo que cuenta. Fabián no deja de

mirarme y de sonreír, hoy tiene un brillo especial en los ojos, o quizá sea yo

que veo todo de otro color.

—Llevo un tiempo dándole vueltas a algo —comenta al sentarnos en

la arena.

—Tú dirás —digo mirándole atentamente.

—Me gustaría invertir en una empresa de un sector diferente, y había

pensado en ti.

—¿En mí? Yo no tengo ni idea de inversiones, solo sé dibujar

bocetos.

—Pues por ahí va el tema. Estoy pensando en que podías montar tu

propia empresa, y yo sería el socio inversor. ¿Qué te parece?


—¿Que lleve mi propio negocio de diseño de modas? —pregunto

abriendo los ojos como platos.

—Sí, en realidad tú serías la dueña y jefa de todo, por supuesto

pondrías tu firma en todos los proyectos y tomarías tus propias decisiones.

Yo, simplemente, pondría el capital. ¿Qué te parece la idea?

—No sé qué decir, pero es algo con lo que llevo soñando desde que

empecé a trabajar con David —reconozco con una sonrisa nerviosa—. Yo

también tengo un dinero ahorrado, y podría invertir una parte en él

—Pues, entonces, seamos socios. Sería el primer negocio en el que

invierto, sin contar con mi padre, me refiero. Sería mi primera vez.

Se perfectamente con la intención que lo ha dicho y no puedo

sentirme más dichosa de tenerle a mi lado. Me tiende su mano para

formalizar la proposición con un buen apretón y aprovecho para acercarme

hasta su boca y darle un beso llena de emoción. Cogemos nuestras

camisetas y subimos a la habitación donde nos metemos bajo el agua de la

ducha para deshacernos de la salitre del mar.

—Te quiero —susurra junto a mi boca—. Eres lo mejor que me ha

pasado en la vida.

—Yo te amo, y quiero sentirte así el resto de mi vida.


Nuestros gemidos son cada vez más rotundos y acelerados, hasta que

una electricidad recorre nuestros cuerpos llevándonos al límite del placer y

rompiendo una vez más mis sombras.

—¡Loles…! —grita asustado cuando nuestras respiraciones vuelven a

acompasarse.

—Sí, ya sé lo que me vas a decir, lo acabo de notar. —Sonrío—. Pero

no te preocupes, si tiene que ser, será.

—¿Lo dices de verdad? Yo sería inmensamente feliz.

—Yo también, y sería el niño más afortunado del mundo.

—O niña —corrige guiñándome el ojo.

Después de hacer el amor en una entrega pura y absoluta, me pongo a

observar el mar desde la ventana de la habitación, se ve inmenso, nada que

ver a las revistas o a las películas. El vaivén de las olas mece mis

pensamientos, trayendo los planes de futuro y llevándose el dolor del

pasado. Fabián me ha llenado la vida de amor y buenas intenciones, y yo le

he descubierto en la suya una forma nueva de amar y de sentir las cosas.

De mi familia de sangre no he vuelto a saber nada, desconozco si en

algún momento me buscaron o simplemente imaginaron que había


encontrado un trabajo y que me iba bien, tal y como les puse en la nota

antes de marcharme de casa. Ni lo sé ni me importa. Fabián ha dejado de

insistir en que denuncie a mi padre por lo que me hizo, sé que en parte tiene

razón, pero no quiero remover aquello, prefiero dejarlo en el olvido para

siempre.

Huir de mi casa fue lo mejor que pude hacer y nunca me arrepentiré;

mi vida hubiera sido completamente diferente de haber seguido en el

pueblo. En estos años que llevo viviendo en Madrid, no les he echado de


menos ni una sola vez, nunca me hicieron falta. Dolores supo darme todo el

cariño que yo necesitaba y suplió esa carencia con creces. Cuando murió
imagino que me sentí como se debe sentir alguien cuando se muere una

madre, porque eso es lo que fue ella para mí. Aunque ahora mismo sí puedo
decir bien alto que he formado una familia y que, aunque me falte Dolores,
soy inmensamente feliz.

Como me dijo Dolores, en esta vida no importa el «qué» sino «con


quién». Y es con Fabián con quién quiero estar el resto de mi vida.

FIN
ACLARACIÓN DE LA AUTORA
Recuerda que esta novela es pura ficción. Si sufres o conoces a
alguien que pueda estar sufriendo abusos sexuales, por favor, no hagas
como la protagonista y huyas. Denúncialo y pide ayuda.
AGRADECIMIENTOS
Gracias a mi familia y amigos por alegrarse de cada uno de mis logros
en mi aventura literaria.

Gracias a Alicia Palacio por ofrecerse siempre a ser mi lectora beta y

darme su punto de vista.

Gracias a Verónica Espinosa por su gran trabajo de maquetación y

cubierta.

Gracias a ti, por haber llegado hasta aquí, espero que hayas disfrutado

de esta historia. Y, si te apetece, agradecería que me dejaras una valoración


en Amazon o simplemente le pusieras a esta novela las estrellas que

consideres, no sabes lo importante que es para los autores estos pequeños

detalles.
COSAS SOBRE MÍ
Nací en Madrid en 1976, aunque actualmente vivo en Alicante. La pasión
por los libros me viene de pequeña, y leía todo lo que caía en mis manos.
Ahora reconozco que soy adicta a la lectura y que no me puedo ir a la cama

si no he leído un poco antes.

Empecé escribiendo en plena pandemia para evadirme por las tardes y

que se hicieran más llevaderos esos momentos. Y lo que empezó siendo un


entretenimiento sin más, terminó viéndose publicado en las plataformas

digitales más importantes, consiguiendo algunas de mis novelas estar entre


los primeros puestos de rankings de La Casa del Libro y Applebooks.

Me hace mucha ilusión cuando los lectores me escriben contándome


sus sensaciones al leer mis novelas y me siento satisfecha de poder

transmitir tanto con mis letras. Aunque escribo novela romántica

contemporánea, me apasiona la novela negra y el thriller psicológico.


MIS NOVELAS
Violeta (… y punto), publicada el 22 de mayo de 2021 por

editorial Terciopelo.
Eva (… y punto final), publicada el 26 de agosto de 2021 por

editorial Terciopelo.

Eres la razón de mi sonrisa, publicada el 22 de abril de 2022 por


editorial Terciopelo.
Y me enganché a ti, autopublicada el 12 de octubre de 2022.

Tú eres mi elección, publicada el 25 de mayo de 2023 por

Romantic Ediciones.
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Email: rogaryun@gmail.com

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