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MI ENCUENTRO CON LOS TARAHUMARA EN LEADVILLE 100,
POR MICAH TRUE
Hice que llamaran a mi buena amiga Robin, quien llegó al hospital para
llevarme a casa y cuidarme. Ella me diría más tarde que había estado
delirando, y cómo estuvo a punto de llevarme de vuelta al lugar que había
decidido tan firmemente dejar! Después de una semana o así, ya podía
moverme sin mucho dolor, por lo que decidí celebrar el hecho de estar vivo
apuntándome en la Leadville 100 Miles.
Ya la había corrido seis años antes, y con una marca de 22h30 entré en 10º
lugar pese a hacerlo con mucha cautela debido a que en los dos meses que
van de la Western States 100 Miles a Leadville no había podido correr.
Había tropezado en una curva en los primeros tramos de la Western,
sufriendo un serio esguince de tobillo. Pero seguí corriendo hasta que el
doctor me hizo parar en el control de las 85 millas, cuando apenas podía
mover lo que ya era un pie hinchado como el de un elefante. Al año
siguiente, había estado en las mejores condiciones aeróbicas de mi vida,
tras haber completado varias semanas de 240km de entrenos y ganar un par
de carreras de 50 Millas
Así pues fui entonces a Leadville a por todas, sólo para sufrir una fractura
por estrés en la tibia y en el tendón de Aquiles por los daños causados al
correr demasiado cargando sobre el tobillo izquierdo, teniendo que
retirarme a mitad de camino. Después de padecer una variedad de lesiones
en los pies y de las decepciones asociadas, había dejado de luchar contra
los elementos. Corté en seco la competición y había reducido mucho
incluso mis kilómetros de correr por correr. Y allí estaba yo, cinco años
después, con un buen mes para entrenar, listo para celebrar mi buena
fortuna de estar vivo.
Leadville 1.994:
Al año siguiente estaba listo para mejorar en gran medida mi rendimiento
en Leadville, después de haber estado muy bien de salud y entrenando a
ritmo durante todo el año. Estaba listo para rodar. El único problema era
que las inscripciones para la carrera se habían agotado en apenas una
semana tras abrirse al público, mientras yo había estado en Chiapas y
Guatemala. Pasaba una temporada conviviendo con los revolucionarios
Maya-Chamula tras haber tenido una colisión con una vaca en una carretera
de montaña apenas unos días antes del 1 de enero del 1994 en que se
produjo el levantamiento zapatista. Los felices espectadores indígenas
habían rematado y despedazado de inmediato al desafortunado animal en la
misma cuneta, mientras algunos de ellos me ayudaban a reparar mi coche
lo suficiente como para huir antes de que llegara la policía o el ejército que
estaban estacionados allí cerca, o los propios ganaderos dueños de la vaca.
Tuvimos que enderezar las aspas del ventilador lo justo para evitar que se
golpearan contra el machacado radiador, que echaba agua fuera más rápido
de lo que yo lograba verter en él. Entonces me dijo que había mucha agua
en un arroyo cercano a su aldea. Cargamos un poco de carne y a los indios
en la parte trasera de la camioneta y tres de los Chamula se amontonaron en
los asientos delanteros conmigo. El moreno Chamula, normalmente tan
serio, no podía dejar de reír cuando me oyó maldecir al animal: “Pinche
vaca; No bueno para nada” “Buena para comer” – me contestaron a
coro.
Un día recibí una llamada telefónica del promotor gringo del equipo
Rarámuri. Buscaba la ayuda de alguien que conociera el trazado y pudiera
correr la vuelta al ritmo de algunos de “sus” corredores. “Claro, voy a
hacerlo, siempre puedo correr las 50 millas de vuelta con el corredor de
mi elección.” “Ellos tienden a correr más rápido a medida que avanzan
¿Seguro que puedes seguir el ritmo? “, me desafió. “Si no puedo mantener
el ritmo, entonces no me necesita “,le confirmé. Por supuesto ¡Casi todo el
mundo puede correr al ritmo de alguien que ya ha completado antes 50
millas a una altitud media de más de 3.200 metros!
Este apodo me fue dado por los mayas que habitaban las sierras de
Guatemala, donde como corredor de montaña había surcado las laderas de
muchos de los altos volcanes del país, mezclándome con los sonrientes
habitantes de cada aldea a lo largo del camino, y los -no tan sonrientes-
militares durante los tiempos de la guerra civil. Mientras pasé unos pocos
inviernos en los alrededores del lago del cráter volcánico de Attitlan,
entraba corriendo en un pueblo, saludaba a los nativos, les compraba
tortillas y plátanos, y a continuación seguía avanzando de esta manera de
pueblo en pueblo. Cuando me cansaba, me buscaba una habitación por
alrededor de un dólar, dar un salto en el lago para bañarme, relajarme y
comer a base de frutas tropicales y variedad de otras golosinas durante el
resto de la noche. ¡Una vida dura!
De los siete Rarámuri que corrían este año, cinco eran todos de la
misma aldea de montaña de unos 500 habitantes. El promotor gringo los
había encontrado simplemente preguntando alrededor de la Sierra Madre.
¿Dónde viven los mejores corredores?. Juan Herrera y mi amigo
Martimiano Cervantes eran los favoritos entre los rarámuri para ganar. Juan
me había dicho que a sus 41 años de edad, Martimiano era el mejor
corredor en su pueblo. Juan estaba muy seguro de sí mismo, casi arrogante.
Martimiano se limitó a sonreír, estaba a gusto y confiado. Durante las
primeras etapas de la carrera, yo estaba pasando el rato en nuestra cabaña
de la montaña, leyendo y descansando. Me encontraría con los corredores y
promotores en Twin Lakes, en la línea de las40 millas. A los escuderos se
les permite comenzar a correr en Winfield, en la marca de 50 millas, apenas
unas duras millas tras descender de las montañas pasando el punto más alto
de la carrera, cruzando HopePass a 3.800 metros.
Le dije que íbamos a CAMINAR por las subidas más empinadas, y correr
por los llanos y los descensos. Cuando llegábamos al pie de una colina,
Martimiano diría “Arriba, caminamos”. “¿A eso le llamas un arriba?
¡Andale huevón!”, Le soltaba un latigazo verbal a mi perezoso y risueño
indio, y corríamos juntos colina arriba. Seguimos corriendo, por el sube-
baja que sale de la pista del bosque y llegamos al puesto de control de Half-
Moon, donde un equipo de filmación estaba esperando.
Las tres P, de acuerdo con Caballo Blanco, son las siguientes: Pinole
maíz molido] – Pisto [alcohol duro local] – Pinocha [los genitales
femeninos]. Ruego me disculpen. Tuve que levantar al indio después de
que se cayera riendo al suelo. ¡Ándale! Seguimos corriendo a un ritmo
suficientemente rápido para cubrir el tramo de larga pista entre el
campamento de Half-Moon y el puesto de socorro de la Piscifactoría a la
luz del día. Después de la piscifactoría nacional, que implica un rápido
chequeo médico, comienza un largo ascenso por el monte hasta coronar el
puerto de Sugarloaf, que parece interminable.
Cada vez que veía a Martimiano demasiado serio, le recordaba que volviera
a comer algo más de sus tres P. Nos reíamos y así hacíamos más amena la
larga subida. Fue después de coronar al fin este último puerto y correr ya en
descenso hacia el otro lado, que Martimiano y yo iniciamos una larga
conversación acerca de “La Bruja”. Mi español era limitado,
definitivamente; y también el de Martimiano, pues él es un Rarámuri muy
tradicional que habla su lengua propia y muy poco español. Sin embargo, la
comunicación bajo la luna llena, y durante toda la carrera había sido muy
buena. Nos entendíamos por completo. A veces, la risa habla con mucha
más claridad que las palabras. Hablamos del enorme respeto que sentíamos
por La Bruja y su asombroso rendimiento, y de qué le íbamos a decir más
tarde, después de la carrera. Deseábamos hacerle entrega de un “Korima”
[regalo].