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ANTIGUO EGIPTO
La paleta de Narmer encierra algunos de los elementos esenciales de la cultura faraónica y nos
hace saber que ya existían en el mismo de la secuencia dinástica.
Las tumbas nos proporcionan una valiosa información acerca de la creciente importancia de
Menfis, incluso en los primeros tiempos del Egipto Arcaico. Y la especial utilidad de las tumbas para el
conocimiento de la historia se deriva, a su vez, de la naturaleza de la religión egipcia.
1
PIJOAN, J. (1915) Historia del Arte. El arte a través de la Historia. Barcelona: Editorial Salvat. Pp 45-47
El interés egipcio por la momificación derivaba quizá de la superstición, pero tuvo ciertos
resultados muy útiles. Impulsó a los egipcios a estudiar los productos químicos y su comportamiento.
De este modo se alcanzó un gran conocimiento práctico, y hay algunos que pretenden hacer derivar la
palabra «química» de «Jem» o «Khem», la antigua denominación egipcia para su propio país. 2
MASTABAS
Las primeras tumbas eran estructuras oblongas, cuya forma se parece a la de los poyos
rectangulares construidos en el exterior de las casas egipcias. Estos poyos se llaman mastabas en árabe
moderno, y el mismo nombre se da a estas tumbas antiguas. Las antiguas mastabas se construyeron
de ladrillo. La cámara mortuoria, que albergaba los restos del difunto en un féretro protector, a veces
hecho de piedra, estaba debajo, y solía estar, por razones de seguridad, cerrada. Por encima se hallaba
una habitación abierta al público en la que se veían pinturas sobre la vida del muerto, y a la cual la
gente solía acudir para rezar plegarias rituales por el muerto. 3
Algunas de las más antiguas tumbas de Sáqqara pertenecen al parecer a varios reyes de la I y II
Dinastías. Si esto es así, ello quiere decir que Menfis fue su capital, al menos durante parte del tiempo.
La mastaba continúa siendo
3
ASIMOV, I: opc. cit. Pp 21
4
Kemp, B.: (1992) el Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización. Barcelona, 1992. Pp 55
de las construidas hasta entonces, y que además lo fue en piedra en vez de en ladrillo. Esto satisfizo sin
duda la necesidad de Zoser de impresionar a los egipcios con el poder de los reyes de la nueva
dinastía.
Imhotep construyó la
mastaba, que tenía 210 pies de
longitud, por cada lado, y unos 25 pies
de altura, en Sáqqara. Fue la primera
estructura de piedra de grandes
dimensiones del mundo, aunque
muestra un conservadurismo
típicamente humano en numerosos
detalles, pues la piedra está trabajada
imitando la madera y la caña de las
antiguas y más sencillas estructuras.
Además, la mastaba disponía de otras estructuras a su alrededor, de las que quedan algunos
restos. El conjunto estaba rodeado por una elevada muralla construida con paneles de piedra caliza de
concepción muy elaborada. El recinto tenía 1.800 pies de longitud y 900 de anchura.
Los detalles más refinados de la antigua magnificencia han desaparecido, pero el edificio
central —muy deteriorado por falta de cuidados— subsiste todavía, 4.600 años después de haber sido
construido. Y es no sólo la primera estructura de piedra de grandes dimensiones que se haya
construido, sino que además constituye la más antigua edificación construida por el hombre que existe
aún sobre la faz de la tierra.
LAS PIRÁMIDES
Entre las rocas de granito se construyeron redes de pasajes que conducían a una cámara
cercana al centro del enorme edificio, que habría de albergar el ataúd del rey, su momia y sus tesoros.
Jufu tuvo como sucesor a su hijo mayor, luego a su hijo menor. Este fue Jafre, al que Heródoto
denomina Kefrén; construyó una pirámide notablemente más pequeña que la de su padre, hacia el
2530 a. C. Trató de engañarnos al construir su pirámide sobre una elevación mayor, de modo que el
vértice superase el de la pirámide de Jufu. Buena parte de la piedra caliza que la recubría se conserva
cerca de la cúspide.
Sucesor de Jafre fue su hijo Menkure o, como los griegos lo llamaron, Micerino. Este edificó
una tercera pirámide, la menor de las tres, hacia el 2510 a. C.
Como se ve ya en y un principio, las mastabas y las pirámides son dos tipos del sepulcro de las
primeras dinastías y tienen ambos monumentos la misma cámara subterránea, escondida al extremo
de corredores disimulados en el interior del macizo. Hoy se tiende a derivar los dos tipos de tumba, la
mastaba y la pirámide, de un mismo plan de distribución de servicios. La pirámide sería una mastaba
colosal, con las paredes más inclinadas en vértice. La cámara funeraria está también en las pirámides
enclavada en la roca viva, debajo del monumento, y acabando en su acceso se halla tan disimulado
como ha sido posible. Lo que parecía constituir una diferencia esencial, era que la mastaba tenía una
habitación superior, la morada del doble, el alma donde vivía el difunto estaba pintado y reproducido
en escultura. El desarrollo de esta misma idea se ha encontrado también en las pirámides.5
ESFINGE
Hay un monumento que no es una pirámide, construido durante la IV Dinastía, que rivaliza en
fama con las propias pirámides. Se trata de una gigantesca escultura que representa a un león echado,
erigido junto a la calzada que lleva a la pirámide de Jafre, a sólo 1.200 pies al sudeste de la Gran
Pirámide. Se trata de una roca que aflora del suelo, cuya forma sugiere la de un león agazapado. El
cincel del escultor hizo el resto.
La cabeza del león es humana, y representa la de un hombre que lleva el tocado real. Se lo
considera un retrato de Jafre, y el conjunto es una demostración del poder y de la majestad del
monarca.
5
PIJOAN, J.: opc. cit. Pp 48
En siglos posteriores los griegos crearon mitos relativos a monstruos con cuerpo de león y
cabeza humana (de mujer más que de hombre, sin embargo), que se inspiraron probablemente en las
esculturas egipcias. Los griegos debieron considerar que tales monstruos eran peligrosos para el
hombre, pues llamaron a estas mujeres-león esfinges, término derivado de la palabra griega que
significa «el que estrangula». Existe un famoso mito referido a una esfinge griega; según aquél, el
monstruo obligaba a los que pasaban por el lugar a descifrar enigmas, y mataba a los que no los
acertaban. Por esta razón, de toda persona que cultiva un aire misterioso se dice que es como la
esfinge.
Los griegos aplicaron el mismo nombre a las estatuas egipcias que representaban a leones con
cabeza humana, de las que había miles en la región. Aunque sólo una era de gran tamaño, y ésa era la
construida por Jafre. Se trata de la «Gran Esfinge», y su silencioso cavilar en el desierto refuerza la idea
de misterio que evoca la palabra
TEMPLOS DE ABUSIR
Parece también que en el Egipto de las primeras dinastías hubo dos escuelas contemporáneas
de escultura: una de arte popular, que ejecuta estos retratos en madera o en piedra muy blanda, y que
6
PIJOAN, J: opc cit. Pp 50-54
se distingue por su naturalismo, y otra áulica o cortesana, productora de los retratos de los faraones,
que se caracteriza por una gran inmovilidad y es la que en definitiva acaba por triunfar sobre la escuela
popular, más expresiva.
Trasladada a Tebas la corte, los sepulcros faraónicos recordaron durante algún tiempo en su
construcción la forma de la pirámide, pero sólo como un símbolo, para manifestar la calidad de la
sepultura. El monumento faraónico más antiguo de Tebas, que es la tumba de un monarca llamado
Mentuetep, y es curioso observar cómo la pirámide atrofiada se ha reducido hasta llegar a caber
dentro de un patio Era una pirámide honoraria, un elemento puramente ritual o decorativo del
sepulcro.
En cambio, el templo de la pirámide se ha desarrollado, y la rodea con sus pórticos y salas por
sus cuatro costados, en lugar de estar a su pie, en uno de sus lados y a la sombra del túmulo
gigantesco. La sepultura de Mentuetep inaugura la serie de los sepulcros faraónicos del segundo
imperio egipcio; ella nos explica el servicio de ciertas pirámides de ladrillo, cuyos núcleos desfigurados
se ven todavía en el llano de Abydos, donde estaba la necrópolis real de los faraones tebanos.
La verdadera tumba está excavada en la roca de la montaña próxima, así como las cámaras de
los sarcófagos de varias princesas reales de la familia, que acompañaban á
a Mentuetep en la otra vida. El templo con una serie de naves, de pilares cuadrados, como los
del templo llamado de la Esfinge, de la pirámide de Micerino, rodea los cuatro lados del túmulo
simbólico que se levanta todavía con la forma de los antiguos sepulcros faraónicos, tradicionales del
primer imperio egipcio.
En el seno de la montaña se suceden las galerías las salas que debe habitar el doble ó fantasma
del difunto, con las paredes decoradas de pinturas, reproduciendo asuntos determinados: escenas de
la vida terrestre, viaje del alma á los infiernos, juicio de Osiris, etc., etc. Los corredores, tanto más
largos y profundos cuanto más importante era la tumba, están a veces interrumpidos por pozos, en los
que se ha disimulado la abertura que debe conducir á la cámara funeraria. Antes de llegar a ella, una
falsa tumba, con un sarcófago monumental abierto, puede hacer creer que la momia ha sido levantada
y que la sepultura está vacía... Hay que golpear en las paredes hasta percibir el sonido hueco que
delata la prolongación de los corredores; hay que atravesar una nueva serie de cámaras y vencer no
pocas dificultades para llegar a la verdadera tumba, con un segundo sarcófago, generalmente de
madera, que contiene la momia real. Vemos, pues, que los corredores están aquí dispuestos en el seno
de la montaña con el mismo método e igual previsión que en el macizo de las pirámides. El concepto
del ritual mortuorio es el mismo, lo único que ha variado es el tipo arquitectónico del monumento.
Más abajo, en el llano, existe el templo de Ramsés II, llamado hoy de nuevo el Rameseum,
pero que los griegos conocían con el nombre de tumba de Osimandias. Aun equivocada esta
atribución, demuestra que persistía el recuerdo del primitivo carácter funerario del edificio; por lo
demás, todo en este monumento está lleno del recuerdo de Ramsés II, el gran conquistador; en los
relieves labrados en el muro parece vivir y respirar aún, agitado en los combates, o majestuoso y
terrible cuando levanta la mano sobre la cabeza de los vencidos
A veces, en un mismo templo, se asocian los cultos del padre como sucede en el de Gourna,
comenzado por Ramsés I, el glorioso fundador de la 19° dinastía, continuado por su hijo Seti I y
concluido probablemente por su nieto Ramsés II. Pero, por lo general, estos monumentos funerarios
fueron la obra de un solo reinado, concluidos á lo más por la piedad filial del sucesor.
Este mismo carácter personal explica el abandono y la destrucción a que debían quedar
condenados, por fuerza, estos monumentos, desaparecido el culto que habían de prestarles sólo sus
sucesores de la misma dinastía.
En cambio, los templos del otro lado del Nilo, llamados Karnak y Luxor se encuentran mucho
mejor conservados. Ellos son la obra sucesiva de todos los faraones. Ambos templos estaban
dedicados á Amón y reunidos en la antigüedad por una avenida monumental de la que se pueden
reconocer los rastros en la llanura. Porque la ciudad populosa, la Tebas de cien puertas, dentro de la
que estaban englobados, ha desaparecido. Hoy se levantan solitarios en la llanura de aluvión que se
extiende á la izquierda del río, en un desierto de ruinas que sólo cruzan las caravanas de viajeros cuyo
albergue son los hoteles que se han levantado al pie de los muros de Luxor. Para construir el núcleo
principal de estos dos templos de Tebas, de Luxor y de Karnak, con sus salas hipóstilas y pilónos,
fueron necesarios todo el poder y las riquezas de los grandes príncipes conquistadores del Asia. Más
tarde, hasta los faraones helénicos, ó Tolomeos, los emperadores romanos, difícilmente
encontraríamos un solo señor de Egipto que no haya tenido empeño en agregar un nuevo elemento o
una nueva sala a los edificios religiosos de la antigua Tebas. Uno de ellos enriquece el patio ya
construido con una nueva fila de columnas; otro se contenta decorando el antiguo con las finas agujas
de dos obeliscos.
En cada época de prosperidad se restauran los desastres causados por las anteriores
invasiones ó guerras civiles, y hasta durante las invasiones, los mismos dominadores extranjeros, como
los persas, no pueden desvanecer la sugestión formidable que les producían los templos tebanos y
muestran especial empeño en grabar sus nombres bárbaros al lado del de los fundadores nacionales.
La historia de estos edificios es el resumen monumental de la historia del Egipto. Ellos fueron los
verdaderos centros de la actividad religiosa y política del imperio tebano. Para erigirlos aplicaron los
faraones todos sus esfuerzos, dejando en segundo lugar la que había sido obra predilecta de las
primeras dinastías, las tumbas reales.
Tan complejo resulta así el edificio, en virtud de estas nuevas construcciones embellecimientos
posteriores, que después se hace casi imposible para el arqueólogo que estudia sus ruinas, eliminar lo
accesorio, reduciendo aquel conjunto de patios y salas a los elementos primitivos de un templo
egipcio. Esta dificultad de describir un templo egipcio ya la notaron los polígrafos griegos, como
Herodoto y Estrabón, que querían dar a su público helénico una idea simple para explicarles la traza y
distribución de aquellos monumentos. Demasiado abreviados y reducidos sus servicios tal como ellos
los describen, sin embargo, sus textos son preciosos, porque nos aclaran y facilitan el análisis del
templo en su múltiple complejidad; los nombres griegos de pilónos, salas hipóstilas, y obeliscos, que
ellos aplicaron, son todavía los que usamos nosotros.
De todos modos, un templo egipcio está siempre formado de los siguientes elementos (fig.
93): se llega a él por la avenida de esfinges (fig. 94), hasta dar con el primer pilono; atravesada la
puerta se encuentra un primer patio, lugar público donde penetraba todo el mundo. Por un segundo
pilono se entra en una sala destinada a las ceremonias, que es lo que se acostumbra a llamar la sala
hipóstila, a causa de su iluminación superior. De esta primera sala se pasa al Naos ó santuario,
reservado al rey y a los sacerdotes, y después de ésta, a un segundo patio, en el fondo del cual estaban
las dependencias, almacenes habitaciones de los sacerdotes.
Todo el conjunto del templo estaba encerrado en un rectángulo formado por una doble pared,
con un corredor que lo aislaba completamente del exterior. Como vemos, no hay más que una
sucesión de los tres elementos: el pilono, el patio y la sala hipóstila.
La gran área de la ciudad de Tebas debía estar llena de sencillas casas de barro sin cocer; así se
explica que hoy los santuarios principales se encuentren en medio de un desierto sin rastro alguno de
urbanización. Faltan también los restos de sus murallas entradas de sus puertas. Estas obras de
fortificación delas ciudades debían ser, sin embargo, bien poca cosa.
El Egipto estaba defendido por su propia situación geográfica, con el único punto débil del
istmo de Suez, y así se explica que a veces pudiera hallarse a merced de una banda de orientales, como
fue la invasión de los Hicsos. Una vez forzado el istmo, después de una batalla en la que el Faraón
había reunido todas sus y las fuerzas, iban cayendo una a una las ciudades, sin defensa suficiente. Los
viajeros griegos confirman esta opinión, porque al regresar a su patria impresionados por el esfuerzo
gigantesco de los templos egipcios, apenas hablan de las ciudades y palacios, como no sean las puras
fantasías del Laberinto, que ya era una simple construcción legendaria en tiempos de Herodoto y
Estrabón.
Conviene llegar a conocer lo que pudo significar tan sólo un elemento de la decoración de los
templos, como son los obeliscos, que más tarde se emplearon aislados como monumento decorativo,
viniendo después a ejercer una función análoga a la de nuestras columnas triunfales, en recuerdo de
algún hecho o personaje determinado.
Para llenar sus necesidades religiosas el Egipto faraónico tuvo que aprender a representar las
formas de los animales, porque a veces sus dioses menores tomaban la figura de un animal
determinado: vaca o lechuza, o de un cinocéfalo y hasta de un gato, reminiscencias de los cultos
locales prehistóricos. Los escultores tebanos se impusieron, pues, la tarea de estudiar estas formas de
los divinos compañeros de Amón que pueblan el panteón egipcio, y son admirables sus figuras de
animales, labradas a veces en ricos materiales o en piedras durísimas, como el granito o el basalto.
En cuanto a la pintura, las tumbas de la necrópolis real nos han dado un repertorio completo
de escenas de la vida doméstica: cuadros de género, con cantores y danzantes, representaciones de
diferentes asuntos de la infancia y del casamiento, sobre todo de las ceremonias funerales. Están por
desgracia del todo desprovistos de ambiente y perspectiva, y no logra conseguir aquel superior efecto
que pudieron lograr más tarde los grandes pintores griegos. Pero hoy gozamos con este arte, que
podríamos llamar de un solo plano, fatigados por el exceso de ciencia de nuestra pintura moderna.
Además, según una hipótesis, a los pintores egipcios habría que reconocerles por los maestros
de la Grecia; ésta por lo menos era la creencia de los antiguos, que recordaban no pocos nombres de
artistas egipcios que habían pasado a Europa.
Templos de la Nubia
La Nubia es el único sitio donde los ejércitos faraónicos dejaron sus huellas monumentales, ya
que no podemos conceder esta importancia a las estelas militares, que, como testimonio de su paso,
esculpieron los Faraones en el Asia. Casi cada año, durante el período de las grandes dinastías tebanas,
los carros ligera atravesaban el istmo de Suez, para cobrar los tributos rebeldes de las provincias
sujetas al protectorado del Egipto.
Al regreso de las razzias imperiales, el
Faraón grababa a lo largo de las rutas
estratégicas las inscripciones y relieves
conmemorativos de sus hazañas; pero muchas
veces, falto de artistas egipcios, tenía que
recurrir a escultores del país. Así, por ejemplo,
los más antiguos recuerdos de la dominación
faraónica en el Asia, que serán seguramente
las estelas de Ramsés II, cerca de Beyrout,
aunque conservan una apariencia de estilo
egipcio, muestran en sus figuras señales
evidentes de haber sido ejecutadas por artistas
asiáticos
Entre la sexta y la décima dinastías, la
Nubia habíase perdido ya por primera vez;
reconquistada por el primer imperio tebano,
recobró su independencia cuando el Egipto
cayó en manos de los Reyes Hicsos o Pastores,
y la decimoctava dinastía tuvo que consolidar la obra de sus predecesores extendiendo la frontera
hasta Napata las altas mesetas de la Etiopia.
Se necesitaba un templo más sólido, que no pudiera ser destruido fácilmente por los
vencedores, impulsados por su fanatismo patriótico y religioso. La construcción de cámaras sucesivas
excavadas en la roca tenía la ventaja de que, si bien, podían ser violadas o destruidas fácilmente, en
cambie podían restaurarse en poco tiempo. Una vez restablecido el orden, escultores pintores
repararían el daño ocasionado por la ocupación.
Muchas veces las milicias del Faraón sentían la necesidad de dedicar un templo a las
divinidades que les habían protegido en la conquista, en medio del valle deshabitado parecía más
seguro esconderlo en la roca viva y abrirlo en el seno de la montaña. Los veteranos egipcios (como más
tarde los legionarios romanos) dejaban las armas por el pico y el azadón, y abrían en la masa del
granito estos monumentos extraordinarios que constituyen la huella profunda de la dominación
faraónica hasta la lejana Etiopia.
Los templos de la Nubia tallados en la roca llevan todavía los nombres de speos con que los
conocían los antiguos griegos. El gran speos de Ipsambul está destinado a conmemorar las victorias de
Ramsés II contra los negros del África y contra los pueblos de Siria. El gran speos de Ipsambul
representa, en las construcciones excavadas en la roca, lo que la sala hipóstila de Karnak en las
construcciones aparejadas. Ramsés II fué el rey arquitecto por excelencia; los antiguos griegos decían
que mandó edificar un templo en cada ciudad de Egipto, prende que no podía descuidar su colonia de
la Nubia, que era como la prolongación de la patria; sobre las aguas tranquilas del Nilo, en el talud de
las rocas, se levantan los inmóviles colosos de granito, que miden sentados más de veinte metros de
altura. A cada lado de la puerta, dos pequeñas imágenes en relieve muestran a Ramsés adorando á
Amón. La puerta conduce al interior de un templo, cuya disposición es la misma de las grandes
construcciones religiosas del país. Hallase primero una cámara con el techo sostenido por pilares
monolíticos en forma de figuras osíricas, idénticas a las del Rameseón de la llanura tebana. De esta
primera cámara se pasa a la segunda, que hacía el oficio de sala hipóstila. Al fondo, una tercera cámara
servía de sanctasanctórum. Hay además seis habitaciones o capillas laterales.
Pero no todos los templos de la Nubia están excavados en la roca; a veces sólo una mitad del
edificio está tallada dentro de la montaña y la otra mitad construida al exterior, de obra de cantería. A
estos edificios mixtos, mitad speos mitad templos al aire libre, se les llama hemispeos y se hallan
generalmente en sitios donde el valle del Nilo tiene ya anchura bastante para desarrollar en él una
planta monumental.
PEQUEÑAS ARTES
El Egipto tuvo desde los primeros días de su antiquísimo imperio un estilo bien característico
en sus artes industriales. Las joyas con esmaltes son bellísimas, como también los muebles, los
marfiles y las armas. Su cerámica era una porcelana esmaltada de color azul, que los fenicios y griegos
llevaron a todas las regiones del Mediterráneo.
Las tumbas nos han proporcionado también, en perfecto estado de conservación, el ajuar
funerario. El difunto era enterrado con sus joyas, su vajilla, sus muebles y sus vestidos. Las entrañas se
depositaban en sendos vasos de piedra labrada, llamados canopes, de formas graciosas, sirviendo de
tapadera una cabeza esculpida. El ajuar funerario de las tumbas, todos los enseres que acompañaban
al cadáver, nos han permitido conocer no pocos objetos de uso común, y vemos en ellos reproducidos
el gusto y estilo que caracterizan los grandes monumentos: las molduras (la gola invertida y el
baquetón), la flor de loto y el papiro, etc., etc. Algunos de estos objetos artísticos tuvieron un
desenvolvimiento tan feliz, que fueron adoptados sin variación por los artistas clásicos de Grecia y
Roma
Los pequeños vidrios y las porcelanas fueron imitados después por los fenicios y griegos, que
hicieron con ellos un comercio universal. Las joyas egipcias fueron disputadas también por las grandes
damas romanas, y las vitrinas del Museo del Cairo, que contienen los despojos de las momias de
algunas reinas de las grandes dinastías, son pasmo del visitante, sorprendido de tan exquisita
fastuosidad. Hay una feliz combinación de la riqueza y de lo bello en los grandes collares regios, con
varias hileras de piedras de vivos colores entrelazadas con figurillas de oro esmaltadas, y con enormes
placas colgantes que alternan con los escarabeos místicos. El marfil era una de las materias que más
afición tenían en labrar los artistas egipcios.
Las obras de orfebrería v vidriería y las porcelanas de Egipto fueron estimadísimas durante
toda la antigüedad.
La cerámica o porcelana egipcia, casi monocroma, era barnizada con un esmalte azul verdoso,
con el que dibujaban hábilmente en platos las figuras de palmas, lotos y vasos y otras flores que
llenaban todo el campo. Los griegos estimaban mucho los pequeños vasos egipcios de esta porcelana,
que a veces tenían formas de animales. Dos de ellos, encontrados en la colonia griega de Empurias, en
España, se custodian en el Museo de Gerona. Eran también habilísimos los egipcios en la metalurgia,
desde muy antiguo conocieron y trabajaron el hierro. La ligereza de sus obras puede comprenderse
por un carro egipcio de batalla, encontrado en una tumba de Tebas día en el Museo Arqueológico de
Florencia
Bibliografía
o ASIMOV, I.(1993). Historia de los Egipcios. España. Alianza
o KEMP, B.: (1992) el Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización. Barcelona, 1992.
Cap 1
o PIJOAN, J. (1915) Historia del Arte. El arte a través de la Historia. Barcelona: Editorial
Salvat. Cap. 3, 4, 5