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El crimen más abominable de nuestro tiempo

“nosotros afirmamos que las que practican el aborto cometen homicidio y habrán de dar cuenta a
Dios del aborto. ¿Por qué razón habríamos de matar? No se puede pensar a la vez que lo que
lleva la mujer en el vientre es un ser viviente, y, por ello, objeto de la providencia de Dios, y
matar luego al que ya ha avanzado en la vida… Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y
acordes con nosotros mismos, pues obedecemos a la razón y no le hacemos violencia”.

Atenágoras de Atenas, Súplica en favor de los cristianos escrita hacia el año 177 DC.

Una vez más este año, a pesar del frio y la nieve, la Capital de los Estados Unidos se ha cubierto
de miles de personas, que han marchado pidiendo que la vida más frágil, inocente y tierna no sea
vilmente asesinada.
Confieso que escribir sobre el asunto del aborto es algo repulsivo, no por el hecho de atacar esta
práctica que es desde todo punto de vista antinatural, criminosa, repugnante y cobarde, que lucra
con la sangre de los hijos de Dios. Sino que es repulsivo porque demostrar que el aborto es un
crimen abominable como fue llamado por el Concilio Vaticano II, es como como demostrar que
la hierba es verde y sin embargo en estos días sombríos en que los hombres parecen haber
perdido el sentido de la razón y viven como seres sin realidad, es necesario, aunque repulsivo,
defender que la hierba es verde y que el aborto un crimen horrendo.
Para todo ser racional debe quedar claro que el problema del aborto no es en absoluto un
problema medico sino ideológico. Ud. puede repetir y repetir argumentos de carácter científico,
médico, filosófico y teológico, y será en vano, puesto que los partidarios del aborto quieren
saber, dando razón al dicho que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Se trata de una
posición pre asumida sin bases de naturaleza científica.
Nosotros, que por gracia infinita de Dios pertenecemos a la santa Iglesia Católica, hemos de
luchar con toda la fuerza de nuestro ser para que en ningún estado se continue con esta matanza.
Recemos para que el Señor detenga esta práctica asesina; lloremos por los millones de víctimas
inocentes sacrificadas en aras del dios dinero y continuemos a marchar y luchar para no ser
cómplices cobardes de este gigantesco holocausto que mancha de sangre nuestras “tan
aclamadas” sociedades modernas…el grito inocente de estas víctimas clama a Dios por justicia.
Nosotros esperamos con firmeza indestructible ver el día en que la Justicia de Dios brillará sobre
la injusticia de los hombres. Ese día llegará, y entonces que nos encuentre con los Rosarios en las
manos y roncos de gritar con toda nuestra voz que el aborto es un “crimen abominable”
(Gaudium et spes, 51), que “el aborto legalizado ha sido una fuerza destructora para la vida de
numerosas personas, especialmente de mujeres que a menudo han tenido que afrontar solas el
dolor y el remordimiento profundos que surgen después de la decisión de acabar con la vida de
un niño por nacer” y que “la proliferación de abortos provocados también ha tenido efectos
negativos en la sociedad en general, entre los que figuran en primer lugar la disminución del
respeto a la vida de los ancianos y enfermos, y la degradación del sentido moral. Cuando la ley
aprueba el asesinato de un inocente, se oscurece la distinción entre el bien y el mal, y la sociedad
tiende a justificar incluso prácticas evidentemente inmorales, como el aborto de niños a punto de
nacer” (San Juan Pablo II, Carta al arzobispo de Boston, 1997).
Gritemos con fuerza que es contradictorio ser católico y defender la barbarie abortista. Gritemos
que los pastores de la Iglesia, deben “hacer todo lo posible por asegurar que no se emboten las
conciencias ante la gravedad del crimen del aborto, un crimen que ninguna circunstancia,
finalidad o ley puede justificar moralmente (cf. Evangelium vitae, 62)”. (san Juan Pablo II,
Discurso al décimo grupo de obispos estadounidenses, 1998). Todo esfuerzo y sacrificio siempre
será poco para poner fin a esta práctica criminal.
Sin embargo mí intención al abordar este tema, era por un lado reconocer el sacrificio de miles
de personas en la Marcha Provida de este año y por otro poner a disposición del público la
famosa carta escrita en 1922, antes de su conversión al catolicismo, del Dr. Bernard Nathanson,
famoso abortista que luego se convirtió y pasó a ser un ícono del movimiento provida. En ella el
Dr. Nathanson cuenta la nefasta técnica utilizada para lograr que el aborto sea aceptado.
Continuemos el buen combate siendo conscientes de las técnicas que utilizan los partidarios
abortistas. Aquí está la carta (los resaltados son míos):
“Soy responsable directo de 75.000 abortos, lo que me empuja a dirigirme al público poseyendo
credibilidad sobre la materia.
Fui uno de los fundadores de la Asociación Nacional para Revocar las Leyes sobre el Aborto en
los Estados Unidos, en 1968. Entonces una encuesta veraz hubiera establecido el hecho de que la
mayoría de los norteamericanos estaban en contra de leyes permisivas sobre el aborto. No
obstante, a los 5 años conseguimos que la Corte Suprema legalizara el aborto, en 1973. ¿Como lo
conseguimos? Es importante conocer las tácticas que utilizamos, pues con pequeñas diferencias
se repitieron con éxito en el mundo Occidental.
Nuestro primer gran logro fue hacernos con los medios de comunicación; les convencimos
de que la causa proaborto favorecía un avanzado liberalismo y sabiendo que en encuestas veraces
seríamos derrotados, amañamos los resultados con encuestas inventadas y las publicamos en los
medios; según ellas el 60% de los norteamericanos era favorable a la implantación de leyes
permisivas de aborto. Fue la táctica de exaltar la propia mentira y así conseguimos un apoyo
suficiente, basado en números falsos sobre los abortos ilegales que se producían anualmente en
USA. Esta cifra era de 100.000 (cien mil) aproximadamente, pero la que reiteradamente dimos a
los medios de comunicación fue de 1.000.000 (un millón). Y una mentira lo suficientemente
reiterada, la opinión pública la hace verdad.
El número de mujeres que morían anualmente por abortos ilegales oscilaba entre 200 y 250, pero
la cifra que continuamente repetían los medios era 10.000 (diez mil), y a pesar de su falsedad fue
admitida por muchos norteamericanos convenciéndoles de la necesidad de cambiar las leyes
sobre el aborto.
Otro mito que extendimos entre el público es que el cambio de las leyes solamente implicaría
que los abortos que se practicaban ilegalmente pasarían a ser legales. Pero la verdad es que
actualmente, el aborto es el principal medio para controlar la natalidad en USA. Y el número de
anual de abortos se ha incrementado en un 1500%, 15 veces más.
La segunda táctica fundamental fue jugar la carta del anticatolicismo.
Vilipendiamos sistemáticamente a la Iglesia Católica, calificando sus ideas sociales de
retrógradas; y atribuimos a sus Jerarquías el papel del "malvado" principal entre los opositores al
aborto permisivo. Lo resaltamos incesantemente. Los medios reiteraban que la oposición al
aborto procedía de dichas Jerarquías, no del pueblo católico; y una vez más, falsas encuestas
"probaban" reiteradamente que la mayoría de los católicos deseaban la reforma de las leyes
antiaborto. Y los tambores de los medios persuadieron al pueblo americano de que cualquier
oposición al aborto tenía su origen en la Jerarquía Católica y que los católicos proaborto eran los
inteligentes y progresistas. El hecho de que grupos cristianos no católicos, y aún ateos, se
declarasen pro-vida, fue constantemente silenciado.
La tercera táctica fundamental fue denigrar o ignorar, cualquier evidencia científica de que
la vida comienza con la concepción.
Frecuentemente me preguntan que es lo que me hizo cambiar. ¿Cómo pasé de ser un destacado
abortista a un abogado pro-vida? En 1973 llegué a ser Director de Obstetricia en un gran
Hospital de la ciudad de Nueva York, y tuve que iniciar una unidad de investigación perinatal;
era el comienzo de una nueva tecnología que ahora utilizamos diariamente para estudiar el feto
en el útero materno. Un típico argumento proaborto es aducir la imposibilidad de definir cuando
comienza el principio de la vida, afirmando que ello es un problema teológico o filosófico, no
científico.
Pero la fetología demuestra la evidencia de que la vida comienza en la concepción y requiere
toda la protección de que gozamos cualquiera de nosotros.
Ud. podría preguntar: ¿Entonces, por qué algunos doctores, conocedores de la fetología, se
desacreditan practicando abortos?
Cuestión de aritmética: a 3001 dólares cada uno, un millón quinientos cincuenta mil (1.550.000)
abortos en los Estados Unidos, implican una industria que produce 500 millones de dólares
anualmente. De los cuales, la mayor parte van a los bolsillos de los doctores que practican el
aborto.
Es un hecho claro que el aborto voluntario es una premeditada destrucción de vidas humanas. Es
un acto de mortífera violencia. Debe de reconocerse que un embarazo inesperado plantea graves
y difíciles problemas. Pero acudir para solucionarlo a un deliberado acto de destrucción supone

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Plan Parenthood informaba en noviembre de 2022 que un aborto podía llegar a costar USD 800.
podar la capacidad de recursos de los seres humanos; y, en el orden social, subordinar el bien
público a una respuesta utilitarista.
Como científico no creo, yo sé y conozco que la vida humana comienza en la concepción. Y
aunque no soy de una religión determinada, creo con todo mi corazón que existe una divinidad
que nos ordena finalizar para siempre este infinitamente triste y vergonzoso crimen contra la
humanidad”.
Dr. Bernad Nathanson
Luchemos por la vida, demos testimonio a favor de la vida y contra el aborto, tal y como nos lo
decía san Juan Pablo II: “Amadísimos hermanos y hermanas, no debemos resignarnos a los
ataques contra la vida humana, principalmente el aborto. Renuevo mi aprecio por el apoyo
valiente que el Movimiento … en favor de la vida brinda a esta causa, y exhorto a todas las
comunidades eclesiales a sostener sus iniciativas y servicios. Es preciso redoblar los esfuerzos
para que triunfe el derecho a la vida de los niños por nacer, no contra las madres, sino
juntamente con ellas.(San Juan Pablo II, Angelus, 01/02/2004)

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