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SEXUALIDAD
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. La sexualidad en el mundo contemporáneo:


1. Contenido de tabú;
2. Objeto de consumo;
3. Ámbito de reapropiación;
4. Inductor de miedos.

II. Mensaje cristiano y sexualidad:


1. En la Biblia;
2. En la historia de la teología;
3. En el magisterio de la Iglesia.

III. Comprensión actual de la sexualidad:


1. Dimensión personal;
2. El tú y el nosotros;
3. Apertura a la vida;
4. El goce y el placer;
5. El significado proyectivo.

IV. Búsqueda de criterios éticos:


1. Un modelo centrado en el acto;
2. Un modelo centrado en la persona.

V. Una pedagogía para la sexualidad.

I. La sexualidad en el mundo contemporáneo

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Interrogar a la realidad es una operación indispensable cuando se intenta incidir en ella a través
del discurso ético. Sin embargo, las más de las veces se obtiene una respuesta tan variopinta y
articulada, que luego resulta difícil reducir todo a un denominador común. Es la sensación que se
tiene también cuando nos asomamos al tema de la sexualidad y formulamos la pregunta sobre
cómo la concibe el mundo contemporáneo. Ya la índole compleja de la respuesta es un elemento
que hay que tener en consideración: en el mundo de hoy la sexualidad no tiene un rostro único;
la vivencia se escribe en plural, puesto que en el contexto en el cual los hombres y las mujeres
de hoy viven su vida, y por consiguiente también su sexualidad, es pluralista. No obstante, es
posible ponerse a buscar factores comunes, líneas de tendencia que permitan individuar los
rasgos salientes de un cuadro cuyo reconocimiento es importante para la construcción del
discurso ético.

Tener en cuenta contemporáneamente lo fragmentario de las experiencias y de las conductas,


pero también la posibilidad de obtener un diseño especificante, es condición imprescindible para
superar algunos equívocos. Por una parte, el que tiende a dar una lectura unívoca, carente de
diferenciaciones y de matices. En este equívoco suelen caer los que se complacen en
esquematizar en categorías demasiado masivamente unificadoras una realidad cotidiana que, por
el contrario, aturde por su carácter poliédrico. Se termina así coloreando con tintas iguales una
realidad polícroma, incurriendo en el defecto de emitir juicios generales, en los cuales se pierde
de vista la complejidad. El otro equívoco consiste en vaciar de significado la realidad, como si no
tuviera nada que decir en orden a una reflexión sistemática. Cuando se vacía el contenedor que
es la historia, se obtiene una separación esquizofrénica entre praxis y teoría, entre reflexión
orgánica y experiencia existencial.

En el intento de permanecer equidistantes de estos dos riesgos, se propone aquí un análisis


sumario de algunas indicaciones que se desprenden de la actual situación sociocultural
considerada en el contexto occidental, para poder comprender en qué categorías se piensa hoy
la sexualidad.

1. CONTENIDO DE TABÚ. En toda cultura existen mecanismos particulares de control social para
el correcto funcionamiento de la vida colectiva. Entre estos mecanismos hay que mencionar el de
la prohibición para organizar la conducta en orden a un determinado fin. La sexualidad se ha
visto siempre afectada por estos mecanismos: se ha regulado socialmente mediante una rígida
malla de obligaciones prohibitivas, para evitar que la base instintiva que la sustenta se impusiese
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y que la arbitrariedad de la conducta del individuo disgregase el tejido social. El tabú (de la
lengua polinesia tapu = prohibido) tiene una función positiva de defensa de formas avanzadas de
degradación (piénsese en el tabú del incesto presente en todas las culturas). Sin embargo, la
utilización del tabú como elemento de persuasión y de educación en los valores suscita grandes
reservas; el recurso indiscriminado a él lleva a un comportamiento neurótico. En el ámbito de la
sexualidad es algo que está claro si revisamos la historia de las costumbres: se nos presenta
plagada de un sufrimiento indescriptible de los individuos a causa de su incapacidad para
adecuarse a las normas morales dictadas por el grupo. En la cultura contemporánea destaca
como clara línea de tendencia el esfuerzo, ambivalente en sus resultados, pero ciertamente
positivo.en su intento, de liberar a la sexualidad de la esfera del tabú para restituirle dignidad y
fuerza de convencimiento sin recurrir a otras esferas de autoridad moral. Esto no quiere decir
que la sociedad no deba defenderse de eventuales tendencias destructoras, ni tampoco que la
persona deba ignorar su responsabilidad social. La fuente de inversión de la dimensión moral
debe desplazarse hacia los niveles de la concienciación y de la adopción consciente de la propia
responsabilidad personal.

Como contenido de tabú la sexualidad recibe su más fuerte ataque de la tesis de Wilhelm Reich,
el cual, en la segunda posguerra, teoriza la "revolución sexual" como elemento de crecimiento
hacia la madurez personal y colectiva. La cultura contemporánea se hace intensamente eco de la
llamada y de las intenciones de Reich y ha desarrollado una actitud de liberación y de
permisividad, sobre cuyas proporciones y consecuencias habría que discutir sin duda.

2. OBJETO DE CONSUMO. Liberada de los mecanismos de control y entregada nuevamente al


individuo, no siempre previamente educado para ella, la sexualidad se ha con vert~do en objeto
de amplio consumo, tanto en sentido privado como en sentido público. Cautiva de la c''ímlización
consumista, donde crece la demanda dei tener y disminuye la demanda del sentido, la
sexualidad se convierte en objeto de intercambio materializado. El ejercicio de la actividad
sexual. asume la dimensión de un banco de prueba del propio valor. Entre adolescentes y
jóvenes (pero no raramente también entre adultos de nombre) triunfar en el intento predatorio
supone una autoafirmación, una confirmación de la propia imagen. De ahí se deriva una
conducta sexual medida cuantitativamente por la prestación que se consigue ofrecer, por una
fuerte reducción de la sexualidad a acto sexual, preferentemente genital.

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Evidentemente, el consumo es concepto correlativo al de oferta. Se desarrolla así una red de


persuasión más o menos oculta para optimizar el consumo sexual. En ello piensa por una parte,
de modo indirecto, la técnica publicitaria explotando la necesidad de visualizar, típica de una
civilización de la imagen como la nuestra. El sex appeal se convierte en una presencia marcada:
a él recurre todo el que desea publicitar eficazmente su producto. El resultado es hacer crecer el
apetito sexual. También la moda concurre a llamar la atención sobre el cuerpo, con el juego
ambiguo del cubrir y desnudar. Pero, indudablemente, mayor relevancia social en el fenómeno
del consumismo sexual ha de atribuirse a la ocurrencia de los últimos decenios de adornar las
principales ciudades norteamericanas y europeas de sex-shop. La comercialización del sexo es
un fenómeno antiguo (piénsese en la /prostitución, que está presente en todas las sociedades);
pero la tipología contemporánea del fenómeno muestra aspectos del todo inéditos, haciendo que
el "affaire sexual" adquiera un volumen insospechado, no rara vez relacionado con otros
mercados negros. La explotación de condiciones de soledad, de desadaptación, de desarraigo, en
que están inmersos tantos posibles adquisidores del producto (ya sea real o imaginario), es un
hecho espeluznante, que modifica el modo de sentir y de vivir la sexualidad hoy.

3. AMBITO DE REAPROPIACIÓN.

La oleada de /feminismo, que ha sacudido la cultura machista en los últimos decenios, ha tenido
un peso notable en el cambio de la cultura sexual contemporánea. En el camino de la liberación
de antiguas formas de esclavización se ha venido consolidando en la mujer una nueva conciencia
de su feminidad, de su corporeidad y, por consiguiente, de su sexualidad. La mujer se ha
rescatado de objeto de consumo que era a medida del macho y se ha reinventado como objeto
de historia, partícipe y artífice de su propia vida personal no ya en sentido funcional, sino en
sentido originario.

Esta revolución feminista ha producido algunas consecuencias importantes. Ante todo ha nacido
un modo más consciente de vivir la sexualidad: su ejercicio, depurado de brutalidad y dominio,
está más frecuentemente incluido en un contexto de ternura y se concibe menos como
pretensión por parte del varón y más como deseo, como petición y desenlace en una nueva
subjetividad de la pareja. Otra consecuencia es la mayor atención al control de los mecanismos
biológicos y fisiológicos que presiden el complejo sexual-genital, y de ahí una mayor- posibilidad
de armonizar el deseo sexual con el resultado reproductivo a él ligado. A su vez, la aportación de
los conocimientos científicos al respecto ha contribuido a distinguir las funciones de la sexualidad
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que se venían comprendiendo cada vez más como diversificadas: armonizables, pero también
desmontables. Para el ejercicio de la sexualidad se ha derivado de ahí una mayor liberación de la
angustia de embarazos no deseados, y, para la mujer en particular, una mejor participación en la
dinámica de la relación. Por supuesto, no se quiere afirmar de manera unívoca que la separación
entre sexualidad y procreación favorezca siempre y en todas partes una mejor cualidad
(piénsese, p.ej., en el riesgo de vulgarización a que están expuestos sujetos irresponsables,
"protegidos" por la práctica anticonceptiva). Únicamente se quiere subrayar que a la sexualidad
en cuanto tal, y no inmediatamente al efecto reproductivo, se le asigna una nueva posición
central, que sin duda implica la posibilidad de una vivencia más armónica y responsable.

4. INDUCTOR DE MIEDOS. Un fenómeno del todo nuevo afecta a la conducta sexual en los
últimos años. La difusión cada vez más creciente del síndrome de inmunodeficiencia adquirida
(SIDA) y la comprobación del alto riesgo de transmisión de la enfermedad precisamente por
medio de la práctica sexual (independientemente de la naturaleza específica de ésta) llevan a
reconsiderar los propios hábitos sexuales de modo nuevo. Sobre todo el miedo de ponerse en
contacto con sujetos infectados ha suscitado una búsqueda de garantías que con mucha
frecuencia condiciona la elección del compañero y la práctica sexual. Estamos ante una creciente
demanda de tipo higienista. Esta exigencia de protegerse de la infección puede suscitar una
mentalidad en la cual la preocupación principal en el ejercicio de la sexualidad quede desplazada
de la calidad personal e interpersonal de la relación a la simple limpieza del mismo.

II. Mensaje cristiano y sexualidad

De la descripción del contexto cultural actual, atravesado por tendencias de liberación y por el
deseo de humanización, pero sofocado también por una exaltación desproporcionada y funcional
de la sexualidad, se desprende el peligro de que la realidad sexual se tnvialice reduciéndose a
objeto de juego y de consumo. La amenaza más grave es que la sexualidad venga a encontrarse
en una condición de pérdida de sentido, de caída de significado, para la cual todo discurso sobre
la dimensión ética, que debe atravesar y recorrer el sentir sexual, pierde su mordiente.

Quien desee exponer el mensaje cristiano sobre la sexualidad puede partir precisamente de esta
amenaza. Mas para contribuir a la salvación del mundo sexual mediante la proposición del
mensaje cristiano, se necesita un conocimiento, aunque sea sucinto, de cómo se ha venido
formando, teniendo en cuenta que se trata de un hecho vivo, dinámico, históricamente

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condicionado positiva y negativamente, y que por eso refleja elementos evolutivos, pero también
involutivos.

1. EN LA BIBLIA. Con valoraciones enteramente precipitadas e injustificadas se ha atribuido


comúnmente a la Biblia una visión negativa, atrasada y discriminada de la sexualidad.
Claramente desmiente estas suposiciones la imagen que nos presentan tanto el AT como el NT,
aun= que con evidentes diferencias.

a) El A T. Pertenece al ser del hombre en sentido propio e intrínseco ser varón o mujer. Ésta es la
tesis de fondo que se deduce de los relatos de la creación de Gén 1-2, contrariamente a la visión
del mito andrógino, para el cual la división en sexos habría que atribuirla a sucesivos estadios de
decadencia. Como varón y mujer, el hombre es imagen de Dios (Gén 1,27); y puesto que el ser
varón o hembra es inconcebible sin el cuerpo y la especificación sexual, se sigue que el hombre
es imagen de Dios justamente en la integridad de su unidad de cuerpo y alma. El AT desconoce
el dualismo de cuerpo y alma, que, por el contrario, influirá tanto en la tradición patrística. Más
bien considera al hombre en su integridad articulada, diferenciada, pero no jerárquica, donde
todo el hombre vive en su alma (por lo cual es un ser viviente) y en su cuerpo (por lo cual es ser
mortal). Por eso el hombre entero puede describirse como alma o como cuerpo (Sal 44,26;
Gén.3,1).

No es en absoluto típica del AT una actitud de desprecio del cuerpo, precisamente por la carga
de imagen de Dios que le recorre. El cuidado de la belleza es visto positivamente (Gén 1,3; Est
2,12); incluso como elemento de apertura al otro, de atracción sexual y como momento del
amor. Este amor es el contexto de la sexualidad y le confiere una dimensión creativa: creativa de
unidad (el ser "una sola carne", Gén 2,24) y creativa de continuidad ("creced y multiplicaos",
Gén 1,28). Todo esto forma parte no de un imperativo, sino de una bendición; o sea, no es una
orden, sino un don; especifica un significado de la sexualidad humana, pero no agota su
horizonte de sentido.

El AT tiene una posición liberadora y positiva frente a la corporeidad, la sexualidad y la


reproducción. Se ve de modo totalmente claro en el Cantar de los Cantares, que, sin embargo,
no puede considerarse un himno ingenuamente eufórico y una exaltación infundada e irrealista
de la experiencia de amor. El AT conoce también la debilidad y la tentación a que está expuesta
la sexualidad; nos habla también del dolor del parto y de la tristeza del dominio del varón sobre

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la mujer; encontramos allí las historias de infidelidad y de pecado que desfiguran el rostro de la
sexualidad. Pero el cuadro global es positivo, y no demonizante. El AT permite concebir la
realidad de la diferenciación sexual como algo querido directamente por Dios y con la cual se
confirma el juicio positivo sobre el orden de la creación: "Vio Dios todo lo que había hecho y era
muy bueno" (Gén 1,31).

b) El NT La enseñanza específica de Jesús sobre la sexualidad es muy parca; en pocas


circunstancias se expresa al respecto. Sin embargo, el tenor de fondo es positivo, y se inspira en
la imagen originaria del hombre y de la mujer propia del AT (Gén 1,27), a la cual por dos veces
el NT hace referencia explícitamente: Mc 10,6 y Mt 19,4. Evidentemente, la sexualidad no debía
constituir un problema particular para la tradición evangélica, a la cual sustancialmente le
interesaba repetir que la sexualidad es un dato querido por Dios, no un mal ni una maldición, ni
tampoco sólo una función del ser humano, sino su modo de ser. A esta visión
veterotestamentaria le atribuye Jesús mayor autoridad justamente por el hecho de referirse a
ella explícitamente; hecho de gran importancia si se piensa en lo diferente, pesimista y negativa
que era la visión agnóstica y dualista de la época.

En los dos textos (Mc 10,6-9; Mt 19,4-6) en los que se encuentra la referencia a Gén 1,27 y
2,24; Jesús no hace mención explícita de la finalidad procreativa de la sexualidad: ¿deseo de
subrayar más bien la dimensión unitiva de apertura humanizante al otro? La sexualidad asume
aquí un aspecto de proyecto ("serán una sola carne', no de mecanismo biológico. Al añadir luego
en ambos textos a la cita de Gén 2,24 las palabras "no separe el hombre lo que Dios ha unido"
(Mc, v. 9; Mt, v. 6), Jesús muestra que como fundamento del amor entre el hombre y la mujer,
del cual la sexualidad es signo e instrumento, está el amor creador de Dios, que se hace
presente justamente mediante el amor de los hombres.

Bajo el influjo de corrientes religiosas y filosóficas de la época se perfila en Pablo una enseñanza
diversa respecto a la sexualidad. En la primera carta a los Corintios, en efecto, se encuentran
expresiones que hacen pensar en una visión negativa de la sexualidad, como remedio contra la
concupiscencia: "A los solteros y a las viudas, que se queden como yo; pero si no pueden
guardar continencia, que se casen. Es mejor casarse que consumirse de pasión" (7,8-9). Pero
estas expresiones no agotan la enseñanza paulina sobre sexualidad. Hay que recordarlas en una
línea interpretativa de conjunto, que de algún modo las rescata. Justamente antes de este
pasaje, concretamente en 5,12-20, se contiene una argumentación digna de observarse.
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Reaccionando contra la conducta de los habitantes de la disoluta Corinto, que pensaban poder
hacerlo todo, Pablo les exhorta a pensar que el cuerpo tiene su dignidad propia que no puede
venderse. Al que corre el riesgo de confundir libertad y libertinaje le recuerda que el cuerpo no
es una cosa, un instrumento, sino la expresión de la persona, y que no se lo puede degradar so
pena de deteriorar también la dignidad de la persona. Vaciar el cuerpo de la dimensión de
relación intersubjetiva y convertirlo en objeto de desenfreno significa perder de vista la
naturaleza de icono de Dios que posee en cuanto templo de la presencia del Señor, la cual funda
la humanidad del hombre.

A esta luz hay que leer también las otras expresiones del pensamiento paulino, si no se quiere
caer en valoraciones unilaterales y mancas.

2. EN LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA. El cristianismo primitivo conoció también el pulular de


diversas tendencias ideológicas, con las cuales estuvo a menudo en contacto, dejándose
influenciar. Estas corrientes depositaron en el mensaje bíblico originario una pátina de pesimismo
y de desvalorización de la sexualidad y de la corporeidad, que luego penetró de manera
manifiesta en la literatura patrística. Mientras que los Padres griegos ven en la sexualidad, en el
matrimonio y en la procreación una consecuencia del pecado, los Padres latino-occidentales
maduran una visión más realista y más ligada al mundo jurídico: en el ámbito matrimonial lo
importante es atenerse al conjunto normativo de la sexualidad en orden a la procreación y no
condescender a la tentación del solo placer de la carne.

En este panorama cultural es digna de observarse la posición de Agustín. Por un lado intenta él
oponerse a las tesis maniqueas y defender la sacralidad del matrimonio y el carácter positivo de
la procreación. Por otro toma partido contra los pelagianos y afirma con todo vigor que el pecado
de origen ha contaminado al hombre y su sexualidad, de manera que su uso no está nunca
exento de pecado, a menos que se practique en orden a la procreación. Manifiestamente, en esta
visión no queda espacio para la valoración positiva del placer; se lo condena o, en el caso de la
procreación, únicamente se lo tolera. Gregorio Magno aceptará plenamente esta tesis de
condena del placer sexual y la transmitirá al resto de la tradición. Es interesante observar que
para muchos cristianos después de Agustín la discusión sobre la moral sexual se restringirá a la
cuestión de si es pecado o no la búsqueda del placer: un elemento parcial ocupa el puesto de la
totalidad, condicionando su valoración.

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En esta visión más bien pesimista se enciende una luz con los escritos del filósofo y teólogo
Pedro Abelardo (1079-1142), el cual reconoce la naturalidad de la búsqueda del placer sexual,
bien entendido en el ámbito del matrimonio. Del mismo parecer es también Alberto Magno, que
aduce ulteriores elementos de especificación y habla del placer como goce espiritual por la
presencia y la cercanía del compañero.

Como reacción contra las costumbres más bien libres de cátaros y albigenses, Tomás de Aquino
reitera la restricción del ejercicio de la sexualidad al fin meramente procreativo y cede al influjo
de conocimientos biológicos precientíficos cuando considera el semen masculino como un
"homúnculo". Consiguientemente, en él y en otros teólogos de la alta Edad Media se llega a la
condena de la masturbación como pecado de aborto o de muerte de seres vivientes.

Siguiendo una tradición que se consolida en una visión más bien rigurosa (si no rigorista), en el
siglo xvlli -cuando la teología moral se convierte en disciplina teológica autónoma, destacada de
la dogmática- se llega a la formulación de una doctrina común, según la cual en cuestión de
pecados sexuales no se da "parvitas materiae" (desde el punto de vista objetivo el pecado es
siempre grave). A fin de dar una clara exposición de esta parte de la moral, sobre todo para uso
de los confesores, se desarrolla una casuística detallada, que intenta englobar de manera
minuciosa el mundo entero de la realidad sexual. La doctrina así expuesta es uniforme en los
siglos siguientes, casi hasta nuestros días.

Sólo hacia mediados del siglo xx gracias también a adquisiciones de carácter, científico- se
.conseguirá pensar en términos antropológicamente más ricos, disolviendo gradualmente la
rigidez de los tratados morales en orden a una comprensión más positiva de la sexualidad.

EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. No se puede decir que exista un magisterio de la Iglesia en


el tema de la sexualidad aislado del nexo temático sexualidad-matrimonio. Por eso sólo en el
ámbito de la doctrina sobre el l matrimonio se podrán encontrar directrices relativas también a la
sexualidad. En virtud de este lazo, ya de suyo elocuente, será útil referirse aquí a algunos
pasajes del magisterio de la Iglesia cuyo objeto es primariamente la ordenación de la materia
matrimonial.

El reconocimiento del matrimonio como sacramento se produce al cabo de un proceso largo y


tortuoso. Preparado por las afirmaciones de teólogos (recuérdese, p.ej., Hugo de san Víctor),
desemboca en la declaración oficial de sacramentalidad en el concilio de Trento (DS 1800;
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1801). La unión conyugal, en su integridad de realidad espiritual y corpórea, es reconocida como


sacramento. Esto lleva a ver también la sexualidad a una luz más positiva, superando las
afirmaciones que admiten su ejercicio sólo en orden a la procreación o como algo que se debe
tolerar para evitar otros pecados. Obviamente el ámbito de ejercicio de la sexualidad sigue
siendo el matrimonio, y su finalidad la procreativa.

También la encíclica Casti connubii, de Pío XI (1930), propondrá esta doctrina sin dar una
profundización ulterior al tema de la sexualidad, aunque contiene afirmaciones relativas a la
unión espiritual de los cónyuges y al amor humano en su valor positivo.

Bajo el pontificado de Pío XII (1939-1958) se asiste a un desplazamiento del acento: de hablar
sobre bona matrimonii (bonum prolis= procreación; bonum fidei=fidelidad; bonum
sacramenta=sacramentalidad) se pasa a hablar de los fines y de la jerarquía entre fin primario y
fines secundarios. Es verdad que en este contexto queda poco espacio para la presentación del
valor de la sexualidad humana, que también aquí es considerada sólo en el horizonte del acto
conyugal, es decir, dentro de los límites de la realidad matrimonial y de la finalidad procreativa.
Sin embargo, se puede notar que justamente Pío XII introduce elementos interesantes:
considera el ejercicio de la sexualidad conyugal bajo el aspecto de la unión de las personas de
los cónyuges, cuando en el célebre discurso a las matronas, de 1951, responde a la pregunta
sobre la licitud o ilicitud de recurrir a prácticas de inseminación artificial. La índole personal de la
intimidad conyugal y su inseparable unidad con la apertura procreativa son criterios de
valoración moral para rechazar las nuevas técnicas de fecundación.

Un reconocimiento de la verdadera dignidad del acto conyugal como gesto personal y momento
de intercambio en el don de sí dentro del matrimonio llegará más tarde (1965), con la
constitución pastoral Gaudium et spes, del concilio Vat. II (nn. 48-52): en él confluyen las
reflexiones de teólogos y pastores que prepararon el concilio, y en particular se acepta el
personalismo en el que se inspira la visión conciliar entera, pero sobre todo la citada
constitución.

En la encíclica de Pablo VI Humanae vitae (1968) se presenta una visión positiva del amor
conyugal, rico en cualidades múltiples: es verdaderamente humano, personal, total y fecundo (n.
9).

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El magisterio de Juan Pablo II ha dedicado amplia atención al tema de la sexualidad y de la


corporeidad, afirmando en términos positivos la índole esponsal del cuerpo y la naturaleza
dialogal de la sexualidad. El personalismo, que penosamente se había abierto camino en la
reflexión teológica precedente, es adoptado por el papa como el horizonte propio en el que
colocar el anuncio cristiano y la llamada a la responsabilidad para una construcción positiva de la
sexualidad (cl` bibl.).

Junto al magisterio directo de los pontífices hay que mencionar la toma de posición de la
Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, que con fecha 29 de diciembre de 1975
promulgó una "declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual" (Persona humana).
Aunque, como lo admite explícitamente el documento mismo (n. 6), no se quiso afrontar todo el
conjunto de la moral sexual cristiana, sino sólo algunas cuestiones (relaciones prematrimoniales,
homosexualidad, masturbación), el documento tiene una importancia no secundaria por la
afirmación inicial (n. 1) de que la sexualidad no es un simple atributo, sino la modalidad
sustancial de ser de la persona humana (la sexualidad "debe considerarse como uno de los
factores que dan a la vida de cada uno los rasgos principales que la distinguen. Del sexo, en
efecto, la persona humana deriva las características que... la hacen hombre o mujer...'. Si bien la
parte normativa del documento sigue anclada en la visión tradicional, acoger en la doctrina
oficial esta visión no funcional, sino esencial de la sexualidad humana es un punto que es preciso
subrayar.

III. Comprensión actual de la sexualidad

De la descripción histórica trazada se sigue claramente que, al afrontar el mundo sexual, la


atención se ha fijado sólo en el dato primario de la procreación. El otro dato, destacado y objeto
de experiencia inmediata, a saber: el placer, ha sido mantenido bajo control o marginado
mediante los imperativos morales. La reducción de la sexualidad a "función" no está presente de
todas formas sólo en la tradición teológica o en el magisterio de la Iglesia. Puede encontrarse
igualmente en las concepciones no religiosas de la sexualidad, sobre todo como efecto
proveniente de un complejo de conocimientos biológicos primitivos y limitados. De modo que la
monovalencia de la sexualidad era y no podía menos de ser el ambiente cultural y el
condicionamiento ideológico para su comprensión.

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El conjunto de conocimientos sobre la sexualidad de que puede disponer la humanidad


contemporánea se ha enriquecido fuertemente en los últimos años. Por una parte los resultados
de la investigación biológica han llevado a abandonar ciertas precomprensiones negativas sobre
la función de la mujer en la procreación, confiriendo paridad y complementariedad a ambas
partes. Pero la investigación sobre el sistema endocrino y sobre la función hormonal ha abierto
también nuevas perspectivas. Sobre todo se ha comprendido con mayor precisión que la
sexualidad, ya bajo el aspecto biológico, tiene un conjunto de significados que es preciso
distinguir y tematizar si se quiere tener un cuadro completo.

Una aportación decisiva para la comprensión de la sexualidad se deriva de las ciencias


psicológicas. Dentro de la inmensa variedad de escuelas y de corrientes, las intuiciones de fondo
sobre la función de la sexuafdad en la estructuración de la persona y en la dinámica de las
decisiones morales ofrecen una nueva luz para la interpretación de la realidad sexual. Pero
también de otras disciplinas, como la antropología cultural, la etología y la sociología, se sacan
elementos importantes. El dato común es que la sexualidad no puede ser objeto de una ciencia
única, sino que debe ser afrontada con la lente de la interdisciplinariedad, y que en todo caso la
monovalencia tradicional es inadecuada para la comprensión del fenómeno. Por tanto hay que
trasladarse a un clima de apertura, de pluralidad de significados, de polivalencia de sentido.

La estratificación de los niveles significantes de la sexualidad puede afrontarse con el análisis


detallado de sus diversas dimensiones.

1. DIMENSIóN PERSONAL. En el niño recién nacido está ya todo el hombre que llegará a ser; sin
embargo, llegará a ser ese hombre sólo a través de una larga secuencia de etapas y de fases. En
efecto, ser hombre no es un dato estático, sino la realización dinámica de un proyecto. En la
realización de este proyecto la sexualidad juega un papel de primera importancia, tanto que S.
Freud ha podido afirmar con la exageración típica de la unilateralidad: la historia de una persona
se puede identificar con la historia de su sexualidad.

El yo que se va estructurando emerge del conflicto y armonización del mundo del es con la
instancia del superyó. El magma pulsional derivado de la realidad biológica de la sexualidad se
confronta con los niveles normativos representados por la autoridad paterna y social y con las
exigencias éticas. El yo se forma y se identifica justamente en el choque y encuentro que
experimenta a diversos niveles, según la fase de desarrollo en que se encuentra. Pero la

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constante es que todas las dinámicas acumuladas y desarrolladas en las diversas fases tienen
que ver con la realidad sexual, de modo que puede considerarse la sexualidad como la fuerza
estructurante del yo y la energía básica en el proceso del devenir hombre.

En este camino por etapas se coloca el descubrimiento del propio cuerpo como modalidad de
estar presente en el mundo para el ser masculino y femenino. La relación que la persona
consigue madurar respecto a sí misma puede variar según la escala de una aceptación serena,
de una indiferencia que aplana o de un rechazo que hace problemático cualquier desarrollo
ulterior. También esto tiene que ver con la propia sexualidad y a su vez la condiciona.

El significado de la sexualidad como fuerza estructuradora induce a acoger y subrayar la índole


dinámica de la persona humana, la cual, también para las opciones éticas, recorre un itinerario
por etapas y puede afrontar las decisiones morales sólo cuando ha adquirido y madurado las
exigencias que cada nivel de camino le presenta.

2. EL Tú Y EL NOSOTROS. En el cuadro de una antropología personalista no cuesta trabajo


comprender la dimensión interpersonal de la sexualidad. El hombre en devenir descubre su
identidad y la diferencia que le separa del otro. En esta confrontación con la alteridad del otro ve
él también la posibilidad de la relación comunicativa, a la cual orienta su esfuerzo de maduración
para colmar la insuficiencia y salir de la soledad. El cuerpo propio y el del otro son el lugar donde
se realiza la posibilidad del encuentro; por eso la sexualidad, que marca al cuerpo, se convierte
ella misma en lugar de la experiencia del estar frente al otro y del poder construir con el otro
una relación.

En la relación con el otro la sexualidad no es un contenido, sino que cumple la función del
lenguaje: no es el objeto que se pone en común, sino el modo de ponerse uno frente al otro, en
el descubrimiento creativo de lo que puede unir. Muy a menudo, especialmente en una cultura de
consumismo sexual, la sexualidad, reducida a cosa, es lo que tiene en común la relación entre
dos. Pero este tipo de lazo padece asfixia y, lejos de abrir horizontes nuevos para la existencia
de la pareja, se limita a poner las premisas de una unión depauperizante. En este sentido no
puede decirse que la sexualidad posea una dimensión comunicativa, interpersonal; no marca un
camino del uno hacia el otro en orden a la construcción del nosotros, sino que estigmatiza dos yo
que permanecen siempre extraños el uno al otro.

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La tensión que existe en toda forma de comunicación entre contenido y lenguaje; la búsqueda de
la autonomía del contenido del lenguaje y del lenguaje del contenido, se reproponen también en
el contexto de la sexualidad. Esto no ha de entenderse en el sentido de que la sexualidad deba
reducirse sólo al rango de expresión; tiene también en sí misma una carga de contenido. Se
quiere subrayar únicamente que, vaciada de todo significado de comunicación, la sexualidad
queda reducida a ejercicio de actos, a técnica de relación, y no conduce a un salto cualitativo en
el camino de maduración hacia el devenir persona y la construcción de la relación interpersonal.

3. APERTURA A LA VIDA. La fisiología de la sexualidad manifiesta una apertura inmanente a la


creación de una nueva vida, que en el sujeto masculino abarca un espacio cronológico muy
amplio, casi coextensivo a la existencia entera, mientras que en el sujeto femenino se limita a
algunos períodos particularmente breves entre el menarca y el climaterio. Si en el pasado se
hacía consistir el significado de la sexualidad casi exclusivamente en su dimensión procreativa,
esto era debido en gran parte al condicionamiento proveniente de conocimientos biológicos
erróneos. La llamada teoría del homunculus, que se consideró válida desde el medievo hasta
finales del siglo xlx, llevaba a concentrarse en el semen masculino como elemento único del que
tiene origen la vida. Ahora bien, el semen está ciertamente en el origen de la vida, pero junto
con el óvulo proporcionado por la mujer. A1 descubrirse el óvulo femenino (1827), hubo que
revisar esta visión de las cosas. Por otra parte, el mismo esperma está presente en el organismo
masculino de manera totalmente sobreabundante; sólo en mínima parte se emplea para la
consecución de la finalidad procreativa. Por eso en la consideración de la dimensión reproductiva
de la sexualidad hay que aportar correcciones a partir de los datos de la moderna biología.

A pesar de ello hay que afirmar de modo claro esta dimensión, sobre todo si se tiene presente la
modalidad en que el sujeto humano tiende hoy a vivir la sexualidad. Aunque se debe superar la
fijación procreacionista, que produce la atribución de una desproporcionada centralidad a los
mecanismos biológicos -asumidos luego impropiamente como criterios de moralidad-, es preciso
subrayar, sin embargo, el valor positivo que se deriva para la sexualidad del reconocimiento de
esta función suya creativa y procreativa. En efecto, en el origen de cierto miedo patológico
respecto al futuro hay que colocar la tendencia generalizada al rechazo de la procreación
(piénsese en el fenómeno del crecimiento cero en tantos países industrializados). Además, el
cierre ante la vida puede suponer una restricción de horizontes en la vida de la pareja y un
repliegue de ésta en sí misma. Por eso es importante buscar un equilibrio entre la visión
procreacionista a toda costa y la visión en la cual la sexualidad es solamente objeto de vivencia
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intersubjetiva sin apertura a otras criaturas. Así como del aislamiento del yo sólo se sale
mediante una sexualidad abierta al tú en la tensión creativa del nosotros, igualmente del
aislamiento del nosotros-pareja sólo se sale mediante una sexualidad abierta al valor creativo del
nosotros-familia.

4. EL GOCE Y EL PLACER. Del trazado histórico de la sexualidad (l supra, 11, 2) resulta lo


extraña que ha sido a la visión tradicional la consideración positiva del placer y del goce
sexuales. En el frente opuesto, pensadores paganos habían teorizado el placer como sentido de
la sexualidad: piénsese en las corrientes hedonistas de algunos discípulos de Sócrates, con las
cuales el cristiano primitivo tuvo que medirse.

El hedonismo de la antigüedad revive en el curso de los siglos en las obras de numerosos


asertores de tendencias neohedonistas. Pero sobre todo en la época moderna es cuando se
afirma y se teoriza la necesidad de liberar la sexualidad de las formas esclavizantes del tabú.

No pretendemos lo más mínimo identificarnos con estas corrientes unilaterales al recordar aquí
una consideración positiva del sentido del goce que una sexualidad ordenada está destinada a
producir. Simplemente se quiere subrayar la función armonizante que una sana conducta sexual,
dentro del respeto de todas sus dimensiones, puede cumplir.

La capacidad de vivir con alegría el propio cuerpo como propio yo y la voluntad no torcida de
ponerlo en relación con el cuerpo y la vida del otro producen la sensación de placer que atraviesa
el cuerpo e impregna a la persona entera.

Quizá la sensibilidad del hombre contemporáneo sea más capaz de entender el valor positivo de
este sentimiento de goce, que tiene mucho que ver con la categoría del juego, no en el sentido
banal del término, sino como conducta de relación que gratifica contemporáneamente a las dos
partes. Cuando se habla de "densidad lúdica" de la sexualidad, es preciso superar el equívoco
verbal y mental de la lucidez como trivialización y como ocasión de engaño. No se trata de
jugársela al otro, sino de `jugar" con el otro, en la fiesta de la vida que se abre y que se da. Es
preciso también salir del prejuicio de que este juego es fácil, que puede practicarse sin
demasiada responsabilidad. Nada de eso; es altamente comprometedor y requiere arriesgar una
responsabilidad permanente para evitar el peligro de deslizarse en las amenazadoras regiones
del abuso, de la prepotencia, de la violencia tanto de los consentimientos como de los cuerpos.

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La dimensión lúdica de la sexualidad está en relación directa con la capacidad de discernir y


resolver las valencias de agresividad y de predominio que pueden siempre atacar y desfigurar los
aspectos de la sexualidad. A1 juego armonioso sólo puede dedicarse el que, en la esfera del
matrimonio, ha superado la problemática del instinto de muerte, que corre paralelo con la
pulsión sexual.

En este sentido el juego de la sexualidad es un valor, y la búsqueda del placer como efecto de tal
juego está muy lejos de la actitud hedonista de una civilización que cosifica el sexo y trivializa la
sexualidad.

5. EL SIGNIFICADO PROYECTIVO. La conciencia contemporánea, sacudida por los movimientos


de revolución político-social desde finales de los años sesenta, ha asimilado ya la tesis de que
toda expresión del vivir, aunque en dosis y modalidades diversas, tiene una dimensión política.
La índole social de la persona humana deja ciertamente espacio a la esfera de la propia
intimidad. Pero también esta esfera participa de algún modo del carácter metaindividual de la
experiencia humana.

La sexualidad es una realidad personal, pero no en sentido individualista. Su densidad pública se


ha subrayado siempre también en el pasado; no sólo mediante la formulación de prohibiciones
para prevenir desórdenes o de sanciones para reparar infracciones, sino también con la nota de
publicidad que en las diversas culturas acompañaba siempre a la estipulación del pacto conyugal.
Aquí se pretende describir la dimensión metaindividual de la sexualidad recurriendo a la
categoría de proyecto.

Vivir una sexualidad integrada, armónica, capaz de acoger el cuerpo propio y de abrirse al otro
en el servicio creativo a la vida, quiere decir en último análisis concurrir a echar las bases de una
comunidad humana pacificada, en la cual se superan las laceraciones producidas por el miedo
del otro y se arreglan las divisiones fruto de agresividad y de prepotencia. Vivida como proyecto
que mira no sólo a la relación con el otro y a la apertura a la vida en el seno de la familia, la
sexualidad juega un papel importante en sentido social. Por tanto, hay que ser conscientes de
esta valencia suya que lleva a salir del aislamiento de la familia particular para hacer de la
humanidad una familia de familias. Puede decirse que una sexualidad vivida de modo maduro
ayuda a componer la instancia del nosotros-familia con la instancia del nosotros-humanidad.

IV. Búsqueda de criterios éticos


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El puesto central que la experiencia sexual ocupa en la historia de la persona, la importancia que
tiene en sentido ínter y meta personal, la complejidad de las dimensiones y de los significados
de la sexualidad, la condición concreta en que se vive en el mundo contemporáneo exigen ahora
proceder a la búsqueda de criterios de fondo para formular juicios éticos al respecto.

No se puede negar que hoy son cada vez más insistentes los interrogantes sobre el aspecto ético
en esta materia, quizá sobre todo porque nos encontramos en presencia de conductas que hasta
ayer eran simplemente inauditas. Esta nueva sensibilidad moral equilibra de algún modo la
tendencia concomitante a sustraer la tendencia sexual al dominio de la moral para asignarle una
indiferencia ética que la traslada drásticamente al ámbito de lo privado.

Por eso será útil intentar discernir el modelo ético en el que poder inspirarse.

I. UN MODELO CENTRADO EN EL ACTO. La línea constante de la tradición moral muestra que el


modelo en el que se inspiran las normas éticas en materia de sexualidad está centrado en la
realidad, en la finalidad y en la naturaleza del acto conyugal. Esta elección era a su modo
obligada, dadas las condiciones históricas y culturales en las que el cristianismo primitivo tuvo
que implantarse. Al mismo tiempo se reconoce el valor positivo y el papel que este modelo ético
ha ejercido a lo largo de la tradición, sobre todo por haber creado una regla clara de
comportamiento: la sexualidad se expresa en el acto conyugal, dentro del matrimonio, en orden
a la procreación.

Sobre el acto conyugal han investigado los tratados de los manuales; se han enumerado las
circunstancias en las cuales el acto podía o debía situarse. Todo lo que se conocía a propósito de
la naturaleza fisiológica del acto conyugal se iba sucesivamente adoptando como sostén de la
norma moral, que por ello estaba ligada cada vez más al ámbito de la comprensión biológica.

En este modelo era suficientemente clara también la noción de pecado como transgresión
material de la norma. También en orden al pecado se redactaron listas de circunstancias que
reducían o excusaban de la responsabilidad subjetiva. Sin embargo, se afirmaba la índole
siempre grave, desde el punto de vista objetivo, de todo acto pecaminoso en materia sexual
(non datur parvitas materiae). Sólo a propósito del abuso del placer relacionado con el acto
conyugal se discutía sobre la posibilidad de considerarlo pecado leve, claramente en el contexto
del matrimonio y de la finalidad procreativa.

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La reflexión teológico-moral no ha podido indagar sobre la conexión entre acto y /actitud, entre
persona en su ser y en su entender y persona en su obrar. Por eso la historia intencional y la
vivencia condicionante de la persona no podían tomarse como elementos en la formulación del
juicio moral; al máximo se consideraban, en su materialidad, como circunstancias.

2. UN MODELO CENTRADO EN LA PERSONA. El giro antropológico que penetra en la filosofía y la


teología en los últimos decenios permite una confrontación con el modelo ético tradicional, antes
aún que con sus normas concretas, sus supuestos y sus líneas inspiradoras.

La instancia que emerge de modo claro de la praxis de vida de los creyentes de hoy y de la
reflexión sistemática tanto de los teólogos como de los cultivadores de las ciencias humanas es
que una moral sexual adecuada a la nueva situación debe ser de índole dinámica y no estática.
En la formulación del juicio moral esto comprende, en primer lugar, que el acento se desplace de
la materialidad definida y siempre fácilmente verificable del acto, a la complejidad del proceso de
maduración de la decisión concreta en la que se expresa la visión de conjunto y la opción ética
fundamental de la persona; en segundo lugar, que la vivencia sexual en sí se considere en todo
su carácter polifacético y en su complejidad, lo que difícilmente permite llegar enseguida e
inequivocablemente a un juicio definitivo. En otras palabras, la instancia de una moral sexual
dinámica refleja y replantea la exigencia de asumir como regla formal en la que fundar el juicio
el criterio de compensar y sopesar los diversos valores que confluyen en la vivencia sexual y que
pueden también encontrarse en conflicto entre sí.

El paso de la lógica del acto a la lógica de la persona hace indudablemente más laborioso el
discernimiento de los criterios que fundan las normas de comportamiento y de los juicios
morales. En el centro tenemos la categoría de responsabilidad del que obra, ya sea para consigo
mismo, ya para con los otros. Del desplazamiento a la órbita de la persona y a su capacidad de
responder de su obrar no se deriva en absoluto una pérdida de rigor moral, sino más bien un
mayor compromiso de la persona misma en la totalidad de su ser para devenir sujeto de
opciones éticas. En un modelo dinámico de moralidad, la persona, debiendo proceder a una
valoración comparada de los diversos bienes implicados, no puede descuidar las instancias que
brotan y maduran de los diversos niveles interpelados.

En el intento de cargar de contenido el criterio formal de la responsabilidad en que se inspira


este modelo ético, se trazan aquí algunas líneas orientativas.

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a) El yo, llamado a ser persona. La primera se refiere a la sexualidad en su aspecto de valor


estructurante de la persona. Respecto a sí misma, la persona tiene la responsabilidad de
secundar y promover el camino de maduración que hará de ella un ser adulto mediante la
integración del componente sexual dentro de la totalidad de la persona.

Pero la sexualidad puede convertirse también en el lugar en que van a obstaculizarse y a


bloquearse los impulsos de crecimiento y el camino hacia el devenir-persona; puede constituir el
lugar de parada o de regresión a fases precedentes. En este nivel la instancia ética muestra la
responsabilidad de salir de estos bloqueos, que a menudo se expresan en formas involutivas de
narcisismo, de egocentrismo, y se traducen en conductas sexuales ipsísticas (piénsese en una
cierta fenomenología de la masturbación: l Autoerotismo) o en una búsqueda patológica de
seguridad. Hacerse persona quiere decir saber encontrar un justo equilibrio entre componente
pulsional y ejercicio de libertad. El que se abandona a los impulsos de una sexualidad instintiva,
sin meta, no inscrita en un proyecto de valores, en cierto sentido esteriliza las valencias positivas
de moralidad que la propia sexualidad podría desarrollar bajo la guía moderadora de la libertad.

b) La persona del otro. La índole dialogal y comunicativa de la sexualidad se estructura a partir


de la instancia ética del reconocimiento del otro como distinto de mí y como persona en sí
misma.

Una sexualidad egocéntrica no toma en serio la presencia del otro como persona, sino que lo
reduce fácilmente a objeto de consumo o de intercambio de conductas sexuales. Hay que
cultivar el respeto de la naturaleza propia y de las exigencias que el otro manifiesta si se quiere
vivir una sexualidad verdaderamente sana y constructiva de relaciones interpersonales sanas.
Esto obliga a la persona a trabajar responsablemente en sí misma para resolver sus dinámicas
de agresividad, de posesividad, de explotación, y poder así establecer con el otro de verdad y
con sinceridad un encuentro auténtico.

Una conducta sexual marcada por factores de dominio y de abuso ignora la instancia de la
alteridad como punto de partida para la unión interpersonal. A menudo se tiende a hacer al otro
menos otro, más asimilado a uno mismo, destruyendo la originalidad propia y exclusiva del otro
como persona humana. Esta búsqueda de servirse del otro para la propia autorealización
destruye el germen de verdad que debe expresar la relación.

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La brutalidad con que nos acercamos y nos servimos del cuerpo del otro es una condición de
envilecimiento de la sexualidad y no se aviene con la índole interpersonal de la unión. A este
respecto la ética debería exigir una educación más marcada en el sentido de la ternura, del l
pudor, de la discreción, virtudes sin las cuales la sexualidad no sería ya lugar de humanización
de. las relaciones, sino fuente de nuevas conflictividades. La violencia en el ejercicio de la
sexualidad reduce a esta última a algo inhumano, desvirtúa el gesto del encuentro, rebajándolo
a conducta indigna del hombre.

c) El hijo será una persona. Son diversos los factores que hoy inducen a pensar en la transmisión
de la vida en un contexto de mayor responsabilidad. Sin embargo hay que subrayar que también
para esta función de los cónyuges es necesario inspirarse en la ética de la responsabilidad, no
sólo para decidir si y cuándo procrear [l Procreación responsable], sino también para situarse
frente al fruto de la procreación como una persona.

El carácter central de la función reproductiva en la sexualidad humana, tal como se afirmaba en


el pasado, podía suponer el riesgo de una fijación de la conducta sexual en la sola esfera genital.
La superación de esta unilateralidad es hoy posible gracias justamente ala consideración de la
polivalencia de la sexualidad. Pero también a la actitud de fondo que lleva a la decisión de
procrear debe reservársele gran atención y responsabilidad. A menudo aquí obran deseos
inconscientes de autorrealizarse en el hijo y mediante el hijo; a menudo el ser que ha de nacer
es investido ya en el seno materno de un carácter no originario, sino funcional. El riesgo de
cosificar, de despersonalizar la espera del hijo envilece la vivencia sexual y el acto mismo por el
que se llega a la procreación.

La necesidad de cargar de valencia ética la elección procreativa y el acto de por sí apto a su


realización lleva a ver, también desde otro punto de vista, lo inadecuado de una ética sexual
basada estáticamente en el criterio del acto. Éste puede ponerse de manera de suyo correcta
según las reglas de la naturaleza biológica en el contexto de un matrimonio válido, y sin
embargo puede estar igualmente carente de niveles positivos éticos por la intención no justa -o
sea, no centrada en el verdadero bien del ser que ha de nacer- con que se realiza.

d) Ecología del cuerpo. La corporeidad no es un atributo; es la modalidad de ser de la persona;


por eso pide que se la viva con responsabilidad, a fin de que pueda expresar verdades y valores.
Una sexualidad reducida a actos genitales ignora las exigencias más profundas de la

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corporeidad, fuerza al cuerpo a convertirse en máquina productora de satisfacción material y no


en lugar de encuentro gozoso y fecundo con el otro.

El respeto del cuerpo es una categoría moral muy presente en la tradición, sobre todo en
continuidad con la afirmación positiva de la unidad cuerpo-alma-espíritu del AT y con la
predicación neotestamentaria sobre el cuerpo como templo del Espíritu. Estas líneas de
pensamiento es preciso descubrirlas hoy para llegar a una ecología de la corporeidad en
términos positivos.

V. Una pedagogía para la sexualidad

El modelo tradicional de ética sexual tenía en el fondo una imagen estática de la sexualidad. La
comprensión actual, en cambio, nos proporciona un cuadro todo él penetrado por la idea
dinámica de una sexualidad que acompaña y determina el devenir y el hacerse de la persona.
Ésta, pues, no es un dato, una realidad toda ella finita y definida, sino que se descubre, se vive y
se construye en una pluralidad de etapas y se expresa en una pluralidad de modos, sin excluir el
del don del corazón indiviso al Señor en el celibato o en la I virginidad consagrada.

La importancia de una pedagogía sexual es hoy tanto más urgente cuanto más marcada es la
presión a que la persona es sometida por parte de diversas empresas de persuasión.
Especialmente los muchachos y los jóvenes han de educarse en el descubrimiento del potencial
afectivosexual que se va desarrollando en su personalidad; hay que seguirlos en la obra de
integración de los diversos componentes de la capacidad de amar, que se hace presente en ellos
en la experiencia directa y refleja. Esta educación ha de estar centrada en subrayar el valor
positivo del tema del amor, de la corporeidad, de la atracción sexual, de la relación interpersonal.
Introducir prohibiciones superfluas, o sea, no dictadas por instancias éticas; causar miedos y
culpabilidad puede perjudicar el presente y el futuro de la persona bloqueando su armónico
desarrollo. Esto no quiere decir que no haya que poner de manifiesto también la serie de riesgos,
de amenazas a que está expuesta la sexualidad, sobre todo por el ataque trivial y designificante
de una cultura superficial e irresponsable que, a pesar de la aireada apelación a la liberación,
sólo produce nuevas formas de esclavitud.

La sexualidad es un devenir-con de la persona. La educación en el sentido del amor y en la


sexualidad debe saber apoyarse en esta realidad y dosificar las etapas de la exigencia moral
según el grado de crecimiento, de evolución y de responsabilidad que el sujeto puede expresar.
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Esto vale tanto para los gestos y la conducta que hay que superar y eliminar para no producir
regresiones y fijaciones, como para los gestos y el lenguaje que a su tiempo hay que aprender
para ajustar el crecimiento afectivo a la capacidad de expresar el amor. Semejante obra de
paciente pedagogía ayuda a descargar la tensión que a menudo se forma en adolescentes y
jóvenes.

El hombre es obra de las manos de Dios; también la sexualidad es obra del Creador. Aunque
ésta, como la realidad creada entera, vive en el dramatismo de la historia, que comprende
evoluciones e involuciones, aspectos positivos y negativos, amenazas para el éxito y deseo de
realización, sin embargo es la modalidad obligada con que cada ser humano vive en la historia,
es sujeto activo y responsable suyo y acoge el don de la salvación. Ella ofrece grandes
posibilidades de humanizarse, de humanizar las relaciones, de hacer humana la convivencia de
los hombres en la tierra.

[Para una visión completa de la ética sexual y matrimonial: /Autoerotismo; /Corporeidad IV, 3;
/Educación sexual; /Matrimonio; /Noviazgo; /Procreación responsable].

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A. Autiero

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