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La leyenda del Charro Negro

Cuando el sol comienza a esconderse y las gallinas trepan los árboles para dormirse,
las madres meten a sus hijos, las puertas de las casas son atrancadas y los viajeros
apresuran el paso mientras rezan. Nadie quiere encontrarse con el Charro Negro.
Se trata de un ente que recibe el nombre por su vestimenta. Siempre que se aparece,
porta un elegante ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata. Se le puede
ver montado sobre su caballo: un gran animal cuyos ojos son dos bolas de fuego que
parecen hurgar en el alma de la víctima.

El Charro provenía de una familia humilde. Sus padres, aunque lo amaban, nunca
pudieron cumplirle sus caprichos. Al Charro siempre le gustó ir bien vestido, a veces
incluso, no comía durante días para ahorrarse unos pesos y con lo juntado, poder
completar para un buen sombrero.

Sin embargo, estaba cansado de su inagotable pobreza. Por más que trabajaba, el
dinero nunca le alcanzaba y tenía que andar todo el día con las manos llenas de tierra.
Tiempo después, murieron sus padres. Al quedar solo, la miseria del Charro aumentó
considerablemente por lo que tomó una decisión que cambiaría su vida: invocar al
diablo para pedirle riqueza.

No se sabe cómo lo consiguió, pero finalmente, Lucifer se apareció. Aquella entidad


supo leer los ojos y el espíritu del hombre que lo había llamado, así que de inmediato
le ofreció cantidades de dinero que ni siquiera en dos vidas podría gastar. Lo único
que pedía a cambio, era su alma.

El Charro, en ese entonces era altivo y valiente así que la Estrella de la Mañana no
había logrado asustarlo y aceptó.

Pasó el tiempo y poco a poco la juventud del Charro comenzó a despedirse. De


repente, se dio cuenta de que estaba cansado de gastar sus riquezas en mujeres,
apuestas, vino y costosos trajes. A la par, la sensación de soledad le oprimía el pecho y
apenas lo dejaba respirar. Nadie lo quería por lo que era sino por las riquezas que
poseía.

Pasó el tiempo y poco a poco la juventud del Charro comenzó a despedirse. De


repente, se dio cuenta de que estaba cansado de gastar sus riquezas en mujeres,
apuestas, vino y costosos trajes. A la par, la sensación de soledad le oprimía el pecho y
apenas lo dejaba respirar. Nadie lo quería por lo que era sino por las riquezas que
poseía.
El Charro ya se había olvidado de aquel trato que lo maldijo. Por eso, cuando se le
apareció el diablo para recordarle que la hora del cobro estaba cerca, se asustó como
nunca.

El terror invadió a nuestro protagonista hasta el último rincón de sus entrañas. Recordó
su deuda y, por cobardía, comenzó a ocultarse. Mandó al personal de su hacienda a
poner cruces por toda su propiedad y a construir una pequeña capilla.
No obstante, el recuerdo de la deuda pendiente no lo dejaba dormir ni disfrutar de los
pocos meses que le quedaban de vida. Así que, en un arranque de miedo tomó a su
mejor caballo junto con una bolsa que contenía unas cuantas monedas de oro que no
se había gastado. Emprendió el viaje durante la noche, para que nadie lo viera huir.
Sin embargo, el diablo se dio cuenta de que el Charro faltaría a su palabra así que
volvió a aparecer frente al jinete y su caballo pero esta vez, con el fin de llevárselo.

—Iba a esperar a que murieras para cobrar la deuda que tienes conmigo, pero, como
te ocultas cobardemente, te llevaré ahora —dijo el diablo.

El Charro no tuvo tiempo de responder. Cuando se dio cuenta, su caballo,


encabritado, trató de patear al demonio pero era tarde, los brazos de su amo habían
comenzado a secarse y su carne a desaparecer. Solo le quedaba el ajuar de Charro
encima de los huesos blanquecinos. El diablo volvió a hablar:

—Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y condenada a
acompañarte a tu viaje hacia el infierno. Aunque, de vez en cuando, quiero que hagas
algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre
que acepte esa bolsa con monedas de oro que traes, tome tu lugar.

Desde entonces, aquel hombre fue condenado a sufrir incontables tormentos en el


infierno y a salir de ahí solo para cobrar a quienes tienen deudas pendientes con
Lucifer. Esto con la esperanza de que una noche, algún viajero, traicionado por su
avaricia, tomé su lugar. Solo así, el Charro Negro y su caballo podrán descansar en paz.

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