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La lucha contra la violencia de género no solo es un gran problema de civilización y respeto por los derechos humanos, sino que

también es hoy un verdadero "problema social", ya que concierne transversalmente a clases, familias, generaciones y grupos
étnicos de referencia. Como sostiene la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia de genero es también un grave
problema de salud pública, que afecta directamente al bienestar físico y mental de las mujeres e indirectamente al bienestar
social y cultural de toda la población.

Pero, al mismo tiempo, la violencia de género también es un fenómeno muy difícil de abordar, ya que acecha en los intersticios de
la sociedad, a menudo evasivos e insospechados, manifestándose principalmente en silencio en la vida diaria y logrando
representarse como un evento accidental incluso en la percepción de las propias víctimas.

La violencia de género se caracteriza como un fenómeno de nuestro tiempo, que contiene elementos de complejidad, desorden y
confusión. Un fenómeno evasivo del cual podemos vislumbrar una superficie remota e indistinta y del cual, a veces, solo
percibimos una imagen borrosa.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define la violencia contra la mujer como todo acto que cause «un daño físico, sexual o
psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen
en la vida pública como en la privada».

Esto es, violencia doméstica, asaltos o violaciones sexuales, prostitución forzada, discriminación laboral, el aborto selectivo por sexo,
violencia física y sexual contra personas que ejercen la prostitución, infanticidio con base en el género, feminicidio, castración
parcial o total, ablación de clítoris, tráfico de personas, violaciones sexuales en guerras o situaciones de represión estatal, acoso y
hostigamiento sexual —entre ellos el sadismo y el acoso callejero—, patrones de acoso u hostigamiento en organizaciones
masculinas, represión de la sexualidad heterodoxa y ataques homofóbicos y transfóbicos hacia personas o grupos o su tolerancia,
entre otras. La erradicación de la violencia de género puede ser llevada a cabo bajo la transmisión de información y modelos de vida.
Un 38 % de los asesinatos de mujeres perpetrados en el mundo son cometidos por su pareja, siendo el ámbito familiar y
de pareja donde se produce el mayor número de casos de violencia contra la mujer, ya sea esta física, sexual o
psicológica. Más del 50 % de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por un familiar o compañero
sentimental y el 35 % de las mujeres habrían sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja.
Unos 120 millones de niñas de todo el mundo, más de una de cada 10, han sufrido en algún momento coito forzado u otro
tipo de relaciones sexuales forzadas.

La trata de personas se convierte en una trampa para mujeres y niñas que son en un 98 % el objeto de la explotación
sexual (4,5 millones de personas en el mundo).
Más de 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital.
En el pasado reciente ha habido una especie de negación del problema tanto desde el punto de vista institucional como social;
La violencia contra la mujer (consumada principalmente en el hogar) durante mucho tiempo se ha percibido como un asunto
privado y no como delito contra la persona. Sin embargo, las percepciones y representaciones sociales de este tipo de
violencia están comenzando a cambiar.

Durante mucho tiempo se consideró, como hemos señalado, un fenómeno privado, relegado al secreto del hogar y al ámbito
doméstico. También se creía que los hombres violentos eran individuos de baja clase social, pobres, explotados, frustrados y
alcoholizados que se vengaban de las mujeres por su propia decadencia social y las humillaciones sufridas, mientras que
actualmente, según datos estadísticos, se sabe que el fenómeno es más amplio y afecta a todos los ámbitos de la vida y a todas
las culturas. Por lo tanto, hablar sobre la violencia contra las mujeres significa abordar una temática muy compleja que no
puede definirse exclusivamente sobre la base de conceptos clínicos y jurídicos. Para comprender y contrastar el fenómeno es
necesario tener en cuenta los diferentes ámbitos de referencia de las mujeres: socioculturales, relacionales e individuales.
Esta observación implica la necesidad de profundizar en los factores culturales, sociales y económicos que determinan las condiciones
de sujeción y dependencia en las que se encuentran muchas mujeres en diversas partes del mundo y que a menudo hacen que diferentes
formas de abuso no solo sean posibles, sino incluso tolerables, las diversas formas de maltrato a los que estas son sometidas.
A día de hoy, persisten convicciones profundamente arraigadas (modelos socioeducativos y relacionales transmitidos entre
generaciones) que ven a las mujeres subordinadas a los hombres y como sujetos dependientes en la relación emocional. Creencias que
confían a las mujeres la función de cuidar las relaciones, a expensas de la reciprocidad y la posibilidad de expresar necesidades
basadas en sus deseos y necesidades. Comportamientos agresivos, también los sexuales, están justificados porque son inherentes a la
naturaleza del hombre.
Un primer y fundamental elemento de prevención y protección estaría, por lo tanto, representado por un cambio a nivel social y cultural
que lleve a hacer emerger cada vez más el problema y reconozca y ponga en valor la diferencia y la reciprocidad de los roles entre
hombre y mujer, así como los recursos de cada uno.
La dimensión individual también es esencial para comprender el inicio, el desarrollo y el mantenimiento de una situación de
violencia. De hecho, esta dimensión está correlacionada con el desarrollo del yo, que se define y estructura a partir de
experiencias primarias significativas a lo largo de los años. Experimentar los propios recursos en contextos relacionales
positivos permite crecer con un buen nivel de autoestima, una imagen positiva de sí mismo y la percepción de merecer a mor
y respeto. Cuando esto no sea posible, debido a las primeras experiencias de violencia o la presencia de contextos familiares
caracterizados por carencias afectivas y emocionales, el sentido del yo puede resultar “debilitado" o severamente dañado.
Varios estudios han revelado que el abuso infantil, la violencia adolescente y haber tenido una madre víctima de violencia se
convierten en factores de riesgo en la edad adulta para una relación de pareja violenta y de maltrato.
Reconocer la violencia sufrida presupone percibirse a sí mismo como una persona digna y positiva. En cambio, las mujeres
que han sufrido violencia sienten vergüenza, se sienten culpables, se consideran inadecuadas e incapaces de reaccionar. La
violencia es, de hecho, un ataque a la integridad física y mental de la mujer que produce grandes efectos y consecuencias: un
poderoso factor de riesgo para la salud mental de la mujer.
Las reacciones del contexto familiar y social, a menudo crítico y hostil, la falta de recursos materiales, el momento de la vida en que
surge la violencia, la gravedad de la agresión, junto con la presencia de violencia pasada, representan elementos que puede agravar la
extensión del daño. Por el contrario, el reconocimiento de la violencia sufrida, la posibilidad de desvelar lo sucedido y salir de la
situación con respuestas de apoyo del contexto familiar y social con recursos materiales y acciones de protección constituyen
factores decisivos para reconstruir propio sentido de sí mismo tanto físico como psíquico en el recorrido de elaboración y reparación
del trauma.

Las raíces de nuestros comportamientos están relacionadas con la tradición cultural de pertenencia, con la estructura social, con el
sexo de la persona, (que determina las diferentes subculturas femeninas y masculinas) y con el proceso concreto que ha vivido la
persona a través de los distintos agentes de socialización, que son la unidad familiar, la escuela, los medios de comunicación, los
grupos de pares, etc. Todo esto actúa en el mundo particular que la persona crea, convirtiéndose en un conjunto de sensaciones,
emociones, pensamientos, formas de comportarse y relacionarse, lo que genera la estructura de la personalidad. Esta estructura de
personalidad no es permanente, por el contrario, atraviesa momentos de crisis y cambios continuos.
INDICE DE MUJERES ASESINADAS POR SU PAREJA O FAMILIAR. POR
CADA 100.000 HABITANTES

Europa
0,7

Asia
0,9

Oceanía
1,3

América
1,6

África
3,1

0 0,5 1 1,5 2 2,5 3 3,5


Las personas tienen un cuerpo biológico y también determinantes socioculturales que afectan su forma de sentir, pensar y
actuar. Algunos afectan a ambos sexos casi por igual, otros afectan a mujeres y hombres de manera diferente.
En lo que respecta a la sociedad, la nuestra proviene de una estructura patriarcal, que se ha manifestado en una jerarquía
de poder económico y social, la base de un sistema de dominación y sumisión. Antes de la acción del movimiento feminista
la sociedad estaba representada por el hombre, valorando todo lo que se correspondía con el estereotipo masculino.
Socialmente el dominio ha sido atribuido al hombre y sumisión a la mujer. Esto ha creado estilos de relación de poder en
los que la mujer ha sufrido un papel de víctima frente al hombre que asumió el de dominador, y así estableció una relación
no paritaria y desigual, que todavía tiene consecuencias
Las diferencias sexuales en nuestra sociedad occidental no son solo diferencias biológicas, sino dos conformaciones, dos
formas de percibir y experimentar el mundo: la subcultura femenina y la subcultura masculina. En la estructura patriarcal, la
subcultura masculina es la dominante, incidiendo tanto en la vida cotidiana como en la elaboración de las teorías del saber
científico. La posibilidad de que pudiese existir una percepción del mundo femenina no ha sido, durante mucho tiempo, ni
siquiera tomada en consideración. El mundo de las mujeres ha sido ignorado, (creado precisamente por diferenciación sexual),
incluso por las propias mujeres, que a menudo han terminado buscando la propia identidad imitando al hombre.
Estas subculturas no son solo el producto de la naturaleza biológica, sino también de la estructura de los roles de nuestra
sociedad aprendidos a través de agentes de socialización durante un proceso educativo diferente para hombres y mujeres. El
concepto masculino/femenino es una construcción sociocultural compuesta de valores y roles, formas de autopercepción y, en
definitiva, una configuración del mundo que tendría otro sentido en otras sociedades.

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