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Autismo, SA: El complejo industrial del autismo

Alicia A. Broderick brodericka@montclair.edu


Departamento de Enseñanza y Aprendizaje, Universidad Estatal de Montclair,
Montclair, Nueva Jersey, EEUU.

Robin Roscigno rfr42@scarletmail.rutgers.edu


Departamento de Teoría, Política y Administración de la Educación, Rutgers.

Universidad, New Brunswick, Nueva Jersey, EEUU


Traducción al castellano por: Eva Vione evavione@gmail.com
Revisión y edición: Autiblog autisblog@gmail.com
(Parte de esta traducción está adaptada por motivos
divulgativos, por lo que puede diferir ligeramente con el texto
original).

Resumen
Sostenemos que, dentro del capitalismo, el Complejo Industrial
de Autismo (AIC) produce tanto el autismo como mercancía,
como la lógica cultural de su intervención normativa.
Sostenemos que el AIC no es simplemente el conjunto de
empresas que capitalizan y sacan provecho del autismo, sino que
se compone de una infraestructura ideológica, retórica, material
y económica. Al producir el autismo como mercancía, también
se está produciendo su mercado (les consumidores) y su
monopolio (la legitimación de terapias intervencionistas).
Dentro de este sistema, casi cualquiera puede sacar beneficio

1
económico del autismo. Sin embargo, les autistas -sus propios
cuerpos- funcionan como la materia prima a partir de la cual se
construye este complejo industrial. Así, las personas autistas (y
su identidad) se convierten de forma inconsciente, y a menudo
involuntaria, en productos del AIC.

Palabras clave
autismo – capitalismo – estudios críticos del autismo –
neoliberalismo – estudios de discapacidad – análisis aplicado del
comportamiento – complejo industrial del autismo

1. Introducción
Durante las últimas décadas, las metáforas dominantes se han
centrado en constituir el autismo como enemigo, secuestrador,
contagio epidémico, extraño, otredad o peligroso en la retórica
popular, mediática, académica, educativa y política (Broderick,
2010; Broderick & Ne'eman, 2008; McGuire, 2016). Estas
metáforas se han desplegado explícitamente al servicio de una
narrativa cultural más amplia que alimenta la "intervención"
como la única respuesta sensata para las personas autistas. Así,
se explotan los temores capacitistas mediante la producción de
mercancías, mercados y consumidores del Complejo Industrial
del Autismo (en adelante, AIC, por sus siglas en inglés)
(Broderick, 2017; Broderick & Roscigno, 2019). En los EEUU, gran
parte de la provisión “educativa” para estudiantes autistas la

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brindan escuelas privadas, que obviamente se benefician
(principalmente mediante la recepción de dólares públicos) de
las metáforas culturales dominantes sobre el autismo y la
narrativa intervencionista que lo sustenta.
Es más, esta narrativa sobre el autismo se está exportando
fuera de EEUU para su consumo mundial a través del respaldo y
patrocinio de las Naciones Unidas y gigante “filantrópico” Autism
Speaks. En EEUU, el dinero público y privado es canalizado de
forma directa a las consultorías conductuales, un próspero
negocio proveedor de ABA (Análisis aplicado del
comportamiento, por sus siglas en inglés). Les autistas
(incluyendo ahora niñes muy pequeñes) representan
colectivamente un vasto mercado que se debe aprovechar y
capitalizar, un mercado de "tecnologías" de intervención que
deben aplicar "técnicos conductuales" certificados. Así, se puede
ganar dinero de las siguientes formas:

• Con la certificación de analistas de comportamiento


• En contratos con los centros escolares, cuyos “técnicos”
están certificados, para implementar ABA en las escuelas,
y de paso, exculparles de la responsabilidad de adaptar
el currículum educativo
• Mediante el seguro de salud (facilitado por el lobby que
ha conseguido la aprobación en EEUU del ABA como la
“única” intervención “basada en la evidencia” y, por lo
tanto, la única financiable por el seguro de salud para el
autismo).

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En resumen, el autismo es actualmente un gran negocio.
Implementando el marco analítico de los estudios de
comunicación y economía política, argumentamos que las
múltiples ramas del AIC constituyen, reproducen y exportan
globalmente un monopolio de servicios y productos de
intervención (ABA), pero también (y más importante) ideas
sobre el autismo propagadas durante las últimas décadas. En
última instancia, no todes consumen productos y servicios de
intervención para el autismo, pero es difícil escapar del consumo
de (a) el autismo en sí mismo como mercancía en los medios de
comunicación y cultura popular, y (b) su lógica cultural
intervencionista. El primer mercado (en el que se consumen los
productos y servicios de intervención del autismo) tiene un
alcance algo limitado, pero el segundo mercado (en el que se
consume el autismo y la lógica cultural de la intervención) es
generalizado y ubicuo. Y mientras que el primero comprende la
industria del autismo, es el segundo el que constituye el AIC.

Definición Mercado Tipo Alcance


Industria ABA Servicios y Limitado
del autismo productos de
intervención
Complejo Autismo per se Narrativa, Generalizado
Industrial Lógica cultural ideas e y ubicuo
del Autismo intervencionista información
(AIC)

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Un elemento central de nuestros métodos es un extenso análisis
crítico del lenguaje y sus dispositivos (metáforas, narraciones,
imágenes, tácticas discursivas, etc.), las ideologías y sus
dinámicas de poder (pretensiones de legitimidad y autoridad, y
el despliegue de la “verdad”), y la institucionalización
burocrática, tecnocrática y —crucialmente— económica de
estas ideas a través de las intersecciones del aparato AIC bajo el
capitalismo neoliberal global. Este proyecto realiza una
intervención crucial en el discurso del autismo, actualmente
enraizado en retóricas de cuidado y recuperación (Helt et al.,
2008) y prácticas materiales de control corporal y otras formas
de violencia (McGuire, 2016; Roscigno, 2020). Buscamos excavar
las circunstancias históricas, ideológicas y económicas
específicas dentro de las cuales evolucionó el AIC y, al hacerlo,
convertir lo familiar (la monetización rutinaria del autismo) en
extraño y, además, desarrollar un análisis suficiente para dar
cuenta de la actual escala, rentabilidad y ubicuidad del AIC.

2. Autismo y capitalismo (análisis bibliográfico)


Se ha explorado la producción social y cultural de la discapacidad
de varias maneras. Sin embargo, apenas algunos estudios
documentan la producción simultánea de discapacidad en una
economía política, específicamente, en la economía capitalista
neoliberal avanzada de los Estados Unidos. Una de las primeras
investigaciones clave de la economía de la discapacidad es “The
Disability Business: Rehabilitation in America” de Gary Albrecht
(1992). En este análisis integral de la industria de la

5
rehabilitación, Albrecht explora con franqueza cómo la
discapacidad se convirtió en un "gran negocio" a finales del siglo
XX. Su análisis explora los procesos simultáneos en la industria
de la discapacidad: (a) la "producción de discapacidad" como "la
construcción de un problema social" y (b) la industria de la
rehabilitación como su "respuesta institucional" (p. 13).
Los escritos seleccionados de Marta Russell (Rosenthal, Ed.,
2019), publicados póstumamente, aunque producidos en gran
parte en la década de 1990 y principios de los 2000, ofrecen un
análisis explícitamente marxista del papel político y económico
de la discapacidad en el capitalismo estadounidense de finales
del siglo XX. Los análisis de Russell incluyen discusiones incisivas
sobre la necesidad del capitalismo de mantener una reserva de
mano de obra sin explotar, la desigualdad estructural
relacionada con la política de vivienda y las respuestas a los
desastres, y el papel del encarcelamiento en relación con la
discapacidad en una economía capitalista, entre otros. Más
recientemente, “Telethons: Spectacle, Disability, and the
Business of Charity”, de Paul Longmore (2016), publicado
póstumamente, es quizás el ejemplo más completo, hasta la
fecha, de un análisis complejo de los tentáculos entrelazados de
la política cultural y la economía política; en este caso, en el
ejemplo particular de la industria del teletón (evento televisado
de recogida de fondos).
Sin embargo, se puede decir que David T. Mitchell y Sharon L.
Snyder (2015) han contribuido teóricamente de la forma más
innovadora sobre el análisis complejo de la discapacidad y el
neoliberalismo, específicamente, en “The Biopolitics of
6
Disability: Neoliberalism, Ablenationalism, and Peripheral
Embodiment”. Al desarrollar el concepto de nacionalismo
capacitado, Mitchell y Snyder escriben que “las personas
discapacitadas son una población que, cada vez más, puede
ponerse al servicio de la nación-estado, en lugar de posicionarse
exclusivamente como parásitos de sus recursos” (p. 17).
Volveremos a esta noción de personas discapacitadas puestas al
servicio del estado-nación (y de su economía) a medida que se
desarrolle nuestro propio análisis.
Estas obras ofrecen conjuntamente un análisis fundacional de la
intersección entre el capitalismo y la discapacidad. Nos interesa
aquí estudiar la confluencia entre capitalismo y autismo. Tanto
Albrecht (1992) como Longmore (2016) ofrecen análisis de una
economía política capitalista de la discapacidad en conjunto con
la producción de la política cultural de la discapacidad. Aquí se
analizará de forma simultánea la producción de la política
cultura y la economía política del autismo dentro del
capitalismo.
Los últimos 15 años han generado un vasto y convincente cuerpo
de estudios críticos que exploran los significados culturales del
autismo y la identidad autista a través de múltiples lentes
interdisciplinarias. Estos incluyen feminismo, estudios
culturales, sociología, lingüística, antropología, retórica,
estudios queer y otros (p. ej., Eyal, 2010; Jack, 2014; McGuire,
2016; Murray, 2012; Nadesan, 2005; Osteen, 2010; Rodas, 2018;
Runswick-Cole et al., 2016; Silberman, 2015; Silverman, 2013;
Yergeau, 2017). La mayoría de estos análisis sociales y culturales
críticos concuerdan que el autismo es ahora un gran negocio. Sin
7
embargo, relativamente pocos estudios hasta ahora han
involucrado algún análisis del autismo en relación con las
estructuras de nuestra economía política y, ninguno de ellos, ha
integrado los análisis sociales críticos bajo el prisma de la
economía política.
La académica autista Michelle Dawson (2004) puede haber sido
la primera en identificar y nombrar la “industria del
autismo/ABA” y lo que Milton (2012) llama la “gran y
explotadora industria del autismo” (p. 3). Desde la primera
articulación de Dawson sobre el ABA como una "industria", los
académicos críticos del autismo han seguido escribiendo sobre
la industria del autismo (Latif, 2016; Milton & Moon, 2012), el
autismo como mercancía (Mallett & Runswick-Cole, 2012,
2016), y el autismo como fetichismo de las mercancías1
(Goodley, 2016; R. Grinker, 2018; Mallett & Runswick-Cole,
2012).
Anne McGuire parece ser la primera en acuñar el término
“complejo industrial del autismo”, un concepto articulado en
“Buying time: The s/pace of advocacy and the cultural
production of autism” (2013), un análisis incisivo sobre el
autismo y el tiempo en el contexto social y económico del
neoliberalismo avanzado. Al explicar cómo la experiencia autista
tensa y amenaza los límites del concepto neoliberal del tiempo,
McGuire señala que “debemos tomar nota de cómo las versiones

1
El fetichismo de la mercancía es un concepto ideado por Karl Marx en su
obra El Capital que describe la percepción de ciertas relaciones no como
relaciones entre personas, sino como relaciones sociales entre cosas.
8
neoliberales del activismo... ya representan un 'buen' y muy
rentable 'retorno' de la inversión en concienciación” (p. 121).
Además, al señalar la "gran amplitud del 'complejo industrial del
autismo'", sostiene que "de un solo movimiento, los tiempos
regulados por el mercado producen, crean y restringen
conductas que están más allá de la norma” (p. 121). McGuire
desarrolla aún más la idea del Complejo Industrial del Autismo
en su texto “War on Autism” (2016), aunque su discusión del
concepto sigue siendo principalmente descriptiva en lugar de
analítica. McGuire afirma que “el cuerpo de le niñe autista ha
generado un multimillonario 'complejo industrial del autismo'
—del cual se benefician inversores públicos y privados, cuya
supervivencia fiscal depende del cuerpo autista—” (p. 126). De
acuerdo con su intención declarada de “proporcionar al lector
una idea de la inmensidad y diversidad de la industria del
autismo” (p. 127), McGuire señala la industria de trabajos e
instituciones cuyo propósito se centra principalmente en la
intervención del autismo.
Ella señala que:

• "han surgido industrias enteras para tratar y/o curar el


autismo" (es decir, ABA)
• "otras industrias han tomado la ruta de la prevención"
• "otras industrias se han centrado en el nicho de mercado
del autismo" (p. 127), incluidos productos como
software/aplicaciones, juguetes, libros, ayudas de
comunicación, etc.

9
Posteriormente, otros académicos críticos se han basado en este
concepto al analizar la economía del autismo (Broderick, 2017;
Grinker, 2018, 2020). Grinker (2020) “el diagnóstico de autismo
se incrustó en un sistema financiero que ha llegado a depender
de ese diagnóstico para su sostenibilidad y crecimiento” (p. 7).
Además, basándose en Ian Hacking (1999), Grinker argumenta
que, cuando una etiqueta diagnóstica (autismo) se convierte en
un punto de apoyo sobre el que se asientan actividades
financieras institucionalizadas (es decir, una vez que se forma un
complejo industrial), esa misma categoría diagnóstica
“proporciona un incentivo para fabricar personas con el
diagnóstico... cuya presencia y necesidades respaldan esta
infraestructura financiera” (p. 9), rearticulando efectivamente el
argumento de Mallett y Runswick-Cole (2016) de que el autismo
se ha mercantilizado con éxito. Broderick (2017) argumenta que
la retórica del autismo (incluido el despliegue de las metáforas
de extraterrestre, invasor, epidemia, enemigo, etc.) ha sido
fundamental para ese proceso de mercantilización —la

10
fabricación del autismo y, por lo tanto, de las personas
autistas— todo al servicio de manufacturar una narrativa
cultural más amplia o una lógica de intervención. Así crean el
mercado, lo justifican dialécticamente y sostienen su
infraestructura generadora de ganancias.
En la última década, dos colecciones han trabajado para
establecer los cimientos de los Estudios Críticos del Autismo
(ECA). El primero, titulado “Worlds of Autism: Across the
Spectrum of Neurological Difference” (Davidson & Orsini, 2013),
en realidad acuñó el término estudios críticos del autismo y
desarrolló un marco conceptual amplio de lo que comprenden
los ECA. Estos incluyen: 1) las formas en que el poder da forma
a nuestra comprensión y estudio del autismo, 2) el avance de
narrativas culturales empoderantes sobre el autismo, y 3) un
"compromiso para desarrollar marcos analíticos usando
enfoques metodológicos inclusivos para estudiar la naturaleza
y cultura del autismo” (Orsini & Davidson, 2013, p. 12). Por lo
tanto, la importancia de estudiar la narrativa, la cultura y,
específicamente, el poder se coloca al frente y al centro en esta
articulación de los objetivos de ECA como un campo de erudición
crítica, aunque la economía no se invoca explícitamente.
Sin embargo, dado que la economía es un mecanismo central a
través del cual circula el poder, Nadesan (Nadesan, 2013)
presenta un análisis titulado “Autism and genetics: Profit, risk,
and bare life”. Nadesan, cuyo análisis sociocultural integral
previo (2005) del autismo como construcción pareció
desencadenar la ola de estudios críticos, escribe en este artículo
específicamente sobre los procesos sociopolíticos de evaluación
11
y gestión de los “riesgos económicos” (p. 117) asociados con el
autismo. Analizando cómo se prioriza la financiación hacia el
autismo (investigación pública, farmacéutica, y la búsqueda de
marcadores genéticos para predecir el autismo en pruebas
prenatales o posnatales), Nadesan plantea un ratio del dinero
público gastado en atención y apoyo versus investigación
dirigida a la prevención del autismo. En el contexto de medidas
de austeridad neoliberal, Nadesan advierte que “los familiares
de les autistas serán ‘responsabilizados’ de su cuidado sin ningún
tipo de apoyo de los servicios públicos” (p. 134). Además,
Nadesan predice que priorizar la inversión en pruebas de
susceptibilidad al autismo podrían “responsabilizar
económicamente a los familiares por “elegir” mantener (es
decir, no abortar) sus niñes autistas” (p. 134), y que “así se
disminuiría las ayudas públicas a intervenciones educativas y
terapéuticas” (p. 137).

En este mismo volumen, Bumiller (2013) señala la creciente


privatización del cuidado (en una economía neoliberal),
12
argumentando que “es necesario replantearse las
responsabilidades [financieras] del Estado para crear un futuro
socialmente más inclusivo para las personas autistas” (p. 145).
Ambas incursiones en la economía política del autismo giran
fundamentalmente en torno a los costos de la intervención, la
atención y el apoyo, y si esos costos deben socializarse o
privatizarse, en lugar de examinar críticamente la industria de la
intervención en sí.
Una segunda colección (Runswick-Cole et al., 2016) trata de
contribuir al campo naciente de los ECA, pero solo un par de
artículos versan sobre la importancia de la economía del
autismo. En la introducción, Runswick-Cole (2016) afirma la
naturaleza problemática de la mercantilización del autismo (ver
también Mallett & Runswick-Cole, 2012, 2016): “Esta cosa
llamada autismo está en todas partes” (p. 25). Además, reconoce
que “Claramente, se puede ganar dinero con el autismo” y, de
manera convincente, que “no es posible comentar sobre la
industria del autismo sin contribuir a ella” (p. 26). Goodley
(2016) añade las múltiples formas de “fetichismo de la
mercancía en torno al autismo” (p. 156) y McGuire (2016) señala
que “la noción de espectro ofrece una lucrativa narración de la
posibilidad de recuperar una vida más normativa” (p. 103).
Además, Timimi y McCabe (2016), casi como un comentario
aparte, bromean diciendo que “parece que quienes más se han
beneficiado del diagnóstico de autismo han sido los propios
profesionales” (p. 173).
Latif (2016) aborda estos temas más explícitamente. Aunque su
análisis se centra en gran medida en las deliberaciones éticas en
13
torno a los diagnósticos de autismo, esa discusión se enmarca
directamente en el contexto de las políticas de austeridad
neoliberales como una especie de telón de fondo para el análisis
ético. Latif tiene como objetivo principal explorar cómo la
percepción de las personas sobre el autismo “son modificadas
e influenciadas por los sistemas de clasificación, que en un
mercado capitalista se dirigen hacia un modelo biomédico de
salud mental” (p. 288). Latif señala además que “si bien dicho
modelo puede ser bueno para ampliar los mercados, en los
sistemas de salud públicos, como el del Reino Unido, surgen
problemas para satisfacer la demanda dados los recursos
limitados” (p. 288). Esta preocupación principal con la escasez de
recursos en general, y con los impactos de las políticas
económicas neoliberales de privatización y austeridad en
particular, alinea los análisis de Latif con los de la colección de
Davidson y Orsini (2013).
Mallett y Runswick-Cole (2016) en "The Commodification of
Autism: What’s at Stake?” argumentan que "el autismo se ha
convertido en una mercancía; se produce, se intercambia, se
comercializa y se consume” (p. 110). Sostienen que “en el
momento en que [el autismo] se convierte en una 'cosa', se
vuelve consumible y, por lo tanto, susceptible de su
mercantilización” (p. 117). Demuestran que ese autismo se ha
convertido en un producto candente, ilustrado con ejemplos de
terapias, entretenimiento y cultura popular, e incluso los
esfuerzos de blanqueo de imagen del movimiento de la
neurodiversidad. Sin embargo, ni Mallett y Runswick-Cole (2016)
ni ningún otro determina aún cómo el autismo llegó a ser

14
mercantilizado, ni la naturaleza de las infraestructuras sociales,
históricas, culturales, políticas y económicas que lo producen y
sostienen como una mercancía lucrativa.
Este análisis pretende hacer justamente eso. Múltiples autores
han descrito los mercados del AIC: servicios de intervención
(ABA), servicios de diagnóstico y evaluación, industrias de
investigación, medios de comunicación, educación especial y
otros servicios, industrias tecnológicas, etc. (Grinker, 2020;
Mallett & Runswick-Cole, 2016; McGuire, 2013, 2016). Casi
todos se centran en las implicaciones personales de la
privatización y la austeridad, frente al acceso a productos y
servicios de intervención. O como dice Grinker (2020),
explorando los desafíos a los que se enfrentan los progenitores
“mientras buscan encontrar servicios y apoyos sociales que
permitirá que sus hijes diagnosticades sean educades y lanzades
al mundo neurotípico” (pág. 8). Sin embargo, hasta la fecha,
nadie ha desarrollado el AIC desde la política cultural, fabricando
el autismo como mercancía y la lógica de la intervención que
sustenta su economía.
Aquí, desarrollamos el AIC como un concepto útil para
documentar la producción cultural y económica del autismo y
la lógica de su intervención. Volviendo a Albrecht (1992),
nuestro objetivo es entrelazar (a) la producción del autismo
como un "problema social" con (b) la respuesta institucional
(intervencionista) a ese "problema". Es decir, las formas en las
que la política cultural del autismo y su economía se sustentan
entre sí. Entrelazaremos la ideología, retórica y discurso de un
lado, con las políticas sociales, negocios, educación y medicina
15
del otro. Todos ellos operan colectivamente para generar más
ganancias del autismo, y por lo tanto de las personas autistas, en
una economía capitalista neoliberal avanzada.

3. Conceptualización de AIC
Desde que Eisenhower grabó por primera vez el concepto de
complejo industrial militar en el imaginario colectivo, la noción
se ha extrapolado a muchas esferas diferentes de la cultura, la
sociedad y el gobierno. Sin importar el contexto, se evoca
implícitamente a Eisenhower: que “debemos protegernos
contra” el posible “ascenso al poder controlado por las manos
equivocadas”. Indexaremos brevemente aquí dos
extrapolaciones relevantes para el AIC: (a) el complejo industrial
médico (Ehrenreich & Ehrenreich, 1970; Mingus, 2015), y (b) el
complejo industrial educativo (Picciano & Primavera, 2012).
A) Complejo industrial médico
Una extrapolación temprana del complejo industrial militar fue
la articulación del complejo industrial médico análogo
(Ehrenreich & Ehrenreich, 1970), más recientemente
desarrollado por Mia Mingus (2015). Mingus propone una red
interconectada de 4 sectores: ciencia y medicina, salud, acceso,
y seguridad, bajos los cuales subyacen: eugenesia, deseabilidad,
caridad y capacitismo, y control de la población. Así, los
principales componentes que generan beneficios en este
complejo industrial médico, como la industria farmacéutica y de
la salud mental, facultades de medicina, compañías de seguros,

16
el complejo industrial penitenciario y las residencias de ancianos.
El marco conceptual de Mingus es complejo y dinámico en
comparación con su estable sustento económico e ideológico.
B) Complejo industrial educativo
Picciano y Spring (2012) detallan el surgimiento del “gran
complejo industrial educativo estadounidense”: redes de
entidades ideológicas, tecnófilas y con fines de lucro que buscan
promover sus creencias, ideas, productos y servicios para
alcanzar sus objetivos. Este complejo está alimentado por
importantes recursos y la defensa proporcionada por empresas,
fundaciones y los medios de comunicación que quieren dar
forma a la política educativa estadounidense para que se ajuste
a sus propios ideales y que también se beneficiarán
significativamente de su desarrollo. (pág. 2)
Sustituya "autismo" por "educación" en esta definición y tendrá
una descripción del AIC. La analítica de Picciano y Spring está
compuesta principalmente por la intersección de la ideología, la
tecnología y las ganancias. Resulta capital entender que las
entidades buscan, no solo promocionar sus productos y
servicios para generar ganancias, sino también promover sus
ideas y creencias (lo cual es igualmente importante para seguir
generando ganancias). El autismo como mercancía se produce
y consume mediante la movilización de los complejos
industriales médico y educativo. Sin pretender simplificar estos
dos marcos conceptuales en uno solo; en el caso de la AIC,
múltiples sectores económicos producen simultáneamente
tecnologías (productos y servicios) e ideologías (conceptos,

17
valores, creencias y narrativas culturales) que se comercializan,
producen y distribuyen conjuntamente para su consumo, todo
ello para generar beneficios. Picciano y Spring (2012) señalan
que no hay una única entidad tratando de influir en la política
educativa, sino que son múltiples redes, que a veces comparten
agendas, pero con frecuencia operan de forma independiente
y compiten entre sí por contratos y ventas de bienes y servicios
(pág. 2). De igual manera, el AIC ha ido evolucionando con los
años, y han ido surgiendo entidades sobre la marcha, en lugar
de ser una cuestión monolítica planeada y orquestada.
En el libro (“The Autism Industrial Complex: How Branding,
Marketing, and Capital Investment Turned Autism into Big
Business”) se aborda el papel los grandes inversores, mientras
en el presente artículo nos centraremos en resumir el
surgimiento de alguno de sus actores principales. Entre estos
actores que operan en el mercado del AIC, hay al menos cuatro
redes diferentes, cada una de ellas íntimamente conectada con
el conductismo y el ABA. Estos incluyen:
(a) conductistas académicos (doctores en psicología del
comportamiento, que enseñan en universidades y publican
artículos científicos)
(b) padres y madres alistas de niñes autistas
(c) la Junta de Certificación de Analistas de Comportamiento
(BACB) (una corporación que certifica a los analistas de
comportamiento)

18
(d) Autism Speaks (se define a sí misma como la organización
científica y de defensa del autismo más grande del mundo. Aquí
se lo describe como un lobby mediático, global, multiplataforma
y neoliberal).

Estos actores conforman una red de empresas interrelacionadas


y juntos constituyen los fundadores del AIC, cada uno de los
cuales participa en la mercantilización del autismo, así como en
su manufactura y marketing, a través de producir lógicas
intervencionistas para su consumo público. Así, cada uno de
estos componentes también mercantiliza los cuerpos autistas y
sus identidades.
Como advirtió Eisenhower, cuando el poder se consolide en
manos de unos pocos, debemos cuidarnos de su posible abuso.
Eisenhower vio un peligro inherente a la rentabilidad del
complejo industrial militar: temía que la industria no fuera
impulsada por los intereses de la seguridad nacional, sino por los
intereses de la rentabilidad privada y corporativa. También

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temía que los costos humanos de la proliferación militar se
consideraran insignificantes frente a su rentabilidad. Del mismo
modo, tememos (y afirmamos) que el AIC no está impulsada por
los intereses de las personas autistas, sino por los intereses de
aquellos que se benefician del AIC. Además, sostenemos que los
costos para las personas autistas de la proliferación del AIC
generalmente se han considerado, hasta ahora, como
insignificantes frente a su rentabilidad.
Eisenhower advirtió del peligro de convertir el ejército
estadounidense en un sector generador de ganancias
económicas, previendo el potencial de corrupción, consolidación
del poder y, sobre todo, ganancias que superan a la seguridad
nacional como el motor central en la toma de decisiones. Podría
decirse que el surgimiento del complejo militar-industrial fue un
desarrollo inevitable en el capitalismo estadounidense de finales
del siglo XX. También lo fue el consumo de los sectores
económicos de salud (por parte de las industrias farmacéutica y
de seguros de salud), educación (por parte de las industrias de
edición y pruebas de libros de texto) y seguridad pública y justicia
penal (por parte de la industria penitenciaria), entre una miríada
de otros sectores económicos que posiblemente nunca deberían
ser impulsados por la extracción de ganancias corporativas o
privadas. Las primeras descripciones del AIC se centran en
documentar la infraestructura generadora de beneficios (p.ej., la
venta de servicios de intervención, productos, etc.). Sin
embargo, aquí sostenemos que esos productos (bienes o
servicios) son, en realidad, un fenómeno colateral del AIC o un
subproducto de la industria del autismo. Nos permiten descifrar

20
la existencia del AIC, pero no constituyen por sí mismos el AIC, ni
sus productos más destacados o fundacionales.
Estamos de acuerdo con la afirmación de Mallett y Runswick-
Cole (2016) de que el autismo se ha mercantilizado con éxito, y
sostenemos que es el autismo como mercancía el principal
producto de consumo en el AIC. Sin embargo, aunque Mallett y
Runswick-Cole (2014, 2016) centran gran parte de su discusión
en que el conocimiento sobre autismo es una mercancía,
reiteramos que el autismo no existe simplemente como una
idea intangible, siendo comprada, vendida, intercambiada y
consumida en un mercado abstracto. Más bien, el autismo es
una construcción inscrita, experimentada y materializada por
los cuerpos de las personas autistas, y estamos de acuerdo con
la afirmación de McGuire (2016) de que el AIC genera industrias
multimillonarias de las cuales se benefician inversores públicos y
privados, y cuya supervivencia fiscal depende del cuerpo autista
(p. 126, énfasis nuestro). Si bien el capitalismo neoliberal
sustenta la totalidad del AIC, una ideología más específica
también impulsa su desarrollo: la psicología conductual
operante, y su análisis de comportamiento aplicado (ABA). Este
último ha sido lo que ha permitido el desarrollo de una
infraestructura a gran escala para generar ganancias a partir del
autismo en el transcurso de los últimos setenta y cinco años. Y la
ideología específica del conductismo operante (ABA), sumada
a la ideología del neoliberalismo, ha moldeado profundamente
el segundo producto ideológico central fabricado y consumido
en la AIC: la lógica cultural de la intervención (conductual).

21
Este análisis intenta descifrar el entramado histórico entre el
autismo, el conductismo operante y el capitalismo, tal como
surgieron a mediados del siglo XX y persisten en la actualidad. El
conductismo estuvo implicado en la fundación del AIC debido a
circunstancias fortuitas; su ascenso coincidió con la
consolidación del autismo como categoría ontológica, y con el
desarrollo del neoliberalismo global. Sin embargo, el papel del
conductismo podría haberlo desempeñado fácilmente la
psicología freudiana (una o dos décadas antes) o la neurociencia
basada en el cerebro (unas pocas décadas después). El AIC nos
permite examinar cómo la ideología y la política cultural
evolucionan a medida que lo hace el capitalismo. Debemos
entender ambas en relación una con la otra y con el autismo
como una categoría ontológica históricamente específica. El
complejo industrial consiste en asociar el autismo con su
significado cultural particular, para después transformarlo aún
más en una mercancía exitosa mediante su manufactura,
extracción e imagen corporativa. Además, el complejo
industrial fabrica su mercado y sus consumidores (legitimando
su necesidad) produciendo la lógica cultural de intervención. El
“problema” central, desde esta perspectiva (si se presiona para
identificar solo uno), tiene que ver menos con el conductismo
que con el propio capitalismo.

22
3.1 ¿Qué te están vendiendo? Autismo dentro del
capitalismo
Wang (2018), en un análisis incisivo de la economía de la deuda
en su texto clave “Carceral Capitalism”, pregunta: cuando los
prestamistas depredadores se dirigen a consumidores en busca
de "oportunidades" para abrir líneas de crédito y consumir otras
formas de productos derivados de la mercancía de deuda, “¿qué
te están vendiendo?” (pág. 32). Las instituciones financieras
involucradas en estas prácticas, argumenta, “le están vendiendo
el endeudamiento mismo” (p. 33). Ampliamos la
conceptualización inicial de McGuire del AIC haciendo la
pregunta simple, cuando el AIC está fabricando sus productos
para el consumo, "¿qué te están vendiendo?" Sí, los servicios de
intervención se están produciendo y consumiendo. En su mayor
parte, están siendo producidos por profesiones que no existían
hace un siglo: terapeutas del comportamiento, terapeutas del
habla y del lenguaje, terapeutas ocupacionales, educadores
especiales, terapeutas de juego, firmas legales especializadas en
litigios relacionados con el autismo, etc. Y están siendo
consumidos principalmente por padres y madres alistas de niñes
autistas, y los centros escolares públicos encargados de
educarles. En la economía del autismo, los productos
individuales que se compran y venden (las terapias, los libros,
las camisetas de "concienciación", los fidget spinners, la
miríada de intervenciones y servicios) constituyen la industria
del autismo. Pero en el AIC se consume mucho más que estos
productos. ¿Qué más nos están vendiendo? Además de estos
productos y servicios que originan transacciones de miles de

23
millones de dólares anuales en el AIC, sostenemos que el
producto central es el propio autismo producido y
comercializado para su consumo público, y que el producto
complementario es la lógica cultural de la intervención.
Un marco analítico crucial que aplicamos en nuestro análisis del
AIC surge del análisis crítico de Wang del capitalismo carcelario,
específicamente, su expansión conceptual de la noción de Marx
del lumpenproletariado (población al margen o debajo del
proletariado). En “Carceral Capitalism”, Wang describe la
economía política del sistema penitenciario. Se basa en la teórica
marxista de Rosa Luxemburgo para describir cómo la
acumulación capitalista se adapta a las formas cambiantes de
producción y consumo capitalistas. Wang argumenta que Marx
asumía que el proletariado está incorporado al sistema
capitalista como trabajadores asalariados. Sin embargo, debido
al rápido avance tecnológico en la producción, esto ya no es así
y "los sectores de la fuerza de trabajo también se apartan
regularmente del proceso de producción" (pág. 109). Wang
sostiene que “este proceso abre continuamente nuevos
dominios para la expropiación y la generación de valor, ya sea a
través de préstamos de dinero o el almacenamiento de personas
en las cárceles” (p. 109). La deuda es un medio de consumo para
desempleados, lo que el geógrafo marxista David Harvey
denomina “acumulación por desposesión” (Harvey, 2003, p.
154). Ella describe la clase lumpen de Marx, los desempleados,
con una función dual. La primera función (original de Marx) es
crear una clase que esté disponible para trabajar y que funcione
como una reserva laboral, haciendo bajar los salarios y evitando

24
la sindicalización. Wang articula una segunda función: el
lumpenproletariado también está integrado en la clase
consumidora mediante la adquisición de deuda y el consumo de
dinero prestado.
El AIC es otro mecanismo por el cual la clase lumpen (los
desempleados) se integran al consumo. Las personas
discapacitadas están subempleadas (Persons with a Disability:
Labor Force Characteristics—2019, 2020) y, dependiendo de la
naturaleza de la discapacidad, es posible que no ingresen en la
economía como trabajadores asalariados. Sin embargo, al igual
que la adquisición de deuda de consumo, les autistas se
adquieren un endeudamiento innato mediante la retórica de la
AIC. La deuda aquí es educativa, terapéutica. Abundan las
estimaciones sobre el costo de esta deuda educativa y
terapéutica. Grinker (2020) señala que “Buescher et al. (2014)
estiman que, para el Reino Unido, el costo promedio de por vida
del cuidado de una persona autista es de $1.4 millones; Leigh y
Du (2015) estiman que para el año 2025 el costo nacional total
en los Estados Unidos por el cuidado de las personas autistas
superará los $461 mil millones por año” (p. 7). Además, Grinker
(2018) señala que, "paradójicamente, el autismo es a la vez una
amenaza para el crecimiento económico y (al menos para
muchas partes de la sociedad estadounidense) un motor de
crecimiento económico" (p. 244). Sin embargo, no creemos que
sea verdaderamente paradójico. La primera narrativa (el alto
"costo" del autismo) cumple un papel necesario para justificar
de la extracción de ganancias de la industria del autismo (por lo

25
tanto, esta aparente "paradoja" que argumentamos no es más
que dos caras de la moneda neoliberal).
Mitchell y Snyder (2015) mantienen que, en una economía
política neoliberal, “la discapacidad se ha transformado en un
objetivo de las estrategias de intervención” y las personas con
discapacidad se han convertido en objetos de atención para el
sector servicios” (p. 105). Y aunque Mitchell y Snyder postulan
que la noción de "carga" pertenece a una era económica
anterior, argumentamos que, retóricamente, la presentación de
las personas autistas como posibles cargas económicas futuras
sigue siendo una justificación para la participación y el
consentimiento en la industria de intervención (en la que se
extrae sistemáticamente beneficios de las personas autistas). La
cantidad neta de terapia necesaria para cerrar la brecha con el
trabajador asalariado/consumidor se convierte en un medio de
consumo, integrando así la ciudadanía autista lumpen y
desposeída en el ámbito del consumo como consumidores de
intervención. O, como sostienen Mitchell y Snyder, el
capaznacionalismo (ablenationalism) sitúa a los cuerpos
discapacitados (en este caso, autistas) “en una posición
equivalente a geografías infraexploradas: son reconocidos
como sitios anteriormente ignorados pero que ahora están
disponibles para nuevas oportunidades de extracción de
mercado” (p. 206).

26
A diferencia del concepto original de Marx de la clase lumpen,
en el caso de las personas autistas, no solo aquellos mayores de
edad son un objetivo, sino también niñes autistas de tan solo
dos años de edad son movilizados económicamente como
materia prima para ser extraída y capitalizada, incluso cuando
sus padres, madres y escuelas se integran como consumidores
de la intervención. El alcance masivo del AIC depende de la
combinación exitosa de la arquitectura económica y política
cultural, de manera que alistas (principalmente padres y madres
de niñes autistas, maestros adultos, etc.) fueron preparados
como consumidores objetivo de autismo (y, por lo tanto, su
complejo de intervenciones). Así se ha mercantilizado el
concepto de autismo, pero también, el consumo de cuerpos
autistas, incluidos los cuerpos de niñes muy pequeñes, en la
generación de ganancias.
El AIC podría haberse desarrollado de manera ligeramente
diferente si las circunstancias históricas y culturales específicas
se hubieran desarrollado de manera ligeramente distinta (20
años antes, su sustrato fundacional pudo haber sido la psicología

27
freudiana; 20 años después, pudo haber sido la neurociencia),
pero esencialmente, dentro del capitalismo neoliberal, tuvo que
desarrollarse, y sin duda seguirá existiendo, un AIC. Nos ha
alimentado intelectualmente los estudios críticos sobre el
autismo (por ejemplo, antropológicos, sociológicos, literarios,
retóricos, feministas, queer, etc.), incluido el nacimiento de un
subcampo de investigación académica dedicado a ello (ECA). Sin
embargo, simplemente no podemos avanzar más con nuestra
propia erudición crítica sobre el autismo sin una exploración
sistemática y exhaustiva de las intersecciones del capitalismo
neoliberal y el autismo, y las formas en que el primero ha sido
constitutivo del segundo (prácticamente desde su concepción).

3.2 ¿Qué te están vendiendo? La lógica cultural de la


intervención
El AIC no podría prosperar como lo ha hecho si simplemente
produjera la mercancía del autismo; también fabrica una
narrativa normativa: la lógica cultural de la intervención. Por lo
tanto, dentro de la producción de autismo para el consumo
público se incluye la fabricación simultánea de productos
retóricos constituyentes de (a) tanto la necesidad como el
consentimiento para la intervención para el autismo y (b) la
legitimización del ABA. Esta retórica dispone que el autismo no
solo es peligroso, amenazante y malo, sino que también
requiere intervención, y que ciertas formas de intervención son
más legítimas que otras.

28
La lógica cultural genera la necesidad y el consentimiento para
su intervención, mediante la manipulación sistemática de los
miedos y esperanzas culturales, al elaborar narrativas
hegemónicas de que el autismo (por supuesto) necesita
intervención. El mecanismo principal es una campaña mediática
global, ubicua, multiplataforma, sofisticada y de amplio alcance;
esto es: redes sociales, televisión, revistas, periódicos,
programas de entrevistas, radio, anuncios de servicio público,
conciertos de recaudación de fondos patrocinados por
celebridades, documentos y retórica gubernamentales y de
políticas, etc., hasta incluir campañas mediáticas globales y la
propia industria de servicios de intervención de ABA. Además,
señalamos que esta campaña mediática, y sus olas anteriores de
activismo azul y académico, está constituido por un fuerte
sentido de urgencia cultural (p. ej., el autismo es una
"emergencia", es una "epidemia", es un "tsunami", etc.). Así se
establece la necesidad y facilita el consentimiento generalizado
de la participación en la industria de la intervención. Desde sus
inicios, algo que solo puede entenderse como una campaña de
marketing y desarrollo de marca a gran escala, la retórica de la
esperanza y del miedo se ha desplegado de forma exitosa
(Broderick, 2009; Broderick, 2010); Broderick, 2011).
Otra retórica adicional de la lógica cultural de la intervención es
la legitimidad del AIC (tanto “científica” a través cientificismo,
como “profesional” a través de la infraestructura de certificación
centralizadas del BACB). La retórica de la ciencia ha sido
fundamental para la campaña de marketing del AIC, sirviendo
como argumento fundamental para el monopolio del ABA. Por

29
consiguiente, el propio aparato de generación de ganancias ha
servido para legitimar los productos y tecnologías de la
intervención. Es decir, ofrecemos ABA y solo reconocemos este
por estar “basado en la evidencia”, nos aseguramos a través de
políticas de lobby que los fondos fluirán hacia nuestros
servicios, otorgándonos un monopolio; por lo tanto, también
tendremos legitimidad de mercado. Academia, política y
medios de comunicación trabajan conjuntamente para que
tanto 1) la privatización de la industria de intervención como 2)
la globalización del “activismo” y la filantropía emerjan como
instituciones monolíticas, políticamente "neutrales",
"legítimas" y, lo que es más importante, lucrativas.

3.3 ¿Qué te están vendiendo? Identidad autista


Al final, la producción de identidades autistas no se puede
separar del autismo como mercancía y su lógica intervencionista.
El AIC mismo es un parásito de los cuerpos de las personas
autistas; no puede existir sin las personas autistas, que a
menudo son explotadas como materia prima involuntaria para la
extracción de ganancias en el complejo industrial,
particularmente cuando son cuerpos de niñes autistas muy
pequeñes. A través de tecnologías biopolíticas de control y
monopolios de ideas casi propagandísticos, el AIC construye
activamente el significado de ser autista dentro del capitalismo
neoliberal global. Es importante destacar que este tercer
producto constituyente del AIC es inseparable de los dos
primeros. De hecho, uno no puede participar en la producción
de cualquiera de estos tres sin participar efectivamente en la

30
producción de los otros dos. Por ejemplo, en la fabricación de la
necesidad del AIC y, por lo tanto, en la sugestión de su
consentimiento, las identidades se forjan simultáneamente a
través de poderosos procesos que transforman e interpelan las
subjetividades individuales.
Dentro del AIC, las identidades autistas se manufacturan a través
de determinadas representaciones mediáticas y culturales, junto
con tecnologías biopolíticas de vigilancia y control. De igual
manera, cuando el AIC fabrica retóricamente la necesidad de su
arquitectura económica (productos de intervención,
tecnologías, servicios, etc.) propagando atroces metáforas
ideológicas sobre el autismo como enemigo, depredador,
alienígena, epidemia, tsunami, carga, etc. se comercializan las
identidades para su consumo. Las personas autistas se integran
al consumo como lumpenproletariado que fundamenta
económicamente la industria de intervención. ¿Qué te están
vendiendo? Una noción cínica, sesgada, intolerante y
devaluada del autismo en sí mismo y, por lo tanto, de ser
autista. Una diferencia significativa en este caso es que las
personas autistas no son los principales consumidores a los que
se dirige el mercado del AIC, sino les progenitores no autistas.
Este análisis se desvía de otros estudios críticos, muchos de los
cuales parecen aceptar la naturalidad de la industria de
intervención en sí misma, y la mayoría de los cuales sitúan sus
críticas dentro de las políticas de austeridad neoliberal y
preocupaciones sobre la escasez de recursos de intervención.
Por ejemplo, Mallett y Runswick-Cole (2016) nos advierten del
potencial del autismo para volverse “inútil” y quedar sujeto a los
31
caprichos del mercado, siendo la pérdida de los servicios de
apoyo un daño colateral. Sostenemos que el AIC es por sí mismo
un rico generador. Es más, el AIC consume a través de la
construcción de las personas autistas como infinitamente
endeudadas. Juntas, la producción y la mercantilización del
autismo como categoría ontológica y la lógica cultural de
intervención en relación con el AIC han estado estructurando
nuestras ideas y conceptualizaciones sobre el autismo, nuestro
acceso a información disidente sobre el autismo y limitando
efectivamente el rango de nuestras respuestas al autismo al
inundar el mercado de las ideas con el monopolio de la
intervención en general y de la intervención en particular,
durante más de setenta y cinco años.

32
33
4. Discusión: dentro (¿y fuera?) el aparato del AIC
Muy a menudo, en este punto de los manuscritos académicos,
los autores cierran con llamados a la acción que pretenden ser
radicales y transformadores (es decir, instar a los lectores a
"desmantelar" o "deconstruir" las estructuras institucionales
opresivas), pero que la mayoría de las veces son ineficaces. Dicho
de otro modo: al excavar esta historia en particular, no estamos
sugiriendo que haya una alternativa simple, directa,
transformadora o revolucionaria al AIC. No nos interesa crear un
enemigo alternativo. No estamos tratando de prohibir el
conductismo (como han sugerido en espacios más activistas)
(Sequenzia, 2016). No estamos llamando a la revolución o al
desmantelamiento sistemático del conductismo o del
capitalismo. Como experimento mental, eliminar por completo
el conductismo de la mezcla aún deja: autismo y capitalismo.
Esto es (y seguirá siendo) el quid de la cuestión.
Entonces, ¿es posible operar fuera, más allá, en la subversión
activa del capitalismo? Mitchell y Snyder (2015) ofrecen su
excavación de la biopolítica para generar subversión o incluso
insurgencia contra el neoliberalismo: “En lugar de postular un
espacio fuera del capitalismo neoliberal, la biopolítica de la
discapacidad explora cómo evolucionan las formas de
disidencia dentro de las rúbricas limitantes de la diversidad
neoliberal” (p. 219), o lo que ellos denominan “formas de
insubordinación dentro del capitalismo global” (p. 206). Y así
como las redes del AIC están vagamente entretejidas y, a veces,
incluso operan en competencia entre sí, también

34
argumentamos que las posibilidades de formas colectivas de
disidencia se ejercen dentro o incluso fuera del AIC.
No podemos dejar de evocar en este momento la imagen y el
ejemplo del hongo Matsutake, explorado con glorioso, rico,
complejo y matizado detalle por Anna Lowenhaupt Tsing (2015),
en su brillantemente interpretada The Mushroom at the End of
the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins. El texto
de Tsing es un estudio antropológico multiespecie de los hongos
Matsutake y la extraña economía clandestina en torno a su
cultivo, recolección y distribución. El Matsutake es un hongo
aromático, raro y valioso cuyas características definitorias son la
capacidad de crecer dentro de diversos detritos y una economía
construida por aquellos a menudo marginados por los mercados
tradicionales: los recolectores. El texto de Tsing proporciona un
rico estudio de caso sobre cómo existir dentro de los confines
del capitalismo de última etapa y resistir al capitalismo como una
gran narrativa para encontrar posibilidades, en el caso de los
recolectores de Matsutake, una vida en el bosque que elude
algunos de los traumas de la sociedad en general. Tsing describe
cómo la recolección de Matsutake es un proyecto de
supervivencia colectiva y argumenta que la coordinación
involuntaria se desarrolla como un ensamblaje, contaminado y
polifónico al mismo tiempo.
Ofrecemos, para cerrar, tres breves, diversos, posibles y
polifónicos ejemplos de supervivencia dentro (¿y fuera?) del AIC,
en las ruinas del capitalismo neoliberal (que no quiere decir
después del capitalismo, sino dentro de él, invadiéndolo y a
pesar de él).
35
1) Las resistencias cotidianas, corporales, que se dan en los
diversos espacios de contención dentro del AIC: la clínica, la casa
de acogida, la escuela, la práctica de terapia. He trazado algunas
de estas resistencias dentro del ABA (Roscigno, 2019).
Específicamente, estamos hablando de los "golpeadores de
cabeza", "mordedores", "corredores" y "esparcidores de
mierda" que ralentizan el AIC a través de su resistencia física,
incluso cuando dicha resistencia no es completa, consciente o
parte de algún plan activista más amplio. Tsing caracteriza dicha
actividad como un “bien común latente” (p. 255) que describe
negativamente, “los bienes comunes latentes no se
institucionalizan bien”, afirmando que “los intentos de convertir
los bienes comunes en políticas son encomiablemente valientes,
pero no captan la efervescencia de estos. Los bienes comunes
latentes se mueven en los intersticios de la ley; es catalizada por
la infracción, la infección, la falta de atención, y la caza furtiva”
(p. 255). Estas resistencias corporales temporales forman un
bien común latente que permite la actividad de resistencia
fuera de las grandes narrativas de progreso redentor.
2) La importancia del movimiento de la Neurodiversidad/Orgullo
Autista para forjar una importante coalición y lugar de
resistencia. El movimiento de la Neurodiversidad ha logrado
avances materiales para las personas autistas en educación,
atención médica, empleo, vivienda, etc., a través del activismo y
el trabajo político. Organizaciones como Autistic Self Advocacy
Network (ASAN) han ayudado a llamar la atención sobre las
personas autistas como un grupo marginado, y a usurpar parte
del poder de las organizaciones de madres, padres y

36
profesionales. Podría decirse que la contribución más
importante del movimiento de la Neurodiversidad ha sido la
creación de un lenguaje, una plataforma y una infraestructura
para ayudar a las personas autistas a encontrarse, organizarse,
comunicarse y crear redes de apoyo vitales fuera del AIC. Los
proyectos de ayuda mutua, como el Fondo de Reparación
Comunitaria para la Interdependencia, la Supervivencia y el
Empoderamiento de las Personas Autistas Racializadas,
organizado por Lydia X.Z. Brown, Morénike Giwa Onaiwu,
Sharon daVanport y Sara María Acevedo, han proporcionado
importantes recursos de supervivencia para las personas
autistas y frustran los objetivos del AIC de extraer tanto capital
como sea posible de las personas autistas, en lugar de dirigir el
capital hacia estas.
3) Por último, y tal vez en la evocación más cercana a los hongos
Matsutake de Tsing, está el colectivo de personas autistas que (a
sabiendas o no) logran evadir el aparato del AIC ya sea (a)
operando bajo el radar o en “modo sigiloso” dentro del ámbito
educativo y complejos industriales médicos en sí mismos, o (b)
operando "fuera de la red", es decir, más o menos fuera de los
complejos industriales médicos y de educación formal. Lo
primero puede describirse como una forma de desidentificación,
y puede ser potencialmente criticado como “passing” (“que pasa
por”) aquellos interesados en el binarismo discapacitade/no
discapacitade o autista/alista. Sin embargo, tal desidentificación
puede surgir fácilmente de una evaluación cínica de las
posibilidades (y, de hecho, las limitaciones) de las políticas de
identidad como base organizativa de la acción política y, por lo

37
tanto, como estratégicas y potencialmente subversivas para el
AIC. Ya sea estratégico o no, este “modo sigiloso” puede, sin
embargo, entenderse como generador de una forma de lo que
Tsing llama “diversidad contaminada” (p. 29), que “cambia el
trabajo que imaginamos por nombres, incluidas etnias y
especies” (p. 29), y, diríamos, identidades como construcciones
ontológicas: autista y no autista. ¿Cuál es el “trabajo” del
“autismo” en términos de identificación? ¿Qué podría significar
la confusión de autista con alista (p. ej., el borrado del
binarismo)?
El último de estos ejemplos de evadir el aparato del AIC (es decir,
operar "fuera de la red") es una experiencia cada vez más común
para una amplia gama de personas. Con esto nos referimos a las
personas autistas que construyen vidas y prosperan en las
“ruinas”, que no buscan diagnóstico, papeleo, intervención o
alojamiento, sino un espacio en el que puedan vivir y prosperar
sin referencia a tales construcciones. Estas son las personas que
se ganan la vida y construyen su comunidad en economías
asincrónicas, digitales, no centralizadas o en empleos flexibles
como la informática y otros campos analíticos, donde la
experiencia autista es un activo en lugar de un pasivo. Estos son
les niñes autistas que prosperan libres, sin escolarización o
educades en casa, que desarrollan sus talentos, intereses y
fortalezas sin referencia a un sistema escolar que los ve como
fundamentalmente deficientes y necesitados de arreglo (es
decir, aparentar ser menos autista). Hay precariedad en esto, sí,
pero la precariedad, como nos señala Tsing, es cada vez más
endémica de la vida contemporánea. La curiosidad por estas

38
formas de vivir en subversión o sin referencia al AIC podría ser lo
que ella llama “el primer requisito de supervivencia colaborativa
en tiempos precarios” (p. 2). Y estamos viviendo tiempos
precarios.

Referencias
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