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LOS OBSTACULOS EPISTEMOLOGICOS EN LA HISTORIA DE LA

*
MATEMATICA
Gladys Palau

Es conocida por todos los interesados en la problemática e la


didáctica de la matemática, la importancia que ha adquirido para ésta
la historia de la matemática. Una de las vertientes, quizás la más
importante, es la que se origina en los trabajos de Guy Brousseau. El
aporte de este didacta de la matemática reside fundamentalmente en la
construcción de la idea de obstáculo didáctico, partiendo de la
posibilidad de transponer la idea de Bachelard de obstáculo
epistemológico, al plano de la didáctica de la esta dsciplina. En su
artículo Les obstacles épistemoloqiques et la didactique des
mathématíques, [B&G,1989,pág.42.c)], Brousseau, no solo afirma la
existencia de obstáculos epistemológicos en la historia de la
matemática, sino que también aconseja acudir a ellos para
confrontarlos con los obstáculos de aprendizaje. En estas páginas no es
mí propósito discutir la noción de obstáculo didáctico, tal como es
concebida por Brousseau. Pretendo, en primer lugar, elucidar la noci6n
de obstáculo epistemol6gico en el sentido e Bachelard, poniendo
especial énfasis en el concepto de ruptura, a fin de cuestionar la
posibilidad de que existan obstáculos epistemológicos en estricto
sentido bachelariano en la historia de la matemática, y, en segundo
lugar, investigar si es posible reinterpretar la noción bachelariana, sin
por ello modificarla esencialmente, con el propósito de transponerla a
la historia de la matemática, tal como lo propone Brousseau.
Comenzaré pues, por dar una breve caracterización del concepto
bachelariano.
*
Este trabajo fue leído en la XLV Reunión Anual de Comunicaciones
Científicas de la Unión Matemática Argerntina, Río Cuarto, 16-20 de Octubre
de 1995.
Pese a que se encuentran antecedentes en los idola fiori de Bacon
y las representaciones precientíficas de Durkheim, que actúan como un
"velo que se interpone entre el conocimiento y el mundo" es Bachelard
el primero en caracterizar este tipo de interferencias como obstáculos
epistemológicos y otorgarle un rol esencial en la historia de la ciencia.
Es precisamente esta noción la que le permitirá caracterizar el
desarrollo de una disciplina como un "proceso de errores rectificados u
obstáculos superados".
En la Formación del Espíritu Científico [1948], Bachelard dice
"Es en el acto mismo de conocer, íntimamente, donde aparecen, por
una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las
confusiones", en el sentido de que éstos operan como trabas internas
que el conocimiento se pone a sí mismo en su funcionamiento y que es a
causa de ellos que a veces "el espíritu prefiere más lo que conserva su
saber a lo que lo contradice, en el que prefiere las respuestas a las
preguntas y en los que el espíritu conservativo domina y el crecimiento
espiritual se detiene.” En otras palabras, el conocer siempre consiste en
conocer en contra de conocimientos anteriores, en el sentido e que
impone una ruptura respecto de estos últimos.
Bachelard considera diversos tipos de obstáculos, entre os que
citaremos: la experiencia básica (o sentido común), 1 conocimiento
general, el obstáculo verbal, el sustancialista, el obstáculo animista,
etc. Se hace necesario reconocer que la caracterización de Bachelard
es oscura e imprecisa y que no formuló ningún criterio para clasificar
os distintos tipos de obstáculos considerados, lo cual i diferenciarlos
nítidamente y conduce a solapamientos inevitables. Sin embargo,
también es necesario reconocer que la captura un auténtico problema
epistemológico y que hace posible explicar, desde un enfoque novedoso
para su época, episodios conflictivos de la historia de la ciencia, hecho
e pone de manifiesto la riqueza intelectual de esta noción.
Pese a la diversidad de los obstáculos tratados por Bachelard,
pueden encontrarse en ellos características comunes, a saber: a) todos
hacen referencia a creencias injustificadas racionalmente que, o bien
están implícitas, como es el caso del conocimiento del sentido común o
experiencia básica, o bien son creencias intersubjetivas aceptadas sin
crítica por una comunidad científica y que de alguna manera han tenido
como efecto impedir nuevos conocimientos; b) en general, ellos están
referidos siempre a las ciencias empíricas y al pasaje de la preciencia a
la ciencia, aún cuando admite su presencia dentro del conocimiento
científico mismo; c) pese a que los obstáculos son siempre
conocimientos previos de distinto grado de generalidad y nunca una
ausencia o falta de conocimiento, poseen una fuerte connotación
negativa, en el sentido de que se enfatiza más su carácter de
obturadores que su rol como disparadores de nuevos conocimientos al
ser superados; d) aunque lo erróneo de un conocimiento no sea
condición suficiente para que sea considerado un obstáculo, todo
obstáculo es concebido como un "tejido de errores tenaces", en el
sentido de que ellos son conocimientos erróneos y resistentes al
cambio; e) pese a que los obstáculos son constitutivos a la formación
del conocimiento, en el sentido de que es imposible evitarlos, su
superación es indispensable para el progreso del conocimiento y ésta
sólo se produce si se da una ruptura radical con el conocimiento previo
que lo conforma. Esta caracterización de los obstáculos
epistemológicos da lugar a una versión discontinuo del desarrollo del
conocimiento científico. No obstante, esta imagen del desarrollo de la
ciencia debe considerarse positiva, ya que, según Bachelard, es
mediante la superación de los obstáculos, que el conocimiento científico
se aproxima cada vez más a la objetividad, es decir, a conocimientos
cada vez más seguros y ajustados a la realidad. Se trata, en síntesis de
una descripción del conocimiento científico que, pese a estar descripto
en términos de rupturas, culmina en un acrecentamiento progresivo del
mismo. Aunque ajeno al tema de este trabajo, es interesante destacar
lo paradójico que resulta, el hecho de que la versión bachelariana de la
historia del conocimiento científico, culmine en una visión que se
asemeja más al progreso de la ciencia como un acercamiento paulatino
a la verdad, a la manera de Popper, que a la versión discontinuo y por
revoluciones del desarrollo científico, a la manera de Kuhn.
Uno de los ejemplos más paradigmáticos de obstáculo
epistemológico que se ha dado en la historia de la ciencia empírica
creemos que está dado por el conjunto de creencias que dentro mismo
de la física y la astronomía griega, plasmó la concepción filosófica o
paradigma áristotélico acerca del universo. Es sabido que éste gobernó
el pensamiento científico hasta el siglo XVI y que en los campos de la
astronomía y de la física, se sintetizó en los dogmas de la inmovilidad
del universo, de la esfericidad de la órbita de los planetas, del horror al
infinito, de la centricidad de la tierra, y de las consecuentes creencias
en regularidades físicas que explicaran el movimiento en una tierra en
reposo, entre otros. Estos dogmas constituyeron un auténtico
obstáculo epistemol6gico ya que cumplen explícitamente con las
características dadas anteriormente, a saber: a) eran creencias no
justificadas racionalmente; b) pertenecían al dominio de la ciencia
empírica; c) tuvieron una fuerte connotación negativa ya que oficiaron
de obturadores para la adquisición de nuevos conocimientos; d)
constituyeron un "tramado de errores" que se resistieron tenazmente al
cambio; y e) hubo que esperar a la ruptura con todo el conocimiento
anterior iniciada Copérnico, para que la astronomía y la física
comenzaran una etapa de crecimiento progresivo.
Preguntémonos ahora, ¿se dan este tipo de obstáculos en la
historia de la matemática? Bachelard fue de la opinión de que sólo en
las ciencias empíricas se podían encontrar este tipo de obstáculos, y
concibió a la historia de la matemática como “una maravilla de
regularidad que conoce pausas pero no conoce períodos de errores".
Más aún, para Bachelard, a diferencia de Brousseau, las pausas en la
constitución del pensamiento matemático no tienen ninguna relación
con la noción de obstáculo epistemológico. Aparece así una pregunta
ineludible: ¿Si tanto Bachelard como Brousseau se apoyan en el
concepto de obstáculo epistemológico, por qué difieren en su
descripción del desarrollo del conocimiento matemático, al extremo de
que mientras Bachelard niega la existencia de obstáculos en la historia
de esta disciplina, Brousseau la afirma? Obviamente es imposible en
estas páginas responder acabadamente a esta pregunta, por lo cual sólo
realizaré algunas reflexiones que pretendo actúen como disparadores
de futuras investigaciones.
En primer lugar, trataré de argumentar a favor de la tesis de
Bachelard según la cual, de acuerdo a su concepción de lo que es un
obstáculo epistemol6gico, es correcto sostener que la historia de la
matemática está exenta de ellos. Argumentaré mostrando un ejemplo
histórico, en el cual se evidencia que aquellos conocimientos que en la
historia de la matemática han impedido o retardado la aparición de
otros nuevos, y que por lo tanto son suceptibles de ser calificados como
obstáculos epistemológicos, pese a ello, no resultan ser obstáculos
epistemológicos en el sentido de Bachelard, porque su vigencia no se
tradujo en el campo del conocimiento matemático en un "tejido de
errores tenaces" que impidieron el progreso del conocimiento
matemático, ni su superación conllevó necesariamente a una ruptura
con conocimientos
previos.
Plantearé el ejemplo mediante una de las tantas preguntas que
hace Emmánuel Lizcano en su libro Imaginario colectivo y creación
matemática [1] ¿Por qué los excelentes matemáticos de la Grecia
clásica no pudieron ni siquiera concebir los números negativos y los
irracionales?.
Según este autor, no hay respuesta a esta pregunta que sea
puramente interna a la matemática. La respuesta parece
estar en las características de la episteme griega, es decir en el
paradigma lógico-filosófico que imperaba en la Grecia clásica. Por
sobre Heráclito triunfó Parménides: el ser es, el no-ser no es, sentenció,
y atemporalizó el mundo. Tan fuerte fue la primacía del ser que, ni aún
desde vertientes tan disímiles como el idealismo de Platón o el realismo
de Aristóteles, se pudo entrever la idea de la existencia de alguna forma
de negatividad. Era imposible para Plat6n concebir la existencia de
ideas negativas; era también imposible para Aristóteles pensar que
pudieran darse en el mundo otras cosas que no fueran sustancias y
cristalizó como única razón la que cumpliera con el Principio de No-
contradicción y el Tercero Excluido, que ahora sabemos se derivan de
la tautología parmenídia de que el ser implica el ser. Siguiendo al
autor, todo esto se incorporó al imaginario de la comunidad científica
griega, en especial a los matemáticos, poniéndolos de frente a la
irracionalidad" de algunos conceptos, y no dejando ningún intersticio
por donde pudiera emerger algún indicio de negatividad. Lo primero
explicaría porqué el rechazo de los matemáticos Pitagóricos a los
llamados números irracionales y su tardía incorporación como números
genuinos, y lo segundo el por qué la matemática griega y más aún, la
matemática occidental descubrió tan tardíamente también los números
negativos. Esta concepción filosófica se plasmó en el ámbito de la
matemática en una serie de creencias acerca de la naturaleza de los
números, a la que podemos llamar sustancialismo numérico, que prima
facie, tiene toda la apariencia de un auténtico obstáculo epistemológico.
En efecto, la matemática griega, sin tomar en cuenta su período
empírico, se remonta a Pitágoras, 580 a.C. y sus ideas siguen teniendo
vigencia, a través de Filolao, durante todo el siglo V a.C. En la
concepción matemática griega y a partir de Pitágoras, los números son
sustancias con existencia propia, aún cuando esta pueda ser de
naturaleza ideal; incluso el vacío, utilizado por ellos para distinguir la
naturaleza de los números, también existe como sustancia; el infinito,
identificado por los pitag6ricos con la especie par de números, porque
la cantidad de números divisibles por dos es infinita, también existía
como sustancia. Asimismo, este sustancialismo se reflejaba también en
el concepto de punto, el cual era visto como una unidad, indivisible y
con magnitud, y en la creencia de que todas las cosas debían ser
conmensurables por medio de una tal unidad. Dado lo injustificado de
este principio, su carácter de obturador respecto de la emergencia de
determinadas categorías de números, parecería ser que se está ante un
caso de obstáculo sustancialista a lo Bachelard. Sin embargo, esta
concepción sustancialista sobre la naturaleza de los números no dio
lugar ni a un tejido persistente de errores ni fue necesario superarlo
mediante una ruptura con los
conocimientos matemáticos anteriores pertenecientes a la misma teoría
de números. Más aún, existen sobradas razones para sostener que en
la matemática contemporánea todavía no se ha producido tal ruptura
radical, ya que existen corrientes filosóficas acerca de la naturaleza de
la matemática estrechamente emparentadas con el sustancialismo,
como la versión realista de la teoría de conjuntos. Aunque expresado
en su propio lenguaje matemático, también en la teoría de conjuntos se
afirma que el vacío existe, ¿cómo entender algo distinto en las
proposiciones conjuntísticas según las cuales hay un sólo conjunto vacío
y éste está incluido en cualquier otro conjunto? Además, también es
posible en nuestros días, mantener coherentemente con el
sustancialismo parmenídico la primacía de los números naturales
respecto de la existencia, tal como lo hace el intuicionismo actual y
aceptar los números negativos y los reales sólo como construcciones
artificiales indispensables y necesarias para el cálculo.
Pero volvamos de nuevo a la historia de la matemática. Ella nos
muestra que el sustancialismo tuvo mucho que ver con la tardía
aceptación como números genuinos, tanto de los números irracionales
como de los negativos. Es sabido que los números negativos entraron
en Europa a través de los textos arábicos y que muchos matemáticos de
los siglos xvi y xvii no los aceptaron como números, o si se quiere como
raíces de ecuaciones. Fueron considerados números absurdos y
Cardano, pese a admitirlos como raíces de ecuaciones, los consideró
sólo símbolos y números ficticios. Vieti ni siquiera los tomó en cuenta;
Descartes sólo los aceptó en parte, bajo la suposición de que toda raíz
de ecuación falsa (¡.e., negativa) podía ser transformada en una con raíz
positiva y Pascal considero que sustraer el número 4 al 0 constituía un
sin sentido. Es sabido también que recién en L’invention nouvelle en la
algébre (1629), Albert Girard puso a los números negativos a la par con
los positivos, pero que la mayoría de los matemáticos de los siglos xvi y
xvii siguieron manteniendo curiosas creencias acerca de ellos. Por
ejemplo, Wallis, en su Aiíthmetica Infinotorum de 1655, sostuvo que los
números negativos si bien eran más que el infinito, no eran menos que
el cero.
Respecto a la admisión de los números irracionales, también pasaron
situaciones análogas. A manera de síntesis, citaremos las palabras de
Stifel, en su libro Arithmetica Integra de 1544: “(...) otras
consideraciones nos llevan a negar que los números irracionales sean
números del todo (...) Por tanto, de la misma manera que el infinito no
es un número, un número irracional no es un número verdadero, pero,
pero yace profundo en una nube de infinito” (hacer referencia al libro
de Kline. También Newton, en
su Arithmetica Universalis, publicada en 1707, consideró a los números
irracionales como meros símbolos que no tenían existencia
independiente de las magnitudes del continuo geométrico. Es sabido
también que hasta tanto no se solucionaron las dificultades que
provenían del tratamiento de los números negativos e irracionales, no
fue posible completar los conjuntos numéricos, y es una buena
conjetura pensar que de no haber persistido tanto tiempo el principio
sustancialista, tal vez habría sido posible que dichos resultados se
hubieran encontrado mucho antes. Sin embargo, repasando la forma
en que se fueron construyendo los distintos conjuntos de números, se
ve cuán poco, más allá del retardo en la aparición, jugó el prejuicio
sustancialista. Más aún, este proceso no ofrece ni la persistencia de
errores ni rupturas a lo Bachelard.
En efecto, los descubrimientos de Pitágoras respecto de
determinados conjuntos finitos de números posibilitaron a Euclides
extender el campo de la teoría de números con otras clasificaciones de
números, nuevos algoritmos y nuevos teoremas. Ni la introducción de
la numeración posicional introducida alrededor del año 1200,
fundamentalmente por la actividad mercantil, ni el surgimiento del
álgebra en el siglo xvi, gracias a la obra de Viéte, ni los problemas
generalizados planteados por Fermat, necesitaron para darse de una
ruptura con el principio sustancialista. más aún,ninguno de estos
conocimientos surgió en contra de uno anterior. Parece haberse dado
más bien lo contrario, es decir, que todo conocimiento matemático
determinado es constitutivo de uno más general que lo abarca.
Respecto al menos de la teoría de números, esta parece haber sido la
característica de todo su proceso de constitución hasta el siglo xix, con
la construcción del conjunto de los números algebraicos y de los
ideales. En este larguísimo período sólo se cuenta un "error," que no se
resistió a ser abandonado: la pérdida de la factorizaci6n 'unica que
hasta ese momento no había sido cuestionada y en el que difícilmente
pueda encontrarse alguna relación significativa con el principio
sustancialista. Por lo dicho, este principio parece haber sido sólo un
productor de dificultades, pero no un auténtico obstáculo
epistemológico a la manera de Bachelard.
Creemos que los argumentos dados hasta aquí bastan para
fundamentar nuestro acuerdo total con Bachelard cuando señala que en
la historia de la matemática no existen obstáculos epistemol6gicos en el
sentido en que él mismo caracterizó el concepto, sino que la misma está
marcada por la aparición de dificultades que se solucionan o superan
expandiendo adecuadamente los conocimientos anteriores, y realizando
correcciones sucesivas. Así, para Bachelard, un conocimiento
matemático nunca aparece como conocimiento en contra de otro
anterior, sino más bien como un conjunto de saberes que se completa
en forma discontinuo, es decir, con pausas, pero en la que los
conocimientos anteriores se conservan. Casi podría decirse que en la
matemática no ha habido errores y que cuando han aparecido han sido
meramente transitorios, y que por el contrario, el conocimiento
matemático ha crecido acumulado verdades.
Pasemos ahora a tratar de precisar qué entiende Brousseau
por obstáculo epistemológico a los efectos de comparar su
caracterización con la de Bachelard. En el artículo citado [pág.431, a
fin de extender la noción de obstáculo epistemol6gico al seno mismo de
la historia de la matemática, Brousseau propone adoptar las
condiciones necesarias dadas por Duroux respecto de los obstáculos
epistemol6gicos, a saber: a) un obstáculo epistemológico es un
conocimiento o una concepción y nunca una dificultad o una ausencia
de conocimiento; b) este conocimiento produce respuestas correctas
respecto de contextos frecuentemente
dados; c)sin embargo, fuera de tales contextos, produce
respuestas falsas; d) se resiste a las contradicciones con
las que se encuentra y al establecimiento de un conocimiento
nuevo; y e) aún conociéndose su inexactitud, continúa
manifestándose en forma intempestiva.

No haremos una comparación minuciosa entre las versiones de


Bachelard y Brousseau, ya que ello sobrepasa el objetivo que nos hemos
propuesto, limitándonos a realizar algunas observaciones sobre su
caracterización tal como es presentada en el artículo de referencia. En
primer lugar y análogamente a Bachelard, los obstáculos de Brousseau
no pueden identificarse con la ausencia de un conocimiento, ni con una
dificultad. A diferencia de Bachelard, para quién la mayoría de los
obstáculos eran creencias injustificadas, ambiguamente llamadas
también "conocimientos erróneos", Brousseau acepta como condición
necesaria que se trate de conocimientos verdaderos respecto de
contextos científicos frecuentemente dados, pero que producen
resultados falsos en contextos extendidos. Es precisamente el
agregado de esta condición, lo que permitirá considerar a Brousseau al
conocimiento del conjunto de los números naturales como un obstáculo
epistemol6gico para la constitución de otros conjuntos de números, a
los métodos geométricos como un obstáculo para la constitución de los
métodos propiamente aritméticos, o determinados conocimientos
acerca de los números como un obstáculo para el surgimiento del
álgebra. En realidad, estas condiciones más que caracterizar la noción
de obstáculo, describen lo que específicamente se conoce con el
nombre de falacia de la generalización apresurada, que Bachelard
incluyó entre los obstáculos epistemol6gicos llamados del conocimiento
general, y que parecen provenir de determinados hábitos de
pensamiento del sujeto cognoscente. En segundo lugar, por definición,
todo conocimiento es conocimiento de lo verdadero, no hay
conocimiento de lo falso, como mucho hay conocimientos que se han
creído verdaderos en una época histórica pero que luego resultaron no
serlo, y por lo tanto sólo fueron en su momento creencias injustificadas,
es decir, creencias sin pruebas (de haberlas tenido habrían sido
conocimiento) . Luego, sólo este tipo de creencias cumplen sin
contradicc6n las condiciones d) y e) adoptadas por Brousseau y pueden
por ello constituir obstáculos epistemol6gicos genuinos. Por ello
estimamos que sería más riguroso unir las condiciones b) y c) a los
efectos de que sea el resultado falso al dominio extendido el que debe
ser considerado un obstáculo. No obstante, nos cuesta pensar en
ejemplos de la historia de la matemática de este tipo de resultados
verdaderos que extendidos a otros dominios den resultados falsos y que
éstos se hayan seguido manifestando en forma "intempestiva".
Por último, esta persistencia en la manifestación de ciertos
obstáculos epistemol6gicos se encuentra también en loe que Bachelard
llamó obstáculos de la experiencia básica o del sentido común, del
conocimiento general y que parecen estar referidos a describir aspectos
funcionales del conocimiento común. La epistemología genética ha
descrito muy bien las características de lo que se da en llamarse
pensamiento natural y en particular, de la lógica natural. Una de las
principales consiste precisamente en el apego a lo concreto, a lo
visualizable, a lo dado por la observación, a lo que se obtiene por
conocimiento inmediato, o acquantance,para usar el riquísimo concepto
de B.Russell.Es sabido que el conocimiento abstracto se constituye a
partir de este tipo de conocimiento. También la historia de las más
diversas ciencias, y en especial la matemática, nos muestra que todas
ellas han pasado por un período, convencionalmente llamado "empírico"
pero que es constitutivo de los posteriores. Desde el lado de la
creación matemática, se admite sin duda alguna que el logro de
determinadas conceptualizaciones necesariamente conlleva a una cierta
ruptura con estas intuiciones básicas del hombre com'un. Lo señaló
precisamente Hilbert respecto de la construcción del infinito del
continuo: nada hay en la experiencia inmediata que pueda actuar como
disparador para la construcción de tal tipo de conceptos. También
enfatiz6 Reichembach, al tratar los problemas de la visualización de las
geometrías no-euclidianas, el más encumbrado especialista en ellas
seguirá en sus experiencias, visualizando sólo el espacio euclideo.
Es cierto que este tipo de conocimiento, de fuerte apoyatura intuitiva,
continúa manifestándose en forma intempestiva,cada vez que una
nueva situación cognitiva enfrenta al sujeto con estas intuiciones
básicas. Por ahora todavía opino que este tipo de conocimiento
constituye un buen candidato para conformar un obstáculo
estrictamente epistemol6gico, tanto en el sentido de Bachelard y en el
Brousseau y que se da asiduamente tanto en los procesos cognitivos
involucrados en la formación de los conceptos matemáticos, como en la
historia de la matemática, tal como puede comprobarse en la historia
de la evolución de los sistemas simbólicos. Sin embargo, aunque
estrechamente vinculados a los procesos de la psicogénesis, estos no
constituyen obstáculos ontogenéticos. Extrañamente no han sido
considerados ni por Bachelard ni por Brousseau como onbstáculos
específicos e independientes y, como se ha visto, sus características
distintivas aparecen diluidas en la concepción general de obstáculo
epistemol6gico. Por su importancia en la historia de la ciencia, y en
particular, en los mecanismos de aprendizaje de cualquier ciencia, creo
merecen ser investigados en forma independiente.

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