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Borja es un apellido que se escribe con sangre y se pronuncia con miedo en los labios de los

habitantes de Llanoverde, un pueblo fronterizo que Abel, en toda su divina gracia, olvido
visitar. Allí, la horca y el hacha han reemplazado a la cruz y la biblia. El verdugo ha
tomado el manto de sacerdote. Y las ejecuciones públicas, son las sagradas misas.

Hace varias generaciones el Conde Fausto I realizo una caza de herejes en los alrededores
de la ciudad amurallada de Llanoverde, luchando en una ardua campaña que duro años,
tiempo en el que veía intermitentemente a su esposa e hijo. El Conde, creyendo que su
campaña estaba a punto de finalizar, regreso a reparar su desgastado cuerpo a su castillo,
pero las raíces de los herejes habían penetrado muy adentro de la virgen tierra de
Llanoverde, más de lo que el Conde pensaba. Se encontró con su esposa yaciendo en los
brazos del falso ídolo de los herejes: Una estatua de bronce de un hombre musculoso,
portando un prominente miembro entre sus piernas y con cabeza de cabra. Rodeada de un
mar de carne que agonizaba en éxtasis.

La furia arraso con la lujuria, y el conde mato a cada uno de los herejes menos a uno, su
esposa. No podía matar a aquella persona que amaba tanto, pero no podía vivir con el odio
que sentía, y el lamento de su alma abrió una apertura en su fe, y el demonio que habitaba
en el ídolo se manifestó en la mente del conde, y el demonio le ofreció cohabitar el cuerpo
de la cabeza de la familia Borja, a cambio de tomar las decisiones difíciles por él. El Conde
acepto, y sello el destino de su familia y de su pueblo.

El demonio cumplió, tomo posesión del cuerpo del Conde y asesino a su esposa, para
después volverse un susurro distante en los oídos del Conde, y un sueño que te hace
despertar sudado por las mañanas, pero no puedes recordar. Gracias a lo vivido y a la
influencia del demonio, el mandato del Conde se volvió cada vez más tiránico y su persona
se volvió cada vez más paranoica, amargada y despiadada. Las cacerías de herejes se
incrementaron, y el vecino empezó a sospechar del vecino, y el familiar del familiar, pero
aun con amargura en su corazón, dudaba cada vez que veía a un padre, a una madre o un
niño llorar por su familiar perdido, o a la víctima clamar inocencia con todo su ser, pero en
esos casos, como habían acordado, el demonio lo poseía cuando él no podía tomar una de
ese estilo. El terror no hacía más que aumentar, al igual que la maldad del Conde, y en los
últimos momentos de la vida del Conde, el demonio le revelo para su macabra diversión
que todo había sido orquestado por él. Plantando cultos satánicos en los pueblos más
pequeños y vulnerables a los que nadie les haría caso, hasta que fueron lo bastante
numerosos para ser notados, atrayendo la atención del Conde, quien salió para darle caza a
sus peones, mientras él se infiltraba en su ciudad desprotegida y corrompía a sus
ciudadanos, llegando hasta su esposa, y finalmente a él, manipulándolo para llenar su alma
de maldad. Ahora, iba a influenciar a su descendencia para ennegrecer su corazón tanto
como el de Fausto, y devorar sus almas al morir para aumentar su poder, justo como iba a
hacer con él. Y allí murió Fausto, presa de la desesperación. Pero el demonio, no
desapareció, y el hijo de Fausto continuó con la obra de su padre, cazando herejes con
fervorosa devoción, y sin una pizca de piedad. Y el ciclo se repitió, como si la ciudad se
sumiera en una pesadilla sin Fin.

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