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EL BANQUETE DEL

NARCISO
(Pequeña antología personal)

Manuel Arduino Pavón

manuelarduinopavn@yahoo.com.ar

manarduino@hotmail.com
CUATRO METROS

Mi cabellera tiene cerca de cuatro metros de longitud.

De pequeña le prometí a la diosa que sólo me la cortaría si descubría el

misterio de la vida.

Al principio caminé mundo buscando una explicación plausible.

Después el peso de la cabellera me obligó a permanecer en la choza todo

el día.

No descubrí el misterio de la vida, pero creo que mi decisión me convirtió

en alguien suficientemente enigmático como para hablar un poco de ello.

Todos se sientan a mi alrededor y me hacen preguntas.

Y yo les hablo en parábolas.

Les hablo de las hierbas del campo y de las raíces y ramas del árbol

banyano.

Y parece que todos entienden aquello que yo todavía no comprendí.


EL PAÍS DE LOS ENANOS

El general no escribió que odiaba a los enanos, escribió que lo

impresionaban. Que no lo dejaban dormir.

¿Qué hizo? Ordenó fusilarlos.

Pero las tropas no estaban adiestradas y gastaron sus cargas disparando

al blanco en vano.

El general tuvo la gran idea. Los constituyó en un escuadrón.

Ochocientos enanos sumaban las fuerzas de aquel excéntrico núcleo de

sabuesos, al que, con una oculta esperanza, mandó al frente de batalla.

Sigilosamente los enanos se infiltraron en las filas del enemigo y tomaron

la Ciudad del Oeste.

Yo acompañé al general a recibir la ciudad conquistada.

Salieron a agasajarnos un gobernador enano y un obispo enano.

El general no lo resistió. Se volvió inmediatamente por donde había

venido.

Pero antes de volverse les concedió una relativa autonomía..


Ordenó que los cartógrafos eliminaran la Ciudad del Oeste de los mapas.

Que los mapas fueran planos inmensos y lustrosos.

Desde entonces ni siquiera yo, que hice el camino hasta allí, volví a dar

con la ciudad de los enanos.

Y es que cuando algo no está en los mapas no existe o está condenado al

olvido.

Tampoco nadie se animó a aquello que olvidó el general.

Porque el olvido es algo tácito y definitivo.

El general murió y no volvió a hablarse del país de los enanos. De los

enanos que consagraron con su sangre espesa aquella ciudad perdida.

Aquella ciudad donde las banderas ondean a pocos centímetros del suelo

sin estar a media asta ni por anunciar las bruscas cenizas de un hombre

primordial.
LOS CRÍMENES

Mi sentimiento de culpa es enorme: no maté al asesino de John.

Lo tuve a pocos metros de mí después que mató a Lennon. Saqué mi

pistola y disparé.

Él lo mató porque lo amaba demasiado. Yo le pegué el tiro a un aparato de

televisión, sólo porque pensé demasiado en cómo hubiera reaccionado

John.

El asesino no recibió el disparo. Yo le disparé a un símbolo, pero el

símbolo continuó adelante, vivo y ostentoso.

Él mató al símbolo y todo acabó.

Mi crimen no tiene perdón.


PELOS

-Como tengo pelos en la lengua no le dije lo que pensaba de su mal

gusto. Por el contrario, lo adulé.

-¿Y él qué te dijo?

-Me trató de reaccionario.

-¡No tiene pelos en la lengua!

-Tiene pelos en la cabeza y del lado de adentro. Esa es la cuestión. Él

tiene el problema y lo padezco yo.


AYUNO POR AYUNO

Como no llovía en los arrozales de mi familia ayuné una semana y un

lunes llovió durante media hora.

Como era muy poca agua, ayuné durante dos semanas y otro lunes llovió

una hora sobre los arrozales.

Entonces ayuné cinco semanas y tres días y terminé hospitalizado.

Dicen que llovió unas horas sobre los arrozales del pueblo, pero lo más

terrible es que en China el río Amarillo se desbordó.


EN LAS PUERTAS DEL BANCO

Ayer y hoy me tomé seis veces el mismo taxi en las puertas del banco, en

una ciudad de ocho millones de personas y con un parque automotor

inmenso.

Una de dos: o están siguiendo mis pasos o todavía no aprendí alguna

lección trascendente para mi vida.

Como el taxi hizo las seis veces el mismo recorrido para dejarme en estas

oficinas, creo conocer de qué naturaleza es la lección que me falta aprender.

Sólo que no entiendo por qué nunca me encuentro en las puertas de este

edificio buscando un taxi para volver de una buena vez al hotel.

Durmiendo en los ascensores de un edificio de oficinas y aseándose

subrepticiamente en los baños, uno tiene muy poco que aprender.


ADÁN

Eva me dio una fruta. Me dijo que era una manzana y que era buena para

el colesterol.

Me intoxicó.

Estoy internado y el médico me dijo que fue como si me hubiera

despachado cien paltas de una vez.

En el almuerzo me trajeron compota de manzanas. Así cocida no la veo ni

la entiendo muy bien.

Eva se fue con el director del Jardín Zoológico.

Vivíamos en el Jardín Botánico y ahora Eva vive en el Jardín Zoológico.

Desaproveché la temporada en el Jardín Botánico para conocer cómo es

una manzana y cómo es una palta.

Sé que nos vamos a encontrar en el infierno y que los dos vamos a dar

nuestras propias versiones. La versión de Eva es inmensamente popular. La

conoce todo el mundo.


Yo pondré de testigo al director del Jardín Botánico. Eva al director del

Jardín Zoológico.

¡Pero sospecho que son la misma persona! ¡O que en realidad hay tres

directores que trabajan mancomunadamente en áreas conexas! ¡Tres que

son uno!

Y en tal caso me parece que le van a dar la razón a la versión de Eva.


EL JUEGO

Perdimos. El equipo jugó mal, pero yo jugué bien.

Mientras se desarrollaba el partido, en el banco de suplentes le aposté a

Ramírez que nos hacían cuatro goles. Le aposté mil pesos. Él aceptó.

Perdimos por cuatro goles.

Yo gané.
EL ESCRITORIO

Aunque parezca mentira mi escritorio se las arregla solo. Yo le dejo los

papeles encima y me voy a dar vueltas por ahí, a tomar el café con los

amigos y luego vuelvo y está todo el trabajo listo.

Mi escritorio tiene una gran versatilidad, se conoce de memoria todos los

procedimientos, el protocolo de los negocios y es un apasionado por el

orden. Me deja todo terminado y en su lugar.

¿Si me falló alguna vez?

No lo llamaría “falla”.

Antes había una alfombra vieja debajo del escritorio. Se la saqué porque

me pareció que era una reliquia inservible, indigna para él.

Como el escritorio no guarda una deseable estabilidad puse bajo la pata

más corta unos folletos de publicidad de una empresa azucarera.


El escritorio no dijo nada, ni siquiera se quejó, pero durante las siguientes

dos semanas la compañía azucarera me bombardeó con todo tipo de

propuestas y exigencias.

Decidí sacar los papeles del piso y los puse sobre el escritorio. Y se

acabó el problema. Mi escritorio se comunicó con la azucarera y todo se

solucionó.

¿Cómo arreglé lo de la renquera? Puse un trozo de plástico.

El escritorio quedó firme y sin balancearse, y como además, a pesar de

saberlo todo sobre administración y secretaría, no sabe nada del plástico, no

existió ningún incidente demasiado grave.

Sólo hubo una carta, un anónimo, reclamando por la reglamentación de

las fábricas de artículos de plástico.

Aunque usted no me crea, pienso que la escribió él, mi escritorio.

Como debía ser, respondí esa carta. Le expliqué la difícil decisión de

poner algo bajo una de sus patas, algo que no atentara contra su natural

dignidad.

Y mi escritorio la aceptó. Desde ese momento el plástico se le pegó a la

pata y todo se arregló, tal como si hubiera anexado un rubro más a su amplia

carpeta.

Es un escritorio ejemplar, casi el ámbito de trabajo de un artista


iluminado, algo superreal. Un escritorio de la verdadera era espacial.

EL CUENTO DEL SUEÑO

Yo no estoy soñando.

Están escribiendo un cuento sobre un hombre que sueña que cae en un

precipicio.

Si yo estuviera soñando que me caigo por un oscuro abismo ya hubiera

alcanzado el suelo.

Seguramente el escritor no sabe cómo terminar el sueño.

No tiene sentido que yo siga contando un cuento que otro se ocupa de

soñar.
MUY PRONTO

Yo le pedí fuego.

-Si no cambiamos, muy pronto el mundo se quedará sin oxígeno —me

dijo.

-Padre, es para prenderle una vela al santo —le expliqué.

-Si no cambiamos, muy pronto la iglesia se va a quedar sin oxígeno.

-Es para hacerle un pedido al santo —le dije, bastante compungido.

-Si no cambiamos, muy pronto el cielo se va a quedar sin stock —me

explicó el cura y me dejó solo con el icono gastado del mártir que una vez

murió por mí.


LA MÁSCARA, LA LEY

Sospecho que todos compraron sus máscaras aquí. Josué y Reyna, los

tres testigos y Maribel.

Voy a comprar mi máscara también.

Ya nadie sospechará de mí, de mi pasado, de mis motivos.

Todo parecido es obra de la casualidad.

Es el rostro de la ley.

La máscara es algo de la ley.

¿Qué más?
GIMNASIA

Estoy practicando una variedad de gimnasia que fortalece los músculos

de la cara.

Parece mentira, pero después de sólo seis meses de masticar la bola de

goma, de soplar el embudo de celofán, de mantener la boca cerrada con un

yunque de plata en el interior, he conseguido ciertos progresos que, por otra

parte, se traducen en un aumento del bienestar y de la autoestima.


Por ejemplo, estoy a un paso, sólo a un paso, de conseguir la cara más

redonda del barrio. Redonda como siempre había soñado tener la cara,

redonda pero intensamente musculada y firme, un verdadero muro de los

lamentos.

Una vez que mi rostro alcance la condición que por tanto tiempo he

soñado, voy a intentar practicar la gimnasia con las orejas. También sueño

con llevar los pabellones de las orejas más allá de lo que habitualmente

exhiben las personas, quiero tener mis propias parabólicas y quizá mejorar

mis registros auditivos a extremos sólo comparables a los del murciélago

cazador.

Y, desde luego, a continuación seguir con los párpados. No sé muy bien

si allí hay músculos, pero aunque no los hubiera, juro que he de esforzarme

con el máximo de energía para que mis párpados se parezcan a cáscaras de

nueces cachondas.
Quiero transformar la apariencia de mi rostro, la fortaleza de mi rostro,

como ningún hombre antes lo intentó.

Quiero abrir puertas, señalar caminos, disipar el lóbrego humo que

mancha el horizonte..

Quiero comenzar a crear una nueva generación, un nuevo paradigma de

belleza.

Quiero inventar un hombre nuevo, un hombre que, empezando y sólo

empezando por el rostro, esté en condiciones de mirar algún día y cara a

cara, la estrella oculta de su creación.

PAISAJES

A veces soy un paquebote cargado de ancianos en sillas de rueda y las

gaviotas. Yo me parezco al altar junto a la cripta, donde se oye caer una gota

de agua sobre la roca. A veces un anciano cae al río y el río se ocupa de todo

y después las albinas gaviotas. Soy el monje que tiene la voz cantante en la

celebración, el pan y el vino. Luego los guardacostas extraen el cuerpo del


anciano y todos se espantan al verlo rejuvenecido: es la muerte y la

tenacidad de las gaviotas. Salimos de la cripta y pasamos junto al altar,

mojamos nuestras manos en la gota que cae. Muchas veces las cenizas del

anciano caen al agua y los otros ancianos beben y se oyen los festejos de

las gaviotas. A veces Dios hace milagros con el poder de esa temeraria

mínima gota de la montaña.

UNO

Si uno lo piensa con cuidado, todos tenemos un zoológico compuesto

por la fauna digestiva. Y un parque nacional compuesto por la flora

intestinal. Y un yunque. Y una trompa. Y un altar en el sacro. Y un juicio en

las muelas. Y vino de primera calidad en los vasos. Y una niña entre ojo y

ojo. Si uno lo piensa bien, somos una colección de lugares comunes. Un


mercado turco. Y un gran coraje para tomarse las cosas con total

indiferencia.

UNO Y LA METAFÍSICA

Uno cree en algo, por ejemplo en la Energía, en un Radiación de la que

emanaron todas las cosas y continúan emanando permanentemente, e


imagina que el cielo carece de cosas y de objetos, de entidades y criaturas y

que es el retorno a la fuente, a la Energía en estado puro.

Simplemente cree en un océano de luz y sonido, de luces y sonidos

primordiales, no más formas y ruido; plena armonía, resplandor y excelsitud.

Cada porción de vida es una con el resto, de tal forma que su concepción

del paraíso, aunque no se corresponde con la experiencia oceánica del

infante, tiene algún elemento en común. Uno cree en un estado numinoso en

que es sólo consciencia y radiación y la forma de intercomunicación entre

los focos de fuego de ese mar en llamas del que forma parte una suerte de

pensamiento en estado puro; comunicación por medio de ideas arquetípicas,

sin referencia a materialidad, nombre, número o magnitud alguna.

Ante tamaño ensueño de vida ultra-terrena, uno se siente íntimamente

abismado y entregado. Sencillamente confía en que la palabra muerte es

muy poca cosa para describir el estado hacia el que transitará por fuerza una
vez que haya concluido su participación en la gran fantasmagoría universal,

en la bastarda danza macabra que es el mundo y sus entelequias.

Ante una posición metafísica semejante, por fuerza para uno el infierno

no es otra cosa que lo conocido, lo mecánico, lo rutinario, lo que no tiene

nada de especial y es apenas una pequeña cosa en particular; todo lo que

se opone e impide percibir lo universal, la totalidad, todas las llamaradas.

Entonces cada vez que lo asalta la angustia existencial, se marcha al lago

de aguas blancas y comienza a lanzar piedras a las aguas, piedras sobre las

ondas, piedras que saltan dos, tres veces sobre las ondas y que después se

sumergen fatalmente.

No vuelven a saltar.

De esa manera uno cree que conjura el maldito sentimiento de pertenecer

y no pertenecer a un mundo que no comprende, que no comprende por

ninguna parte y que lo tiene atrapado miserablemente en medio de un

atascamiento del tránsito completamente perverso.

En el fondo uno sabe que volverá para renacer en el infierno una y otra

vez, tantas veces como no logre lanzar su piedra invicta sobre las aguas:
una piedra que salte eternamente sobre las aguas de la vida y que no se

hunda nunca jamás.

EL BARRIL SIN FONDO

Vivo en el interior de un barril sin fondo.

Vivo en un barril sin fondo porque quise terminar con todo

condicionamiento, porque quiero desplegar mis raíces en la tierra, escapar a


los obstáculos, a las piedras y a las otras raíces y así extenderme por el

vientre caótico del mundo, haciendo contacto con los seres invisibles que

moran en el interior de la tierra.

No me imagino viviendo en un barril con fondo, de ninguna manera, eso

sería la total perdición, el mayor despropósito.

La tapa la pongo y la saco cuando quiero, para dormir, para no mojarme,

para no escuchar conversaciones baladíes, para evitar los arrebatos de las

moscas.

Con la tapa es diferente, es diferente porque no es lo mismo crecer hacia

arriba, echar ramas y hojas, madurar frutos, cobijar pájaros, abrevar de la

energía del sol, que crecer para abajo. No es lo mismo.

Soy demasiado tímido para darme a conocer hacia arriba, prefiero la

seguridad de la tapa del barril, la preservada estrechez de un mundo lejos de

las estrellas y los cometas, la libertad que comienza por los pies.

De otro modo, si no tuviera la tapa, la maravillosa tapia perfectamente

sólida, algo desastroso podría ocurrirme al crecer hacia la luz.


Algo parecido a la locura, algo que sólo los locos pueden deglutir con su

peculiar sentido del honor.

LA CAJA FUERTE

Puede que la caja fuerte no estuviera correctamente empotrada en la

pared del despacho del jefe.


También es posible que las señoras que se ocupan de la limpieza

hubieran procedido con sigilo, astucia y cautela, gradualmente, día tras día,

hasta arrancarla de cuajo y llevarla durante las horas de la noche. No hay

que pasar por alto que ambas cuentan con las llaves de la oficina.

Puede haber sido Bermúdez, el maniático, que suele regresar a la oficina

a cualquier hora, a buscar su peluquín, generalmente botado en el tacho de

la basura, antes que a la mañana siguiente lleguen las señoras de la limpieza

y se deshagan ignominiosamente de él.

Puede haber sido un ladrón, alguien con conexiones dentro de la oficina y

del edificio.

Puede haber sido el jefe, el mismo jefe, que se pasa todo el tiempo

quejándose de lo poco que alcanza la plata.

Puede haber sido alguien de la sociedad protectora de animales, en

repudio por la matanza de palomas que ordenó el mismo jefe el mes pasado.

Pero fui yo.

Y lo terrible es que no recuerdo dónde la dejé.


De modo que sería absurdo incriminarme, absurdo ir por el mundo con

semejante carga invisible encima.

No recuerdo en absoluto adónde llevé la caja fuerte y lo más ominoso

todavía es que no recuerdo para qué.

UN SUEÑO EN LA CABEZA

Al final del camino veo un túnel en cuyo fondo se percibe una luz vaporosa,

y pienso que es la luz de la eterna primavera, pero al llegar allí descubro que

es el resplandor de las nieves eternas, y, al estornudar por el frío, despierto

otra vez en el circo, dentro de la boca del león, y me doy cuenta de que a

veces un sueño nos puede hacer perder la cabeza.


CUESTIÓN SIN FRONTERAS

El director me pregunta de dónde soy oriundo, dice que se nota que no

soy argentino. Por un momento siento que es difícil ocultar la verdadera

identidad. ¿Cómo podría decirle que no soy de aquí ni soy de allá?


¿Vale la pena soltar la lengua y exponerse al desprecio, a ese tipo de

sesgada demostración de afecto paternal?

Si tuviera la oportunidad de entrevistarme con él una segunda vez, sólo le

enseñaría mi paraguas tricolor, blanco, azul y rojo. Es posible que el director

terminara por pensar que soy francés o algo por el estilo.

(Ojalá no me confunda con un pirata de la rubia isla imperial, con un

bucanero planetario o con un aventurero profesional).

Pero es probable que llegue a pensar que vengo de una región donde la

gente hace alrededor de diez mil lagartijas por la mañana y antes de tomar el

desayuno.

Me reiría para adentro como se ríen los campeones mundiales; lo dejaría

cavilar a sus anchas y le ocultaría para siempre que con ese paraguas seguí

a mi equipo de fútbol durante muchos años, en un pequeño país que casi no

existe en realidad. Y que eso es todo, que esa es mi única nacionalidad.

Prefiero creer que ocultarlo todo, sistemática y filosóficamente, es la

mejor forma de conocernos más y mejor.

Al menos, de dejarnos en paz.


De aprender a dejarnos en paz los unos a los otros.

Es cuestión de todos, de simples viajeros de la vida, de saludable

reciprocidad.

EL JUEGO

Llovía muy fuerte.


Dejé el paraguas en ropería.
¡Pobre ropería!
Fue atracción a primera vista.
La observé en la ruleta jugándole al 22.
Yo le jugaba al 30.
Percibí que ganaba una fortuna y en cierto sentido me alegré de que tanta

obstinación tuviera un justo reconocimiento de Lotería Nacional.

Después se cruzó por delante de mis ojos una rubia bajita que también le

jugaba al 30.

Arrastraba el aura de la Fortuna consigo.

Naturalmente me hizo inmensamente feliz.

No fue amor a primera vista, pero fue mejor que la primera vez.

Las mujeres de 30 son más hábiles en el juego del amor que las de 22.

Dicen que las de 36 son mejores todavía, pero que no juegan a la ruleta

para que nadie sepa la verdad: la verdad de que ya están en el límite de la

mesa.
En mi caso yo me juego porque nadie sepa que mi paraguas está

perforado.

Cuando uno se marcha de la sala de juego se pone a hacer números a ver

si puede cambiarlo mañana o un día de estos.

Quizás, cuando otra mujer apueste por uno todo lo que le queda en la

vida.

Una mujer de al menos 86.

Que tenga números para ganar otras quinielas.

Una mujer que supo sumar, que supo multiplicarse y dividirse sin casi

comerse las uñas.

JIRAFA
Sueño con una jirafa, con una jirafa que terminará por reemplazarme camino

de la muerte.

Una jirafa larga y afinada, con ojos de gacela, curiosamente una jirafa que

me recuerda a la nodriza.

Si hubiera sido por los ojos jamás la hubiera despedido de estas tierras de

mala muerte.

Porque los ojos son el espejo. Pero las palabras son las gafas, y una nodriza

llena de palabras es como un monstruo de mil gafas, una reverenda

porquería.

Voces como quejidos de quinientos niños a la vez, voces como cantos de

sirenas mentirosas, voces y más voces.

La jirafa viene a tomar mi lugar en el sueño y lo hace con tanta energía, con

tanta decisión, que no me extrañaría que engañara a los verdugos el día

señalado.

Moriré en la horca como jirafa, casi sin hacer mucho esfuerzo por alcanzar la

soga y entretanto andaré por el mundo como un alma sin pena.


Como un alma sin ninguna pena.

La nodriza fue un error de un sanitario, un caño roto, unos muebles bajo el

agua, un olor a excrementos flotantes por toda la casa.

Merecía morir para que surgieran los verdaderos ojos y el verdadero

encanto.

A veces uno se lamenta de que tenga que morir una jirafa con semejantes

ojos de gacela.

Que si no debiera de morir, uno ya estaría calculando sus futuros pasos.

RAYAS
Hasta el nueve de marzo me quedan nueves rayas por grabar.

Antes las marcaba en el piso con la suela negra del zapato.

Pero vinieron y me sacaron los zapatos y me pusieron unos botines de mala

muerte.

Ahora rayo la pared con las uñas.

Dejé que todas las uñas crecieran para poder emplearlas a su turno.

En la medida que se quiebra una uña, puedo emplear la de al lado y así

sucesivamente, y mientras tanto las excrecencias siguen creciendo.

De todos modos sólo quedan nueve rayas.

No sé para qué marco los días de vida que todavía me quedan.

Quizás para que no me tome por sorpresa un indulto, o para que sí me tome

por sorpresa.

El abogado me aseguró que suelen otorgar los indultos unos pocos días

antes, a veces unas pocas horas antes de la ejecución.

Si me indultan me voy a dejar crecer las uñas por el resto de mi vida.


Si no me indultan, cuando ingresen a la celda para volver a dejarla en

condiciones, las van a encontrar recortadas con los dientes exactamente

debajo de las rayas de la pared, en la unión de la pared con el piso de la

celda.

Será como un manifiesto, como un manifiesto carnal, como una protesta de

todo mi cuerpo.

La pena de muerte no tiene sentido.

Basta con que uno muera, uno solo y no otro y otro.

Matar es una cosa caliente, como el lomo de un gorrión.

Morir es el mismo gorrión helado: nadie quiere parecerse a un gorrión

helado.

Espero que el indulto y las uñas trabajen juntos a pesar de la distancia,

como a través de una forma de telepatía.

Si me indultan juro que no me corto las uñas por el resto de mi vida.

Si no me indultan, permanecerán las rayas como gotas de agua que horadan

la piedra.

Y las uñas que horadaron la piedra.

Y una congoja de gorrión congelado que perdió el alma.


PECES AMARILLOS

Yo iba al acuario todos los santos días a buscar consuelo en la

contemplación de los peces amarillos.

Peces amarillos diariamente, a toda hora.

Fuera del acuario todo era negro e implacable.

Por eso y para sanarme de cualquier pesado mal, me compré una pecera

con peces amarillos y me puse a mirar.

Mirar peces amarillos no es sencillo: los ojos se deslumbran y se ciegan.

Es como mirar el sol que se hunde en el mar al mediodía.

Quizás debía contemplar el sol para acostumbrar mis ojos.

El sol, en el océano del tiempo.

Poco a poco fui predisponiendo mis ojos al gran pez amarillo.

Me olvidé de los acuarios y de la pecera.

Permití que muriera el encanto y el capricho.

De cualquier forma aún me queda el océano interior.


Es algo muy distinto porque termina completamente con mi rencor y con

la nauseabunda sensación de repugnancia.

Ojalá algún día encuentre también las tierras firmes de un mundo amarillo

en mi interior.
LA PATRIA

Detesto que no me tomen en serio cuando afirmo que soy patriota, que

por la patria mataría al Papa.

Si supieran a quién maté por la patria, a quiénes.

Esta gente piensa que ser patriota es comer piedras.

No saben nada.

Ser patriota es tener la bandera en las sábanas, en el sombrero, sobre el

asiento del auto, en la luna y cuando uno sale de pesca. Es llevar la bandera

a todas partes como quien sale con su espalda a cuestas.

Pero a diferencia de la espalda, la bandera no pesa, porque la bandera de

la patria es más liviana que el aire, es una esperanza grande como una

estrella de seda.

Detesto que no se inspiren en mi patriotismo, que imiten las modas que

vienen del norte, el idioma, los pantalones y las comidas.

En mi patria sólo se mastica vidrio.


En mi patria somos fuertes como el sol, rápidos como el rayo.

Que a nadie se le ocurra hablar mal de mi patria.

Si a alguien se le ocurre hablar de mi patria, entonces uno va y se pone a

hacer historia.

Digo historia, pero eso es relativo: a nadie le importa adónde van a parar

los huesos de un estúpido fóbico que detesta lo más sagrado de la vida.

¿Acaso alguien se acuerda de los sesenta y seis insolentes que

despreciaron a la patria en mis narices, como quien desprecia unos

calcetines mojados por los cochinos murciélagos del vecindario?


SUICIDA POR ENCARGO

Yo le compré unos guantes de boxeo a mi suegro.

Con esos guantes le destrocé la cara, a mi suegro.

Ahora me quiere vender un rifle bastante poderoso.

No le voy a seguir la corriente.

Mi suegro es un suicida por encargo.

En todo caso le voy a comprar un buen garrote, para tenerlo contento

mientras consigue otra persona menos implicada, alguien que no tenga nada

que ver con la familia y que esté dispuesto a consumar su sueño de suicida

por encargo.
TENGO UNA GRAN JOROBA EN LA ESPALDA

Tengo una gran joroba en la espalda.

Soy enano y contrahecho.

Tengo más años que la flor de lis.

Vivo en el Teatro de la Ópera, completamente oculto del mundo exterior.

El público y los artistas creen que soy un fantasma.

Pero no soy un fantasma, fui el empresario teatral más exitoso de la

ciudad.

Sólo que la puesta en escena de un Wagner me aplastó para siempre, la

oscura maldición de los nibelungos.

Quedé así por la fuerza del amor, por mi amor desmedido por la lírica

imposible: el gran fracaso me estragó por completo.

Pero cobijo una secreta esperanza en mi interior.


Un día de estos surgirá un compositor único que escribirá una obra

maestra sobre los hombres que lo han perdido todo, que se han desfigurado

debido a una gran pasión.

Cuando eso ocurra, cuando la ópera del jorobado más amable del mundo

sea un gran suceso, yo volveré a aparecer en escena, tendrá lugar un

inconmensurable regreso triunfal.

Hasta es posible que la joroba se reduzca a un lunar en la espalda y que

mi talla se amplíe unos cuantos centímetros, los suficientes para

convertirme en el hombre más apuesto de la lírica del mundo.

Cuando llegue ese día, ya no habrá más fantasmas en el teatro de la

ópera, acaso una gran montaña de ropa interior sucia.

Porque cuando llegue ese día, por mis caries que les dejo toda la ropa

sucia apilada, para mayor gloria de Dios.


MIS ALAS

Para qué quiero los pies si tengo alas, dos alas robustas que bien

pudieron ser tres.

No quise tener tres alas.

Dos alas son suficientes, de lo contrario llamaría la atención más de la

cuenta.

Por la misma razón sólo salgo de noche, las noches sin luna.

Si se enteraran de que tengo dos alas robustas y espléndidas me

dispararían desde sus ranchos.

Nadie puede admitir que el más discreto de sus vecinos haya criado alas

y que vuele por encima de sus cabezas.

Es evidente que primero deben comenzar por celebrar sus pies.

Hasta que no llegue ese día, hasta que no celebren la maravilla de sus

pies, no estarán en condiciones de apreciar la maravilla de mis alas.


Unas alas maravillosas sólo pueden ser apreciadas por quienes

comenzaron por dar pasos cortos, uno tras otro; pasos cortos y seguros la

mayor parte de sus vidas.

Cuando uno no da los pasos que tiene que dar termina por deplorar a las

personas que tienen alas, a los vecinos que hablan con acento francés.

Incluso a los ingenieros agrónomos que no hablan de mujeres mientras les

hablan de los becerros contaminados por la lluvia ácida, que suele caer

entre las siete y las nueve, casi todas las mañanas, en la tierra que

caminaron los antepasados sin pensar en otra cosa que vivir bien.
PTERODÁCTILO

Yo descubrí ese huevo de pterodáctilo.

Estaba excavando el pozo junto a la casa y de pronto noté que asomaba

algo extraño.

Con mucho cuidado lo retiré de la profundidad y lo dejé en un lugar

seguro.

Una vez que terminé la excavación lo llevé conmigo a la casa.

Busqué en un diccionario enciclopédico antiguo una fotografía que

recordaba haber visto en alguna oportunidad.

Efectivamente, huevo de pterodáctilo.

Ni siquiera estaba agrietado, lo que se dice era un huevo perfecto.


En el Museo de Historia Natural me dijeron que ellos no se podían ocupar

de ese huevo, que contaban con decenas de huevos prehistóricos y que no

tenía sentido continuar coleccionando esas piezas.

Así que lo llevé a la Sociedad de Ornitólogos.

Ellos sí le dieron un gran valor.

Me ofrecieron una cierta suma de dinero.

A mí me pareció muy poco.

Me explicaron que nunca sabrían si el huevo era en verdad de

pterodáctilo, que esos huevos son cosas muy ambiguas, que no había plena

seguridad sobre el origen, que me lo compraban sólo para ponerlo junto a

los cuadros de los científicos de nota, como un adorno más, como un súper-

huevo.

No se los vendí.

Lo guardé debajo de la cama matrimonial.

Le dije a mi mujer que la limpieza de la cama corría por mi cuenta, que por

nada del mundo fuera a pasar la escoba debajo de la cama.

Ella aceptó mi orden a regañadientes.


Con el tiempo le fue tomando cariño.

Antes de acostarnos, por la noche, lo sacaba de su refugio y se ponía a

mirarlo.

Estaba deslumbrada.

Creo que llegó a ponerle un nombre: nosotros desafortunadamente nunca

pudimos tener hijos.

Después se lo llevó a la cama y a pesar de mi oposición llegó a dormir

abrazada al huevo.

Le tejió una especie de bufanda, le pasó cera, le compró una cuna y la

ubicó junto a nuestra cama.

Creo que mi mujer enloqueció con el huevo, que volvió a sentir el

incontenible instinto maternal.

Eso que ambos tenemos más de ochenta años y ochenta y pico de años

es mucho.

Creo que ella sueña con que el pichón rompa el huevo.

Quizás una madre pterodáctilo tuvo el mismo sueño frustrado.


Es lo único que la falta a mi mujer, lo único que espera de la vida para ser

algún día un poco feliz.


CAFÉ DE MALTA

Todas las tardes, a las cinco, tomo una taza de café de malta.

Solo, solo como un témpano, tomo mi taza de café de malta, en mi

guarida al norte de Londres.

A nadie le importa que un extranjero tome una cosa diferente.

Sólo que como extranjero me rebelo contra la corona y las tradiciones

británicas y tomo a las cinco de la tarde una taza de café de malta.

Después vuelvo a mi trabajo de lustrabotas, con el estómago feliz, con

una nueva dosis de extranjería en las tripas y paso la franela en completo

silencio sobre las silenciosas botas y botines de los circunspectos señores

que acaban de tomar su té.

Ese es el único intercambio que mantenemos entre nosotros: yo recibo

su aroma de té de Ceylán y les devuelvo un esquinado eructo maltés.


Algún día, cuando venga mi mujer y mi hija, compartiremos tres tazas de

café de malta.

Siempre a las cinco.

Algún día el aroma del café de malta se volverá famoso, les hará

desconfiar de sus pelucas y de sus bigoteras, de sus bombines y de sus

parasoles.

Una tarde, una inaudita tarde, a eso de las cinco en punto, voy a mezclar

unos granos de té de Ceylán con mi propio café.

Espero que el experimento resulte.

De lo contrario va a ser muy difícil que algún día me aprenda una nueva

palabra en inglés.
DE BODAS

A mí me pagan por estropear bodas.

Mis clientes son muy exigentes, cuando se les pone en la cabeza que hay

que estropear una boda, son capaces de pagar cualquier cantidad de dinero

para satisfacer sus caprichos.

Algunos quieren que arruine la boda provocando un incendio cerca del

clavicordio, allí donde suelen poner las flores de tela.

Esa gente pretende dejar una secuela permanente de infelicidad,

quemarles los trajes a los novios, llenar de humo el templo y terminar por

expulsar de la ceremonia a todos los invitados.

Otros son un poco más controlados.

Quieren que el sacerdote salga corriendo hacia el baño en plena

ceremonia.
Uno se pasa horas con el laxante; laxante en las hostias, en el vino,

laxante en aerosol, laxante en la forma menos imaginable. Realmente los

curas salen corriendo en medio de la boda y cuando vuelven la gente

percibe que se cambiaron de indumentaria; en todos los casos empleo los

mejores laxantes del mercado.

Mis clientes son hombres despechados que sufrieron mucho por amor.

Rara vez me contratan mujeres.

Las mujeres contratan a brujas para que produzcan un maleficio de efecto

retardado, para que la pareja se separe, para que no tengan hijos. Cosas por

el estilo.

Yo no soy un brujo ni mucho menos; tengo clientes todo el año y todo el

año arruino bodas en toda la nación, pero siempre legalmente.

Por supuesto, soy soltero.

No quiero que me hagan probar de mi propia medicina.

Mantengo mi vida privada en el más absoluto secreto.

Suelo buscar mujeres en el extranjero, pero sólo durante las vacaciones

de verano.
El resto del año me encargo de estropear bodas.

No soy un hombre desafortunado, por cierto: nadie imagina lo que es

capaz de pagar un enamorado despechado, lo que es capaz de sacrificar un

hombre abandonado para escenificar un desastre ejemplar.

Porque de eso se trata, de provocar un escarmiento, de mostrarle a la

novia que con un hombre de pelo en pecho y de voz bronca no se juega.

Que para eso están los actores de las novelas.

Que es necesario apuntar bien antes de disparar.

Por sobre todo que es necesario cuidarse mucho y muy bien después de

disparar.
ESPEJO Y FINAL DE ESPEJISMO

Es mi imagen. Es mi imagen.

Soy yo. Soy yo.

Tal vez no. Tal vez no.

Estoy atrapado. Estoy atrapado.

No más esclavitud.

Ahora soy yo y nadie más.

Ahora soy yo.

Ya no me parezco a nadie más.

(Todos se parecen).
EL PERRO DESCONOCIDO

Le oculté toda la vida que maté a su padre.

Le dije que había ido a una expedición por el Orinoco y que se lo

comieron los caimanes.

Pero ahora que el maldito jardinero de los vecinos se puso a hurgar en

nuestro terreno, ahora que descubrió sus huesos, algo le tengo que decir.

Estoy dudando entre decirle que son los huesos del antiguo propietario

de la finca o los de un jefe indio enterrados desde hace siglos.

¿Por qué no le digo la verdad?

No piense que le temo a la justicia. La justicia de los seres humanos me

tiene sin cuidado.

Voy a mantener el secreto hasta que me muera por una sencilla razón.

Debido a otro secreto.

¿Lo imaginaba?

Iván, mi hijo, no es hijo de su padre.

Todavía, cuando lo miro a los ojos, me recuerda al jefe indio con el que

anduvimos de amores hace muchos años.


¿Si maté también al jefe indio?

No fue necesario: él se marchó con su gente.

Desde entonces todo terminó para mí, la vida de mi esposo perdió su

valor.

No me fue sencillo encontrar un hacha suficientemente afilada.

Pero una vez que la compré, el plan no me demandó mayor esfuerzo.

Él siempre regresaba borracho a casa, a la hora en que el pequeño jugaba

con los perros.

Le dije que había entrado un perro desconocido al jardín, y cuando salió a

espantarlo, ahí lo maté.

Lo enterré con cuidado y encima de la tierra revuelta puse la hamaca del

jardín. La hamaca blanca.

No le voy a decir a mi hijo toda la verdad.

No me preocupa la justicia de los hombres.

Me preocupa el carácter que heredó del padre, del jefe indio que era como

una tormenta en el desierto.

Me preocupa que se quiera vengar, que encuentre el hacha en el garaje,

que se le cruce por la cabeza la misma idea que una vez se cruzó por mi

cabeza.
Me preocupa morir de la misma forma como murió un borracho inservible,

sin pena ni gloria, buscando un perro desconocido que jamás lo vino a

visitar.
MUY LEJOS

Lejos quedó la costa, las azules gaviotas del infierno, las demandas de

todos los colores de los hombres empeñados en ponerme a prueba, en

hacerme sufrir lo indecible tan sólo para confirmar su punto de vista. Porque

no hay nada más cruel que un puñado de hombres congelados en un punto

de vista, nada más decadente, no hay nada más gris y patético.

Vengo de un viaje a un pueblo pequeño, casi un tugurio de granos de

mostaza, enclavado entre las voluptuosas serranías, en un paisaje que

parecía mostraba los dientes a través de tanta piedra caliginosa y cortante

desparramada por todas partes. Un pueblo que empleaba sus dientes sin

reticencia cada vez que alguien se salía de los fueros habituales y dejaba de

comportarse como se habían comportado generaciones enteras, cautivos

del devenir, y todo porque uno quería llegar a ser sin el devenir.

Desde que los pies se encontraron con el piso de la casa todo fue

sombras y sopor. Años mendigándole al tiempo una señal, un pequeño


abrazo, un vergel de palabras más o menos amistosas, la confortación de

una sonrisa colorada.

En el pueblo de los infinitos silencios casi nada ocurría por alguna razón

plausible, nada que pudiera llamarse hechos; el pasar se aplicaba a

morosidades como la de rozar en el costillar de un cadáver con el cuerpo de

una vela apagada, al repliegue de las horas sobre la sombra de los húmedos

árboles centenarios.

Todo han sido demandas y pulsiones de hombres y mujeres arteros,

esquinados las más de las veces, ocultos por máscaras de máscaras,

disfrazados de cualquier cosa; a veces de breves estatuas de alabastro, de

jarrones, de cielorrasos, de mampostería barata. Con el disfraz de la hamaca

paraguaya siempre inmóvil, del macetón reseco, del aljibe donde el tiempo

se contaba por la aglutinación del polvo. Nada más que disfraces oscuros.

Y ahora que estoy lejos de la costa, que sorteé con fortuna los

imperativos de mis victimarios, ahora me dirijo resueltamente al continente

perdido, hiperbóreo, al manantial del que fluye el invierno sereno y blanco. A

la bruma eterna.
Era tiempo de que tantas voces insonoras jadeando a las puertas de la

mente dejaran de ejercer tan atroz fascinación. Siempre había soñado que

este día llegaría, como sueñan las guitarras con los dedos sensatos y las

uñas verdaderamente sabias. Al fin me llegó la hora de un mundo por ciento

de neutra identidad. Siendo nada ahora soy el verdadero, el esencial, y sin la

compulsión atroz que tuve que padecer en el pueblo serrano y en cada

lúgubre madriguera de esta tierra.

Incluso los árboles necesitan de espacio y de silencio para continuar

realizando la tierra. De la misma forma que siempre supe que necesitaba de

distancia, de distancia y de una provisión sustanciosa de olvido para

conjurar tantos fantasmas culpógenos, tanta tribulación, tanta temible y

tenaz omnipresencia.

Porque mi historia es la historia del pez y de la ballena, la historia del

rocío y de la fuente, del dedal y de los guantes de acero. Soy un hombre

triste que compartió su tristeza con el camino, con las piedras, con los

gusanos retorcidos, con las banderas siempre extranjeras.


Soy un hombre taciturno al que nunca nadie envidió nada, ni siquiera la

impronta palaciega de los hoyuelos en las mejillas. Soy o fui un hombre

torvo, sólo me basté con lo que cuenta, con la exhalación y el parpadeo.

Porque de la humanidad, de los otros hombres no puedo decir nada

diferente de lo que juran el silencio y el viento y cada moneda de piedra

incorporada a un monedero lleno de hastío, un monedero que comprende al

vacío como nadie, un vacío completo y absorto.

Lejos de la costa vienen a mi mente los malvados recuerdos que golpean

enojosamente como las olas, los recuerdos improductivos y terribles de mi

paso por la tierra, la magnitud de haber contemplado el espacio cara a cara y

la decisión de no ocuparlo jamás ni de absorberlo como el ligero soplo de

las nubes. El espacio: la teta más grande que jamás se secó.

El espacio desde muy niño, desde que los girasoles cubrieran el sol y yo

oculto en la sombra placentera, fiel y alerta.

Una presencia cómplice de la sombra, atenuada por la brisa y por la fe de

que, con o sin la ayuda del tiempo, se movería en la hora eterna hacia el
desmantelamiento de la apariencia cruel de un mundo de silicio y de clavos

retorcidos.
PERCIBO

Percibo la luz de la lámpara con el esternón. La veo como un arrecife de

coral abigarrado, complejo y cilíndrico, creciendo hacia el cielo con la

determinación de una babel esponjosa.

Espontáneamente suelto la lanza y me olvido de la magna y espasmódica

figura del condenado a muerte.

(Que otro se ocupe de atravesarle el corazón con una lanza, yo he nacido

para tráficos y coronas, que no para partirle el alma a un hombre árbol, a un

antiguo ejemplar propio de aquella idílica vida del paraíso pedido).

La luz es voluptuosa como lo es la espuma del mar agrupándose en la

arena, estacando y arrastrando a la vez los restos del naufragio, los

cubiertos de plástico de un festín de obreros regocijados con la salsa tártara

y los panes de centeno.

La luz jadea rítmicamente, como el titilar de las tortugas, como la

fluctuación del viento y el gas de los escapes.


La gloriosa luz que fue y vino al confín del universo. Desde el proceloso

confín del universo la luz arrastra las cenizas magnéticas de un grande y

explosivo accidente espacial: una humanidad metálica se descontroló y botó

a sus niños de silicio. Los muy infelices estallaron al entrar en contacto con

los acerados suspiros que vagan por el cosmos, mariposas depredadoras.

La luz es otro nombre para los suspiros, para la energía de los ayes.

Esa luz rompiente como una alarma dorada: debo deshacer la cama en

algún momento. La cama se ennegrece cada noche con los restos de mi piel

de molusco retráctil. Molusco que camina con la dificultad de un flamenco

en la cubierta de un galeón y que deja su nimbo untuoso por encima de las

sábanas.

Es terrible habitar una casa, con sus caprichos y sus afanes femeninos,

siendo apenas un molusco untuoso.

¡Sería muy distinto si como molusco sólo estuviera en contacto con las

aguas sanadoras del mar, con el lecho acústico de los muertos!

Pero vivo en esta cama y duermo en esta cama, de allí que las sábanas

tengan pintas y suciedad de dispersas moléculas de pequeñas mentes


mendaces, especialmente para el pensamiento patrio, para el pensamiento

vitriólico, para la religión de las despensas, para las armas de Tiro, para el

ajedrez de las jaurías.

Las manchas de la muerte constante se han apoderado de la cama y yo

estoy algo retrasado urdiendo un plan para deshacerme de ellas.

¿El fuego? ¿El olvido? ¿El fuego del olvido?

No resultaría: las manchas tienen memoria holográfica.

Estoy condenado a habitar este mundo de reales manchas consagradas a

la caridad, de apestosos enredos en la comedia del inodoro.

Pero la luz me sobresalta y me intima, la portentosa luz que es el alma

desenmascarada.

Avisa la luz que abran los cerrojos, que comuniquen con el chivo

expiatorio, que desenchufen el pabilo.

La luz es el extinto laberinto de los boyardos, una sábana radiactiva bajo

la admonición del señor de los poliedros.

La luz es la nada que inficiona vida al mundo, el cíclope de ojo

prodigioso.
La luz es la cama y mis manchas camufladas.

Es hoy y es tarde.

Mañana será otro tarde y pasado mañana amanecerá sobre las sábanas.

La luz es la máxima nomenclatura en el libro de todas las horas.

La luz es el xilófono del hombre, pero mis ojos están pegoteados en la

insana lava de la luna.

¿Qué será de la macha de manchas que me amenaza desde la sábanas,

caballero de las manchas de tristes figuras?

¿Qué será de los copos de nieve por esta ventana que contempla el viaje

circular de los hombres que sienten miedo?

(Ojalá la luz lo sepa y nunca me diga nada).


LA JAULA DEL CIRCO

Me veo en la jaula del circo, mudo, meditando.

¡En qué ha terminado el rey de los animales!

Ese es el precio que ha de pagarse por reinar entre las bestias.

Las mayores bestias no conocen nada sobre la existencia de la piedad.

Te capturan y te arrastran al ostracismo.

Desterrado del paraíso, cautivo y enjaulado, un león sólo puede

contemplar a las bestias deformes que lo estudian con temor y sentir piedad.

Están cautivas del vacío más pesado, del miedo.

Y uno, cautivo del medio hermano del miedo, cuidándose de ellas.

Aquello que une el miedo termina por soltarse violentamente.

Nadie admira al león (ni yo mismo siquiera).

Nadie adiestra a la fiera que guarda su corazón.

La fiera se ceba en el desangre, por eso progresa tanto a lo largo de los

anchos años.
Y sale a cazar leones, porque la curiosidad de reinar es inmortal.

Culpables de ser feroces y de no ser leones.

Culpables, por sobre todo, de pertenecer a la especie que reina en la

tierra sin ayuda del león.

Sin la ayuda del rey de los irreverentes que está a punto de estallar en la

ruta de las más recelosas estrellas.

Culpables por la banalidad de coronar al chismoso pavo real.


LA CASA SOÑADA

De pronto me encontré en el interior de una casa soñada. Plena,

puramente una casa.

Sin mayordomo, sin cocinera, sin jardinero ni guarias de seguridad.

Una casa.

Lo único que afeaba el sueño era una parca estatua de Afrodita.

La resistí con todas mis fuerzas y como se trataba de un sueño se

transformó en una gallina roja que se paseaba por la casa a sus anchas.

Me reí mucho con la mutación.

Después sonó el despertador.

Cuando bajé las escaleras para ir al colegio, pasé por delante de la

estatua, de la espantosa estatua.

Metí un dedo en la tierra de la maceta y le dibujé unos bigotes.

Me fui al colegio.

Al volver mi madre no me reprochó nada.

La estatua conservaba los bigotes y mi madre su silencio tradicional.

¿Qué había ocurrido?


Cuando volví a dormirme esa noche, cuando volví a soñar, cuando entré

otra vez e mi casa ideal, me di cuenta de las cosas.

La gallina estaba desplumada tiritando y se oía la conversación de dos

mujeres.

Yo sé que hablaban de mí.

Poco después volvieron a hacer silencio y no me reprocharon nada.

Después de todo se trataba de mi sueño.

Mañana voy a intentar vestir a la estatua con la pollera de cuero de mi

hermana.

Sólo yo puedo ocuparme de la preservación de mis propios sueños, de mi

casa soñada, de las plumas que concibió mi alma.


LA MURALLA APARECE Y DESAPARECE

La muralla aparece y desaparece por delante de mis ojos, de los ojos

detrás de mis ojos, de los más recónditos ojos.

La alta muralla de todas las edades, de todas las infancias y desahucios.

La compacta muralla que busca conquistar otra vez una cierta jurisdicción,

una fatua influencia sobre el que atraviesa el piélago sin mojarse las

vestiduras.

Presiento que las fuerzas coaligadas del pasado no quieren renunciar.

Corrientemente lo controlan todo, todos los hechos y las evoluciones de las

sombras que ahora reptan en algún lugar del trastiempo.

Si me resisto con violencia la muralla se convertirá en una inmensa nube

de caballos galopantes y no es la mejor ocasión para permitir que el sueño

extenuante de las sirenas cobre una dimensión para la que imaginé fueron

creadas las zarpas del olvido.

La muralla se balancea.
Se abulta como una represa que ya no puede controlar el flujo de los años

y de las miserias.

La represa que acaba perforada por los cambios jamás materializados, el

pasillo hacia los orígenes, en las regiones habitadas por las innúmeras

personalidades del miedo.

La represa comedida y soberbia.

No volverán las oscuras golondrinas ni los espectros insidiosos, las

fastidiosas rondas de adolescencia a la caza de la muchacha atolondrada, no

volverán los ayes ni las carreras de pura sangres. No volverán porque uno

se ha espaciado en el lagar del vacío, en el interior de su ojo perforado. En el

limbo que escapó para siempre del ombligo.

Uno no ha de luchar con la fuerza de su corazón contra lo que no existe ni

jamás existió, incluyendo la afanosa fantasmagoría del sueño.

Se han replicado los cuentos sobre el primer engendro de apóstata y han

cubierto el campo de la mente. Pero las réplicas del primer apóstata ya

estaban consumidas y apagadas de una vez y para siempre. Aurora del

estacado espejo.
En el risco, contemplando como aparece y desaparece la muralla, las olas,

con su persistencia largamente repetida y el total adiós. Allí las paredes del

sueño y todo bloqueo en el camino recobran por instantes su dudosa

circunstancia, pero no hay murallas ni réplicas ni hostales de sombras que

puedan pervivir a la fatalidad del olvido.

Ha sido desenmascarada la prestidigitación, el obsoleto truco, el ardid

más desalmado de todos: el hacerme creer que todo es cuestión de tiempo.

Vana certidumbre, fe ciega, renuncia a la libertad vertebral de los

redentores.

Sólo con el muro, en la noche continua, la noche que no se cierra en el

día, una noche que es la única sustancia que no se adhiere a la mente, la

materia vesicular del olvido.

Ellos no volverán, el pacto ha sido sellado con sangre. No más lobizones

ni loberías, espectros circenses ni magnas viñetas, no más estatuas

execrables, no más impostura.

Los únicos jueces subsistentes: los ojos en el interior de los ojos, los

visionarios ojos sin parpadeo, los vínculos supremos.


Sólo con mis anclas, la noche y el mar, en completa abstracción,

derribada la muralla, vacío y limpio.

Como el girasol que se enardece de noche sin objeto alguno.


PSICO

Yo soy el Conde de Saint Germain.

Soy el Duque de Edimburgo.

Soy el Padre Damián.

Y el Cristo y el Buda.

Pero sólo yo lo sé.

Nadie más debe saberlo.

Si lo supieran no me renovarían la visa y yo dejaría de ser.


ENSAYO

¿Y ahora qué?

Ahora que produje las mezclas que figuran en el antiguo manual.

Ahora que me bebí hasta la última gota de la pócima del tubo de ensayo.

Que me han nacido raíces bien largas y profundas.

Que mis ramas son multitud, que sólo espero la frecuentación de los

pájaros.

¿Ahora qué?

Cuando el encargado de la limpieza entre al laboratorio y se encuentre

conmigo se desmayará de espanto.

El árbol de la leyenda en medio de un laboratorio.

Puse el tubo de ensayo bajo mis pies, bajo mis raíces, lo hice añicos y lo

arrastré hasta los confines del inframundo.

Por mi fronda se llegará al noveno cielo.

Los ángeles después de los pájaros.


¿Y ahora qué?

Sólo me es posible continuar creciendo, atravesar el techo en media hora,

seguir más allá hasta alcanzar la estatura del sueño.

Cuando mañana llegue el encargado de la limpieza no se va a encontrar

con el laboratorio.

¿Con qué me habré de encontrar yo mismo cuando la pócima termine de

surtir efecto?

El árbol de la vida no tiene amigos ni confidentes.

Los otros árboles son símbolos muy pequeños, pero están a salvo, tal vez

por eso estén a salvo.


EL JARDÍN

Fui a la Biblioteca por primera vez a los doce años de edad. Entonces era

un muchacho muy delgado y lleno de pecas, con unas gafas de armazón

negro y unos dientes saltones. Más allá del crudo aspecto exterior, aquello

que siempre caracterizó mi vida, mi alma, fue la curiosidad y la sed de

conocimiento. Confieso que mi existencia –ahora que tengo cuarenta años-

es la secuela natural de haber bebido una parte del conocimiento, una parte

quizás atroz, quizás maravillosa; de haber bebido la vida y la ciencia de la

vida en el jardín, en el gran jardín de la Biblioteca de la pequeña ciudad en la

que he despertado todas las mañanas.

La primera vez que accedí al jardín de la Biblioteca fue debido a un

incidente menor, a un incidente realmente providencial pero menor: me

había dado un ataque de tos en pos amplios salones de lectura, así que una

de las funcionarias me invitó a salir al jardín y a tomar aire y calmar mi pecho

hasta que estuviera nuevamente repuesto y en condiciones de participar de


la vida muda, de la vida de moscas muertas mutando en el interior de la

Biblioteca.

En aquella oportunidad, yo estaba leyendo un libro de texto, un libro de

aritmética que se negaba a mostrarme su corazón, su costado moral, por

llamarlo de alguna manera. Los libros de texto en los que estudiaba en mi

casa me parecían insípidos, carentes de interés y lo que es peor de

sinceridad, de allí que, siguiendo la recomendación de mi abuela materna,

decidí ir a la Biblioteca en busca de un material de estudio algo más lleno de

enjundia: un libro como la prolongación natural de la vida, pero no hacia el

final de ella sino en algún lugar intermedio desde el cual poder experimentar

todas las sensaciones y sentimientos propios del río exacto y numérico de la

existencia.

Siguiendo las recomendaciones de los bibliotecarios, escogí un sencillo

manual de aritmética y me puse a leer con encendido interés sus páginas

amarillas y secas, extremadamente secas. Fue la sequedad de las páginas

del libro, que se transmitió a mis pulmones y bronquios, lo que me provocó

los accesos de tos.


Una vez que me encontré en el exterior, en el jardín de la Biblioteca, la tos

cedió como por arte de magia. Observé detenidamente la extensión de aquel

jardín, casi un bosque profundo, y me dije que quizás encontraría la

verdadera enseñanza de la aritmética en el contacto con la naturaleza. Idea

que, por otra parte, nunca me había sido ajena aún en mi precocidad.

Observé, ya al dar mi primer paso, que la hierba bajo mis pies se

transformaba en una sencilla ecuación de primer grado. Asombrado por

visualizar la hierba verde enmadejada con la seca, dándole vida a una

ecuación de primer grado, apenas llegué a pensar que se trataba de una

mera coincidencia, de una simple casualidad, de algo menor, completamente

explicable por la ley de las relaciones incestuosas entre todas las cosas con

magnitud, peso y medida.

Pero al borrar con el pie la ecuación en la hierba, surgió luminosa una

hoja verde con forma de siete, un siete de hierbas. Me di cuenta entonces y

para siempre que aquel jardín tenía un poder especial, que allí se

materializaban las lecturas de las personas aisladas en el interior de la sala.

Estaba claro que mi primer acercamiento con el jardín sería a través de los
números, de forma que me apresuré a plantearle, mentalmente, unos

cuantos interrogantes que tenía respecto a la ciencia del cálculo.

El despliegue de respuestas fue estruendoso: por todas partes veía

cuentas, operaciones y números colgando; las plantas y las flores, los

troncos de los árboles, sus ramas y sus hojas, todo en el jardín respondía a

mi inquietud de conocimiento con una celeridad estrepitosa.

Feliz y satisfecho con el prodigioso hallazgo, decidí no hablar jamás de

este descubrimiento con nadie. Recién hoy, hoy que celebro veintiocho años

de visitar el jardín de las Biblioteca en busca de conocimiento, tuve la idea

de poner por escrito algunos episodios que me ocurrieran allí. No porque

desee alardear de que sólo a este modesto investigador el jardín mágico se

le ofreció a sus anchas –muchos más experimentan en él lo que siempre

había experimentado yo-, sino porque ayer el jardín se cerró para mí, para

este modesto investigador, de una vez y para siempre.

Ayer el jardín me negó la información de un modo aleve, agresivo,

dándome a entender que los cuatro ciclos de siete años –con una extensa

interrupción en medio- terminaban con la aventura del conocimiento. Y ello


sucedió porque a mí se me ocurrió preguntar, preguntarle por el alma. Le

pregunté al jardín por el alma, por la vida del espíritu. Probablemente no

haya literatura alguna en el planeta que delibere sobre el mundo espiritual

con un cierto grado de verosimilitud, sobre los secretos de las esferas

ideales. Quizás eso explique la renuencia y la total censura de mi otrora

amado jardín.

Conozco el significado de esta decisión, lo conozco bien y lo apruebo con

todas mis fuerzas. Es algo enteramente razonable: ningún maestro espiritual

enseña explícitamente una palabra de aquellas regiones superiores, de eso

se trata el trabajo sobre uno mismo. Durante veintiocho años el jardín del

conocimiento me abrió sus puertas en dirección a todos los renglones

alguna vez escritos, a todos los párrafos de la aventura material de la

humanidad. Pero una vez que el curioso se quiere introducir en el área

menos conocida y más oscura del conocimiento -¡vaya palabra!-, el sabio

jardín no hace más que apagarse, que desaparecer.


No, por favor. Ya basta. Seamos sinceros por un instante, al menos por

unos pocos instantes: el jardín es como una metáfora más de las cuerdas de

mi guitarra y todo el resto un fado triste que habla del mar. La tristeza es el

más poderoso factor de la vida, la causa raíz de todo lo que existe y de lo

que no existe. Ni más ni menos que la bomba nuclear de los antiguos orates,

ni más ni menos que la futura bomba nuclear.


LA MUERTE DEL AMIGO

Estoy consternado por la muerte de mi mejor amigo.

Era una escultura superior.

Un gladiador poderoso, un Hércules sin leyenda, un bronce de hombre

que atravesó la roca del dolor.

Pero mi amigo murió y estoy triste y desairado.

El escultor lo redujo a metal fundido y mi cabeza se redujo por esa

tortura, como si fuera víctima del ardid del jíbaro.

Estoy consternado porque la escultura que era mi mejor amigo, a quien

veía en la casa del escultor sólo cuando el malvado me lo permitía, porque el

mejor de los hombres terminó en una vil fundición.

Hoy murió el mejor de los hombres, permita que exprese mi tristeza

aplastando elusivamente esta lívida y fingida flor.

La flor que él guardó en mi libro de buenas costumbres. El libro con el

cual me engañó al obsequiármelo. Un engaño que llega tan hondo en el

corazón como el bronce fundido del único y portentoso modelo de semidiós

que el mundo alguna vez concibió.


PIADOSO RELOJ

Mi reloj pulsera hace una pausa a la una de la tarde, cuando tomo mi

siesta, y vuelve a funcionar a las cuatro, cuando me despierto.

Pasa esas tres horas en las dos de la tarde, acurrucado como un cuclillo

en su nido y recién vuelve a la vida con mi persistente despertar. Es un reloj

piadoso y leal.

Muere a la hora de la siesta y pervive cuando me aparto del camino

sufrido de la tarde.

Por la noche no. Por la noche tiene una vida agitada y no para. Es un

tropel de tiempo mi reloj.

Yo se lo permito y no le objeto nada. Con tal de que se acueste conmigo a

la una de la tarde, y que me espere. Y que unas horas después no se olvide

que quien necesita un guiño amistoso soy yo.


CONTACTO CERCANO

Compré un telescopio en el bazar y lo monté en la azotea de mi casa.

Todas las noches de cielo estrellado salía a mirar a través de las lentes en

busca de algún objeto volador no identificado.

Y mientras gastaba mi tiempo oteando las alturas, individuos de una

civilización intra-terrena invadieron el sótano de mi casa.

Cuando se desencadenaron unos cuantos días de lluvia, debí bajar al

sótano por alimento y en esas circunstancias me encontré con los invasores

intra-terrenos –si es que, con honor, se los puede llamar así.

—Como tenías un telescopio pensamos que eras el hombre adecuado con

quien contactar —me dijeron.

—¿Quieren que divulgue algún mensaje para la humanidad?

—No, no queremos que divulgues un mensaje a tu raza.

—¿Y para qué vinieron?

—Por el telescopio.

—¡Pero si viven en el interior del planeta! No les servirá de nada el

telescopio.
—Se trata de una pieza de lo más curiosa y adecuada para nuestro Museo

Espacial...

—Entiendo...

Les entregué con gusto el telescopio y se volvieron a sus refugios en el

interior de la Tierra.

Fue así que me compré un microscopio, con la esperanza de volvernos a

ver algún día bajo la tenaz fachada de las cosas.


VEO VEO

—Veo un inmenso aeropuerto con naves que llegan y que parten

permanentemente. Veo humo y fuego y oigo quejidos. Hay un avión

destruido. Veo cuerpos mutilados y enfermos. Veo a su esposo. Está

desesperado.

—¡Pero mi esposo no murió en un accidente aéreo!

—Veo que su esposo se acerca a mí. Me dice algo al oído. Le oigo. Puedo

oír la voz.

—¿Qué le dice?

— “Mi esposa no entiende nada de símbolos. Dígale que aquí es el mundo

al revés, que todo es lo que no es y que las frutillas tienen el tamaño de sus

sillones”.
EL PRECIO DE LA INMORTALIDAD

La sidra me da un poco de acidez así que decidí ordenar agua del

manantial que brota en los terrenos propios del hotel.

El camarero se quedó mirándome.

—Señor, esa agua es curativa —me dijo, intentando ofrecer un reparo a

mi pedido.

—Mejor así —le aseguré, reforzando mi primera decisión.

—¡Tiene un valor muy elevado! —insistió.

—Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario —le dije ya muy molesto.

Me bebí la botella de litro con la cena. Después me fui a la habitación y

me acosté.

Al otro día, cuando me desperté y me dirigí al baño para higienizarme,

observé sorprendido que mis canas habían vuelto a ser una melena de color

castaño. Mis arrugas habían desaparecido, incluso las ojeras de siempre.

Me aseé y bajé a Conserjería.

—¡Esa agua del manantial es maravillosa!

—Sí, lo sé —me respondió el conserje.

—¿Puedo encargar más botellas?

—Tienen un valor muy elevado, señor.

—No importa, quiero que me embotellen diez litros antes de las cuatro. De
tarde regreso a la ciudad.

Cuando me comunicaron el costo de las botellas, de los once litros del

agua prodigiosa, sentí que la sangre me volvía al cuerpo, la sombra, la

rigidez del cuello, las canas, las arrugas, las ojeras.

Dejé las otras diez botellas en el hotel, pagué mi hospedaje y me volví a la

ciudad a seguir mi vida rutinaria, lejos de la inalcanzable agua de la

inmortalidad. Dispuesto a dedicar el resto de mi vida a ahorrar dinero, para

comprar algunos litros cuando llegue a viejo.


PREDADOR FRUSTRADO

Soy un cazador de murciélagos. Los detesto, los voy a perseguir hasta

aniquilarlos.

Todas las noches cuando salen a cazar, monto sobre los campanarios,

sobre las torres y las agujas de los edificios más viejos, y fumigo sus nidos

con un preparado que me traje de un viaje al antiguo Turquestán.

A mi regreso duermo durante tres o cuatro horas, me pongo el traje de

luces y me siento en un banco de la plaza a esperar.

Soy un torero desocupado. Nadie me presta atención y para colmo los

toros todavía no aprenden a volar.


EL PUENTE

Cruzo al amor. Ingreso a la región de las manos como alondras y de los

oídos sonoros. Dejo atrás la irritación, el ladrillo de la depresión, el odio.

No es la muerte ni un acceso a otra dimensión invisible del ser.

Cruzo al “otro”. Vengo del hombre circunspecto y corrosivo, en la espera

de que den vía libre a una séptima vida de las que ya he vivido en ésta, para

deshacerme del sortilegio del collar del gato.

Cruzo al amor, de uno a otro hemisferio del cerebro. Viajo por mis propios

medios, en un tren a energía nerviosa.

Cruzo el puente y me encuentro cara a cara con la parte de mi naturaleza

que había dejado abandonada allí en el trasfondo. La tironeo para que vuelva

conmigo y en el impulso rompo los vagones y mi cabeza se llena de

confusión.

Cruzo al odio. De regreso me lamento de la memoria gris de las

mariposas. El vagón atraviesa una región neblinosa con restos de mariposas

caídas. Hago el último esfuerzo y bostezo un bostezo del tamaño de la

entropía. Y posiblemente me llegue a dormir sin remedio.

Pero el cruce del estrecho en el cerebro es algo imposible de alcanzar si

el tren no toma los medicamentos.


MI TUMBA

El billete no parece falso, sólo que me lo entregó el hombre más odiable

del mundo.

Se llevó a mi mujer y después a mi hija.

Deshizo mis planes. Oscureció mi vida. Degradó el árbol de mis talentos

hasta convertirlo en una hirsuta hierba del camino.

Este hombre desolador me pagó hoy por haberse apropiado de mi vida.

Me entregó este billete a cuenta de más.

Me agradeció el sacrificio y me pidió un sacrificio más. Me pidió que

cavara mi tumba lejos de su hacienda. Y se marchó.

No sé si el billete es falso.

Sé que carezco de valor para cavar mi tumba lejos.

Sé que una tumba allí no sería algo verdadero.

Que mi muerte ocurrió el día en que se cruzó en mi camino.

Porque mi tumba fue cavada hace tiempo en algún lugar de su corazón.

En un lejano rincón del infierno, donde sólo hay espejos que reflejan los

quebrantos del pasado.

No sé si los espejos son falsos como el billete. Pero me veo muerto en

todos los reflejos y no soporto la contemplación de mi propio horror.


PAPEL

Vivo aislado del mundo en medio de la inmensa sabana.

Aquí los animales son gigantescos y los insectos tienen el tamaño de los

zapallos. Vivo solo y constantemente amenazado por lo que hay a mi

alrededor.

Alguna vez me pregunté si era un saltamontes.

Pero sé escribir y leer, uso anteojos y estoy deprimido.

El problema no es mi identidad.

El verdadero problema, por el que estoy asustado y deprimido, es que

pudiendo escribir las cosas más maravillosas de la tierra, sólo me queda

este trozo de papel.


LOS DUELISTAS

Me esperan a las cinco en “Campo Grande”.

MI apadrinado es un pobre pichón de doctor.

Decidí no llegar con él al campo del honor, porque prefiero no exhibirme

demasiado con un condenado al deshonor.

Lo hago por el padre. Ese hombre era algo serio. Un verdadero valor. Lo

hago por el abuelo, por el linaje de una familia de duelistas que vino a

consumirse en este pobre desecho de humanidad.

En una hora lo trasladarán al sanatorio. Curarán sus heridas físicas.

Mañana o pasado me extenderá un cheque.

El honor será honrado. Mi orgullo de padrino experimentado recibirá un

ligero rasguño. Sólo que algún día su hermano se batirá y yo volveré a regar

mi flor.

Cuando eso suceda los muertos de la dinastía de los grandes duelistas

vendrán conmigo al duelo y yo me sentiré bastante más aliviado de lo que

me siento hoy.

Confío en que el hermano del infeliz nos haga el último honor.


ESTE HOMBRE ESTÁ VIVO

Me quedé sin trabajo. Me echaron del cementerio cuando me rehusé a

enterrar al principal contribuyente del pueblo, el que nos mantenía a todos.

Cuando arrimaron el féretro a la fosa acerqué mi oído al madero y lo

golpeé. Sentí un ruido ahogado en mi corazón.

—Este hombre está vivo.

—¡No bromee! —me dijeron con malos modos.

Les dejé las palas y me retiré.

Lo enterraron ellos.

Perdí mi trabajo.

Jamás había enterrado a un hombre vivo antes, mi reino es el reino del

otro mundo.

Ahora sigo sintiendo ruidos en el corazón y me consterna el pensar que

quien ponía el aceite para la gran maquinaria pública fue enterrado sin

consideración alguna.

Me quedé sin trabajo, es cierto, pero conservo mi corazón. Y en mi

corazón don Faustino Carriego está esperando una oportunidad providencial

para deshacerse de sus deudos y volver a aceitar al pueblo que ni siquiera lo

lloró.
EL HOMBRE DEL JARDÍN DEL EDÉN

Cuido a este hombre desde hace cincuenta años. Siempre en la silla de

ruedas, apagado, malherido, triste.

En mi corazón cuido de un edén maravilloso con aves del paraíso,

faisanes y animales tiernos como el algodón.

Aunque simplemente cuido de mí.

El hombre de la silla de ruedas soy yo.

El otro hombre que jugaba en el jardín del edén, que cuidaba de la alegría

de la vida, a ese hombre lo despidió Dios.


NEGOCIACIÓN

—Tengo sólo un centavo.

—Cada cigarrillo cuesta dos centavos.

—¿No me vendería medio cigarrillo?

—¡No puedo! Espere... puedo venderle un pucho, un pucho en buen

estado...

—¿Un pucho de quién?

—Del clasificador de granos.

—¿No será del comisario?

—No, era del clasificador de granos.

—Bueno, en ese caso deme la parte que está mejor.


LA MADRE DEL BORREGO

—¡Soy la madre del borrego!

—Es un pillo.

—¿Y qué hizo para que lo llame así?

—Se robó un alfajor.

—¡Un alfajor no es nada! ¿Y qué hizo con el alfajor?

—Se lo comió.

—¡Ese maldito demonio! ¡Lo voy a desollar vivo!

—¡Señora! ¡Es un niño!

—Sí, pero sólo piensa en él.


EL TESTIGO INSOMNE

Sufro de insomnio crónico. No consigo dormir ni un minuto.

Por la mañana me ocurren cosas extraordinarias. Veo personas muertas

sentadas en las mesas del café; en cada estación del subterráneo desfilan

tigres de bengala; subo por escaleras que no llevan a ninguna parte.

Por la noche, como no puedo dormir, me pongo el traje de marinero

holandés, tomo la matraca y la corneta y me voy a pasear por la costa. A esa

hora no hay nadie. Muevo la matraca y hago sonar la corneta. Cuando

amanece, me consigo azúcar en algodón y me la devoro con placer.

Sufro de insomnio crónico. Nunca tuve un sueño. Me imagino que los que

sueñan se conducen exactamente al revés de la forma como me conduzco

yo.

Mi mente no tiene descanso. Por eso no veo televisión. Abro la ventana.

Es igual o mejor.

A veces pienso que si llegara a dormirme la vida sería algo triste y

fatigoso, como les ocurre a las otras personas. Y me consuelo pensando que

soy un elegido de Dios, su testigo más fiel.


MAÑANA Y HOY

Mañana lucharé contra la forestación indiscriminada con especies no

autóctonas. Mañana denunciaré a las industrias contaminantes y a la terrible

polución asesina. Mañana clamaré contra las grandes corporaciones que

desprecian la vida.

Hoy arrojo el ídolo al suelo e instalo un nuevo orden. Hoy planto las

semillas del algarrobo, del hombre y de la mujer.

Mañana no es el momento. Hoy es el día después en que mañana deja de

ser el otro día.


DECLARACIÓN

El amor es una lámina de acero cortada con descuido y yo vine para

poner orden. Yo estoy enamorado de usted. Soy un hombre de trabajo, un

martillo fuerte que endereza los clavos viejos.

No le ofrezco un palacio ni un pesebre, le ofrezco una casa robusta y

segura, una casa de piedra en la que no entre el frío ni la humedad.

Sé que no soy un hombre agraciado. Carezco de instrucción y no cuento

con un ahorro en el banco. Pero con mi obstinación y su paciencia

edificaremos nuestra casa de piedra, en el campo, bien adentro, en el campo,

lejos de la gente y de las luces. Entre los lobos y las lechuzas, cerca de las

ranas y del tren.

Le ofrezco lo que siempre soñé: le ofrezco trabajo y disciplina, mucha

disciplina. Yo estoy enamorado de usted. Y soy un hombre que sabe lo que

le conviene.

Yo le ofrezco las llagas de mis manos y el sudor de mi cuerpo.

Ahora, Justina, ¿qué me responde usted?


PALABRAS SUCIAS, PALABRAS LIMPIAS

Junté todas las palabras vanas que había empleado. Las junté una a una

en la bolsa. Las idiotas junto con las inútiles, las malditas y las

desgraciadas. Las junté todas y las metí en el lavarropas con mucho jabón.

Centrifugué. Probé con tres programas diferentes.

Cuando estuvo listo el lavado, saqué palabras limpias: adorada, mi

querida, ángel de mi corazón.

Junté las palabras limpias, puras y tiernas en una caja de bombones vacía

y se las llevé a la cama.

Y ella se las devoró. Se empachó con las palabras dulces y bonitas. Y

después empezó a sentirse mal, a vomitar palabras, y me trató de asesino,

de depravado, de imbécil, de tramposo.

Entonces yo dejé las palabras tiernas en el piso del cuarto y le dije, un

poco desilusionado, que ahora le tocaba a ella hacer la limpieza.

Y me vine a darles la comida a los monos del laboratorio.


UNO POR CIENTO

—Yo Amazonas.

—Yo Selva Negra.

—Yo Malasia

—...

—¿Y usted?

—Yo ciempiés.
DEL AZAFRÁN

Creo que usted no me entendió.

Yo no soy el rey del azafrán, yo vendo azafrán. Porque el rey del azafrán

estuvo hace tres meses en el país y los sedujo a todos.

Yo sólo vendo azafrán puerta por puerta para poder subsistir.

¿Qué soy del rey del azafrán?

Pues, una víctima, como lo es un satélite del sol. Una pobre victima que

depende de la anchura del mundo para escapar al control del emperador.

Soy el último vendedor particular de azafrán. Mi familia se cultivó en este

arte sereno y sensato que es el comercio del azafrán.

No le prometo el placer de los cielos ni la visión de las estrellas, sólo le

vendo un poco de azafrán para el arroz.

Y, por si a usted no le resulta atractiva mi propuesta, también vendo

paraguas y escarbadientes. Al menos los escarbadientes me permiten no

abandonar del todo el oficio familiar.

No soy el rey del azafrán, no señora.

Soy la última pizca de azafrán del tarro.

Y nada más.
CAMINAR CON EL SENADOR

Estoy parado aquí en la esquina, esperando. Esperando a que avance el

senador. A que pase delante de mis ojos con las evidencias de su crimen.

No voy a disparar contra él, ni a lanzarle encima huevos y harina. No voy

a leerle un manifiesto contra la política profesional.

Voy a tomarle una instantánea.

No porque camine del brazo de una mujer, como un adúltero sin

escrúpulos.

No porque vaya de la mano con el presidente de una corporación

extranjera.

No porque tenga manchas de petróleo en los pantalones y no haya

movido un dedo para enfrentar la contaminación ambiental.

Voy a tomarle una instantánea porque anda solo.

No camina con uno de nosotros. No camina con nadie.

Y nosotros lo votamos para todo lo contrario. No para que nos llevara al

Congreso ni a sus numerosos viajes.

Lo votamos para caminar con él sin que ni él ni nosotros sintiéramos

vergüenza. Vergüenza de haber tenido que marchar solos desde el fin del

mundo hasta aquí.


JUAN Y YO

Juan me debe una.

Nos casamos y divorciamos cuatro veces.

Ahora estamos juntos de nuevo.

Dice que aprendió la lección y que ya no se quiere casar.

¡Yo quiero casarme porque quiero volver a divorciarme!

¡Adoro empezar las cosas y dejarlas por la mitad!

En cualquier caso Juan y yo dejamos por la mitad tantas cosas que ya

nada puede terminar jamás.


LA VOZ

En la noche oscura te llamo. Ahueco mis manos y a través de ellas

pronuncio tu nombre.

A veces te llamo Clara, a veces te llamo por tus nombres de las flores.

En la noche oscura pronuncio las palabras que no dije cuando estabas

viva.

Cada tanto, en la noche oscura, siento que el perfume vuelve a través del

aire.

Sólo entonces –no por percibir la gloria de tu visión–, sólo entonces toco

tu voz, el aspecto sutil de tu voz.

A veces tu perfume tiene la misma tonalidad de tus glosas paganas sobre

las cosas de la vida.

El aroma con el que me hablas me acerca al misterio de la voz. Porque no

debe haber luz sin parpadeo ni acento sin perfume.

Ese es el lenguaje de la futura promoción de amantes y de héroes, la voz,

el perfume de la razón.

Al menos la noche oscura deja de ser una cifra prohibida y muta en el

aroma consagrado. Y eso justifica mi pena y mi desvarío, el pasar la vida

tratando de tejer la última red. La red para atrapar las notas de tu flogisto de

las cien mil armonías.

ESAS HUELLAS
Yo sigo esas huellas noche y día. Bajo el capullo de piedra de los túneles;

entre los árboles acorazados del bosque centenario; por sobre las ondas del

lago sediento de paz. Las sigo noche y día, en la vía láctea y en el flujo de los

arrieros por el campo.

Son las huellas de algo desusado, esquivo, quizás horripilante; quizás

apacible y sedentario como el diente de marfil de un anticuario.

Sigo esas huellas a veces cónicas, a veces equinocciales y oscuras, frías,

azules o moradas. Las hay por todas partes, lo más que hay son huellas.

Pero nadie las advierte (quizás tengan miedo de dejarse contagiar por esas

marcas).

Nadie sigue las infinitas huellas de formas intensas que fueron desovadas

con la asiduidad del polvo y de la luz.

Sé que siguiendo esas huellas, atravesando la jungla de carteros y

mensajeros artificiosos, de palabras sin magia, esas huellas me incluirán

dentro del séquito de los presagios, me ingresarán a la escuela gloriosa de

los que manejan las cosas adventicias.

Esas huellas transitan el camino de mi vida.

No sería el camino si no existieran las huellas. Yo no sería el camino. Yo

no llevaría a ningún lugar. Esto es así.

Después vienen la verdad y la vida.


CÓMPLICE

¿Y si lo hubiera matado yo?

¿Si cuando le arrojé la Biblia a la cara, lo hubiera condenado a muerte?

¿Si lo mató la ira de Dios?

Pues, en ese caso yo sólo sería el cómplice y el crimen no sería más que

un acto de amor.

¡Gracias a Dios! ¡Alabado sea el Señor!


INFORMACIÓN ESPECIAL

Yo sólo estoy autorizado a brindar información confidencial, calificada y

privada. Los detalles de los Servicios Públicos los puede obtener en el

interno doce.

¿Qué es información confidencial, calificada y privada?

Por ejemplo ¿qué está haciendo en estos momentos el Papa? ¿A qué

hora entra el canciller americano al baño de la mañana? ¿Cuántos dólares se

jugó el Secretario de la O.N.U. en Las Vegas la semana pasada? Cosas así.

¿A quién le interesa esa información? No crea, hay mucha gente que se

aburre. Hay quienes ajustan sus planes a nuestra carpeta de datos

especiales. Nadie sabe como nosotros sobre tormentas, caídas de la bolsa y

golpes de estado. Sobre eventos que van a ocurrir en poco tiempo.

¿Quién creó el Centro de Información?

No se lo puedo decir, aunque lo supiera. No es información confidencial,

calificada ni privada.

¿Qué es?

Pues, es un chisme y no estamos autorizadas a propalar chismes, cosas

no suficientemente comprobadas que pongan a riesgo la seguridad de la

nación.

EL REGATEO
Si usted no regatea el precio del tapiz conmigo, yo no le vendo nada.

Si usted no regatea el precio de mi tapiz y acepta sin discusión lo que yo

le pido, usted desprecia a este humilde servidor.

Tenga a bien regatear el precio.

Recuerde que el Día del Juicio eso será lo primero que habrá de hacer y la

cuestión más importante para toda la eternidad.


EL TREN

Vi pasar el tren hace ocho horas.

Podría ser el último tren.

Nos vamos a quedar solos y aislados, un pueblo va a languidecer y va a

morir ignorado.

Nuestros muertos van a permanecer ocultos; no habrá nuevas cartas;

nadie llevará lejos sus coloridos bolsos.

¡Podríamos construir nuestro propio tren!

Yo ofrezco el motor de mi camión. En la herrería podríamos fabricar uno o

dos vagones.

De pronto ellos no nos quieren volver a ver y de nada serviría crear

nuestro propio tren.

De pronto es el fin de la historia conocida y tenemos que ponernos a

pensar en otra cosa, en constituirnos en una nación independiente, por

ejemplo.

Y ya saben: ejército, policía, presidente y ministros.

Eso sí, no creemos la compañía ferroviaria. Aprendamos de lo que nos

está ocurriendo. Hagamos entre todos el fin de la historia para que nada

vuelva a repetirse por nuestras vías del fin del mundo.

LA PIEDRA QUE CAYÓ DEL CIELO


Encontré la piedra que cayó del cielo justo encima de un nido de gallinas.

Había un agujero en el techo de lata del gallinero.

Se la mostré a mi mujer y le dije que era una bendición.

Puse un aviso en la prensa del domingo.

Me visitaron joyeros, coleccionistas, ufólogos y un zoológico de

ejemplares curiosos.

También me visitó el representante regional de la Dirección de Minería.

Me dijo que no la podía vender hasta tanto se le hicieran los exámenes, que

de momento la piedra quedaba en manos del estado.

Yo le mostré el agujero en el techo del gallinero y el nido deshecho y le

dije que no había caído en la tierra, sino en mi propio nido de gallinas. Que la

tierra era de la patria, pero que el nido era de mi propiedad. De mi propiedad

y en todo caso de mis gallinas.

Me detuvieron. Confiscaron la piedra. Me prometieron que iban a

repararme el techo del gallinero y que ya tendría noticias suyas.

Y aquí me ve, esperando que caiga otra piedra del cielo para esconderla

bajo la leña.

A mí no me van a domar las leyes que desconocen la generosa voluntad

de las estrellas. Si pensaron en mí no pensaron en la Dirección de Minería ni

en los burócratas que sólo miran el cielo los días de tormenta.


EL NUEVO INGENIERO

Antes de la inundación nadie se interesaba por mí.

Pasaban frente al rancho como si allí no hubiera nada.

Después de la inundación, los periodistas de la televisión vinieron a

registrar un día de mi vida.

Si no aprovecharon para registrarlo cuando mi rancho estaba en pie, lo

único que van a obtener es una buena actuación.

Me hago el ingeniero y me respaldo en muchas ideas para construir el

dique con esclusas y canales para el regadío.

¡Y me escuchan! ¿Puede creer? Y hasta dicen que las autoridades

debieron prestarme atención antes de la inundación.

Antes de la inundación yo estaba satisfecho con lo poco que tenía y no

era ingeniero.

Parece que la inundación me transformó en un hombre experto y

preocupado por la suerte de esta zona.

A mí lo único que me importa es que me den un buen jergón y algunas

latas para pasar tranquilo en mi rancho hasta que ocurra la próxima

inundación.
EL ASESINO

El asesino dejó sus huellas en mi copa para involucrarme. Yo no bebo

vino y no es una copa apropiada para beber agua.

Se puede argüir que a un asesino le da lo mismo.

Pero yo no rompería la etiqueta para matar a una mujer de sociedad.

La hubiera matado envenenado las piezas del ajedrez, que ella amaba.

Pero el asesino no juega el juego de la conciencia.

La policía sospecha de mí, pero no del asesino.

La policía abomina de las clases altas: son hijos de la envidia y de la

mediocridad.

Sólo le interesan las estadísticas, las pericias ostentosas y las manchas

de sangre.

No saben nada del destino.


LOS PRECIOS

No me desprecian porque distribuyo niños huérfanos. Me los mandan de

Asia, de América Latina y de África. Incluso prefieren que haya montado un

centro para hacer las cosas con orden.

Me desprecian porque intervengo en la política de los precios.


LOS SUSTOS

El hilo no me sacó del laberinto.

Sucedió que no fui más allá de la entrada debido al susto.

Los planes heroicos y los hilos de Ariadna son para los que se creen

listos.

Los sustos son para los que se aman por fuera de los mitos.
EL PATRÓN DEL ASOMBRO

Soy un hombre que no se asombra por nada.

Me asombré con el zeppelín sombreando la ciudad cuando nació mi

hermana albina.

Cuando se desmoronó la casa de mis sueños ante mis ojos y sin que yo

lo hubiera deseado con fuerza, como toda hacía presumir.

Desde hace veinte años nada me asombra.

Soy un hombre lógico y regular. Acostumbrado a los vaivenes de la

fortuna y muy observador.

Nada me asombra porque creé mi propia razón: la familia de ratones que

viven en mi casa y que me hacen sentir un mejor ser humano.

Sé que a la gente le repugnan los ratones. A mí me dan paz. Supongo que

a los otros le darán paz las ardillas o los koalas. A mí me pacifican los

ratones.

No les doy queso. Eso no les hace bien. Comparto mi comida con ellos, el

pan, las migas.

Debo decir que ya soy viejo y que mi mujer murió por el asombro. No sé

si llamarlo susto.
No fue por lo de un ratón corriendo bajo la mesa. Fue cuando traje el

pelícano al jardín y le corté las alas.

No le había avisado nada y ella llegó de la tienda y lo vio.

Fue fulminante.

Ella murió en el acto.

El pelícano también.

Ninguno de los dos era como yo.

No hay lugar para el asombro cuando uno tiene asegurado el corazón.


LA PALABRA NUEVA

Fui a buscar la palabra nueva, la palabra ajena a todos, al fondo del mar.

Y me encontré con un antiguo barco hundido.

El maltrato del tiempo y la nube de restos que flotaba por todas partes me

dejaron mudo.

Habiendo encontrado lo que había salido a buscar me quedé mudo.

La repetí bajo el agua, que era como el teatro de mi llanto, y nunca más la

pronuncié.

El día en que no haya barcos hundidos sufriendo el desdoro del tiempo,

Dios revelará Su voz.

Pero a la palabra nueva me la escondí en el horror que queda por debajo

del paladar. En la bóveda sin sol.


LA ORDEN

Gobías, ahorita mismo me lo traes al escrofuloso ese y me lo pones a

lustrar los barrotes de las celdas. A lustrarlos con los pelos de la cabeza.

Aquí no manda la distancia. Los que mandan allá lejos no mandan acá.

Acá la autoridad soy yo.

Y cuando el pestilente escrofuloso ese haya acerado los barrotes con el

pelo, me lo pones a lustrar el piso con las nalgas, a nalga pelada.

Y cuando usted vea que está la cárcel como nueva, lo tiras abajo en el

pozo y le echas mucha agua encima. Él se lo merece porque es el único

preso, y cuando en una cárcel hay un solo preso es el peor de los hombres.

Si hay otro delito y luego tenemos otro preso, eso sí, me lo sacas del

pozo y me lo tratas como al alcalde. Le das pollo, aguardiente y tabaco.

No podemos ocultar que el pinche mugroso este ayudó a hacer de

nuestra cárcel un establecimiento modelo.


EL DIABLO

Se me escapó:

Lo tenía sujetado por las patas, pero se me escapó.

Si hubiera sabido que tenía alas hubiera llevado la red.

Para ser el ahijadito de la suavecita de la tía Nubia es demasiado diablo.

¡Bendito sea el Señor que tiene alas de ángel y no se hace pasar por el

halcón!
MAÑANA ME MANDO MUDAR

Mi mamá me mima mal.

Me mantiene maniatado mientras mira moda.

Muchas mañanas me muerde mis mejillas mientras mastica mandioca.

Mañana me mando mudar.

Mi mamá me mata muy maternalmente.

Me mata mimándome muy mal.

¡Madre mía!

Madre menos, madre más, me marcho mañana montando mi mula.

¿Monte? ¿Mar?

Me merezco mi morada mansita, macetitas, mazapanes, miel.

Me marcho.

Mi medio mutismo me mantuvo mimetizado, maloso, mellado, molido,

mojado, mucho muy mojado.

¡Maldita monotonía maxilar!


LA PRUEBA DE LA MÁS ALTA EVOLUCIÓN

Me subí a la nave extraterrestre pese a la oposición de los alienígenas.

Me dijeron que yo no estaba suficientemente evolucionado.

Me resistí con todas mis fuerzas.

Me arrojaron fuera. Caí desde quince metros de altura por el exterior de la

nave.

Creo que son seres verdaderamente más evolucionados: como le dije, caí

de casi quince metros de altura, caí de cabeza, y no me dolió.

AUTOCONOCIMIENTO
El amor es algo misterioso.

Amo esta pared, con su pintura descascarada, con musgo y clavos. Es el

mejor retrato que alguien puede hacer de mí.

La amo con toda mi alma, porque a pesar de todo puedo contemplarme de

verdad, con mis miserias y carencias y no sentir desprecio por mí.

El conocimiento de uno mismo es algo prodigioso.

Todos deberían tomar en serio aquello que ven en una pared. Y cuanto

más fulera, mejor.

UNA PRISIÓN DANTESCA

Esta es una cárcel especial.

Ya me fugué tres veces y comprobé que las fugas están comprendidas


dentro del sistema carcelario.

Uno deja de dormir, se castiga excavando, queda todo molido y nervioso

a la espera de su oportunidad.

Y cuando llega la noche indicada y ya recorre todo el túnel que cavó, al

salir uno es recibido con bromas y burlas en un pabellón desconocido.

La primera vez salí en el pabellón de los depravados. No la pasé bien, por

cierto.

La segunda vez alcancé el pabellón de los ladrones de motocicletas.

Son bastante rudos.

La última vez me recibieron los asesinos a sueldo. Gente de muy pocas

palabras.

En ese pabellón me encuentro ahora. Me informaron que existe un

pabellón para los que cometieron delitos económicos.

Lo voy a intentar una vez más.

Necesito hacer contacto con gente influyente, con gente próspera y

decente, como ellos.

Creo que de otra forma, con mis antecedentes, no salgo más de esta

maldita prisión.

De la prisión más maquiavélica que hay en este planeta. La de los

innumerables círculos; una prisión a la medida del Dante. Y de un hombre

infatigable, como lo es este servidor.


LA MAGIA

En el momento que hice pasar a la anciana detrás del cortinado sentí que

Dios me dejaba solo.

Antes de que pusiera a funcionar el truco, abrí la cortina por instinto y

advertí que la anciana había desaparecido.

Para disimular mi perturbación quise sacar un conejo de la galera, y

saqué la dentadura postiza de la anciana.

Para mi desgracia el esposo estaba en la platea.

Eso es todo, señor juez.

La función es parte de mi trabajo; la magia fue obra de Dios.

OBSERVACIÓN
Sí, noté algo extraño.

El cadáver tenía una rosa en la mano y las espinas no le habían producido

ninguna herida.

Tampoco tenía heridas en el resto del cuerpo.

Lo que sea que lo haya matado, seguramente le llegó al corazón.

EL PODER

Empecé doblando cucharas y tenedores sólo con la mirada. No sé cómo


lo lograba. Sólo era cuestión de mirar con la fuerza de los ojos. Después

quise enderezar las cucharas y los tenedores y sólo logré doblarlos hacia el

otro lado.

Gracias a Dios existe el verano. Fue en verano que conseguí enderezar lo

que doblaba. No me pregunte por qué ocurrió. Simplemente me puse lentes

ahumados y las cucharas y los tenedores volvieron a quedar utilizables.

Lo único que tuerzo y enderezo son cucharas y tenedores. No me

pregunte por qué ocurre así.

Gracias a Dios existe la ignorancia. Gracias a la ignorancia no sé cómo

manejar el poder. Imagínese los desastres que hubiera provocado si no fuera

un completo ignorante.

¿Por qué cucharas y tenedores? ¿Por qué sólo cucharas y tenedores?

Míreme bien, Oswald. ¿Se notan las huellas de mi condición de goloso?

Aunque jamás hubiera desarrollado el poder de los ojos para torcer

cucharas y tenedores, otras personas con sus ojos hubieran podido

reducirlo todo a polvo.

¿Por qué no reduje las cosas a polvo con los ojos?

Quizás porque súbitamente surgió en mí el poder. Surgió junto con una

avanzada miopía.

Gracias a Dios no todas las cosas tienen una explicación comprensible,

gracias a la ignorancia que Él me concedió no todo poder es algo superior.


EL SALVAVIDAS

Me voy a la otra isla.

A esta comenzaron a llegar turistas.

Detesto los desechos y las fotografías.

Detesto el aroma a perfume universal y la música estridente.

Detesto la exhibición procaz y la ebriedad.

Sobre todo detesto tener que hacerles de salvavidas.

Me voy a la otra isla.

Es casi inaccesible para los inexpertos.

Y además uno es un salvavidas todo el tiempo. Porque uno corre peligros

casi siempre, y en esas condiciones extremas uno no tiene otra salida que

ponerse en manos de su propio yo.

ADIÓS AL INVIERNO
No estoy loco.

Es invierno y hace mucho calor.

No hubo nieve.

El oso y la ardilla están desorientados.

La naturaleza se muestra llena de estupor.

Sólo hay sol. Un día eterno de sol.

No estoy loco.

Odiábamos al invierno y el invierno nos dejó.

Nos quedamos sin el silencio, sin estufa, sin libros.

No exagero.

Creo que cometimos el más estúpido error.

DRAKER Y STRECHTER

El capitán sacó el arma y disparó.


Strechter lanzó una carcajada.

El capitán le volvió a disparar.

Strechter volvió a burlarse.

El capitán se lanzó sobre Strechter.

Cayó pesadamente al suelo con las manos vacías.

—Deje de beber, capitán, y váyase a su casa.

—¡Aún no lo atrapé!

—Strechter está muerto hace tiempo, capitán.

—¿Muerto?

Tomé al capitán sobre mis hombros.

Lo cargué hasta su departamento.

Saqué las llaves de su bolsillo y abrí.

Antes de encender la luz, Strechter disparó.

El capitán Draker cayó al suelo.

—Levántese, capitán, Strechter está muerto.

—¿Muerto?

—Muerto. No vive fuera del alcohol.

—¡Ah! —exclamó estúpidamente el capitán.

Lo acosté, pero no le saqué el arma. El pobre capitán Draker tampoco vive

fuera del alcohol.


LO VI TODO

Vi al hombre acercarse a la baranda del puente.

Lo vi arrojar un portafolio al río.

Vi que el portafolio flotaba y no se hundía.

Vi al hombre correr desesperado y bajar por el puente hasta el río.

Vi que el portafolio se iba alejando en la corriente.

Vi al hombre entrar en el agua sin sacarse la ropa.

Vi que el hombre se sumergía.

Vi que no volvía a la superficie.

Vi al portafolio flotar a lo lejos sobre las aguas del río.

VI que el río seguía su camino.

Entonces comprendí.

EL POLVO AZUL
Cerca de la ruta del romero, bajo la cascada de los sauces, como un lunar

prominente y oscuro, allí persiste un aljibe.

En el pozo arrojé la bolsa con el dinero.

Si vas por el botín asegúrate que llevas en la mente la idea de encontrar

una bolsa vacía.

No porque alguien haya bajado al pozo por el dinero. Es que el papel

moneda se evapora cuando uno deja de cuidarlo y de prestarle atención.

¿Te parece superstición y nada más?

Mírame a mí, casi un muerto desde que tú y todos pusieron sus ojos en la

sombra de una mujer y se olvidaron del cuerno de la abundancia.

Si no encuentras el dinero no pienses que se lo robó tu hermano, o el tío

viejo.

Se lo robó el desdén.

El desdén que convierte todo lo que toca en polvo azul.

Si encuentras el polvo en el fondo de la bolsa llévatelo contigo.

Una vez que uno pone otra vez su interés en el motivo de su desdén, la

vida suele volver a materializarlo.

Eso sí, deja un puñado de polvo azul en el fondo del pozo.

Es justo que algún muerto de hambre se beneficie también con el

producto azul de tu negro desdén.


LA SOMBRA

La sombra impenetrable sobre las horas en el pupitre, impide que Marina

escriba una sola línea.

Mientras yo me hamaco en la mecedora, mi sombra persigue a Marina.

Si Marina va al baño, la oscuridad le perturbará el alma.

Si sale a caminar por la cuadra, nada le será permitido a Marina.

No tendrá luz para escribir la carta, luz para pensar en las palabras.

Sólo tendrá confusión, la sombra sobre el alma.

Hasta que deje de hamacarme en la mecedora, y haga de mi sombra la

sombra de un varón que la perdonó.

Hasta que la aurora sea vindicada.


EL IMBÉCIL

Yo quería saltar en paracaídas.

Mi novia me mandó al psicólogo.

El psicólogo me dijo que saltara, pero que antes le dejara paga la consulta

del siguiente jueves.

El muy imbécil me provocó.

Salté el lunes.

El psicólogo se murió el miércoles.

La esposa se rehusó a devolverme el dinero.

El muy imbécil me estafó.

Mi novia me culpó por todo y me dejó.

Estoy seguro que son incontables los hombres que pasan por la misma

situación.

Aunque los psicólogos, no.


UNA PARTE DEL PROTOCOLO

Y antes de marcharme para siempre, permítame poner el acento en tres

puntos.

Primero: yo no discrepo con el señor canciller sobre la selección de los

vinos para los agasajos.

Segundo: yo no estoy encargado de llevar el registro del consumo de los

vinos finos en la embajada.

Y tercero: el señor canciller no conoce sus límites y yo conozco los

límites del protocolo del vino mucho mejor de lo que él se imagina. De lo que

él aprendió. De lo que el señor canciller jamás practicó.


LA CURA DE LOS SUEÑOS

Recién me sacaron el chaleco de fuerza.

Dispongo de algunos minutos para tomar la decisión más importante de

mi vida.

¿Envío el ejército a la guerra u ofrezco el armisticio?

Después vendrán los enfermeros y con ellos un ahogo profundo y la

muerte de mis mejores soldados y de mi nación.

Y después de la muerte, cuando quede otra vez libre del chaleco de

fuerza, contaré con un poco de tiempo para hablar con los ministros sobre el

complot que sufre la nación. Para tomar la última decisión.

¿Volveremos a morir, soldados, ministros, parlamento y monarca, o

escaparemos por el desfiladero de la montaña a la región donde viven los

ermitaños que custodian la sabiduría del corazón?


EL TROMPO

El trompo no deja de girar.

Ya nadie se desvela por mí en Katmandú.

Los monjes se fueron cuando les llegó la hora.

Sólo el hombre y su trompo inverosímil no sufrieron el paso del tiempo.

Desearía que el trompo no dejara de girar jamás.

Pero hice mis votos y debo volver a la vida ordinaria.

Mañana también será hoy en este custodiado lugar.


EL OJO

El ojo del cíclope no parpadea.

Siempre me mira a los ojos.

No soporto su luz.

Me marean las olas y la abrumadora presión del ojo del cíclope.

Cuando lo miro veo el mar.

El cíclope es como el mar.

Estoy condenado a este mareo inorgánico y al escrutinio constante de un

ojo radical.

Algunas noches oscuras, sólo algunas noches negras para poder

encender la vela y confundirlo. Sin esa pequeña y trémula luz la lucha sería

muy desigual.
DAN LA PAZ

Había probado todo tipo de medicamentos, homeopatía, herboristería y

nada me hacía dormir.

El doctor Alder, el psiquiatra, me sugirió que me comprara un ejemplar de

la Biblia, particularmente la versión de Cipriano de Valera y que la leyera

todas las noches.

La cosa funcionó.

Basta con que me ponga a leer ese libro para que me gane el sueño.

Es mágico, pongo mis manos en las páginas de la Biblia, la abro al azar y

no llego a leer más de tres o cuatro líneas. Me quedo dormido mágicamente.

La Biblia va conmigo a cuanto viaje hago, aun cuando en algunos hoteles

proporcionan ejemplares para el pasajero.

Mi psiquiatra me explicó que contar corderitos para dormir funciona con

la gente que tiene ocupada la cabeza en mil ideas. Que para mi naturaleza

apática y pasiva se debía contar con el cordero de Dios.

Aunque me dijo eso con ironía, sé que tiene mucha razón.

Todos los corderitos mitigan el pecado del mundo, pero sólo uno da la

paz.
DIEZ MIL PESOS

Es difícil ser un hombre de pocas palabras y tener que decirle que su hijo

está muerto.

Murió feliz: disparándole a los del gobierno.

El cuerpo lo ocultamos en la charca de Funes.

Lo más difícil para mí es tener que pedirle el cuerpo. Le pusieron precio,

vivo o muerto.

Y la revolución necesita el dinero.

Nadie más que yo sabe lo duro que es venir a estas horas de la

madrugada a su casa a decirle: “Don Diego, se lo debemos”.


LORD BEACON

Se sacó el yelmo con mucho esfuerzo.

Dejó el escudo, la lanza y la espada junto al piano.

Se quitó el peto, la cota de malla, la armadura toda y se arrojó al sofá

exhausto y desnudo.

—Creo que mis antepasados estaban locos.

Lo escuché con respeto y con respeto le formulé una pregunta de

circunstancia:

—¿Sus honorables antepasados “locos”, milord?

Lord Beacon me miró fijamente a los ojos y me dijo:

—Tenían demasiado hierro en la sangre o demasiada sangre fría en los

hierros. Elige tú.


TRUCOS DE SEPULTURERO, ENCANTOS DE LA INDIA

Junto el agua bendita de las lágrimas de los penantes y con ella lavo las

tumbas. Y después, cuando cae el rocío, las tumbas brillan como los ojitos

de un niño indo ante un encantador de serpientes.

Sólo que, si llueve, la lluvia ensucia las lágrimas y el rocío y a mí me

cuesta un mundo volver a limpiar las tumbas.

Tengo que confiar en que pronto morirá otra persona importante y que yo

no moriré antes de que la serpiente salga del canasto y se transforme en una

cuerda y el niño suba por ella hasta el lugar del que jamás regresará.
NO DUERMO

No duermo desde hace diez años.

Y antes de que transcurriera ese tiempo sólo dormí durante una semana.

En esa semana mi mujer concibió a Serafín y también se murió.

No duermo hace diez años y Serafín no me deja despertar. Serafín es todo

lo que tengo.

Si me durmiera sabría si en verdad todo es un sueño y quizás así sólo

lograría arruinar mi pequeño manojo de felicidad.


JUEGOS

Cuando juego al mus me olvido de las rosas del jardín, y los rosales no

dan rosas.

Cuando juego al bridge me olvido de las gallinas del gallinero y las

gallinas no ponen huevos.

Jamás juego al ajedrez, porque si lo hiciera seguro me olvidaría de todo lo

demás. Y me temo que si lo jugara, todo lo demás dejaría de ser, excepto yo,

el jugador. Y ya no tendría con quien jugar.


CLAUSURADA

Me duele en el corazón, pero tengo que clausurar la tienda. Si hubiera una

o dos cucarachas podría hacer la vista gorda, usted me entiende...

Pero, lamentablemente, esos insectos proliferaron desde la más remota

antigüedad y ahora en su comercio no hay más que cucarachas y algunas

pocas prendas hechas jirones.

A menos que cambie de rubro, de actividad, la tienda no tiene futuro, y el

presente es inadmisible.

Quizás pueda dedicarse a la cría y exportación de cucarachas, de

mosquitos, de garrapatas. Todo lo que aquí se siente cómodo y seguro.

Usted sabe: todo bicho que camina va a parar al plato de algún comensal.
MAR INCÓGNITO

No triunfamos sobre los írritos persas.

Yo les entregué mi mujer y mis hijas, mi vino y mi aceite, mis esclavos y

mis joyas, y obtuve esta paródica telaraña que persisto en llamar libertad.

Remo y cargo cadenas. Vomito sangre de día y sueño que vomito sangre.

Estoy argollado como los animales feroces.

Estoy llagado y he sido lacerado sin reticencia. Soy una mímica del

hombre.

Pero al menos me cuento entre los que conservan una luz encendida.

Al menos yo espero que los persas se pierdan en el mar y que requieran

de un piloto experto.

Me debo al incógnito mar.

Me debo a la sanción del parco Ocaso.

Al final de la aventura.

No triunfamos sobre los persas, sólo esperamos que los persas no

triunfen sobre ellos mismos.

Yo sé que cuando mi luz los ilumine me volveré su piloto, su mano

derecha, la estrella del rumbo restablecido. Y que cuando llegue ese día mi

mano los conducirá definitivamente a los abismos.


LA CONJURA DE LOS SORDOS

Canta conmigo.

Abre la boca y canta.

No titubees, es cuestión de arrojo.

Cuando consigas cantar alto y firme, los sordos volverán de su

ostracismo.

Y en medio de los sordos tu canción será privilegiada.

Porque lo que nadie imagina es que los sordos conocen esa canción

mejor que nadie.

Por eso ya no la pronuncian, no la escuchan ni la persiguen.

Es la misma canción que un día los conjuró contra el aire opulento del

mundo.
HUESOS

No tengo piedras en la vesícula.

No tengo cálculos en los riñones.

No tengo arena en los ojos ni entre los dedos.

Tengo sobrios huesos de dinosaurio y con eso me alcanza para ser feliz.

LAS CORBATAS
No, no aceptamos cambios de corbatas.

La gente se las lleva, las atan a las vigas del techo, les hacen un nudo a la

altura del cuello y se ahorcan.

Después viene un familiar y la quieren cambiar por otra nueva.

Llevo años trabajando con corbatas y sé muy bien que una vez que sirven

para ahorcar a alguien, ya nadie más las quiere comprar.

Con un nudo en la garganta, así y todo, las pobres corbatas se ponen a

gritar. Y como nadie las escucha, después de todo no les queda otra cosa

que gritar todavía más. Gritar cada vez más y siempre más.
COSAS SUELTAS

No podrás escaparte. Tarde o temprano te atraparé.

Con uno de mis brazos recorreré todas las escaleras hasta tu cuarto y

con el otro te rastrearé en la cocina o en el jardín.

Una de mis manos te buscará en los armarios viejos del altillo y la otra

caminará por la cuadra hasta encontrarte.

Y cuando te atrape te llevaré a tu cuarto, te sacaré las ropas de calle, te

pondré el piyamas y te acostaré.

Una de mis manos se apostará a la puerta de tu cuarto para vigilar tus

horas de sueño.

Porque sabes, Natalina, en la niebla de la noche andan cosas sueltas,

cosas horribles ante las cuales una niña como tú no podría mantenerse

mucho tiempo en pie.


DESDE EL ESPEJO

Cada vez que me miro en el espejo veo un hombre distinto.

Un viejo barbudo y astroso, coreado por el vuelo zumbón de mil moscas.

Un joven abisinio que ríe desde los dientes rotos, ausentes, una risa

hecha añicos.

Veo un marino griego que fuma y lagrimea por el escozor del humo.

Cada vez que me miro al espejo sé un poco menos quién soy.

He llegado a pensar que el secreto reside en el espejo. Que el espejo sabe

más de mí, de los incontables rostros que hay en mí y que tarde o temprano

me va a devolver un rostro nada más.

Ese rostro, mi rostro original, viene avanzando muy lentamente en

dirección al espejo, y aún no lo alcanzó. Cuando lo alcance y se imponga

sobre los otros rostros, algo se va a caer a pedazos, quizás en mi cara o,

definitivamente, en mi discreta vida de pasante.

Sólo espero que la cáscara no se desprenda y caiga del espejo, porque

un espejo roto no tiene cura y no hay nada más insoportable que la

aborrecible multiplicación del yo.


LA TIERRA DE LA INTIMIDAD

En mi país las cosas son muy pequeñas. Es un pequeño país y su

pequeña gente anda muy despacio para no destruir la caja de cristal.

En mi país no hay trenes ni aviones, apenas si caminamos unos metros

para llegar a nuestro destino. El resto del mundo queda ahí nomás. Estamos

tan cerca del resto del mundo que basta con dar seis saltos seguidos para

pasar la frontera y alcanzar la ajenidad.

En mi pequeño país no miramos televisión, sólo nos miramos actuar unos

a otros.

Es casi una vida maravillosa, lo que se dice una vida soñada. Por otra

parte, si alguna vez alguien se dedicara a soñar en serio, ese sería el fin de la

caja de cristal.

En mi país casi no tenemos país. No nos desplegamos con el movimiento

de una bandera. No nos estimulan un himno o un escudo hierático. Somos

ciudadanos de ningún lugar.

Nos asombra oír opinar acerca de que el universo y el espacio no tienen

límites. En mi país todo tiene límites. Es la mejor manera de no atravesar la

intimidad.
LA BOCA FILOSOFAL

Cuando se abrió la tierra porque al temblor le provocó risa el silencio del

estero, cuando una grieta inmensa se dibujó en el páramo, yo andaba a paso

canso razonando un problema de lógica.

Ante mis ojos desbordados se abrió el paisaje y desde lo hondo (acaso

desde un recién inaugurado infierno), vino una luz como una estela blanca y

fría.

Así obtuve la respuesta. Fui distinguido por ella. Se me incluyó entre los

adalides de la Cátedra, fui exaltado, honrado, reconocido.

Ahora se me ha planteado un problema aún más arduo y estoy en el

“Príncipe Sol” en medio del mar. No espero de un tifón, de un tsunami.

Espero que en el continente, lejos de aquí, se abra la tierra y resurja aquella

luz.

Cuando la luz fluya en las antípodas hacia allí me dirigiré un día preclaro,

y cuando me encuentre junto a la rugiente boca de todas las respuestas, a la

nueva grieta filosofal, entonces conoceré otra vez otra respuesta y mis

límites nuevamente se habrán de espaciar.


EL DESIERTO

Porque el desierto se extiende más allá del límite de mis ojos y tú estás al

otro lado del desierto mirando hacia algún lugar, sé que es imposible que

nos volvamos a ver las caras una vez más.

Me consuela el pensar que del otro lado del desierto tú estás mirando

hacia aquí. Que existe ese lugar.


EL DELFÍN

Tengo un delfín en la pileta.

Contra lo que la gente cree no es un animal inteligente.

Está feliz como si viviera en el mar.

Sólo un animal tonto puede vivir feliz en una situación semejante.

Yo, por ejemplo, tengo una mansión en la ciudad, pero extraño la plenitud

del campo. Y no soy feliz. No soy más feliz que el canario en la jaula o que el

abogado que vende caramelos para subsistir.

A veces le arrojo hojas del periódico al delfín, pero él ignora las noticias

del mundo y chilla de alegría.

¡Pobre idiota! Si supiera que su captor es completamente infeliz,

seguramente ensayaría una pose de circunstancia, una pose de

comprensión para congraciarse con su amo.

Sólo así me sentiría un animal superior y dejaría de sufrir por tanta inútil

alegría.
EL PRESENTE

Le temo al presente.

Al instante en que adviene el mosquito y se desvanece la paz.

Le temo al mosquito puesto que le temo al presente. Y mi pasado no me

ayuda para nada.

De todos los presentes que me transitaron llevo huellas. Arácnidos,

alimañas, moscardones y mosquitos.

Le temo a la forma ingrata que adoptó el presente para venir hacia mí.

Prefiero la atemporalidad: la única forma de vivir lejos del paroxismo.

Lejos del zumbido del mosquito aleve, lejos de las horrorosas creaturas que

pueblan cada instante y se van al pasado -a cada instante- para volver por

siempre jamás.
EL MENSAJE DE LOS ESCLAVOS

Contemplo mis esclavos y no puedo sentirme indiferente.

Puede que cada esclavo dramatice una de mis miserias.

¿Debería deshacerme de mis miserias cuando en los hombres libres no

contemplo la personificación de mis virtudes?

Mis esclavos son como los hombres, como los monos, los pájaros, los

animales ungulados o los palmípedos.

Puede que sean mensajes de Dios para leer con cautela; mensajes ante

los cuales sólo los otros esclavos pueden mostrar indiferencia.

Puede que Dios sienta respecto a mí lo mismo que yo siento respecto a

Su creación.

Y puede que ambos nos hayamos hecho una falsa impresión el Uno del

otro.
LA VIRTUD

Siendo un hombre tan desgraciado, tengo una inmensa virtud.

Sé reír.

Pero nada me provoca menos risa.


NEGACIÓN

Lo negué tantas veces que al final me afirmé en mi punto de vista y el

gliptodonte desapareció.
EL MISMO LUGAR

Si el mundo no fuera tan pequeño, usted y yo no nos hubiéramos vuelto a

encontrar. Pero ahora que nos hemos encontrado, quiero decirle que usted y

yo nos hemos vuelto a separar. El mundo es pequeño, demasiado pequeño

para que usted y yo permanezcamos el mismo tiempo ocupando el mismo

lugar.

EL CIELO
Cambió el color del cielo.

Antes era púrpura o azufre, no lo recuerdo bien.

Sólo recuerdo que miraba el cielo y veía la profunda matriz del universo.

Ahora sólo veo el cielo hecho de nuevo.


EL ESPEJO

El espejo se rompió en mil y un pedazos.

Yo seguí siendo el mismo, sólo que los demás comenzaron a tratarme de

cientos de maneras distintas.


LETRAS Y NÚMEROS

Soy como una criatura del abecedario.

Me muevo entre la a y la z.

En el departamento c me dan pan.

En el j me dan azúcar y te.

En el w me dan agua o sopa de letras.

Sólo que cuando estoy en la calle, soy apenas un número más.


EL SERVIDOR

Yo ponía la gran alfombra púrpura cada vez que el presidente se

trasladaba a algún lugar.

Después la volvía a enrollar.

Lástima que el presidente nunca pasó por este lugar.


INDECISIÓN

Soy un hombre indeciso.

Ella o ella.

¿Cuál de las dos?

¿Y si ellas lo decidieran?

Probablemente me quedaría solo y tendría que volver a elegir.

Elegir entre ninguna y alguna que otra.

Sigo siendo un hombre indeciso.

Si bien ninguna es perfecta, hay alguna que puede ser todavía peor.

Mejor me quedo con las dos.

Con las otras dos mejor que no.

ENTE DEL INFIERNO


Era un oso detestable y maloliente que se había pasado la vida robando y

esquilmando a todo el mundo. Que robó la casa de mis padres y hasta violó

a mi hermana menor.

Era un cerdo al que perseguí los últimos veinte años, día y noche, al que

atrapé y castigué sin compasión.

Era un monstruo maldecible.

Era un ente del infierno.

Era quien era, sólo que era yo.


LA PARTIDA

En una hora pasa el último tren.

Y cierran la estación para siempre.

Llevo mis petates en un bolso y mi gallo de riña en un jaulón.

Voy a hacer fortuna a los suburbios de la ciudad.

Mi gallo es invencible, por eso voy a dormir con él entre mis brazos.

Si me roban mi gallo tendré que bajar a pelar yo y todavía tengo mucho

que aprender de mi campeón.

Me despedí de todos y me vine al andén. Incluso ya lo están desarmando.

Mi gallo se queja por el calor.

Cuando llegue a la ciudad le voy a echar unos baldes de agua encima.

Le calma los nervios por un rato.

Después lo pongo junto al fuego y ya queda listo para destrozar a

cualquiera que se le ponga adelante.

Con el agua y con el fuego tengo resuelto su entrenamiento.

Es un gallo sencillo y sin complejos. Es un gallo funcional.

Una especie de espejo.


LA SABIDURÍA DE UN EXILIADO

Me hice el grande.

Me puse a hablar de los grandes misterios de la existencia.

Y se me quemaba la tortilla.

Los vecinos vieron el humo, pero yo no.

Lo demás ya es conocido: el incendio, la miseria, el vagabundeo por la

ciudad.

Y yo a cuestas con mi sabiduría, una sabiduría que no sabe nada de la

verdad del fuego y de las tortillas.

Lo más terrible es que todavía queda gente interesada en conocer la

sabiduría de un incendiario, de un exiliado del mundo.

La sabiduría de lo peor.

La sabiduría que incluye toda afectación.

La sabiduría que no sacia hambre alguna.

La sabiduría que se termina donde empiezan la prueba y el error.

EL IDIOMA DE LAS TUNAS


Me repugnan las orquídeas.

Amo los cactos y las tunas.

Creo que las flores exageran demasiado.

Prefiero la parquedad de las hojas de hierba.

Sobre los cipreses y los álamos aún no tengo posición tomada.

Los matorrales están a la altura de nosotros, aunque de pronto ya se han

puesto de rodillas.

No sé, tendría que estudiar bonsái para poder entender a los árboles.

Quizás los árboles se comuniquen en japonés.

En ese caso yo no estaría al nivel de ellos.

Pero se me ocurre que no todos los árboles admiten el bonsái.

Sólo desearía no tener que entenderme con el roble de la casa de mi

abuela en inglés.

Me repugnan los idiomas que tienen más flores, pero menos objetos.

Alguien les enseñó a leer a las plantas.

Las tunas se expresan sin necesidad de palabras que designen objetos.

No parece haber otro idioma que exprese mejor sus sentimientos que las

espinas. Es mi idioma.

Quien ponga sus manos sobre mí, por cierto que me va a conocer.
LA TRANSFIGURACIÓN DEL PERDÓN

—¡Te odio! —le dije para hacerle saber que la perdonaba.

Ella saltó sobre mí y me abrazó.

—¡Te detesto como a nadie más! —me dijo apasionadamente.

Hoy es más fácil perdonar sin palabras emocionales y falsas, sin válvulas

de escape ni flores de ornamentación.

Hoy el perdón se transmutó en el delito urbano, en un acto suicida.

Entonces, para establecer definitivamente que el perdón mutuo se había

consumado, ella me clavó sus uñas en la nuca y yo, feliz, la escupí a la cara.

Y así, mágicamente, la cosa creció y creció.

—Sólo la muerte podrá sellar mi definitivo perdón —le dije a mi amada.

Y ella cerró los ojos serenamente y se preparó para el verdadero perdón.

EL PODER DE LAS SOMBRAS

Me pareció que el ciempiés que asciende por el muro arroja una sombra
del tamaño de una caja de zapatos.

¿Será por los muchos pies?

Puede que la sombra se adapte a las circunstancias y se explaye cuando

es necesario.

¿Por qué razón se le hizo necesario explayarse más de la cuenta?

¿Por qué yo la estaba contemplando? ¿Por una forma de narcisismo?

En ese caso soy el factor equis de la naturaleza y todo lo que tenga que

ver con sombras paranormales tiene que ver con mi condición especial.

Pero ¿por qué mi sombra se asusta de lo previsibles?

Nadie es profeta en su sombra.

Puede que mi influencia sobre las sombras de las demás criaturas me

confiera un gran poder.

¿Para qué sirven las sombras?

¿Es que la inmensa duda que tengo acerca de todo es esa sombra?

Si fuera así, yo tendría el poder de sembrar dudas al provocar la

expansión de las sombras.

Con el tiempo voy a aprender a sacarle algún provecho a este inusitado

poder.

Es sólo cuestión de tiempo.

Y de luz.
LA LUNA QUE SE DESINTEGRÓ

Juraría que vi desintegrarse a la luna.

¿Esta luna de hoy?

Existieron y existen diferentes lunas.

La luna del deseo, la luna de los lobos, la de los poetas, la de los locos.

Existe la luna de los calendarios, la luna que preside los años, la luna que

pilota las mareas.

¿Qué luna se desintegró ante mis ojos?

Ha de haber sido la luna de la circuncisión, porque al desintegrarse la

luna algo imprevisto me ocurrió.

Perdí mi fe y gané en disciplina.

¿Qué luna cree usted que se desintegró?

Los gentiles conocen menos lunas que nosotros.

¿Cómo podrían entender la luna del éxodo o la luna de la gran liberación?


EL PROBLEMA

Yo sudo la gota gorda.

Yo cargo con todo el peso.

Yo aro siempre el mismo surco.

Yo cumplo con mi deber.

El problema es que soy diferente.

DESDE EL PRINCIPIO
Conservo todas tus cartas, Andreolina.

Por orden de llegada.

Primero llegó la última.

Y después la anterior y así sucesivamente.

Andreolina, ¿podríamos empezar desde el principio la próxima vez?


LA FE

Mi fe es inconmensurable.

Creo en la reducción del peso por medio de la fe.

Hoy soy un hombre nuevo gracias a la fe.

Es necesario creer.

Ahora estoy creyendo en el aumento de mi talla.

Pronto seré otro hombre y llevaré mi fe más alto todavía.

Es necesario creer.

Por sobre todo, creer.

De lo contrario, se hace necesario costear los honorarios de un pecador.

TANTO DOLOR
Fui sometido a cruel suplicio.

Me extrajeron toda la dentadura.

Me extrajeron las uñas de los dedos de los pies.

Querían cortarme a pedazos.

Ahí desperté y lancé un grito de dolor y los médicos que me estaban

practicando la autopsia ya no pudieron escapar de mi sueño nunca más.


APRENDIZAJE

Aprendí de los cangrejos a tomar las cosas con pinzas.

Y de los murciélagos a cazar de noche.

Del hombre no aprendí nada.

El hombre se confunde con las metáforas.

HISTORIA
Tiraron gases lacrimógenos y dispararon balas de goma.

Los estudiantes retrocedieron.

Los gendarmes avanzaron.

Cuando estaban todos agrupados bajo el manto del humo, cerré la tapa

del libro de Historia y me sequé las lágrimas.

MI nombre está escrito en el libro de los hechos. Me llamaban el bueno

del coronel.
COMPARTIR EL PÁNICO

Compartamos el pánico, Maestro.

Usted escaló los altivos Himalayas.

Yo subí la cuesta.

Usted se bañó en las sagradas aguas del Ganges.

Yo me mojé en la corriente.

Ahora que estamos solos y balanceándonos a lo alto del precipicio, mi

pánico me da para razonar.

Comparta su pánico conmigo, Maestro. No se olvide que usted me enseñó

que en la vida lo peor puede ser lo mejor.

EL CAZADOR
El camaleón me confunde.

No por causa de mi daltonismo.

Me confunde porque se muestra impermeable a mi sorpresa y a la de

todos.

Es que aunque no veo los cambios de color, sí veo la terrible lengua de

un cazador. Y me pongo a pensar que en boca cerrada no entran moscas,

mientras el cazador incorpora un saltamontes más a su larga lista de

pequeñas víctimas lejanas.


LOS CAMBIOS

No es que me haya extraviado.

Es que el mundo cambia de instante en instante.

Yo ayer también estuve aquí.

Y entonces yo era explorador.

Pero el mundo cambió de un día para el otro.

Y la pirámide de obsidiana hoy es un trapecio de cuerdas.

Y yo soy el artista más admirado del circo.

UNA RELACIÓN
Yo hice que un sapo se convirtiera en príncipe.

¿Cómo lo hice?

Simplemente bajé mis pretensiones al nivel de un sapo.

MI esposo elevó sus aspiraciones a la altura de una princesa.

A eso le llamo yo una relación.


EL LENGUAJE DE LAS PIEDRAS

Dígame todo cuanto tenga que decir ahora.

Una vez en la montaña cualquier palabra provocaría un alud.

No me plantee que nos comunicaremos por escrito: no sé leer ni escribir.

Una vez en la montaña nos comunicaremos a través de las piedras.

¿No conoce el lenguaje de las piedras?

Entonces hable todo lo que quiera ahora.

Para alguien de su cultura la montaña es un trabalenguas infernal.

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