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El Charro provenía de una familia humilde.

Sus padres, aunque lo


amaban, nunca pudieron cumplirle sus caprichos. Al Charro siempre le
gustó ir bien vestido, a veces incluso, no comía durante días para
ahorrarse unos pesos y con lo juntado, poder completar para un buen
sombrero.

Sin embargo, estaba cansado de su inagotable pobreza. Por más que


trabajaba, el dinero nunca le alcanzaba y tenía que andar todo el día
con las manos llenas de tierra.

Tiempo después, murieron sus padres. Al quedar solo, la miseria del


Charro aumentó considerablemente por lo que tomó una decisión que
cambiaría su vida: invocar al diablo para pedirle riqueza.

No se sabe cómo lo consiguió, pero finalmente, Lucifer se apareció.


Aquella entidad supo leer los ojos y el espíritu del hombre que lo había
llamado, así que de inmediato le ofreció cantidades de dinero que ni
siquiera en dos vidas podría gastar. Lo único que pedía a cambio, era
su alma.

El Charro, en ese entonces era altivo y valiente así que la Estrella de la


Mañana no había logrado asustarlo y aceptó.

Pasó el tiempo y poco a poco la juventud del Charro comenzó a


despedirse. De repente, se dio cuenta de que estaba cansado de gastar
sus riquezas en mujeres, apuestas, vino y costosos trajes. A la par, la
sensación de soledad le oprimía el pecho y apenas lo dejaba respirar.
Nadie lo quería por lo que era sino por las riquezas que poseía.
El Charro ya se había olvidado de aquel trato que lo maldijo. Por eso,
cuando se le apareció el diablo para recordarle que la hora del cobro
estaba cerca, se asustó como nunca.

El terror invadió a nuestro protagonista hasta el último rincón de sus


entrañas. Recordó su deuda y, por cobardía, comenzó a ocultarse.
Mandó al personal de su hacienda a poner cruces por toda su propiedad
y a construir una pequeña capilla.

No obstante, el recuerdo de la deuda pendiente no lo dejaba dormir ni


disfrutar de los pocos meses que le quedaban de vida. Así que, en un
arranque de miedo tomó a su mejor caballo junto con una bolsa que
contenía unas cuantas monedas de oro que no se había gastado.
Emprendió el viaje durante la noche, para que nadie lo viera huir.

Sin embargo, el diablo se dio cuenta de que el Charro faltaría a su


palabra así que volvió a aparecer frente al jinete y su caballo pero esta
vez, con el fin de llevárselo.

—Iba a esperar a que murieras para cobrar la deuda que tienes


conmigo, pero, como te ocultas cobardemente, te llevaré ahora —dijo el
diablo.

El Charro no tuvo tiempo de responder. Cuando se dio cuenta, su


caballo, encabritado, trató de patear al demonio pero era tarde, los
brazos de su amo habían comenzado a secarse y su carne a
desaparecer. Solo le quedaba el ajuar de Charro encima de los huesos
blanquecinos. El diablo volvió a hablar:

—Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y
condenada a acompañarte a tu viaje hacia el infierno. Aunque, de vez
en cuando, quiero que hagas algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si
haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre que acepte esa bolsa con
monedas de oro que traes, tome tu lugar.

Desde entonces, aquel hombre fue condenado a sufrir incontables


tormentos en el infierno y a salir de ahí solo para cobrar a quienes
tienen deudas pendientes con Lucifer. Esto con la esperanza de que
una noche, algún viajero, traicionado por su avaricia, tomé su lugar.
Solo así, el Charro Negro y su caballo podrán descansar en paz.

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