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Cuando el sol comienza a esconderse y las gallinas trepan los árboles para dormirse,
las madres meten a sus hijos, las puertas de las casas son atrancadas y los viajeros
apresuran el paso mientras rezan. Nadie quiere encontrarse con el Charro Negro.
Se trata de un ente que recibe el nombre por su vestimenta. Siempre que se aparece,
porta un elegante ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata. Se le puede
ver montado sobre su caballo: un gran animal cuyos ojos son dos bolas de fuego que
parecen hurgar en el alma de la víctima.
El Charro provenía de una familia humilde. Sus padres, aunque lo amaban, nunca
pudieron cumplirle sus caprichos. Al Charro siempre le gustó ir bien vestido, a veces
incluso, no comía durante días para ahorrarse unos pesos y con lo juntado, poder
completar para un buen sombrero.
Sin embargo, estaba cansado de su inagotable pobreza. Por más que trabajaba, el
dinero nunca le alcanzaba y tenía que andar todo el día con las manos llenas de tierra.
Tiempo después, murieron sus padres. Al quedar solo, la miseria del Charro aumentó
considerablemente por lo que tomó una decisión que cambiaría su vida: invocar al
diablo para pedirle riqueza.
El Charro, en ese entonces era altivo y valiente así que la Estrella de la Mañana no
había logrado asustarlo y aceptó.
El terror invadió a nuestro protagonista hasta el último rincón de sus entrañas. Recordó
su deuda y, por cobardía, comenzó a ocultarse. Mandó al personal de su hacienda a
poner cruces por toda su propiedad y a construir una pequeña capilla.
No obstante, el recuerdo de la deuda pendiente no lo dejaba dormir ni disfrutar de los
pocos meses que le quedaban de vida. Así que, en un arranque de miedo tomó a su
mejor caballo junto con una bolsa que contenía unas cuantas monedas de oro que no
se había gastado. Emprendió el viaje durante la noche, para que nadie lo viera huir.
Sin embargo, el diablo se dio cuenta de que el Charro faltaría a su palabra así que
volvió a aparecer frente al jinete y su caballo pero esta vez, con el fin de llevárselo.
—Iba a esperar a que murieras para cobrar la deuda que tienes conmigo, pero, como
te ocultas cobardemente, te llevaré ahora —dijo el diablo.
—Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y condenada a
acompañarte a tu viaje hacia el infierno. Aunque, de vez en cuando, quiero que hagas
algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre
que acepte esa bolsa con monedas de oro que traes, tome tu lugar.