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El mundo es un caos sin sentido, dominado por las pasiones y los engaños. Los hombres
intentan vanamente ser felices; pero al final son unos juguetes de la Naturaleza,
arrastrados por fuerzas que los desbordan. El tiempo lo destruye todo a su paso: belleza,
afectos... Y así, la vida está marcada por la caducidad y la inconsistencia. La muerte
(omnipresente) sería deseable, pero el más allá parece terriblemente incierto, lo que lo
hace cuestionable.
Se notará que lo último concierne por igual a Hamlet y a Laertes. Si el deber de honrar
al padre obliga a Hamlet a la venganza, su error al matar a Polonio desencadena el
mismo deber en Laertes.
Asimismo en el Acto IV. El cual, puede considerarse un acto "puente" entre el III y el
V. Hay, en cierto sentido, una atenuación de la tensión, como para dejar las expectativas
bajas, para el sublime final. Las acciones traen consecuencias y entre ellos están sobre
todo, las secuelas de la muerte de Polonio: que vendría trayendo consigo el destierro de
Hamlet. En este acto el protagonista está ausente de la escena en buena parte de este
acto y pasará a primer término la locura y muerte de Ofelia (con sus resultados: la furia
de Laertes, con quien se confabula el rey). De esta manera en el Acto V. ocurre el
ansiado Desenlace o catástrofe. Tras el regreso de Hamlet y el entierro de Ofelia, se
precipita la acción… Un final. Se verá cómo confluyen en la escena del duelo todas las
fuerzas que se habían ido desatando, causando un clímax que nadie se esperaba, donde
la muerte seria quien marcaria las últimas palabras, dejando un punto y aparte en la
filosofía y en la incertidumbre que podía tener un lector, con respecto a la pieza teatral.