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El anuncio de

Alex
S.GINER
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su
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forma o por cualquier medio, sin previo aviso del propietario del .

Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen en esta


historia son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia.

Título original: El anuncio de Alex.

© S. Giner 2021

Todos los derechos reservados.

Novelas publicadas del autor:

Una esposa para Stanford.


Adiós, señor Stanford.

Una pelirroja indomable.

Un paseo por Alaska.

Susurros desde el mar.

Relatos eróticos publicados del autor:

Encuentro inusual.

Atrapado por una novata.

Una sola noche contigo.

Twitter:

@sginerwriter
Contenido

Página del título

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16
Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo
Capítulo 1
Neithan entró en el apartamento de su hermano Ashton, un precioso
ático en el centro de Nueva York. Era última hora de la tarde de un sábado.
Todo estaba a oscuras y encendió la luz del recibidor. Era el mes de agosto
y hacía un calor infernal. Tan pronto cerró la puerta sintió el olor del
alcohol y el tabaco en el ambiente.

Estaba muy preocupado por su hermano, su único hermano, y la única


familia que le quedaba.

Ashton había dejado el trabajo, aunque no le permitieron que


dimitiera. Después de lo que le había sucedido, comprendieron que
necesitaba un tiempo para recuperarse y le dieron un año para ello.

Seis meses atrás, su hija de cinco años había sido secuestrada. A pesar
de ser un SEAL de la Armada de los Estados Unidos, no pudo conseguir
encontrarla. Esperaban que el secuestrador o secuestradores pidieran un
recate por la niña, pero nunca se pusieron en contacto con ellos.

A los dos meses del secuestro, encontraron el cuerpo de la pequeña en


la cuneta de una estrecha carretera vecinal, a mil ochocientos kilómetros de
Nueva York, donde había sido secuestrada. El secuestrador la había retenido
durante dos meses, y habían encontrado el cadáver el mismo día que lo
habían abandonado.

Ashton fue a reconocerla, acompañado de Red, uno de sus compañeros


de trabajo y su mejor amigo, y estuvo más de dos horas abrazado al cuerpo
de su hija. Se sentía culpable por no haberla encontrado, y su mujer no fue
de mucha ayuda, porque se lo recordaba a cada momento.

Poco después de que encontraran a la niña, su mujer lo abandonó. Y él


lo agradeció, porque quería estar solo con su dolor.

Desde el día que se despidió de su hija en el depósito, Ashton había


empezado a beber y a fumar en exceso, cosa que no hacía desde que era un
adolescente.
Habían pasado meses desde el fallecimiento de la niña, pero Ashton no
había dejado de beber en ese tiempo. Siempre estaba borracho, a cualquier
hora del día o de la noche. Había dejado de entrenar. Se alimentaba de
comida basura, eso cuando se acordaba de comer. Fumaba dos o tres
cajetillas de cigarrillos al día. Y, por suerte, no se le había ocurrido probar
las drogas.

Neithan entró en el salón, descorrió las cortinas y abrió las puertas de


la terraza para que entrara aire. Cuando se dio la vuelta vio a su hermano
tirado en el sofá. Tenía un aspecto deplorable, sin afeitar, con ojeras y muy
delgado.

Cogió las botellas vacías de whisky que había sobre la mesa y en el


suelo y las llevó a la cocina para tirarlas a la basura. Abrió la nevera y
comprobó que únicamente había cervezas.

Neithan preparó café bien fuerte y volvió al salón con una taza.

—Ash, despierta.

Su hermano ni se movió.

—¡Ash!

—¿Qué pasa? —dijo asustado al despertarse.

—¿La resaca que tienes es de hoy o de ayer?

—¡Déjame en paz!

—Esta vez no voy a hacerlo. Tómate el café —dijo acercándole la


taza.

—No quiero café. ¿Dónde está la botella?

—Todas estaban vacías.

—Iré a buscar otra —dijo levantándose y cayendo de nuevo en el sofá.


—No puedes ni mantenerte de pie.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no me dejas tranquilo?

—Te he dejado tranquilo durante demasiado tiempo. Tómate el café.


Tenemos que hablar. Estoy preocupado por ti.

—No tienes que preocuparte por mí, estoy bien —dijo Ash sacando un
cigarrillo de la cajetilla de tabaco y encendiéndolo.

Neithan se lo quitó de los labios y lo apagó en el cenicero, que estaba


desbordado de colillas.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Tenemos que hablar.

—¡No tengo ganas de hablar! ¡Lárgate!

—Esta vez no te voy a dejar en paz. Y no me marcharé hasta que


hablemos. Tómate el café y luego métete en la ducha.

—¿Y luego te marcharás?

—Tómate el café.

Ash se lo tomó de un trago.

—Ya puedes largarte.

—Ahora ve al baño, dúchate y afeitate. Y mientras lo haces, pediré que


nos traigan algo para cenar.

—No tengo hambre.

—¡Me importa una mierda que tengas o no hambre! Tú y yo vamos a


cenar y a hablar. Y vamos a hacerlo hoy.

—¡Lárgate!
Neithan se acercó a su hermano, lo levantó del sofá y lo arrastró hasta
el baño. Eso no podía haberlo hecho unos meses atrás, porque Ashton era
mucho más fuerte que él, pero ahora no estaba en las mejores condiciones.

—¿Qué haces? —dijo entrando en el baño a trompicones.

—Escúchame —dijo Neithan cogiéndolo de la pechera de la camiseta


y mirándolo a los ojos—. Si no hablamos hoy, no volveremos a hablar
nunca más. Esta va a ser la última oportunidad que vas a tener de volver a la
vida normal.

—¿Quién te ha dicho que quiero volver a la vida normal?

—Ash, si me marcho sin que hablemos, no volveremos a vernos. Te


juro por Dios que te dejaré aquí y no volveré. No me hagas esto, por favor.
No tengo más familia que tú, y si sigues así voy a perderte.

Ashton miró a su hermano. Los ojos le brillaban por las lágrimas


retenidas y entonces fue él quien se preocupó.

—Dúchate. Te espero en la cocina.

Después de pedir la cena, Neithan fue al salón y recogió todos los


envases de comida que había por el suelo y vació los ceniceros.

Cuarenta minutos después, Ashton entró con vaqueros y una camiseta.


La barba había desaparecido y llevaba el pelo húmedo.

—¿Contento?

—De momento, sí. Acaban de traer la cena.

Neithan ya había recogido todo lo de la cocina.

—¿Tienes hambre?

—No.

—De todas formas, siéntate y comamos.


—Cogeré unas cervezas.

—Hoy beberemos agua. Siéntate.

—Para ser mi casa, te estás pasando.

—¿Eso crees?

Se sentaron a la mesa, que ya estaba preparada, el uno frente al otro.

—Di lo que tengas que decir y lárgate.

—De acuerdo —dijo Neithan sirviendo pollo y arroz en el plato de su


hermano y luego en el suyo—. Ash, creo que no te estás dando cuenta de la
situación en la que te encuentras. Has tocado fondo y te estás matando.

—No es problema tuyo.

—¿Que no es problema mío? Estás muy confundido. Tienes que dejar


de beber y de fumar. Y volver al trabajo.

—No estoy en condiciones de volver al trabajo.

—Lo sé. Y está bien que, al menos, lo reconozcas. Primero tendrás que
dejar el alcohol y los cigarrillos, y luego ponerte en forma. Necesitarás
algún tiempo, puede que bastante, pero yo te ayudaré.

—Neithan, no puedo dejar el alcohol.

—Por supuesto que puedes. ¿Crees que no entiendo lo que te ocurre?


¿Crees que yo me encuentro bien al haber perdido a mi única sobrina?
Porque si crees eso, estás muy equivocado. Laura era para mí como una
hija. Pienso cada día en ella y la echo muchísimo de menos. Por mucho
tiempo que pase, nunca podré olvidar lo que le sucedió —dijo Neithan con
los ojos llenos de lágrimas.

—Neithan, para mí todo terminó el día que encontraron el cuerpo de


mi hija. No quiero volver a mi vida anterior, no puedo hacerlo. He
cambiado y, sinceramente, ya no me importa nada.
—Sé lo que sientes, y que Victoria te abandonara no te ayudó. Si se
hubiera quedado contigo no habría permitido que llegaras a este extremo.

—Si se hubiera quedado conmigo, me la habría cargado, y ahora


estaría en la cárcel. Ella siempre me culpó por lo que le ocurrió a Laura. Y
tenía razón, no pude encontrarla —dijo mientras le resbalaban las lágrimas
por las mejillas—. Sabes, siempre pude encontrar a todos los que
buscábamos en el trabajo, aunque estuvieran en los rincones más recónditos
del planeta, y no pude encontrarla a ella. ¿No lo entiendes? Yo permití que
le ocurriera... eso. Neithan, sólo tenía cinco años. Todo fue por mi culpa y
no podré perdonármelo jamás.

Ashton se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar. Neithan se


levantó, se sentó en la silla junto a él y lo abrazó, mientras lloraban los dos.

—Escúchame, Ash —dijo cuando se calmaron un poco—. Déjame que


te ayude. No voy a pretender que olvides lo ocurrido, porque eso no lo
podrás hacer mientras vivas, ni yo tampoco, pero te estás matanto y no
quiero perderte a ti también. Eres la única familia que me queda y te
necesito.

—No quiero seguir viviendo, Neithan. Tienes que entenderlo.

—Te entiendo perfectamente. Pero luchaste y trabajaste muy duro para


ser un SEAL, y sabes que no todos lo consiguen. Has ayudado a muchas
personas con tu trabajo y siempre te ha gustado.

—Eso era antes.

—Ayúdame, Ash. Dame un poco de tiempo para que yo también pueda


ayudarte. Perdí a mi sobrina y no quiero perder también a mi hermano,
porque me sentiría culpable por no haber hecho nada por ti. Ayúdame, por
favor.

—No sé qué puedo hacer yo para ayudarte —dijo Ash preocupado al


ver a su hermano en ese estado.
—Ven a casa a pasar un tiempo conmigo. Desayunaremos, comeremos
y cenaremos juntos. Tendremos tiempo para hablar del pasado, de Laura, y
del futuro. Cuando estabas de permiso solías venir a ayudarme en las obras
y te gustaba. Trabaja conmigo, Ash. Conoces a los chicos de mi cuadrilla,
ellos están al corriente de lo que sucedió y ninguno te preguntará por ello.
Te ayudaré a que dejes la bebida y el tabaco. Pasaré contigo las veinticuatro
horas del día, hasta que estés recuperado del todo.

—No sé...

—El trabajo duro te hará bien y te ayudará a ponerte en forma. Sabes


que en casa tengo un buen gimnasio en el que podrás entrenar. Fuiste tú
quien me dijo todo lo que debía comprar. Y cuando estés preparado, podrás
volver al trabajo. Tu equipo me llama cada vez que vuelven de una misión
para preguntarme cómo te encuentras. Ellos también están preocupados por
ti.

—No quiero que cambies tu vida por mí.

—No voy a cambiar mi vida. Y aunque lo hiciera, no me importaría,


porque sé que tú lo harías por mí. Por favor, Ash, déjame ayudarte.

Ash colocó los codos sobre la mesa, escondió el rostro en las manos y
permaneció así mucho tiempo.

—De acuerdo.

—Estupendo —dijo Neithan soltando un suspiro—. Terminemos de


cenar y luego prepararemos tu maleta.

—¿Estás seguro de lo que quieres hacer? —preguntó Ash comiendo el


último trozo de pollo que le quedaba en el plato.

—Completamente.

—Bien, en ese caso, lo intentaré.

Los dos meses siguientes fueron muy duros para Ashton, sobre todo al
principio, porque echaba de menos el alcohol. Pero también lo fueron para
Neithan, que había cambiado su vida, para dedicar cada hora del día a su
hermano. Aunque, por supuesto, no se arrepentía de ello.

Se hicieron una rutina. Por la mañana temprano salían a correr. Habían


empezado con cinco kilómetros y habían ido incrementándolo hasta los
diez. Al volver a casa se duchaban y tomaban un buen desayuno. Ash comía
bastante más que su hermano porque había perdido quince kilos e intentaba
recuperarlos. Luego iban al trabajo.

Neithan estaba acostumbrado a trabajar con su cuadrilla, cuando no


tenía que ocuparse de otras cosas, como ir al banco, hablar con los
proveedores, reunirse con el ingeniero y el aparejador, hacer los pedidos,
supervisar los planos y las obras... Pero Ashton trabajó muy duro cada día.
Le sentaba bien el trabajo y pasar tiempo al aire libre.

Cuando volvían a casa pasaban un buen rato en el gimnasio. Neithan


jamás había estado tan en forma como después de esos dos meses.

Ashton terminaba exhausto, porque pasaba mucho más tiempo que su


hermano haciendo ejercicio. Pero era lo que necesitaba para que, cuando se
acostaba por la noche, se durmiera enseguida y no tuviera tiempo para
pensar. Aunque cuando se dormía, las pesadillas volvían a atormentarlo.

Los dos sabían cocinar, más o menos, y se turnaban cada día para
preparar las comidas.

A Ashton ya le había cambiado el cuerpo. Había recuperado casi todo


el peso perdido y la musculatura llevaba camino de ser la de antes. No
bebió ni una sola gota de alcohol durante los dos últimos meses, y se
prometió a sí mismo, que no volvería a beber ni a fumar en lo que le
quedaba de vida.

Neithan y Ash fueron a trabajar a la obra, a pesar de que los sábados


no lo hacían, porque tenían que terminar de instalar los armarios de la
cocina, antes de que fuera el electricista el lunes.

Cuando volvieron a casa se ducharon y se vistieron para salir a comer.


Cuando salieron del restaurante, Neithan fue a reunirse con un proveedor
para ultimar detalles de un pedido. Y Ash compró unos periódicos cuando
iba de camino a casa.

Cuando Neithan llegó a última hora de la tarde se duchó y se arregló


para salir. Había quedado con una chica para ir a cenar, su primera cita en
dos meses. Le había costado decidirse porque no quería dejar a su hermano
solo, por si se deprimía y volvía a caer en las adicciones, pero Ash le dijo
que podía irse tranquilo porque pensaba sentarse a leer el periódico
mientras tomaba un café y luego pasaría tiempo en el gimnasio.

Ashton cambió el orden de sus planes para esa tarde y decidió ir a


hacer ejercicio primero.

Salió a correr y luego pasó dos horas en el gimnasio machacándose.


Cuando estaba tan cansado que las piernas no le sostenían se metió en la
ducha y permaneció mucho tiempo debajo del agua caliente, intentando
relajar los músculos. Luego se puso un chándal y bajó a la planta inferior.
Entró en la cocina dispuesto a prepararse algo para cenar, porque estaba
hambriento.

Después de cenar y de recoger la cocina fue al salón con una taza de


café con leche y los periódicos. Los fines de semana destinaba un par de
horas a leer los diarios y los leía de principio a fin, incluidos los anuncios
de publicidad. Todo lo que hacía lo hacía a conciencia, más que nada,
porque quería estar ocupado el mayor tiempo posible.

Se sentó en el sofá y tomó un sorbo del café. En ese momento echaba


de menos el alcohol, pero sabía todo lo que su hermano había hecho por él
y no iba a fallarle, ni a él ni a sí mismo.

Cerró los ojos y dedicó unos minutos a pensar en su hija, como hacía a
menudo. La echaba de menos cada minuto del día, y no podía borrar de su
mente lo que le sucedió.

Abrió uno de los periódicos, decidido a concentrarse en la lectura, para


no pensar en otra cosa. Un rato después estaba terminando de leer el último
cuando un anuncio en la sección de ofertas llamó su atención por lo inusual
del texto. Pensó que algo así habría sido normal un siglo atrás, cuando los
hombres vivían en ranchos aislados y buscaban esposa. Pero en el anuncio
que tenía delante era una mujer quien buscaba marido. Volvió a leer el
texto.

Busco marido para compartir mi vida y mi casa en Pensilvania. Se


requiere que el interesado no sea mayor de treinta y cinco años; que tenga
buena salud; que no le dé miedo el trabajo y, por último, que no desee
mantener relaciones sexuales.

Un saludo. A.O.G.

Ashton volvió a leer el anuncio una vez más.

Vaya, yo cumplo todos los requisitos, pensó.

No había ningún dato acerca de la mujer. Nada personal, excepto que


dejaba claro que no deseaba mantener relaciones sexuales. Aunque él
tampoco las deseaba.

Ashton no había tenido contacto con ninguna mujer desde que su hija
murió, ocho meses atrás. Desde que encontraron el cuerpo de la pequeña y
supo por lo que había pasado su hija en los dos meses que estuvo
secuestrada, decidió que no tenía derecho a sentir ningún tipo de placer.

Por el máximo de edad que se requería en el anuncio dedujo que esa


mujer tendría unos treinta y cinco años.

Ashton se fue a la cama después de medianoche y permaneció un buen


rato en la oscuridad de la habitación, con los ojos cerrados, pensando en la
razón por la que una mujer buscaría marido, a través de un anuncio en la
prensa.

¿Será tan poco agraciada que nadie se fija en ella? ¿Tendrá algún
defecto físico? ¿Estará incapacitada? ¿Será demasiado tímida para
conocer a hombres? ¿Tendrá tan mala hostia que nadie la soporta? ¿Y por
qué no quiere mantener relaciones sexuales?
Pensando en todas las razones posibles, se quedó dormido. Y esa fue la
primera noche, en muchos meses, que se dormía sin pensar en su hija.

Neithan entró en la cocina al día siguiente a las nueve de la mañana.


Su hermano estaba desayunando mientras leía el periódico que había
comprado a primera hora. Aunque no tenía solo uno sobre la mesa sino
varios.

—Buenos días, Ash.

—Buenos días. ¿Qué tal tu cita de anoche?

—Bien. De hecho, muy bien —dijo Neithan sonriendo—. Después de


tanto tiempo de abstinencia, pensé que habría olvidado cómo se folla.

—Eso no se olvida.

—Sí, lo pude comprobar anoche —dijo sonriendo de nuevo—. ¿Qué


es ese despliegue de diarios? ¿Estás buscando trabajo? —preguntó al ver
que todos los periódicos estaban abiertos por la sección de ofertas.

—Ayer encontré un anuncio en el periódico que me llamó la atención y


esta mañana he comprado varios, para ver si había aparecido en otros.

—¿Y lo has vuelto a ver? —preguntó Neithan mientras se preparaba el


desayuno.

—No, únicamente lo he encontrado en el New York Times. Y el


primer día de publicación fue ayer.

—¿Cómo lo sabes? —dijo Neithan mientras freía unos huevos y metía


el pan en el tostador.

—El del quiosco tenía algunos periódicos atrasados y me los ha dado.

—¿Y lo has vuelto a ver?

—No.
—¿Por qué te interesa ese anuncio en particular? —dijo mientras
llevaba el desayuno a la mesa y se sentaba frente a su hermano.

—Yo no he dicho que me interese.

—¿Y qué es lo que te ha llamado la atención? ¿De qué va?

—Una mujer busca marido.

—¿En serio? ¿Una mujer?

—Sí.

—Si fuera un hombre no me habría extrañado. Aunque, así y todo,


sería un poco raro en estos tiempos. Es lo que hacían en el pasado los
hombres que vivían en ranchos aislados, ¿no?

—Sí, eso creo.

—Puede que sea demasiado mayor y no sepa que existe Internet. Y


tampoco conozca las páginas de citas.

—En el anuncio figura un correo electrónico como contacto, así que, sí


sabe que existe Internet. Y no creo que sea muy mayor porque se requiere
que los interesados no tengan más de treinta y cinco años.

—A lo mejor le gustan los hombres jóvenes.

—Es posible.

—¿Por qué te interesa?

—No es que me interese, únicamente me ha sorprendido —dijo


Ashton pasándole el periódico y señalándole el anuncio.

—¿Por qué busca marido si no quiere mantener relaciones sexuales?


—preguntó Neithan después de leerlo.

—Eso es lo que me ha llamado la atención.


—¿Y por qué querías saber si había aparecido hoy también el anuncio?

—Porque, de no haber aparecido en el de hoy, esa mujer podría haber


encontrado lo que buscaba.

—En eso podrías tener razón, pero también cabe la posibilidad de que
sólo quiera que aparezca su anuncio los fines de semana.

—Sí, cabe esa posibilidad. A mí no me importaría aceptar algo así.

—¿Hablas en serio?

—Al menos no estaría solo porque, de estarlo, puede que volviera a


recaer. Y no quiero tener relaciones sexuales.

—Tienes demasiada fuerza de voluntad para recaer de nuevo.

—Espero que tengas razón.

— Y no vuelvas a decir que estás solo.

—Sé que no estoy solo, pero no voy a vivir siempre contigo. Tú


necesitas tu espacio, y un sitio al que traer a tus citas.

—Hay hoteles, Ash —añadió Neithan—. ¿Por qué dices que no


quieres tener relaciones sexuales?

—Porque no merezco ninguna clase de satisfacción.

—No digas chorradas. Ash, has vivido demasiados meses en el


infierno, es suficiente penitencia por algo de lo que no fuiste responsable.
¿Te casarías con una mujer sin conocerla?

—Por supuesto que no. Supongo que antes de dar ese paso tendríamos
que vernos y saber algo el uno del otro.

—¿Quieres ponerte en contacto con ella?

—Puede.
—Esa mujer habla de casarse.

—Lo sé.

—Sin acostarse con su marido.

—También lo sé, y eso no me importa.

—Puede que sea una perturbada, y estoy seguro de que lo es, porque
tienes que reconocer que no es normal.

—Desde luego no es normal.

—No sabía que querías casarte otra vez.

—Y no quería, o no me lo había planteado, pero si lo hiciera no viviría


solo y tendría compañía.

—No estoy seguro de que a esa mujer le gustara tu compañía —dijo


Neithan sonriendo—. Tienes que reconocer que, desde lo de Laura estás
cambiado. Bueno, no es que estés cambiado, es que estás insoportable.

—Eso también lo sé —dijo Ash.

—¿Te has parado a pensar que esa mujer vive en Pensilvania?

—Sólo está a unas horas de aquí.

—Me da la impresión de que has tomado una decisión.

—No es que haya tomado una decisión, pero no pierdo nada por
conocerla. He pensado que, si quedara con ella un fin de semana, podría
estar de vuelta el domingo y podría trabajar el lunes.

—El trabajo es lo de menos, Ash.

—Creo que me vendría bien un cambio.


—En ese caso, ponte en contacto con ella. Como bien has dicho, no
pierdes nada por conocerla. Y no sabrás lo que esa mujer ofrece hasta que
hables con ella. Y sabes, tienes razón, Pensilvania tampoco está tan lejos.

—Creo que voy a hacerlo.

Después de desayunar, Ashton envió un correo contestando al anuncio.

Puede que esté interesado en su propuesta. Si no ha encontrado


todavía a nadie y quiere que nos conozcamos, hágamelo saber.

A.B.

Poco antes de cenar, Ashton recibió contestación a su correo. Y se lo


leyó a su hermano durante la cena.

Agradezco que se haya puesto en contacto conmigo.

Si le parece bien, podemos encontrarnos para conocernos. Vivo cerca


de Somerset, un pueblo de Pensilvania.

Podría ir yo a verle a usted, pero supongo que querrá ver la casa


donde tendría que vivir. Si está de acuerdo, dígamelo y le enviaré la
dirección de un bar en el que podremos encontrarnos y hablaremos
mientras tomamos un café.

No sé desde dónde tiene que venir, pero le pagaré el transporte.

Un saludo.

—Supongo que si quiere conocerte es porque no ha encontrado a nadie


que le interese.

—Seguramente.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

—No, la verdad es que no estoy seguro de nada. Pero sabes, me siento


como estancado, como si estuviera fuera de lugar. No quiero decir que esté
mal viviendo contigo pero… creo que me vendría bien un cambio como
ese.

—Yo también lo creo. ¿Cuándo irás?

—No sé si esa mujer trabaja y no conozco su horario. Le diré que


puedo ir el próximo sábado y esperaré a ver qué dice.

Antes de acostarse, Ashton le envió un correo preguntándole si le


parecía bien que se vieran el siguiente sábado y ella le contestó unos
minutos después diciéndole que sí. Le envió la dirección del bar donde se
verían y le dijo que había un hotel muy cerca, por si venía de lejos y tenía
que quedarse a pasar la noche, asegurándole de que también se haría cargo
de los gastos del hotel.

Ashton salió de Nueva York el sábado siguiente después de desayunar.


Llegó al bar, en el que se había citado con la mujer, una hora antes de lo
acordado, así que aprovechó para ir al hotel, que estaba muy cerca, y cogió
una habitación.

Subió a la habitación, se duchó y se puso un vaquero y un suéter gris


de cuello de pico. Cuando trabajaba llevaba el pelo muy corto, pero desde
lo de su hija se había despreocupado de su aspecto. Su hermano le había
dicho que le sentaba bien como lo llevaba ahora, rozándole el cuello de la
camisa, y que le daba un aspecto desenfadado y juvenil. No se afeitó, ya
que últimamente lo hacía cada dos o tres días, y no iba a cambiar sus
costumbres, simplemente, por conocer a una mujer.

Aunque la sombra de la barba incipiente le añadía, a su ya natural


belleza, un aspecto de lo más sexy. Y, seguramente, de haberlo sabido,
Ashton se habría afeitado. Porque lo último que quería era que las mujeres
se fijasen en él. Aunque era lo que siempre ocurría, independientemente, de
que fuera afeitado o no.

Se puso la cazadora, cogió las llaves del coche y la cartera y abandonó


el hotel.
A pesar de que el bar estaba cerca, decidió ir en coche, porque era
temprano y pensó esperar en el vehículo para ver llegar a esa mujer que le
intrigaba.

Detuvo su Audi todoterreno negro a unos metros de la puerta del bar y


abrió el periódico que tenía en el asiento del copiloto, para entretenerse y
hacer tiempo hasta que fuera la hora de la entrevista.

Tenía el diario apoyado sobre el volante cuando algo llamó su atención


y levantó la vista. Una chica acababa de llegar a lomos de un precioso
caballo, con el pelaje de un negro deslumbrante. Se detuvo a diez metros de
donde se encontraba el vehículo de él. A Ashton le llamó la atención que
ella montara a pelo. La chica estaba de espaldas al coche, por lo que no
pudo verle el rostro. Y cuando se giró de perfil, le hacía sombra el sombrero
y no pudo distinguirle la cara. Ella desmontó con soltura.

Le hizo gracia que ella hablara con el caballo y luego lo besara entre
los ojos cuando el animal bajó la cabeza. También le sorprendió que dejara
a ese magnífico ejemplar allí, sin atar. Aunque el caballo no tenía nada con
qué atarlo.

Vio a la chica correr hacia el bar, en el que él tenía su entrevista, con


una bolsa en la mano y el sombreo cubriéndole la mitad del rostro. Pensó
que sería una camarera, una ayudante de cocina, o tal vez una limpiadora.

—Hola, Dani.

—Hola, Alex. ¿A qué hora llegará ese tipo?

—Hemos quedado a las cuatro y media. Si es puntual, estará aquí en


quince minutos. Voy a cambiarme, he venido a caballo y estoy llena de
polvo.

—Entra en el aseo de los empleados —dijo entregándole la llave.

—Vale, gracias.
—Y ponte guapa, y maquíllate un poco. Es posible que este sea el
definitivo —dijo la camarera sonriéndole.

—Ya sabes que no uso maquillaje, pero he traído el brillo de labios que
me regalaste —dijo Alex sonriendo también.

—Algo es algo.

Alex desapareció por el pasillo. Entró en el aseo, se lavó un poco, se


puso un vestido y se pintó los labios con brillo. Se soltó el pelo y lo cepilló.
Sus cabellos, negros y ondulados, se deslizaron hasta la mitad de su
espalda. Luego abandonó el baño y volvió al bar.

—¿Estoy presentable? —dijo acercándose a la barra donde estaba su


amiga y sentándose en uno de los taburetes.

—No estás mal. Al menos te has puesto vestido —dijo incorporándose


sobre la barra para mirarle los pies—, con botas.

Alex le sonrió.

—Es el único vestido que tengo, además del negro que Jake me
compró para el funeral de mi abuelo, y porque me obligaste a comprarlo.

—No iba a permitir que te presentaras a las entrevistas con todos esos
hombre con un vestido negro. ¿Quieres tomar algo?

—No. Esperaré a que llegue. Estoy nerviosa.

—No tienes motivos para estarlo, yo estoy aquí.

—Lo sé, pero… ¿y si es un pervertido?

—Si no te gusta su aspecto, o al hablar con él notas algo que no te


agrada, lo despachas y punto. Él no sabe donde vives así que…

—Ya.
—Los dos que conociste no estaban del todo mal. Bueno, no se puede
decir que fueran guapos… ni jovenes.

—Desde luego, jóvenes no eran, los dos tenían más de treinta y cinco
años y uno de ellos…

—Madre mía lo que acaba de entrar —dijo la camarera sin dejar que
Alex terminara la frase—. Menudo pedazo de tío. Si es con quien has
quedado, ya no tendrás que molestarte en buscar a ninguno más.

Ashton estaba en la puerta mirando el interior del local. Se quitó las


gafas de sol de aviador y las colgó en el cuello de su suéter.

—¿Puedo mirarlo?

—Si lo haces, sabrá que estamos hablando de él.

—Tú lo estás mirando, embobada.

—Yo soy la camarera y puedo hacerlo —dijo Dani sonriendo a su


amiga—. Tiene unos ojos de un azul increíble, y es muy alto.

—Me estás poniendo nerviosa.

—Y más que te vas a poner cuando lo veas. Ese tío no tiene nada que
ver con los que has visto hasta ahora.

—Voy a sentarme en una de las mesas. Si es él, me lo envías.

—De acuerdo.

Alex se dirigió a la mesa que había libre junto a la ventana.

Ashton no pudo apartar la mirada de ella mientras caminaba hacia la


barra, extrañado, porque era la primera vez que miraba a una mujer desde
hacía ocho meses.

—Buenas tardes —dijo Ashton deteniéndose frente a Dani.


—Hola. ¿Qué va a tomar? —preguntó la camarera, pensando que ese
hombre era aún más atractivo de cerca y que tenía una voz preciosa.

—He quedado aquí con una mujer.

—Estupendo —dijo la chica sonriéndole.

—No la conozco, de manera que no puedo decirle el aspecto que tiene.


Calculo que tendrá unos treinta y cinco años.

—¿Esos son todos los datos que puede darme? —preguntó Dani
sonriendo. No sabía la razón, pero quería hacer que ese hombre se sintiera
más incómodo de lo que parecía estar—. Porque, no sé si se le ha escapado
que soy camarera y no una adivina —dijo Dani, sonriendo de nuevo.

—Tiene razón. Bueno, sé las iniciales de su nombre, ¿cree que eso


podría ayudarla a saber quien es…, aunque no sea adivina?

—Es posible. ¿Cuáles son esas iniciales?

—A.O.G. ¿Le suenan?

—Sí, me suenan bastante. Esa es Alexandra —dijo Dani pensando en


la suerte que tenía su amiga.

—¿Sabe si ha llegado?

—Sí, llegó hace unos minutos. Es la chica que está sentada en la mesa
del rincón, junto a la ventana —dijo ella señalando hacia la mesa.

Ashton miró hacia donde le indicaba. Alex estaba comprobando algo


en el móvil.

—Me temo que está confundida —dijo al comprobar que era la chica
que había mirado cuando entró—. Esa chica es demasiado joven. ¿Está
segura de que las iniciales coinciden con su nombre?

—Es Alexandra Olivia Gallagher. Además, es amiga mía. Y sé que


tiene una cita aquí con un hombre, a las cuatro y media. Y faltan dos
minutos para esa hora.

—En ese caso, supongo que será ella. Gracias —dijo girándose y
mirando a Alex, muy sorprendido.
Capítulo 2
Alex levantó la mirada y vio a Ashton caminar hacia ella. Le impactó la
belleza del rostro de ese hombre. Sus rasgos eran fuertes y carecían de
defectos, excepto por las ligeras patas de gallo de sus ojos. Estaba muy
bronceado. Alex pensó que el aspecto de ese hombre aceleraría el corazón
de todas las mujeres. Al menos, el de ella iba a doscientos por hora. Era
muy alto, ancho de hombros y tenía algo al caminar que le recordaba a un
felino. Caminaba con aire perezoso, pero daba la impresión de que podría
resultar mortífero en segundos. Tuvo que apartar la mirada de él,
avergonzada por el repaso que le había dado y que, sin duda, él habría
apreciado.

Ashton se detuvo frente a ella.

Alex elevó el rostro y se encontró con su mirada.

Dios santo, este hombre tiene los ojos más seductores que he visto en
mi vida, pensó.

Se quedó mirándolo embobada, sin poder reaccionar. Pudo apreciar


que no había maldad ni alegría en su mirada, aunque sí le pareció ver
algunas sombras.

—Hola. Creo que me está esperando a mí.

Alex reaccionó con el sonido de su voz, pero en vez de decir algo se


dedicó a observar el cuerpo del desconocido. Se encontró con un cuerpazo
vestido con unos vaqueros y un suéter de pico, donde llevaba colgadas unas
gafas de sol y por donde se entreveía ligeramente el vello de su pecho.
Llevaba una cazadora de cuero negra. Y cuando miró de nuevo su rostro,
que tuvo que levantar la cabeza más de lo normal, porque realmente era
muy alto, el corazón le dio un salto. Ya había notado que era atractivo, pero
de cerca era el hombre más guapo que había visto en su vida. Un pedazo de
tío, como diría su amiga Dani.
Alex se levantó, intentando disimular su asombro. Por suerte,
reaccionó rápidamente. Aunque no lo suficiente para que él no hubiera
notado el repaso que le había dado.

—Hola, soy Alexandra Gallagher. Gracias por venir —dijo


tendiéndole la mano.

—Ashton Brady —dijo él estrechándosela.

Tan pronto como sus dedos se tocaron, Alex sintió una descarga
electrica recorriéndole el brazo. Respiró hondo para controlar esa reacción
física, desconocida para ella hasta el momento, y volver a la normalidad.

—Siéntese, por favor.

—Gracias —dijo sentándose frente a ella.

—¿Quiere tomar algo?

—Un café estaría bien.

—¿Quiere un trozo de tarta de manzana? Es la especialidad de la casa.

—Sí, me apetece.

—Vuelvo enseguida. El barman está enfermo y la camarera tiene que


atender la barra, además de las mesas —dijo ella levantándose y caminando
hacia su amiga.

Ashton no pudo evitar mirarla. Estaba sorprendido desde que la había


visto. Pensó que toda ella parecía dulce y suave. Tenía un cuerpo fantástico
y era tan preciosa que incluso le dolía mirarla. Era perfecta y... demasiado
joven. Se preguntó porqué alguien como ella necesitaba poner un anuncio
para buscar pareja. ¿Estaría loca?

—¿Qué defectos has encontrado en tu cita? —preguntó Dani


sonriendo.

—Dios mío, ese hombre es...


—¿No te parece muy mayor? —preguntó la camarera con sarcasmo.

—Dani, es guapísimo. ¿Has visto el cuerpo que tiene?

—Pensaba que no te interesaban los hombres.

—Y no me interesan, pero no estoy ciega.

—Me pregunto por qué un tipo como ese ha contestado a tu anuncio.

—Es cierto. Después de todo, puede que sea un pervertido.

—Sí, un pervertido que está para hacerle cualquier tipo de perversión.

—¿Nos llevas dos cafés y dos trozos de tarta? —dijo Alex sonriendo,
aunque ruborizada por lo que había dicho su amiga.

—Enseguida.

Alex volvió a la mesa y se sentó frente a él.

—¿Dónde vive?

—En Nueva York. ¿Te importa que nos tuteemos?

—Claro que no —dijo ella—. Nueva York está muy lejos. ¿Con qué
has venido?

—En coche. He salido esta mañana.

—Es un largo viaje. ¿Has tenido algún problema para llegar hasta
aquí?

—No, en el GPS estaba la dirección del bar.

—¿Has tenido un buen viaje?

—Sí. No conocía esta zona y me ha gustado conducir hasta aquí.


Dani llegó con los cafés. No podía apartar la mirada de él.

—Dani, él es Ashton Brady.

Él se levantó.

—Ella es Danielle Tucker, una amiga mía.

—Un placer conocerte —dijo él dándole la mano.

—Lo mismo digo —dijo estrechándosela y levantando la cabeza para


mirarlo—. Siéntate, por favor. Espero que te guste la tarta.

—Seguro que está muy buena —dijo él sentándose de nuevo.

—Os dejo para que habléis.

—He reservado una habitación en el hotel que me indicaste, el que hay


en esta calle —dijo él cuando la camarera se alejó.

—En esta calle no, en la única calle que hay —dijo ella sonriendo.

—Sí, ya me he dado cuenta. Esto me recuerda a las películas del Oeste


de hace algunas décadas.

—Hasta hace seis o siete años aquí no había nada. Pero a alguien se le
ocurrió la idea de abrir un almacén en el que puedes encontrar de todo,
excepto comida. Tuvo tanto éxito, que un empresario decidió abrír un hotel.
Tienen un buen restaurante y un bar con buena música. Los que vienen de
los alrededores a comprar, a veces se quedan a cenar y algunos, incluso
pasan allí la noche, si vienen de lejos.

—Fue una buena idea. La tarta está muy buena.

—Sí.

—Pensaba que serías mucho mayor —dijo él mirándola fijamente a los


ojos.
—Yo pensé lo mismo de ti. ¿Crees que sería muy atrevido por mi parte
preguntarte la edad que tienes?

—Teniendo en cuenta que uno de los requisitos de tu anuncio era no


rebasar los treinta y cinco, estás en tu derecho. Tengo treinta y uno.

—Muy bien.

—¿Qué quiere decir ese muy bien?

—Que está bien que tengas treinta y un años, y que no hayas mentido.
Porque no has mentido, ¿verdad? —dijo ella ruborizada.

—¿Por qué iba a mentirte?

—No lo sé. Esta semana me he entrevistado con dos hombres.

—¿Soy el tercer candidato?

—Sí.

—¿Qué te parecieron los otros?

—Uno de ellos no sabía leer.

—¿No sabía leer?

—De haber sabido leer, sabría que estaba fuera de la edad requerida.

—Saber leer no era un requisito en tu anuncio.

—Lo sé, pero la edad sí. Y ese hombre tenía más de cuarenta.

—A lo mejor tenía treinta y cinco, hay personas que aparentan más


edad de la que tienen.

—Te aseguro que ese no era su caso, porque no le faltaría mucho para
cumplir los cincuenta.
—¿No le preguntaste la edad?

—Me dio vergüenza.

—A mí me la has preguntado.

—Porque tú eres joven —dijo ella ruborizándose—, no aparentas ni


treinta.

—Entonces, ¿descartaste a ese hombre?

—Sí.

—¿Qué me dices del otro?

—No me gustó la forma en que me miraba.

—¿A qué te refieres?

—Me miraba con... deseo. Ya sabes que otro de los requisitos era que
no tendríamos relaciones sexuales. Me dijo que él haría que cambiara de
parecer.

—¿También está descartado?

—Absolutamente.

—¿Tienes que ver a alguien más?

—Ayer se puso en contacto conmigo otro. Lo veré la próxima semana.


A no ser que decidas aceptar tú —dijo ella sonrojándose.

—¿Yo sí te parezco aceptable?

—Pareces una persona seria, tal vez demasiado seria, aunque eso no
me molesta. Yo también lo soy, además de muy tímida. Mi intuición me
dice que eres una buena persona.
—Quiero saber algo. Sé que es una pregunta grosera cuando una mujer
tiene cierta edad, pero tú no has llegado aún. ¿Cuántos años tienes?

—Veintiuno.

—Dios mío, eres muy joven. ¿Por qué pusiste ese anuncio? Con tu
físico no necesitas anunciarte para conocer hombres.

—Yo no quiero conocer hombres. Es la razón por la que quiero un


matrimonio de conveniencia.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—Que por qué no quieres conocer hombres, y por qué quieres un


matrimonio de conveniencia.

—Porque los hombres no me interesan. En cuanto a lo del matrimonio,


es... para tener compañía. ¿Por qué has querido conocerme tú? ¿Cuál es tu
excusa?

—¿Excusa?

—Sí, excusa. Que no me interesen los hombres no quiere decir que sea
estúpida. Tú no eres un hombre que tenga que recurrir a los anuncios del
periódico para conocer a mujeres. Sólo necesitas poner un pie en la calle
para que ellas se acerquen a ti.

Ashton la miró a los ojos y disfrutó viéndola sonrojarse de nuevo por


lo que había dicho.

—Eso es muy amable de tu parte, aunque un poco exagerado. Yo


tampoco quiero tener relaciones con mujeres. En realidad, tampoco me
había planteado casarme. La verdad es que no quiero tener relaciones
sexuales, ni quiero formar una familia.

—¿Eres homosexual? —le preguntó ella en voz baja.


—Teniendo en cuenta que no quieres tener sexo, supongo que eso no
sería problema para ti, ¿no?

—Tienes razón.

—¿A ti te gustan las mujeres? —preguntó Ash que, sin saber la razón,
quería verla de nuevo con las mejillas encendidas. Aunque también sentía
curiosidad por la respuesta.

—No..., creo.

Ashton estuvo contemplándola durante un instante, comprobando el


rubor en su rostro. Alex se mordió el labio inferior y él supo que estaba
inquieta. Y se dio cuenta de que le gustaba que se sintiera nerviosa,
expectante por lo que él pudiera decir.

—¿No estás segura?

Alex se limitó a mirarlo, pero sin decir nada.

—De todas formas, no soy homosexual —dijo él tomando un sorbo de


café—. Decidí contestar a tu anuncio porque necesito un cambio en mi
vida. Podría decirse que estoy en un periodo de transición. Necesito pensar
y tomar algunas decisiones para mi futuro.

—¿Eso quiere decir que si te casaras conmigo podrías marcharte en un


tiempo?

—Es posible. ¿Por qué pusiste el límite de edad en treinta y cinco?


Eres muy joven, tenías que haberlo puesto en veinticinco.

—Quería que fuera un hombre maduro. No quiero decir que tú seas un


hombre maduro —dijo ella ruborizándose de nuevo—. Bueno, de hecho lo
eres, pero al mismo tiempo eres muy joven. Lo que quiero decir es que
quería que fuese un hombre con cierta edad, un hombre que supiera lo que
hace, un hombre que no tuviera dudas. Pensé que me sentiría mejor con
alguien mayor que yo, que me proporcionaría solidez y estabilidad y me
daría tranquilidad. Los jóvenes hacen las cosas sin pensar. No se paran a
especular sobre el futuro, sólo se preocupan del presente.

Él la miró durante un instante.

—Sé que sigues pensando que soy muy joven, pero he de decirte que
soy una mujer muy responsable. Y muy madura para mi corta edad.

—No lo pongo en duda, aunque eso no cambia que sigas siendo muy
joven.

—Parece ser que mi edad te preocupa. Si es así, puede que estemos


perdiendo el tiempo. Escucha, Ashton. Si no estás interesado en mi
propuesta, simplemente, dímelo y nos olvidaremos de esta cita. Que las dos
entrevistas anteriores no hayan funcionado no quiere decir que no vaya a
encontrar al hombre adecuado en una próxima.

—De eso estoy seguro. Y no he dicho que no esté interesado, es solo


que todavía no he tomado una decisión.

Alex soltó un lento suspiro e intentó calmar el golpeteo de su corazón,


que se había alterado al pensar que él no quisiera quedarse con ella.

—¿A qué te dedicas?

—Ahora estoy trabajando en la empresa de construcción de mi


hermano.

—¿Ahora?

—Antes trabajaba para el ejército.

—¿Se te da bien la construcción?

—Sí, bastante bien.

—Si aceptaras mi proposición, ¿buscarías trabajo en la construcción?

—Puedo permitirme estar algún tiempo sin trabajar.


—Eso es genial, porque mi casa necesita algunos... arreglos. Pero si
piensas casarte conmigo y largarte en unos meses, no me interesa.

—Si me siento a gusto contigo, no me marcharé. Y me encargaré de


los arreglos que necesita tu casa. Me vendrá bien estar ocupado.

—¿Puedes contarme algo de tu vida?

—No me gusta hablar de mi vida —dijo él esbozando una sonrisa casi


imperceptible. Su primera sonrisa.

Alex lo miró. Esa ligera sonrisa le hizo hervir la sangre. Y el azul de


sus ojos era tan intenso que brillaban en contraste con el bronceado de su
piel.

—Entonces tenemos un problema. Quería que nos viéramos para


conocernos un poco. Y que seas tan atractivo —dijo ella ruborizándose de
nuevo—, no es suficiente para meterte en mi casa.

—¿Crees que soy atractivo? —dijo mirándola y dedicándole un esbozo


de su segunda sonrisa.

—Mira a tu alrededor y comprueba hacia donde dirigen las mujeres la


vista.

Ashton paseó la mirada por el local y comprobó que todas las mujeres
estaban pendientes de él. Luego la centró en ella de nuevo.

—Te he dicho que no me atraen los hombres, pero no significa que


esté ciega.

—Pues, gracias. Yo también opino que eres muy guapa.

—Gracias —dijo ella mirándolo y esperando a que le contara algo


sobre él.

—De acuerdo. Te hablaré de mi vida, a grandes rasgos.

—Eso será suficiente, por el momento.


—Mis padres tenían un rancho en Montana y murieron en un accidente
cuando yo tenía veintidós años. En aquel entonces estaba en el ejército y mi
hermano, Neithan, que es dos años menor que yo, estaba en la universidad.
Cuando él acabó la carrera vendimos el rancho y nos trasladamos a vivir a
Nueva York. Yo compré un apartamento y decidimos vivir juntos. Aunque
no nos veíamos demasiado, porque yo pasaba nueve o diez meses al año
fuera de casa, debido a mi trabajo.

—¿Por qué os mudasteis a Nueva York?

—Mi hermano estudió Arquitectura y quería montar un estudio en la


ciudad. Él quería que fuese en Nueva York.

—¿Y tú qué querías?

—A mí me daba lo mismo porque pasaba la mayor parte del tiempo


viajando por mi trabajo.

Más tarde montó una empresa de construcción, que le va muy bien. Y


poco después construyó una casa y es donde vive. A los veinticinco años
me casé, y me divorcié hace unos meses. Trabajo para el Gobierno desde
los dieciocho años.

—¿Tienes hijos?

—No.

—¿Tienes buena relación con tu exmujer?

—No la he visto desde que nos divorciamos, pero si me la cruzo en


alguna ocasión te aseguro que no me detendré a hablar con ella.

—¿Por qué dejaste el ejército? ¿Te echaron?

—Bueno, en realidad no lo he dejado, estoy de excedencia. Mi trabajo


requería suma concentración, pero sucedió algo y… Digamos que no estaba
en condiciones de realizarlo.

Alex no quiso insistir en ese algo que le había sucedido.


—A mí también me gustaría que me hablaras sobre ti.

—Luego podrás preguntarme lo que quieras. ¿Tienes antecedentes


penales?

—Sabes, parece que esté haciendo una entrevista de trabajo.

—Bueno, es muy parecido, ¿no crees?

—Sí, tienes razón. Si tuviera antecedentes penales no podría trabajar


para el gobierno.

—Puede que hayas hecho alguna fechoría durante la excedencia —dijo


ella dedicándole una traviesa sonrisa.

—He dedicado casi medio año a intentar acabar con mi vida, pero
gracias a mi hermano no lo he conseguido.

—Me alegro de que no lo consiguieras —dijo ella bajando la mirada.

—Yo también —dijo él sonriendo al ver que se había ruborizado de


nuevo por sus propias palabras.

A Alex se le aceleró el corazón al verle sonreír. Las no sonrisas que le


había visto hasta ese momento, porque no se podía decir que llegaran a ser
sonrisas, lo hacían aún más atractivo de lo que era, si eso era posible. Pero
la sonrisa que acababa de dedicarle era radiante y le había iluminado el
rostro.

—¿Qué me dices del sexo? —preguntó ella mientras tomaba un sorbo


de café, evitando mirarlo.

—¿Qué le pasa al sexo?

—¿No te importa casarte, sabiendo que no tendrás relaciones


sexuales?

—Si aceptara casarme contigo, cosa que no sé si haré porque no sé


nada de ti, te aseguro que no necesitaría sexo. Y, en caso de necesitarlo,
podría aprovechar cualquier viaje que hiciera a Nueva York para ver a mi
hermano, y buscar allí compañía.

—Supongo que, si necesitaras desahogarte y no pudieras ir a Nueva


York, lo buscarías lejos de aquí.

—Puedes estar segura de que no haría nada para poner mi fidelidad en


entredicho.

—Estupendo.

—Pero te aseguro que no necesito sexo, eso se ha terminado para mí.


Supongo que eso también te concierne a ti.

—¿Qué?

—Si necesitas desahogarte...

—No me atraen los hombres —dijo ella sin dejarle terminar la frase—,
de manera que no voy a necesitar a ninguno.

—Y no estás segura de que no te gusten las mujeres.

—No, no estoy completamente segura.

—¿Por qué no estás segura?

—¡¿Por qué estamos hablando de esto?! —dijo ella algo alterada—. Te


he dicho que no necesito tener sexo y creo que con eso es suficiente. De
todas formas, ¿a ti qué te importa? Tú también has dicho que no quieres
mantener relaciones sexuales. Los dos tendremos nuestras razones, así que
no hace falta que digamos nada más al respecto.

—De acuerdo. El problema del sexo lo tenemos solucionado —dijo él


evitando sonreír y pensando que esa chica, a pesar de su timidez, tenía
carácter.

—Aclarado eso, háblame de tus habilidades.


—¿Sexuales?

—¡No! —dijo ella soltando una carcajada y avergonzada—. Me refería


a tus habilidades en el trabajo. Quiero saber si tienes alguna de la que pueda
beneficiarme.

Ashton la miró fijamente para verla sonrojarse de nuevo.

Para Alex era suficiente mirarlo a los ojos para que la sangre se
desplazara a toda velocidad por sus venas y que sus mejillas ardieran.

—Ya te he dicho que mis padres tenían un rancho, así que sé lo


suficiente sobre ganado y caballos. Mi madre tenía un pequeño huerto para
nuestro consumo y aprendí lo necesario sobre ello y sobre pollos, conejos,
pavos…

—Deduzco que sabes montar.

—Soy hijo de un ranchero —dijo para que quedara claro que sabía
hacerlo—. Además he ayudado en la empresa de mi hermano durante los
permisos y los dos últimos meses he trabajado con él ininterrumpidamente.
Se me da bien cualquier trabajo relacionado con la construcción. Y me
honra decir que he ayudado a mi hermano a construir su preciosa casa.

—Parece ser que casarme contigo me reportaría grandes beneficios.

—Eso parece.

—Bien. Te hablaré un poco de mí, a ver si logro convencerte para que


aceptes mi proposición. Porque te aseguro que te necesito —dijo ella
sonriéndole.

Ashton no sabía por qué la sonrisa de esa chica le afectaba tanto.


Desde que estaba allí sentado con ella ya le había hecho sonreír en más de
una ocasión. Y hacía mucho tiempo que no sonreía.

—Perdí a mis padres cuando tenía trece años. Primero mi madre, de


cáncer. Y tres meses después, mi padre falleció en un accidente de coche.
En aquel entonces vivíamos a unos cinco kilómetros de aquí. Mi padre era
carpintero, como su padre. Yo era muy tímida. Bueno, sigo siéndolo. Y no
me relacionaba mucho con mis compañeros del colegio. Conocí a un chico
indio y aprendí mucho de él. Se llamaba Jake. Bueno, se llama. Aunque
Jake es el nombre que se puso, en realidad, su nombre es Luna
resplandeciente.

—Luna resplandeciente —repitió él.

—Sí —dijo ella volviendo a sonreír—. Y entonces me fui a vivir con


mi abuelo. Mis abuelos eran irlandeses. Mi abuela falleció cuando yo era
pequeña, y mi abuelo vivía solo en Avalon.

—Entonces, ¿perdiste el contacto con tu amigo Jake?

—No, nunca perdimos el contacto, todo lo contrario. Jake me regaló


un caballo —dijo ella de pronto.

Ashton la miró, parecía una niña hablándole del regalo que le había
dejado Santa Claus debajo del árbol.

—¿Y qué sucedió con el caballo?

—Lo tenía él en su casa y yo lo montaba cuando iba a verlo.

—¿Tienes hermanos?

—No.

—Continua.

—Cuando tenía catorce años sucedió algo que hizo que perdiera
interés por salir a la calle.

—¿Quieres hablarme de ello?

—Puede que más adelante…, si aceptas casarte conmigo. Y si tú


decides hablarme de ese algo que te sucedió.

—De acuerdo.
—Mi abuelo murió hace unos meses. Yo había estudiado contabilidad
online y trabajaba desde casa. Bueno, sigo haciéndolo, y me va bien.

—¿Qué pasó con tu reticencia de salir a la calle? ¿Cuánto tiempo


duró?

—No salí a la calle hasta que mi abuelo murió, hace cuatro meses. Y
porque no me quedó más remedio.

—¿Estuviste sin salir de casa seis años?

—Siete.

—¿De qué murió tu abuelo?

—Lo asesinaron.

Ashton la miró y vio en sus ojos la súplica de que no le preguntara


sobre ello.

—Cuando vivía con mis padres siempre me había gustado una casa
que había a unos kilómetros de la nuestra. Jake lo sabía, y cada vez que
íbamos a montar me llevaba allí. La casa estaba cerrada desde hacía
muchísimos años. Jake me contó que había habido una tragedia y que había
muerto toda la familia. Esa era la razón de que nadie se interesara por
comprarla.

—¿Te enteraste de por qué murió toda la familia?

—Comieron setas venenosas.

—O sea que murieron por un accidente.

—Sí, pero la gente es reticente a comprar una casa en la que han


muerto varias personas. Así que cuando mi abuelo murió decidí venir a ver
si seguía cerrada, y no había cambiado nada. Yo conocía del colegio a Dani,
la camarera. A pesar de que era un par de años mayor que yo, nos
llevábamos bien y no habíamos perdido el contacto desde que me marché a
vivir con mi abuelo. Fui a verla porque sabía que su hermano era abogado y
podría ayudarme informándose sobre la casa. Cuando mi abuelo murió vino
a verme el abogado que llevaba sus asuntos y me dijo que yo era su única
heredera. Vendí su casa y el taller de carpintería. Además, tenía bastante
dinero en su cuenta. Y en una cuenta a nombre de los dos estaba el dinero
que le dieron por la venta de la casa de mis padres, a plazo fijo. Él nunca
me había hablado de esa cuenta a mi nombre. Así que vine y compré la
casa, a muy buen precio por cierto,y me sobró dinero suficiente para los
arreglos.

—¿Compraste la casa que habías deseado desde siempre?

—Sí. A pesar de ser lo que siempre había querido, jamás pensé que
mis deseos se hicieran realidad. Yo sé mucho de carpintería, y no estoy
presumiendo —dijo ella sonriéndole—. Pasé los siete años que estuve
metida en casa ayudando a mi abuelo y sé hacer toda clase de trabajos,
puertas, ventanas, escaleras, muebles… Voy a rehabilitar la casa poco a
poco.

—Has dicho que tenías dinero, ¿por qué no buscas una empresa que se
ocupe de ello?

—No quiero extraños en mi casa.

—Así que buscas un marido para que te ayude con las reformas.

—Más o menos. Podría hacerlo yo sola, pero tardaría años, porque es


una casa muy grande.

—Pero para eso no necesitas casarte.

—Si me caso, tengo más posibilidades de que ese hombre se quede


conmigo.

—¿Ahora te sientes bien cuando sales a la calle?

—Sí…

—No te veo muy convencida.


—Es complicado. Después de pasar tantos años encerrada sin salir
cuesta acostumbrarse. Supongo que si tú y yo nos casáramos, sería sólo por
algún tiempo. Has dicho que necesitabas pensar y decidir qué hacer con tu
vida.

—Mi vida es complicada. Me vendría bien estar ocupado, es lo que


necesito en estos momentos.

—Mi vida también es complicada. Si nos casáramos, tendríamos que


firmar un acuerdo prematrimonial.

—Me parece bien. Supongo que llegará un momento en que tú


también resuelvas tus problemas. Y puede que entonces quieras divorciarte
para casarte con alguien de quien estés enamorada.

—Eso no va a pasar.

—¿Has tenido problemas con algún hombre?

—Hablar de mis asuntos personales no entraría en el acuerdo. De todas


formas, puede que con el tiempo…

—Lo entiendo.

—Tú tienes tus secretos y has de aceptar que yo tenga los míos.

—Es justo.

—¿Quieres ver la casa?

—Por supuesto.

—¿Quedamos allí mañana por la mañana?

—Sí.

—Te dibujaré cómo llegar —dijo cogiendo una servilleta de papel—.


Un momento, voy a por un bolígrafo.
—Vale.

Alex se levantó y fue a la barra.

—Dani, ¿me dejas un bolígrafo?

—Claro. ¿Cómo va todo?

—Este me gusta.

—Bueno, al menos no has perdido el buen gusto en cuanto a los


hombres —dijo dándole el bolígrafo.

—Gracias. Mañana irá a ver la casa.

—¡Dios mío! —dijo Dani, pensando que la casa era una ruina—.
Espero que lo convenzas de que se case contigo, antes de que la vea.

Alex se rio.

Ashton la vio acercarse, intentando no parecer que tenía interés en ella.


Alex ocupó su asiento. Dibujó en la servilleta el camino que debía seguir y
le dio el papel.

—¿Suelen llamarte Alexandra?

—Me llaman Alex.

—A mí me llaman Ash.

—No lo olvidaré.

—Supongo que habrás quedado conmigo por la tarde para no tener que
llevarme hoy a tu casa.

—No estaba segura de si me gustarías. Así tendría la opción de decirte


adiós hoy y no enseñarte la casa de noche.

—¿Eso quiere decir que te gusto?


—De no ser así no te habría dicho donde vivo.

—De todas formas, haces bien en no llevar a desconocidos a tu casa,


sobre todo de noche.

—Eres el primero que irá, los otros no pasaron de la entrevista, que fue
aquí.

—Menudo honor —dijo él.

—Y que lo digas —dijo ella sonriendo.

—¿Tu amigo Jake sabe que buscas un marido de conveniencia?

—Sí.

—¿Qué opina al respecto?

—No le gusta. Es muy protector conmigo.

—¿Él sabe lo que te ocurrió a los catorce años?

—Jake lo sabe todo sobre mí. ¿Qué vas a hacer esta tarde? No puede
decirse que haya mucho para divertirse por aquí.

—Tal vez vaya a dar una vuelta por el pueblo. Y luego cenaré en el
hotel. Y, te aseguro que no quiero divertirme.

—Siento no invitarte a casa hoy.

—No lo sientas, haces bien siendo prudente. Tú no me conoces.


¿Quieres saber algo más sobre mí?

—De momento, no. ¿Y tú sobre mí?

—Si se me ocurre alguna pregunta te la haré mañana. ¿A qué hora te


parece bien que vaya a tu casa?
—¿Qué tal sobre las diez? O si quieres puedes ir antes. Mi casa está a
diez minutos de aquí, en coche.

—A las diez me parece bien. Ha sido un placer conocerte, Alex —dijo


levantándose.

—Para mí también lo ha sido —dijo ella levantándose y dándole la


mano.

Tan pronto sus manos se rozaron, Alex sintió de nuevo esa corriente
desplazándose a toda velocidad por su cuerpo. Ocultó un gemido al sentir
esa sensación adentrándose en lo más profundo de su vientre e intentó
calmarse.

Se acercaron los dos a la barra y él pagó.

—Gracias —dijo Alex.

—Ha sido un placer. Hasta la vista, Dani —dijo él dirigiéndose a la


camarera.

—Espero que sea pronto.

—Hasta mañana —le dijo a Alex.

Cuando Ash se marchó, Alex entró rápidamente a cambiarse y volvió a


salir.

—Me voy corriendo, antes de que se haga de noche. Ya te contaré.

—Por supuesto que me contarás. Llevaré la cena a tu casa esta noche.

—En ese caso, toma, llévate mi ropa —dijo entregándole la bolsa. Se


recogió el pelo y se puso el sombrero.

Ash estaba en el coche. No tenía nada que hacer, así que decidió
esperar a que saliera la chica del caballo, porque estaba intrigado con ella.
No había visto a nadie en el bar que se le pareciera. Pensó que tal vez
estuviera trabajando en la cocina y posiblemente tardara en salir. Decidió
esperar unos minutos más.

Alex salió hablando con un hombre mayor. Llevaba puesto el


sombrero y además estaba de lado, por lo que Ash no pudo verle el rostro.
La vio ponerse los dedos en la boca y silbar. Y él tuvo que sonreír, porque
no muchos hombres conseguían silbar de esa manera.

El caballo, que estaba a unos treinta metros, se giró y corrió hacia ella.
Vio como volvió a besar y acariciar al animal. Se sujetó de las crines y
subió a él con soltura. El caballo se giró y se fue al galope. Ash estaba
fascinado con esa chica.
Capítulo 3
El día siguiente amaneció nublado y lluvioso. A las nueve y media,
cuando Ash salió del hotel, estaba tan oscuro que parecía estar
anocheciendo. Subió al coche, lo puso en marcha y empezó a seguir las
indicaciones que Alex le había dibujado en la servilleta de papel del bar.
Agradeció llevar un todoterreno porque la estrecha carretera tenía tantos
baches como un camino rural mal cuidado.

Había pasado una mala noche. Le había costado mucho dormirse,


pensando en … ella. No podía sacarse a esa chica de la cabeza. Y estaba un
poco preocupado porque, aunque no lo quería, esa mujer lo atraía
demasiado.

¿Cómo no iba a sentirme atraído por ella? Esa chica es un bombón,


pensó.

Llegó a un arco que daba entrada a la finca y se detuvo para leer el


nombre que había escrito en el buzón, para asegurarse de que era la casa
correcta.

El cielo estaba gris y completamente oscuro, el viento era fuerte y frío


y había una niebla espesa revoloteando a un metro del suelo.

Miró hacia la casa, que se veía oscura y sombría, perfilada sobre el


horizonte. Muchas tejas del tejado habían desaparecido. Sintió un escalofrío
porque le recordó a las casas que salían en las películas de terror.

Al oír el vehículo acercarse, Alex salió de la casa, cerró la puerta y


bajó los siete peldaños del porche. Y se quedó allí, esperando a ese hombre
que la alteraba, simplemente con su presencia.

Cuando paró el coche, Ash sintió que un estremecimiento le recorría el


cuerpo. Era un hombre que se guiaba por el instinto, pero en ese momento
no sabía lo que su instinto le decía, y eso lo confundió.
Volvió a mirar el edificio y suspiró. Abrió la puerta y bajó del coche.
Volvió a mirar hacia la casa una vez más y después desplazó la vista hacia
esa preciosa chica que, últimamente estaba en su pensamiento más de lo
que debía.

—Buenos días —dijo Ash.

—Hola —dijo ella sonriéndole.

—¿Querías que viera la casa para que terminara de convencerme de


que tu oferta es interesante?

—Algo así —dijo ella riendo—. Es bonita, ¿eh?

Ash volvió a dirigir la mirada al edificio y frunció el entrecejo. Y eso


hizo que Alex volviera a reír, provocando que él la mirara sonriendo, y
pensando que esa chica veía la casa como si fuera un tesoro.

—Apuesto a que cuando la veas por dentro cambias de opinión.

—No estoy muy seguro de ello.

—Vamos dentro. Cuidado con los peldaños, no son muy seguros y tú


pesas mucho más que yo.

—¿En serio no son muy seguros?

—Te dije que la casa necesitaba unos arreglos —dijo dedicándole una
entrañable sonrisa mientras subían los escalones.

—¿Unos arreglos?

Ash miró la barandilla de uno de los lados, que estaba partida y la del
otro lado, que estaba combada hacia el exterior. El suelo del porche estaba
levantado en algunas zonas, y las ventanas que tenía a la vista estaban
cubiertas con tablones.

Alex abrió la puerta con la llave, cosa que le extrañó a él. No entendía
por qué había cerrado la puerta estando solo a unos metros.
Lo dejó pasar delante y, después de entrar ella, cerró la puerta y corrió
uno de los cerrojos.

Ash la miró sorprendido porque cerrara la puerta por dentro, siendo él


un desconocido. Su instinto le dijo que esa chica estaba en problemas, o lo
que era aún peor, que no estaba bien de la cabeza.

Se adentró en el inmenso recibidor. Únicamente había una lampara de


pie junto a una de las paredes y toda la estancia se veía en penumbra,
aunque se podía distinguir el mal estado de todo lo que la luz llegaba a
alumbrar. Algunas de las puertas tenían la madera agrietada. Miró hacia el
techo, que tenía una altura de dos plantas. Una escalera se elevaba hacia el
piso superior de manera majestuosa, aunque sombría.

—¿Lo que hay en el techo es una cúpula?

—Sí. Ha sobrellevado bien el tiempo, aunque desde aquí no puede


apreciarse bien y es posible que no esté en buen estado y se hayan roto
algunos de los cristales. Así y todo, seguro que será preciosa, cuando le
quite la protección.

—Supongo.

—Acompáñame a la cocina. Hablaremos mientras termino lo que


estaba haciendo y luego prepararé un café.

Ash fue detrás de ella. Alex llevaba un vaquero bastante usado y sucio,
y una sudadera en las mismas condiciones. Los deportivos que calzaba
estaban para tirarlos a la basura. Y supo que esa chica no estaba interesada
en él, porque no se había preocupado de arreglarse, sabiendo que él llegaría.

Ash miraba a un lado y a otro, prestando atención a todo lo que veía.

Algunas tablas de madera del suelo estaban combadas y otras


levantadas. El papel de las paredes estaba amarillento y rasgado.

Ash entró en la cocina tras ella.


Esa estancia era más de lo mismo. El techo tenía una de las vigas de
madera partida. Las puertas de los armarios estaban desvencijadas y algunas
podridas, y faltaban azulejos en las paredes.

La luz del techo no iluminaba demasiado y se veía todo gris y sombrío.


Ash se preguntó por qué no sacaba los tablones que cubrían las ventanas
para que entrara la luz, en vez de estar en penumbra. Pero no era su casa y
no dijo nada.

La cocina era increíblemente grande y a un lado, pegada a una pared,


había una mesa alargada enorme con un montón de sillas.

—Siéntate mientras acabo esto —dijo ella acercándose a uno de los


armarios y cogiendo un destornillador.

—¿Qué vas a hacer?

—Una de las bisagras de la puerta del armario está casi suelta, sólo
tengo que apretar los tornillos —dijo subiéndose a una silla.

—Sería más conveniente sacar la puerta, está podrida.

—Lo sé, pero de momento la dejaré donde está, hasta que me organice
con el trabajo y decida lo que he de hacer primero.

—Prepara el café, yo haré eso —dijo cogiéndola de la cintura, como si


fuera una pluma y bajándola al suelo.

Ash notó como todo el cuerpo de la chica se tensó al cogerla.

Cuando Alex tuvo los pies en el suelo dio un paso atrás para alejarse, y
sin apartar la vista de él. Y Ash vio el terror en su mirada.

—¿No te importa? —preguntó ella, haciendo un gran esfuerzo para


poder hablar.

—Claro que no —dijo quitándose la cazadora y apartando la silla.


Ash se subió las mangas del suéter y cogió el destornillador que seguía
en la mano de Alex. Al rozarle los dedos, el corazón de ella se aceleró.

Sacó la cafetera del armario, un poco desconcertada por cómo se


sentía. Preparó el café y lo puso al fuego. Luego se apoyó en la mesa y lo
miró mientras esperaba. Era tan alto que alcanzaba perfectamente sin
subirse a ninguna silla. Alex veía tensarse los músculos de sus antebrazos.

Ash percibió la intensa mirada y se giró hacia ella. Y Alex sintió la


mirada de él en todo su cuerpo. Fue como si una corriente la atravesara,
deslizándose por su interior, recorriéndole los brazos, las manos, las
piernas… Sintió que las rodillas le fallaban. Una oleada de calor la inundó y
se quedó inmóvil, y avergonzada porque la hubiera pescado mirándolo, con
las mejillas encendidas por el calor que la había invadido.

Apartó la mirada de él y se sentó en una de las sillas dándole la


espalda, porque sospechaba que las rodillas no la mantendrían, y porque se
dio cuenta de que no podía apartar la vista de ese hombre que hacía que se
sintiese intranquila. Respiró profundamente para intentar relajarse.

Ash se sentía confundido, cosa que no era habitual en él, pero el


comportamiento de esa chica lo desconcertaba.

Después de un par de minutos se sintió calmada, entonces se levantó y


colocó en la mesa las tazas, el azúcar, la leche y unas galletas.

Alex llevó el café a la mesa y se sentó a esperarlo.

Cuando él terminó de apretar todos los tornillos se lavó las manos en el


fregadero y se sentó frente a ella. Durante un instante estuvo mirándola, sin
decir palabra, solamente disfrutando de su incomodidad por tenerlo allí.

—Arreglar esos armarios es una pérdida de tiempo.

—Lo sé, pero al menos las puertas harán que no entre polvo en el
interior.

—En eso tienes razón.


—Tengo que hacer un montón de cosas, pero no puedo hacerlo todo a
la vez —dijo ella sirviendo el café—. Estoy haciendo una lista de todo lo
que hay que hacer en la casa.

—Será una lista muy larga.

—Sí, es muy larga —dijo ella riendo—. Lo más importante son los
techos. He de contratar a alguien para que se encargue de ello, antes de que
haga más frío y llueva. Hace muy poco que estoy aquí y lo único que he
hecho ha sido comprar un termo, que el fontanero ha instalado de manera
provisional para tener agua caliente en el baño de esta planta y aquí en la
cocina.

—¿Hay goteras?

—Bueno, goteras… Yo no le llamaría precisamente de ese modo —


dijo ella mirándolo con una sonrisa traviesa.

—¿Cuánto tiempo hace que está cerrada la casa?

—Más de cincuenta años.

—Es mucho tiempo. Las casas se deterioran más cuando están


deshabitadas.

—Lo sé.

—Al menos tienes electricidad y no vas por la casa con candelabros.


Aunque, pensándolo bien, eso haría juego con el aspecto de la casa.

Ella soltó una carcajada.

—¡Eres un exagerado! La electricidad es indispensable. Es lo primero


de lo que me encargué al llegar. Llamé a un electricista y revisó la
instalación eléctrica. Me dijo que estaba inservible, porque los cables no
estaban en condiciones, y que había que cambiarla y pasar cables nuevos.
Él tenía un amigo trabajando en la compañía eléctrica, y lo llamó para dar
de alta la luz. Al día siguiente tenía electricidad. Puso un contador nuevo e
hizo una instalación provisional para tener luz en la cocina, en el salón, en
el baño y en el recibidor, que es lo que utilizo de momento.

—¿Qué me dices de la calefacción?

—No funciona —dijo ella sonriendo de nuevo—. Deberías ponerte la


cazadora, de lo contrario, en unos minutos estarás petrificado.

—De momento estoy bien. Sonríes a menudo, parece que te gusta la


situación en la que te encuentras.

—Tengo que decirte que no he tenido mucha diversión en mi vida, y


esto es como una aventura para mí. De todas formas, me apaño bien sin
calefacción. Compré un radiador para el baño y otro para la cocina, aunque
he de admitir que no son suficientes. Lo cierto es que hago la vida en el
salón, y cuando tengo la comida preparada la llevo allí.

—¿Estás viviendo aquí?

—Sí. Jake me dijo que fuera a vivir con él y, desde luego, eso habría
sido más cómodo. Pero prefiero estar aquí, así no pierdo tiempo yendo y
viniendo, y aprovecho para ir haciendo cosas. Duermo en el salón y te
aseguro que no paso frío porque la chimenea es increíble. Aunque, claro,
todavía no ha llegado invierno —dijo ella dedicándole una dulce sonrisa—.
Es agradable estar allí cuando está encendida. He colocado una mesa, una
silla, un sofá y una cama. Ahora es despacho, salón, comedor y dormitorio.
De todas formas, esa estancia es tan grande como un apartamento. Ah, y lo
más importante, ¡tengo Internet! —dijo ella sonriendo de nuevo, como si
eso fuera lo más increíble que pudiera sucederle a alguien en la vida.

—Vaya, estás salvada teniendo Internet.

Alex soltó una carcajada.

—Lo necesito para trabajar. Si vienes a vivir aquí, limpiaré una de las
habitaciones, colocaré una cama y compraré otro radiador. Te aseguro que
no vas a echar de menos tu casa.
Él la miró con las cejas levantadas.

—Bueno, puede que la echaras de menos, pero solo un poco.

—En esta casa hay mucho trabajo.

—Sólo has visto la cocina y el recibidor —dijo ella sonriendo—.


Espera a ver lo demás.

—Supongo que todo estará en las mismas condiciones que lo que he


visto.

—Puede que peor —dijo ella sonriendo de nuevo.

—Si la restauramos nosotros solos tardaremos meses, puede que años.

—Eres un poco exagerado.

—¿Eso crees?

—¿Vas a aceptar casarte conmigo? —le preguntó dedicándole una


entrañable sonrisa—. Sabía que ver la casa ayudaría a que te decidieras.

Ash no pudo evitar reírse. Su primera risa en más de medio año.

—Todavía no lo he decidido, pero lo estoy pensando.

—Este proyecto va a ser un reto para mí. Es mi primera casa y será lo


más importante que voy a hacer en mi vida.

—Me gustaría ver la casa, si no te importa.

—Claro. Vamos —dijo levantándose de la mesa—. Pero tienes que ser


positivo al verla. Muy muy positivo.

—Lo intentaré.

Alex cogió una linterna y empezó a enseñarle la planta baja, que era
increíblemente grande.
Junto a la cocina había un dormitorio enorme que, seguramente en el
pasado habría sido el del servicio, porque tenía una salita adjunta y un baño
completo.

El tamaño delsalón principal era descomunal y la chimenea era tan


grande que casi podría permanecer una persona de pie dentro.

Había otro salón, no tan grande, pero de buen tamaño. Una biblioteca
grandísima con una preciosa mesa de despacho. Un comedor gigantesco
con una mesa para que, al menos, veinticuatro comensales se sentaran
cómodos. Otro dormitorio con baño interior y otro baño en el pasillo.

El papel de las paredes estaba resquebrajado, amarillento y con


algunas manchas de humedad en algunos puntos. Algunos de los azulejos
de los baños estaban rotos y otros, simplemente, se habían desprendido.
Algunas vigas de los techos estaban partidas. Las ventanas, a pesar de que
las cubría un tablero por el exterior, se podía apreciar que estaban hechas
polvo. Las estanterías de la biblioteca estaban combadas y algunas partidas.
El tapizado de los sofás y sillas estaba para cambiar...

—¿Qué te parece? —preguntó ella mirándolo.

—¿Qué me preguntas realmente?

Alex no pudo evitar volver a reírse.

—Que si te va gustando lo que estás viendo.

Él la miró de arriba abajo, diciéndose a sí mismo que lo que estaba


viendo le encantaba.

Cuando se dio cuenta del rumbo que llevaban sus pensamientos subió
la mirada hasta el rostro de la chica y la miró con el ceño fruncido.

—Has dicho que serías positivo.

—He dicho que lo intentaría. Pero, dejando aparte todas las cosas
deterioradas que, en realidad, es todo.
Alex no pudo reprimir una carcajada. Él la miró pensando que esa
chica era feliz, y la envidió.

—Todo parece muy... grande.

—Me gustan las casas grandes. Es una pena que las ventanas estén
cubiertas con tablas y que haga un día tan gris. De lo contrario la verías con
otros ojos.

—No sé si es mejor ver la casa con la luz del sol o a oscuras.

—Eres tan gracioso…

—¿Crees que soy gracioso?

—Sí, mucho.

Ash la miró contrariado.

—Puede que mañana haga sol —dijo él de repente.

—¿Estarás aquí mañana?

—Bueno, no tengo que fichar en el trabajo. Y puede que si la veo con


luz me ayude a decidirme a tu favor.

—Eso me gustaría muchísimo. Vamos, te enseñaré las plantas de


arriba, seguro que al verlas cambias de opinión.

—Seguro que sí —dijo él de manera sarcástica.

Alex le dedicó una tierna sonrisa que hizo que Ash se estremeciera.

—¿Por qué no has sacado los tablones de las ventanas? —preguntó él


cuando se dirigían a la escalera.

—Es más seguro así —dijo ella encendiendo la linterna.


—No puedo apreciarla bien, pero parece que esta escalera es fantástica
—dijo mirando hacia arriba.

—Sí, lo es. Así y todo, ten cuidado, hay algunos escalones en mal
estado.

—No sé por qué eso no me sorprende.

—No hace falta que seas sarcástico. Los escalones que tienen pintada
una cruz blanca son los que no puedes pisar —dijo enfocando el suelo con
la linterna y riendo—. Procura saltártelos.

—De acuerdo —dijo él sonriendo—. Sería divertido vivir aquí.

—Entonces, hazlo.

—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó él de pronto.

—Sí, si tú quieres.

En la primera planta había nueve habitaciones, las dos más grandes,


con baño interior. Aunque las otras siete no eran pequeñas. En el pasillo
había tres baños más. Había un salón muy amplio al principio del pasillo y
junto a la puerta unos tablones muy grandes cubrían lo que se suponía sería
un ventanal.

—Aquí vivía una familia con cinco hijos —dijo ella.

—En aquel entonces, esta casa costaría una fortuna. Apuesto a que el
propietario era muy rico.

—Eso tengo entendido, se dedicaba al petróleo.

—En esta planta hay aún más trabajo que en la planta baja.

—Desde luego, de positivo tienes bien poco, más bien eres muy
negativo. Subamos a la segunda planta, puede que al verla cambies de
opinión.
Ash no pudo evitar volver a reír. Y Alex lo miró embobada.

Puede que yo sea pesimista, pero esta chica tiene suficiente optimismo
por los dos, pensó él.

—Algunos de los muebles son impresionantes —dijo él mientras


subían la escalera y ella alumbraba el suelo con la linterna.

—Es cierto.

Cuando llegaron a la última planta y Alex enfocó con la linterna a su


alrededor, él empezó a reír y le contagió la risa a ella.

Esa planta estaba prácticamente en ruinas. Los techos estaban


hundidos y se podía apreciar el cielo por algunos agujeros.

—Tenías razón. Desde luego a esto no se le pueden llamar goteras.

Esa planta era enorme, ocupaba lo mismo que cuatro de las


habitaciones de la planta inferior. A pesar de ser un día gris había bastante
luz que entraba por los huecos del techo.

—Ahora entiendo por qué has dicho que los techos son tu prioridad. Es
una lástima que haya entrado el agua de la lluvia, porque aquí hay cosas de
mucho valor. Esos baúles tallados valdrían una fortuna, si estuvieran en
buenas condiciones.

—Es posible que pueda restaurarlos. Jake se ofreció a ayudarme a


bajarlos, pero con la escalera así es arriesgado. Además, él tiene mucho
trabajo, y ya me ha ayudado bastante. De todas formas, lo he colocado todo
en ese rincón para que no se moje.

—He de decir que, a pesar del mal estado en que está la casa, es una
maravilla —dijo él mientras bajaban la escalera—. A mi hermano le
encantaría.

—En ese caso, si decides vivir aquí, acondicionaremos una habitación


para él y podrá venir cuando quiera.
—Eres muy amable.

—¿Tu hermano es tan serio como tú?

—No, él no es nada serio, todo lo contrario. ¿Me enseñas el exterior?

—Claro. Salgamos por la puerta de atrás.

Cuando llegaron a la puerta Alex descorrió los tres enormes pestillos.

—Buenos cerrojos. Supongo que no estaban en la casa cuando la


compraste, porque son nuevos.

—Supones bien, los puse yo —dijo mientras salían al exterior.

—¿Tienes miedo?

—No es miedo sino precaución. La casa está aislada. Menos mal que
la niebla ha desaparecido, así podrás ver con claridad.

—¿Cuánto terreno tienes?

—No estoy segura, tendría que ver la escritura, pero sé hasta donde
llega mi propiedad. Por ese lado, hasta aquel muro que se ve a lo lejos —
dijo ella señalando con la mano.

—Este sería un buen sitio para tener un huerto.

—Ya lo había pensado. Y en aquel lado, un poco más alejado de la


casa, me gustaría construir un gallinero, con un trozo de terreno vallado
para que los pollos salgan fuera. Tendríamos huevos y carne. Eso no estaría
mal, ¿eh? —dijo ella mirándole y sonriendo.

—No, nada mal.

—Aunque yo sería incapaz de matarlos.

—Todo es acostumbrarse.
—¿Tú serías capaz?

—He matado a muchos pollos en mi vida.

Y a muchos hombres también, pensó Ash.

—Pues si vienes a vivir aquí, serás el encargado oficial de asesinarlos.


Vayamos a la parte delantera —dijo entrando en la casa de nuevo.

Ash la vio cerrar los tres pestillos y estuvo seguro de que tenía miedo
de algo. Se preguntó, de nuevo, por qué corría los cerrojos estando a solas
con él, siendo un desconocido.

Salieron al porche, que era enorme y ocupaba todo el frontal de la


casa, y caminaron hacia la esquina.

—Aquel cobertizo que se ve a lo lejos es donde guardaban las cosas de


jardinería. De hecho, siguen allí.

—Tiene el tamaño de una casa, y no pequeña.

—Sí, es muy grande. Dentro hay un montón de herramientas y


utensilios de jardinería. Hay incluso un tractor enorme.

—Seguramente tendrían un bonito jardín.

—Estoy segura de ello. Nosotros también tendremos un bonito jardín.

—¿Nosotros? Todavía no he aceptado tu propuesta.

—Lo harás. Después de ver la casa ya no podrás resistirte a vivir en


ella —dijo ella sonriendo—. Mi terreno llega hasta la cerca esa que se ve a
lo lejos.

Luego caminaron hasta el otro lado del porche.

—Por este lado llega hasta la carretera por la que has venido. Y por allí
—dijo ella señalando hacia el centro—, hasta aquel grupo de árboles,
incluidos. Junto a ellos hay un arroyo que está dentro de mi propiedad. Y
hay un remanso grande y profundo para bañarse, y el agua es cristalina.

—Tienes mucho terreno.

A Ash le gustaba que, cada vez que se acercaba un centímetro más de


lo normal a ella, Alex se desconcertaba y no sabía adónde mirar.

—Sí. Vamos, te enseñaré el garaje —dijo bajando los escalones del


porche con cuidado—. Es muy grande, como la casa, y en él caben cuatro
vehículos, tal vez cinco. Aunque ahora tengo dentro toda la maquinaria de
la carpintería de mi abuelo y algunos de los muebles que traje de su casa.

—¿Por qué has traído lo de la carpintería?

—Porque voy a encargarme de todo el trabajo de carpintería de la casa.


Soy buena con la madera.

—Va a ser muchísimo trabajo.

—Lo sé, pero no me preocupa trabajar duro.

Después de ver el garaje volvieron al exterior.

—Sólo me queda por mostrarte el establo.

—¿Tienes caballos?

—Solo uno, el que te dije que me había regalado Jake. Si vienes a vivir
aquí, conseguiré otro para ti. Jake se dedica a la cría de caballos de pura
raza y tiene unos ejemplares espectaculares.

—Es tentador todo lo que me ofreces.

—Lo sé —dijo ella sonriendo y entrando en los establos—. Aunque sé


que estás siendo sarcástico de nuevo. Aquí también habrá que hacer unos
cuantos arreglos.

—Qué raro.
Ella volvió a sonreír.

—Pero, al menos, el techo está intacto.

Nada más entrar se oyó el relinchar del caballo. Alex se acercó al box
en el que estaba el animal y abrió el portón. Ash vio cómo acariciaba al
precioso ejemplar y lo besaba. Y entonces supo que ella era la chica que
había visto llegar al bar con el caballo.

—Se llama Black.

—Es precioso —dijo él colocando la mano delante del caballo para


que lo oliera—. ¿Fuiste ayer al bar con él?

—Sí, ¿por qué?

—Te vi cuando llegaste. Estaba haciendo tiempo en el coche.

—Ah… No me lo habías dicho.

—Es que no sabía que eras tú, porque no pude verte el rostro.

—¿Volvemos a la casa?

—Sí.

Ash vio que, nada más entrar, Alex cerraba los pestillos de la puerta de
nuevo. Empezó a pensar que a esa chica le había ocurrido algo muy serio.

—¿Quieres otro café? ¿O una copa? Tengo whisky.

—No bebo alcohol, pero sí me tomaría otro café.

Ash estuvo mirando el estado de la cocina mientras ella preparaba otra


cafetera. Aunque también la miraba a ella.

Después de que Alex sirviera los cafés se sentaron a la mesa.

—¿Has tomado una decisión?


—Vendré mañana por la mañana para ver la casa a la luz del sol. Y si
no te importa, le haré unas fotos a los techos para que los vea mi hermano.

—De acuerdo. Aunque no quiero sacar los tablones de las ventanas, al


menos, hasta que tú vengas a vivir aquí. ¿No vas a contestar a mi pregunta?

—Creo que me vendría bien estar aquí por un tiempo, mientras decido
qué quiero hacer con mi vida. Me sentaría bien un cambio como este, con
aire puro y trabajo duro. Apuesto a que es lo que necesito. Y, Alex. No hace
falta que nos casemos. Te ayudaré a rehabilitar la casa, estemos casados o
no.

—Si vienes a vivir conmigo, nos casaremos.

—¿Por qué me has elegido a mí?

—Bueno… Yo pienso que ningún camino es sencillo, ni existe un


camino correcto o incorrecto —dijo ella sonriendo—. Así que he decidido
que es mejor elegir a alguien adecuado para que me acompañe en el viaje.

—¿Y crees que yo soy ese alguien adecuado?

—Sí —dijo ella con una tierna sonrisa—. Creo que eres el hombre
perfecto. No tienes que trabajar, de momento, y sabes de construcción.
¿Qué más podría pedir? ¿Aceptas mi propuesta?

Ash se quedó un tiempo mirándola, pensativo.

—Sí, si tú estás también decidida.

—Pero has dicho que querías ver la casa con la luz del sol, y aún no lo
has hecho.

—La verdad es que el sol me importa una mierda —dijo él serio.

Ella volvió a reír.

—De acuerdo —dijo Alex—. Aceptaré, siempre que me asegures que,


al menos, te quedarás aquí hasta que la casa esté completamente terminada.
—No hay problema. ¿Desde cuando vives aquí?

—Desde hace un mes.

—¿Cómo lo haríamos? Me refiero a lo de casarnos.

—En primer lugar tendríamos que ir a un abogado para que redactase


el acuerdo prematrimonial. Y luego casarnos.

—¿Dónde quieres casarte?

—Depende de ti. Yo no tengo familia aquí y no conozco a nadie,


excepto a Dani, a su hermano y a Jake, que será mi padrino. Si tú quieres
que asistan muchas personas a la boda y no quieres que se desplacen hasta
aquí, podemos casarnos en Nueva York. No tengo problema con eso.

—Sólo asistirá mi hermano a la boda y, ni siquiera estoy seguro de si


vendrá, así que lo haremos aquí. ¿Quieres casarte por la iglesia?

—No es necesario. El juzgado será suficiente…, a no ser que tú


quieras casarte por la iglesia, en ese caso, no tengo inconveniente.

—Yo no quiero casarme por la iglesia. Ya lo hice una vez y no me


salió bien. Pero nos casaremos por la iglesia si a ti te hace ilusión.

—Ash, esto no es un matrimonio convencional.

—Tienes razón. ¿Cuándo quieres casarte?

—Cuanto antes —dijo ella.

—En ese caso, podemos ir mañana a un abogado y que redacte el


acuerdo.

—Tendremos que ir a Somerset.

—Aprovecharemos para comprar allí los anillos. Podríamos casarnos


el sábado, si el abogado prepara los papeles del acuerdo antes. Y si nos dan
hora en el juzgado, claro.
—Por mi está bien.

—¿Quieres que me quede hoy contigo? No tengo nada que hacer y


podría ayudarte.

—¿Te refieres a quedarte a dormir?

—Si tú quieres… Podríamos aprovechar mañana el día trabajando.

—Vale.

—En ese caso, iré al hotel a recoger mis cosas —dijo él levantándose.

—Cuando vuelvas entraremos un colchón que hay en el garaje y lo


pondremos en la habitación que quieras —dijo ella levantándose también y
acompañándolo a la salida.

Alex volvió a descorrer los cerrojos de la puerta y salieron de la casa.


Y ella cerró la puerta con la llave cuando estuvieron fuera. Desde el porche
vieron un caballo acercarse. Alex tragó saliva. El jinete llevaba a una niña
sentada delante. Alex y Ash bajaron los escalones. El caballo se detuvo
frente a ellos.

—¡Mami!

—Hola, cariño —dijo Alex bajándola del caballo y abrazándola—. ¿Te


has divertido?

—Sí, mucho. El tío Jake me ha regalado un potrillo.

Jake desmontó y besó a Alex en la mejilla.

—¿En serio?

—Sí, pero no lo puedo traer a casa hasta que crezca un poco más,
porque tiene que estar con su mamá.

—Eres una niña con suerte. Ash, quiero presentarte a mi amigo, Jake.
Jake, él es Asthon, el hombre de quien te hablé.
—Un placer conocerte —dijo Jake tendiéndole la mano.

—Lo mismo digo —dijo Ash estrechándosela—. ¿Puedo hablar un


momento contigo? —dijo Ash a Alex.

—Claro.

—Entremos en casa, aquí hace frío —dijo Jake cogiendo a la niña en


brazos y cogiendo las llaves de la casa que le daba ella—. Ya nos veremos.

—Sí —dijo Ash—. Parece que olvidaste mencionar algo al hablarme


sobre ti. ¿Por qué no me dijiste que tenías una hija?

—Yo te pregunté si tenías hijos, pero tú no me preguntaste nada al


respecto. Pensaba decírtelo…

—¿Cuándo? ¿Después de casarnos?

Se quedaron un instante mirándose, sin decir nada.

—Tengo que marcharme.

—Vale —dijo ella apartándose del coche para que él abriera la puerta
—. Supongo que no volverás por aquí.

—Deberías haberme dicho lo de la niña.

—Te habrías enterado hoy mismo.

—¿Tienes también un exmarido?

—No, soy madre soltera.

—¿Cuántos años tiene tu hija?

—Seis.

Ash se estremeció, porque esa sería la edad que tendría su hija en esos
momentos.
—¿Cómo es posible?

—La tuve a los quince años.

Ash entró en el coche y cerró la puerta. Luego bajó la ventanilla.

—Supongo que has cambiado de idea y ya no querrás casarte conmigo.

—No tenías que haberme mentido.

—No te he mentido, simplemente, no lo mencioné.

—¿Qué diferencia hay?

Ash vio que los ojos le brillaban por las lágrimas retenidas.

—Siento haberte hecho perder el tiempo. Envíame un correo


diciéndome lo que te has gastado y la cuenta de tu banco. Te haré una
transferencia.

—No hace falta. Adiós, Alex.

—Adiós, Ash.

Alex estuvo mirando cómo se alejaba el coche, sin apartar la mirada de


él, hasta que lo perdió de vista. Luego miró al frente, a ese paisaje
descuidado y gris. El viento soplaba fuerte y se sintió morir por las
emociones que ardían en su interior.

Se secó las lágrimas, que ni siquiera sabía que se le habían escapado.


Respiró profundamente y entró en la casa.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Jake que estaba sentado en la mesa de la


cocina.

—No volverá.

—Supongo que se ha asustado al ver la casa.


—No, creo que la casa es lo que ha hecho que aceptara casarse
conmigo.

—¿En serio?

—Sí.

—Un momento. ¿Has dicho que había aceptado casarse contigo?

—Sí, íbamos a casarnos el sábado. Me habría sido muy útil alguien


como él. Está trabajando con su hermano, que es arquitecto y constructor.

—¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?

—No le había dicho que tengo una hija.

—¿Por qué?

—Pensé que si se lo decía, no aceptaría mi propuesta. Ahora ya no


importa. Sabes, creo que era el hombre perfecto para mí.

—Desde luego tiene buena planta.

—Voy a cancelar la cita del otro que se puso en contacto conmigo. Y


hoy mismo retiraré el anuncio, no quiero que vuelva a salir en el periódico.
Buscaré a alguien para que se encargue de los techos y el tejado y el resto lo
haré, poco a poco. De todas formas, no tengo prisa.

—Parece que te ha afectado su rechazo —dijo Jake que la conocía bien


y sabía que estaba a punto de llorar.

—He pasado cosas peores. Me recuperaré.

Ash fue al hotel y subió a su habitación. Metió sus cosas en la bolsa de


viaje y volvió a bajar. Después de pagar la habitación salió para Nueva
York.

Fue todo el camino pensando en Alex y en todo lo que habían hablado


desde que se habían conocido. Le gustaba esa chica. No de una forma
sexual. Aunque tenía que reconocer que era preciosa… y demasiado joven.
Y además, tenía una hija de seis años. Se estremeció sólo de pensarlo. Alex
le había caído muy bien.

Cuatro horas y media después entró en la casa de su hermano.

—Hola —dijo entrando en la cocina donde Neithan revisaba unos


documentos.

—Hola. ¿Qué tal todo? ¿Cómo es esa mujer?

—Es una chica preciosa. Y muy joven, tiene veintiún años.

—¿Y busca marido?

—Sospecho que tuvo un problema con algún hombre en el pasado.

—¿Qué clase de problema?

—No lo sé. No ha querido hablarme de ello. Lo que sí sé es que está


asustada.

—Cuéntame lo que ha pasado.

Ash le contó todo, sin ocultar detalle.

—Su casa te encantaría, incluso en las condiciones en las que está.

—¿Y habías aceptado casarte con ella?

—Sí.

—Y cambiaste de opinión cuando viste a la niña.

—Tiene el mismo color de ojos que Laura.

—Y el mismo que nosotros.

—Sí. Me sentí desconcertado al ver a la pequeña.


—¿Y por qué dices que está asustada? ¿Por lo de los cerrojos?

—Sin duda ha tenido una mala experiencia con alguien. La noté tensa
sólo por estar cerca de ella.

—No lo entiendo. Dices que está asustada, pero sin embargo aceptó
que te quedases con ella esta noche, sin conocerte.

—A mí también me extrañó. Me hizo gracia cuando corrió los cerrojos


de la puerta, conmigo dentro. Podría haber sido un asesino. Es posible que
esté buscando un marido para que las proteja.

—Has dicho que te cae bien y que te gustó la casa. Y también que te
habría gustado ayudarla a rehabilitarla. Y ahora me dices que busca a
alguien que las proteja. ¿Por qué no te casas con ella y la ayudas? Te iría
bien el cambio. Y no conozco a nadie más apropiado para protegerlas.

—Sí, soy muy bueno protegiendo a la gente.

—No seas sarcástico, Ash. Sabes que no podías haber hecho nada para
salvar a Laura, porque estabas fuera del país. Y no sigas culpándote, porque
si alguien tuvo la culpa, fue tu mujer. Ella era quien no tenía que haber
perdido de vista a la niña ni un solo instante en aquel parque.

—¿Vas a salir? —preguntó al ver que su hermano estaba vestido,


porque no quería seguir hablando de su hija.

—He quedado con una chica para cenar. Pero puedo cancelarlo.

—No digas tonterías. Yo me prepararé cualquier cosa.

—Entonces, ¿no volverás a ver a esa chica?

—No.

Ash y Neithan salieron a correr temprano al día siguiente, como hacían


cada mañana. Y después de desayunar fueron juntos al trabajo. No hablaron
más durante el día porque Neithan estuvo toda la mañana en el estudio de
arquitectura y comió con el ingeniero. Recogió a Ash en la obra al terminar
la jornada y se fueron a casa.

Ash se metió en el gimnasio mientras su hermano se duchaba y


preparaba la cena. Después de machacarse durante una hora, se duchó y fue
a la cocina. La cena ya estaba sobre la mesa.

—¿Has recapacitado sobre lo de esa chica? —preguntó Neithan


mientras cenaban.

—¿Qué chica?

—¿Con cuántas chicas te has visto últimamente?

—No tengo que recapacitar nada. Me mintió, y ya sabes que no me


gustan las mentiras.

—Técnicamente no te mintió, simplemente, no mencionó que tenía


una hija. Pero no fue porque quisiera ocultártelo, porque la habrías visto
unos minutos después.

Ash permaneció en silencio.

—Los chicos me han dicho que has estado todo el día de mal humor y
ni siquiera has hablado con ellos. Y apuesto a que has estado pensando en
ella todo el día.

—Tal vez deberías darles más trabajo, para que no se distraigan


mirando a los demás.

—Están preocupados por ti. Ash, te conozco bien, y sé que estás


preocupado por esa chica y por su hija.

—Encontrará un marido y, si la experiencia conmigo le ha servido de


algo, le dirá que tiene una hija tan pronto lo conozca.

Después de cenar, Neithan se quedó en la cocina revisando unos


papeles y Ash fue al salón a ver la televisión. Empezó a ver una película,
pero media hora después apagó el televisor. Había estado distraído con sus
pensamientos y no se había enterado de nada. Se quedó un rato en el sofá,
pensando, hasta que decidió acostarse.

Se durmió pensando en Alex… y en la niña. Y soñó con ellas. En su


sueño las había visto escondiéndose de alguien que había entrado en la casa
por la noche. Se despertó sudando y con la respiración alterada. Tuvo que
levantarse porque estaba muy intranquilo. Pensó que tal vez su hermano
tuviera razón y debiera ir a vivir con ellas para protegerlas. Pero se lo quitó
rápidamente de la cabeza.

Sabía que no podría dormirse de nuevo, así que se puso a limpiar todas
las armas que tenía en una bolsa, desmontándolas y volviendo a montarlas.
Manejar armas siempre lo tranquilizaba.

Ash tomó un café con los primeros rayos de sol y luego salió de casa
para comprar el periódico, el New York Times, que era donde Alex había
puesto el anuncio. Quería saber si todavía seguía buscando marido, aunque
tampoco estaba seguro de los días en que el anuncio aparecía en el diario.

Al volver al coche abrió el periódico y leyó todos los anuncios, pero el


de ella no estaba. Alex le había dicho que esa semana había quedado con
otro hombre, pero no le había mencionado el día. Cabía la posibilidad de
que hubiera sido el día anterior, y que él hubiera aceptado casarse con ella.
De ser así, habría cancelado el anuncio.

Volvió a casa pensando en enviarle un correo para disculparse por


haberla dejado colgada, después de aceptar casarse con ella. Quería decirle
también que cancelara la cita con ese otro hombre, si aún no lo había
conocido. Porque lo cierto era que tenía miedo de que lo conociera y le
gustara más que él.

Ash sabía que él también le había caído bien. Casi podría decir que le
gustaba, porque la notaba intranquila cuando él estaba cerca y se sonrojaba
a menudo, incluso, simplemente con que la mirara. Aunque también podría
ser por su timidez.

Pero otra parte de su mente le decía que la olvidara, porque no estaba


capacitado para protegerlas. Así que se lo quitó de la cabeza. Por el
momento.

Al día siguiente Ash también se levantó muy temprano, porque seguía


sin poder descansar bien. Era miércoles. Salió de casa y, antes de ir al
trabajo volvió a comprar el periódico, y el anuncio tampoco aparecía en él.
Había pasado la noche pensando que, si le sucedía algo a Alex o a la niña,
él sería el culpable.

Cogió el teléfono para enviarle un correo, pero decidió que antes


debería hablar con Neithan, porque no quería meter la pata.

Pasó todo el día dándole vueltas al asunto, pensando cuál sería la


mejor forma de disculparse con ella.

—He decidido que voy a casarme con Alex, si todavía está disponible
—dijo Ash cuando se sentaron a cenar.

—¿La has llamado ya para decírselo?

—No tengo su teléfono.

—¿Has perdido todos tus contactos? Antes no tardabas ni cinco


minutos en conseguir el teléfono de alguien. ¿Sabes su nombre completo?

—Alexandra Olivia Gallagher.

—Bonito nombre. Ese apellido es irlandés.

—Sus abuelos eran irlandeses.

—¿Averiguarás su teléfono?

—Podría hacerlo. O puedo enviarle un correo electrónico. El problema


es que no sé qué decirle, quería hablar antes contigo.

—Entonces será mejor que le escribas, no vayas a quedarte mudo al


teléfono —dijo Neithan sonriendo.

—¿Qué puedo decirle?


—La verdad siempre es la mejor opción. Dile que te asustaste al ver a
la niña, porque no lo esperabas. Y tiene gracia que tú, un SEAL, se asuste
de una criatura. Dile que, después de recapacitar, has comprendido que eres
un capullo insensible al dejarla plantada, sólo por ser madre soltera. Y que
sigues queriendo casarte con ella. Dile que irás mañana y que iréis al
abogado para que redacte el acuerdo prematrimonial, y que lo arreglaréis
todo para casaros el sábado, como teníais planeado.

—Es posible que haya conocido al otro candidato y haya decidido


casarse con él.

—Olvida eso. Por lo que me has contado de esa chica, tú le caíste bien
y confiaba en ti. Envíale ese correo.

—De acuerdo.

—Y dile que yo seré el padrino. Me reuniré con vosotros el viernes


para asistir a la boda y de paso echaré un vistazo a la casa.

—¿Vas a ir?

—¿Crees que me perdería tu boda? Me has dicho que Alex es preciosa,


y quiero comprobarlo con mis propios ojos. Y me muero por ver esa casa,
de la que no has dejado de hablar en tres días.

—Gracias.

—Escribe ese correo ahora. Y, por favor, leelo detenidamente antes de


enviarlo, no vayas a cagarla de nuevo.

—Lo haré.

Ash tardó media hora en escribir el correo en el móvil, después de


rectificarlo un montón de veces y borrarlo otras tantas. Cuando creyó que
todo estaba correcto, lo envió y se acostó.

Alex estaba en la mesa del salón trabajando con la contabilidad de un


cliente, como hacía cada noche cuando su hija estaba dormida. Había
pasado un día horrible, al igual que los dos anteriores. Desde que vivía allí,
aprovechaba mientras la niña estaba en el colegio para hacer cosas en la
casa, pero ahora no podía concentrarse y había desperdiciado tres días.

Aunque había sacado de la planta baja las cosas que estaban en mal
estado y no se podían aprovechar y las había llevado al centro de basura, y
eso ya era algo. Además se había entretenido en destrozar con el hacha los
muebles que no se podían recuperar. Eso la ayudó a soportar la frustración
que sentía por haber perdido a Ash. Se sentía culpable por no haberle
hablado de su hija. De haberlo hecho, puede que estuviesen hablando de la
boda en ese momento.

No podía quitarse a ese hombre de la cabeza. Le gustaba mucho. Era el


primer hombre por el que había sentido interés, a pesar de haber pasado con
él poco más de tres horas. Y lo había perdido. Por estúpida.

No podía concentrarse tampoco en el trabajo, así que cerró la página y


abrió el correo.

El domingo anterior, tan pronto se marchó Ash, había cancelado la


entrevista que tenía con el otro candidato y esperaba su contestación, para
estar segura de que la había recibido. Y sí, le había contestado. Y entonces
vio que tenía otro correo. Al ver que era de Ash, los latidos de su corazón se
incrementaron y se sintió intranquila. Lo abrió y lo leyó.

Hola, Alex.

Tengo que disculparme por mi comportamiento del domingo. Me porté


como un estúpido. Había aceptado casarme contigo, pero al ver a tu hija…,
no sé lo que me ocurrió. Me asusté. No sé si porque tuvieras una hija o
porque no me hubieras puesto al corriente de ello. Sé que tú tampoco lo
hiciste bien, pero he pensado que te debía una explicación.

Por favor, cancela la entrevista que tenías con el hombre que tenías
que ver esta semana, si no lo has visto aún. Si todavía quieres casarte
conmigo, dímelo y saldré mañana temprano.

Podremos ir al abogado mañana mismo, si te parece bien. Me quedaré


en el hotel hasta que nos casemos, el sábado, como teníamos planeado. Si
aceptas, mi hermano se reunirá con nosotros el viernes.

Espero tu contestación. Un saludo.

Ash.

Alex se echó hacia atrás en la silla y respiró hondo. Luego le contestó


y se acostó con el teléfono en la mano.

Ash oyó la entrada del correo en su móvil, que estaba en la mesita de


noche. Encendió la lamparita de nuevo y lo leyó.

Hola, Ash.

Espero que tuvieras un buen viaje de vuelta a casa.

No tienes que disculparte por tu comportamiento, porque fui yo quien


lo propició. Y quien lo estropeó todo.

Seré sincera contigo. Me caíste bien desde el momento que te conocí y


pensé que, si sabías que tenía una hija, no aceptarías mi proposición. Sé
que los hombres huyen de las mujeres con hijos. Y a pesar de que lo
descubrirías en minutos, pensé que si ya habías aceptado casarte conmigo
no te echarías atrás. Bueno, lo cierto es que no lo pensé demasiado, obré
sin pensar. Pero sí sabía que si te perdía, no encontraría a otro como tú. Me
refiero en cuanto a tus habilidades con el trabajo.

Tan pronto te marchaste el domingo, cancelé el anuncio del periódico


y la cita que tenía con el último candidato. Ya no quería conocer a nadie
más. Así que, sí, sigo queriendo casarme contigo. Y no hace falta que te
quedes en el hotel, al fin y al cabo, nuestro matrimonio va a ser de
conveniencia, y no necesitamos mantener las apariencias. Y además,
estamos en el siglo XXI.

Por favor, conduce con cuidado, no quiero perderte ahora.

Buenas noches.

Alex.
Ash sonrió por sus palabras. Se levantó de la cama y fue al cuarto de
su hermano, que ya estaba durmiendo.

—Neithan.

—¿Qué pasa?

—Le he enviado el correo y me ha contestado. Nos casaremos el


sábado.

—Estupendo.

—Voy a mi casa a recoger algunas cosas y luego iré a verla.

—¿Vas a ponerte en camino sin dormir?

—No podría dormir, aunque lo intentara. Me llevaré también las


herramientas que tengo en el coche por si las necesitamos.

—Llévate lo que quieras. Si necesitas algo más, dímelo y te lo llevaré


el viernes.

—De acuerdo.

—Y llámame cuando llegues.

Después de que Ash metiera en una maleta toda la ropa que tenía en
casa de su hermano, que no era mucha, se marchó.

Era medianoche cuando Ash llegó a su apartamento.

Se dispuso a seleccionar lo que quería llevarse. Sacó del vestidor todos


los vaqueros que tenía, incluidos los más viejos, porque sería los que más
utilizaría, y los dejó sobre la cama. Luego hizo lo mismo con las camisetas.
También cogió un par de trajes de invierno, uno negro y uno gris. Añadió
algunas camisas y dos pijamas. No solía dormir con pijama, pero iba a vivir
con una mujer y una niña y los necesitaría. Dejó sobre la cama dos
pantalones de vestir, algunos jerseys y dos cazadoras. Luego cogió
calcetines, ropa interior, dos corbatas, gorros, guantes y una bufanda.
A continuación revisó los zapatos. Cogió unos negros de vestir,
pensando en la boda, dos deportivos y dos pares de botas de piel.

Añadió al montón de ropa un chubasquero y tres cinturones.

Metió cada par de zapatos en bolsas y luego las puso todas en una
bolsa grande de viaje.

Necesitó dos maletas grandes para meter toda la ropa y luego las cerró.

Fue al baño a ducharse y salió poco después con una toalla envuelta a
las caderas. Cogió del armario una mochila y volvió al baño. Metió en ella
todo lo de aseo que pensó que podría necesitar para los primeros días.

Llevó las dos maletas, la bolsa de viaje, las dos fundas con los trajes y
la mochila al recibidor.

Se paró a pensar en la ropa de casa y decidió llevarse dos edredones y


un par de almohadas que encontró en un armario y estaban dentro de fundas
de plástico con cremallera. Luego cogió otra maleta y metió sábanas y
fundas de los edredones. Volvió al baño y cogió unas cuantas toallas. No se
le ocurría nada más.

Antes de marcharse echó un vistazo a toda la casa. Le dejó una nota a


la señora que iba a limpiar, diciéndole que iba a estar un tiempo fuera, pero
que siguiera yendo cada semana, como siempre. Ash sabía que la mujer
necesitaba el dinero y no quería que perdiera el trabajo.

Después de hacer dos viajes al sótano para meterlo todo en el coche,


subió y se puso en camino.

Eran las cuatro de la madrugada cuando salió de Nueva York,


dispuesto a empezar su viaje, para comenzar una nueva vida.

Una hora después paró en una cafetería de la carretera a tomar un café.


Y luego siguió su camino.

—Dios mío, haz que todo vaya bien y que sea capaz de cuidar de ellas
—dijo para sí mismo mientras conducía.
A las nueve menos cuarto paró en el bar donde se había entrevistado
con Alex el sábado anterior. Compró dos cafés con leche para llevar, unos
bollitos de pan recién hecho, mantequilla, cruasanes y dos botellines de
zumo.
Capítulo 4
Alex se asustó al oír que llamaban a la puerta. Fue a la cocina y cogió la
pistola que guardaba allí. Luego caminó hacia el recibidor sin hacer el más
mínimo ruido.

—¿Quién es?

—Alex, soy Ash.

Ella se sobresaltó al oír su voz porque lo esperaba por la tarde. Guardó


la pistola en la cinturilla trasera del vaquero. Ash escuchó descorrerse los
cerrojos, antes de que la puerta se abriera.

¡Santa madre de Dios! Este hombre es un espécimen magnífico de la


cabeza a los pies, pensó ella al verlo.

—Hola —dijo con una radiante sonrisa, que mostraba el placer que
sentía al verlo de nuevo, y que a él le llegó a lo más hondo.

—Hola —dijo Ash complacido al ver el rubor de sus mejillas.

—Pasa, por favor. Pensé que llegarías por la tarde —dijo echándose a
un lado para dejarle entrar.

—Iba a salir esta mañana, pero anoche, cuando recibí tu correo, decidí
hacer las maletas y venir.

—¿Te pusiste en camino sin dormir?

—Quería llegar cuanto antes. Espero que no te importe que haya


venido antes de lo que esperabas.

—No me importa, todo lo contrario.

—Tenías razón, la casa se ve diferente con la luz del sol. Es una casa
fantástica y cuando acabemos con ella será preciosa.
—Sí, yo también lo creo. Me alegro de que te guste, así puede que te
quedes más tiempo con nosotras.

—He traído el desayuno. ¿Lo entras tú? Está en el asiento del copiloto.
Mientras, yo entraré mis cosas en casa.

En casa, repitió ella para sí misma. Eso suena bien.

Alex salió a la calle, indecisa por no haber cerrado la puerta. Él la


siguió hasta el coche.

Ash reconoció la forma de la pistola que escondía debajo de la


sudadera y se preguntó por qué iba armada. Y además, veía que se giraba
para mirar hacia la puerta de la casa mientras caminaban hacia el vehículo.

Ash dejó todas sus cosas en el recibidor y Alex cerró la puerta cuando
entró tras él y corrió los pestillos de nuevo.

Cuando entraron en la cocina Ash vio que se sacaba la pistola de la


espalda con disimulo, mientras él abría las bolsas del desayuno, y la
guardaba debajo de la mesa.

—No hacía falta que trajeses nada para desayunar.

—No sabía lo que tendrías en casa.

—Tengo una niña —dijo ella sonriendo—. Suelo tener las cosas
básicas.

—No lo había pensado.

—De todas formas, gracias.

—Lo he comprado en el bar donde trabaja tu amiga. Ella no estaba.

—Dani suele hacer el turno de tarde.

—¿Cómo se llama tu hija?


—Dawson Elizabeth.

—Unos nombres muy bonitos.

—Dawson me gustaba, pero quise ponerle además el nombre de mi


madre.

—Supongo que está en el colegio.

—Sí.

—¿Lleva el apellido de su padre?

—No, lleva mi apellido.

—¿Mantienes contacto con él?

—No. Mi hija llega a casa sobre las cuatro y media. ¿Quieres que
vayamos al pueblo después de desayunar? Ya te dije que el hermano de
Dani es abogado y me ayudó con la compra de la casa. Puedo llamarle y
preguntarle si puede recibirnos.

—Me parece bien. No queda mucho tiempo hasta el sábado. Aunque,


claro, no tenemos prisa y podemos posponer la boda.

—Prefiero que no la demoremos, no vayas a echarte atrás.

—No voy a echarme atrás.

Alex cogió el móvil y marcó el número.

—Hola, Alex.

—Hola, Daniel, ¿puedes hablar?

—Sí. He hablado con mi hermana esta mañana y me ha dicho que ibas


a casarte. Me ha cogido por sorpresa porque ni siquiera sabía que tenías
novio.
—Es porque él vivía en Nueva York. De hecho, te llamo por lo de la
boda. Queremos casarnos el sábado, suponiendo que no pongan
impedimentos en el juzgado.

—Yo me encargaré de que os caséis el sábado. Y asistiré a la boda.

—Eso lo daba por hecho. Necesitamos un acuerdo prematrimonial.


Pensábamos ir a Somerset esta mañana.

—Pasaos por aquí a las doce y media, que ya habré vuelto del juzgado,
y lo dejaremos solucionado hoy. Traer con vosotros los documentos de
identidad.

—De acuerdo, nos vemos luego —dijo ella antes de colgar—. Nos
recibirá hoy, a las doce y media.

—Estupendo. ¿Has pensado dónde voy a dormir?

—He limpiado esta mañana la habitación que hay junto a la cocina. Ya


sabes que hay tres armarios y tres cómodas, así que cabrán todas tus cosas.
Había tres camas pequeñas, pero las saqué y las llevé al vertedero. Eran de
metal y estaban dobladas y oxidadas. Y los colchones estaban hechos polvo.
De todas formas, aunque una de las camas hubieran estado en perfecto
estado, tú no cabrías en ella, ni por asomo. Pero en el garaje hay un colchón
nuevo, todavía lleva el plástico. Lo compró mi abuelo, pero murió antes de
que lo llevaran a casa. Podemos entrarlo cuando volvamos.

—Muy bien.

—Voy a cambiarme.

Cuando ella salió de la cocina, Ash se agachó para ver cómo estaba
unida la pistola a la mesa. Había sujetado la funda al tablero de la mesa con
cinta americana, de manera que se podía meter y sacar el arma fácilmente.
Luego metió las cosas del desayuno en el fregadero y las lavó.

Ash llevó al dormitorio donde iba a dormir todo lo que había traído de
Nueva York. Encendió la lámpara de pie que ella había dejado allí y
empezó a colocar la ropa en uno de los armarios y en una de las cómodas.

—¿Necesitas más espacio? —preguntó Alex desde la puerta poco


después.

Ash la miró. Llevaba el mismo vestido que cuando se encontraron por


primera vez y una cazadora encima.

—No, no he traído muchas cosas.

—¿Porque te vas a quedar poco tiempo?

—No, la verdad es que no tengo mucha ropa. Cuando trabajaba no


pasaba mucho tiempo en casa.

—Siento que no haya perchas para colgar la ropa. Las que había en los
armarios eran de alambre y estaban retorcidas.

—No te preocupes, yo he traído algunas de casa.

—Siento que tengas que dormir en el suelo.

—No lo sientas, he dormido en sitios mucho peores, creeme.

—Ahora que estás aquí podemos bajar una cama. Aunque, ahora que
lo pienso, la medida del colchón del garaje es más grande que las camas de
las habitaciones de arriba. Puedo comprar un somier de la medida del
colchón.

—No te preocupes ahora por eso, ya lo decidiremos. ¿Estás lista?

—Sí. Es pronto, pero me gustaría aprovechar, ya que vamos al pueblo,


para hacer una compra grande.

—Pues en marcha.

—¿Vamos en tu coche o en el mío?

—En el mío, si quieres.


—No has dormido y estarás cansado. ¿Quieres que conduzca yo? —
preguntó ella después de salir de la casa y cerrar la puerta.

—Yo no duermo mucho, estoy bien.

—¿No duermes mucho, nunca?

—En mi trabajo pasamos varios días despiertos, durmiendo cinco


minutos de vez en cuando. Y ya estoy acostumbrado.

—Vaya, cinco minutos no es mucho tiempo

Ash abrió el coche con el mando y subieron. Se sentó al volante e


intentó no mirarle las piernas. Ese vestido era bastante corto y se le veían
unas piernas larguísimas. Y tampoco quiso mirarla a la cara ni fijarse en el
brillo que cubría esos tendarores labios.

¿Me siento atraído por esta chica? Menuda estupidez, llevo casi un
año sin prestar atención a ninguna mujer, pensó.

Ash arrancó y se centró en conducir.

—Se me hace raro ir contigo en el coche.

—¿Por qué?

—Nunca he subido en un coche con un hombre, excepto con mi abuelo


y con Jake.

—Te aseguro que conduzco muy bien. Conmigo estás segura, no tienes
que preocuparte.

Ash tenía una voz grave que la envolvía, como si estuviera


acariciándola. Y Alex se tensó por lo que había sentido al escucharlo.
Aunque no le aclaró que no estaba preocupada por su forma de conducir
sino por estar a solas con él dentro del coche.

—Vale —dijo ella en voz baja.


Ahora Ash estaba completamente seguro de que esa chica había tenido
un problema con un hombre.

—Es pronto y supongo que nos dará tiempo para ir a comprar las
alianzas.

—Sí, tendremos tiempo. Yo no suelo entretenerme demasiado cuando


voy a comprar. Todavía no me creo que vayamos a casarnos —dijo Alex.

—Aún estás a tiempo de cambiar de idea. Quiero que sepas que me


quedaré contigo hasta que la casa esté en condiciones, aunque no nos
casemos.

—No voy a cambiar de idea. ¿Tú prefieres no casarte?

—No me importa casarme. Aunque tenemos que hablar de algunas


cosas.

—¿Qué cosas?

—Quién se hará cargo de la compra, por ejemplo. No me refiero a ir a


hacer la compra sino al dinero que gastaremos en ella. Y de los gastos de la
casa.

—La comida corre de mi cuenta. Nosotras somos dos y tú uno.

—Yo como más que vosotras dos juntas.

—Da igual. No tengo problemas de dinero.

—Yo tampoco. ¿Sabes cocinar?

—Sí. Aprendí con las recetas de mi abuela que encontré cuando me


mudé a vivir con mi abuelo. Y luego amplié mis conocimientos viendo
vídeos en Youtube. ¿Tú sabes cocinar?

—Cosas sencillas: pasta, huevos, patatas fritas, carne a la plancha,


ensaladas..., ese tipo de cosas. Aunque mi especialidad son las barbacoas.
—Oh, sí, encender una barbacoa es muy complicado —dijo ella con
sarcasmo.

—Pues tengo que decirte que hay gente que no sabe hacerlo.

—Siempre hay excepciones para todo. ¿Qué te parece si yo cocino de


lunes a viernes y los fines de semana cocinamos juntos? Así no olvidarás
tus deliciosas especialidades.

Al escuchar el tono jocoso en su voz, Ash se volvió para mirarla y ella


sonrió. Él le devolvió la sonrisa, una de esas seductoras sonrisas que
aparecían en sus labios muy de tarde en tarde y que hizo que Alex se
estremeciera.

—Me parece perfecto. De acuerdo, tú te encargarás de la comida y yo


de los gastos de la casa: agua, luz, gas, calefacción, Internet... Además,
contrataré una linea de teléfono, con una niña en casa es necesario.

A Alex le gustó que pensara en su hija.

—Gastarás mucho más que yo.

—No importa. Y olvídate del mecánico, yo me encargaré de que tu


coche esté siempre a punto. Y, por supuesto, también me ocuparé de que
nunca nos falte madera para la chimenea.

—Vaya, me va a resultar muy rentable tenerte aquí.

—Yo también lo creo —dijo sin mirarla—. Así que aprovéchate


mientras dure.

—Lo haré —dijo ella sonriendo.

—Dijiste que tenías suficiente dinero para rehabilitar la casa.

—Sí.

—¿No crees que sería conveniente que contrataras a una empresa para
que se encargara de todo?
—Es que es mi primera casa y me hace ilusión restaurarla poco a poco,
y disfrutar mientras lo hago. Bueno, mientras lo hacemos.

—De acuerdo. Cuando venga mi hermano puedes decirle todo lo que


quieres hacer y él nos aconsejará. Y haremos el trabajo tú y yo, poco a poco
—dijo girándose para mirarla y dedicándole una preciosa sonrisa—. ¿Te he
dicho que me encanta tu casa?

—Creo que sí. Y a partir de ahora será nuestra casa.

Cuando llegaron al pueblo decidieron ir primero a la joyería. Eligieron


dos alianzas sencillas, eran iguales, aunque la de él más ancha. El joyero les
tomó las medidas y Ash memorizó la medida del dedo de Alex. Ash no
consintió que ella las pagara.

Cuando salieron, Alex dijo que iba un momento a una tienda que había
enfrente a comprar calcetines y ropa interior para su hija. Junto a la joyería
había una farmacia y Ash le dijo que tenía que comprar algo de allí y que la
esperaría en el coche.

Cuando la vio entrar en la tienda él regresó a la joyería y le pidió al


joyero que le mostrara anillos de compromiso. Compró el que le gustó y
guardó el estuche en el bolsillo de la cazadora, junto con el de las alianzas.

Alex vio a Ash apoyado en el coche y se sintió culpable porque el


corazón empezara a cambiar su ritmo, sólo por verlo.

Una mujer podría permanecer mirándolo todo el día y no cansarse


nunca de la vista, pensó mientras cruzaba la calle.

Ash levantó la mirada hacia ella. Tenía un asomo de barba y parecía


relajado. El corazón de Alex le dio otro vuelco. Ese hombre era, sin
proponérselo, un seductor.

¿Cuándo había pensado eso de un hombre?, se preguntó.

Llegaron al bufete unos minutos antes de lo acordado y tuvieron que


esperar a que el abogado llegara. Pocos minutos después, la secretaria les
hizo pasar al despacho.

Daniel, el abogado, se levantó cuando entraron y besó a Alex en la


mejilla.

Sin saber el motivo, a Ash no le gustó que ese hombre se tomara esas
confianzas con ella. Aunque no le pasó desapercibida la incomodidad de
Alex con su cercanía.

El abogado y Ash se miraron un instante cuando ella les presentó y se


estrecharon las manos.

Daniel hizo un borrador del acuerdo y les tomó los datos que
necesitaba. Les dijo que los documentos estarían listos para la firma al día
siguiente, viernes. Y les diría entonces a qué hora se celebraría la boda.

—¿En qué estaban pensando los padres del abogado? ¿En serio les
pusieron el mismo nombre a su hijo y a su hija? —preguntó Ash cuando
salieron del bufete.

—Sí —dijo ella sonriendo—. Por lo visto les gustaba mucho ese
nombre.

—Sigue siendo raro. Bueno, ya lo tenemos casi todo solucionado —


dijo Ash cuando le abrió la puerta del copiloto para que ella subiera al
coche, cosa que hizo que ella se ruborizara.

Ash evitó, con mucho esfuerzo, mirar los muslos de la chica.

—Cuando firmemos ya no habrá vuelta atrás.

—Tienes dos días para pensártelo —dijo él cuando se sentó al volante


—. No te veo muy convencida.

—No tengo dudas. Es solo que… es la primera vez que me caso. Para
ti, esto no es nuevo porque ya estuviste casado.

—Para mí también es nuevo porque la otra vez me casé enamorado.


O eso creo, porque jamás sentí por mi mujer lo que estoy sintiendo
cuando te tengo cerca a ti, pensó Ash.

A ella no le gustaron sus palabras. Era consciente de que ellos dos no


estaban enamorados, ya que acababan de conocerse, pero no hacía falta que
se lo recordara. De todas formas se preguntó por qué le habían molestado
sus palabras.

—¿Dónde está el supermercado?

—Ve recto y gira a la derecha en la segunda calle.

—Vale.

—Este coche es una pasada. ¿Lo tienes hace mucho?

—Lo compré hace un año, más o menos. Tuve un accidente con el


anterior y aproveché para cambiarlo.

—Es muy bonito. Y muy cómodo.

—Gracias. Tendremos que comprar una silla infantil para Dawson,


para ponerla en el asiento de atrás.

—No hace falta, yo llevo una en mi coche.

—Pero algún día usaremos el mío y no vamos a estar cambiándola de


uno al otro.

—Como quieras.

—¿Compraste la ranchera cuando te mudaste a vivir aquí?

—Era de mi abuelo, era el vehículo que usaba en el trabajo. Tenía


también un coche, pero cuando compré la casa decidí venderlo. Pensé que
la ranchera me sería más útil. Además, era mucho más nueva.

—Nos vendrá bien para cuando compremos materiales para la obra.


—Sí, y para llevar los escombros y las cosas que no queramos al
vertedero. Yo ya he hecho decenas de viajes.

Dejaron el coche en el aparcamiento del supermercado, cogieron un


carro y entraron.

—Déjame, yo llevaré el carro —dijo él. Ash quería recordar las veces
que había ido a comprar con su hija y la llevaba sentada frente a él.

En el primer pasillo se encontraron con la maestra de la niña.

—Hola, señora Anderson —dijo Alex deteniéndose.

—Ah, hola, Alex.

—La maestra que la sustituyó me dijo que estaba de baja por la gripe.
¿Se encuentra ya bien?

—Sí, han sido unos días terribles, pero acabo de ir al médico y ya me


ha dado el alta. Mañana volveré al colegio —dijo la mujer mirando a Ash y
pensando que tenía los mismos ojos que la niña.

—Me gustaría presentarle a mi prometido, Ashton Brady. Ash, ella es


la señora Anderson, la maestra de Dawson.

—Es un placer conocerle, señor Brady —dijo la mujer tendiéndole la


mano.

—Encantado —dijo él estrechándosela.

—No sabía que tenía novio —dijo la mujer extrañada.

—Es porque él vivía en Nueva York. Ha llegado esta mañana.

—Nos casamos el sábado —dijo Ash sonriéndole a la mujer.

—Vaya… Felicidades.

—Gracias —dijeron los dos al mismo tiempo.


—Por cierto. Dawson no irá mañana al colegio —dijo Alex—.
Estaremos liados con lo de la boda.

—No hay problema. Les dejo. Les deseo lo mejor.

—Muchas gracias —dijeron los dos.

—Vaya casualidad —dijo Alex cuando la mujer se alejó—. Es la


primera vez que la veo fuera del colegio.

—Al menos te has acordado de mi apellido.

—Tengo buena memoria —dijo ella dirigiéndose al pasillo de los


productos de limpieza.

Después de coger lo que necesitaban, y luego leche y yogures, fueron


al pasillo de las bebidas.

—Tendrás que decirme lo que te gusta y las marcas que prefieres.

—Si lo preguntas por la marca de cerveza —dijo él al verse frente a


ellas—, yo no bebo alcohol. Ya he bebido bastante durante los últimos
meses.

—Lo siento, acabo de acordarme de que lo mencionaste el otro día.


Presumiendo de mi buena memoria, y lo había olvidado.

—No lo sientas.

—Yo tampoco bebo alcohol, pero tengo que comprar cerveza porque a
Dani y a Jake les gusta.

—No tengo problemas con que los demás beban. Aunque mi hermano
sí bebe cerveza. Y pensando en él, compraremos una botella de whisky —
dijo cogiendo la marca que le gustaba a Neithan.

—¿Qué sueles beber tú?

—Coca cola, tónica, zumos…


—Perfecto —dijo ella dirigiéndose al pasillo de los refrescos, después
de que cogiera unas cuantas cervezas más.

Alex se dio cuenta de que las mujeres miraban a Ash, e incluso,


algunas pasaban dos veces por el mismo pasillo, simplemente para verlo
una segunda vez. Pero también notó que él no les prestaba ninguna
atención, estaba centrado en ella y en el carro que llevaba. Alex iba
hablando o contestando a las preguntas que él le hacía, mientras cogía los
productos que necesitaba de las estanterías.

A Ash le gustaba Alex. Cada vez más. Le fascinaba la franqueza con la


que hablaba de cualquier tema. Excepto de su problema, del que no había
mencionado nada hasta el momento. Aunque él tampoco había hablado del
suyo.

A Ash le gustaba cuando se ruborizaba al decirle algo, o simplemente,


cuando la miraba, prestándole toda su atención.

Salieron del supermercado con el carro a rebosar, lo metieron todo en


el todoterreno y se pusieron en marcha.

—Tenemos el tiempo justo para llegar. Procura ir rápido, por favor. No


quiero que el autobús deje a mi hija en casa sin estar yo allí.

—Llegaremos a tiempo —dijo al verla tan preocupada—. Deberías


empezar a acostumbrarte a no hablar de Dawson como tu hija, sino como
nuestra hija. O al menos, llamarla por su nombre.

—Tienes razón, lo siento. Estoy acostumbrada a que estemos solas.

—¿Le has hablado de mí?

—El día que te vio no le dije nada porque pensé que no volvería a
verte y no quería confundirla. Suele hacer muchas preguntas, sobre
cualquier cosa.

Ash pensó en su hija, que se pasaba el tiempo hablando y preguntando.

—Supongo que es lo normal en los niños de su edad.


—Sí, eso me han dicho. Pero esta mañana sí le he hablado de ti
mientras desayunábamos.

—¿Qué le has contado?

—Que te había conocido por Internet y que íbamos a casarnos.

—¿Te hizo alguna pregunta?

—Me hizo un millón de preguntas —dijo ella sonriendo—. Le dije que


sería bueno para nosotras tenerte en casa, para no estar solas, y que tú
cuidarías de nosotras.

—¿Qué le pareció?

—Creo que lo que más le gustó fue saber que iba a tener a alguien, a
un hombre, que pudiera ir a las reuniones del colegio. Dijo que así sería
igual que sus amigos, y que ya no se burlarían de ella diciéndole que no
tenía papá. A veces Jake me acompaña a las reuniones, pero todos lo
conocen y saben que somos amigos desde hace mucho tiempo. No me gusta
que se rían de ella, simplemente porque no tenga un padre.

—Los niños suelen ser crueles, sin darse cuenta.

—Le he dicho que nos casábamos en dos días.

—¿Cómo ha reaccionado?

—Únicamente me ha hecho una pregunta.

—¿Cuál?

—¿Va a ser mi papá?

Él la miró sin decir nada.

—Le he dicho que no sabía cuanto tiempo te quedarías con nosotras,


pero que mientras estuvieras aquí, serías su papá. Espero que no te importe.
La verdad es que su pregunta me cogió por sorpresa y no sabía qué decirle.
—Por supuesto que no me importa. ¿Qué sabe sobre su padre?

—No sabe absolutamente nada de él. Le dije que murió antes de que
ella naciera. De momento no me ha hecho más preguntas al respecto.

—¿Es cierto que murió antes de que ella naciera?

—No.

Ash no quiso ahondar en ello, porque la vio nerviosa. Ya se lo contaría


ella cuando estuviera preparada.

—¿Crees que le gustaré? —preguntó incómodo.

—¿A quién?

—A Dawson.

—No creo que haya ninguna persona, del sexo femenino, a quien no le
gustes —dijo ella sin mirarlo.

Ash giró la cabeza para mirarla y la vio ruborizada, pero no dijo nada.

—Cuando te vio el domingo me preguntó quién eras y le dije que un


conocido. Pero me dijo que eras guapo —dijo sonriendo.

—¿En serio?

—Sí. Parece que a las mujeres les afecta tu presencia.

—¿Tú te incluyes? —preguntó Ash, arrepintiéndose al instante de sus


palabras.

—Lo que hay entre tú y yo es… ¿Qué es? —preguntó ella, al no saber
cómo definir la relación que había entre ellos.

—Bueno, vamos a casarnos, y seremos un matrimonio. Aunque será


un matrimonio no convencional —dijo al verla de nuevo ruborizada.
—Eso es. Supongo que tú y yo seremos una especie de amigos, hasta
que decidas poner fin a nuestra relación.

—Aunque nuestra relación terminara en un futuro, no tendríamos que


dejar de ser amigos.

Permanecieron un instante en silencio.

—¿En qué piensas? —preguntó él poco después al ver que no decía


nada.

—En que la vida puede cambiar de repente —dijo ella volviendo la


cabeza para mirarlo—. Y que algo que jamás habrías pensado que pudiera
suceder, te alcanza en un instante, y no eres capaz de saber cómo ha
sucedido ni por qué.

—¿Te refieres a nosotros? —preguntó él.

—Sí. La verdad es que me gustaría que fuéramos amigos.

—Amigos —repitió él.

—Serías mi primer amigo.

—También tienes a Jake.

—A Jake no lo considero como un amigo sino como un familiar.


Acabo de darme cuenta de que nos hemos saltado la comida. Dawson va a
merendar en llegar.

—Entonces, merendaremos con ella.

Llegaron a casa diez minutos antes de que llegara el autobús escolar.

—He estado pensando que me gustaría que Dawson llevara mi


apellido —dijo él cogiendo del maletero algunas bolsas de la compra.

—Pero entonces…, sería tu hija, legalmente —dijo ella caminando tras


él hacia la casa con otras bolsas.
—Bueno. Vamos a casarnos y tú llevarás mi apellido. Y quiero que los
tres nos llamemos igual.

—¿Estás seguro? —preguntó ella abriendo la puerta.

—Completamente.

—Si te parece bien, lo hablaremos con ella.

—Por supuesto que me parece bien. Aunque puede que ella no lo


entienda.

—Se lo explicaremos con palabras que pueda entender.

—¡Mierda! No hemos comprado un radiador para tu habitación. Has


venido antes de lo que pensaba y no me has dado mucho tiempo para
organizarme, y no he pensado en ello hasta ahora. Y acabo de acordarme,
además, de que tampoco tengo un edredón para tu cama. No sé lo que me
pasa, siempre suelo tenerlo todo bajo control.

—No te preocupes, yo he traído un edredón. De hecho, he traído dos,


pensando en mi hermano, y también almohadas.

—Tenía razón, me vas a ser muy útil. Al menos no olvidas nada. Si


quieres, cuando entremos el colchón del garaje, lo ponemos en el salón, allí
está la chimenea y estarás más caliente.

Seguro que estaría más caliente, y no por la chimenea, pensó Ash sin
mirarla y asombrado por sus pensamientos.

—Creo que lo mejor es que durmamos en diferentes habitaciones, al


menos hasta que nos casemos.

—Lo dices por Dawson.

—Sí, pero me gusta saber que no te preocupa que Neithan y yo


durmamos en la misma habitación que vosotras.

—Yo confío en ti.


Ash sonrió y el semblante serio habitual de su rostro se esfumó como
ocurría con la niebla al salir el sol.

—Gracias. Neithan y yo dormiremos juntos, a no ser que hayas


cambiado de idea y prefieras que se quede en el hotel.

—Por supuesto que no, se quedará con nosotros, ahora somos familia y
esta siempre será su casa.

—Vale. Ve colocando las cosas en su sitio, yo entraré el resto de la


compra.

—Dawson está a punto de llegar —dijo ella cuando él volvió a entrar y


dejó el resto de las bolsas sobre la bancada—. ¿Estás preparado para el
interrogatorio?

—Lo soportaré.

—Se me había olvidado decirte que en este cajón están las llaves—dijo
ella mostrándoselo—, las de las dos puertas de la casa, la del cobertizo de
atrás y la la ranchera. Hay dos juegos de cada una, así que uno es tuyo.

—Vale. ¿Cuántas armas tienes en casa?

—¿Qué? —dijo sorprendida por la pregunta.

—Esta mañana he notado que llevabas una pistola en la espalda.

—Muy observador —dijo mirándolo avergonzada.

—En mi trabajo tengo que serlo —dijo él sin apartar la mirada de ella.

—Tengo siete.

—¿Crees que es prudente tener armas en casa... con una niña?

—Cuando Dawson está aquí estoy pendiente de ella en todo momento.

—¿Por qué estás armada?


—Vivimos solas y esta casa está aislada.

—¿Y necesitas siete armas? ¿Las tienes registradas?

—Sí y sí.

—Tal vez debería saber dónde las guardas. Sé que hay una debajo de la
mesa.

—¿A ti nunca se te escapa nada?

—No.

—Vaya, además de guapo, engreído.

Ash soltó una carcajada, porque no esperaba que le dijera algo así, al
ser tan tímida. Y ella se quedó embobada mirándolo. Verlo reír le pareció lo
más maravilloso del mundo.

—Te diré más tarde donde las tengo —dijo ruborizándose.

—¿Os está buscando alguien?

—No. Tengo miedo de que le pase algo a Dawson.

—¿Sabes disparar?

—Jake me enseñó, y practico regularmente. Supongo que, por tu


trabajo, también sabes hacerlo.

—Supones bien. ¿Hay algo que quieras contarme?

—No. Al menos, de momento. ¿Y tú?

—Yo tampoco —dijo él.

—¿Vas a casarte conmigo? ¿O has cambiado de idea, porque tenga


miedo y tenga armas en casa?
—No he cambiado de idea.

Ash sonrió al ver cómo ella suspiraba aliviada.

—El autobús acaba de llegar —dijo Alex al oír el claxon y


levantándose.

Ash lo hizo también y la siguió hasta la puerta.

—No has corrido los cerrojos al entrar —dijo ella seria.

—Estoy yo aquí.

—Así y todo, me gustaría que lo hicieras.

—De acuerdo.

Los dos estaban en el porche viendo a la niña correr hacia la casa.

—¡Hola, ya he vuelto! —dijo subiendo los escalones despacio, como


le recordaba su madre que hiciera siempre.

—Hola, cariño —dijo Alex agachándose para abrazarla.

Ash sintió envidia, porque él nunca podría hacer eso con su hija.

—He hecho un dibujo —dijo, dándole orgullosa a su madre la hoja de


papel que llevaba en la mano.

Era de un hombre, una mujer y una niña en el centro, los tres cogidos
de la mano.

—Es precioso.

—Somos nosotros.

—Ya lo veo —dijo Alex—. Cariño, quiero presentarte a Ashton.


—Hola —dijo la niña mirándolo, pero permaneciendo muy cerca de su
madre.

—Hola, Dawson.

—Tú también estás en mi dibujo —dijo cogiendo el papel de la mano


de su madre y dándoselo a él.

Alex se extrañó porque, aunque no era la primera vez que dibujaba a


una pareja con una niña, el hombre siempre era Jake en sus dibujos.

—Vaya, es muy bonito.

—La casa que hay detrás en el dibujo es la nuestra —dijo separándose


de su madre y acercándose a él.

—Ya lo veo —dijo agachándose para ponerse a la altura de la niña—.


¿Este soy yo?

—Claro, ¿no ves que es el hombre?

—Es verdad, qué tonto soy. ¿Me das un abrazo?

—Sí —dijo ella rodeándole el cuello.

Ash la abrazó y se puso en pie con ella en brazos.

—¿Tienes hambre?

—Sí, mucha. Hoy no me he comido las lentejas porque estaban


asquerosas.

—No estaban asquerosas —dijo Alex.

—Pero no estaban como las tuyas. A mí no me gustan. Me han


castigado sin postre por no comérmelas, pero no me importa.

—Te habrás sentido mal por no comer postre —dijo él.


—No, mamá siempre me pone algo en la mochila, por si no como
mucho.

—Eso está bien —dijo él, mirando a Alex y sonriéndole.

—Pero tengo que comérmelo a escondidas, porque si no le reñirían a la


mamá.

—Espero que no te hayan visto.

—Claro que no, no soy tonta.

—Dawn, lávate las manos —dijo Alex cuando entraron en la cocina.

Ash la sostuvo en alto para que se lavara en el fregadero. Luego la dejó


en el suelo y se lavó él. Los dos se sentaron mientras Alex preparaba unos
sandwiches e iba dejando las cosas sobre la mesa.

—Tengo un caballo —dijo la niña.

—Lo sé. Te oí el domingo cuando se lo dijiste a tu mamá.

—¿Por qué te fuiste?

A Ash le cogió por sorpresa la pregunta.

—Bueno…, a tu mamá se le olvidó decirme que tenía una hija y


cuando te vi me asusté un poco.

—¿Por qué? Yo no iba a hacerte daño.

—Lo sé, y no era por ti —dijo él sonriendo—. Pero no sabía si yo te


gustaría.

—Sí que me gustabas. Le dije a la mamá que eras guapo.

—Tal vez debí habértelo preguntado antes de marcharme. Después de


unos días me di cuenta de que había cometido un error y supe que tú me
gustabas. Por eso llamé a tu mamá anoche.
—Me ha dicho que os vais a casar.

—Sí. ¿A ti te parece bien?

—Sí. Mamá dice que así no estaremos solas y que tú cuidarás de


nosotras.

—Sí, lo haré. ¿Te has divertido en el colegio?

—Sí. He terminado la primera en hacer las sumas y las restas.

—Eso está bien.

—¿Te llamas Ashton?

—Mi nombre es Ashton, pero mis amigos y mi hermano me llaman


Ash.

—Me gusta Ash. Yo me llamo Dawson, pero mamá, tío Jake y Dani
me llaman Dawn.

—Dawn me gusta. ¿Quieres que yo te llame así?

—Sí.

Alex llevó a la mesa los sandwiches, fruta cortada a trozos y tres vasos
de leche. Ash se quedó un instante mirando su vaso y sonrió. Hacía años
que no tomaba un vaso de leche, de hecho, la última vez que lo hizo aún
vivían sus padres.

—Perdona, tal vez tú quieras beber otra cosa —dijo Alex sonriendo al
verle la cara y darse cuenta—. No sé cómo se me ha ocurrido...

—No, está bien. Me gusta la leche sola, aunque hace mucho que no la
tomo —dijo él—. ¿Ya has elegido un nombre para tu caballo?

—Sí, se llama caballito. Porque todavía es pequeño.


—Es un bonito nombre —dijo él sonriendo—, pero, ¿qué pasará
cuando crezca y sea un caballo grande y fuerte? Puede que entonces no le
guste que le llamen caballito, como si fuera un bebé.

—Es verdad —dijo la pequeña después de pensar durante un instante


—. Entonces, le llamaré caballo.

—Caballo no está mal, pero, ¿si tuvieras un perro le llamarías perro?


¿o si tuvieras un gato le llamarías gato?

—Yo tenía un conejito que me regaló mi abuelito. Se llamaba tambor


porque daba golpes en el suelo con la pata, como si fuera un tambor.

—A eso me refiero. Tu caballo crecerá y será un caballo grande y


temible. Creo que le gustaría tener un nombre que, cuando la gente lo
oyera, pensara que era un caballo fantástico.

—Mi mamá dice que los rayos y las tormentas son temibles para
muchas personas. Puedo llamarle rayo, o tormenta, o relámpago.

—Cualquiera de esos tres nombres le iría bien.

—Lo pensaré. El caballo de mamá se llama Black, porque es negro.

—Sí, lo sé.

—A él le gusta su nombre, porque cuando lo llamo viene rápido y está


contento. Pero cuando mi mamá lo llama, viene más contento aún.

—Bueno, es su caballo.

—Puede que sea porque lo llama silbando y a él le gusta más. Mamá


me está enseñando a silbar, pero es muy difícil.

—Tu mamá lo hace realmente bien. La verdad es que no conozco a


muchos que lo hagan tan bien como ella.

—La enseñó el tío Jake.


—Tu tío Jake le enseñó muchas cosas —dijo él dirigiendo la mirada a
Alex durante un segundo.

—Es verdad. ¿Tú sabes silbar?

—Sí.

—¿Lo haces bien?

—No quiero ser engreído, pero creo que silbo muy bien —dijo él
sonriendo.

—¿Me enseñarás?

—Claro. Yo también voy a enseñarte a ti muchas cosas.

—Dawn, Ash y yo queríamos hablarte de algo —dijo Alex.

—¿De qué?

—Como ya sabes, vamos a casarnos el sábado.

—Sí, lo sé.

—Cuando me case con él, llevaré su nombre.

—¿Ya no te llamarás Alex?

—No me refiero al nombre sino al apellido. Cuando nos casemos me


llamaré Alex Brady en vez de Alex Gallagher.

—Vale.

—Ash me ha dicho que quiere que tú también lleves su apellido.

—¿Y me llamaré Dawson Brady?

—Eso es.
—Mis amigos se llaman como sus padres.

—¿A ti te gustaría llamarte como yo?

—¿Y serás mi papá?

—Sí, seré tu papá.

—¿Y me llevarás algún día al colegio para que mis amigos te vean y
sepan que eres mi papá de verdad?

—Te llevaré al colegio y te recogeré siempre que quieras. Y también


iré a todas las reuniones que haga la maestra.

—Entonces, sí quiero llamarme como tú.

—Estupendo —dijo él mirando a Alex y sonriendo.

—¿Cómo tengo que llamarte?

—Puedes llamarme como quieras.

—Nunca he tenido un papá. ¿Puedo llamarte papá? Así, cuando me


oigan en el cole ya no se reirán de mí diciendo que no tengo papá.

—Entonces, todo solucionado.

—Cariño, ¿por qué no vas al salón y empiezas con los deberes?

—Vale, mamá.

—Espera un momento, cielo. Quiero darle algo a mamá y me gustaría


que tú estuvieras delante —dijo Ash levantándose—. Vuelvo enseguida.

Ash fue al recibidor a coger el estuche de la joyería que llevaba


guardado en el bolsillo de la cazadora.

—Mi papá es más guapo que los papás de todos los niños de mi clase,
¿verdad, mamá?
—Sí, no creo que haya hombres tan guapos como él por aquí.

Ash entró en la cocina y volvió a sentarse. Puso el estuche con el anillo


de pedida frente a Alex.

—Las alianzas —dijo ella porque pensó que Ash quería que las viera
la niña.

—No hace falta que te pida que te cases conmigo porque ya has
aceptado hacerlo. Pero faltaba esto. Ábrelo.

Alex cogió el estuche y lo abrió. Se quedó sin habla al ver el diamante.

—Pero…

—Faltaba el anillo.

—Es un anillo de compromiso —dijo ella aturdida porque no esperaba


algo así.

—Una deducción brillante —dijo él con sarcasmo—. Va a ser un


compromiso muy corto, pero no quería que te perdieses nada. ¿Te gusta?

—Es precioso. Pero yo no necesito algo así. Te habrá costado una


fortuna.

—No es tan grande como para costar una fortuna. De todas formas no
lo quería muy grande porque a ti no te quedaría bien.

—No tenías por qué hacerlo.

—Dijiste que te casarías solo esta vez. Ya que no vamos a tener una
boda por todo lo alto, al menos que tengas un anillo de compromiso. Dame
la mano.

Ella la extendió mirándolo y él la sostuvo en la suya mientras le ponía


el anillo en el dedo. Luego la miró y Alex se ruborizó. Y a Ash le gustó su
reacción.
Alex extendió la mano para mirar el anillo y luego lo miró a él.

Si hubiera podido diseñar a un hombre del que pudiera enamorarme,


habría sido él, pensó Alex con los ojos brillantes por la emoción contenida.

—¿Me lo enseñas? —dijo la pequeña.

Alex le mostró la mano.

—¡Cómo brilla! —dijo la niña sonriendo.

—Sí, es precioso. Después de ti, es la cosa más bonita que tengo —


dijo Alex con las lágrimas retenidas—. Bien, ve a hacer los deberes.

—Vale.

—Y no toques el ordenador.

—No lo haré —dijo bajando de la silla—. Adiós, papá.

—Hasta luego, cielo —dijo él sonriendo.

Ash miró a Alex. Sus ojos seguían brillantes por las lágrimas que no
dejaba escapar.

—Vaya, se te dan bien los niños. No esperaba eso de ti, eres… tan
serio —dijo Alex cuando se quedaron solos.

—Me gustan los niños —dijo pensando en su hija—. La pequeña se


parece mucho a ti. Tiene tu misma nariz y tus labios, incluso su pelo es
igual al tuyo. ¿Tiene el color de ojos de su padre?

—No. Ha heredado los ojos de mi padre y de mi abuelo. Mi abuelo


decía que el color de sus ojos era como el azul del mar de Irlanda. Mis ojos
son como los de mi madre. La verdad es que Dawn no se parece en nada a
su padre.

—Me alegro.
—¿Habéis estado en Nueva York? —preguntó Ash poco después,
cuando estaban en el salón con la pequeña.

—No —contestó Alex.

—Ya que no vamos a tener luna de miel —dijo él mirando a Alex y


consiguiendo que se ruborizara de nuevo—. ¿Qué te parece si pasamos las
navidades allí? Podemos quedarnos en mi apartamento, o en casa de mi
hermano. Seguro que a Dawn le gustaría ver las luces de la ciudad.

—Mamá, di que sí, por favor, por favor.

—Si no vamos nosotros, vendrá mi hermano, porque siempre hemos


pasado las fiestas juntos, cuando no he estado fuera del país por trabajo.
Pero allí serían diferentes para vosotras. Y os enseñaríamos la ciudad.

—¿No te importa que vayamos a tu casa?

—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Acaso no voy a vivir yo en la tuya?


Me gustaría que vieras mi apartamento.

—De acuerdo.

—¡Sí! ¡Qué bien! Se lo voy a decir a todos mis amigos. Papá, ¿en qué
habitación vas a dormir? —preguntó la pequeña de repente.

Ash miró a la niña y no pudo evitar que los ojos se le humedecieran al


llamarlo papá de nuevo. Se aclaró la garganta.

—Dormiré en la habitación que hay junto a la cocina.

—Mis amigos dicen que sus papás duermen en la misma cama.

—Lo supongo, eso es lo que hacen las parejas cuando se casan. Pero la
mamá y yo todavía no estamos casados.

—Entonces, ¿el sábado ya dormiréis juntos?


Ash miró a Alex, que estaba tan ruborizada que, para disimular, se
levantó y fue a su escritorio, revolvió unos papeles, como si estuviera
buscando algo, y un minuto después volvió a sentarse.

—Mi hermano Neithan, que va a ser tu tío, vendrá mañana. Así que
dormiré con él. Pero cuando Neithan se marché, dormiré en el salón con
vosotras.

—Muy bien. Me gusta tener un tío. Tío Jake también es mi tío. Bueno,
la mamá me ha dicho que, en realidad no lo es, pero yo lo quiero como si lo
fuera.

—Pues mi hermano Neithan será tu tío de verdad. Y te aseguro que lo


vas a querer tanto como a tu tío Jake. Y él te va a querer a ti.

—Deberíamos entrar el colchón antes de que oscurezca, porque en el


garaje no hay luz —dijo Alex.

—Pues vamos.

—Ponte la chaqueta, cariño.

La niña se la puso y luego cogió a Ash de la mano. Él la cogió en


brazos y salieron de la casa. Alex los miró emocionada. Le gustaba que a su
hija le cayera bien Ash y ella a él.

Pensó que tal vez sus vidas cambiarían a partir de ahora. Parecía un
buen hombre y a ella le gustaba. Tal vez le gustaba demasiado. No se había
esperado lo del anillo, había sido un detalle muy tierno, aunque Ash no
tenía aspecto de tierno. Era demasiado grande, demasiado fuerte, más bien
tenía aspecto de… chico malo, pero, ¿tierno...? Y sin embargo, Alex
percibía que en realidad lo era.

Sabía que a él le había ocurrido algo en el pasado. Se preguntaba si


habría sido tan terrible como lo que le sucedió a ella. Desde luego, no sería
nada sin importancia, como para que él hubiera decidido no tener relaciones
sexuales. En ella podía entenderlo, pero en él… Y además, había intentado
acabar con su vida.
Era el hombre más atractivo y sexy que había visto en toda su vida. Y
había decidido abandonar su vida de manera radical.

¿Qué le habría pasado?, se preguntó.

Alex les siguió fuera de la casa y cerró la puerta con llave. Bajó los
escalones del porche y caminó hasta el garaje. Él ya había abierto la puerta
y estaba junto al colchón que había apoyado contra una de las paredes.

—No sé si tú tendrás fuerza para levantarlo —dijo él—. Este colchón


es muy bueno y pesa lo suyo.

—No me subestimes. Además, lleva el plástico y podemos arrastrarlo.

Entre los dos lo llevaron hasta el porche. Ash vio de nuevo que había
cerrado la puerta con llave.

Lo entraron al dormitorio y le sacaron el plástico, que extendieron en


el suelo. Alex colocó una sábana sobre él y colocaron el colchón encima.
Ash cogió de la cómoda las sábanas y sacó el edredón de la funda de
plástico, e hicieron juntos la cama.

—Esta habitación es enorme y esa lámpara no alumbra demasiado.


Deberíamos cambiar la bombilla por una más potente.

—No tenía otra más potente, pero la compraré —dijo ella—. Cuando
encontremos un momento sacaremos los tableros de las ventanas para que
tengamos claridad durante el día.

—Sí, eso es importante para poder trabajar. ¿Qué sueles hacer a estas
horas normalmente?

—Suelo bañar a Dawn antes de preparar la cena. Y después de cenar la


acuesto y me siento a trabajar.

—¿Y durante el día?

—Cuando ella se va al colegio, aprovecho para hacer cosas en la casa.


He estado revisando los muebles. Los que estaban muy estropeados y no se
podían restaurar los he llevado al vertedero, como te dije.

—¿Has bajado cosas de arriba tú sola?

—Los colchones los tiré por la escalera. Todos los de la casa eran de
esos antiguos de lana y no puedes imaginar lo que pesaban. Algunos de los
muebles de la segunda planta se habían mojado con la lluvia y estaban
inservibles. Los destrocé con un hacha, y tengo un buen montón de leña.
Así que, el mes que llevo aquí, no he hecho nada más.

—No digas que no has hecho nada más. Has hecho un trabajo muy
duro.

—No lo voy a negar. Hay muchas cosas que no puedo hacer sola.
Quiero bajar de las plantas superiores los muebles que se pueden restaurar.
Jake me ofreció ayuda y me ha ayudado en varias ocasiones, pero sé que
está muy ocupado y no quiero molestarlo más de lo necesario. Y además, la
escalera no es segura.

—Ahora ya no estás sola.

—Cierto. Ahora voy a aprovecharme de ti —dijo ella sonriendo.

Y a mí me gustará que te aproveches de mí, pensó Ash.

—Lo primero que quiero hacer es entrar en casa la maquinaria de


carpintería, así podré ir haciendo cosas, como arreglar la escalera para
poder bajar y subir sin riesgo. Pero hay cosas que pesan muchísimo.

—¿Dónde piensas instalar la carpintería?

—Había pensado en el comedor, que es la habitación más grande y no


la necesitaremos por el momento. Ya has visto que he colocado todos los
muebles a un lado.

—Esos muebles son fantásticos.

—Los muebles de toda la casa lo son. Y apuesto a que valen una


fortuna. Son de buena calidad y están tallados a mano. La mayoría están en
buenas condiciones, solo hay que limpiarlos bien y darles una capa de cera.
Y cambiar las tapicerías de los sofás, las sillas y las butacas.

—¿Sabes tapizar?

—Sí.

—Vaya. Tú también vas a ser muy útil —dijo él sonriendo.

—Vamos a formar un buen equipo. Cuando acabemos con las obras


podríamos hacer espacio en otra de las habitaciones y poner en ella los
muebles que vayamos restaurando. La biblioteca sería un buen sitio para
ello porque hay mucho espacio.

—¿Vamos a verla?

—Sí.

Entraron en la biblioteca. Alex conectó el cable que había llevado con


ella a una lámpara de pie.

—Dios mío, en esta casa todo es enorme —dijo él mirando a su


alrededor.

—He inspeccionado los muebles y todos están bien, aunque la madera


está algo reseca. Y hay que tapizar los sillones. Aquí es donde pienso
trabajar. Compraré un sillón de despacho, aunque no quede bien con los
muebles, pero será más cómodo para pasar tiempo delante del ordenador.
Las estanterías son para hacer leña, me refiero a las baldas, porque están
todas combadas. Cuando las saquemos, revisaremos las tablas de los lados,
tal vez se puedan aprovechar y sólo haya que hacer las baldas nuevas.

—Parece que has sacado algunos libros —dijo él al ver huecos.

—Los estoy revisando poco a poco. La mayoría de ellos se deshacen


en las manos al cogerlos, y esos los empleo para encender la chimenea.

—Buena idea.
—No sé si se salvará alguno.

—Puede que lo mejor sea que nos deshagamos de todos.

—Sí, yo también lo creo —dijo ella—. ¿Tú necesitas una mesa de


despacho para trabajar?

—No.

—Creo que me va a gustar trabajar aquí. Esas dos ventanas son


enormes y habrá muchísima luz cuando quitemos las tablas. Además, está la
chimenea.

—Sí, es un buen sitio para sentirse cómodo. E iremos llenando las


estanterías de libros cuando las restauremos. ¿Te gusta leer?

—Sí —dijo ella—. He leído mucho durante los últimos años y tengo
un montón de cajas con novelas en el garaje. Las traje conmigo cuando me
mudé aquí.

—Le pediremos a Neithan que inspeccione la casa y que nos aconseje


por dónde empezar. Aunque tienes razón, el tejado y los techos son lo
primero. ¿Hacemos algo después de casarnos?

—¿Te refieres para celebrarlo?

—Sí. Dijiste que te casarías solo esta vez. Y yo no volveré a casarme,


después de hacerlo contigo —dijo él.

—Eso no lo sabes —dijo ella.

—Sí lo sé. Ya te dije que no tenía intención de volver a casarme. Voy a


hacerlo porque no me has dado otra opción —dijo mirándola y sonriendo.

—Podías haber dicho que no.

—Es que no quería decir que no, porque quería ayudarte a rehabilitar
la casa —dijo él sonriéndole—. Podemos ir a comer a un restaurante, por
hacer algo especial.
—Me parece bien.

—¿A quién has invitado a la boda?

—A Jake, a Dani y a su hermano. Le he dicho a Jake que se lo diga a


sus padres, pero no estoy segura de que vengan, porque su madre no se
encuentra muy bien desde hace algún tiempo. Y su hermana está fuera.

—¿Hay algo entre el abogado y tú? —preguntó Ash, arrepintiéndose al


instante de haber hecho la pregunta.

—¿Qué? Por supuesto que no. Nos conocemos desde el colegio, pero
él es mayor. Además, me marché de aquí cuando tenía trece años. Lo he
visto más en el último mes que en toda mi vida. Hemos comido juntos los
tres en un par de ocasiones, pero nada más. Tiene siete años más que yo.

—Yo soy diez años mayor que tú.

—Y entre tú y yo tampoco hay nada. Antes de marcharme a vivir con


mi abuelo, él tenía veinte años y yo trece. Y ni siquiera lo veía porque él
estaba en la universidad.

—Perdona por la pregunta.

—Ash, tú puedes preguntarme lo que quieras. Aunque no puedo


asegurarte de que conteste a tus preguntas.

Él le sonrió.

—Nos organizaremos para trabajar juntos durante el día. Y por la


tarde, mientras tú te ocupas de Dawn, iré haciendo cosas. ¿Tienes terminada
la lista de todo lo que quieres hacer?

—Ni por asomo. He empezado a anotar algunas cosas. De todas


formas, me gustaría saber lo que piensa tu hermano, ya que se dedica a la
construcción. Aunque una de las primeras cosas que quiero hacer es vaciar
el garaje, y no solo para empezar con la restauración de la madera. Tu coche
es nuevo y no debería estar en la calle con este frío.
—Al coche no le va a pasar nada.

—No quiero que esté en la calle.

—De acuerdo.

Volvieron al salón y se sentaron en el sofá. La niña estaba sentada en el


suelo dibujando junto a la chimenea.

—Dawn es preciosa. Es sorprendente el parecido que tiene contigo.

—Eso dicen. Excepto en los ojos. Cuando te conocí me llamo la


atención el color de los tuyos, porque tiene el mismo tono que los de ella, y
no es muy usual ese azul tan intenso.

—Es cierto, podría pasar por hija mía. Te dejo con Dawn. Voy a llamar
a mi hermano y luego me ducharé —dijo levantándose y revolviéndole el
pelo a la pequeña al pasar por su lado.

Ash salió del baño cuando Alex iba a entrar para preparar el baño de la
niña, pensando que él estaría en su dormitorio.

Ash llevaba el pelo mojado y una toalla rodeando sus caderas. Alex lo
miró. Las gotas de agua resbalaban por su pecho hasta desaparecer en el
borde de la toalla y ella se quedó embobada siguiendo la trayectoria. Pensó
que ese hombre era un dios, porque era difícil, casi imposible, encontrar a
un hombre tan guapo y a la vez con ese cuerpo tan impresionante. Comenzó
a faltarle el aire en los pulmones y sintió que le fallaban el resto de sus
funciones vitales.

Ash posó su mirada en los ojos de ella, y no pudo evitar sonreír al


verla ruborizarse de nuevo. Era tan sencillo hacer que se sonrojase. Alex era
la ingenuidad personificada. Esa chica, que ya le parecía encantadora, se
había convertido en apenas un instante, en la mujer más excitante con la
que se había encontrado jamás. Y se dio, cuenta, de nuevo, de que la
deseaba.
Capítulo 5
Al día siguiente Ash se levantó al amanecer. Quería hacer unas fotos al
tejado de la casa y a los techos, los que estaban hundidos y los que tenían
las vigas partidas, para enviárselas a su hermano, como este le había pedido.
Después de hacerlas se las envió y salió a correr.

Neithan vio las fotos cuando se despertó y lo llamó.

—Hola, Neithan.

—Hola. ¿Qué tal va todo?

—Bien. Ayer fuimos al abogado para lo del acuerdo prematrimonial y


hoy iremos a firmarlo. Y nos dirán la hora de la boda.

—Entonces, ¿os casaréis mañana?

—Sí.

—¿Qué tal la niña?

—Es un cielo. Y preciosa. Se parece a su madre y le he caído bien.

—¿A la madre o a la hija?

—Creo que a las dos.

—Me alegro mucho. He visto las fotos que me has enviado. Ese tejado
tiene mucho trabajo. Hay que sacar todas las tejas, poner impermeabilizante
y volverlas a colocar. Y he visto que faltan muchas. No creo que pueda
encontrar iguales para sustituirlas.

—Lo sé.

—Y, por supuesto, antes hay que arreglar los boquetes de los techos
hundidos, por dentro y por fuera. Hay que cambiar las vigas que están
partidas y las podridas. Voy a hacer una lista de lo que haya que llevar. Los
chicos irán esta tarde, tan pronto acaben el trabajo y lo llevarán todo.

—¿Por qué van a venir los chicos?

—Porque vamos a arreglar los techos y el tejado de tu nueva casa.

—¿Hablas en serio?

—Ese será mi regalo de bodas.

—No sabes cómo te lo agradezco. Alex se pondrá muy contenta.

—¿Qué tal te va con mi futura cuñada?

—Bien. De hecho, muy bien. Es una chica fantástica, y adora a su hija.


Por cierto, la pequeña se llama Dawson. Me llama papá.

—Vaya.

—Cuando la conozcas, te gustará. Y también su madre.

—Creo que las cosas te van a ir muy bien. Me alegro por ti.

—Gracias.

—Reserva habitaciones para los chicos en el hotel ese que me dijiste


que está cerca de la casa.

—De acuerdo.

—Te dejo, Ash. Voy a ir al trabajo para organizarlo todo. Supongo que
saldré para allí a media mañana. Envíame la dirección.

—Lo haré tan pronto cuelgue. Te esperaremos para comer, aunque


llegues tarde. Ah, otra cosa. Cuando te presente a Alex, no seas muy
efusivo, no quiero que se sienta agobiada.
—Vale. Y no te preocupes, con el tiempo le ayudarás a superar lo que
quiera que le sucediese en el pasado.

—Eso espero.

Alex se despertó a las siete y cuarto de la mañana a causa de los ruidos


que se oían en la parte trasera de la casa. Se levantó y se puso la chaqueta
encima del pijama. Cogió el arma de debajo de la almohada y la guardó en
el bolsillo. Salió del salón y se asustó al ver abierta la puerta trasera de la
casa. Se acercó y se detuvo al ver a Ash cortando leña. Los ruidos que había
oído eran del hacha cortando los troncos.

Ash llevaba un vaquero viejo de cintura baja, y nada más, a pesar del
frío que hacía. Sus músculos se tensaban con el movimiento de los brazos y
al agacharse a coger los troncos.

Alex permaneció inmóvil durante unos minutos, contemplando


embobada ese cuerpo perfectamente proporcionado. Observarlo era,
simplemente, un regalo para la vista. Su torso se veía duro y bien trabajado.
Era puro músculo y auténtica fibra. Su estómago estaba plano, excepto por
la tableta de chocolate, que se apreciaba perfectamente. Se quedó absorta
bajando la mirada hacia su ombligo y ver la linea de vello que terminaba en
la cinturilla del pantalón. Tenía las piernas ligeramente abiertas, unas
piernas largas y poderosas. Alex se dijo a sí misma que el cuerpo de ese
hombre era impresionante.

Alex sintió una especie de corriente recorriendo su cuerpo y los ya


rápidos latidos de su carazón se incrementaron.

Ash percibió que lo observaban y se giró hacia la puerta.

—Buenos días —dijo él, notando en la mirada de la chica que no era


inmune a él.

—Hola —dijo ruborizada porque la cogiera mirándolo embobada—.


¿A qué hora te has levantado?

—Al amanecer. He ido a correr unos kilómetros.


—Y has cortado leña para una semana —dijo ella mirando el montón
de madera que había en el suelo.

—Es un buen ejercicio para mantenerse en forma. ¿Quién te corta la


leña?

—Yo.

—Es un trabajo duro.

—Me gusta el trabajo duro.

—¿Piensas dispararme? —preguntó Ash al ver asomarse la culata de la


pistola por el bolsillo de la chaqueta.

—Hoy no —dijo ella sonriendo—. Voy a preparar café.

—Ordenaré los troncos en la leñera y me reuniré contigo en la cocina.


Un café me vendrá bien.

—¿Te preparo el desayuno o desayunas luego con nosotras?

—Desayunaremos juntos.

—Vale —dijo ella entrando en la casa y respirando hondo porque no


sabía que había tenido el aire retenido en sus pulmones.

Poco después Ash entró en la cocina, y Alex dio gracias a Dios porque
llevara puesta la camiseta. Se lavó las manos en el fregadero.

—¿Te ayudo con el desayuno?

—No hace falta.

—¿Te he despertado con el ruido del hacha?

—Sí. No estoy acostumbrada a escuchar ruido. Pero no te preocupes,


suelo levantarme temprano.
—Y supongo que te habrás asustado al ver la puerta abierta —dijo
poniendo dos tazas sobre la mesa y el azucarero.

—Sí, yo nunca dejo las puertas abiertas.

—¿Ni siquiera estando tú fuera y cerca de ellas?

—Ni siquiera así.

—¿Sigues sin querer decirme nada?

—Sí —dijo sirviendo el café y sentándose frente a él.

—Mi hermano llegará esta tarde. Esta mañana he hecho fotos del
tejado y de los techos de las plantas superiores y se las he enviado. Me ha
dicho que los chicos vendrán hoy a última hora y traerán lo necesario.

—¿Qué chicos vendrán? ¿Lo necesario para qué?

—Los de su cuadrilla. Neithan arreglará el tejado y los techos, como


regalo de boda.

—¿Va a arreglar los techos y el tejado... de mi casa?

—Sí.

—Pero, se supone que debería hacerte un regalo a ti, algo que puedas
llevarte cuando te marches.

—Puede que no me marche.

Alex lo miró, pero no dijo nada.

—He reservado habitaciones para los chicos en el hotel.

—Cuando se vuelvan a Nueva York, tendrás que decirme lo que ha


costado el hotel.

—Eso corre por cuenta de mi hermano.


—Le va a salir caro el regalo.

—Neithan no tiene problemas de dinero.

—Si has hecho fotos de los techos, significa que has subido a las
plantas de arriba. ¿Cómo es posible que no te haya oído? Tengo el sueño
muy ligero.

—Parece ser, que no lo suficientemente ligero como para oírme a mí.

—¿A ti?

—Por mi trabajo, estoy acostumbrado a no hacer ruido.

—¿Por tu trabajo? ¿Cuál es tu trabajo?

—Soy un SEAL.

—¿Qué es eso?

—Los SEAL son un grupo especial de la Armada. Nuestro


entrenamiento y preparación es distinto al del resto de los soldados.

—¿Echas de menos tu trabajo?

—A veces.

—¿Volverás a trabajar?

—Ahora estoy en baja forma.

Alex lo miró, sin poder ocultar su asombro, porque encontraba a ese


hombre en una excelente forma.

—Pero pronto empezaré a entrenarme a fondo. Y sí, supongo que


volveré a trabajar cuando esté en condiciones.

—Toma, esto es el wifi —dijo ella entregándole el papel que había


dejado sobre la mesa.
—Gracias.

—¿Tienes armas en casa?

—¿Por qué? ¿Necesitas más? —dijo mirándola por encima del borde
de la taza y dedicándole una cálida sonrisa.

—No —dijo ella riendo—. Pero me gusta saber dónde están.

—Las tengo en mi habitación, arriba del armario. Pero tal vez las
esconda por toda la casa, como tú.

—Has dicho las tengo. ¿Tienes más de una?

—Tú no eres la única.

—Luego te diré donde tengo las mías.

—Sé exactamente donde las tienes. Puede que busque lugares


estratégicos para esconder las mías —dijo agachándose para ver si la pistola
seguía debajo de la mesa—. Me estás contagiando tu paranoia.

—No es paranoia.

—¿Entonces, qué es? Tal vez deberías hablarme de tu problema. Está


claro que algo te inquieta. Me atrevería a decir que estás asustada.

—Puede que te hable de ello... en otro momento.

—De acuerdo. Por cierto. Debajo de la mesa no es un buen sitio para


guardar la pistola. Está demasiado al alcance de Dawn. Con las otras no hay
problema.

—¿Las otras? ¿En serio sabes dónde están las otras?

—Una encima de la nevera, dentro de ese... lo que sea. Otra en el cajón


de tu mesa de trabajo, que está cerrado con llave, y espero que no olvides
nunca hacerlo. Tienes otra en una de las estanterías de la biblioteca, detrás
de los libros. Hay otra en el segundo dormitorio de la primera planta, sobre
el armario. Y la última en un baúl del desván.

—Vaya, eres bueno.

—Por cierto, he abierto el cajón de tu escritorio, que estaba cerrado,


pero no he mirado nada, excepto la pistola.

—Puedes mirar lo que quieras. No tengo nada que ocultar.

—Además, guardas una escopeta en el armario del recibidor, en la


estantería superior. ¿Las tienes todas a punto?

—Sí. Las limpio regularmente.

—¿Y registradas?

—Sí, tengo los papeles de todas. ¿Puedo ver las tuyas?

—Claro. Acompáñame.

Entraron en el dormitorio donde dormía Ash. Alex vio que había


hecho la cama. Él bajó la bolsa negra que había arriba del armario y la abrió
sobre la cómoda. Sacó tres pistolas y algunas armas desmontadas.

—Eso no parecen simples pistolas.

—No lo son.

—Tienes un buen arsenal.

—Estoy acostumbrado a manejar armas y sin ellas me siento desnudo.


Además, siempre llevo un cuchillo en la bota —dijo sacándolo para que
viera el cuchillo de asalto—. Y también tengo una pistola en el coche,
debajo del asiento.

—¿Te persigue alguien?

—De momento no, pero me gusta estar preparado.


—Yo también tengo una pistola debajo del asiento del coche.

—Dijiste que tenías siete.

—Me preguntaste cuántas armas tenía en casa, pero no mencionaste


nada del coche —dijo ella sonriendo.

—Vaya, qué lista.

—¿Vas a esconder las armas por la casa?

—No. A no ser que me digas que estáis en peligro. ¿Lo estáis?

Alex permaneció un instante pensando en la contestación.

—Espero que no.

—Puedes relajarte, Alex, ahora que no estáis solas. ¿Quieres que


despierte a Dawn?

—Sí, por favor.

Poco después Ash volvió a la cocina con la niña en brazos.

—... y la mamá no me deja salir a jugar fuera de casa.

—Como ahora yo voy a estar aquí, podrás salir conmigo cuando


quieras.

—Qué bien.

Después de desayunar se vistieron para ir al pueblo.

—Quiero comprar un caballo —dijo Ash cuando iban en el coche.

—Podemos ir a ver a Jake. Tiene los mejores ejemplares en muchos


kilómetros a la redonda. Viene gente a verlos desde otros Estados.
—Mi caballo todavía es un bebé. Mamá siempre me lleva en el suyo
porque aún no lo puedo montar —dijo la pequeña.

—Ahora también podrás montar conmigo. Y tendremos que comprar


también una silla de montar. ¿Hay que pedir cita para ir a ver a tu amigo?
Podríamos ir hoy, a no ser que no esté en su rancho.

—No hay que pedir cita, y estará en casa. Cuando va a ir a algún sitio
me llama para decírmelo.

—¿Jake te tiene informada de todos sus movimientos?

—Sí —dijo ella sonriéndole.

—¿Quieres que compremos una silla para ti?

—Yo no monto con silla, nunca lo he hecho —dijo Alex.

—Me encanta verte montar —dijo Ash girándose para verla ruborizada
—. Quiero comprar también un caballo para mi hermano.

—Si no quieres gastar dinero, Jake puede dejarnos un caballo cada vez
que venga.

—Yo prefiero que tenga aquí uno, así vendrá a menudo. A no ser que
tú no quieras que venga a visitarnos.

—Todavía no conozco a tu hermano, pero te aseguro que no va a


importarme que venga a verte.

—Neithan no vendrá a verme a mí sino a todos nosotros. Somos su


familia.

—En volver del pueblo iremos a ver a Jake, así conoces a sus padres.
¿Tú tienes que comprar algo de ropa para la boda?

—Depende de cómo quieras que me vista.


—Nos casamos en el ayuntamiento, podemos ir vestidos como
queramos.

—Yo prefiero ponerme traje para la ocasión, y he traído dos. Y te


adelanto que no llevaré corbata.

—Como si quieres ir en vaquero. Yo me compraré un vestido. Sólo


tengo uno que Jake me compró para el entierro de mi abuelo y el que
llevaba cuando te conocí.

—¿Sólo tienes dos?

—Ya sabes que no he salido mucho.

Primero fueron al bufete del abogado a firmar el acuerdo


prematrimonial, que la secretaria ya tenía preparado, porque él estaba en el
juzgado, y lo firmaron. La chica les informó que la boda se celebraría a las
once y media del día siguiente y que tenían que estar allí quince minutos
antes.

Luego fueron a comprar el vestido de Alex. Ella no tenía idea de qué


debía comprar, así que, cuando llegaron a la tienda, le pidió consejo a él.
Ash eligió uno de color granate que le sentaba divinamente y perfilaba sus
curvas mostrando su impresionante cuerpo, algo que Alex ignoraba que
tuviera. Luego fueron a comprar un vestido y unos zapatos para la niña, que
eligieron entre los dos.

Cuando fueron a la zapatería para que Alex se comprara los zapatos,


pasaron un rato muy divertido, porque ella nunca había llevado zapatos de
tacón.

Iban caminando hacia el vehículo.

—Entremos aquí a comprar la silla para el coche.

Entraron los tres. El dependiente les enseñó todos los modelos y Ash
eligió el mejor. Le dio la tarjeta del banco al chico.

—Ash, yo la pagaré.
—Olvídalo.

—Tú no necesitas comprar una silla para tu coche.

—Es mi coche y yo pago todo lo que está relacionado con él. Y sí


necesito una silla para la pequeña.

—Vale, como quieras.

Neithan llamó a su hermano cuando salian del pueblo para decirle que
llegaría en poco más de dos horas y Ash le dio la dirección del bar donde
trabajaba Dani y le dijo que se encontrarían allí.

Después fueron al rancho de Jake. Ash y Jake sólo se habían visto una
vez, el día que se entrevistó con Alex y apenas durante un minuto, pero se
cayeron bien. Jake le enseñó el rancho y le presentó a su familia.

Estuvieron viendo los caballos y Ash eligió dos ejemplares fantásticos.


Se sorprendió cuando Jake le dijo que el suyo era su regalo de bodas. Y,
además de hacerle un buen precio por el caballo de Neithan, le regaló las
dos sillas de montar. Jake se los llevaría esa tarde sobre las cuatro.

La pequeña quiso que vieran a su potrillo y estuvieron casi media hora


con él.

Estaban en el bar, sentados en una de las mesas hablando con Dani,


cuando Neithan entró en el local. Al verlo, Alex se quedó embobada. Jamás
habría pensado que vería a un hombre tan impresionante como su futuro
marido, pero se había equivocado. Los dos hermanos se parecían mucho,
eran prácticamente iguales de altos. Los dos eran fuertes, aunque Neithan
no era tan musculoso como su hermano. Y ambos tenían el pelo castaño y
los ojos azules.

—Apuesto a que el hombre que acaba de entrar es tu hermano —dijo


Alex.

Ash se volvió para mirar hacia la puerta y lo vio caminando hacia


ellos.
—Hola, Neithan —dijo Ash levantándose y abrazándolo.

—Vaya, te veo bien —dijo devolviéndole el abrazo.

—Me encuentro genial —dijo cogiendo a Alex, que también se había


levantado, por la cintura para que se acercara.

Ash notó cómo ella se tensó con el contacto. No supo si era porque le
daba verguënza o por miedo. La soltó con delicadeza.

—Neithan, te presento a Alex, mi prometida. Alex, mi hermano,


Neithan.

—Ash me dijo que eras muy guapa, pero se quedó corto —dijo
dándole un ligero beso en la mejilla.

—Gracias —dijo ella ruborizándose—. Me alegro de conocerte, y de


que estés aquí.

—Siempre he querido tener una hermana y, mira por donde, ya lo he


conseguido.

—Y esta es nuestra pequeña, Dawn —dijo Ash colocando a la niña


delante de él.

—Vaya, esto sí es una agradable sorpresa —dijo cogiendo a la pequeña


en brazos—. ¿Sabes que eres muy guapa?

—Gracias. Papá me ha dicho que eres mi tío.

—Sí, lo soy —dijo besándola.

—Me gusta tener un tío.

—Dios mío, es guapísima —dijo mirando a su hermano. Luego miró a


Alex y le susurró al oído—. Es casi tan guapa como tú.

Alex se ruborizó de nuevo y él sonrió.


—Neithan, ella es Dani, una amiga de Alex.

—Un placer conocerte, Dani —dijo besando a la chica.

—Encantada.

—Vamos a sentarnos. Comeremos aquí —dijo Ash.

—Estupendo, estoy hambriento.

—Enseguida os traigo la comida —dijo Dani alejándose.

—Tío Neithan.

—Qué bien suena eso —dijo mirando a su hermano y sonriendo—.


Dime, cielo.

—Tenemos una sorpresa para ti. La llevarán esta tarde a casa.

—¿En serio? Me gustan las sorpresas. ¿Crees que me gustará?

—Yo creoque sí. Papá me ha dicho que va a gustarte mucho porque te


recordará a cuando erais jóvenes.

—¿Ahora no somos jóvenes? —preguntó él sonriendo.

—Cuando erais más jóvenes.

—¿Y no puedes decirme de qué se trata?

—Si te lo digo ya no será una sorpresa.

—Tienes razón.

—¿Has tenido un buen viaje? —preguntó Alex.

—Sí, aunque un poco aburrido. Supongo que los chicos llegarán a


última hora de la tarde. Tenían que terminar un trabajo. Y luego querían ir a
casa a coger algo de ropa para la boda. Les dije que Ash se casaba con un
bombón y no querían perdérselo.

Alex se sonrojó, de nuevo, totalmente avergonzada por sus palabras.

—Les he dicho que iría al hotel tan pronto se instalaran y cenaría con
ellos. Ash me ha dicho que tienes una casa fantástica —le dijo Neithan a su
cuñada.

—Cuando tu hermano la vio por primera vez, no me pareció que le


entusiasmara —dijo ella sonriendo.

—Cuando la vi, el día era gris y la casa se veía sombría. La verdad es


que me recordó a las casas que aparecen en las películas de terror. Tenía las
ventanas cubiertas con tablas. Bueno, siguen estando cubiertas —dijo Ash
mirando a su hermano y sonriendo—. Y por si eso no fuera suficiente, había
una niebla espesa...

Neithan lo miró. Ash parecía completamente relajado, y hacía mucho


tiempo que no lo veía sonreír de esa forma.

—¿Y ahora te gusta?

—Me encanta —dijo Ash sonriendo de nuevo.

No se entretuvieron mucho comiendo porque habían quedado con Jake


y no querían llegar tarde.

—Tío Neithan, ¿puedo ir contigo? —preguntó la pequeña cuando


salieron del bar.

—Claro. Aunque no tengo sillita para ti en el coche.

—No te preocupes —dijo Alex—. Vivimos a cuatro kilómetros de aquí


y la carretera es vecinal.

—En ese caso, no hay problema —dijo abriendo la puerta de atrás del
todoterreno.
La niña subió y él le abrochó el cinturón.

—Bien, síguenos —dijo Ash cogiendo a Alex de la mano, sin darse


cuenta, para llevarla hasta el coche.

A Alex le gustó que le cogiera la mano, pero no sabía cómo lidiar con
la forma que su cuerpo reaccionó ante esa proximidad. Ash le abrió la
puerta para que subiera y luego rodeó el coche por delante para sentarse al
volante.

—¿Qué te ha perecido mi hermano? —preguntó cuando se sentó en el


asiento del conductor y puso el coche en marcha.

—¡Dios, es guapísimo!

—Vaya. Esa no es la respuesta que esperaba. Me refería a si te había


caído bien, si te parecía simpático.

—Lo siento —dijo avergonzada—. Me ha caído genial. Se ha portado


como si nos conociéramos desde siempre. Tenías razón, no es tan serio
como tú.

—Siento no ser como él.

—¿Por qué lo sientes? Cada uno es como es. De hecho, a mí me gusta


como eres tú.

—¿Sí? —dijo girándose para mirarla y provocando que se sonrojara.

—Sí —dijo ella, aunque sin mirarlo—. Apuesto a que eras como él,
antes de que algo te cambiara.

—Antes, cuando te he cogido de la cintura para acercarte, he notado


que te molestaba. Te has puesto tensa.

—No me ha molestado. No lo esperaba y me ha cogido por sorpresa.


Siento si te he causado esa impresión.

—No importa. Sé que eres muy tímida.


—A eso hay que añadirle los años que he estado sin salir de casa y sin
tener contacto con... hombres, excepto con mi abuelo y con Jake.

—¿Siempre has sido tímida?

—Desde que yo recuerdo, sí. Supongo que a los hombres no os gustan


las mujeres tímidas.

—No sé lo que les gustará a los demás hombres, pero a mí me gusta


que lo seas. Me gusta ver cómo te sonrojas, cosa que haces a menudo, por
cierto.

—Eres tú quien hace que me ruborice. Estoy completamente segura de


que lo haces a propósito.

—¿El qué?

—Hacer que me sonroje.

Ash se giró para mirarla sonriendo.

—Es la cosa más fácil que he hecho en mi vida. Y tengo que decir que
me encanta cuando lo consigo.

—Supongo que no puedo evitarlo.

—Pensaba que te ocurría sólo conmigo, pero he notado que mi


hermano te causa el mismo efecto.

—No estoy acostumbrada a tratar con hombres.

—Sé que dijiste que no habías salido de casa en mucho tiempo, pero
supongo que saldrías de vez en cuando con algún chico.

Ella lo miró como si hubiera dicho algo inconcebible.

—Pues..., la verdad es que no.

—¿Que no qué?
—Que no he salido con chicos.

—Tienes una hija.

—Es obvio que, al menos una vez, he estado con uno, no se fabrica un
bebé por correspondencia. Pero fue una sola vez, y no ha habido otros.

—¿Por qué?

—Algo me hizo creer que los hombres no merecían la pena —dijo


girándose para mirarlo—. No hablo de ti sino de los hombres, en general.

—Todos los hombres no son iguales.

—Puede que tengas razón pero, para mí, los hombres están de más.
Excepto Jake, tú y tu hermano.

Ash se rio.

—No me estarás haciendo la pelota, ¿verdad?

—¿Por qué iba a hacer algo así?

—Dices que los hombres no te interesan, sin embargo buscaste a uno a


través de un anuncio en el periódico.

—No me arrepiento de haberlo hecho.

—Me da la impresión de que sólo me necesitas para que te ayude a


rehabilitar tu casa —dijo él sonriendo.

—Espero que no sea eso lo que piensas de mí. Cuando tomé la


decisión de buscar un marido, no era para que me ayudase. Bueno, quería
que me ayudase, pero también quería compartir otras cosas con él.

—¿Qué cosas?

—Me he sentido sola durante gran parte de mi vida. Es cierto que tenía
a mi abuelo y que pasaba prácticamente todo el día con él y luego con
Dawn, pero él era una persona mayor y ella una niña. Quería tener a alguien
con quien hablar de mis cosas y contarle mis problemas. Alguien que me
acompañara a montar a caballo. Quería tener a alguien que cocinara
conmigo. Quería compartir el trabajo con él rehabilitando la casa. Quería
que educáramos juntos a la niña... En otras palabras, quería que alguien
viviera con nosotras para no sentirme tan sola. Me apetece hacer todo eso
contigo. Y he tenido suerte de que sepas de construcción —dijo sonriendo.

—Buscabas a alguien para compartir todo en tu vida, excepto la cama.

—Sí, ese es un buen resumen. Y no sé por qué te extraña, dijiste que tú


querías lo mismo, ¿no? De hecho estuviste de acuerdo la primera vez que
hablamos y lo comentamos.

—Sí, yo quiero lo mismo que tú.

—Puede que nuestro matrimonio salga bien. Los dos estamos de


acuerdo en lo que necesitamos y en lo que deseamos. Y parece ser que,
además de compartir todas esas cosas contigo, también vamos a compartir
la cama —dijo ella sonriendo.

—Es cierto.

De pronto, Ash se dio cuenta de que quería compartir su vida con


Alex. Pero en cuanto a que no quería hacer el amor con ella, ahora tenía sus
dudas.

—Esa es nuestra casa —dijo Dawn a Neithan cuando entraban por el


camino.

—Vaya —dijo él deteniendo el coche un instante para contemplar el


edificio.

Volvió a ponerse en marcha y paró detrás del vehículo de su hermano.


Bajó y ayudó a la niña a salir. Luego se acercó a Ash.

—¿Qué te parece la casa?


—Es muy grande. Sólo la he visto por fuera, pero me parece una
construcción fantástica.

—Espera a verla por dentro.

Alex cogió del coche las bolsas de las cosas que habían comprado, y
Ash sacó la maleta del vehículo de su hermano.

Neithan miró los escalones mientras subía y luego el suelo del porche.
Dirigió la mirada hacia las ventanas cubiertas con tableros.

—No he visto todavía la casa, pero apuesto a que os va a costar mucho


dinero y mucho tiempo ponerla a punto.

—Lo sabemos —dijo Ash abriendo la puerta y dejándolo pasar delante


—. Espera que encienda alguna luz.

—¡Santa madre de Dios! —dijo Neithan, que se había parado en


medio del recibidor, contemplando la escalera y el techo con la luz que
entraba por la puerta abierta.

—¿Os apetece un café? —preguntó Alex sacando a Neithan de su


asombro.

—Sí —dijeron los dos hermanos a la vez.

—Lo prepararé mientras veis la casa. Ash, coge unas linternas.

—Vale.

—Papá, ¿puedo ir con vosotros?

—Claro, cielo.

—Ven que te desabroche la chaqueta —le dijo su madre.

—¿Te acostumbras a lo de papá?


—Al principio me sorprendía, pero me gusta, me hace recordar a
Laura —dijo cogiendo a la niña en brazos cuando se unió a ellos.

Después de veinte minutos los tres entraron en la cocina.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó Alex sirviendo el café—. Sentaos.

—Es una casa increíble. Lástima que viva tan lejos, porque me
gustaría ir viendo el cambio de la rehabilitación.

—Puedes venir los fines de semana o cuando quieras —dijo Alex


sentándose con ellos—. Esta siempre será tu casa y tendrás tu habitación.

—Muchas gracias.

Cuando estaban terminando el café oyeron cascos de caballos y


salieron al porche. La niña cogió la mano de su tío y él la miró sonriendo.

—Esa era la sorpresa —dijo Dawn cuando Jake llegó hasta donde
estaban.

—¿Me habéis comprado un caballo? ¿En serio?

—Pensamos que te gustaría tener tu propio caballo cuando nos


visitaras —dijo Ash.

Jake desmontó y cogió en brazos a la pequeña que corría hacia él.

—Neithan, te presento a Jake. Jake, él es el hermano de Ash.

—Un placer conocerte —dijo el indio tendiéndole la mano.

—El placer es mío —dijo Neithan estrechándosela—. Son unos


ejemplares magníficos.

—Mi papá te lo ha comprado para que salgamos juntos a cabalgar


cuando vengas a casa.
—El marrón con las crines claras es el mío, Jake me lo ha regalado
como regalo de boda —dijo Ash—. ¿No te parecen impresionantes?

—Son preciosos, ¿verdad? —dijo Neithan mirando a su futura cuñada.

—No son tan bonitos como el mío, pero sí, son fantásticos. ¿Quieres
salir a montar mañana conmigo al amanecer para estrenarlo? Ash puede
quedarse con Dawn.

—Sí, me gustaría. Aunque hace muchos años que no monto, puede que
se me haya olvidado cómo hacerlo.

—Eso no se olvida —dijo Alex—. Jake, ¿te apetece un café?

—No, cariño. Tengo que volver al trabajo.

—¿Vendrán tus padres a la boda?

—No, mi madre no se encuentra bien todavía y mi padre quiere


quedarse con ella. Pero sí vendrá mi hermana. Ha llegado hace un rato.

—Me alegro mucho de que esté aquí para mi boda. Que no se os haga
tarde mañana, sobre todo tú que eres el padrino —dijo abrazándolo.

—¿Crees que iba a llegar tarde a tu boda? —dijo rodeándola por la


espalda y besándola en la mejilla.

Ash los miró y se sorprendió. Jamás, en toda su vida, había sentido


algo así. Estaba celoso de ese hombre, simplemente, porque podía abrazarla
de manera tan íntima. Sintió un deseo intenso por ella, un deseo que
suponía que nunca podría satisfacer.

—Espero que no. Por cierto, Ash y yo hemos pensado ir a comer


después de la boda, por hacer algo especial.

—Esa es una idea genial. Un placer conocerte, Neithan —dijo Jake


subiendo al caballo.

—Igualmente.
—Nos vemos mañana.

Los cuatro se dirigieron a la casa. Ash entró tras ellos, pensando que
Alex se había dejado abrazar por su amigo y no había visto ningún rechazo
por parte de ella. Sin embargo, se había tensado cuando él la cogió por la
cintura en el bar. Saberlo le molestó. Y tampoco le gustó la idea de que ella
le propusiera a su hermano ir a montar, en vez de pedírselo a él. Y, mientras
cerraba la puerta, se preguntó por qué le molestaba.

—¿Estás muy cansado? —preguntó Ash a su hermano.

—¿Cansado? He estado sentado desde que salí de Nueva York.

—Perfecto. Alex quiere que la ayudemos a entrar del garaje la


maquinaria de carpintería de su abuelo.

—Pues vamos a ello. Me irá bien un poco de ejercicio. Dame cinco


minutos para que me cambie.

Ash llevó la maleta de su hermano al dormitorio que compartirían.

—Alex es preciosa, y muy simpática —dijo Neithan cuando entraron


en la habitación.

—Sí —dijo Ash cerrando la puerta.

—Y la niña es un cielo —dijo mientras abría la maleta y sacaba un


vaquero y un suéter, ambos muy usados—. Creo que te envidio.

—¿Por qué? —preguntó Ash colgando el traje de su hermano y la


camisa en el armario.

—Por haber encontrado a esa chica, y a esa niña. Y por esta casa.
Dios, no sabes lo que daría por tener una casa como esta —dijo poniéndose
los deportivos después de cambiarse.

—Alex ya te lo ha dicho, esta es tu casa y puedes venir siempre que


quieras. Te aseguro que lo ha dicho en serio. Y una mano de vez en cuando
no nos vendrá mal.
—Vendré siempre que pueda, te lo aseguro.

—Alex quiere pedirte consejo sobre por dónde debemos empezar con
la casa.

—Mañana echaré un vistazo, sobre todo a los cimientos y la estructura.

—Vale.

—Lo prioritario son los techos y el tejado. Y no nos marcharemos


hasta dejarlos completamente terminados.

—Gracias.

—No me des las gracias, eres mi hermano. Vayamos a ver lo que


quiere tu mujercita que hagamos.

Les llevó tres horas entrar toda la maquinaria. Y tuvieron que llevar un
cable desde la casa para poder tener luz, ya que había oscurecido y en el
garaje no había electricidad. Neithan estuvo todo el tiempo bromeando con
su cuñada porque no se creía que supiera de carpintería.

Cuando el garaje estuvo vacío comprobaron lo espacioso que era.


Metieron los tres vehículos y sobró espacio para dos más.

—Hay que poner cierres electrónicos en las puertas para abrir con el
mando —dijo Ash cuando estaban cerrándolas.

—Son cinco puertas, ¿tienen que abrirse todas juntas o por separado?
—preguntó ella.

—Se puede hacer de las dos formas, es tu decisión —dijo Neithan


mientras entraban en la casa—. Yo creo que lo mejor sería que abrieran
independientes. Si cada uno aparca siempre en el mismo sitio sólo
necesitará el mando de su puerta.

—Yo también lo creo —dijo Ash.


—Esta es la puerta del garaje —dijo Alex cuando estaban en el
recibidor—, pero no tengo la llave, los propietarios no la encontraron.

—Ábrela, Ash —dijo Neithan.

—He dicho que no tengo la llave —insistió Alex.

—Él no necesita llave para abrir una puerta.

Ash sacó un pequeño estuche del bolsillo trasero de su vaquero, buscó


dentro lo que buscaba y en unos segundos abrió la puerta.

—¿Siempre llevas eso encima? —preguntó ella.

—Nunca se sabe cuando lo voy a necesitar —dijo Ash sonriéndole.

—¿Has visto lo útil que es tu hermano? —dijo Alex a Neithan—. Voy


a utilizarlo para muchas cosas.

Ash la miró levantando las cejas y sonriendo, y la vio ruborizarse. Esa


chica lo fascinaba tanto por su auténtica ingenuidad, por su timidez, por su
manera de ser, como por su físico.

—Todas esas máquinas que hemos entrado valen una fortuna —dijo
Neithan cuando entraban en el salón.

—Eran de mi abuelo, él tenía una carpintería. ¿Queréis tomar algo?

Los dos dijeron que no. Se sentaron en el sofá y la pequeña se sentó en


el regazo de su tío.

—¿En serio sabes utilizar todas las máquinas?

—Claro. Estuve trabajando con él durante siete años y según él, me


enseñó todo lo que había aprendido a lo largo de su vida.

—¿Y vas a ocuparte de todo lo relacionado con la madera?


—Sí. Sé que me llevará mucho tiempo, porque aquí hay mucha madera
y será un trabajo duro, pero no tenemos prisa. Queríamos hablar contigo
para que nos aconsejes por dónde empezar.

—Me lo ha dicho Ash. Mañana examinaré la estructura de la casa.


Aunque toda es de piedra y apostaría a que es sólida como una roca y está
en perfectas condiciones. Eso hará que ahorréis un montón de dinero.

—Perfecto —dijo ella—. Tu hermano me ha dicho que vas a arreglar


el tejado y los techos como regalo de boda. Eso te costará una pasta.

—Sólo tengo un hermano, y él me ayudó a construir mi casa.

—Nunca podré agradecértelo —dijo ella.

—Cariño, voy a venir muchas veces por aquí y me darás de comer.

—Esta también será tu casa, de manera que no serás un invitado.

—Gracias.

—¿Vais a quedaros mucho tiempo los chicos y tú? —preguntó Alex.

—Nos quedaremos hasta que acabemos el trabajo. Y en esos días


examinaré la casa en profundidad. Háblame de la instalación eléctrica.

—Vino un electricista y dijo que había que pasar cables nuevos por
toda la casa. Se encargó de dar de alta la luz e instaló un cuadro eléctrico
nuevo. Además, sacó unos cables de él para que tuviéramos luz aquí, en la
cocina, en el recibidor y en el baño, pero en el resto de la casa no hay luz.

—No te preocupes, los chicos traerán cables largos y llevarán la luz


hasta el último rincón. Esa chimenea es impresionante y también la de la
biblioteca y el comedor.

—En la cocina también hay una. No la habrás visto porque la cubre la


mesa.

—¿Qué me dices de las tuberías?


—Llamé a un fontanero y las revisó. Dijo que había que hacer nueva
toda la instalación. Le pedí que hiciera algo provisional para tener agua en
la cocina y el baño que estamos utilizando y es lo que hizo. Contrató el
agua y además instaló un termo eléctrico. Y me dijo que también tendría
que cambiar toda la instalación de la calefacción.

—Las cosas se estropean más de no usarlas que de hacerlo.

—Eso dijo él.

—Esta casa es enorme. ¿Vas a encargarte tú de la instalación eléctrica?

—¿Yo? Yo no tengo ni idea de electricidad —dijo ella—. A no ser que


quiera encargarse tu hermano…

—Lo haga quien lo haga tiene que dirigirlo un electricista.

—El electricista me dijo que lo llamara y prepararía un presupuesto. Y


el fontanero me dijo lo mismo. Es una lástima que estés tan lejos, de lo
contrario, podrías ocuparte tú de todo.

—Veremos qué puedo hacer. Tengo dos proyectos de reformas


pendientes, pero no les he dado fecha de inicio. Dejadme que lo estudie.

—Claro.

—¿Qué es lo que más prisa os corre?

—Nos estamos apañando con uno de los baños de la planta baja, que
es donde hay agua. Habrás visto las tuberías provisionales que instaló el
fontanero, que van de la cocina al baño.

—Sí.

—Pero creo que la cocina es más importante. Compré un frigorífico,


una cocina miniatura, una lavadora y un televisor, todo de segunda mano,
para salir del paso, porque estábamos solas Dawn y yo, pero ahora somos
cuatro. Y si tus hombres están aquí, tendré que cocinar para todos y en esa
cocina de juguete… Los armarios son de obra y las puertas están hechas
polvo.

—¿Vas a hacer tú los muebles de la cocina?

—No, la cocina la compraremos hecha. He visto algunas preciosas en


las revistas. Seguro que tú sabes donde comprarla.

—Sí. Y si la compro yo, os ahorraréis, al menos un cuarenta por


ciento.

—Eso es fantástico.

—Os mostraré la empresa con la que trabajo y podréis elegir los


muebles por Internet.

—Dios, no vamos a sobrevivir si te marchas. Si en otra ocasión vienes


con tus hombres, se quedarán en casa. Bajaremos camas de arriba y
compraremos colchones. De todas formas teníamos que comprarlos al
terminar la reforma.

—Vale.

Uno de los hombres de la cuadrilla llamó a Neithan para decirle que


habían llegado al hotel y fue con Ash a cenar con ellos.

Alex llamó a su amiga Dani y al decirle que Ash y su hermano habían


salido a cenar decidió ir a cenar con ella.

—He visto los pestillos de las dos puertas de entrada a la casa —dijo
Neithan cuando iban en el coche.

—Ya te dije que Alex estaba asustada.

—Háblame de ella.

—Sé poco más que tú.

—Has estudiado psicología en el trabajo.


—Vivió con su abuelo desde que perdió a sus padres, con trece años.
Por cómo habla de él, estaban muy unidos. A los catorce años le ocurrió
algo que hizo que no deseara salir de casa. Y no salió hasta que su abuelo
murió, asesinado, hace unos meses. Es una mujer segura de sí misma,
excepto con los hombres. El simple hecho de estar cerca de uno la
desestabiliza. Cuando iba a presentártela en el bar la cogí de la cintura y
noté la tensión en su cuerpo. Es una madre fantástica y adora a su hija. Y
está asustada por las dos. No deja a la niña salir a jugar fuera. Y tiene varias
armas repartidas por toda la casa.

—Vaya.

—Cuando entra en casa cierra los pestillos de la puerta, aunque tenga


que volver a salir a coger algo más del coche. Cuando fui a ver la casa por
primera vez, después de entrar yo, corrió los pestillos, a pesar de que yo
estaba allí, y de ser un desconocido.

—Parece que confió en ti desde el primer momento.

—Sí. Esa chica está aterrada.

—Pero Jake la abrazó cuando fue a casa esta tarde.

—Por lo visto, a él no lo tiene catalogado como a un hombre. O puede


que se sienta cómoda con él porque está al corriente de lo que le sucedió.

—Supongo que, si quisieras, no te costaría averiguar lo que le pasó.

—Tienes razón, pero no voy a hacerlo. Ella confía en mí y no quiero


que eso cambie. Cuando vaya pasando el tiempo irá abriéndose a mí.
Quiero que sea ella quien me cuente lo que le sucedió.

—¿Tú también le contarás lo que te pasó a ti?

—No lo sé.

—A los dos os unen las sombras del pasado.

—Sí —dijo Ash sonriendo.


—Me gusta Alex. ¿Y sabes qué es lo que más me gusta?

—¿Qué?

—Que te hace sonreír. Estás más relajado y eso lo ha conseguido ella,


y en tan solo dos días.

—Es imposible no sonreír con ella.

Cuando Dani llegó a la casa, la pequeña ya estaba acostada. Sirvieron


la cena que la chica había llevado y se sentaron a comer en la cocina.

—¿Has congeniado con tu futuro cuñado?

—Neithan es muy simpático.

—Y muy guapo.

—Sí, eso también.

—¿Cómo te va con el bombón de tu prometido?

—Muy bien —dijo mostrándole el anillo de compromiso.

—¿Te ha comprado un anillo? ¡Dios mío! Es precioso.

—Sí, me encanta. Ha sido todo un detalle de su parte.

—Desde luego que sí.

—Me gusta estar con Ash, me siento muy a gusto con él. Es como si
nos conociéramos desde hace años.

—Eso está bien, ¿no?

—Sí… supongo.

—¿Qué ocurre?
—Tengo problemas.

—¿Qué clase de problemas?

—Cada vez que lo veo, mi corazón se salta un latido.

—¿Estás diciéndome que te gusta?

—No lo sé. He llevado una vida sin sobresaltos y ahora, de pronto, me


siento sumergida en un mundo de sensaciones desconocidas que me hacen
sentir aturdida, confusa y muy desconcertada.

—¿A qué te refieres?

—Nunca me había encontrado con un hombre como él.

—Cariño, tú nunca has conocido a ningún hombre.

—Lo sé. Y puede que esa sea la razón. Parece tan cómodo y relajado y,
a la vez tan… alerta. Puede que esa tensión sea la que lo hace atractivo
sexualmente, y ese aspecto suyo de duro e implacable.

—Alex, el aspecto de tu marido resucitaría a una muerta. Pero, ¿me


estás diciendo que te atrae sexualmente?

—No estoy segura. Nunca me había pasado con nadie. Hay algo en él
que me atrae. Supongo que será su físico, porque he de reconocer que es
imponente. Y ese pelo, con esas mechas doradas… Y esos ojos, de ese azul
tan intenso…

—Vaya.

—Cuando lo conocí pensé que no sabía sonreír, y no es que lo haga a


menudo, pero cuando lo hace… Dios, tiene una sonrisa que me hace
estremecer. Me atrae incluso su forma de ser. Al principio pensé que era
demasiado serio, pero conforme van pasando los días, voy descubriendo
que es pura fachada. No tiene nada de serio, todo lo contrario. Es divertido.
Cuando está sin afeitar parece un chico malo. Y es tan cariñoso con mi
hija…
—Es difícil resistirse a un chico malo, cuando descubres que es un
buen hombre. Eso te desconcierta.

—Sí —dijo Alex sonriendo—. Cada vez que está cerca noto un
hormigueo por todo el cuerpo y me siento aturdida. Y cuando me roza sin
querer o me coge la mano, hace que el corazón me empiece a latir
desenfrenado.

—Sí, creo que tienes razón. Tienes serios problemas —dijo Dani
sonriendo.

—He intentado decirme a mí misma que son tonterías, pero la forma


en que mi cuerpo reacciona cuando él está cerca me resulta cada vez más
difícil de ocultar.

—La verdad es que te entiendo perfectamente. Ash es un auténtico


bombón. Y tiene una boca hecha para dar placer a las mujeres.

—Sí —dijo Alex sonriendo, aunque ruborizada por las palabras de su


amiga—. Tiene una boca perfecta para besar. Y yo nunca voy a probarla.

—No digas eso. Ya sé que acordasteis no tener relaciones sexuales,


pero eso puede cambiar. ¿Por qué no hablas con él y le dices que quieres
replanteártelo?

—¿Qué? ¿Cómo voy a hacer eso? Si lo menciono, no querrá casarse


conmigo. Él estuvo de acuerdo en no mantener relaciones sexuales, de lo
contrario no habría contestado al anuncio.

—Sabes, no te preocupes ahora por eso. Puede que con el tiempo


empieces a gustarle y sea él quien te pida cambiar los términos de vuestro
acuerdo.

—Puede que me sienta atraída por él, simplemente, porque es el


primer hombre que he conocido.

—¿Te sientes igual de atraída por su hermano? Porque has de


reconocer que ese también es otro bombón.
—No. Neithan me cae genial, pero estoy relajada cuando está cerca.

—Cariño, en ese caso, creo que te has enamorado.


Capítulo 6
Alex se despertó al amanecer sin necesidad de la alarma del móvil. Se
levantó sin hacer ruido, se vistió y salió del salón, cerrando la puerta
despacio. Cuando se dio la vuelta se encontró delante a Ash.

—¡Dios! ¡Qué susto!

—Lo siento. Te he oído levantarte.

—¿Me has oído? ¿Incluso con la puerta cerrada? No he hecho ruido.

—Sin duda no has sido tan silenciosa como crees.

—¿Se ha levantado tu hermano?

—No, ahora lo despertaré.

—Iré a ocuparme de los caballos —dijo ella poniéndose la chaqueta—.


¿Puedes cerrar la puerta cuando nos marchemos?

—Alex, no va a entrar nadie estando yo aquí.

—Por favor.

—De acuerdo.

—Dile a Neithan que le espero fuera. Volveremos en una hora, más o


menos, y prepararé el desayuno.

—Vale. Oye —dijo antes de que ella saliera de la casa—. Ten cuidado,
no vaya a pasarte algo y me dejes colgado.

—No va a pasarme nada —dijo Alex sonriendo—. Tu hermano


cuidará bien de mí.

Ash volvió al dormitorio, cabreado porque ella le dijera que Neithan la


cuidaría.
—Neithan despierta. Alex está esperándote fuera.

—Ya voy —dijo saliendo de la cama y empezando a vestirse.

—No entiendo por qué te ha pedido a ti que la acompañes a montar.

—Puede que porque estaré aquí sólo unos días.

—Pues me ha molestado.

—¿Celoso? —preguntó Neithan mientras se ponía las botas.

—No creo.

—Yo creo que sí. Me da la impresión de que te gusta esa chica, y


mucho.

—No es eso, pero me siento muy protector con ella.

—No te preocupes, la cuidaré mientras estamos fuera. Me voy a


cabalgar con tu prometida que, por cierto, es preciosa —dijo Neithan
saliendo del dormitorio y sin dejar de sonreír.

—Sí, lo es.

—Tienes suerte. Ojalá este matrimonio te vaya bien. Te mereces una


buena familia, y creo que la has encontrado.

—Buenos días —dijo Alex, que estaba frente a la casa con los dos
caballos.

—Buenos días, preciosa —dijo Neithan sonriendo—. ¿No tienes silla


de montar?

—Yo no monto con silla.

—Bonito caballo —dijo bajando los peldaños junto a Ash y


acercándose al animal para acariciarlo.
—Gracias.

—No sé si me acordaré de montar, hace mucho que no lo hago y puede


que haga el ridículo.

—Dijiste que me considerabas tu hermana, así que no tienes que


preocuparte de hacer el ridículo delante de mí.

Ash se acercó a ella, le rodeó la cintura con las manos, sin ella
esperarlo, la elevó sin el menor esfuerzo y la sentó sobre el caballo.

Alex ya estaba ruborizada porque Neithan le dijera preciosa, pero el


color de sus mejillas se acentuó al subirla Ash al caballo.

—Gracias —dijo mirándolo.

—Un placer —dijo él sonriéndole.

La sonrisa de Ash, completa y densa como la melaza, se expandió


lentamente por aquellos labios sensuales y la dejó sin aliento. Alex pensó
que parecía feliz. Y le gustaba mucho verle feliz. Bueno, en realidad, le
gustaba verle, sin más.

—No tardaremos.

Alex salió disparada y Neithan la siguió a buen galope. Estaba


fascinado al ver cómo manejaba el caballo, prácticamente con los muslos.

—¿Quién te enseñó a montar? —preguntó Neithan cuando bajaron el


ritmo y se colocaron uno junto al otro.

—Jake. Es un comanche y, no sé si estás al corriente de que los


comanches son los mejores jinetes del mundo.

—Eso he oído. Tenía que haberlo imaginado. Pero Jake no es un indio


tradicional, tiene los ojos verdes y su piel es blanca.

—Su abuelo era comanche. Se enamoró de una colona irlandesa.


Tengo entendido que montaron un buen revuelo en la tribu, pero
consiguieron casarse. Jake ha heredado los ojos de su abuela y el color de la
piel. Pero te aseguro que es un comanche de pura cepa.

—¿Él y su familia viven en una reserva?

—No, Jake compró un rancho y se llevó a sus padres y a su hermana a


vivir con él. Y le dio trabajo a dos primos suyos que también viven en su
propiedad. Se dedica a la cría de caballos pura sangre. Tiene los mejores
ejemplares en muchos kilómetros a la redonda y viene gente de otros
estados a comprarlos.

—Desde luego, este caballo y el de Ash son muestra de ello.

—El mío también es de Jake, me lo regaló cuando cumplí dieciocho


años.

—Es precioso. Parece que Jake y tú os lleváis muy bien.

—Es como un hermano para mí, al igual que Lydia, su hermana. Me


enseñó muchas cosas, como hacen los hermanos mayores: a montar como
él, bueno, no tan bien como él, porque eso sería imposible. Me enseñó a
cazar con flechas y a pescar con arpón. A usar el cuchillo... Siempre me
interesaron más las cosas de chicos que de chicas.

—¿Sigues practicando todo eso?

—Sí. A veces Dawn y yo vamos a pasar el fin de semana a su casa y


me obliga a practicar.

—¿También sabes usar armas?

—Sí, practico al menos una vez a la semana, cuando la niña está en el


colegio.

—Ash no tardará en empezar a entrenar en serio. No encontrarás a


nadie más cualificado para aconsejarte sobre armas de fuego o cuchillos.

—Me dijo que era un SEAL. No había oído hablar de ellos y los
busqué en Internet. Están muy preparados, para todo.
—Sí.

—Me dijo que estaba divorciado. ¿Quería a su mujer?

—Supongo. Aunque ella lo decepcionó, y también a mí. Lo abandonó


cuando más lo necesitaba.

Alex se quedó pensando en ese supongo.

—También me dijo que los últimos meses vivió en un infierno.

—Es cierto, y puedo dar fe de ello. Por suerte, pude convencerlo para
que saliera de él. Tú le gustas y le ayudará el tenerte cerca.

—¿Que le gusto?

—Por supuesto. Puedo asegurarte de que si no le gustaras no se casaría


contigo. Ash no es un hombre que haga lo que no quiere o desea hacer.

—Se casa porque necesita compañía, como yo.

—Sí, es posible que también lo haga por la compañía. Pero sabes, sé


que os va a ir bien a los tres.

—Eso espero.

—Ash y tú tenéis un reto con la casa y vais a pasar mucho tiempo


juntos. Y te enamorarás de él. Todas las mujeres lo hacen. Bueno, lo hacían
cuando era soltero —dijo sonriendo.

—Eso no va a suceder. Yo jamás podré estar con un hombre.

—Puede que eso cambie. ¿Has tenido algún problema con algún
hombre? ¿Quieres hablarme de ello?

—No. Al menos, de momento.

—¿Lo encuentras atractivo?


—Esa es una pregunta bastante estúpida —dijo ella sonriendo—. Me
gustaría que hubieras estado con nosotros ayer en el supermercado. Las
mujeres se lo comían con los ojos. El lunes me acompañarás a llevar a
Dawn al colegio. Os parecéis muchísimo y apuesto a que pasará lo mismo
contigo.

—¿Eso crees?

—Por supuesto. Sois los hombres más atractivos en muchos


kilómetros a la redonda. Hasta el momento había pasado desapercibida,
pero seguro que eso va a cambiar a partir de ahora.

—No creo que tú puedas pasar desapercibida. Eres preciosa.

—¿Crees que tu hermano volverá al trabajo? —preguntó sonrojada por


el piropo.

—Siempre le gustó su trabajo. Y trabajó muy duro para ser un SEAL.


Te aseguro que no todos los que quieren serlo lo consiguen. Volverá al
trabajo, aunque antes tendrá que ponerse en forma. Ha tenido unos meses
difíciles y sin ningún tipo de entrenamiento. Ahora está casi recuperado,
pero si lo hubieras visto hace dos meses... Pesaba quince kilos menos y
estaba hecho una pena. Por suerte pude convencerle para que viniera a vivir
conmigo y que trabajara en mi empresa. Así y todo, no está preparado para
volver al trabajo. Tendrá que entrenar muy duro —¿Por qué lo dejó?

—¿Se lo has preguntado a él?

—Sí, pero no quiso decírmelo. Y no lo culpo, porque yo tampoco


quise hablarle de mí... pasado.

—Tendrá que ser él quien te hable de ello.

—De acuerdo. Supongo que Ash te habrá comentado sobre las


condiciones de nuestro matrimonio.

—¿Te refieres a las relaciones sexuales?

—Sí.
—No tuvo que mencionarlo. Leí el anuncio que pusiste en el
periódico.

—En mí puedo entenderlo, pero en él... No sé, es tan atractivo.

—¿Tú no te consideras atractiva?

—Soy del montón.

—Parece que no te miras mucho al espejo. Cuñada, eres una


preciosidad.

Alex volvió a ponerse roja de la vergüenza.

—Y muy tímida. Me temo que no sabes lo que provocas en los


hombres. Cualquier hombre que te vea con Ash lo envidiará. Yo lo envidio.

Alex se puso todavía más roja y Neithan volvió a sonreír.

—Volvamos a casa. Hoy me caso y tengo que esmerarme un poco al


arreglarme.

Ash estaba sentado en el porche. Cuando los vio aparecer a lo lejos se


puso de pie y bajó los peldaños del porche. Se detuvo junto al caballo de
Alex que acababa de detenerse frente a él.

—¿Lo habéis pasado bien?

—Ha sido fantástico —dijo Neithan—. Había olvidado cuánto me


gusta montar.

Alex pasó la pierna por encima del caballo para dejarse caer. Pero Ash
la cogió por la cintura, sin el menor esfuerzo y la fue bajando lentamente,
pegada a su cuerpo, rozándolo y sin apartar la mirada de sus ojos. Y el
rostro de ella se encendió.

Ash sabía que no debía haberlo hecho, pero quería sentirla cerca de él.
—Llevaré los caballos al establo —dijo Alex sin mirarlo cuando tocó
el suelo con los pies—. Cuando los cepille y les ponga comida y agua,
prepararé el desayuno.

—Te ayudaré —dijo Ash.

—¡No! No tardaré mucho —dijo ella mirando embobada su precioso


rostro—. No necesito ayuda.

Los ojos de Ash eran de un azul intenso, del mismo color que el cielo
cuando salía el sol después de una tormenta. Y esa intensidad se acentuaba
al estar tan bronceado.

—En ese caso, Neithan y yo prepararemos el desayuno.

—Vale. No tardaré.

Ash sentía un cosquilleo bajo su piel. Sabía que le pasaba algo. Desde
luego, esa chica lo atraía sexualmente. Se había sentido atraído por mujeres
a lo largo de su vida, pero no con esa intensidad. Sabía, por mucho que se
esmerara en no creerlo, que había algo más aparte de ese deseo físico.

—Gracias por acompañarme, Neithan.

—Ha sido un placer ir contigo, cielo.

—¿Qué tal el caballo? —le preguntó Ash a su hermano cuando


entraban en la casa.

—Es fantástico. Me encanta montar. Creo que vendré a menudo por


aquí.

—Eso está bien.

—Me gusta Alex.

—Sí, es muy guapa.


—No me gusta sólo porque sea guapa. Es una chica estupenda. Y sé
que te ayudará a superar todos tus problemas.

—Eso jamás sucederá.

—Dale tiempo al tiempo. Y mi sobrina es un cielo. Voy a ir el lunes


con tu mujer a llevarla al colegio.

—Pensaba que habías venido a trabajar.

—Me lo ha pedido ella. Me parece que quiere presumir de cuñado. Y


sólo perderé unos minutos.

Alex fue al salón nada más entrar en la casa. Se quitó las botas y se
puso los zapatos de tacón. Al entrar en la cocina, ellos dos y la niña, que
estaban sentados en la mesa, la miraron.

—¿Dónde vas, mamá?

—A ningún sitio. Voy a servir el desayuno.

—¿Y por qué te has puesto los tacones?

—Nunca he llevado tacones y necesito practicar.

—¿Es la primera vez que te pones tacones? —preguntó Neithan.

—Sí —dijo avergonzada porque Ash no dejaba de mirar cómo


caminaba y la ponía nerviosa.

—Pues parece que las mujeres lo lleváis en los genes, porque parece
que los has llevado siempre —dijo Neithan.

—Espero no tropezar en la boda.

—Tu mamá es muy guapa, ¿eh? —dijo Neithan a Dawn.

—Sí. Todos los de mi clase dicen que es más guapa, más alta y más
joven que sus mamás.
—Estarás orgullosa de ella.

—Sí. Además, es la mamá más buena.

—Vaya, tienes una súper mamá.

—Sí, es como Súperman, pero en chica —dijo la pequeña sonriendo.

—¿Cuánto mides, Alex?

—La última vez que me midió mi abuelo medía un metro setenta y


ocho.

—Más esos tacones —dijo mirándole los pies—, que medirán unos
siete centímetros, uno ochenta y cinco. Un poco más y me alcanzas. Yo
mido un metro ochenta y nueve, pero Ash es más alto, él mide uno noventa
y uno.

—Mi papá también es más altos que los papás de mis amigos. Y
también más guapo —dijo la niña sonriendo orgullosa.

—Gracias, cielo —le dijo Ash.

—Vaya —dijo Neithan riendo—. Eres una niña con suerte.

—Lo sé —dijo ella sonriendo de nuevo—. Y tú también eres más


guapo que los tíos que conozco de mis amigos.

—Muchas gracias, cariño.

Los tres adultos se rieron.

—Deberíamos darnos prisa, no se nos vaya a hacer tarde —dijo Alex


sentándose a desayunar—. Recordad que solamente tenemos un baño.

—Tienes razón —dijo Ash—. Dawn, date prisa en comerte los


cereales.

—Sí, papá.
Cuando terminaron recogieron la mesa entre los tres.

—Si no os importa, bañaré primero a Dawn y luego, mientras ella ve


los dibujos en la tele, nos arreglaremos nosotros.

—Claro, adelante —dijo Ash.

—Dani estará a punto de llegar, me dijo que se vestiría aquí.

—Le abriremos la puerta, no te preocupes —dijo Ash—. Y correré los


cerrojos cuando ella llegue y esté dentro.

—Gracias —dijo Alex mirándolo con una tierna sonrisa.

Alex y Dani entraron en el salón vestidas para la boda. Ash miró a su


futura esposa.

Esa chica resplandece, como si fuera un ángel que hubiera venido a


salvarme. Y tiene un cuerpo impresionante, pensó Ash.

Y el vestido que llevaba lo corroboraba. Era bastante corto y se le


veían unas piernas larguísimas. Llevaba el pelo suelto y la melena
ondulada, que muchas mujeres envidiarían, le llegaba hasta la mitad de la
espalda. Dani la había maquillado ligeramente y de forma natural.

—Estás preciosa —dijo Ash—. Las tres estáis preciosas.

Alex le sonrió ruborizándose un poco. Y esa sonrisa volvió a provocar


sensaciones extrañas en Ash. Su deseo por ella se incrementó de una
manera desconocida para él. Estaba familiarizado con el deseo, pero no con
lo que estaba sintiendo en ese momento. Las sensaciones que se
acumulaban en su interior lo tenían abrumado. Se notó temblando e incapaz
de pensar en nada que no fueran los desenfrenados latidos de su corazón.

—Gracias —dijeron las dos chicas.

—¿No es muy ceñido el vestido? —preguntó Alex.

—No digas tonterías —dijo Dani—. Estás fantástica.


—Dani tiene razón —dijo Neithan—. El vestido te queda genial.

—Estás espectacular, cielo. Y ese color te favorece —dijo Ash


haciendo que se sonrojara de nuevo.

—Los chicos acaban de llamar. Están de camino —dijo Neithan.

—Jake y su hermana también —dijo Alex—. No olvidéis los anillos.

—Los tengo yo —dijo su futuro cuñado.

—Alex, ¿podemos hablar un momento, a solas? —preguntó Ash.

—Claro —dijo ella saliendo del salón y caminando hacia la cocina


seguida por él.

Ash se esforzaba por no pensar en el balanceo de sus caderas, e


intentaba recuperar la serenidad y naturalidad que acostumbraba a tener, y
que de pronto se había esfumado. Pero no podía evitar que le faltara el aire
siempre que la miraba.

Al entrar en la cocina Alex se detuvo y se dio la vuelta para mirarlo.

—¿Vas a decirme que ya no quieres casarte?

—¿Qué?

—Si no quieres seguir adelante con esto lo entenderé. Ash, no tienes


que preocuparte, no voy a ponerme a llorar porque ya no quieras casarte
conmigo.

—¿Qué estás diciendo? Por supuesto que quiero casarme contigo.

—Entonces, ¿qué pasa?

—Sé que no te gusta que te toque.

—Ya sabes que no me pasa solamente contigo.


—Lo sé. Pero hoy, cuando nos casen, esperarán que te bese.

—Ah. No había pensado en ello.

—Puedo besarte en la mejilla, aunque los que estén allí, se


sorprenderán. O puedo besarte ligeramente en los labios. ¿Crees que lo
soportarás?

—Hazlo ahora y así podré contestarte.

—¿Quieres que te bese?

—Nunca me ha besado nadie y no creo que me vaya a asustar porque


me roces los labios con los tuyos..., creo.

Ash la miró y sonrió por su inseguridad. Dirigió la vista hacia su boca


y deseó besarla, aunque no sólo en los labios.

Alex lo miró a los ojos, y luego desvió la mirada hasta su boca. Los
latidos de su corazón le retumbaban en el pecho, transformando el simple
acto de respirar en un reto.

Ash se acercó más y colocó los labios sobre los de ella. Y Alex se
tensó. A pesar de ello, Ash permaneció allí, más tiempo del necesario. Sus
labios eran suaves y cálidos como la luz del sol. No quería apartarse de ella,
quería seguir sintiendo el calor de su piel.

—¿Estás bien? —dijo él cuando se separó.

—Más o menos —dijo ella intentando que su voz sonara como


siempre.

—Cuando te bese, cierra los ojos.

—¿Por qué?

—Tú no tienes experiencia, pero yo sí —dijo sonriendo.

—De acuerdo.
—Puede que también tenga que cogerte las manos —dijo cogiéndolas
y manteniéndolas entre las suyas. Y no pudo resistirse a besarla de nuevo en
los labios—. ¿Te sientes bien?

—Sí. Supongo que ya me voy acostumbrando a ti.

—Eso está bien.

—Ese traje te sienta de maravilla —dijo ella de repente. Tal vez


porque estaba nerviosa y necesitaba hablar de cualquier cosa, para olvidar
que los labios de él habían estado sobre los suyos.

Ash llevaba un traje gris con chaleco y una camisa de seda negra con
los dos primeros botones desabrochados.

—Gracias.

—A tu hermano también le queda bien el traje.

—Parece que mi hermano te ha caído muy bien.

—Sí. Me ha dicho que va a venir a menudo a vernos.

—¿Y eso te gusta?

—Sí —dijo ella dedicándole una traviesa sonrisa.

—¿Estás intentando ponerme celoso?

—¿Por qué ibas a ponerte celoso? ¿Lo estás?

—Es posible.

—Ash, nuestro matrimonio es de conveniencia. Menos mal que


solamente lo saben Neithan, Dani y Jake.

—¿No lo sabe el abogado?


—No. Aunque le extrañará que de repente me haya aparecido un novio
de la nada —dijo ella riendo.

—¿Crees que pensará que estamos enamorados?

—Me importa un pimiento lo que piense —dijo ella.

—A mí tampoco me preocupa. Y a nadie le importa nuestra vida


personal.

Los chicos de la cuadrilla de Neithan llegaron, vestidos con traje. Él le


presentó a las dos chicas y a la niña. Los cuatro hombres no sabían nada
sobre la relación que había entre Ash y Alex, y se mostraron muy efusivos
con ella, ya que era la novia de su amigo, a quien conocían desde hacía
muchos años.

Ash notó lo incómoda que se sentía Alex. Por suerte, Jake llegó con su
hermana. Alex los presentó a todos.

—Mi madre me ha dado este regalo para vosotros —dijo Lydia, la


hermana de Jake.

—¿Lo abro ahora?

—No hace falta. En el interior hay una nota suya.

—Vale. Iré a verla mañana temprano.

Ash cogió a Alex de la mano tan pronto bajaron del coche. Ese ligero
contacto hizo que ella se tensara, pero no la apartó. Ash le acariciaba la
palma de la mano con el dedo pulgar, con suavidad. Era una caricia casi
imperceptible, pero hizo que a Alex la recorriera una cálida sensación que
se instaló directamente en su corazón y se sintiera aturdida y algo
desconcertada.

Daniel, el abogado, estaba esperándolos en la puerta del ayuntamiento.


Al ver a Alex se sorprendió, porque era la primera vez que la veía tan
arreglada y con tacones. Les acompañó hasta la sala donde los casarían.
Además, había un fotógrafo, que empezó a disparar su cámara tan
pronto ellos se acercaron, aún con las manos unidas. Más tarde sabrían que
lo había contratado Dani.

La boda fue muy corta, apenas duró veinte minutos. El juez les
preguntó si querían decirse algo y ellos improvisaron unos votos y los
dijeron en voz alta, sin apartar la mirada el uno del otro y cogidos de las
manos.

Alex quería moverse, pero no era capaz de encontrar la fuerza de


voluntad que necesitaba para hacerlo. Quería apartar la mirada de esos ojos
azules que la turbaban, pero tampoco encontró la fuerza. Se sintió muy rara
y desconcertada mientras miraba a Ash. Cuando él le puso la alianza en el
dedo, el ritmo de su corazón se alteró y algo, que no era ni alegría ni miedo,
le recorrió su interior. Era una sensación nueva, pero no sabía como definir
ese sentimiento que la embargaba.

Cuando los declararon marido y mujer, Ash se acercó a ella y la besó


en los labios, y notó la respiración de Alex alterada.

Fueron a un restaurante que Daniel les aconsejó y comieron todos


juntos, invitados por Ash.

Al principio fue un poco extraño, porque eran doce personas,


completamente diferentes, y que no tenían absolutamente nada en común.
Un abogado, un Seal, una contable, un arquitecto, cuatro trabajadores de la
construcción, un indio que criaba caballos, una camarera, una asistente
social y una niña. Pero resultó una comida fantástica y todos se divirtieron.

Salieron bastante tarde del restaurante porque la sobremesa se había


alargado mucho. Los cuatro chicos de la cuadrilla de Neithan se fueron al
hotel porque pensaban ir al pub del mismo a pasar un rato. Jake se marchó
con su hermana y se llevaron a la niña a dormir con ellos. Dani y su
hermano también se marcharon. Y los dos hermanos y Alex se quedaron
solos.

Decidieron dar un paseo para que Neithan viera el pueblo. Y más tarde
Neithan los invitó a cenar.
Era temprano cuando salieron del restaurante y pensaron en ir a tomar
una copa para no terminar tan pronto un día tan especial.

Entraron en una discoteca. Alex habría preferido ir a casa, pero le dio


vergüenza decirlo. Aunque su marido, que era muy observador y no se le
escapaba nada, supo que le pasaba algo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ash cuando entraron en el local.

—Es la primera vez que vengo a una discoteca. No sé bailar —dijo


ella acercándose a él para hablarle al oído.

Ahora fue Ash quien se tensó al tenerla tan cerca.

—Entonces, no permitiremos que bailes con nadie, excepto conmigo


—le dijo él también al oído.

—Que baile contigo no significa que de repente sepa bailar.

—Yo te guiaré y nadie lo notará. Te aseguro que bailo bien.

Alex no estaba preocupada por el baile en sí, lo que temía era verse
rodeada por sus brazos mientras bailaban, porque no sabía como se sentiría
ni si lo soportaría.

—Nunca he bailado con un hombre.

—Yo no soy un hombre cualquiera, cielo, soy tu marido —dijo


sonriéndole—. No tienes que preocuparte. Si te sientes incómoda,
dejaremos de bailar y nos limitaremos a escuchar música.

—De acuerdo. ¿A ti te gusta bailar?

—A cualquier hombre le gusta tener a una mujer entre sus brazos,


sobre todo, si esa mujer es un monumento como tú.

—Si intentas que me calme con tus halagadoras palabras, estás


consiguiendo todo lo contrario.
—Tranquilízate —dijo él sonriéndole—. Dijiste que confiabas en mí.

—Pero no hablaba de bailar.

Él la miró sonriendo.

Era temprano y no había mucha gente. Neithan se detuvo en una mesa


libre que estaba rodeada por tres sofás. Alex se sentó y Ash no pudo evitar
mirarle las piernas. Esas piernas fantásticas que lo volvían loco.

Alex se puso más nerviosa al escuchar la música tan alta. A Ash no le


había pasado desapercibido como miraban los hombres a su mujer mientras
se sacaba el abrigo, y se dio cuenta de que eso le molestaba, y mucho.

¿Son celos otra vez?, se preguntó a sí mismo.

Ellos dos iban a ir a por las bebidas, pero al presentir que Alex no
quería quedarse sola, Ash le pidió que lo acompañara ella a la barra. Poco
después volvieron con un whisky para Neithan, una Coca cola para Alex y
una tónica para Ash.

Después de unos minutos, Ash se levantó y le tendió la mano a Alex


para ir a bailar. Ella lo miró asustada y él volvió a sonreír.

—Vamos, cielo, todo irá bien.

—Cuando alguien dice que todo irá bien, sucede todo lo contrario.

Los dos hombres sonrieron. Ash la cogió de la mano y ella se levantó.


Llegaron a la pista. Él colocó las manos de ella sobre sus propios hombros y
le rodeó la cintura con las suyas. Notó la tensión de su cuerpo.

—Eres jodidamente preciosa.

Alex lo miró con los ojos muy abiertos al oír sus palabras. Parecía un
cervatillo asustado. Eso hizo que Ash se riera y la acercara más a él.

—Si te molesta que esté tan cerca, dímelo —le dijo él al oído.
Alex volvió a tensarse al sentir el aliento de él en el cuello y lo miró a
los ojos. Y luego bajó la mirada hasta su boca.

Ash se dio cuenta y se preguntó si ella esperaba que la besara. No


pensaba hacerlo, por supuesto, aunque era lo que más deseaba. Sabía que
ella no le había mirado la boca con esa intención. Era porque estaba muy
intranquila e insegura.

—Intenta relajarte —dijo acercándola más a él para pegarla a su


cuerpo.

Ash notó la tensión en ella y pensó que se apartaría, pero Alex no se


apartó. Quería que se acostumbrara a él, a su contacto.

—Neithan tiene razón. Eres muy alta. Nunca he bailado con una mujer
tan alta.

—¿Tu mujer era baja?

Ahora fue Alex quien notó la ligera tensión en él.

—No, pero no era tan alta como tú —dijo después de esperar un


tiempo a contestar.

—Te ha alterado que te pregunte por ella.

—No me gusta hablar de ella ni recordarla.

—No volveré a mencionarla, no te preocupes.

—¿Estoy demasiado cerca de ti?

—Las otras parejas bailan como nosotros, o más pegados, si eso es


posible —dijo mirando a su alrededor.

—Pero, ¿te molesta que esté tan cerca?

—Eres mi marido, se supone que es lo normal.


—Eso no es lo que te he preguntado.

—¿Qué me has preguntado?

Alex había olvidado la pregunta porque estaba aturdida y, además,


nerviosa. Y no sabía si la razón era por estar tan cerca de él, o porque sentía
algo extraño en su interior.

Ash se separó un poco de ella para mirarla y la vio ruborizada.

—Te he preguntado si te molesta que estemos tan juntos.

—Supongo que no.

—¿Supones?

—¿Se puede saber por qué me haces tantas preguntas? Me estás


poniendo más nerviosa de lo que estoy.

—¿Por qué?

Ella lo miró irritada, al oír otra pregunta. Ash le sonrió al verla tan
tensa y ella se sintió más intranquila al ver su sonrisa.

—Eres el primer hombre con quien bailo. Y el primero que me abraza.


No puedo evitar estar nerviosa. De hecho, estoy muy nerviosa.

—Has olvidado mencionar que también he sido el primero que te ha


besado. Bueno, no es que te haya besado…

Alex se ruborizó aún más.

—Pero no he sido el primero en abrazarte. Jake lo hace, y no parece


que te moleste cuando se trata de él.

—Jake no cuenta. Es como mi hermano mayor.

Alex colocó una de sus manos en la nuca de Ash y acercó el rostro


hasta su cuello, como veía que hacían algunas de las mujeres que estaban
bailando. Y él se alteró al sentir los dedos de ella entre su pelo.

—No me importa que estés tan cerca —le dijo al oído—. Parece que tú
tampoco estás muy relajado. ¿Te pongo nervioso?

—Me temo que sí. Hace mucho que no bailo con una mujer. Puede que
a los dos nos suceda lo mismo.

—Pues me alegro. No me gusta sentir esta intranquilidad, y me siento


mejor sabiendo que no soy la única.

—Me alegra que mi intranquilidad haga que te sientas mejor.

A pesar de su intranquilidad, ella le sonrió.

Estuvieron bailando mucho tiempo. Neithan seguía en el sofá,


mirándolos. No había podido aceptar la invitación a bailar de algunas chicas
que se habían acercado a él, porque no quería perder los sofás. Supo que
esos dos se gustaban, y mucho.

—¿Todo bien? —preguntó Neithan cuando se acercaron cogidos de la


mano.

—Sí —dijo ella—. No había bailado nunca y no estaba segura de si me


sentiría bien haciéndolo. Pero no ha estado mal.

—¿Lo intentas conmigo?

Ella miró a su marido.

—Cielo, en él también puedes confiar. Y ya sabes bailar.

—Vale.

Fueron a la pista y Neithan la rodeó con los brazos.

—¿Estás bien?

—Sí.
—Parece que no querías bailar conmigo.

—Es que nunca había bailado. De hecho, es la primera vez que he


estado en una discoteca.

—Tal vez deberías bailar con otros hombres, para que te acostumbres.

—Ash me ha dicho que no permitiría que bailara con nadie que no


fuera él.

—Estás bailando conmigo.

—Tú no cuentas, eres mi hermano.

—¿Y qué es Ash?

—Es… Supongo que como otro hermano.

—Lo mío lo entiendo, pero no me hagas creer que Ash es como un


hermano para ti.

—Entonces, será como... un amigo —dijo ella ruborizándose.

—¿Un amigo?

—Un buen amigo.

Ash estaba en la cama sin poder conciliar el sueño. No podía dejar de


pensar en cómo había abrazado a Alex bailando. Dios, era una cría, tenía
diez años menos que él. Había deseado besarla como no lo había deseado
antes con ninguna mujer. Le gustó cuando la besó en los labios antes de ir a
casarse, y más tarde en la boda. Pero lo que más le gustaba era, haber sido
el primero. Y ahora deseaba tenerla en su cama. Era su mujer, y se suponía
que esa noche era su noche de bodas.

Se maldijo por haber aceptado no tener relaciones sexuales con ella.


Aunque si no lo hubiera aceptado, seguramente ahora no estarían casados.
Y le extrañó que deseara estar con ella, después de tantos meses de
abstinencia. Pero, ciertamente, aquello que sentía era deseo, un deseo
incontenible que no había sentido desde… Desde nunca, porque jamás
había deseado a una mujer con esa intensidad, ni siquiera a su mujer.

Ash se incorporó en el colchón y se levantó. Se puso la chaqueta y


abandonó la habitación. Había oído a Alex levantarse, pero le extrañó que
la puerta de la calle estuviera entornada.

Salió de la casa y la vio sentada en el balancín cubierta con una manta.

—¿No puedes dormir? Te he oído levantarte y salir.

—Desde luego, tu oído es perfecto.

—Para hacer bien mi trabajo ha de ser así. ¿Te importa que me siente
contigo?

—No.

Ash se sentó a su lado y ella levantó la manta y la puso sobre las


piernas de él.

—Gracias.

—No puedo permitir que te enfríes y te pongas enfermo. Tienes que


ayudarme a restaurar la casa —dijo ella dedicándole una dulce sonrisa.

Permanecieron un rato en silencio. Ash miró hacia arriba para


centrarse en la luna, una esfera perfecta y blanca que se perfilaba sobre la
profundidad del cielo.

—Es agradable estar aquí fuera disfrutando del silencio de la noche.

—Sí —dijo ella.

—¿Estás preocupada por Dawn?

—No. Sé que con Jake está segura.

—¿Por qué estás preocupada?


—No estoy preocupada, es solo que no puedo dormir. ¿Por qué estás
levantado tú? ¿Te preocupa algo?

—No exactamente. ¿Siempre que no puedes dormir sales aquí por la


noche?

—Es la primera vez. Ahora no estoy sola y me siento más segura.

—¿Segura? —dijo él girando la cabeza para mirarla y sonriendo—.


Llevas una pistola en el bolsillo.

—¿Cómo es posible que lo sepas si estoy cubierta con la manta?

—La has levantado un instante para taparme a mí.

—Sigues siendo muy observador. Me he acostumbrado a llevar


siempre un arma y me siento desnuda sin ella. Dijiste que a ti te pasaba lo
mismo.

—Sí, es cierto. ¿Qué solías hacer, antes de que yo llegara, cuando no


podías dormir?

—Me quedaba en la cama.

—¿Cuál es la razón de que no puedas dormir?

—No lo sé.

—¿Es por mí?

Ella se ruborizó y evitó mirarlo.

—¿Estás preocupada porque estamos casados?

—Creo que no.

—¿Crees?
—No quiero pensar que estamos casados. Prefiero imaginar que somos
amigos. Dos amigos que comparten casa.

—Amigos —repitió él mirándola a los ojos—. Nunca he tenido una


amiga. Tengo amigos, todos hombres.

—Supongo que es lo mismo. A mí me gusta tener amigos, hombres.


Aunque sólo tengo uno, de momento —dijo ella con una tímida sonrisa.

—Te gustan los hombres como amigos, pero nada más.

—Ya sabes que no tengo buen concepto del sexo masculino. Jake es el
único hombre en mi vida. Ha sido un buen amigo desde que era una cría.

—Sigues siendo una cría.

—Puede que lo sea para ti, pero yo no me siento así. Tengo


responsabilidades desde hace muchos años. Tuve que madurar a la fuerza.

—Lo sé.

Permanecieron unos minutos en silencio, aunque era un silencio


cómodo.

—Jake es mayor que tú, bastante mayor.

—Sí, tiene veintinueve años.

—¿Cómo fue que se interesara por ti?

—No se interesó por mí, al menos no en el sentido que estás pensando


—dijo mirándolo—. Cuando iba al colegio era bastante tímida. Tenía a mis
compañeros de clase, pero no me sentía a gusto con ellos. Me mantenía
alejada, y pasé a ser la rara de la clase, la que siempre estaba en el patio
leyendo en un rincón, sola.

—¿Y Dani?
—Ella era mayor que yo, iba dos cursos por delante. Un día se acercó
a mí en el patio, empezamos a hablar y congeniamos. No teníamos nada en
común, pero lo pasábamos bien hablando. Y cuando mis padres murieron y
me marché a vivir con mi abuelo seguimos en contacto. Nos escribíamos
cartas y, cuando mi abuelo me compró un móvil, nos comunicábamos por
WhatsApp.

—¿Cómo conociste a Jake?

—Su padre y el mío eran amigos y venía a nuestra casa, o mi padre iba
a la suya, a menudo. Se ayudaban mutuamente. A Jake lo conocí un día que
fuimos mi padre y yo a su casa. Jake iba a salir a pescar con su hermana y
me preguntó si quería acompañarlos. Me daba vergüenza, pero mi padre y
el suyo me animaron a que fuera con ellos. Lo pasé realmente bien. Él era
muy simpático y divertido y bromeaba con nosotras.

—¿Cuántos años tenías?

—Siete u ocho.

—Y él quince.

— Supongo. Desde ese día, acompañaba a mi padre siempre que iba a


su casa. A mí no me interesaban las mismas cosas que a las otras chicas, ya
sabes, ropa, zapatos, maquillaje… y a Lydia, la hermana de Jake, tampoco.
Él me enseñó a nadar, a pescar con caña y con arpón, a cazar con arco, a
disparar, a usar el cuchillo.

—Todas cosas muy femeninas —dijo él con sarcasmo.

—Sí —dijo ella sonriendo—. También me enseñó a montar. Eso fue lo


que más me gustó. Él quería dedicarse a la cría de caballos y pasaba horas
hablándome de ello y contándome sus planes de futuro. Poco después de
que yo me mudara se marchó a trabajar en un rancho. Pero nos escribíamos
a menudo y hablábamos por teléfono, y me contaba su día a día y yo el mío.
Cuando le daban vacaciones en el trabajo iba a recogerme y me llevaba a su
casa a pasar unos días con su familia. Nunca perdimos el contacto. Cuando
tenía catorce años mi abuelo me llevó a vivir con él y con su familia y
estuve con ellos un par de meses. Fue Jake quien lo decidió, le dijo a mi
abuelo que me vendría bien un cambio.

—¿Por qué necesitabas un cambio?

—Estaba atravesando una mala época. Puede que por la muerte de mis
padres, el vivir en otra ciudad…

—Y el embarazo.

—Sí, eso también.

—¿Cómo te llevabas con tu abuelo?

—Muy bien. Me quería muchísimo, y yo a él. Era su única nieta.

—¿Ha habido algo más que amistad entre Jake y tú?

—Para él siempre he sido como una hermana.

—¿Y para ti?

—Supongo que lo mismo.

—¿No lo encuentras atractivo?

—Sí, creo que es un hombre muy atractivo. Hubo una época que pensé
que estaba enamorada de él, pero creo que no me atraía como hombre sino
por las cosas que me enseñaba. Los dos meses que pasé en casa de sus
padres me ayudaron a superar muchas cosas, él me ayudó a superarlas. Jake
iba a verme muy a menudo, a riesgo de perder su trabajo. Y pasábamos
horas hablando, y era paciente, no me forzaba a hablar.

—Tú y yo vamos a ser mucho más que amigos. Vamos a compartir


más que una casa. Vamos a compartir nuestra vida.

—Sí, es cierto.

—¿Tienes más familia?


—La hermana de mi abuelo vive en Irlanda con su marido. No la
conozco, pero mantenemos correspondencia. Mis abuelos vinieron aquí
buscando una vida mejor. Cuando cumplí dieciocho años mi abuelo me dio
la escritura de una casa en Irlanda, era la casa donde vivía con mi abuela,
antes de venir a los Estados Unidos. Cuando terminemos con la casa tengo
planeado ir a conocer a mis tíos y ver la casa.

—¿Desde cuándo tienes a Black?

—Jake me lo regaló cuando cumplí dieciocho años.

—¿Qué te regaló en los otros cumpleaños?

—Un cuchillo, un arco tallado por él mismo con flechas, una caña de
pescar y un arpón… Ya sabes, cosas de chicas.

Él sonrió.

—No has dejado que leyera la nota que acompañaba el regalo de los
padres de Jake.

—Es que al leerla me sentí incómoda.

—¿Por qué?

—Por lo visto, en su tribu es una tradición regalar a las parejas que se


van a casar una colcha hecha a mano. Dicen que si el matrimonio duerme
debajo de ella tendrán muchos hijos.

—Y estabas preocupada por si yo rompía nuestro acuerdo y hacía algo


indebido.

—No, pero… no sé.

—De todas formas, no dormimos juntos.

—Pero tendremos que hacerlo. Dawn ya ha informado a tu hermano de


que, cuando se vaya, dormiremos los dos en la misma cama.
—Sí, lo sé —dijo él sonriendo—. Pero no pasará nada entre tú y yo,
cielo. Simplemente, compartiremos la cama. No quiero que te preocupes
por eso.

—Vale.

—Me molestó que invitaras a Neithan a ir a montar contigo.

—¿Por qué?

—No estoy seguro del por qué, pero sí sé que me habría gustado que
me lo pidieras a mí.

—Tú y yo podemos ir a montar cuando nos apetezca, pero Neithan


solo estará aquí unos días.

—Sí, lo sé. También me molestó que le pidieras que fuera contigo el


lunes a llevar a Dawn al colegio.

—Parece que, últimamente, lo hago todo mal. No pensé que algo así
pudiera molestarte. Sólo quería presumir de cuñado.

—Ya veo.

—Pero puedes venir con nosotros. De hecho, quiero que nos


acompañes. Me gustará ver las caras de las madres cuando os vean a los
dos.

—¿Crees que nuestra relación de amigos podrá llegar a ser algo más
con el tiempo?

—¿Algo más? —dijo ella algo preocupada—. Dijiste que empezarías


pronto a entrenarte para volver al trabajo. Vas a volver a trabajar, ¿no?

—Sí, me gustaría.

—Entonces no tendrás que pensar en mí, como en algo más que una
amiga. De todas formas, ¿por qué íbamos a querer ser algo más que
amigos? Antes de aceptar casarte conmigo sabías que no estaba interesada
en tener una relación, y me dejaste claro que tú tampoco.

—Pero eso puede cambiar. La vida da muchas vueltas.


Capítulo 7
Alex se levantó al amanecer y fue a casa de Jake, a dar las gracias a su
madre por el regalo y a recoger a su hija. Ash la había oído levantarse, pero
no se movió de la cama porque sabía que iba a recoger a la niña.

Ash y Neithan se levantaron poco después de la siete y al entrar en la


cocina vieron que Alex estaba preparando el desayuno.

—Buenos días.

—Buenos días, Alex —dijo Ash.

—Buenos días, cuñada. ¿Dónde está Dawn?

—Viendo los dibujos animados. Aunque puede que se haya quedado


dormida, hoy se ha levantado muy temprano. ¿Por qué no llamas a tu
cuadrilla y les dices que vengan a desayunar?

—¿Segura?

—Por supuesto.

—De acuerdo.

—¿Hoy no has ido a entrenar? —le preguntó Alex a su marido.

—No.

—Pues no deberías descuidarte, porque ese cuerpo necesita ponerse en


forma.

Ella estaba de espaldas mientras se lo decía. Ash miró a su hermano y


los dos soltaron una carcajada.

Vaya, mi mujercita se está mostrando atrevida, pensó Ash sonriendo.


Después del desayuno, Neithan les dijo a los chicos lo que tenían que
hacer y empezaron a trabajar.

Ash y su hermano salieron de la casa para inspeccionar el exterior. La


abundante vegetación cubría todo el suelo alrededor de la casa.

Neithan empezó a rodear el edificio, seguido por Ash, buscando


agujeros, grietas, revisando las vigas del porche que estaban podridas...
Luego entraron en la casa y examinaron el desnivelado de algunos de los
suelos, las puertas que no cerraban bien debido a la humedad, el moho que
había en las paredes a causa de las filtraciones de agua. Neithan lo anotó
todo en la pequeña libreta que siempre solía llevar encima. Y cuando
terminaron con la inspección, Ash y él se pusieron a trabajar con los chicos.

Entre los seis adelantaron mucho el trabajo durante todo el día. Habían
cubierto el boquete que había en el tejado, cambiando las vigas necesarias.
Y mientras ellos trabajaban, Alex había sacado todo lo que había en el
garaje y lo había examinado. Y después de revisarlo todo llevó al vertedero
las cosas que no aprovechaban. Cuando regresó fue al comedor, donde
habían instalado la carpintería, y cortó los tres peldaños de la escalera que
estaban en malas condiciones y los dejó preparados para colocarlos.

Los chicos volvieron al hotel a última hora de la tarde, después de que


cenaran todos juntos la deliciosa cena que preparó Alex.

—Habéis hecho un gran trabajo hoy —dijo Alex cuando terminó de


leerle el cuento a la niña, que ya estaba dormida.

—Sí, hemos adelantado bastante. Menos mal que no ha llovido. Y las


previsiones para los próximos días son similares.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó Ash.

—Terminaremos con los techos de la última planta y cambiaremos el


resto de las vigas que están en mal estado.

—Genial —dijo su hermano.


—Y pasado mañana sacaremos las tejas del tejado. Nos llevará
bastante tiempo porque quiero hacerlo con cuidado de no romperlas. Hemos
traído unas cuantas nuevas, pero no tienen el mismo tono. Las nuevas las
pondremos en la parte de atrás de la casa para que no se note la diferencia.
Luego lo impermeabilizaremos todo. Puede que tardemos más de un día en
hacerlo. Y cuando acabemos volveremos a colocar las tejas.

—¿Hasta cuando os quedaréis? —preguntó Alex.

—Calculo que, todo lo que quiero hacer, nos llevará unos cuatro días.
Aprovecharé después del trabajo para ir haciendo el plano de la casa.
Quiero que me digas todo lo que has pensado hacer en ella. Así podré
marcar en el plano los puntos de luz, los enchufes, el recorrido de los cables
y por dónde pasarán las tuberías.

—Yo tengo un plano de la casa. Lo encontré en la biblioteca dentro de


un tubo metálico.

—Genial, eso me ahorrará un montón de tiempo.

—¿Y los cables que hay de la instalación antigua?

—Esos los ignoraremos. Pete, que es el electricista, sacará el contador


antiguo, que está inutilizado. Por suerte, el contador nuevo que instaló el
electricista que buscaste tiene mucha potencia y no habrá que cambiarlo.
Pasaremos cables nuevos por toda la casa y de primera calidad, así no
tendréis problemas en el futuro.

—Estupendo.

—Antes de marcharnos, llevaremos cables a las plantas superiores,


para que tengáis luz en todas las habitaciones, aunque tendréis que utilizar
lámparas de pie, de momento.

—Tenemos montones de lámpara de pie —dijo Alex.

—También quiero que me digas lo que quieres hacer con los baños. Si
quieres anular alguno, o ponerlo en otro lugar, o hacer alguno nuevo. Hay
que cambiar todas las tuberías de la casa, así que podremos hacer todo lo
que quieras.

—¿Vas a encargarte de la reforma?

—Ash me dijo que querías hacerla despacio, sin prisas. Me organizaré


para que vengamos cuando tengamos unos días libres e iremos haciendo las
cosas que no puedes hacer despacio, porque son importantes e
imprescindibles.

—Genial.

—Cuando acabemos con los techos y el tejado enviaré a los chicos a


casa.

—¿Tú te quedarás con nosotros? —preguntó Alex.

—Me quedaré hasta el fin de semana.

—Perfecto —dijo ella sonriendo.

—Ash, vamos a tomar medidas de la cocina.

—De acuerdo.

Los dos hermanos abandonaron el salón y se dirigieron a la cocina.


Poco después Alex se dirigió hacia allí con el plano de la casa y se sentó en
la mesa.

—Estos son los planos.

—Estupendo —dijo Neithan sacándolos del tubo metálico y


omprobándolo—. Perfecto.

—También está el plano del terreno —dijo Ash.

—Tomemos las medidas a ver si concuerdan con las del plano.


Ash empezó a medir mientras Neithan anotaba las medidas en el
dibujo de la cocina que había improvisado.

—Las medidas coinciden.

Estuvieron hablando sobre dónde colocar la cocina, la nevera, el


lavavajillas y el horno, y cuando lo decidieron, Neithan los dibujó sobre el
papel en donde estaba tomando las notas.

—¿Quieres que veamos ahora las cocinas y los electrodomésticos, o


vas a trabajar? —preguntó Neithan a su cuñada.

—No voy a trabajar.

—Pues hagámoslo ahora —dijo sentándose y abriendo el portátil—.


Siéntate a mi lado, cielo, tienes que ver las fotos.

Alex se sentó en la silla a su lado y Ash se sentó junto a ella. De


pronto se sintió un poco agobiada, por estar encajada entre esos dos
hombres tan altos, y se le aceleró la respiración. Ash, tan observador como
siempre, lo notó.

—¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes.

Primero eligieron los electrodomésticos y Neithan anotó los modelos


que habían elegido y las medidas de los mismos.

—Deberíamos continuar en el salón, aquí hace frío —dijo ella.

—Dawn se despertaría —dijo Ash.

—¿Sabes si la chimenea está en condiciones?

—Todas las de la casa lo están. Jake llamó a alguien para que las
revisara y las limpiara cuando nos mudamos aquí.

—La encenderé —dijo Ash.


Después de encender la chimenea la estancia se caldeó en unos
minutos.

—Menuda diferencia —dijo Alex—. No sé por qué nunca la he


encendido.

Neithan entró en la página de exposición de cocinas.

—Tienes que elegir los muebles que te gusten y el color. ¿Tienes


alguna idea de lo que quieres?

—Esta casa es muy elegante, bueno, lo será cuando esté acabada —


dijo Alex sonriendo.

—Sí, en unos años —dijo Ash.

Alex lo miró dedicándole la sonrisa más preciosa que él había visto en


su vida. Y de pronto sintió unas ganas irrefrenables de proteger a esa chica.
Deseaba implicarse al cien por cien en esa relación y se preocupó por si no
estaba preparado para ello.

—Creo que los armarios quedarían bien del mismo color que las
puertas de la casa. ¿Tú que crees? —le preguntó a su marido.

—Que tienes razón.

—Yo también lo creo —añadió Neithan— Esa madera de roble oscuro


es una maravilla.

—Pero no quiero que haya ningún adorno en la puertas de los


armarios, las quiero completamente lisas. De lo contrario, la grasa se
acumularía ahí.

Les llevó una hora decidirse, pero antes de irse a la cama habían
elegido todos los muebles, el fregadero, el horno, la cocina, el lavavajillas,
el frigorífico e, incluso, un microondas y una cafetera fantástica. Además de
los azulejos, una lavadora y una secadora para la habitación que había junto
a la cocina, reservada para ello.
—Cuando vuelva a casa haré el plano con las medidas que tengo y con
los armarios que me has dicho que querías y la pediré junto con los
electrodomésticos.

—¿Cuándo nos lo enviarán todo?

—Tardarán entre uno y dos meses, dependiendo del trabajo que


tengan. Cuando me digan la fecha que enviarán los muebles me organizaré
para venir una semana con los chicos. La montaremos entre Ash y yo y
mientras, ellos se encargarán de pasar los cables por la casa.

—Vaya, esto ya va tomando forma —dijo ella—. Me encargaré del


suelo, de la ventana y de la puerta de la cocina, antes de nada. Así, cuando
recibamos los muebles y los instaléis, quedará toda terminada.

—Nos ocuparemos —la rectificó Ash.

—Perdona, aún no me hago a la idea de que vives aquí.

—¿Has terminado los peldaños de la escalera? —preguntó Neithan.

—Sí.

—Mañana los cambiaremos.

—Neithan, me gustaría tener una buena despensa aquí en la cocina.


Cerrada, para que no entre polvo. Con estanterías para que todo quede a la
vista. Y que la puerta sea igual a la de los armarios.

—Eso está hecho, cielo. Pensaré cuál es el mejor sitio para hacerla —
dijo él anotándolo en su bloc.

—Gracias.

—Tenéis que pensar en lo que os he dicho de los baños. Y me gustaría


saber también si queréis armarios o vestidores en los dormitorios, antes de
que Pete pase los cables.
—Hay muchos armarios en la casa y creo que podemos aprovechar los
que nos gusten para algunas de las habitaciones.

—Y además, son de buena calidad —añadió Neithan.

—Aunque en nuestra habitación me gustaría tener un vestidor. No


tengo mucha ropa, pero siempre me han gustado los vestidores que salen en
las revistas y en las películas —dijo ella sonriendo.

—Entonces, tendrás un vestidor, cariño.

—Gracias —dijo ella ruborizándose ligeramente—. También


deberíamos pensar en las tres habitaciones que vamos a asignarnos, para ver
lo que queremos en ellas.

—Mañana decidiremos eso y lo de los baños —dijo Ash.

—Bien, yo voy a acostarme. Mañana tenemos mucho trabajo —dijo


Neithan levantándose.

—He estado pensando que mañana podríamos pasar el colchón, en el


que estáis durmiendo, al salón para que durmáis allí. Ya sabéis el frío que
hace por la noche. Y con la chimenea se está muy bien.

—¿Estás segura? —preguntó Ash.

—Completamente. Pon en el dormitorio el radiador del baño por esta


noche.

—No hace falta, con el edredón estamos bien.

Los chicos llegaron al día siguiente a las siete y media de la mañana


para desayunar con ellos, como les había pedido Alex. Los cuatro chicos
flirteaban con ella, haciendo que se sonrojara, aunque también sonreía por
las cosas que se les ocurrían a los cuatro. Aunque a Ash no le hacía ni pizca
de gracia.

Después de que Neithan les dijera por dónde tenían que empezar, los
hermanos y Alex se marcharon a llevar a la niña a la escuela.
Ash paró en la puerta del colegio. Neithan y Alex bajaron. Ash se
entretuvo sacando a la pequeña de la sillita del asiento trasero.

Nada más ver a Alex con Neithan, la madre de uno de los niños se
acercó a ellos.

—Hola, Alex —dijo mirando a Neithan en vez de a ella.

—Hola, Sally.

—No sabía que te habías casado. Ni siquiera tenía noticias de que


tuvieras novio.

—Pues ya ves.

—¿No vas a presentarme a tu marido? —dijo mirando a Neithan.

—Él no es mi marido, es mi cuñado. Neithan, te presento a Sally —


dijo Alex sin ningún interés.

—Un placer conocerte, Sally —dijo dándole la mano.

—El placer es mío, te lo aseguro —dijo ella estrechándosela.

—Mi marido es él —dijo Alex señalando a Ash que se acercaba con la


niña en brazos.

La mujer miró a Ash con los ojos muy abiertos.

—Adiós, papi —dijo la niña besando a su padre.

—Adiós, cielo —dijo devolviéndole el beso—. Diviértete.

—Vale. Adiós, tío Neithan —dijo besándolo.

—Adiós, cariño. Te veré por la tarde.

Ash bajó a la pequeña al suelo y Alex se agachó para abrazarla.


—Adiós, mami.

—Pórtate bien.

—Vale —dijo la pequeña cogiendo la mano del hijo de Sally y


corriendo hacia el edificio.

—Vaya. No puedes negar que es tu hija, tiene tus mismos ojos. Soy
Sally —dijo tendiéndole la mano.

—Ashton —dijo él mirándola serio—. Alex y yo nos conocimos hace


algunos años. Y hemos vuelto a encontrarnos.

—Eso es que estabais destinados el uno al otro.

—Sí, seguramente —dijo Ash—. ¿Nos vamos?

—Sí —dijo Alex—. Nos vemos, Sally.

—Sí —dijo la mujer, aturdida al ver a esos ejemplares.

—No tardará mucho en enterarse todo el colegio, y todo el pueblo, de


que eres el padre de Dawn —dijo Alex cuando estaban en el coche.

—Es que lo soy.

—Eso es fantástico —dijo Neithan poniendo el coche en marcha—, así


pensarán que eres el padre biológico y no se harán preguntas.

—Siento haber dado a entender que soy su padre. Estarás molesta.

—No estoy molesta. Sólo me ha sorprendido tu salida. Espero que no


nos abandones demasiado pronto, porque dirían que no he sabido retenerte
con nosotras.

—He pensado que podríamos sacar las tablas que cubren las ventanas
—dijo Alex cuando llegaron a la casa—. Ahora ya no vivimos solas.
—Los chicos sacaron ayer las de las ventanas de la última planta para
tener luz natural. Pero sí, deberíamos sacarlas para que entre el sol y no esté
todo tan oscuro —dijo Neithan—. De hecho, las sacaremos Ash y yo antes
de nada.

—La ventana que está en el pasillo de la primera planta frente a la


escalera será enorme y está cubierta por las dos partes —dijo Alex.

—Sí, ya me he dado cuenta. Los tableros interiores podremos sacarlos


entre los dos, pero para los del exterior necesitaremos la ayuda de los
chicos. No entiendo por qué la cubrieron también por dentro.

Descubrieron las ventanas de los dormitorios de la primera planta y


luego los de la planta baja.

—Dios mío. ¡Cuánta luz! —dijo Alex.

—Esta va a ser una casa de ensueño cuando esté acabada —dijo


Neithan.

—Descubramos el ventanal de la primera planta —dijo Ash.

Les llevó un buen rato sacar los tableros del interior porque estaban
atornillados a la pared y los tornillos estaban oxidados. Pero cuando sacaron
las tablas quedaron maravillados porque no era una ventana normal sino
una vidriera de colores.

La parte exterior también les costó lo suyo. Por suerte habían traído
dos escaleras extensibles y había otra bastante alta en la casa. Tres de los
chicos tuvieron que subirse a las escaleras para desmontar los tablones, que
pesaban lo suyo. Cuando los sacaron entraron todos en la casa y se
quedaron maravillados. La cristalera se veía desde el recibidor y el sol
entraba a través de los cristales de colores.

—¡Santa madre de Dios! —dijo Neithan—. Cariño, esa vidriera vale


una fortuna.
—Es preciosa. ¿Cuándo retiraremos las tablas que cubren el exterior
de la cúpula —preguntó Alex, ansiosa por verla.

—Cuando cambiemos las tejas —dijo Neithan—. Si esa vidriera nos


ha fascinado, apuesto a que la cúpula nos dejará asombrados.

Los cuatro trabajadores dedicaron todo el día a alisar los boquetes que
habían cubierto en los techos y a sacar las vigas de madera que estaban
podridas para sustituirlas por otras nuevas.

Neithan y Ash pasaron al salón el colchón donde habían dormido, a


petición de Alex. Y luego los tres recorrieron la casa, plano en mano.
Decidieron donde instalar los enchufes e interruptores, y Neithan los
marcaba con lápiz para pasarlos a la fotocopia que pensaba hacer del plano.
También eligieron las habitaciones que querían para ellos y la niña.

Alex fue a comprar madera y había empezado a hacer los marcos de


las ventanas de la cocina y de la puerta, porque los quería más anchos.

Los chicos se marcharon cuando terminaron de cenar, después de dejar


los techos de toda la casa terminados.

Por la noche durmieron los cuatro en el salón. Alex se había quedado


trabajando en el ordenador cuando ellos se acostaron. Le gustaba oírlos
hablar de lo que harían en la casa a continuación. Se dio cuenta de que le
gustaba tenerlos a los dos en casa.

Al día siguiente los chicos empezaron a retirar las tejas con cuidado. Y
Neithan, Ash y Alex se centraron en pensar en los baños. Neithan tomaba
nota de todas las sugerencias que hacían su hermano y su cuñada.

Los dos hermanos fueron con el camión en el que habían ido los chicos
al almacén de construcción que había en el pueblo para comprar el
impermeabilizante para el tejado. Les llevó ese día y el siguiente
impermeabilizarlo.

Después de eso colocaron las tejas. Y cuando todo el tejado estuvo


listo decidieron descubrir la cúpula.
Casi se mueren de la impresión cuando se colocaron todos en el
recibidor mirando hacia arriba. Los rayos del sol hacían que los cristales
lanzaran destellos multicolores, iluminando el recibidor y la escalera, que se
veía impresionante y majestuosa con esa luz.

—Si quisieras vender esta cúpula, te pagarían… puede que un millón


—dijo Neithan a Alex.

—Esa cúpula no se moverá de aquí, esta es nuestra casa. Y cuando


digo nuestra, por supuesto te incluyo a ti —dijo mirándolo con una radiante
sonrisa.

—Gracias, cariño.

Los chicos regresaron a Nueva York el viernes a primera hora.

Neithan les ayudó a sacar de la casa los muebles que estaban


inservibles. Ash y Neithan se pusieron con el hacha a destrozarlos para
hacer leña mientras Alex corría con la niña alrededor de ellos.

Descolgaron las cortinas de toda la casa, que dejaron en los armarios


de las habitaciones, hasta decidir qué hacer con ellas. También sacaron las
barras que las sujetaban, excepto las del salón que era donde dormían.

Se habían acostumbrado a vivir juntos y para Alex era como si los


conociera desde años. Se sintió muy bien al tenerlos en casa y sabía que
echaría de menos a su cuñado cuando se marchase.

Estuvieron hablando de la calefacción y Neithan les dijo que se


informaría de las empresas que se dedicaban a ello, cuando llegara a Nueva
York.

El fin de semana Alex no permitió que trabajaran ni un solo instante.


Por la mañana iban los cuatro a montar, y a Neithan cada vez le gustaba
más estar allí.

El sábado fueron a pasar el día al rancho de Jake y disfrutaron mucho


con la familia india. Y pudieron comprobar las habilidades de Alex con el
arco.

El domingo Neithan los invitó a comer en el pueblo y Dani los


acompañó.

Neithan se marchó ese mismo día después de comer. Y Alex jamás


podría haber imaginado que pudiera sentir ganas de llorar porque un
hombre se marchara. Él les dijo que volvería en quince días, a pasar el fin
de semana y elegirían juntos los sanitarios de todos los baños.

La noche del domingo, mientras cenaban, la niña les recordó, por si lo


habían olvidado, que su tío se había ido y que ya tenían que dormir juntos.

Alex miró a su marido con preocupación y él le guiñó un ojo


sonriendo. Cosa que hizo que ella se intranquilizara aún más.

Cuando acostaron a la pequeña, Ash le leyó un cuento echado a su


lado, mientras Alex trabajaba en el ordenador. Cuando la niña se durmió
fueron a la cocina a tomar un café con leche.

—Bien. Ya estamos solos —dijo Ash mirándola desde el otro lado de


la mesa.

—Sí —dijo ella algo aturdida—. Estoy pensando que puedo dormir
con Dawn, y si noto que se despierta, pasarme a tu cama rápidamente.

—Veo que sigues sin confiar en mí.

—Todo lo contrario. Si me acuesto en tu cama, es posible que me


sienta incómoda y pienses que no confío en ti. Y no quiero que lo pienses,
porque no es cierto.

—No lo pensaré, aunque note que estés incómoda. Es mejor que


duermas a mi lado. En unos días te acostumbrarás a tenerme cerca y te
sentirás normal.

—De acuerdo.
—Pues vamos a la cama que mañana tenemos mucho trabajo que hacer
—dijo levantándose y dejando la taza en el fregadero—. Voy a ponerme el
pijama.

Ash salió de la cocina y se dirigió al dormitorio donde tenía su ropa,


porque no quería cambiarse delante de ella. Ya era suficiente verla nerviosa,
por tener que dormir a su lado.

Cuando volvió a entrar en el salón, Alex ya estaba en la cama, tapada


con el edredón hasta los ojos. Ash sonrió y se acostó a su lado.

—¿Apago la luz?

—Sí —dijo él.

Pasaron un par de minutos en silencio.

—¿Qué crees que debemos hacer mañana? —preguntó él.

—Neithan ha dicho que deberíamos empezar a quitar el papel de las


paredes. Me anotó el decapante que teníamos que comprar.

—Va a ser un trabajo muy duro, esta casa es muy grande.

—Pero no tenemos otra.

—En realidad sí tenemos otra. Un apartamento en Nueva York.

—Ese es tuyo.

—En ese caso, ¿por qué hablas de esta casa como nuestra?

—Porque vivimos aquí, juntos.

—También viviremos juntos cuando vayamos a Nueva York. Si


consideras que esta casa es de los dos, aunque tengamos un documento que
dice lo contrario, también quiero que consideres mi apartamento de los dos.
—De acuerdo. Y me parece fantástico. Jamás pensé que podría tener
un apartamento en Nueva York.

Aunque no la veía en la oscuridad, Ash sabía que estaba sonriendo.

—¿Vamos a amueblar todas las habitaciones de la casa? —preguntó


Ash.

—De momento amueblaremos las que vayamos a utilizar.

—Aunque en todas hay muebles.

—Elegiremos los que nos gusten para amueblarlas, o compraremos


nuevos.

—Tenemos un montón de muebles, después de sacar los que estaban


muy estropeados. Yo creo que podremos aprovechar muchos de ellos —dijo
él—. De todas formas, no vamos a necesitar muchas habitaciones, sobre
todo, porque no vamos a tener hijos.

—Sí… bueno. Así y todo, necesitaremos varias habitaciones: una para


nosotros, una para Dawn y otra para Neithan. Pero puede que tu hermano se
case y tenga hijos. Entonces necesitarán algún dormitorio más. Y puede que
Dawn también se case y tenga hijos.

—No pretenderás que vivan todos con nosotros.

—Por supuesto que no. Además, ellos querrán tener sus casas, pero
quiero que tengan habitaciones para cuando vengan a vernos.

—Vaya, estás hablando a años vista.

—El tiempo pasa muy rápido. Y también necesitaremos alguna


habitación más para las visitas imprevistas. Tal vez, cuando vuelvas al
trabajo, te apetezca invitar a tus compañeros. Eso, si sigues aquí, claro.

—¿Por qué dices, si sigo aquí?

—No lo sé. Dijiste que te marcharías en un tiempo.


—Olvídate de eso.

—Vale.

—Teniendo en cuenta lo incómoda que te sientes con los hombres,


incluido yo, creo que no sería buena idea que vinieran mis compañeros de
trabajo.

—¿Por qué?

—Ellos son... No sé cómo decirlo. Les gustan mucho las mujeres y


coquetear con ellas. Y en especial tú, les vas a encantar.

—¿Yo?

—Sí, tú.

—Los chicos de la cuadrilla de Neithan también coquetean conmigo.

—No me lo recuerdes. Tengo que hablar con ellos.

—No lo hagas. Sé que lo hacen bromeando. Han visto que me sonrojo


y eso les divierte.

—De acuerdo. Aunque no me hace ninguna gracia.

—¿Tus compañeros de trabajo tienen el mismo aspecto que tú?

—¿A qué te refieres?

—A si son tan fuertes como tú.

—Sí. Y te aseguro que cuando los ves por primera vez llegan a
intimidar.

—Tú no me intimidaste cuando te conocí.

—¿En serio?
—Vi que estabas muy serio, tal vez demasiado, pero no le di
importancia.

—He de admitir que creía estar muerto, hasta que te conocí. No había
sonreído en muchos meses, y tú conseguiste que sonriera en nuestra
entrevista, y no una sola vez.

—Pues me alegro. Has cambiado desde que llegaste.

—¿En qué he cambiado?

—Cuando nos conocimos, además de estar muy serio, estabas tenso.


Ahora se te ve tranquilo y relajado

—Me siento genial desde que estoy aquí.

—Me alegro. Supongo que habrá sido la casa quien ha hecho que te
sientas bien.

—Sí, seguramente ha sido la casa —dijo él sonriendo.

—¿Llevamos mañana a Dawn al colegio?

—Sí. Así aprovecharemos para comprar lo necesario para empezar a


trabajar. Será mejor que durmamos, mañana quiero levantarme temprano
para entrenar.

—¿Puedes despertarme cuando te levantes? Eres tan silencioso que


apuesto a que no me entero cuando lo hagas.

—De acuerdo. Buenas noches.

—Buenas noches, Ash.

—Alex.

—¿Sí? —dijo ella medio dormida.


—Voy a ir a correr, pero no te levantes, son las cinco. Cerraré la puerta
con llave cuando salga.

—De acuerdo.

Alex se despertó con la alarma del móvil. Se levantó y salió del salón,
cerrando la puerta tras ella. Fue hacia la parte trasera de la casa. La puerta
estaba cerrada, pero oía los golpes del hacha y miró por la ventana.

Se quedó de piedra al ver a Ash, con un pantalón de chándal y sin


camiseta.

¡Santa madre de Dios!, pensó.

Ya lo había visto con el torso desnudo, pero así y todo, le impactó


verlo de nuevo. Los pectorales y los abdominales eran puro músculo. La
fina película de vello oscuro se extendía por sus pectorales y descendía
estrechándose hasta su abdomen. Y de pronto quiso sentir ese vello bajo sus
manos… o rozando sus pechos. Esos pensamientos la sorprendieron.

Ese hombre es un bombón, y vive conmigo, pensó sonriendo.

—Buenos días —dijo cuando abrió la puerta.

—Buenos días —dijo él mirándola de arriba abajo.

Esa rápida mirada provocó que el rostro de Alex cambiara de color.

La encontró preciosa, con el pantalón del pijama y la camiseta de


manga larga. El frío había hecho que se le endurecieran los pezones y Ash
no pudo evitar detener la mirada en ellos unos segundos. Tenía el pelo
revuelto y estaba ruborizada. Y le pareció la mujer más sexy que había visto
en su vida.

—¿Has desayunado?

—No. Te estaba esperando —dijo él, lo que hizo que volviera a


sonrojarse.
Ash notó que evitaba mirarlo y supo que era porque no llevaba
camiseta.

—¿No tienes frío?

—Acabo de llegar de correr y cortando leña… La verdad es que siento


calor.

—Si sigues a ese ritmo, en unos días habrás cortado leña para varios
meses.

—Mejor. Vamos a necesitarla.

—Voy a preparar el desayuno.

—Avísame cuando esté listo.

Alex entró en la casa intranquila. La imagen de él con el torso desnudo


la había turbado, otra vez. Se sentía aturdida y nerviosa.

Después de despertar a la niña y dejarle preparada la ropa para que se


vistiera, se puso una sudadera y fue a la cocina. Sonrió al comprobar que la
chimenea estaba encendida.

Mi marido piensa en todo, pensó.

Poco después entró la niña.

—Hola, mamá.

—Buenos días. Cariño, ve a la parte de atrás y dile al papá que el


desayuno está listo.

La niña corrió a buscar a su padre. Abrió la puerta, que Alex había


cerrado, aunque no con los pestillos.

—Hola, papá —dijo caminando hacia él.

—Hola, cielo.
—El desayuno ya está preparado.

—Pues vamos a desayunar.

Ash se secó el sudor con la toalla que tenía sobre una silla y cogió la
camiseta. Luego elevó a la niña y la besó. Ella se abrazó a su cuello.
Entraron en la casa y Ash cerró la puerta con el cerrojo.

Cuando entraron en la cocina Alex se quedó mirándolo. Se


intranquilizó aún más al ver a su hija abrazada a él. Apartó la mirada
rápidamente, pero no lo suficiente como para que él no notara su
desasosiego.

Ash dejó a la niña en la silla, se lavó las manos en el fregadero y se


puso la camiseta antes de sentarse.

—Estoy hambriento —dijo mirando fijamente a Alex.

Ella bajó la mirada avergonzada. No sabía por qué, pero siempre que él
decía algo, ella le daba otro significado a sus palabras. Algo que tenía que
ver con ellos y con el sexo. Nunca había tenido esa clase de pensamientos y
jamás había pensado en el sexo. Pero últimamente, no podía evitarlo. Ese
hombre la trastornaba.

Alex sirvió dos cafés con leche para ellos y un bol con leche para la
niña, para que le añadiera los cereales. Luego llevó a la mesa una fuente
con huevos, patatas y beicon.

—Si quieres puedo preparar yo el desayuno por las mañanas y así


puedes quedarte más tiempo en la cama.

—No hace falta. Además, creo que debería levantarme al mismo


tiempo que tú para aprovechar el día.

—Cuando te he despertado esta mañana no parecía que tuvieras


muchas ganas de ponerte a trabajar —dijo él sonriendo.

—Anoche nos acostamos tarde y, además, me costó bastante


dormirme.
No le dijo que la razón fue por estar acostada a su lado. Aunque no
tuvo que hacerlo porque él lo había adivinado.

—Podrías venir a correr conmigo.

—¿Y dejar a Dawn sola?

—Podemos correr alrededor de la casa.

—Lo pensaré. Los sábados y los domingos Dawn y yo solemos salir a


cabalgar, ¿querrás acompañarnos?

—Claro, para eso compré el caballo.

Después de desayunar se vistieron y llevaron a la niña al colegio. Y


luego fueron a comprar las cosas que necesitaban.

—Parece que has impresionado a todas las madres del colegio —dijo
ella cuando iban de vuelta a casa.

—¿Por qué lo dices?

—Antes de que tú aparecieras, no me prestaban atención. Y ahora se


mueren por hablar conmigo. Todas te miraban embobadas, y solo querían
acercarse a mí para verte de cerca.

—¿Estás celosa? —preguntó él sonriendo.

—No digas tonterías. Te miran porque no están acostumbradas a ver


por aquí a hombres como tú —dijo sin mirarlo.

—¿A hombres como yo?

—Tan… guapos.

Aunque no lo miró en ningún momento, Ash pudo ver el tono rosado


de su mejilla. Le gustaba verla ruborizada. Le gustaba esa chica, aunque no
como una mujer con la que quisiera acostarse. El sexo se había acabado
para él. No había estado con una mujer desde que supo que su hija había
desaparecido, ni siquiera con su mujer.

Le gustaba la timidez que mostraba Alex, que contrarrestaba con la


mujer fuerte y decidida que sabía que era, y con la mujer asustada. No
podía ignorar que era una chica preciosa, pero no se sentía atraído
sexualmente por ella.

¿A quién quería engañar?, se preguntó a sí mismo sonriendo. Esa


chica lo estaba volviendo loco de deseo.

Nada más entrar en la casa, Ash se quitó la chaqueta y a continuación


la camiseta.

—Voy a ponerme ropa para trabajar. Vuelvo enseguida.

Alex no pronunció palabra. Se quedó mirando esa espalda ancha y


musculosa, embobada. Respiró hondo cuando él desapareció de su vista. Le
gustaba el cuerpo de su marido, ¿a quién no? Era musculoso, pero no
excesivamente. Cuando estaba vestido se apreciaba que era un hombre
fuerte, pero estaba delgado y no lo parecía. Alex pensaba que tenía los
músculos en su punto justo.

Pasaron la mañana dedicados a quitar el papel de las paredes de dos de


las habitaciones.

—¿Te gusta la lasaña? —preguntó ella al medio día.

—Sí.

—Voy a meterla en el horno. Tardará poco más de media hora en estar


lista.

—¿Compras comida preparada?

—No. Cuando cocino procuro hacer más cantidad y lo congelo.


Aunque la nevera es tan pequeña que no cabe gran cosa. Por eso elegí una
grande y con un buen congelador.
Mientras Alex metía la lasaña en el horno, preparaba una ensalada y
ponía la mesa, estuvo pensando en la mañana que habían pasado trabajando
juntos. Habían hablado del pueblo, de que la gente era muy cotilla y de que,
a pesar de tener ocho mil habitantes, todos estaban al corriente de la vida de
los demás.

A Alex no le habían pasado desapercibidas las miradas que le dedicaba


Ash mientras trabajaban, y se preguntó si a él también le aturdiría tenerla
cerca.

—Vaya, has sacado el papel que quedaba —dijo ella cuando volvió a
la habitación.

—Sí.

—Odio quitar el papel —dijo Alex metiendo en la bolsa de basura los


trozos que había esparcidos por el suelo.

—A mí tampoco me gusta mucho.

—¿Por qué no lo intercalamos con otros trabajos? ¿Qué tal se te da la


carpintería?

—Seguro que no tan bien como a ti, pero me defiendo.

—A primera hora de la tarde traerán las maderas que hemos


comprado. ¿Quieres que empecemos a hacer los marcos de las ventanas o
de las puertas? Tenemos que hacer un montón.

—¿Quieres que te ayude?

—Si trabajamos en la misma habitación, al menos, podremos hablar.

—Tienes razón. Mañana sacaremos el papel de otra habitación. Si


hacemos una cada día no estará mal.

—Nada mal. No pensé que fuéramos a ir tan rápidos. Los marcos de


las ventanas son fáciles de hacer porque no tienen dibujos, solo relieves
rectos, al igual que los de las puertas. A medida que vayamos
terminándolos los pondremos en una habitación, marcando la puerta o la
ventana a la que corresponden.

—Buena idea.

Pasaron toda la tarde en la habitación destinada a la carpintería.

Esa noche cayeron en la cama exhaustos, sobre todo ella. Así y todo,
permanecieron un buen rato hablando. Alex quería saber todo sobre el
apartamento de Nueva York. Y él le habló de él, pero sin mencionar la
habitación de su hija.

Ash se preguntó porqué no le había dicho que tenía una hija, si lo iba a
averiguar cuando fuesen a Nueva York en Navidad. Pero todavía no podía
hablar de la niña, le dolía demasiado.

Al día siguiente, después de que Dawn se fuera al colegio, se pusieron


a quitar el papel de otra habitación. Estuvieron en silencio casi todo el
tiempo, mirándose de vez en cuando, pero sin pronunciar palabra.

Sus miradas se encontraron en varias ocasiones e, incluso en la


distancia, él pudo apreciar el cúmulo de sensaciones que se reflejaba en el
rostro de su mujer.

Alex era tímida y reservada, amable y organizada. Esa clase de


mujeres hacían que un hombre quisiera descubrir lo que escondían debajo
de toda esa compostura.

Al medio día, mientras comían, decidieron que dedicarían la tarde a


arreglar el porche. Ninguno de los dos había comentado nada sobre su
silencio mientras trabajaban. Sin duda, ninguno de ellos estaba interesado
en descubrir sus deseos por el otro.

Después de tomar un café, salieron al porche y sacaron los tablones de


los peldaños que estaban en malas condiciones, y también las barandillas
que estaban en mal estado.
Mientras Alex tomaba las medidas para cortar la madera, Ash se
acercó al pueblo a comprar unas cosas que necesitaban.

Cuando Ash salió de la ferretería se encontró a Sally, la mujer que


había conocido en el colegio de su hija y que era la esposa del dueño de la
ferretería.

—Vaya, qué agradable sorpresa, Ashton —dijo la mujer besándolo en


la mejilla.

—Hola, Sally —dijo Ash algo sorprendido porque lo besara.

—¿Me invitas a un café?

—Como verás, no llevo la ropa adecuada y, además, tengo cosas que


hacer. He venido a comprar unas cosas que necesito, pero he de volver a
casa.

—La ropa es lo de menos. Sólo serán unos minutos. Aquí al lado hay
una cafetería.

—De acuerdo.

Estuvieron en el local apenas quince minutos, en los que la mujer no


dejó de tocarle el brazo o acariciarle la mano. Ash empezó a sentirse
incómodo y dijo que tenía que marcharse. Salieron juntos a la calle y se
detuvieron junto al coche de él.

—Bueno, ya nos veremos.

—Eso espero —dijo ella.

Ash se acercó para besarla en la mejilla, pero Sally se giró y la besó en


los labios.

Ash regresó a casa y no volvió a pensar en lo que había sucedido en el


pueblo. Pasó la tarde poniendo las tablas nuevas, que Alex había cortado, en
el suelo del porche acompañado de su hija que, desde que había vuelto del
colegio, se había sentado a su lado con la merienda y no se había movido de
allí, hablando sin parar.

Por la noche, después de que acostaran a la pequeña, compraron por


Internet dos colchones para cuando volvieran Neithan y los chicos de su
cuadrilla.

El viernes las escaleras del porche estaban terminadas, a falta de lijar y


barnizar. Y habían sacado el papel de tres habitaciones más.

Alex fue al pueblo a llevar a la niña al colegio, ya que tenía que


comprar algunas cosas.

En la tienda donde se encontraba oyó una conversación que la dejó de


piedra. Y volvió a casa nerviosa y decepcionada.

Ash y ella estuvieron trabajando como siempre, pero Alex evitó hablar
con él. Y cuando Ash empezaba una conversación, ella se excusaba con que
tenía que hacer algo y lo dejaba solo. Así estuvieron todo el día. Ni siquiera
comieron juntos porque Alex le dijo que tenía que hacer un trabajo urgente
para un cliente y comió delante del ordenador.

Ash no era estúpido y sabía que le pasaba algo. Esperó a que se


acostaran para hablar en la cama, como hacían todas las noches. Pero ella
estuvo trabajando hasta medianoche y cuando se acostó era tarde y no era el
momento adecuado de hablar.

Ash abrió los ojos al oír que ella se levantaba. Todavía no había
amanecido. La vio ponerse la chaqueta y coger la pistola de debajo de la
almohada. Luego se acercó a la ventana, abrió una pequeña rendija de la
cortina y miró hacia todos los lados.

¿Qué esperaba ver?, se preguntó Ash. ¿La estará buscando alguien?


¿Habrá cabreado a alguien hasta el punto de querer hacerle daño?

La vio salir del salón sin hacer ruido. La oyó caminar hacia la puerta
de la calle, sin duda, para comprobar, una vez más, que los cerrojos estaban
corridos. Luego la oyó en la cocina y más tarde, subir la escalera.
¿Por qué está recorriendo la casa? ¿Habrá oído algo y habrá pensado
que pudiera haber entrado alguien por una ventana?

Alex volvió a entrar en el salón poco después, puso dos troncos en la


chimenea, se quitó la chaqueta y se metió en la cama, después de colocar la
pistola debajo de la almohada.

Esa chica lo tenía intrigado.

—¿Se había colado alguien en la casa?

—No, todo estaba en orden.

—¿Vas a decirme lo que te pasa? Llevas todo el día sin hablarme y


evitándome.

—No me pasa nada.

—Nada siempre es sinónimo de algo.

—No es nada importante, simplemente… me has decepcionado.

—¿Te he decepcionado?

—Sabes, en el momento en que te conocí pensé que eras un hombre en


quien se podía confiar, pero estaba equivocada.

—Tendrás que explicarte, porque no recuerdo haber hecho nada para


que desconfíes de mí. Y mucho menos, para decepcionarte.

—Dijiste que cuando necesitases estar con una mujer no la buscarías


en el pueblo.

—¿Y?

—No solo la has buscado en el pueblo sino que es la madre de un


compañero de colegio de mi hija.
—¿Ahora es solamente hija tuya? Te recuerdo que lleva mi apellido.
¿Y con quién se supone que me he acostado?

—¿Te has acostado con tantas que ya no recuerdas a la última?

—Tendrás que explicarte, porque no sé de qué hablas. No me he


acostado con nadie desde que vivo aquí. Y quiero que sepas que siempre
cumplo mi palabra.

—Esta mañana he oído un comentario sobre ti en una tienda.

—¿Y qué comentaban? —dijo él encendiendo la lamparita para poder


verla.

—Dijeron que habías invitado a Sally a tomar un café y que la besaste


en los labios para despediros. Una de las mujeres había hablado con ella
cuando te marchaste y le preguntó si serías su siguiente presa. Y Sally dijo
que no eras la siguiente sino la actual. Además, Sally le dijo que le habías
dicho que la llevarías a tu casa de Nueva York, cuando fueras solo. Dijeron
que se pasó todo el tiempo tocándote en la cafetería —dijo ella mirándolo.

—¿Y tú has creído todo eso? Pensaba que eras más inteligente. Y
quiero que sepas que me ofendes, solo por haber pensado que fuera cierto.

—Ash, tú no tienes que darme explicaciones de lo que haces o con


quien lo haces.

—Tienes razón, no tengo que hacerlo, pero pensaba que me tomabas


por una persona seria.

—Y era así.

—¿Quieres que te explique lo que realmente sucedió?

—No necesitas explicarme nada.

—¿Prefieres pensar que todo eso es cierto?

—Da igual.
—No da igual. Y vas a escuchar de mí lo que ocurrió. Tengo derecho a
que oigas mi versión. Y me gustaría que me miraras.

Alex levantó la vista y la clavó en la de él.

—Me encontré con ella el martes cuando salía de la ferretería. Me besó


en la mejilla para saludarme, cosa que me extrañó, porque nos habíamos
estrechado la mano cuando nos conocimos. No tenía intención de pararme a
hablar con ella. Me dirigía hacia el coche, pero fue tras de mí y me preguntó
si la invitaba a un café. Le dije que tenía cosas que hacer, pero ella insistió.
La invité por compromiso, por no ser maleducado. Estuvimos en la
cafetería diez o quince minutos, no más, y hablamos de cosas en general,
nada personal. Me preguntó dónde vivía antes y le dije que en Nueva York.
Y fue ella quien me preguntó si la llevaría cuando fuera solo. Supe que esa
mujer quería algo, y ni siquiera me molesté en contestarle. Además,
aprovechaba cualquier ocasión para rozarme la mano o el brazo. Le dije que
tenía que marcharme y salí de la cafetería. Ella me siguió hasta el coche,
que tenía justo en la puerta. Fui a besarla en la mejilla para despedirme,
pero giró la cara y la besé en los labios. Sé que cometí un error al besarla,
incluso, aunque hubiera sido en la mejilla, pero no lo pensé. Eso es todo lo
que sucedió.

—Según Dani, que oye a menudo comentarios de todos los del pueblo,
Sally se ha acostado con todos los hombres que le han gustado,
independientemente de que sean casados, solteros o viudos.

—¿No crees que deberías haberme puesto al corriente de esa


información?

—¿Para qué? ¿Te gustan los chismes?

—No, no me gustan pero, de haberlo sabido, no la habría invitado a


ese café y además, habría guardado las distancias con ella. Podríamos haber
evitado todo este malentendido y los comentarios.

—Tal vez tengas razón y debería haberlo hecho.


—Ahora ya no importa. De todas formas, encontraré el momento para
desmentir lo que esa mujer ha dado por hecho.

—No le digas nada a Sally. Te aseguro que esa mujer es mala.

—Cielo, no pienso acercarme a ella.

—Cuando oí la conversación me cabreé. Me cabreé mucho. Siento


mucho haber pensado mal de ti.

—No tiene importancia. Pero, por favor —dijo él acariciándole la


mejilla—, cuando suceda algo que te moleste, no estés todo el día sin
hablarme. Prefiero que me lo cuentes y hablemos de ello. Sabes, me has
hecho pasar un mal día.

—Lo haré. Lo siento mucho. Yo también lo he pasado mal —dijo ella


sintiendo un estremecimiento en su interior por el leve roce de los dedos de
él en su mejilla.

—Olvidémoslo.

—Ha sido nuestra primera pelea de casados —dijo ella con una sonrisa
traviesa.

—¿Y te ha gustado?

—No ha estado mal. Lo que más me ha gustado ha sido haberme


equivocado. Buenas noches, Ash.

—Buenas noches, cielo.

Poco después Alex estaba dormida en su lado de la cama. Pero Ash no


podía conciliar el sueño. Se sentía culpable por haber sido tan estúpido y no
haber visto a tiempo las malévolas intenciones de esa mujer. Se preguntó
por qué se comportaba así. Había conocido a su marido en la ferretería y le
había parecido un buen hombre y muy agradable. Y ahora le preocupaba
que él pensara que se hubiera acostado con su mujer. Tenía que hacer algo
para solucionar ese malentendido, si se podía llamar así.
De pronto, Alex se volvió hacia él dormida y se pegó a su cuerpo
buscando calor. Y Ash creyó morir. Tenerla tan cerca hizo que todo su
cuerpo se tensara y tuviera una erección. La primera erección en nueve
meses.

Ash abrió los ojos cuando empezaba a clarear el día. Alex seguía
pegada a su cuerpo y era delicioso sentirla así. Permaneció quieto,
disfrutando de la sensación.

Esa mañana iban a ir a montar con la niña. Ash pensaba ir a correr


antes, pero no pudo moverse, prefirió quedarse allí, a su lado. Decidió que
esperaría a que ella se despertara y viera lo cerca que estaba de él, para ver
su reacción.

Sonó la alarma del móvil de Alex, pero en vez de apagarla, ella se


pegó más a él, acurrucándose contra su cuerpo.

Ash alargó el brazo, pasándolo por encima de ella y silenció la alarma.


Alex abrió los ojos de repente. Se había quedado petrificada e inmóvil al
darse cuenta de que estaba pegada a él, pero cuando sintió su brazo
rodeándola, empezó a faltarle la respiración y a temblar, de miedo.

—Sólo iba a apagar la alarma —dijo tranquilizándola.

Alex se giró poniéndose boca arriba, intentando serenarse y buscando


el aire que le faltaba en los pulmones para poder respirar.

—¿Estás bien? —dijo incorporándose para mirarla, preocupado al ver


que tenía problemas para respirar.

—Sí, estoy bien. Voy a preparar el desayuno —dijo saliendo de la


cama rápidamente y poniéndose la sudadera.

—Es fin de semana, me toca a mí hacer el desayuno —dijo él


levantándose también y siguiéndola a la cocina.

—Hoy no has ido a correr —dijo sin volverse a mirarlo mientras


sacaba los ingredientes necesarios para hacer tortitas.
—No. Me desperté al amanecer, pero estaba demasiado a gusto en la
cama y volví a dormirme —dijo él mientras colocaba todo en la mesa y
metía las tostadas en el tostador.

—Siento haber invadido tu espacio en la cama. No suelo moverme


cuando duermo, pero no sé lo que me ha pasado esta noche.

—Yo no me he quejado porque invadieras mi espacio, y no me importa


que lo hagas siempre que quieras —dijo él sonriéndole—. Que estuvieras
pegada a mí ha sido lo que no ha permitido que me levantara. Menos mal
que has sido tú quien se acercó a mí, de lo contrario, puede que no te
gustara.

—Bueno, supongo que no podemos controlar nuestro comportamiento


cuando estamos inconscientes.

—Supones bien.

—No lo tomes como algo personal si vuelvo a hacerlo.

—No lo haré. Y te digo lo mismo. Voy a despertar a Dawn.

Fueron a cabalgar después de desayunar. Hubo un momento de tensión


en Alex, cuando Ash la levantó sin el menor esfuerzo para subirla al
caballo. Aunque sólo fueron unos segundos.

Pero cuando regresaron, Alex desmontó rápidamente, antes de que él


la bajara.

Se había dado cuenta de que, últimamente le afectaba demasiado que


él la tocara, la rozara o incluso, la mirara. Y no entendía su
comportamiento. Ella no quería tener ningún contacto con los hombres,
pero algo le sucedía con Ash. Aunque a veces se tensaba, como le había
sucedido esa mañana en la cama, no le desagradaba el contacto con él. Todo
lo contrario.

Al día siguiente, que era domingo, también fueron a montar. A Ash le


gustaba ir con su familia.
Mi familia, pensó sonriendo.

Porque ahora, esa preciosa chica y esa parlanchina niña, que no callaba
ni debajo del agua, eran su familia.

Dawn estaba feliz, porque desde que Ash vivía con ellos, podía salir de
casa a jugar, siempre que él estuviera con ella. Y ellos dos siempre
encontraban algo que hacer en el exterior mientras la niña jugaba.

Ash había cambiado mucho desde que se casaron. Sonreía a menudo,


se reía y parecía estar completamente relajado. Todo lo contrario que Alex,
que cada día que pasaba, se encontraba más intranquila en su presencia.

Estuvieron trabajando un par de horas en la casa. Cuando Alex le dijo


que iba a preparar la comida, él le dijo que las invitaba a comer en el
pueblo.

Después de comer entraron en una cafetería, ellos tomaron un café y la


pequeña un batido.

Y a media tarde, se vieron en la cola del cine. La niña los había


convencido para que vieran una película de dibujos animados.

Ash recordó las veces que había llevado al cine a su hija y se


emocionó. Al menos estaba oscuro y Alex no se dio cuenta.

De todas formas, habían pasado una tarde muy divertida. Había sido su
primera salida en familia.
Capítulo 8
El siguiente lunes Ash le dijo a su mujer que llevaría a la pequeña al
colegio porque tenía que comprar algo en la farmacia. Alex le dio una lista
para que le comprara unas cosas de la panadería.

En realidad, Ash no necesitaba comprar nada, pero quería solucionar


lo de los comentarios que corrían por el pueblo sobre él y Sally o, al menos,
intentarlo.

Aparcó el todoterreno delante de la cafetería que estaba junto a la


ferretería, en la que habían tomado ese maldito café, con la esperanza de
que alguien lo viera y le fuera con la noticia a Sally. Entró en la cafetería y
se sentó en la barra.

—Hola —dijo el hombre que estaba detrás de la barra—. ¿Qué va a


tomar?

—Un café solo, por favor.

—Enseguida. Usted es el marido de esa preciosa chica —dijo


volviéndose para mirarlo mientras le preparaba el café.

—Esa es una buena definición de mi mujer.

—Por cierto, soy Tom, el dueño.

—Ashton.

—Lo sé. Últimamente su nombre se oye demasiado por aquí.

—¿Podemos tutearnos?

—Claro —dijo el hombre dejando el café sobre la barra.

—Mi mujer me habló sobre los comentarios que circulaban por aquí.
En realidad, he venido a ver si podía desmentirlos de alguna forma.
—Esto es un pueblo y a la gente le gusta hablar. Aunque a mí siempre
me gusta oír las dos partes.

—A mí también.

—Pareces un buen tipo y, si quieres que te de un consejo, mantente


alejado de Sally. Ed, su marido, es un buen hombre, aunque su carácter ha
desaparecido desde que está con ella. Esa mujer es una víbora a quien no le
importa hacer daño o destrozar a quien se interponga en su camino, y no
siente respeto por nada ni por nadie. Su marido tiene un buen negocio, una
buena casa, dos hijos preciosos, pero parece ser que para ella no es
suficiente.

—Lo tendré en cuenta.

Estuvieron hablando mientras el hombre atendía los pedidos y los


ponía en la bandeja para que la camarera los llevara a las mesas. Minutos
después el local estaba lleno.

—Acaba de entrar el problema de las murmuraciones —le dijo el


dueño del local acercándose a Ash y hablándole en voz baja.

Sally se detuvo en la puerta inspeccionando las mesas, buscando a


Ash. Al verlo en la barra se acercó a él y se sentó a su lado.

—Buenos días —dijo mirándolo de forma seductora.

—Hola —dijo él girándose hacia ella, aunque serio.

—Ponme un café solo, Tom. ¿Me estabas esperando?

—¿Esperándote? ¿No te parece que eres un poco engreída? He oído


los comentarios que circulan por el pueblo sobre nosotros.

—¿Hablan de nosotros? Yo no he oído nada —dijo ella sonriendo.

—¿En serio? Es un poco raro, teniendo en cuenta que han salido de tu


boca.
Ash hablaba de manera tranquila, aunque con el tono de voz un poco
más alto de lo normal. No quería desaprovechar la oportunidad que se le
había presentado al aparecer esa mujer. Además, la cafetería estaba a
rebosar y sabía que todos estarían pendientes de la conversación que
mantenían ellos.

—Yo no he dicho nada —repitió ella ofendida.

—Así debería haber sido, ya que no había nada que decir. El otro día te
invité a un café, por compromiso, simplemente por ser amable. Pero andas
diciendo por ahí cosas que no son ciertas. Las personas que conozcan a mi
mujer o la hayan visto en alguna ocasión, se habrán reído al escuchar las
habladurías.

—¿Se habrían reído?

—Sí. Porque ningún hombre en su sano juicio miraría a otra mujer si


estuviera casado con una como la mía. Andas diciendo que voy a llevarte a
mi casa de Nueva York. Y es cierto que voy a ir a Nueva York. Voy a ir a
pasar allí las navidades, con mi preciosa mujer y mi hija, que son lo más
importante en mi vida.

—No hace falta que te pongas así, puede que te malinterpretara.

—No has malinterpretado nada porque no había nada que


malinterpretar. En cuanto a lo del beso en los labios… Eso fue caer muy
bajo por tu parte. Yo sólo pretendía besarte en la mejilla para despedirme y
tú giraste la cara. No sé en qué piensa una mujer como tú, que lo tiene todo
y no le parece suficiente. No comprendo cómo tu marido, que tengo
entendido que es un hombre extraordinario, no te da una patada y te manda
a otro estado. Porque si es por miedo a perder a los niños, no creo que tenga
problemas para obtener la custodia… teniendo en cuenta lo que haces. Sólo
con que alguno de los hombre con los que has estado declare en tu contra,
solucionado. No vuelvas a acercarte a mí, porque no me interesas en
absoluto. Y además, no le llegas a mi mujer ni a la suela de los zapatos.

—Eres un grosero.
—Nunca he sido grosero con una mujer, porque no me han educado de
esa forma, pero tú te lo mereces.

Sally se levantó y miró a su alrededor. Al ver que todos los que estaban
en el local la miraban, se marchó lo más rápido que le permitieron las
piernas.

—Vaya —dijo Tom—. La has puesto en su sitio.

—Espero que haya sido suficiente para que no vuelva a acercarse a mí.

—Me temo que estás equivocado. Ahora está mucho más interesada en
ti —dijo el hombre sonriendo.

Ash salió del bar poco después y se dirigió a la panadería.

—Hola —dijo al entrar en el local.

—Hola —dijo una mujer desde detrás del mostrador sonriéndole—.


¿Qué desea?

—Mi mujer me ha encargado algunas cosas —dijo sacando la lista del


bolsillo—. Dos barras de pan.

—¿De qué tipo?

—Eso no lo dice en la nota —dijo él sonriendo.

—¿Quién es su mujer?

—Se llama Alex. Vivimos en una casa a tres kilómetros de aquí.

—¿Eres el padre de Dawn?

—El mismo.

—Tenía ganas de conocerte. Felicidades por tu reciente boda.

—Muchas gracias.
—Mi nieto, Sammy, está en la misma clase que tu hija. Dame la lista
que te ha dado Alex.

Ash se la dio.

—Por cierto, me llamo Marta.

—Yo soy Ashton, pero puedes llamarme Ash.

—Muy bien, Ash. Me he enterado de lo que ha pasado en la cafetería


—dijo la mujer sonriendo mientras metía el pan en una bolsa.

—Las noticias vuelan por aquí.

—Es lo que pasa en los pueblos. Has hecho bien parándole los pies a
esa mujer, no todos tienen agallas para hacerlo.

—No podía permitir que el malentendido siguiera circulando.

—Me alegra oírlo. Me cae muy bien tu mujer. Es una buena chica, y
muy guapa —dijo la mujer metiendo en la bolsa otra de las cosas que había
anotada en la lista.

—Sí que lo es.

—El viernes vamos a celebrar una cena en casa con unos cuantos
amigos. Es nuestro aniversario de bodas. Cincuenta años.

—Vaya, eso sí es un logro. Felicidades.

—Muchas gracias. No ha sido fácil, pero los baches del matrimonio se


superan hablando y apoyándose el uno al otro. ¿Por qué no venís a cenar
con nosotros? A mi marido le gustará conocerte. Y estará mi nieto para
jugar con tu hija. Eres nuevo aquí y no conocerás a mucha gente y mi hijo
tendrá tu edad —dijo la mujer mientras añadía a la bolsa las últimas cosas
de la lista.

—Es que mi hermano vendrá desde Nueva York a pasar el fin de


semana con nosotros.
—Pues que venga él también. Nos gustará conocerlo.

—Se lo diré a mi mujer.

—No creo que tengas problemas para convencerla —dijo la mujer


sonriendo—. Va a ser una cena informal, una barbacoa en el jardín, así que
podéis venir con vaqueros, como vendrán todos.

—De acuerdo.

—En la bolsa está el número de teléfono, llámame cuando lo decidáis.

—Lo haré —dijo pagándole la compra—. Ha sido un placer conocerte,


Marta.

—Para mí también lo ha sido, Ash. Saluda a Alex.

Ash fue a la ferretería a comprar unas cosas que necesitaban. Al entrar


miró a su alrededor para asegurarse de que Sally no estuviera allí.

—Buenos días —dijo acercándose al mostrador.

El dueño de la ferretería estaba detrás del mostrador hablando con dos


clientes. Se giró para mirarlo. Ash notó que estaba algo incómodo.

—Buenos días —dijeron los tres hombres.

—Ya me han contado tu hazaña con mi mujer —dijo el dueño—. Lo


siento.

Los dos hombres se despidieron y salieron del local.

—¿Que lo sientes? Tú no has hecho nada —dijo Ash al verlo


avergonzado.

—Ya, pero me jode que mi mujer sea siempre el centro de las


habladurías. Soy Ed —dijo dándole la mano por encima del mostrador.

—Ash —dijo él estrechándosela.


—¿Quieres un café?

—Sí.

—Vamos a mi despacho. Tim, ocúpate del mostrador —le dijo al chico


que trabajaba allí mientras caminaban—. Mi mujer es incontrolable. Bueno,
lo cierto es que me avergüenzo de que sea mi mujer.

Entraron en el despacho. Había un sofá y un sillón rodeando una


mesita de centro.

—Siéntate, lo prepararé enseguida.

—Gracias.

—Sabes, no acepto ninguna de las invitaciones que nos hacen los del
pueblo, porque sé que Sally se ha acostado con muchos de los hombres de
aquí y me da pavor averiguar que el anfitrión sea uno de ellos.

—Ed, tú y yo no nos conocemos, pero así y todo voy a preguntarte


algo. ¿Por qué sigues con tu mujer? Por lo que tengo entendido, las cosas te
van bien.

—Esa pregunta me la hago a mí mismo cada día. Pero, si me


divorciara, perdería a mis hijos. Los jueces siempre van a favor de las
madres. Y además perdería la mitad de lo que tengo. He trabajado muy duro
durante toda mi vida para conseguirlo y no quiero perderlo por...

—Todo es cuestión de encontrar un buen abogado —dijo Ash


interrumpiéndolo para que no acabara la frase—. Y, por lo que he oído de tu
mujer, no creo que ningún juez le diera a ella la custodia de los niños.
Podrías conseguir muchos testigos en su contra.

—Eso es fácil de decir, pero es posible que a la hora de la verdad,


nadie quisiera testificar en su contra.

—Sólo necesitas pruebas. Busca a un detective y que la siga durante


un tiempo y le haga algunas fotos. Puede que si le enseñaras a tu mujer esas
fotos y supiera que iba a perder a sus hijos, fuera ella quien pidiera el
divorcio, con tus condiciones.

—Lo he pensado muchas veces, pero siempre me echo atrás.

—Pues deberías aprovechar ahora que eres joven, porque podrías


encontrar a una buena mujer y rehacer tu vida.

—Lo sé.

—Si me necesitas para algo, dímelo.

—Gracias, Ash —dijo el hombre mientras servía el café en las tazas.

—Hola, ya estoy en casa —dijo Ash tan pronto abrió la puerta.

—Estoy en el salón.

—Hola. ¿Estás trabajando? —preguntó él al verla delante del


ordenador.

—Has tardado mucho. Estoy acostumbrada a que trabajemos juntos y


me aburría, y como tenía que hacer un trabajo para una empresa…

—Me alegro de que me hayas echado de menos.

Alex lo miró con un ligero rubor en las mejillas.

—¿No tenían en la farmacia lo que necesitabas y has tenido que ir a


comprarlo a otro pueblo? —preguntó ella de manera sarcástica.

—No —dijo él sonriendo y sentándose en una silla frente a la mesa—.


En realidad, no tenía que comprar nada de la farmacia.

—¿Y por qué me has dicho que necesitabas algo de allí?

—Porque si te decía lo que quería hacer no te habría gustado.

Alex lo miró.
—He aparcado en la puerta de la cafetería que hay junto a la ferretería
con la esperanza de que Sally me viera, o que alguien le dijera que yo
estaba allí.

—¿Sally? ¿Has ido a ver a Sally?

—En realidad, no es que quisiera verla —dijo él sonriéndole—. Pero


quería acabar con los rumores que corren sobre ella y yo.

—¿Y lo has conseguido?

—Creo que sí —dijo sonriendo de nuevo.

Ash le contó la conversación con Tom, el dueño de la cafetería. Y


luego la que mantuvo con Sally.

—¿La has humillado delante de todos?

—Esa mujer merecía que le dieran un buen toque.

—Eso no te lo va a perdonar.

—Eso es lo que ha dicho Tom, además de que no se va a olvidar de mí.


Según él, le he lanzado un reto. Por cierto, a Tom le caes muy bien.

—Sólo me ha visto un par de veces que he ido con Dani.

—Pues le causaste muy buena impresión.

—De manera que Sally va a ir ahora a por ti, a saco.

—Espero que no —dijo él riendo—. De todas formas, es algo que no


me preocupa. Ahora que sé cuales son sus intenciones, nunca más me va a
coger desprevenido. Y puedes estar completamente segura de que no pienso
darle ninguna oportunidad de que se acerque a mí.

Ash le contó a continuación su visita a la panadería.


—¿Nos ha invitado a cenar en su cincuenta aniversario? Sólo conozco
a esa mujer de las veces que he ido a comprar pan.

—Parece que a ella también le caíste bien. Quiere que conozcamos a


su familia y a algunos del pueblo.

—Es una mujer encantadora.

—A mí también me lo ha parecido.

—¿Estará Sally?

—No lo creo —dijo él sonriendo.

—¿Tú quieres que vayamos?

—Me gustaría. Me ha hablado de su hijo, que es el padre de Sammy, el


amigo de Dawn. Me ha dicho que tiene mi edad y…, bueno, no me
importaría conocer a alguien para ir a tomar algo y hablar de vez en cuando.

—De acuerdo.

—Estupendo. La llamaré luego para confirmarle nuestra asistencia—.


Cuando salí de la panadería fui a la ferretería.

—¿Para encontrarte con Sally, otra vez?

—No —dijo soltando una carcajada—. Me acordé de que


necesitábamos clavos, ya sabes que los terminamos al instalar los tablones
del porche. Y sabes, Ed, el marido de Sally, ya estaba al corriente de lo
sucedido en la cafetería. Dios, las noticias vuelan en ese pueblo. Me ha
llevado a su despacho y me ha invitado a un café mientras hablábamos.

—¿Vas a hacerte amigo del marido de tu acosadora?

—¿Acosadora? —dijo él riendo.

—Acosarte es lo que Sally va a hacer a partir de ahora.


—Lo sobrellevaré, no te preocupes. La verdad es que no me importaría
ser amigo de su marido —dijo sonriendo—. Me ha caído muy bien. ¿Sabías
que tiene un año más que yo?

—Creía que era mucho mayor. Y, aunque sonríe y es amable, parece


triste.

—Bueno, saber que tu mujer se tira a cualquier hombre que le guste,


no debe ser muy agradable.

—Espero que no te consiga a ti, porque está claro que tú le gustas.

—¿Eso te molestaría?

—Por supuesto. No soportaría saber que se acuesta con mi marido. Así


que ya sabes, si necesitas estar con una mujer, por favor, búscala lejos de
aquí.

—Vale. ¿Quieres que trabajemos?

—Sí. Sigamos con lo que estábamos haciendo.

Emplearon el día en sacar el rodapié de las habitaciones en las que ya


habían quitado el papel de las paredes. Marcaron todas las piezas para que
no se confundieran y las llevaron al comedor, donde estaba la carpintería.
Las revisaron para ver si había que cambiar algún trozo, y cuando acabaron,
las reservaron a un lado. Y también bajaron los baúles que había en la
última planta y los dejaron en la biblioteca para restaurarlos más adelante.

Era miércoles. Había una reunión de padres en el colegio después de


las clases y decidieron ir juntos.

Los niños se quedaron jugando en el pasillo y los padres entraron en la


clase de los pequeños. Ash se quitó la cazadora nada más entrar.

—No tenías que haber hecho eso —le dijo Alex al oído.

Ahora fue Ash quien se tensó al sentir el aliento de ella en su cuello.


—¿El qué?

—Quitarte la cazadora. Ahora ninguna de las madres podrá


concentrarse en nada, que no sea tu cuerpo.

Ash la miró con una sonrisa seductora.

—¿Eso te incluye a ti? —le dijo él también al oído.

Alex se ruborizó y apartó la mirada de él.

—Buenas tardes a todos —dijo la señora Anderson, la maestra.

Los padres le devolvieron el saludo.

—Siéntense donde puedan. Supongo que los que sean muy altos
tendrán que hacerlo en las mesas.

—Ven aquí, cielo —dijo Ash sentándose en una de las mesas bajas y
colocando a Alex entre sus piernas.

—Esto tampoco deberías haberlo hecho —le dijo ella girándose para
mirarlo, y rozando la piel de su mandíbula con los labios.

—Parece que hoy todo lo hago mal —dijo Ash rodeándole la cintura
con los brazos y provocando que se tensara—. Tranquilízate, cariño.

—Me legro de verle, señor Brady.

—Lo mismo le digo, señora Anderson.

—Bien. La reunión de hoy se debe a que he organizado la visita a un


campamento al que cada año llevo a mis alumnos. La estancia será de una
semana. Saldremos el lunes, día 11 a primera hora de la mañana y
volveremos el domingo, 17 a última hora de la tarde.

—Mi hija no ha ido nunca a un campamento y no estoy segura de que


le guste —dijo una de las madres.
—Será la primera vez para todos los de la clase, porque es en este
curso cuando organizo lo del campamento. También irán los niños de la
clase superior.

—Supongo que irán acompañados por adultos —preguntó un padre.

—Supone bien. Iremos el tutor de la otra clase y yo. Además, en el


campamento habrá dos monitores para las actividades.

—¿Cuántos niños serían en total? —preguntó Ash.

—Si fueran todos, treinta y ocho.

—Son muchos niños para tan pocos adultos —volvió a decir Ash.

—Tiene razón. Cada año nos acompañan dos padres por cada clase.

—¿Dónde dormirían? —preguntó otro padre.

—Hay cabañas con doce literas en cada una y dos camas para dos
adultos. En otra cabaña se encuentra la cocina y el comedor.

—¿Hay cocinera? —preguntó una de las madres.

—El precio encarecería mucho y somos los padres y los tutores


quienes nos encargamos de cocinar.

—¿A cuántos kilómetros está el pueblo más próximo al campamento?


—volvió a preguntar Ash.

—A ocho kilómetros. Pero uno de los monitores estudió enfermería y


está al corriente de lo que hay que hacer en una emergencia. Además, los
vehículos de los monitores están disponibles, en caso de que tuviéramos
que llevar a alguno de los niños al hospital del pueblo.

—No hace falta que hagas más preguntas porque Dawn no va a ir —


dijo Alex girándose para hablarle al oído.

—No lo decidas ahora, lo hablaremos en casa.


El vello del cuerpo de Alex se erizó al sentir el roce de los labios de
Ash en su pelo.

—De acuerdo.

—Los móviles no funcionan en el campamento, pero en la cabaña


donde se encuentra la oficina hay teléfono fijo y podremos avisarles si
sucede algo, o si los niños les echan de menos, para que puedan hablar con
ustedes.

Ed, el dueño de la ferretería entró en la clase.

—Siento llegar tarde.

—No importa —dijo la maestra—. Me alegro de verle por aquí.


Siéntese y le resumiré lo que hemos hablado hasta el momento.

—Gracias.

—¿Elige usted a los padres que los acompañarán? —preguntó otro de


los padres cuando Ed estuvo al corriente de todo.

—No, lo deciden ellos. No todos pueden hacerlo, bien por el trabajo o


porque tienen otros hijos de quien ocuparse.

—Yo les acompañaré —dijo Ash—, independientemente de que


nuestra hija vaya o no.

—Perfecto.

—Yo también iré —dijo Sally.

Todos dirigieron la mirada hacia ella.

Ash notó que Alex se tensaba.

—En vez de mi mujer iré yo —dijo Ed—, ella tiene que ocuparse de la
casa y de nuestro hijo pequeño.
—No hace falta. Puedo buscar a alguien para que se encargue de él —
dijo Sally—. Y tú tienes que estar en la ferretería.

—Tim se hará cargo del negocio mientras yo estoy fuera. Y me vendrá


bien descansar del trabajo unos días.

Sally lo miró de manera extraña. Era la primera vez que él le hacía la


contraria en algo.

—Estupendo —dijo la maestra—. En los folletos que les he entregado


está la dirección del campamento y la página web, donde podrán encontrar
la información que precisen y ver las fotos. Y también están los precios.
Piénsenlo esta noche y los que decidan dejar ir a sus hijos, deberán traer
mañana el permiso que les he entregado, firmado.

Cuando salieron a la calle, Ed se acercó a Ash y a Alex.

—Ed, supongo que ya conoces a Alex, mi mujer —dijo Ash.

—Sí, la he visto en la ferretería muchas veces. Hola, Alex.

—Hola, Ed.

Sally se unió a ellos.

—¿Vuestra hija irá al campamento? —preguntó Sally. Estaba


tranquila, como si no hubiese ocurrido nada entre Ash y ella.

—Mi mujer y yo lo decidiremos esta noche —dijo cogiendo de la


cintura a Alex para acercarla a él.

Sally miró a Alex con odio.

—Nuestro hijo sí que irá —dijo Ed—. Me apetece pasar unos días con
él y con los otros niños. Me alegro de que vayamos juntos, Ash.

—Sí, lo pasaremos bien. Dawn, vamos a casa.

La niña fue hacia él y la cogió en brazos.


—Cuando vengas al pueblo pásate por la ferretería y vamos a tomar un
café —dijo Ed a Ash—. Será una buena excusa para hacer un descanso en
el trabajo.

—Lo haré. Hasta luego.

—¿Desde cuándo eres amigo del marido de esa mosquita muerta? —


preguntó Sally a su marido cuando se quedaron solos.

—Desde que me enteré que no pensaba acostarse contigo —le dijo con
desprecio—. Y sabes. Envidio a Ash, porque tiene una mujer preciosa... y
fiel.

Los días pasaron rápidos y ya estaban a viernes. Ash había convencido


a Alex de que la niña fuera al campamento, asegurándole de que cuidaría de
ella.

Siguieron trabajando juntos en la casa, hablando de todo, excepto del


secreto que ambos guardaban.

Seguían durmiendo en la misma cama y, en varias ocasiones, Alex se


abrazaba a él dormida. Ash se sentía bien teniéndola tan cerca, pero estaba
preocupado porque empezaba a sentir algo serio por esa chica.

—Acaba de llamarme Neithan —dijo Ash entrando en el salón donde


se encontraba Alex con la pequeña—. En media hora estará aquí.

—¡Qué bien! —dijo ella mirándolo y sonriendo.

—Parece que te alegra.

—Por supuesto que me alegra. ¿Viene a pasar el fin de semana o se


quedará más días?

—¿Por qué? ¿Quieres que se quede más tiempo?

—La verdad es que me gustaría que se quedara con nosotros,


permanentemente.
—Vaya.

—¿Qué? Me cae muy bien tu hermano.

—A lo mejor te habría gustado que hubiera sido él quien leyera el


anuncio que pusiste en el periódico y te contestara.

—Si lo hubiera hecho, no lo habría elegido.

—¿Y eso?

—Es demasiado simpático, demasiado directo, demasiado guapo,


demasiado divertido, demasiado atrevido…

—No hace falta que sigas, me ha quedado claro. Entonces, ¿me


elegiste a mí porque soy lo contrario a él?

—Bueno, cuando te conocí eras serio, aunque has cambiado. Y he de


decirte que, a mi parecer, eres más guapo que él. Y, últimamente, también
eres directo y… atrevido. Te aseguro que no me arrepiento de haberte
elegido —dijo ella, aunque no lo miró ni un solo instante.

—Pues gracias por haberlo hecho —dijo mirándola con una sonrisa
divertida al verla ruborizada.

Oyeron un vehículo acercarse a la casa y salieron los tres.

—¡Tío Neithan! —dijo la pequeña corriendo hacia el coche cuando la


puerta se abrió.

—Hola, pequeñaja —dijo levantándola—. No sabes cuanto te he


echado de menos.

—Y yo a ti —dijo abrazándolo.

—Teníamos muchas ganas de verte —dijo Alex acercándose a él.

Neithan dejó a la niña en el suelo.


—¿Eso es verdad? ¿Tú también me has echado de menos?

—La verdad es que sí —dijo ella sonriendo, aunque avergonzada.

—Yo también te he echado mucho de menos —dijo abrazándola.

Alex se tensó al verse atrapada entre sus brazos, pero no se apartó, y


ella misma se sorprendió, abrazándolo a su vez.

—¿Has tenido buen viaje? —preguntó Ash.

—Aburrido, pero ilusionado por llegar. Dios, no podéis imaginar


cuánto he echado de menos estar aquí. ¿Todo bien?

—Sí, todo bien —dijo ella mientras caminaban hacia la casa.

Ash miró a su hermano con los labios apretados al ver que rodeaba a
su mujer por los hombros con el brazo.

Ash abrió la parte de atrás del coche para sacar el equipaje.

—Pensaba que venías a pasar el fin de semana —dijo al ver una maleta
enorme y una bolsa de viaje.

—Y así es, pero he traído algo de ropa y la dejaré aquí junto con las
cosas de aseo.

—Vaya, si sigues así, vas a complacer a mi mujer —dijo mientras se


reunía con ellos en el porche.

—¿Por qué lo dices?

—Dice que le gustaría que vivieses con nosotros.

—¿En serio ? —dijo Neithan mirando a su cuñada y sonriendo.

—Esta casa es muy grande —dijo ella sonrojándose de nuevo.


—Por lo pronto vendré algunos fines de semana y las vacaciones. Pero
no descarto que lo haga en un futuro. Me gusta esto y puede que construya
una casa para vivir aquí. Siempre pensé que viviría cerca de Ash.

—Menuda tontería, nosotros tenemos mucho espacio.

—Mi cuñadita quiere tenerme cerca —dijo apretándola de los hombros


hacia él.

Durante la comida la niña no dejó de hablar, contándole a su tío que el


lunes se iría de acampada durante una semana y que su papá iría con ella.

—¿Y tú te vas a quedar sola toda la semana? —le preguntó a Alex.

—¿Quieres quedarte con ella? —le preguntó Ash.

Neithan sonrió. Las cosas habían cambiado por allí en los días que él
había estado fuera. Sabía que a su hermano le gustaba Alex, lo que no
esperaba era verlo celoso, de él. Supo que estaba loco por esa chica y se
alegró, porque eso le ayudaría a centrarse en su nueva familia y dejar atrás
su desolador pasado.

Después de comer, y después de que recogieran la cocina entre todos,


Neithan extendió sobre la mesa de la cocina la copia que había hecho del
plano de la casa para que lo viera su hermano.

—He marcado los puntos de luz donde me dijisteis que los queríais.
Tenéis que pensarlo bien por si queréis algún enchufe más.

—Mañana recorreremos la casa con el plano y lo decidiremos —dijo


Ash.

Le contaron a Neithan todo lo que habían hecho en la casa desde que


él se marchó.

—Habéis adelantado un montón de trabajo.

—Sí, ha sido duro, sobre todo, quitar el papel de las paredes, pero
tenemos mucho tiempo y lo hemos aprovechado bien —dijo Ash .
—Ahora que estoy aquí, os ayudaré.

—De eso nada —dijo ella—. Has venido a pasar el fin de semana y no
vamos a dejarte trabajar. Por lo pronto, mañana saldremos a montar después
del desayuno.

—Eso sí que me gustará.

—Si nos ayudara, adelantaríamos —dijo Ash.

—Ha venido a descansar.

—Podemos pensar lo de los baños y comprar online los sanitarios y los


azulejos —dijo Neithan.

—Eso estaría bien —dijo ella.

—¿Has mirado lo de la calefacción? —preguntó Ash.

—Sí, la semana pasada estuve en una empresa, de la que hablan muy


bien, y les llevé el plano de la casa. Después de unos días volvimos a
quedar. Habían estudiado el plano y habían marcado donde deberían ir los
radiadores. He traído el presupuesto. Sale bastante caro, pero es porque esta
casa es enorme y habrá que poner muchos radiadores. Pero me he
informado y sé que son serios y ajustan bien los precios.

—Estupendo.

—Al decirle al propietario, que tendrá nuestra edad, que vendría con
los chicos del veinticinco al uno de diciembre me dijo que, si aprobabais el
presupuesto, vendría en esos días para inspeccionarlo todo y marcaría en las
paredes donde instalar los enchufes.

—¿Y tendremos calefacción a final de mes? —preguntó Alex.

—Yo creo que es mejor dejar los radiadores para el final, cuando la
casa esté pintada. Lleváis viviendo aquí unos meses sin calefacción, creo
que podréis aguantar un poco más.
—No hay problema.

—¿Dónde dormiré?

—Con nosotros en el salón, como la última vez. Hemos comprado un


somier a medida del colchón, porque las camas que hay en la casa no son
tan anchas ni tan largas. Así que ya no tendréis que dormir en el suelo.

—Muchas gracias, cariño. ¿Cómo lleváis el trabajo de carpintería?

—Hemos adelantado muchísimo. Acompáñanos a la carpintería. Casi


tenemos terminado el rodapié de la primera planta —dijo ella mientras
caminaban—. Y los marcos de seis puertas y seis ventanas.

—Trabajáis rápido.

—Formamos un buen equipo —dijo Alex mirándolo y sonriendo


cuando entraron en la habitación.

—¿Te refieres a mi hermano y a ti? —preguntó Neithan como si


estuviera extrañado.

—Por supuesto.

Había un montón de marcos y rodapiés ya terminados, marcados y


apoyados en una de las paredes.

—¿Cómo los habéis marchado para no confundiros?

—Le hemos puesto nombre a todas las habitaciones de la casa. Bueno


nombre no, número. Y los rodapiés los enumeramos por orden, empezando
por el lado izquierdo de la habitación.

—Buena idea. Esta madera es preciosa —dijo Neithan al ver un trozo


pequeño de madera oscura, que estaba pulido y con dos agujeros a ambos
lados—. ¿Para qué es?

—Me sobró un trozo de los peldaños de la escalera. Es un columpio.


La idea se le ocurrió a Ash. Lo ha hecho él. Antes no dejaba salir a Dawn a
jugar fuera, pero ahora que Ash está aquí, es diferente.

—Hemos pensado ponerlo en el roble que hay en la parte de atrás de la


casa —dijo Ash—. Ayer compré las cuerdas.

—A Dawn le va a encantar —dijo Alex.

Llegaron a casa de Marta a las ocho de la noche, como les habían


indicado. La mujer les presentó a su marido, Howard y a tres matrimonios
del pueblo que ya estaban allí. Y Ash les presentó a su mujer y a su
hermano.

Poco después entró en el jardín Mark, el hijo de Marta, con su hijo


Sammy. Marta les presentó a Ash y a Neithan.

Alex se acercó a ellos poco después.

—Vaya, eres preciosa —dijo Mark después de besar a Alex cuando se


la presentó Ash—. Es un placer conocerte.

—Lo mismo digo, Mark —dijo ella ruborizada.

—Tengo entendido que vuestra hija y mi hijo son buenos amigos.

—Sí, se llevan bien —dijo Alex—. No te he visto nunca en el colegio.

—Mi padre es quien lo lleva y lo recoge cada día. ¿A qué os dedicáis?

—Yo soy contable —dijo Alex.

—Vaya, guapa y además inteligente —dijo Mark bromeando.

—Raro en una chica, ¿eh? —dijo ella sonriendo.

—Para nada.

—Yo soy arquitecto y tengo una empresa de construcción —dijo


Neithan.
—Yo soy arquitecto paisajista. ¿Trabajas por aquí cerca?

—No, en Nueva York. He venido a ver a la familia.

—Una lástima, últimamente hay mucho trabajo por aquí. A la gente le


está dando por venir a vivir a esta zona, hartos de las grandes ciudades. ¿Y
tú, Ash?

—Yo trabajo para la Armada.

—A mi hermano le gusta pasar desapercibido. No es un simple


soldado sino un SEAL.

—¿En serio? Vaya coincidencia. Tengo un amigo SEAL, tal vez lo


conozcas, se llama Dereck McAlister.

—¿Crash?

—El mismo.

—Lo conozco, a veces trabaja con nosotros.

—Tengo entendido que hacéis un trabajo muy duro.

—Todos los trabajos tienen una parte dura.

—¿Tu mujer no ha venido? —preguntó Alex.

—Mi mujer murió hace dos años en un accidente.

—Oh, lo siento. No lo sabía.

—No te preocupes. Según mi hijo, vas a acompañar a los niños a la


acampada —dijo dirigiéndose a Ash.

—Sí. También vendrá Ed.

—¿Ed, el de la ferretería?
Marta se acercó a ellos y se llevó a Alex.

—Sí.

—Tal vez debería ir yo también. Ed y yo somos amigos desde la


guardería, pero últimamente no nos vemos mucho.

—¿Por el trabajo?

—No, por su mujer.

—¿A ti también se te ha insinuado?

—Cuando a esa mujer la rechazan se convierte en una acosadora.

—Bienvenido al club —dijo Ash.

—Ahora caigo. Eres tú —dijo Mark riéndose—. Mi padre me contó tu


encuentro con ella en el bar.

—¿De quién habláis? —preguntó Neithan.

—¿Te acuerdas de la mujer que Alex nos presentó en el colegio de


Dawn?

—Sí.

—Pues de ella.

Los dos le contaron sus encuentros con la mujer.

—¿Y su marido lo sabe?

—Sí, pero tiene miedo a divorciarse por si le quitan a los niños.

—Yo lo estuve animando el otro día para que contratara a un detective


y la siguiera. Si consiguiera unas buenas fotos le sería fácil divorciarse, sin
perder a los niños —dijo Ash—. Aunque lo mejor sería que buscara un
abogado.
—Yo también se lo he comentado a veces. Esa tía se cruzó en su
camino para cazarlo y se quedó embarazada. Ed tenía novia desde hacía
años, pero coincidió que se habían peleado, aunque no fue por nada serio,
una absurda pelea de novios. Y Ed cayó en las redes de Sally.

—¿Qué fue de su novia? —preguntó Ash.

—Sigue soltera. Yo creo que está esperándolo. Y, no sé ella, pero Ed


no ha dejado de quererla. Es abogada. Ed siempre ha sido un hombre
divertido y simpático, pero desde que se casó con esa víbora está amargado.

—Cualquier hombre lo estaría —dijo Neithan—. ¿Su novia vive en el


pueblo?

—Vivía aquí, pero se trasladó a un pueblo vecino cuando Ed se casó.


No quería encontrárselo.

—Podríamos ir a hablar con ella, ya que es abogada —dijo Ash.

—¿Un SEAL haciendo de celestina? —dijo Neithan riendo.

—Es que me da rabia que tenga que aguantar todo eso siendo tan
joven. Mark, ¿por qué no vienes con nosotros a la acampada? Podríamos
convencerlo para que dé un paso adelante y haga lo necesario para librarse
de su mujer.

—¿Lo dices en serio?

—Yo sólo he hablado con él un par de veces, pero tú eres su amigo.


Además, has dicho que ya no soléis veros como antes. Esta sería una buena
oportunidad para pasar un tiempo con él y poneros al día.

—Me has convencido —dijo Mark después de pensarlo un instante—.


Mañana organizaré la semana. La verdad es que me vendría bien tener un
amigo. No es que salga mucho, porque cuando termino el trabajo recojo a
mi hijo y nos vamos a casa, pero podríamos reunirnos para hablar y tomar
unas cervezas mientras los niños juegan. O podemos quedar para jugar a las
cartas.
—Sí, eso sería genial —dijo Ash—. Lo vamos a pasar bien. Y a mí
también me vendrá bien tener un amigo. Y seguro que Ed se une a nosotros,
cuando se libre de su mujer.

—Eso me gustaría. Lo echo de menos.

—Puede que al final acabe con quien tenía que haberse casado.

—Dios, estáis haciendo que quiera venir a vivir aquí —dijo Neithan—.
A mí también me gustaría vivir cerca de mi familia.

—Pues ya sabes —dijo Mark.

Siguieron hablando de una cosa y otra.

Ash no perdía de vista a Alex. Y en más de una ocasión, sus miradas


se habían encontrado.

Ash y su hermano se levantaron al amanecer y fueron a correr.

—Parece que a tu mujercita y a ti os van bien las cosas.

—Sí —dijo Ash, aunque poco convencido.

—No pareces muy seguro de ello —dijo Neithan sin dejar de correr.

—Mi vida ha cambiado desde que estoy aquí.

—Espero que para mejor.

—Sí, bueno… La verdad es que me siento bien. Me gusta estar aquí.


Entreno todos los días, salimos a montar…

—¿Pero…?

—Llevo mucho tiempo sin estar con una mujer.

—Creo recordar que dijiste que nunca más estarías con una mujer,
porque no merecías disfrutar ni divertirte.
—Sé lo que dije, y es lo que pensaba entonces. Pero ahora...

—Vaya, vaya, vaya. De manera que tu mujer ha cambiado, incluso eso.

—No hay día que no piense en tenerla entre mis brazos.

—¿Y eso es un problema?

—No voy a hacerlo.

—¿Por qué?

—Esa fue la única condición que puso Alex cuando nos conocimos, y
yo estuve de acuerdo. De hecho, era lo que yo también quería.

—Las cosas cambian. Y no tienes por qué preocuparte, Alex es tu


mujer.

—Sí, es mi mujer. Pero está tensa e intranquila cuando estoy cerca.

—Es muy tímida, Ash. Además, los dos sabemos que le sucedió algo
muy serio en el pasado.

—Sabes, Neithan, soy más fuerte y puede que más inteligente que
muchos hombres. Mis reflejos son extraordinarios y soy capaz de tomar las
decisiones acertadas en décimas de segundo.

—Sé que eres un engreído pero, ¿qué quieres decirme con eso?

—Que me siento intimidado por lo que siento por esa chica y… no sé


cómo comportarme con ella.

Neithan se rio.

—¿Crees que es gracioso?

—La verdad es que sí. Verte desconcertado no es normal en ti. ¿No te


ha hablado todavía de lo que le sucedió cuando tenía catorce años? —
preguntó Neithan sonriendo.
—No, y no parece que vaya a hacerlo.

—¿Por qué no se lo preguntas directamente?

—Se lo he preguntado en varias ocasiones, pero siempre me dice que


tal vez lo haga algún día. La última vez que se lo mencioné me dijo que me
hablaría de ello, cuando yo le contara lo que me había pasado a mí.

—Y no lo has hecho.

—No estoy preparado para hablar de Laura.

—Tienes la opción de averiguarlo por tu cuenta.

—Eso sería como traicionarla, y no lo haré.

—¿Y qué vas a hacer?

—Mantenerme alejado de ella, hasta que quiera hablarme de su


pasado.

—Veo difícil que puedas mantenerte alejado de ella, viviendo en la


misma casa y trabajando juntos.

—Has olvidado mencionar que también dormimos en la misma cama.

—Es cierto —dijo Neithan sonriendo.

—Por lo pronto, voy a estar una semana fuera con Dawn en la


acampada.

—No te veo de niñero —dijo sonriendo.

—Tengo que cuidar de la pequeña. Si yo no fuera a la acampada, Alex


no la habría dejado ir. Y es una buena experiencia para un niño.

—¿Y las próximas semanas?


—A finales del próximo mes vendrás con los chicos y estaréis aquí
unos días. Y luego iremos en Navidad a Nueva York. El resto del tiempo
me las apañaré. Dios, me siento como un estúpido adolescente.

Cuando volvieron a la casa tomaron una ducha rápida y salieron a


colgar el columpio.

La niña se volvió loca cuando lo vio.

Después de desayunar fueron los cuatro a montar a caballo. Y cuando


volvieron pusieron en la parte de atrás de la casa una mesa que habían
encontrado en el garaje y estuvieron revisando los puntos de luz en el plano
mientras la pequeña se columpiaba.

Aunque Alex no quería que trabajaran mientras Neithan estaba allí, él


le dijo que prefería estar ocupado. Además de que le hacía ilusión trabajar
allí.

Revisaron de nuevo la casa, habitación por habitación, por si se les


había pasado por alto algún punto de luz que necesitaran. Bajaron algunos
muebles pesados para restaurarlos. Y luego se pusieron con los baños.
Dedicaron casi todo el día en pensar y decidir si querían eliminar alguno,
pero al final todos los baños se quedarían donde estaban. Y eligieron y
compraron los azulejos y los sanitarios para todos ellos.

Alex se sentía bien teniendo a su cuñado en casa y no lo disimulaba, en


absoluto.

Ash se dio cuenta de que ella había cambiado y ya no se tensaba


cuando Neithan estaba cerca de ella o cuando la tocaba que, en su opinión,
era demasiado a menudo, o la besaba, la abrazaba o la cogía de la mano
cuando iban a algún sitio. Y Ash se preguntaba por qué se encontraba
intranquila con él y no con Neithan.

Al día siguiente, que era domingo, fueron a montar después del


desayuno. Y cuando volvieron a casa Alex les propuso ir a pescar al río.
Estuvieron de acuerdo y Alex preparó bocadillos para pasar allí el día.
Por la tarde, cuando Neithan se marchó, Alex no pudo evitar derramar
algunas lágrimas. No podía evitar pensar que ese hombre era ahora parte de
su familia e iba a abandonarlos.

O puede que llorase porque tenía miedo de quedarse a solas con su


marido. Porque sentía cosas extrañas cuando tenía a Ash cerca, cosas que
jamás había experimentado.

—¿Estás triste porque Neithan se ha ido? —preguntó Ash a su mujer


cuando el coche de su hermano se alejó.

—Triste no, es solo que… me da pena. Ahora somos su familia y él


vive muy lejos de nosotros.

—Puede que eso cambie.

—¿El qué?

—Lo de estar lejos de nosotros. Neithan se ha pasado el fin de semana


dándole vueltas a la idea de mudarse aquí.

—¿Hablas en serio?

—Completamente en serio.

—Pero él tiene su casa y su trabajo en Nueva York.

—Lo sé. Pero el viernes, en casa de Marta, estuvo haciéndole muchas


preguntas a Mark sobre la construcción de la zona. Lo conozco bien, y está
planteándose venir a vivir aquí.

—¿A ti te gustaría?

—Cuando nuestros padres murieron dijimos que no nos separaríamos.

—Puede que él también esté pensando en eso.

—O puede que quiera agradarte a ti. A Neithan le gustas.


—A mí también me gusta él. Mi familia siempre ha sido reducida.
Hasta hace poco se limitaba a Jake y a Dawn. Y ahora somos dos más.

—Podrías haberle dicho que se quedara contigo la semana que viene.

—No digas tonterías. Yo no necesito una niñera. Él tiene un negocio


que llevar adelante. Ya es suficiente con las veces que nos visita y todo lo
que nos ayuda. ¿Qué necesitaría para venir a vivir aquí?

—¿A qué te refieres?

—A los locales que necesita.

—Tiene un estudio de arquitectura en Nueva York. Su casa está a


veinte minutos del centro y tiene el almacén para los materiales de
construcción y las herramientas en su propiedad. Por eso se hizo la casa
fuera de la ciudad, para tener más espacio.

—Aquí tenemos mucho espacio. Puede vallar un trozo para usarlo de


almacén.

—Eso no es tan simple. Tendrías que venderle un trozo de tierra.

—No necesito venderle nada, es nuestro hermano.

—Las cosas hay que hacerlas bien, cuando hay un negocio por medio.
Tienes que pensar en qué sucedería, por ejemplo, si tú y yo nos
divorciáramos.

—Ah. Tienes razón. Había olvidado que estás en periodo de transición


y que tu estancia aquí es temporal.

—Te lo he dicho sólo como un ejemplo.

—No hay problema. Si decide venir a vivir aquí, le venderé un trozo


de terreno para el trabajo y para construirse una casa. Por si decides
marcharte. Voy a bañar a Dawn.

Alex abandonó la cocina y fue al salón a buscar a la pequeña.


Ash se sintió mal por no haber desmentido que pensaba marcharse,
pero, en realidad, no sabía ni lo que quería.

Después de acostar a la pequeña, Alex se sentó a trabajar delante del


ordenador. Y media hora después, seguía sin poder concentrarse, pensando
que, en cualquier momento, Ash se marcharía y las abandonaría.

Ash estuvo en la acampada la semana siguiente y la amistad entre


Mark, Ed y él se afianzó. Convencieron a Ed para que se deshiciera de su
mujer. Nunca se había sentido tan decidido a hacerlo. Y les dijo que cuando
volvieran iría a ver a un abogado para que lo asesorara.

Ash siguió entrenando cada mañana y sus dos nuevos amigos lo


acompañaban a correr al amanecer. Ed jamás se había sentido tan en forma.

Cuando volvieron a casa, Ash reforzó el entrenamiento. Corría veinte


kilómetros cada mañana, pero ahora, cargado con una mochila llena de
piedras. Luego se bañaba en el río y nadaba un buen rato, con ropa y sin
desprenderse de la mochila, como hacían en la base. Luego volvía a correr
diez kilómetros más. Cuando llegaba a casa hacía cien flexiones y luego se
ponía a cortar leña. Y cuando Alex se levantaba, ya estaba duchado y listo
para devorar el desayuno.

En el trabajo avanzaban a una buena velocidad. Alex había terminado


el rodapié de toda la casa durante la semana que estuvo sola. Y luego, entre
los dos, habían construido los marcos de las puertas y las ventanas que
quedaban.

Estaban casi a finales de noviembre. Las cosas iban bien entre ellos y
trabajaban muy duro cada día.

Y cada día que pasaba, Ash la deseaba más. Y estaba llegando al


límite.

Era la noche antes de que Neithan llegara con los chicos. Alex acostó a
la niña y se sentó a trabajar, como hacía cada noche.

Después de ducharse Ash volvió al salón, vestido y listo para salir.


Capítulo 9
Alex levantó la mirada del ordenador cuando oyó a su marido entrar en
el salón.

—Voy a salir —dijo él poniéndose la cazadora.

—Vale —dijo ella mirándolo y haciendo lo imposible por disimular la


decepción que sentía en ese momento.

—No corras los pestillos de la puerta, no volveré muy tarde.

—De acuerdo —dijo ella volviendo la mirada al ordenador.

Alex oyó alejarse el coche. Estaba paralizada. De repente sintió un frío


helado que le atravesó el cuerpo. Sabía que él iba a encontrarse con una
mujer, o simplemente iba a buscar una, y eso la hizo sentirse realmente mal.

Estaba rota, por los profundos sentimientos que sentía por Ash.
Además de aterrada, confusa y conmovida. Su mente estaba hecha un lío y
no sabía cómo se sentía ni cómo reaccionaría cuando viese a su marido al
día siguiente.

¿Qué mierda me pasa?, se preguntó. Ash, Ash es lo que me pasa.

Eran casi las cuatro de la mañana cuando Ash volvió a casa. Entró en
el salón y, al ver que Alex no estaba en la cama, salió de nuevo. Al oír ruido
en el taller de carpintería se dirigió hacia allí. Abrió la puerta y la vio
lijando una cómoda de cajones, concentrada en lo que hacía.

—Hola.

—Hola —dijo ella mirándolo durante un segundo y volviendo a


centrarse en el trabajo.

—¿Por qué estás levantada?


—No podía dormir, pensando que la puerta estaba sin los cerrojos.

—Ahora ya está cerrada. Vamos a la cama.

—Ve tú. Me tomé un café hace un rato y estoy completamente


despejada.

—¿Por qué tomaste un café?

—Para despejarme —dijo esforzándose por sonreír—. Supongo que no


irás a entrenar mañana, bueno hoy, teniendo en cuenta la hora que es —
continuó diciendo, sin mirarlo y sin dejar de trabajar—. Y me viene bien,
porque quiero salir a montar. No te importa quedarte con Dawn, ¿verdad?

—Claro que no.

—Bien. Buenas noches.

—Buenas noches.

Ash cerró la puerta y fue al baño a ducharse. Luego volvió al salón,


puso un par de troncos en la chimenea y se metió en la cama, sintiéndose
más culpable de lo que se había sentido durante las dos horas que había
estado follando con una desconocida.

Le había costado media hora acercarse a ella en el bar. Había estado


indeciso, pero tenía que desahogarse, para no tener tentaciones... con su
mujer. Y además, había estado muy preocupado por si alguien del pueblo
estaba por allí y lo reconocía.

Y ahora, metido en la cama, se sentía morir. Estaba seguro de que Alex


sabía que había estado con una mujer. De hecho, estaba convencido de que
ella supo que iba a ver a una mujer en el momento que le dijo que iba a salir
la noche anterior.

Alex era una chica franca y sincera y no podía ocultar lo que le pasaba
por la cabeza. Sabía que se sentía traicionada, aunque no se lo hubiera
dicho, y disimulara su malestar. Y, en realidad, él no debería sentirse
culpable, porque lo habían hablado el día que se conocieron. Y él le había
dicho que, si alguna vez necesitaba estar con una mujer, la buscaría lejos de
allí. Y ciento veinte kilómetros le parecían lo suficientemente lejos, pensaba
Ash para sentirse menos culpable.

Ash se levantó de la cama cuando empezaba a amanecer, al oír a Alex


salir de la casa. Ella ni siquiera se había acostado. Se acercó a la ventana y
miró por una rendija de la cortina. Oyó el silbido cuando ella salió al porche
y, antes de que bajara los peldaños, su precioso caballo estaba junto a ella.
Le hacía gracia que lo encerrara en el establo, cuando estaba claro que el
animal sabía abrir el portón.

La vio subir al caballo, fascinado, y luego desaparecer a toda prisa


entre los árboles, como si huyera. Y estaba seguro de que lo que ella quería
en esos momentos era alejarse de él.

Alex volvió dos horas y media después. Ash estaba sentado en el


porche tomando un café. La vio desmontar y entrar en los establos. Al
tardar tanto, supo que estaría cepillándolo y poniendo agua y comida a los
tres animales.

—Hola —dijo al verlo en el porche mientras subía los peldaños.

—Buenos días. Has estado mucho tiempo montando.

—He ido a ver a Jake.

A Ash no le gustó. Sabía que había ido a verlo porque necesitaba


hablar con alguien y le jodió que, en vez de hablar con él, fuera a ver a su
amigo.

—¿Has desayunado?

—No. Y estoy hambrienta.

—Prepararé el desayuno.

—Vale.
Alex entró en la cocina unos minutos después. Todavía tenía el pelo
húmedo de la ducha. Ash la miró. Y en ese momento deseó enterrar el
rostro en su cuello y arrastrarla a algún lugar apartado para abrazarla y
saciarse de ella.

—¿Sabes a qué hora llegará Neithan? —dijo Alex sentándose a la


mesa que ya estaba preparada.

—Cuando hablé ayer con él me dijo que saldrían de madrugada.


Supongo que llegarán a media mañana. Me dijo que había comprado los
cierres automáticos para las puertas del garaje —dijo sentándose frente a
ella.

—Dijo que las puertas serían abatibles. Me pondré con ello después de
desayunar. Sacaré las puertas y enmasillaré y lijaré los marcos y los
agujeros de las visagras.

—Esas puertas son muy grandes. Te ayudaré.

—No hace falta. Ya encontraré la manera de hacerlo... sola. Puedes


hacer lo que tenías pensado hacer —le dijo ella sin mirarlo.

—No tenía pensado hacer nada.

—Pues piensa en algo.

—Siempre trabajamos juntos. ¿Estás enfadada conmigo?

—¿Has hecho algo para que me enfade?

—Si me dijeras por qué estás molesta, te diría si tienes razón para
sentirte así. Dijimos que hablaríamos cuando nos sucediera algo, en vez de
alejarnos el uno del otro. Y eso es lo que pretendes, ¿no?

—Supongo que anoche irías lejos para hacer lo que querías hacer —
dijo ella poniendo mantequilla en una tostada.

—¿Son suficientemente lejos ciento veinte kilómetros?


—Sí.

—Alex. Tú y yo acordamos que no tendríamos relaciones sexuales.

—Lo recuerdo. Los dos dejamos claro que no las necesitábamos.


Parece ser que eso ha cambiado por tu parte. Supongo que has superado
todos los problemas que tenías.

—¿Estás enfadada conmigo porque anoche me acosté con una mujer?

Alex sintió una punzada en el pecho. A pesar de que sabía que había
estado con una mujer, no era lo mismo que él se lo dijera tan claro.

—Por supuesto que no, eso no me importa lo más mínimo. Puede que
tú hayas cambiado de opinión en cuanto a las relaciones sexuales, pero yo
no. Sólo me preocupaba por si alguien se enteraba. Ahora ya estoy tranquila
—dijo sonriéndole—. Voy a despertar a Dawn.

—¿Estamos bien?

—Quiero que sepas que me alegro de que hayas superado lo que te


impedía mantener relaciones sexuales. Y estamos bien, como siempre. Pero,
si no te importa, hoy prefiero trabajar sola —dijo ella saliendo de la
estancia.

Ash se sentía fatal. Sí, Alex le había sonreído, pero la sonrisa no le


había llegado a los ojos. En menos de dos meses que se conocían la había
traicionado y decepcionado. Y ahora ni siquiera quería tenerlo a su lado
para trabajar.

Alex fue al salón a darle un beso de buenos días a su hija.

Después de prepararle el desayuno salió al exterior dispuesta a sacar


las malditas puertas del garaje. Estaba cabreada con ella misma, porque no
tenía que haberle importado que él saliera a divertirse. Y sobre todo, no
tenía que haberle demostrado que a ella le importaba que hubiera estado
con una mujer, porque, aunque no se lo hubiera dicho, Ash parecía tener la
capacidad de leerle la mente.
Poco después sintió una rabia incontrolable al darse cuenta de que él
tenía razón y no podría sacar las puertas sola. Tuvo un ataque de ira y
empezó a golpear con un martillo la puerta que tenía más a mano mientras
las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

Entró en la casa como si el diablo la estuviera persiguiendo. Cogió un


cable largo y lo enchufó a la corriente. Volvió a salir con él en una mano y
el destornillador eléctrico en la otra.

Quitó todos los tornillos de las bisagras de la primera puerta y esta


cayó al suelo. Luego hizo lo mismo con las demás. Y sonrió satisfecha.

Alex estaba lijando los marcos de las puertas y se volvió al oír


acercarse los vehículos. Ash y la pequeña salieron al porche y bajaron los
peldaños. Dawn corrió hacia el coche de su tío y él bajó del vehículo para
abrazarla, levantándola por los aires.

—Hola, Tío Neithan.

—Hola, cariño. Tenía muchas ganas de verte.

—Y yo a ti.

Neithan la dejó en el suelo y la niña corrió a saludar a los cuatro


hombres que bajaban del otro coche.

Alex se secó las lágrimas con el dorso de las manos y se acercó a su


cuñado. Él la abrazó y ella le devolvió el abrazo. Ash se tensó al verlos.

—Me alegro de tenerte en casa —dijo Alex.

—Y yo de estar aquí —dijo él separándose para mirarla—. ¿Estás


llorando?

—No —dijo ella apartando la mirada de él y secándose con la manga


de la sudadera las lágrimas que habían vuelto a escapársele—. Hola, chicos.

Ash miró a su mujer, pero ella se volvió para ir a saludar a la cuadrilla


de Neithan.
—Hola, Alex —dijeron los cuatro.

—¿Habéis desayunado?

—Sí, hemos parado por el camino.

—Bienvenidos a casa.

—Gracias, preciosa —dijo Jared, uno de ellos que, en vez de darle un


beso en la mejilla como habían hecho los otros, la abrazó.

Ash lo miró taladrándolo, pero el chico ni se inmutó.

—Hola, Neithan —dijo Ash abrazando a su hermano.

—Hola. ¿Qué tal todo?

—Muy bien.

—Me alegro. Chicos, bajadlo todo y dejadlo donde no moleste.

—Hemos recibido los azulejos de los baños —dijo Alex acercándose a


su cuñado—, y algunos sanitarios. El resto lo enviarán durante la semana.

—Estupendo —dijo rodeándola por los hombros y caminando hacia la


casa—. Cuando me organice pondré a uno de los chicos a quitar los
azulejos antiguos.

—Tu hermano ha sacado los azulejos de dos baños y todos los


sanitarios, excepto los del baño que usamos.

—Buen trabajo, hermano —dijo mirando a Ash y sonriendo.

Neithan y los chicos se maravillaron, una vez más, al entrar en la casa


y ver los colores de la vidriera que se reflejaban en las paredes.

Ash le enseñó a los chicos la habitación donde iban a dormir. No


dormirían en el suelo porque habían comprado somieres y colchones. Y
Ash había llevado su ropa y la de Neithan al salón.
Los chicos deshicieron el equipaje y lo colocaron en los armarios y las
cómodas. Luego se pusieron la ropa de trabajo y fueron a la cocina.

Alex preparó café y se sentaron todos en la gran mesa.

—¿Cuáles son los planes? —preguntó Ash.

—Pete y Al van a ponerse con la electricidad. Harán las zanjas y luego


pasarán los cables. Y al mismo tiempo irán instalando los enchufes e
interruptores, a falta de colocar los embellecedores. Cuando estén todos los
cables pasados cortarán la luz para conectarlos al contador.

—Estupendo —dijo Ash.

—Jared y Edgar van a empezar a hacer las zanjas para pasar las
tuberías. Si es necesario nos quedaremos un poco más de tiempo. No nos
iremos hasta dejarlo todo terminado.

—Esto va a avanzar a la carrera —dijo Alex sonriendo—. Vamos a


tener agua y luz en toda la casa.

—Sí. Ya no tendrás que ir por la casa con la linterna. He traído unas


muestras de interruptores y enchufes para que elijáis.

—Bien —dijo Ash.

—El lunes vendrá Adam. Es el tío del que os hablé, el de la


calefacción. Cuando venga marcará los puntos donde sea más conveniente
instalar los radiadores para que instalemos los enchufes. Traerá un
muestrario de radiadores para que los elijáis y los enviará cuando la casa
esté pintada.

—Si seguimos a esta velocidad, tendremos la casa acabada en unos


pocos meses —dijo Alex contenta.

—Pensaba que querías hacer las cosas poco a poco para disfrutar del
trabajo —dijo su marido.
—He cambiado de opinión. Ahora quiero verla terminada cuanto antes
—dijo ella sonriendo.

—Si estuviéramos más cerca la acabaríamos en un par de meses —dijo


Neithan—. ¿Hay algo que quieras que hagamos Ash y yo antes de empezar?

—Quería sacar las lámparas, pero Ash dijo que pesaban demasiado
para descolgarlas nosotros solos.

—Esas arañas son fantásticas. Pero no te preocupes, las sacarán los


chicos cuando pasen el nuevo cableado. ¿Vais a ponerlas de nuevo o las
cambiaréis?

—A mí también me gustan, a pesar de que habrá que perder mucho


tiempo limpiándolas —dijo Alex—. Las de la planta baja me gustaría
conservarlas. Las de arriba... no sé.

—Cuando la casa esté terminada, necesitaréis a alguien que os ayude


con la limpieza. Esta casa es enorme.

—Eso ya lo tenemos solucionado. La madre de un amigo de Dawn


trabajaba en el servicio de limpieza en un hotel de Illinois, que cerró hace
unos meses. Es madre soltera. Cuando se quedó sin trabajo se mudó aquí y,
de momento, vive con su hermana. La conocí el otro día en el colegio. Está
trabajando en un par de casas y le dije de venir todas las mañanas. Me dijo
que sí, que prefería trabajar en una sola casa. Es una buena chica y necesita
trabajar para poder alquilar un apartamento para ella y su hijo.

—Eso está bien.

—Y he encontrado a un chico que se dedica a limpiar cristales y tiene


todos los adelantos, incluso para limpiar la cúpula. Marta, la de la
panadería, me ha dicho que es un buen chico y que trabaja muy bien. Ash y
yo lo hablamos y estuvimos de acuerdo en contratarlo.

—Estupendo.

—¿Qué haremos tú y yo estos días? —preguntó Ash a su hermano.


—Terminaremos de sacar el alicatado de los baños y pondremos el
nuevo. Y si llegan los sanitarios que faltan, los dejaremos todos instalados.

—¿Y yo? —preguntó Alex.

—Tú eres la carpintera. Apuesto a que te queda un montón de trabajo


por hacer. He visto que habéis sacado las puertas del garaje.

—Las ha sacado ella... sola —dijo Ash sin mirar a su mujer.

Neithan miró a su hermano y luego a ella.

—Ash me dijo que traerías los mandos, así que decidí ponerme con las
puertas. Ya tengo los marcos y los agujeros de las bisagras enmasillados y
estoy terminando de lijarlos. Luego haré lo mismo con las puertas. Aunque
me gustaría entrarlas a la carpintería, porque me será más fácil y cómodo
para trabajar en ellas.

—Ash y yo las entraremos luego. ¿Qué habéis hecho más?

—Hemos sacado el empapelado de toda la casa, excepto el del salón


—dijo Ash.

—Vaya, sí que habéis trabajado.

—Además, hemos hecho los marcos de todas las ventanas y Ash los
sustituyó por los nuevos y cambió las bisagras. Ahora son más anchos, más
elegantes.

—También hemos hecho los marcos de todas las puertas de la casa —


dijo Ash—, y hemos comprado las bisagras nuevas.

—Joder, ¿no habéis descansado?

—Es que somos muy rápidos —dijo ella con una sonrisa radiante.

—Los chicos tendrán que pasar el cableado en el salón y habrá mucho


polvo. Y si tenemos que dormir allí...
—Si hacen primero la biblioteca, la limpiaré cuando acaben y
podremos cambiar allí las camas y todas nuestras cosas. Es tan grande como
el salón y la chimenea es enorme.

—Buena idea. Chicos, empezad con el cableado en la biblioteca. Y en


la cocina con las tuberías.

—Vale.

—Llenad de agua los depósitos que hemos traído para cuando


cortemos el agua, y dejadlos en un sitio que no haya mucha luz.

Los chicos se pusieron en marcha, y unos minutos después empezaron


a oírse los golpes al abrir las zanjas.

Ash y Neithan salieron a por las puertas del garaje.

—¿Qué le ha pasado a esta puerta? —preguntó Neithan al ver lo que


Alex había hecho con el martillo—. La última vez que estuve aquí estaba
bien.

—No lo sé —dijo Ash extrañado.

Ash supo que había sido su mujer, que para desahogarse lo había
pagado con la puerta. —Entraron las puertas del garaje y Alex se encerró en
la carpintería para empezar a trabajar con ellas.

La niña estaba entusiasmada de tener a tanta gente en la casa. Iba de un


sitio a otro hablando con todos sin parar.

—¿Os pasa algo a Alex y a ti? —preguntó Neithan cuando trabajaban


en uno de los baño—. Cuando la he visto al llegar estaba llorando, aunque
ella lo ha negado. Y no me ha pasado desapercibido que evita mirarte.

—Te has vuelto muy observador.

Ash permaneció un instante en silencio.

—Anoche salí y Alex sabe que estuve con una mujer.


—¿Qué? ¿Eres imbécil? Supongo que estará cabreada contigo.

—No, no está cabreada. Me ha dicho que no le importa.

—¿Y tú la has creído? ¿Por qué crees que estaba llorando cuando he
llegado?

—No lo sé.

—Tan inteligente que eres para algunas cosas… Eres un estúpido.

—Neithan, no he hecho nada malo. Ella y yo acordamos cuando nos


conocimos que si tenía que estar con una mujer lo hiciera lejos de aquí para
que nadie se enterara. Y es lo que hice. No he roto ninguna regla.

—No, no lo has hecho, pero la has cagado.

—Lo sé —dijo Ash sonriendo—. Me ha dicho que no está enfadada,


pero hoy no ha querido trabajar conmigo.

—¡Es porque está enfadada, aunque te diga lo contrario! ¿Por qué


cojones has hecho algo así?

—La deseo demasiado.

—¿A Alex? ¿Deseas a Alex?

—Sí.

—¿Tú eras quien presumía diciendo que podías contenerte?

—Parece ser que estaba equivocado.

—Esa chica es muy especial y vas a estropearlo todo. ¿Mereció la pena


el tiempo que estuviste con esa mujer?

—No. El tiempo que estuve con ella me sentí culpable. Pero, al menos,
me desahogué, que es lo que quería.
—¿Y ahora la deseas menos?

—No, ahora la deseo más —dijo Ash sonriendo

Al mediodía Alex entró en la cocina, en la que había zanjas en las


paredes y polvo por todas partes. El día anterior preparó una olla enorme de
potaje de garbanzos con espinacas porque Ash le dijo que posiblemente
empezarían a trabajar en la cocina. Y ahora se alegraba de haberlo hecho y
tener la comida lista.

Mientras comían no dejaron de hablar del trabajo que estaban


haciendo, aunque entre medio todos le dijeron lo bueno que estaba el
potaje, más de una vez. Aunque la que más hablaba era la pequeña, que
parecía que le habían dado cuerda y no se callaba.

Alex hablaba con todos, pero Ash se había dado cuenta de que seguía
evitando mirarlo.

—Había hecho tanta cantidad de comida que pensé que tendríamos


potaje para toda la semana, pero no ha sobrado ni un plato. Habéis repetido
todos —dijo Alex mientras tomaban café.

—Preciosa, el potaje estaba delicioso —dijo uno de los chicos.

—Gracias.

—Cocinas muy bien —dijo otro.

—Tampoco os paséis, solo eran unos garbanzos.

—Tienen razón, cariño. Estaba buenísimo —dijo Neithan.

—Hoy prepararé una olla bien grande de estofado de cordero para


mañana.

—Genial —dijo uno de los chicos.

Por la tarde tenían sacados los azulejos de todos los baños y habían
terminado de pasar los cables de la biblioteca. Después de que Alex la
limpiara bien, Ash y Neithan llevaron los muebles que había en el salón y
Alex se encargó de llevar la ropa de los cuatro y colocarla en su sitio.

Alex pasó toda la tarde encerrada en la carpintería, sola. No podía


dejar de pensar en Ash, su marido. Mi marido, el infiel, pensó sonriendo.
Había estado con una mujer y eso significaba que ella no le interesaba lo
más mínimo.

Se sintió estúpida y culpable, por sentir lo que sentía por él, aunque no
estaba segura de lo que era. Pero lo que sí sabía era que Ash la atraía
mucho, muchísimo. Y eso era lo que le preocupaba, porque ella nunca
podría estar con un hombre.

No debería importarle que él hubiera estado con una mujer, era un


hombre y sabía que los hombres tenían necesidades. Suponía que igual que
las mujeres, excepto ella. Pero él le había dicho que no necesitaba tener
relaciones sexuales.

Decidió que tenía que portarse con él como siempre. Porque Ash no
tenía la culpa de que ella sintiera algo por él.

Después de cenar Alex acostó a la pequeña. Ash empezó a leerle un


cuento, pero se quedó dormida prácticamente cuando lo empezaba.

Se turnaron para ducharse todos. Los chicos lo hicieron los primeros y


se fueron a la cama cansados.

Alex le preguntó a su cuñado si le apetecía tomar una copa en el


porche mientras Ash se duchaba y él le dijo que sí. Neithan se sirvió un
coñac y salieron de la casa.

—Me alegro de que estemos a solas porque quiero hablar contigo —


dijo Neithan sentándose en el balancín, a su lado.

—¿De qué quieres hablar?

—Desde la última vez que estuve aquí he pensado mucho en algo y


quería comentarlo contigo.
—Vale.

—Siempre pensé que Ash y yo viviríamos en la misma ciudad. Eso es


lo que decidimos e hicimos cuando nuestros padres murieron.

—Tu hermano me lo comentó. Y ya te dije que esta era también tu


casa y que podías venir a vivir con nosotros. Te aseguro que no te lo dije
por compromiso.

—Lo sé, cariño, y esa es la razón de que quiera hablar contigo. Estoy
pensando en trasladarme aquí.

—¡Eso es genial! Ash me lo dijo.

—¿Ash? Yo no he hablado de esto con él.

—Entonces es que te conoce bien.

—Eso parece. No es seguro que vaya hacerlo, pero quiero tenerlo todo
bien pensado por si me decido.

—Vale.

—Si lo hiciera, y es una suposición, vendería mi casa con el terreno, y


también el estudio, y compraría algo aquí para empezar de nuevo.

—Ya sabes que puedes vivir con nosotros.

—Gracias, y eso me gustaría.

—A nosotros también.

—Necesitaría un local en el pueblo para abrir un estudio de


arquitectura y un almacén para las herramientas y los materiales de
construcción.

—Sabes que nosotros tenemos mucho terreno. Y si necesitas un


trozo...
—No, cielo. Ya es bastante con que me dejes vivir aquí.

—No voy a dejarte vivir aquí, esta es tu casa.

—¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

—Creo que no —dijo ella ruborizada.

—Pues sí, te quiero.

—Y yo a ti.

—Genial. También tendría que pensar en los chicos, en caso de que


quisieran venir conmigo. Podría hacer unas viviendas para ellos o, no sé, tal
vez preferirían vivir en el pueblo. Pero si les diera casa gratis, tendría más
posibilidades de que aceptaran venir. Los cuatro son muy buenos en lo que
hacen y son de confianza. No tienen novia y eso es una ventaja para mí.

—Podrías hacer cuatro estudios en el cobertizo que hay en la parte de


detrás de la casa. Es muy grande.

—Eso podría estar bien.

—¿Estar cerca de tu hermano es la única razón por la que quieres


trasladarte aquí? Porque, si es así, deberías pensarlo bien antes de
embarcarte en ello.

—¿Por qué lo dices?

—Ash se marchará pronto.

—Lo sé. Me ha dicho que está entrenando muy duro. Y sé que tiene
que volver al trabajo, para el que se ha preparado durante años.

—No hablo del trabajo. Cuando nos conocimos dijo que casarse
conmigo sería algo por un tiempo. Sé que no se va a marchar, al menos
hasta que la casa esté terminada, porque me dio su palabra. Pero se
marchará luego.
—¿Te lo ha dicho él?

—No ha hecho falta. Me dijo que no necesitaba tener relaciones


sexuales, esa fue la razón por la que acepté casarme con él. Sé que le
sucedió algo en el pasado que impedía que las tuviera, pero parece ser que,
lo que fuera ese algo, lo ha superado. Anoche estuvo con una mujer.
Supongo que cuando vuelva al trabajo intentará volver por aquí lo menos
posible. Y no lo culparé. No quiero que me malinterpretes. Te aseguro que
me alegro de que se sienta mejor y esté recuperando su vida anterior.

—Si se ha recuperado es gracias a ti.

—¿A mí?

—Sí. Dice que se siente muy bien contigo y con vuestra hija. No
olvides que ahora él es su padre. Si crees que se va a marchar y dejar a la
pequeña es que no lo conoces.

—Supongo que vendrá a verla de vez en cuando. Lo que intento


decirte es que, antes de decidirte a venir a vivir aquí, lo hables con él. De lo
contrario, puede que te encuentres de nuevo lejos de tu hermano y viviendo
con su exmujer.

—A mí me cae muy bien su mujer. Y no olvides que también viviría


con mi sobrina.

—Sí, eso es cierto —dijo ella besándolo en la mejilla y levantándose


—. Me voy a la cama. Estoy muerta. Buenas noches.

—Buenas noches, cariño.

Estaban todos desayunando en la cocina.

—Sabéis. Hay algo que he pasado por alto. Y os aseguro que, siendo
arquitecto y constructor, es algo imperdonable.

—¿De qué hablas? —dijo Ash.


—Cuando vine aquí por primera vez y examiné el exterior de la casa,
la hierba estaba muy alta.

—Sigue estando muy alta —dijo uno de los chicos sonriendo.

—Sí, bueno. El caso es que, a pesar de que la hierba estaba muy alta,
vi un tablero en la parte inferior de la fachada, pero tenía tantas cosas en la
cabeza que luego me olvidé de ello.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alex.

—Hablo del sótano.

—No hay sótano.

—Por supuesto que lo hay.

—Neithan, si hubiera sótano lo habríamos visto, ¿no crees? —dijo


Ash.

—Os digo que el tablero que vi cubre la ventana del sótano. Me centré
en la casa y en todo lo que había que hacer en ella. Puede que se me pasara
porque no vi la puerta de acceso dentro de la casa.

—No hay puerta —dijo Alex.

—Tiene que haber una entrada en alguna parte.

—La habríamos visto. Aunque puede que esté en el exterior. Ya sabes


que no he salido mucho hasta que Ash llegó.

—Vosotros seguid con el trabajo —le dijo Neithan a los chicos—.


Busquemos esa puerta.

—Qué emocionante. Vamos a buscar el sótano. Puede que haya un


tesoro escondido —dijo Alex siguiendo a su cuñado y a su marido.

—Sí, vamos a buscar el tesoro —dijo la pequeña corriendo tras ellos.


Salieron los cuatro al exterior y caminaron pegados a la casa,
apartando la hierba con los pies.

—Es normal que no viéramos la ventana, la hierba tiene medio metro


—dijo Ash.

—A lo mejor la entrada está dentro de la casa, pero oculta. En las


películas hay pasadizos que se abren tocando algún resorte en una estantería
de la biblioteca —dijo Alex sonriendo.

—Tú has visto muchas películas —dijo su cuñado riendo—. Aquí está.

Los hermanos aplastaron la hierba con los pies y vieron el tablero.

—No hay sólo una ventana —dijo Ash unos metros más lejos—. Aquí
hay otro tablero.

Alex fue a la casa a buscar las herramientas que necesitaban y volvió


corriendo. Mientras, ellos habían retirado la hierba y habían rodeando la
casa. Había en total nueve ventanas. Sacaron el tablero de una de ellas y el
de la que había a continuación.

—Este sótano tiene que ser muy grande —dijo Neithan—, porque hay
ventanas en tres de las cuatro paredes de la casa.

Sacaron los tableros que las cubrían todas. Las ventanas eran tan
estrechas que no cabría un hombre, a no ser que estuviera muy delgado.
Pero Alex si que cabía y dijo que ella entraría.

—¿Estás segura de que quieres bajar sola? —dijo Ash, después de


romper el cristal y abrir la ventana.

—No, la verdad es que me gustaría que bajaras conmigo —dijo ella


sonriéndole.

—Lo haría si pudiera, cielo. ¿Ya no estás enfadada conmigo?

—No estaba enfadada contigo sino conmigo. ¡Dios! Puede que me


haya precipitado. Seguro que hay un millón de cucarachas, ratas, arañas y
quien sabe que más… Puede que haya, incluso, alguna serpiente o... puede
que varias.

—Cariño, si tienes miedo no hace falta que bajes, encontraremos la


puerta de acceso —dijo Neithan—. Ahora que sabemos que hay un sótano
no será difícil dar con ella.

—No tengo miedo —dijo Alex, aunque no muy convencida de sus


propias palabras.

—De acuerdo —dijo él, enfocando con la linterna el interior.

—Está bastante alto —dijo Ash dirigiendo la luz de otra linterna hacia
el suelo —. Ten cuidado al bajar, y no me sueltes las manos hasta que
tengas los pies apoyados en el suelo.

—Vale.

Alex pasó primero los pies y las piernas con cuidado y sin soltarse de
las manos de su marido. Fue deslizándose, descendiendo lentamente.

—Ya toco el suelo.

Ash la soltó despacio.

—¿Hay suficiente claridad para ver?

—No. Solo veo cuatro ventanas, pero tienen una capa de algo que no
deja pasar la luz. Y tampoco ayuda que ahora esté nublado. Dadme una
linterna —dijo ella mirándolos—. Aquí no habrá nadie enterrado, ¿verdad?

—No creo —dijo Neithan—. Aunque, no sé, si tenían la puerta


oculta…

—No te preocupes por eso, cariño. Si enterraron a alguien ahí, después


de cincuenta años, no quedará nada. Centrate en el tesoro que crees que hay
—dijo Ash sonriéndole.
—Madre mía. Esto es enorme —dijo ella después de enfocar a su
alrededor.

—¿Ves la escalera?

—De momento, no. Voy a investigar.

—Alex —dijo Ash.

—¿Sí?

—Ten cuidado.

—Lo tendré. Ash.

—Dime.

—Si me sucede algo, prométeme que cuidarás de Dawn.

—Te lo prometo. Pero no voy a permitir que te suceda nada. Cuidaré


de las dos.

Las paredes estaban oscuras por el moho acumulado. Una espesa capa
de algo amarillento cubría los cristales de las estrechas ventanas, esa era la
razón de que la luz no penetrara en el interior.

Las arañas campaban a sus anchas por todas partes buscando las
grietas de las paredes para esconderse de ella.

—¡Mierda!

—¿Qué pasa?

—Me he golpeado con algo.

—¿Te has hecho daño? —preguntó Ash.

—No, no es nada.
—¿Qué hay ahí abajo? —preguntó Neithan.

—En uno de los lados hay una mesa de despacho grandísima, con un
butacón detrás y dos sillones delante de ella. También hay varios baúles
tallados, que no pienso abrir, por si hay esqueletos en el interior. Esto me
recuerda a una película que vi de vampiros en la que en el sótano estaban
los ataúdes.

—Mamá, los vampiros muerden. No abras los ataúdes por si hay


vampiros dentro.

—Olvídate de los vampiros, cielo —dijo su marido.

—Eso es muy fácil decirlo estando ahí fuera. Hay dos puertas cerradas
en una de las paredes.

—Esa será la razón de que solo hayas visto cuatro ventanas, las otras
estarán detrás de esas puertas —dijo Neithan.

—Voy a ver qué hay dentro.

—Ten cuidado —dijo Ash.

—Lo tendré —dijo ella acercándose a la primera puerta y abriéndola


—. En esta habitación hay un montón de muebles amontonados y cubiertos
con telas. Y es enorme porque la ventana queda muy lejos de la puerta. Voy
a ver qué hay en la otra.

—Ve con cuidado y mira por dónde pisas —dijo Neithan.

—Vale —dijo ella abriendo la puerta—. Esta está muy oscura. La


ventana está cubierta con un tablero por dentro. Esta habitación la
dedicaban a bodega. Las paredes están cubiertas por estanterías con cientos
de botellas.

—La cubrirían para que no se estropearan las bebidas —dijo Ash.

—Bien, ya tendremos tiempo de investigar lo que hay ahí —dijo


Neithan—. Céntrate en buscar una escalera que suba a la casa.
—¡La veo! O lo que queda de ella. Apuesto a que los peldaños que
siguen en pie no me aguantarán. La escalera es muy ancha, o lo era —dijo
acercándose a ella y comprobando que el primer peldaño se partía al subir
en él.

—¿Ves la puerta en la parte superior de la escalera? —preguntó Ash.

—No hay puerta.

—Debería haber una.

—Puede, pero no la hay.

—Eso no es posible —dijo Neithan—. Esa escalera estaría ahí para


algo.

—A lo mejor eran un poco excéntricos y la tenían de decoración.

—Qué graciosa es mi cuñada. Entonces, ¿bajaban al sótano con el


poder de la mente?

—A lo mejor eran extraterrestres.

—Extraterrestres con súper poderes —dijo Ash—. Porque si no había


escalera, los necesitarían para bajar todos esos muebles que has
mencionado.

—Tú también eres muy gracioso —dijo ella.

—Dejaos de chorradas los dos. Bien, veamos. Puede que en vez de una
puerta sea una trampilla —dijo Neithan.

—Eso tiene sentido —dijo ella enfocando hacia arriba—, porque hay
unas bisagras enormes a un lado en el techo. Y en el otro lado hay un
cerrojo grandísimo.

—¿Has visto alguna trampilla en la casa?

—No.
—Puede que esté cubierta con una alfombra o con algún mueble.

—Es posible. En la casa hay muchas alfombras y muchos muebles.

—¿Qué distancia calculas que habrá desde la escalera hasta la pared de


la fachada en la que nos encontramos nosotros? —preguntó Ash.

—Alrededor de veinte metros, puede que más.

—Vale. Busca algo largo con lo que puedas golpear en la trampilla.


Nosotros vamos a la casa. Le diré a los chicos que no hagan ningún ruido
para que podamos escuchar los golpes que des.

—De acuerdo.

—Danos unos minutos para que lleguemos a la casa —dijo Ash.

—Bien. No tardéis, por favor.

De pronto Alex dio un grito.

—¿Qué pasa? —preguntó Ash preocupado.

—Se me ha pegado una telaraña en la cara. Puede que tenga la araña


encima.

—Enseguida estaremos contigo —dijo su marido.

Alex le dio una patada a la barandilla de la escalera y la madera se


partió. Cogió uno de los barrotes y se colocó debajo de la trampilla. Estaba
demasiado alta y no alcanzaba. Acercó una silla y se subió en ella. Golpeó
la trampilla una, dos, tres veces.

De pronto se abrió y los vio a todos, incluidos los obreros.

—Cuánto me alegro de veros —dijo Alex dedicándoles una preciosa


sonrisa—. Sacadme de aquí, por favor. Está muy alto y no alcanzó ni subida
a la silla.
—Bajaré a ayudarte —dijo Ash descolgándose de la trampilla y
saltando al suelo.

—Hola, cielo.

—Hola —dijo ella ruborizándose.

Ash golpeó los escalones que quedaban en pie hasta que


desaparecieron. Luego se subió a la silla que había empleado Alex. Cogió a
su mujer de la cintura y la elevó, como si fuera una pluma, hacia la
abertura. Neithan y uno de los chicos la ayudaron a salir. Luego subió Ash
sin ningún esfuerzo. Miró a su mujer y sonrió.

—¿Por qué sonríes?

—Porque vas cubierta de telarañas. Ese sería un buen disfraz para


Halloween.

—Y no sólo de telarañas —dijo su cuñado sonriendo—, también tienes


alguna que otra araña por el pelo.

—Por favor, quitádmelas de encima —dijo ella paralizada.

—Mamá, estás muy sucia.

—Lo sé, cariño.

—Ven conmigo. Yo te quitaré todas esas telarañas —dijo Ash


cogiéndola de la mano y conduciéndola al baño.

Cuando llegaron, Ash se sentó en el inodoro, la colocó frente a él entre


sus muslos y le sonrió.

—No te muevas, cielo.

Alex suspiró al ver esa sonrisa brillante. Los ojos azules de Ash le
recorrieron el rostro halagadores y su voz sonó como un susurro acariciante.
La sonrisa de su marido era persuasiva y cautivadora e hizo que Alex
soltara un leve gemido. Cosa que a él no le pasó desapercibido.
Ash le quitó las telarañas que tenía adheridas al pelo y a la ropa con
una toalla. Luego le dijo que se diera la vuelta y le cepilló el pelo. A
continuación la hizo volverse de nuevo hacia él, humedeció otra toalla y se
la pasó por la cara con suavidad. Y mientras él lo hacía, ella se había
quedado quieta, sin apartar la mirada de sus ajos.

—Lista —dijo él sonriéndole de nuevo—. Incluso con telarañas


estabas preciosa.

Ash volvió a sonreír disfrutando del sonrojo de sus mejillas.

Volvieron con los demás.

—Puedo hacer una escalera de madera para bajar al sótano —dijo


Alex.

—Mejor hacerla de obra. Será más resistente y durará mientras


vivamos —dijo Neithan—. Cada vez me gusta más esta casa. Si antes era
enorme, ahora hay que añadirle el sótano. Dios, es una pasada.

—Bajemos a inspeccionar el sótano —dijo Ash.

—Voy con vosotros —añadió Alex.

—Vas a salir otra vez llena de telarañas.

—Puedes quitármelas de nuevo cuando salgamos —dijo ella,


dedicándole una tierna sonrisa y ruborizándose de nuevo.

¿Mi mujer está flirteando conmigo?, se preguntó Ash.

De repente tenía la polla dura como una piedra, aunque no era algo
nuevo. Ya le había pasado en más de una ocasión al tener cerca a Alex. Su
única presencia era todo lo que necesitaba para excitarse.

Ash bajó al sótano y su hermano le pasó un cable con una lámpara.


Luego bajó Neithan y Ash ayudó a bajar a Alex.

—Es enorme.
Además de la gran mesa de despacho, el butacón que había tras ella y
los sillones de enfrente, había un sofá y dos sillones más con una mesita en
el centro, estanterías con libros y documentos, y dos baúles repletos de
papeles, seguramente relacionados con el trabajo del antiguo dueño de la
casa. Y, como había dicho Alex, una de las habitaciones estaba repleta de
botellas y la otra estaba llena de muebles, cuadros y lámparas.

—Con razón era tan grande la trampilla, estos muebles son enormes —
dijo Ash.

—Lo que me parece raro es que no hicieran una escalera de obra,


teniendo en cuenta que tenían que subir y bajar muebles —dijo Neithan.

—Y lo de la entrada también es raro. ¿Por qué no hicieron una puerta


de acceso normal?— dijo ella.

—Vete a saber. Puede que hubiera algo importante aquí, que no


querían que encontraran y mantuvieran el sótano oculto. Aunque, de ser así,
no habría ventanas, porque sabrían que habría un sótano —dijo Ash
mientras ayudaba a su mujer a subir de nuevo.

—¿Qué pensáis hacer aquí? —preguntó Neithan cuando estaban


arriba.

—No lo sé —dijo Alex—. Ni siquiera sabía que había sótano. ¿Se os


ocurre algo? No hay mucha luz.

—Habrá más cuando los cristales estén limpios. Y estudiaremos el


mejor sistema de iluminación.

—Cielo, deberíamos ir un momento al baño a quitarte las telarañas de


nuevo —dijo Ash.

—No entiendo por qué yo tengo telarañas y vosotros no.

—Las arañas no son tontas y te prefieren a ti —dijo él sonriendo.

Alex volvió a sonrojarse.


Ash volvió a sentarse en el inodoro e hizo lo mismo que la vez
anterior.

—Podríamos hacer en el sótano un gimnasio. Tú tienes que entrenar


para estar en forma.

—¿Crees que no estoy en forma? —preguntó Ash sonriendo.

—Fue Neithan quien me lo dijo, aunque no creo que sea posible estar
en mejor forma de la que estás.

—¿Estás flirteando conmigo?

—¡Claro que no!

—Sí lo haces, y lo has hecho también antes de bajar al sótano.

—¿Has terminado? —dijo ella que, de pronto se sintió incómoda.

—Sí, creo que ya no te queda ninguna telaraña.

Alex abandonó el baño de manera precipitada y Ash sonrió al ver la


prisa que tenía por alejarse de él.

—Apuesto a que todas esas botellas valdrán una fortuna, si están en


condiciones —dijo Neithan cuando ellos dos entraron en la cocina.

—Ash y yo no bebemos, así que, puedes llevarte algunas cada vez que
vengas y el resto te las beberás cuando estés aquí —dijo Alex a su cuñado.

—Creo que deberíais venderlas, sacaríais un buen dinero.

—Eso no estaría mal —dijo ella.

—Alex me ha dicho que podríamos hacer en el sótano un gimnasio.

—No es una mala idea —dijo Neithan.


—Y no puedes negar que hay suficiente espacio para todas las
máquinas que necesites —dijo Alex—. El sótano es enorme.

—¿Estás segura?

—Claro. La casa ya es bastante grande. Ni siquiera sabemos qué hacer


en la segunda planta.

—Podríamos poner el gimnasio en la habitación donde están los


muebles, que es muy grande. Y en la parte donde está el despacho
podríamos poner una mesa de billar y una mesa para jugar a las cartas —
dijo Ash—. ¿Sabes jugar al billar?

—No, pero como Neithan se mudará aquí, podréis jugar vosotros. Y


también podréis enseñarme a jugar.

—Todavía no he decidido si me trasladaré aquí —dijo Neithan.

—Lo harás —dijo ella mirándolo—. Pues todo decidido. El sótano


será un gimnasio y una sala de juegos. Podemos poner un televisor grande y
un par de sofás en la habitación en donde están las botellas, para jugar a la
consola. Aunque hará falta un aseo.

—Eso no es problema —dijo Neithan—. Cuando tengáis un rato haced


fotos de las etiquetas de las botellas y buscáis los precios en Internet.
Apuesto a que cualquier hotel o restaurante de cinco estrellas estará
interesado en ellas.

—Lo haremos.

A última hora de la mañana del día siguiente llegó Adam, el dueño de


la empresa de calefacción. Era un hombre joven, de unos treinta años y muy
agradable. Como había llegado al mediodía, le invitaron a comer con ellos.
Mientras Alex preparaba la mesa, Ash y su hermano le enseñaron la casa.

—Cuando vi el plano de la casa me impresionó por el tamaño, pero al


natural es… Es una casa fantástica —dijo Adam mientras comían.
Estuvieron hablando de todo lo que habían hecho y de lo que quedaba
por hacer. Le contaron lo del sótano, que acababan de descubrirlo, y no le
habían enseñado porque no había escalera, y le hablaron de las botellas.

—En los planos no había sótano —dijo Adam.

—Cierto. Parece ser que el antiguo propietario no quería que nadie


supiera de su existencia. Incluso la entrada estaba oculta —dijo Neithan.

—¿Cuántos años creéis que tendrán las botellas esas de las que me
habéis hablado?

—La casa estuvo cerrada más de cincuenta años —dijo Alex.

—Tengo un amigo que tiene un restaurante en Chicago y se recorre el


país buscando vino de calidad. ¿Queréis que se lo comente? Si pensáis
venderlas, puede que esté interesado.

—Precisamente ayer estuvimos hablando de ello —dijo Ash—, y


hemos decidido venderlas.

—Pues enviadme las fotos de algunas de las etiquetas y se las enviaré


a mi amigo.

—Vale.

Adam se marchó a última hora de la tarde, después de que marcara los


puntos donde tenían que ir los radiadores, incluidos los del sótano, que
colocaron una escalera para bajar, y de que ellos eligieran los modelos que
querían.

Los siguientes días todos trabajaron muy duro. Alex había restaurado
las puertas del garaje y Ash y su hermano las habían colocado y habían
instalado los cierres eléctricos. Ahora se abrían hacia arriba.

Recibieron los sanitarios que les faltaban y los llevaron a los baños
donde correspondían.
Los chicos trabajaban sin descanso. Y el sábado al mediodía la
instalación eléctrica estaba terminada, incluida la del sótano. Y además,
había agua corriente en toda la casa. Aunque las zanjas de las paredes por
donde pasaban las tuberías y los cables eléctricos seguían abiertas.

Los chicos se marcharon a Nueva York después de comer, con el


furgón de la empresa de Neithan.

Ash y su hermano también habían trabajado sin parar y durante el fin


de semana construyeron la escalera para bajar al sótano, terminaron de
alicatar el último baño y compraron por Internet los azulejos y sanitarios
para el baño del sótano.

Cuando Neithan se marchó el domingo por la tarde, Ash y Alex


hicieron fotos a las botellas y se sentaron en el salón delante del ordenador
para ver los precios.

—Mira esto —dijo Alex para que prestara atención a la pantalla—.


Este vino vale seis mil dólares. ¿Te lo puedes creer?

—Genial. Y lo mejor es que tenemos veinte botellas.

—Dios mío, esto es fantástico.

—Ve anotando cada vino con su precio y cuantas botellas tenemos.

—Hola, cuñado —dijo Alex contestando al teléfono.

—Hola, preciosa. Acabo de llegar a casa. Estoy muerto.

—Lo imagino. Cada vez que vienes te matas a trabajar. Cuando Ash
me dijo que eras arquitecto no pensé que te rebajarías a trabajar como un
albañil.

—No suelo hacerlo, más que nada, porque no tengo tiempo. Pero en tu
casa me gusta trabajar, es como si trabajase en la mía propia.

—Bueno, es que también es tu casa.


—Gracias, cariño.

—Por cierto, estamos viendo los precios de las botellas.

—¿Las habéis encontrado en Internet?

—Sí. Y no te lo pierdas. Tenemos cuarenta y cinco botellas de


champán iguales y cuestan doce mil dólares cada una. Y algunas de vino de
ocho mil y diez mil.

—¿En serio?

—Hemos sacado la cuenta y nuestra bodega está valorada en casi


cuatrocientos mil dólares. Y todavía no hemos terminado con las botellas.

—¡Santo Dios!

—Bueno, eso si están en condiciones.

—Hay que pensar en positivo —dijo Neithan.

—Tienes razón. Me temo que ya no te las voy a regalar.

—No te preocupes. De todas formas, me atragantaría si me bebiera una


copa de una botella de ese valor.

—Mañana le enviaremos las fotos de las botellas a Adam. Si las


vendemos en su precio, puede que saquemos lo suficiente para hacer las
casas para tus hombres en el cobertizo.

—Cariño, si las hiciésemos, correrían de mi cuenta.

—De eso nada. Estarían en mis tierras.

—Vale, ya hablaremos. De todas formas, puede que los chicos no


quieran trasladarse allí.

—Ya lo resolverás. Te dejo para que descanses. Vuelve pronto, ¿vale?


—Lo intentaré.

Habían pasado casi dos semanas desde que Neithan se marchó.


Durante ese tiempo Alex y Ash habían estado tapando las zanjas de los
cables y de las tuberías de toda la casa. Habían sacado los marcos de todas
las puertas y los habían sustituido por los que hicieron nuevos, que eran
más anchos. Habían sacado las puertas de toda la casa y las habían
restaurado y las tenían numeradas en el taller de carpintería. Y además
descolgaron todas las barras de las cortinas y habían tapado los agujeros.

También habían recibido los muebles de la cocina y todos los


electrodomésticos. Cuando se lo dijeron a Neithan, él les dijo que iría al día
siguiente, que era viernes. Y Ash y Alex dedicaron todo el día a sacar los
muebles antiguos de la cocina, que eran de obra, y los azulejos. Tuvieron
que hacer un montón de viajes al vertedero para llevar los escombros. Y al
día siguiente, antes de que llegara Neithan, Ash enyesó las paredes y las
dejó listas para colocar los azulejos.

Habían trasladado todo lo de la cocina, dejando los utensilios sobre


una mesa, y ahora cocinaban en el recibidor.

Neithan se sorprendió cuando llegó y se enteró de todo lo que habían


adelantado su hermano y su cuñada. Esa noche salieron a cenar porque Alex
no quería ponerse a cocinar en el recibidor.

—El lunes pasado vino a casa Michael Logan, el del restaurante de


Chicago y nos compró todas las botellas del sótano —dijo Alex mientras
cenaban.

—No me digas —dijo Neithan.

—Abrió una de ellas, la más barata, para comprobar que estuviera en


buen estado. Y estaba en perfectas condiciones —dijo Ash—. Por lo visto
la temperatura del sótano era la ideal para su conservación.

—¿Cuánto le sacasteis?
—Nos ofreció cuatrocientos cincuenta mil por todas. Pero al ver los
botelleros de madera tallados a mano y con capacidad para albergar más de
mil quinientas botellas, nos dijo que nos pagaría medio millón si se llevaba
los botelleros.

—¿Se los vendisteis también?

—Claro —dijo ella sonriendo—. Para qué queríamos los botelleros.


Vino ya con el furgón para el traslado.

—Pasó toda la mañana envolviendo las botellas y metiéndolas en cajas


de madera que había traído para transportarlas y luego desmontamos las
estanterías entre los tres —dijo Ash.

—Lo que no entiendo es por qué los que heredaron la casa no


vendieron las botellas —dijo Neithan.

—A lo mejor ni siquiera sabían que había un sótano en la casa —dijo


Ash.

—Sí, tal vez no lo supieran.

—Cuando fui a la inmobiliaria con el abogado, el hermano de Dani,


me dijeron que los herederos, que son dos sobrinos, no se habían acercado
nunca por la casa. Simplemente la habían puesto a la venta, sin ni siquiera
venir por aquí. Según el agente les enviaron las llaves por mensajería —dijo
Alex.

—En ese caso estarían asustados por haber muerto toda la familia —
dijo Neithan.

—Pensarían que la casa estaba maldita —añadió ella.

—De todas formas, a nosotros nos ha beneficiado —dijo Ash—. Antes


de irse con el furgón repleto de botellas nos dijo que tenía un amigo
anticuario en Atlanta que estaría interesado en cualquier cosa que
quisiéramos vender. Por lo visto habló con él y el anticuario nos llamó.
Vendrá la semana que viene. Así que hemos decidido examinar toda la casa
y hacer una lista con lo que no queremos —dijo Alex.

—Vaya, al final os va a salir gratis la reforma.

—Hablando de reforma —dijo Alex—. No nos has dado la factura del


trabajo que estáis haciendo los chicos y tú.

—Y no voy a hacerlo, porque he decidido venir a vivir con vosotros y


esta va a ser también mi casa.

—Pero eso no puede ser.

—Por supuesto que puede ser. Olvídalo, cielo. Además, me dijiste que
tú te ibas a hacer cargo del coste de las casas de los chicos.

—¿Vamos a hacerlas en el cobertizo?

—Bueno, aún no me han dicho si vendrán conmigo. Pero he estudiado


las medidas en el plano y solo habría que ampliarlo. Tienes mucho terreno y
no creo que nos nieguen el permiso para la reforma.

—Me alegro de que vengas a vivir con nosotros —dijo ella


abrazándolo.

Al día siguiente Neithan y Ash se pusieron con la cocina. A primera


hora colocaron los azulejos entre los dos. Y por la tarde montaron los
muebles y los dejaron listos para instalarlos.

El domingo Ash fue a correr como hacía cada día. Después de


desayunar fueron los cuatro a montar y cuando volvieron empezaron a
colocar los muebles de la cocina en su sitio y a ajustarlos.

Antes de que Neithan se marchara tenían la cocina terminada y los


electrodomésticos instalados. También habían elegido las tres habitaciones
que iban a utilizar, porque la semana siguiente, Alex y Ash pensaban
pintarlas. Y además, habían elegido los muebles de la casa que querían para
sus habitaciones.
—¿Cuándo iréis a Nueva York? —preguntó Neithan antes de
marcharse.

—Habíamos pensado irnos el día 20 que es viernes, tan pronto Dawn


vuelva del colegio y se cambie —dijo Alex.

—Nos quedaremos allí hasta el día 26 —añadió Ash.

—Estupendo. Me vendré con vosotros ese día y volveré a Nueva York


el día 2 de enero. Quiero terminar todas las obras que tenemos a medias.

—Estupendo —dijo Ash.

—Por cierto. Hablé con los chicos y han decidido mudarse aquí. A
finales de enero tendremos terminados todos los proyectos. Supongo que
vendremos a primeros de febrero. Eso, suponiendo que no haya ningún
contratiempo y todo salga según los planes que me he marcado.

—No sabes cuánto me alegro de que vengas a vivir a casa.

—Cariño, me he dado cuenta de que os echo mucho de menos.

—Estoy impaciente por tenerte aquí.

Neithan miró a su hermano y sonrió al ver que estaba celoso.

—¿Cuando vayáis a Nueva York os quedaréis en mi casa?

—No, iremos a mi apartamento —dijo Ash.

Alex se sentía genial. Su marido no había vuelto a salir por la noche, y


eso quería decir que no había vuelto a estar con una mujer.

Las cosas iban muy bien entre ellos. Trabajaban juntos siempre y
pasaban muchas horas hablando. Daban un paseo por la tarde cuando la
niña volvía del colegio. Iban a menudo a montar. Y seguían durmiendo
juntos.
El anticuario los visitó y compró todas las cosas que ellos no
necesitaban: un montón de muebles; lámparas de pie, de mesa y algunas de
los techos de las plantas superiores; las barras de las cortinas e incluso
algunas cortinas; ropa de casa; vestidos de señora y de niña. También les
compró algunos cuadros, aunque se quedaron los que les gustaban.

Al final habían sacado casi doscientos mil dólares por la venta. El


anticuario les dijo que los muebles, que todos estaban tallados a mano,
valían una fortuna Aunque lo mencionó después de que cerraran el trato.

Entre los dos tiraron las paredes de una de las habitaciones del sótano
y construyeron un baño, siguiendo el plano que les había hecho Neithan.

Antes de que se marcharan a Nueva York habían dejado las tres


habitaciones que usarían pintadas y con las puertas y las ventanas acabadas
y colocadas en su sitio.
Capítulo 10
Alex, Ash y la pequeña llegaron a Nueva York a las nueve de la noche y
decidieron quedarse a dormir en casa de Neithan, porque en el apartamento
de Ash no tenían comida.

A Alex le encantó la casa de su cuñado. Era una construcción de dos


plantas bastante grande. En la planta superior había cinco dormitorios. El de
Neithan y el de al lado, que era el que siempre ocupaba Ash cuando iba a
pasar unos días con él, tenían baño interior. Y en el pasillo había dos baños
más. En la planta baja había un despacho, un salón comedor enorme, una
cocina preciosa y otro dormitorio más con baño. Y otro baño en el pasillo.

Habían encargado la cena y estaban sentados en la mesa de la cocina.

—Tu casa es muy bonita, tío Neithan.

—Gracias, cariño. Aunque pronto dejará de ser mi casa.

—¿Vas a venderla? —preguntó su hermano.

—Sí. De hecho, la tengo a la venta desde hace unos días. El agente de


la inmobiliaria me llamó precisamente anoche para decirme que hay un
comprador que parece muy interesado. Y si se decide a comprarla tendré
que marcharme a finales del próximo mes.

—¿Y vendrás a casa? —preguntó Alex.

—No estoy seguro de cuando me mudaré, depende de como vayan los


proyectos que tenemos entre manos. Si no los acabamos para entonces,
organizaré lo del traslado y me quedaré en casa de Ash hasta que lo
dejemos todo resuelto. Calculo que me iré a vivir con vosotros a finales de
febrero.

—¿Qué harás con el almacén de materiales?


—En un principio, el agente inmobiliario me dijo que debería derruirlo
y dejara el terreno limpio. Pero su cliente, el que está interesado en la casa,
se dedica a la restauración de muebles y le ha dicho que, de comprar la
casa, la quiere con el almacén, para utilizarlo como lugar de trabajo.

—Estupendo, así te ahorrarás tiempo y dinero. ¿Qué harás con los


materiales de construcción que tienes almacenados?

—Había pensado deshacerme de todo, pero tengo mucho dinero


invertido en ellos y si los vendo me darán menos de la mitad. Como voy a
llevarme el camión y los dos furgones, he pensado llevarlos conmigo y los
dejaré a un lado de vuestro terreno, hasta que compre un lugar donde
colocarlos.

—¿También vas a vender el estudio de arquitectura?

—Claro, ¿qué sentido tiene conservarlo, si no voy a vivir aquí? De


hecho, ya lo he cerrado y lo tiene a la venta la inmobiliaria.

—Podrías alquilarlo. Está en el centro y te darían un buen dinero cada


mes —dijo Ash.

—Necesito conseguir todo el dinero posible. Tengo que empezar desde


cero.

—Va a ser un cambio importante para ti —dijo Ash—, aquello no es


Nueva York y puede que no tengas tanto trabajo.

—Eso no me preocupa, te lo aseguro. He trabajado demasiado todos


estos años, y quiero relajarme un poco. Me vendrá bien el cambio. Podré
dedicar tiempo a montar, a pescar, a disfrutar de la familia… Va a ser un
cambio para mejor.

—Pensé que los chicos no querrían ir a vivir a un pueblo.

—Yo tampoco estaba seguro, pero cuando hablé con ellos, no se lo


pensaron dos veces. Puede que el que les haya ofrecido casa, sin pagar
alquiler ni gastos, haya ayudado. Ya sabes que ganan un buen sueldo y
podrían ahorrar mucho más que viviendo aquí. De todas formas, parece que
les gusta aquello. El otro día me comentaron que pensaban comprarse un
caballo cada uno.

—Esa es una buena idea —dijo Alex—. Y en nuestro establo hay


espacio para sus caballos. Allí serán felices. Me caen bien los cuatro, son
unos chicos estupendos. Vamos a ser como una gran familia.

—Por cierto —dijo Ash—. El otro día fue a casa Mark. Alex quiere
empezar a arreglar el jardín y fue a verlo. Le comenté que ibas a mudarte
aquí y que estabas buscando un terreno o un local grande para almacenar
los materiales y me dijo que cerca de sus viveros hay una nave bastante
grande que está a la venta, y que el dueño tiene también unas oficinas en el
pueblo.

—¿Te dijo el precio?

—No, pero el propietario es un cliente y es amigo de sus padres. Así


que podrás hablar con él cuando quieras. Me dijo que vive en el pueblo.

—Estupendo. Hablaré con él cuando vaya. Por cierto, cariño —le dijo
Neithan a su cuñada—. Voy a vender la casa vacía, así que quiero que me
digas los muebles y electrodomésticos que quieres que me lleve.

—Tus muebles son fantásticos y nuestra casa es muy grande. Además,


vas a construir las casas de los chicos y tendremos que amueblarlas.
Deberías llevártelo todo, incluidas las cortinas, los rieles, la ropa de casa,
las cosas de la cocina y las lámparas. Seguro que lo aprovechamos todo.

—Tienes razón.

—Yo también venderé mi apartamento cuando te mudes a vivir con


nosotros, —dijo Ash a su hermano.

—¿No quieres conservarlo por si decides mudarte a vivir aquí? —


preguntó Alex.
—¿Por qué iba a querer mudarme aquí si vosotras vivís en
Pensilvania?

Alex respiró profundamente al saber que su marido no iba a


abandonarlas, de momento.

—Yo también venderé la casa vacía y me lo llevaré todo —dijo Ash.

—¿No os parece que las cosas nos están saliendo demasiado bien? —
dijo Alex.

—Sí, tienes razón. Desde que Ash te encontró, a través de ese estúpido
anuncio, todo está saliendo de maravilla —dijo Neithan sonriendo.

Al día siguiente, después de desayunar, cogieron las maletas y se


fueron a casa de Ash con los dos coches. De camino pararon en un
supermercado a comprar algo de comida, por si algún día no les apetecía
salir.

Dejaron los dos vehículos en el aparcamiento del sótano del edificio y


llevaron el equipaje al ascensor. Iban bastante cargados, con dos maletas
medianas, la bolsa de viaje de Ash y la de Neithan, que iba a quedarse con
ellos el fin de semana y, además, las bolsas de la compra.

Ash abrió la puerta, encendió las luces y todo se iluminó. Entraron en


el apartamento. Era un espacio abierto grandísimo. Neithan fue hacia los
ventanales y descorrió las cortinas, y el sol invadió la estancia.

—¡Santa madre de Dios! —dijo Alex al ver aquel espacio enorme con
la luz del sol—. Es una maravilla.

—Pues disfruta de tu apartamento de Nueva York —dijo Ash


besándola en la mejilla—, porque puede que no tengas otra oportunidad.

—Es precioso, Ash —dijo ella adentrándose en el salón.

—Si tanto te gusta, podemos conservarlo y venir de vez en cuando.


—Me gusta muchísimo, pero por muy bonito que sea, no merece la
pena mantener una propiedad como esta, para pasar sólo unos días.

—Tienes razón. Ven, te lo enseñaré.

Neithan llevó las cosas a la cocina. Luego fue al salón y miró las fotos
de su sobrina Laura que estaban sobre una cómoda. Pensó que había llegado
el momento de que Ash le hablara a Alex de la niña. Y, aunque no lo
hiciera, Alex pronto vería su habitación.

Neithan cogió a su sobrina de la mano y salieron a la terraza. Quería


darle intimidad a su hermano y a su mujer.

—¿Cuántas habitaciones hay? —preguntó ella siguiéndolo.

—Tres —dijo Ash abriendo la primera puerta del pasillo—. Esto es un


baño.

—Es muy bonito.

—Esta es la habitación de invitados —dijo Ash abriendo la puerta que


había al lado—. Bueno, en realidad es la de Neithan. Tiene aquí algunas
prendas de ropa...

Alex notó que se sentía inseguro y eso le extrañó, porque Ash era el
hombre más seguro de sí mismo que conocía.

Caminaron por el pasillo hasta la habitación que había al fondo.

—Esta es nuestra habitación —dijo entrando y descorriendo las


cortinas.

—¡Dios mío! Es preciosa, y muy grande.

—Tiene baño interior —dijo abriendo la puerta para que lo viera—. Y


un vestidor.

—Es una habitación fantástica —dijo ella después de verlo todo y


siguiéndolo—. Todo el apartamento es increíble.
—Sí, nos darán un buen dinero por él —dijo abriendo la última
habitación y adentrándose en la estancia para abrir las cortinas—. Esta era
la habitación de… mi hija, Laura.

Alex lo miró, pero él no la miró a ella.

—Dawn puede dormir aquí. Iré a por su maleta —dijo Ash saliendo
del dormitorio sin levantar la vista y sin mirarla.

Alex se sintió aturdida. No sabía que Ash tenía una hija, o la había
tenido. Miró a su alrededor. Era una habitación infantil preciosa. Se acercó
a la mesita de noche y cogió el portarretratos que había sobre ella. Ash
estaba con una niña en brazos, que tenía los ojos del mismo color que él y
se parecían muchísimo. Y supo que la muerte de esa niña, de quien no había
sabido de su existencia hasta ese momento, había sido lo que había
provocado en Ash querer acabar con su propia vida.

Ash entró con la maleta y la dejó a un lado.

—Si necesitas más espacio en el armario o en los cajones, saca algunas


cosas y déjalas… en cualquier sitio.

Alex lo miró. Tenía los ojos brillantes por las lágrimas contenidas.

—No necesitaré más espacio. Todo es perfecto.

Ash agradeció que no le hiciera ninguna pregunta, porque sabía que se


pondría a llorar si tenía que hablarle en ese momento de su pequeña. Pero
Alex no tenía intención de preguntar nada. Él le hablaría de ello, si deseaba
hacerlo, cuando estuviera preparado.

—Voy a la cocina a ordenar la compra —dijo Alex, que sintió unas


ganas terribles de tomar aire fresco.

—¿Me llevo la foto de la mesita de noche?

—Claro que no. Dawn tiene que saber que tiene… o tenía una
hermana, y tiene que acostumbrarse a su aspecto —dijo ella abandonando la
habitación y sintiendo un nudo en la garganta.
Ash se sentó en la cama y miró la foto de su hija.

—¿Esta es mi habitación? —preguntó Dawn desde la puerta.

—Sí, cariño. Ven, acércate.

—¿Quién es esa niña? —preguntó apoyándose en los muslos de él.

—Era mi hija.

—No sabía que tenías una hija.

—Murió el año pasado —dijo levantándola y sentándola en su regazo.

—Era muy guapa.

—Sí, era tan guapa como tú.

—Entonces, si era hija tuya, era mi hermana, ¿verdad?

—Sí. Se llamaba Laura y ahora tendría tu edad.

—¿Esta era su habitación?

—Sí.

—Estás triste.

—Estar aquí me ha hecho recordarla.

—Si quieres puedo dormir en otra habitación.

—No, cariño. No me importa que duermas aquí. ¿Te gusta la


habitación?

—Me gusta mucho. Me gustaría tener una como esta en casa.

—Y la tendrás. En esa estantería hay cuentos. Siempre le leía al


acostarse.
—A mí también me lees cuando me acuesto. ¿Vas a hacerlo también
aquí?

—Claro.

—Me habría gustado que viviera para tener una hermana.

—A mí también, cielo.

Neithan había visto a su cuñada salir a la terraza. Parecía alterada y


supo que se había enterado de lo de su sobrina Laura.

Poco después Alex estaba en la cocina metiendo las cosas en el


frigorífico y en los armarios, pensativa y en perfecto silencio.

Alex fue al salón cuando terminó de guardar la compra. Se acercó a la


cómoda y fue cogiendo las fotos una a una, mirándolas. En casi todas estaba
la niña sola o con su padre. No había ninguna con su madre. Había varias
fotos de Ash con Neithan. Y una de un matrimonio de mediana edad.

—Eran nuestros padres —dijo Neithan.

—Los dos os parecéis a vuestro padre.

—Eso nos han dicho siempre.

—Laura tenía el color de ojos de Ash y el tuyo.

—Y también el de Dawn.

—Sí —dijo ella sonriendo—. Se parecía mucho a vosotros. Era una


niña preciosa.

—Cierto. Siempre estaba contenta y hacía un millón de preguntas.


Dawn me recuerda mucho a ella.

—Mamá, ¿has visto mi habitación? Es muy bonita —dijo la pequeña


entrando en el salón.
—Sí, ya la he visto. Es preciosa.

—¿Sabes que era la habitación de mi hermana Laura? Muchos de los


cuentos que tiene los tengo yo también. El papá me ha dicho que también le
leía por la noche cuando se iba a la cama, como a mí.

Ash entró en el salón.

—Vamos, cariño. Saquemos la ropa de la maleta —le dijo Alex a la


pequeña cogiéndola de la mano y abandonando el salón.

—¿Le has hablado a Alex de Laura? —preguntó Neithan a su hermano


cuando se quedaron solos.

—Sólo le he dicho que era su habitación. No he podido decirle nada


más.

—Ya lo harás cuando encuentres el momento, no te preocupes.

Después de que Alex terminara de colocar la ropa en su sitio, Ash y


Neithan las llevaron a que conocieran la ciudad.

Alex no mencionó en todo el día a Laura, de hecho, casi no habló en


todo el día, porque no podía dejar de pensar en la pequeña. Pero Dawn,
como era de esperar, le hizo un montón de preguntas a su papá sobre su
hermana y él las contestó con toda tranquilidad.

Llegaron a casa cansados después de cenar. Alex bañó a la pequeña y


la acostó. Y Ash le leyó un cuento hasta que se quedó dormida.

Cuando Ash entró en el salón, Alex dijo que iba a ducharse y se


acostaría porque estaba cansada.

Media hora después, Ash entró en el dormitorio. Fue al baño a


ducharse y volvió a la habitación ya con el pijama.

Alex se hizo la dormida. No quería que él pensara que estaba


esperándolo para que le hablara de su hija. Y Ash lo agradeció, porque
todavía no se sentía con ánimos de hablar de la pequeña.
Al día siguiente salieron de casa temprano dispuestos a comprar los
regalos de Navidad.

Llevaron a la niña a que viera a Santa Claus para que le entregara la


carta de los regalos que quería.

La noche anterior Dawn los sorprendió. Les dio la carta y cuando la


niña se durmió, leyeron lo que había pedido y se quedaron pasmados.
Únicamente había pedido un regalo, una hermanita. Lo que hizo que Alex
se ruborizara de la cabeza a los pies y su cuñado se partiera de risa al verla.

Por la mañana estuvieron turnándose para comprar los regalos, para


que ninguno supiera lo que le habían comprado. Y por la tarde estuvieron
viendo las luces y los árboles de Navidad que habían repartidos por el
centro de la ciudad.

Pasaron un fin de semana fantástico. Para Alex fue, sin duda, el mejor
fin de semana de su vida.

Al día siguiente era lunes y Neithan tuvo que ir a trabajar por la


mañana. Ash llevó a Alex y a la pequeña a Central Park y comieron en la
terraza acristalada de un restaurante.

Por la tarde, Ash propuso que fueran a comprar ropa para Alex. Ella
dijo que no necesitaba nada, pero los dos hermanos la convencieron.

Lo que en un principio le había parecido una idea descabellada, salir


de compras se había convertido para Alex en lo mejor del día. Se sentía
muy bien cuando en alguna tienda se probaba algún vestido y salía para que
ellos la vieran.

Neithan la alababa con sus bromas y flirteos, que sacaban de quicio a


su hermano. Pero a ella le interesaban más las intensas miradas que le
dedicaba su marido, al mirarla de arriba abajo con...¿deseo?

Alex llevaba años convencida de que nunca desearía a un hombre, y


que no se casaría. Y allí estaba, casada con un hombre imponente y
deseando intimar con él. Era incapaz de luchar contra sus sentimientos.
Cuando Ash estaba cerca, o simplemente, en la misma habitación que ella,
su corazón se alteraba, latiendo de manera frenética.

Decidieron pasar la Nochebuena en casa de Neithan, porque él quería


celebrar algo especial, antes de que la casa se vendiera.

Pasaron la mañana decorando el enorme árbol que Neithan y Ash


habían llevado el día anterior, y poniendo adornos por toda la casa.

—No sé para qué hemos comprado todos estos adornos —dijo Neithan
—. Quería hacer algo especial para despedirme de la casa, pero no hacía
falta todo esto.

—Son tus últimas navidades en esta casa —había dicho su cuñada—, y


tienes que tener buenos recuerdos de ella.

—Bueno, mirándolo así…

—Además, nos los llevaremos todos para adornar nuestra casa las
próximas navidades.

Pidieron comida en un restaurante, porque estaban muy ocupados, y no


querían perder tiempo, para dejar la decoración terminada. Y por la tarde,
Alex empezó a preparar la cena de esa noche y el pavo para el día siguiente.

Después de que acostaran a la niña, ilusionada porque al día siguiente


era Navidad y encontraría los regalos debajo del árbol, ellos tres
envolvieron todo lo que habían comprado y fueron a acostarse.

Alex y Ash dormían en la misma cama, como habían hecho desde que
se casaron.

—¿Lo estás pasando bien? —preguntó Ash cuando estaban metidos en


la cama con la luz de la lamparita encendida.

—Estos están siendo los días más felices de mi vida. Y puedo


asegurarte que para Dawn también lo son.
—¿Crees que mañana se sentirá defraudada cuando abra los regalos y
no encuentre una hermanita?

—Ash, nuestra hija no es estúpida y sabe que los niños crecen en el


vientre de las mamás. Pero te aseguro que se sentirá feliz cuando vea la
bicicleta y los otros aparatos de riesgo. Me ha pedido muchas veces que le
comprara una de esas cosas y nunca lo he hecho.

—No son aparatos de riesgo. Todos los niños tienen monopatines y


patines. Entonces, no sabe montar en bici ni...

—No. Tendremos que enseñarle. De hecho, yo también tendré que


aprender a usar patines y monopatín.

—Yo enseñé a mi hija a subir en bicicleta.

—En ese caso, como ya tienes práctica, tendrás que hacer lo mismo
con tu otra hija.

—No me importará hacerlo. Y haré lo mismo contigo.

Con la experiencia, Alex había aprendido que no hablar de algo era la


mejor forma de descubrir lo que le preocupaba a alguien. Y que si se tenía
paciencia, no había que presionar para que esa persona le hablara de sus
temores.

Alex no dijo nada. De todas formas, no sabría qué decir y no quería


hacerle ninguna pregunta. Estuvieron tanto tiempo en silencio que pensó
que él se había dormido. Pero estaba equivocada.

—Gracias por escucharme —dijo Ash abriendo los ojos y mirándola.

—Si no has dicho ni una palabra.

—Has escuchado mi silencio, poca gente sabe hacer eso.

—Pues de nada.
Permanecieron unos minutos más en silencio. Hasta que Ash se
decidió a hablar.

—Laura desapareció el trece de febrero del año pasado. Victoria, mi


exmujer, la había llevado al parque, y de pronto desapareció. Empezó a
buscarla por todas partes, ayudada por los padres que había allí. Llamaron a
la policía e hicieron una batida por los alrededores, por si la niña se había
alejado sin darse cuenta y estaba perdida. Pero no la encontraron.

Ash dejó de hablar y estuvo un instante callado. Alex esperó


pacientemente, sin decir nada, porque sabía que él no había terminado.

—Yo me encontraba en una misión. Victoria llamó a la base para que


me localizaran, pero estábamos en un país del Este, incomunicados. Me
enteré dos semanas después. Cuando volvimos de la misión y me dieron la
noticia, mis compañeros me acompañaron a casa. Queríamos conseguir
alguna pista, pero habían pasado casi tres semanas desde su desaparición.
Estuvimos buscando veinticuatro horas al día de cada día, pero no
encontramos ningún rastro ni ninguna pista. En aquel entonces me pareció
irónico. Éramos capaces de encontrar a cualquier persona, por muy
escondida que estuviera, y no pudimos encontrar a mi hija.

Ash dejó de hablar de nuevo. Tenía la voz quebrada. Cuando se repuso


continuó.

—Fueron unos días horribles. No podía dormir pensando dónde estaría


mi pequeña y si se encontraría bien. Y mi mujer no paraba de decirme que
yo tenía la culpa de todo por haber estado tan lejos.

—Pero tú no tenías culpa, estabas trabajando fuera del país y, además


incomunicado.

—Ella no era la única que me culpaba, yo también lo hice, y sigo


haciéndolo. Porque de haber estado en casa, no habría sucedido.

Ash permaneció en silencio de nuevo unos minutos.


—El doce de marzo nos llamaron de la comisaría. Habían encontrado
el cuerpo de una niña junto a una carretera a casi dos mil kilómetros de
aquí. La descripción correspondía con la de mi hija. Yo no quería ir. Había
visto muchos muertos a lo largo de mi vida, y era algo que tenía superado,
pero no quería ir y descubrir que ese cuerpo era el de Laura. Neithan había
abandonado el trabajo cuando mi hija desapareció y se olvidó por completo
de sus negocios. No se separó de mi lado en ningún momento. Te aseguro
que estaba casi tan asustado como yo. Los chicos de la cuadrilla de mi
hermano, a quien tú conoces, se hicieron cargo de todo. Neithan llamó a la
base para darles la noticia a mis compañeros. Mi escuadrón acababa de
volver de una misión y el comandante puso un helicóptero a nuestra
disposición para que nos desplazáramos a reconocer el cuerpo. Neithan y yo
fuimos al aeropuerto donde mis cuatro compañeros nos esperaban. Por
mucho que me rogó, no permití que mi hermano nos acompañara. Nosotros
estábamos acostumbrados a ver gente muerta, pero Neithan… Él quería
mucho a Laura y no quería que la viese. Preferí que guardara el recuerdo de
cuando ella vivía, porque no sabía lo que nos íbamos a encontrar. Nunca me
perdonó que no lo llevara con él. Tampoco dejé que mi exmujer nos
acompañara. Le dije que si era nuestra hija la traería a casa.

—¿Era Laura?

—Sí. Según el forense, había muerto ese mismo día. Tres de mis
compañeros fueron al lugar donde la habían encontrado por si había alguna
pista, pero había estado lloviendo toda la noche anterior y todo ese día y ni
siquiera había marcas de neumáticos. Red, uno de mis compañeros, se
quedó conmigo para ir a reconocer a Laura. Cuando entramos en la sala me
encontraba relativamente tranquilo. Hacía días que sabía que había muy
pocas posibilidades de que estuviera viva y había intentado hacerme a la
idea, aunque en el fondo pensaba que aún había esperanza.

—¿Cómo te sentiste al verla?

—Agradecí que hubiera muerto ese mismo día. No habría podido


soportar verla deteriorada… Cuando la vi en aquella camilla no podía creer
que ya no volvería a sonreírme o a escuchar su voz, haciéndome preguntas
sin cesar. Se veía tan pequeña, tan frágil… Red le pidió al forense el
informe de la autopsia. Quería saber los detalles de la muerte, por si nos
daban alguna pista para encontrar al culpable o culpables. Yo estaba
mirando a mi hija, preguntándome por qué tenía cortes profundos en las
comisuras de la boca. De pronto levanté la mirada al ver que Red se había
resbalado por la pared hasta quedar sentado en el suelo, cubriéndose el
rostro con las manos. Me asusté. Pensé que se había alterado al ver a Laura
muerta. Me acerqué y me agaché a su lado. Le aparté las manos de la cara.
Estaba llorando. Eso me preocupó porque Red es uno de los tipos más
duros que he conocido en mi vida. Intenté coger el informe de la autopsia
que estaba en el suelo, pero él lo apartó. No lo leas, me dijo. Si lo haces,
jamás podrás olvidarlo.

—Pero lo leíste.

—Por supuesto.

Ash volvió a permanecer en silencio. Ella lo miró. Estaba llorando.

Alex se incorporó y se echó sobre él, a lo largo de su cuerpo. Ash la


rodeó con sus brazos, apretándola contra él. Y ella escondió el rostro en su
cuello.

Permanecieron un instante así, sin moverse.

—A Laura la habían violado, repetidas veces. Tenía la vagina, el ano y


la boca desgarradas —le dijo al oído en un susurro.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Alex sin poder evitar que las lágrimas
corriesen descontroladas por sus mejillas humedeciendo la piel de su
marido.

—Mi vida se acabó en el momento en el que leí aquel informe. Rex


tenía razón, nunca pude olvidar lo que había escrito en él. ¿Entiendes ahora
por qué quise acabar con mi vida?

Alex movió la cabeza afirmativamente porque era incapaz de


pronunciar palabra.
—Nunca podré superarlo, por mucho que lo intente. No hay día que no
piense en ella. ¿Sabes que ahora tendría la edad de Dawn?

—Ahora entiendo por qué te asustaste el día que viste a nuestra hija
por primera vez.

—Tuve miedo. Y no porque tuvieras una hija, sino porque pensé que,
si le sucedía algo, yo sería el culpable.

—Eres un padre fantástico y sé que, de poder evitarlo, no permitirías


que le sucediese nada, y tampoco a mí —dijo ella incorporándose para
mirarlo—. ¿Qué hizo tu mujer?

—La llamé para decirle que el cuerpo era el de Laura y empezó a


gritarme diciéndome que yo era el culpable de todo. Y cuando dos días
después volví a casa con nuestra hija, volvió a culparme, insultándome. Lo
cierto es que sus insultos no me importaron lo más mínimo, porque yo me
sentía muerto. Después del entierro cogió sus cosas y se largó. Dijo que yo
había matado a nuestra hija y que no podía seguir viviendo conmigo.

—Puede que te echara a ti toda la culpa porque ella se sentía culpable.


Cualquier madre sabe que no se puede aparta la vista de un niño ni un solo
instante, porque solo en unos segundos puede pasar cualquier cosa. No fue
culpa tuya, Ash. Ella fue la culpable de lo que sucedió.

—Es posible, pero si yo hubiera estado en casa...

—Fue entonces cuando decidiste terminar con tu vida —dijo ella


interrumpiéndolo.

—Sí, aunque no lo conseguí. Neithan no lo permitió.

—Me alegro, de lo contrario, no te habría conocido. Y me estás siendo


muy útil —dijo cruzando los brazos sobre el pecho de él y mirándolo—.
Siento muchísimo lo ocurrido y voy a ayudarte todo lo que pueda para que
lo superes. Sé que es imposible que lo olvides, yo tampoco podré olvidarlo,
te lo aseguro. Pero puedes llevar una vida tranquila y ser medianamente
feliz.
—Tú ya me has ayudado, Alex, muchísimo. He cambiado desde que te
conocí. Antes de conocerte, mi vida era oscura y no encontraba razón
alguna para seguir adelante. Pero cuando te encontré me iluminaste el
camino. Has dado color y luz a mi oscuridad. Tú y nuestra pequeña habéis
conseguido que mi vida se estabilice, que me sienta relajado y tenga ganas
de reír.

—Me alegro —dijo ella mirándole los labios—. Vamos a dormir.


Mañana Dawn se despertará temprano.

Alex se dio cuenta en ese momento de que estaba sobre él. Se colocó
en su lado de la cama, pero permaneció pegada a él.

—¿Sabes una cosa, Ash? No me has engañado en ningún momento.


Debajo de esa máscara que te pones a veces de serio, intimidante y arisco,
eres un hombre tierno y sensible.

—¿Eso crees?

—Sí. No hay más que verte cuando estás con nuestra hija. Buenas
noches.

—Buenas noches, cielo. Me ha ayudado hablar contigo.

—Yo siempre estaré aquí para escucharte. Y me gustaría que nos


hablaras de Laura a menudo.

—Lo haré.

—Y, si no te importa, nos llevaremos todas las fotos que tienes aquí de
ella. Y las de tus padres también. Y también las que estás con tu hermano.

—Gracias.

Alex era la persona que necesitaba para olvidar los últimos meses del
infierno de su vida. Ella le iba a ayudar a encontrar el equilibrio que
necesitaba, pensó Ash. Esa chica era inteligente, dulce y tierna. Sabía que
era inocente y que tenía una vitalidad desbordante. E iba a poner todas sus
esperanzas de futuro en ella.
—¿Por qué no me cuentas lo que te sucedió a ti? —preguntó Ash unos
minutos después.

—Lo haré… en otro momento. De todas formas, después de saber lo


de Laura, te aseguro que lo que me sucedió a mí no tiene la más mínima
importancia.

—Feliz Navidad —dijo Alex cuando entró en la cocina y besando a su


cuñado que estaba tomando café.

—Feliz Navidad, cariño —dijo abrazándola—. ¿Se ha despertado


Ash?

—Sí, está afeitándose —dijo sentándose delante del café que se había
servido—. Anoche, Ash me contó lo que le sucedió a Laura.

—Me alegro de que haya hablado contigo. Algo así es difícil de


superar.

—Le ayudaremos entre todos a que lo haga. ¿Encontraron a ese


malnacido?

—Sí. Cuando le hicieron la autopsia a Laura encontraron pelos y restos


de semen. Estaba fichado y lo detuvieron poco después.

—¿Está en la cárcel?

—No. Lo condenaron a muerte y murió en la silla eléctrica hace un par


de meses. Y menos mal, porque si no hubiera estado muerto, Ash y su
equipo lo habrían sacado de allí para acabar con él. Estuvo incomunicado el
tiempo que estuvo en prisión, porque los otros prisioneros intentaron
matarlo en varias ocasiones. Los presos no estaban muy contentos con lo
que le había hecho a una niña.

—Me alegro de que haya muerto.

—Feliz Navidad —dijo Ash entrando en la cocina y besando a Alex en


la mejilla.
Luego se acercó a Neithan y le revolvió el pelo como si fuera un niño.

—Feliz Navidad, hermano.

—Feliz Navidad, Ash. Parece que te has levantado contento.

—Es Navidad —dijo sonriendo mientras se servía un café y se sentaba


a la mesa.

—Dawn no tardará en despertarse.

Nada más acabar la frase, la pequeña apareció en la cocina.

—¡Hola! Ya me he levantado. Feliz Navidad —dijo colocándose entre


sus padres y besándolos.

—Ven aquí, pequeñaja —dijo Neithan—. Dale un beso a tu tío


favorito.

—¿Podemos abrir los regalos? —dijo abrazando a su tío.

—Claro que sí. Vamos.

Se levantaron todos y fueron al salón con los cafés.

—¡Hala! Hay un montón de regalos.

—Espero que Santa te haya traído todo lo que le pediste —dijo


Neithan sonriendo.

—Lo que le pedí no puede estar dentro de un paquete de regalo.

—Entonces, espero que te gusten los regalos que te ha dejado.

—Empieza a abrirlos —dijo Ash.

—¿Todos son para mí?


—No, cariño. Pero puedes darnos los nuestros cuando los vayas
encontrando.

—Vale. Este es muy grande.

—Ese se lo pedí yo a Santa para ti —dijo Neithan—. Es mejor que


abras primero los otros y dejes ese para el final.

—¿Por qué? ¿Crees que no me va a gustar?

—Al contrario. Creo que te va a gustar mucho.

La niña le entregó a su madre un paquete pequeño. Alex miró a su


cuñado y luego a su marido.

—Se lo pedí a Santa para ti —dijo Ash.

Era un colgante con forma de corazón de oro blanco y rodeado de


brillantes.

—Es precioso —dijo ella emocionada al pensar que tal vez significara
que él también sentía algo por ella—. Me encanta. ¿Puedes ponérmelo?

—Claro.

Alex se tensó cuando Ash le rozó la nuca con los dedos.

—Siento haberte rozado —le dijo él al oído.

—Yo no lo siento —dijo ella sonriéndole y acariciando el colgante—.


¿Qué tal me queda?

Mi mujer vuelve a flirtear conmigo, se dijo Ash. Aunque estaba seguro


de que ella ni se daba cuenta.

—Te queda genial.

La niña le entregó a Ash el regalo de Alex.


Alex se había vuelto loca pensando qué comprarle a su marido. Quería
que fuera algo sencillo, pero que no indicara, de ningún modo, que sentía
algo por él. Al final le había comprado un suéter azul, del mismo color que
sus ojos.

—Comparado con el tuyo, mi regalo es de lo más cutre.

—Me gusta muchísimo . Gracias, cielo.

Los dos le compraron a Neithan un cuadro precioso para su despacho,


cuando lo tuviera, y a él le encantó.

Neithan le regaló a Alex unos pendientes con un brillante.

—Muchísimas gracias —dijo ella abrazándolo—. Son preciosos.

—De nada, cariño.

Y Neithan le regaló a su hermano una fantástica caña de pescar.

A la pequeña le habían regalado juegos, cuentos, ropa... Pero los


regalos que más le gustaron fueron la bicicleta de su tío y el monopatín y
los patines de sus padres.

Alex llamó a Jake y a Dani para felicitarlos. Neithan llamó a sus


amigos y a su cuadrilla. Y Ash llamó a sus compañeros de escuadrón. No
había hablado con ellos desde el entierro de su hija. Con quien más tiempo
estuvo hablando fue con Red, que fue quien le acompañó al depósito de
cadáveres para reconocer el cuerpo de su hija.
Capítulo 11
Al día siguiente se marcharon todos juntos a Pensilvania. Y Neithan se
quedó con ellos hasta el 2 de enero.

En todo ese tiempo habían instalado los sanitarios de todos los baños.
Recibieron los azulejos y los sanitarios del baño del sótano y lo dejaron
también terminado. Y además, instalaron los embellecedores de los
interruptores y enchufes de las habitaciones que ya estaban pintadas.

Mark fue a verlos para tomar medidas del jardín y poder hacer el
plano. Y cuando se marchó, Neithan y Ash se fueron con él para ver la nave
que vendían junto al vivero.

Neithan habló del precio con el dueño y llegaron a un acuerdo. Dos


días después tenía en sus manos la escritura de propiedad.

El día que Neithan se marchó a Nueva York, Alex y Ash empezaron a


instalar los marcos de las puertas de la casa.

Alex estaba colocando uno, con toda precisión y Ash retiraba con un
pequeño escoplo el yeso de la pared para que las jambas quedaran
completamente rectas. Alex lo miraba de vez en cuando, y cada vez que lo
hacía, perdía la concentración.

Ver a ese hombre, con un vaquero de cinturilla baja y un cinturón de


herramientas, la estaba poniendo enferma, sobre todo, si tenía unos
abdominales y unos brazos como los suyos, que se podían apreciar por
encima de la camiseta que se le ceñía al torso.

Recordó una vez que le había dicho a su amiga Dani, que le gustaban
los hombres recién afeitados y con camisa, que los encontraba muy
atrayentes. Alex sonrió para sí misma.

Seguramente le dije eso porque no había visto a mi marido con


vaquero, camiseta y con barba de dos días, pensó. Dios, Ash es un
bombonazo, lleve lo que lleve puesto.
Hicieron un descanso para comer. A pesar del frío del exterior, el
ambiente de la cocina era cálido, gracias a que él se preocupaba de que la
chimenea estuviera encendida mucho antes de la hora de la comida y, como
siempre, la conversación entre ellos fluía sin ninguna clase de silencio.

Ash estaba de muy buen humor y se lo había contagiado a ella.


Cocinaron entre los dos y luego se sentaron a comer.

Instalar los marcos de las puertas de toda la casa, enmasillar y lijar las
puertas y colocar las bisagras nuevas les llevó toda la semana. Y la semana
siguiente la dedicaron a las ventanas.

Alex miraba por la ventana de la cocina, observando la lluvia


torrencial que se había desatado, con ráfagas de vientos huracanados, en
apenas unos minutos. Le gustaban las tormentas, siempre había sido así.
Disfrutaba al ver el cielo gris, y el sonido del viento, que en esos momentos
soplaba como un dios enfurecido, y azotaba las ventanas. Y le gustaba el
ruido de la lluvia en el tejado y golpeando los cristales. Nunca había sabido
la razón, pero los días lluviosos se sentía relajada. Pero ese día era
diferente. Estaba preocupada por Ash, que había ido al pueblo a comprar
unas cosas que necesitaban y no había vuelto. De pronto vio el coche
acercarse y fue a abrir la puerta.

Ash dejó el vehículo frente al porche y subió rápidamente los


peldaños. Alex se quedó embobada mirándolo. Él se pasó las manos por el
pelo, echándolo hacia atrás para quitárselo de la cara, que tenía empapada.

Lo primero que pasó por la mente de Alex fue que no necesitaba


ninguna clase de tormenta, por mucho que le gustaran, porque su marido
era de por sí una tormenta. Una tormenta que la alteraba, en vez de relajarla.

Alex le dio un repaso de arriba abajo, sin ningún pudor. La camiseta


blanca se le pegaba al cuerpo como si fuera su propia piel, marcándole
todos los músculos. Lo observó detenidamente y con todo el descaro del
mundo, sin perder detalle de cada centímetro de su cuerpo.

Cuando lo tuvo delante salió de su ensimismamiento y lo miró. Alex


notó que le faltaba aire, la piel se le había calentado en un segundo y los
latidos del corazón se le habían incrementado hasta el punto de pensar que
iba a desvanecerse en el suelo. Se cabreó con ella misma porque esa no era
la primera vez que le sucedía algo así.

Vio en sus labios esa sonrisa, que lo hacía tan atractivo y tan especial.
Al darse cuenta de la forma en que lo estaba mirando se sintió
desconcertada y avergonzada. Bajó el rostro aturdida y con las mejillas
encendidas.

Ash colocó los dedos de una mano debajo de su barbilla y le levantó la


cabeza para que lo mirara.

—Nunca sientas vergüenza de nada referente a ti o a mí, ¿entendido,


cielo?

Alex se limitó a asentir porque no le salían las palabras, además de que


no sabría qué decir. De todas formas, la había visto babear mirándolo,
¿había que explicar algo respecto a eso? Sabía que su marido no tenía ni
una pizca de estúpido. ¿Qué pensaría de ella?

—Estoy helado —dijo, como si no hubiese ocurrido nada unos


segundos atrás.

—No me extraña. Te vistes como si fuera verano, y estamos en enero.

—Tengo la cazadora en el coche.

—Hubiera sido mejor que la llevaras puesta. Quítate toda esa ropa
mojada y sécate el pelo. Prepararé un café con leche bien caliente para que
entres en calor mientras te cambias.

—Vale. Vuelvo enseguida.

Ash estaba cambiándose en la biblioteca, que era donde dormían, y


recordando cuando la mirada de su mujer se había deslizado con descaro y...
admiración por su cuerpo. Volvió a apartarse el pelo mojado que le caía
sobre el rostro.

Vivir bajo el mismo techo que esa chica es peligroso, pensó sonriendo.
Era media noche cuando de pronto Alex empezó a agitarse en la cama
perseguida por los sueños. Se despertó sobresaltada y con la respiración tan
agitada que le costaba respirar. Era frecuente en ella que tuviera pesadillas,
que la llevaban a un pasado del que no podía deshacerse.

—Shhhh —dijo Ash abrazándola—. Estoy aquí, cariño.

—¿Qué pasa?

—Has tenido otra pesadilla. ¿Quieres hablarme de ellas?

—Ahora no, tengo mucho sueño.

—Bien. Duérmete —dijo sin apartarse de ella—. Tranquila, yo te


protegeré.

Alex tampoco se apartó de él. Estaba acurrucada sobre el cálido cuerpo


de su marido, y rodeada por aquellos brazos fuertes en los que se sentía
completamente segura, y feliz. Dejó que su cuerpo se relajara lentamente y
que su mente volviera a tomar las riendas y la sosegara.

Al día siguiente Ash le dijo que preparara sólo desayuno para la


pequeña porque quería invitarla a desayunar en el pueblo.

Dejaron a la niña en el colegio y luego aparcaron el coche en la puerta


de la cafetería de Tom. Ash la cogió de la mano con naturalidad. Pero ella
se sobresaltó, como hacía cada vez que él la tocaba. Y últimamente había
notado que la intranquilidad que sentía se había acentuado. A veces la
sentía tan solo con que él la mirara.

—Hola, pareja —dijo el dueño del bar cuando se acercaron a la barra.

—Hola, Tom —dijo Ash.

—Hola —dijo Alex.

—¿Vais a tomar café?

—No, hemos venido a desayunar —dijo Ash sonriendo.


—Estupendo, ¿qué queréis?

—Tenemos que recargar pilas para seguir con el duro trabajo que
estamos haciendo en la casa.

—Muy bien. Sentáos en la mesa que queráis. Enseguida os llevarán un


súper desayuno —dijo el hombre sonriendo.

Se sentaron en una mesa junto a la ventana, el uno frente al otro. Alex


lo miró y le dedicó una preciosa sonrisa que hizo que todo su ser
resplandeciera.

Esa chica era abierta y sincera. Y si sentía algo, no disimulaba en


mostrarlo. Y Ash sabía que esa sonrisa le decía que le agradaba estar con él.

Por Dios bendito, ¿qué tiene esta chica?, pensó Ash. Basta con que
me sonría para que se me funda el cerebro.

Su cuerpo estaba traicionándolo, reaccionando ante ella. De pronto


sintió que tenía una erección. Hacía muchos años que no se dejaba arrastrar
por la testosterona.

¡Joder! ¿Qué coño me está pasando?, pensó.

—¿Qué vamos a hacer hoy en casa? —preguntó él para ver si


hablando de trabajo se tranquilizaba.

—Podemos pintar alguna de las habitaciones. O el sótano —dijo ella


—. ¿Qué te apetece hacer a ti?

Llevarte a una cama y follarte. Aunque la cama no importa, en


realidad, podría follarte aquí mismo, pensó.

—Si quieres que te sea sincero, hoy no tengo muchas ganas de


trabajar.

—Entonces no trabajaremos, al fin y al cabo, no tenemos que rendir


cuentas a nadie. Y además, tampoco tenemos ninguna prisa por terminar el
trabajo. ¿Quieres que vayamos a pescar?
—¿A pescar?

—Cuando fuimos con Neithan volvimos con la cena.

—Pero hace frío.

—¿Lo dices tú, que te bañas en el río, en invierno, cada día al


amanecer? —dijo mirándolo y sonriendo—. Eso me parece muy gracioso,
pero no te preocupes, nos abrigaremos bien.

Alex empezó a imaginarlos a los dos en el bosque, solos. Y sin saber la


razón, un montón de ideas descabelladas empezaron a revolotear por su
mente dejándola completamente aturdida.

—A no ser que quieras hacer algo tú solo…

—Prefiero estar contigo, aunque me muera de frío.

Ash la miró con una ligera sonrisa, y al verla, Alex se bloqueó de la


cabeza a los pies, preguntándose si él habría leído su mente y habría
descubierto sus traviesos pensamientos. Y el que se ruborizara, como lo
estaba haciendo, no ayudaría a que pensara lo contrario. Alex suspiró
pensando que no podía hacer nada.

Aprovechando que la camarera les llevó el desayuno, Alex respiró


profundamente para tranquilizarse e intentar ordenar sus poco aconsejables
pensamientos.

—Aunque tal vez deberíamos dedicarnos a pintar las habitaciones para


cuando vengan los chicos. Necesitarán un sitio para vivir mientras Neithan
les constuye las casas —dijo ella empezando a comer y sin mirarlo, porque
estaba pensando que lo de ir a pescar, con él a solas, ya no le parecía tan
buena idea.

—No vivirán en casa. El dueño de la nave que ha comprado Neithan,


tiene un apartamento muy grande en el pueblo. Está completamente
amueblado y provisto de todo lo necesario. Neithan se lo alquilará durante
el tiempo que duren las obras.
—Ah.

—¿No te lo dijo mi hermano?

—No.

—Vaya, eso me parece de lo más extraño.

—¿Qué es lo que te parece tan extraño?

—Que Neithan no te haya comentado nada al respecto. Pensaba que


los dos os lo contabais todo.

—Pues ya ves que no es así.

—Pero tienes razón, no tenemos prisa por terminar. Después de


desayunar iremos a comprar los cebos.

—Vale.

Era gracioso verlos comer juntos. Él cogía del plato de ella los
alimentos que sabía que a Alex no le gustaban y se los comía, y ella hacía
exactamente lo mismo en el plato de él. Parecía que hubieran pasado años
juntos y se conocieran a la perfección. Y ellos ni siquiera se daban cuenta.

Ash terminó el desayuno antes que ella y la estaba contemplando


mientras se terminaba de beber el café.

—¿Qué? —preguntó Alex, que estaba poniéndose nerviosa por su


insistente mirada—. ¿No te han dicho nunca que no es de buena educación
mirar a alguien con tanta intensidad?

—¿Te molesta que te mire?

—Me pone nerviosa que me mires.

—¿Pues sabes qué?, eso no me disgusta. De todas formas, aunque


disfrute haciéndote sentir incómoda —dijo él sonriéndole—, no te miraba
por eso.
—¿Y por qué me mirabas?

—Porque me gusta verte disfrutar de la comida. No eres como esas


mujeres que se dedican a picotear en el plato como si fueran pájaros. A ti se
te ve complacida. Es casi una experiencia erótica verte comer.

Ash sonrió al ver cómo las mejillas se le coloreaban. Le gustaba que se


sonrojara cuando le hacía un cumplido. Era como si todo su ser
desprendiera felicidad. Y lo que más le gustaba era ser él quien lo
provocaba. De pronto Ash fue arroyado por un cúmulo de emociones al
mirarla.

—¿Tú mujer era de las que picotean la comida?

—Sí, siempre estaba a dieta.

—Yo nunca he estado a dieta. Bueno, eso no es cierto —dijo ella


sonriendo como si recordara algo.

—¿Qué te ha hecho sonreír?

—He recordado que, después de dar a luz y de que me recuperara, me


quedé con cinco kilos de más. Entonces le dije a mi abuelo que iba a
ponerme a dieta. Él me dijo que no necesitaba hacerlo porque con el tiempo
mi cuerpo volvería a su peso normal. Así y todo empecé una dieta.

—¿Y cómo te fue?

Alex se rio. Y Ash disfrutó de esa risa que cada vez que la oía lo
conmovía.

—Unas semanas después de empezar la dieta mi abuelo me vio comer


un bocadillo a media tarde, en vez de la fruta que solía tomar. Me preguntó
si no estaba ya a dieta y le dije que sí estaba a dieta, pero que ahora tenía
dos, porque con una me quedaba con hambre.

Ash soltó una carcajada y ella no pudo evitar reírse con él.

—¿Perdiste los cinco kilos?


—Sí, y sin necesidad de dieta. Parece ser que mi abuelo tenía razón. Y
sabes una cosa, tengo la ventaja de que, coma lo que coma, no engordo —
dijo sonriéndole.

—Muchas mujeres matarían por eso.

—Lo sé. La comida es una de las experiencias de la vida. Aunque no


puedo opinar en cuanto a si es erótica o no, porque no tengo mucha
experiencia en ... esas cosas. Pero supongo que tú sí, y sabrás de lo que
hablas.

—Por supuesto —dijo él sonriendo de nuevo.

Alex quería disfrutar del físico de ese hombre, pero a distancia. Le


gustaba mantenerse alejada de él, para no tener que escuchar esa voz tan
seductora, que la trastornaba; no quería tener cerca esas manos, que tantas
noches había imaginado que le recorrían la piel; no quería ver esos
preciosos ojos azules, que eran como un cielo despejado en un caluroso día
de verano, y que estaba completamente segura de que eran capaces de leerle
la mente.

—¿Te han dicho alguna vez que tienes una boca preciosa?

Alex lo miró con tal perplejidad que Ash no pudo evitar soltar otra
carcajada.

Ella lo miró mientras reía.

—¿Te han dicho a ti alguna vez que tu risa es muy excitante? Si me


gustasen los hombres, seguro que, en este momento, me habrías puesto a
cien.

Ash la miró con una ceja levantada, porque no esperaba que ella le
dijera algo así. Y entonces fue ella quien se rio al verlo tan sorprendido. Y a
Ash le dio un salto el corazón, como le ocurría siempre que ella le sonreía.
Le gustaba que le sonriera o, simplemente, que lo mirara y se ruborizara.
Pero en ese instante se sintió aturdido por una sensación extraña, y se tensó
ante el descubrimiento.
Ash cogió las cañas del maletero del coche y Alex los cebos y la
comida. Cerró el coche con el mando y cogió a Alex de la mano. Y ella
sintió de nuevo esa especie de descarga que recorrió su piel, alterándole
todo el cuerpo. Caminaron hasta la orilla del río y prepararon sus equipos.

Cuando Ash se colocó en el lugar que había elegido para pescar, Alex
buscó un sitio alejado, buscando la distancia con él.

Alex se quitó el gorro de lana y movió la cabeza para que el pelo se le


soltara. Y Ash no pudo apartar la vista de esa melena que brillaba bajo los
rayos del sol.

—Espero que pesquemos bastante y que merezca la pena haber venido


hasta aquí con el frío que hace —dijo ella mirándolo desde la distancia.

Ash le dedicó una sonrisa que sería capaz de derretir el corazón de


cualquier mujer. Sus ojos azules le brillaban con una picardía inocente, de
no ser porque su cuerpo era el de un depredador peligroso y hambriento,
dispuesto a atacar en cualquier momento. Su despeinado pelo, que parecía
dorado bajo los rayos del sol y el asomo de su barba le hacían parecer aún
más atractivo, si eso era posible, y sexy a rabiar.

Alex podía apreciar por encima de la ropa cómo los poderosos


músculos de la espalda, de los brazos y de los muslos se tensaban con el
menor movimiento. Y se le estaba haciendo la boca agua. Ese cuerpo era el
sueño de cualquier mujer. Alex jamás podría haber imaginado que un
hombre, con un físico tan extraordinario, pudiera existir en carne y hueso. Y
menos aún, que fuera su marido.

—Después de todo ha sido una buena idea ir a pescar. Tenemos


pescado para tres o cuatro días —dijo Alex cuando entraron en casa—.Voy
a limpiarlo y congelaré el que no vayamos a comernos hoy.

—Vale. Mientras me pondré ropa para trabajar. Y luego prepararé unos


bocadillos.

—Estupendo. Estoy hambrienta.


Estuvieron comiendo en la mesa de la cocina, hablando de una cosa y
otra. Alex sentía una conexión tan profunda con él que le oprimía el
corazón.

—El 1 de abril tengo que presentarme en la base. —dijo él de repente.

—¿Qué? ¿Te han llamado?

—Llamé a mis compañeros y al comandante en Navidad para


felicitarlos. Él fue quien me dijo que se acababa mi año de excedencia.

—¿En Navidad? Pasamos las navidades en Nueva York con Neithan,


¿por qué no nos dijiste nada?

—Bueno… faltaba mucho tiempo.

—¿Te sientes preparado para volver al trabajo?

—Sí. Tendré que pasar algunas pruebas de aptitud, pero seguro que lo
conseguiré. Me siento en forma.

—Estupendo —dijo ella sin levantar la cabeza del plato.

Se sentía asustada por si él decidía no volver.

—Cuando pases las pruebas, ¿os enviarán a algún sitio?

—Claro.

—Sé que trabajaste muy duro para conseguir ser un SEAL y me alegro
de que vuelvas a trabajar. Aunque te echaremos de menos.

—Yo también os echaré mucho de menos. Me iré más tranquilo


sabiendo que Neithan estará con vosotras.

—Aunque no estuviera aquí, estaríamos bien. Hemos vivido solas


antes de que llegaras y no tienes que preocuparte por nosotras.

—Por supuesto que tengo que preocuparme, sois mi familia.


Alex se sintió muy desanimada los dos siguientes días. No podía
quitarse de la cabeza que Ash se marcharía en dos meses y medio. Sólo
quedaban diez semanas para que se marchase, para estar juntos.

Alex se excusó con que tenía la menstruación y no se encontraba bien.


No era del todo mentira porque sí tenía la menstruación, pero no se sentía
mal, nunca se había sentido indispuesta por ello. Y no trabajó con él en dos
días. Días que pasó echada en la cama, pensando.

Tenía que volver a ser la de antes, de lo contrario, con lo perceptivo


que era Ash, notaría que le pasaba algo y no quería que llegara a la
conclusión errónea de que sentía algo por él.

¿Errónea? ¿A quién quería engañar? Por supuesto que sentía algo


por él, se dijo a sí misma.

Ash aprovechó esos dos días para pìntar el sótano. Y tenía que
reconocer que la había echado mucho de menos.

El sábado siguiente, después de desayunar, Alex le dijo a la niña que


fuera a coger la chaqueta. Ellos dos salieron de la casa y la esperaban
hablando de los caballos y de la forma de montar.

—Jake dice que los caballos saben perfectamente lo que su dueño


quiere decirles mientras montan. Y que le trasmiten al caballo su confianza
con el roce de sus muslos. A mi caballo le gusta sentir mis piernas a su
alrededor, sin tener por medio una silla.

—Tu caballo no es tonto. A mí también me gustaría sentir tus piernas a


mi alrededor.

Alex lo miró sin estar segura de que le había dicho lo que creía haber
escuchado. Y cuando Ash le guiñó un ojo, supo que no se había
equivocado.

—Ya estoy lista —dijo la niña acercándose a ellos.


La ligera brisa llevó un mechón del cabello de Alex a su cara y, antes
de que pudiera moverse, Ash se lo colocó detrás de la oreja. No pudo evitar
que sus dedos acariciaran su mejilla y descendieran por el cuello,
consiguiendo que el rubor apareciera de repente en el rostro de Alex. Y Ash
le sonrió mientras la elevaba para sentarla sobre el caballo, sin ella darse ni
siquiera cuenta. Luego subió al suyo, con la pequeña sentada delante de él.

Ese mismo día, a primera hora de la tarde, fue a verlos Mark, como les
había dicho al llamarlos por la mañana.

Ash estaba haciendo algo en el sótano acompañado de su hija. Y Alex


y Mark salieron de la casa para que ella le dijera lo que quería en el jardín.

La pequeña y su padre salieron poco después y los vieron hablando y


riendo.

Ash nunca había sido un hombre celoso ni posesivo, al menos con su


exmujer. Pero se había dado cuenta de que cuando se trataba de Alex, la
cosa cambiaba. Se sentía celoso incluso del aire que le revolvía el pelo.

Ash se acercó a ellos y rodeó a Alex por los hombros con el brazo. Se
maldijo a sí mismo, por estar claramente marcando territorio.

Alex se estremeció al sentir que el calor de su contacto se extendía por


su cuerpo, aturdiéndola.

Después de un rato volvieron a la casa y se sentaron en la mesa de la


cocina a tomar un café.

—La cocina os ha quedado preciosa.

—Sí —dijo Alex—. Luego te enseñaré la casa para que veas todo lo
que hemos hecho. Falta pintar algunas de las habitaciones, instalar los
radiadores... y un montón de cosas más.

—¿Tenéis que comprar muebles?

—No creo. Hemos aprovechado muchos de la casa. Y Neithan enviará


a final de mes los de su casa, que ya ha vendido.
—Neithan me dijo que ibais a hacer cuatro estudios en el cobertizo que
hay detrás de la casa.

—Sí, ha convencido a su cuadrilla para que se venga con él —dijo


Alex—. Y cuando acaben las viviendas quiero que tengan un jardín. Te
encargarás tú, por supuesto. Por cierto, esta es la copia del plano del terreno
que te mencioné.

—Estupendo. Esto me ahorrará mucho tiempo. Haré un plano con lo


que me habéis dicho que queréis y os lo mostraré.

—Perfecto.

Después de tomar el café y de que le enseñaran la casa, Mark se


marchó.

—Parecías muy contenta cuando hablabas en el jardín con Mark —


dijo Ash después de que entraran en la casa.

—Es muy simpático, me he divertido con él —dijo ella preguntándose


si su marido estaba celoso—. Me alegro de que vaya a encargarse del
jardín.

—Sí, es estupendo —dijo él con sarcasmo—, porque va a pasar mucho


tiempo aquí divirtiéndote.

Alex le dedicó una radiante sonrisa.

—Has cambiado muchísimo. Parece que vas perdiendo ese temor que
tenías al estar cerca de un hombre.

—Sí, yo también lo he notado. Aunque tengo que decirte que sigues


siendo tú con quien más cómoda me siento.

—Vaya, eso es halagador.

—No puedo evitar que sigas siendo mi preferido —dijo dedicándole


otra deslumbrante sonrisa, aunque con las mejillas sonrosadas.
—Veremos si eso no cambia cuando Neithan esté aquí.

—Eso nunca va a cambiar. ¿Te apetece trabajar? —preguntó ella


rápidamente para no darle opción a decir nada. Últimamente Ash se portaba
de forma extraña con ella y no quería darle oportunidad de que hiciera
ningún comentario.

—Sí, trabajemos.

—¿Pintamos una de las habitaciones?

—Vale.

Alex corrió los pestillos superiores de las dos puertas de acceso a la


casa para que la pequeña no pudiera salir.

—El sótano ha quedado genial. Con las paredes tan blancas parece
mucho más grande—dijo ella mientras subían la escalera—. Siento no
haberte ayudado esos dos días.

—Te encontrabas mal... ¿no?

—Sí —dijo ella, preguntándose si él la había creído.

—Aunque he de reconocer que eché de menos que trabajaras conmigo.

—Por favor... Estamos juntos las veinticuatro horas del día.

—Pues parece ser que no son suficientes horas.

Alex entró en el dormitorio sin mirarlo y preguntándose que habría


querido decir con esas palabras. Ella no era experta en relaciones entre
hombre y mujer, pero había leído y visto películas. Así que se preguntó si
su marido estaba flirteando descaradamente con ella, o era su imaginación.
Decididamente, su marido estaba raro.

Cubrieron los marcos de la puerta y las ventanas con la cinta


protectora, en completo silencio. Ash abrió el bote de pintura y lo vació en
las dos bandejas de plástico. Alex cogió una de ellas y la llevó a un lado de
la habitación.

—Pintaré primero el techo —dijo Ash.

—Yo empezaré a pintar por aquí —dijo colocándose en una pared


alejada de él—. Háblame de tu hermano.

—¿De Neithan?

—¿Tienes otro hermano que no conozco?

—No —dijo él sonriendo por su sarcasmo—. ¿Qué quieres saber?

—Lo cierto es que me gustaría saberlo todo sobre él. Pero puedes
empezar por hablarme de su trabajo, de cómo empezó.

—¿Quieres saberlo todo sobre él?

—También me gustaría saberlo todo sobre ti, pero teniendo en cuenta


que vivimos juntos desde hace tres meses y no me has contado
prácticamente nada de tu vida, he llegado a la conclusión de que no quieres
hacerlo.

—Nunca me has preguntado nada.

—Nunca te he preguntado nada, porque sabía que te había ocurrido


algo de lo que no querías hablar y no quería meter la pata.

—Ahora ya sabes lo que sucedió, así que puedes preguntarme lo que


quieras.

—De acuerdo.

Como Alex permanecía en silencio, Ash empezó a hablarle de


Neithan.

—El principio fue difícil para él. En aquel entonces vivíamos juntos en
mi casa. No es que Neithan tuviera problemas económicos, porque cuando
murieron nuestros padres vendimos el rancho y nos dieron un buen dinero
por él. Con ese dinero compré mi apartamento. Él quería montar un estudio
de arquitectura y prefirió vivir conmigo y guardar el dinero para el futuro
negocio. Poco después alquiló un local y montó el estudio de arquitectura, y
se permitió contratar a una secretaria. No quería arriesgar el capital, porque
su intención era montar también una empresa de construcción, e iba a
necesitar todo el dinero del que disponía.

—Tu hermano era ambicioso.

—Sí. Trabajaba quince horas al día porque tenía que ocuparse él


mismo de todo el trabajo técnico.

—¿Qué es el trabajo técnico?

—Hacer los planos, después de que él los diseñara, que es lo que


suelen hacer los delineantes. Y además hacía el trabajo del ingeniero y el
aparejador. A fuerza de trabajar fue haciéndose un nombre hasta que el
estudio empezó a prosperar y a obtener beneficios. Entonces contrató el
personal necesario para hacer el trabajo técnico y el administrativo. Aunque
él siempre ha supervisado detalladamente cada proyecto. Luego compró un
terreno donde pretendía hacerse la casa y en ese terreno montó la empresa
de construcción. Tiene en plantilla a veintitrés personas. Los chicos que
conoces trabajan con él desde el principio.

—Entonces los que hacen el trabajo técnico no van a venir.

—No, sólo le acompañarán los chicos. Va a empezar desde cero, otra


vez. Aunque ahora tiene algo muy importante.

—¿Más dinero?

—Experiencia. Pero también tiene mucho más dinero que cuando


empezó.

—Yo creo que la experiencia es lo más importante. Aunque aquí no


tendrá tanto trabajo como en Nueva York.
—Eso le irá bien. Últimamente estaba muy estresado por tener
demasiados proyectos entre manos. Neithan disfruta diseñando, y te aseguro
que es muy bueno, pero ha abarcado demasiado hasta sentirse desbordado.
El cambio le sentará bien.

—Me dijiste que le ayudaste a construir su casa.

—Sí, cuando volvía de alguna misión iba a trabajar en sus obras


mientras mi hija estaba en el colegio. Prefería trabajar a estar sin hacer
nada.

—¿Después de cada misión tenéis un permiso?

—No siempre.

—¿Cuánto suelen durar esas misiones?

—No tenemos un tiempo fijo para acabar el trabajo. A veces lo


resolvemos en unos días, otras en unas semanas.

—¿Cuál es el tiempo más largo que habéis estado en una misión?

—Casi cinco meses.

—¿Casi cinco meses sin volver a casa?

—Sí. ¿Sabes que es lo peor?

—¿Eso no es lo peor?

—Bueno, eso es malo, desde luego, pero lo peor es que a veces tienes
que largarte y sólo lo sabes unos minutos antes. Sin poder despedirte de la
familia o incluso sin poder decírselo.

—¿Cómo lo llevaba tu exmujer?

—Mal. Siempre estaba cabreada. Sabes, cielo. Hay que trabajar muy
duro para ser un SEAL. Pero sus esposas tienen que ser muy fuertes, casi
más fuertes que ellos. Y mi mujer no lo era.
—¿Qué cargo ocupas en el ejército?

—Soy teniente de las fuerzas especiales de la Armada.

—Suena importante. ¿Los SEAL tenéis un buen sueldo?

—Teniendo en cuenta el riesgo que corremos, no.

—¿Has perdido a algún compañero en alguna misión?

—No. Formamos un buen equipo, como tú y yo —dijo él sonriéndole


—. Y cuidamos los unos de los otros. Aunque a veces volvemos con alguna
herida. Me estás haciendo muchas preguntas sobre mi trabajo. ¿Estás
preocupada por si no vuelvo?

—No... No lo sé. Es posible.

—Yo siempre vuelvo.

—Eso es un poco arrogante por tu parte, ¿no crees? No deberías tentar


a la suerte con esa clase de comentarios engreídos.

—Tienes razón —dijo él riendo.

Cada vez que Alex escuchaba su risa, el sonido se le metía muy


adentro. Alex lo miró. Ash tenía el rostro relajado, parecía feliz y mucho
más joven.

—¿Qué hacen los SEAL cuando se hacen mayores y no pueden ir a las


misiones?

—Suelen ascender de graduación. Algunos se dedican a entrenar a


nuevos miembros. Otros a trabajo burocrático...

—Pero se quedan en la base.

—Sí. Aunque yo, personalmente, no me quedaré allí. Cuando ya no


pueda hacer mi trabajo me retiraré.
—¿Y qué harás?

—En mi entrenamiento he aprendido muchas cosas. Puedo trabajar de


guardaespaldas...

—Arriesgando de nuevo tu vida para salvar a los demás —dijo ella


interrumpiéndole.

—¿Quién te ha dicho que hago eso en mi trabajo?

—Lo he deducido yo solita.

—Qué lista es mi mujercita. También puedo abrir una agencia de


detectives. Te aseguro que lo haría bien. Red, uno de mis compañeros, me
ha dicho de montar a medias una empresa de seguridad. Ya sabes, alarmas,
equipos de búsqueda, transmisores... Y también podría trabajar con mi
hermano.

—¿Hasta qué edad podéis ir a las misiones?

—Más o menos hasta los cuarenta. Depende del estado físico de cada
uno. ¿Quieres que me jubile antes?

—No me importaría que lo hicieras ya.

Ash le sonrió y la vio ruborizarse.

—No te preocupes, cielo. No voy a desaparecer de tu vida.

—Espero que no olvides esas palabras, de lo contrario, no disfrutarás


de la casa, después de todo el trabajo que estamos haciendo para ponerla a
punto.

—La casa no me importa tanto como tú y nuestra hija. Lo cierto es


que, cuando vuelva al trabajo, voy a echarte mucho de menos. Hemos
pasado mucho tiempo juntos y me gusta estar contigo. La verdad es que me
gustas… mucho.
Alex se volvió de espaldas a él y empezó a pasar el rodillo por la
pared. Cerró los ojos y respiró profundamente para calmar los frenéticos
latidos de su corazón, que se había vuelto loco al oír esas palabras.

La pequeña entró en la habitación cuando a Alex se le cayó el rodillo


al suelo por los nervios.

—¡Mierda! —dijo cogiendo el trapo para limpiar la madera.

—Mamá, no hay que decir palabrotas. Tú siempre lo dices.

—Siempre digo que tú no puedes decir palabrotas. Yo sí puedo, porque


tengo un permiso especial.

—¿Quién te ha dado ese permiso?

—Tu papá.

Ash la miró sonriendo, y luego miró a la niña.

—¿A mí también me puedes dar permiso, papá?

—De momento no, tal vez cuando tengas unos años más.

—Vale. ¿Puedo salir fuera a columpiarme?

—No —dijo Alex rotundamente.

—¿Por qué no hacemos un descanso? Salgamos a respirar un poco de


aire mientras Dawn se columpia. Pronto será de noche.

—Sí, vamos, mami —dijo la niña saliendo de la habitación.

—Vamos, cariño —dijo Ash tendiéndole la mano a su mujer.

Alex posó los dedos en su palma y él cerró la mano sobre la suya. Un


escalofrío recorrió el brazo de ella hasta expandirse por todo su cuerpo. Ash
sintió esa tensión.
—Para haberme dicho sólo hace un rato que soy con quien más
cómoda te sientes, lo disimulas muy bien. ¿Qué te sucede?

—Nada. Aún no me he acostumbrado a que me cojas la mano.

—¿Te molesta que lo haga?

—No, la verdad es que me gusta. Y, si en algún momento me tenso, no


me lo tengas en cuenta, por favor.

—De acuerdo —dijo tirando de ella para abandonar la habitación.

Ash le rozaba la mano con el pulgar de manera tan natural que, sin
saber por qué, la tranquilizó.

Habían pasado unos días. Ya habían trasladado todas sus cosas al


dormitorio de la primera planta, incluido el armario y la cómoda, que les
ayudó Jake en una de sus visitas y la pequeña dormía a dos habitaciones de
la de ellos.

—¿Quieres que pongamos aquí los muebles de tu habitación cuando


vendas tu apartamento de Nueva York? —le preguntó Alex por la noche
cuando estaban en la cama.

—Decídelo tú. Aunque mi cama es de dos metros y esta de uno


cincuenta.

—Compramos el somier provisional para aprovechar el colchón de mi


abuelo. Pero si conservamos esta tendríamos que comprar una cama a
medida del colchón.

—A mí no me importa, aunque puede que tú te sientas más cómoda


con mi cama, teniendo más espacio.

—No tengo problemas de espacio. Pero me encanta tu habitación.


Bueno, en realidad, me gustan todos los muebles de tu casa.

—Entonces pondremos aquí los muebles de mi habitación, y


buscaremos sitio para colocar el resto.
—Neithan me dijo que quería tener los muebles de su habitación aquí.
Así que no tendremos que pensar mucho en la decoración de su dormitorio.

—Amuebló su casa con mucho cariño. Bueno, yo también lo hice.

—¿Tú mujer no cambió nada cuando os casasteis?

—Quería cambiarlo todo, pero no la dejé.

—Pues me alegro, porque me encanta tu apartamento.

—Dawn me dijo que quería tener una habitación como la de Laura.

—Sí, a mí también me lo dijo. Sé que sería difícil para ti que


estuvieran sus cosas aquí. Podríamos decorarla de manera similar.

—Alex, desde que volvimos de Nueva York hemos hablado tantas


veces de Laura que ya me parece de lo más natural. Así que, cuando venda
el apartamento y tengamos aquí todo lo que hay en él, Dawn podrá
quedarse lo que quiera para su habitación. No voy a sentirme mal por eso.

—De acuerdo. Hay otra cosa de la que quería hablarte.

—Adelante.

—Dawn me dijo ayer que todos sus amigos tienen en su casa las fotos
de cuando sus padres se casaron. Te importa si pongo una de las fotos de
nuestra boda en un portarretratos.

—¿Por qué iba a importarme?

—No lo sé, pero tenía que preguntártelo. Lo haré esta semana. Ya nos
queda poco para finalizar la casa.

—Sí. ¿Cuántas habitaciones nos quedan por pintar?

—Dos en esta planta. Y además, la escalera y el recibidor. Y no hemos


hecho nada en la planta de arriba.
—La planta de arriba es muy grande y habrá un montón de trabajo.

—Sí. Hay que quitar el papel de las paredes, cambiar el suelo, los
marcos de la puerta y las ventanas, los rodapiés... Es la planta que más
estropeada está, por el agua que entró por los techos. Pero, como no
tenemos planeado hacer nada en ella, de momento, no tenemos prisa.

—Aunque no tengamos prisa, creo que deberíamos terminarlo todo.


Así nos quitamos el trabajo de encima.

—Tienes razón.

—Esa planta nos llevará, al menos, dos semanas, puede que más.
Supongo que la casa quedará lista a finales de febrero. Al menos tendré un
mes para disfrutar de ella, antes de marcharme.

—Sí. Aunque aún faltará restaurar algunos muebles.

—Eso me gustará más que quitar el papel de las paredes. Vamos a


dormir que mañana tenemos mucho trabajo por hacer.

—Como cada día. Buenas noches.

—Buenas noches, cielo.

Ash se despertó a media noche y se sentó en la cama.

—¿Qué pasa?

—Hay alguien fuera.

—¿Cómo lo sabes?

—Le he oído caminar. Dame tu pistola.

—¿Qué vas a hacer?

—Comprobar quién está a estas horas fuera de nuestra casa.


—Voy contigo.

—No. Tú te quedas aquí.

—¿Y si entra alguien en casa mientras estás fuera?

—No permitiré que entre.

Ash cogió el arma que Alex le dio y comprobó que estaba cargada.

—Volveré enseguida —dijo inclinándose hacia ella y besándola en la


frente.

Ash entró en el dormitorio media hora después.

—¿Has visto a alguien?

—No, pero quien fuera, ha estado rodeando la casa. He visto las


huellas.

—¿En la oscuridad?

—Llevaba una linterna.

—¿Estás seguro de que esa persona no ha entrado en casa?

—Por supuesto que estoy seguro. La he revisado de arriba abajo —dijo


dejando la pistola debajo de la almohada y metiéndose en la cama—.
Duérmete, todo está bien.

—No, Ash, todo no está bien. Creo que ha llegado el momento de que
te cuente lo que me sucedió.

—Está bien. ¿Quieres que vayamos al salón? ¿O a tomar algo a la


cocina?

—No, prefiero hablar aquí, a oscuras.

—¿Por qué a oscuras?


—Porque me da vergüenza hablarte de ello.

—Sabes que puedes confiar en mí. No tienes que sentir vergüenza de


hablarme, de cualquier cosa.

—Sé que cuando lo sepas te alejarás de nosotras.

—No digas tonterías. Eso no va a pasar.

Alex se giró hacia él. Estaban uno frente al otro. La luz de la luna
entraba por la rendija de la cortina iluminándolos, aunque ninguno de los
dos podía distinguir los rasgos del otro.

—Ya te dije que cuando tenía catorce años me sucedió algo que hizo
que no quisiera tener ninguna relación con los hombres.

—Sí.

—Un día, volvía a casa de la biblioteca. Era el mes de noviembre y


estaba completamente de noche. Mi abuelo y yo vivíamos en Mansfield,
Ohio. Oí que un coche se detenía en la calle detrás de mí, pero no le di
importancia y no me volví. Hacía frío y quería llegar a casa cuanto antes.
No había nadie por la calle. Alguien se acercó por detrás y me puso algo
cubriéndome la nariz y la boca. Y creo que me dormí, porque en todos estos
años no he podido recordarlo. Cuando desperté estaba echada en el asiento
trasero de un coche, que estaba parado en el bosque. Había un hombre
sentado junto a mis piernas. Me sentía aturdida y asustada. Me dijo: Por fin
te has despertado. No podía hablar por el miedo que sentía, y además, tenía
un sabor extraño en la boca. Empecé a llorar diciéndole que quería ir a casa.
Y aún me dio más miedo cuando se rio. Me dijo: No te preocupes, te llevaré
pronto a casa. Entonces me subió la falda y me bajó las bragas. Yo empecé
a gritar y a darle patadas, pero me sujetó las piernas muy fuerte y me hacía
daño. Me dijo: Si no te estás quieta te golpearé hasta que pares, y luego te
mataré. Me sentía impotente. Me quedé muda. Me senté lo más alejada que
pude de él. Estaba aterrada.

Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de Alex y se las


limpió con la mano, sollozando.
—Oí que se bajaba la cremallera del pantalón y tuve ganas de vomitar.
Temía por mi vida y pensaba que, si ese hombre me mataba, mi abuelo se
quedaría solo. De pronto me tumbó en el asiento, me abrió las piernas y se
echó sobre mí. Tuve ganas de vomitar de nuevo al oler su aliento. Giré la
cara hacia un lado porque no quería que me besara. Empecé a llorar de
nuevo. Entonces sentí una presión entre mis piernas y grité cuando se
introdujo en mí. Había oído decir a algunas chicas del instituto que la
primera vez dolía un poco, pero a mí no me dolió un poco sino muchísimo.
Estuvo penetrándome, una y otra vez, y cada vez me dolía más. Aquello me
estaba doliendo demasiado, pero pronto dejó de importarme el dolor. Lo
único que quería era que acabara para poder irme a casa y que mi abuelo me
abrazara.

Ash tenía los puños apretados de la rabia que sentía. Quería abrazarla
para que supiera que él estaba allí.

—Cuando acabó salió del vehículo. Al abrir la puerta la luz del interior
permitió que viera que se abrochaba el pantalón. Yo no podía encontrar las
bragas, así que salí del coche por el otro lado y me bajé la falda. Y vomité.
Eché todo lo que tenía en el cuerpo, y cuando ya no me quedaba nada
dentro, seguí con arcadas y vomitando líquido. Pude verle por encima del
techo del coche. Fue sólo un instante, pero la imagen de su rostro nunca se
borró de mi mente. Me dijo: Hace días que te estoy vigilando y sé donde
vives, así que no hables con nadie de lo que ha pasado o iré a por ti. Me
indicó la dirección a seguir para llegar a la carretera. Cogió la mochila que
tenía en el asiento del copiloto y me la tiró. La cogí del suelo y empecé a
correr. Al llegar a casa encontré una nota de mi abuelo diciéndome que
estaba en casa de un amigo y que volvería a la hora de cenar. Subí a mi
cuarto, me quité la ropa y me metí en la ducha. Y vomité de nuevo. Estaba
dolorida, me escocía ahí abajo, como cuando te haces un corte y te echas
alcohol. Y sobre todo, me sentía avergonzada.

Ash no pudo resistirse más. La acercó a él y la abrazó muy fuerte. Y


ella se aferró a él llorando.

—Cariñó, vergüenza es lo único que no debes sentir —dijo


acariciándole la espalda y el pelo—. Supongo que nuestra hija fue el
resultado de ello.
—Sí.

—¿Por qué no lo arregló tu abuelo para que abortaras?

—Él no sabía que estaba embarazada. No le había dicho nada porque


tenía miedo de que ese hombre fuera a buscarme. Se enteró un día que me
prestó más atención de la normal, y ya era demasiado tarde para abortar. Y
entonces le conté lo ocurrido. Se lo hice pasar muy mal porque desde la
noche que ese tío me violó ya no quise salir de casa. Él me preguntaba qué
me ocurría, pero yo me limitaba a decirle que tenía miedo. Y estaba muy
preocupado por mí. Cuando se enteró, meses después de que ocurriera, me
llevó a la policía y puso una denuncia, pero como le dijeron, había pasado
mucho tiempo y no había pruebas. Y yo no sabía ni quién era ni cómo se
llamaba ni el coche que tenía, porque no lo había visto antes. Nunca me he
arrepentido de tener a Dawn ni lo he lamentado, todo lo contrario. Creo que
tenerla fue una gran recompensa por el mal rato que había pasado. Ella es lo
más valioso de mi vida.

—Creeme que te entiendo. Mi hija era lo más importante de mi vida


también. ¿Él sabe que tienes una hija suya?

—Fue a casa un día y yo abrí la puerta. Supe al instante que era él.
Estaba embarazada de ocho meses y dijo: Vaya, voy a ser padre. Mi abuelo
llegó a tiempo de oírlo y le cerró la puerta en las narices. Entonces llamó a
la policía y se presentaron dos agentes poco después. Pero ningún vecino lo
había visto y no había ido en coche. Después de eso, fue otras veces a casa,
pero mi abuelo me había dicho que no abriera nunca. A través de la puerta
me exigía que abriera, diciendo que era el padre de mi hija y tenía derecho a
verla. La última vez fue el año pasado. Mi abuelo abrió la puerta, pero ese
día no lo dejó que se la cerrara en las narices. Lo empujó y entró en casa.
Yo fui al recibidor con la niña al oír a mi abuelo gritar, amenazándolo con
llamar a la policía. Pero cuando mi abuelo cogió el teléfono él le golpeó en
la cabeza con una figura, que cogió de un mueble y luego empezó a
golpearlo. Yo cogí a Dawn y la encerré en la cocina. Y cuando volví al
salón me arrodillé en el suelo con mi abuelo y le grité para que lo dejara en
paz porque seguía golpeándolo. Los vecinos oyeron los gritos y llamaron a
la policía, pero antes de que llegaran lo apuñaló en el vientre. Al oír las
sirenas abrí la puerta. Los agentes lo esposaron y antes de llevárselo se
volvió hacia mí y me dijo: A partir de ahora no podrás estar tranquila
porque voy a ir a por ti, estés donde estés. Tú y la niña sois mías. Somos
una familia. Tuve que declarar en el juicio y lo declararon culpable. Le
cayeron quince años, por violación y asesinato. Pero sé que cuando salga,
vendrá a por nosotras. Por eso me trasladé aquí.

—Pero has dicho que lo encerraron el año pasado, ¿no?

—Sí.

—Entonces no puede ser quien ha estado fuera de casa esta noche. ¿Se
ha puesto alguna vez en contacto contigo?

—Recibí una carta suya desde la cárcel, poco antes de venir a vivir
aquí. No sé si me escribiría alguna más después de mudarnos aquí. En ella
me contaba los planes que tenía para nosotros tres. Creo que está
obsesionado con nosotras.

—¿Por casualidad tienes esa carta?

—Sí. La guardé por si algún día la necesitaba, ya que mencionaba la


violación.

—Estupendo. Mañana me la das, iré a hablar con el sherif.


Capítulo 12
El día siguiente era sábado, pero no salieron a montar porque Ash
quería ir al pueblo. Le dijo a Alex que no salieran de la casa y no le abriera
la puerta a nadie.

—Hola —dijo Ash al oficial que estaba tras el mostrador del edificio
de la policía.

—Buenos días. ¿Qué desea?

—Quisiera hablar con el sherif. Soy Ashton Brady.

El policía llamó a su jefe por el intercomunicador y este le dijo que lo


enviara a su despacho.

Ash caminó hacia allí. La puerta estaba abierta.

—Hola, sherif.

—Hola. Pase, por favor.

—Soy Ashton Brady. Vivo en la casa…

—Sé quien es y donde vive —dijo el hombre levantándose para darle


la mano—. Un placer conocerle.

—Lo mismo digo —dijo Ash estrechándosela.

—Siéntese, por favor. Siempre suelo informarme de la gente que viene


a vivir aquí —dijo el hombre sentándose de nuevo detrás de su mesa—. Y
he de reconocer que me impresioné al leer su informe. Sé que trabaja en un
cuerpo especial de la Armada. Aunque tengo entendido que está de
excedencia.

—Sí. Volveré al trabajo a primeros de abril. Supongo que también sabe


el motivo de mi excedencia.
—Supone bien. Y lamento profundamente lo que le sucedió a su hija.

—Gracias.

—¿Qué le trae por aquí?

—Se trata de mi mujer. Supongo que también sabe lo que le sucedió a


ella.

—Mi trabajo es estar informado.

—Lo entiendo. Anoche había alguien rondando nuestra casa a las tres
de la mañana.

—¿Supo quién era?

—No, cuando salí ya se había marchado. Mi mujer está preocupada


porque piensa que puede ser el tipo que la violó y mató a su abuelo.

—Tengo entendido que está en la cárcel desde hace varios meses.

—Me informaré de si sigue allí —dijo Ash.

—Lo haré yo ahora —dijo el sherif cogiendo el teléfono—, tengo un


amigo en la comisaría de Mansfield.

Después de hablar unos minutos con el policía colgó.

—En unos minutos me enviarán por fax el informe policial y la foto


del individuo.

—Cuando vea su foto sabré si lo he visto por aquí —dijo Ash.

—¿Se fija en todas las personas que ve por la calle?

—Me fijo en las personas, en los vehículos que conducen, dónde los
he visto, la hora que era y hacia dónde iban.

—Impresionante. Supongo que todo eso entra en su entrenamiento.


—Supone bien.

Estuvieron hablando de la casa y de todo el trabajo que estaban


haciendo en ella. De Mark, que estaba diseñándoles el jardín. Y de Neithan,
que iba a trasladarse a vivir con ellos. El sherif ya lo sabía casi todo, incluso
que Neithan había comprado la nave y había alquilado un piso en el pueblo
para que su cuadrilla viviera mientras construían sus estudios.

El sherif se levantó para coger las hojas del fax y volvió a sentarse.
Miró la foto y se la dio a Ash mientras leía el informe.

—Joder. Mi mujer tenía razón en sus sospechas. Es él. Lo vi la semana


pasada en la carretera que va hacia mi casa, pero se dirigía hacia aquí.
Conduce un Ford Escort marrón oscuro y bastante viejo. No pude ver la
matrícula porque estaba cubierta de barro.

—Tiene razón, es él. Se escapó de la cárcel hace tres semanas. ¿Quiere


leer el informe?

—Me gustaría.

El sherif le entregó los papeles y Ash los leyó.

—Está en busca y captura —dijo el sherif cuando Ash le devolvió los


papeles, después de leerlos—. Lo supimos al día siguiente de escaparse,
pero fue mi ayudante quien se encargó y no lo relacionó con su mujer.
Hemos estado atentos, pero no lo hemos visto por aquí. Puede que no se
deje ver. ¿Quiere que envíe una unidad para que ronde por su casa?

—No hace falta. No pienso separarme de mi mujer ni de mi hija hasta


que lo cojan, o lo coja yo.

—No haga ninguna tontería de la que pueda arrepentirse.

—Yo no hago tonterías, sherif. Y le aseguro que no suelo arrepentirme


de mis actos. No voy a prometerle que no acabaré con ese malnacido… si
se acerca a mi familia.
—Si acaba con él, no seré yo quien se lo recrimine. Nadie debería
seguir viviendo después de violar a una niña.

—Esta carta se la envió ese sujeto a mi mujer desde la cárcel —dijo


Ash intentando no pensar en lo que le sucedió a su hija—. En el juicio se
mencionó que él violó a mi mujer, pero como no lo habían denunciado en el
momento que ocurrió...

El sherif cogió el papel y lo leyó.

—Bueno, esta es la prueba de que fue él quien lo hizo. No la pierda.


¿Le importa que haga una copia para añadirla al informe?

—Adelante.

Después de que hiciera la copia le devolvió la carta.

—Manténgame informado si vuelve a verlo. Y avíseme si me necesita,


a cualquier hora del día o de la noche. Aquí están los teléfonos de la oficina
y el mío personal —dijo el sherif entregándole una tarjeta.

—Gracias.

—¿Qué has averiguado? —preguntó Alex tan pronto Ash entró en la


casa.

—Tus sospechas eran ciertas, ese tío está en la calle. Se escapó de la


cárcel hace unas semanas.

—¡No! Va a venir a por nosotras. Nos llevará con él.

—Eso no va a pasar, cielo —dijo Ash acercándola a él para abrazarla


—. No pienso separarme de vosotras.

—Puede llevársela del colegio.

—El lunes iré a hablar con la señora Anderson y le diré que no deje a
Dawn salir de la clase hasta que yo vaya a recogerla.
—Tengo miedo.

—Lo sé, pero no tienes nada que temer —dijo abrazándola más fuerte
—. Vamos a portarnos con normalidad para que Dawn no note nada
extraño, ¿vale?.

—De acuerdo.

Estuvieron toda la mañana en el exterior. Ash estuvo cortando leña


mientras la pequeña se columpiaba y Alex colocaba los troncos en la leñera
techada que había junto a la puerta trasera de entrada.

Antes de entrar en la casa Ash se quitó la camiseta para lavarse.

Alex se quedó embobada viendo las gotas de agua que resbalaban


sobre aquel torso de fantasía. Sus brazos eran fuertes, sus hombros anchos y
sus pectorales perfectos. Y qué decir de esos abdominales…

Dios, ese hombre es una obra de arte, pensó Alex suspirando mientras
se dirigía a la cocina.

Prepararon la comida entre los dos. Y después de comer salieron por la


puerta delantera de la casa y fueron a la carretera con la bicicleta. Ash
estuvo enseñando a la pequeña a montar. Y luego se dedicó a quitar las
malas hierbas de delante de la casa mientras Alex y la niña corrían jugando
a su alrededor.

Poco antes de que oscureciera entraron en la casa. Ash llevó el portátil


a la mesa de la cocina.

—¿Vas a trabajar, papá?

—No, voy a comprar algunas cosas —dijo sentándola sobre sus


piernas—. ¿Quieres ayudarme a elegirlas?

—Sí.

—Ven aquí, cielo —le dijo a Alex—. Siéntate con nosotros, nos vamos
de compras.
—Iba a preparar la cena.

—Luego la prepararemos entre los dos.

—Vale. ¿Qué vas a comprar? —dijo ella colocando una silla junto a la
de él.

—Todo lo que necesitamos para el sótano.

Primero compraron todos los aparatos del gimnasio. Y a continuación


estuvieron viendo las mesas de billar. Hablaron con Neithan para que
decidieran juntos cual de ellas comprar. Alex eligió una mesa con las sillas
para jugar a las cartas. Y dos horas después lo tenían todo pedido. Lo del
gimnasio lo recibirían a final de mes y la mesa de billar y el resto de cosas
la primera semana de febrero.

—Mañana deberíamos ponernos con los rodapiés del sótano —dijo


Alex.

—¿Tienes suficiente madera?

—Sí. Y cuando lo tengamos instalado nos dedicaremos a las ventanas.

—Bien.

—Están en muy malas condiciones. Tendremos que sacarlas una a una,


repararla o hacerla nueva y volverla a colocar, y luego iremos a por la
siguiente. No quiero dejar el hueco sin la ventana por mucho tiempo por si
entra algún animal.

—Yo me encargaré de sacarlas y ponerlas, y tú de arreglarlas.

—Bien.

—Y vigilaré de que no entre ningún intruso.

Ella le dedicó una radiante sonrisa, que hizo que Ash se estremeciera
de placer al verla.
—Deberíamos tenerlo todo terminado y limpio para cuando recibamos
la maquinaria del gimnasio. Y hay que lijar también el suelo y cambiar
algunas de las láminas que están combadas —dijo Alex.

—En ese caso, dedicaremos todo nuestro tiempo al sótano a partir de


ahora.

Cuando la pequeña se durmió decidieron acostarse ellos también.

—Háblame del tiempo que estuviste sin salir a la calle —preguntó Ash
cuando estaban en la cama con la lamparita encendida.

—Solía imaginar que tenía muchos amigos. A medida que pasaba el


tiempo imaginaba que viajaba por todo el país.

—¿Estuviste en muchos sitios? —preguntó él sonriéndole.

—La verdad es que sí, la imaginación da para mucho —dijo ella


sonriendo—. Pero luego volvía a la realidad y me veía en casa, encerrada.
Cuando pasas mucho tiempo así, apartada de todo, la sensación de soledad
se convierte en parte de ti misma. Cuando murió mi abuelo estaba asustada,
porque sabía que tendría que salir de casa. Era como cuando miras hacia el
sol, que tienes que apartar rápidamente la mirada porque no lo puedes
soportar. Sentía exactamente eso. Cuando iba al supermercado a comprar
quería volver cuanto antes.

—¿Quién te ayudó con los trámites y el papeleo cuando tu abuelo


murió?

—Jake. Le llamé poco después de que mi abuelo muriera y llegó ese


mismo día. Menos mal, porque me sentía aterrada al pensar que tendría que
dormir sola en casa con Dawn. Jake se quedó conmigo varios días, y se
ocupó de todo.

—Me alegro de que estuviera contigo.

—Yo también. Él fue quién mencionó lo de comprar esta casa. Cuando


vio que me sentía mejor empezó a hablarme de ello, hasta que me
convenció.

—Para mí ha sido una suerte que te convenciera, de lo contrario, no te


habría conocido.

—Sí, menudo chollo tienes conmigo —dijo ella sonriendo—. No sabes


cuánto he rezado en mi vida desde que me violaron hasta que mi abuelo
murió. Y a medida que iba pasando el tiempo, me iba dando cuenta de que
Dios no me escuchaba, porque ninguno de mis ruegos o peticiones se
cumplieron.

—¿Qué le pediste?

—Cuando supe que estaba embarazada le pedí abortar. Ahora me


alegro de que Dios estuviera ocupado y no escuchara mi petición. Pero en
aquel tiempo tenía miedo de que mi hijo fuera un monstruo, como su padre.
Luego pedí que ese hombre muriera de un accidente o de cualquier
enfermedad y no volviera a aparecer por mi casa. Y cuando lo encerraron,
recé para que lo mataran en la cárcel. Supongo que soy una mala persona
por desear la muerte de una persona.

—Nada de eso, cariño. Eres la mejor persona que conozco. Y tengo


que decirte que yo también deseo ver a ese tipo muerto. Y te aseguro que
eso sucederá, si se atreve a acercarse a vosotras.

—Me alegro de tenerte con nosotras.

—Y yo de estar aquí. ¿Cómo pudiste soportar estar encerrada en casa,


sin ir a ninguna parte, durante siete años?

—El trabajo me mantenía ocupada. Mi abuelo tenía la carpintería junto


a la casa y había una puerta que las comunicaba. Trabajaba con él todas las
mañanas. Él se empeñó en que aprendiera todo lo que él sabía. Seguramente
quería tenerme entretenida.

—Eso nos ha venido muy bien. Eres muy buena trabajando la madera.
—Sí, era bastante estricto enseñándome a hacer las cosas. Ahora lo
agradezco. Las tardes las dedicaba a estudiar. Acabé el bachiller online. Y
luego estudié contabilidad. Así que mantenía mis manos y mi mente
ocupadas. Hacía descansos para ocuparme de Dawn cuando estaba
despierta y cuando fue creciendo iba dedicándole más tiempo. Le enseñaba
a a leer y a escribir, a sumar y restar...

—¿No fue al colegio?

—Su primer colegio fue al que va ahora. Mi abuelo habló con la


maestra del colegio, al que tenía que haber ido y que estaba cerca de casa, y
le explicó lo que sucedía. Ella le dio los libros que Dawn tenía que estudiar
y se puso en contacto conmigo. Hablábamos a menudo por teléfono y me
aconsejaba. Así que, yo fui su profesora. Y parece que no lo hice mal,
porque tiene el mismo nivel que sus compañeros.

—Eres una madre fantástica.

—Gracias. Me di cuenta de que la vida no terminaba por estar recluida


en casa. Tenía una hija y sabía que mi abuelo no estaría siempre con
nosotras. Así que empecé a tomarme los días uno a uno.

Cuando sus miradas se encontraron, Ash sintió de pronto una presión


en el pecho, como si llevara encima el peso de todo lo que había tenido que
soportar su mujer y le costara respirar.

Estuvieron un instante en silencio. Un silencio relajante y acogedor.

—Yo pienso que es mejor enfrentarse a los problemas, pero entiendo


que eras una cría y no tenías capacidad para recapacitar, por el miedo. Y
con ello permitiste que tus problemas se convirtieran en algo demasiado
grande.

—¿Enfrentarse a los problemas? ¿Te refieres a cómo te enfrentaste tú a


los tuyos intentando acabar con tu vida? Y no se puede decir que fueras un
crío.
—Reconozco que no lo hice nada bien —dijo él sonriéndole—. Somos
dos almas en la oscuridad.

Alex lo miró. En Ash había una fuerza que lo hacía parecer invencible
y poderoso cuando estaba serio. Pero cuando sonreía de esa manera tan
tierna, como estaba haciendo en ese instante, hacía que su corazón se
alterara.

—Desde que estás con nosotras me siento diferente.

—¿Diferente en qué?

—No sé cómo explicarlo, es como una sensación. Como si tú hubieras


iluminado la oscuridad en la que vivía.

—Vaya. Eso que has dicho es muy bonito —dijo Ash.

—Sí. A veces se me ocurren cosas de lo más cursis —dijo ella riendo


—. Aunque has sido tú quien ha mencionado que somos dos almas en la
oscuridad. Así que el cursi eres tú.

—Tienes razón —dijo Ash sonriendo de nuevo—. Cielo, te has


aferrado a ese odio durante mucho tiempo y ya va siendo hora de que
empieces a vivir la vida como mereces.

—Mi vida no va a cambiar hasta que esté completamente segura de


que ese malnacido no va a acercarse a nosotras.

—Puedes estar segura de que no lo hará.

—Tú te marcharás en unas semanas.

—¿Crees que voy a marcharme antes de que ese cabrón esté a buen
recaudo? Si pierdo el trabajo por no presentarme en la base no me
importará. Debería estar ahí fuera esperándolo.

—No quiero que te pongas en peligro. Ahora no puedo perderte.


El lunes llevaron a la pequeña al colegio antes de la hora y hablaron
con la maestra. La mujer les aseguró que la niña permanecería con ella
hasta que uno de los dos la recogiera.

Cuando volvieron a casa, vieron el coche de Mark en la puerta.

—Mira quien ha venido a entretener a mi mujer —dijo Ash parando el


coche junto al del hombre. Ella miró a su marido sonriendo.

Tomaron un café mientras examinaban el plano en la mesa de la


cocina.

—Dios mío, me encanta. Se ve precioso —dijo Alex.

—Podéis cambiar el tipo de flores. Yo he elegido de temporada para


los parterres cercanos a la casa y será sencillo para el jardinero que se
encargue del mantenimiento para que las cambie cada temporada. Así
siempre tendréis flores. Y para el resto del jardín he elegido plantas
perennes que florecen durante todo el año. Y estos árboles son preciosos y
sus hojas le darán un toque de color.

Mark les señalaba todo en el plano a color.

—Me gusta todo. ¿Qué opinas, Ash?

—Me parece precioso, al menos en el papel.

—Al natural se verá mucho más bonito —dijo Mark.

—Tú también te encargas del mantenimiento de jardines, ¿verdad?

—Sí. Tengo una cuadrilla dedicada exclusivamente a ello.

—Perfecto —dijo Alex.

—¿Qué es esto que está vallado? —preguntó Ash.

—Tu mujer me dijo que quería tener un huerto.


—Oh, Dios mío. Vamos a tener un huerto —dijo Alex emocionada—.
¿Necesitará muchos cuidados?

—Lo prepararemos para que se riegue por goteo y los del


mantenimiento del jardín se encargarán del resto. Vosotros sólo os
ocuparéis de recoger las verduras. En este lado plantaremos aromáticas,
como me pediste. Este espacio que veis aquí es para el gallinero que me
comentaste, con un trozo vallado para que salgan los pollos.

—Dios mío, va a ser genial —dijo ella.

—¿Qué es esto? —preguntó Alex.

—Es la fosa séptica, donde van todos los desagües de la casa, que por
cierto Neithan me dijo ayer que iban a venir a limpiarla antes de que yo
empiece con el jardín. He respetado el espacio donde Ash corta la leña —
dijo mirando a su amigo y sonriendo—. Y aquí, en este trozo que veis sin
nada, he pensado que podríais construir la barbacoa y colocar una mesa
grande con sillas. Es lo que querías, ¿no? —dijo Mark mirando a Alex.

—Sí. ¿Qué es esto de aquí? —preguntó ella señalando el papel.

—Son las dos hamacas que dijiste que querías entre los árboles.

—Has pensado en todo —dijo Alex sonriéndole.

—Es mi trabajo, cariño.

—¿Cuándo empezaréis?—preguntó Ash, molesto porque le dijera


cariño.

—El lunes que viene, si no hay contratiempos.

—Estupendo —dijo Alex.

—¿Por dónde queréis que empecemos?

—Por donde quieras. Decídelo tú.


—Bien. El lunes traeré a unos chicos que se encargarán de construir
los parterres. ¿Qué tal lleváis el trabajo de la casa?

—Ahora estamos centrados en el sótano. Ya hemos comprado las


máquinas del gimnasio, la mesa de billar y unas cuantas cosas más —dijo
Ash.

—¿Habéis pensado hacer algo para la inauguración?

—Sí, haremos una especie de fiesta, algo informal —dijo Alex—. Más
que nada para conocer a algunas personas del pueblo y que ellos nos
conozcan a nosotros. Marta, la de la panadería mi dio una lista.

—Fantástico. Yo también os daré algunos nombres para añadir a la


lista de invitados, a quienes le interesará conocer tu cuñado.

—Te lo agradecemos —dijo Ash.

—Esta noche Ed va a venir a casa a cenar, ¿te apuntas? Parece ser que
tiene noticias de su divorcio.

—No me gusta dejar a Alex y a la pequeña solas de noche.

—No te preocupes, no va a pasarnos nada —dijo Alex—. Además,


Mark vive a tres kilómetros de aquí. Si pasara algo llegarías en dos minutos.

—De acuerdo —dijo Ash, aunque no muy convencido.

Acompañaron a Mark hasta el coche y volvieron a entrar en la casa.

—No deberías haber insistido en que fuera a cenar con ellos —dijo
Ash.

—Estás trabajando muy duro y te mereces un rato solo de hombres.

—Tú también estás trabajando duro.

—Vale. Le pediré a Dani que venga a cenar conmigo. Hace tiempo que
no nos vemos y quiero ponerla al día de nuestros avances con la casa.
—Eso está mejor.

Ash se había afeitado y vestido para ir a cenar con sus amigos. Llevaba
un vaquero y un suéter color marfil que se pegaba a sus hombros y su ancho
pecho y marcaba sus abdominales. Entró en el salón donde estaba su mujer.
Ella lo miró.

—En las fotos de la boda que has puesto sobre la chimenea estamos
bien.

—Sí —dijo ella.

—Parece, incluso, que estemos enamorados.

—Es cierto —dijo ella sonriendo—. Cuando te afeitas pareces mucho


más joven.

—¿Y eso te gusta? —preguntó él, sonriendo al ver que se sonrojaba.

—Lo cierto es que me gustas más con barba de un par de días.

Ash la miró levantando una ceja. Se sentía bien cuando ella le decía
algo halagador. Por suerte para Alex llamaron a la puerta y Ash fue a abrir.

—Hola, Dani —dijo besándola.

—Hola, Ash. No sé cómo lo haces, pero cada vez que te veo estás más
guapo.

—Yo estaba pensando lo mismo de ti —dijo sonriendo.

—Hola —dijo Alex.

—Hola. He traído la cena.

—Estupendo.

—Bueno, me marcho —dijo él poniéndose la cazadora—. No abráis la


puerta a nadie. Y si sucede algo…
—No te preocupes —le interrumpió Alex—. Si pasa algo te llamaré.

—No vendré tarde.

Ash le dio un beso a las dos y se marchó.

Antes de subir al coche dio la vuelta a la casa por si había algo


extraño. Y se fijó, detalladamente, en todo lo que vio cuando iba de camino
a casa de Mark. No encontró nada irregular, pero tenía un mal
presentimiento, y él siempre hacía caso a su instinto. Volvería a casa tan
pronto acabaran de cenar.

Ash llamó a Alex media hora después de haberse marchado. Y luego


otra vez, veinticinco minutos más tarde. Y una vez más, treinta minutos
después.

Las chicas terminaron de cenar y Dani recogió la cocina mientras Alex


acostaba a la pequeña. Luego prepararon un café. La chimenea de la cocina
estaba encendida y la temperatura era muy agradable, así que se sentaron de
nuevo a tomar el café y a hablar.

Poco después Dani decidió marcharse porque al día siguiente trabajaría


en el turno de mañana y tenía que levantarse muy temprano.

Alex la acompañó a la puerta y, nada más abrir, un hombre se abalanzó


sobre ellas. Le dio un fuerte puñetazo a Dani y cayó al suelo inconsciente.
Alex iba a coger el teléfono que tenía en la cocina, pero él la cogió del pelo
y cerró la puerta de una patada.

—No sabes las ganas que tenía de verte. Pensé que irías a verme a la
cárcel o que me escribirías contándome cosas de nuestra hija, pero seguro
que ni siquiera te lo planteaste, ¿verdad? —dijo mientras la arrastraba hacia
el salón.

El teléfono de Alex empezó a sonar y rezó para que fuera su marido.


Sabía que si no contestaba se presentaría allí sin perder tiempo.
Ash seguía al teléfono. Al ver que Alex no lo cogía le dijo a sus
amigos que tenía que marcharse.

Salió rápidamente de la casa y al subir al coche llamó al sherif. El


hombre le dijo que salía ya hacia su casa.

Ash abandonó el coche antes de llegar a la propiedad. Cogió el arma


que guardaba debajo del asiento, se la puso en la espalda dentro de la
cinturilla del pantalón y corrió hacia la casa.

El corazón le retumbaba en el pecho. En ninguna de las misiones en


las que había estado se había encontrado tan nervioso. Siempre se había
mostrado con una frialdad inquebrantable. Pero ahora era distinto, porque
era su familia quien se encontraba en peligro.

Vio el coche de Dani en la puerta y se tranquilizó un poco, pensando


que tal vez no hubieran oído el teléfono. Pero algo en su interior le decía
que sucedía algo.

Subió los peldaños hasta el porche y abrió la puerta despacio. Entró


dejándola entornada para cuando llegase el sherif. Vio a Dani en el suelo
del recibidor y el corazón se le subió a la garganta. Se inclinó y puso los
dedos en su yugular y al comprobar que estaba viva se levantó.

Se dirigió al salón, donde oía a un hombre dar voces. La puerta estaba


abierta. Se quedó de piedra cuando vio a Alex en el suelo. Estaba
temblando y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Tenía la camisa
abierta y el sujetador subido por encima del pecho, quedando este al
descubierto. El individuo estaba arrodillado entre sus piernas intentando
desabrocharle el pantalón vaquero con una mano y empuñando una pistola
con la otra, que tenía sobre la garganta de ella.

—¡Desabróchate el pantalón! —le gritó al ver que él no podía hacerlo.

—Si le tocas un pelo a mi mujer puedes darte por muerto —dijo Ash
desde la puerta.

—¿Tú mujer? Ella es mía y siempre lo ha sido. Es la madre de mi hija.


—Puede que sea tu hija biológica, pero ahora lleva mi apellido y es mi
hija.

—Si te acercas la mataré —dijo levantándose y levantando a Alex con


él. La sujetaba fuertemente por el cuello con el brazo—. Aunque eso es lo
que debería hacer y lo que merece. Es una puta que se ha acostado contigo,
sabiendo que me pertenece.

—Alex no pertenece a nadie —dijo Ash sereno.

—Es una zorra, pero también es la madre de mi hija. Voy a follarla


para recordarle que es mía y luego me las llevaré a las dos. Somos una
familia y quiero que empecemos juntos una nueva vida.

—Querrás decir que ibas a violarla, otra vez.

—A ella le gusta que sea duro, ¿a que sí, cariño? —dijo apretando el
brazo y pegándola a él.

Ash la miró. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Estaba


aterrorizada.

—Si sigues haciéndole daño te mataré.

—Soy yo quien va armado —dijo afianzando el arma en la garganta de


Alex—. Si quieres que no la mate, sube arriba y baja a mi hija. Nos
marcharemos los tres y te doy mi palabra de que nadie sufrirá ningún daño.

—¿Tú palabra? ¿Crees que voy a creer en la palabra de un violador?


No voy a despertar a mi hija para que vea a un cabrón hacerle daño a su
madre.

—¡Hazlo o acabaré con ella!

El sherif entró en el salón con el arma en la mano.

—Suéltela o tendré que disparar.


—No voy a volver a la cárcel, sherif. Y no va a disparar arriesgando la
vida de ella —dijo colocando a Alex delante de él para que lo cubriese.

—No volveré a repetirlo. Tire el arma.

El hombre disparó al sherif. Por suerte tenía mala puntería y le dio en


el brazo derecho, pero el arma del policía cayó al suelo.

—¡Cabrón, sube a por mi hija ahora o remataré al poli, antes de


matarte a ti! —le dijo a Ash gritando.

Todo sucedió demasiado deprisa. Ash sacó el arma de su espalda y le


disparó a la pierna que tenía al lado de la de Alex.

—¡Maldito hijo de perra!

Ash aprovechó que se había apartado unos centímetros de ella y le


disparó a la cabeza, cayendo al suelo fulminado.

—¿Estás bien, cariño? —dijo Ash acercándose a ella rápidamente.

—Sí —dijo Alex abrazándolo—. El sherif está herido.

—Estoy bien, no se preocupe.

Ash cogió una de las mantas que estaban sobre el sofá y envolvió a
Alex. Y luego cubrió el cadáver con otra.

—Siéntate, cielo.

Alex se sentó en el sofá envolviéndose mejor con la manta. De pronto


estaba helada.

—¿Cómo se encuentra? —dijo Ash acercándose al sherif, que acababa


de llamar por teléfono pidiendo refuerzos y una ambulancia.

—Bien. Ha sido sólo un rasguño. Ese hijo de puta tenía mala puntería,
por suerte para mí. Gracias por acabar con él.
—Le aseguro que ha sido un placer —dijo Ash cogiendo una prenda
de ropa de su hija que había sobre el sofá y colocándola sobre la herida del
policía—. Presione aquí para que se corte la hemorragia. Voy a ver cómo
está Dani.

—Gracias —dijo el hombre.

Ash fue al recibidor y volvió con Dani en brazos. La sentó en el sofá y


le dio unas palmadas en las mejillas para despertarla. Se sentía confusa y
aturdida cuando abrió los ojos.

—Ya ha pasado todo —le dijo Alex a su amiga abrazándola.

Se oyeron las sirenas y poco después entró un oficial de policía y los


de la ambulancia con una camilla.

—Debería llevar a su mujer al hospital —dijo el sherif.

—No es necesario, estoy bien.

—¿Estás segura?

—Sí, sólo me ha dado un par de bofetones.

—¿Y tú, Dani?

—Me ha dado un buen puñetazo. Se me pasará con un poco de hielo.


Ese cabrón tenía fuerza, voy a tener el ojo morado durante varios días.

El médico de la ambulancia curó la herida del sherif, que no era seria.


El sherif les tomó declaración a las chicas y a Ash mientras metían el
cadáver en una bolsa y se lo llevaban.

—¿Tendremos que ir a la comisaría? —preguntó Ash.

—De momento no. Ya tengo sus declaraciones y me encargaré de


redactar el informe. Supongo que usted se encuentra bien y no necesitará
asistencia psicológica —le preguntó a Ash.
—Supone bien.

—Puede que su mujer sí la necesite.

—Estoy bien —dijo Alex.

—Siento lo ocurrido, señora Brady.

—Lo único que siento yo es que usted haya resultado herido, pero no
por el resto. Llevo muchos años asustada por si ese monstruo se acercaba a
nosotras y nos hacía daño. Y me alegro de que esté muerto.

—Es una suerte que su marido llegara a tiempo. De no ser por él...

—Sí, las cosas habrían sido muy diferentes —dijo Alex—. Lo que
importa es que todo ha salido bien.

Ash acompañó al sherif hasta el coche patrulla. Ayudó a Dani a


sentarse en el asiento del copiloto, porque el policía se ofreció a llevarla a
casa.

—Hoy me ha salvado la vida, ese hijo de puta no habría dudado en


dispararme de nuevo —dijo el sherif a Ash.

—No ha sido nada.

—No lo olvidaré. Y usted sí tiene buena puntería. Le ha dado entre los


ojos y sin pensárselo un segundo.

—He estado entrenando —dijo Ash sonriendo.

—Cuando tenga el informe redactado les llamaré para que se pasen por
la comisaría a firmarlo —dijo subiendo al coche.

—De acuerdo. Cuídese, sherif. Y tú también, Dani.

—¿Por qué has venido tan pronto a casa? —preguntó Alex cuando Ash
entró en el salón.
—La última vez que te llamé no contestaste al teléfono y supe que
sucedía algo. No debí haber ido a cenar porque cuando me marché de aquí
tuve un mal presentimiento. No sé cómo, pero sabía que algo no andaba
bien.

—Gracias por venir. Y por acabar con él. Ahora ya no volveré a tener
miedo.

—No me des las gracias. Y tengo que decirte que, el poco tiempo que
tardé en llegar hasta aquí, estuve asustado. Temía no llegar a tiempo. Sabes,
cielo. No habría sabido qué hacer si te hubiera perdido.

—Intenté ir a la cocina a por el teléfono, pero me arrastró con él al


salón. No me sirvió de nada tener todas esas armas en casa. No entiendo lo
que sucedió. Cuando abrimos la puerta para que Dani se marchara él estaba
ahí.

—Posiblemente os vio por la ventana de la cocina y esperó hasta que


abrieseis la puerta. No pienses en ello. Vamos arriba. Te prepararé un baño
y, mientras te relajas bajo el agua, yo limpiaré la sangre.

—Puedo hacerlo yo mañana.

—Lo haré yo. Vamos —dijo ayudándola a levantarse.

Ash entró en el dormitorio cuando Alex salía del baño envuelta en una
toalla. La miró de la cabeza a los pies. Saber que no llevaba nada debajo de
esa toalla lo había alterado. Algo le sucedía a su respiración, sus pulmones
no estaban funcionando de manera correcta. Su corazón latía desenfrenado.
En ese momento agradeció que su control no se resquebrajara, porque de lo
contrario, se lanzaría sobre ella sin pensar en las consecuencias.

—Voy a ducharme —dijo él entrando en el baño.

Ash tomó una ducha fría y volvió al dormitorio ya con el pijama. Alex
estaba acostada.

—¿Has podido quitar la sangre del suelo?


—He hecho algo mejor. He sacado las tablas que estaban manchadas y
las he quemado en la chimenea. No quería que la sangre de ese cerdo
estuviera impregnada en ellas.

—Bien hecho. No te he preguntado cómo estás —dijo Alex cuando él


se metió en la cama—. ¿Te ha afectado matar a un hombre?

—Estoy bien, cielo. Y no me ha afectado en absoluto.

—Yo me siento rara.

—¿Qué quieres decir?

—Es la segunda vez que matan a alguien en mi presencia. Pero en esta


ocasión ha sido diferente. Puede que sea porque he pasado muchos años
deseando su muerte… Es como si lo hubiera matado yo con mis ruegos.

—No te sientas culpable —dijo Ash volviéndose hacia ella para


mirarla—. Estaba pensando en algo. ¿Por qué no vamos a Nueva York unos
días? Quiero poner a la venta el apartamento y contratar una agencia para
que traiga todo lo de casa cuando Neithan venga a vivir aquí.

—¿Estás seguro de que quieres venderlo?

—Sí. Tú y Dawn estáis aquí, y Neithan vendrá pronto a vivir con


nosotros. No necesitamos ese apartamento. ¿Qué me dices? Después de lo
que ha sucedido, nos vendrá bien cambiar de aire unos días. Verás a
Neithan, y sé cuánto te gusta estar con él.

Alex lo miró sonriendo

—¿Cuándo quieres que nos vayamos?

—Sabía que lo de ver a mi hermano te convencería —dijo él sonriendo


—. ¿Mañana sería muy pronto? Si quieres, podemos ir a ver a Jake antes de
irnos para contarle lo que ha sucedido.

—Sí, me gustaría.
Neithan se llevó una grata sorpresa al ver entrar a su familia en el
despacho de su estudio a última hora de la mañana.

Ash se puso en contacto con la inmobiliaria que había vendido la casa


de su hermano y cuando el agente fue a verla le dijo que ese apartamento en
pleno Manhattan, se lo quitarían de las manos. Luego fueron los de la
empresa de mudanzas, que tendrían que vaciar el piso tan pronto les avisara
Neithan, porque iba a pasar unas semanas en el apartamento de Ash hasta
que acabara con todo el trabajo que tenía pendiente.

La primera noche que pasaron en el apartamento, Neithan se quedó


con ellos. Alex acostó a la pequeña y luego les dio las buenas noches y se
retiró. Los dos hermanos se quedaron hablando en el salón y Ash le contó lo
sucedido la noche anterior.

—Entonces, ¿ese tío está muerto?

—Muerto y bien muerto.

—Me alegro. Espero que a partir de ahora Alex pueda relajarse y


pensar en el futuro. Verás como las cosas os cambian, y me refiero también
al aspecto sexual. Pronto seréis una familia normal.

—A veces pienso que Alex es demasiado joven, joder, tiene veintiún


años.

—Puede que sea muy joven —dijo Neithan—, pero es muy madura
para su edad.

—Y no ha tenido ninguna experiencia sexual, excepto la violación.

—¿Eso supone un problema para ti?

—Bueno…, no.

—Ash, eres un hombre inteligente, con un buen trabajo, estás sano y


tienes una familia que te quiere. Esa chica está loca por ti y no hay ninguna
razón para que pases solo el resto de tu vida.
—Alex se siente bien conmigo, pero de ahí a estar enamorada…

—Si no está todavía enamorada, tú te encargarás de que lo esté pronto.

—Me gusta cuando me mira y me sonríe —dijo Ash—. Alex me gusta.

—¿Te gusta? —dijo Neithan sonriendo—. Yo creo que es algo más


que eso. No recuerdo haberte visto así de feliz con tu exmujer.

—Desde que conozco a Alex, he pensado en varias ocasiones sobre


eso, y creo que nunca estuve enamorado de Victoria.

Volvieron a casa el domingo, relajados y con ganas de reanudar el


trabajo.

Al día siguiente, Mark fue a la propiedad con tres trabajadores, como


les había dicho, y les indicó a los chicos por dónde tenían que empezar y
qué tenían que hacer. Mark se fue media hora más tarde y los hombres
empezaron a descargar los materiales y herramientas del camión.

Alex y Ash trabajaban a destajo. Terminaron el sótano el día antes de


que les llevaran la maquinaria del gimnasio. Y pocos días después les
llevaron la mesa de billar.

Colocaron las tablas nuevas en el suelo del salón. Y quitaron las de la


segunda planta, que estaban deterioradas por el agua que había entrado, y
ya tenían las láminas nuevas de madera cortadas y listas para colocarlas.

A finales de enero les llevaron todo lo de la casa de Neithan. Y


pusieron los muebles del dormitorio en su habitación, como él quería. El
resto de los muebles los dejaron repartidos por la casa hasta que llegara
Neithan y decidieran entre todos qué hacer con ellos.

Las dos semanas siguientes trabajaron muy duro. Pintaron las


habitaciones que les quedaban en la primera planta; los techos de los baños;
la escalera y el recibidor. Pusieron el rodapié que faltaba en algunos sitios y
todo el suelo de madera de la segunda planta. Y conforme iban pintando las
estancias, Ash se ocupaba de poner los embellecedores de los interruptores
y enchufes.

Neithan fue a mediados de mes a pasar con ellos un fin de semana.


Llegó agotado porque, además del trabajo que solía hacer, estaba trabajando
con su cuadrilla para adelantar trabajo.

Fueron a la casa que había alquilado en el pueblo para sus


trabajadores, para que Alex lo examinara todo y viera lo que hacía falta
llevar. Alex hizo una lista y, después de comprarlo, lo llevaron todo a la
casa al día siguiente.

Colocaron en el sótano los sofás de la casa de Neithan y decidieron


que pondrían los de la casa de Ash, que eran más grandes, en el salón.

El resto del fin de semana no hicieron nada más, excepto ir a montar


con la pequeña.

Por la tarde Neithan se dedicó a diseñar los cuatro estudios del


cobertizo para los chicos. Ash y él habían tomado medidas sobre el terreno.
Y Ash quedó en que pediría los permisos en el ayuntamiento para poder
empezar a construirlos cuando Neithan estuviera instalado en la casa.

También fueron a echar un vistazo a la nave que había comprado.


Luego estuvieron viendo la oficina, que estaba en muy buen estado. Era un
local muy grande y Neithan había decidido que lo dividiría en dos locales
independientes. Uno sería el estudio de arquitectura y el otro la empresa de
construcción. Ya tenía el plano de todo lo que quería hacer y el permiso de
la reforma concedido. Había comprado las dos puertas de acero y cristal
para ambos locales y las ventanas que quería añadir, que recibirían en
breve. Ash le dijo que él se encargaría de la obra y pintaría todo el local de
blanco, como quería Neithan.

Desde que Neithan se marchó a Nueva York, Alex y Ash dedicaron


todo su tiempo a los locales de los negocios de Neithan. Tiraron las paredes
que sobraban. Instalaron las nuevas ventanas. Construyeron paredes nuevas.
Colocaron las puertas de acceso a los dos locales. Cambiaron los sanitarios
y los azulejos del baño que había en uno de los locales e hicieron uno nuevo
en el otro. El electricista y el fontanero de Neithan habían ido un día a pasar
los cables y las tuberías. Y Ash y su mujer cubrieron las zanjas cuando se
marcharon. Y por último pintaron todas las paredes de los dos locales.

Le dieron la llave a Christine, la chica que iría a trabajar a su casa


cuando estuviera todo terminado, para que limpiase las oficinas a fondo.
Así estaría listo para cuando Neithan volviera y podría colocar los muebles,
las lámpara y las cortinas.

—Parece que seamos trabajadores independientes haciendo trabajos


aquí y allá —dijo Alex cuando salieron de las oficinas con las herramientas
y los útiles de pintura.

—¿Sabes que me gusta mucho trabajar contigo? —dijo Ash.

—A mí también me gusta hacerlo contigo.

Ash la miró con la ceja levantada y sonriendo, por el segundo sentido


de la frase.

—Trabajar —aclaró ella.

—Te había entendido —dijo él sonriendo—. ¿Cómo te sientes?


¿Piensas todavía en lo que sucedió en casa?

—No, nunca pienso en ello. Desde entonces, me siento libre.

Un par de días después llegaron dos chicos en un furgón con los


radiadores de toda la casa. Los instalaron y al finalizar los probaron. Todos
funcionaban correctamente.

Alex llamó a su cuñado emocionada porque ya tenían calefacción.

A finales de febrero el jardín estaba terminado y todo había quedado


precioso.

Neithan llegó a la casa el último viernes del mes y le dijo a su hermano


que había pintado su apartamento después de que la agencia de mudanzas lo
vaciara y que le había llevado las llaves a los de la inmobiliaria.
Como ya habían llevado todas las cosas de la casa de Ash, el fin de
semana lo pasaron colocando los muebles de las casas de los dos hermanos
donde les parecía mejor.

Ahora tenían un televisor gigante en el salón y otro igual en el sótano.


La niña estaba encantada, decía que era como ver los dibujos animados en
el cine.

También recibieron toda la maquinaria y materiales de construcción de


Neithan que descargaron en la nave que había comprado.

Tanto a Ash como a Alex les fue bien haber estado trabajando tan duro
durante las últimas cuatro semanas, porque caían rendidos en la cama al
acabar la jornada que se imponían de trabajo y no tenían ni un solo minuto
para pensar en cuánto se deseaban el uno al otro.

Alex no podía olvidar que quedaban poco más de cuatro semanas para
que Ash volviera al trabajo, y ese pensamiento se colaba en su mente
apoderándose de todo. Saber que se marcharía le partía el alma. Aunque se
decía a sí misma que no debía enamorarse de él, sus sentimientos se iban
incrementando y no podía hacer nada para detenerlos.

Los cuatro empleados de Neithan llegaron el 1 de marzo y se


instalaron en la casa que había alquilado para ellos en el pueblo, y que
estaba sobre las oficinas de los negocio de Neithan.

El plano de los cuatro estudios estaba terminado y Neithan tenía


previsto que empezaran con las obras en dos días.

Alex y su marido dedicaron los siguientes días a barnizar todas las


ventanas de la casa. Y cuando terminaron colocaron los rieles para las
cortinas en todas las ventanas.

Christine fue a la casa cada día de esa primera semana de marzo y,


entre ella y Alex empezaron a limpiar habitación por habitación, mientras
los niños estaban en el colegio.
Ash y Neithan colocaron las lámparas de toda la casa, algunas las
habían comprado, pero en la planta baja habían conservado las originales de
la casa. Y Christine y Alex tardaron un día entero en limpiarlas porque eran
de lágrimas de cristal y cada una tenía cientos de piezas.

Cuando todo estuvo limpio, excepto donde tenían instalada la


carpintería, uno de los chicos de Neithan llevó una máquina y enceró todos
los suelos de madera de la casa.

También fueron a limpiar los cristales por dentro y por fuera y, cuando
estuvieron limpios, la casa se veía reluciente y con una claridad increíble.

Luego desembalaron los detalles de decoración de las casas de Nueva


York y empezaron a colocarlos donde creían conveniente. Sacaron los libros
de las cajas y los colocaron en las estanterías de la biblioteca, que Alex y
Ash habían restaurado. Y para finalizar, colgaron los cuadros.

Cuando empezaron a vaciar el cobertizo para empezar con las obras,


Ash se unió a la cuadrilla, porque prefería estar alejado de su mujer, de lo
contrario haría alguna tontería de la que podría arrepentirse. Y entonces se
dio cuenta de cuánto la echaba de menos, acostumbrado a estar con ella
todas las horas del día.

El segundo sábado de ese mes hicieron la fiesta de inauguración de la


casa y asistieron casi cien personas. Entre Christine, Alex, Dani y Marta, la
dueña de la panadería, habían preparado una cena fría.

La fiesta fue increíble y los invitados se quedaron maravillados con la


casa. Neithan conoció a las personas que Mark les había sugerido invitar.
De hecho, al finalizar la velada tenía cerrados dos proyectos para empezar
el próximo mes.

Lo habían conseguido. Tenían una casa preciosa, completamente


restaurada y un jardín maravilloso. Incluso ya tenían pollos y gallinas en el
pequeño cobertizo que habían construido Ash, Neithan y los cuatro chicos
en los ratos libres.
Estaba cayendo un aguacero y Alex y Ash entraron en la casa
corriendo y empapados.

Alex lo miró con una sonrisa traviesa mientras se pasaba las manos por
el pelo para retirárselo de la cara. El azul de los ojos de Ash resplandecía y
ella pensó que su marido era el hombre más sexy que había visto en su vida.

Ash la miró a su vez con tal intensidad que Alex no pudo evitar
ruborizarse. Porque su marido no sólo la miraba sino que parecía que
pensaba en ella mientras lo hacía. Ella se dio la vuelta y subió la escalera a
toda velocidad.

Llegó el día. Era martes, 31 de marzo y Ash se marcharía al día


siguiente temprano. Los dos estaban en la habitación de la pequeña cuando
la acostaron.

—¿Por qué tienes que irte, papá?

—Ya te expliqué que pedí un permiso cuando Laura murió.

—Sí, porque no te sentías bien para trabajar.

—Eso es. Pero ahora ya estoy bien. Os tengo a vosotras y soy feliz.
Pero tengo que volver al trabajo, de lo contrario lo perdería.

—Puedes trabajar aquí.

—Cariño, ya te dije que estudié y me preparé para trabajar en la


Armada. Y me gusta mi trabajo.

—Pero yo quiero que estés aquí. ¿Podré llamarte por teléfono?

—Yo te llamaré cuando esté en la base, pero cuando esté fuera no


podré usar el móvil.

—En el cole también está prohibido usar el móvil.

—Lo sé. Voy a pedirte algo. Me gustaría que me escribieras una carta
todos los días mientras esté fuera. Y cuando vuelva a casa las leeré todas.
Pon la fecha en cada una de ellas y así podré leerlas por orden.

—¿Y qué voy a escribir en la carta?

—Puedes contarme lo que has hecho durante el día en el colegio o aquí


en casa, con mamá y el tío Neithan.

—Vale. ¿La mamá también tiene que escribirte una?

Ash miró a su mujer y le sonrió.

—Me gustaría mucho que lo hiciera.

—Vale, lo haremos, ¿verdad, mamá?

—Claro, cariño.

—¿Me lees un cuento, papá?

—Por supuesto.

—Os dejo solos —dijo Alex besando a su hija y saliendo de la


habitación con un nudo en la garganta.

—Voy a echarte mucho de menos —dijo Ash cuando se acostaron.

—Y yo a ti. Buenas noches —dijo Alex dándose la vuelta porque


sentía unas ganas incontrolables de llorar.

Ash entró en el dormitorio de su hija para darle un beso mientras


dormía. Luego bajó a la planta baja con la bolsa de viaje. Neithan y Alex se
encontraban allí y salieron los tres de la casa.

—Cuida de ellas, por favor —le dijo Ash a su hermano mientras lo


abrazaba.

—Eso no tienes ni que decírmelo. Llama siempre que puedas.

—Lo haré.
—Te dejo para que te despidas de tu mujer —dijo Neithan volviendo a
entrar en la casa.

—Bueno, cielo, ha llegado el momento.

—Ten cuidado en la carretera. Y llama cuando llegues a la base.

—Lo haré. No olvides escribir una carta cada día.

—La escribiré —dijo ella abrazándolo.

Alex se apartó rápidamente y corrió hacia la casa porque no quería


llorar delante de él.
Capítulo 13
Ash estuvo cinco semanas fuera del país. En ese tiempo, Neithan y los
chicos terminaron los cuatro estudios, únicamente trabajando los fines de
semana, porque habían empezado con el primer proyecto que Neithan
aceptó. Y Alex se había encargado de la carpintería.

Llevaron a los estudios los muebles que habían enviado de las casas de
Nueva York y que no necesitaban y los chicos se encargaron de elegir los
que querían para cada una de sus viviendas. Neithan y Alex compraron el
resto de lo que necesitaban, además de las cortinas y los utensilios de los
baños y de las cocinas.

Cuando los estudios estuvieron terminados y amueblados, Mark


comenzó a trabajar en el jardín, que compartirían los cuatro. Los chicos
construyeron una barbacoa de obra en un lado y Alex y Neithan compraron
una gran mesa con sillas para comer en el exterior.

Neithan ya tenía abierto el estudio de arquitectura y la oficina de la


empresa de construcción, con sus operarios trabajando.

—¿Qué tal el personal que has contratado? —le preguntó Alex a su


cuñado cuando estaban cenando en la cocina.

—El aparejador que me recomendó Mark es bueno y él me presentó a


un delineante con bastante experiencia. Los he contratado a los dos.
También he contratado a un ingeniero que trabajó en Seattle para un
arquitecto. Lo llamé y me dijo que el chico trabajaba muy bien.

—¿Por qué se trasladó aquí desde Seattle?

—Su padre murió y le dejó una casa aquí. Tiene dos niños y su mujer y
él pensaron que este era un buen sitio para criarlos.

—Yo también lo creo. ¿Y la chica que te recomendó Marta, la de la


panadería?
—No es que sepa hacer gran cosa. Marta ya me dijo que nunca había
trabajado en una oficina. Pero es simpática y agradable en el trato. Y es
muy amable y educada por teléfono. De momento me basta con eso.

—¿Tienes que buscar más operarios para trabajar en las obras?

—Es posible, aunque los proyectos que tenemos ahora son viviendas
privadas, no edificios, y puede que me apañe con los chicos y echando yo
una mano cuando pueda. Pero Mark me ha dicho que si necesito más gente
él me la conseguirá.

—Parece que lo tienes todo bajo control.

—Todo no. Me falta una persona muy importante, casi la más


importante.

—Una esposa —dijo ella sonriendo.

—Sabes, cariño. Últimamente estás muy graciosa.

—Muchas gracias —dijo ella de forma coqueta.

—Necesito un buen contable.

—Yo puedo echarte una mano hasta que lo encuentres.

—¿Qué clase de contabilidad llevas tú?

—Cualquier clase de contabilidad. Sistemas hechos a medida de


empresas, control de gastos domésticos, declaraciones de hacienda,
programas de facturación... Me gusta todo lo relacionado con la
contabilidad, las estadísticas y las operaciones financieras. Me divierten la
microeconomía y los números. Tengo clientes de todo tipo.

—Creo que eres la persona indicada para que se ocupe de mis cuentas
y de las de mis empresas. Eres práctica, la mujer más sensata que conozco,
y no pierdes tiempo en enredos estúpidos.

—Gracias.
—¿Quieres trabajar para mí?

—¿Quieres que trabaje para ti?

—Sí, quiero tenerte en mi equipo. En Nueva York tenía un contable


fijo a jornada completa, pero tú puedes ponerte el horario que quieras. Y
pago bien —dijo él sonriendo.

—Siempre he trabajado en casa, pero creo que me gustará trabajar para


ti.

—Estupendo.

—Pero hay una condición. Bueno, de hecho dos.

—Te escucho.

—Trabajaré sólo por las mañanas. Desde que Dawn se vaya al colegio,
hasta que tú y yo volvamos a casa a comer. Y por la tarde trabajaré en casa
para los otros clientes.

—Me parece perfecto. ¿Cuál es la otra?

—Si no te gusta cómo trabajo, quiero que me lo digas.

—De acuerdo.

—En ese caso, ya tienes una contable.

—Gracias, cariño.

—No me las des todavía, puede que no te guste mi forma de trabajar.

—Claro que sí, tú todo lo haces bien.

Cada tarde Alex ayudaba a su hija a escribir la carta para Ash, y ella
escribía la suya cuando se iba a la cama por la noche. Las estaban
colocando todas en una caja de zapatos, por orden de fechas.
Ash entró en casa a las 12:30 del miércoles, 6 de mayo. Se quedó
parado en el recibidor. El sol entraba por la cúpula y la vidriera de la
escalera lanzando destellos multicolores por todas partes. Siempre se
sorprendía al entrar en la casa. Miró a su alrededor sonriendo. Todo era
perfecto y los suelos oscuros de madera brillaban. Entró en la cocina y se
encontró con Christine.

—Hola, Christine.

—¡Ash! Alex no me ha dicho que llegarías hoy —dijo acercándose a


él para besarlo.

—Ella no lo sabía. ¿Qué tal todo por aquí?

—Todo va bien.

—¿Alex está en casa?

—No, está en el trabajo.

—No sabía que trabajara fuera.

—Empezó hace un par de semanas en las oficinas de tu hermano.


Neithan y ella suelen venir a comer sobre la 1:30.

—¿Qué tal tu hijo?

—Genial.

—Daré una vuelta por el jardín mientras llegan.

Neithan detuvo el coche en la puerta de la casa junto al todoterreno de


su hermano.

A Alex se le había acelerado el corazón al ver el vehículo. De pronto


vio a Ash dar la vuelta a la esquina de la casa y bajó del coche. Empezó a
correr hacia él y su marido la abrazó muy fuerte.
Tenerla entre sus brazos estaba siendo un suplicio para Ash. Desde el
instante en que percibió el suave aroma del perfume de Alex, a flores
silvestres, mientras la abrazaba, solo podía pensar en tumbarla en el suelo y
enterrarse en ella.

—No sabes cuánto te he echado de menos, cielo —le dijo al oído.

—Y yo a ti.

—Me habría gustado tener tus cartas y poder leerlas cada día. Porque
supongo que habrás escrito esas cartas, ¿verdad? —dijo apartándose para
mirarla.

—Sí... —dijo ella, algo indecisa.

Ash la cogió de la mano y caminaron hacia Neithan.

—Vaya, tienes buen aspecto. Pareces relajado —dijo Ash a su


hermano abrazándolo.

—Me siento genial —dijo Neithan abrazándolo a su vez—. Me


encanta vivir en vuestra casa y trabajar aquí.

—Nuestra casa —le rectificó Alex.

—Vale, nuestra casa —dijo él sonriendo a su cuñada—. ¿Qué tal el


trabajo?

—No me acordaba de lo duro que era. Tuve que entrenar los primeros
días para pasar las pruebas, pero lo hice. ¿Cómo está la pequeña?

—Está muy bien —dijo Neithan—. Me hace leerle un cuento cada


noche. Dice que como tú y yo nos parecemos, imagina que eres tú.

Ash sonrió.

—¿Hasta cuándo te quedarás? —preguntó Alex.


—No lo sé, cielo. Me marcharé cuando me llamen. He ido a las casas
de los chicos, han quedado geniales, y con su propio jardín.

—Sí, tu hermano y Mark han hecho un buen trabajo.

—Hemos hecho —dijo Neithan corriegiéndola—, porque tu mujer se


ha encargado de la carpintería, y mucho más.

—Además de ser familia, somos un equipo —dijo ella—. ¿Has


comido?

—No, he conducido de tirón para llegar cuanto antes.

—Pues entremos a comer. Estoy muerta de hambre.

—¿Tienes ya el negocio en marcha? —le preguntó Ash a su hermano.

—Sí. Ya estamos trabajando en nuestra primera obra, y empezaremos


con otra en un par de semanas. Hemos tenido unas semanas un poco
estresantes porque hemos trabajado en el nuevo proyecto durante la semana
y los fines de semana en las casas de los chicos. Pero ahora que ya están
terminadas, descansamos los fines de semana.

—Estupendo. No sabía que trabajabas fuera de casa —le dijo a Alex


cuando entraban en la cocina.

Alex puso la cacerola del estofado a calentar.

—Trabajo en el despacho de Neithan por las mañanas. Necesitaba un


contable y me ofreció el puesto —dijo ella mientras se lavaba las manos y
luego aliñaba la ensalada que Christine había preparado.

—¿Se porta bien contigo el jefe?

—Es un jefe estupendo. Decidle a Christine que la comida está lista.

—Yo iré —dijo Neithan saliendo de la cocina.

—¿Te va bien con Christine?


—Sí, es una chica estupenda y trabaja muy bien.

—He visto tu huerto, y los pollos. ¿Has matado ya alguno?

—De eso se encarga tu hermano —dijo ella con una tierna sonrisa—.
Yo les quito las plumas y los descuartizo, eso es más que suficiente para mí.

—Christine dice que comerá luego, quiere acabar antes lo que está
haciendo —dijo Neithan entrando de nuevo en la cocina.

Durante la comida Ash les contó cómo lo habían recibido en la base.


Luego Neithan le habló de la gente que había contratado para el negocio. Y
para finalizar hablaron de la pequeña.

Ash no le quitaba los ojos de encima a Alex. Ella jamás podría haber
imaginado cuánto la había echado de menos. No había día que no pensara
en ella, que no deseara estar con ella.

Alex y su marido fueron a recoger a la niña y al hijo de Christine al


colegio.

Dawn se volvió loca al ver a su padre y no paró de contarle cosas


desde que salieron del colegio hasta que llegaron a casa.

Christine se fue a media tarde con el niño, después de que terminara de


planchar. Le gustaba trabajar para ellos, nadie la presionaba, se organizaba
para hacer el trabajo a su manera y no le decían lo que tenía que hacer ni
cuando hacerlo.

Después de que Dawn hiciera los deberes, se sentó en el sofá al lado de


su padre mientras Alex y él tomaban café.

—¿Quieres leer mis cartas ahora? —preguntó la pequeña a su padre.

—Claro —dijo Ash.

Ella se levantó y fue a coger de la estantería la caja de zapatos.


—Las de delante son las mías, he puesto mi nombre y el día que las
escribí —dijo cuando volvió al sofá—. Y las de detrás son las de la mamá.

—¿Esta es la primera? —dijo Ash cogiendo el primer folio, que estaba


doblado como los que había detrás.

—Sí.

Ash empezó a leerlas. En todas le contaba lo que había hecho en el


colegio y en casa. Los fines de semana le decía que habían ido a montar.
Que habían ido a ver a Jake todas las semanas. Y que su tío Neithan había
comprado dos bicicletas para él y para Alex y daban paseos con ellas. Y que
dos días habían ido a pescar y ella había cogido un pez. A Ash le llevó
mucho tiempo leerlas, porque eran treinta y siete. Ash le hacía preguntas
sobre algunas de las cosas que le había contado y la pequeña volvía a
contarle de nuevo lo sucedido.

Después de leer la última, Alex le dijo a la niña que subiera a su cuarto


y se fuera quitando la ropa para bañarse y que ella subiría en unos minutos.

—¿Quieres que lea las tuyas ahora o más tarde? —preguntó Ash
cuando él y Alex se quedaron solos.

—No vas a leer esas cartas —dijo ella cogiendo la caja.

—De eso nada, cielo —dijo acercándose a ella para volver a cogerla
—. Estas cartas son mías. Dijiste que me escribirías cada día y tengo que
leerlas.

—En un principio me pareció bien, pero me he arrepentido. Me he


dado cuenta de que sólo he escrito tonterías.

—Que te hayas arrepentido no es mi problema. Y no me importa que


hayas escrito tonterías, pero esas tonterías iban dirigidas a mi. Ve a ocuparte
de nuestra hija, yo me quedaré aquí leyéndolas.

—Ash, no quiero que las leas.


—Lo siento, cariño. Eso tenías que haberlo pensado antes de
escribirlas.

Alex se levantó maldiciendo y abandonó el salón. Él sonrió mientras


cogía el primer folio y lo desplegaba.

Miércoles, 1 abril

Hola, Ash.

Hoy ha sido un día extraño para mí. Estoy acostumbrada a tenerte en


casa y que trabajemos juntos, y me he sentido sola, muy sola.

Neithan me ha dado una lista de las cosas que tengo que hacer. Seguro
que me ha notado rara y quiere mantenerme ocupada, porque la lista de
trabajos es infinita. Por suerte él está aquí y tengo compañía cuando vuelve
a casa. Me gusta pasar tiempo con él después de cenar.

Me ha gustado escuchar tu voz cuando me has llamado al llegar a la


base. Y también que me llamaras cuando estabas ya en la cama.

Estoy preocupada de que te envíen a una misión. Tengo miedo de que


te suceda algo y no vuelvas.

Jueves, 2 abril

Hola, Ash.

Estoy muerta de cansancio. Hoy he empezado a cortar las maderas


para las ventanas de los estudios y he pasado la mañana liada con ello.

Los chicos han venido hoy a comer con nosotros. Los cuatro están muy
ilusionados con sus nuevas casas.

Esta tarde he estado también en la carpintería, entre maderas. Y


cuando he acabado, he tenido que ponerme delante del ordenador, porque
tengo un montón de trabajo atrasado.
He pensado mucho en ti mientras estaba trabajando. He recordado los
momentos en que tú y yo trabajábamos juntos, haciendo los rodapiés de la
casa, las ventanas, las puertas...

No puedes imaginar hasta qué punto una casa puede ser silenciosa,
hasta que te encuentras sola en ella.

Te echo muchísimo de menos. Por favor, no te olvides de nosotras.

Ash cogió el bolígrafo que estaba sobre la mesita de centro para


marcar algunas cosas de la carta. Luego cogió la siguiente.

Viernes, 3 abril

Hoy también he pasado el día en la carpintería. Pensaba que me


gustaba ese trabajo, pero empieza a aburrirme. No quiero trabajar sola.

He pensado en la forma en la que nos conocimos. Dios mío, no sé


cómo pude poner un anuncio en el periódico buscando un hombre.
Seguramente tuve un pequeño lapsus de locura transitoria. Por suerte, todo
salió bien, y nunca me he arrepentido de haberte conocido. La verdad es
que fui afortunada al encontrarte, porque eres un hombre maravilloso.
Desde que viniste a vivir a casa me he sentido segura y créeme que me
hacía falta.

También recuerdo la cara que pusiste cuando viste la casa por primera
vez. Tu expresión fue muy divertida. Y mira ahora, tenemos una casa
preciosa.

Gracias por llamarme hoy, necesitaba oírte.

Te echo de menos.

Sábado, 4 abril

Hola.

Hoy hemos ido a montar los tres. Me gusta tu hermano, ya lo sabes, y


me gusta estar con él. El problema es que Neithan no eres tú. Porque tú
consigues que cada día sea para mí una aventura. Me gusta cómo me
siento cuando estás conmigo. Haces que me sienta viva, únicamente con
dedicarme una de tus sonrisas.

¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus ojos? Tienen un azul
increíble. Siempre he pensado que era una chica del montón, pero cuando
tú me miras, sucede algo en mi interior que me hace pensar que soy guapa.

Últimamente me siento rara. Me pregunto si estarán empezando a


interesarme los hombres, porque a veces pienso en tu boca y deseo que me
beses. Y no solo eso. Tengo pensamientos extraños... con tu cuerpo. Ya sé
que no estoy ciega y sé apreciar las cosas bien hechas, pero yo jamás había
pensado en el cuerpo de un hombre.

Esta tarde hemos ido a pescar, y he vuelto a pensar en ti, recordando


las veces que hemos ido juntos.

Te echo mucho, mucho, mucho de menos.

Domingo, 5 abril

Hola, Ash.

Hoy no he hecho nada en todo el día. Me sentía triste y ni siquiera me


apetecía ir a montar. Neithan y Dawn han ido a ver a Jake y han comido
con él y con su familia.

Antes de irse, Neithan ha llamado a Dani para que viniera a hacerme


compañía, pero creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad,
porque he estado todo el tiempo hablándole de ti. Y eso aún me ha
entristecido más.

Pienso mucho en ti.

Lunes, 6 abril

Hola.
Hoy me he levantado más animada. Aunque, que no me hayas llamado
en tres días, me hace pensar que te hayan enviado a una de esas malditas
misiones. Por favor, ten mucho cuidado y vuelve, porque necesito verte.

Echo de menos tu presencia en la casa. Echo de menos tus sonrisas.


Echo de menos que me cojas de la mano para ir a algún sitio. Quiero que
vuelvas, porque la casa no es la misma sin ti.

Sabes, durante toda mi vida, a veces, he estado sometida a soportar


momentos difíciles, y puedo asegurarte que he llorado mucho, pero jamás
habría podido pensar que podría llorar y sentirme angustiada porque un
hombre esté lejos de mí.

Supongo que en persona no me atrevería a hablarte de lo que pienso o


de lo que siento, pero por carta es diferente. Y, de todas formas, estoy
guardando las cartas con las de Dawn para que no me haga preguntas,
pero no las vas a leer. Así que puedo decir lo que quiera.

Ya he terminado el rodapié de los cuatro estudios y voy a empezar con


las ventanas.

Paso mucho tiempo con Neithan después de cenar. Vemos una película
o, simplemente, hablamos. Me ha contado un montón de cosas de cuando
érais pequeños y vivíais en el rancho de vuestros padres. Me ha hablado de
las chicas con las que salisteis durante vuestra adolescencia. Y también me
cuenta muchas cosas de Laura. A estas alturas, siento como si la hubiera
conocido. También me ha hablado de tu mujer, pero he de admitir que no le
he prestado mucha atención, porque... me molesta incluso que la mencione.
No soporto saber que te haya tenido a su lado tantos años.

Sigo echándote de menos.

Martes, 7 abril

Hola.

Hoy he pasado el día en la carpintería, para variar. ¡Tengo que hacer


dieciséis ventanas para los estudios, con sus correspondientes marcos! Y
sólo de pensarlo, me mareo. Al menos ya tengo tres terminadas.

Esta tarde he tenido que trabajar unas horas con la contabilidad


porque se me está acumulando el trabajo.

¿Recuerdas aquel día que saliste por la noche? Cuando entraste en el


salón y me dijiste que ibas a salir creí morir. Sabía que ibas a ver a una
mujer y se me rompía el corazón de pensarlo. No soportaba la idea de que
la acariciaras, la besaras y le hicieras el amor. Por que yo quería que
fueras sólo mío. Y eso me pareció extraño, porque nunca he deseado estar
con un hombre.

Soy consciente de que habrá cientos de mujeres que matarían por


estar contigo. Mujeres normales, que no hayan tenido experiencias
desagradables, y puedan estar con un hombre, y disfrutar con él. Sé que yo
nunca podré estar con un hombre porque no lo soportaría. Supongo que es
un poco egoísta por mi parte, pero tengo miedo de que te enamores de
alguna mujer y me abandones. Y sé que eso es lo que va a suceder porque,
parece ser que ya has superado tú problema con el sexo, y sé que es normal
que necesites estar con mujeres.

Dicen que el miedo, cuando se controla bien, puede ayudar a que


hagas las cosas que son inalcanzables. Tú eres inalcanzable para mí, pero
sé que nunca serás mío.

No puedo dejar de pensar en ti.

Miércoles, 8 abril

Hola, Ash.

Sigo con los marcos de las ventanas. En este momento pienso que esto
es lo más aburrido que he hecho en mi vida. Si trabajara contigo sería
diferente.

Sabes, desde siempre me he conformado con lo que tenía, pero tengo


que reconocer que, en el fondo, siempre he querido que alguien me quisiera
y me deseara. He imaginado muchas veces que me entregaba a un hombre
en cuerpo y alma, sin miedo, sin dudas. Aunque también he de admitir que
ese sueño, imposible, lo he experimentado con más intensidad desde que
estás conmigo. Una parte de mí quiere aislarse, seguir en la conocida
soledad…, pero otra quiere que la quieran y la deseen. ¿No te parece que
son pensamientos extraños cuando sé, positivamente, que jamás podré estar
con un hombre?

No puedo apartarte de mi mente, por mucho que lo intente. Y me


pregunto qué significa eso.

Jueves, 9 abril

Hola.

Hoy he trabajado todo el día con las dichosas ventanas. Por suerte,
los marcos son lisos y los hago rápido. Si sigo a este ritmo las terminaré
mañana.

Te echo de menos en la cama por las noches, aunque ni siquiera nos


rocemos. Y más aún desde que tenemos tu cama, que es enorme. Me siento
bien sabiendo que estás dormido a mi lado. Y echo de menos los ratos que
pasamos hablando antes de dormir.

Aún me despierto algunas veces con pesadillas por lo que me sucedió


años atrás, y en esos momentos, me gustaría que estuvieras conmigo para
calmarme con tu abrazo.

Quiero vivir sin temor. Antes tenía miedo de que él se presentara en


casa y ahora que ya no está, tengo miedo de no poder estar con un hombre.
Quiero recuperar la confianza en los hombres porque… me gustaría estar
contigo.

Viernes, 10 abril

Hola.

Hoy he terminado todas las ventanas y se las han llevado a la obra.


Mañana empezaré con las puertas. Por suerte, no van a llevar ningún
adorno y las terminaré en un pispas.

No pienso entrar en la carpintería en todo el fin de semana.

Mark me ha llamado para decirme que mañana nos llevará a un


pueblo que está en fiestas. No creo que Neithan nos acompañe, porque han
empezado con una obra y sólo dedican los fines de semana para trabajar
en los estudios de los chicos. Pero no me importa ir con Mark y los niños.
Es un hombre muy agradable y me divierto con él.

Hoy he hecho algo que no había hecho en la vida. He pensado en ti


mientras me duchaba y he deseado tocarme, y habría sido mi primera vez.
Para que veas lo trastornada que estoy.

No sé lo que me sucede. Me siento diferente, extraña. Puede que sea


un problema hormonal.

Quiero que vuelvas pronto a casa.

Sábado, 11 abril

Hola.

Hoy he pasado un día fantástico. Al final, Neithan no nos ha


acompañado. Así y todo, ha sido un día genial. Creo que todos lo hemos
pasado muy bien. En el pueblo había atracciones y hemos montado los
cuatro en todas. Y Mark nos ha comprado algodón de azúcar, palomitas, y
almendras garrapiñadas. Me ha recordado a cuando era niña y mis padres
me llevaban a las ferias de los pueblos.

Hemos comido en uno de los puestos. Y por la tarde hemos seguido


dando vueltas. Mark ha ganado, en uno de esos puestos de disparar con un
rifle, un osito de peluche para mi y dos conejitos para los pequeños. Y por
la noche nos ha invitado a cenar en un restaurante. Ha sido un día muy
especial.

Mark es tan alegre y tan divertido que no me ha dejado tiempo para


poder pensar en ti, y lo he agradecido porque, últimamente, pienso
demasiado en ti.

Por suerte Neithan no estaba cuando hemos llegado a casa y he


subido a acostarme porque estoy muy cansada.

¿Sabes una cosa? Este habría sido el mejor día de mi vida, si en vez
de Mark hubieras sido tú quien nos acompañara.

Y ahora estoy aquí, en esta cama tan inmensa, que me recuerda a ti. Y
decirte que te echo de menos en este momento no es suficiente. Siento un
vacío en mi interior, y sé que es, porque no estás conmigo.

Domingo, 12 abril

Hola, Ash.

Los días se me están haciendo eternos sin ti.

Extraños pensamientos invaden mi mente. Son demasiado descarados


para mencionarlos y me siento completamente avergonzada de mí misma.
¿Y sabes que es lo peor? Que todos están relacionados contigo.

Te echo de menos.

Lunes, 13 abril

Hola.

Otra vez es lunes. He pasado el día en la carpintería y he terminado


todas las puertas del interior de los estudios.

Después de cenar, Neithan y yo hemos estado hablando. Me ha dicho


que necesitaba un contable y me ha ofrecido el puesto. Me habría gustado
que estuvieras aquí para comentarlo contigo. Últimamente siempre
hablamos antes de tomar una decisión y me cuesta decidirme sin escuchar
tu parecer. De todas formas, he aceptado. Sabes que me gusta tu hermano y
no he podido negarme. Aunque sólo trabajaré con él por las mañanas. Las
tardes las dedicaré a mis otros clientes. Empezaré en unos días.
Buenas noches.

Martes, 14 abril

Hola.

Hoy he dedicado todo el día a hacer las puertas exteriores de los


cuatro estudios.

Llevan la obra muy avanzada y Neithan dice que estarán terminadas


para final de mes.

He estado experimentando con recetas nuevas de cocina que he


encontrado en Internet y, según tu hermano, todas son deliciosas.

Miércoles, 15 abril

Hola, Ash.

Hoy he pasado todo el día trabajando delante del ordenador. Tengo


tres nuevos clientes y no quiero que se me acumule el trabajo.

Cuando Dawn ha llegado del colegio, me he puesto a seleccionar la


ropa de casa para llevar a los estudios. Tenemos un montón de sábanas,
toallas y edredones de vuestras casas y, de momento, no necesitamos
tantas. Así que he dejado en casa las cosas que más me han gustado y el
resto las he metido en cajas para llevarlas a los estudios cuando estén
terminados. Y he hecho lo mismo con los utensilios de cocina.

Quiero que las terminen ya para verlas amuebladas.

Buenas noches.

Jueves, 16 abril

Hoy he estado en los estudios de los chicos pintando. La relación entre


ellos y yo ha cambiado y me siento a gusto en su compañía. Necesitaba
salir de casa. Cuando paso mucho tiempo aquí se me caen las paredes
encima.
Los chicos y Neithan están trabajado muy duro para terminar las
casas cuanto antes. Se les nota que quieren acabarlas para poder
descansar, porque están trabajando los siete días de la semana y apuesto a
que están exhaustos.

Neithan compró en el pueblo, en el almacén de un amigo de Mark, los


electrodomésticos que necesitaban.

Ahora mismo tendremos a los chicos de vecinos.

Ash volvió a leer las últimas cartas para ver si se había saltado algo,
porque Alex se limitaba a hablarle de cosas referentes al trabajo y no los
mencionaba a ellos dos. No había vuelto a decirle que le echaba de menos
ni que tenía ganas de verle. Y eso le preocupaba mucho. Llegó a pensar,
incluso, que hubiera conocido a otro hombre.

Viernes, 17 abril

Hola.

Hoy he ido con Neithan a comprar algunas cosas para las casas de los
chicos y nos han acompañado los cuatro. Me gusta ir de compras con ellos.

A última hora de la tarde ha venido Dani para invitarme a cenar en un


restaurante. No me apetecía, pero Neithan ha dicho que me fuera, que tenía
que despejarme del trabajo. Él se ha quedado de niñero. Aunque no ha
estado solo porque cuando hemos vuelto, él, Mark, Jake y los chicos
estaban jugando a las cartas en la cocina.

Hemos ido a cenar al pueblo y luego Dani me ha obligado a ir a una


discoteca. Y, aunque al principio no quería ir, lo he pasado bien y he
bailado. Pero ningún tema lento, por supuesto. Aún no estoy preparada
para hacerlo con nadie… que no seas tú. Pero me he dado cuenta de algo.
Creo que le gusto a los chicos, porque Dani y yo hemos tenido que estar
apartándolos el tiempo que hemos estado allí.

Buenas noches.
Sábado, 18 abril

Hoy hemos pasado la mañana en la obra y Dawn ha ido hasta allí con
la bici. No puedes imaginar lo bien que la maneja ya.

Las casas de los chicos están quedando preciosas. Ya están instalados


los electrodomésticos.

Buenas noches.

Domingo, 19 abril

Dawn y yo hemos ido hoy a caballo a casa de Jake y hemos pasado el


día con él.

Hemos traído a casa el potrillo de Dawn. Ha crecido muchísimo. Jake


nos ha acompañado porque era tarde.

He pasado un buen día. Hacía mucho tiempo que no hablaba con Jake
y me ha sentado bien hacerlo. Se ha quedado a cenar con nosotros, aunque
Neithan no nos ha acompañado porque ayer a última hora recibieron los
sanitarios de los estudios y se ha quedado con los chicos a instalarlos.

Buenas noches.

Lunes, 20 abril

Seguro que te estás preguntando por qué no te he dicho lo que pienso y


lo que siento desde hace unos días. La razón es, que me he sentido muy
aturdida últimamente.

Puede que no te haya dicho que no te he echado de menos, pero no es


porque no lo haya sentido. Porque creo que te echo mucho más de menos
que días atrás. Y, además, no puedo dejar de pensar en ti ni un solo
instante.

A veces, cuando estoy en la cama con los ojos cerrados, puedo ver tu
rostro. Y esos ojos, que fueron lo que más me llamó la atención cuando te
conocí, con ese azul tan intenso y tan increíble y que fue lo que me impactó
nada más verte la primera vez.

Siento tantas cosas por ti, que hacen que me sienta aturdida y a veces
no pueda respirar.

De unos días aquí sólo tú estás en mi mente y no hay espacio para


nada más. Es como si hubiera perdido el sentido común. Y te echo
muchísimo de menos.

Martes, 21 abril

Esta tarde ha venido Jake a tomar café a casa. Seguramente estaba


preocupado por la última vez que hablamos y quería saber cómo me
encontraba.

El domingo, cuando estuvimos en su casa, le conté cómo me sentía


respecto a ti. Y no solo desde que te fuiste, sino desde que te vi por primera
vez. Se extrañó cuando le dije que mi primer pensamiento cuando te conocí
fue quitarte el suéter que llevabas para comprobar si tu torso era tan
perfecto como parecía.

Aquel primer día que te vi, cuando terminaste de hablar con Dani y
caminabas hacia mi mesa, quería lamer y morder esos labios sensuales
hasta que desapareciera esa sombra de amargura que había debajo de tus
ojos. Extraño en mí, ¿eh? Pues que sepas que yo fui la primera que se
extrañó.

Después de escuchar todas las barbaridades que pensaba, sentía o


deseaba hacer contigo, Jake sonrió. Me dijo que estaba enamorada de ti. Y
no fue el único, porque Dani me dijo lo mismo cuando salimos el viernes.

Dani me aconsejó que te lo dijera y, por supuesto, no estuve de


acuerdo. Jamás se me pasaría por la cabeza hablarte de ello, precisamente
a ti.

Voy a seguir el consejo de Jake. Él me dijo que no debía hacer nada,


que dejase pasar el tiempo a ver adónde nos conducía.
De todas formas, no creo que esté enamorada de ti. Pienso que el
deseo por el sexo opuesto se ha despertado en mí y me he fijado en el mejor
ejemplar que tenía a mi alcance. O sea, tú.

Espero que vuelvas pronto a casa.

Miércoles, 22 abril

Los estudios de los chicos son una maravilla. Están casi terminados, a
falta de algunos últimos retoques.

Hoy ha venido Mark y ha empezado a tomar medidas y notas para


diseñar el jardín. Me ha dicho que quedaría bien rodearlo con una valla
baja de madera para darle encanto y he estado de acuerdo. Por un
momento me he preocupado por si tenía que encerrarme de nuevo en la
carpintería, pero me ha dicho que esas vallas las venden hechas. Lo cierto
es que no tienen ningún propósito, son simple decoración, pero creo que
quedarán bien.

Los chicos han venido hoy y han sacado la maquinaria de carpintería


de la biblioteca y se la han llevado a la nave de tu hermano, donde ha
destinado un espacio para colocarla, para que podamos trabajar allí
cuando lo necesitemos. Me he quedado en casa sólo lo necesario para
restaurar los muebles que fuimos acumulando en la habitación de la planta
baja, en esa que no sabíamos para qué utilizar.

Christine ha empezado a trabajar en casa y viene todos los días. Entre


las dos hemos limpiado bien la biblioteca. A partir de ahora trabajaré en
ella.

Después de cenar he colocado los libros de tu casa, los de Neithan y


los míos en las estanterías. Ahora ya puedo decir que tengo un despacho
donde trabajar. Y hemos colocado también esa enorme mesa que había en
el sótano, para Neithan. Dijo que no la necesitaba, pero ya la tiene llena de
papeles, facturas y presupuestos y pasa mucho tiempo sentado delante de
ella cuando vuelve a casa.
Sigo pensando en lo que siento por ti. Todavía no quiero aceptar que
sea amor, puede que porque estoy asustada. De todas formas, sea lo que
sea, es algo que no puedo controlar. Más bien es algo que me controla a mí.

Te echo de menos.

Jueves, 23 abril

Hoy he pasado el día en el jardín de los chicos. Mark me ha dado


permiso para que plantara algunas cosas, bajo la supervisión del jardinero.
Y mientras lo hacía, dos chicos de su cuadrilla, han instalado la valla de
láminas de madera.

Me ha sentado bien estar en el exterior bajo el sol y metiendo las


manos en la tierra. Me ha ayudado a relajar la mente, que era un caos de
emociones antes de empezar, y al acabar era sólo medio caos.

La verdad es que no sé cómo manejar estos sentimientos que invaden


mi mente y mi corazón. Siempre había oído decir que cuando estás
enamorada te sientes feliz. En cambio, yo estoy aterrada, aturdida,
desconcertada y…, en otras palabras, me siento perdida. Por eso sé,
positivamente, que lo que siento por ti no es amor sino simplemente, deseo.
Un deseo que jamás voy a poder satisfacer.

Viernes, 24 abril

En los ratos libres he restaurado esos dos baúles que había en la


segunda planta, esos que estaban tan estropeados y dijiste que valdrían una
fortuna. Los he terminado hoy y son una maravilla. Neithan me ha ayudado
a subirlos y hemos puesto uno en su dormitorio y el otro en el nuestro.

Esta tarde, cuando ha llegado Dawn del colegio hemos ido con
Neithan y los chicos a comprar los detalles de decoración para los cuatro
estudios. Quería que fuesen ellos quienes los eligieran para que
personalizaran sus casas. También hemos comprado una mesa de jardín
grandísima. Lo hemos pasado muy bien.
Con los chicos también me divierto y ahora me siento a gusto con
ellos, no como al principio, que me apartaba para que no me rozasen.
Neithan nos ha invitado a cenar a todos en el pueblo.

Se me está haciendo cuesta arriba que estés lejos de casa. Procuro


estar ocupada para no pensar en ti, pero no lo consigo.

Sábado, 25 abril

He pasado la mañana tapizando las butacas y el sofá de la biblioteca.


Y he de decir que han quedado preciosos.

Hoy al mediodía han terminado el jardín de los chicos. Cuando ves las
casas desde lejos parece una postal. Han quedado de ensueño.

Los chicos construyeron una barbacoa de obra en el rincón que Mark


había dejado para ello y han colocado cerca la mesa que compramos. Te va
a encantar cómo está quedando el jardín.

Mark ha hecho un sendero con piedrecitas desde nuestra casa a las de


ellos, bordeado por unos arbustos bajos, para que Dawn vaya con la
bicicleta, y se ha vuelto loca al verlo.

Los chicos van a inaugurar las casas con una barbacoa, tan pronto
vuelvas. Están esperándote a ti.

Esta tarde han venido los chicos, Mark y Ed con los niños y hemos
pasado el día en el jardín.

No hemos perdido de vista a los niños. No puedo olvidarme de Laura,


que desapareció a plena luz del día, y eso me preocupa.

A última hora de la tarde hemos entrado en casa. Ellos han decidido


jugar al billar y han empezado con mi iniciación. Dani ha llegado poco
después y se ha unido a nosotros.

Me gusta el billar, creo que es un juego muy sensual. O eso me ha


parecido cuando alguno de ellos se colocaba detrás de mí para mostrarme
cómo debía sujetar el palo. Sé que ninguno de ellos tenía dobles
intenciones ni malos pensamientos conmigo, porque me han demostrado
que son unos buenos amigos. Lo que no sabían era que mis pensamientos
no eran tan correctos como los suyos. Porque cada vez que me ayudaban en
algo, yo pensaba que eras tú e imaginaba que me acariciabas a la más
mínima oportunidad, o me hablabas al oído diciéndome algo…
Decididamente, lo que siento por ti es deseo.

Domingo, 26 abril

Hoy hemos ido a pasar el día al río. Han venido con nosotros los
chicos, Christine y su hijo, Mark con el suyo, Jake, y Ed con sus hijos. Y no
te lo pierdas, Sally se ha presentado con ellos. Según me ha dicho Neithan,
Ed se ha disculpado por llevarla. Pero no se ha portado mal, supongo que
porque estaba su marido y sería demasiado descarado insinuarse a
alguien, estando él delante. De todas formas, los hombres se han dedicado
a pescar y a hablar de sus cosas y nosotras nos hemos encargado de cuidar
a los pequeños. Aunque he de decir que Sally me ha hecho muchas
preguntas sobre ti, pero me he hecho la loca. Creo que sigues siendo su
preferido. Y te aseguro que la entiendo, porque yo también te elegiría a ti.

Sé que ha estado molesta porque todos los hombres, excepto su


marido, han estado todo el día flirteando conmigo, con Dani y con
Christine, y eso no le ha sentado bien. Me temo que, cuando hay hombres,
ella quiere ser su centro de atención.

Te echo mucho de menos.

He estado fantaseando contigo en el río mientras nos bañábamos,


aunque el agua estaba bastante fría, bueno, más bien helada, y hemos
salido como pollos.

Me habría gustado que estuvieses allí conmigo y que me hubieras


acariciado debajo del agua… para calentarme.

Hemos decidido cenar todos en nuestra casa y los hombres se han


encargado de la barbacoa.
Dani y yo le hemos enseñado la casa a Sally, y he notado la envidia en
su rostro. Aunque sé que lo que más le ha molestado ha sido saber que
Neithan vive en casa. Apuesto a que no soporta que los dos hombres más
atractivos de Somerset vivan bajo el mismo techo que yo.

Lunes, 27 abril

Hoy he empezado a trabajar con tu hermano. Sólo voy a trabajar por


la mañana. Me gusta la experiencia de trabajar fuera de casa y seguir un
horario. Y tengo un despacho impresionante, más grande y más bonito que
el de él. Neithan dice que quiere que me sienta bien trabajando allí, para
que no me marche.

Esta tarde la he dedicado a tapizar las sillas del comedor, están


quedando preciosas.

No puedo dejar de pensar en lo que siento por ti. Todo ha sucedido


demasiado rápido y me siento muy confundida porque, prácticamente, tú y
yo no nos conocemos. Hemos hablado de nuestras vidas en contadas
ocasiones. Sé más de ti por Neithan que por lo que tú me has contado.

Siempre pensé que estaría sola, sin hombres a mi alrededor y, ya ves,


vivo con dos tíos buenos y estoy rodeada de hombres, tanto en el trabajo
como en mis momentos de ocio.

Puse un anuncio buscando marido… Dios mío, todavía me cuesta


creer que lo hice. Quería que fuera sólo un negocio, y nada ha salido como
planeaba.

Sé que tú no sientes nada por mí, pero lo cierto es que no me importa,


y lo prefiero. No quiero tener que pasar la vergüenza de tener que
rechazarte, porque yo nunca podré hacer el amor con un hombre.

Martes, 28 abril

Anoche le hable a Neithan de lo que siento por ti y me ha dicho que lo


único que me sucede es, que estoy enamorada. Otro que piensa lo mismo. Y
ha añadido que él lo sabía desde hacía mucho tiempo.
Después de pensar y recapacitar. Después de dar vueltas a las
conversaciones que he mantenido con Dani, con Jake y con tu hermano, he
llegado a la conclusión de que los tres tienen razón. Estoy loca por ti. Estoy
irrevocablemente enamorada de ti.

Sabes, antes de que te marcharas no quería que lo hicieras. Luego, al


estar fuera, quería que volvieras. Y ahora, que sé cuales son mis
sentimientos, tengo miedo de verte. Sé que no voy a poder disimular lo
mucho que te deseo y te quiero. Y, conociéndote y sabiendo lo observador
que eres, tardarás treinta segundos en descubrirlo. Y eso me aterra. Ahora
desearía que te enviaran a otra misión tan pronto volvieras de la anterior y
pasases otro mes fuera. Porque no voy a saber cómo comportarme contigo.

Bueno, supongo que no seré la única que atraviesa una situación


como la mía. Y, por otra parte, no puedo dejar de sentir lo que siento por ti,
así que, que sea lo que Dios quiera.

Hoy he terminado de tapizar las sillas del comedor. Neithan me ayudó


a elegir la tela. Y han quedado fantásticas.

Ash siguió leyendo las cartas. Media hora después de que leyera la
última, permanecía en el sofá, con las cartas sobre las rodillas y con la
cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados. Estaba aturdido, con la
imagen de su mujer en la mente. No podía creer que Alex estuviera
enamorada de él.

—Hola —dijo Neithan entrando en el salón.

—Hola —dijo Ash abriendo los ojos y sin poder ocultar la sonrisa de
sus labios.

—¿Qué son esos papeles?

—Las cartas que me escribió Alex cuando estuve fuera.

—¿Te las ha dado? —preguntó Neithan extrañado—. ¿Te dice algo


interesante?
—Sí. Está enamorada de mí.

—¿Te lo ha dicho en las cartas?

—Sí. Parece ser que no tenía intención de dármelas, pero la he


obligado.

—Bien hecho.

—Ya me he bañado —dijo la pequeña entrando en el salón y


sentándose en las piernas de su padre.

—Ummm, qué bien hueles —dijo él mordisqueándole el cuello y


haciéndola reír.

—La cena está lista —dijo Alex desde la puerta.

Ash sonrió al ver que evitaba mirarlo a él.

Alex estaba sentada en la mesa frente a su marido, sin mirarlo, excepto


en una ocasión que levantó la vista y sus miradas se encontraron. Y Ash
disfrutó viendo cómo se coloreaban sus mejillas. Seguro que estaba
recordando todo lo que había escrito en las cartas y se sentía avergonzada.

Después de cenar, Alex y Neithan recogieron la cocina mientras Ash


subía con la pequeña a acostarla y leerle un cuento.

Ash entró en el salón media hora después. Neithan y Alex estaban


sentados en el sofá hablando.

—Seguro que tenéis muchas cosas de qué hablar —dijo Alex


levantándose—. Me voy a la cama.

—Sólo me quedaré unos minutos, estoy cansado y quiero acostarme —


dijo Ash, intentando no sonreír al ver la cara de terror de su mujer.

—Buenas noches.

—Buenas noches, cariño —dijo Neithan.


—Te veo en unos minutos —añadió Ash.

Alex abandonó el salón preocupada. Lo último que quería era estar con
Ash y que le hablara de las cartas.
Capítulo 14
Ash entró en el dormitorio y se encontró a Alex metida en la cama y con
los ojos cerrados.

—¿Te estás haciendo la dormida? —preguntó sonriendo.

Desde luego, no se puede decir que mi mujer sea una cobarde, pensó
Ash al ver que ella abría los ojos rápidamente y lo miraba fijamente.

—Que tenga los ojos cerrados no quiere decir que me esté haciendo la
dormida, simplemente, estoy intentando dormir.

—Pues aplázalo por unos minutos porque tenemos que hablar.

—¿Hablar?

—Sí, hablar —dijo Ash sacándose la camiseta e intentando, con un


increíble esfuerzo, no sonreír al ver la cara de terror de su mujer.

—¿Qué haces?

—Voy a ponerme el pijama para acostarme. No irás a decirme que te


afecta verme sin camiseta. Me has visto así muchas veces. Pero no te
preocupes, cariño, no vas a ver más de lo que has visto hasta ahora —dijo
sonriendo—. Vuelvo en cinco minutos.

Ash entró en el baño, tomó una ducha rápida, se lavó los dientes y se
puso el pantalón del pijama y una camiseta de manga corta.

Salió del baño y caminó hacia la cama. Ella estaba sentada, apoyada en
el cabecero. Ash cogió las cartas y se subió a la cama, pero en vez de
meterse dentro, se sentó frente a ella con las piernas cruzadas. Lo que
obligó a Alex a que encogiera las piernas para dejarle espacio.

—¿De qué quieres hablar?


—De las cartas, por supuesto.

—Como ya te he dicho, no tenía intención de dártelas. Ni siquiera


pensaba escribirlas. Lo hice porque Dawn me pedía la carta cada mañana
para guardarla en la caja con las suyas.

—En ese caso, me pregunto por qué escribiste todo eso, si no tenías
intención de que las leyera.

—Como no ibas a leerlas, daba igual lo que escribiera en ellas. Y


además, no iba a dejar las cartas en blanco. Buena es tu hija —dijo
sonriendo—, habría estado preguntándome por ello un año entero.

A Ash le gustó que dijera tu hija, como si fuera solamente de él.

—Entonces, ¿todo lo que hay escrito en ellas es mentira?

—Todo no —dijo ella ruborizándose.

—Parece que no confías en mí. Creía que había algo especial entre
nosotros —dijo él intentando no sonreír al verla nerviosa—. Y no te tenía
por una mentirosa.

—Yo nunca he mentido. Pero tienes razón, lo siento. Aunque, por


mucho que confíe en ti, es complicado hablar contigo de... lo que siento.

—Sin embargo, no tuviste reparos en hablar de ello con Jake, con Dani
y con Neithan. Parece ser que confías más en ellos que en mí.

—No es eso.

—Si no es eso, me gustaría saber qué es. Y, al igual que hablas con
ellos de tus sentimientos y tus deseos, también me gustaría que lo hicieras
conmigo. Al fin y al cabo, soy una parte interesada. A no ser que seas una
cobarde.

—Yo no soy una cobarde.


—En ese caso, no tendrás problema en que comentemos algunas de las
cosas que me escribiste en las cartas. Así me aclararás las cosas que son
ciertas y las que no lo son.

—Esas cartas no las escribí para ti.

—Vale —dijo él sonriendo—. Digamos que eran como… un diario en


el que escribías tus pensamientos, tus deseos, tus sentimientos… hacia mí.

—Bueno… Sí, algo así.

—El caso es que yo he leído ese diario y quiero hablar de algunas de


las cosas que hay escritas en él.

—De acuerdo. Adelante —dijo dándose por vencida ante la insistencia


de él.

—Empecemos por la primera carta. Las tengo ordenadas por fechas —


dijo sonriendo al verla ruborizada.

—Genial.

—Aquí dices que estabas preocupada porque me enviaran a una


misión… por si no volvía. Te dije que volvería, y aquí estoy.

—Pero tú no eres Dios ni eres inmortal. Aunque puede que pienses que
sí lo eres.

—No, no lo pienso. Pero sabes, cielo —dijo mostrándole una


seductora sonrisa—, voy a seguir volviendo a casa hasta que el problema
que tienes con los hombres, o mejor dicho, conmigo, se solucione.

—Entonces ya no volveré a preocuparme, porque volverás siempre.

Ash sabía que Alex lo había dicho porque pensaba que su problema no
tenía solución, cosa que él dudaba.

—En esta otra carta me pediste que no me olvidara de vosotras. Y


tengo que decirte que habéis estado en mis pensamientos cada día de los
que he estado ausente. Porque yo también os he echado muchísimo de
menos.

—Supongo que es algo normal, hemos pasado mucho tiempo juntos.

—Sí, será eso —dijo él volviendo a sonreír—. Aunque, he de admitir,


que has sido tú quien ha estado en mi mente cada minuto del día.

Ella lo miró extrañada.

—¿Es cierto que han empezado a interesarte los hombres?

—No lo sé, es posible —dijo sonrojándose de nuevo.

—¿Y eso de que piensas en mi boca? ¿En que te bese?

—Esos pensamientos fueron los que me llevaron a preguntarme si me


interesaban los hombres.

—¿Has llorado y te has sentido angustiada porque yo estuviera lejos de


ti?

Ash la estaba bombardeando con preguntas de lo que tenía subrayado


en las cartas.

—Bueno… eres mi marido. ¿No es eso lo normal?

—Me pregunto si todas tus respuestas van a ser tan esquivas. Supongo
que no piensas decirme la verdad.

—He contestado a todas con la verdad.

—Vale —dijo cogiendo otra carta—. ¿Tienes celos de mi exmujer?

—No estoy segura de que sean celos, pero no me gusta pensar que
habéis vivido juntos durante años.

—¿Por qué no te gusta pensar eso?


—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No… no estoy completamente segura del motivo.

—Pero tienes tus sospechas.

—Es posible.

—Y no me las vas a decir.

—Si has leído las cartas, ya estás al corriente.

Ash cogió otra carta sonriendo.

—Quiero que sepas que, la noche aquella que salí, lo hice porque te
deseaba demasiado y no podía estar contigo a causa de nuestro acuerdo. Y
tenía que desahogarme para poder soportar estar cerca de ti y no poder
tocarte.

Alex lo miró con los ojos muy abiertos, sin poder creer lo que acababa
de escuchar.

—¿Pero sabes otra cosa? No me sirvió de nada desahogarme con una


desconocida porque, después de esa noche, te deseé aún más.

Alex se limitó a mirarlo. Ash permaneció un instante sin decir nada,


leyendo un párrafo de otra de las cartas.

—Aquí dice que no querías que besase, acariciase y le hiciera el amor


a esa mujer, porque querías tenerme sólo para ti. ¿Quieres decirme algo al
respecto?

Alex negó con la cabeza porque tenía un nudo en la garganta que no la


dejaba hablar.

—De acuerdo, sigamos. También dices que habrá cientos de mujeres


que quieran estar conmigo, cosa que dudo. Pero sabes, cariño. No quiero a
cientos de mujeres, porque yo sólo deseo a una.

¿Está insinuando que me desea... a mí? ¿o serán imaginaciones


mías?, se preguntó Alex aturdida y perpleja por sus palabras.

—Aquí dices que nunca podrás estar con un hombre. ¿Cómo lo sabes?
¿Has intentado estar con alguno?

Ella volvió a negar con la cabeza.

—¿Por qué dices que nunca podré ser tuyo? ¿No te has dado cuenta de
que ya lo soy? Hace mucho tiempo que me atrapaste, cariño —dijo
mirándola con una seductora sonrisa.

Alex lo miró desconcertada. No podía creer todo lo que le estaba


diciendo. Cada vez se sentía más aturdida, y que él siguiera con sus
preguntas, sin dejarla ni respirar, no le dejaba ni un segundo para pensar.

—Aquí has escrito que siempre has deseado que un hombre te quisiera
y te deseara. Que has imaginado que te entregabas a él, sin miedo, sin
dudas. Y que eso se ha acentuado desde que estoy contigo.

Ash apartó la mirada del papel y la centró en ella, en sus ojos, que
parecían aterrorizados. Le cogió las manos y las envolvió con las suyas.

—Alex, es normal desear a alguien, y no me parece extraño que tengas


esos pensamientos, porque yo te deseo como no he deseado a ninguna
mujer en mi vida. Sigues sin decir una palabra —dijo él después de esperar
unos segundos y sin apartar la mirada de ella—. Y eso no es normal en ti.

—Aunque quisiera, no sabría qué decir.

—No importa. Es suficiente con que me escuches, de momento.


También has escrito que quieres recuperar la confianza en los hombres,
porque te gustaría estar conmigo. ¿Es eso cierto?

—Sí —dijo mirándolo aturdida.


—Bien. Yo te voy a ayudar a recuperar esa confianza. Parece ser que
sigues teniendo pesadillas.

—Sí, de vez en cuando.

—¿Deseabas masturbarte en la ducha pensando en mí? —preguntó con


una traviesa sonrisa.

Ella lo miró, asustada.

—No te preocupes, cielo —dijo apretándole las manos—. Eso es muy


halagador. Y tengo que decirte que yo sí lo he hecho, pensando en ti, y en
más de una ocasión.

Alex se sentía totalmente avergonzada

—Me habría gustado ser yo quien os llevara al pueblo ese que estaba
en fiestas —dijo para cambiar de tema porque la veía angustiada—. Cuando
he leído que estuviste todo el día con Mark, me han invadido los celos. ¿Te
regaló un osito?

—Sí, este —dijo ella sacándolo de debajo del edredón.

—¿Y duermes con él? —dijo cogiéndolo de su mano.

—Es muy suave y así no me siento sola.

—Pues, mientras yo esté en tu cama, no dormirás con él —dijo


lanzándolo al otro lado de la habitación y cayendo sobre la butaca.

—Vaya, buena puntería —dijo ella sonriendo.

—Háblame de esos descarados pensamientos que no has podido


mencionar en tus cartas y que están relacionados conmigo.

—No puedo.

—Apuesto a que son los mismos que he tenido yo, pensando en ti. Por
lo que leo aquí, no me extraña que los hombres revolotearan a tu alrededor
en la discoteca. Cualquier hombre que se precie de serlo te desearía. Sabes,
cuando he leído esas cuatro o cinco cartas en las que no mencionabas nada
respecto a tus pensamientos o deseos, y en las que no decías que me
echabas de menos, he tenido miedo de que ya no sintieras nada por mí.
Porque yo, al igual que tú, también me siento aturdido por todo lo que
siento. Y te he echado tanto de menos cuando he estado fuera que me dolía.

Ash estuvo un instante mirándola, sin decir nada. Y ella permaneció en


silencio, mirándolo a su vez.

—Creo que el consejo que te dio Jake, de que dejemos pasar el tiempo
y ver adónde nos lleva esto, es el acertado.

—Yo también lo creo.

—Es halagador que estés enamorada de mí, y tengo que decirte que
estabas equivocada al suponer que yo no sentía nada por ti.

—¿Tú sientes algo por mí?

—¿No es evidente? —dijo él sonriendo—. En cuanto a lo que


mencionas del billar, voy a ser yo, y sólo yo, quien te enseñe a jugar, a
solas.

Esas palabras consiguieron que Alex se ruborizara de nuevo.

—¿Qué has querido decir con que cuando estuvisteis en el río, todos
los hombres flirteaban contigo?

—Conmigo, con Christine y con Dani.

—Eso.

—Pues que… no sé. Bromeaban y nos hacían insinuaciones. Creo que


lo que querían era fastidiar a Sally. Y te aseguro que lo consiguieron.

—Un día iremos al río, tú y yo, solos, para hacer realidad tus
fantasías... conmigo.
Ash no la miró. Sus mejillas se habían coloreado hacía bastante tiempo
y no quería contemplar como aumentaban el color.

—Aquí dices que sabes que no siento nada por ti, y ya te he dicho que
estás confundida. Y también has escrito que no quieres que sienta nada por
ti, porque nunca podrás hacer el amor conmigo.

—Y sigo pensando lo mismo. Ash, yo nunca podré estar con un


hombre.

—Quiero que te quites eso de la cabeza, porque estás completamente


equivocada. Me alegro de que estés loca por mí e irrevocablemente
enamorada —dijo sonriendo mientras lo leía—. Porque yo estoy locamente
enamorado de ti.

Alex clavó la mirada en los ojos de él, desconcertada.

—El día que me marché, cuando estábamos despidiéndonos, deseaba


besarte, y no con un simple beso en los labios. Pero tuve miedo de que te
asustases o me rechazases. Entonces desconocía cuales eran tus
sentimientos. Pero ahora que los conozco, voy a ayudarte a superar todos
esos miedos que tienes.

—¿Qué? —dijo ella, aturdida al escuchar sus palabras, que


revoloteaban en su mente.

—No quiero que te preocupes ni pienses en ello. Lo tomaremos con


calma, sin prisas y sin presiones. Vamos a vivir el día a día y dejar que lo
que hay entre nosotros fluya. ¿Te parece bien?

—Vale —dijo ella, desconcertada y confundida.

—Voy a utilizar contigo todos los conocimientos sobre psicología que


he aprendido en mi trabajo.

—¿Va a ser como si fuera a terapia?

—A un psicólogo no se le pasaría por la cabeza acostarse con su


paciente, pero yo voy a ayudarte porque, acostarme contigo es lo que
pretendo.

—Tengo miedo.

—¿Porque te he dicho que quiero acostarme contigo? No voy a


mentirte, cielo. Aunque no debes pasar por alto el poder del miedo. El
miedo y el temor a hacer algo es lo que nos mantiene vivos y nos ayuda a
concentrarnos en lo que tenemos entre manos y a buscar una solución al
problema que nos acucia. Pero también he de decirte que con miedo no se
puede vivir, porque entonces la vida se vuelve sombría y sin ningún
aliciente, y creeme, sé de qué hablo. Has de ser consciente de que los
recuerdos de lo que te sucedió están haciendo que no disfrutes plenamente
del presente, y el presente es lo único que debe importante. Tienes que
asumir lo que te sucedió y seguir adelante. Y no dejes que esos malos
recuerdos te impidan ser feliz.

—Eso es muy fácil decirlo.

—Sé que estás preocupada, y te aseguro que te entiendo, pero no


puedes pensar en el futuro, si tienes presente el pasado. Y dejar ese pasado
atrás es lo que necesitas para conseguir ser feliz.

—Eso lo sé, pero...

—Durante nuestra vida tenemos que tomar decisiones y tú tomaste una


decisión hace unos años en cuanto a los hombres. En este momento tienes
que replantearte esa decisión. Supongo que sabes que la mejor manera de
resolver un problema es enfrentarse a él.

—Eso decía mi abuelo.

—Eres la mujer más fuerte y determinada que conozco. Y una parte de


ser fuerte es ser capaz de reconocer cuando necesitas ayuda. Y yo estoy
aquí para ayudarte.

—Menudo discurso —dijo ella sonriendo.


—Sí, parece que ha sonado algo serio. Quiero ayudarte, Alex…
ayudarnos, porque esto también me concierne a mí. Pero hay una condición.

—¿Cuál?

—Quiero que seas sincera conmigo.

—Yo nunca te he mentido.

—Lo sé. Me refiero a que quiero que, a partir de ahora, siempre me


digas lo que piensas, lo que sientes, lo que deseas, lo que necesitas…

—¿Tú también harás lo mismo?

—Cielo, yo no tengo ningún problema con el sexo. Necesito que lo


hagas tú, para saber cómo proceder contigo.

—¿Eres consciente de que hablarte de todo eso que has mencionado


puede ser embarazoso para mí?

—Soy consciente de ello. Pero ya sé que me quieres, y has dejado


claro que también me deseas, y yo siento lo mismo por ti. Así que, no veo el
problema. Si quieres que te ayude tendrás que arriesgarte y confiar en mí.

—Siempre he confiado en ti —dijo mirándolo con una tierna sonrisa


—. Estoy preocupada por si lo que me sucede no tiene solución.

—Cariño, que me desees ya es un gran avance, te lo aseguro. Así que


no tienes de qué preocuparte. Y sabes, si no tiene solución, yo me ocuparé
de que disfrutes en el proceso. ¿Qué me dices?

—Me interesa tu propuesta, pero puede que pase algún tiempo hasta
que supere mi problema, si eso llega a suceder.

—¿Y qué importa el tiempo que pase?

—Tú necesitarás desahogarte. Quiero que seas muy sincero conmigo y


que me hagas saber cuando te canses de esperar por mí. Te doy mi palabra
de que lo entenderé y no te reprocharé nada.
—No voy a cansarme de esperarte. Y no tengo intención de acostarme
con ninguna mujer, que no seas tú.

—No entiendo la razón, pero pareces realmente interesado en mí.

—¿No entiendes la razón?

—Yo…

—¿No has oído nada de lo que te he dicho sobre lo que siento por ti?
Además, no hace falta que te repita cuánto te deseo. Cuando estás cerca no
puedo evitar excitarme, y apuesto a que lo has notado en más de una
ocasión. Sé por lo que pasaste y no voy a presionarte. Esperaré el tiempo
que haga falta. ¿Tú deseas estar conmigo?

—Más que nada.

Sí, decididamente, mi mujer no tiene nada de cobarde, pensó Ash.

—Estupendo, porque acostarme contigo es lo que más deseo. Ni


siquiera voy a pensar en ninguna mujer que no seas tú, y tampoco quiero
que tú pienses en otros hombres.

—¿En otros hombres? —dijo ella riendo—. Pensar en ti no me deja


tiempo para pensar en nada más.

—Genial —dijo él sonriendo complacido—. Recuerda, tienes que ser


sincera conmigo. Quiero que me hables de lo que sientes, de lo que piensas
y, sobre todo, de lo que deseas. Quiero que me cuentes todo lo que se te
pase por la cabeza. Y, sobre todo, quiero que no te avergüences de ello.

—¿Vas a hacer que se cumplan mis deseos?

—Si está en mi mano, sí —dijo él satisfecho al verla más relajada, casi


demasiado relajada.

—¿Puedo preguntar qué es lo que te propones conseguir con todo eso?


—Nos proponemos —dijo él rectificando—, esto es cosa de los dos.
Es muy sencillo. Vamos a conseguir que, a fuerza de costumbre, te sientas
cómoda tocándome y que yo te toque.

—¿Vas a tocarme?

—No voy a tocarte, de la forma que estás pensando. Me refiero a


simples roces. Acariciarte el brazo, la mejilla, el pelo… Has dicho en una
de tus cartas que echabas de menos que te cogiera de la mano. Simplemente
voy a flirtear un poco contigo.

—A mí no se me da bien eso de flirtear, nunca lo he hecho.

—Cielo, puedo asegurarte de que se te da genial. Y lo has hecho


conmigo, en varias ocasiones.

—¿Sólo vas a flirtear conmigo?

—¿Quieres que nos lo saltemos todo y pasemos directamente al sexo?

—¡No! —dijo ella poniéndose roja.

—Eso pensaba. Ahora vamos a dormir. Mañana tienes que ir a trabajar


y se ha hecho tarde.

Los dos se metieron en la cama. Alex permaneció mucho tiempo


despierta en la oscuridad de la habitación, pensando en todo lo que habían
hablado y sonrió al recordar que él también la quería.

Cuando Alex se despertó a las siete y media de la mañana estaba sola


en la cama. Bajó a la cocina a preparar el desayuno y minutos después entró
Neithan.

—Buenos días, cariño.

—Hola —dijo ella acercándose a su cuñado y besándolo en la mejilla.

—¿Ash está durmiendo?


—No estaba en la cama cuando me he despertado.

—Supongo que habrá ido a correr.

—Tiene la cinta de correr en el gimnasio.

—Él prefiere correr en el exterior.

—Es agradable tener calefacción. Ahora podría ir desnuda por la casa


con toda tranquilidad.

—Espero que no lo hagas, al menos cuando mi hermano ande por aquí


—dijo Ash entrando en la cocina. Llevaba la camiseta completamente
mojada de sudor.

Alex lo observó con los ojos entrecerrados, admirando con descaro los
músculos que se tensaban y se destensaban bajo su piel con cada
movimiento de su cuerpo. Y Ash le devolvió la mirada sonriendo.

—Buenos días, preciosa —le dijo a su mujer.

—Hola —dijo ella sonrojándose ligeramente por el piropo.

—Eres una descarada – le dijo al oído mientras la besaba en la mejilla


—, por mirar a un hombre de esa forma. Aunque a mí me ha gustado.

—Buenos días —dijo Neithan.

—Voy a ducharme y bajo a desayunar. Estoy hambriento.

—Despierta a Dawn y que baje contigo —dijo Alex algo aturdida.

—Vale —dijo saliendo de la cocina.

—¿Qué te ha dicho tu marido al oído? —preguntó Neithan.

—Que soy una descarada —dijo ella sonriendo.


—Y tiene razón. Procura no mirar a ningún hombre, que no sea él, de
esa forma —dijo él sonriéndole.

Ash se presentó en el estudio de Neithan a media mañana y se acercó a


la mesa de la secretaria. La chica lo miraba, agradeciendo la vista.

—Hola.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Soy hermano de Neithan. ¿Está aquí?

—Sí, está en su despacho. Soy nueva y… no sé si tengo que


anunciarlo.

—No es necesario, gracias.

Ash caminó hasta la puerta del despacho, llamó y entró cuando


Neithan le dijo que pasara.

—Hola. ¿Has venido a ver las oficinas?

—Entre otras cosas —dijo sentándose frente a la mesa de su hermano.

—Supongo que, entre esas otras cosas, está el ver a tu mujercita.

—Supones bien.

Estuvieron unos minutos hablando del trabajo y del proyecto que


Neithan tenía entre manos. Ash le contó lo que había hablado con Alex la
noche anterior.

—Has tenido una buena idea. Eres la persona indicada para ayudarla.
¿Alex aceptó?

—Sí.

—Estupendo. Muéstrate con cautela y no te precipites. Ash, hablo en


serio, no la cagues, por favor.
—No lo haré. Esto es demasiado importante para mí. Enséñame las
oficinas. Y deja para el final el despacho ella.

—Vale. Vamos.

Las oficinas habían quedado preciosas, modernas y elegantes. Al final


habían decidido unir los locales de los dos negocios, una idea que se le
ocurrió a Alex, por un arco de madera que ella misma había diseñado y
fabricado, y habían colocado dos grandes plantas a ambos lados.

Después de que le enseñara todas las salas y de que le presentara a


todos los que trabajaban allí fueron al despacho de Alex. Neithan llamó a la
puerta y la abrió. Alex lo miró sonriendo y la sonrisa se desvaneció de sus
labios cuando vio a Ash entrar tras él. Llevaba toda la mañana
preguntándose cuándo la acariciaría su marido por primera vez. Y ahora
estaba ahí, en su despacho.

—Te dejo con tu mujer, voy a seguir con lo que estaba haciendo.
Portaos bien —dijo Neithan acercándose a la puerta.

—Lo intentaremos —dijo Ash mirando a Alex.

Neithan salió del despacho y cerró la puerta tras él.

—Hola, Ash.

—Hola, cielo. Si supieras cómo me pone cada vez que pronuncias mi


nombre, ni siquiera lo susurrarías —dijo sin apartar la mirada de ella
mientras caminaba hacia la mesa. Se apoyó en ella. Casi rozaba con su
muslo el brazo del sillón donde Alex estaba sentada.

A ella se le desataron los sentidos al escuchar sus palabras. Y verlo


sentado tan cerca hizo que el corazón se le acelerara.

—Tienes un despacho muy bonito.

—Sí.

—Dime por qué estás intranquila.


—No estoy intranquila.

—Quedamos en que me dirías lo que sentías… Y que no me mentirías.

—Lo siento.

—Sé que es difícil para ti, pero te acostumbrarás cuando me hayas


hablado de ello unas cuantas veces.

Ella lo miró sonriendo, pero ruborizada. El corazón le latía


desenfrenado y estaba temblando. Y él, ni siquiera la había rozado.

—Creo que me altera tu presencia. Bueno, no lo creo, estoy


completamente segura.

—¿Por lo que hablamos anoche?

—No. Me sucede siempre que estás cerca.

—Eso está bien, porque tú provocas lo mismo en mí.

—¿En serio?

—Sí.

—Y además, siento algo extraño.

—¿Qué quieres decir con algo extraño?

—No estoy segura, porque no me ha sucedido con nadie más y no


tengo un punto de referencia.

Esa inseguridad de Alex, mezclada con la voz sensual y la inteligencia


que Ash sabía que tenía, le resultó muy seductora.

—Intenta explicármelo.

—Tu presencia hace que mi corazón se altere y me golpee el pecho de


forma descontrolada. Es absolutamente desconcertante.
Ash le cogió la mano que tenía sobre la mesa y la llevó a sus labios
para besarla. Y sonrió al ver su sonrojo.

—Entonces tendré que marcharme, no quiero incomodarte más de lo


necesario —dijo poniendo la mano de ella sobre su propio muslo y la suya
encima acariciándola.

—¿Has venido a hablar con Neithan?

—He venido a verte a ti, pero ya que estaba aquí, le he pedido que me
enseñara el estudio. Me ha dicho que mañana no trabajáis. ¿Habéis hecho
algún plan?

—Por la noche cenaremos con los chicos. Todavía no han inaugurado


sus casas. Estaban esperando a que llegaras para hacerlo.

—Estupendo. ¿Y el resto del día?

—No hemos pensado en nada.

—¿Quieres que vayamos a ver a Jake? Me gustaría saludarlo.

—Verás a Jake esta noche, está invitado a la inauguración. Vino a


ayudarles en la obra todos los fines de semana. Se lleva bien con Neithan y
con los chicos, bueno, con Mark y Ed también. Cuando vienen a casa a
jugar a las cartas siempre lo invitan, y a veces salen juntos por la noche.

—Me alegro. A mí también me cae muy bien Jake.

—Es raro que Dawn no te enseñara su caballo. Seguramente se le


olvidó con la emoción de verte.

—¿Tú también te emocionaste al verme?

—No exactamente.

—¿Qué sentiste?
—Me alegré de tu vuelta, desde luego. Sentí tranquilidad porque
estuvieras en casa —dijo ella con una tímida sonrisa—. Y al mismo
tiempo… desasosiego.

—¿Por qué sentiste desasosiego?

—Porque me intranquiliza tenerte cerca. Y puedo asegurarte que no es


muy agradable sentirse así.

—Lo siento, cielo. ¿Quieres que vayamos mañana al río a bañarnos?

—A Dawn le gustará la idea. Y a Neithan también. Seguro que incluso


se apuntan los chicos y...

—Me refiero a ir tú y yo… solos —dijo él interrumpiéndola.

—¿Solos los dos?

—Sí —dijo él intentando no sonreír por lo nerviosa que parecía de


repente—. Podemos ir temprano y volver a casa para el desayuno.

—Si es lo que quieres… —dijo ella, aunque no muy convencida.

—Ahora que trabajas fuera de casa no vamos a vernos mucho. Y


quiero estar a solas contigo el mayor tiempo posible.

—Tus palabras han hecho que me sienta más alterada.

Ash se levantó de la mesa, le guiñó un ojo y abandonó el despacho.

Ash y Alex salieron de casa al día siguiente poco después de las seis
de la mañana. Fueron a los establos a sacar los caballos y ella le enseñó el
de la pequeña.

Ash la cogió de la cintura y la subió a su montura, luego subió él y


salieron a la carrera.

Cuando llegaron al río dejaron las toallas sobre una roca. Ash todavía
no había visto el cuerpo de su mujer sin ropa y cuando la vio con biquini se
quedó mirándola mucho tiempo.

—¿Por qué me miras así?

—¿Así cómo?

—Como si fuera un delicioso pastel.

Ash soltó una carcajada.

—Buen punto de vista. Es la primera vez que te veo con tan poca ropa.
Y he de decir que tienes un cuerpo fantástico.

—Pues… gracias.

—No hay de qué, cielo —dijo acercándose a ella.

Ash se acercó a ella y le puso una mano en la nuca. Sus labios casi se
rozaban.

—Si antes me gustabas, tengo que decirte que, después de ver lo que
escondías debajo de la ropa, me vuelves loco.

Alex estaba turbada por sus palabras y, además, porque pensaba que
iba a besarla. Estaba nerviosa porque no sabía como corresponderle si lo
hacía. Pero él no lo hizo. Le acarició el cabello y fue deslizando la mano
por el brazo de Alex en una delicada caricia hasta llegar a la mano y
entrelazó los dedos con los de ella.

Ese ligero roce la confundió. Ash estaba acariciándole con el pulgar el


lateral de la mano y eso la aturdió aún más. Cerró los ojos, intentando
tranquilizarse, porque ese simple tacto había alterado todo su cuerpo.
Intentó concentrarse en las frías aguas del río hasta que la voz de Ash en su
oído la devolvió al momento.

—¿Quieres decirme lo que estás sintiendo ahora?

—No creo que decirte lo que experimento en cada momento ayude con
mi problema.
—Yo creo que puede ayudar.

—Tu contacto hace que mi cuerpo se estremezca y, en estos


momentos, necesito un baño en esas aguas, que estarán heladas.

—¿Tanto te altero? —dijo sin poder evitar reírse.

—Me temo que sí.

—Me alegro. Yo también necesito un baño helado —dijo besándola


ligeramente en los labios—. Vamos al agua.

No estaba helada, estaba completamente congelada. Ash estaba


acostumbrado a ella por los entrenamientos, pero Alex no.

Estuvieron nadando unos minutos para entrar en calor. Cuando se


detuvieron Ash se acercó a ella y se pegó a su espalda rodeándola con sus
brazos.

—Nadas muy bien —le dijo Ash al oído.

—Me enseñó Jake al principio de conocernos.

—Si no fuera porque sé que Jake es como un hermano para ti, estaría
celoso, muy celoso —dijo Ash acercándola más a su cuerpo y rozándole el
cuello con los labios.

Alex se tensó al sentir esa suave caricia en su piel.

Ella salió del agua la primera. Estaba helada y se envolvió rápidamente


con la toalla. Miró a su marido mientras salía del río y caminaba hacia ella.
Ash se pasó las manos por el pelo para echarlo hacia atrás y ella no pudo
apartar la mirada de su torso.

—¿Tienes frío?

—Hasta hace unos segundos estaba congelada, pero algo le sucede a


mi cuerpo cuando te acercas. Es como si la temperatura aumentara.
—Pues qué bien, ¿no? —dijo él riendo.

—Sí, es como tener mi propia calefacción —dijo ella sonriéndole de


forma coqueta.

Y dice que no sabría flirtear con un hombre. ¡Ja!, pensó Ash.

De pronto a Ash se le cortó la respiración. Alex estaba deslizando las


yemas de sus dedos por el brazo de él hasta llegar al hombro. Y luego bajó
hasta sus pectorales, deslizando las gotas de agua y acariciando en el
recorrido el suave vello de su pecho. Y entonces subió la mirada y se
encontró con la de él, y se ruborizó.

Ash sujetó su mano antes de que ella la apartara y siguió presionándola


contra su pecho.

—Me gusta que me acaricies y puedes hacerlo siempre que quieras,


puedes estar segura de que no me quejaré.

—Ni siquiera me había dado cuenta de lo que hacía. Supongo que he


hecho lo que deseaba hacer.

—Eso es lo que has de hacer siempre conmigo. No quiero que te


reprimas.

Ash extendió las toallas en el suelo, una pegada a la otra y se tumbó en


una de ellas.

—¿Vas a dejar que haga siempre lo que quiera contigo?

—Depende de lo que tengas en mente. Ven, échate a mi lado.

Alex lo hizo y cerró los ojos. Ash se colocó de lado, apoyado en el


codo y la cabeza sobre el puño, y la miró. La notaba nerviosa, muy
nerviosa, de hecho.

Empezó a acariciarla con la yema de los dedos por el vientre plano y


fue subiendo. Notó que la respiración de ella se alteraba. Al llegar a sus
pechos los dibujó por el borde sin tocarlos y subió rodeándolos hasta llegar
a la clavícula. Le acarició el cuello y luego la mejilla para terminar
rozándole los labios.

Las manos de Ash eran grandes, fuertes y algo ásperas, pero Alex las
sentía muy suaves deslizándose sobre su piel.

—¿Cómo te sientes?

—Alterada.

—¿Te incomoda que te toque? —preguntó él sin dejar de rozarle la


piel.

Ash quería acariciarla con más profundidad. Deseaba quitarle la parte


de arriba del biquini y acariciar los pezones con los labios y la lengua.
Quería meter la mano dentro de la parte inferior del biquini y acariciar el
vello de su sexo y hacerla estremecer rozando su clítoris. Quería…

Por Dios bendito, ¿qué me pasa? ¿dónde se ha ido mi control?, se


preguntó.

—No. Creo que me voy acostumbrando a tu contacto. Aunque no


puedo evitar que mi respiración se descontrole.

—¿Te sientes mal por eso?

—Bueno, he de admitir que no poder controlar mi cuerpo no es una


sensación agradable, pero no me siento mal.

—¿Te gusta que te acaricie?

—Me temo que me gusta más de lo que debería.

—Eso está bien. A mí me gusta mucho acariciarte.

Alex abrió los ojos y se puso de lado, como él, mirándolo.

—He visto lo que comes y me he preguntado en muchas ocasiones


cómo puedes mantener un cuerpo tan increíble, comiendo de esa manera —
dijo ella arrepintiéndose en ese instante de sus palabras.

—Un cuerpo increíble, ¿eh? —dijo él dedicándole una sonrisa traviesa


y muy sensual.

—Puede que no debiera decírtelo, pero es la verdad. Un cuerpo


increíble, impresionante y sexy como el demonio —dijo ella sonriendo.

—Vaya, no esperaba que dijeras algo así. Pensaba que no sabías


flirtear.

—Me gusta aprender —añadió ella de forma coqueta—. Y quién mejor


que tú para practicar.

—Puede que sea porque hago mucho ejercicio y quemo muchas


calorías.

—Sí, supongo que el entrenamiento tan duro ayuda. Sabes, nunca me


han gustado los hombres muy musculosos, ya sabes, esos de gimnasio que
parece que los han hinchado. Pero tú estás delgado y tus músculos están
definidos, pero en la medida justa —dijo ella deslizando las yemas de los
dedos por sus pectorales y bajando hasta su vientre—, y estos abdominales
con esa tableta me fascinan. Tienes un cuerpo de ensueño.

Esa chica lo estaba poniendo a cien, y estaba seguro de que ella ni


siquiera se daba cuenta de ello. Ash rezaba para que su polla no se diera por
aludida con el suave roce de los dedos de su mujer y se comportara.

Ash vio sus mejillas sonrosadas y quiso sumergir sus dedos en ese
cabello mojado que brillaba bajo los escasos rayos de sol que penetraban a
través de las ramas de los árboles. Deseaba inclinar la cabeza hacia ella para
lamer sus carnosos labios y besarla hasta dejarla sin respiración. Pero no
podía hacerlo, de momento.

—Te noto muy desinhibida. ¿Dónde está la mujer tímida con quien me
casé?
—Sigo siendo tímida —dijo ella aún más ruborizada—. Me he
esforzado mucho desde que nos conocemos, para que no notases que me
sentía atraída por ti. Me daba vergüenza que supieras lo que sentía, porque
pensaba que no me correspondías. Pero ahora que he descubierto que
sentimos lo mismo, es una tontería que disimule, ¿no crees? Aunque, he de
reconocer que todavía me cuesta hablarte de lo que siento, y no me
encuentro cómoda haciéndolo. Pero voy a trabajar en ello.

—Te quiero, Alex. Te quiero como nunca he querido a nadie.

—Y yo a ti —dijo ella incorporándose para darle un beso en los labios


—. Volvamos a casa, Neithan no tardará en levantarse.

Ash y Alex salieron de casa y se dirigieron a los estudios de los chicos.


La pequeña se había ido unos minutos antes con Neithan y Jake.

—Ed me ha llamado hace unos minutos —dijo Ash cogiéndola de la


mano—. Pensaba venir solo con el niño, pero no ha podido deshacerse de
su mujer.

—Sally se habrá enterado de que estás aquí. Sabes que va a ir a por ti.

—Estará su marido delante. Además, no pienso estar a solas con ella.

—Más te vale.

—¿Estás celosa? —dijo él girándose para mirarla—. Sabes que jamás


te engañaré, y nunca flirtearé con una mujer que no seas tú.

—Lo sé. Pero me temo que los celos no se pueden evitar. Me fastidia
que te desee, pero, por otro lado, me satisface que lo haga y saber que no te
va a conseguir.

—Eres mala.

—No soy mala, pero no voy a permitir que ninguna mujer toque lo que
es mío.

—¿Y yo soy tuyo? —dijo mirándola y sonriendo.


—Me lo dijiste tú.

—Tienes razón. Recuerda que tú también eres mía. Así que no te


acerques demasiado a ninguno de los hombres.

—Lo intentaré. Aunque, todos los que estarán aquí esta noche, excepto
Ed, me tratan con mucho cariño.

—Sabes, me parece muy gracioso que, para darte miedo los hombres,
te has rodeado de un montón.

—Lo sé —dijo ella riendo—. Ahora me siento muy bien con los chicos
y con Mark. Puede que sea porque una noche que cenamos todos juntos, les
conté lo que me había sucedido en el pasado y que esa era la razón de que
me tensara cuando me tocaban.

—¿Se lo contaste a todos?

—Sí. Pensé que a partir de ese momento mantendrían las distancias


conmigo para que no me sintiera incómoda. Pero sucedió todo lo contrario,
fue como si hubieran derribado la barrera que yo había levantado para que
los hombres no se me acercaran. Desde ese momento empezaron a
mostrarse más cariñosos conmigo, como si fuéramos familia. Y he de
reconocer que eso me ha ayudado a que me sienta cómoda con ellos.

—Me alegro de que te sientas bien con ellos, pero no te pases, ¿eh? No
me hace gracia que te manoseen.

—No me manosean.

—Por supuesto que lo hacen. ¿Cómo va lo de Ed y su mujer?

—Un detective está siguiendo a Sally desde hace algún tiempo.


Neithan me dijo el otro día que solicitará el divorcio en breve. Le enseñó a
Mark y a él las fotos que el detective le había hecho y ahora las tiene la
abogada. Después de verlas, le dijo a Ed que ningún juez dejaría que ella se
quedara con los pequeños. Parece ser que tiene un montón de amantes,
incluso ha estado con un adolescente del instituto.
—Estupendo. Le dije a Ed que si me necesitaba como testigo que
contara conmigo.

—¿Te refieres a estar con ella para que os fotografíen?

—Algo así.

—Pues olvídalo, no te vas a prestar a ello.

—¿Es una orden?

—Sé que de momento tú y yo no podemos hacer el amor. Así que date


prisa en solucionar mi problema para que puedas acostarte conmigo y no
tengas tentaciones con otras mujeres.

—No tengo tentaciones con otras mujeres ni voy a tenerlas. Te deseo a


ti. Y, por mucha prisa que tenga, no voy a precipitarme, porque tenemos
todo el tiempo del mundo.

—Pues ya puedes tener cuidado si te llaman para otra misión. No me


gustaría que te pasara algo y me dejaras a medias.

Ash soltó una carcajada.

—No habrá nada que me impida volver para acostarme contigo.

—Me alegro de saberlo. Y tal vez deberías acelerar un poco las cosas
para conseguirlo cuanto antes.

—Vaya, estás cambiada, cielo —dijo volviendo a reír.

—Tú has sido quien me ha dado esperanzas y me ha animado. Y no


voy a andarme con tonterías, después de saber lo que sientes por mí. Ahora,
acostarme contigo es mi prioridad.

Ash volvió a reír.

Alex abrió la puerta de la pequeña verja y entraron.


—Hola a todos.

Los cuatro chicos abrazaron a Ash. Y luego saludaron a Alex


abrazándola, como si no la hubieran visto en meses, y bromeando con ella.

Los cuatro hablaron con Ash sobre el trabajo, mientras le enseñaban el


interior de los estudios.

Unos minutos más tarde llegó Dani y, después de saludar a Ash, ella y
Alex se quedaron a un lado mientras Ash se reunía con el resto de los
hombres.

—Te veo muy unida a tu maridito —dijo Dani—. ¿Hay algo que no me
hayas contado?

—Las cosas han cambiado entre nosotros.

—¿Qué cosas?

—Hemos estado hablando seriamente de lo que me sucedió en el


pasado.

—Eso está muy bien.

—Le he dicho que estoy enamorada de él.

—¿Se lo has dicho?

—Bueno, en realidad, lo descubrió él, porque leyó las cartas que le


escribí mientras estuvo fuera.

—Me dijiste que no se las darías.

—Lo sé. Pero me obligó a dárselas. Dijo que iban dirigidas a él y eran
suyas. Y en ellas le decía lo que deseaba y sentía por él.

—¿Y cómo se lo tomó?

—Él también me quiere —dijo Alex sonriendo.


—¿En serio?

—Sí. Me ha dicho que va a ayudarme a superar lo de la violación.


Bueno, en realidad, ya lo está haciendo.

—¿A qué te refieres?

—Me ha dicho que va a conseguir que quiera acostarme con él.

—No creo que le cueste conseguirlo, cualquier mujer desearía


acostarse con tu marido.

—Espero que no te incluyas en ellas —dijo Alex sonriendo—. Y tengo


que decirte que conmigo lo está consiguiendo.

—Sólo lleva aquí un día.

—Lo sé —dijo ella sonriendo de nuevo.

Alex le contó todo lo que habían hablado, y lo del río de esa mañana.

—¿Y habéis empezado con ligeras caricias?

—Sí. Le digo lo que pienso y siento en cada momento. Y lo he


acariciado, ¿te lo puedes creer?

—Bueno, teniendo en cuenta el pánico que le tenías a los hombres…


Las cosas hace tiempo que empezaron a cambiar para ti. Ahora dejas que
todos los tíos que hay a tu alrededor te toquen de manera descarada.

—No me tocan, y no lo hacen todos —dijo ella riendo—. Pero me he


acostumbrado a sus contactos y ya no me siento incómoda, porque sé que
ninguno de ellos lo hace con segundas intenciones.

—Ya lo sé. Todos se han encariñado contigo.

—Y yo con ellos. Pero cuando me toca Ash, es diferente. Con sus


leves caricias hace que mi cuerpo arda.
—¿Te ha besado ya?

—Simples besos en los labios. Y te aseguro que deseo que me bese,


pero ha dicho que vamos a ir despacio, muy despacio.

—Confía en él. Tiene experiencia y sabe lo que hace.

—Lo sé. Pero no sabes hasta qué punto lo deseo.

—Cariño, cualquier mujer desearía estar con tu marido. Creeme que


intento no tener malos pensamientos con él, y no es nada fácil, te lo aseguro
—dijo Dani sonriendo—. Tu marido está bueno de cojones.

Alex soltó una carcajada y Dani se unió a ella riendo.

En ese momento llegó Mark con su hijo. El niño entró en el jardín, sin
apenas saludar, al ver a Dawn y fue corriendo a reunirse con ella.

Mark le dio un beso a Dani en la mejilla y luego abrazó a Alex,


durante mucho tiempo.

Ash estaba en la otra punta del jardín con los chicos junto a la
barbacoa, y sus miradas se encontraron. Ash la miraba con tanta intensidad
que, por un momento, Alex se sintió estremecer y tuvo que apartar la vista
de él.

Poco después llegaron Ed con Sally y su hijo mayor y se saludaron


todos.

Ash sonreía, porque desde que Sally había llegado, Alex no le quitaba
ojo de encima.

Neithan se acercó a su cuñada por detrás y le rodeó la cintura con los


brazos, y ella se apoyó en su pecho. Alex miró a su marido, que estaba
hablando con Ed y, como no, acompañado por Sally, y le sonrió.

—¿Lo estáis pasando bien? —le preguntó Neithan a su cuñada al oído.

—Sí —dijo Dani.


—Yo también, aunque lo pasaría mejor si esa mujer no estuviera
pegada a tu hermano. Desde que ha llegado no se ha separado de él.

—Vaya. Mi cuñada está celosa —dijo besándola en el cuello y sin


dejar de abrazarla por la cintura—. ¿Quieres que se la quite de encima?

—Es mayorcito para encargarse él mismo.

—Cariño, no tienes de qué preocuparte. Para Ash no existe ninguna


mujer que no seas tú.

—¿Lo crees de verdad?

—Por supuesto. Puede que Sally lo esté persiguiendo, pero, como


habrás comprobado, Ash no ha estado a solas con ella en ningún momento,
ni lo estará —dijo volviendo a besarla.

—Neithan, será mejor que vayas a reunirte con los hombres —dijo
Dani sonriéndole—, porque si sigues abrazando a tu cuñada y
besuqueándola en el cuello, Ash vendrá y te arrancará la cabeza.

—Tienes razón —dijo él mirando a su hermano y soltando una


carcajada al ver la expresión de su rostro.

Los tres se rieron y Neithan se alejó de ellas.

Poco después Alex se acercó a su marido, que en ese momento estaba


solo. Se miraron a los ojos y él sonrió, porque sabía lo que le afectaba a ella
estar cerca de él. Le gustaba la sensación de ser capaz de alterarla de esa
forma.

Alex colocó las manos en sus antebrazos y fue subiéndolas para


acariciarle los bíceps. A Ash le impresionó la capacidad que tenía esa chica
de alterarlo, solo con una ligera caricia. Y lo que más gracia le hacía era,
que ella no era consciente de ello.

A Ash le gustaba eso de su mujer, esa mezcla de atrevimiento e


ingenuidad, que la hacía increíblemente seductora.
Alex subió más sus manos hasta colocarlas en su nuca y lo besó en los
labios.

—¿Puedes abrazarme? —le pidió mirándolo a los ojos.

—Será un placer, cielo.

Ash la rodeó con sus brazos. Le acarició el pelo con una mano y la
espalda con la otra. Y ella se sintió aturdida por esa muestra de afecto, que
no tenía nada de sexual. Sin embargo, empezó a faltarle el aire para respirar.
Le era difícil pensar en nada. La sangre, caliente, empezó a correr por sus
venas a toda velocidad, llegando a todas sus terminaciones nerviosas y
concentrándose en su entrepierna. Los pezones le dolían de lo tensos y
duros que estaban y se sentía excitada y muy húmeda.

—Me alegra que hayas tomado tú la iniciativa.

Alex no pronunció palabra. Sumergió el rostro en el cuello de su


marido, respirando su olor, ese olor que la tranquilizaba y la hacía sentir
segura.

Se apretó contra el cuerpo de él. El cuerpo de Ash era fuerte y duro,


pero muy cómodo cuando se amoldaba al suyo, como en ese momento.
Alex lo abrazó más fuerte y pegó todo su cuerpo al de él.

—Creo que te necesito en este momento —le dijo ella al oído.

—Cielo, no me hagas esto.

—Dijiste que harías que mis deseos se cumplieran. No querrás que


piense que no tienes palabra.

—Por favor, cariño...

—Me siento húmeda ahí abajo. Y no sé si es normal o si tendrá que


ver con el deseo, pero me duelen los pechos.

—Me estás poniendo a cien con tus palabras. Cuando dejemos de


abrazarnos, permanecerás frente a mí hasta que mi excitación desaparezca,
¿vale?

—Yo prefiero que no dejemos de abrazarnos. Estar pegada a ti alivia


un poco lo que deseo en estos momentos.

—¿De qué deseos hablas?

—No estoy segura, pero creo que tú podrías hacer que los pechos
dejaran de dolerme y no tuviera esa sensación ahí abajo...

—Dios mío, mi autocontrol se desvanece cuando estás cerca. No


entiendo cómo eres capaz de alterarme de esta forma. No me ha ocurrido
con ninguna otra mujer. Contigo, mi fuerza de voluntad se esfuma. Y lo que
estás haciendo ahora lo supera todo.

A Ash le sucedía lo mismo que a ella. No quería dejar de abrazarla. Le


gustaba sentir el palpitar descontrolado del corazón de Alex latiendo contra
el suyo. Aunque le habría gustado más estar abrazado a ella, con sus piernas
rodeándolo y su polla en su interior.

—¿Por qué no nos vamos a casa para estar solos un rato?

—Cielo, te aseguro que eso es lo que más me gustaría en este


momento. Pero es lo último que debemos hacer.

—De acuerdo. Supongo que tú sabes lo que es mejor para los dos.

Alex dejó de abrazarlo y se separó un poco, pero permaneció frente a


él, sonriendo de forma estúpida, mientras observaba aquellos ojos de un
azul profundo y la sonrisa tan sensual que su marido tenía en los labios.

Dani se acercó a ellos.

—¿Lo estáis pasando bien?

—Sí, muy bien —dijo Ash sonriéndole.

—¿Vamos a ayudar a los chicos?


—Sí —dijo Alex—. Adelántate, voy enseguida.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no has ido con ella?

—No ocurre nada. Sólo quería decirte que voy a ir con los chicos
porque necesito relajarme y, si sigo aquí, sin que hagas nada al respecto, me
va a dar algo.

—Lo siento, cariño. Si te ayuda a sentirte mejor, yo me siento igual


que tú.

—Pues me alegro. Y sabes otra cosa.

—¿Qué?

—No sé quién te ha dado autoridad para que tengamos que hacer lo


que tu digas y cuando tú lo digas.

Ash no pudo evitar reírse. La acercó a él para abrazarla de nuevo.

—No sabes cuanto te quiero —le dijo al oído.

—Y yo a ti —dijo ella separándose de él y alejándose.

Neithan vio la intención de Sally de acercarse a su hermano cuando se


quedó solo y se adelantó a ella. Al verlos juntos, la mujer cambió su rumbo
y se dirigió hacia Mark que, al adivinar también sus intenciones, se dirigió
hacia Alex y Dani. Rodeó a Alex por los hombros de manera cariñosa.

—¿Qué os pasa a todos? —preguntó Ash a su hermano—. ¿Por qué


tenéis que manosear a mi mujer?

—Porque es la más guapa y la más simpática que hay aquí —dijo


Neithan sonriendo— Te noto un poco celoso.

—Adoro a esa chica —dijo Ash sonriendo y sin apartar la mirada de


ella.

—No hace falta que lo digas, se te nota.


—Cada vez que se acerca a mí se me altera el cuerpo y el corazón me
late al doble de su velocidad, desenfrenado. Pensaba que mi autocontrol era
perfecto, pero con ella no funciona. Basta con que me mire para desearla, y
te aseguro que no me gusta sentirme así.

—Te tiene bien pillado, ¿eh?

—Sí. Mira a Mark. ¿Por qué tiene que estar abrazándola? No creo que
haya tanta confianza entre ellos.

—Bueno… Mark ha estado rondando vuestra casa durante bastante


tiempo mientras has estado fuera, y se han hecho buenos amigos. Pero no
tienes nada que temer, es un buen tío.

—Lo sé. Pero no puedo evitar sentirme así. Las casas de los chicos han
quedado muy bonitas.

—Sí. A ellos les encantan y se sienten bien viviendo aquí.

—¿Y tú? ¿Te sientes bien viviendo en casa?

—Sí, me siento realmente bien. Me encanta la casa casi tanto como tu


mujer. Alex es una chica fantástica y Dawn es un cielo. La verdad es que te
envidio.

—Sí, he tenido suerte. Y no te preocupes, porque tu momento llegará y


conocerás a la mujer perfecta para ti.

—Eso espero porque, sabes, ya estoy cansado de salir con unas y otras.
Quiero lo que tú tienes. Me gusta trabajar aquí. Me siento relajado y quiero
algo estable. Creo que es hora de formar una familia.
Capítulo 15
La madre de Jake los había invitado a comer al día siguiente, que era
sábado, para celebrar la vuelta de Ash. Dawn iba orgullosa en su propio
caballo delante de su padre, y sin dejar de hablar ni un solo instante.

Poco después estaban en el rancho viendo los potrillos que habían


nacido unas semanas atrás.

—Vamos a dar un paseo —dijo Ash a su mujer.

—Pero...

—Id tranquilos —dijo Neithan—, Jake y yo cuidaremos de la pequeña.

Ash le cogió a Alex la mano y empezaron a caminar. Ella miró esa


enorme mano que sujetaba la suya y que enviaba un calor abrasador, junto
con unas sensaciones extrañas a todo su cuerpo.

Caminaron en silencio, un silencio cómodo, como el que existe entre


dos amigos que han compartido conversaciones íntimas. Poco después, Ash
le rodeó la cintura con el brazo y Alex lo miró conteniendo la respiración, y
sorprendida por el ritmo frenético con el que había empezado a latir su
corazón.

El azul de los ojos de Ash se había oscurecido y su mirada era como si


la acariciara. De pronto, él metió la mano debajo de la camiseta de Alex
para acariciarle la tibia piel de su costado.

Lo que estaba sintiendo era tan agradable y tan excitante que pensó
que no debía ser algo normal sino inapropiado, porque aquel simple roce la
hizo arder.

—¿Estás bien?

—Sí...
—No pareces muy convencida.

—Me pregunto en qué momento tus caricias han dejado de relajarme y


han empezado a ser excitantes. Creo que algo se ha despertado en mí.

—De eso se trata, ¿no?

—¿Qué quieres decir?

—Está claro que tengo que conseguir seducirte... lentamente —dijo


dedicándole una divertida sonrisa—. Y no creas que es fácil.

—Siento que eso sea un incordio para ti.

—No es un incordio. Lo que sucede es que me esfuerzo, duramente,


por mantener una barrera que no quiero traspasar. Pero contigo no es
sencillo, creeme, porque me presionas demasiado y parece que seas tú quien
me está seduciendo a mí. Y no precisamente con lentitud.

—¿De qué barrera hablas?

—Me muero de ganas por hacer el amor contigo, cielo —dijo él


girándose para mirarla—. La pasión y el deseo que despiertas en mí me
tienen alucinado. Nunca he sentido algo así, y se incrementa por momentos.

—Vaya. Todavía me cuesta asimilar que tú sientes por mí lo mismo


que yo siento por ti. Y te aseguro que para mí es difícil de entender.

—Pues ve asimilándolo porque eso no va a cambiar.

—¿Y por qué no nos saltamos todo y vamos directamente a la cama?

Ash soltó una carcajada.

—Porque es posible que, si lo hiciéramos, me rechazaras. En tu mente


las cosas todavía no están claras, aunque tú creas lo contrario. Y si no
saliese bien, habríamos dado muchos pasos atrás. Y, cielo, no voy a permitir
que eso ocurra.
—¿Cómo sabes que no va a salir bien?

—No lo sé, pero no voy a arriesgarme.

—Yo te deseo tanto como tú a mí.

—En ese caso, sufrirás, como lo estoy haciendo yo, el tiempo que haga
falta.

—¿Y cómo sabes cuánto tiempo hará falta?

—Lo sabré cuando estés preparada.

Alex bufó de una forma muy poco femenina y Ash se rio.

—Imagínate que acabamos de encontrarnos y hemos empezado a salir


juntos. Estaremos un tiempo conociéndonos, hablando de nosotros,
acariciándonos...

—Ni siquiera me has besado —dijo ella interrumpiéndolo.

—Besarse es algo más íntimo.

—¿Más íntimo que acariciarse? Porque yo creo que eso es bastante


íntimo.

—Me refiero a caricias inocentes, cielo. Te he rozado la piel, sin tocar


ninguna zona erógena. Besarse es mucho más íntimo, creeme.

—¿Estás seguro de que conoces las zonas erógenas del cuerpo de una
mujer? Porque a mí me excitas sólo con rozarme la mano.

Ash no pudo evitar reírse de nuevo.

—Creo que conozco bien esas zonas. Y yo también me excito cuando


me rozas —dijo él dedicándole una cálida sonrisa—. Ahora en serio, cariño.
Tenemos que hacerlo bien. Yo te deseo hasta la locura, pero no voy a
precipitarme. Esperaré el tiempo que haga falta, y tú también lo harás.
Eran unas sencillas palabras, expresadas con total naturalidad y, sin
embargo, penetraron dentro de Alex con tanta fuerza que se le aflojaron las
rodillas y no fue capaz de rechistar.

—¿Sabes, más o menos, cuánto tiempo pasará hasta que me beses?

Ash volvió a reír. Sentía una agradable sensación cada vez que ella le
insinuaba, de manera inocente, que quería que él avanzara un paso.

Ash la miró. El brillo de los ojos de Alex despertaba en él, por una
parte ternura, pero por otra parte, una desesperación por poseerla que no
recordaba haber sentido antes. Y no era sólo lujuria, era algo que ardía
dentro de él, únicamente con que ella se le acercara.

—No, ¿por qué?

—Porque nunca me han besado.

—Yo te he besado, y varias veces.

—No me refiero a esa clase de besos.

—¿Tienes prisa porque te bese?

—¿Tú no?

—Estoy impaciente —dijo él sonriendo.

—¿Besas bien?

—Nadie se ha quejado nunca.

—Al menos me besará alguien que sabe lo que hace.

Ash no pudo resistirlo más. Esa conversación lo estaba volviendo loco.


Se colocó delante de ella y la abrazó apretándola contra su cuerpo en los
lugares adecuados para calmar un poco su ansiedad.
Una sensación extraña y poderosa llevó a Alex a acercar más su
cuerpo al de él. Ash pegó sus caderas a las de ella para que sintiera su
erección, y una especie de gemido salió de la boca de Alex, lo que hizo que
Ash volviera a la realidad.

—Perdona —dijo apartándola de él con suavidad.

Alex lo miró a los ojos al oír esa palabra, con el tono de un susurro, y
le sonrió.

—Al menos, sé que tú lo estás pasando tan mal como yo —dijo ella—.
Gracias.

—¿Por qué me das las gracias?

—Por ser firme y tener fuerza de voluntad. Yo no sería capaz. Creo


que no soy tan paciente como tú.

—No hay de qué, cielo.

Ash intentaba pensar en otra cosa que no fuera ella, para ver si
conseguía que la sangre, que estaba concentrada en su entrepierna, volviera
a su cerebro. Deseaba perderse en el cuerpo de esa chica para calmar la sed
insaciable que sentía por ella y que lo hacía enloquecer.

—¿Recuerdas el día que sacaste las puertas del garaje de casa para
restaurarlas? —preguntó él para quitarse de la cabeza los pensamientos que
lo atormentaban.

—Claro —dijo ella sonriendo—. Me costó mucho sacar las malditas


puertas.

—¿Fue por eso que las golpeaste? Porque las golpeaste con algo,
¿verdad?

—Sí, con un martillo —dijo ella riendo—. Y luego tuve que arreglar el
destrozo, aunque mereció la pena. Pero, en realidad, no fue porque no
pudiera sacarlas.
—Entonces, ¿qué fue lo que te cabreó hasta ese punto?

—Que hubieras estado la noche anterior con una mujer.

—Dijiste que eso no te importaba.

—Eso pensaba yo, pero me equivoqué. No soportaba pensar en ello.

—Neithan dijo que estabas llorando.

—No seas engreído. Tampoco fue para tanto.

Ash sonrió. Le gustaba que ella sintiera celos.

Al día siguiente, Alex, Dawn y Ash recogieron a Sammy, el hijo de


Mark, en su casa porque este tenía que terminar un trabajo y los abuelos del
niño estaban fuera, y se ofrecieron a ocuparse de él. Fueron a pasar el día a
un pueblo cercano para hacer turismo e hicieron un montón de fotos. Al
mediodía entraron a comer a un restaurante pequeño y acogedor.

Alex se sentía intranquila. La presencia de su marido parecía absorber


el oxígeno de todo el local y le costaba respirar. Estaba sentada frente a él y
los dos pequeños juntos a un lado de la mesa hablando sin parar.

La mirada de Ash le calentaba la piel y parecía que la estaba


desnudando. La miraba con deseo, de manera descarada, y ella se sintió
muy femenina. Los pensamientos indecorosos danzaban en su mente,
aturdiéndola. Y el deseo por su marido la amenazaba de forma inexplicable.

Alex jamás podría haber imaginado lo que pasaba por la mente de Ash.
Sentía la sangre hirviendo en sus venas y pensaba que su piel ardería.
Quería hacerle el amor despacio, sin prisas. Quería saborear con los labios
cada centímetro de su piel. Quería que fuera especial para ella, porque sería
su primera vez. Y luego la follaría sin piedad hasta que le suplicara que
parase.

Estamos en un restaurante, por Dios, pensó Ash.

Ninguna mujer había conseguido excitarlo de esa manera.


—Tú también puedes decirme lo que piensas —dijo Alex cuando
pidieron la comida—. Estás muy callado.

—No creo que deba decirte lo que pienso.

—¿Por qué?

—Porque te asustarías.

Por suerte, los niños empezaron a hablarles y ellos les dedicaron toda
su atención.

—Hola, Ash —dijo Alex contestando el teléfono al día siguiente en la


oficina.

—Hola. ¿Estás muy ocupada?

—Como siempre.

—Estoy un poco aburrido y he pensado ir al pueblo a tomar un café.


¿Tienes unos minutos para acompañarme?

—Claro.

—Estupendo. Voy para allí.

Cuando llegó la llamó por teléfono para que saliera. Ash la cogió de la
mano y caminaron hasta el bar de Tom. Después de saludarlo, pidieron dos
cafés y se sentaron en una mesa, el uno junto al otro.

—Esta mañana no estabas a mi lado cuando me he despertado.

—Ya sabes que voy a correr por las mañanas.

—¿Y tienes que hacerlo tan temprano? Podrías levantarte conmigo e ir


a correr más tarde mientras estés en casa. No creo que necesites salir al
amanecer, teniendo todo el día libre.

—¿Por qué?
—¿Porque qué?

—Que por qué quieres que me quede contigo hasta que te levantes

—Porque así podríamos estar juntos en la cama.

—Por eso he salido a correr. No me fío de ti.

—¿Has dicho que no te fias de mí? —preguntó ella sonriendo—, oye,


yo soy una buena chica.

—Eso no te lo voy a discutir pero, sabes, cielo, estás cambiada y


últimamente eres una gran tentación. Cada vez me cuesta más contenerme
cuando te tengo cerca. Y no se puede decir que tú me lo estés poniendo
fácil.

La camarera les llevó los cafés, y Alex aprovechó para cambiar de


tema.

—Siento haberte despertado esta noche con mi pesadilla.

—Yo no lo siento, me gusta abrazarte.

—Y a mí me gusta que lo hagas.

—En ese caso, te abrazaré cada noche. Aunque no tengas pesadillas.

—Vale —dijo ella sonriendo—. He de reconocer que tus abrazos son


como un sedante para mí. Me gusta sentir tu olor y el calor de tu cuerpo
cerca del mío. Es el mejor remedio para mis pesadillas. Pero, al mismo
tiempo, el que me provoca las más dulces torturas. Porque cuando me
abrazas, mi deseo por ti se incrementa.

—¿Vas a hacer que me excite a media mañana?

—Ha sido idea tuya que te mantenga informado de lo que pienso y


siento. Y sabes,a mí también me gustaría saber lo que piensas o lo que
deseas. Puede que así me costara menos hablarte de ello.
—Últimamente no parece que te cueste mucho hablarme de ello.

—Me estoy acostumbrando a ti —dijo ella con una descarada sonrisa.

—De acuerdo. ¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora?

—No.

—Me gustaría sentarte en mis rodillas y morderte suavemente el


cuello. Luego lo recorrería con la lengua hasta tu mandíbula y llegaría hasta
tus labios. Esos labios carnosos que me vuelven loco. Los lamería y
mordisquearía, y a continuación te besaría hasta dejarte sin sentido.

Alex se sintió flotar al escuchar todas esas palabras, que la habían


excitado. De pronto estaba húmeda. Colocó la mano sobre el potente muslo
de su marido. El calor de su piel atravesó la tela del vaquero de él y Ash se
sintió arder.

—Espero que esa mano no tenga malas intenciones.

—Por supuesto que no. Sólo necesitaba un poco de contacto contigo


—dijo ella sonriéndole—. ¿Vas a besarme hoy?

—No lo creo.

—Me pregunto quién te ha puesto al mando. ¿Por qué has de ser tú


quien tome la decisión de cuando tienes que besarme, o acariciarme?

Ash se rio.

—Porque soy bastante mayor que tú, porque tengo más experiencia
que tú y porque yo no tengo ningún problema que solucionar. Pero puedo
adelantarte que no tardaré mucho en besarte, porque estoy al límite, y no
creo que pueda esperar mucho más.

—¡Menos mal!

Ash volvió a reír.


—Además, ya llevas aquí cinco días. Puede que te llamen en breve y
tengas que marcharte. Y no deberías dejarme a medias.

—A medias —repitió él sonriendo.

—Me han llamado de la inmobiliaria de Nueva York —dijo Ash


mientras comían al día siguiente—. Parece ser que hay alguien interesado
en mi apartamento. El agente me ha dicho que lo llame si acepto su oferta y
le pedirá un adelanto hasta que vaya a firmar.

—¿Cuánto te ofrecen? —preguntó Neithan.

—Doce millones.

—¡Wow! No está mal.

—¿Doce millones? —dijo Alex asombrada.

—Sí. Y voy a aceptarla.

—¿Estás seguro de que quieres venderlo?

—Sí, cariño, estoy seguro. No voy a vivir en Nueva York, toda mi


familia está aquí y es donde quiero estar.

—Pero puede que cambies de idea en un tiempo. Si lo alquilases...

—No cambiaré de idea. Voy a venderlo. Le llamaré ahora luego y le


diré que estaré allí el sábado. Saldré el viernes al mediodía. ¿Quieres venir
conmigo? —le preguntó a Alex.

—Es que Dawn no termina el colegio hasta las tres.

—Me refiero a ir tú y yo, solos.

—Ah...

—Ve con él, cielo —dijo Neithan—. Yo me ocuparé de vuestra hija y


la mantendré ocupada el fin de semana.
—¿Estás seguro?

—Por supuesto.

—De acuerdo.

—Me voy a la oficina. Te veo luego —dijo Neithan besando a su


cuñada.

—No necesitas que vaya a Nueva York contigo —dijo Alex cuando se
quedaron solos.

—Lo sé, pero sí necesito que estemos... a solas.

—¿Vamos a hacer el amor allí?

—Eres muy impaciente, cielo —dijo él sonriendo—. Y no, no vamos a


hacerlo. Quería comentarte algo.

—Dime.

—Ahora ya no tenemos el acuerdo prematrimonial, porque te ocupaste


de romperlo...

—Me di cuenta de que no nos hacía falta —dijo ella interrumpiéndolo


—, yo confío en ti.

—Y yo en ti. Pero quería decirte, ¿te parece bien que vayamos al


banco y me incluyas en tu cuenta? Voy a ingresar el dinero de la venta aquí.

—¿Quieres ingresar tu dinero en mi cuenta?

—Será la cuenta de los dos.

—Pero vas a ingresar doce millones, yo no tengo tanto dinero en mi


cuenta.

—¿Qué importa eso?


—Si es lo que quieres... Podemos ir cuando salga del trabajo.

—Vale. Te recogeré. Ah, otra cosa. ¿Podrías llamar a Daniel, el


abogado, y pedirle una cita?

—Claro, ¿tienes algún problema?

—Quiero cambiar el testamento.

—¿Tienes hecho el testamento?

—Ya sabes, con mi trabajo...

—... el futuro es incierto, porque puede que no vuelvas de alguna de


las misiones —terminó ella la frase.

—Sí... En el testamento que hay vigente el beneficiario es Neithan,


pero las cosas han cambiado. Ahora tú y Dawn sois lo más importante para
mí. Debí haberlo cambiado hace meses.

—Pero Neithan es tu hermano y yo... Nuestro matrimonio es de


conveniencia.

—Eso también ha cambiado, cielo, nuestro matrimonio ya no es de


conveniencia.

—En ese caso, yo también haré testamento, por si me sucede algo.

—Me parece bien.

—Le preguntaré si puede recibirnos hoy y así aprovechamos el viaje.

Habían pasado unos días difíciles. La frustración sexual los estaba


agobiando, a los dos. Y las noches en la cama, juntos, se habían convertido
en un verdadero tormento. Porque Alex había seguido al pie de la letra las
palabras de su marido y quería que la abrazara en la cama. Además, Alex
insistía en que tenían que dar un paso más, pero Ash no estaba de acuerdo.
Al día siguiente fueron al notario para firmar los testamentos. Si uno
de los dos fallecía el otro lo heredaría todo. Y si fallecían ambos, Neithan
sería quien se haría cargo de la pequeña y de los otros hijos, si los tuvieran,
y administraría su patrimonio.

Esa noche estaban preparando el equipaje. Habían decidido salir al día


siguiente, que era viernes, a primera hora de la mañana.

—¿Quieres llevarte un traje?

—Sí, me lo pondré cuando vaya a firmar el contrato de compra venta.

—¿Dónde nos quedaremos?

—He reservado habitación en un hotel. Por cierto, llévate algo bonito.


Quiero llevarte a cenar a un sitio elegante.

—No hace falta que vayamos a un restaurante elegante.

—Sí hace falta. No hemos salido solos desde que nos conocemos.

—Vale. Quiero pedirte algo.

—Pídeme lo que quieras —dijo Ash cerrando la maleta sin mirarla.

—Aunque me da un poco de vergüenza.

—Sabes que puedes confiar en mí —dijo él dejando lo que estaba


haciendo para mirarla.

—Lo sé. Además, me pediste que te dijera lo que pensaba, sentía y


deseaba.

—Entonces, adelante.

Alex lo meditó durante un instante.

—Me gustaría que me besaras. No, esa frase no es la adecuada. Quiero


que me beses. Te aseguro que estoy preparada para dar ese paso.
—No sé...

—Y no quiero un beso en los labios —dijo ella ignorando sus dudas.

—¿Dónde quieres que te bese? —dijo, disfrutando al verla ruborizarse.

—Quiero decir un beso de verdad, con lengua. Voy a ducharme —dijo


Alex caminando rápidamente hacia el baño para no dar tiempo a que él
inventara cualquier excusa.

Ash se duchó después de ella. Cuando volvió al dormitorio, Alex


estaba sentada a los pies de la cama.

—Puede que no sea una mujer muy apasionada, porque no he tenido


oportunidad de comprobarlo —dijo ella mirándolo con timidez.

Pero él sabía que era una mujer muy ardiente. Había visto el brillo en
sus ojos cuando lo miraba y la intranquilidad que la invadía cuando él
estaba cerca. Había notado lo alterada que estaba cuando la rozaba,
haciendo que su respiración se acelerase. Y en más de una ocasión había
notado sus pezones tensos por debajo de la ropa.

Y deseaba besarla más que nada. Quería deslizar la mano por su


cuerpo, acariciarle el pecho, meter los dedos entre su pelo...

Yo podría hacerte arder de pasión, pensó Ash, intentando olvidarse de


sus pensamientos.

—No tienes que pensar en eso. Y, puedo asegurarte, que eres muy
apasionada.

—Vale —dijo ella poniéndose de pie—. Estoy lista para que me beses.

—¿Te refieres ahora?

—¿Necesitas que sea a una hora determinada del día? ¿Tienes que
prepararte de alguna forma?

—No —dijo él sonriendo.


—Aunque..., tengo miedo.

—¿Miedo? Besar no duele.

—Va a ser mi primera vez y sé que no voy a estar a tu altura y...,


seguramente no querrás repetir.

—Deja que sea yo quien decida si lo haces bien o no.

Ash se acercó sin apartar la mirada de la de ella. Alex lo vio


aproximarse, mirándolo a los ojos, hasta que los labios de él quedaron tan
cerca de los suyos, que su aliento la acariciaba al respirar.

Alex permaneció inmóvil y tensa, sin apartar la vista de él. Su corazón


dejó de latir. Ash le acarició la mejilla y la piel del cuello con un ligero roce
de los dedos.

—No sabes cuánto te deseo.

La voz de Ash retumbó dentro del cuerpo de ella reclamándola. Estaba


húmeda, sólo por tenerlo tan cerca.

—Cierra los ojos, cariño.

Cuando Alex lo hizo, Ash posó los labios sobre los de ella y esperó
pacientemente a que los abriera mientras los lamía. Ella los separó para
respirar, porque no le entraba suficiente aire en los pulmones. Ash colocó la
mano en su nuca y la besó.

Todo desapareció para Alex, y el tiempo se detuvo. Sólo era consciente


de esos cálidos labios, de su aliento y del sabor de su boca.

Se encontraba perdida en una ola de emociones descontroladas y que


no le eran familiares. Ash la besaba con una suavidad que hizo que todo
estallara dentro de ella.

Alex, instintivamente, deslizó una de sus manos hasta su nuca y


sumergió los dedos en los cabellos de él. La caricia de Ash en su cuello
provocó en ella un estremecimiento por todo su cuerpo. Alex se pegó a él.
La sensación del contacto de sus cuerpos se volvió insoportable y se acercó
aún más a él buscando… no sabía qué. Algo desconocido y extraño la
invadió creciendo dentro de su cuerpo.

Ash tuvo que esforzarse para contener su deseo al sentir los dedos de
ella sobre su nuca, y muy sorprendido, porque ese simple contacto le
pareciera tan excitante.

Ash la besaba con tanta ternura, que a ella le parecía estar flotando.
Ese beso era tan íntimo, tan tierno y tan dulce, que fue lo más perturbador
que había experimentado en su vida. Lo que estaba sintiendo era algo
completamente desconocido para ella. Jamás podría haber imaginado que
su cuerpo pudiera alterase de esa manera y que sintiera tantas cosas con tan
desmesurada intensidad.

Ash estaba conteniéndose, porque no quería devorarla. Cuando ella se


pegó más a él, amoldando su cuerpo al suyo, Ash dejó de pensar. Se le
aceleró el pulso y lo sintió todo. Fue como la liberación de algo que había
estado evitando durante mucho tiempo. Le era difícil contenerse, porque
ella se aferraba a su cuello para que no se apartara.

Cuando consiguió separar sus bocas, Ash oyó un gemido, que parecía
más un lamento, pero no supo si era de ella o de él mismo.

Ash abrió los ojos y la miró. Alex tenía los labios hinchados y
enrojecidos, y las mejillas ruborizadas. Y el aspecto de su rostro hizo que se
excitara, aún más. Esa chica lo estaba volviendo loco. Se sentía como no se
había sentido nunca.

¡Joder!, se dijo a sí mismo.

Ash se apartó de ella. Estaba temblando y... ¿aturdido? Había perdido


la cordura.

—¡Santa madre de Dios! —dijo ella mirándolo asombrada—. ¿Todo


esto que siento lo ha conseguido un simple beso?
—Vamos a la cama —dijo él saliendo de su desconcierto y alejándose
de ella.

—Pareces enfadado. Supongo que no lo he hecho muy bien, a pesar de


que he intentado imitarte. Tú lo has hecho genial. O, al menos, has hecho
que yo me sienta genial. Te he decepcionado, ¿verdad?

—Cielo, acuéstate. No hablemos más de ese beso —dijo él metiéndose


en la cama sin ni siquiera mirarla.

—¿Tan mal lo he hecho? —preguntó ella, acostándose a su lado.

—¿Crees que lo has hecho mal? Ha estado demasiado bien. Has


conseguido que me sienta aturdido. Y te aseguro que no me había pasado
algo así en la vida.

—¿Eso es bueno o malo?

—Es bueno, cariño.

—Menos mal. Estaba asustada por si no querías repetir.

—Puedes estar tranquila porque lo repetiremos, muchas veces.

—¿Cuándo?

—No sé cuando, Alex. Otro día. Tal vez mañana o... la próxima
semana. Vamos a dormir que es tarde —dijo apagando la luz.

—Yo preferiría que fuera mañana.

Ash no deseaba que siguiera hablándole de ese beso que lo había


trastornado, y que deseaba repetir en ese mismo instante.

—¿Estás enfadado conmigo porque te he obligado a que me beses? —


preguntó ella diez minutos después.

—No me has obligado, yo lo deseaba más que tú. Pero puede que nos
hayamos precipitado un poco.
—Yo no lo creo. Me ha gustado que me besaras. Me ha gustado mucho
—dijo girándose hacia él y colocando la mano sobre su pecho.

Ash le rodeó el cuello con el brazo para dejar la mano en su espalda.

—Tú también me has besado. Y has estado realmente bien.

—Iré mejorando a medida que pase el tiempo y nos besemos —dijo


acariciando inconscientemente su pecho por encima de la camiseta, cosa
que lo estaba poniendo malo—. Supongo que necesito practicar.

—No creo que necesites practicar.

—No digas tonterías, ha sido mi primera vez. Tú habrás besado cientos


de veces, puede que miles —dijo deslizando los dedos hasta su estómago
para acariciar sus marcados abdominales.

—¿Dónde está tu timidez? —dijo él cogiendo la mano de ella y


subiéndola hasta su pecho.

—Creo que se ha esfumado.

—Ya lo veo.

—Vamos a estar tres días solos y tendremos muchas oportunidades de


besarnos.

—Lo sé, y eso me tiene preocupado.

—¿Por qué?

—Creo que estamos avanzando demasiado rápido.

—Yo no lo creo. No puedes imaginar todo lo que he sentido mientras


nos besábamos. Ha sido diferente de cuando me has acariciado.

—Lo sé. Yo he sentido lo mismo.

—¿En serio?
—Completamente en serio. Vamos a dormir. Buenas noches, cielo —
dijo besándola en la frente.

—Buenas noches, Ash.

Ash cerró los ojos, recordando el sabor de su boca y la reacción de ella


al beso. Era una alumna, a la que no habían besado, en manos de un hombre
experto. Le fascinaba el olor de su piel. Ese olor hacía que la sangre le
hirviera.

Después de que dejaran a la niña en el colegio salieron para Nueva


York. Hablaron sin cesar durante todo el trayecto.

Ella estaba fascinada con la forma de conducir de su marido. Conducía


con suma habilidad, cambiando de un carril a otro. Se veía poderoso al
volante, como si lo tuviera todo bajo control. Y sin duda era así.

Alex había colocado la mano en el muslo de él en un momento


determinado y no la había movido de allí.

Ash colocaba la suya sobre la de ella de vez en cuando. Le gustaba la


sensación que estaba experimentando. Esa chica era muy cariñosa, aunque
esa faceta nueva de atrevida había aparecido al mismo tiempo que perdió su
timidez.

Ash pensó en su exmujer. Ella nunca le habría puesto la mano sobre el


muslo mientras conducía. Era una mujer bastante fría, incluso en la cama.

¿Por qué me casé con ella?, se preguntó.

Estuvieron hablando de sus vidas y contándose anécdotas que habían


vivido. A medio camino pararon a tomar un café y unos sándwiches y
aprovecharon para ir al aseo y estirar las piernas.

Cuando volvieron a la carretera Alex permaneció en silencio durante


varios minutos, cosa rara en ella. Ash no le habló. Sin saber la razón, supo
que ella necesitaba un rato de silencio y se lo concedió.

—¿Estás bien? —preguntó él después de esperar un tiempo prudencial.


—Sí, sólo estaba pensando.

—¿Puedo saber en qué?

—Pensaba en algo que me dijiste ayer.

—Cariño, tendrás que especificar un poco.

—Dijiste que yo era apasionada. Estaba pensando en eso.

—¿Crees que no eres apasionada?

—Bueno, si ser apasionada es estar en un permanente estado de


inseguridad y desasosiego. Si ser apasionada es sentirte aterrada y
emocionada al mismo tiempo. Si ser apasionada es estar alegre y
confundida a la vez... Supongo que tienes razón y soy una mujer muy
apasionada.

Él se giró para mirarla y le sonrió.

—Y sabes. Tú has sido el que ha conseguido que sienta todo eso, y en


sólo unas semanas. Me pregunto que me sucederá si te doy toda mi vida.

Ash cogió la mano de ella, que volvía a estar sobre su muslo, la llevó
hasta sus labios y la besó.

Llegaron al hotel a las dos y media de la tarde. Alex se quedó perpleja


al ver la suite.

—Vaya, esto no es una habitación de hotel, es un apartamento. ¡Dios


mío! Me encanta. Es una maravilla.

—Me alegro de que te guste.

—¿A qué hora has quedado con el de la inmobiliaria?

—A las cuatro y media. Tendremos que salir de aquí a las cuatro.

—¿Está lejos?
—No, podemos ir caminando.

—¿Yo también tengo que ir?

—Si no quieres, no. Pero está en una zona donde hay muchas tiendas y
podríamos ir luego a comprar algo para Dawn.

—Vale. ¿Qué vamos a hacer en la hora y media que queda hasta que
tengamos que irnos?

Ash la miró sonriendo porque sabía lo que a él le gustaría hacer en ese


tiempo.

—Podemos bajar a comer al restaurante.

—Estupendo, estoy muerta de hambre.

—Y luego subiremos a cambiarnos.

A las cinco y media habían terminado en la inmobiliaria y en el banco,


y ya tenían el dinero ingresado en su cuenta.

Estuvieron paseando por las calles, él rodeándola por los hombros y


ella por la cintura.

Entraron a un montón de tiendas. Compraron ropa para la pequeña, un


regalo para Sammy, el hijo de Mark y otro para Joe, el hijo de Christine.
También compraron un suéter para Neithan, un bolso para Dani, un detalle
para Christine y unas láminas enmarcadas para los estudios de los chicos. Y
otro suéter para Jake y un detalle para Mark.

—¿Vas a comprar regalos para todos los hombres que conoces cada
vez que vayamos a algún sitio?

—¿Te molesta?

—Tal vez un poco.

—Ellos se portan muy bien conmigo.


—Y tú con ellos.

—Soy una chica con suerte por tener tan buenos amigos —dijo
dedicándole una radiante sonrisa.

Volvieron al hotel en taxi, porque iban muy cargados.

—¿Quieres que salgamos a cenar? —preguntó él cuando llegaron a la


suite—. Podemos ir a un restaurante elegante.

—Estoy un poco cansada. ¿Te importa que nos quedemos aquí? —dijo
ella quitándose los zapatos y caminando por la mullida alfombra.

—Claro que no. A mi mujer le gustaba ir a esos restaurantes y pensé


que a ti también te gustaría.

—Puede que yo no sea como tu mujer.

—Eso no hace falta que lo digas, no te pareces a ella en nada y me


alegro. Lo único quiero es que te sientas bien.

—No voy a sentirme mejor por ir a un restaurante caro. Me siento


bien, simplemente, con estar contigo, en cualquier sitio.

—Gracias, cariño. ¿Quieres bajar al restaurante o pedimos que nos


suban la cena?

—Prefiero cenar aquí. Tengo los pies destrozados por los tacones.

—¿Qué te apetece cenar? —preguntó quitándose la chaqueta del traje.

—Pide lo que quieras, ya sabes que a mí me gusta todo.

Él se sentó en la cama junto al teléfono, con el menú en la mano.

—Voy a tomar una ducha rápida mientras pides la cena.

—Vale.
Diez minutos después Alex entró en el dormitorio con el albornoz del
hotel y el pelo recogido en lo alto de la cabeza con una pinza.

—Me ducharé mientras suben la cena, estará aquí en quince minutos


—dijo él levantándose rápidamente de la cama.

Se estaba excitando sólo por pensar que ella estaba desnuda debajo del
albornoz. Ash empezaba a preguntarse si lo que le sucedía era normal.

—Espera —dijo ella colocándose delante de él para detenerlo—.


Cuando hablamos hace unos días sobre las caricias, dijiste que yo también
podía acariciarte.

—Lo recuerdo.

—Supongo que eso valdrá también para los besos.

—Supongo...

—Desde ayer he pensado besarte en un par de ocasiones. Bueno,


quizás lo he pensado en más de un par de ocasiones.

Alex se acercó a él y empezó a desabrocharle la camisa.

—¿Qué haces?

—Shhh, no digas nada.

Cuando terminó de desabrochar los botones que quedaban a la vista


tiró de ella para sacarla de dentro del pantalón y desabrochó los que
quedaban. Le acarició el abdomen, que tanto le gustaba, y los pectorales. Se
acercó más a él y le mordió la mandíbula, y luego lo besó ligeramente en
los labios.

Ash estaba estremecido de placer porque ella hubiera tomado la


iniciativa. Y entonces, Alex le rodeó el cuello con los brazos y le devoró la
boca mientras Ash entraba en una especie de shock.
Desde luego, aquello no podría decirse que fuera un ligero roce de
labios. En ese beso no había ternura ni dulzura. Alex parecía hambrienta,
como si hubiera estado semanas sin comer.

Cuando Ash logró reaccionar, la rodeó por la cintura, aunque lo que


realmente deseaba era abrirle el albornoz y sentir la piel de ella sobre la
suya. Y la devoró a su vez.

Al notar que se estaba descontrolando se apartó de ella y entonces


Alex le dedicó una dulce y seductora sonrisa. Y Ash volvió a apoderarse de
su boca sin poder evitarlo, aunque esa vez con delicadeza. Pero tan pronto
sus lenguas se rozaron, una oleada de excitación se expandió por su cuerpo
sin poder detenerla. Se dio cuenta de que le flaqueaban las piernas de
deseo..., o de algo más poderoso. Pero no se detuvo a pensar en ello, lo
único que quería era seguir besándola.

Puede que hubiera sido atrevido por su parte besarlo ella, pero su
marido no se mostraba reacio al beso sino todo lo contrario. Estaba
besándola como si quisiera devorarla y estuviera decidido a hacerlo.

Ash nunca había sentido nada parecido al besar a una mujer y, por
supuesto, nunca había perdido el control, como lo estaba haciendo en ese
momento. Sentía una desesperación y un deseo tan fuerte por estar dentro
de ella que estuvo a punto de suplicarle.

De pronto recuperó el sentido común y dejó de besarla. Colocó la


frente sobre la de ella y cerró los ojos recordando cómo lo había besado
Alex.

¡Por Dios bendito! Esta mujer es puro fuego en mis brazos. Y ella
piensa que no es apasionada, pensó sonriendo.

—¿Lo he hecho mejor esta vez?

—Has conseguido que pierda el control. Y eso no me ha gustado.

—Pues a mí me ha encantado como me has besado. Cuando me besas


todo desaparece, excepto tú. No pensé que iba a gustarme tanto besar y que
me besaran. Podría pasar horas besándote.

—Será mejor que vaya a ducharme. Con agua fría —dijo apartándose
de ella.

—Estás exagerando para que piense que beso bien.

—¿Crees que esto es exageración? —dijo cogiendo la mano de ella y


colocándola sobre su erección.

—¿Eso te lo he provocado yo? —dijo Alex apartando la mano y dando


un paso atrás.

—Aquí no hay nadie más, cielo. Vuelvo enseguida —dijo cogiendo el


pantalón del pijama y dirigiéndose al baño.

Ash pensaba en Alex mientras se masturbaba debajo del agua. Deseaba


que se solventara pronto el problema de su mujer, de lo contrario, tendría
que masturbarse a menudo, porque esa chica lo ponía a cien sin ni siquiera
darse cuenta. Había tenido suerte al encontrarla. Era sincera, generosa,
buena, cariñosa, dispuesta a ayudar a cualquiera. Era inteligente, leal y con
un gran sentido del humor.

Y está buena de cojones, pensó sonriendo.

Al día siguiente fueron a pasear por Central Park, cogidos de la mano.


Después de estar caminando durante un rato, Ash no pudo evitar la
tentación y la arrastró a una zona entre los árboles. Alex levantó la cabeza y
lo miró. Ash sumergió los dedos entre los mechones de su pelo para
sujetarle la cabeza y se apoderó de sus labios sin titubear.

A pesar de que fue un beso tierno y suave, Alex sintió el impacto en


todo su cuerpo, y se acentuó al sentir el cuerpo de él pegado al suyo,
haciéndola arder, y se entregó por completo al beso. Ese beso tierno y
dulce, que poco a poco se fue convirtiendo en pura pasión. Las sensaciones
se superponían unas sobre otras hasta que a Alex se le nubló la mente.
Ash seguía controlándose, a pesar de que le estaba devorando la boca
como si quisiera que perdiera el sentido.

Él abandonó su boca, pero en vez de apartarse, la besó en el cuello


hasta que consiguió que el cuerpo de ella temblara.

Alex se movía, intentando acercarse más a él, buscando algo. Y ese


roce de su cuerpo contra el suyo estaba volviendo loco a Ash. Esa chica se
excitaba tan fácilmente que él estaba ardiendo de deseo.

—Sigamos paseando —dijo cogiendola de la mano y volviendo al


sendero.

—Tus besos son deslumbrantes —dijo ella sin mirarlo—, y eso es


peligroso. Puedes anular la mente de una mujer, sólo con un beso. Conmigo
lo consigues.

Ash la miró fascinado.

—Me encanta que me beses —continuó ella—. Sentir la presión de tus


labios sobre los míos es una sensación fantástica. Y cuando me rodeas con
tus brazos, el olor de tu cuerpo me aturde. Y me gusta mucho el sabor de tu
boca. Creo que nuestros labios encajan bien. También me gusta cómo se
amoldan nuestros cuerpos cuando nos besamos. Es como si hubieran sido
creados para que encajaran.

—¿Tienes que hablar de todas esas cosas?

—Me pediste que te hablara de ello. ¿En qué quedamos? ¿Ya no he de


hacerlo? ¡Vaya psicólogo de pacotilla!

Él la cogió de la mano riendo.

—Seguramente, algunos hombres se cabrearían por no poder acostarse


con la mujer que desean y tener que conformarse con besarla.

—Pero tú sabes que yo no soy como uno de esos hombre.

—Sí, lo sé.
—De todas formas, voy a acostarme contigo.

—¿Cuándo?

—Al ritmo que llevamos, supongo que mucho antes de lo que


esperaba. Y tengo que decirte que, si lo hacemos y no sale bien, será todo
culpa tuya.

—Asumo toda la responsabilidad.

—Si fracasamos, habremos perdido un montón de tiempo y tendremos


que volver a empezar.

—Yo no diría que estamos perdiendo tiempo. Dijiste que disfrutaría en


el proceso y has cumplido tu palabra. Lo estoy pasando genial.

Ash no pudo evitar sonreír.

—De todas formas, si habías planeado acostarte conmigo este fin de


semana, olvídalo, porque eso no va a suceder.

—¿Y qué pasará si tienes que volver al trabajo antes de que hayamos
hecho el amor?

—Esperaremos hasta que vuelva y lo retomaremos donde lo hemos


dejado. Has dicho que te gusta que te acaricie y que te bese, así que no hay
problema.

—Por supuesto que me gusta, pero tengo curiosidad por lo siguiente.

—Yo no tengo precisamente curiosidad.

—Porque tú ya sabes lo que vas a sentir.

Pasaron el resto del día haciendo turismo. Ash la llevó a conocer


algunos lugares donde no habían ido en Navidad. Comieron en un coqueto
restaurante que tenía una comida deliciosa. Luego se sentaron a tomar café
en una terraza mientras veían a la gente pasar.
—¿Te gusta Nueva York?

—Sí, me gusta muchísimo, pero para unas vacaciones, no para vivir.


Yo prefiero la tranquilidad. Puede que sea porque en mi vida no ha habido
sobresaltos ni he salido a la calle durante años, y me he acostumbrado. ¿A ti
te gusta?

—Sí, aunque no puedo decir que haya pasado mucho tiempo aquí.
Como mucho pasaba una semana al mes, a veces ni eso.

—¿Qué solías hacer con tu mujer y Laura cuando vivíais juntos?

—Los fines de semana que estaba aquí procuraba pasar el mayor


tiempo posible con mi hija. Íbamos al parque con la bicicleta, a desayunar, a
la playa, si era verano, al zoológico, al parque de atracciones...

—¿Su madre no os acompañaba?

—A ella le gustaba pasar tiempo con sus amigas. Los fines de semana
iba al salón de belleza, a la peluquería… Prefería que yo me ocupara de la
niña. Decía que ella lo hacía cuando yo no estaba y necesitaba descansar de
ella.

—¿No prefería pasar tiempo contigo mientras estabas de permiso?

—Cuando estaba aquí salíamos a cenar todas las noches. Eso no me


gustaba porque ella siempre quería ir a restaurantes elegantes y había que
llevar traje. No me importa llevar traje, pero me siento más cómodo
vistiendo de manera informal.

—A mí me gustas con traje. Bueno, la verdad es que me gustas, vistas


como vistas.

—¿Qué pasa contigo? ¿Has aprendido a coquetear de la noche a la


mañana? —le preguntó él sonriendo.

—Es posible —dijo ella devolviéndole la sonrisa—. Contigo no tengo


ni siquiera que pensar en ello, me sale sin más. Sigue contándome.
—Yo habría preferido ir a restaurantes sencillos, con vaquero. Ella era
una mujer que únicamente se preocupaba por la apariencia. Le gustaba que
la viesen, para que supieran que iba a los sitios más selectos.

—¿Era cariñosa con Laura?

—Cariñosa... Supongo que la quería, pero no podría decirse que fuera


cariñosa. Y no sólo con ella sino con nadie.

—¿Tampoco contigo?

—Creo que nuestro matrimonio duró porque apenas nos veíamos.

—¿Fuiste feliz en tu matrimonio?

—No fui desgraciado, pero me habría gustado que no fuese tan fría.
Creo que el que nos viéramos poco fue lo que impidió que nos
divorciáramos.

—¿Y tus suegros? ¿Tenías buen rollo con ellos?

—Con mi suegro sí. Se quejaba del comportamiento de su mujer.


Parece ser que ella y su hija tenían el mismo carácter. Mi suegra era fría con
Laura, por eso no le gustaba que fuéramos a visitarlos, excepto por su
abuelo.

—Ojalá te hubieras divorciado de ella antes de que desapareciera


Laura. A lo mejor nos habríamos encontrado y ahora viviríamos juntos.
Eres un buen hombre, Ash y un buen padre. Y mereces ser feliz.

—A mí también me habría gustado que eso sucediera.

—¿Quieres que vayamos al cine?

—¿Al cine?

—No he ido desde antes de que me pasara...

—Iremos al cine.
—¿Y nos besaremos allí? En las películas siempre lo hacen.

—Nos besaremos, si es lo que deseas.

Y sucedió tal cual. Ash la besó varias veces y le acarició el muslo


durante casi toda la película que, prácticamente no vieron.

—¿Te ha gustado ir al cine? —preguntó él cuando salieron.

—Más de lo que habría imaginado, aunque no sabría decirte de qué iba


la película, porque me has tenido todo el tiempo en vilo.

—Me pediste que te besara.

—No me estoy quejando.

—Sabes, cielo. Empiezo a ser adicto a tus besos.

—Puedes besarme siempre que quieras, yo también lo haré.

—¿Quieres hacer algo ahora?

—Si pudiera elegir te diría que me gustaría que me hicieras el amor en


esa suite tan bonita que tenemos.

—En ese caso no te daré a elegir.

—No entiendo muy bien lo que estás haciendo conmigo. Me acaricias


y me besas hasta derretirme en tus brazos. Se supone que los besos son
preliminares del sexo. Y te aseguro que cada vez que me besas mis deseos
de estar contigo se incrementan.

—Yo siento lo mismo. Y de eso se trata.

—¿Estás esperando que te suplique?

—Yo no diría tanto. Más bien estoy esperando a que no puedas


soportarlo más —dijo él sonriendo.
Entraron en el hotel cogidos de la mano. Estaban empapados porque
una lluvia intensa se había desatado cuando estaban a doscientos metros del
hotel y tuvieron que correr. Entraron en el ascensor.

Cuando las puertas se cerraron Alex lo miró sonriendo. Estaban uno


frente al otro, pero alejados, cada uno en una pared del ascensor. Las gotas
de agua se deslizaban por el pelo de él, cayendo por sus hombros y
empapando más aún la camiseta que se adhería a sus bíceps y pectorales.
Tenía el pelo revuelto por haberse pasado la mano por él y estaba de lo más
sexy.

La mirada de Ash era muy intensa y de pronto Alex fue consciente de


todas las partes de su cuerpo. Partes que Ash se estaba encargando de
despertar, después de que ella las mantuviera a raya, a causa de la violación.
De pronto sintió un deseo tan grande por él que apretó los muslos con
fuerza para intentar aliviar el ardor que sentía en su entrepierna.

—¿Estás bien? —preguntó él al verla alterada y sonrojada.

Alex lo miró.

—En este momento te deseo más que nunca. Siento un ansia tan
grande de que me beses y me acaricies que es como si tu boca estuviera ya
sobre mi piel.

—¡Oh, Dios mío! —dijo él acercándose a ella y apoderándose de sus


labios.

Ash era muy bueno besando. Sabía exactamente cómo emplear su boca
para anular la fuerza de voluntad de una mujer, y ella lo sabía por
experiencia. Pero con ese beso no quería seducirla, era un beso delicado y
tierno.

Aunque Alex no necesitaba precisamente ternura en ese momento. Le


rodeó el cuello con las manos y lo besó con desesperación, con una pasión
que desconocía que tuviera, apretándose contra el cuerpo de él y moviendo
las caderas para acomodarse contra su erección.
Alex permaneció quieta, pegada a él y aferrada a sus anchos hombros
mientras él le lamía y mordisqueba sus labios y le devoraba la boca.

El corazón de Alex se desbocó cuando él apretó su cuerpo contra el de


ella, haciéndola sentir cuánto la deseaba.

Ash se tensó y se estremeció. Siguió besándola, pero contenido. Alex


supo que estaba luchando desesperadamente por no perder el control, y eso
la enterneció. Aunque ella seguía descontrolada y aturdida entre los brazos
de él, sintiendo el tacto de una de sus manos en su cadera, y el sabor de su
boca. Se apretó a él para besarlo en más profundidad. Y Ash soltó un
gemido, que parecía más un gruñido, apretándola de la cadera para tenerla
más cerca de su polla.

Ash se separó de ella, aunque no le fue fácil. Sonrió al recordar que


Alex le había dicho unos días antes que, posiblemente no fuera muy
ardiente. Pensó en sus reacciones y en la forma de responder a sus caricias.
Esa chica era pura inocencia, pero desde luego, no podía decirse que no era
una mujer ardiente.

—¿Me he pasado besándote? —preguntó Alex cuando entraron en la


suite—. Espero que no te haya molestado.

—¿Molestarme? —dijo él sonriendo.

Ash le acarició la mejilla y la mandíbula con las yemas de los dedos. Y


el ligero roce bastó para que ella volviera a humedecerse. Ash se acercó a
ella y volvió a besarla.

Alex sintió que algo se removía en su interior y gimió de placer,


sintiendo que su cuerpo se derretía. No podía pensar en nada razonable, y
casi no podía respirar.

Él la besaba con maestría, dominándola, controlándola. Su lengua


acariciaba el interior de su boca nublándole los sentidos. Y Alex tuvo que
reconocer que era suya y que siempre le pertenecería.
Ash se apartó de sus labios y la miró a los ojos y luego desvió la vista
hasta su boca. Y no pudo evitar volver a besarla de forma posesiva. Le
mordisqueó el labio inferior y Alex gimió. Ash jugaba con la lengua de ella.
Su beso era exigente, impetuoso. La pasión se incrementó y empezó a
besarla como si quiera meterse dentro de ella. Aunque lo que realmente
quería era darle el suficiente placer para romperle el alma, para poder
penetrar en ella y convertirse en parte de su ser.

Alex estaba ardiendo. La reacción que él estaba provocando en su


cuerpo era demasiado intensa. Las sensaciones la invadían, unas tras otras,
y no la dejaban respirar mientras él seguía devorándola.

Ash la pegó más a su cuerpo y ella se derritió, apoyada en él, invadida


por la lujuria. Empezó a acariciarla suavemente por encima de la ropa y
Alex sentía su cuerpo arder por donde se deslizaban sus dedos.

Ash recuperó el control y dejó de besarla de repente. Le acarició la


mandíbula, la mejilla, y sus dedos se introdujeron entre sus cabellos.

Alex notó que las manos de él temblaban, y supo que era por el deseo
abrasador que sentía, como ella, y que estaba conteniendo.

—Necesito un poco de aire —dijo apartándose de ella y saliendo a la


terraza.

Se apoyó en la balaustrada y miró hacia la calle. Era la primera vez en


su vida que se excitaba de esa forma.

Sonrió al pensar que su erección empezaba a ser dolorosa. Puede que


fuera porque hacía mucho que no estaba con una mujer, pero no iba a
engañarse, esa ansiedad y ese deseo desesperado que sentía, era porque se
trataba de Alex.

En los últimos besos había intentado controlarse, pero, ¿cómo iba a


controlarse si era ella quien lo devoraba, completamente descontrolada?

Alex salió a la terraza y se apoyó en la barandilla junto a él.


—Te he decepcionado, ¿verdad?

—¿Decepcionado? —repitió él girándose para mirarla sonriendo.

—Lo siento. No sé lo que me pasa, pero cuando me besas me olvido


de todo, excepto de tu boca. Algo dentro de mí me arrastra a una pasión
desconocida para mí y siento algo cálido que corre por mis venas,
irrefrenable. Algo que hace que te desee hasta la locura. Lo siento, de
verdad. La próxima vez intentaré contenerme.

Ash se colocó frente a ella y la besó suavemente en los labios,


acariciando su espalda para serenarla, porque estaba muy intranquila. Pero
sus labios se volvieron exigentes y reclamaron su lengua. Ash le lamió y
mordisqueó los labios hasta que Alex los abrió para recibir su lengua.

Las sensaciones volvieron a ella sin poder frenarlas y Ash se apoderó


de su boca con desesperación. La apretó contra la balaustrada y la rodeó
con sus brazos.

Alex se sintió completamente dominada y aturdida por ese hombre,


que había vuelto su mundo del revés.

Se besaron con desesperación, como si estuvieran hambrientos. El


contacto de sus bocas era como fuego.

Ash dejó de besarla y sumergió el rostro en su cuello, mientras le


acariciaba el cabello. El perfume natural de ella, a flores silvestres, provocó
que su erección se incrementara. Ash le recorrió la mandíbula y el cuello
con los labios y notó el estremecimiento de Alex. Ella se apretó contra él y
Ash no pudo evitar que un gruñido atormentado saliera de su boca.

El placer que sentía Alex por el sensual ritmo que había empezado Ash
con sus caderas, se concentró en su entrepierna. Notaba la erección ahí y la
sensación fue tan intensa que el ritmo de su corazón se alteró, aún más. Y se
apretó contra él, arriesgándose a que el calor que sentía la consumiera.

Ash no podía creer el deseo tan desmedido que esa chica le despertaba.
Estaba muerto de miedo, porque estaba perdiendo el poco control que le
quedaba. Deseaba ponerla de espaldas, apoyada en la balaustrada, bajarle
los vaqueros y arrancarle las bragas para introducirse en su interior de una
sola y profunda embestida. El deseo estaba abrasándolo y se apartó de ella
con un gruñido de desesperación.

Ella lo miró aturdida cuando sintió el frío de la noche en sus labios y lo


vio sujetarse fuertemente a la barandilla, soltando una maldición tras otra.

Después de unos minutos en silencio, Alex no lo pudo resistir más.

—Esta vez no he tenido yo la culpa. Te aseguro que he intentado


contenerme, pero es imposible no responder a tus besos. No soy de piedra,
¿sabes?

Ash la miró y tuvo que reírse.

Alex era muy ardiente y apasionada. Desde luego, no se parecía en


nada a su exmujer. Había estado a punto de correrse en más de una ocasión,
simplemente besándola y sintiendo el roce de su erección sobre su sexo.
Dios, parecía un adolescente con las hormonas revolucionadas. Alex
respondía a sus caricias y a sus besos con una pasión desmedida.

—Tu boca es deliciosa —dijo él sonriéndole—. Y me gustaría besarla


cada día del resto de mi vida. Y sé que esta vez no has sido tú quien ha
perdido el control sino yo. Es imposible no perder el control contigo, cielo.

Ella no pudo abrir la boca. Se sentía turbada por sus palabras.

—Tengo hambre —dijo Alex de repente.

—Me ducharé e iremos a cenar.

—Deja que me duche yo primero. Quiero lavarme el pelo y tardaré


más.

—De acuerdo. ¿Vamos al restaurante del hotel o a otro?

—Al del hotel, no tengo ganas de volver a salir. Aunque puedes pedir
la cena para que nos la suban, si quieres.
—Prefiero bajar al restaurante —dijo Ash, porque no quería pasar
mucho tiempo a solas con ella.

—Vale —dijo Alex dirigiéndose al baño—. No tardaré.

La mente de Alex era un torbellino mientras permanecía bajo la ducha.


Quería que dieran un paso más. Deseaba a Ash más de lo que podía
imaginar, y era evidente que a él le sucedía lo mismo. Tenía que
convencerlo para que le hiciera el amor. Y quería que fuera esa noche.
Capítulo 16
Entraron en el restaurante vestidos con vaquero y una camiseta. Ash no
le cogió la mano, como solía hacer últimamente, y Alex se preguntó cuál
sería la razón.

Mientras esperaban que les sirvieran la cena hablaron de cosas en


general. Poco después, el camarero se acercó para dejarles los platos.

—Me he dado cuenta de algo —dijo Alex sin mirarlo mientras cortaba
un trozo de carne.

—¿De qué?

—De que me gustan los hombres.

Ash levantó la vista y la miró con las cejas levantadas.

—Pero, sobre todo, me gusta tener a un hombre solamente para mí.

Él vio ese rubor inocente, que encontraba delicioso y que hacía que su
rostro resplandeciera y los ojos le brillaran con intensidad. Pero no dijo
nada. No sabía qué decir.

—He pasado muchos años triste y atemorizada. Años en los que me he


sentido muy sola —dijo levantando la mirada hacia él—. Y creo que ya es
hora de que piense en mí misma. Creo que me lo merezco.

—¿Qué quieres decir?

—Hablo de sexo.

—De sexo —repitió él.

—Sí. Los dos sabemos cual es el juego que nos traemos entre manos.
Y eso está bien porque... es mejor bailar, cuando los dos conocemos los
pasos del baile.
—No creo que tú conozcas los pasos del baile —dijo él sonriendo.

—Puede que no los conozca tan bien como tú, pero sé de qué se trata.

—¿Estás segura?

—Sí, creo. Has sido tú quien ha impuesto las reglas del juego.
Empezaste acariciándome, si es que se pueden llamar caricias a eso que
hacías.

Ash le dedicó una sutil sonrisa.

—Y luego me has besado. Bueno... nos hemos besado.

—¿También tienes queja de los besos?

—No, ninguna. Y de las caricias tampoco me voy a quejar —dijo ella


sonriendo—. Nos hemos besado muchas veces y, he de reconocer, que es
muy agradable.

—Agradable —repitió él.

—Vale, agradable no es la palabra adecuada. Besarte es excitante. Y


me gusta muchísimo que me beses.

—Eso está mejor.

—Pero los besos no son suficiente.

—Creo que son más que suficiente, por el momento.

—Yo no estoy de acuerdo. Además, estoy harta de que seas tú quien


estipule las reglas del juego. Esto es cosa de dos y yo quiero formar parte de
las decisiones.

—Quedamos en que íbamos a esperar hasta que estuvieras preparada.

—Lo decidiste tú solito, sin tener en cuenta mi opinión.


Ash no pudo evitar reír.

—Cielo, creo que me he precipitado con los besos.

—Nos hemos precipitado —lo corrigió ella.

—Vale, nos hemos precipitado. Es demasiado pronto para besarte, para


besarnos... —dijo él corrigiéndose—, de esa forma.

—Demasiado tarde, ¿no crees? ¿O acaso me vas a pedir que olvide que
nos hemos besado? Cosa que no podría hacer, aunque me lo propusiera.
Pero eso no viene al caso. Nos hemos besado de todas las formas posibles,
incluso de manera que algunos considerarían inapropiadas.

—En eso te doy la razón. No debí haber permitido que nos besáramos
de esa forma.

—Lo hecho hecho está y no podemos dar marcha atrás. Pero todo ha
ido bien, Ash. Yo no me he sentido incómoda en ningún momento y me
encanta que nos besemos. Así que creo que debemos dar un paso más en
nuestro experimento.

—¿A qué llamas tú dar un paso más? Porque a mi parecer, después de


besarnos de la forma que lo hemos hecho últimamente, sólo nos queda un
paso para llegar al final.

—Genial. Los dos estamos de acuerdo en eso. Estoy preparada para


pasar la noche con un hombre sexy como tú, que sé que no va a
defraudarme.

—Gracias por el cumplido, pero no estoy de acuerdo contigo. No creo


que estés preparada para dar ese último paso. Y te recuerdo que pasamos
todas las noches juntos.

—Juntos, pero no revueltos.

—Y eso va a seguir así, de momento —dijo él sonriendo.

—De acuerdo. Tú tienes más experiencia...


—¿Más experiencia? —dijo él interrumpiéndola de nuevo y volviendo
a sonreír—. Tu experiencia es nula. Es lo mismo que si fueras virgen.

—Supongo que en eso también tienes razón. Y sabes, empieza a


cabrearme que siempre tengas razón.

—Lo siento, cielo —dijo él sonriendo.

—No lo sientes. Te gusta tener razón siempre. Vale, tú eres un hombre


con experiencia. Seguro que has estado con un montón de mujeres y,
además, has estado casado varios años. Y yo sólo he estado con...

—No lo digas —dijo sin dejarla terminar la frase—. Tú no has estado


con nadie.

—Vale. Lo que quiero decir es que tú sabes todos los pasos del baile y
yo... no.

—En eso sí estoy de acuerdo.

—Pero no soy estúpida, y sé que se pueden hacer muchas cosas,


además de la... penetración.

—En eso también tienes razón.

—Bien. Negociemos, entonces.

Ash no pudo evitar reírse.

—¿Ahora quieres negociar?

—No me dejas otra opción. Yo sé que te deseo, y pensaba que tú


también me deseabas. Ahora tengo mis dudas.

—¿Crees que no te deseo? Alex, te deseo cada vez que te veo. Te


deseo, incluso, cuando no te veo.

—Si eso es cierto, supongo que querrás acostarte conmigo cuanto


antes.
—Y no te equivocas, pero puedo esperar el tiempo que haga falta.

—Ese tiempo es el que quiero negociar contigo.

—Sabes, cielo. Siempre he admirado tu determinación para hacer las


cosas. Pero tengo que decirte que, en este momento, no la admiro tanto.
¡Santo Dios! Eres implacable.

—No soy implacable, simplemente soy una mujer segura de sí misma.

—Pues sabes una cosa. Una mujer segura de sí misma es la


inseguridad más grande de un hombre.

—¿No estarás diciendo que te intimido?

—No me intimidas, pero eres muy obstinada.

—No soy obstinada. Lo único que quiero es que el tiempo que vamos
a esperar, hasta que hagamos el amor, sea más llevadero.

—Más llevadero —repitió él.

—Me refiero a... Por ejemplo, las caricias.

—Ya nos hemos acariciado.

—No hablo de ese tipo de caricias que, ya que lo has mencionado, me


dejan siempre con ganas de más.

—De eso se trata.

—Pues he de decirte que para eso prefiero que no me acaricies. Es


frustrante.

—Bienvenida al club de la frustración —dijo él sonriendo.

—Nunca he visto a un hombre desnudo —dijo ella ignorando sus


palabras—. ¿Qué mal puede haber en que nos acariciemos... desnudos?
—Cielo, cada vez que te veo... vestida, siento miedo, porque lo único
que deseo es llevarte a la cama y follarte durante un día entero.

Alex lo miró con la boca abierta, asombrada. Ash había hablado de


manera natural, como si le estuviera hablando de la cosa más normal del
mundo.

—Así que, si te viese desnuda, no me conformaría con imaginar lo que


podría o desearía hacer contigo.

—Pero siempre me has dicho que puedes controlarte y que nunca


harías nada que yo no quisiera que hicieras.

—Y eso va a seguir siendo así.

—Bien. Voy a hacerte una proposición que creo que me beneficiará en


mi problema y no supondrá ningún esfuerzo para ti.

—Soy todo oídos.

—Ya te he dicho que nunca he visto a un hombre desnudo y, por


supuesto, tampoco he estado desnuda delante de ninguno. Por lo tanto,
ningún hombre me ha acariciado estando desnuda, bueno, tampoco lo ha
hecho estando vestida, y yo no he acariciado a nadie. ¿Tendrías algún
problema en desnudarte para mí y dejar que te acaricie?

Ash casi se atraganta con la cerveza que estaba bebiendo.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Continúa.

—Sería como un entrenamiento para familiarizarme con el cuerpo de


un hombre. ¿No crees que sería beneficioso para mí?

A medida que pasaban los minutos, la tensión y el deseo sexual entre


los dos era más evidente. La piel de Alex ardía y el rubor no había
abandonado sus mejillas desde que habían iniciado la conversación. Y el
cuerpo de Ash estaba ardiendo por el deseo y la turbación de lo que sin
duda se avecinaba.

—Si no quieres, no me desnudaré, sólo lo harás tú —continuó ella—.


Yo puedo hacerlo en otra ocasión y podrás acariciarme como desees. Así
también podré familiarizarme con el tacto de tus manos... o tu boca, sobre
mi cuerpo.

Ash tuvo una repentina erección.

—¿Crees que acariciar tu cuerpo puede perjudicarme en algo? ¿Puedo


tomar postre? —soltó ella de repente.

—Claro —dijo Ash llamando al camarero, y algo aturdido por el


cambio repentino de sus preguntas.

—Me gustan tus manos —dijo ella mientras comía un trozo de la tarta
que le habían llevado—. Grandes y fuertes. Muchas veces me excito
pensando en ellas, imaginando cómo me acariciarían, cómo me tocarían...

—¡Santa madre de Dios! De acuerdo, lo haremos.

—¡¿Vas a aceptar?!

—Sí, voy a aceptar. Tal vez tengas razón y puede que explorar y
conocer el cuerpo de un hombre ayude con tu problema.

—Yo también lo creo. Lo haremos en volver a la habitación, ¿te parece


bien? Al fin y al cabo, no tenemos nada mejor que hacer —dijo ella
sonriéndole con descaro.

—Sabes, creo que la timidez que has mostrado siempre, era fingida —
dijo él cuando entraron en la suite.

—¡Nooo! Sigo siendo tímida.

—Sí, lo he notado durante la cena, con tu recatada conversación —dijo


él con sarcasmo.
Alex se acercó a él y lo abrazó por la cintura, apoyando la cabeza en su
hombro.

—Te aseguro que sigo siendo tímida. No creas que para mí es fácil
hablarte de cosas referentes al sexo. Me cuesta incluso hablar con Dani
sobre ello. Lo que sucede es que nunca había sentido placer ni había
deseado a un hombre. Aunque he de decirte que estoy algo intranquila.

—¿Por qué? —dijo él acariciándole el pelo.

—Porque no sabré qué hacer cuando te desnudes.

—Podemos olvidarnos de eso. Ya experimentarás más adelante.

—Lo haremos ahora.

—No quiero que te sientas incómoda.

—No voy a sentirme incómoda. De hecho, me siento muy bien cuando


estás conmigo. Es solo que...

—Shhh, no digas nada. Me desnudaré, si es lo que quieres. Y si no te


sientes bien, me lo dices y me pondré el pijama. Y nos iremos a dormir
como hacemos cada noche. ¿Te parece bien?

—Sí. ¿Crees que debería sacarme el vaquero para estar más cómoda?

—Estaría bien, pero ponte el pijama —dijo él, que no quería que
estuviera con bragas y con esa camiseta corta que llevaba.

—Vale.

—Me lavaré los dientes mientras te cambias.

—Bien.

Ash entró en el baño.

Dios mío, ¿dónde me he metido?, pensó mirándose en el espejo.


Cuando Ash salió del baño la miró de arriba abajo. Llevaba un pijama
de pantalón corto y una camiseta de tirantes, sin sujetador. Estuvo a punto
de ir al mueble bar y servirse un whisky doble para tranquilizarse. Y lo
hubiera hecho de no haber decidido meses atrás que no volvería a beber.

¿Por qué estoy nervioso?, se preguntó.

Había estado con decenas de mujeres y nunca se había puesto nervioso


por tener que desnudarse delante de ellas. Alex lo sacó de sus
pensamientos.

—Ya estoy lista —dijo sonriendo, aunque se notaba que estaba


intranquila.

—Estupendo —dijo él acercándose a ella—. ¿Quieres desnudarme tú?

Ella lo miró con los ojos muy abiertos y Ash le sonrió.

—Mejor hazlo tú.

—Bésame, cielo.

Alex se acercó a él. Metió las manos por debajo de la camiseta y las
fue subiendo acariciando su piel hasta llegar a sus pectorales, suspirando. El
corazón de Ash se detuvo con el contacto de esos dedos deambulando por
sus músculos, que se tensaron al instante. Alex llevó las manos a su espalda
y lo abrazó mientras lo besaba dulcemente.

Ash la rodeó con sus brazos, acercándola a él. Le acarició suavemente


la espalda y fue descendiendo hasta su culo, sujetándola con ambas manos
de las nalgas y pegándola a sus caderas, para sentirla sobre su erección.

Ash la apartó de él poco después y se quitó la camiseta. Ella miró toda


esa piel expuesta. Ya le había visto el torso desnudo en otras ocasiones, pero
nunca tan de cerca. Podía oler el aroma del gel de baño, mezclado con su
olor corporal y el de la pasta de dientes, y se sintió turbada.

Al ver que estaba paralizada, Ash le cogió las manos y las colocó
abiertas sobre su pecho, y las de él sobre ellas.
—No quiero que olvides en ningún momento que soy yo, tu marido, y
que soy tuyo. No te avergüences de nada. Lo que quiere decir que puedes
hacer lo que quieras conmigo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Bien. Voy a terminar de desnudarme.

—Vale.

Ash se sentó en el borde de la cama, se quitó los deportivos y los


calcetines. Y luego, sin perder tiempo, se puso de pie y se bajó los vaqueros
junto con el bóxer.

Alex estaba frente a él, mirándolo embobada. De pronto lo tenía ahí


desnudo delante de ella, y sólo le faltó babear. Dirigió la mirada a su
entrepierna y, al percatarse Ash de ello hizo que la media erección que tenía
se incrementara.

—¿Prefieres que me quede de pie o que me eche sobre la cama?

Y Ash tomo la decisión por ella, ya que Alex se había quedado muda,
sin apartar la mirada de él.

—Me tumbaré en la cama —dijo sonriendo mientras retiraba la colcha


hacia los pies de la misma.

Alex seguía de pie, inmóvil, mirándolo.

—Ven aquí, cielo. Si no quieres explorar mi cuerpo, como deseabas


hacer, podemos dormir. Puede que si dormimos mientras estoy desnudo te
ayude a acostumbrarte a mi cuerpo.

—No quiero dormir.

—De acuerdo, nada de dormir —dijo él intentando no sonreír.

Alex se acercó a él tímidamente y se subió a la cama. Se colocó junto a


él de rodillas y se sentó sobre sus talones. Y él no pudo evitar acariciarle los
muslos que, en esa posición los encontró preciosos.

—¿Estás bien?

Ella se limitó a asentir porque no le salían las palabras.

—Tócame.

El corazón de Alex latía desbocado en su pecho. Se acercó más a él y


deslizó una de sus manos hacia su rostro. Le acarició la mandíbula con las
yemas de los dedos, deslizándolos por su cuello, por sus hombros y
finalmente por sus pectorales. Se inclinó hacia él y lo besó en la barbilla. Y
Ash se estremeció.

Se sentía algo aturdida, pero al mismo tiempo, le gustaba la sensación


que estaba descubriendo mientras lo acariciaba con los labios. Fue
recorriendo su piel hasta llegar a los pectorales y besó uno de sus pequeños
pezones, y luego el otro. Siguió su camino, bajando hasta la cintura y
repartió besos por ella y por sus caderas.

Ash soltó un quejido que parecía desesperado. Metió los dedos entre
su pelo, con el cuerpo estremecido por el deseo, cuando los labios de ella se
deslizaron hasta su ombligo y su lengua vagó por sus abdominales,
dibujando cada endidura de su tableta, haciendo que los músculos se
tensaran a su paso.

Ash no podía dejar de pensar en ponerla de espaldas de forma ruda,


sujetarle las manos junto a su cabeza y penetrarla bruscamente.

Las manos de Alex entraron en contacto con la piel de Ash. Pensaba


que ya no podía estar más excitado. Hasta que ella se sentó sobre él, de
forma tímida, pero con determinación, y se inclinó para besarlo. Ash sintió
su erección entre los muslos de ella y creyó morir de placer.

—Me gusta estar así sobre ti, sintiendo todo tu cuerpo debajo del mío.

—Ya estuvimos así en otra ocasión —dijo mirándola a los ojos.


—Lo sé, pero aquella vez fue distinto, no había nada sexual. Tú
necesitabas el calor de una persona, y era yo quien estaba allí en ese
momento. Sabía que necesitabas un abrazo y sentirte querido.

—Tienes razón. ¿Has terminado ya de explorar mi cuerpo?

—No. Sólo he hecho un pequeño intermedio porque necesitaba besarte


—dijo acercándose a sus labios.

Ash correspondió a ese beso, suave y dulce, pero que lo devastó. La


sangre corría caliente por sus venas. Sentía cada centímetro del cuerpo de
Alex sobre el suyo. Era la primera vez que sentía algo tan interesante al
estar con una mujer. Su corazón latía descontrolado con cada beso, con cada
caricia, o con cada gemido o suspiro que salía de ella.

Alex se apartó de su boca, pero volvió a ella para lamer sus labios. Lo
miró a los ojos mientras le acariciaba el pelo y fue descendiendo
lentamente, dándole ligeros besos o mordisqueando suavemente su piel en
su recorrido.

Cuando llegó a sus abdominales y continuó bajando por sus oblícuos,


el cuerpo de Ash se tensó. Alex se saltó su sexo y bajó hasta sus piernas,
pero no pudo evitar que sus cabellos rozaran la erección en su recorrido.

Y Ash se estremeció de placer con ese suave contacto. Cada roce de su


lengua y cada contacto de sus dedos, despertaba todas sus terminaciones
nerviosas y estaba al borde del abismo.

Alex se arrodilló entre sus piernas y las fue acariciando suavemente,


empezando en sus pies y subiendo hasta sus potentes muslos. Entonces se
inclinó y empezó a besar la piel y a lamerla.

Donde fuera que la boca de ella lo rozara, los músculos se tensaban al


sentir el roce de esos labios inexpertos sobre su piel.

—Joder —dijo Ash gimiendo sin poder evitarlo.


El corazón le latía desenfrenado en el pecho. Aquellas caricias
inocentes y vacilantes lo estaban volviendo loco.

Alex empezó a recorrer el interior de sus muslos con sus labios y


cuando llegó a la entrepierna se incorporó y rodeó su erección con la mano.

Ash estaba perdiendo el control. Se incorporó para colocar otra


almohada debajo de su cabeza, porque no quería perderse nada.

Alex empezó a acariciar la polla con la mano, y el placer invadió a


Ash, provocándole un deseo tan intenso que gruñó, intentando contenerse
para no dejarse llevar. Se sentía agobiado, porque no sabía si debía
permitirle a ella seguir. Pero su sangre latía en sus venas y el corazón le
golpeaba frenético en el pecho. Estaba al límite, y tan duro que pensó que la
polla le estallaría.

Alex estaba tocando su miembro maravillada. Lo rodeó con una de sus


manos y se inclinó para casi rozarlo con los labios. Ash estaba inmóvil y
soltó un suave gemido. Su piel se calentó de pronto y todo su cuerpo se
estremeció cuando ella lamió la punta de su polla, para recoger la gota
preseminal que brotaba de ella.

Ash intentaba concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera su


boca, pero de pronto, Alex se metió el miembro en la boca y él sólo pudo
pensar en follarla fuerte hasta hacerla gritar.

Alex acariciaba la erección con la lengua al tiempo que su mano subía


y bajaba y Ash creyó que moriría en ese instante. De pronto reaccionó y la
apartó de él cogiéndola por los hombros.

—Cielo.

Ella lo miró. Alex tenía el pelo revuelto, los pómulos sonrosados y un


brillo intenso en los ojos. Y Ash suspiró, porque pensó que era la cosa más
preciosa que había visto en su vida.

—Cariño, no sé si estás al corriente de que los hombres nos corremos


cuando estamos excitados.
—No soy estúpida, Ash. Me he informado en Internet. Y además, Dani
me ha explicado algunas cosas.

Él no pudo evitar sonreír. La ingenuidad y la franqueza de esa chica lo


aturdían.

—Lo que quiero decir es que me estás dando tanto placer que no
tardaré en correrme, y no voy a hacerlo en tu boca.

—¿Por qué no? Se supone que estoy investigando el cuerpo de un


hombre y su comportamiento.

—Pero puede que no te guste.

—Dani me dijo que era agradable, así que deja que yo lo decida.

Alex se inclinó hacia el sexo de Ash de nuevo. Lamió la polla desde la


base hasta la punta mientras con la mano cogía los testículos y los
masajeaba. Volvió a meterse el miembro en la boca, moviéndose arriba y
abajo. Ash no pudo aguantar más y se corrió. Se sentía avergonzado por no
haberse podido contener.

Alex sacó la polla de su boca y reposó la mejilla junto a la verga y


apoyando una de las manos sobre el abdomen de él. Y Ash se sintió
conmovido, pero a la vez preocupado, porque Alex permanecía en la misma
posición y en silencio, y ni siquiera lo había mirado.

—Cariño, necesito que me beses.

Alex levantó el rostro para mirarlo y le sonrió. Se puso a horcajadas


sobre él y se inclinó para besarlo. Y Ash volvió a excitarse al sentir el sexo
de ella sobre el suyo. Poco después, dejó de besarla y la acercó a él para
apoyarle el rostro en su cuello.

—No debí haber permitido que pasara esto —dijo Ash en voz baja.

—¿Por qué? ¿Tan mal lo he hecho? Sé que no tengo mucha


experiencia...
—No, cielo. Lo has hecho bien. De hecho, has estado fantástica —dijo
acariciándole la espalda—. Has hecho que me corriese antes de lo que
esperaba. Me refiero a que estamos yendo demasiado deprisa.

—Deja de pensar en eso. Parece que seas tú quien tiene un problema


con el sexo. Si te preocupa que pueda haberme afectado, puedes estar
tranquilo, porque me siento realmente bien.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Lo he pasado muy bien acariciándote. Y me ha


gustado haber conseguido que te corrieras. Si quieres que te diga la verdad,
me he sentido poderosa.

—Vaya, pues me alegro.

—Bien. Ahora creo que lo justo sería que me devolvieras el favor.

—¿El favor? —preguntó él intentando no sonreír.

—No es que te haya hecho realmente un favor, porque yo he disfrutado


mientras lo hacía. Pero he hecho que te corrieses y creo que deberías
corresponderme. Me gustaría experimentar lo que se siente al acariciarme
un hombre con las manos y los labios. Y... si consigues que tenga un
orgasmo, te lo agradeceré. Sería mi primer orgasmo.

—No creo que pueda negarme a una petición como esa, y considero
justo que quieras que te devuelva el favor —dijo él divertido.

—Pensé que me costaría más convencerte.

—Cariño, me da la impresión de que tú conseguirías cualquier cosa


que te propusieses de mí.

—No sé si creérmelo, porque me está costando llevarte a la cama.

—Te aseguro que, en condiciones normales, te habría llevado veinte


segundos llevarme a la cama.
—¿Quieres que me desnude?

—No, cielo, yo lo haré, a su tiempo —dijo colocándola a su lado boca


abajo y poniéndose de rodillas —. Empezaré por la espalda.

—Yo no he explorado tu espalda.

—Se te pasó el turno, ahora me toca a mí.

Ash bajó la cabeza y la mordió en la nuca y Alex sintió un ramalazo de


placer que le recorrió el cuerpo en sólo un segundo. Empezó a deslizar los
dedos por sus hombros y luego por los brazos. Sus manos eran fuertes y
grandes y sus dedos largos, sin embargo, Alex sabía que eran también
delicadas.

Ash retiró el cabello de su hombro y se inclinó para besarla en el


cuello. Luego le subió la camiseta y fue descendiendo por la columna,
acariciándola con la lengua. Alex se sintió atrapada por las sensaciones
desconocidas que la invadían, y ansiosa y expectante por descubrir todo lo
que él iba a mostrarle.

Ash la notaba rígida. Se sentó a horcajadas sobre ella y le acarició el


cabello. Fue descendiendo por su cuerpo, repartiendo ligeros besos por su
espalda. Le mordisqueó un costado y luego el otro y Alex dio un respingo.
Ash bajó hasta sus nalgas y las acarició por encima de minúsculo pantalón
del pijama. Le abrió las piernas, lo suficiente para poder arrodillarse entre
sus tobillos y fue besándola desde las nalgas hasta los pies, rozando cada
milímetro de su piel. Luego volvió a subir repartiendo ligeras caricias. Pasó
la lengua por el interior de uno de sus muslos y Alex se tensó.

—¿Te gusta?

—Esto es el paraíso —dijo ella en un murmullo.

—Date la vuelta, cielo.

Alex se colocó boca arriba y lo miró. Ash se puso de rodillas junto a su


cuerpo.
—Voy a hacerte una pregunta, pero no quiero que te alteres.

—De acuerdo.

—¿En qué postura te penetró el tío ese?

—Estaba encima de mí.

—¿Crees que te sentirás incómoda si me pongo sobre ti?

—No lo creo.

—Vale. Pero si te sientes rara o incómoda, dímelo.

—De acuerdo.

Ash sabía que el recuerdo de ese hombre la había alterado. Se colocó a


horcajadas sobre ella y empezó a acariciarle el cabello. Luego le rozó la
mejilla con un dedo hasta llegar a la barbilla, y se inclinó hacia ella para
besarla. Alex le rodeó el cuello para devolverle el beso.

Ash quería que se relajara y su cuerpo se preparara para ser acariciado.


Había aprendido a no hacer las cosas apresuradamente, a ir despacio, a
tomar las cosas como viniesen. Y sobre todo, a aprovechar el momento.

Intentaba mantener el control, concentrándose en respirar, pero de la


forma en que ella lo besaba, estaba consiguiendo excitarlo aún más.

Alex levantó las caderas buscando el roce del cuerpo de él mientras lo


besaba descontrolada. Y Ash notaba correr la sangre ardiendo por sus
venas.

Alex se había dicho muchas veces que lo que sentía por su marido no
era amor sino deseo. Pero se había equivocado. Lo quería con todo su
corazón. Quería que fuese suyo, solamente suyo. No quería compartir ni su
sonrisa, ni su cuerpo, ni cualquier otra cosa relacionada con él.

Ash dejó de besarla y deslizó el rostro hacia su cuello. Acarició con la


lengua el punto donde se sentía el pulso de su corazón, y ella sintió el placer
recorrerle el cuerpo hasta concentrarse en sus pechos y en su entrepierna.
La excitaba sentirlo sobre ella. Sentir ese cuerpo increíble, concentrado
únicamente en darle placer.

Ash pasó los dedos sobre los pezones, que estaban duros, por encima
de la camiseta, sin apartar la mirada de ella. La incorporó un poco para
sacarle la prenda por la cabeza y la dejó a un lado de la cama. Luego le
miró los pechos.

—Tus pechos son una delicia.

Alex estrujó la sábana con las manos, intentando controlar la ola de


placer que la invadió. Esa voz grave y la forma en que la miraba la estaban
haciendo arder. Y a eso se unía el olor tan delicioso que desprendía su
pelo... y el sabor de su boca. ¡Dios! Ese hombre la tenía atrapada.

Se excitó aún más cuando recordó cómo lo había acariciado ella, cómo
había deslizado sus dedos y sus labios sobre todos aquellos músculos bien
definidos, sobre su miembro... Estaba muy húmeda y necesitaba que él le
acariciara los pezones con la lengua.

Ash llevó las manos a sus pechos y empezó a acariciar los pezones con
los pulgares hasta que estuvieron tensos y aún más duros.

—Utiliza la lengua, por favor.

Ash la miró sonriendo por su petición. Se inclinó y le acarició los


pezones con la nariz y ella jadeó. Ash estaba consiguiendo que los pechos
le dolieran y se sentía desesperada.

Y ella estaba haciendo que, con su deseo, el deseo de él incrementara


su intensidad.

Ash dio un lenguetazo a cada uno de los pezones y Alex dio un grito
ahogado. Ash repartió besos por los pechos y luego se metió un pezón en la
boca y lo mordisqueó, jugueteando con él mientras apretaba el otro con los
dedos.
Una ola de placer atravesó el cuerpo de Alex con tanta intensidad que
casi se le saltaron las lágrimas por las sensaciones que estaba
experimentando. Se abrazó a él, hundiendo las uñas en su espalda. La
cabeza le daba vueltas, sin saber cuánto más podría soportar mientras él
devoraba sus pechos. El intenso placer recorría su cuerpo en todas
direcciones, hasta detenerse en su sexo, que sentía tan húmedo, caliente e
hinchado, que le dolía. Sensaciones extrañas giraban en su interior
adueñándose de ella mientras Ash seguía concentrado en sus pechos.

—Ash... Ash...

Él levantó la vista para mirarla. Los pezones estaban húmedos y duros.

—Esto que te estoy haciendo, te gustaría más si lo hiciera entre tus


piernas —dijo mientras estiraba de sus pezones con los dedos.

Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Alex dio un grito al
verse alcanzada por un orgasmo devastador. Se incorporó y se abrazó
fuertemente a su musculoso cuerpo, y él la rodeó con sus brazos.

—Vaya. No esperaba que te corrieses tan pronto —le dijo él al oído


besándola en el cuello.

—¡Dios mío! Ha sido maravilloso. Jamás he sentido algo igual —dijo


separándose de él para mirarlo—. ¿Vas a hacérmelo de nuevo?

—Creo que te voy a procurar algunos orgasmos más esta noche.


Échate sobre la cama, cariño.

Ash se podía haber dejado llevar por el deseo, pero empezó a


acariciarla lentamente, deslizando las yemas de los dedos y los labios por su
piel hasta que la hizo temblar.

Ella no podía pensar en nada que no fuera saborear las maravillosas


sensaciones que recorrían su cuerpo y que era incapaz de controlar.

Las manos de Ash se deslizaban por su cuerpo, haciendo un alto


cuando descubría una respuesta instintiva en ella. Estaba descubriendo sus
puntos vulnerables con una lentitud que la estaba volviendo loca. Sus
manos acariciaban sus pechos, su cintura, su vientre, sus costados y sus
caderas. Y luego volvía a subir hasta sus pechos. Le acarició suavemente
los pezones con las yemas de los dedos hasta que volvieron a endurecerse y
la maravillosa sensación volvió al cuerpo de ella.

Alex jamás podría haber imaginado que los dedos de un hombre


pudieran provocarle unas sensaciones tan deliciosas.

Ash subió de nuevo a su boca para besarla. Sumergió los dedos entre
sus cabellos, sujetándola mientras la devoraba. Y cuando separó la boca de
la de ella, el cuerpo de Alex estaba tan excitado que casi no lo podía
soportar.

Volvió a deslizar los labios sobre su piel, observando cada gemido de


placer y volviendo a acariciarla en el mismo lugar, para hacerla gemir de
nuevo. Bajó lentamente hacia sus piernas. Alex se preguntaba por qué era
tan lento en sus caricias y por qué ni siquiera le había sacado el pantalón del
pijama, cuando ella necesitaba algo más.

Pero Ash seguía al ritmo que se había impuesto de manera implacable.


Jugó con ella hasta conseguir que estuviera desesperada y tensa por el
deseo.

Alex pensó que el corazón iba a estallarle en el pecho, por los


desenfrenados latidos de su corazón. Algo se había despertado en ella y
ansiaba llegar al final. La piel le ardía por donde Ash la tocaba. Cuando él
acarició la parte interna de sus muslos notó la tensión en ella y supo que
estaba aún insegura.

Ash se colocó en la cama a su lado y Alex lo miró extrañada,


suponiendo que ya habría terminado. Él se apoyó sobre un codo y la miró
sonriendo. Era tan expresiva que había adivinado lo que pensaba.

Llevó la mano a su vientre y empezó a acariciarlo. Alex deseaba abrir


las piernas y que él le acariciara, de una vez, el sexo. Y como si él hubiera
leído sus pensamientos, bajó la mano y la introdujo en el pantalón del
pijama. Empezó a acariciarle el clítoris en círculos, haciéndola estremecer.
Ash notó sus dedos empapados por la humedad y eso lo excitó todavía más.
Aceleró sus movimientos mientras se inclinaba hacia ella para chuparle un
pezón y Alex soltó un gemido de placer.

Poco después, Alex sintió que algo salvaje atravesaba su cuerpo,


provocándole sensaciones descontroladas por todas partes. Se sentía arder y
necesitaba algo con desesperación. El clímax la alcanzó en segundos y de
manera tan intensa que pensó que no podría volver a su estado normal.

Estaba jadeando, intentando respirar, y movía las caderas mientras él


seguía acariciándola para que disfrutara al máximo del placer. Estaba
sollozando cuando el orgasmo la atravesó, ardiente y dulce a la vez,
haciendo que su cuerpo palpitara.

—¡Santa madre de Dios! —dijo ella con la respiración agitada.

Tan pronto como Alex se calmó, Ash volvió a la carga. Exploró cada
centímetro de piel con las manos, los labios y la lengua. Observaba cómo
Alex se aferraba a las sábanas con los puños cerrados. Sentía un deseo
salvaje de abrirle las piernas y follarla sin piedad.

—Vamos a sacarte este pantalón que empieza a molestar.

Alex levantó las caderas para que él se lo bajara por las piernas.

Y entonces, Ash volvió a lo que estaba haciendo. El roce de su lengua,


cálida y decidida, la acariciaba con la precisión exacta para que Alex se
quedara sin respiración. Exploraba su cuerpo haciéndola gemir y de vez en
cuando detenía sus caricias hasta hacerla enfadar.

Poco después Ash estaba lamiendo su sexo, haciéndola estremecer.


Estaba completamente entregada a sus sensaciones, dejando que el placer se
expandiera, descontrolado, por su cuerpo. De pronto gritó desesperada al
sentir en su interior esa avalancha de placer. Jadeó entrecortadamente
pronunciando el nombre de Ash y sujetándolo del pelo para que no se
apartara. Sintió una sacudida, mientras él besaba, lamía y chupaba, que la
atravesó como una llama, convirtiéndola en puro deseo.
Ash la penetró con la lengua, provocándole un orgasmo devastador. Le
acarició el clítoris, presionando en la medida justa, mientras seguía
metiendo y sacando la lengua en su interior y provocándole una segunda
oleada de placer que la hizo llegar de nuevo al cielo.

Ash se tumbó a su lado, intentando tranquilizarse, porque tenía la polla


dura como una piedra y a punto de reventar.

—Ponte el pijama, cariño —dijo él cuando estaban calmados.

Ella no quería hacerlo, pero obedeció.

Ash se puso también el pijama y los cubrió con la ropa de cama.

Alex lo miró en silencio. Ash le había arrancado más de un grito de


placer. Había hecho que se olvidara del pudor. Y además, la había enseñado
a disfrutar de la plena intimidad de la que podían disfrutar un hombre y una
mujer. Se sentía extasiada al recordar cómo la habían tocado sus manos y
cómo había deslizado sus labios y su lengua por su cuerpo, encendiendo su
piel a su paso.

Alex se acercó a él y lo besó en los labios. El deseo se extendió por su


vientre con ese simple roce, pero se contuvo. Había sido una noche intensa
y Ash le había enseñado muchas cosas. No iba a presionarlo más, al menos
no esa noche.

—Dios, te debo un montón de orgasmos —dijo ella de repente.

Ash no pudo evitar reír.

—No me debes nada, cielo. Me lo conpensarás cuando tu problema se


haya solucionado.

—Puedes estar seguro de que lo haré.

Alex se colocó a su lado, apoyó la cabeza sobre su pecho y colocó la


mano sobre su cintura mientras metía la pierna entre las de él.

—Estás muy callada —dijo acariciándole suavemente la espalda.


—No sé qué decir. Lo que he sentido me ha dejado sin palabras. ¿Se
siente lo mismo... cuando hay penetración?

—No. Entoces te sentirás muchísimo mejor. Vamos a dormir, cielo.


Mañana será nuestro último día aquí y quiero que lo aprovechemos.

—Vale. Buenas noches.

—Buenas noches, cariño —dijo besándola en el pelo.

Ash se despertó abrazado al cuerpo cálido y suave de su mujer. Estaba


pegado a su espalda y su polla, que estaba dura, le rozaba el trasero. La
apretó de la cintura para acercarla más a él. La besó en el cuello y ella
movió la cabeza ronroneando de una forma deliciosa.

Todavía no podía creer que ella también estuviera enamorada de él.


Sabía desde hacía tiempo que él le gustaba. Esa chica era demasiado franca
y sus expresiones y la forma en que lo miraba lo dejaban claro, era como un
libro abierto para él. Pero nunca podría haber pensado que llegara a sentir lo
mismo que él. Y ahora estaba preocupado. La paciencia no era una virtud
que destacara en su mujer y sabía que no tardaría en pedirle que acabaran lo
que habían empezado. Y tenía miedo de que algo saliera mal.

Estaba amaneciendo cuando Ash se levantó. Le habría gustado


permanecer horas así, sintiendo el calor y el olor del cuerpo de su preciosa
esposa, pero no quería estar a su lado cuando ella se despertara. Fue al baño
a ducharse, con agua fría.

Salió envuelto en una toalla dispuesto a vestirse.

—Buenos días.

—Hola, cielo.

—¿Te has levantado para que no te encontrara a mi lado al


despertarme?

—Vaya, me conoces bien —dijo él sonriendo.


Ash se desprendió de la toalla, sin ningún reparo porque ella estuviera
delante, y se puso un bóxer.

—¿Por qué no vuelves a la cama? Es muy temprano.

—Porque quiero llevarte a desayunar a un sitio al que llevaba a mi hija


y está a unos kilómetros de la ciudad.

—Estupendo —dijo ella levantándose rápidamente—. Voy a


ducharme.

Veinte minutos después abandonaron el hotel.

—Tenías razón, está lejos. Llevamos media hora en la carretera.

—Está en un bosque. A Laura le gustaba, porque había muchos


animales.

—Seguro que a Dawn también le gustaría.

—La traeremos cuando volvamos a Nueva York.

Alex se sorprendió cuando llegaron. La cafetería era una cabaña


rodeada por árboles gigantescos. Se sentaron en una de las mesas, hechas
con troncos, que había en el exterior.

La camarera salió para tomarles nota y luego volvió a entrar en la


cabaña.

—Es un sitio precioso.

—Sí.

—¿Tu mujer no os acompañaba?

—No. Y la verdad es que los dos lo agradecíamos, porque cada vez


que salíamos juntos se pasaba el tiempo quejándose de algo o riñéndole a
Laura. Yo prefería pasar tiempo a solas con ella.
La camarera apareció con los cafés con leche, las tortitas para Alex y
un cruasán para él. Alex empezó a poner el jarabe por encima de una de las
tortitas y Ash se rio.

—¿Qué pasa?

—Me recuerdas a Laura, ella también cubría del todo la tortita.

—Me gusta así —dijo sonriéndole.

—Parece que tus pensamientos son muy agradables —dijo Ash poco
después, al ver la sonrisa en sus labios.

—Lo son.

—¿Quieres compartirlos?

—Pensaba en la pasada noche.

—¿Te sorprendió?

—Muchísimo. Jamás pensé que un orgasmo pudiera hacerme sentir de


esa forma. Había leído sobre ello, y Dani me había dicho que era una
sensación difícil de explicar, pero creía que sería diferente.

—¿Decepcionada?

—Para nada. Ahora ansío que acabemos lo que hemos empezado.


Hasta el momento todo ha ido bien. No me he sentido incómoda en ningún
momento.

—Yo también me sentí muy bien. Me gusta acariciarte hasta tenerte


completamente excitada y húmeda. Me gusta muchísimo tu cuerpo y sentir
cómo se estremece bajo mis caricias. Me gusta la suavidad de tu piel. No
puedes imaginar cuánto te deseo.

—Yo también te deseo, mucho. Pensaba que cuando me despertara hoy


y asimilara todo lo que hicimos anoche me sentiría avergonzada. Pero
estaba equivocada. Cuando te he visto, me he sentido genial. ¿Cuándo
tenemos que volver a casa?

—Volveremos cuando tú quieras.

—Me gustaría que nos quedáramos también esta noche.

—De acuerdo. ¿Quieres ir a algún sitio?

—Lo que quiero es que esta noche me hagas el amor.

—Cielo, deberíamos esperar un poco más.

—¿Esperar a qué?

—A que estés preparada.

—¡Por el amor de Dios! ¿Crees que necesito más preparación, después


de lo de anoche? ¿Qué vas a hacer los próximos días? ¿Vas a regalarme
algún que otro orgasmo y yo correspoderte? Creo que ha llegado el
momento de enfrentarme a mis miedos.

—Cariño, si no sale bien te sentirás culpable o, lo que es peor, me


echarás a mí la culpa, y eso no sería justo.

—Nunca podría culparte a ti.

—Eso lo dices ahora.

—Ash, yo confío en ti, y sé que jamás harás nada que pueda


perjudicarme.

—Alex, eres alguien muy especial para mí.

—Lo sé.

—Puedes estar segura de que cuando lo hagamos me controlaré en


todo momento y estaré pendiente de todas tus reacciones. No te presionaré
de ninguna forma, y si notara la más mínima incomodidad por tu parte, me
detendría.

—¿Ves? No hay de qué preocuparse. Y si no sale bien, lo volveremos a


intentar. De todas formas, estamos casados, y has dicho que no quieres vivir
en otro sitio que no sea en nuestra casa. Venga, no te hagas de rogar. Sé que
estás muy bueno, pero yo tengo mi orgullo.

Sus últimas palabras hicieron que Ash se riera.

—¿No me deseas lo suficiente?

—Cariño, quiero hacerte el amor una y otra vez hasta que no lo puedas
soportar más y que no puedas pensar en nadie más que en mí.

—Lo de que no pueda pensar en nadie más que en ti ya lo has


conseguido, y sin hacerme el amor. Y no tienes que temer por lo que pueda
suceder. Muchas veces las cosas no salen como esperamos la primera vez.
Pero no significa que las siguientes veces no salgan como deseamos. Yo
quiero arriesgarme. ¿Quieres arriesgarte conmigo?

—Sabes, creo que eres jodidamente fantástica, y la mujer más valiente


que conozco. No quiero que lo olvides nunca.

—Me estás halagando demasiado. ¿Estás preparándome para tu


rechazo?

—No, cielo. Esta noche voy a hacerte el amor. Y ojalá todo salga bien.

Después de desayunar dieron un paseo por el bosque. Ash no pudo


resistir la tentación y la empotró contra un árbol y la besó, una y otra vez.

Volvieron a la ciudad y estuvieron paseando por las calles más


importantes. Ash la besó en la acera de forma tan apasionada que Alex se
ruborizó, avergonzada, al ver que la gente los miraba.

Entraron a una tienda de lencería y Ash la convenció para que se


probara un camisón para esa noche. Ella se probó varios, pero sin dejar que
él los viera y eligió uno para la ocasión.
Después fueron a comer a un restaurante modesto, pero que Ash sabía
que se comía muy bien porque había ido con su hermano en varias
ocasiones. Y luego tomaron café en un pub irlandés que a Alex le encantó.
Y volvió a besarla en el sofá del local.

Siguieron paseando por las calles hasta que se detuvieron frente a unos
chicos que bailaban con un aparato de música enorme. Ash la colocó
delante de él y la abrazó por la cintura, y ella apoyó su cuerpo en el de él.

—¿Quieres que bajemos a cenar? —preguntó Ash cuando entraron en


la suite.

—Yo prefiero cenar aquí.

—¿Quieres que pida ya la cena?

—Sí, por favor. Hablaré con Dawn mientras la suben. Le diré que
volveremos a casa mañana.

Media hora después se sentaron a cenar. Ash le habló de sus


compañeros de trabajo mientras comían.

—¿Los cinco son solteros?

—Sí. Quieren conocerte, y ver la casa de la que tanto les he hablado.

—Deberíamos terminar de colocar los muebles que faltan en las


habitaciones que no usamos. Así, siempre tendremos espacio para
cualquiera que nos visite. A mí también me gustaría conocerlos.

—¿Estás segura?

—Por supuesto. Ya no me siento incómoda con los hombres. Me siento


bien cuando estoy con Neithan y con los chicos. Y también con Mark.

—Sí, se nota que con Mark te sientes realmente bien.

—¿Estás celoso?
—Por supuesto que estoy celoso. Estoy celoso incluso de mi hermano.

—¡Qué tonto eres! ¿Todavía no te has dado cuenta de que el único


hombre que me importa eres tú? Bueno…, Neithan también me importa,
pero de una forma diferente. Te quiero, Ash.

—No lo olvides, si las cosas no salen bien esta noche.

—Aunque salgan de la peor forma posible, no voy a dejar de quererte.

—Yo también te quiero, muchísimo. ¿Has terminado?

—Sí —dijo ella—. Voy a ducharme.

—Llamaré a Dawn mientras lo haces.

—Puede que ya esté acostada.

—En ese caso, hablaré con Neithan.


Capítulo 17
Alex salió del baño envuelta en la toalla. Ash la miró de arriba abajo y,
sin decir nada, caminó hacia el baño para ducharse. Poco después salió con
la toalla en las caderas y miró a su mujer que estaba apoyada en el
escritorio.

Alex llevaba un camisón de seda plateado, del mismo color de sus ojos
y que le llegaba por la mitad de los muslos, e iba descalza.

Ella estaba comprobando algo en el móvil, al oírlo, levantó la vista y lo


miró. Había algo diferente en la mirada de su marido. El azul de sus ojos se
había oscurecido hasta parecer casi azul marino.

Ash tuvo una repentina erección ante la visión que tenía delante.
Caminó lentamente hacia ella. Pasó las manos con suavidad por encima del
camisón, acariciando sus costados.

Alex dejó el móvil en la mesa, aturdida.

Ash deslizó las manos hasta sus pechos para rozar ligeramente los
pezones con las yemas de los dedos y se pusieron duros al instante. A
continuación, llevó las manos a su espalda y las bajó hasta su trasero,
haciendo que perdiera el apoyo de la mesa. La pegó a él, para que sintiera la
dureza de su erección, y la besó. Ella le rodeó el cuello con las manos y le
devolvió el beso con la misma pasión.

—Ese camisón te sienta de puta madre —dijo él mordisqueándole el


lóbulo de la oreja.

—Y es muy suave —dijo ella de manera coqueta.

—Sí, es cierto, aunque no tan suave como tú —dijo gruñendo, cuando


le subió un poco el camisón para acariciarle las nalgas, y notó que no
llevaba bragas.
Ash la cogió de la cintura y la elevó, como si fuera una pluma, para
sentarla sobre la mesa. Le separó las piernas y puso una rodilla en el suelo.
La arrastró hasta quedar sentada en el borde de la mesa y empezó a besarle
los muslos, ascendiendo lentamente hasta que llegó a su sexo. Le subió el
camisón y hundió su lengua en él.

Alex soltó un gemido mientras sumergía los dedos entre los mechones
del pelo de él y se dejó llevar por las sensaciones.

Los sonidos de placer y las palabras sin sentido que escapaban de la


boca de Ash la estremecieron. Estaba tan excitada y se sentía tan húmeda,
que casi sentía vergüenza. Ash jugó con su clítoris y la estaba llevando a la
locura con sus lametones.

Ash le colocó las piernas sobre sus hombros y la penetró con la lengua.
Ella se aferró a su pelo, gritando su nombre, cuando el orgasmo la alcanzó,
dejándola temblorosa y devastada.

—¡Dios mío! Desde luego sabes cómo distraer a una novata como yo.

Ash le bajó las piernas y se levantó sonriendo.

—No estaba distrayéndote, cariño. Cuando te he visto con ese


camisón, he sentido unos deseos incontrolables de follarte sobre esta mesa,
y no con delicadeza precisamente. Así que, en realidad, era a mí a quien
quería distraer —dijo abrazándola.

—Pues si esa es la forma que tienes para distraerte, puedes utilizarme


siempre que quieras.

—No lo olvidaré —dijo él sonriendo—. Bésame, a ver si logras


distraerme, porque mis deseos de follarte fuerte no han disminuido.

Ella lo hizo, y se besaron un largo rato.

Ash la cogió en brazos y la llevó a la cama, sin dejar de besarse. Se


puso de rodillas junto a ella y le sacó el camisón por la cabeza.
—Nunca he entendido lo de la lencería sexy —dijo Alex—. Las
mujeres se gastan un pastón en una prenda, y la llevan puesta escasos
minutos. Casi no merece la pena.

—Bueno, al llevar ese camisón has conseguido un orgasmo.

—Visto así, sí ha merecido la pena. Y ahora me pregunto, ¿habría


conseguido un orgasmo si no hubiera llevado el camisón?

—Decididamente, sí —dijo él sonriendo—. Aunque, verte ahí apoyada


en la mesa, con esa prenda tan sexy... Dios, tienes unas piernas preciosas.

—Gracias.

—De nada, cielo.

—¿Quieres que haga que te corras antes de...?

—No —dijo él interrumpiéndola—. Hoy vamos a centrarnos sólo en ti.


Si todo sale bien tendré mi recompensa y si no, la obtendré en otro
momento.

—¿Vas a hacerme daño?

—No, cariño. Ya no eres virgen —dijo soltando la toalla de su cuerpo.

—Es cierto.

—No quiero que tengas ninguna duda. ¿Estás segura de que es esto lo
que quieres?

—No tengo ninguna duda, y estoy completamente segura.

—De acuerdo.

Ash empezó a acariciarla. Quería tomarse su tiempo. Quería ir


despacio y sin prisas. Quería acariciar, besar y lamer cada trocito de piel. Y
le estaba costando lo suyo, porque su lado primitivo le pedía que se
colocara entre sus piernas y la penetrara de una sola embestida.
—Ash... —dijo ella después de unos minutos.

—¿Sí? —preguntó él levantando la vista de su sexo para mirarla.

—Los preliminares están durando demasiado. Ya no puedo estar más


excitada ni más húmeda de lo que estoy —dijo en un susurro.

La urgencia que él apreció en ese susurro, casi hizo que perdiera el


control.

—Sabes, cariño. Hoy no tengo planeado recibir ninguna recompensa


por tu parte, así que, déjame que disfrute un poco con tu cuerpo. ¿Te
molesta?

—Por supuesto que no, me estás dando un placer increíble.

Ash se colocó encima de ella y comenzó a depositar besos por todo su


cuerpo, demorándose en sus pechos y en su sexo.

Las manos de Ash estaban por todas partes, mientras ella disfrutaba
devorando la boca de su marido, a quien estaba volviendo loco.

Ash introdujo un dedo en su interior para que empezara a


acostumbrarse a la sensación y ella arqueó la espalda reclamando más.
Entonces la penetró con dos dedos, entrando y saliendo de ella lentamente.

Alex empezó a sollozar cuando el orgasmo creció de manera


vertiginosa, como si algo se rasgara dentro de ella. Ash profundizó un poco
más, al mismo tiempo que la besaba apasionadamente. Y Alex dio un grito
al llegar a lo más alto.

—Te quiero, preciosa —dijo besándola ligeramente en los labios—.


Ahora sí voy a hacerte el amor.

—¡Ya era hora!

—¿Sabes que eres muy graciosa? —dijo incorporándose para coger la


cartera, que estaba sobre la mesita de noche. Sacó de ella el condón que
siempre llevaba dentro.
—¿Puedes besarme?

—Ya sabes que besarte es un placer para mí.

—Para mí también —dijo ella.

Se besaron con desesperación.

—Ya estoy preparada —dijo Alex sonriendo poco después.

—¿Estás segura?

—Sí.

Así y todo, Ash lo comprobó por él mismo.

—Estás empapada, cielo.

—Creo que sabes muy bien cómo conseguir tener a una mujer lista.

Ash se puso el condón.

—¿Te importa si apago la luz?

—No me importa en absoluto —dijo él, pensando que ya tendría


tiempo de follar con ella, con la luz encendida, para no perderse nada.

Ash volvió a besarla y luego se incorporó. Le flexionó las piernas y se


las separó más. Volvió a tocarla para comprobar, una vez más, que estaba
húmeda.

—¿Estás bien?

—Sí, muy bien.

Ash se colocó entre sus piernas y fue penetrándola despacio, hasta que
estuvo completamente en su interior.
—Joder, es una delicia estar dentro de ti —dijo echándose sobre ella y
apoyándose en los antebrazos—. ¿Cómo te sientes?

Alex no pudo contestar. Fue como si algo se quebrase dentro de ella.


De pronto sintió escalofríos y seguidamente estaba completamente helada,
como si estuviera en una nevera. Tenía frente a ella el rostro de su violador.
Sentía, incluso, las manos de él apretándole fuertemente las caderas,
lastimándola. Sintió cómo le abría las piernas sin ninguna delicadeza. Y
luego ese dolor tan intenso que experimentó cuando la penetró. De pronto
recordó el olor de ese hombre y se le revolvió el estómago. Empezó a sentir
arcadas. Notaba el peso de él, aprisionándola y perdió totalmente el control.
Empezó a gritar y le dio un empujón tan fuete a Ash que él se apartó
rápidamente.

—Alex...

Ella bajó de la cama sin perder tiempo y se dirigió al baño. Cerró la


puerta, abrió el váter y vomitó la cena.

Ash se sentía morir. Se quitó el condón, se levantó de la cama y lo tiró


a la papelera. Luego se puso el pijama mientras pensaba en lo estúpido que
había sido. Sabía que ella no estaba preparada y sin embargo se dejó
influenciar. O puede que también influyera que la deseara más que a nada.

—Alex —dijo junto a la puerta del baño, después de haberla oído


vomitar. Y ahora la estaba oyendo llorar.

—Estoy bien, no te preocupes. Saldré enseguida. Necesito estar sola


un instante.

Ash volvió a la cama y se tapó con la sábana. No quería pensar que no


volviera a tener otra oportunidad para intimar con ella. Se preguntaba qué
había sucedido. Alex estaba completamente excitada y bien dispuesta a
seguir. Tuvo que interrumpir sus pensamientos al oír abrirse la puerta del
baño. Alex caminó hacia la cama, sin mirarlo. Al levantar la sábana para
acostarse vio que él llevaba el pijama.

—¿Quieres que me ponga el pijama?


—No, si tú no quieres.

—Tú te lo has puesto.

—No quería que te sintieras incómoda.

—Me gusta sentir tu piel desnuda junto a la mía.

—Entonces me lo quitaré —dijo desprendiéndose de la camiseta y


luego del pantalón—. Acércate a mí.

Ella lo hizo y Ash pasó el brazo por su espalda.

—Lo siento —dijo Alex acariciándole el vello del pecho con las yemas
de los dedos.

—Shhh. No tienes nada que sentir. Ya hablamos de esto, ¿recuerdas?


Los dos sabíamos que podría suceder.

—Me advertiste muchas veces que no estaba preparada. No debiste


hacerme caso con mi insistencia.

—Es difícil resistirse a ti, cariño. Y lo cierto es que no tuviste que


insistir mucho. ¿Quieres hablarme de lo que ha pasado? —dijo él
acariciándole la espalda.

—Todo iba bien... Me sentía excitada y deseaba hacer el amor contigo.


Lo deseaba más que nada. Lo he deseado durante muchísimo tiempo. Pero
de pronto sucedió algo. Mi mente volvió a los recuerdos del pasado y me
sentí agobiada, muy agobiada. Noté el aliento de ese hombre cerca de mi
rostro, el olor de su boca... Fue como si me estuviera sucediendo en ese
instante. Sentí sus manos apretándome muy fuerte, y luego esa punzada de
dolor, como si me hubieran clavado un cuchillo ahí abajo. No podía evitar
las ganas de vomitar y me sentía muy asustada —dijo sollozando.

—Ya ha pasado. Todo se arreglará.

—Por favor, no me tengas lástima.


—Sentir lástima no es lo mío, te lo aseguro. Sólo con mirarte mi
cuerpo se altera.

—Ash... —dijo ella en un murmullo—. No sé lo que haría sin ti.

—No te preocupes por eso, cielo, porque nunca tendrás que


averiguarlo.

—Tenías razón. No tenía que haberme enfrentado a esto tan pronto.


Porque ha quedado claro que no estaba preparada.

Ash le acarició el pelo, jugueteando con los mechones.

—Puede que estuvieras confundido —dijo Alex después de unos


minutos.

—¿Sobre qué?

—Tal vez ha sido un error hacerlo contigo.

—¿Un error?

—Me refiero a que, puede que hubiera sido mejor haber probado con
otro hombre, con un desconocido. Creo que sería más fácil si empleara a un
hombre como transición.

—Yo seré ese hombre.

—Me refiero a un hombre de transición, antes de llegar a ti. Si tú


fueras ese hombre, ¿qué vendría después?

—Yo, por supuesto.

Alex no pudo evitar sonreír.

—Ash, quiero que hablemos en serio —dijo separándose de él para


poder mirarlo.

—Si vas a volver a mencionar lo de estar con otro hombre, olvídalo.


—No quiero que hablemos de eso.

—¿De qué quieres hablar?

—Antes de conocerte tenía asimilado que nunca iba a intimar con un


hombre. De hecho, lo tenía claro hasta que leíste mis cartas. Pero, después
de haberlo intentado contigo sé que nunca podré hacerlo.

—No te estarás rindiendo.

—No se trata de rendición sino de ver la realidad. Hay algo en mí que


no funciona y no va a funcionar. Deja que termine —dijo poniéndole los
dedos sobre los labios para que no hablara—. Soy consciente de ello, Ash.
Pero no voy a arrastrarte conmigo. Tú nunca olvidarás lo que le sucedió a
Laura, pero lo has superado. Necesitas una mujer normal y no una que
arrastra un lastre y nunca va a poder desprenderse de él. Por lo tanto... Creo
que lo mejor es que nos separemos.

—Estás de broma, ¿no?

—Hablo completamente en serio.

—¿Qué pasa? ¿Has dejado de quererme de repente? ¿Me estás


echando de tu lado porque piensas que no voy a poder hacer el amor
contigo? ¿Y qué pasará con Dawn? ¿Has olvidado que es mi hija?

—No he dejado de quererte, no podría hacerlo aunque quisiera. Yo te


querré siempre. Y no te estoy echando de mi lado, simplemente, quiero que
disfrutes de todo lo que te ofrece la vida, sin restricciones. Quiero que seas
feliz. Eso es lo que más deseo. Después de todo por lo que has pasado
mereces ser feliz.

—¿Cómo sabes que no soy feliz?

—Deberías haber conservado tu apartamento, porque ahora lo tendrías


y... —dijo ella sin prestar atención a sus palabras—. Pero, bueno, tienes
dinero y puedes comprar otro donde tú quieras. Y respecto a Dawn... Sé que
la quieres, pero no es tu hija. Es fruto de una violación. Ash, tú mereces
tener tus propios hijos, con la mujer que elijas. A Dawn puedes llamarla por
teléfono e ir a verla cuando te apetezca.

—¿Qué no es mi hija? ¿Has dicho que no es mi hija?

—Ya sabes lo que quiero decir.

—Y además, ¿quieres que abandone nuestra casa? ¿Esa casa en la que


nos hemos dejado la piel para convertirla en lo que es? Ah, ya entiendo. Me
has utilizado, y ahora que la casa está terminada y ya no me necesitas
quieres deshacerte de mí.

—No digas tonterías. Sé que has trabajado muy duro en la casa y te lo


agradezco, pero...

—No quiero que me lo agradezcas —dijo interrumpiéndola—. Lo hice


con ilusión, porque sabía que iba a ser mi casa, nuestra casa y viviría
siempre en ella, con mi familia. Y dime, ¿qué planes tienes para Neithan?
Ahora vive en tu casa —dijo enfatizando el tu, para darle a entender que era
sólo de ella—. Ahora vive contigo. ¿O acaso es lo que pretendías desde el
principio? Te gustó desde la primera vez que lo viste. ¿Planeaste desde el
primer momento quedarte con él?

—¿Cómo puedes pensar algo así? Neithan es como un hermano para


mí y siempre ha sido así.

—Bien. Acabemos con esta conversación, porque parece ser que estás
decidida. Pero quiero adelantarte que no voy a divorciarme de ti. Si quieres
el divorcio iremos por las malas. Y te aseguro que moveré cielo y tierra
para no perder a mi hija.

—¿Tu hija? La conoces desde hace solamente unos meses.

—Pero es mi hija.

—Ash, yo no quiero estar a malas contigo.

—En ese caso, tendrás que aceptar seguir como hasta ahora. Ya has
comprobado que, por mi trabajo, paso mucho tiempo fuera de casa y no
tendrás que verme muy a menudo. Pero cada permiso que tenga, volveré a
casa para disfrutar de unos dias con mi familia.

—De acuerdo. De todas formas, no voy a volver a casarme, por lo


tanto no necesito el divorcio.

—Estupendo. Y quiero dejarte clara otra cosa. Dawn y tú sois lo que


más quiero en la vida. Me importa una mierda que puedas o no hacer el
amor, para mí, eso no es un problema. Cuando mi hija murió decidí que no
volvería a estar con una mujer, pero tú hiciste que cambiara de idea. Te
aseguro que me conformaría el resto de mi vida con los preliminares de los
que hemos disfrutado últimamente. Pero si tú no quieres que sigamos
haciéndolo, lo respetaré.

—Ash, yo...

—Sabes, nunca pensé que te rendirías a la primera ocasión. Se te ha


ofrecido la posibilidad de solucionar el problema que arrastras desde años
para poder ser feliz y te has rendido al primer contratiempo. Eso es de
cobardes y, sinceramente, no pensé que lo fueras.

—Yo no soy cobarde.

—¿En serio? —dijo él—. Será mejor que durmamos. Deberíamos


marcharnos temprano mañana.

—Vale.

—Y sabes, cielo. No deberías preocuparte por nada. Lo que tenga que


pasar pasará.

Alex se despertó a media noche y se sentó en la cama. Se cubrió el


rostro con las manos, completamente alterada por la pesadilla que acababa
de tener. Los recuerdos de la violación habían permanecido en su mente
durante demasiado tiempo. Intentaba controlarse, porque sabía que eso era
su pasado y debía dejarlo atrás.
—¿Otra de tus pesadillas? —dijo Ash, encendiendo la luz de la
lamparita de la mesita de noche y sentándose a su lado.

Ella asintió porque no podía hablar.

—Voy a intentar que te relajes y te olvides de esas pesadillas que te


atormentan, y darte algo para que sueñes —dijo echándola sobre la cama y
besándola. Ella le devolvió el beso.

—Ash... No estoy segura de estar preparada para esto en este


momento.

—Intenta olvidarte del pasado y de todo por un instante. Y recuerda


que ahora estás en mis manos.

—¿Ya no estás enfadado conmigo?

—En estos momentos, no.

Ash volvió a besarla y ella le rodeó la nuca con las manos para
acercarlo más. Ash fue besándole la mandíbula y el cuello mientras le
susurraba al oído palabras dulces y tiernas, seguidas de otras subidas de
tono mientras le acariciaba un pezón con la yema de los dedos. Ash
pronunciaba el nombre de ella de una manera tan sensual que la estaba
llevando a la locura.

Las manos de Ash fueron deslizándose por su cuerpo mientras la


besaba de nuevo. Alex dejó de respirar cuando los dedos de él acariciaron el
vello de su pubis. Se sentía abrumada por el beso e invadida por un caos de
sensaciones. Respondió instintivamente a esas íntimas caricias abriendo las
piernas, aunque con los músculos tensos.

—Respira, cielo.

—No puedo.

Ash sonrió mientras la acariciaba, abriéndola con los dedos. Estaba


completamente húmeda. Introdujo dos dedos en su interior al mismo tiempo
que le rozaba el clítoris con el pulgar.
—¿Qué tal ahora? —le dijo él al oído.

Alex gritó su nombre y el poco control que a Ash le quedaba se le


escapó completamente. La besó de manera desesperada, para acallar esas
ansias que tenía de ella y para desprenderse de esa rabia que sentía por lo
que ella le había dicho antes de que se durmieran. Alex le devolvió el beso
con el mismo ardor.

Ash dejó de besarla y fue descendiendo, repartiendo suaves besos por


su piel, que la estaban haciendo arder. Se detuvo en uno de sus pechos y
mordisqueó el pezón con suma delicadeza, al mismo tiempo que metía y
sacaba los dedos de su interior.

Alex se sentía sincronizada con aquel ritmo que él había impuesto, con
los latidos de sus corazones y con cada pensamiento que pasaba por sus
mentes.

Ash fue deslizando sus labios hasta llegar a su sexo y ella alzó las
caderas buscando el contacto de su boca. Él sacó los dedos de su interior y
bajó su boca para lamerla.

Alex undió los dedos entre los mechones castaños de Ash y le sujetó la
cabeza mientras retorcía las caderas buscando ese placer que anhelaba.

Esa chica era tan ardiente que Ash se encontró perdido. Le abrió más
las piernas y Alex gritó cuando su lengua le acarició el clítoris,
provocándole unas increíbles sensaciones que la elevaron a lo más alto. Y
cuando él la penetró con los dedos de nuevo, la alcanzó un orgasmo que
casi la partió en dos.

Alex lo volvió loco de deseo, pero en aquellos momentos, no sólo era


deseo lo que sentía por ella, había mucho más. La sangre le corría
descontrolada por sus venas y los músculos le temblaban. Deseaba
saborearla cada día del resto de su vida.

Ash se tumbó a su lado. Alex lo miró y llevó la mano hasta su polla,


rodeándola con sus dedos.
—Tengo miedo, y estoy nerviosa.

—Eso no es problema, siempre que sepas que estás conmigo.

—Sé que estoy contigo.

Alex comenzó a acariciar la polla con la mano. Ash lanzaba suaves


gemidos de placer, y ella se sintió de pronto poderosa. Acercó la boca a su
miembro y lo cubrió. Y cuando él sumergió los dedos entre sus cabellos y
empezó a dirigir sus movimientos, ella dejó que marcara su propio ritmo y
se entregó por completo a darle placer.

Después de que Ash se corriera en su boca, Alex se echó a su lado. Él


los cubrió con la ropa de cama y ella se acurrucó junto a él.

—Antes de que nos durmiéramos, se me olvidó decirte algo —dijo


Ash.

—¿Qué?

—Que no me gusta compartir.

—¿Te refieres a todo? ¿O hablas de mí?

—De ti.

—No sabía que era tuya.

—Pues ahora ya lo sabes.

—Y... sólo por estar informada, ¿desde cuando consideras que soy
tuya?

—Es posible que desde el momento que te vi por primera vez. O puede
que fuera cuando decidiste que querías que fuera tu marido. Pero, de todas
formas, te consideré absolutamente mía, cuando puse mis manos sobre tu
cuerpo.

—Vaya. ¿Yo también puedo considerarte mío?


—Por supuesto.

—Vale —dijo ella acomodando la cabeza en su pecho—. Gracias por


regalarme ese orgasmo. Me has hecho sentir genial.

—Ha sido un placer. Y lo mismo te digo.

—Buenas noches, Ash.

—Buenas noches, cielo.

A las nueve del día siguiente ya estaban de camino. Llevaban una hora
en la carretera cuando sonó el teléfono y Ash pulso el botón del volante.

—Hola, Red.

—Hola, Ash. Tengo malas noticias.

—¿Cuándo tengo que estar en la base?

—Mañana al mediodía. Seguro que ahora que tienes a tu mujercita te


costará separarte de ella.

—Y no te equivocas —dijo mirando a Alex y sonriendo.

—Y hablando de tu mujer. Los chicos y yo hemos decidido ir a


conocerla cuando volvamos de esta misión. ¿Crees que tendrá
inconveniente en que vayamos a su casa? No quiero decir que tengamos
que quedarnos allí, iremos a un hotel, pero no sé, podríamos pasar el día
juntos.

—Puedes preguntárselo a ella, vamos en el coche y está oyendo


nuestra conversación. Cielo, te presento a Red. Red, ella es Alex, mi mujer.

—Hola, Alex, ¿cómo estás?

—Muy bien, Red. Vamos de vuelta a casa. Hemos pasado unos días en
Nueva York.
—¿Una escapada de fin de semana?

—Algo así. Oye, podéis venir a casa siempre que queráis, y olvidaos
de ir a un hotel. En casa tenemos habitaciones para todos vosotros.

—No hace falta que nos ofrezcas tu casa.

—No digas tonterías. Y tengo que decirte que no es mi casa sino


nuestra casa, de Ash, Neithan y mía. Nuestra casa siempre estará a vuestra
disposición y podréis quedaros todo el tiempo que queráis. Aunque estoy un
poco preocupada. Ash dice que me voy a sentir intimidada por vosotros y
que no me voy a sentir cómoda.

—¿Eso dice tu marido?

—Sí.

—¿Le tienes miedo a él?

—¿Miedo? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué iba a tenerle miedo?

—En ese caso, no tendrás problemas con nosotros, porque tu marido es


quien más intimida.

—Estupendo. Entonces os esperamos en casa cuando acabéis esa


misión.

—Muy bien, se lo diré a los chicos.

—Red.

—¿Sí?

—Cuidad de Ash, por favor. Ahora ya no sería capaz de vivir sin él.

—Eso está hecho. Además, siempre cuidamos los unos de los otros.
Nos vemos pronto, preciosa.
—Vale. Cuidaos vosotros también. Quiero conoceros y que nos
veamos a menudo.

—Cuenta con ello.

—Te veo mañana, Red —dijo Ash.

—Conduce con cuidado.

—Vaya —dijo Ash después de colgar—. Parece que tu timidez con los
hombres está desapareciendo a la carrera.

—Tratar contigo hace que me sienta segura —dijo ella acariciándole el


muslo y sonriéndole.

—Me alegro —dijo él colocando la mano sobre la de ella.

—Me ha gustado mucho pasar estos días a solas contigo. Lo he pasado


realmente bien.

—Yo también. Haremos más escapadas como esta.

—Y me has hecho sentir muy bien, dándome placer.

—Y yo he disfrutado haciéndolo. Y recibiendo placer por tu parte. Te


quiero, cielo. Te quiero muchísimo.

—Y yo a ti.

—No quiero que te preocupes ni pienses en lo que sucedió anoche. Lo


solventaremos poco a poco.

—Vale.

Ash se marchó al día siguiente temprano. Alex agradeció la cantidad


de trabajo que tenía en la oficina, porque no quería pensar que tendría que
estar un tiempo sin él, otra vez.
Esa noche, después de acostar a la niña, Neithan y Alex se sentaron en
el salón.

—Ayer, tu marido te acaparó durante toda la tarde y la noche, y no


pudimos hablar. ¿Qué tal lo pasaste en Nueva York?

—Fueron los mejores días de mi vida —dijo ella sonriendo.

—¿Por algo en especial?

—Experimenté mi primer orgasmo.

—Wow, eso sí que es especial.

—Y que lo digas —dijo ella sonriendo ruborizada.

Alex le contó lo que sucedió en Nueva York, casi con pelos y señales.

—¿Le dijiste que querías que os divorciarais?

—Me sentía culpable. Ash ha pasado por mucho y quería que fuera
feliz, aunque no fuera conmigo.

—Ash es feliz contigo. Y tú también has pasado por mucho. Pero


sabes, cariño. Va siendo hora de que dejes de pensar tanto en los demás y
pienses más en ti.

—Es lo que me dijo Ash. También dijo que soy una cobarde.

—Estoy de acuerdo con él. No te puedes rendir porque las cosas no


salgan bien la primera vez que lo intentas.

—Tengo miedo de volver a intentarlo.

—No tienes que tener miedo, y no pienses en ello. Deja que sea tu
marido quien se encargue de todo. Él es paciente, y lo intentará todas las
veces que haga falta.
Capítulo 18
Ash estuvo fuera casi dos meses y Alex se mantuvo todo ese tiempo
muy preocupada y desesperada porque volviera.

Neithan y Alex estaban en el despacho de la casa. Eran las nueve y


media de la noche y la pequeña ya estaba acostada. Alex trabajaba frente al
ordenador y Neithan estaba revisando el plano del proyecto que empezarían
en unos días.

Los dos se miraron cuando oyeron cerrarse la puerta de la calle.


Oyeron varios pasos que se dirigían hacia el despacho. Alex miró hacia la
puerta, que estaba abierta, y se quedó paralizada al ver a su marido.

—Ash…

—Hola, cielo.

—Dios mío, has vuelto —dijo levantándose y caminando


apresuradamente hacia él.

Ash la rodeó con sus brazos y la besó con desesperación.

Alex se separó de Ash poco después, al oír carraspear a alguien, y miró


por encima del hombro de su marido. Se ruborizó al ver a cuatro hombres
sonriendo. Ash se dio la vuelta cogiendo a Alex por la cintura. Ellos
entraron en el despacho y Neithan se puso de pie dedicándoles una sonrisa.

—Chicos, os presento a Alex, mi mujer.

—¡Santo Dios! Tu marido nos dijo que eras guapa, pero… Soy Red —
dijo acercándose a ella y abrazándola muy fuerte.

—Hola, Red. Me alegro de conocerte en persona.

—Y yo a ti, preciosa —dijo volviendo a abrazarla—. Dios, eres


realmente preciosa.
Alex se apartó de su abrazo, pero se quedó muy cerca de él mirando a
los otros. A Ash le hizo gracia que permaneciera pegada a su compañero,
como si necesitara protección y él se la proporcionara. Sin duda estaba algo
agobiada por la presencia de cuatro desconocidos en su casa.

—Yo soy Denver —dijo otro tirando de ella para acercarla a él y poder
abrazarla—. Me alegro de conocerte por fin. Tu marido no ha parado de
hablar de ti en dos meses. Eres muy guapa.

—Gracias. Yo también me alegro de conocerte —dijo ruborizada.

—Suéltala ya, tío. Vas a partirla por la mitad —dijo otro de ellos
cogiéndola de la mano para apartarla de su compañero y mirándola con
descaro—. ¡Joder! No eres sólo guapa, tienes un cuerpo de infarto. Soy
Mitchel, pero todos me llaman Mack.

—Hola, Mack —dijo ella correspondiendo al abrazo del hombre.

—Yo soy Rhys, preciosa —dijo el último de ellos apartándola de Mack


para abrazarla también.

—Hola, Rhys. Me alegro de conocerte.

—Menos mal que os pedí que no la agobiarais —dijo Ash.

—No me han agobiado —dijo Alex separándose de Rhys.

Todos abrazaron a Neithan.

—Después de ver a este bombón, no me extraña que hayas decidido


mudarte a vivir aquí —le dijo Red a Neithan.

—¿Habéis cenado? —preguntó Alex acercándose a su marido y


rodeándolo por la cintura.

—Sí, hemos parado por el camino. Lo único que necesitamos es


dormir un poco. Hemos vuelto de la misión esta tarde y nos hemos puesto
en camino para llegar cuanto antes.
—Tu marido tenía tantas ganas de verte que no nos ha dejado
descansar —dijo Denver.

—Entonces vamos arriba, vuestras habitaciones están listas.

—¿Ya hay camas en las habitaciones? —preguntó Ash a su mujer.

—Sí. Neithan y yo compramos todo lo necesario mientras estuviste


fuera.

A la mañana siguiente Dawn entró en la cocina preocupada por las


voces desconocidas que se oían. Al ver a su padre, todas sus
preocupaciones se esfumaron. Entró como una bala en la estancia para
echarse sobre él. Ash la cogió en brazos para abrazarla fuertemente. Cuando
Dawn se volvió para mirar a los hombres, todos se quedaron de piedra al
mirarla. Los dos tenía los ojos exactamente del mismo color, como si fueran
padre e hija. La pequeña seguía aferrada al cuello de su padre, avergonzada
de tener a tantos extraños a su alrededor.

—Te he echado mucho de menos, cariño.

—Y yo a ti, papá.

—Quiero que conozcas a mis compañeros de trabajo. Me pediste que


los trajera a casa porque querías conocerlos.

Ash le presentó a los cuatro y pronto se sintió cómoda con ellos y


empezó a hacerles preguntas y a hablarles de su caballo.

—¿Quieres un poco de compañía? —preguntó Red a Alex cuando


salió al porche.

—Sí —dijo Alex sonriéndole—. ¿Ya te has cansado de jugar?

—Creo que he bebido más de la cuenta —dijo él sentándose a su lado


—. No suelo beber muy a menudo.

—¿Por qué te llaman Red? Me dijiste que tu nombre es Adrien.


—Porque siempre me presento voluntario en las operaciones más
arriesgadas.

—Entonces, Red es por lo de... peligro.

—Eso es.

—No puedo creer que os marchéis mañana.

—El tiempo pasa muy rápido cuando estamos de permiso. Sobre todo,
si lo pasamos bien. Y esta semana ha sido genial. Montar a caballo, trabajar
con Neithan en la obra, pescar, pasear por el bosque, nadar en el río… Ha
sido relajante. Me siento en paz. Me ha gustado conocer a vuestros amigos,
sobre todo a Jake, es un gran tipo. Y lo pasamos muy bien cuando él, Mark
y Ed vinieron a jugar a las cartas. Y la pequeña es un encanto.

—Me alegro de que hayas disfrutado.

—Este entorno es perfecto para formar una familia y para que los
niños crezcan.

—Sí, yo también lo creo —dijo Alex.

—Y en cuanto a la casa… Ash me contó lo que pensó cuando la vio


por primera vez —dijo mirándola y sonriendo—. Me dijo que querías que la
viera para que se convenciera y aceptara casarse contigo.

—Si le hubieras visto la cara… Un momento, ¿Ash te habló de cómo


nos conocimos?

—Ash me ha hablado de todo lo que ha ocurrido entre vosotros. Y me


refiero a todo. No te lo tomes a mal. Tu marido y yo siempre hemos estado
muy unidos y hemos hablado de cualquier tema que nos ha preocupado. Y
cuando murió Laura, aún nos unimos más, a pesar de que no nos vimos en
un tiempo.

—¿Eras tú quien estuvo con él cuando fue a identificar a su hija?


—Sí. Cuando leí el informe de la autopsia, me derrumbé. Sabes,
siempre pensé que era un tipo duro, pero… No es lo mismo cuando se trata
de alguien a quien conoces. Y Laura era tan pequeña…

Alex vio que le brillaban los ojos por las lágrimas contenidas.

—Vuestra hija me recuerda mucho a ella.

—Tienen el mismo color de ojos, casi la misma edad y, según mi


marido y mi cuñado, son igual de pesadas con las preguntas —dijo ella con
una tierna sonrisa.

—Sí —dijo él sonriendo también—. Ash me contó lo que os sucedió


ese fin de semana que estuvisteis en Nueva York.

—Ah…

—Me dijo que te rendiste en el primer intento.

—Ash ha sufrido mucho a raíz de lo de su hija, y luego con lo del


divorcio… Se merece a una mujer que no arrastre problemas.

—Yo creo que eres la mujer perfecta para él. Cuando estaba con su
mujer no se le veía tan feliz. De hecho, no se le veía feliz.

—¿Cómo era su mujer?

—No puedo decir que la viera muchas veces porque ella no quería
relacionarse con nosotros. A veces íbamos a Nueva York a ver a Laura, pero
Ash lo organizaba para que pasáramos el día solos con la pequeña. Pero
calo bien a las personas y ella era fría, superficial, materialista, interesada,
egoísta, snob… ¿Quieres que siga? Podría darte unas cuantas definiciones
más de ella.

—No. Creo que son suficientes.

—Sabes, preciosa. Entiendo que te asustaras cuando las cosas no


fueron bien, al intentar hacer el amor.
—¿Lo entiendes?

—Claro. Pero, después de que le pidiera a Ash que me contara lo que


habíais hecho, con pelos y señales —dijo mirándola y sonriendo al verla
sonrojada—, creo que descubrí en qué os habíais equivocado. Bueno, en
qué se había equivocado Ash.

—¿Equivocado?

—Le pediste de hacerlo con la luz apagada. Y ese fue el error.

—¿Tú crees?

—Estoy completamente seguro. Tengo entendido que cuando ese


hombre…

—...me violó —terminó de decir ella.

—Cuando te violó, estabais en un coche y era de noche. Con Ash te


encontraste en una situación similar. A oscuras y con un hombre encima.

Alex se quedó un instante mirándolo y pensando en sus palabras.

—Tu cerebro lo asoció a lo que te ocurrió años atrás. Cuando lo


intentéis de nuevo deberíais hacerlo con la luz encendida y, además, en una
postura diferente a la que empleó ese tío.

—¿Crees que deberíamos intentarlo de nuevo?

—¿Estás enamorada de Ash?

—Irrevocablemente.

—El tiene los mismos sentimientos hacia ti. Está loco por ti. Cariño,
tienes en tus manos tu felicidad y la suya.

—¿Ash sabe lo que opinas sobre esa noche?

—Sí, se lo comenté, y está de acuerdo.


—Pues no me ha insinuado nada estos días. No parece que quiera
volver a arriesgarse conmigo.

—Está asustado, y son sus palabras.

—¿Asustado? Ash no es alguien que se asuste por nada.

—Cielo, tú y vuestra pequeña lo sois todo para él. Y está muy


preocupado desde que le mencionaste lo de separaros. Supongo que quiere
darte tiempo. Pero sabes. No tienes que esperar a que él dé el primer paso.

—Lo cierto es que él nunca ha dado el primer paso, siempre he sido yo


quien lo ha presionado, por impaciente.

—Sí, eso también me lo dijo —dijo él sonriendo—. No te rindas, Alex.


Y si volvéis a fracasar, intentadlo de nuevo hasta que lo consigáis. La vida
es para los valientes y, sin duda, vosotros lo sois.

—Gracias —dijo ella abrazándolo.

—Y recuerda —le dijo al oído—. Luz encendida y postura dominante.

Ella soltó una carcajada.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Ash desde la puerta, celoso de verlos


tan juntos y riendo con complicidad.

—Nada en absoluto —dijo Red mirándolo—. Volveré dentro.

Esa noche Ash fue el primero que se dio las buenas noches y se retiró
con la excusa de que quería levantarse al amanecer para volver a entrenar.
Neithan y Alex se quedaron en el salón.

—¿Crees que debería irme a la cama? —preguntó Alex cuando su


marido salió del salón y se quedaron solos.

—Depende de lo que te propongas, es tu decisión —dijo Neithan.


—Quiero volver a intentarlo. No voy a decir que no tengo miedo, pero
estoy cansada de que me digas que soy una cobarde. Red también me lo
dijo.

—Entonces, puede que sea verdad. De todas formas, debes hacer lo


que te dicte el corazón… Cariño, si las cosas no salen como esperas, estarás
bien y podréis intentarlo de nuevo más adelante. Pero si todo sale bien,
estarás mucho mejor.

—Tienes razón. Además, está claro que Ash no va a hacer ningún


avance. Parece que esté esperando a que suceda un milagro, sin hacer nada.
Te veré en el desayuno —dijo ella besándolo—. Buenas noches.

Alex entró en el dormitorio. Ash se había duchado y ya estaba en la


cama, aparentemente dormido. Encendió la luz de su mesita de noche,
cogió el pijama y fue directamente al baño a ducharse. Se encontraba
intranquila. Quería haberle dicho a su marido que quería que lo intentaran
de nuevo, pero no pudo hacerlo porque no sabía cómo reaccionaría.

Diez minutos después salió del baño con el pijama puesto. Ash seguía
inmóvil, pero ella sabía que, aunque hubiera estado dormido, tenía el sueño
muy ligero y la habría oído. Abrió la cama y se metió debajo de la sábana.
Maldijo porque la cama fuera tan grande, porque él estaba demasiado lejos.

—¿Por qué finges que duermes?

—¿Cómo sabes que no estoy dormido?

—Porque estás hablando.

Ash no pudo evitar abrir los ojos y mirarla sonriendo.

—Y porque, aunque hubieras estado dormido, me habrías oído. Eres


capaz de oír a una hormiga caminar sobre una alfombra. Y no he sido
precisamente silenciosa.

—¿Querías despertarme?

—Sí.
—¿Por alguna razón en especial?

—No me has besado desde que llegaste, hace una semana. Bueno, en
realidad, esa es la única vez que me has besado en más de dos meses. Y
tampoco me has acariciado.

—¿Lo echabas de menos?

—La verdad es que sí. Me he preguntado muchas veces si ya no me


deseas. Puede que después de lo que ocurrió en nuestro primer intento te
hayas rendido, porque pienses que no merezco la pena.

—He deseado besarte muchas veces, cada día, desde que llegué, y
también durante todas las semanas que he estado alejado de casa. Y te
aseguro que he deseado acariciarte, no sabes la tentación que supones para
mí. En cuanto al deseo… Tengo que decirte que mi deseo por ti se ha
incrementado notablemente desde la última vez que estuvimos juntos. Y te
recuerdo que fuiste tú quien se rindió. Yo no me rendiré nunca.

—Pues lo disimulas muy bien.

—No he disimulado. Simplemente, me he esforzado en contenerme.


Pero te aseguro que no me he rendido.

—Perfecto, porque ya no quiero que te contengas más. Te deseo. Y


deseo más que nada estar contigo. Quiero intentarlo de nuevo.

—Cielo, no quiero que te sientas presionada, y no quiero que nos


precipitemos, como hicimos la otra vez. Podemos esperar hasta que estés
preparada. Ya te dije que yo esperaría todo el tiempo que fuera necesario.

—Estoy preparada para intentarlo de nuevo. Y creo que la otra vez


también lo estaba.

—¿Crees que estabas preparada?

—Sí. Yo fui la culpable de que las cosas no salieran bien.

—Cielo, tú no fuiste la culpable de nada. Todo fue culpa mía.


—No, Ash. Lo único que hiciste tú fue complacerme. Cometí el error
al pedirte de hacerlo con la luz apagada y aceptaste mi petición. Y puede
que también me equivocara al no pedirte que lo hiciéramos en otra posición,
que no fuera la que empleó… él. Pero no se me ocurrió.

—¿Todo eso lo has deducido tú sola?

—Ya sabes que no, Red me ha ayudado.

—¿Has hablado con Red de esto?

—Sí. Tengo entendido que tú también lo has hecho.

—Tenía que hablar con alguien de lo que sucedió. Es con el único que
he hablado. Lo cierto es que Red y yo hablamos de todo lo que nos sucede.

—Me cae bien Red. Bueno, los otros también, pero de los cuatro, él es
mi preferido.

—¿Tú preferido?

—Sí —dijo ella con una traviesa sonrisa.

—¿Quieres ponerme celoso?

—No. Quiero hacer el amor contigo.

—Y yo contigo. ¿Estás completamente segura de que quieres volver a


intentarlo? Cariño, yo esperaré el tiempo que haga falta.

—No quiero esperar. Quiero intentarlo ahora y, si no sale bien, lo


intentaremos las veces que haga falta. Y si después de intentarlo varias
veces sigue sin funcionar, entonces buscaremos ayuda profesional. Si estás
de acuerdo.

—Estoy de acuerdo.

—Bien. Lo haremos con las luces encendidas. Quiero verte en todo


momento y no darle a mi mente opción a que te confunda con él.
—No hay problema —dijo él encendiendo la lamparita de su mesita de
noche.

—Y además, quiero estar yo encima cuando lo hagamos. Al menos la


primera vez. Así sabré que yo tengo todo el control.

—¿Crees que me vas a controlar por estar encima?

—Por supuesto que no. Sé que tú nunca me harás daño ni me forzarás


a hacer algo que no quiero hacer. Pero estar encima de ti me asegura que yo
tengo el absoluto control de mi placer y del tuyo.

—Muy bien. Esta vez lo haremos con la luz encendida, y tú encima,


dominándome —dijo él sonriendo.

—Veo que lo has entendido, aunque parece que te lo tomas a risa, y no


deberías hacerlo. Porque voy a hacerte sudar —le dijo ella acercándose y
mordiéndole la barbilla—. Puede que, incluso, consiga que me supliques.

—Estás siendo un poco engreída, ¿no crees?

—Eso suena a desafío. Vayamos a por ello. Me desnudaré.

—Tranquila, cariño. Vamos a ir despacio, muy despacio. Necesito


tiempo para besarte y acariciarte —dijo acercándose a ella para lamerle los
labios y recorrerle la barbilla con besos suaves—. Ahora relájate y no
pienses en lo que va a pasar. Quiero que únicamente te preocupes de
disfrutar y dejes que yo me encargue de todo.

Ash se colocó sobre ella, apoyado en los antebrazos y la besó en el


cuello y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

—Es posible que, si conseguimos que todo vaya bien, te sientas


decepcionado —murmuró ella—. Ya sabes que mi experiencia es nula.

—No te preocupes por eso, yo si tengo experiencia —dijo deslizándole


el tirante de la camiseta para besarle y mordisquearle el hombro.
Alex estaba algo tensa. Había pensado un par de veces en dar marcha
atrás, preocupada por si no estaba preparada y las cosas no salían bien, pero
el placer que Ash le estaba dando la tenía aturdida. La acariciaba con las
manos y los labios de forma tan tierna que pronto su resistencia
desapareció, junto con la tensión de su cuerpo, y el deseo circulaba caliente
y fluido por sus venas, arrollándola.

Ash sintió el cambio en ella y siguió acariciándola, pero ya no para


tranquilizarla sino para aumentar su deseo. Le levantó la camiseta. Llevó la
boca a uno de sus pezones y jugueteó, tirando de él con los dientes y
lamiéndolo a continuación para suavizar el tirón. Alex gemía estremecida
debajo de él. Ash apartó la boca del pecho y la sustituyó por los dedos,
antes de pasar al otro. Besó y lamió el pezón hasta que se endureció. Y
mientras, las terminaciones nerviosas de ella enviaban mensajes
desenfrenados a todas las partes de su cuerpo. Alex levantó las caderas para
pegarse a él. Tenía el cuerpo ardiendo de placer.

Ash se lanzó hacia su boca, necesitaba comérsela. Deslizó una mano


por el cuerpo de ella para meterla dentro del pantalón del pijama y
acariciarle el clítoris con las yemas de los dedos, sin dejar de besarla.

Alex pensó que el cuerpo de su marido lo habían creado con el único


propósito de complacerla. Le encantaba sentir la dureza de sus músculos. Se
excitaba aún más con el roce del vello de su pecho que cosquilleaba sus
pezones. Incluso su olor hacía que el placer se incrementara.

Alex empezó a gemir, presa de la tensión interna que sentía y que iba
incrementándose poco a poco. Los músculos de todo el cuerpo se le
tensaron y se agarró a la sábana, apretando los puños. Volvió a experimentar
todas las sensaciones de semanas atrás y explotó en un orgasmo intenso y
apoteósico que se extendió por cada centímetro de la piel de su cuerpo.

Ash se separó un poco de ella para mirarla y, al ver la sonrisa que Alex
le dedicaba, volvió a apoderarse de su boca para besarla de manera
descontrolada.

—Había olvidado lo que se sentía al tener un orgasmo —dijo ella con


la respiración agitada.
—Esta noche haré que lo recuerdes varias veces, para que no lo puedas
olvidar. Te quiero muchísimo —dijo él dándole ligeros besos en los labios.

—Y yo a ti. Quítate el pantalón del pijama, yo también quiero tocarte.

—Esta vez no. Esta noche es para ti —dijo él deslizándose hasta sus
piernas para sacarle el pantalón.

—De eso nada. La última vez dijiste lo mismo y no salió bien.

—De acuerdo —dijo él sacándose el pantalón.

Ash empezó a acariciarle el cuerpo con las manos y los labios,


provocando que su piel ardiera lentamente.

Alex seguía sintiéndose algo insegura. Quería entregarse por completo


a él, pero su mente no se lo permitía.

Ash hundió el rostro en su sexo y ella olvidó todo lo que tenía en la


mente, estremecida por el placer. Fue excitándose poco a poco hasta que no
tuvo más remedio que dejarse llevar por las sensaciones. Poco después se
vio envuelta por un torbellino de emociones y gritó el nombre de él al
alcanzar el orgasmo.

Ash se incorporó. La habitación estaba iluminada, así y todo, encendió


la luz del techo y se echó sobre ella para besarla de nuevo. Y luego rodó por
la cama con ella para que quedara sobre él. Alex miró su impresionante
cuerpo y sonrió.

—Como quieres tener todo el control, vamos a hacerlo así. Ponte a


horcajadas sobre mí.

Ella lo hizo y él se deleitó mirándole los pechos.

—Acércate. Necesito que me beses.

Alex se inclinó hacia él y lo besó. Y Ash creyó morir al sentir su polla


rozando el sexo de ella. Cuando Alex se apartó de su boca y se incorporó
mirándolo vio que Ash tenía la vista clavada en sus pechos.
Ash la sujetó por los brazos para acercarla a él de nuevo. Alex tenía el
cuerpo tenso y el corazón le latía desenfrenado, expectante por lo que él iba
a hacerle y ansiosa por sentirlo. La boca húmeda y cálida de Ash atrapó un
pezón y empezó a chuparlo con delicadeza.

—Dios mío… esto es… Me haces sentir tan bien.

Alex sabía que el momento se acercaba y, a pesar de que notaba la


sangre correr caliente por sus venas y concentrarse en su sexo, las dudas
volvieron a su mente, pensando que ocurriría lo mismo que la vez anterior.
Soltó un gemido de intranquilidad y Ash percibió el cambio en ella.

—Shhh —le dijo él suavemente—. Relájate, cielo. Déjame que te dé


placer. Sólo tienes que confiar en mí.

Desde luego, Alex sabía lo paciente que había sido Ash. Se había
tomado su tiempo para explorar su cuerpo lentamente, sin saltarse ni un
centímetro de su piel. Sus caricias la habían hecho casi gritar para que la
penetrara de una vez. Pero él había seguido en sus trece. Sin duda, su
marido sabía lo que hacía.

Ash estiró la mano para buscar un condón en la mesita de noche.

—¿Quieres tener hijos? —preguntó ella súbitamente.

—Supongo que sí. Y necesitaremos unos cuantos para llenar esta casa.

—Entonces, no te pongas condón. Yo también quiero tener hijos


contigo.

—De acuerdo. Y me alegro, porque me muero de ganas por sentirte sin


nada que se interponga entre nosotros.

Ash metió la mano entre sus piernas para comprobar si seguía


preparada, y sí, lo estaba.

—Me gusta que siempre estés húmeda para mí.

—Eres tú quien lo consigue.


—¿Estás bien?

—Sí, muy bien.

—Tú tienes el control así que, haz los honores.

Alex se incorporó para quedar de rodillas. Colocó una mano sobre el


pecho de él y con la otra cogió el miembro y lo dirigió a la entrada de su
vagina.

—Cielo, no cierres los ojos, mírame. Y recuerda que tú tienes el


control.

—Vale.

Alex introdujo la punta de la polla en su cuerpo, y fue bajando


lentamente. Ash estaba conteniéndose, con un esfuerzo descomunal,
recordándose que ella era quien controlaba. Pero, Dios, estaba tan húmeda,
tan estrecha, tan caliente y tan deliciosa…

Alex se sentó sobre él, tenía todo el miembro en su interior. Lo miró


sonriendo y él le devolvió la sonrisa. Ash estaba conteniendo el deseo de
mover bruscamente sus caderas hacia arriba.

Alex se movió ligeramente, posiblemente para intentar amoldar mejor


la polla en su interior, y con ello consiguió que Ash se excitara aún más.

—Lo he conseguido —dijo ella sonriendo de nuevo—. Estás dentro de


mí.

—Sí.

—¿Qué tengo que hacer ahora?

—Haz lo que te diga el instinto. Empieza a moverte arriba y abajo.

Alex colocó las manos sobre el pecho de él y ascendió hasta casi tener
el miembro fuera. Luego volvió a bajar lentamente. Lo repitió una y otra
vez.
—Me encanta tenerte dentro de mí, es como si me pertenecieras.

—Es que te pertenezco.

—Tienes un cuerpo fantástico.

—Gracias, cielo. A mí me gusta muchísimo el tuyo.

De pronto se vio alcanzada por todas esas sensaciones que había


experimentado con él y que le eran tan conocidas y sintió el impulso de
moverse más rápido. Ash la sujetó de las caderas, guiando su cuerpo,
mostrándole cómo debía moverse. Y ella empezó a subir y a bajar,
recibiéndolo en su interior por completo con cada invasión.

Las respiraciones de ambos se incrementaron. Ash subió las manos a


sus pechos y tiró de sus pezones erectos y Alex soltó un gemido.

Él siguió acariciándola, tocándola y animándola con dulces palabras y


sin dejar de mirarla. Estaba completamente concentrado en ella. Cada roce
de su polla en su interior le turbaba la razón. Nunca había sentido con otra
mujer lo que estaba experimentado con ella. Cada vez que Alex descendía
sobre su cuerpo, se hundía hasta el fondo y tenía que apretar los dientes
para no dejarse llevar.

—Ash, necesito algo.

—Lo sé, cielo. ¿Quieres que te ayude?

—Por favor…

Ash deslizó la mano hasta el sexo de ella y pasó los dedos por su
humedad antes de llegar al clítoris.

—¿Aquí, cielo? ¿Quieres que te toque aquí?

—Sí.

Con la primera caricia ella soltó un gemido de placer y empezó a


moverse sobre él de manera brusca, buscando el orgasmo. Encontró el ritmo
adecuado y su corazón empezó a latir frenéticamente, al igual que el de
Ash.

Alex intentó estar callada, pero no le fue posible. Gritó pronunciando


el nombre de él y Ash empezó a levantar las caderas, acompañándola en su
ritmo. De pronto una oleada de placer la invadió, un placer tan intenso que
la hizo gritar cuando se liberó. El orgasmo le recorrió el cuerpo
devastándola. Y Ash la siguió dos segundos después.

Alex se echó sobre él y escondió el rostro en su cuello. Estaba tan


emocionada por haberlo conseguido que no pudo evitar las lágrimas.

Ash la oyó sollozar y se asustó. La abrazó muy fuerte, esperando que


ella dijera algo, pero Alex seguía llorando. Él notaba su cuello húmedo por
las lágrimas y sentía los temblores y los sollozos de ella. De pronto supo
que lloraba por la emoción de haberlo superado. Tiró de la sábana para
cubrirlos y le acarició la espalda.

—Ya ha pasado todo, cielo.

—Lo he conseguido —le dijo ella al oído.

—Lo sé, y me siento muy orgulloso de ti.

—Gracias.

—No tienes que darme las gracias. Estabas en la posición dominante.


Lo has hecho todo tú sola.

—¿Crees que ya lo habré superado todo?

—No lo sé. Iremos comprobándolo poco a poco.

—Tenemos que hacerlo en una posición en la que tú me domines.

—Cielo, yo te dominaré en cualquier posición —dijo él sonriendo.

—¿Quién es ahora el engreído? Sabes a qué me refiero.


—Sí, lo sé. Has cambiado mucho desde que nos conocimos —dijo él
tirándole de un mechón de pelo—. Has pasado de sentir pánico por estar
cerca de un hombre a abrazarte a ellos, incluso, a seguirles con sus flirteos.

—¿Lo dices por tus compañeros de trabajo?

—Lo digo por todos los hombres que nos rodean.

—Yo no tengo la culpa. Ellos son muy atrevidos, incluido tu hermano.


De hecho, Neithan es el más atrevido y descarado de todos.

—Lo sé —dijo sonriendo al pensar en su hermano—. No quiero que


olvides nunca que yo siempre querré lo mejor para ti. En todos los sentidos.
Y podría decir lo mismo de mi hermano.

—Lo sé. Y te quiero por eso. ¿Has disfrutado conmigo?

—He estado excitado desde que me has dicho que querías intentarlo de
nuevo. Ha sigo genial. Y te aseguro que no he disfrutado tanto en mi vida.

—Para mí ha sido fantástico. ¿Podemos repetirlo? —preguntó ella algo


ruborizada—. Parece que sigues excitado.

—Tú me excitas, simplemente con estar cerca.

—A mí me sucede lo mismo —dijo ella.

—Tal vez deberíamos ducharnos, estamos sudando.

—Buena idea.

—Adoptaré la posición de dominante en la ducha.

—¿Vamos a hacerlo en la ducha?

—Tengo que enseñarte muchas cosas, preciosa —dijo él sonriendo.

—Pues tengo que decirte que yo estoy ansiosa por aprender todo lo
que quieras enseñarme. Voy a ser una buena alumna.
Ash abrió el grifo de la ducha. Alex se sujetó el pelo con una pinza
para no mojárselo y miró a su marido.

Dios mío, este hombre está para comérselo, pensó sin apartar la vista
de él. Tenía la piel bronceada y brillante a causa de las gotas de agua que lo
salpicaban.

Ash se volvió de espaldas para regular el agua.

Si a Alex le fascinaban los abdominales de su marido, era mejor no


comentar nada sobre su espalda...

—Es la primera vez que voy a ducharme con un hombre —dijo ella
entrando en el amplio plato de ducha.

—Pues tengo que decirte que eso no me disgusta —dijo acercándola a


él para besarla mientras el agua caía sobre ellos.

—Vaya, te excitas muy rápidamente —dijo ella al notar la erección en


la parte baja de su vientre.

—Ese es el problema de tener una mujer preciosa y sexy —dijo


acariciándole el cuello con los labios.

—Tener a un tío bueno como marido también tiene sus inconvenientes.


Estoy completamente mojada…, y te aseguro que no es por el agua.

—Me alegro.

—Va a ser un poco incómodo hacerlo aquí, ¿no?

—Va a ser genial —dijo él acariciando su sexo—. Y estás preparada


para mí.

Ash la elevó sujetándola por la cintura con las dos manos.

—Rodeame con esas piernas tan bonitas que tienes.


Cuando ella lo hizo Ash sostuvo su peso sin ninguna dificultad y la
apoyó contra la pared de azulejos para no perder el equilibrio.

Alex se sujetó a sus hombros. Ash colocó una mano debajo de su


trasero y con la otra dirigió la polla hasta la abertura. Ella abrió mucho los
ojos al sentir la dureza de su miembro tanteando su vagina. Ash empujó y la
polla se deslizó con suma facilidad dentro de ella y llegando hasta el fondo.

—No sabes cuánto me gusta estar dentro de ti. Llevo meses pensando
en esto.

Alex se acercó a sus labios y le dio un beso que lo dejó devastado.

—Esta vez va a ser rápido, voy a follarte duro.

—Vale. Cada vez me está gustando más esto de ducharme contigo —


dijo ella con una traviesa sonrisa.

Ash no pudo evitar reírse al escuchar sus palabras.

—Te has vuelto una descarada. Y sabes, eso me encanta.

Empezó a embestirla de forma brutal, sin apartar la mirada de sus ojos


para ver sus reacciones, haciendo que ella gritara con cada uno de sus
envites.

Ash sabía que estaba siendo brusco, pero no podía hacer nada por
controlarse mientras su boca devoraba todo lo que tenía a su alcance.

Alex comenzó a sollozar suplicando. Incluso maldijo en más de una


ocasión, lo que hizo que él soltara una suave carcajada, mientras la
conducía a una explosión de placer devastadora.

Él sonido de su propia respiración, entrecortada y jadeante, inundaba


los oídos de Alex. Estaba ciega de pasión. Sus sentidos no le respondían
ante la avalancha de sensaciones que estaba experimentado. Su cuerpo se
sacudía por la fuerza de aquellas fuertes embestidas. Su cuerpo se tensó con
una serie de espasmos que hicieron que soltara varios gemidos de sus labios
y se estremeciera de pies a cabeza.
Ash sintió tal presión en su polla cuando ella llegó al orgasmo que hizo
que soltara un gemido ronco de su garganta. Se paró un instante para que
Alex saboreara su clímax y luego siguió embistiéndola hasta que se detuvo
en su interior. Y la besó mientras se dejaba llevar.

—Tenías razón. Ducharse contigo es genial —dijo ella abrazándolo


fuertemente—. ¿Podemos ducharnos juntos todos los días?

Ash soltó una carcajada.

—Eso me gustaría muchísimo.

La bajó al suelo y se lavaron el uno al otro. Después de secarse


volvieron a la cama y se metieron desnudos debajo de las sábanas. Él boca
arriba y ella pegada a él, con la mano sobre su pecho y una pierna entre las
de él.

—¿Vamos a hacer el amor todos los días?

—Por mí no hay problema —dijo él.

—¿Cuántas veces lo haremos al día?

—Lo haremos todas las veces que queramos o que podamos —dijo él
sonriendo y besándola en la frente.

—Me gusta mucho hacer el amor.

—A mí también, cielo.

—Aunque no sé si de la manera que lo hemos hecho en la ducha se le


pueda llamar hacer el amor. Has sido bastante brusco.

—Contigo siempre haré el amor. Siento mucho haber sido tan brusco.
Quería ser delicado, pero…

—También me gusta hacerlo con delicadeza, pero de esa manera que


me has poseído, me ha encantado.
—En ese caso, me alegro.

—Tengo que enviar un mensaje —dijo ella cogiendo el móvil y


escribiéndolo.

Poco después recibió contestación.

—¿Puedo preguntar a quien iba dirigido el mensaje?

—A tu hermano. Le he dicho que hemos hecho el amor, dos veces.


Nos ha felicitado. A los dos.

—No me lo puedo creer.

—¿Puedes darme el número de Red?

—¿Vas a decirle también que hemos hecho el amor?

—Sí.

—¡Por el amor de Dios!

—¿Qué? Fue él quien descubrió en qué nos habíamos equivocado la


vez anterior. Creo que merece saber que todo ha ido bien.

—Envíaselo desde mi móvil —dijo él dándoselo.

Ella lo escribió y lo envió. Poco después recibió la contestación.

—¿Qué te ha dicho?

—Que está orgulloso de mí.

—Yo también lo estoy.

—¿Podemos hacerlo otra vez?

—¿Quieres decir ahora?


—Sí.

—Supongo que sabes que los hombres necesitan un tiempo de


recuperación entre un orgasmo y otro.

—¿Cuánto tiempo? —dijo ella bajando la mano para coger su polla.

—Tratándose de ti, no mucho —dijo él al sentir crecer su erección—.


¿Te encuentras bien? ¿No estás cansada?

—Me encuentro genial. Y no, no estoy cansada. Además, puede que te


llamen en cualquier momento de la base y tengas que marcharte, así que es
mejor que aprovechemos el tiempo al máximo.

—Un razonamiento muy lógico —dijo él sonriendo.

Alex se colocó sobre él para besarlo. Luego fue bajando lentamente


por su cuerpo repartiendo besos y caricias por su piel. Y consiguió que Ash
se pusiera a cien en solo un instante.

—Si hacemos esto cada día me vas a matar —dijo colocándola de


espaldas sobre la cama para ponerse encima de ella y besarla.

—Podrás descansar cuando estés en tus misiones.

—Claro, lo había olvidado, porque mi trabajo es como ir de vacaciones


al Caribe —dijo él sonriendo con sarcasmo.

Ash le acarició los pechos con la lengua, tomándose su tiempo,


mientras bajaba la mano hasta su sexo.

—Quiero tenerte dentro.

—¿No te gusta que te acaricie?

—Me encanta que me acaricies. Pero ya estoy completamente excitada


y quiero tenerte dentro.
—De acuerdo —dijo él abriéndole las piernas y arrodillándose entre
ellas.

—¿No me pongo yo encima?

—Esta vez no —dijo él poniéndole los tobillos sobre sus hombros—.


Voy a follarte así.

—Ah.

—Y pronto lo haremos como lo hicimos la vez que no salió bien.

—¿Crees que es buena idea?

—Quiero que disfrutes en todas las posturas y que no haya ningún tipo
de restricción entre nosotros. Pero seguiremos haciéndolo con la luz
encendida.

—A mí me gusta hacerlo con la luz encendida —dijo ella—. No me


gusta perderme nada.

—A mí también, cielo —dijo él pensando que su mujer era una


perfecta descarada.

—¿Qué pasará si no sale bien cuando lo intentemos?

—Que seguiremos intentándolo.

—Vale. De todas formas, lo he pasado genial cada vez que lo hemos


hecho, y me daría igual no poderlo hacer en una postura determinada.

Ash la penetró con una suave embestida y Alex levantó las caderas con
un gemido. Él se detuvo durante unos segundos para que ella se
acostumbrara a la invasión en esa postura diferente, y luego empezó a
moverse.

Ash impuso un ritmo lento y con cada embestida hacía que los
músculos de Alex se tensaran de placer y que su cuerpo se relajara. Salía y
entraba en ella con acometidas suaves y en cada penetración se introducía
un poco más, hasta que llegó al fondo.

Sus cuerpos se vieron invadidos por un calor que se iba convirtiendo


en oleadas de placer con cada envite.

Cada vez que habían hecho el amor Ash se había preguntado si el


placer que sentía con su mujer llegaría algún día a disminuir hasta un punto
un poco soportable.

Ash la sujetaba de las caderas, elevándola, para que las penetraciones


fueran más profundas, si eso era posible. Y Alex gemía, absorbiendo cada
sensación que su cuerpo experimentaba, disfrutando de cada embestida y
deseando la siguiente.

Alex se encontraba sumergida en un mar de sensaciones mientras


intensas oleadas de calor la invadían por todas partes.

Ash no apartaba la vista de ella. Permanecía alerta a sus reacciones, a


la vez que incrementaba el ritmo de sus acometidas. La levantó del trasero
para mantenerla unida a él, para que su polla llegara a lo más hondo. Y lo
único que podía hacer ella era permanecer allí y permitirle a él que la
poseyera.

A Alex le gustaba escuchar los sonidos que él hacía cada vez que
invadía su cuerpo, esas palabras sin sentido, esos suaves gruñidos y la
respiración entrecortada. Le gustaba sentir la fuerza con la que la sujetaba
mientras la penetraba. Le gustaba sentir cómo se deslizaba en su interior a
través de la carne resbaladiza.

Alex luchaba con desesperación para que el aire le llegara a los


pulmones. Estaba jadeando y se retorcía en la cama, con las manos
aferradas a las sábanas, mientras el deseo la consumía. El éxtasis se estaba
formando en su interior. Miraba a su marido, que también estaba jadeando y
estremecido, mientras la penetraba con acometidas cada vez más fuertes,
cada vez más profundas. Cuando el orgasmo la alcanzó se arqueó y un grito
escapó de sus labios. No podría describir el placer que estaba sintiendo, lo
único que quería era tenerlo siempre en su interior.
Ash se esforzó para contener el orgasmo y siguió penetrándola
mientras los espasmos de ella se intensificaban hasta que llegó al clímax y
poco a poco dejó de temblar.

Ash soltó un jadeo ronco y se hundió en ella con una poderosa


embestida mientras un estremecimiento le recorrió el cuerpo cuando se
corrió. Luego le bajó las piernas y la miró.

—¿Crees que te sentirás incómoda si me echo sobre ti?

—Ven —dijo ella extendiendo los brazos para que se acercara.

Ash se echó sobre ella y enterró el rostro en su cuello. Y Alex lo


abrazó.

—Estoy muerto.

—Tanto que presumís los SEAL del duro entrenamiento a que os


someten… ¿y estás muerto por esto?

Ash sonrió. Alex no podía creer que ese hombre, con ese físico,
hubiera estado temblando entre sus brazos.

Llamaron a la puerta de la habitación y poco después se abrió.

—Buenos días —dijo la pequeña desde la puerta—. Os habéis quedado


dormidos.

—Dios mío, ¿qué hora es? —preguntó Alex.

—No lo sé. El tío Neithan está preparando el desayuno. Me ha dicho


que os despierte.

—Vale, cielo. Bajamos enseguida —dijo Ash.

—¿Por qué no te has despertado al amanecer como siempre? —


preguntó Alex levantándose cuando Dawn se marchó.

—La culpa ha sido tuya, eres insaciable.


—Dios mío, son más de las ocho —dijo ella levantándose y
volviéndose a sentar en el borde de la cama—. Santa madre de Dios, estoy
muerta de cansancio. Tengo agujetas en los brazos y en las piernas. Y me
duelen músculos que ni siquiera sabía que tenía.

Ash soltó una carcajada.

—Tal vez deberías hacer un poco más de ejercicio.

—¿Te parece poco ejercicio el que hacemos en la cama?

Ash volvió a reír.

—El autobús del colegio llegará en veinte minutos —dijo ella


poniéndose el pijama rápidamente—. No tardes en bajar.

—Bajaré en un minuto.

—Buenos días —dijo Alex entrando en la cocina.

—Hola, mamá. ¿Por qué os habéis dormido?

—Buenos días, cariño —dijo Neithan mirando a su cuñada y


sonriendo. Por su aspecto supo la razón de que no se levantaran antes.

—Anoche el papá y yo nos quedamos hablando hasta tarde. Te


prepararé el almuerzo para el cole.

—Ya me lo ha preparado el tío —dijo la niña poniendo leche sobre los


cereales.

—Buenos días —dijo Ash cuando entró con pijama.

—Hola, papá.

—Hola, cielo —dijo besándola en la cabeza.

—Parece que no habéis dormido mucho —dijo Neithan sonriendo a su


hermano.
—Y tienes razón.

—Sentaos, el desayuno está listo —dijo llevando la fuente con huevos


revueltos y beicon a la mesa.

Alex sirvió los cafés con leche para los tres.

Poco después, Ash y la pequeña salieron de la casa y corrieron hasta el


autobús escolar que acababa de llegar.

—¿Ha ido todo bien? —preguntó Neithan a su cuñada.

—Mejor que bien.

—Me alegro mucho. No hace falta que vayas a la oficina mientras que
tu marido esté aquí.

—Por supuesto que voy a ir, tengo un montón de trabajo.

—Como quieras.

—Además, Ash me dijo anoche que iría a trabajar por las mañanas a tu
obra. Pasaremos juntos las tardes.

—Y las noches.

—Sí, las noches también —dijo ella sonriéndole.

—¿Te sientes bien?

—Me siento genial. Y soy completamente feliz.

Los siguientes días, Ash y Alex no desaprovecharon ninguno de los


momentos que estuvieron a solas. Habían hecho el amor en el dormitorio,
cuando Christine estaba limpiando la cocina y antes de que llegara la
pequeña del colegio. Lo habían hecho en el río, bañándose desnudos. Lo
habían hecho en el bosque, un día que él la despertó al amanecer y la obligó
a acompañarlo. Incluso lo habían hecho sobre la mesa del despacho de
Alex, un día que Ash se presentó de repente en las oficinas de Neithan.
Ash había evitado hacerle el amor en la posición en que había sido
violada, porque las cosas iban tan bien, que no quería estropearlas. Pero,
por otra parte, quería acabar con ello y quitárselo de encima, y quería
hacerlo antes de que lo llamaran para volver al trabajo.

El sábado dejaron a Dawn con Christine y Ash llevó a Alex a cenar al


pueblo.

—Se me hace raro estar aquí, a solas contigo —dijo Alex mientras
cenaban.

—Ya era hora de que saliéramos solos. Desde nuestro viaje a Nueva
York no hemos estado a solas ni una sola vez.

—Podría decirse que esto es como una cita —dijo ella sonriendo—.
Nunca he tenido una cita, esta es la primera vez.

—Pues me alegro de que tu primera cita haya sido conmigo.

—He estado pensando en algo, y quería comentarlo contigo.

—Adelante.

—Es sobre Christine.

—¿Tienes algún problema con ella?

—No, todo lo contrario. Es una chica estupenda y trabaja muy bien.


Además, nos hemos hecho amigas.

—¿Y de qué quieres hablarme?

—Está ahorrando para comprar una casa. Por lo visto habló con
Neithan y él le dijo que cuando tuviera dinero para comprar una pequeña
parcela de tierra, él le construiría la casa en sus ratos libres.

—Mi hermano es un buen tío.


—Desde luego. Ella vive con su hermana y paga la mitad de los gastos
de la casa, pero cuando llega final de mes no le queda demasiado. He
pensado que podría venir a vivir con nosotros. Así ahorraría todo el sueldo.

—Me parece bien. ¿Qué dice ella?

—No le he dicho nada, quería hablarlo antes contigo y con Neithan.

—Me alegro de que pidas mi opinión.

—Eres mi marido, y voy a consultarlo todo contigo y también con


Neithan, porque vive con nosotros.

—A él no le va a importar que Christine venga a vivir a casa.

—Lo sé. Aunque todo dependerá de ella.

—Para ella sería beneficioso, pero para nosotros también. Podríamos


salir a cenar cuando nos apeteciera, como esta noche, porque ella estaría en
casa y cuidaría de Dawn. Además, Joe también estaría allí y podrían jugar y
entretenerse juntos.

—Tienes razón. ¿Dónde crees que debería dormir? —preguntó Alex.

—Bueno, hay dos opciones. La primera, la habitación donde dormían


los chicos cuando estábamos con las obras. Es bastante grande y tiene un
baño interior. Además de la salita, que podríamos acondicionar como
habitación para el pequeño. Aunque en la planta baja hay otra habitación
vacía que podríamos amueblarla para él. De esa forma tendrían un salón,
aunque no muy grande. Y la segunda opción es la segunda planta. Hay
muchísimo espacio y Neithan podría hacer una pequeña vivienda para ellos.
Sé que no será para siempre porque Christine se enamorará y se marchará.

—Lo hablaremos con Neithan y luego le preguntaremos a ella. De


todas formas, estamos hablando de ello y a lo mejor a Christine no le
interesa.

—Tienes razón.
—¿Quieres que vayamos a algún sitio a tomar una copa? —preguntó
Ash cuando tomaban el postre.

—Ash, ninguno de los dos bebemos.

—Lo sé. ¿Qué me dices de ir a bailar?

—¿Tú quieres ir a bailar?

—A mí me da igual lo que hagamos, siempre que lo hagamos juntos.

—Me apetece más ir a casa y meterme en la cama contigo. Y no quiero


decir para dormir.

—Me has convencido.

—Vaya, eres un hombre muy fácil —dijo ella sonriendo.

Cuando llegaron a casa, Christine y los niños ya estaban acostados. Y


Neithan no estaba porque había salido con Mark y Ed.

Ash la cogió de la mano y la arrastró escaleras arriba. Entraron en el


dormitorio y cerraron la puerta.

Sin perder tiempo, Ash la atrajo hacia él y la besó. Y luego siguió


rozando sus labios sobre la piel de su cuello mientras le desabrochaba el
vestido y lo dejaba caer al suelo. La levantó cogiéndola por la cintura para
que saliera de la maraña de tela del suelo y la llevó a la cama. La tumbó
boca arriba y le bajó las bragas. Y luego empezó a desnudarse él mientras la
contemplaba. Alex lo miraba, sin perder detalle de todos sus movimientos.
Cuando se desprendió de toda su ropa se acercó a ella y le dio la vuelta,
poniéndola boca abajo. Después de quince minutos besándola y
acariciándola con los labios y la lengua, volvió a darle la vuelta.

—Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida, te mire por donde te
mire.

—Gracias, Ash —dijo ella ruborizada.


—De nada, cielo —dijo sentándose sobre ella para besarla.

Ash se tomó su tiempo dándole placer y la hizo llegar al clímax dos


veces.

Alex sospechó que iba a hacerle el amor estando él encima. Y no se


equivocó, porque poco después se colocó sobre ella.

—Ash, no sé si estoy preparada para hacerlo así.

—Si no estás preparada lo dejaremos estar. Quiero que no dejes de


mirarme y de tocarme en ningún momento. Y quiero que tengas muy
presente, que soy yo quien está contigo, y que te deseo más que nada.

—Vale.

—Si superamos esto esta noche, todo habrá acabado y tus problemas
habrán quedado en el pasado. ¿Estás conmigo?

—Al cien por cien.

Ash volvió a besarla. Luego le abrió las piernas y se colocó entre ellas.
Se fue introduciendo en ella lentamente, teniendo presente que debía ir con
cuidado.

Estar en su interior era una delicia y sentía la necesidad de embestirla


de manera salvaje. Empezó a moverse con suavidad, sin apartar la mirada
de ella. Alex comenzó a acariciarle los costados.

—Te quiero, cielo.

—Y yo a ti, Ash. Me gusta mucho hacer el amor contigo.

—Me alegro.

—Y también me gusta que me folles fuerte —dijo ella mientras sus


mejillas adquirían un ligero rubor.
Él la penetró hasta el fondo y se inclinó sobre ella para besarla.
Estuvieron besándose mucho tiempo.

Ash se incorporó y empezó a embestirla con menos suavidad, pero sin


dejar de mirarla. Y pronto ella estuvo gimiendo.

—Me gusta follarte sin condón. Estás tan caliente, tan suave y tan
deliciosa… ¡Joder! Estás buena de cojones.

—Tú también.

Ash dejó de moverse porque estaba al límite y no quería correrse.


Aprovechó para besarla de nuevo mientras se calmaba un poco.

—Estás tan estrecha que no puedo aguantar mucho dentro de ti sin


correrme.

—Entonces, detente. Descansa un poco. Me gusta tenerte dentro de mí,


aunque no te muevas.

Ash volvió a besarla hasta que se tranquilizó. Luego se incorporó y


comenzó a moverse de nuevo. Cada embestida era más deliciosa que la
anterior. Y ella gemía con cada una de ellas.

—Ash…

Alex únicamente pronunció su nombre, y el suave sonido de su voz


casi hizo que él llegara al límite.

Ash volvió a detenerse en su interior y bajó la cabeza hasta el pecho de


ella para chupar un pezón y luego el otro.

Un instante después Alex levantó las caderas, incitándole a que se


moviera, como si en realidad estuviera esperando que él lo hiciera. Y
entonces Alex se dio cuenta de que él quería que fuera ella quien marcara el
ritmo, y que cualquier movimiento que él hiciera, era en respuesta a los
suyos.
Ash sonrió minutos después al comprobar que su mujer respondía de
manera intuitiva, y sabía qué hacer y cómo hacerlo de la forma más natural.
Ash transformó las lánguidas embestidas por poderosas acometidas.
Cambiando el ángulo de penetración profundizó más en ella.

Y Alex se abrió a él para acogerlo en su interior con un deseo


desmesurado. Empezó a elevar las caderas con cada uno de los
movimientos de él para que entrase más adentro. Lo rodeó con las piernas y
lo sujetó fuertemente de sus duras nalgas. Ash notaba cómo los músculos
interiores de ella le apretaban la polla de tal manera que deseó quedarse allí
para siempre.

La pasión los envolvió y fue aumentando poco a poco hasta que se


quedaron sin aliento. Alex se movía debajo de él como si le suplicara
mientras él la embestía una y otra vez. Ash cambió la posición unos
centímetros para penetrarla desde otro ángulo y ella hundió los dedos en sus
hombros, sujetándolo fuertemente para soportar las acometidas que en ese
instante eran más fuertes y más profundas.

Un glorioso orgasmo la envolvió, haciendo que casi perdiera la


conciencia. Cuando Ash empezó a notar los espasmos aprisionando su
miembro, pasó las manos por debajo de las nalgas de ella y la sujetó con
fuerza para mantenerla pegada a él. Quería sentir la intensidad de las
convulsiones rodeando su polla, porque estaba a punto de correrse. Y perdió
su propia batalla al sentir cómo ella le proporcionaba la caricia más íntima
que un hombre pudiera desear. Contuvo el grito de ella y el de él mismo
cubriendo su boca.

A continuación se incorporó, embistiéndola con fuerza, dando rienda


suelta a sus propios deseos, buscando su propia liberación.

Alex se sintió devastada cuando él la penetró una última vez con una
poderosa embestida que los lanzó a ambos a un clímax cegador que les hizo
perder el aliento. Y él se dejó llevar, besándola mientras se derramaba en su
interior, olvidándose de todo, entregándole su cuerpo y su alma y
marcándola como suya.
Ash se derrumbó sobre ella aturdido y dejó que el poder del clímax los
consumiera a los dos.

Alex sentía en sus oídos los frenéticos latidos de su corazón y en el


pecho notaba el retumbar del de él. El placer le recorría el cuerpo
aturdiéndola y sólo era consciente de la respiración entrecortada de ambos.

El placer que Alex estaba sintiendo la obligó a estrecharse contra él,


sollozando, y Ash la besó con más intensidad, hasta que acabaron los
estremecimientos de ella, que permanecía bajo el cuerpo resbaladizo de su
marido, saciada y calmada.

Ash estaba vencido sobre ella, agotado y tan satisfecho que le


resultaba increíble, mientras ella le acariciaba los hombros y la espalda con
las manos.

No sabía la razón, pero todo parecía nuevo para él. Era como si Alex
fuera la primera mujer con la que había estado.

Se quedaron tumbados el uno sobre el otro, sin moverse y en silencio.

Después de recuperar el ritmo normal de los latidos de sus corazones y


de que sus frenéticas respiraciones se normalizaran, Ash se incorporó
apoyándose en los antebrazos y liberándola de su peso.

Cuando Alex abrió los ojos para mirarlo, el corazón de Ash se detuvo
por un instante, al ver que la mirada de ella iluminaba, incluso, el interior de
su alma.

Ash se inclinó para besarla suavemente, recreándose, saboreándola,


mordisqueándole los labios. Se separó de ella un instante para volver a
mirarla, como si no creyera que ella estuviera allí, con él. Le apartó un
mechón sudoroso de pelo que le cubría la mejilla y volvió a besarla, aunque
esa vez no con tanta suavidad.

Y de esa forma, con los besos de su marido y con su polla aún en su


interior, Alex se quedó dormida y no se despertó hasta el día siguiente.
Capítulo 19
Ash se despertó al notar que Alex se movía. Iba a darle los buenos días,
pero no le salieron las palabras al ver que desaparecía sobre él por debajo
de las sábanas. Sintió las caricias de sus labios sobre su pecho y luego sobre
su abdomen. Y segundos después gruñó suavemente al sentir cómo le lamía
la polla.

Ash sonrió al pensar que su mujer era una inexperta. Pero poco
después pensó que tal vez estuviera equivocado, porque lo estaba haciendo
gemir. Y cuando ella se metió el miembro en la boca, sujetó con fuerza la
sábana. Una excitación desenfrenada le recorrió el cuerpo. La traviesa boca
de su esposa estaba experimentando con su verga y sus testículos mientras
los mechones de su cabello rozaban sus muslos y su abdomen,
provocándole un placer que apenas podía contener. Ash le acarició el pelo.

—Estás despierto —dijo levantando la cabeza y echando la sábana


hacia atrás para mirarlo con una sonrisa.

—¿Crees que podría dormir con tu boca en mi polla?

Alex fue subiendo despacio por su cuerpo, acariciándolo con las


puntas de sus cabellos. Sus pechos rozaban su piel mientras se restregaba
contra él como una gatita satisfecha.

Se puso a horcajadas sobre él y con una mano guió su miembro para


introducirlo en ella. Y Ash sintió que el vello de todo el cuerpo se le
erizaba.

Alex se sentó sobre él, satisfecha de tenerlo todo en su interior.


Empezó a moverse con suavidad arriba y abajo mientras Ash le acariciaba
las caderas.

—Creo que ya estás curada —dijo Ash en su oído, mientras se


relajaban, después de que ambos se corrieran.

—¿Tú crees?
—Sólo nos falta hacerlo con la luz apagada. Aunque, de todas formas,
eso no es algo que me preocupe porque yo prefiero hacerlo con la luz
encendida. Pero estoy seguro de que todo ha terminado.

—¿Y qué ocurrirá a partir de ahora? ¿Seguirás conmigo?

—¿Por qué me preguntas algo tan estúpido? A partir de ahora voy a


enseñarte todo lo que sé sobre el sexo y vamos a disfrutar mucho mientras
aprendes.

—Lo que quiero saber es hasta cuándo te quedarás conmigo —


preguntó, preocupada por si decidía marcharse.

—Cariño, fuiste tú quien dijo que quería que nos separásemos, pero yo
nunca estuve de acuerdo. ¿Acaso quieres que me marche?

—¡No!

—Alex, eres lo que más quiero y tú y yo no nos vamos a separar


nunca.

—Yo también te quiero muchísimo. Y sé que ya no podría vivir sin ti.

—Yo tampoco. Así que, ya está todo aclarado. Vamos a despertar a


Dawn y a Neithan para ir a montar.

—No creo que Neithan quiera acompañarnos, anoche volvería tarde.


Eso suponiendo que volviera.

—Iré a ver si está en su cuarto.

Ash entró en el dormitorio de su hermano después de llamar y no


obtener contestación.

—Despierta —dijo Ash echándose en la cama a su lado, vamos a


montar.

—¿Qué? ¿Qué hora es?


—Algo más de las siete.

—¿No tienes nada mejor que hacer que venir a molestar? Anoche me
acosté tarde.

—Yo también —dijo Ash sonriendo—. Sólo he venido a decirte que


estoy seguro de que mi mujer está curada.

—¿En serio? —dijo Neithan incorporándose.

—Anoche lo hicimos en la posición en la que la violaron.

—Entonces desayunaré con vosotros, y luego me volveré a la cama.

Ash le comentó lo que habían hablado Alex y él sobre Christine y


Neithan estuvo de acuerdo en que le ofrecieran quedarse en la casa con
ellos.

Alex estaba con Christine preparando el desayuno cuando Neithan


entró en la cocina.

—¿Cómo está mi hermana favorita? —dijo Neithan acercándose a


Alex y abrazándola por detrás.

—Estoy genial.

—Eso me han dicho. No sabes cuánto me alegro, cariño —dijo


besándola en el cuello y abrazándola.

—¿Siempre tienes que ser tan cariñoso con mi mujer? —dijo Ash
cuando entró en la estancia al verlos abrazados.

—Sí, eso no va a cambiar —dijo Neithan guiñándole el ojo a


Christine.

—Sentaos, el desayuno está listo —dijo Alex terminando de colocar


todo en la mesa.

—Iré a despertar a mi hijo y nos marcharemos —dijo Christine.


—Siéntate a desayunar con nosotros, por favor. Queremos comentar
algo contigo.

—¿Qué pasa? —preguntó la chica cuando estuvieron los cuatro


sentados.

—Sabemos que quieres ahorrar para comprarte una casa y poder


establecerte con tu hijo.

—Sí. No vivimos mal con mi hermana, pero ella no tiene la intimidad


que necesita. Podría alquilar una casa, pero entonces no podría aspirar a
comprar una. Al compartir los gastos con ella puedo ahorrar algo cada més,
aunque no sea mucho.

—Hemos estado hablando y vamos a hacerte una proposición con la


que vas a ahorrar todo el sueldo —dijo Alex.

—¿Una proposición?

—Hemos pensado que podríais venir a vivir con nosotros, así no


tendríais ningún gasto.

—¿Hablas en serio?

—Por supuesto que habla en serio —dijo Ash.

—No sé qué decir.

—Sólo tienes que decir sí o no —dijo Alex—. Y queremos dejarte


claro que no lo hacemos únicamente por ti. Si vivieses aquí podríamos salir
siempre que quisiéramos, sin preocuparnos con quien dejar a Dawn.

—A mí me encantaría vivir aquí y a Joe también.

—Pues decidido. ¿Cuándo quieres mudarte?

—Cuanto antes —dijo ella sonriendo y feliz.

—En ese caso, Ash y yo te ayudaremos hoy con el traslado.


—Genial.

—También estuvimos hablando sobre dónde deberíais dormir.

—En cualquier parte estará bien. La habitación en la que hemos


dormido las veces que me he quedado con Dawn es perfecta. Es grande y
puedo colocar una cama para Joe en la salita.

—Hemos pensado que la segunda planta sería mejor para vosotros —


dijo Ash—. Seguro que a Neithan se le ocurre algo para amoldarla a
vuestras necesidades.

—No hay problema —dijo Neithan—. Podría hacer dos habitaciones,


un salón y un baño completo. Esa estancia es enorme. Tendríais vuestro
propio apartamento.

—Pero eso sería demasiado trabajo, y además, costoso.

—Bah, no te preocupes —dijo Neithan—. Nos aprovecharemos de


Ash hasta que se marche. De todas formas no tienes prisa, podéis quedaros
de momento en la habitación en la que habéis dormido hoy.

—De acuerdo, aunque esto será algo provisional. Tan pronto ahorre
para comprar algo me marcharé. Pero siempre podréis contar conmigo para
que me quede con vuestra hija, esté donde esté.

—Muy bien —dijo Alex.

—Bueno, yo me voy a dormir un rato más. ¿Qué vais a hacer


vosotros? —dijo Neithan.

—Vamos a ir a montar —dijo Alex—. Y puede que nos quedemos un


rato en el río bañándonos. ¿Te apuntas, Christine?

—Sí. Y a Joe le encantará.

—Despertadme para comer —dijo Neithan—. Si hacéis la mudanza


por la tarde, me apunto para ayudaros.
—Gracias, Neithan —dijo Christine.

—De nada, preciosa. Esta noche me dices lo que te gustaría que


hubiera en la segunda planta y haré un boceto. Y mañana mismo
compraremos los materiales que necesitemos para que Ash empiece a
trabajar —dijo mirando a su hermano y sonriendo.

Después de comer salieron a tomar café en el jardín y luego fueron a


casa de Christine con tres coches y con la ranchera de Alex a por las cosas
de la chica y lo trajeron todo en un solo viaje.

Alex y Christine colocaron la ropa en los armarios y en las cómodas de


la habitación que había junto a la cocina, donde dormirían de momento.
Pero no sacaron nada de las cajas que seguían precintadas desde que
Chistine las recibió en casa de su hermana, porque allí no tenía espacio para
colocar sus libros y sus cosas de decoración.

—Acaban de llamarme de la base —dijo Ash entrando en la cocina y


sentándose a la mesa—. Tengo que presentarme mañana al mediodía.

—¿Estás seguro? —preguntó Neithan—. ¿No será una excusa para


escaquearte de empezar con las obras de la casa de Christine?

—No digas tonterías.

—Oh, no —dijo Alex.

—Es lo que hay, cielo. Pero sabes, no tardaré mucho en dejarlo y, por
lo que me dijo Red, él tampoco.

—¿Vas a dejar el trabajo? —preguntó Alex.

—Seguiré como mucho un par de años. Red me dijo que le gustaba


este sitio para formar una familia y que, posiblemente lo deje al mismo
tiempo que yo y se traslade aquí.

—¿Y qué pensáis hacer? —preguntó Neithan.


—Bueno, sabes que tenemos conocimiento sobre muchas cosas.
Podríamos abrír una agencia de detectives, por ejemplo. O una empresa de
seguridad. Incluso un taller de mecánica. Red está especialializado en
motores —dijo Ash mirando a su mujer—. ¿Eso te haría feliz, cariño?

—Sí —dijo ella siviendo la cena en los platos.

—Por cierto, quería decirte que, en mi próximo permiso, nos iremos de


luna de miel.

—¿De luna de miel? Nos casamos hace nueve meses.

—Por eso mismo. Ya es hora de que disfrutemos de la luna de miel que


no tuvimos cuando nos casamos.

—Vale. ¿Has pensado en algún sitio?

—Me dijiste que querías ir a Irlanda a ver la casa que heredaste de tu


abuelo.

—¿Quieres que vayamos a Europa?

—¿Por qué no? Verás la casa, conocerás a tu familia y haremos


turismo por la isla. Podríamos pasar allí un par de semanas o tres.

—De acuerdo. Me pondré en contacto con la hermana de mi abuelo


para ponerla al corriente.

—¿Os llevaréis a Dawn? —preguntó Neithan.

—¿A nuestra luna de miel? Por supuesto que no —dijo Ash—. Ella se
quedará contigo. Y no te quejes porque tendrás aquí a Christine.

Christine miró a Neithan sonriendo.

El lunes por la tarde les llevaron los materiales para la obra que iban a
hacer en la segunda planta y que sería la vivienda de Christine y su hijo.

Neithan tenía el plano de la obra terminado.


Al día siguiente, cuando Neithan volvió a casa del trabajo, empezó a
construír los tabiques para separar las habitaciones. Alex empleó una tarde
de esa semana para hacer las puertas que necesitaban, porque quiso
encargarse ella personalmente.

El fin de semana los cuatro chicos fueron a trabajar, sin cobrar, para
ayudar en la casa de Christine.

Quince días después, la segunda planta estaba terminada, a falta de


pintar las paredes y colocar los muebles que tenían que comprar y que
pagaría Alex ya que, como ella le había dicho a Christine, era su casa.

Ellas dos pintaron las paredes. Y Christine hizo las cortinas. Y una
semana después ya tenía colocado todo en su sitio.

—Estoy un poco nerviosa —dijo Alex a su marido cuando iban en el


coche que habían alquilado en el aeropuerto al llegar a Irlanda.

—¿Por conocer a tus tíos?

—Supongo. He mantenido correspondencia con mi tía durante toda mi


vida, pero sólo hemos hablado por teléfono una vez, cuando le dije que
veníamos. Se me hace raro estar aquí y saber que voy a verlos en unos
minutos.

—Todo irá bien, cariño.

—Sí, sé que todo irá bien. Oye, se te da muy bien conducir por la
izquierda.

—Se me dan bien muchas cosas, cielo —dijo él mirándola y


sonriendo.

—Sí. La arrogancia es una de ellas.

Ash soltó una carcajada.

Los tíos de Alex los recibieron con mucha alegría. Como llegaron al
mediodía, comieron con ellos. Era un matrimonio muy agradable. Pasaron
toda la comida poniéndose al día sobre sus vidas.

—¿La casa está en condiciones para vivir o habrá que hacer algún
arreglo antes de instalarnos? —preguntó Alex.

—Está en perfecto estado —dijo su tía Marta—. Tu tío y tu abuelo


eran amigos desde niños, y cuando se marcharon a los Estados Unidos le
pidió que se encargara de la casa.

—Tu abuelo me envía, me enviaba —dijo el tío rectificando, porque


aún no se hacía a la idea de que su amigo hubiera muerto—. Me enviaba
dinero para el agua, la luz, el jardinero, para la señora que va una vez al mes
a limpiar y a ventilarla. Y para cualquier arreglo que hubiera que hacer.
Quería que la casa siempre estuviera en condiciones.

—Estupendo.

—Anteayer fueron a limpiarla e hicieron la cama. Y ayer fuimos


nosotros a llevar algo de comida, cosas básicas, porque no sabíamos lo que
os gustaba.

—Gracias, tía. Luego me dices lo que os habéis gastado.

—No digas tonterías, cariño.

—Nosotros vivimos muy lejos de aquí —dijo Ash—. John, ¿crees que
podrás seguir ocupándote de la casa como hasta ahora?

—Por supuesto, está sólo a dos kilómetros de aquí. De vez en cuando


voy dando un paseo, abro las ventanas y paso allí un rato.Es una forma de
estar ocupado.

—Genial. Antes de marcharnos te dejaremos el dinero necesario. Nos


gustaría que todo siguiera como dispuso mi abuelo —dijo Alex.

—Es preciosa —dijo Alex cuando detuvieron el coche—. Parece una


casa de cuento.
Era una construcción de tres plantas. Una buhardilla ocupaba la
tercera. Las flores trepadoras se adherían a la fachada como si fueran parte
de ella.

—No me esperaba que la casa fuera así —dijo Ash mientras sacaba el
equipaje del maletero—. Lo cierto es que estaba algo preocupado por si
teníamos que ir a un hotel.

—He de admitir que yo pensaba lo mismo. Creí que estaría


destartalada y tendríamos que ponernos a rehabilitarla. Es una casa de
ensueño y me encanta.

Alex cogió una maleta de mano y caminó por el pequeño jardín,


siguiendo la senda del camino.

—Desharé el equipaje y colocaré la ropa en su sitio. Luego podemos ir


a conocer los alrededores y a comprar comida.

—Buena idea. Tu tío john ha dicho que nos acerquemos a ver los
acantilados, dice que son espectaculares.

—Dios —dijo ella cuando entró en la casa—. No puedo creer que mis
abuelos vivieran aquí hace tantos años. Los muebles son muy sencillos.

—Parece una casa muy cómoda.

Ash subió las maletas a la planta superior y entre los dos colocaron la
ropa en su sitio.

—Estamos frente al mar, se puede ver desde aquí —dijo ella mirando
por la ventana—. La cama no es muy grande.

—Nos apañaremos.

—Podemos comprar una más grande mañana.

—No hace falta. Vamos a pasar unos días estupendos —dijo Ash—.
No hemos hablado de ello, pero si has cambiado de idea respecto a lo de
tener niños, tendremos que ir a la farmacia, porque no he traído condones.
—No te preocupes por eso.

—¿Quieres decir que sigues queriendo tener un bebé?

—Sigo queriendo un bebé. Y no tienes que preocuparte por nada,


porque estoy embarazada.

—¿Qué?

—Que...

—Ya te he oído —dijo acercándose para abrazarla—. ¿Desde cuándo


lo sabes?

—El mes pasado no me vino la regla y la semana pasada compré un


test de embarazo, que dio positivo. Así que pedí hora en el ginecólogo por
si había un error y él me lo confirmó hace tres días. Estoy de siete semanas,
lo que confirma que me quedé embarazada el primer o el segundo día que
hicimos el amor. No te lo había dicho porque estabas fuera y cuando
llegaste ayer pensé esperar a decírtelo aquí.

—No sabes lo feliz que me has hecho —dijo Ash abrazándola.

—Yo también estoy contenta. ¿Vamos a cenar al pub que nos ha


aconsejado mi tío?

—Sí.

—Voy a cambiarme.

—Iré a echar un vistazo a los acantilados mientras lo haces.

—Vale. Te veré allí cuando acabe.

Cuando Alex terminó de cambiarse miró por la ventana. Vio a su


marido de espaldas, en el borde del acantilado. Estaba de pie, con las
piernas un poco separadas y las manos en los bolsillos. La brisa revolvía sus
cabellos. Alex sonrió. Parecía el héroe de las novelas románticas que le
gustaba leer. Cogió la sudadera y abandonó la casa.
—Se te ve pensativo, casi melancólico —dijo ella cuando llegó a su
lado—. Oh, Dios, esto es precioso.

—Sí, lo es. Estaba pensando —dijo colocándola delante de él y


abrazándola por la espalda—. Me siento feliz. Posiblemente porque voy a
ser padre. Pero en parte, también porque me gusta este sitio. Me siento tan
bien como en casa. Aquí se respira paz y tranquilidad.

Ella se apoyó en su musculoso cuerpo y él le acarició el vientre.

—¿Qué piensas hacer con la casa?

—Pensaba hablar contigo sobre eso. Había pensado venderla, como


hiciste tú con tu apartamento. Está demasiado lejos para disfrutar de ella.
Pero si te sientes tan a gusto aquí, la conservaremos. No necesitamos
dinero. Podemos venir de vacaciones. A Dawn le gustará esto.

—Es una buena idea, aunque no será rentable mantenerla. Pero, como
bien has dicho, no tenemos problemas de dinero

—Ash, si te sientes bien aquí, es suficiente razón para no venderla.

—Gracias, cielo. El año que viene podríamos traer a Neithan con


nosotros.

—Esa no es una buena idea. Si conociera a una irlandesa puede que


decidiera mudarse aquí y eso no me gustaría.

—¿No quieres que tu cuñado sea feliz?

—Sí, pero cerca de nosotros.

—Vaya, veo que mi hermano sigue gustándote mucho.

—Me he criado sola. Siempre he querido tener un hermano y ahora


que lo tengo no voy a permitir que se aleje de mí.

—Neithan no se alejaría de ti por nada. Parece ser que todavía no te


has dado cuenta, pero tú eres su debilidad.
—¿En serio?

—Completamente.

—La casa no es muy grande.

—Nos apañaremos, y si hace falta la ampliaremos. Vamos a cenar para


volver pronto a casa. Tengo que aprovechar este viaje, que estamos solos,
para enseñarte algunas cosas sobre el sexo.

—¿Pretendes pervertirme?

—Por supuesto.

Fueron dos semanas y media de ensueño. Ash la despertaba cada día al


amanecer y hacían el amor. Desayunaban en el jardín, si el tiempo lo
permitía, y ordenaban la casa entre los dos. Y luego salían a hacer turismo.
A veces les acompañaba John o el matrimonio y les enseñaban las cosas
que no aparecían en los folletos turísticos.

Solían comer fuera y al llegar a casa dormían la siesta, después de


hacer el amor de nuevo.

Las tardes preferían pasarlas en casa, a excepción de un par de veces


que salieron con los primos de Alex y fueron a cenar a casa de sus tíos.

Les gustaba disfrutar los ratos en casa, tumbados en el sofá,


conociéndose y hablando del futuro, besándose y haciendo el amor, y dando
largos paseos por los alrededores, cuando no llovía.

Cuando volvían a casa preparaban la cena juntos. Y Ash siempre


encontraba el momento y la superficie adecuada para follarla.

Después de cenar subían a la habitación, se duchaban o se bañaban,


siempre juntos, aunque la bañera no era muy grande, y luego se metían en
la cama.

—Desde luego me estás compensando por todos esos años que no he


estado con ningún hombre —dijo ella acostada sobre él después de que
hicieran el amor.

—Me gusta mucho estar contigo.

—A mí también.

—Y sabes, cielo. Cada vez que pienso que he de volver al trabajo se


me revuelve el estómago.

—Siempre me has dicho que te gustaba tu trabajo.

—Sí, pero algo ha cambiado. Ya no significa para mí lo mismo que


antes. Me he dado cuenta de que quiero dormir contigo cada noche y
despertarme a tu lado cada mañana.

—Sí, eso es lo mejor de nuestra relación —dijo ella con una sonrisa
traviesa.

—¿El sexo es lo único que te interesa de mí?

—Bueno... el sexo contigo es... escalofriante —dijo ella sonriendo—.


Pero no es lo único que me interesa de ti. ¿Te he dicho que eres el hombre
perfecto?

—No creo que haya nadie perfecto.

—Estás equivocado, porque tú lo eres. Y te quiero con locura. Y me


siento feliz por llevar en mi vientre a un hijo tuyo.

Ash la abrazó muy fuerte, con un nudo en la garganta.

—Ojalá Laura viviese y estuviera con nosotros, porque sé que le


gustaría esto, y Dawn y ella lo pasarían muy bien aquí.

—Si Laura viviese, tú y yo no nos habríamos conocido –dijo Ash.

—Eso no lo sabes. Por lo que me has contado, no eras feliz con tu


mujer. ¿Y quién sabe? Es posible que os hubierais separado y que tú
contestaras a mi anuncio.
—Sí, cabría la posiblilidad.

—Tú y yo teníamos que estar juntos. Nuestro encuentro lo preparó el


destino.

—¿El destino? No sabía que creías en eso.

—Yo tampoco lo sabía, pero cuando te vi por primera vez supe que
eras el hombre de mi vida y cuando te marchaste, después de que vieras a
Dawn y supe que no volvería a verte, casi me da algo.

—Tú también me impresionaste. Hacía meses que ni siquiera era capaz


de sonreír y tú me hiciste sonreír varias veces, en solo media hora.

—Tú y yo nos encontramos por la oscuridad de nuestro pasado y eso


nos unió —dijo ella.

—Pues bendita sea esa oscuridad. Porque sabes, cielo, tú eres lo mejor
que me ha pasado en la vida.
Epílogo
Ash y Alex volvieron a casa a mediados de septiembre. Y dos días
después Ash tuvo que presentarse en la base.

A Ash le estaba costando mucho estar alejado de casa. En las


ocasiones anteriores había echado de menos a Alex y a la pequeña e,
incluso, a su hermano, pero ahora era diferente, porque Alex estaba
embarazada y se estaba perdiendo todos los cambios que experimentaba el
cuerpo de su mujer.

Alex dio a luz a una preciosa niña el 18 de abril del siguiente año.
Todos estaban locos con el bebé, sobre todo su hermanita, que dijo que
sabía que iba a tener una hermana porque se lo había pedido a Santa las
navidades pasadas y también las anteriores.

Red vendió su casa de Nueva York y compró un terreno cerca de sus


amigos. Y había contratado a Neithan para que le construyera una casa.

Un año después de que naciera Rebecca, la hija de Ash y Alex, Ash y


Red dejaron el trabajo y compraron un local cerca de la empresa de
Neithan. Red fue a vivir con ellos, hasta que su casa estuviera terminada.

Y entre Red y Christine surgió algo, tal vez por vivir en la misma casa,
o porque el destino lo tenía previsto.

Dos meses más tarde, Ash y Red inauguraron un negocio de sistemas


de seguridad. Se dieron a conocer en los pueblos y ciudades de los
alrededores y les iba muy bien.

Las vacaciones de verano, cuando la pequeña contaba con cuatro


meses, las habían pasado en la casa de Irlanda y Neithan fue con ellos. Y al
año siguiente volvieron a ir, con Alex embarazada, de un niño.

Y como Alex había temido cuando fue a Irlanda por primera vez,
Neithan conoció a una irlandesa, a la que vio varias veces mientras
estuvieron de vacaciones, e incluso la había llevado a cenar a casa para que
conociera a su familia.

Alex se asustó cuando supo que habían salido juntos en varias


ocasiones, pero cuando volvieron a los Estados Unidos, Neithan no
comentó en ningún momento nada sobre la chica, y Alex se relajó.

La familia estaba creciendo y el trabajo les iba bien a todos. Ninguno


de ellos se había arrepentido de mudarse a vivir allí. Estaban felices de vivir
en ese pueblo y en la misma casa y, sobre todo, de estar tan unidos.

La relación con sus amigos se había afianzado con el paso del tiempo y
Mark y Ed pasaron a ser casi de la familia.

Ed se había divorciado y salía con su antigua novia, con la que se


casaría en unos meses.

Ash y Alex habían formado una gran familia con Ed y su novia, con
Jake y la chica con la que salía, con Red y Christine, con Dani e, incluso
con el hermano de esta, que se había unido al grupo. Y por supuesto, con la
cuadrilla de Neithan.

El resto de los SEAL iban a visitarlos a menudo y cada vez que


estaban con ellos se planteaban dejar el trabajo. Ash y Red les habían
ofrecido trabajar con ellos, porque querían extender el negocio y, aunque no
habían aceptado, se lo estaban pensando.

Las cosas entre Red y Christine iban sobre ruedas. Desde hacía unos
meses vivían juntos en la casa que Neithan les había construído, y había
quedado preciosa. De momento no se habían planteado casarse, hasta que
por un descuido, ella se quedó embarazada y decidieron hacerlo.

Y así iban trascurriendo los días, las semanas y los meses.

Alex y Ash daban gracias por lo bien que se estaba portando la vida
con ellos. Después de todo lo que habían pasado, habían sido
recompensados, por un simple anuncio en un periódico.

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