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¡NO QUIERO IR AL COLE!

Libro infantil – A partir de 7 años.


Martín comienza la escuela
- Antonio Pérez Hernández -
©Todos los derechos reservados
Antonio Pérez Hernández
Sobre el autor:

Antonio Pérez Hernández es maestro de Educación Primaria, especialista en Educación


Musical, en Pedagogía Terapéutica y en Audición y Lenguaje. También es pedagogo, tiene
Máster en Investigación e Innovación en Educación y es Doctor, mención cum laude, por su
Tesis Doctoral Evaluación de la competencia en comunicación lingüística a través de los
cuentos en Educación Primaria.
Ha sido galardonado con un Accésit en el Premio de Creación Literaria Nemira y resultado
Finalista en el Certamen Internacional de Novela Fantástica y de Terror Dagón. Ha publicado
más de una decena de libros y ha sido traducido a seis idiomas: griego, neerlandés, francés,
italiano, portugués e inglés.
En la actualidad combina su labor docente con la escritura.

Página web: http://aphernandez.weebly.com


Twitter: @ap_hernandez_
Instagram: @ap_hernandez_
Índice

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 1

Martín se cruza de brazos y toma una decisión.


¡Hoy no va a ir al colegio!
Le da igual lo que le diga su madre, su padre, sus abuelos y hasta su hermana mayor. Le da
igual porque…
¡Hoy no piensa ir al colegio!
Le da igual cuánto se enfaden sus padres, le da igual que lo castiguen y hasta le da igual que
lo dejen un mes sin jugar a su consola.
Hoy se supone que comienza su primer día de colegio, pero a Martín no le importa.
¡Se piensa quedar en casa!
Por todo esto, cuando su despertador comienza a sonar, Martín simplemente alarga la mano,
lo para, y continúa durmiendo.
Y es que en la cama se está mejor que en el colegio. En la escuela no tienen colchones tan
cómodos, ni juguetes tan chulos como los que él guarda en el armario de su habitación. Y eso,
por no hablar de su videoconsola.
Mientras que los demás niños están en el colegio, él piensa aprovechar el tiempo jugando a la
videoconsola. Y es que en su habitación tiene hasta una televisión. ¡Puede jugar a sus
videojuegos favoritos acostado en la cama!
¿Por qué, teniendo todo aquello, debería marcharse para ir al colegio?
Además, Martín es muy listo. Aunque no sabe leer, ya ha pasado las páginas de todos los
libros que hay en su casa y ha visto todos los dibujos. En la enciclopedia que tiene en la
habitación de estar, sabe localizar las fotos de todos los animales en menos de cinco minutos.
También sabe contar del uno al diez.
Y hasta sabe que si sumas un videojuego y otro videojuego, el resultado son dos videojuegos.
Con todos aquellos conocimientos, ¿para qué necesita ir al colegio?
Además, cuando Martín sea mayor, quiere ser diseñador de videojuegos. ¿Acaso para eso se
necesita estudiar?
CAPÍTULO 2

La madre de Martín llama a la puerta de su habitación. Se llama Leticia y trabaja como


dependienta en una tienda de ropa.
-¿Pero todavía estás acostado? –le dice, atónita, nada más entrar-. ¡Vas a llegar tarde al
colegio! ¡Y yo llegaré tarde al trabajo! ¿A qué esperas para levantarte, Martín?
Pero Martín, lejos de dar un salto para vestirse, se tapa con la sábana hasta la barbilla.
-¡Hoy no voy al cole! –le asegura a su madre.
Leticia no cree lo que acaba de escuchar.
-Estás de broma, ¿verdad? –Leticia se dirige a su cama con pasos firmes y sonoros-.
¡Levántate ahora mismo!
Pero Martín lo tiene todo estudiado y se agarra al cabezal de su cama.
Su madre tira de él con todas sus fuerzas, pero Martín no se mueve. Si su madre quiere
levantarlo, va a necesitar unas buenas tenazas.
Leticia se mira el reloj y se lleva las manos a la cabeza.
-Martín, no tengo tiempo para estas tonterías. –Se la ve agobiada-. Tengo que irme a trabajar
ya. ¿Quieres levantarte de una vez?
Y Martín, agarrándose con más fuerza al cabezal de su cama, le dice:
-¡Hoy no voy al colegio!
Leticia no puede llegar tarde a la tienda. Su marido, Marcos, es enfermero y ahora mismo
tiene turno de mañana en el hospital. Marcos tiene más fuerzas que ella y seguro que habría
despegado a Martín de la cama… Pero ella…
-¿Sabes qué te digo? –Leticia se da media vuelta-. ¡Que ahí te quedas!
Martín saca un ojo por encima de la sábana. No lo puede creer. ¡Su madre se ha dado por
vencida!
-¡Yo tengo responsabilidades! –su madre está muy enfadada-. ¡Y no puedo faltar a mi trabajo!
¡Ya llego tarde! ¡Adiós!
Y cierra la puerta de su habitación con un portazo.
Martín escucha los zapatos de tacón de su madre golpear los escalones hasta llegar a la planta
de abajo, el tintineo de las llaves del coche y, por último, cómo la puerta de entrada se cierra.
Martín escucha con más atención y oye el motor del coche de su madre arrancar para después,
perderse calle abajo.
Ahora que ha pasado el peligro, Martín suelta el cabezal de su cama.
Como loco, comienza a dar saltos de alegría.
CAPÍTULO 3

Martín se lleva el desayuno a la cama.


Son las nueve y media y todos sus compañeros ya debían de estar en clase. Pero él…
-¡Soy libre!
Se ha llevado a su habitación un batido de chocolate, cinco magdalenas, un cartón de cereales
y una bolsa de chucherías.
No es que se lo vaya a comer todo de golpe. Simplemente es para ahorrar tiempo.
Martín piensa invertir toda la mañana jugando a la videoconsola y no piensa perder ni un
segundo en levantarse para reponer provisiones. Así que ha arramblado con todo.
Se recuesta en la cama, enciende el televisor, la consola, y se llena la boca de cereales.
-¡Que comience la fiesta! –grita.
Se ha metido tantos cereales que, al hablar, se le ha caído más de la mitad. Ha puesto perdida
la cama. Pero le da igual. Eso no le afecta para jugar.
Martín comienza a jugar a su videojuego favorito.
Es de carreras. Y siempre queda el primero. Puedes escoger un coche, cambiarle el color,
cambiarle las ruedas… ¡y hasta puede ponerle un nombre!
Y luego corre con su coche. Hay dos tipos de carreras: las de circuito cerrado y las de mundo
abierto. En circuito cerrado compite con otros coches mientras que, en mundo abierto, puede ir
conduciendo su bólido por ahí, con toda la tranquilidad del mundo.
Ahora le apetece una competición. Así que selecciona carreras de circuito cerrado.
Y Martín comienza a jugar.
CAPÍTULO 4

Martín se ha comido dos puñados de cereales y una magdalena. También se ha bebido su


zumo.
En cuanto a lo que se refiere a su videoconsola, ya está cansado. Pensaba que sería más
divertido, pero dar vueltas y vueltas al mismo circuito con su coche comienza a aburrirle.
-¿Y ahora qué hago?
Mira el reloj que hay en su mesilla de noche y comprueba que solo son las diez de la mañana.
¡No ha jugado ni media hora y ya está aburrido! ¿Cómo es posible?
-¡Tengo una idea!
Martín introduce en su consola otro videojuego.
Este es completamente distinto. ¡Es de Super Mario Bros!
A Martín le encanta. En especial, porque puede cambiar de personaje. Unas veces juega como
Mario, otras como Luigi y, en otras ocasiones, hasta puede jugar como Yoshi, un adorable
dinosaurio verde.
Martín comienza a jugar. Salta de un bloque a otro, coge todos los champiñones que aparecen,
salta sobre los goombas, los aplasta… y vuelve a empezar.
No sabe qué le está pasando. ¿Por qué le aburre su videoconsola? ¿Por qué nunca antes se
había fijado en lo repetitivo que era todo aquello?
Martín pasa de pantalla, pero a excepción del escenario, todo vuelve a ser muy parecido. Más
bloques, más champiñones, más goombas, más saltos, más monedas…
Cansado, pulsa el botón de PAUSE.
Tiene más videojuegos, pero no tiene ganas de más.
-¡Ya sé! –se dice, apagando el televisor-. ¡Mis juguetes!
Sí, sus juguetes.
Seguro que eso lo entretendría.
Abre el armario de su habitación y comienza a sacar todos sus juguetes: el peluche de perro
San Bernardo, su colección de cromos de fútbol, su helicóptero a control remoto… y hasta sus
transformes.
Toda su habitación queda invadida por juguetes. Más que un dormitorio, parece una tienda de
regalos.
-¡Que comience la diversión! –se dice, ilusionado.
Comienza a jugar con Benito, el peluche de San Bernardo que tenía consigo desde que tiene
uso de razón.
-¿Cómo estás, señor Benito? –le pregunta-. ¿Quieres pasear conmigo?
Martín le ata una cuerda y comienza a arrastrarlo por su dormitorio, tal y como tantas otras
veces ha hecho. Pero por alguna razón, aquello no le divierte.
Su colección de cromos tampoco le reporta ninguna satisfacción. Lo bonito de los cromos era
compartirlos con sus amigos, hablar de los jugadores, de los equipos de fútbol… Pero ahora,
todos sus amigos están en clase.
De repente, Martín comienza, y aun rodeado de juguetes como está, comienza a sentirse muy
solo.
Deja a un lado los cromos y coge su preciado helicóptero teledirigido, uno de los mejores
juguetes del mundo entero.
Lo activa y aparece la luz verde, indicando que todo está listo.
-Despegue en tres… dos… uno y…
Martín, con suavidad experimentada, desliza la palanca vertical del mando. Las palas del rotor
principal comienzan su recorrido.
Cogen velocidad.
Crean una poderosa ventisca de aire y…
Comienza a volar.
El juguete se eleva con una elegancia sinigual y se mantiene a medio camino entre el techo y
el suelo.
-¡Y allá vamos!
Martín comienza a manejar la palanca horizontal, combinándola con pericia con la vertical. El
resultado fue un vuelo impresionante: el helicóptero sobrevuela su habitación como una libélula.
Pero… Al cabo de cinco minutos, Martín ya está aburrido.
Era mucho más divertido volar su helicóptero cuando sus padres estaban en casa. Siempre que
lo hacía, llamaba a su padre para que lo viera. Pero ahora no tenía a nadie.
Martín comienza a sentirse muy solo. Nada le resulta divertido.
Además… hay algo… algo que le impide disfrutar de las cosas. Algo que no le permite
divertirse ni con su videoconsola, ni con su peluche Benito, ni con su colección de cromos, ni
con el helicóptero, ni con nada.
Ese algo es difícil de explicar. Y, sin embargo, sabe que está ahí.
Martín hace descender al helicóptero y lo apaga, pulsando el botón de OFF.
-Tal vez debería haber ido al colegio –se dice.
Y es que se siente como el único superviviente del Planeta Tierra. Como si no existiera
ningún otro niño ni ninguna otra persona aparte de sí mismo.
-Esto no está bien.
Mira el reloj que descansa en su mesilla de noche.
Atónito, comprueba que solo son las 10. 30 h.
-¡Pero me prometí que no iría al colegio! –se dice, testarudo-. ¡Y tengo que cumplir mi
palabra!
Además, aún le quedan sus transformes.
Seguro que con eso se lo pasa en grande.
Los coge y comienza a jugar con ellos.
Uno de ellos se transforma en regadera, el otro, cuando se encoje, pasa a ser un camión y el
otro…
Martín tira los transformes al suelo.
Ya no aguanta más.
Sin saber por qué, comienza a llorar.
CAPÍTULO 5

-¿Pero qué estoy haciendo? –se dice, mirándose en el espejo del cuarto de baño-. ¿Acaso he
perdido la cabeza?
Martín se contempla: tiene el pelo despeinado y está en pijama.
-¿Pero qué estoy haciendo? –se vuelve a decir-. Hoy es mi primer día de colegio… ¡Uno de
los días más importantes de mi vida! ¿Y qué es lo que hago? ¡Quedarme solo en casa y jugar con
mis juguetes! ¡Es lo mismo que llevo haciendo todo el verano! ¡Y ya estoy harto de jugar! ¡
Martín comienza a asearse.
Se lava la cara, se enjabona bien las manos y se viste.
Escoge unos pantalones vaqueros y una camisa de manga corta con dibujos de robots.
Mientras se viste, Martín se siente mucho mejor, más animado.
Sabe que está haciendo lo correcto.
Sabe que el colegio no puede ser algo tan malo ni tan aburrido como quedarse toda su vida
encerrado en su habitación.
-¡Me voy! -dice, echándose su mochila a la espalda-. ¡Me voy a la escuela!
Con determinación, baja las escaleras a la planta baja y sale a la calle.
Allí afuera, el sol brilla, resplandeciente, en lo alto de un cielo sin nubes. Martín siente el
calor acariciar su piel.
Y se siente bien.
No sabe dónde está el colegio, pero lo va a encontrar.
El año pasado finalizó sus estudios de Educación Infantil en una escuela unitaria, pero ahora
iría a un colegio. A un centro mucho más grande y con muchos más niños.
Todo aquello le emociona y, al mismo tiempo, le da un poco de miedo.
Martín comienza a andar calle abajo y, a punto estuvo de dar media vuelta y encerrarse en su
habitación. Pero rápidamente recordó la soledad que allí le rodeaba y el completo aburrimiento
que ni tan siquiera su videoconsola ni mejores juguetes lograron disipar.
-¡Tengo que ir al colegio! –se dice, hablando en voz alta-. Antes o después, he de ir. No puedo
pasarme toda mi vida escondido en mi cuarto… ¡Tengo que ir al cole! ¡Tengo que hacer amigos!
¡Y tengo que aprender cosas nuevas!
Mientras Martín camina por la calle, la gente con la que se cruza lo saluda, extrañado.
Sin duda, todo el mundo piensa qué es lo que hace ese niño que no está en el colegio.
Y lo peor de todo es que Martín no sabe ni hacia dónde se dirige.
Se lamenta por no haberse levantado aquella mañana. Por haberse portado tan mal con su
madre, por no haberse ido en el coche con ella.
Martín camina durante un minuto más y es entonces cuando se cruza con dos policías.
-Hola, chico –lo saludan-. ¿Te has perdido? ¿A dónde vas?
-Voy al colegio –contesta con determinación-. Al principio no quería ir pero ahora ya sí.
¡Quiero ir a la escuela!
Los policías se miran un tanto extrañados.
-¿Y sabes el nombre de tu colegio?
-Creo que se llama…Miguel Delfines… o algo así.
-¡Ya sé cuál es! –responde uno de los agentes-. Es el Colegio Miguel Delibes, ¿no?
-¡Ese! –dice Martín.
Jamás imaginó que escuchar el nombre de su colegio le causaría tanto alivio.
-¿Y sabes llegar a tu cole? –le pregunta el otro policía.
Martín niega con la cabeza. La verdad es que no tiene ni idea de dónde está.
-Bueno, chico, ven con nosotros –le dije uno de los agentes, tendiéndole la mano-. Nosotros te
llevamos. Está un poco lejos, así que iremos en coche.
Martín comienza a dar saltos.
Montarse en un coche de policía era uno de sus sueños… ¡Y va a hacerse realidad!
-¿Y podré tocar la sirena? –le pregunta Martín, caminando entre los dos policías-. ¿Me
dejaréis usar vuestras pistolas?
Uno de los agentes comienza a reír.
-No chico –le dice, sin ocultar su sonrisa-. No podemos dejarte nuestras armas… y la sirena es
solo para emergencias. No podemos usarla así como así.
Martín agacha la cabeza. Tenía la esperanza de hacer sonar la sirena… aunque solo fuera un
poco.
-Pero no te preocupes –le dijo el otro agente, percatándose de su súbita tristeza-. En el coche
tenemos una gorra de policía.
-¿Y me la puedo poner? –pregunta Martín, esperanzado.
-¡Claro que sí! –le responde el agente.
CAPÍTULO 6

El trayecto en el coche patrulla es impresionante.


Los policías no solo le prestan la gorra, que la lleva puesta en todo momento, sino que
también le dejan usar el silbato.
Pero debe pitar muy fuerte, pues al poco tiempo, el mismo agente que se lo dio, se lo retira.
-Chico –le dice, riendo-, ¡que nos vas a dejar sordos!
Lo único malo es que llegan enseguida.
Y es que justo cuando Martín comienza a pasárselo en grande, el colegio aparece.
Tiene un cartel enorme en el que puede leerse, con letras mayúsculas, lo siguiente:

C.E.I.P. MIGUEL DELIBES

Aunque Martín no sabe leer, imagina que en ese cartel está escrito el nombre del colegio.
-¡Ya hemos llegado, chico! –le avisa el policía.
Aparcan el coche frente a la puerta principal y se bajan. Los agentes acompañan a Martín
hasta la entrada, llaman al telefonillo y esperan a que les abran.
Martín asiste al espectáculo asombrado. Nunca antes ha visto un colegio tan grande. Es tan
grande que parece un castillo.
Pero lo mejor es el interior.
Cuando la puerta se abre y acompaña a los agentes, comprueba la infinidad de dibujos y
carteles que hay colgados. Todos los pasillos están decorados con dibujos de niños. Se escuchan
las voces de un millar de niños, se escuchan risas y las explicaciones de algún maestro.
Martín sigue a los policías hasta el despacho del director y, mientras camina, echa un vistazo
al interior de las clases.
A todos los niños se les ve felices. Ninguno está tan aburrido como él lo había estado
encerrado en su habitación.
-Buenos días –se presentan los agentes, entrando a la Dirección-, hemos encontrado a este
niño en la calle. Estaba un poco desorientado, así que lo hemos traído.
La directora del colegio era una mujer bajita y un tanto regordeta. Tenía el pelo corto y muy
rizado.
-¿Puede comprobar si este niño está escolarizado aquí? –le pide uno de los agentes.
La mujer se sienta frente a un ordenador y teclea el nombre completo de Martín.
-Sí… sí… -afirma la directora-. Martín está en la clase de 1.º A… Hoy es su primer día de
colegio.
Los policías se despiden de Martín, deseándole mucha suerte en su primer día.
Martín está nervioso. La directora es amable y, mientras lo guía hasta su nueva clase, le habla
de la suerte que ha tenido. Al parecer, su maestra se llama Paula y es una súper maestra. La
directora le cuenta que es muy divertida y que con ella va a aprender un montón.
Así, llegan a su clase.
La directora llama a la puerta y la abre.
De repente, Martín se encuentra a su lado. Todos los niños lo miran con atención.
-Os presento a vuestro compañero Martín –dice la directora.
Paula enmarca una increíble sonrisa y le tiende su mano. Martín la acepta y la directora se
despide de la clase.
Paula le enseña una mesa vacía en segunda fila.
-Mira, siéntate aquí –le indica.
Las mesas están dispuestas en filas y en parejas. A su lado hay un niño con el pelo medio
anaranjado.
CAPÍTULO 7

Martín comienza a pasárselo bien.


A medida que pasa el tiempo, descubre el colegio, tal vez, no sea un lugar tan malo como
creía.
Su maestra Paula les ha mandado hacer un dibujo libre. Y, por supuesto, Martín hace un
dibujo de videojuegos. Dibuja su coche de carreras, a Mario, a Luigi y hasta dibuja un goomba.
Le salen perfectos. Su compañero de mesa se fija en su dibujo y sabe apreciar su arte.
-¡Qué bonito! –le dice.
Se llama Enrique y, al igual que a él, le gustan los videojuegos.
Mientras dibujan, hablan de sus videojuegos favoritos, de los dibujos y series de televisión
que más le gustan, de qué quieren ser de mayor…
Martín, sin darse cuenta, comienza a relajarse. Empieza a reírse de las ocurrencias de Enrique,
empieza a hablar con los compañeros que tiene delante y atrás, comienza a conocer a nuevos
niños y niñas… Comienza a sentirse como en casa.
CAPÍTULO 8

Pero lo mejor es el recreo. El patio del colegio es más grande que un campo de fútbol.
Y hay niños de todas las edades. Y todos juegan con todos.
Martín no tiene ninguna dificultad para hacer nuevos amigos.
Se sienta en un banco a almorzar y habla con todos los niños, luego va a jugar al fútbol con
los chicos de otras clases, luego juegan a policías y ladrones, persiguiéndose y corriendo por
todo el patio… Y por si fuera poco, luego juegan al baloncesto, pues el patio de su escuela tiene,
ni nada más ni nada menos, que CUATRO canastas de baloncesto.
Luego suena la sirena, indicando el final del patio, y todos los niños se ponen en filan.
Martín sonríe.
Está siendo un gran día.
CAPÍTULO 9

Después del patio vuelven a clase pero… ¡No está Paula!


Todos los niños observan al nuevo maestro. Es un hombre mayor, con la barba blanca y con
gafas cuadradas.
En la clase reina un silencio total. No se oye ni una mosca, ni un susurro, ni tan siquiera se les
escucha respirar… Nada…
El maestro abre la boca y, en lugar de hablar, comienza a cantar.
Todos se quedan sorprendidos. El hombre tiene una voz muy bonita, transparente y delicada
como una copa de cristal. Su voz invade toda la clase.
-Buenos días a todos –les dice, cantando-. Me llamo Raúl y voy a ser vuestro maestro de
MÚÚÚÚÚÚÚ-SSIIIIIII-CAAAAAAAAAAAAAAA.
Cuando termina de cantar, hace una reverencia.
Todos rompen en aplausos.
¡Qué hombre tan divertido!
Y, por si fuera poco, Raúl coge una guitarra y comienza a tocarla.
Martín se queda anonadado, pues la toca de maravilla. Desliza los dedos por las cuerdas con
destreza, sacando unas notas que sobrevuelan por la clase como mariposas de colores.
¡Pero lo mejor es que les enseña una canción!
La cantan con él, la bailan, y luego, cuando parecía que no podía sorprenderlos más, Raúl
saca una bolsa llena de instrumentos.
Hay panderos, cajas chinas, maracas, güiros…
El maestro reparte uno a cada niño y cantan la canción, acompañándola con sus nuevos
instrumentos.
A Martín le ha tocado un pandero, lo golpea con una baqueta, canta y ríe, y canta… y sonríe.
CAPÍTULO 10

El tiempo pasa volando.


Cuando el reloj marca la hora de salida, Martín apenas puede creerlo.
Recuerda lo lento que pasó el tiempo cuando estaba en casa… Cómo incluso jugando a sus
juegos favoritos no lograba divertirse.
Y en el colegio se lo ha pasado en grade.
Y además, ha quedado por la tarde con Enrique y Lola en el parque para jugar.

Cuando sale del colegio, su madre está esperándolo en puerta, junto a muchos otros padres.
Martín corre y se arroja a sus brazos.
-¡Al final has venido! –le dice, dándole un beso en la coronilla-. Me han llamado del colegio
para avisarme de que estabas aquí.
Martín asiente.
-Me lo he pasado genial, mamá –se sincera-. Siento haberme comportado así esta mañana.
Leticia le da otro beso, esta vez en la frente.
-El colegio es muy chulo…
Leticia y Martín comienzan a andar camino de vuelta a casa.
-¡Cuéntame todo lo que has hecho! –le pide su madre.
-He cantado una canción… Y he hecho un dibujo… Y tocado un instrumento de música… Y
he hecho amigos nuevos… Y también he jugado al fútbol… Y…

FIN
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Muchas gracias.
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