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Educación

en
pandemia
.
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Microbioloxía

Sobre este microlibro

Mariana Maggio analiza en detalle el


impacto de la pandemia por Covid-19 en el
ámbito educativo y propone nuevos
caminos para reinventar las prácticas
pedagógicas.
¿Para quién es?
Personas dedicadas a la docencia y/o a la
investigación sobre el desarrollo de las
prácticas y políticas educativas.
En "Educación en pandemia -
reseña crítica" aprenderás:
Cuál fue el principal impacto que tuvo la
pandemia en la educación.
Cómo podemos pensar una educación
más inclusiva.
Qué papel pueden cumplir las nuevas
tecnologías en la educación una vez que
se renueve el dictado de clases
presenciales.

Biografía del autor


Mariana Maggio
Es una escritora y educadora argentina.
Realizó sus estudios en Ciencias de la
Educación en la Universidad de Buenos
Aires, donde también ejerce la docencia en
la Maestría y Carrera de Especialización
en Tecnología Educativa. Además, es
autora de los libros “Enriquecer la
enseñanza” (2012), “Reinventar la clase en
la universidad” (2018) y “Educación en
pandemia” (2021), entre otros.
Este es un libro escrito en el contexto de la pandemia de Covid-19,
momento que puso en jaque muchos de los cimientos de nuestra
sociedad.

Mariana Maggio presenta una serie de interrogantes que la


atravesaron en su rol de docente, muchos de los cuales no tienen una
respuesta, y cabe ahí la importancia de abrir el debate para que todos
podamos formar parte de la construcción de un mundo mejor.

Cuando dejó de alcanzar lo que ya no alcanzaba

Es indudable que hace años que muchas personas opinan que


tenemos que reinventar las prácticas de la enseñanza. Asimismo,
muchos docentes están de acuerdo en que el Covid-19 trajo consigo
una serie de efectos devastadores que se sumaron a aquellos de una
sociedad que ya era expulsiva.

Frente a la crisis, la reacción general, principalmente en el ámbito


educativo, fue pensar que se trataba de buscar una salida de urgencia
para un tiempo acotado.

El saber y las herramientas acumuladas en materia de tecnología


educativa y educación a distancia se puso en juego parcialmente, pero
en la mayor parte de los casos primó el apuro y cierta improvisación.

A pesar de que se debe reconocer el enorme esfuerzo de docentes y


familias para sobrellevar la situación en relación con el dictado de
clases, también es cierto que un año después, aunque ya se cuenta
con la distribución de vacunas, la desorientación y el desconcierto
persisten.
No es fácil de reconocer, pero la evidencia nos interpela como
sociedad: los cambios pedagógicos toman tiempo y los cambios
culturales no esperan.

La educación a distancia era y es una definición política e institucional


a favor de la democratización del acceso a la educación y una
alternativa para quienes, por diversas razones, no pueden asistir
regularmente a clases presenciales. Pero dichas iniciativas no se
crean de un día para otro.

Estas políticas requieren de un diseño cuidadoso, la participación de


especialistas, la puesta a disposición de entornos tecnológicos sólidos
y equipos docentes formados para sostener procesos pedagógicos
que funcionen sin encuentros presenciales.

Es necesario que seamos capaces de reaccionar a tiempo para


generar las transformaciones económicas, sociales, culturales y
educativas que hagan falta para acercarnos a escenarios de mayor
justicia social y educativa, que son los que le dan sentido al rol de la
docencia.

El año que educamos en peligro

El 20 de marzo del año 2020 se decretó el aislamiento social


preventivo y obligatorio en Argentina y se cerraron los edificios de las
instituciones educativas. La educación no podía seguir sucediendo en
el marco de los edificios y había que inventar una nueva manera,
desconocida para la mayor parte de la sociedad.
El daño de la economía, la pérdida del empleo, el aumento de la
pobreza y la profundización de la violencia hacia las mujeres y la
infancia en los hogares son algunas de las expresiones centrales de la
pandemia en 2020. La educación también se sumó a este triste
listado.

A medida que avanzaba el año, resultó cada vez más evidente que la
vida de todas las personas que tienen hijos está organizada en torno
de una escuela concebida como entorno físico.

Los horarios escolares ordenan las vidas familiares, principalmente de


las madres, y sostienen además las condiciones para que puedan
trabajar. Siempre lo supimos, pero nunca lo habíamos comprendido
tan profundamente como el día en que las escuelas cerraron las
puertas de sus edificios.

A pesar de todas las dificultades, la educación continuó. Las escuelas,


los institutos y las universidades demostraron ser más que sus
edificios físicos. La educación es un derecho expresado en un
compromiso político y social que va más allá de las circunstancias.

De todos modos, tuvo que haber una pandemia para que


advirtiéramos lo obvio: no hay educación justa en una sociedad digital
si docentes y estudiantes no están incluidos tecnológicamente. Para
educar en la contemporaneidad necesitamos estar digitalmente
incluidos, y no todos lo estamos.

Debemos aceptar que vivimos en un mundo que ya no es lo que era.


Las carpetas de planificación y los cuadernos ya no alcanzan. No
alcanzaba tampoco antes de la pandemia, pero por diversas razones
demoramos en reconocerlo.
Los sistemas educativos empezaron a funcionar aun con los
principales actores en sus hogares. Las clases comenzaron y lo
hicieron para la mayoría. Lo doloroso es justamente hablar de la
minoría, que en números reales representa a millones de chicos, que
no pudieron asistir a clases por no contar con las herramientas para
hacerlo.

Ni la gran difusión que tienen los teléfonos celulares entre la sociedad


alcanzó para sostener a esos niños en el sistema por la dificultad que
representa continuar la vida educativa en hogares numerosos con un
solo aparato a disposición, del que además dependen las actividades
económicas de la familia.

En el trayecto aprendimos mucho más que a usar plataformas


tecnológicas para enseñar y aprender: comprendimos el profundo
sentido social que sigue teniendo la escuela como institución.

La inclusión plena de los ciudadanos en una sociedad de una


complejidad casi indescifrable no puede ser la mera transmisión de la
tradición y la reproducción de lo establecido. Ahora, después de todo
esto, ¿alguien puede discutir que la educación necesita reinventarse?

La educación pudo sostener casi un ciclo lectivo de modo remoto, y


cuando eso no fue posible se debió fundamentalmente a deudas de
inclusión digital, no a incapacidades institucionales o docentes. De
hecho, las y los docentes abrazaron las tecnologías cuando vieron que
de eso dependía el derecho a la educación.

Aprender a priorizar

La idea de priorizar contenidos quedó legitimada por el contexto


pandémico. Priorizar no tiene por qué significar enseñar menos,
cuestión que preocupó a muchas personas, dado que en el año 2020
se dieron menos contenidos.

Es necesario poder ser críticos de lo que esa totalidad de contenidos


representa, porque “todo” significa “nada” cuando lo que se aprende
no se recuerda más allá de los exámenes.

Maggio decide quedarse con una definición política: acordemos cuál


es el mínimo que debe aprender cada estudiante para terminar cada
nivel educativo, cumplir el siguiente de modo satisfactorio y poder
estar incluido plenamente en la sociedad.

La totalidad de contenidos que se consideraban hasta la actualidad no


estaba garantizando ninguna de estas cosas. Además, se había
convertido, especialmente a través de las evaluaciones, en un
instrumento de expulsión.

Hay consecuencias muy serias en esta crisis y hay que revertirlas,


pero lo primero que necesitamos es un análisis crítico y muy realista
del modelo previo. En ese marco, propongo que abracemos la
priorización y empecemos a diseñar enfoques nuevos.

La priorización no necesariamente requiere un extenso proceso de


reforma educativa, sino que puede ser una reinterpretación de los
acuerdos previos. Incluso, la pandemia evidenció que lo prioritario,
desde una perspectiva curricular, en muchos casos ya estaba definido.

Un marco para reinventarnos


Frente a un cambio que se presenta inminente, para poder plantear
una línea coherente de acción se necesita, ante todo, un encuadre. Un
marco a partir del cual se puedan tomar decisiones y, también, volver
a él para revisarlas.

Por supuesto, este marco puede ser algo provisorio que se puede ir
discutiendo, ampliando, profundizando e incluso desechar cuando las
circunstancias requieran que volvamos a empezar.

Aunque resulte evidente que es necesario un marco para pensar cómo


educar en tiempos de pandemia, Maggio pretende ir más allá y
plantea uno para reinventar la educación que parte de esta premisa:
tenemos que poder generar propuestas que sucedan al mismo tiempo
en el mundo físico y virtual.

La modalidad física sigue siendo una opción, pero ahora lo es entre


otras que pueden resultar más inclusivas y también más ricas.

Aun cuando la experiencia física sea posible, la del mundo virtual tiene
que ocurrir porque, caso contrario, se estarían recortando nuevos
contenidos de la enseñanza que permitirían una enseñanza más
compleja y enriquecedora.

Las razones que justifican la simultaneidad son culturales y están


profundamente conectadas con la revolución mental que vivimos en
todos los órdenes de la vida humana en las últimas décadas.

Es indiscutible que hoy en día vivimos en dos mundos a la vez y los


conocimientos se construyen del mismo modo. ¿Por qué creer que
podemos seguir enseñando solo en uno?
Guía de supervivencia

Maggio elabora una guía para poder seguir adelante aunque los
planes fallen. Así como el marco propuesto da cuenta de lo que la
autora apela a que suceda con las prácticas de la enseñanza a partir
del presente, esta guía no remite solo a sobrevivir a la pandemia sino
a la posibilidad de sostener la reinvención como horizonte de
transformación:

1. Conversar hasta que hayamos teijdo un acuerdo: habrá que


repensar el plano de las prácticas de la enseñanza, porque los
criterios que sostenían el trabajo docente han perdido fuerza dado que
la realidad actual es otra.

Para construir acuerdos es necesario reconocer las condiciones


materiales en las que se ejercen las prácticas educativas y afinar el
sentido de lo que es realmente posible para poder llevarlo a cabo
efectivamente.

2. Encarar la docencia colectivamente: la salida fue colectiva y esto


nos invita a repensar la docencia como una actividad que también lo
es.

Lo colectivo remite a todos los aspectos de las prácticas de la


enseñanza: la elaboración de programas, el desarrollo de materiales,
la creación de propuestas y el ejercicio efectivo de la práctica de la
enseñanza.

Es cierto que cuando las prácticas de enseñanza son objeto de


construcción colectiva las negociaciones pueden ser arduas, ya que
se ponen en juego las distintas visiones de mundo y concepciones
acerca del conocimiento, pero también se verán enriquecidas por los
matices entre las distintas voces.

3. Explicitar los criterios que entran en juego: todos tienen derecho


a comprender el modo en que se va a trabajar, cómo se presentan las
propuestas, el carácter de las participaciones presenciales y en línea,
la obligatoriedad o no de las entregas que se pauten, entre otros
aspectos que se alteraron recientemente.

Una nueva realidad implica nuevos criterios, y estos deben hacerse


comprensibles y públicos.

4. Ofrecer alternativas: mientras insistimos en la necesidad de


garantizar el acceso tecnológico para el conjunto de la docencia y el
estudiantado, tenemos que generar propuestas didácticas que
identifiquen las condiciones reales y construyan a partir de ellas.

5. Construir cercanía en la distancia social: frente a la distancia


social impuesta por la pandemia, es necesario construir cercanía
emocional para mejorar las prácticas de enseñanza.

Es importante que los docentes puedan encontrar o diseñar las


herramientas para acercarse a sus estudiantes de modo que puedan
escucharlos y conocer sus distintas circunstancias, así como ellos
puedan reconocer todas las complejidades que como adultos está
viviendo el docente en este contexto.

6. Comprometerse con la continuidad: debemos diseñar prácticas


de enseñanza donde ninguna contingencia pueda volver a poner en
peligro la continuidad de las clases. La continuidad pedagógica debe
ser planificada en todos los escenarios posibles.
7. Volver a apasionarse: las prácticas de la enseñanza cobran
relevancia cuando las entendemos como una construcción que apela
a mejoras en la calidad de vida de la comunidad, por esto es
importante dar sentido a los aprendizajes e ir más allá de la
acumulación de fragmentos de contenidos.

Los docentes deben generar prácticas educativas que los apasionen y


que renueven el compromiso político con la educación, y hacer
emerger nuevos lazos de colaboración para transformarnos en
colectivos solidarios que buscan vivir en un mundo cada vez mejor.

Notas finales

Este libro constituye una herramienta clave para informarse sobre


algunas de las cuestiones que generaron mayor polémica y revuelo
social en el contexto de la pandemia ocasionada por el Covid-19: la
educación y la inclusión social.

Consejo de 12min

En “La crianza rebelde”, de Ana Acosta Rodrígez, encontrarás


nuevas reflexiones en torno a la pedagogía de los hijos y una guía
para una crianza responsable.

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