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-La persona del propio analista: Se puede volver un obstáculo si se trabaja desde la
persona. El analista es una función, que si bien no puede darse en el absoluto vacío,
debe tender a ello. Es función del analista que no se cuele su persona. No debe ser un
análisis de ego a ego (Lacan). Si no se romperían la regla de abstinencia y neutralidad.
Por eso en general y ante un desliz de la persona del médico en el análisis, este debe
supervisar, hacer análisis y contar con su experiencia. Es decir, todo analista debería
hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente. Ello significaría, que el análisis
propio también y no solo el de los pacientes, se convertiría de una tarea terminable
(finita) en una interminable.
TEXTO NARCISISMO
Capítulo II.
El mejor acceso al narcisismo continúa siendo el análisis de las parafrenias. Del mismo
modo que las neurosis de transferencia nos han facilitado rastrear las mociones
pulsionales libidinosas, la demencia precoz y la paranoia nos permitirán inteligir la
psicología del yo. También observando la enfermedad orgánica, la hipocondría, y la
vida erótica de los sexos.
El enfermo orgánico se interesa sólo por su cuerpo, su sufrimiento, retrayendo la
libido del mundo exterior y también retira a sus objetos de amor el interés libidinal,
cesando el interés erótico. El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales
para volver a enviarlas después de curarse. Esta desaparición de toda disposición
amorosa, por intensa que sea, ante un dolor físico, y su repentina sustitución por la
más completa indiferencia, han sido también muy explotadas por el arte cómico.
Análogamente a la enfermedad, el sueño significa también un retiro narcisista de las
posiciones de la libido a la propia persona o, más exactamente, sobre el deseo único y
exclusivo de dormir. En ambos casos vemos ejemplos de modificaciones de la
distribución de la libido consecutivas a una modificación del yo.
La hipocondría se manifiesta, como la enfermedad orgánica, en sensaciones somáticas
penosas o dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de
la libido. El hipocondríaco retrae su interés y su libido de los objetos del mundo
exterior y los concentra ambos sobre el órgano que le preocupa. Entre la hipocondría y
la enfermedad orgánica hay una diferencia: en la enfermedad, las sensaciones
dolorosas tienen su fundamento en alteraciones comprobables, y en la hipocondría,
no. Llamaremos erogeneidad a la facultad de una parte del cuerpo de enviar a la vida
anímica estímulos de excitación sexual. Podemos considerarla como una cualidad
general de todos los órganos, pudiendo hablar entonces de su aumento o su
disminución en una determinada parte del cuerpo. Paralelamente a cada una de estas
alteraciones de la erogeneidad en los órganos, podría tener efecto una alteración de la
investidura libidinal dentro del yo.
Nos limitaremos a hacer constar la sospecha de que la hipocondría se halla, con
respecto a la parafrenia, en la misma relación que las otras neurosis actuales con la
histeria y la neurosis obsesiva, dependiendo, por tanto, de la libido del yo, como las
otras de la libido de objeto. ¿Por qué tal estancamiento de la libido en el yo ha de ser
sentido como displacentero? el displacer es la expresión de un incremento de la
tensión, y por tanto, una cantidad del acontecer material es la que se transforma en la
cualidad psíquica del displacer.
¿En razón de que se compelida la vida anímica a traspasar los limites del narcisismo y
poner la libido sobre objetos? La respuesta deducida de la ruta mental que venimos
siguiendo sería la de que dicha necesidad surge cuando la carga libidinosa del yo
sobrepasa cierta medida.
La diferencia entre las parafrenias y las neurosis de transferencia reside, para mí, en
que las ultimas, la libido, liberada por la frustración, no permanece ligada a objetos en
la fantasía, sino que se retira sobre el yo; el delirio de grandeza procura el dominio
psíquico de esta libido aumentada y es la contraparte a la introversión sobre las
fantasías en las neurosis de transferencia. En lugar de esto, en las parafrenias tenemos
el intento de restitución. Como la parafrenia trae consigo muchas veces un
desligamiento sólo parcial de la libido de sus objetos, podrían distinguirse tres grupos
de fenómenos: 1º. Los que quedan en un estado de normalidad o de neurosis
(fenómenos residuales); 2º. Los del proceso patológico (el desligamiento de la libido de
sus objetos) y 3º. Los de la restitución, que ligan nuevamente la libido a los objetos,
bien a la manera de una histeria o al modo de una neurosis obsesiva. Esta nueva
investidura libidinal se produce desde un nivel diferente y bajo distintas condiciones
que la primaria.
Capítulo III
La observación del adulto normal nos muestra amortiguado el delirio de grandeza que
una vez tuvo y borrados los caracteres psíquicos de los cuales discernimos su
narcisismo infantil. ¿Qué se ha hecho de su libido yoica? ¿Debemos suponer que todo
su monto integro se insumió en investiduras de objeto?
Hemos descubierto que las mociones pulsionales libidinosas sucumben a una
represión patógena cuando entran en conflicto con las representaciones éticas y
culturales del individuo. Hemos dicho que la represión parte del yo, pero aún podemos
precisar más diciendo que parte de la propia auto estimación del yo. Aquellos mismos
impulsos, sucesos, deseos e impresiones que un individuo determinado tolera en sí o,
por lo menos, elabora conscientemente, son rechazados por otros con indignación o
incluso ahogados antes que puedan llegar a la consciencia. Podemos decir que uno de
estos sujetos ha construido en sí un ideal, con el cual compara su yo actual, mientras
que el otro carece de semejante formación de ideal. La formación de un ideal sería,
por parte del yo, la condición de la represión.
[¿Por qué la formación del ideal promueve la represión? La explicación a este planteo
requiere tener en cuenta que el ideal del yo está tutelado por la conciencia moral que
establece las condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos. La conciencia moral
tiene como premisa la observación de sí y la autocrítica. Es la percepción de que
desestimamos determinados deseos que no se corresponden con el ideal. La
insatisfacción por el incumplimiento del ideal se muda en conciencia de culpa -en la
medida en que se violan los mandamientos de la conciencia moral-. Cuando la
conciencia moral despierta la señal de angustia ante los deseos transgresores, se
produce el proceso represivo.
Es decir que el yo inicia el proceso represivo cuando las representaciones no coinciden
con el ideal del yo. Por el contrario se produce una sensación de triunfo cuando el yo y
el ideal se aproximan o cuando momentáneamente se suspenden las restricciones que
el ideal del yo impone al yo, como ocurre en determinadas circunstancias donde hay
ciertos excesos permitidos]
Sobre el yo ideal recae el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El
narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se
encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre ocurre
en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la
satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su
infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la
época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la
nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el
sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.
Examinemos ahora las relaciones que esta formación de un ideal mantiene con la
sublimación. La sublimación es un proceso que se relaciona con la libido de objeto y
consiste en que la pulsión se orienta sobre otra meta y muy alejada de la satisfacción
sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto, engrandeciéndolo y
elevándolo psíquicamente, sin transformar su naturaleza.
La formación de un ideal del yo es confundida erróneamente, a veces, con la
sublimación de la pulsión. El que un individuo haya trocado su narcisismo por la
veneración de un ideal del yo, no implica que haya conseguido la sublimación de sus
pulsiones libidinosas. La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más
fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape
que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión.
La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral,
partió en efecto de la influencia crítica de los padres. y a la que en el curso del tiempo
se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e
inabarcable, todas las otras personas del medio.
De este modo son atraídas a la formación del ideal narcisista del yo grandes
magnitudes de libido esencialmente homosexual y encuentran en la conservación del
mismo una derivación y una satisfacción. La institución de la conciencia moral fue
primero una encarnación de la crítica de los padres y luego de la crítica de la sociedad.
La rebeldía contra esta instancia censuradora se bebe a que la persona quiere
desligarse de todas estas influencias, comenzando por la de sus padres y retirar de
ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le opone entonces en una manera
regresiva, como una acción hostil orientada hacia él desde fuera.
Recordaremos haber hallado que la formación del sueño nace bajo el dominio de una
censura que impone a los pensamientos oníricos una deformación. Penetrando más en
la estructura del yo, podemos reconocer también en el ideal del yo y en las
manifestaciones dinámicas de la conciencia moral este censor del sueño.
En primer lugar, el sentimiento de si, parece ser una expresión de la magnitud del yo,
no siendo el caso conocer cuáles son los diversos elementos que van a determinar
dicha magnitud. Todo lo que una persona posee o logra, cada residuo del sentimiento
de la primitiva omnipotencia confirmado por su experiencia, ayuda a incrementar el
sentimiento de si. Al introducir nuestra diferenciación de pulsiones sexuales y
pulsiones yoicas, tenemos que reconocer que el sentimiento de si depende de la libido
narcisista. Nos apoyamos para ello en dos hechos fundamentales: el de que el
sentimiento de si aparece intensificado en las parafrenias y debilitada en las neurosis
de transferencia, y el de que en la vida erótica el no ser amado disminuye el
sentimiento de si, y el serlo, la incrementa.
No es difícil, además, observar que la investidura libidinal de los objetos no eleva el
sentimiento de si. La dependencia al objeto amado es causa de disminución de este
sentimiento: el enamorado es humillado. El que ama pierde, por decirlo así, una parte
de su narcisismo, y sólo puede compensarla siendo amado. La fuente principal de este
sentimiento es el empobrecimiento del yo, resultante de las grandes investiduras
libidinales que le son sustraídas, o sea el daño del yo por las tendencias sexuales no
sometidas ya a control ninguno.
Las relaciones del sentimiento de si con el erotismo (con las investiduras libidinosas de
objeto) pueden encerrarse en dos casos, según que las investiduras de libido sean
acordes con el yo o hayan sufrido, por lo contrario, una represión. En el primer caso el
amar es apreciado como cualquier actividad del yo. En el caso de la libido reprimida, la
investidura libidinosa es sentida como un grave vaciamiento del yo, la satisfacción del
amor se hace imposible, y el nuevo enriquecimiento del yo sólo puede tener efecto
retrayendo de los objetos la libido que los investía.
La vuelta de la libido de objeto al yo y su transformación en narcisismo representa
como si fuera de nuevo un amor dichoso, y por otro lado, es también efectivo que un
amor dichoso real corresponde a la condición primaria donde la libido de objeto y la
libido yoica no pueden diferenciarse.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y
engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por
medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la
satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal . Simultáneamente, el
yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se empobrece a favor de
estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las
satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.
En aquellos casos en los que no ha llegado a desarrollarse tal ideal, la tendencia sexual
de que se trate entra a formar parte de la personalidad del sujeto en forma de
perversión. El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el
objeto. Tiene el poder de levantar represiones y volver a instituir perversiones. Exalta
el objeto sexual a la categoría de ideal sexual. Se idealiza a lo que cumple la condición
de amor. Se ama a aquello que hemos sido y hemos dejado de ser o aquello que posee
perfecciones de que carecemos. A aquello que posee la perfección que le falta al yo
para llegar al ideal. Este caso complementario entraña una importancia especial para
el neurótico, en el cual ha quedado empobrecido el yo por las excesivas investiduras
de objeto e incapacitado para alcanzar su ideal del yo. El sujeto intentará entonces
retornar al narcisismo, eligiendo, conforme al tipo narcisista, un ideal sexual que posea
las perfecciones que él no puede alcanzar. Esta sería la curación por el amor, que el
sujeto prefiere, en general, a la analítica.
La insatisfacción provocada por el incumplimiento de este ideal deja eventualmente en
libertad la libido homosexual, que se convierte en consciencia de culpa (angustia
social).
Capitulo VI
En las relaciones sociales entre los hombres ocurre lo mismo que la investigación
psicoanalítica tiene averiguado para la vía de desarrollo de la libido individual. Esta se
apuntala en la satisfacción de las grandes necesidades vitales, y escoge como sus
primeros objetos a las personas que participan en dicho desarrollo. Y en el de la
humanidad toda, al igual que en el del individuo, solamente el amor ha actuado como
factor de cultura en el sentido de una vuelta del egoísmo en altruismo.
Por tanto, si en la masa aparecen restricciones del amor propio narcisista que no
tienen efecto fuera de ella he ahí un indicio concluyente de que la esencia de la
formación de masa consiste en ligazones libidinosas recíprocas de nuevo tipo entre sus
miembros.
…¡Cuál es la índole de esas ligazones existentes en el interior de la masa?…en la masa…
nos encontramos con pulsiones de amor que, sin actuar por eso de manera menos
enérgica, están desviadas de sus metas originarias.
Capítulo VII
LA IDENTIFICACION
El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una
ligazón efectiva con una persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo
de Edipo. Toma al padre como su ideal.
Contemporáneamente a esta identificación con el padre, emprende una cabal
investidura de objeto de la madre, muestra dos lazos psicológicamente diversos: con la
madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo
toma por modelo.
La unificación de la vida anímica avanza sin cesar, por esa confluencia nace el complejo
de Edipo normal. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre.
Puede ocurrir después que el complejo de Edipo experimente una inversión, que se
tome por objeto al padre en una actitud femenina, la identificación con el padre se
convierte en la precursora de la ligazón de objeto que recae sobre él. Lo mismo vale
para la niña, con las correspondientes sustituciones.
La diferencia depende, de que la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo.
Supongamos que una niña reciba el mismo síntoma que su madre; la misma tos
martirizadora. Ello puede ocurrir por diversas vías. La del complejo de Edipo, implica
una voluntad hostil de sustituir a la madre, y el síntoma expresa el amor de objeto por
el padre; realiza la sustitución bajo el influjo de la conciencia de culpa.
La identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha regresado
hasta la identificación. Esta es la forma primera del lazo afectivo; sucede que la
elección de objeto vuelva a la identificación, que el yo tome sobre si las propiedades
del objeto. El yo copia en un caso a la persona no amada y en el otro a la persona
amada. La identificación es parcial, toma prestado un único rasgo de la persona objeto.
Hay un tercer caso de formación de síntoma, en el que la identificación prescinde por
completo de la relación de objeto con la persona copiada. El mecanismo es el la
identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. La
identificación por el síntoma asa a ser así el indicio de un punto de consciencia entre
los dos ”yo” que debe mantenerse reprimido.
Podemos sintetizar lo que hemos aprendido de estas 3 fuentes: En primer lugar, la
identificación es la forma mas originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo
lugar, pasa a sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante
la introyección del objeto en el yo, y, en tercer lugar puede nacer a raíz de cualquier
comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones
sexuales.
Estamos muy lejos de haber agotado el problema de la identificación; nos enfrentamos
con el proceso de la psicología llamada “empatía” y que desempeña la parte principal
en nuestra comprensión del yo ajeno, el de las otras personas.
El análisis de la melancolía, la pérdida real o afectiva del objeto amado, nos ha
proporcionado otro ejemplo de introyección del objeto.
Estas melancolías nos muestran al yo dividido, descompuesto en dos fragmentos, uno
de los cuales arroja furia sobre el otro. Este otro fragmento es el alterado por
introyección, que incluye al objeto perdido. En nuestro yo se desarrolla una instancia,
que se separa del resto del yo y puede entrar en conflicto con él. La llamamos el ”ideal
del yo”, y le atribuimos la funciones de la observación de sí, la conciencia moral,
censura onírica y el ejercicio de la principal influencia en la represión. Toma de los
influjos del medio, las exigencias que en este plantea al yo y a las que el yo no siempre
puede allanarse, de manera que el ser humano, toda vez que no puede contentarse
consigo en su yo, puede hallar su satisfacción en el ideal del yo, la medida del
distanciamiento entre este ideal del yo y el yo actual es muy variable según los
individuos, en muchos de los cuales esta diferenciación interior del yo ha avanzado
mucho respecto del niño.
Capitulo VIII
ENAMORAMIENTO E HIPNOSIS
En una serie de casos, el enamoramiento no es más que una investidura de objeto de
parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa, se
llama amor sensual. La certidumbre de que la necesidad que acaba de extinguirse
volvería a despertar tiene que haber sido el motivo inmediato de que se volcase al
objeto sexual una investidura permanente y se lo “amase” aun es los intervalos,
cuando el apetito está ausente. El desarrollo de la vida amorosa de los seres humanos:
en la primera fase, el primer objeto de amor se encontrado en uno de sus
progenitores. La represión que después sobrevino obligo a renunciar a la mayoría de
estas metas sexuales infantiles, pulsiones “de meta de vida”. Los sentimientos que en
adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la designación de “tiernos”. Las
anteriores aspiraciones “sensuales” se conservan en el inconsciente.
Con la pubertad se inician nuevas aspiraciones, dirigidas a metas directamente
sexuales. En casos desfavorables permanecen divorciadas. El hombre se inclina a
embelesarse por mujeres a quienes venera, que empero no le estimulan el
intercambio amoroso; y solo es potente con otras mujeres a quienes no “ama”, a
quienes menosprecia y aun desprecia. En el adolescente su relación con el objeto
sexual se caracteriza por la cooperación entre pulsiones no inhibidas y pulsiones de
meta inhibida. Y gracias a la contribución de las pulsiones tiernas, de meta inhibida,
puede medirse el grado de enamoramiento por oposición al anhelo simplemente
sensual.
En el marco de este enamoramiento el hecho de que el objeto amado goza de cierta
exención de la crítica, sus cualidades son mucho más estimadas que en las personas a
quienes no se ama o que en ese mismo objeto en la época en que no era amado. A raíz
de una represión o posposición de las aspiraciones sexuales eficaz en alguna medida,
se produce este espejismo: se ama sensualmente al objeto solo en virtud de sus
excelencias anímicas.
De la idealización, discernimos que el objeto es tratado como el yo propio, y por tanto
en el enamoramiento influye al objeto una medida mayor de libido narcisista. El objeto
sirve para sustituir un ideal del yo propio no alcanzado. Se ama en virtud de
perfecciones a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno le gustaría
procurarse, para satisfacer su narcicismo.
Rasgos de humillación, restricción del narcicismo, perjuicio de si, están presentes en
todos los casos de enamoramiento. Toda satisfacción sexual rebaja la sobrestimación
sexual. Contemporáneamente a esta “entrega” del yo al objeto. La conciencia moral no
se aplica a nada de lo que acontece en favor del objeto. El objeto se ha puesto en lugar
del ideal del yo.
La identificación y el enamoramiento: En la primera, el yo se ha enriquecido con las
propiedades del objeto, lo ha “introyectado”. En el segundo, se ha empobrecido, se ha
entregado al objeto le ha concedido el lugar de su ingrediente más importante. Desde
el punto de vista económico no se trata de enriquecimiento o empobrecimiento;
también puede describirse el enamoramiento extremo diciendo que el yo se ha
introyectado el objeto. Que el objeto se ponga en el lugar del yo o en el ideal del yo.
El trecho que separa el enamoramiento de la hipnosis no es muy grande. El
hipnotizador ha ocupado el lugar del ideal del yo. El Hipnotizador es el objeto único: no
se repara en ningún otro además de él. Lo que le pide y asevera es vivenciado
oníricamente por el yo. El vínculo hipnótico es una entrega enamorada que incluye
toda satisfacción sexual, mientras que en el enamoramiento esta última se propone
solo de manera temporaria, y permanece en el transfondo como meta posible para
más tarde. El vínculo hipnótico es una formación de masa de dos.
El amor sensual está destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene
que encontrarse mezclado en el comienzo con componentes puramente tiernos, vale
decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido.
La conciencia moral de la persona hipnotizada puede mostrarse refractaria, aunque en
lo demás preste una total obediencia sugestiva. Pero esto quizás de debe a que en la
hipnosis, puede estar vigente el saber de qué se trata solo de un juego, de una
reproducción falaz de otra situación cuya importancia vital es mucho mayor.
La formula de la constitución libidinosa de una masa; tiene un conductor y no ha
podido adquirir secundariamente, por un exceso de “organización”, las propiedades de
individuo. Una masa primaria de esta índole es una multitud de individuos que han
puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo
cual se han identificado entre sí en su yo.
Capitulo v
El trabajo psicoanalítico ha enseñado que son justamente estas frustraciones
(denegaciones) de la vida sexual lo que los individuos llamados neuróticos no toleran.
Ellos se crean en sus síntomas satisfacciones sustitutivas, que empero los hacen padecer
por sí mismas o devienen fuente de suficimeinto por depararles dificultades con el
medio circundante y la sociedad. De esa forma la cultura exige otros sacrificios además
del de la satisfacción sexual. Señala el autor que se ha concebido la dificultad del
desarrollo cultural como una dificultad universal del desarrollo; que se ha reconducido a
la inercia de la libido, a su renuencia a abandonar una posición antigua por una nueva.
La realidad efectiva nos muestra que la cultura nunca se conforma con las ligazones que
se le han concedido hasta un momento dado, que pretende ligar entre sí a los miembros
de la comunidad también libidinalmente, que se vale de todos los medios para establecer
fuertes identificaciones entre ellos, moviliza en la máxima proporción una libido de
meta inhibida a fin de fortalecer lazos comunitarios mediante vínculos de amistad, por
lo que es inevitable limitar la vida sexual, pero no se intelige la necesidad objetiva que
esfuerza a la cultura por este camino y funda su oposición a la sexualidad, sería un
factor perturbador no descubierto. Ej: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sobre el
que Freud cuestiona el por qué se rodea de tanta solemnidad un precepto cuyo
cumplimiento no puede recomendarse como racional. “Ama a tu enemigo”.
Tras todo esto, es un fragmento de realidad efectiva lo que se pretende desmentir, el ser
humano no es un ser manso y amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan; sino
que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En
consecuencia el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una
tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo,
usarlo sexualmente sin su consentimiento, inflingirle dolores, martirizarlo y
asesinarlo. El hombre es el lobo del hombre.
La existencia de esta inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y
con derecho de presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos
con el prójimo y que compele a la cultura a realizar su gasto de energía. A raíz de esta
hostilidad primaria y recíproca la sociedad culta se encuentra bajo una permanente
amenaza de disolución. Por ello la cultura tiene que movilizarlo todo para ponerle límite
a las pulsiones agresivas de los seres humanos para sofrenar mediante formaciones
psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a
impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida , de ahí la
limitación de la vida sexual y el mandamiento ideal de amar al prójimo. Ej: sobre los
comunistas y la cancelación de la propiedad privada; sobre lo cual dice que si se cancela
la propiedad privada, se sustrae al humano gusto por la agresión, uno de sus
instrumentos; pero la agresión no ha sido creada por la institución de la propiedad, pues
la agresión en épocas primordiales (primitivas) en donde la propiedad era muy escasa y
se advierte en la crianza de niños cuando la propiedad ni siquiera ha terminadoa de
abandonar su forma anal primordial.
No es fácil para los seres humanos, renunciar a satisfacer esta inclinación agresiva, no
se sienten bien en esta renuncia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un
círculo cultural más pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los
extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos
con tal de que otros queden fuera para manifestarles la agresión. Esto Freud lo
denominó narcisismo de las pequeñas diferencias, ahí se discierne una satisfacción
relativamente cómoda e inofensiva de la inclinación agresiva, por cuyo intermedio se
facilita la cohesión de los miembros de la comunidad. Ej: judíos frente a los pueblos que
los hospedaron. Imperio germánico universal tuviera como complemento el
antisemitismo. La Rusia como cultura comunista tenga su respaldo en la persecución al
burgués.
El hombre culto ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha, por un trozo de
seguridad.
Capitulo VI.
Además de la pulsión de conservar la sustancia viva y reunirla en unidades cada vez
mayores, debía de haber otra pulsión opuesta a ella que pugnara por disolver esas
unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. Vale decir: junto al Eros, una
pulsión de muerte; y la acción eficaz conjugada y contrapuesta de ambas permitía
explicar los fenómenos de la vida. Mientras que el Eros se exteriorizaba en formas
llamativas, la pulsión de muerte trabajaba muda.
La idea de que una parte de la pulsión se dirigía al mundo exterior y entonces salía a la
luz como pulsión a agredir y destruir, llevó más lejos a Freud. De forma que la pulsión
sería compelida a ponerse al servicio del Eros, en la medida en que el ser vivo
aniquilaba a otro, animado o inanimado y no a su sí-mismo propio. A la inversa, si esta
agresión hacia fuera era limitada, ello no podía menos que traer por consecuencia un
incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente. Estas pulsiones rara
vez aparecían aisladas, sino ligadas en proporciones muy variables volviéndose
irreconocibles para nuestro juicio; por ejemplo en el sadismo. Este supuesto de pulsión
de muerte o de destrucción tropezó con resitencia en la medida que se prefiere atribuir
todo lo es se ncuentre de amenazadar y hostil en el amor a una bipolaridad originaria de
su naturaleza misma.
Así entonces, en relación con lo que se ha venido diciendo sobre el tema de cultura,
Freud dice que la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma,
originaria, del ser humano; por lo que retomando el hilo (p. 109), sostiene que la cultura
encuentra en ello su obstáculo más poderoso. En algún momento de esta indagación se
impuso la idea de que la cultura es un proceso particular que abarca la humanidad toda
en su transcurrir, pero agrega que sería un proceso al servicio del Eros que quiere reunir
a los individuos aislados, luego a las familias, después etnias, pueblos, naciones en una
gran unidad: la humanidad. Si se puede no se sabe, es precisamente obra del Eros, deben
ser ligados libidinosamente entre sí, la necesidad sola, las ventas de la comunidad de
trabajo no los mantendrían cohesionados.
Considera que el sentido del desarrollo cultural es la lucha entre Eros y Muerte,
pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal y como se consuma en la especie humana.
Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general. Por lo que el desarrollo
cultural puede caracterizarse por la lucha por la vida de la especie humana.
Capitulo VII.
Freud se cuestiona porque en nuestros parientes los animales no hay una lucha cultural
semejante, sobre lo cual no tiene una respuesta. Por lo que entonces se pregunta ¿De
qué medios se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva y erradicar la agresión
contrariante?.
La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de
partida, vale decir, vuela hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se
contrapone al resto como superyó y entonces, como “conciencia moral” está pronta a
ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena
gana en otros individuos, ajenos a él. Así entonces, llama “conciencia de culpa” a la
tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se
exterioriza como necesidad de castigo.
Las ideas sobre la génesis del sentimiento de culpa no son las corrientes y no resulta
fácil encontrarla; pues si se pregunta cómo alguien puede llegar a tener un sentimiento
de culpa, se recibe una respuesta que no admite contradicción: uno se siente culpable
(los creyentes le llaman pecado) cuando ha hecho algo que discierne como malo.
Evidentemente, malo no es lo dañino o perjudicial para el yo, al contrario, puede serlo
también lo que anhela y le depara contento. Entonces, aquí se manifiesta una influencia
ajena, ella determina lo que debe llamarse malo y bueno. Librado a la espontaneidad de
su sentir, el hombre no habría seguido ese camino, por tanto ha de tener un motivo para
someterse a ese influjo ajeno. Se lo descubre fácilmente en su desvalimiento y
dependencia de otros, su mejor designación sería angustia frente a la pérdida de amor (si
pierde el amor de otro de quién depende, queda desprotegido frente a diversas clases de
peligros).
Lo malo es un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor
y es preciso evitarlo por la angustia frente a esa pérdida. De acuerdo con ello importa
poco que ya se haya hecho lo malo o solo se lo quiera hacer, porque en ambos casos el
peligro se cierne solamente cuando la autoridad lo descubre y ella se comportaría de
manera semejante en los dos. Suele llamarse a este estado “mala conciencia” pero en
verdad no merece tal nombre, pues es manifiesto que en ese grado la conciencia de
culpa no es sino angustia frente a la pérdida de amor (angustia social).
Sobreviene un cambio importante cuando la autoridad es interiorizada por la
instauración de un superyó. Con ello los fenómenos de la conciencia moral son elevados
a nuevo grado (estadio) en el fondo, únicamente entonces corresponde hablar de
conciencia moral y sentimiento de culpa. En este momento desparece la angustia frente
a la posibilidad de ser descubierto y también por completo el distingo entre hacer el mal
y quererlo. En efecto, ante el superyó nada puede ocultarse, ni siquiera los
pensamientos. El superyó pena al yo pecador con los mismo sentimientos de angustia y
acecha oportunidades de hacerlo castigar por el mundo exterior. En este segundo grado
de su desarrollo, la conciencia moral presenta una peculiaridad que era ajena al primero:
se comporta con severidad y desconfianza tanto mayores cuanto más virtuoso es el
individuo. Señala Freud que una conciencia moral más severa y vigilante es el rasgo
característicos del hombre virtuoso y que si los santos se proclaman pecadores no lo
harán sin razón considerando las tentaciones de satisfacción pulsional, puesto que la
denegación continuada aumenta las tentaciones, por lo que se exponen en forma más
elevada.
Entonces el sentimiento de culpa tiene 2 orígenes diversos:
a) la angustia frente a la autoridad externa: compele a renunciar a satisfacciones
pulsionales. Esto para no perder su amor. Una vez operada no debería haber sentimiento
de culpa alguno.
b) la angustia frente al superyó: esfuerza además a la punición puesto que no se puede
ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. Es continuación de la
severidad de la autoridad externa. La renuncia a lo pulsional no es suficiente porque el
deseo persiste y no se puede ocultar del superyó, por lo que esa renuncia no tiene acá
efecto satisfactorio, porque la abstención virtuosa no es recompensada con la seguridad
del amor. La desdicha externa se ha trocado en una desdicha interior permanente: la
tensión de la conciencia de culpa.
Freud armoniza la secuencia temporal de una y otra, diciendo que al comienzo la
conciencia moral (primero angustia y luego conciencia moral), es por cierto causa de la
renuncia de lo pulsional, pero esta relación se invierte después. Cada renuncia de lo
pulsional deviene ahora una fuente dinámica de la conciencia moral. De esa forma, la
conciencia moral es la consecuencia de la renuncia de lo pulsional; de otro modo: la
renuncia de lo pulsional (impuesta a nosotros desde afuera), crea la conciencia
moral que después reclama más y más renuncias.
El efecto que la renuncia a lo pulsional ejerce sobre la conciencia moral se produce de
este modo: cada fragmento de agresión de cuya satisfacción nos abstenemos es asumido
por el superyó y acrecienta su agresión (contra el yo). En esto Freud advierte que hay
una discordancia: La agresión originaria poseída por la conciencia moral es
continuación de la severidad de la autoridad externa, osea nada tiene que ver con una
renuncia. Pero se elimina la discordancia si se supone otro origen para esta primera
dotación agresiva del superyó. Así entonces señala que respecto de la autoridad que
estorba al niño las satisfacciones primeras, tiene que haberse desarrollado en él un alto
grado de inclinación agresiva.
También pretendiendo explicar las dos concepciones de la génesis de la conciencia
moral (genética y sofocación de una agresión) este punto, Freud indica que en la
formación del superyó y en la génesis de la conciencia moral cooperan factores
constitucionales congénitos, así como influencias del medio, del contorno objetivo (real)
y esto en modo alguno es sorprendente sino la condición etiológica universal de los
procesos de esta índole.
Dice que si el niño reacciona con agresión hipertensa y una correspondiente severidad
del superyó frente a las primeras grandes frustracions (denegaciones) pulsionales, en
ello obedece a un arquetipo filogenético y sobrepasa la reacción justificada en lo actual.
Tampoco prescinde de que el sentimiento de culpa de la humanidad desciende de un
complejo de Edipo que se adquirió a raíz del parricidio perpetrado por la unión de
hermanos y en este tiempo no se sofocó una agresión, sino que se la ejecutó
Ahora bien, señala que si se tiene un sentimiento de culpa por infringir algo, más bien
debería llamarse arrepentimiento, por lo que Freud se cuestiona de dónde proviene y
considera que permitirá esclarecer el secreto del sentimiento de culpa. Ese
arrepentimiento fue el resultado de la originaria ambivalencia de sentimientos hacia el
padre, los hijos lo odiaban pero también lo amaban, satisfecho el odio tras la agresión,
en el arrepentimiento por el acto salió a la luz el amor; por vía de identificación con el
padre, instituyó el superyó, al que confirió el poder del padre a modo de castigo por la
agresión perpetrada contra él y además creo las limitaciones destinadas a prevenir una
repetición del crimen. Y como la inclinación a agredir al padre se repitió en siguientes
generaciones, persistió también el sentimiento de culpa que recibía un nuevo refuerzo
cada vez que una agresión era sofocada y transferida al superyó.
Considera entonces que hay una participación del amor en la génesis de la conciencia
moral y el carácter fatal e inevitable del sentimiento de culpa. Lo que no es otra cosa
que la lucha eterna entre Eros y la pulsión de destrucción o muerte.
Capitulo VIII.
Propósito del ensayo: Situar al sentimiento de culpa como el problema más importante
del desarrollo cultural y mostrar que el precio del progreso cultural debe pagarse con el
déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa no es el fondo sino una variedad tópica de la angustia y que en
sus fases más tardías coincide enteramente con la angustia frente al superyó. La angustia
muestra las mismas extraordinarias variaciones en su nexo con la conciencia. Las
religiones no han ignorado el papel del sentimiento de culpa en la cultura y en efecto
sustentan tal pretensión de redimir a la humanidad de este sentimiento de culpa que
ellos llaman pecado.
También hace algunas precisiones terminológicas, indicando que el superyó es la
conciencia moral y tiene entre otras funciones la de vigilar y enjuiciar las acciones y los
propósitos del yo, ejerce una actividad censora. El sentimiento de culpa, la dureza del
superyó, es entonces lo mismo que la severidad de la conciencia moral, es la percepción
deparada al yo al ser vigilado de esa manera, la apreciación entre sus aspiraciones y
reclamos del superyó. La necesidad de castigo (angustia) es una exteriorización
pulsional del yo que ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que
emplea un fragmento de la pusión de destrucción interior, preexistente en él en una
ligazón erótica con el superyó. El arrepentimiento es una designación genérica de la
reacción del yo en u caso particular del sentimento de culpa, contiene el material de
sensaciones de la angustia operante detrás, es él mismo un castigo y puede incluir la
necesidad de castigo por lo que puede ser más antiguo que la conciencia moral.
Por otro lado, se aclaran posibles contradicciones en relación con el sentimiento de
culpa como consecuencia de las agresiones, así como que la energía agresiva de que se
concibe dotado al superyó constituía de acuerdo con una concepción la merca
continuación de la energía punitoria de la autoridad externa conservada par la vida
anímica, mientras que la otra opinaba que era agresión propia contra la autoridad
inhibidora, pero resulta de ambas que se trata de una agresión desplazada al interior.
En relación con la fórmula Eros y pulsión de muerte y la relación con el proceso cultural
y el desarrollo del individuo, señala que el proceso cultural de la humanidad es una
abstracción de orden más elevado que el desarrollo del individuo, por eso resulta más
difícil aprehender intuitivamente y la pesquisa de analogías no debe extremarse
compulsivamente. Pero dada la homogeneidad de la meta (introducción de un individuo
en la masa humana y producción de unidad de masa a partir de muchos individuos), no
puede sorprender la semejanza entre los medios empleados para alcanzarla. Un rasgo
que los diferencia es que en el desarrollo del individuo se establece como meta
principal el programa del principio de placer. En el desarrollo individual se pude decir
una aspiración egoísta y al reunirse con los demás en comunidad puede hablarse de un
afán altruista.
El proceso de desarrollo del individuo puede tener pues, sus rasgos particulares, que no
se reencuentren en el proceso cultural de la humanidad; solo en la medida que en que
aquel primer proceso tiene por meta acoplarse a la comunidad coincidirá con el
segundo.
La lucha entre individuo y comunidad no es un retoño de la oposición inconciliable
entre Eros y Muerte, implica una querella doméstica del líbido, comparable a la disputa
en torno de su distribución entre el yo y los objetos y admite un arreglo definitivo en el
individuo como esperamos lo admita también en el futuro de la cultura, por más que en
el presente dificulte tantísimo la vida de aquél.
Un punto de concordancia que resalta Freud entre el superyó de la cultura y el del
individuo, se produce en el hecho de que los procesos anímicos correspondientes nos
resultan más familiares y accesibles a la conciencia vistos del lado de la masa que del
lado del individuo. En este último solo las agresiones del superyó en caso de tensión se
vuelven audibles como reproches , mientras que las exigencias mismas a menudo
permanecen inconscientes en el transfondo. Si se les lleva al conocimiento conciente se
demuestra que coinciden con los preceptos del superyó de la cultura respectiva. Por eso
numerosas exteriorizaciones y propiedades del superyó puedes discernirse con mayor
facilidad en su comportamiento dentro de la comunidad cultural que en el individuo.
Señala Freud que si el desarrollo cultural presenta tan amplia semejanza con el del
individuo y trabajo con los mismos medios, no se está justificado diagnósticar que
muchas culturas y aun la humanidad toda, han devenido neuróticas bajo el influjo de las
aspiraciones culturales.?
La cuestión decisiva para destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará
y en caso afirmativa en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia
proviniente de la humana pulsión de agresión o aniquilamiento. Hoy los seres humanos
han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio
les será fácil exterminarse unos a otros. Los seres humanos lo saben, de ahí buena parte
de la inquietud contemporánea de su infelicidad; por lo que resta esperar que el Eros
haga un esfuerzo por afianzarse en la lucha contra el enemigo igualmente inmortal. (El
compilador del ensayo, señala que este párrafo hace referencia a la amenaza que
representaba Hitler ya en ese momento).
Importante este capítulo, Freud habla de los rasgos de la cultura.
Tipo de carácter, sublimación y renuncia de lo pulsional son los factores que
participan en el proceso cultural.
Texto: Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (contribuciones
a la psicología del amor, I)”.Tomo XI
Los rasgos descritos (que la amada no sea libre, su liviandad, el alto valor que se le
confiere, la necesidad de sentir celos, los sucesivos relevos dentro de una larga
serie, y el propósito de rescatarla) no pueden derivarse de una única fuente. Esa
elección de objeto, tiene el mismo origen psíquico que en la vida amorosa de las
personas normales; brotando de la fijación infantil de la ternura a la madre y
constituyen uno de los desenlaces de esa fijación. En la vida amorosa normal se
observan muy pocos rasgos que dejen traslucir el arquetipo materno de la elección
de objeto, ya que el desasimiento de la libido respecto de la madre se ha
consumado con relativa rapidez. En cambio, en este tipo la libido se ha demorado
tanto tiempo junto a la madre, aún después de sobrevenida la pubertad, que los
objetos de amor elegidos llevan el sello de los caracteres maternos y todos
devienen unos subrogados de la madre fácilmente reconocibles.
Se debe tornar verosímil que los rasgos característicos de nuestro tipo. Surgen
efectivamente de la constelación materna. Esto puede observarse claramente en la
primera condición (tercero perjudicado)
En ella, se observa que la madre pertenece al padre, y este es un hecho inseparable
del ser de aquella. En este caso el tercero perjudicado es el padre. La amada es única
e insustituible, ya que nadie posee más de una madre.
En nuestro tipo todos los objetos de amor están destinados a ser principalmente unos
subrogados de la madre, volviéndose comprensible la formación de series. El
psicoanálisis nos enseña que lo insustituible eficaz dentro de lo inconsciente a
menudo se anuncia mediante el relevo sucesivo en una serie interminable., y tal,
justamente porque en cada subrogado se echa de menos la satisfacción ansiada.
El muchacho toma conocimiento de que existen mujeres que ejercen el acto sexual
a cambio de una paga, y por eso son objeto de universal desprecio. Este muchacho,
al descubrir la sexualidad entre sus padres sostiene que la diferencia entre la madre y
la prostituta no es tan grande, ya que ambas hacen lo mismo. Esas comunicaciones
de esclarecimiento le han despertado huellas
mnémicas de sus impresiones y deseos de la primera infancia y, a partir de ellas, han
vuelto a poner en actividad ciertas mociones anímicas. Cae bajo el complejo de
Edipo, donde empieza a anhelar a su propia madre y a odiar al padre como un
competidor que estorba ese desea. El joven no perdona a su madre y considera como
infidelidad que no le haya regalado a él, sino al padre, el comercio sexual. Estas
mociones, cuando no pasan rápido, no tienen otra salida que desfogarse en fantasías
que giran alrededor de la actividad sexual de la madre, y la tensión provocada se
soluciona a través del onanismo.
Freud presenta una serie de "condiciones de amor". Para ser mas precisos, dos
condiciones de elección y dos tipos de conducta.
2 - La del "amor por mujeres fáciles", aquellas "cuya conducta sexual de algún
modo merezca mala fama y de cuya fidelidad y carácter intachable se pueda dudar".
Lo llamativo de esta elección es que va acompañada de celos.
1 - Los que tratan como "objetos amorosos de supremo valor" a las mujeres
fáciles. Pero en estos casos, esos objetos de amor suelen substituirse unos a otros
logrando la "formación de una larga serie"
La segunda condición, "la liviandad del objeto elegido", pareciera contrariar una
derivación del complejo materno. Esa tajante oposición entre la "madre" y la "mujer
fácil" incita a Freud a explorar el nexo inconsciente entre los dos complejos. El
articulador es el complejo de Edipo (1), por el cual el niño "no perdona a su madre,
y considera una infidelidad que no le haya regalado a él, sino al padre, el comercio
sexual". Así, suele tener fantasías de infidelidad de la madre, y el amante con quien
esta cometería el adulterio suele tener los rasgos del yo. El onanismo practicado en
la pubertad contribuye luego a fijar esas fantasías.
La tendencia a "rescatar" a la amada supone que esta "se pone en peligro por su
inclinación a la indecencia y la infidelidad" (su castración o deseo). Para Freud, esta
fantasía suele asociarse también con la fantasía de saldar la deuda con los padres por
la vida que les debería. En relación al padre, esto se juega como fantasía de rescatar
a alguna figura similar de algún peligro (fantasías que también incluyen un
componente desafiante). El rescate de la madre, por su parte, suele cobrar el
significado de regalarle un hijo (obturar su falta). Este deseo de "ser su propio
padre" conjuga así toda una serie de motivos: "tiernos, de agradecimiento,
concupiscentes, desafiantes, de autonomía".
"Rescatar" puede significar tanto "hacer un hijo = procurarle el nacimiento" (para el
hombre) como "parir un hijo" (para la mujer)