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No nos pueden quitar los derechos que ya

tenemos
El viernes el presidente Lenín Moreno objetó completamente la ley que promovía,
entre muchas cosas, la educación en salud sexual y reproductiva. ¿Qué impacto
tiene su decisión?
Isabela Ponce · 27 de septiembre del 2020

Fotografía de Ana María Buitrón.



P orque es contradictorio e inconsistente. Porque está desactualizado en el
contexto de la pandemia. Porque no garantiza el derecho a la salud de los
ecuatorianos. Con estos argumentos, el viernes 25 de septiembre, el presidente Lenín
Moreno vetó totalmente el Código Orgánico de Salud (COS). Exactamente un mes
antes, la Asamblea Nacional aprobó esta ley, de 405 artículos, que tardó ocho años en
elaborarse y debatirse. El COS abordaba una variedad de temas que iban desde el
cuidado de la enfermedad en fase final de vida, pasando por las funciones de las
entidades de salud y el cannabis medicinal, hasta temas de derechos sexuales y
reproductivos.

El veto frenó, entre otras cosas, el fortalecimiento (porque ya hay otras leyes vigentes
que los amparan) de: la promoción de la educación sexual, la prohibición a que
se oferten servicios para cambiar la orientación sexual o la identidad de género, y la
obligación de los médicos de atender las emergencias obstétricas para así evitar que
más mujeres mueran con abortos en curso.

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Estos últimos, precisamente, fueron los que causaron rechazo entre grupos
ultraconservadores que, desde el minuto en que se aprobó, pidieron su veto por
interpretaciones equivocadas de sus artículos. No lo hacían por los reparos de
médicos que dijeron que el COS tenía muchos vacíos, que trataba demasiados temas
y debía ser más general para luego promover otras legislaciones más específicas.

Sobre esta interpretaciones equivocadas, en GK hicimos un álbum para explicar lo


que los ultraconservadores decían que decía el COS y lo que realmente decía el COS.
Ahora que lograron lo que querían, queda preguntar si realmente entienden qué
implica esta decisión ejecutiva. Y aunque son varias las consecuencias para la
ratificación de los derechos sexuales y reproductivos, me voy a centrar
específicamente en una: la educación sexual.

Ecuador es un país en el que la educación sexual no está en la malla curricular del


Ministerio: es probable que los 2,5 millones de estudiantes de escuelas y colegios
públicos nunca hayan tenido una clase formal sobre el funcionamiento de los
genitales, la menstruación o los métodos anticonceptivos. Ecuador está, también, en
el tercer lugar de la vergonzosa lista de países con las tasas más altas de embarazo
adolescente en América Latina. Por eso una de las principales derrotas del veto es
que hayan quedado en la nada los artículos que promueven la educación en salud
sexual y reproductiva.

El artículo 22 del COS vetado —uno en los que los grupos ultraconservadores veían
cucos— dice que los adolescentes tienen derecho a acceder a “asesoría, información y
atenciones relativas a salud sexual y salud reproductiva y a que se garantice la
confidencialidad de las mismas”. Sobre este, los opositores decían que permitía la
entrega de anticonceptivos sin el consentimiento de los padres de familia.
Otro de los “polémicos”, el 115, proponía la elaboración de políticas públicas y
programas educativos “para la difusión y asesoría en materia de salud sexual y
reproductiva” para (esta es la parte más importante) prevenir el embarazo infantil y
adolescente.

Una política para promover este tema tiene efectos palpables porque la —satanizada
— educación sexual es una herramienta para que las niñas y adolescentes pueden
conocer su cuerpo y su funcionamiento, pero sobre todo es un escudo para la
violencia sexual. Sirve para que ellas puedan detectar, a tiempo, los abusos a los que
son sometidas desde niñas en sus casas, escuelas, barrios, iglesias. Y más allá de la
educación formal para niñas, niños y adolescentes, la idea de crear política pública
que proponía el COS hubiese también involucrado a los adultos —madres, padres,
tías, vecinas— para que entiendan sobre la sexualidad y aprendan a detectar a tiempo
si sus hijas, sobrinas, vecinas están siendo víctimas de violación o abuso sexual.

Si todavía suena abstracto: cuando una niña es abusada, su comportamiento


cambia y los efectos pueden variar, como que se masturbe o toque de una forma
repetitiva o como que llore de forma descontrolada y no quiera acercarse a otras
personas. Si los adultos no nos capacitamos en estos temas y no leemos las señales de
las víctimas que nos rodean, las cifras de violencias en contra de menores de edad
seguirán aumentando.

A hora: a pesar de las cifras que muestran que como país no protegemos a las
niñas, adolescentes y mujeres, es necesario recalcar que varios de los artículos en el
COS vetado ya existían en otras leyes, códigos, reglamentos y sentencias de la Corte
Constitucional.

El 22 y el 115 que recién mencioné, ya tenían su marco hace 12 años en el artículo 45


de la Constitución que dice que las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a la
integridad física y psíquica, a la salud integral, a la educación, al respeto de su
libertad y dignidad, y en el 66 que dice que tienen el derecho a tomar decisiones
“libres, informadas, voluntarias y responsables sobre su sexualidad, y su vida y
orientación sexual”. También está la sentencia de la Corte Constitucional del 27 de
junio de 2018 que concluye que “la intervención de los padres, madres o la persona a
cuyo cuidado se encuentran, sobre los derechos sexuales y reproductivos de las y los
adolescentes, debe encaminarse a dotarles de la guía y las herramientas necesarias y
suficientes que les permitan adoptar decisiones libres, informadas y responsables”.
Son derechos que los niños, niñas y adolescentes ya tienen y nadie se los puede
quitar.

Sí, todas estas leyes, códigos y reglamentos ya garantizaban algunos de los derechos
sexuales y reproductivos (yo solo mencioné un par sobre la educación sexual) que el
COS mencionaba pero como dice el comunicado de Fundación Desafío, publicado el
día que se vetó, la ley vigente no nos protege y “precisamente porque no nos ha
protegido es que este Código vetado totalmente introdujo los artículos que intentaron
visibilizar y garantizar la protección que está en la Constitución y estándares
internacionales”.

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¿Cuántas leyes, códigos, reglamentos más necesitamos para que como Estado y
sociedad las apliquemos, respetemos y nos hagamos cargo de proteger a las niñas,
niños, adolescentes y mujeres?

Después de una espera de ocho años, el presidente Moreno le sumó uno más: según
la Ley Orgánica de la Función Legislativa, la Asamblea Nacional no podrá considerar
el COS hasta agosto de 2021. Cuando Moreno lo vetó —que por cierto no salió a dar
la cara para hacerlo sino que mandó a tres funcionarios de su gobierno a la rueda de
prensa— no pensó en las niñas, adolescentes y mujeres de este país. El COS no nos
ha quitado nuestros derechos sexuales y reproductivos, pero sí los ratificaba,
aclaraba y fortalecía. En ese sentido, es más que una oportunidad perdida para salir
del letargo que tiene al Ecuador puntero en embarazo adolescente y como un alto
exponente de la criminalización de las mujeres, niñas y adolescentes.

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