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Universidad Veracruzana
2016
CORPORALIDADES ESCÉNICAS
Representaciones del cuerpo en el teatro, la danza y el performance
:
ISBN: 978-607-502-469-1
ISBN: 978-987-45717-3-1(vers. electr. Argus-a)
Este libro en su conjunto, así como cada capítulo del mismo, fue sometido a dicta-
men externo conforme a los criterios académicos de la Dirección Editorial de la Uni-
versidad Veracruzana y de la Editorial Argus-a. Ninguna parte puede ser reproducida
sin permiso por escrito de la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana. La
realización de este libro fue posible gracias a recursos del Centro de Estudios, Crea-
ción y Documentación de las Artes (CECDA), Dirección de Investigaciones UV y PIFI
2014 (Cuerpo Académico Consolidado Teatro).
Los editores agradecen el apoyo del Dr. Gustavo Geirola y Argus-a por su publica-
ción en línea.
Los maniquíes de Tadeusz Kantor:
vida latente y forma conmovedora
Elka Fediuk
El maniquí y la representación
El elemento más inquietante en la creación de Tadeusz Kantor son los ma-
niquíes, de una u otra forma presentes en casi toda su obra. En este capítulo
propongo religar las fuentes de inspiración, las influencias y el camino que
transitó Kantor con el teatro Cricot 2, para colocar al maniquí como la figura
central de su poética del Teatro de la muerte. El maniquí para este legendario
creador polaco fue concebido como un cuerpo escénico en el que se desdobla
la representación de la presencia, alterando el tiempo y el estado mismo del
cuerpo humano.42
Las representaciones del cuerpo humano se refieren siempre a una
corporalidad, es decir, a las ideas que sobre él se tiene. En las representacio-
nes performativas el cuerpo humano puede estar cubierto por la pintura,
oculto bajo la vestimenta (vestuario) o expuesto en su desnudez, lo cual
tampoco permite hablar del cuerpo en sí, sino de las precepciones y con-
cepciones que de él tiene el otro (creador, receptor, espectador). Las per-
cepciones, a su vez están mediadas por la cognición (tendencia a completar
las formas y reducirlas a lo conocido) ligada a las bases epistemológicas y a
las preconcepciones, sean de orden religioso, social o estético. El títere, he-
cho de materiales diversos y con variadas técnicas de manipulación, opera
por la semejanza con el cuerpo y las actitudes humanas. La representación
del cuerpo humano puede tender hacia lo literal, simbólico o ser el vehícu-
lo de la metáfora. El muñeco blando, sin rasgos definitorios que usó Jerzy
Grotowski en Akrópolis (1962) jamás permitió olvidar que está allí en lugar
del cuerpo humano, del humano tirado sobre los alambres de púa, del
cuerpo de Cristo en su descenso de la cruz acompañando a las víctimas del
Holocausto.
Tadeusz Kantor eligió al maniquí subrayando su categoría inferior
asociada con “un procedimiento DELINCUENCIAL” (Vol. II 7 traducción
mía), con la usurpación y suplantación (no metáfora) del otro (personaje –
persona). Miguel G. Cortés deriva del análisis de Freud las categorías de lo
monstruoso, de las cuales dos tienen gran cercanía con la obra de Kantor: “La
duplicidad del ser humano, la aparición del doble, la pérdida de identidad y la
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La contribución de Kantor a la cultura fue reconocida por la UNESCO. En 2015, declarado
“Año de Tadeusz Kantor” se llevaron a cabo en varios países numerosos eventos en torno a su
obra. En Cracovia, su ciudad natal, se abrió en 2014 el magno Museo Tadeusz Kantor, don-
de se expone su obra plástica, las instalaciones con maniquíes, dibujos, máquinas y objetos
provenientes de sus espectáculos. Alberga también el archivo Cricoteka, fundado en 1981.
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•Los maniquíes de Tadeusz Kantor
La mirada y la forma
La presencia de los maniquíes, sustitutos, alter ego o dobles de los personajes/
actores, es una de las claves de la poética de Tadeusz Kantor, bautizada por
él mismo “Teatro de la muerte” y plasmada de manera magistral en sus em-
blemáticas obras La clase muerta y Wielopole, Wielopole.44 Ambas creaciones
hicieron giras durante más de una década por casi todo el orbe. La anécdota
contada por el crítico Fernando de Ita sobre la presentación de Wielopole,
Wielopole en Guanajuato, revela el valor que Kantor otorgaba a cada detalle.
Los organizadores le habían prometido surtir la tierra para el montículo en
que se colocaban las cruces y que Kantor observaba al inicio de la obra. Le
trajeron tierra roja de la región, pero Kantor esperaba la tierra negra como
aquella en la que están enterrados sus muertos, lo cual produjo su furia y des-
esperación, ya que este detalle cambiaba el sentido emocional. Retrocediendo
a los años cincuenta del siglo pasado, cuando a manera de los surrealistas
luchaba en contra del naturalismo, escribió: “El teatro no tiene que ofrecer la
ilusión de la realidad contenida en el drama sino que la debe crear de nuevo,
con sus propios recursos y con su propia materia escénica. Lo que garantiza
esta creación es lo que yo denomino forma escénica” (Kantor Vol. III 357,
traducción mía). Señalo aquí las perspectivas que se oponen, pero que Kantor
hará indisolubles, es decir, la forma y la realidad que la revienta.
La forma escénica, como garante de la creación, es la configuración
polisémica de un ente teatral. Se compone de objetos materiales y no mate-
riales, cuyas relaciones están atravesadas por el impulso creador. Las formas
en el espacio, las texturas y colores, los actores cuyos cuerpos son también
formas dinámicas de gestos, tonos, acentos y ritmos; todo esto conforma una
estructura dramático-escénica —según Kantor— independiente, en primera
instancia, de la lógica o realidad cotidiana y también de los modelos estéticos
inscritos en el texto, a partir del cual surge la creación escénica. Los “recursos
propios” del teatro como arte autónomo no tienen un límite certero, los de-
termina la mirada del artista y su deseo creador.
Claramente en estas ideas se reflejan los ecos de la Bauhaus, el cons-
tructivismo, el surrealismo y el dadá, las primeras influencias que tuvo Kantor
como estudiante de la Academia de Bellas Artes en Cracovia, a donde llegó en
1933, año en que se fundó el Cricot, un teatro de corte dadaísta a manera del
Cabaret Voltaire,45 y que será invocado en la creación del Cricot 2, en 1955.
Józef Jarema, fundador del primer Cricot (anagrama en polaco de “esto es
circo”), explica sus orígenes:
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En México fueron vistos en las ediciones 1979 y 1982 del Festival Cervantino, presentán-
dose posteriormente en la Ciudad de México; La clase muerta en 1979 (Teatro El Galeón), y
Wielopole, Wielopole en 1982 (Sala Miguel Covarrubias).
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Fundado en 1916 por Hugo Ball, en Zúrich, y cuyo modelo se reprodujo en otras partes de
Europa realizando crítica satírica con fines artísticos y políticos.
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El grupo nació por iniciativa de pintores, razón por la cual la expresión es-
pecífica de su teatralidad posee un fuerte acento en la plástica escénica […]
La acción escénica es percibida aquí ante todo visualmente. El ojo es el que
permite nuestra sensación escénica (en Miklaszewski 36).
Sus primeras marionetas podrían ser tal vez parientes lejanos de los
futuros maniquíes, aunque en este caso están emparentadas con los autómatas
en el aspecto de lo siniestro:
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Las confluencias
Otra de las tempranas influencias y que ha quedado permanente en la poética
de Kantor fue el mundo creado por Alexander Blok en La barraca de feria.
Kantor la tradujo al polaco en 1938 (en colaboración con Wanda Baczyńska),
seguramente proyectando su puesta en escena. Nota bene, La barraca de feria
fue dirigida y actuada por Meyerhold en 1906 (Tiflis, Georgia) y el año 1938
marca su desaparición en los calabozos del terror estalinista. En la última pro-
ducción, Hoy es mi cumpleaños (estrenada póstumamente en 1991), Kantor
incluyó el personaje de Meyerhold como el símbolo de artista-mártir.
Alexander Blok, propagador del simbolismo en Rusia, en La barraca
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Destaca en estas obras el mito del retorno. Otras traducciones hablan de El regreso de Ulises
(Kantor, Teatro de la muerte).
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Me refiero a la irrupción de lo real como lo entiende José A. Sánchez en su libro Prácticas de
lo real en la escena contemporánea.
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de feria, expone una teatralidad circense y bufonesca mezclada con las tona-
lidades poéticas del simbolismo. Los ecos de la Commedia dell’arte combinan
los tipos fijos de Colombina, Arlequín y Pierrot con los Místicos, personajes
en trajes modernos y con máscaras, en medio de una atmósfera chillante de
muecas que ocultan otra realidad trivial y trágica. Así pues, la presencia doble
en que se conjuga lo usurpado y el usurpador, la realidad concreta de la forma
y el engaño con expresión grotesca que encubren una existencia degradada,
son los elementos que ingresarán al concepto kantoriano del arte. Asimismo,
los recursos del circo y la dualidad perversa en el juego de apariencia y realidad
regirán a la poética del actor partiendo de “la condición del actor”, que Kan-
tor entiende como la duplicidad del actor miserable que usurpa el personaje.
El segundo estreno del Cricot 2, El circo (1957), de Kazimierz Mikulski, uno
de los fundadores del grupo, proyectaba aquella bufonada con ecos del movi-
miento dadá. Posteriormente, la “barraca de feria” fue integrada a la concep-
ción de arte y teatro de Kantor, a la realidad “degradada” o “realidad del más
bajo rango”, aunque el subsuelo nos remitirá siempre a la degradación que
produjo la Segunda Guerra Mundial.
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•Los maniquíes de Tadeusz Kantor
Pasos y tejidos
Pero, ¿dónde se origina la idea de los maniquíes que entran a ocupar un lu-
gar privilegiado en la constelación de la forma artística de Tadeusz Kantor?
¿Cómo introduce Kantor en su obra la presencia muda y elocuente de estos
seres-objetos? ¿Qué experiencias le conducen a la poética de la muerte en la
cual la dualidad actor-maniquí activa la de vida-muerte?
Kantor inició el ensayo de la particular relación entre el actor y el
objeto de manera consciente en En la pequeña mansión (1961), obra acom-
pañada por el manifiesto del Teatro Informal. La descripción del crítico Jan
Błoński (81) habla de una “alucinación colectiva”, de la sensación de haber
puesto “en escena el cerebro de un loco”. Las premisas de Kantor se dirigían
a lograr un “movimiento densificado”, y para este propósito un armario es-
trecho servía perfectamente. Apretados entre los ganchos con vestidos, trajes
y bultos, los actores (los amantes y el marido), durante más de hora y media,
actuaron como si fueran objetos allí suspendidos.
La aglomeración de cuerpos y objetos en forma de un assemblage y en
medio del reinante caos es descrito por Ludwik Flaszen en su reseña de El loco
y la monja (1963):
Cada una de las figuras conduce su acción sin tomar en cuenta a las demás
en medio de la algarabía general de una gelatinosa temblorina de los cuerpos,
entre el ruido de una extraña maquinaria de sillas que, jalada por los hilos a
cada rato, entraba en acción como si fuera igual de importante que un actor
(citado por Pleśniarowicz 20, traducción mía).
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•Elka Fediuk
La ilusión,
el automático aparato de reproducción,
el cotidiano y anecdótico desarrollo de los sucesos,
si ponemos en duda el concepto de
la forma y formación-
toda esta carga henchida de contenido, de la profundidad “por encima del
cero”
se vuelve inservible (Vol. I 247).
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Una especie de happening o instalación, en que tanto actores como no actores eran vendados,
empacados, embalados con distintos materiales, dejando a la vista apenas los fragmentos del
cuerpo.
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“Cricotage es una acción performativa que deriva de la experiencia del Teatro Cricot 2 y del
método de actuación allí descubierto y practicado” (Kantor, Wielopole programa de mano). El
artista insiste en que no es un happening, ya que no cuenta con la “forma abierta” que integra al
espectador y tampoco es un ‘performance’ ya que “manifiesta las ideas abstractas en un espacio
real / mediante el cuerpo humano / con todo su bagaje / de la biología / y el naturalismo”
(íbid). El primer cricotage se realizó en 1965 y el último en 1990. El cricotege Dónde están las
nieves de antaño (1979) es accesible en video documental.
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Sesión conmovedora
A mediados de los setenta, desencantado de la burda imitación de la van-
guardia, Kantor se atrincheró en la forma que por entonces adquirió tonos
oscuros, filtrados por la memoria. Su retorno a la forma, tras el desorden
generalizado en el happening, dio un giro en la conceptualización. Aunque
muchos elementos, como la realidad del más bajo rango, el estatus igualitario
entre actor y objeto, y el ready made fundamentaban su producción anterior,
ahora adquirió peso la forma determinada por el recuerdo, por el negativo de
la memoria, la inmovilización que sufre la vida captada en la imagen, recuer-
do o negativo. En la escena ingresó la Muerte con sus formas petrificadas y el
gesto inútil contra la rigidez y el olvido. Esta lucha patética produjo un estalli-
do de la emoción. A partir de entonces la forma tomó la misión de activar las
emociones. En La clase muerta (1975) aún persiste el diálogo o juego con Wi-
tkiewicz, pero de Tumor Cerebrovich, obra en que Kantor basa el espectáculo,
quedará tan sólo un eco de figuras fragmentadas. En su trabajo comienza a
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Kantor estrenó Los zapateros en 1972 (Malakoff, Francia).
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Teatr Stary, Cracovia, 1974, su última colaboración con el teatro convencional.
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Me refiero al que fue distribuido en el estreno el 15 de noviembre de 1975.
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Witkiewicz, iniciada la guerra intentó escapar al Este, pero topó allí con la invasión Soviéti-
ca, se suicidó el 18 de septiembre de 1939.
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Como judío, vivía en un gueto, y fue asesinado como represalia por la Gestapo el 19 de
noviembre de 1942.
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El nombre y las obras de Gombrowicz fueron proscritas por el régimen socialista de Polo-
nia, hasta su muerte en 1969, y los acontecimientos políticos de 1970, que resultaron en el
“segundo deshielo”.
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Bruno Schulz, grabador y dibujante judío, es de esos artistas que –en algún
sentido– se mantienen fuera de las corrientes temporales del arte, se ocupa
más bien de un elemento siempre actual en la pintura: lo grotesco. Lo gro-
tesco mantiene en equilibrio esas dos caras de la vida; muestra lo trágico que
hay en la cómica insustancialidad de las cosas. […] Desde el lado de la forma
lo grotesco –escrito, dibujado o bailado– revela una especie de deformación
del mundo que nos rodea, al que ya nos hemos acostumbrado. Subraya los
rasgos característicos de las cosas, que se nos muestran demasiado llamativas
en comparación con su tenue fondo. Al mismo grupo de artistas pertenecen
Goya, El Bosco, Rops, y de los actuales y aún vivos: Schulz, Dix y Grosz (en
Jarzębski 139, traducción mía).
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que realizó entre 1920 y 1922 en la técnica clichés-verre (placas de vidrio) crea
un mundo de oscuro erotismo. En este libro herético la figura idolatrada es la
mujer bella y monstruosa como un maniquí, siempre de estatura mayor que sus
pretendientes viejos y enclenques que la desean; un culto a la feminidad llevada
al límite. Mientras que los varones contrastan por su deformidad: aspecto rep-
til, mitad hombres mitad fieras paralizados ante el despliegue del frío erotismo.
Witkiewicz a su modo comentó este aspecto de la obra de Schulz:
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•Los maniquíes de Tadeusz Kantor
En una palabra –dijo mi padre–, queremos crear al hombre por segunda vez,
a imagen y semejanza del maniquí (Schulz, Tratado de los maniquíes 29).
Y, más adelante:
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Bibliografía
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Interpress, 1988.
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