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29 Diciembre 2019

LA BRUJA Y LOS RARÁMURIS. Crónica Leadville 100 Miles


1994, por Micah True. La ultra más hermosa de la historia.

Nuestra sección LEYENDAS DE MONTAÑA se va a LEADVILLE


100 MILES 1994. Para muchos, la ultra trail más hermosa de la historia:
Por el mágico trazado en Las Rocosas. Por el duelo entre Ann Trason y
los Tarahumaras. Su historia me llevó a la Leadville 2010 y allí, tras cruzar
su meta de 100 millas, supe que era el primer español en hacerlo, tras 24
años de carrera. Hasta hoy, Leadville supone para mí un hondo recuerdo.

Esta Navidad quiero recuperar la traducción que publiqué en 2011 de la


crónica de Micah True, el “Caballo Blanco” que inspiró el clásico moderno
Born To Run. Arrancamos con la primera visita Tarahumara a España, que
llegaría en 2013 y vamos después con la magia de “La Bruja” y los
raramuris.

_______________________________
MI ENCUENTRO CON LOS TARAHUMARA EN LEADVILLE 100,
POR MICAH TRUE

El verano de 1993: Me desperté en el “Boulder Community Hospital”


después de un grave accidente de bicicleta. Mi casco se había partido en
dos y tenía numerosos cortes alrededor de los ojos que habían requerido
muchos puntos. Lo último que recordaba era sentirme salir volando sobre
el manillar de la bici mientras aceleraba hacia abajo a casi 60 km/h, cuando
en el largo descenso pavimentado me encontré un inesperado parche de
gravilla. No podía dejar que el personal del hospital me dejara ingresado,
pues no tenía seguro alguno de salud ¡Y todo caballo tiene que comer!

Hice que llamaran a mi buena amiga Robin, quien llegó al hospital para
llevarme a casa y cuidarme. Ella me diría más tarde que había estado
delirando, y cómo estuvo a punto de llevarme de vuelta al lugar que había
decidido tan firmemente dejar! Después de una semana o así, ya podía
moverme sin mucho dolor, por lo que decidí celebrar el hecho de estar vivo
apuntándome en la Leadville 100 Miles.

Ya la había corrido seis años antes, y con una marca de 22h30 entré en 10º
lugar pese a hacerlo con mucha cautela debido a que en los dos meses que
van de la Western States 100 Miles a Leadville no había podido correr.
Había tropezado en una curva en los primeros tramos de la Western,
sufriendo un serio esguince de tobillo. Pero seguí corriendo hasta que el
doctor me hizo parar en el control de las 85 millas, cuando apenas podía
mover lo que ya era un pie hinchado como el de un elefante. Al año
siguiente, había estado en las mejores condiciones aeróbicas de mi vida,
tras haber completado varias semanas de 240km de entrenos y ganar un par
de carreras de 50 Millas

Así pues fui entonces a Leadville a por todas, sólo para sufrir una fractura
por estrés en la tibia y en el tendón de Aquiles por los daños causados al
correr demasiado cargando sobre el tobillo izquierdo, teniendo que
retirarme a mitad de camino. Después de padecer una variedad de lesiones
en los pies y de las decepciones asociadas, había dejado de luchar contra
los elementos. Corté en seco la competición y había reducido mucho
incluso mis kilómetros de correr por correr. Y allí estaba yo, cinco años
después, con un buen mes para entrenar, listo para celebrar mi buena
fortuna de estar vivo.

Aquella carrera de Leadville 1.993 fue el momento en que tres


Tarahumaras de la Sierra Madre de México habían llegado desde los
profundos cañones de su país hacia el norte para correr, literalmente, por
comida. Había habido una grave sequía en su tierra, las personas tenían
hambre, la desnutrición era rampante entre los niños, se morían de hambre.
El pueblo Tarahumara sufría la maldición de una altísima mortalidad
infantil. Los corredores tarahumaras recibieron la promesa de traer
alimentos abundantes para sus pueblos si aceptaban viajar con un
patrocinador “gringo” a los Estados Unidos para competir. Así lo hicieron.
Mientras disputaba ese año las 100 millas de carrera en las montañas de
Colorado, corriendo con mucha cautela y sin problemas en su mayor parte,
tuve ocasión de charlar en la pista con el viejo Victoriano, el rarámuri de 55
años que había arrancado lentamente y poco a poco fue ganando terreno.
Sus movimientos eran tan suaves y elegantes como las nubes de tormenta
deslizándose por la tarde en un típico día de verano de las Montañas
Rocosas.

Victoriano fue pasando al resto de los corredores hasta ganar la carrera.


Cirrildo, que era del mismo pueblo, terminó en segundo lugar y Manuel
Luna terminó en quinto lugar. Yo mismo entré en el puesto 28º, en un
tiempo nada malo de poco más de 24horas. Estaba bastante contento
teniendo en cuenta lo que había sentido apenas un mes antes.

Leadville 1.994:
Al año siguiente estaba listo para mejorar en gran medida mi rendimiento
en Leadville, después de haber estado muy bien de salud y entrenando a
ritmo durante todo el año. Estaba listo para rodar. El único problema era
que las inscripciones para la carrera se habían agotado en apenas una
semana tras abrirse al público, mientras yo había estado en Chiapas y
Guatemala. Pasaba una temporada conviviendo con los revolucionarios
Maya-Chamula tras haber tenido una colisión con una vaca en una carretera
de montaña apenas unos días antes del 1 de enero del 1994 en que se
produjo el levantamiento zapatista. Los felices espectadores indígenas
habían rematado y despedazado de inmediato al desafortunado animal en la
misma cuneta, mientras algunos de ellos me ayudaban a reparar mi coche
lo suficiente como para huir antes de que llegara la policía o el ejército que
estaban estacionados allí cerca, o los propios ganaderos dueños de la vaca.

Tuvimos que enderezar las aspas del ventilador lo justo para evitar que se
golpearan contra el machacado radiador, que echaba agua fuera más rápido
de lo que yo lograba verter en él. Entonces me dijo que había mucha agua
en un arroyo cercano a su aldea. Cargamos un poco de carne y a los indios
en la parte trasera de la camioneta y tres de los Chamula se amontonaron en
los asientos delanteros conmigo. El moreno Chamula, normalmente tan
serio, no podía dejar de reír cuando me oyó maldecir al animal: “Pinche
vaca; No bueno para nada” “Buena para comer” – me contestaron a
coro.

Entonces nos llevaron cerca de su aldea de montaña donde festejaron y me


trataron como a una especie de héroe, más bien un agotado caballo heroico,
llenando todos mis contenedores de mi agua, y algunos más, antes de salir
y conducir mi destartalado camión de vuelta al campamento en las afueras
de la ciudad de San Cristóbal De Las Casas, donde llegó en una nube de
vapor, con los silbidos del radiador y los gritos del motor cantando en total
falta de armonía. Había sentido la urgencia de sacar mi camioneta fuera de
las montañas de Chiapas, para conducirlo en cinco horas hasta a la costa y
al parque de la plantación de coco de mi amigo.

Trabajé de firme en el camión un par de días antes de conducirlo fuera de


allí en la mañana del día de Año Nuevo. A mi llegada a la localidad costera
de Puerto Arista, el pueblo entero se había reunido frente al televisor
¡Viendo la revolución zapatista que se producía en las calles de San
Cristóbal!

“Bueno, caramba, realmente quiero correr esta carrera. Soy un viejo y


leal amigo de este evento ¿No me dejas entrar?” Le supliqué al director
de carrera, que ni siquiera recordaba mi nombre o quién era yo, a pesar de
que había formado parte de la “gran familia de la carrera”, cuatro veces.
Ninguna posibilidad. La carrera había crecido mucho ahora, y los dorsales
estaban muy cotizados. El “New York Times” y varias publicaciones
habían difundido la historia del indio mejicano de 55 años vencedor de la
carrera.

¡Leadville era ahora un punto clave en el mapa ultra! La carrera y su


patrocinador corporativo, una empresa de calzado, se habían beneficiado
considerablemente de toda la publicidad, la sensacional historia de los
indios pobres corriendo para llevar comida a la aldea, y no sólo corriendo
sino GANANDO, y todo ello obra de un hombre de 55 años en sandalias.
Se cerró un nuevo trato en que se hizo un trato con el promotor “gringo”
que había conducido al norte a los Tarahumaras, para traer otro equipo de
siete Rarámuris a la carrera del 94. Creo que parte del trato era el uso por
los indios de las zapatillas del patrocinador en carrera, para las fotos
correspondientes.

Un día recibí una llamada telefónica del promotor gringo del equipo
Rarámuri. Buscaba la ayuda de alguien que conociera el trazado y pudiera
correr la vuelta al ritmo de algunos de “sus” corredores. “Claro, voy a
hacerlo, siempre puedo correr las 50 millas de vuelta con el corredor de
mi elección.” “Ellos tienden a correr más rápido a medida que avanzan
¿Seguro que puedes seguir el ritmo? “, me desafió. “Si no puedo mantener
el ritmo, entonces no me necesita “,le confirmé. Por supuesto ¡Casi todo el
mundo puede correr al ritmo de alguien que ya ha completado antes 50
millas a una altitud media de más de 3.200 metros!

Había llevado mi infame camioneta matavacas desde mi cabaña en las


montañas cerca de Nederland, Colorado, hasta Leadville para cumplir
con los siete corredores tarahumaras y su patrocinador. Nada más
conocernos, un atractivo Rarámuri [se parecía un poco a mí] me miró a los
ojos y a cada uno nos brotó una enorme sonrisa, reconociéndonos
mutuamente como pareja para la carrera. El patrocinador gringo quedó
sorprendido por la inmediata comunicación entre Martimiano y yo, sobre
todo porque el “gringo” había mostrado un desdén evidente hacia mí al
principio. Más tarde se abriría considerablemente, siendo mucho más
amigable y me respetaría mucho más como el otro “loco” gringo que se
había presentado a los Tarahumaras por el apodo de “Caballo Blanco”.

Este apodo me fue dado por los mayas que habitaban las sierras de
Guatemala, donde como corredor de montaña había surcado las laderas de
muchos de los altos volcanes del país, mezclándome con los sonrientes
habitantes de cada aldea a lo largo del camino, y los -no tan sonrientes-
militares durante los tiempos de la guerra civil. Mientras pasé unos pocos
inviernos en los alrededores del lago del cráter volcánico de Attitlan,
entraba corriendo en un pueblo, saludaba a los nativos, les compraba
tortillas y plátanos, y a continuación seguía avanzando de esta manera de
pueblo en pueblo. Cuando me cansaba, me buscaba una habitación por
alrededor de un dólar, dar un salto en el lago para bañarme, relajarme y
comer a base de frutas tropicales y variedad de otras golosinas durante el
resto de la noche. ¡Una vida dura!

Después de un tiempo, solían recibirme al llegar a las afueras de cada


pueblo, las mujeres y los niños se alineaban en la calle gritando “El Caballo
Blanco” , y los niños me seguían, riendo. Me resultó un dulce detalle, así
que me llevé este nombre conmigo a lo largo de mis viajes por América
Latina, y creo que la imagen de un caballo blanco debe ser algo muy
querido por la gente de América y los pueblos indígenas porque siempre he
sido recibido calurosamente con una sonrisa cuando me presento a mí
mismo de esta forma.

Mientras estábamos en la cabaña de montaña donde los indios,


patrocinador gringo y yo nos alojamos, me dirigí a los corredores, “Hay
una mujer muy especial que va a correr la carrera, una corredora que
tiene grandes poderes, como una bruja” ¡Tiene muy buenas
oportunidades de ganar esta carrera! Los Rarámuri empezaron a hablar
entre sí frenéticamente, “¿Ganar una mujer?”.

En ese momento, el gringo puso los ojos en blanco y frunció el ceño. La


única palabra que entendí de los Rarámuri durante su rápido y discreta
conversación, era “bruja”, esta palabra se repetía en voz baja por todos
ellos, “bruja bruja…”como bruja, ya lo escuchaste eso? bruja! “La mejor
manera de correr esta carrera…” continué en mi spanglish de caballo “…es
no pasar a la bruja hasta cerca del final, hay que montearla como a un
venado”

Los Rarámuri estaban charlando muy rápidamente, su lenguaje suena como


una bandada de pájaros, con tal vez un poco de jerga marciana entre
medias. El padrino gringo me fulminó con una intensa mirada. Parece que
los Tarahumaras creer tanto en brujas como en los hombres del espacio.
Era demasiado tarde para que el patrocinador se me quitara de encima. Los
Rarámuri ya me habían aceptado, a este pobre caballo loco. Y además, él
me necesitaba para funcionar y correr con los Rarámuri en cabeza, ya que
les gustaba y confiaban en mí. El Señor Promotor trató de mantenerlos tan
aislados como le fue posible, al menos aislados de alguien cuando él no
estaba allí para protegerles del mundo exterior al que les había llevado. Un
equipo de televisión estaba en Leadville para retransmitir la carrera, la
ciudad bullía animada con su habitual entusiasmo antes de la carrera, y más
aún este año. “La Bruja” –
Ann Trason, era ampliamente conocida en los círculos del mudillo
como la mejor ultrafondista del planeta, habiendo ganado muchas
carreras venciendo a todas las mujeres… y a TODOS LOS HOMBRES en
competición, una leyenda viviente. Habría una muy fuerte lista de inscritos
para esta carrera, en un año decisivo para Leadville. Muchos de los
corredores americanos habían comenzado a quejarse de la presencia de los
Rarámuri. Sin embargo, otros muchos de los corredores americanos estaban
encantados con el regreso de este pueblo hermoso y único. Había un poco
de todo.

El Señor Promotor cruzaba la ciudad con “sus” corredores a remolque,


asegurándose de que nadie se acercara demasiado. Me pareció que, aunque
tímidos, los Rarámuri también disfrutaban conviviendo con gente amable.
¿Quién no aprecia una cara sonriente mostrando amabilidad y respeto?
Aunque ciertamente, no todos los rostros que nos rodeaban eran sonrientes.
Hubo una progresiva acumulación de tensión entre el promotor, los
organizadores de carrera, y el patrocinador. Parecía que el promotor de los
Rarámuri iba a empacarlos a todos ellos a su camioneta y los llevaría de
vuelta a la frontera. Parecía que había una discusión sobre algún tipo de
pago. No sé, me estaba divirtiendo de visita con los Rarámuri en la cabaña,
mientras les contaba historias y mostraba las calcomanías de los animales
pegados en mi infame camioneta, del Oso, del Puma, y del Pescado [en
realidad, un salmón grande que no creo que alguna vez hayan visto o para
el que tengan una palabra autóctona]. La noche antes de la carrera, parecía
que el promotor gringo iba a tomar sus indios y dejarlo. Qué lástima.
Luego, en el último momento al parecer, se alcanzó un acuerdo entre todos
los interesados que habían estado discutiendo. No creo que nadie
preguntara a los Rarámuri lo que ellos querían hacer.
¡Guadajuko! [Palabra Tarahumara que significa algo así como: ¡Guay!]

Vamos a Correr 4 a.m.: Que empiecen Los Juegos.

Más de 400 corredores se alinean en el cruce de la calle sexta y la principal


para iniciar la carrera de las cien millas de Leadville. La mayoría estaban
estirando y sacudiéndose el nerviosismo pre-carrera. Un grupo de siete
corredores envueltos en blusas de colores y faldas, calzados con sandalias
hechas de tiras de neumáticos de fabricación casera estaban de pie a un
lado. Totalmente relajados, realizaban su rutina de estiramiento
Tarahumara, que consistía en no hacer nada. Hacía demasiado frío en las
montañas a 3.200 metros, y no había grandes rocas cerca de la calle para
dar cabida a la habitual práctica pre-carrera de tumbarse por ahí en alguna
gran losa, de modo que los Rarámuri se quedaron allí, sin mostrar signos de
que estaban a punto de embarcarse en una carrera de 100 millas a través de
las montañas de Colorado, compitiendo con algunos de los mejores
corredores ultra de los Estados Unidos.

El rifle marcó el comienzo de la carrera.

Este año, había algunos rarámuris más jóvenes, incluyendo alguno de 25


años de edad, Juan Herrera, que salieron mucho más rápido de lo que
arrancó el equipo de mayores Tarahumara que había llegado a Leadville el
año anterior. Había muchos corredores más de lo habitual en carrera este
año, se había llenado hasta el límite más allá de la entrada, en gran parte
debido a la presencia de los Rarámuri. Las primeras seis o siete millas de
carrera fueron sobre pista forestal antes de convertirse en un estrecho
sendero que rodeaba todo el Lago Turquesa. Para los corredores que
quieren estar entre los líderes, una estrategia segura es comenzar lo
suficientemente rápido como para no estar detrás de muchas personas
cuando se aborda ese caminillo en las horas oscuras de la madrugada.

De los siete Rarámuri que corrían este año, cinco eran todos de la
misma aldea de montaña de unos 500 habitantes. El promotor gringo los
había encontrado simplemente preguntando alrededor de la Sierra Madre.
¿Dónde viven los mejores corredores?. Juan Herrera y mi amigo
Martimiano Cervantes eran los favoritos entre los rarámuri para ganar. Juan
me había dicho que a sus 41 años de edad, Martimiano era el mejor
corredor en su pueblo. Juan estaba muy seguro de sí mismo, casi arrogante.
Martimiano se limitó a sonreír, estaba a gusto y confiado. Durante las
primeras etapas de la carrera, yo estaba pasando el rato en nuestra cabaña
de la montaña, leyendo y descansando. Me encontraría con los corredores y
promotores en Twin Lakes, en la línea de las40 millas. A los escuderos se
les permite comenzar a correr en Winfield, en la marca de 50 millas, apenas
unas duras millas tras descender de las montañas pasando el punto más alto
de la carrera, cruzando HopePass a 3.800 metros.

Los primeros corredores que desembocaron desde la Colorado Trail en el


pueblo de Twin Lakes, en las 40 millas, fueron “La Bruja” – Ann Trason y
Martimiano, quien había cometido el error de pasar a la Bruja, y otro
corredor Tarahumara que había pasado también la Bruja. Juan acababa de
llegar después del grupo de cabeza. Todos en el grupo de cabeza estaban
marcando un ritmo increíblemente rápido en este día soleado de las
Montañas Rocosas.. Justo antes de entrar al puesto de control en Twin
Lakes, Ann había vuelto a ponerse por delante de Martimiano y los otros
Rarámuri otros que la habían pasado antes.
“¡Pregúntales cómo se sienten al pasados por una mujer!” , Gruñó la
Bruja. “Aprende español y díselo tu misma” le sonreí. Era intensamente
competitiva. “Los odio”, cuentan que le oyeron decir.

Salté en la furgoneta del promotor y dimos un rodeo a las montañas para


reunirnos después con los corredores en el punto en que alcanzaban la pista
de grava tras haber corrido por lo alto de las montañas y cruzar Hope Pass.
Aquí llegaron, descendiendo de la montaña, casi en el mismo orden en que
habían llegado a la última vez que los vi, la Bruja en primer lugar, esta vez
seguida por Juan, Martimiano y el resto de los Rarámuri a continuación, y
luego una gran distancia antes de que los siguientes estadounidenses
comenzaran a aparecer. Mi hombre, Martimiano, llegó a la pista como de
costumbre, con una gran sonrisa de comedor de peyote en su rostro. Me
devolvió la sonrisa, y un espectador le entregó una botella fría de Coca-
Cola. Martimiano vació la botella en un segundo, luego empezó a correr los
cinco kilómetros de pista a Winfield, el paso de ecuador para este trazado
de ida y vuelta. Yo trotaba al otro lado de la calzada, emocionado por
empezar a correr ya juntos a partir de su vuelta desde Winfield.

Sabía que con Martimiano, íbamos a meternos una buena carrera de 50


millas. A mitad de camino a Winfield, el indio se dobló en dos, sosteniendo
su vientre, gimiendo. Los carbónicos de la Coca-Cola le habían provocado
una enorme bolsa de gases y dolor de estómago; Martimiano se dolía.
Cojeó el último par de kilómetros hasta Winfield, viendo pasar a la Bruja y
a Juan corriendo fuerte ya en su viaje de regreso a la pista que los llevaría
hacia arriba y sobre el puerto de nuevo, en las primeras etapas de su viaje
de regreso a Leadville.En el giro de las 50 millas en Winfield, Martimiano
se estaba tomando su tiempo, tratando de vomitar, incapaz de sacar nada
más que un fuerte y musical “buuurrrrp”. No pintaba bien para el tranquilo
Rarámuri fresco con las atractivas facciones cinceladas, el cuerpo de magro
músculo y una gran sonrisa casi perpetua. ¡Ahora no sonreía! Le hice
comer una banana, le tomé de la mano y dije “¡Andale huevón!”

Se echó a reír y de mala gana me acompañó, caminando de regreso por la


carreterilla de tierra hasta que logré que pasara al trote y al fin a la carrera.
De camino al sendero de montaña a continuación, vimos a un puñado de
corredores que se dirigían al giro, más cerca de nosotros. Lo drogué
verbalmente por toda la empinada trocha que nos conducía hacia el
siniestro “Paso de la Esperanza”; diciéndole que aquí es donde yo siempre
había querido también abandonar, sintiéndome también miserable. Le dije
que cuando llegáramos a la montaña madre de “Esperanza”, mamá
Esperanza nos iba a premiar bendiciéndonos con su fuerza, y nos enviaría
con velocidad y gracia en nuestro camino por su vertiente más suave. ¡Y
efectivamente, así lo hizo! Martimiano se había recuperado. Habíamos
perdido una gran cantidad de tiempo luchando contra su enfermedad, pero
había regresado de estar semimuerto en carrera, y ahora volábamos con la
gracia de Esperanza, bailando sobre las rocas en el largo descenso hacia el
control de Twin-Lakes, todavía en tercer puesto, con nadie próximo por
detrás de nosotros, y La Bruja con Juan al acecho, por delante de nosotros.

Por delante, a partir de su llegada de vuelta a Twin Lakes, Juan


Herrera iba ya acompañado de su escudero, un talentoso corredor de
fondo de San Diego llamado Jamie Williams. Iban a rebufo de la Bruja y su
ayudante. Cada vez que la Bruja se detenía para atarse un zapato, orinar o
lo que fuera, Juan se detenía hasta que ella estaba de nuevo lista para
continuar, asegurándose de seguir mi consejo: “No adelantes a la Bruja”
Más tarde leí la crónica de la carrera por La Bruja, Ann Trason. En su
relato, confesó como de enervante le resultó que Juan no se esforzara nunca
en pasarla, como si con ello le demostrara que podía pasarla en el momento
que él quisiera. Martimiano y yo estábamos disfrutando de la suave zona de
toboganes, que traza la Colorado Trail en el tramo comprendido entre Twin
Lakes y el campamento de Half-Moon.

Le dije que íbamos a CAMINAR por las subidas más empinadas, y correr
por los llanos y los descensos. Cuando llegábamos al pie de una colina,
Martimiano diría “Arriba, caminamos”. “¿A eso le llamas un arriba?
¡Andale huevón!”, Le soltaba un latigazo verbal a mi perezoso y risueño
indio, y corríamos juntos colina arriba. Seguimos corriendo, por el sube-
baja que sale de la pista del bosque y llegamos al puesto de control de Half-
Moon, donde un equipo de filmación estaba esperando.

Mientras el cámara plantaba su aparato con rudeza ante la cara de un


incómodo Martimiano, el comentarista anunciaba: “Saliendo de la pista en
el tercer lugar, al paso de las 70 millas, el corredor Tarahumara
Martimiano Cervantes, y su escudero americano, desde Colorado, Micah
True. “Micah, nos puedes decir si hay algún tipo de secreto de la
resistencia increíble de los Tarahumara… ¿Qué comen?” No quería
demorarme mucho, pues Martimiano estaba claramente a disgusto, pero
atendí la pregunta: “Pues…sí, debería ser por las tres P. El Rarámuri come
las tres P cada vez que puede”

El comentarista estaba muy emocionado ante tal revelación. “¡Señoras y


señores, están a punto de escuchar, en exclusiva en esta cadena la fórmula
nutricional que es el secreto de los Tarahumara! Micah, ¿Cuáles son las
tres P?” “Las tres P, son: Pinole, pisto, y Pinocha”. Nos dimos la vuelta
para huir mientras el comentarista repetía en voz alta a cámara la fórmula
secreta de nutrición de los Tarahumaras. Como tenía una sonrisa aún más
grande que lo normal en mi cara, Martimiano quería saber qué me hacía
tanta gracia. Quería saber lo que había dicho el comentarista de televisión.

Las tres P, de acuerdo con Caballo Blanco, son las siguientes: Pinole
maíz molido] – Pisto [alcohol duro local] – Pinocha [los genitales
femeninos]. Ruego me disculpen. Tuve que levantar al indio después de
que se cayera riendo al suelo. ¡Ándale! Seguimos corriendo a un ritmo
suficientemente rápido para cubrir el tramo de larga pista entre el
campamento de Half-Moon y el puesto de socorro de la Piscifactoría a la
luz del día. Después de la piscifactoría nacional, que implica un rápido
chequeo médico, comienza un largo ascenso por el monte hasta coronar el
puerto de Sugarloaf, que parece interminable.

Cada vez que veía a Martimiano demasiado serio, le recordaba que volviera
a comer algo más de sus tres P. Nos reíamos y así hacíamos más amena la
larga subida. Fue después de coronar al fin este último puerto y correr ya en
descenso hacia el otro lado, que Martimiano y yo iniciamos una larga
conversación acerca de “La Bruja”. Mi español era limitado,
definitivamente; y también el de Martimiano, pues él es un Rarámuri muy
tradicional que habla su lengua propia y muy poco español. Sin embargo, la
comunicación bajo la luna llena, y durante toda la carrera había sido muy
buena. Nos entendíamos por completo. A veces, la risa habla con mucha
más claridad que las palabras. Hablamos del enorme respeto que sentíamos
por La Bruja y su asombroso rendimiento, y de qué le íbamos a decir más
tarde, después de la carrera. Deseábamos hacerle entrega de un “Korima”
[regalo].

Durante el descenso desde Sugarloaf y antes de llegar al campamento de


Mayqueen, nos enteramos de que aquí Juan había decidido finalmente
pasar a La Bruja, dejando escapar un fuerte grito de guerra al pasar
disparado por delante de ella en la noche con su escudero, Jamie. Este
apenas podía mantenerse a la par de un Juan encendido, que siguió
subiendo el ritmo sin parar hasta la meta.

Juan Herrera llegó a Leadville, como ganador y nuevo hombre récord


de la carrera, rebajando en casi 30 minutos la marca anterior, con un
crono de 17:30. Ann Trason llegó segunda absoluta, y además logró la
tercera o cuarta marca más rápida en los más de 20 años de Leadville 100
miles, con un asombroso tiempo de 18:04. No solo destrozó cualquier
record femenino anterior, sino que creo que aún se mantiene. Y lo más
probable es que lo haga para siempre. Martimiano Cervantes terminó 3 º en
un tiempo de 19:40.4 de los 5 primeros clasificados fueron
Rarámuri. Hubo 7 Rarámuri que entraron dentro del top 11.
En la entrega de premios, mi amigo Martimiano pronunció un discurso en
honor a la gran corredora Ann Trason, diciendo cómo había quedado muy
impresionado con ella, y le había hecho un regalo [korima]. “En nombre de
mis amigos Tarahumara, nos gustaría entregar a Ann Trason con este
regalo.” La atleta patrocinada por Nike se acercó a recibir su regalo, un par
de huaraches hechos a mano.

Aquellos Tarahumaras nunca fueron invitados a volver a correr Leadville, a


pesar de que la política habitual de la carrera es que TODOS los campeones
del pasado son invitados automáticamente. Esta regla no parece aplicarse a
los Rarámuri.

Que los rarámuri y todos nosotros sigamos corriendo libres

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