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CARTA INÉDITA DEL POR ENTONCES CARDENAL POLACO AL PAPA

Cardenal Wojtyla a Pablo VI: la prohibición de la anticoncepción es infalible e


irrevocable
Una carta que el cardenal Karol Wojtyla envió al papa Pablo VI en 1969 subraya que la
prohibición de la anticoncepción de Humanae vitae es una enseñanza «infalible» e
«irrevocable» que la Iglesia misma «no tiene poder para cambiar».

27/07/18 10:21 AM

(LSN/InfoCatólica) Según Monseñor Livio Melina, profesor titular y ex presidente del


Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre Matrimonio y Familia en Roma, la
carta de Wojtyla a Pablo VI también es decisiva en tanto que demuestra que Humanae
vitae «no es una cuestión de asesoramiento confiada a la interpretación de la conciencia,
sino una enseñanza doctrinal vinculante».

La carta fue publicada por primera vez en italiano a principios de este año, como parte
de un nuevo libro del padre Paweł Stanisław Gałuszka, titulado Karol Wojtyła y
Humanae Vitae. El libro examina la contribución que Karol Wojtyla y los obispos
polacos hicieron a la edición y recepción de Humanae Vitae cuando Wojtyła era
arzobispo de Cracovia.

El libro contiene varios documentos nunca antes publicados, incluida la carta que
Wojtyla envió a Pablo VI en 1969, después de que numerosos episcopados expresaran
su oposición a Humanae Vitae. En marzo, el libro fue presentado en la Universidad
Lateranense de Roma, con la asistencia de figuras clave del Vaticano.

Mons. Melina, teólogo moral de gran prestigio y sucesor del fallecido cardenal Carlo
Caffarra como presidente del Instituto Juan Pablo II, escribió el prefacio del libro de
Gałuszka.

En comentarios a LifeSiteNews, ha explicado que la carta de Wojtyla a Pablo VI es


decisiva en tres puntos:

Primero, que la ley moral y por lo tanto también la norma de Humanae vitae [la
prohibición de la anticoncepción] es la expresión de una verdad sobre el bien y no la
imposición arbitraria de un legislador, de modo que la Iglesia misma no tiene poder para
cambiarla (contra el legalismo nominalista); segundo, que Humanae vitae es una
enseñanza infalible e irrevocable, por el Magisterio ordinario universal, aunque no por
un acto definitorio solemne (ex cátedra); y tercero, que Humanae vitae no es una
cuestión de consejo, que se confía a la interpretación de la conciencia, sino una
enseñanza doctrinal vinculante.

La publicación de hoy de la carta de 1969 del Cardenal Wojtyla a Pablo VI llega cuando
surgen nuevos hechos sobre los orígenes de Humanae vitae. Los hallazgos recientes,
contenidos en un nuevo libro, El nacimiento de una Encíclica: Humanae Vitae a la luz
de los Archivos del Vaticano, se basan en una investigación «secreta» de la Comisión
del Vaticano sobre documentos archivados relacionados con el trabajo preparatorio de
la encíclica.
Su autor, monseñor Gilfredo Marengo, es miembro de la comisión nombrada por el
Papa Francisco.

En la visión de Mons. Melina, el libro de Marengo intenta «disminuir la importancia»


de Wojtyla en la preparación de Humanae vitae, «y en la estimación de Pablo VI.» Su
«desafío» al libro de Pawel Gałuszka, dijo Melina, se puede ver en la interpretación de
Marengo, que tiende a «enfatizar en cambio la influencia de los franceses (primero
Martelet, SJ, y luego Poupard y Martin, de la Secretaría de Estado)».

«Marengo desea apoyar una interpretación más matizada (antropológica - renovada


teológica) de Humanae vitae, contra lo que él llama posiciones 'moralistas' y
casuísticas», dijo Melina a LifeSiteNews, pero estas posiciones «finalmente
prevalecieron bajo influencias negativas de la Congregación para el Doctrina de la fe
(¿y Wojtyla?)» [Nota del traductor al español: aquí parece claro que Mons. Melina está
trasmitiendo la opinión de Mons. Marengo]

Mons. Melina señaló que el nuevo libro de Marengo ofrece «datos objetivos» de los
Archivos del Vaticano. Si estos datos se presentaran correctamente, dijo, le permitirían
al lector «apreciar la influencia del Cardenal de Cracovia».

Melina dijo que hay «tres hechos importantes» que Marengo ha informado, pero a los
que no atribuye suficiente importancia. Primero, que Pablo VI envió el borrador inicial
de lo que eventualmente se convirtió en Humanae vitae (un texto llamado De nascendae
prolis) a solo dos prelados: «uno era el cardenal Felici y el otro era el cardenal Wojtyła
(Marengo, 99-ff)».

En segundo lugar, en la documentación enviada a Pablo VI como un dossier para la


edición final, además de la contribución del Cardenal Wojtyla, también estaba el
memorándum de Cracovia (Marengo, 101). Wojtyła se refiere a este memorándum en su
carta.

Por último, dijo, está el hecho de que «a pesar de que Pablo VI finalmente no aceptó la
sugerencia del Cardenal Wojtyla de publicar una Instrucción Pastoral en respuesta a las
reacciones a Humanae vitae », sí hizo que un comentario del Cardenal de Cracovia
fuese publicado en el Osservatore Romano, y «lo animó a publicar la Instrucción en
Polonia (Marengo, 129)».

«Estos tres hechos esenciales», reportados por Marengo, «contradicen su interpretación


de que Wojtyla tuvo poca influencia en la preparación de la encíclica», sostiene Melina.

En el momento en que la Iglesia celebra el 50º aniversario de Humanae vitae,


publicamos a continuación en su totalidad, por primera vez en inglés, la carta del
Cardenal Wojtyla al Papa Pablo VI.

Nota del editor: un PDF de la carta está disponible aquí. Asegúrese de acreditar a
LifeSiteNews y Diane Montagna para la traducción al inglés.

***

Carta al Papa Pablo VI (1969)


Card. Karol Wojtyla

Santo Padre:

Con esta carta, deseo agradecer nuevamente a Su Santidad la encíclica Humanae vitae,
cuya promulgación en julio de 1968 concluyó un período dedicado al estudio en
profundidad del tema de la transmisión de la vida en el matrimonio, a la luz de los
principios de la moralidad cristiana. Durante este período, la Iglesia, de acuerdo con las
instrucciones expresadas por su Maestro Supremo y Pastor, ha tenido cuidado de no
cuestionar este principio ético, y ha continuado proclamándolo en este asunto. También
se ha esforzado por obtener una comprensión más profunda de su significado, razón de
ser y posibilidades de aplicación frente al estado actual de la ciencia humana,
particularmente en los campos de la fisiología, la psicología y la demografía
contemporáneas.

La doctrina moral de la encíclica Humanae vitae fue aceptada, después de su


publicación, por todos los fieles cristianos y especialmente por el episcopado católico
con gran convicción y profunda gratitud. Sin embargo, en algunas áreas, la formulación
de una doctrina clara en esta área tan importante de la moralidad humana se ha
encontrado con las dudas ya existentes sobre el principio mismo, así como con algunas
prácticas diferentes presentes en la vida conyugal y en la vida pastoral. Hay teólogos,
incluidos algunos a menudo citados por la Iglesia, que aún hoy se convierten en los
voceros de estas dudas. La publicidad y los medios de comunicación social amplifican
su circulación y siembran confusión en el ministerio pastoral. Tal desorientación se
arrastra tanto entre los laicos -particularmente en algunos círculos- como entre los
sacerdotes que son pastores de almas y confesores, a pesar de las claras declaraciones de
la Santa Sede y los obispos locales sobre este asunto. La confusión no solo afecta el
correcto discernimiento de las normas morales contenidas en la encíclica Humanae vitae
y su carácter vinculante, sino también la totalidad de la vida cristiana. De hecho,
desafiar la doctrina moral de la Iglesia en un campo tan importante como el que trata la
encíclica puede ser una ocasión que da lugar a un proceso mucho más amplio de
desafiar a otros elementos de la fe y las prácticas cristianas.

Por lo tanto, incluso en sociedades donde la fe y la conciencia moral son tales que las
directivas del Santo Padre son aceptadas voluntariamente, surgen grandes dificultades
debido a interpretaciones de la encíclica Humanae vitae que difieren de las del Papa.
Gracias a los medios de comunicación social, personas de todos los rincones del mundo
reciben información de inmediato. En particular, se utilizan declaraciones de algunos
episcopados, que se consideran diferentes de la enseñanza de la encíclica, especialmente
con respecto a las soluciones prácticas.

En esta situación, parece ser absolutamente necesario que la Santa Sede contemple una
serie de disposiciones destinadas a ayudar a los sacerdotes y los laicos a resolver estas
dificultades. Se podría considerar redactar una instrucción muy detallada para los
sacerdotes comprometidos en el ministerio, especialmente confesores, catequistas y
predicadores. Esta instrucción, además, debe contener posiciones muy precisas con
respecto a varias formulaciones teológicas, especialmente teológicas-morales, cuyo
tenor está en claro desacuerdo con la enseñanza de Cristo transmitida por la Iglesia.
Al hacerlo, se podría aclarar la posición de la Iglesia con respecto a ciertas opiniones
teológicas, cuyos autores, y sus seguidores, creen que la ausencia de tal aclaración
confirma sus tesis. En particular, sería necesario aclarar la cuestión de la obligación e
infalibilidad del magisterio ordinario de los Papas, y señalar la dependencia del teólogo
católico de la autoridad del magisterio de la Iglesia.

En este contexto, quisiera adjuntar a esta carta varias propuestas más detalladas
destinadas a dar estructura al contenido de la Instrucción Pastoral en cuestión. Estas
propuestas fueron elaboradas por el grupo de teólogos y sacerdotes de Cracovia que,
antes de la publicación de la encíclica Humanae vitae, ya había preparado un extenso
memorándum sobre los problemas que la encíclica debería abordar. Envié este
memorándum a la Santa Sede en febrero de 1968. Actualmente, el mismo grupo de
teólogos y sacerdotes, incluido uno de los obispos auxiliares de Cracovia, ha preparado
las propuestas que presento a Su Santidad. Estas propuestas representan solo un
esquema general. No constituyen el texto real de la instrucción, sino que indican los
problemas que, en nuestra humilde opinión, deberían abordarse.

La primera parte de la instrucción debería contener las declaraciones de los Obispos y


Episcopados publicadas con motivo de la encíclica Humanae vitae. Es una inmensa
cantidad de material, por lo que debemos encontrar la mejor manera de publicarlo, si lo
hacemos en la Instrucción en cuestión. La publicación de las declaraciones episcopales
junto con la Instrucción propuesta mostraría el estrecho vínculo entre la enseñanza del
Santo Padre en la encíclica y la enseñanza del colegio de obispos, que es la misma.
Después del Concilio Vaticano II, la prueba de la colegialidad ha adquirido un valor
positivo sin precedentes.

En el contexto de las declaraciones formuladas, es necesario destacar algunas de ellas


que, en comparación con el conjunto, implican una serie de diferencias. Estas incluyen
las siguientes (según la documentación en nuestro poder):

1. Países nórdicos y escandinavos, Carta pastoral de los obispos de los países del norte
de Europa, acerca de la encíclica «Humanae vitae» del Papa Pablo VI, 10/10/1968 ;

2. República Federal de Alemania, Wort der deutschen Bischöfe zur seelsorgischen


Lage nach dem Erscheinen der Enzyklika «Humanae vitae», de fecha 30/30/1968

3. Francia, Nota pastoral de l'Episcopat français sur l'encyclique «Humanae vitae»


Noviembre de 1968

4. Bélgica, Déclaration de l'Episcopat belge sur l'Encyclique «Humanae vitae»,


30/8/1968

5. Canadá, Déclaration des Evêques Canadiens sur l'Encyclique «Humanae vitae» del
27/7/1968

6. Luxemburgo, Bischofswort zum Familiensonntag über die Enzyklika «Humanae


vitae» con fecha 1/6/1969.
En principio, estas declaraciones aceptan la autoridad del poder de enseñanza del Papa,
así como todo el contenido de su encíclica. Al mismo tiempo, sin embargo, buscan
tomar en cuenta las reacciones de los laicos y sacerdotes, para los que las demandas de
la moralidad cristiana formuladas en la encíclica Humanae vitae son «preocupantes».
Esta actitud ciertamente proviene de una ansiedad auténticamente pastoral. Es también
la manifestación de una psicología del diálogo, que nos hace estar atentos a los
pensamientos y objeciones de nuestros interlocutores y nos urge a seguirlos hasta el
límite de lo que es posible. Por otro lado, la situación en los últimos años, en la que la
práctica pastoral de algunas regiones considera que la anticoncepción es moralmente
aceptable, sin duda ejerce su influencia. Por lo tanto, comprendemos el origen de la
«preocupación» o incluso de la «sorpresa» causada por las exigencias de la moral
conyugal recordadas en la encíclica Humanae vitae. Los autores de las declaraciones
antes mencionadas se han convertido en los voceros de esta preocupación.

El motivo de estas declaraciones se encuentra, en la mayoría de los casos, en la


preocupación derivada de la comparación entre la conciencia moral de los laicos y los
sacerdotes y las demandas reales de la moralidad cristiana tratadas en la encíclica. Se
puede observar que los autores de estos documentos pretenden, por un lado, mantener la
sumisión de los fieles a la enseñanza del Papa y, por otro, salvaguardar a toda costa la
unión de los fieles con la Iglesia, buscando comprender su situación y aplicar los
principios de la moralidad cristiana de tal manera que calmen sus conciencias, sin
embargo, sin tener que cambiar el comportamiento mantenido hasta ahora.

La Instrucción que proponemos no puede, por supuesto, guardar silencio sobre las
dificultades del problema. En este sentido, las declaraciones de los episcopados citados
son una ayuda, ya que permitirán a la Instrucción examinar en detalle el corazón mismo
de estas dificultades, ya sean doctrinales, pastorales o simplemente morales, aunque uno
no debe preocuparse solo de las dificultades o darles el primer lugar: el carácter
magisterial de la encíclica Humanae vitae y de las enseñanzas del Papa indudablemente
indican este camino. (Deseamos enfatizar la importancia no solo de la enseñanza
extraordinaria sino también de la enseñanza ordinaria de los Papas). Por otro lado, la
reacción de «sorpresa» y «preocupación» desencadenada por la apelación a los
principios de la moral conyugal en la encíclica está lejos de ser la general. Fue, de
hecho, la reacción solo en algunos círculos. Probablemente, fue capaz de ocultar a los
ojos de estos episcopados la reacción de otros círculos, otros grupos de laicos y
sacerdotes. Estos fueron precisamente los grupos y círculos que acogieron la encíclica
de Pablo VI como la expresión lógica de la moral evangélica, que es naturalmente muy
exigente, pero que, al mismo tiempo, es auténticamente cristiana y auténticamente
humana. Muchos grupos han expresado su profunda gratitud al Papa por la enseñanza
contenida en la encíclica Humanae vitae.
En estas circunstancias, deseamos reiterar enérgicamente que la ley moral no se basa en
la aprobación o desaprobación de hombres, grupos o círculos humanos, sino más bien
en la naturaleza objetiva del bien y el mal moral.
A la luz de esta convicción, ahora estamos haciendo las siguientes propuestas.

II
La segunda parte de la instrucción debería contener la doctrina del Concilio Vaticano II
que, después del Concilio Vaticano I, define una vez más los principios de la
infalibilidad. Sería necesario simplemente citar la Constitución Lumen gentium III 25,
que establece que «esta sumisión religiosa de la mente y la voluntad debe mostrarse de
manera especial al auténtico magisterio del Romano Pontífice, aun cuando no está
hablando ex cathedra; es decir, debe mostrarse de tal manera que su supremo magisterio
sea reconocido con reverencia y se adhiera sinceramente a los juicios hechos por él, de
acuerdo con su mente y voluntad manifiesta. Su mente y voluntad en el asunto pueden
ser conocidas ya sea por el carácter de los documentos, por su frecuente repetición de la
misma doctrina, o por su manera de hablar.» También hay otra razón que nos urge a
retomar estos textos del Vaticano II: las declaraciones de los episcopados en cuestión
también se refieren a este principio (y a los mismos textos), declarando que se adhieren
a la encíclica Humanae vitae en un espíritu de fe, como se debe a la enseñanza del Papa.

La encíclica Humanae vitae no es un documento solemne de enseñanza ex cathedra; por


lo tanto, no contiene ninguna definición dogmática. Sin embargo, dado que es un
documento de la enseñanza ordinaria del Papa, tiene un carácter infalible e irrevocable.
Tal carácter, de hecho, es específicamente inherente no solo a las definiciones
dogmáticas ex cathedra, sino también a los actos de la enseñanza ordinaria de la Iglesia
(ver el pasaje citado de Lumen gentium, III 25). En cuanto a la encíclica Humanae vitae,
su contenido no genera dudas al respecto. El Santo Padre afirma que las enseñanzas de
la Iglesia sobre la regulación de los nacimientos no hacen más que «promulgar la ley
divina» (Humanae vitae, n. 20). Dirigiéndose a los cónyuges, el Papa habla en nombre
de la Iglesia, que proclama «las exigencias imprescriptibles de la ley divina» (HV, n.
25).

Mientras invita a los sacerdotes y teólogos morales a adherirse unánimemente con


espíritu de fe a las enseñanzas de los Papas sobre la ética de la vida matrimonial, el
Pontífice afirma que se trata de la «doctrina salvadora de Cristo» (HV, 29). Además,
también habla de las leyes inscritas por Dios en la naturaleza humana, a fin de
garantizar que los cónyuges conforman «lo que hacen con la voluntad de Dios el
Creador. La naturaleza misma del matrimonio y su uso aclara su voluntad, mientras que
la enseñanza constante de la Iglesia lo explica con claridad.» Un acto de amor mutuo
llevado a cabo a costa del poder de transmitir la vida «contradice tanto el plan divino,
que constituye la norma del matrimonio, como la voluntad del Autor de la vida humana
[...] y [...] está en oposición al plan de Dios y Su santa voluntad». Puesto que él habla en
nombre de la Iglesia, el El Papa es consciente de que está «proclamando humilde pero
firmemente toda la ley moral, tanto natural como evangélica. Como la Iglesia no hizo
ninguna de estas leyes, no puede ser su árbitro, solo su guardián e intérprete. Nunca
podría estar bien para ella declarar lícito lo que de hecho es ilícito [...]». Esta ley moral
aplicada al matrimonio es imprescriptible.

Estas declaraciones, que presentan la intención del Papa de una manera muy clara e
incisiva, muestran que es imposible pensar que la moral conyugal contenida en la
encíclica Humanae vitae pueda ser revocada, es decir, considerada falible. Ni siquiera se
puede pensar en aceptar la opinión de quienes ven en la encíclica Humanae vitae solo
consejos y directivas pastorales -que corresponderían al papel educativo de la Iglesia- y
menos aún la opinión de quienes solo quieren ver en la encíclica una invitación a abrir
un debate sobre el tema de la vida conyugal y la ética (la encíclica abriría un diálogo en
el que los participantes serían, en nombre de la colegialidad, los obispos y el Papa).
Estas opiniones están en desacuerdo con el carácter claro y distintivo del documento.
Además, también son perjudiciales, ya que implican que, debido al carácter revocable y
por lo tanto falible de la encíclica Humanae vitae, cualquiera podría, dependiendo de las
circunstancias, formar una opinión diferente, que sería para él la norma de sus propias
acciones. No se puede tolerar que, después de la encíclica Humanae vitae, haya un
estado de incertidumbre; en particular, no es aceptable afirmar que este estado de
incertidumbre se ve reforzado por la actitud del propio Papa, ya que un análisis
imparcial del texto de Humanae vitae demuestra exactamente lo contrario.

A la luz de este análisis del contenido de la encíclica Humanae vitae, debemos analizar
con más profundidad las opiniones de aquellos teólogos que, en la enseñanza de la
encíclica sobre la moral conyugal, especialmente sobre la inadmisibilidad de la
anticoncepción, ven una enseñanza revocable y, en consecuencia, falible. A los ojos de
estos teólogos, solo la enseñanza solemne ex cathedra es infalible e irrevocable. El
resultado es tal restricción del magisterio en el ámbito de los problemas morales que lo
hace irrelevante, dado que la enseñanza extraordinaria (ex cathedra) en este tipo de
cuestiones se ha utilizado solo en casos muy raros.

Cabe señalar que estos teólogos, en sus opiniones, restringen la competencia del
magisterio de la Iglesia en cuestiones morales, ya que creen que, en el campo de la
moralidad, los juicios son, por su propia naturaleza, inestables y dependen del

carácter históricamente cambiante de la naturaleza humana misma. Están convencidos,


además, de que, dentro del ámbito de la ley natural, el magisterio de la Iglesia no puede
emitir decisiones coercitivas y definitivas, ya que es una esfera meramente racional de
conocimiento del hombre y de la condición de su vida. También han cuestionado la
competencia del magisterio de la Iglesia, ya que no habría podido ver el vínculo entre
las normas particulares de la doctrina moral católica y la Revelación. Por lo tanto, han
desafiado ciertos principios morales enseñados por el magisterio, justificando esta
actitud por el hecho de que estos principios no se encuentran explícitamente en la
Sagrada Escritura.

Sería útil recordar aquí los principios generales consagrados en el Primer Sínodo de los
Obispos de 1967, que definen las tareas de los teólogos en la Iglesia y, en particular, su
actitud hacia el Magisterio y el ministerio pastoral.

III

La tercera parte debería tratar con la conciencia y su relación con la ley moral. La
conciencia es la norma decisiva y vinculante de la actividad humana: es vinculante, ya
que el hombre debe actuar según su propia conciencia, y es decisiva, ya que constituye
el elemento último y directo que guía la acción humana. Sin embargo, aunque se acepta
plenamente el carácter normativo de la conciencia, no se puede ver en ella la única
norma, y mucho menos una norma superior a la ley moral. Atribuir a la conciencia una
autonomía que le otorgaría no solo un papel normativo sino también legislativo, sería
contrario a los fundamentos de la ética tanto natural como revelada. Tal autonomía
equivaldría a aceptar el subjetivismo y el relativismo en la moralidad. Ahora bien, el
subjetivismo y el relativismo están en contradicción con la verdadera moralidad,
especialmente con la moralidad cristiana, simplemente porque equivalen a la negación
del bien y el mal moral objetivos y, en consecuencia, a la función específica de la
conciencia. De hecho, corresponde a la conciencia determinar el bien y el mal y
discernirlo de acuerdo con la ley moral objetiva.
Toda la tradición doctrinal de la Iglesia reconoce que la ley moral objetiva se encuentra
en la Revelación. También reconoce que la Revelación (particularmente la Carta a los
Romanos, 2) afirma la existencia de la ley moral natural. Esta afirmación es de gran
importancia para la fe y la teología, independientemente de las diferentes concepciones
filosóficas de la ley natural. Cuando la Iglesia, en su enseñanza de la moral, se refiere a
la ley natural, no alude a ninguna de estas concepciones filosóficas, sino que ve la ley
natural como un objeto de fe y teología. Ella considera que es la base de la moralidad
que, a su vez, se ha revelado explícitamente. Las normas específicas de la ley moral son
accesibles a la razón humana, que las reconoce y acepta como el fundamento de la
moralidad. La Iglesia se considera guardiana y maestra de estas normas, ya que, aunque
no fueron objeto de una revelación especial, la Revelación confirma su existencia y su
fuerza vinculante.

La esencia de la enseñanza de la Iglesia sobre la ley natural consiste en enfatizar que


hay un orden moral objetivo, que se deriva de la naturaleza del hombre, un orden
universal e inmutable, garantizado por el Legislador Supremo y, por lo tanto,
independiente del Estado y su poder. Junto con la ley revelada, este orden moral
representa el conjunto constitutivo de la moralidad. Pertenece a la competencia de la
Iglesia: de hecho, su observancia es una condición para la salvación. Esta es
precisamente la razón por la cual Pablo VI define la enseñanza de la encíclica Humanae
vitae como la expresión de la verdad moral objetiva que nadie, ni siquiera la Iglesia,
puede cambiar.

Los esfuerzos de los teólogos para proporcionar una nueva interpretación, o una mejor
(más moderna) expresión del tema de la ley natural, no pueden llevarse a cabo a
expensas de sus principios básicos, que se basan en la Escritura, la Tradición y el
Magisterio. Gracias a estas fuentes, sabemos con la misma certeza que la conciencia
deriva su fuerza normativa -que es vinculante y decisiva- de la moralidad objetiva. Esta
ley es divina. Y si fuera humana, estaría enraizada en una ley divina o bien formalmente
revelada, o bien contenida en la ley natural. Es precisamente esta ley la que Pablo VI
recuerda y explica en la encíclica Humanae vitae.

Dicho esto, no se puede considerar moralmente buena la actitud de un católico que,


consciente de la doctrina moral de la Iglesia, actúa de acuerdo con el juicio subjetivo de
su propia conciencia y se opone a las normas que él conoce bien.

Este es el punto focal sobre el cual las declaraciones de algunos episcopados fijan toda
su atención, ya que tratan de mostrar la máxima indulgencia hacia los diversos procesos
de conciencia en este campo difícil y doloroso de la moral humana. Sin embargo, no se
puede excluir la posibilidad de estados de conciencia profundamente erróneos. Debe
hacerse una distinción entre la aceptación de la posibilidad de tal estado de conciencia y
la aceptación del derecho subjetivo de un Católico para crear tal estado, o para formar
un juicio específico sobre la conciencia que estaría en desacuerdo con la ley moral
objetiva, invariablemente enseñada en la Iglesia a través de la voz del Magisterio
Supremo.

La encíclica Humanae vitae resalta precisamente lo que, en el campo de la transmisión


de la vida, es una ley estable de moralidad enseñada por la Iglesia. Se trata de la
paternidad responsable y la prohibición de la anticoncepción. Todas las circunstancias
que permiten que la ciencia, la cultura y la tecnología se desarrollen hoy nos permiten
comprender nuevamente lo que es inmutable en la ley moral divina, sin que esta [ley]
inmutable sea cambiada.

En consecuencia, también debemos recordar los principios que la teología moral usa
para describir la forma en que se forma una conciencia segura y recta. Se logra
conociendo el valor moral de un acto. La conciencia, como tal, exige que uno se
abstenga de realizar un acto si no se ha realizado previamente un correcto
discernimiento de su valor moral. Esta obligación moral también nos permite aclarar el
alcance y la dirección de los deberes de los sacerdotes y confesores en esta área. Tienen
el deber de enseñar la ley moral para que sea posible formular verdaderos juicios de
conciencia. La formación de las conciencias es una de las tareas fundamentales del
ministerio sacerdotal.

IV

La cuarta parte de la Instrucción que proponemos debería, siguiendo la encíclica


Humanae vitae, exponer la doctrina sobre el matrimonio, particularmente algunos de sus
aspectos, para presentar una perspectiva correcta y clara sobre el tema del amor
conyugal. Este es sin duda el problema ético crucial que juega un papel fundamental en
la formación de las conciencias.

Siguiendo la constitución Gaudium et Spes y la encíclica Humanae vitae, es necesario


recordar el carácter religioso de cada contrato matrimonial. Es una unión de institución
divina que ocupa un lugar muy preciso en el plan creativo y salvador de Dios. Es
necesario insistir en el hecho de que el matrimonio es una vocación, es decir, una
misión que las personas en cuestión reciben directamente de Dios. Estos son los
aspectos fundamentales de una teología del matrimonio, que lo introducen en la esfera
de la fe y la relación vital entre el hombre y Dios.

También debemos poner en orden los elementos fundamentales de la vida matrimonial.


El matrimonio, de hecho, es una comunidad de personas basada en el amor. Sin
embargo, no podemos concebir esta comunidad de amor de esta manera, si la
procreación y la misión educativa que de ella se derivan se tratan de manera secundaria.
Desde este punto de vista, la enseñanza de la encíclica Humanae vitae sobre el amor
conyugal no deja lugar a dudas. Los cónyuges son llamados a participar, a través de su
amor eterno y fructífero en el plan creativo y salvador de Dios. El autor de la encíclica
pretende abordar todas las comunidades matrimoniales, ampliando esta perspectiva más
allá del matrimonio cristiano.

Es útil observar el valor de las relaciones sexuales, sin olvidar su valor moral, desde el
punto de vista de la dignidad de las personas, considerando que se trata de una relación
interpersonal real que se realiza en ellas, y subrayando los deberes que provienen de
este tipo de relaciones. Esta es precisamente la razón por la que no se puede pasar por
alto el aspecto de la fecundidad, que es inherente a las relaciones sexuales y está
estrechamente vinculado a su carácter relacional interpersonal. En cierto modo, el
aspecto de la fecundidad abre las relaciones interpersonales entre el hombre y la mujer a
una participación en la obra creadora de Dios, de acuerdo con sus designios eternos.

Del mismo modo, debemos insistir en la armonía conyugal, que es de gran importancia
como prueba de amor y de la comunidad de personas. Sin embargo, no se puede
presentar como si fuera, como tal, un bien moral y una modalidad fundamental y
orientadora de responder al llamado de Dios en el matrimonio, independientemente de
la forma en que se entienda, y de los medios que, en la opinión de muchos, debería
conducir a eso. Además, a menudo sucede que esta armonía se concibe de tal manera
que solo la unión sexual de los cónyuges constituye su origen, como si no hubiera otra
posibilidad para que el amor de los cónyuges se exprese y crezca, excepto a través de
actos sexuales. Desde esta perspectiva, la continencia sexual sería un peligro para el
amor conyugal y su armonía. Sin embargo, podemos observar fácilmente que en la base
de estas opiniones se encuentra una visión inexacta del hombre, que es claramente ajena
al Evangelio, y a la tradición cristiana y la experiencia en este sentido. En realidad, lo
que realmente amenaza a la comunidad matrimonial no es una continencia madura y
consciente (por ejemplo, la continencia periódica), sino la ausencia de madurez
psicosexual y moral, lo que hace que esta continencia sea imposible. Esta falta de
madurez significa que los cónyuges no ven la continencia como una expresión de amor
para su cónyuge (especialmente en ciertas circunstancias) y como una renuncia y un
sacrificio, que es una condición sine qua non del amor, de su resistencia y su
crecimiento.

Corresponde por tanto al maestro de moral que es la Iglesia - y, en la Iglesia, la


autoridad suprema del Papa - captar y resaltar los límites que, en el ámbito de los
valores sexuales, hacen que uno pase del acto dignamente vivido, a usar y abusar. Este
es precisamente el peligro que amenaza a los propios valores, que - dado el estrecho
vínculo entre la sexualidad y la persona humana - tienen una sutileza especial y
necesitan una auténtica sublimación. En cualquier caso, la opinión de que la
anticoncepción es indispensable para la estabilidad y el amor de los cónyuges es una
opinión burda, y es irreconciliable con una visión cristiana del hombre. Esta visión
otorga más peso al valor del hombre y los valores esenciales de su cuerpo y su
sexualidad que a sus posibilidades en esta área.

Esta visión del hombre y las certezas que se derivan de ella, en cuanto a la escala real de
su valor y sus posibilidades, es -como lo demuestra claramente el texto de la encíclica
Humanae vitae - el fundamento de las normas cardinales de la moral conyugal
enseñadas por la Iglesia (y más ampliamente de la moral sexual). Una norma moral, de
hecho, como cualquier otra ley, puede imponer solo aquellos deberes cuyo
cumplimiento es posible para el hombre al que se dirige la norma. En este caso, es una
regla de la ley divina: esto significa que el legislador posee no solo un conocimiento
particular del bien y del mal, sino también un conocimiento muy profundo del hombre a
quien somete a esta regla. El Legislador Supremo conoce las posibilidades del hombre
en este asunto. Sin embargo, esto no significa de ninguna manera que la regla de la ley
divina, recordada (y una vez más aclarada) por la encíclica Humanae vitae, pueda
cumplirse sin dificultad, sin sufrimiento y sin el esfuerzo adecuado. Este sufrimiento,
que preludia el cumplimiento de la ley divina, es, lo vemos sobre todo a la luz del
Evangelio, una parte inseparable de la vida cristiana. En el mismo espíritu (es decir, a la
luz del Evangelio) es ella quien da testimonio de amor y ayuda a fortalecerlo.

Opuesto a estas premisas, que son premisas esenciales de la fe y la moral cristianas, está
el principio según el cual lo que es difícil y doloroso no puede constituir un deber moral
y no puede obligar en la conciencia. A partir de este principio, se mantiene que la
obligación de preservar la unidad y la armonía conyugal no incluye el control de la vida
conyugal y la continencia periódica. Los partidarios de estas opiniones perciben y
resaltan en la enseñanza de la Iglesia como lo recuerda la encíclica Humanae vitae, un
caso que definen como un «conflicto de deberes». En su opinión, existe un conflicto
entre las demandas de la paternidad responsable que requiere, en ciertas circunstancias,
que los cónyuges se abstengan de las relaciones matrimoniales, y el deber de mantener
la armonía conyugal a través de la práctica de tales relaciones. Además, están
convencidos de que este segundo deber está vinculado a un bien marital más importante
y más fundamental.

Si bien no se puede negar que el mantenimiento del vínculo matrimonial y la unidad es


un bien fundamental para cualquier comunidad matrimonial, también es cierto que no se
puede aceptar -por las razones mencionadas anteriormente- que esta unidad y este
vínculo se establezcan en virtud de el mero hecho de no controlar las relaciones
matrimoniales entre los cónyuges, a quienes debe otorgarse una libertad ilimitada.
Hemos descrito la razón por la cual tal opinión es falsa e inaceptable desde la
perspectiva cristiana del hombre, su valor y sus posibilidades. Por lo tanto, el «conflicto
de deberes» sugerido es solo un conflicto aparente. Esencialmente, nos enfrentamos con
dificultades psicológicas elementales y tensión entre, por un lado, las debilidades o la
tentación y, por el otro, las demandas de la ley divina. Esta tensión no se puede llamar
un «conflicto de deberes», ya que lo que lo caracteriza es la conciencia del esfuerzo que
acompaña el cumplimiento del deber. Cualquier interpretación errónea de los hechos en
la esfera moral o cualquier confusión de nivel debe evitarse escrupulosamente. De
hecho, es necesario distinguir el verdadero conflicto de deberes morales del esfuerzo
psicológico vinculado a la observancia del orden moral establecido o su cumplimiento.

La encíclica Humanae vitae, al igual que la enseñanza y práctica tradicional de la


moralidad cristiana, no oculta ni disminuye este esfuerzo. Por el contrario, al mostrarlo,
resalta los valores conectados a él. Depende de la ética cristiana aclarar tanto el valor de
la unión de personas en la comunidad de la vida matrimonial, como el de la paternidad
responsable en particular. En el marco de estos valores, que dependen el uno del otro, la
ética cristiana percibe un plan ordenado que los hombres deben llevar a cabo, y no un
conflicto fundamental que se manifestaría en el conflicto de los deberes morales. Por
otro lado, la importancia de los valores en cuestión -valores que constituyen para el
hombre una tarea que se llevará a cabo a lo largo de su vida en el marco de este plan-
consagra la importancia de las normas de la moralidad cristiana. En consecuencia, la
persona que transgrede estas normas experimentará en conciencia un sentimiento de
culpa proporcional a la transgresión. La tradición de la moral cristiana es correcta al
reconocer aquí, en principio, una materia grave. No hay una razón objetiva para
interpretarlo como una cuestión de menor importancia. En cada uno de estos casos, uno
puede y debe tomar en consideración las circunstancias, incluso las meramente
subjetivas, pero no se puede aceptar que un pecado grave se convierta objetivamente en
un pecado venial, o simplemente una «imperfección».

La calidad de los valores, en este campo, debe servir como una base para medir, es
decir, determinar la gravedad de las transgresiones. Una medida correcta, ni demasiado
baja ni demasiado alta, es un coeficiente indispensable para toda la doctrina del amor
conyugal, así como la base para una verdadera formación de las conciencias en esta
área.

V
La quinta parte de la Instrucción propuesta (y ciertamente la última) debería dedicarse al
análisis del aspecto sacramental del problema. En primer lugar, se trata de definir
claramente el significado del sacramento del matrimonio. No es suficiente observar, en
términos generales, que este sacramento establece un cierto vínculo con Jesucristo y, en
virtud de esto, impone a los cónyuges el deber de fidelidad mutua.

También es necesario -como lo hacen la encíclica Humanae vitae y la Constitución


Gaudium et Spes- mostrar que el matrimonio es un sacramento que, por su propia
vocación, está en el origen de la respuesta integral al plan creativo y salvador de Dios.
El sacramento del matrimonio permite dar esta respuesta y, al mismo tiempo, permite
que esta respuesta se dé en el contexto de la moralidad mencionada anteriormente, la
moralidad que hace que el amor conyugal se comprenda y se cumpla según el orden
establecido. En la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano, el sacramento del
matrimonio forma la base de los valores que acabamos de expresar, así como la
posibilidad de cumplirlos según un plan verdaderamente evangélico. Esto significa que
los cónyuges deben hacer el esfuerzo que hemos descrito anteriormente, cuya textura
está compuesta por el conjunto fundamental de deberes impuestos por el apostolado
laical. Por supuesto, esto también requiere un esfuerzo proporcional por parte de los
sacerdotes que participan en el ministerio, que toma la forma de la administración
regular de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.

El Santo Padre, por lo tanto, expone este esfuerzo en la encíclica Humanae vitae. Al
invitar a los cónyuges a recurrir al Sacramento de la Penitencia, les llama la atención la
necesidad de hacer un esfuerzo moral equivalente, que consiste en superar sus
debilidades y levantarse de nuevo después de caídas y pasos en falso. La enseñanza del
Papa asocia el Sacramento de la Penitencia con la práctica de la virtud de la penitencia,
la conversión y la aversión al pecado en el Sacramento de la Penitencia. Pablo VI insiste
mucho en el carácter penitencial y, al mismo tiempo, medicinal de los sacramentos. Para
los confesores, aconseja la indulgencia y el amor hacia los penitentes, al mismo tiempo
que les pide que resalten bien lo que constituye el pecado, y que exijan, en
consecuencia, su rechazo. No hace falta decir que la indulgencia y el amor por los
penitentes también requieren que los sacerdotes realmente les den a conocer los
métodos éticos que se utilizarán para la regulación de los nacimientos y que faciliten su
práctica.

Por otro lado, esta indulgencia y el amor recomendados por el Santo Padre no pueden
entenderse como una actitud que corre el riesgo de socavar el verdadero valor de la
conversión en el Sacramento de la Penitencia y las condiciones necesarias para recibir
este sacramento correctamente o que pone en tela de juicio la necesidad de recibir
información sobre la auténtica enseñanza de la Iglesia sobre la moral conyugal.
Mientras que, por lo tanto, es absolutamente correcto exigir que los penitentes sean
tratados con todo el respeto debido a la dignidad de su persona, contemplando la
posibilidad de una conversión progresiva, también es necesario, no con respecto a estos
postulados, sino con el fin de llevarlos a cabo - hablar sin demora sobre las
disposiciones necesarias para corregir el comportamiento de uno, es decir, romper con
el pecado y con las ocasiones que inevitablemente lo conducen. Una de las condiciones
particulares para esta conversión al tribunal de la penitencia es la plena adhesión a las
normas éticas enseñadas por la Iglesia y, posteriormente, la voluntad de hacer todos los
esfuerzos necesarios para poner en práctica estas normas: la voluntad de renovar
continuamente los esfuerzos en el caso de que la fidelidad a estas normas morales no se
alcanzase exitosamente. Además, dado que a veces sucede que los penitentes están en
buena fe, este principio de respeto a su dignidad no puede aplicarse indiferentemente, en
el caso de buena fe o en el caso de aquellos que no aceptan ciertos aspectos de la ley
moral contenida en el encíclica Humanae vitae. En otras palabras, el confesor no puede
dar rienda suelta a estas preguntas, sino que debe examinar, explicar, aconsejar, exigir
(o asegurarse de que el propio penitente tome tales medidas). En cuanto al penitente,
debe estar listo para pedir perdón, pedir consejo y tomar las medidas necesarias. En
resumen, se trata de adoptar exactamente la actitud que el Evangelio presenta
claramente ante nuestros ojos.

La atención pastoral no puede buscar otras soluciones, y la teología, especialmente la


teología moral, no puede llevar a tales desviaciones. Sin embargo, la teología moral y la
teología pastoral y, posteriormente, el ministerio pastoral, pueden y deben buscar
soluciones que, al identificarse con las actitudes evangélicas y profundizarlas, también
se nutren de las riquezas de la ciencia y el conocimiento modernos que están
estrechamente vinculados con los problemas de la paternidad responsable. La encíclica
Humanae vitae reitera este concepto varias veces. La teología moral, así como el
ministerio pastoral, deben ser muy sensibles a la línea de demarcación que separa la
ética de la tecnología. Después de todo, no es la tecnología sino la ética la que puede
resolver los problemas humanos.

En cuanto a la Eucaristía, el ápice por excelencia de la vida cristiana, ciertamente es una


fuente vital de amor mutuo para los cónyuges. Por lo tanto, en principio, es razonable no
alienar, especialmente a la ligera, a los cónyuges que tienen dificultades para cumplir
los deberes de paternidad responsable, aunque no se deben subestimar las verdaderas
ansiedades de conciencia y no se debe insistir en proponer la Eucaristía en los casos en
que la conciencia de los cónyuges deja algo que desear. Por otro lado, está
categóricamente prohibido recomendar la Sagrada Comunión sin confesión previa a los
cónyuges que usan medios anticonceptivos en el contexto de su matrimonio. En este
caso, el principio de San Pablo - probet autem seipsum homo [Que un hombre se
examine a sí mismo] (1 Corintios 11:28) - es absolutamente necesario. Querer nivelar
los límites entre el bien y el mal a favor de la recepción de la Eucaristía es una actitud
muy peligrosa, ya que expone a los fieles al peligro de una recepción inútil, incluso
sacrílega, de los sacramentos. Lo importante es que la Eucaristía sea, en un sentido
moral, una fuente de auténtica santificación.

Traducido al español por Néstor Martínez para InfoCatólica

Archivado en: Humanae Vitae

14 comentarios

amparo
doctrina irrevocable........
27/07/18 10:44 AM
Manuel gonzalez
Yo sigo erre que erre a ver si hay un forero sensato (que los habrá)
La cuestión no es tanto qué hacer en las relaciones de pareja mantenidas en el seno de
un matrimonio perfectamente avenido. La cuestión, y ese es la gran carencia de la
Humanae Vitae , es qué hacer ante situaciones extremas (que se dan más de lo que nos
pueda parecer) en países con alto grado de inseguridad de las mujetes o en guerras o
personas con prácticas de alto riesgo pero que no son católicas. No podemos ir a ellas
con soluciones de sacristía, debemos (pienso en los medicos y personal de la salud)
informarle a los que pasan de Dios de que lo mejor de la tecnica del A, B,C son las dos
primeras letras, pero deben moralmente (para proteger la vida del vicioso - porque
estamos a favor de la Vida ¿no decís eso?-) aconsejarle el uso del preservativo
indicandole que el riesgo se reduce pero no se elimina. En zonas donde las mujeres son
sistematicamente violadas recetarles pastillas antiovulatorias (por supuesto no abortivas)
ESTO DEBE DECIR CUALQUIERA QUE ESTÉ A FAVIR DE LA VIDA: "Su
proteccion por cualquier medio: si no sirven los medios lícitos y morales, hay que
recurrir a otros(con el limite de que no sean abortivos) Todo para la defensa de la vida
de los ya nacidos, entre los cuales a muchos, la fidelidad, abstinencia...seguro le podrá
sonar a chino. El opinar distinto a mí es profundamente antihumano y sólo se entiende
en personas muy clericalizadas y probablemente con cero exp

----

LF:
Si el opinar distinto a usted es inhumano, ¿para qué pide que opinen otros?
27/07/18 11:14 AM
Luis Fernando
Miguek, no es este el lugar apropiado para ese tipo de consultas. Le sugiero que acuda a
un sacerdote que tenga cierta experiencia en dirección espiritual.
27/07/18 12:02 PM
Manuel gonzalez
Respuesta a L. F:
Puede que tenga razon usted. Ha sido una expresion desafortunada. Pero entiéndaseme
lo que estoy tratando de decir:
Una persona (sanitaria) que se enfrente por profesión a problemas graves de salud en
paises donde no hay una buena formación sanitaria o red sanitaria o sencillamente trate
con personas que no quieran o lo que es peor, no puedan seguir esos consejos ¿Que
debe hacer?¿seguir sólo criterios de sacristía a la hora de enfrentarse con problemas
sanitarios o contemplar todas las posibilidades que por supuesto, respeten la vida del no
nacido? Debe de recomendar la "A" y la "B" pero tambien la "C" en casos en los que no
quiera proteger su vida. Es obligacion médica salvaguardar la vida.
Si mal no recuerdo el Papa Pablo VI (corregidme si me equivoco) autorizó el uso de
anticonceptivos a las monjas belgas para evitar que fueran violadas en ese pais tan
retrasado humana y económicamente como era el Congo Belga.
Esto es lo que estoy tratando de decir: que hay que contemplar la existencia de casos en
los que la protección del bien mayor- la vida - permiten al medico aconsejar el uso de
metodos artificiales. Esto la Humanae Vitae....ni lo trata. Esperemos que ahora cambie
el modo de tratar estos temas.
Miedo da un clerical en labores de responsabilidad sanitaria en estas situaciones
extremas.

---
LF:
No, Pablo VI no autorizó el uso de anticonceptivos a las monjas belgas. Es algo que se
ha contado mucho pero no es cierto.

En cuanto al argumento de fondo, la cuestión es que no se puede hacer un mal para


obtener un bien.

Y ya me dirá usted si una mujer a la que violan está en condiciones de conseguir que el
violador use preservativo, que es lo único que le podría proteger de la transmisión de
algunas enfermedades...
27/07/18 12:44 PM
Néstor
"si no sirven los medios lícitos y morales, hay que recurrir a otros". Claro que no. El fin
no justifica los medios. No se puede hacer el mal para que venga el bien. Eso no es
moral de sacristía, sino moral natural y católica, sin más.

Las pastillas anovulatorias también pueden tener y tienen a veces efectos abortivos en
cuanto impiden la anidación del embrión.

Saludos cordiales.
27/07/18 12:48 PM
Santiago
Cuanta claridad. Maravilloso.
27/07/18 1:20 PM
Manuel gonzalez
Sigo erre que erre
Nestor y LF:

Es moral de sacristía rígida y nada operativa en estas situaciones. Está bien como
opción A pero hay que tener recursos cuando la situacion lo requiera.
Efectivamente el fin no justifica los medios:
El médico católico debe hacer ver al paciente que una vez que las opciones éticas y
morales son rechazadas (por la mayoría de este mundo tan sexualizado,
desgraciadamente) que hay otras opciones, que aunque pecado existen y que el paciente
elija bajo su responsabilidad. Tiene derecho a saber, por parte del sanitario, todas las
opciones y que él elija.
El usarlas supone un principio/ comienzo de su toma de consciencia, de su
responsabilidad (esto vino a decir BND XVI en un libro de entrevistas - y ésto no es
leyenda urbana porque lo leí tiempo ha yo-). Imaginen lo que podría ocasionar el no
obligar una prostituta a usar condón a sus clientes.
Mis propuestas engloban las propuestas de sacristía o moral natural y si fallan el médico
PARA DEFENDER Y PROTEGER LA VIDA debe informar de otras opciones -con los
riesgos que implican- pero debe de hacerlo y sin cambiar la calificacion moral del acto:
peca pero al menos vive (ese es mi lema y el de la gente realista sanitaria- que son los
que están partiéndose la cara con la enfermedad no anatemizando desde la sacristía)

----

LF:
Usted siga erre que erre, que nosotros seguiremos ateniéndonos a la enseñanza moral de
la Iglesia.

"Peca, pero al menos vive", es camino de la muerte eterna. O sea, al infierno.

Pero nada, usted mismo. Fin a este debate.


27/07/18 1:40 PM
Lucia
Muchos dicen, todo tiene un límite.

Y escucho decir: No puedo mantener mas hijos, no puedo quedar embarazada, ya cerré
la fabrica, es imposible educar bien a tantos hijos, hay que ser realistas, todos los
jóvenes mantienen relaciones, mejor que se cuiden etc...

La cultura del anticonceptivo se instalo en la mente del 95 % del mundo.


Eso lo han logrado a la perfección, creerse dueños de la vida, tener el control de cuando
si y cuando no quieren tener hijos.
Y me animo a decir, que varios quizás comulgan teniendo esta postura y estas prácticas.

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