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23 de Abril 2022- II Jornada Internacional: Dispositivos de investigación del campo de

la literatura para niños, niñas y jóvenes y las prácticas lectoras. (UNT-UNC-UNRN-


UNMDP)

Otra vez un verano: un dispositivo de lectura de Vera Cartonera

Dolzani Sofía (UNL- IHuCSo- Conicet)

Kiener Laura (UNL- IHuCSo- Conicet)

Miglioli Valentina (UNL- IHuCSo- Conicet)

I. Leer, crear y charlar “al paso”.


Con toallón al hombro, pecho descubierto y mallín, un hombre se acerca. Pasa, mejor
dicho, justo por donde estábamos nosotras entre dos mesas de libros extendidos. Mira por un
momento, nos acercamos, aunque su cuerpo advierte que ya está en la pileta, que ese es el
destino central. Él también nos lo dice ―me tengo que ir a nadar‖; lo dice pero se queda
cuando le preguntamos si quiere leer con nosotras un texto que es muy breve, que no restará
tiempo de nado. Él y otro chico que se acercó, ya conocedor de la propuesta, ya disponible,
leen en voz alta ―Club‖ de Santiago Venturini, turnándose. Sus gestos, sus tonos de voz, nos
muestran cómo el texto pasa por el cuerpo, se quiera o no, nos lleva puestos. Conversamos un
poco sobre la lectura, hacia dónde nos llevó, cómo se presenta el espacio, el momento del
club en ese relato, para llegar después, lentamente y con timidez, a qué es el club para ellos.
Formular esta pregunta estando dentro de un club parece un perro buscando su cola, ¿es dar
vueltas sobre lo mismo? Hablamos de los objetos típicos, de las presencias infaltables, de los
recuerdos que lo tiñen, para algunos, de ―cementerio de ilusiones‖ y, para otros, de ―diversión
y juegos‖. Entre la conversación y la lectura que acontece de forma azarosa, fue tomando
forma uno de nuestros primeros talleres con los que iniciamos el verano del 2022. Vale
aclarar que el apurado nunca dejó de repetir que tenía que irse a nadar, pero sus pies sin
ojotas siguieron clavados ahí, sus ojos buscando. Aventuramos que no esperaba encontrarnos
en ese lugar, encontrar una propuesta de ese estilo ahí, en ese espacio donde va a hacer
deporte y tomar sol. Tampoco nosotras sabíamos qué esperar de quienes, de paso por la
mesita, miraban de reojo, se acercaban, tomaban un libro, intercambiaban algunas palabras y
seguían su curso hacia el agua.
Como talleristas de Vera Cartonera se nos había propuesto realizar un taller de lectura
en el marco de la temporada de verano del predio polideportivo dependiente de la
Universidad Nacional del Litoral y la Asociación de Trabajadores del Estado (UNL-ATE).
Un espacio situado en la ciudad universitaria de la ciudad de Santa Fe, cuyo público se
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conforma de manera múltiple y diversa. La propuesta realizada por las autoridades del predio
consistía en llevar adelante un taller de lectura durante los meses de enero y febrero, una vez
a la semana, de forma que quienes asistieran al lugar a realizar sus actividades veraniegas
pudieran encontrarse con otro tipo de propuesta, una que esté atravesada por otro tipo de
mediación cultural donde los libros y distintas propuestas poéticas en torno a ellos puedan ser
una más de las opciones para la comunidad que allí asiste. Durante las planificaciones y el
desarrollo de esos encuentros, diversos interrogantes nos asaltaron y fueron dando cauce a las
reflexiones que aquí nos interesa exponer. Estos tenían que ver, sobre todo, con pensar cómo
generar estrategias para que las personas que transitaban por ese lugar eligieran quedarse
donde estábamos, cómo hacer durar ese paso por la lectura en un espacio donde posiblemente
no se lo espera.
En este sentido, diseñar un momento de encuentro en torno a historias y poemas dentro
de una institución que cuenta de base con un cronograma de actividades de lo más diversas (y
lejanas, no hay por qué negarlo, a la lectura) ha sido un gran desafío para nosotras. Veníamos
acostumbradas a trabajar de forma virtual, en un espacio específico de taller, donde este era
claramente el protagonista y sus participantes, asistentes voluntarios, cuya participación se
garantizaba, en parte, con una inscripción previa. Con esta propuesta de verano nos
encontrábamos frente a la aventura de construir un momento particular que pudiera convivir
con otros y que, a la vez, fuera atractivo en un contexto como el mencionado. Y lo llamativo,
en dicho caso, no tiene que ver tanto con lo espectacular, sino con construir un espacio que
invite a detenerse, que convoque a quienes fueron a nadar y tomar sol a explorar un territorio
no esperado ni conocido: ese espacio delimitado por un par de mesitas, una manta, fibras,
papeles y los libros de Ediciones UNL y Vera Cartonera desplegados en un orden aleatorio.
Quienes primero entendieron que allí podía sentarse cualquiera que lo desease fueron -no es
de extrañar- las infancias. Sin mucho rodeo se acercaban y preguntaban ―¿Qué se hace acá?
¿Se puede leer? ¿Dibujar?‖. Tomaban sin permiso los libros disponibles y, algunos tímidos,
otros entusiastas, esperaban a que contáramos cuál era la propuesta que nos convocaba ese
día, en ese lugar cuya caja llena de libros anunciaba, en el trazo de una fibra Otra vez un
verano.
Ahora bien, tanto en las discusiones que se armaban al momento de planificar como en
las conversaciones sostenidas luego de cada encuentro, un interrogante volvía con frecuencia:
―¿es eso un taller?‖ ¿un espacio diseñado para un sujeto que no sabemos quién es, de dónde
viene, cuánto tiempo permanecerá allí? ¿Es la palabra ―taller‖ la más adecuada para designar
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ese espacio que construimos en medio del sol de enero y febrero, en el predio de verano de
UNL-ATE, donde paralelamente a nuestro rincón de lectura, la gente nadaba, tomaba mate,
cerveza o sol, se ejercitaba haciendo aquadance, jugaba al fútbol y se movía al ritmo que
marcan las canciones bailables del verano? ¿Cómo se planifica un espacio de lectura para un
momento y lugar como ese, donde sin embargo, desde su extrañeza en tanto objetos
inesperados, los libros convocan miradas? Miradas de intriga que no entienden qué se hace,
qué hacemos en esos límites marcados por los ruedos de la manta que desplegamos en el
piso. ¿Cómo se diseña, entonces, cómo se monta, un espacio de lectura allí donde no se
espera que lo haya, allí donde no se sabe quién vendrá (niñxs, jóvenes, adultxs), ni cuánto
tiempo permanecerá?
Reflexionar sobre este punto no solo implicaba para nosotras volver teóricamente sobre
nuestras prácticas, sino, sobre todo, indagar desde dónde, con qué herramientas y qué
supuestos, queríamos construir lo que fuéramos a llevar. El concepto de ―taller‖ con el que
definimos nuestro hacer en el marco de los ―Talleres de Lectura de Vera Cartonera‖ supone
la construcción de un tiempo-espacio diseñado para la lectura colectiva de un corpus literario
que se articula a partir de cierta hipótesis o línea de lectura y exige un trabajo que se prolonga
en un tiempo determinado donde los cuerpos permanecen trabajando según las pautas que en
dicha ocasión se proponen. Por poner un ejemplo: durante el 2021, los talleres virtuales se
sostenían los días sábados de 10 a 12 de la mañana, un lapso de tiempo en que personas
previamente inscriptas asumían el compromiso de transitar el itinerario de lectura que
convocaba ese encuentro. No es que durante el verano no hubiera lineas de lecturas
articuladoras, pero esta idea de ―taller‖ con la que veníamos trabajando no nos resultaba, en
este contexto, la más adecuada. Se trataba, más bien, de diseñar otra cosa, más permeable y
flexible, que habilite con mayor libertad el movimiento de entrada y salida de los cuerpos,
que haga convivir la simultaneidad de tiempos entre quienes llegaban, quienes se iban,
quienes pasaban, quienes decidían permanecer. Se trataba, entonces, de generar un espacio
que priorice ante todo lo que Laura Devetach en La construcción del camino lector designa
como entrar en poesía: ―Entrar en poesía tal como alguien se tira al agua o toma sol. Y
permanecer allí, en el lenguaje-agua, lenguaje-sol, lenguaje-juego, lenguaje-mirada, sonido,
textura, donde nada quede reducido únicamente a la comunicación racional‖ (2008, p.53).
El lenguaje veraniego con que Devetach nombra esta especie de pasaje a un territorio
poético nos adelanta que quizás no estábamos tan fuera de lugar como en un principio
parecía, sino que el desafío radicaba en habilitar modos de ingreso a ese espacio donde los
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libros, el juego, los cuerpos, el tiempo íntimo, el lenguaje lúdico, se hicieran su lugar. O
dicho con Graciela Montes -quien también acude a conceptualizaciones espaciales para
pensar eso que sucede en el encuentro de los cuerpos y la ficción-, el desafío consistía en
habilitar un espacio donde pudiera ensancharse esa frontera indómita que todos portamos y
que suele verse apelmazada por esos achicadores que Montes reconoce en ―la escolarización,
la frivolidad y el mercado‖ (1999, p.56). Esa frontera donde se produce un tiempo más denso,
más hondo (p.20), un tipo de experiencia donde se horada en eso vital (Petit, 2015) que
produce el habitar lo poético.
La pregunta al momento de las planificaciones, sin embargo, insistía: ¿es un ―taller‖ lo
que mejor habilita, en esta ocasión, el entrar en poesía, el ensanchamiento de la frontera
indómita, el ingreso al territorio lúdico?, ¿no será otro tipo de armado el que nos exige este
espacio donde multiplicidad de tiempos y cuerpos transitan, atraviesan, circulan de modo
diverso? ¿Cómo construir ese territorio para que se produzca el encuentro entre el mundo
poético al que invitaban los libros que llevábamos y sujetos que no conocíamos ni sabíamos
cuántos serían ni con qué tiempos iban a llegar? Los primeros ensayos nos dejaron en claro
que los modos en que habíamos aprendido a diseñar los Talleres de Lectura de Vera
Cartonera, en su formato virtual, no eran los más adecuados y que, por lo tanto, debíamos
explorar en nuestras textotecas internas (Devetach, 2008) para pensar modos más potentes de
mediación cultural (Petit, 2015).

II: Pero entonces ¿qué es lo que hacemos? Alguna precisiones sobre nuestro
trabajo de mediación
Al momento de idear lo que con los años conformaría el Tríptico de la Infancia y el
Tríptico de la Imaginación en la provincia de Santa Fe, Chiqui González se pregunta si es
posible ―crear espacios públicos, permanentes, destinados al juego y la convivencia, a partir
de los chicos, pero en realidad destinado al conjunto de la ciudadanía‖, espacios que impulsen
los procesos creativos, el juego, lo estético, el derecho a la infancia y la democratización de
lo sensible. Para que ello se produzca, no solo se requiere garantizar un tipo de mediación que
involucre el espacio, las arquitecturas que los habitan, los lenguajes estéticos y propuestas
que inviten al juego, sino todo ello entramado en un diálogo que se produce con los cuerpos
de quienes coordinan la propuesta y los de quienes llegan y tratan de entrar en ese terreno
lúdico. A la concreción y materialización de esa propuesta poética, a ese modo de disponer el
cuerpo en lo sensible, Chiqui González la denomina dispositivo. Lejos de la lógica de la
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escolarización, al decir de Montes, los dispositivos no son actividades. Se trata de armados
poéticos que disponen el cuerpo a un espacio y tiempo lúdico siempre móvil, siempre abierto
a la entrada y salida, donde se prioriza una invitación al juego, al uso de la imaginación -
porque jugar, como también expresa enfáticamente Montes, es cosa seria (1999, p.35)- y al
cruce entre múltiples formas del lenguaje. Una puesta en escena que se reinicia o reinventa
con cada cuerpo que se arrima, que no se interrumpe porque no posee una temporalidad lineal
a modo de guión (como sí lo tenían los talleres virtuales), sino que involucra un tiempo móvil
marcado por la propia dinámica de quienes deciden transitar ese territorio lúdico. Eso era,
entonces, lo que necesitábamos diseñar, lo que el espacio mismo nos pedía construir para
poder habilitar ese entrar en poesía del que hablamos al comienzo.
Con las ideas un poco más claras, dando mayor apertura a lo imprevisible, y
conociendo mejor los rasgos del lugar en el que invitaríamos a los socios del club a entrar en
poesía y a vivenciar la lectura, nos embarcamos en el re-diseño del dispositivo de lectura que
concretaría eso que en principio llamamos, siguiendo un poema de Estela Figeroa, ―otra vez
un verano‖, donde se trataba de explorar, desde diversos textos publicados por Ediciones
UNL y Vera Cartonera, cómo el verano hacía presente su poética en un diálogo con el
espacio que habitábamos. Teniendo en cuenta esto, diversos factores influían en los cauces
que tomaban los acercamientos propuestos, como el calor agobiante del verano santafesino o
los contingentes de personas –imprevistos para nosotras- que venían de visita al predio.
Una de las manifestaciones de los dispositivos que destacamos fue la construcción de
un ―Oráculo Poético‖ en torno al verano. Tomando como premisa que los encuentros en el
club tenían que acercarnos a develar los secretos del verano desde la lectura y replicando,
además, el juego ―Poesía a la carta‖ de Tinkuy, invitamos a la gente a escribir una pregunta
sobre el verano que leíamos y guardábamos en un frasquito. Luego, quien hacía la pregunta
debía escoger un libros de los disponibles en la mesa y seguidamente una página, un poema,
un renglón, donde la materialidad anuncie una posible respuesta al interrogante. Entre risas y
dudas, explorábamos, palabra a palabra, qué tenía el libro para decirnos sobre la pregunta
guardada en frasquito. Nos deteníamos, volvíamos a leer una y otra vez, elegíamos una
palabra o una frase, tocábamos los poemas con los dedos, tratando de hallar posibles
respuestas.
Pero los secretos del verano no terminan en nuestras preguntas, sino que empiezan con
cada cuerpo que lo vivencia. Por esa razón, otra de las propuestas consistió en conocer, a
través de poemas de Cecilia Moscovich, Laura Devetach, Estela Figeroa, María del Carmen
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Reyes, a esos otros cuerpos que comparten el verano con nosotros, nada más y nada menos
que los bichos. Bajo el título ―Bichos del verano‖, en otra deriva del disposivo, nos
preparamos para leer y mirar a esos bichitos que formaron parte de todos los encuentros sin
ser del todo conscientes. Piojos, moscas, hormigas, mosquitos y bichos bolita entraron en
poesía y aún más allá: oficializamos su pertenencia al club otorgándoles un carnet de socio y
un nombre, mientras rimábamos, leíamos e imaginábamos los rasgos de sus personalidades.
Otra deriva, en la que recordamos las instrucciones para subir una escalera de Cortázar,
consistió en pensar cuáles eran los requisitos necesarios para armar el verano. Imaginando
una situación hipotética en la que viajásemos a un país donde no existe o si tuviéramos que
explicarle a seres extraterrestres qué cosa es un verano, pensamos ¿cómo lo armamos? O, al
decir de Cecilia Moscovich en su relato ―Williams‖, ¿cómo desembalamos un verano? ¿Qué
tenemos que incluir sí o sí? ―El invierno‖ dijo uno de los chicos, ―porque sin él, tampoco hay
verano‖ y sonreímos por lo atinada que era esa ocurrencia. También las amistades, el
momento de la siesta, el aburrimiento, la pesadez y las bombitas. Todo eso se hizo espacio en
la caja-valija que teníamos sobre la mesa y en la que cada cual agregaba, en forma de dibujo,
palabra, olor, lo que le parecía necesario. Así, entre bolso de viaje y un camino de estaciones,
fuimos saltando hasta juntar lo fundamental. Un recorrido de cartulina que contenía helados
dibujados y también manchas de helados derretidos, porque el verano lo fuimos armando
mientras lo transitábamos. Preparándonos quizás para el tiempo que vendría, para aguantar
hasta el siguiente.

Antes de saber si proponíamos un taller o un dispositivo, se nos vino ―Otra vez un


verano‖, el nombre oficial de la propuesta que desarrollamos los jueves de enero y febrero del
corriente año. Otra vez el sol, otra vez la humedad, de nuevo los mosquitos, vuelven los hits
de siempre: el tereré, la gorra para la pileta y el toallón impregnado de olor a cloro. ¿Qué
secreto esconde este tiempo que creemos conocer a la perfección? ¿Qué misterio puede haber
a la vuelta de la pileta de natación, atrás de la cantina del club? ¿Por qué las vacaciones más
largas son en verano? El primer secreto que escondía este verano fue una mesita y una lona
con libros, y tres talleristas listas para leer, para jugar, para recorrer esas páginas que
esperaban ansiosas su apertura. El segundo secreto (aunque no tan secreto para algunos): que
los libros y la lectura compartida, en verano y en el club, nos pueden decir tanto sobre un
modo de habitarlo poéticamente. Los demás secretos quedaron a resguardo en los libros, en
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los bichos, en los niños y los adultos que se acercaron a leer o escuchar, y que seguro se
desplieguen cuando sea necesario volver sobre los sentidos construidos.
Esta experiencia, como ya comentamos, nos hizo dudar bastante hasta llegar a pisar un
terreno un poco más firme, y no solamente porque en el club había arena, sino porque nos
obligó a corrernos de lo que ya teníamos aprendido y practicado. Supuso revisar nuestra
tarea, revisar qué tipo de intervenciones queríamos hacer, cómo acercarnos cuando nadie nos
esperaba, para tramar conversaciones poéticas en torno a ese tiempo que cada año llega para
proponernos entrar en otro tiempo, otros colores, otros olores, otros encuentros que insisten
en quedarse porque como dice Estela Figeroa en ―Principios de febrero‖: ―El hermoso verano/
no ha terminado aún./ Nos queda un mes para estarse en los patios/ y descalzarnos/ mientras charlamos/ de
esto y aquello/ sin ton ni son‖.

Referencias bibliográficas:

BARALLE, G et al (2017). ―Una biblioteca comunitaria porvenir‖ en GERBAUDO, A y


TOSTI, I (Editoras) Nanointervenciones con la literatura y otras formas del arte. Santa Fe:
Ediciones UNL.

CAÑÓN, M. y HERMIDA, C. (2016). Enhebrar con palabras: itinerarios de lectura y


mediación. 1a ed. - Mar del Plata: Jitanjáfora; Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar
del Plata. Facultad de Humanidades. Libro digital, EPUB.

DEVETACH, L (2008). La construcción del camino lector. Córdoba: Comunicarte.

GONZÁLEZ, M. A. (2003) ―Cuerpo, juego y lenguaje‖. Disponible en:


https://chiquigonzalez.com.ar/project/cuerpo-juego-y-lenguajes/

—---------------------------------. ―Tríptico de la Infacia y Tríptico de la Imaginación. Rosario,


Santa Fe, Argentina‖. Disponible en: https://chiquigonzalez.com.ar/project/triptico-de-la-
infancia-y-triptico-de-la-imaginacion-rosario-santa-fe-argentina/

MÓNTES, G. (1999) ―La frontera indómita. En torno a a construccióm y defensa del espacio
poético‖. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
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PETIT, M (2015) Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica

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